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Daniel Eisenberg
Preliminar
Querido lector, tienes una oportunidad que te envidio, la de leer Don Quijote por
primera vez, o si lo has leído fragmentaria o superficialmente, de ahondar y completar tu
conocimiento de él. Te esperan los coloquios más sabrosos, las más disparatadas aventuras,
una de las amistades más hondas y algunas de las más sabias reflexiones que se hayan
escrito jamás en el papel. El libro ha sido la lectura preferida de muchos hombres de
relieve: entre ellos un rey (Felipe III), un presidente de España (Manuel Azaña) y un
filósofo (Unamuno). Y eso sin contar los numerosos e ilustres extranjeros para quienes ha
sido libro de cabecera y lectura diaria durante años. A varios de ellos ha movido a aprender
el castellano.
Por el conducto de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, comenzarás a
conocer a uno de los hombres más sabios de todos los tiempos. Aunque sin formación
universitaria, o acaso debido a este mismo hecho, Cervantes gozaba de una vasta cultura.
Había seguido el naciente teatro español desde la juventud. Leía constantemente, y es el
primer autor que tiene un sentido de la literatura española en toda su riqueza, el primero en
percibir la importancia y valor del surgimiento del nuevo género, la novela. Observador
curioso, conversador infatigable, Cervantes conocía todas las clases sociales y todos los
ambientes de su tiempo, desde la cárcel de Sevilla hasta la casa real. Conocía, también, el
campo y el pueblo tanto como la ciudad. Por la ventana de Don Quijote verás, entonces,
una vivísima España desaparecida, mucho mejor que en cualquier película.
Cervantes no es un autor fácil, pues su lengua es de hace cuatro siglos. Supone de sus
lectores unos conocimientos y actitudes que sólo recuperan y mantienen vivos los eruditos.
Pero con todo eso es un autor que todos pueden leer, y de quien todos pueden aprender,
entre otras cosas a mejorar su lenguaje.
Cuando hayas leído a Cervantes, habrás entrado como adulto, como ciudadano de
pleno derecho, en la cultura hispánica. Bienvenido.
El género gramatical
Me refiero al lector empleando el masculino como genérico totalizador y entendiendo
siempre incluidas en él a las mujeres. En otra parte he protestado contra el sexismo de la
lengua española y sugerí cómo, en teoría, se podría reformar. Actualmente no hay otro
remedio sino decir siempre querido/a lector(a), amigo o amiga, tipográfica y
estilísticamente feo.
Biografía
Cervantes nació en 1547 en la joven ciudad universitaria de Alcalá de Henares, la
ciudad castellana más intelectual del siglo XVI. Sus antecedentes, por sus oficios y por la
falta de datos sobre su madre, tienen que haber formado parte del grupo llamado, sin
caridad, "cristianos nuevos". (No hay término para referirse a este grupo que no sea
despectivo.) Esta gente descendía de judíos españoles, un grupo culto y trabajador forzosa o
sinceramente convertido al catolicismo durante los siglos XIV y XV. Muchos de ellos,
gente marginada social si no económicamente, en sinceridad y actividad religiosa
sobrepasaban a los más seguros cristianos viejos. Víctimas de leyes cada vez más
discriminatorias, que los excluían de las universidades, de los altos cargos y de las colonias
americanas, recurrían a menudo a documentación fraudulenta para establecer su llamada
"limpieza de sangre". Se dedicaban a la medicina, profesión típica de los judíos, y a los
oficios despreciados por los hidalgos: los oficios manuales como la sastrería, zapatería o
orfebrería, la administración pública y particular, la banca.
El padre de Cervantes fue cirujano, oficio sanitario algo inferior al de médico. Tuvo
altibajos económicos, y mudó su familia de una ciudad a otra, según consta en los pocos
documentos de esta etapa. Abandonó la ciudad humanista de Alcalá, entonces, cuando
Miguel era joven. Por ello su influjo es tenue, pero también innegable. Luis Astrana Marín,
en su biografía de Cervantes, ofrece un buena descripción de la Alcalá donde Miguel pasó
sus primeros años:
Ved aquí una oficina singular del pensamiento, una
vasta forja del espíritu. Se hablan todas las lenguas, las
clásicas, las orientales y las vivas. Se examinan todos
los problemas científicos, todos los misterios
teológicos, todas las conquistas del método
experimental. Allí está el códice, la esfera y la retorta,
la espátula, el compás y el tetragrama. Las torres
mismas son otra rama de la Universidad. La ciencia y
el arte viven allí felices, y la muerte parece una
amenaza irreal. La propia vejez respira juventud entre
la juventud, y una y otra entonan un himno triunfal a
la vida. Allí se corona a los vates: Arias Montano
recibe el laurel en 1551, y las enseñanzas de Cipriano
de la Huerga despiertan en Fray Luis de León la
levadura oriental de sus antepasados. Las riberas de
Henares se pueblan de ninfas y de pastores. Mateo
Alemán sólo aquí será optimista. Por ello, sólo aquí
podía nacer el regocijo de las musas.
Las Novelas ejemplares
Como primeras lecturas en la colección, recomendamos las siguientes "novelas".
"Rinconete y Cortadillo" cuenta la historia de dos jóvenes que se integran en el inframundo
sevillano. En "La gitanilla", un joven adopta la vida gitana por amor de una hermosa e
inteligente cantaora y bailarina, quien se reúne con sus verdaderos padres al final. "El
celoso extremeño", viejo y rico, encierra a su joven mujer entre cuatro paredes,
impidiéndole todo contacto con otros varones, e incluso con animales machos. Un joven
intenta penetrar esta cárcel, valiéndose de la música.
La más innovadora de todas es el "Coloquio de los perros", en el cual un perro, dotado
una noche con el don maravilloso del habla, cuenta su vida azarosa, mezclada con
observaciones acerbas de la sociedad, a un perro amigo. Esta novela, leída en castellano por
Freud, contribuyó a la gestación de su teoría psicoanalítica.
La Galatea; el Persiles
Además del Quijote, Cervantes es también autor de dos novelas en el sentido actual del
término: obras extensas de ficción en prosa. En 1585 publicó La Galatea, su primer libro,
donde usó el recurso popular de los pastores para tratar problemas amorosos. Incluye una
extensa defensa del papel benéfico, saludable y necesario del amor, y en el "Canto de
Calíope", su primer trabajo de crítica literaria.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional, una novela en la
terminología actual, Cervantes la concibió como un poema épico en prosa. En él sigue el
modelo del recién descubierto Historia etiópica de Teágenes y Cariclea de Heliodoro, una
ficción griega en prosa que participa de la complicada estructura de los poemas épicos de
Homero. Cervantes concibió el Persiles como su obra maestra: "según la opinión de mis
amigos, ha de llegar al extremo de bondad posible", lo comenta en una carta dedicatoria. En
contraste con Don Quijote, escrito para todos y en especial para el amplio vulgo que leía los
libros de caballerías, el Persiles era una obra para los eruditos. La obra vuelve al tema del
amor: una pareja, fingiendo ser hermanos, vive una prolongada serie de peripecias hasta
llegar a Roma, donde besan los pies del pontífice y se casan.
Cervantes poeta
Según la autodescripción de Cervantes en el Viaje del Parnaso, siempre quería ser
poeta, gracia que no le concedió el cielo. Suponen los cervantistas que por el término
"poeta" Cervantes quería decir versificador, aunque en otra ocasión también afirma,
contradictoriamente, que la poesía puede escribirse en prosa.
Se han perdido muchos poemas de Cervantes, entre ellos muchos romances. La mitad
de lo que sobrevive son poesías sueltas de circunstancias, poemas preliminares de los libros
de sus amigos, por ejemplo. Otros poemas gozaron de cierta fama: su soneto atrevido y
burlón al túmulo de Felipe II, lo consideró la "honra principal" de sus escritos.
Escribió un poema extenso, el Viaje del Parnaso. Se trata de un libro de viajes
imaginario. En él todos los poetas importantes de la época viajan en un barco hecho de
versos (la chusma romances, las jarcias seguidillas, etc.), al Monte Parnaso para visitar a
Apolo. Dicha forma permite a Cervantes una cantidad de observaciones, favorables y
desfavorables, sobre sus contemporáneos.
La supuesta "Epístola a Mateo Vázquez", que se halla en colecciones de sus versos, es
un pastiche.
Cervantes dramaturgo
Cervantes fue desde joven un notable aficionado al teatro, y el drama fue una de sus
preocupaciones durante toda su carrera literaria. En la década de los 80, tuvo éxito como
autor de comedias. Vendió y aparecieron en las tablas, nos dice, unas "veinte o treinta", y
nos ofrece una lista: "La batalla naval", que habrá tratado de Lepanto, "La confusa", y
varias otras. Casi todas ellas se han perdido, aunque por buena suerte ha sobrevivido La
Numancia, su obra más influyente después de Don Quijote, en la cual presenta la heroica
nacionalidad española como no sólo anterior a la "conquista" musulmana (que en el Siglo
de Oro caía de su peso), sino incluso prerromana.
Según Cervantes, Lope se impuso como el autor predilecto de los corrales. Desde
aquella temprana fecha las comedias de Cervantes, más difíciles para el auditorio, no se
compraban. Pero las guardaba en una arca, y cuando consiguió fama como novelista, pudo
por fin publicar ocho de ellas. Durante los últimos veinte años estas comedias, varias
increíblemente sin estrenar hasta la fecha, han encontrado cada vez más atención crítica.
Hallamos en ellas los mismos temas que en el Quijote.
En contraste con el rechazo a veces total hacia las comedias cervantinas en la primera
mitad del siglo XX, siempre encontraban más favor sus Entremeses, publicados con las
ocho comedias. Son dramas breves, cómicos y críticos, en que sobresalen los tipos
populares.
Obras perdidas o no firmadas de Cervantes
No acaba aquí el corpus literario de Cervantes. Discutía sus proyectos literarios en sus
prólogos y dedicatorias, y menciona tres que escribía pero que no llegó a acabar. Primero,
habló tres veces de una continuación de La Galatea, aunque no nos dice cuán adelantada la
tenía. Sí nos dice que tenía casi acabados los dos otros. El primero es el "famoso
Bernardo", que discutiremos adelante como su libro de caballerías, y también su Semanas
del jardín. De esta obra creo haber identificado una parte. También consta que escribió, por
encargo, un reportaje de las fiestas celebradas en el nacimiento del hijo de Felipe III, que
puede identificarse con un reportaje anónimo publicado en 1605. Parece probable que éste
no sea el único caso sobreviviente de redacción cervantina a sueldo.
Don Quijote
Selecciones recomendadas
Los episodios que recomiendo para el que lee Don Quijote por primera vez, son: desde
la aparición de Sancho en la novela, en el capítulo I, 7, hasta la entrada del par en la Sierra
Morena, en el capítulo I, 23. En la Segunda Parte, desde el principio hasta el encuentro con
los duques, en el capítulo II, 30. Si hay más tiempo, pueden añadirse, en la Primera Parte, la
primera salida de don Quijote (1-5), la "Novela del curioso impertinente" (33-36) y las
últimas aventuras de don Quijote en la venta (segunda mitad del 43-47). En la Segunda
Parte, el gobierno de Sancho (45, 47, 49-51, 53). Y si el tiempo es realmente limitado, para
una introducción brevísima, el encuentro con Maritornes en la venta (I, 16), y la Cueva de
Montesinos (II, 23).
Ahora bien, estas selecciones son algo irrepresentativas, como sería cualquier
selección, por fragmentaria o subjetiva. No se puede decir que uno conoce la obra bien, sin
haberla leído en su totalidad. Tampoco se puede ser cervantista sin leer sus obras
completas.
Cuanto más estudio a Cervantes, más me interesan y mejor entiendo todas sus páginas.
Es un autor inagotable, sus obras -y Don Quijote en particular- son un "tesoro de contento y
una mina de pasatiempos", en palabras del cura Pero Pérez en el capítulo 6 de la Primera
Parte. De tal manera me gusta su riquísimo lenguaje, sus observaciones y su manera de
plantear los problemas que leería cualquiera de sus obras.
El texto
No hay grandes diferencias textuales entre las varias ediciones del Quijote: ninguna es
perfecta y ninguna es desastrosa. Algunas veces se nota una errata, pero pocas. Y las erratas
son menos importantes que las enmiendas gratuitas y tácitas de los editores. En cuanto a las
diferencias de bulto, como el variado tratamiento del robo del rucio de Sancho, presente en
la segunda edición legítima pero falto en la primera, no hay una solución perfecta. Las
ediciones caras pueden desvariar tanto o más que las humildes.
Ahora bien, para quien insista en tener un texto fidedigno para su estudio o para las
citas, aun el acudir a uno de los varios facsímiles no es una solución perfecta. Los
facsímiles también defieren entre sí, reflejando diferentes momentos de la impresión de la
edición primitiva. La única edición que comenta estas particularidades, la única que hace
constar, sin excepción, todas las correcciones introducidas por los editores, sigue siendo la
agotadísima colaboración entre un profesor de Berkeley y otro de Madrid: Rudolph
Schevill y Adolfo Bonilla y San Martín (Madrid, 1928-41). Es una obra urgentemente
necesitada de reimpresión.
Estos problemas son mucho más serios tratando de la Primera Parte que de la Segunda
de la obra.
Ediciones anotadas
Desde el primer cervantista, el benemérito inglés John Bowle, se ha creído necesario
ofrecer al lector unas notas explicativas de las alusiones en el libro, muchas de las cuales se
refieren a libros, personas o temas olvidados. Hay mayor diversidad entre las ediciones
anotadas que entre las no anotadas. La que considero más indicada para los lectores de este
manual es poco accesible en España: la de Celina S. de Cortázar e Isaías Lerner, con un
extenso prólogo de Marcos Morínigo, 2ª ed. (Buenos Aires: Huemul, 1983). También son
recomendables las ediciones de Martín de Riquer (Planeta, varias impresiones) y Ángel
Basanta (Plaza y Janés, 1985). Ésta ofrece, a un precio módico, el más extenso de los
ensayos preliminares, una buena bibliografía mínima, buenas notas, glosario, repertorio de
nombres propios y temas de trabajo. Con todo, sigo echando de menos dos características
de la antigua edición de Riquer, la conocidísima de la Editorial Juventud, infinitas veces
reimpresa: sus titulillos descriptivos y un índice. Son menos útiles y numerosas las notas de
las ediciones de John J. Allen (Cátedra, 1977) y Juan Bautista Avalle-Arce (Alhambra,
1979), y las notas de la edición de Luis Murillo (Castalia, 1978) son inmanejables sin
acceso a ediciones anteriores.
Para una edición de consulta, o una compra cara, recomiendo la "nueva edición crítica"
de Rodríguez Marín (Madrid: Atlas, 1947-49). Cuidadosamente corregida, acompañada de
índices de las notas y dos tomos de apostillas, jamás he encontrado ninguna errata en ella.
Las notas de esta edición son mucho más extensas y modernas que las de la edición del
mismo editor en la difundida serie "Clásicos castellanos". Otra posibilidad es la de Vicente
Gaos (Madrid: Gredos, 1987), aunque no es, ni por mucho, tan exhaustiva ni al día como su
lujoso formato sugiere. Ha sido agudamente criticada por Avalle-Arce en el número de
enero, 1988, de Ínsula. Para quien tiene acceso a una buena biblioteca, todavía conserva su
interés y utilidad la gran edición anotada de Diego Clemencín (1833-39), reimpresa en
1966, con índices parciales de las notas, por Editorial Castilla.
He mencionado algunas ediciones con índices de las notas y una edición, la vieja de
Riquer, con índice de la obra misma. Los índices más extensos son los que acompañan la
edición de Gaos, que ocupan 140 páginas. También son útiles los índices que a partir de
1965 se hallan en la edición mejicana de la serie "Sepan cuántos" (Editorial Porrúa).
Orígenes del Quijote
Cervantes y la literatura
Cervantes merece el título de primer historiador de la literatura española, en aquel
momento la más desarrollada literatura de Europa. Repasa la poesía en La Galatea y
el Viaje del Parnaso; comenta la evolución del teatro español en el prólogo a sus Ocho
comedias; discute el teatro y más el nuevo y español género de la novela en la Primera
Parte del Quijote; se presenta como innovador en el prólogo a las Novelas ejemplares.
Ningún documento anterior, como las "cartas-proemio" del Marqués de Santillana y de
Boscán, tiene tan anchas miras o tanta conciencia histórica.
Para Cervantes, la literatura (en la cual incluiría, si viviera hoy, el cine y la televisión)
es importantísima. Nos divierte, y al hombre le hacen falta legítimas y sanas diversiones:
"no es posible que esté siempre el arco armado", afirma. Más importante, la literatura nos
enseña cómo vivir, y sus enseñanzas son más sentidas y profundas que las de un tratado. La
lectura nos cambia. Importa, entonces, leer correctamente, leer o ver en el escenario o la
pantalla obras que nos transformen de un modo positivo. Comparten la responsabilidad el
lector, el autor y los editores y productores teatrales. En el caso de lectores torpes, que no
saben distinguir entre literatura buena y mala, la responsabilidad autorial y editorial es
doble.
Estos libros mencionados forman un conjunto consistente. Casi todos son castellanos y
escritos en el siglo dieciséis. Las ediciones conocidas se fechan entre 1508 y 1602, aunque
sabemos que la edición de Amadís de 1508 no fue la primera. La única edición posterior
al Quijote, el Espejo de príncipes de 1617, parece ser una réplica. Con la única excepción
de Tablante de Ricamonte, son obras muy extensas, del tamaño, muy aproximadamente,
del Quijote mismo. Aunque el género puede calificarse como neoartúrico, un derivado
hispánico de los textos tocantes al ficticio rey inglés Arturo y su corte, ninguna de las obras
tiene vínculo directo con la tradición artúrica. Por último, Cervantes no menciona ninguna
obra de Chrétien de Troyes, poeta caballeresco francés, de quien difícilmente tendría
noticia. Los autores de los libros castellanos nombrados arriba tampoco podían conocer sus
obras, y el influjo de Chrétien sobre ellos, si innegable, es remoto e indirecto.
No sobreviven muchos ejemplares de los largos libros de caballerías castellanos. O se
deshicieron por el continuo uso o fueron desechados como sin valor. Hay las suficientes
ediciones modernas como para tener una idea de su contenido; al final daremos unas
orientaciones bibliográficas. Pero muchos no han sido editados desde sus ediciones
originales, las cuales son rarísimas, incluso algunas de ejemplares únicos.
No ha nacido nadie desde Cervantes que haya leído todos estos libros. Quien lo hiciera
tendría que vivir sin otras diversiones y estudios. Dedicarse a recrear las lecturas de un
lector constante de hace cuatro siglos, despreciando la literatura moderna, es algo que el
propio Cervantes sería el primero en desaconsejar.
Ya que son extensos y poco accesibles, pero al mismo tiempo primordiales para el
correcto entendimiento del Quijote, los examinaremos con cierto detalle.
Los libros de caballerías, dos veces mentirosos
Los libros de caballerías españoles contienen biografías de héroes de siglos anteriores.
De sangre real, por peripecias diversas viven separados de sus padres desde la niñez.
Haciéndose armar caballeros, andan por el mundo (son caballeros andantes), y encuentran
aventuras. Su campo es preferiblemente lugares exóticos de la Europa oriental y Asia
(Tracia, Hircania, Trapisonda), aunque hay también aventuras inglesas y norafricanas.
Raramente aparece un tema o figura española. Pueden o no tener un escudero, pero suelen
viajar con amigos. Al caballero andante le gusta la floresta y la vida libre, pero aborrece la
soledad.
Las aventuras pueden propiciarse por el socorro a gentes necesitadas urgentemente de
su ayuda: reyes y reinas cuyos reinos han sido invadidos, rebeldes que amenazan el orden
público en partes remotas, mujeres burladas, personas cautivadas que precisan el brazo del
caballero para ponerse en libertad. Algunas veces el caballero tiene que luchar con fieras o
visiones diabólicas elaboradas por malvados.
Los caballeros andantes propagan con sus armas la religión cristiana. Muchas veces
tienen un sabio o mago como mecenas (no como enemigo, según uno entendería por Don
Quijote). Participan en torneos y ganan atención femenina. No es rara la vicisitud de un
personaje preso muchos años por encantamiento. Al final, llegan a conocer su verdadera
identidad, a casarse y a ser coronados. Entonces tienen que quedarse en la corte para
desempeñar sus responsabilidades, pero engendran hijos que repiten el ciclo.
Lo malo es que estos héroes de siglos anteriores son falsos. Jamás existieron ni
Amadís, ni Palmerín, ni Cirongilio. Sus hechos, sus reinos, sus problemas políticos, sus
historiadores, cronistas y traductores son completamente fabulosos. En la periferia del
género, lo poco histórico que contienen algunas obras, como la batalla de Roncesvalles, ha
sido tratado con una tremenda libertad novelesca, abandonando la verdad histórica con el
más alegre y ofensivo descaro.
Agravando su falsedad, se presentan los libros de caballerías no como obras ficticias,
como novelas, sino como obras completamente históricas. Éste es el sentido del término
"libro" del "libro de caballerías": el lector típico esperaría que un libro de caballerías fuera
tan informativo como lo eran un Libro de cocina, el Libro de las meditaciones de San
Agustín o el Libro del arte de las comadres o madrinas, de un médico del siglo XVI. Los
libros de caballerías se presentan como traducciones recientes del griego u otra lengua
extranjera. Los autores se deshacen en buscar recursos para engañar al lector en este
aspecto. Aparecen fingidos historiadores y cronistas. Narran los autores sus ficticios
descubrimientos de los manuscritos enterrados. Escriben prólogos en nombre del supuesto
traductor. No son históricos, pero proclaman serlo a voces.
No puedo recomendar la lectura de estos libros de caballerías sino al que quiere
reconstruir el contexto intelectual y espiritual del siglo XVI. Contienen palacios fabulosos,
magia y encantamientos, viajes, reencuentros, batallas y torneos. A veces divierten y hay
alguna que otra escena interesante, pero como sugiere el canónigo de Toledo en el capítulo
I, 47 del Quijote, la diversión es pasajera. Hay poca erudición en ellos, poco pensamiento,
poco o ningún verismo en sus viajes, maravillas rutinariamente extraordinarias (palacios
con piedras preciosas en los muros, por ejemplo). También hay pocas escenas o citas que
permanezcan indelebles en la memoria. Es más provechoso y divertido leer las variopintas
obras de Cervantes que leer libros de caballerías. Cervantes diría lo mismo. Ahora bien, la
reconstrucción del paisaje intelectual y espiritual del siglo XVI es un proyecto importante
muy lejos de estar acabado, y bien puede justificar exploraciones caballerescas.
El abandono del Bernardo
Cervantes no acabó su Bernardo, según sus propias palabras. El canónigo, cuyo
proyecto también quedó truncado, ofrece una explicación: gustaría a unos pocos iniciados,
pero no al numeroso vulgo. Desconfiaba Cervantes del juicio de éste, vistas sus nada
exigentes reacciones a la -en teoría- deficiente comedia de Lope. Es decir, un libro de
caballerías histórico y bien escrito sería un éxito crítico, pero también un fracaso en la
acogida del gran público a quien realmente se dirigía.
Hay otra posible explicación que no se encuentra en los textos de Cervantes, pero que
los datos externos sugieren. El abandono de su libro de caballerías genuino sobre Bernardo
del Carpio puede bien responder al progreso historiográfico, del cual, al parecer, Cervantes
estaba muy al tanto. Fue precisamente en aquel momento cuando los historiadores
españoles comenzaron a darse cuenta de que no había existido Bernardo, que él era tan
mítico como Amadís. Poca mejora representaría en lo verídico un libro dedicado a las
caballerías imaginarias de este héroe apócrifo.
Don Quijote, la medida cierta
Don Quijote representa un nuevo intento de Cervantes de atacar los libros de
caballerías. (El "Entremés de los romances", supuesto modelo para Don Quijote, es
posterior a él.) Los lectores urgían de instrucción para poder entender los que se
publicaban, para distinguir entre las obras históricas y las que, o abierta o sutilmente,
presentaban fantasías. Incluso el concepto de ficción, de obras "mentirosas" que se recibían
como tales, para mero entretenimiento, sin querer engañar a nadie, precisaba de
explicación.
Los ignorantes lectores de los libros de caballerías no leerían una discusión de los
defectos del género, ni lectura alternativa, histórica o religiosa. Para atraerlos, habría que
escribir el libro de su gusto, un libro de caballerías. Aunque nosotros podemos calificar
a Don Quijote de "primera novela moderna", y tenemos completo derecho a hacerlo, para
Cervantes y sus primeros lectores no existía esta noción genérica en el sentido en que
usamos el término. Para ellos Don Quijote es, genéricamente, un libro de caballerías que
sigue en muchos aspectos su patrón. Es la historia de un caballero andante, quien anda por
el mundo en busca de aventuras, cuya historia la escribe un sabio. Ahora bien, todo esto es
una burla, y Don Quijote es un libro de caballerías burlesco.
La primera salida
Proveído con exagerado cuidado de nombre, dama, caballo y armas, don Quijote,
como el típico héroe de los libros de caballerías, sale de casa a escondidas, de madrugada
(I, 2). Busca aventuras que le darán, rápidamente, una fama eterna y merecedora de
recordarse en un libro. Llega a una venta y cree que es un castillo. Es materia de grande
risa, según dice el texto, verle comer, pues no puede quitarse la celada, tiene que beber por
una caña, y no puede comer nada si otro no le pone el alimento en la boca. Pide ser armado
caballero, y el ventero socarrón le inviste como tal en una ceremonia de chirigota en la que
una ramera le ciñe la espada (I, 3). Al día siguiente encuentra al pastorcico Andrés, a quien
su amo pega (I, 4). Don Quijote intenta ayudar al aparentemente menesteroso joven, pero
no toma en cuenta, a pesar de la observación de Andrés, que el amo no es caballero y
miente sobre sus futuras acciones. Cuando Andrés vuelve a aparecer más adelante (I, 31),
suplica a don Quijote que no le ayude otra vez, pues su intervención sólo le ocasionó más
palizas.
Don Quijote también intenta poner en la práctica lo aprendido de sus libros cuando
encuentra unos mercaderes. Les prohíbe el paso si no confiesan, sin verla, la belleza de su
señora Dulcinea. Tras unas palabras burlonas de los mercaderes y un ataque del colérico
protagonista, éste acaba maltrecho y rodando por el suelo (I, 4).
Un vecino lleva a don Quijote a su lugar. Allí se cura y se provee, según consejo del
ventero, de dinero. Sus amigos el cura y el barbero, espantados ante el efecto que tuvieron
en él sus malsanos aunque amados libros de caballerías, saquean su biblioteca y hacen una
hoguera con el contenido caballeresco de ella. Salvan de la quema unos pocos libros,
como Amadís de Gaula y Tirante el blanco (I, 6).
Sancho Panza
Las posibilidades del monólogo le resultaron limitadas a Cervantes, y don Quijote se busca
un escudero, es decir un asistente y compañero. En vez del joven aprendiz de caballero, tal
como aparecía en los libros de caballerías, recluta como escudero a un labrador gordo,
glotón, bebedor, lascivo y motivado por el eventual lucro de las aventuras. Ignorante y
crédulo al principio, espera enriquecerse rápidamente por su servicio a don Quijote. Éste le
promete, con término arcaizante, una ínsula (isla) para gobernar. Sancho sería el peor de los
gobernadores, pues se le ocurre, como a Colón, vender a sus súbditos. Con dinero Sancho
podrá satisfacer a su mujer, de quien gozosamente se separa.
Sancho no está loco y no participa en las alucinaciones de su amo. Le explica que no
se alojan en un castillo (I, 15), que los molinos de viento no son gigantes (I, 8) y que los
rebaños de ovejas no son ejércitos de soldados (I, 18).
Cide Hamete
Al final del capítulo I, 8, Cervantes se burla de un defecto estructural de los libros de
caballerías. Dichos libros solían acabar inconclusos, sin completar la acción ni resolver los
problemas creados en sus mundos. Al contrario, finalizaban bruscamente en medio de una
escena, para cuyo desenlace el lector tendría que esperar y adquirir la continuación. El
recurso, admirable desde un punto de vista comercial e imitado incluso en numerosos
cortometrajes de las primeras décadas del cine, revelaba mejor que nada que los autores
perseguían fundamentalmente el lucro, postergando para un lugar segundón el arte. Es,
naturalmente, lo contrario de lo que debe hacer el artista genuino.
Cervantes lleva este recurso a un extremo ridículo. Según la voz de "Cervantes" que
oímos en la obra, sus fuentes acabaron en medio de un combate entre don Quijote y un
vizcaíno. El tomo que hoy conocemos como la Primera Parte de Don Quijote estaba
dividido en cuatro partes. La primitiva "Primera Parte" (los primeros ocho capítulos) se
acaba repentinamente, permaneciendo don Quijote y un vizcaíno con las espadas en alto,
preparados para descargar tremendos golpes. Continuando la burla, Cervantes finge haber
encontrado la continuación en un lugar insólito.
Los supuestos manuscritos de las historias de Belianís de Grecia, Cirongilio de Tracia
y otros héroes del género fingían haber sido recuperados en Asia o en el este de Europa,
donde habían sido cuidadosa y honradamente conservados. La continuación de la historia
de don Quijote la encuentra "Cervantes" a la venta como papel viejo en el mercado de
Toledo (I, 9). Además, la continuación es creación de un historiador arabigo-español, Cide
Hamete Benengeli. Su obra está necesitada de traductor, hecho evidentemente incompatible
con los libros contemporáneos que poseía don Quijote, como en el mismo texto se señala.
El lector percibirá que un libro puede engañar, y se nota en sus propias contradicciones
internas. Es una lección sumamente valiosa.
El historiador arábigo añadido, y la intervención de un traductor cuya fidelidad no
sabemos, nos separan más de los hechos de don Quijote. El libro mismo sugiere que Cide
Hamete, por ser arábigo, habrá sido enemigo de un héroe cristiano como don Quijote, y
pudo haber manipulado su historia. El texto comunica que tanto Cide Hamete como el
traductor comentan o alteran la obra. El recurso que se explica al lector ingenuo es,
entonces, el narrador informal o infidente. No todo lo que refieren los libros es cierto, al
contrario de lo que cree un ignorante ventero en el capítulo I, 32. Los textos pueden
manipularse. Hay que ser un lector inteligente. Con nuestra razón podemos distinguir entre
lo verosímil y lo imposible, como el mismo Cide Hamete nos recordará más adelante.
Éste encuentra al cura y barbero de su lugar, que buscan a don Quijote para llevarle a
su casa y curarle de su manía. Se valen de una estratagema caballeresca: se viste primero el
cura, después el barbero de doncella, para pedir a don Quijote el don de acompañarles
adonde le llevaren (I, 26-27).
Encuentran a una Dorotea, quien se encarga del papel de doncella (I, 29), y el grupo
lleva a don Quijote otra vez a la venta. Duerme mientras los demás escuchan la lectura de la
"Novela del curioso impertinente" (I, 33-35), aunque despierta brevemente para atacar unos
cueros llenos de vino. Hacen mofa de él las sinvergüenzas hembras de la venta (I, 43).
Hace tiempo don Quijote había robado una bacía a un barbero, afirmando que es el
dorado yelmo mágico de Mambrino, héroe caballeresco italiano (I, 21). La identidad del
objeto (si es bacía o yelmo) ha sido tema de discusiones entre don Quijote y Sancho. El
bárbaro ahora aparece y reclama su bacía. Varios personajes se divierten insistiendo
burlonamente que es yelmo, dando origen a una escaramuza que para don Quijote en uno
de sus momentos más poderosos e iluminados (I, 45).
Para asegurarse contra su posible huida, sus amigos le encierran dentro de una jaula.
La colocan encima de un carro de bueyes, y salen para el pueblo. En el camino encuentran
al Canónigo de Toledo ya mencionado, con quien don Quijote mantiene una larga discusión
sobre los libros de caballerías, la comedia y la historia (I, 47-50). Cuando le dejan salir para
hacer su necesidad, ataca a unos disciplinantes que llevan una imagen de la virgen María a
una ermita (I, 52). Llegan a la aldea y acuestan a don Quijote en su cama.
Si tienes funciones corporales, explica Sancho a don Quijote, no puedes estar encantado.
Pero la locura de don Quijote resiste a estos argumentos. "Yo sé y tengo para mí que voy
encantado", dice. No hay, en efecto, manera de hacer consciente a un loco de su locura. No
hay manera de convencer a don Quijote de que la bacía de barbero no sea un yelmo mágico.
Consecuencia de su fracaso es que Sancho, otra vez para protegerse y para proteger a su
amo, comienza a desobedecerle y a intervenir en la historia. Ata las patas del caballo (I,
20), o inventa libre y ridículamente descripciones de su imposible visita a Dulcinea (I, 30-
31). Esta invención llega a su clímax en la Segunda Parte cuando Sancho explica a don
Quijote que una aldeana maloliente es Dulcinea encantada (II, 10). Si Sancho no puede
convencer a don Quijote de lo que ve, tampoco tiene don Quijote recurso cuando Sancho se
vale de piadosas mentiras.
El encantamiento de Dulcinea
Para dar buen comienzo a su nueva salida, don Quijote decide visitar el Toboso para
recibir la bendición de Dulcinea. Cuando no pueden encontrar su supuesto palacio, Sancho
se vale de una de las estratagemas de su amo para salir del paso. Inventa que una maloliente
villana de Sayago, montada en burra, es Dulcinea encantada (II, 10). Este "descubrimiento"
es motivo de gran pesar para don Quijote, y su deseo de desencantar a Dulcinea se hace
tema central de la Segunda Parte.
La cueva de Montesinos
Don Quijote decide visitar un monumento caballeresco local. Se trata de la cueva
llamada de Montesinos, en La Mancha, el origen de cuyo vínculo con el héroe francés del
romancero no se conoce. Baja con soga y cuando le sacan, está durmiendo. Al despertar, y
quejándose del abandono a una dulcísima visión, cuenta una historia de su encuentro en la
cueva con Montesinos y Durandarte. Éstos, típicos héroes caballerescos encantados, le
esperan "luengos siglos ha". Evidentemente, la fantasía de don Quijote se hace realidad en
su sueño. También figura en él Dulcinea encantada y menesterosa (II, 22-23).
Los acontecimientos y conversaciones narrados por don Quijote ocuparían muchas
más de las pocas horas que ha estado en la cueva, y la contradicción es tema de discusión.
Él mismo cree que su gustosa visita a la cueva ha durado tres días y tres noches. Pero el
lector, a quien Cide Hamete llama prudente y pide juicio (II, 24), tiene los materiales para
entender el episodio. Cervantes nos demuestra la subjetividad del tiempo y el placer del
sueño. También vemos que, igual que no se puede convencer al loco de su locura, es
igualmente dificultoso que el sujeto distinga entre sueño y vigilia.
El tema religioso
Sancho y don Quijote tienen tiempo al principio de la Segunda Parte de conversar de
muchos temas. Uno de los más importantes alcanza su máximo desarrollo en esta sección:
la religión. Don Quijote, según Sancho, habla con tanta elocuencia y sentido que podría ser
predicador (II, 22).
Don Quijote, como sin duda el mismo Cervantes, no está conforme con la vida
monástica. Los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, dijo
don Quijote, pero los soldados y caballeros ponemos en la práctica lo que ellos piden (I,
13). Aun más acerba y sutilmente, Sancho sugiere que alcanzará la inmortalidad más
rápidamente como frailecito que como valiente caballero (II, 8). Los santos que más se
comentan en Don Quijote son caballeros (II, 58). Dada la delicadeza del tema -las órdenes
monásticas eran ricas e influyentes- estas palabras son muy atrevidas.
Sancho se proclama "enemigo mortal de los judíos" y cristiano viejo; don Quijote
ninguno de los dos, y es forzoso concluir que él también era, como su autor, de la clase de
los cristianos nuevos, los descendientes de judíos.
Este momento fue poco antes de llegar al capítulo II, 30, con que una nueva y diferente
sección comienza. Se ve la costura entre las dos secciones de la Segunda Parte en el
rapidísimo traslado de La Mancha a Aragón. También es un dato la Aventura del Barco
Encantado (II, 29), la única aventura de la Segunda Parte que se basa en deformación de la
realidad visible y que algunos críticos han pensado que es un episodio ya escrito, que quedó
fuera de la Primera Parte.
Los motivos por el abandono temporal de la Segunda Parte no nos son conocidos con
seguridad. Me parecen verosímiles los siguientes. Cervantes abandonó la Segunda Parte
porque se dio cuenta de que con la Primera Parte consiguió en gran parte su fin: los libros
de caballerías, ridiculizados, se leían mucho menos, sin duda motivo de mucho contento
suyo. También parece haberla dejado porque la exploración epistemológica contenida en
ella -anticipo de la de Descartes- no lleva sino a callejones sin salida. No hay manera de
estar seguro de no ser un loco, un soñador o un borracho. Dada la existencia del
encantamiento, tampoco hay manera de saber si la apariencia del mundo ha sido alterada.
Es imposible conocer con seguridad los pensamientos o sensaciones que experimenta otra
persona. Una actitud de desesperación ante el tema se halla al final de la Aventura del
Barco Encantado.
El motivo de retomarla está más claro. Un competidor escribió otra Segunda Parte,
apropiándose de don Quijote y Sancho y alterándolos de manera que le ofendió a
Cervantes, a quien también ataca. Para proteger a sus personajes, entonces, tiene que acabar
y publicar rápidamente su propia continuación. Una de las primeras alusiones a la
posibilidad de existir otros don Quijote y Sancho está precisamente en el capítulo II, 30, en
el encuentro con la duquesa.
Sancho gobernador
La aventura más larga e importante de la visita a la casa de los duques es la entrega a
Sancho de lo que ha deseado desde el principio, una ínsula para gobernar (II, 32, 44, 45, 47,
49, 51 y 53). Comienza como una burla de Sancho, tan ignorante como para no darse
cuenta de que su isla Barataria debe estar rodeada de agua. El duque escribe a empleados
suyos en Barataria, quien le preparan una serie de vejaciones: el médico gubernamental, por
ejemplo, le cuida su alimentación con tanto esmero que Sancho no puede comer nada.
Pero Sancho muestra pronto su buen natural y frustra los intentos de los burladores.
Hace buenas leyes y toma decisiones justas, mereciendo de sus insulanos, a la conclusión,
el título del "Gran Gobernador Sancho Panza". Dios ilumina al simple que tiene buena
voluntad, tanto en el gobierno como en otras cosas.
Los insulanos fingen una invasión, durante la cual Sancho permanece en el suelo,
inmovilizado entre dos escudos, con tropas pasando encima de él. O por darse cuenta de la
burla, o por cansarse de las duras responsabilidades del gobernador concienzudo, abandona
su ínsula y vuelve al castillo de los duques y a su amo don Quijote. Ha aprendido algo de sí
mismo y de sus límites: que no nació para gobernador. Es el cénit de Sancho.
El episodio de Sancho gobernador ofrece a Cervantes y a don Quijote la oportunidad
de comunicar a los lectores sus ideas sobre gobierno y gobernadores (II, 42). Ello es bien
necesario porque, según Sancho, han llegado a ser gobernadores más de dos asnos. Es
importante que el gobernador sepa leer y escribir. Pero la buena voluntad resulta más
necesaria que la pericia, según la teoría política de Cervantes. En términos modernos, la
pericia puede comprarse, pero no la motivación de hacer el bien.
Según un comentario confuso de Cide Hamete al principio del capítulo II, 44, y el
cierre típicamente cervantino a final del capítulo II, 51, estimo probable que el episodio de
Sancho gobernador existió como novela separada antes de incorporarse a la Segunda Parte.
Avellaneda y la conclusión del libro
De nuevo en el camino, don Quijote encuentra en una venta a unos viajeros que leen
una historia de don Quijote, escrito por "un tal de Avellaneda" (II, 59). Se trata de un libro
misterioso publicado en 1614, que proclama ser la Segunda Parte de Don Quijote. Hemos
sabido recientemente que el autor ocultado tras la firma "Alonso Fernández de Avellaneda"
fue Jerónimo de Pasamonte, cuyo padrino fue Lope. (De Lope es la autoría del feo prólogo
del libro, muy ofensivo a Cervantes.) Jerónimo de Pasamonte inspiró el personaje Ginés de
Pasamonte, grandísimo bellaco y criminal liberado de su condena por don Quijote en la
Primera Parte, y reaparecido como el titiritero Maese Pedro en la Segunda. Los dos
Pasamontes escribieron autobiografías. El personaje Ginés estaba seguro de sobrepasar
al Lazarillo de Tormes (libro que menciona) con la suya.
El valor del Quijote
Nuestro aprecio de Don Quijote es diferente del de Cervantes. Los libros de caballerías
no representan ningún peligro hoy, pues viven casi exclusivamente como apostillas a Don
Quijote, como materiales para entenderlo mejor. Ningún lector moderno lee a Amadís de
Gaula antes de leer a Cervantes.
El "provecho" que Cervantes incorporó a la obra también es de un interés reducido.
Hay juicios que parecen eternos, como "la libertad es uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos" (II, 58), pero muchos otros no lo son. Su visión religiosa del
mundo y del matrimonio ya es arcaica, y hay juicios ofensivos, como "la mujer es animal
imperfecto" (I, 33).
Muchos de los principios literarios presentados en Don Quijote son también
imperecederos. Los mismos problemas continúan. Los libros, incluidas las novelas, tienen
influjo en nuestras vidas, y el autor y lector comparten la responsabilidad de la lectura
positiva. Son numerosos los reportajes populares o televisivos que engañan a los lectores o
espectadores, ofreciendo como ciertos los datos que el espectador quiere y está dispuesto a
pagar. La pornografía presenta una visión de la mujer como ser promiscuo que no
corresponde sino con la imaginación de sus muchos consumidores. Pero la forma que estos
principios toman en Don Quijote -se presentan en el contexto de discusiones de libros hoy
olvidados- sólo es accesible a los eruditos.
También el humor de la obra, tan apreciado por los primeros lectores, tiene una
importancia reducida hoy. En contraste con el mundo de Cervantes, hoy abundan las obras
de humor. Mucho del humor del Quijote ha perdido su fuerza y hasta su sentido, con el
olvido del contexto cultural. También, es forzoso confesarlo, hay humor muy primitivo
en Don Quijote, simples bufonadas.
Por consiguiente, los entusiastas de siglos posteriores encuentran en Don Quijote algo
diferente de lo que puso en él Cervantes. Incluso estos lectores, algunos de los cuales leen
la obra varias veces, toman apuntes y escriben guías para nuevos lectores, ven y aprecian
cosas que no percibió el primer público, cuya lectura fue más superficial. El libro que
merece el status de "un clásico" tiene que gustar a lectores de diferentes épocas, y será
siempre algo diferente de lo que su autor quería. Vamos a explicar algunos de los motivos
de su popularidad permanente.
La riqueza lingüística
Cervantes es uno de los autores lingüísticamente más brillantes que hayan escrito en
castellano. La variedad del lenguaje usado en Don Quijote es impresionante. Oímos el
habla no sólo de nobles, como era costumbre en los libros de caballerías y otras ficciones
primitivas, sino de campesinos, criminales, barberos y prostitutas, cada uno con su léxico.
Un vizcaíno malpara el castellano; don Quijote usa un estilo arcaizante. Cervantes,
reivindicador del castellano sobre el latín, es consciente de la historia de las palabras y de la
presunción lingüística.
Ya en el siglo dieciocho, el editor Bowle recomendó la lectura del original, cuyos matices
lingüísticos son intraducibles. El deseo de percibir al máximo glorioso la joya lingüística
que es Don Quijote ha motivado a muchos lectores extranjeros, como Freud, a aprender el
castellano. Para el que lo sepa ya, su lectura y estudio mejorarán el nivel de expresión en la
lengua. No se da cuenta, por lo general, del grado en que Don Quijote, extractos del cual
lee todo español en la escuela, ha influido en el castellano moderno. Por citar una manera,
muchas expresiones -creer a pies juntillas, andar con pies de plomo- y refranes -quien canta
sus males espanta, a quien madruga Dios le ayuda- se conocen hoy principalmente porque
los usó Cervantes. "La lengua de Cervantes se ha erigido en norma, siendo utilizada sólo
por él", ha escrito Zamora Vicente.
La paradoja del Quijote
Una paradoja es una contradicción lógica, una imposibilidad que existe o una pregunta
sin respuesta. Un ejemplo puro es la frase "miento". Si quien la dice miente, no está
mintiendo, pero si no miente, dice verdad y lo hace.
Durante el renacimiento estaban de moda las paradojas literarias, que constituían un
minigénero y una diversión. Se escribieron elogios de cosas aparentemente indignas: las
pulgas, los cuernos (símbolo de infidelidad de la esposa, tema de un elogio paradójico de
Gutierre de Cetina), las enfermedades venéreas, la nariz grande, la locura (el libro de
Mondragón ya citado) y la estupidez, elogiada por Erasmo en un libro (el mal traducido de
título Elogio de la locura) que no existió en castellano hasta mucho después de Cervantes.
También hay muchas en el cristianismo: Dios es uno y tres al mismo tiempo; Cristo, hijo
suyo, y nacido de virgen, es alfa y omega; Dios es omnisciente pero gozamos de libre
albedrío.
Cervantes, consciente de la paradoja renacentista, incluye en Don Quijote varios tipos.
Hay un capítulo descrito como "apócrifo" (II, 5), en el cual Sancho habla con una sabiduría
de que no dispone, hecho notado en el capítulo mismo. Durante el gobierno de Sancho, se
le plantea la clásica paradoja del mentiroso (II, 51). Los personajes de la novela discuten el
libro en que figuran, y se espantan ante la capacidad del narrador de incluir cosas que
dijeron a solas. El prólogo a la Primera Parte, el más original de la literatura española, tiene
como tema la escritura de un prólogo.
El libro en su totalidad, insusceptible de interpretación cabal, también es una paradoja,
y la son también sus personajes. Es fingido y verdadero a la vez. Don Quijote es el cuerdo
loco, payaso y santo, el necio Sancho un gran gobernador. Nos reímos de ellos al mismo
tiempo que les admiramos.
Los libros de caballerías, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más, según
comunica el prólogo de la obra, son al mismo tiempo deleitosos y detestables. Don
Quijote acabó con ellos, como también la continuación de "Avellaneda", pero a mayor
plazo los dio vida. Los errores de la obra contribuyen a su encanto. Cervantes no la
consideró su obra mayor, y las causas de su posición de clásico le sorprenderían mucho.
Sus personajes evolucionan a pesar suyo. Quería escribir una obra sencilla, pero nos dejó,
acaso, la más compleja escrita jamás.
Porque es paradójico, lógicamente contradictorio, Don Quijote es el colmo del
realismo. Se parece al paradójico microcosmos -el hombre- y también al cosmos. Somos
virtuosos pecadores, pacifistas y violentos, racionales pero animales. No nos entendemos.
El universo no tiene principio ni fin. Lleno de bien y de mal, carece de otro sentido que el
que le damos. Nacemos para morir.
Guía bibliográfica
La bibliografía cervantina es, naturalmente, inmensa. Hay algo en Cervantes que
molesta a los lectores y les anima a escribir sobre él y sus obras.
Aviso general
Si dispones de tiempo y ganas de conocer mejor a Cervantes, lee más de sus obras. Si
has leído Don Quijote completo, o todo lo que te interese en el momento, pasa a
las Novelas ejemplares. Arriba sugerí las que suelen gustar más al lector de hoy:
"Rinconete y Cortadillo", "La gitanilla", "El celoso extremeño" y el "Coloquio de los
perros". Como la lectura siguiente, sugiero La Numancia y los entremeses.
Desgraciadamente, vergonzosamente, no existe en el mercado una buena edición de
las Obras completas de Cervantes (y menos un texto electrónico, herramienta básica de
trabajo que existe para muchos otros autores en otras lenguas). La Aguilar, que carece de
notas, sólo es mínimamente aceptable; su única distinción es la de ofrecer un Censo de
nombres citados (autores, personajes, nombres geográficos). Mejor y más económico es
comprar ediciones sueltas de cada una de las obras.
Ediciones
Arriba comenté las ediciones de Don Quijote. Para recapitular brevemente, la mejor
edición para lectura normal, la bonaerense de Celina S. de Cortázar y Isaías Lerner, está
poco disponible en España. Más accesibles, y también recomendables son las de Riquer
(Planeta) y Ángel Basanta (Plaza y Janés).
La edición de las Novelas ejemplares que recomiendo es la de Harry Sieber (Cátedra,
1980), y tras ella la de Juan Bautista Avalle-Arce (Castalia, 1982). Aunque no dan una
visión de la colección en su conjunto, hay varias ediciones parciales, siendo acaso la más
útil la de Rodríguez Marín en "Clásicos castellanos" de Espasa-Calpe (1914).
De La Galatea, la única edición moderna es la de Juan Bautista Avalle-Arce en la serie
Clásicos castellanos (nueva edición, 1987). Del Persiles, de que se acaba de publicar una
nueva traducción al inglés, hay una edición de Avalle-Arce publicada por Castalia (1969).
Del Teatro la única edición nueva y completa es la de Florencio Sevilla Arroyo y
Antonio Rey Hazas (Barcelona: Planeta, 1987). Hay una buena edición, con meditada
introducción, de Jean Canavaggio de Los baños de Argel (Madrid: Taurus, 1983), y otra de
Robert Marrast de La Numancia (Salamanca: Anaya, 1970). Eugenio Asensio (Castalia,
1970) y Jean Canavaggio (Taurus, 1981) han editado los Entremeses.
Para el Viaje del Parnaso y Poesías sueltas hay una nueva edición de Elías Rivers en
Clásicos castellanos (1991). El fragmento de las Semanas del jardín está publicado, con un
facsímil del único manuscrito literario autógrafo de Cervantes, en mi Las "Semanas del
jardín" de Cervantes (Salamanca: Diputación de Salamanca, 1988), reseñado muy
favorablemente por Francisco López Estrada en Ínsula, diciembre de 1989, y Antonio Cruz
Casado, Angélica, 2, 1992, 239-248. Sobre otros escritos posible o probablemente suyos,
mi "Repaso crítico de las atribuciones cervantinas", en Estudios cervantinos (Barcelona:
Sirmio, 1991), pp. 83-103.
Colecciones de estudios
Se han publicado recientemente varias colecciones de estudios sobre Cervantes,
originales o reimpresos. Mencionamos aquí los que tratan de las obras de Cervantes en
general; los que tratan de una obra se citan con la obra.
La barcelonesa Anthropos está en primer lugar con tres publicaciones: el número doble
98-99 y el suplemento 17 (1989) contienen una variedad de estudios, algunos publicados
parcialmente, unas presentaciones sobre el estado de los estudios cervantinos en la
actualidad, una antología de textos críticos sobre Cervantes y una sección bibliográfica,
incluyendo una lista del contenido de los primeros ocho tomos de la revista Cervantes. El
Suplemento 16 (1989) está dedicado a las opiniones de los escritores del 27 sobre
Cervantes; se destaca su interés en el Cervantes poeta. El número 538 de Ínsula, de octubre
de 1991, se dedica totalmente a Cervantes, e igual el amplio número 2, preparado por
Monique Joly, del tomo 38 de la prestigiosa mejicana Nueva revista de filología hispánica.
También Lecciones cervantinas, coordinadas por Aurora Egido (Zaragoza: Caja de Ahorros
y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1985), y mis Estudios cervantinos, ya
citados. Los anteriores están total o casi totalmente en castellano. En inglés, Ruth El Saffar
elaboró Critical Essays on Cervantes (Boston: G.K. Hall, 1986), y Harold
Bloom Cervantes (Nueva York: Chelsea House, 1987). Principalmente en inglés: Studies
on "Don Quijote" and Other Cervantine Works, ed. Donald Bleznick (York, South
Carolina: Spanish Literature Publications Company, 1984), y On Cervantes: Essays for L.
A. Murillo, ed. James Parr (Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1991).
Téngase muy en cuenta que, más que con otro tema, estas colecciones contienen
estudios más recomendables que otros, y varios combinan trabajos nuevos con otros más
viejos y algunos de interés exclusivamente histórico. En el caso de Cervantes, más que en
el de otro autor, figuras distinguidas y famosas mantienen posiciones completamente
incompatibles, cuando no contradictorias. Es consecuencia, sin duda, de la complejidad
de Don Quijote.
Son útiles las Actas de los -cada vez más numerosos- congresos y coloquios
cervantinos. Anthropos ha publicado las Actas de los dos primeros Coloquios
internacionales de la Asociación de Cervantistas (1990, 1991), y están en prensa varias
otras. Otros coloquios y congresos son Cervantes and the Renaissance (Easton,
Pennsylvania, ahora Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1980); Studies in the Spanish
Golden Age: Cervantes and Lope de Vega (Miami: Universal, 1978), Cervantes. Su obra y
su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes (Madrid: Edi-6,
1981); Actas del coloquio cervantino, Würzburg 1983 (Münster: Aschendorfische, 1987).
El tomo 11 de la revista Crítica hispánica es monográfico sobre Cervantes, incluyendo
ponencias presentadas en el I Congreso Asiático sobre Cervantes.
Aparecen regularmente en las revistas Cervantes y Anales cervantinos, y en revistas
generales, muchísimos artículos valiosos.
Bibliografía
Un punto de partida se halla en la Suma cervantina de J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley
(Londres: Támesis, 1971), que dedica un capítulo a cada obra y varios generales, cada uno
con su bibliografía. Al día en cuanto a libros solamente (excluye artículos), pero cargado de
títulos poco útiles es la "Aproximación a la bibliografía básica cervantina" en el
Suplemento 17 de la revista Anthropos (1989), pp. 275-283. El tercer tomo de la edición de
Luis Murillo del Quijote (Castalia) se dedica a una buena y bien organizada bibliografía
sobre Don Quijote, y las otras ediciones de las obras de Cervantes suelen incluir alguna
bibliografía. Dana Drake ha publicado en libros muy diversos varias bibliografías
cervantinas: Don Quijote (1894-1970): A Selective Annotated Bibliography, tomo 1, Chapel
Hill, 1974; tomo 2, Miami, 1978; tomo 3 (Don Quijote in World Literature), Nueva York,
1980; tomo 4, en colaboración con Frederick Viña, extendido hasta 1979, Lincoln,
Nebraska, 1984. Dana B. Drake y Dominick L. Finello, An Analytical and Bibliographical
Guide to Criticism on "Don Quijote" (1790-1893) (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta,
1987), con introducción histórica. Sobre las Novelas ejemplares, Dana B.
Drake, Cervantes' "Novelas ejemplares": A Selective Annotated Bibliography, 2ª ed.
(Nueva York: Garland, 1981).
La revista Anales cervantinos publica anualmente una razonada aunque incompleta
sección bibliográfica. La otra revista cervantina, la norteamericana Cervantes, publica
reseñas agudas, aunque la mayoría en inglés. (El inglés es muy útil al estudioso de
Cervantes, pues ha sido y sigue activísimo el cervantismo angloamericano.) La sección
bibliográfica de la Revista de literatura tiene la gran ventaja de incluir las reseñas, a veces
utilísimas, de los libros. Espero que el Índice español de humanidades logre un pleno
desarrollo y circulación.
Para los datos más recientes y artículos en revistas no fichadas en España, la
bibliografía de la norteamericana Modern Language Association, y el Arts and Humanities
Citation Index y Current Contents/Arts & Humanities.
Biografía
Hace pocos años se ha publicado una buena biografía en un tomo: Cervantes, de Jean
Canavaggio (Madrid: Espasa-Calpe, 1986; reseña mía en Cervantes, 12.1, 1992, 119-124).
Para un tratamiento más extenso y documentado, no hay otra fuente que la biografía en
siete tomos de Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes
Saavedra (Madrid, 1948-58). El libro de Astrana carece de índice; se publicó en microfilme
un buen índice por Phyllis S. Emerson, Index of Astrana Marín's "Vida ejemplar y heroica
de Miguel de Cervantes Saavedra", with a Chronology of Cervantes' Life (Lexington,
Kentucky, Erasmus Press, 1978). Espero que dentro de poco este índice indispensable se
publique en España, en forma de libro.
La investigación biográfica no ha estado muy de moda en los últimos años. Estudios
parciales son Juan Bautista Avalle-Arce, "La captura de Cervantes", Boletín de la Real
Academia Española, 48, 1968, 237-280; sobre su situación económica, "¿Tenía Cervantes
una biblioteca?" en mis Estudios cervantinos, pp. 11-36; mi reconstrucción de su biblioteca
en Studia in Honorem prof. Martín de Riquer, II (Barcelona: Quaderns Crema, 1987), 271-
328; y sobre su cautiverio, mi "¿Por qué volvió Cervantes de Argel", en prensa en las Actas
del Primer Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona,
Anthropos. Martín de Riquer ha estudiado Cervantes en Barcelona (Barcelona: Sirmio,
1989). Parecen en algún sentido respuestas a este libro, Juan Antonio Cabezas, Cervantes
en Madrid. Vida y muerte (Madrid: Avapiés, 1990), y J. M. Caballero Bonald, Sevilla en
tiempo de Cervantes (Barcelona: Planeta, 1991), que no he podido ver antes de escribir
estas líneas.
Libros de caballerías
El texto más accesible e influyente, y un lógico punto de partida, es Amadís de Gaula,
y su edición más recomendable la de Juan Manuel Cacho Blecua (Madrid: Cátedra, 1987-
88). Martín de Riquer ha editado para Clásicos castellanos (1974) la traducción castellana
de Tirante el blanco que leyó Cervantes; hay varias ediciones del original catalán. Las
sergas de Esplandián está disponible en el tomo 40 de la Biblioteca de Autores Españoles;
el Espejo de príncipes y caballeros o Caballero del Febo en los tomos 193-198 de la serie
Clásicos castellanos de Editorial Espasa-Calpe. Palmerín de Inglaterra ha sido publicado
por la editorial madrileña Miraguano, 1979-81, acompañado de un estrafalario prólogo de
Luis Alberto de Cuenca. Los demás libros de caballerías mencionados por Cervantes o han
sido publicados en ediciones de corta tirada -Palmerín de Olivia, en Pisa-, o han sido
editados en tesis doctorales distribuidas en microfilme o microficha -Platir, Cirongilio de
Tracia, y obras parecidas (Primaleón, Cristalián de España, Polismán de Nápoles,
y Lidamarte de Armenia)-. Varios libros de caballerías, entre ellos Felixmarte de
Hircania, Lepolemo, el importantísimo Belianís de Grecia, y hasta las obras de Feliciano
de Silva, el autor predilecto de don Quijote, no tienen ediciones disponibles. Quedan
todavía, esperando al aventurero literario, libros de caballerías que apenas ha leído nadie y
que duermen el sueño del olvido desde el siglo XVI.
Hay una buena antología preparada por José Amezcua: Libros de caballerías
hispánicos (Madrid: Alcalá, 1973). Publiqué una bibliografía del género, The Castilian
Romances of Chivalry in the Sixteenth Century: A Bibliography (Londres: Grant and
Cutler, 1979); con la ayuda de María Carmen Marín Pina, un suplemento está muy
avanzado.
El estudio clásico sobre los libros de caballerías es el de Sir Henry Thomas, Spanish
and Portuguese Romances of Chivalry (Cambridge: University Press, 1920; disponible en
facsímil de Kraus Reprint Co., Nueva York), que inexplicablemente tardó 32 años en
traducirse al castellano (Madrid: CSIC, 1952). Espero que no pase lo mismo con mi propio
libro, Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, prologado por Martín de Riquer
(Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1982), que contiene una introducción de 88 páginas
a una colección de mis artículos sobre ellos. En cuanto a su circulación en el siglo XVI, la
reacción que provocaron, y la visión cervantina sobre éstos, los dos primeros capítulos de
mi A Study of "Don Quixote". Sobre Amadís de Gaula, Juan Bautista Avalle-Arce, "Amadís
de Gaula": el primitivo y el de Montalvo (México: Fondo de Cultura Económica, 1990);
Juan Manuel Cacho Blecua, Amadís: heroísmo mítico cortesano (Madrid: CUPSA, 1979).
Estudia un libro de la biblioteca de don Quijote, Sylvia Roubaud, "Cervantes y
el Caballero de la Cruz", Nueva revista de filología hispánica, 38, 1990, 525-566.
Influjo del Quijote
No existe una visión de conjunto. Sobre el nacimiento del cervantismo en el trabajo de
Bowle y su amigo Percy, véase la introducción y bibliografía a mi edición de sus
cartas, Cervantine Correspondence of Thomas Percy and John Bowle (Exeter: Exeter
Hispanic Texts, University of Exeter, 1987). Sobre el influjo de Don Quijote en la novela,
John J. Allen, "Don Quijote and the Origins of the Novel", en Cervantes and the
Renaissance (citado arriba), pp. 125-140. Sobre el romanticismo, todavía conserva su
utilidad la vieja monografía de J.J. Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand (París:
Librairie Félix Alcan, 1914).
The Romantic Approach to "Don Quixote" de Anthony Close (Cambridge: University
Press, 1978), ha sido uno de los libros más controvertidos de los últimos años. Es hostil a
los románticos, y señala los errores de la que ve como su (única) interpretación de Don
Quijote, que negaba el humor de la obra. Aunque imbuido de un extraño nacionalismo
crítico (de los posibles errores de los románticos ingleses habla muy poco), y nada libre de
distorsiones, como he explicado en mi A Study of "Don Quixote", se trata de un libro
apasionado, bien documentado y útil.
Eric J. Ziolkowski estudia bien una veta de influencia religiosa en The Sanctification
of Don Quixote. From Hidalgo to Priest (University Park: Pennsylvania State University
Press, 1991). E. C. Riley estudia "Freud y Cervantes", Ínsula, octubre de 1991, pp. 34-35.
Avellaneda
Hay una edición de Martín de Riquer en Clásicos castellanos (1972). El estudio clásico
es de Stephen Gilman, Cervantes y Avellaneda: estudio de una imitación (México: Colegio
de México, 1951). Sobre la respuesta de Cervantes a Avellaneda, A. A. Sicroff, "La
segunda muerte de don Quijote como respuesta de Cervantes a Avellaneda", Nueva revista
de filología hispánica, 24, 1975, 267-291; Thomas A. Lathrop, "Avellaneda y Cervantes: el
nombre de don Quijote", Journal of Hispanic Philology, 10, 1986, 203-209, y mi
"Cervantes, Lope y Avellaneda", en mis Estudios cervantinos, pp. 119-141. La
identificación de Avellaneda con Pasamonte, propuesta pasajeramente por Riquer,
desarrollada en el artículo que acabo de citar, fue tema de un libro de Riquer que resuelve el
misterio de Avellaneda: Cervantes, Passamonte y Avellaneda (Barcelona: Sirmio, 1988).
Ilustraciones verbales
1. Retrato verbal de Cervantes, del prólogo de las Novelas ejemplares. No existe
una representación gráfica auténtica.
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las
barbas de plata, aunque no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes,
la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y
ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los
unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color
viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies.
2. Carta de don Quijote a Dulcinea (capítulo I, 25).
Soberana y alta señora:
El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima
Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me
desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento,
maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que
además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera
relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo.
Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que
con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura
3. Razonamiento de Sancho (capítulo I, 47).
Ahora señores, quiéranme bien o quiéranme mal por lo que dijere, el caso de ello
es que así va encantado mi señor don Quijote como mi madre; él tiene su entero
juicio, él come y bebe y hace sus necesidades como los demás hombres, y como
las hacía ayer antes que lo enjaulasen. Siendo esto así, ¿cómo quieren hacerme a
mí entender que va encantado? Pues yo he oído decir a muchas personas que los
encantados ni comen, ni duermen, ni hablan y mi amo, si no le van a la mano,
hablará más que treinta procuradores.
4. El estilo de Cervantes, según Marcel Bataillon, Erasmo y España, 2ª ed. (México:
Fondo de Cultura Económica, 1966), pp. 780-781.
El estilo de nuestro narrador es una amalgama personalísima de elegancia florida
a la manera de Boccaccio, de irónico despego a la manera de Ariosto, de
sobriedad aguda según la mejor tradición castellana. Por este aspecto de su genio
se muestra también heredero de las lecciones del humanismo erasmizante.
Cervantes gusta del pinchazo que desinfla los discursos llenos de viento. Es éste
un gusto tan vivo en él, que se lo comunica paradójicamente a Don Quijote,
soñador y orador incorregible.