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Hoy en día, si bien la iglesia católica, el protestantismo y otros cultos libres tienen
injerencias sobre la forma de vida de las personas que escogen su visión del mundo, la
Sharía es la norma impuesta sin libertad de elección y lo que rige el sistema vitalicio del
islam en mayor o menor medida.
En nuestro caso, no es un texto de carácter religioso lo que dirige nuestras vidas, sino la
Constitución Nacional, los Derechos humanos y los códigos vigentes para mediar entre
los lazos con nuestra gente. Esto implica que el ciudadano argentino tiene ciertos
derechos, garantías y obligaciones. Nosotros tenemos un gobierno representativo
republicano y federal que nos permite:
En el caso del Islam, los países no siguen una constitución, sino lo que la Sharía dice,
que es muy distinto a una constitución. En este caso, es un código de conducta que
incluye normas de culto, normas morales, consideraciones del bien y el mal y castigos.
En pocas palabras, es un manual que debes obedecer porque si no estás fallándole a
Dios.
El Hadiz contiene los relatos y las acciones del profeta Mahoma y son el pilar de la ley
musulmana. Uno de los Hadiz, el Imama an-Nawawi, guía el accionar y el saber que
debe tener encima todo musulmán. Por ejemplo: “la sangre, los bienes y el honor de
todo musulmán están prohibidos para otro musulmán”. Contiene, en definitiva,
responsabilidades y castigos.
El lytihad contiene las interpretaciones que hicieron estos juristas sobre el Corán y los
Hadiz.
¿Qué diferencias puedes establecer entre lo que es una monarquía absoluta hereditaria y
nuestro sistema de gobierno? Piénsalo por cinco minutos y anotá algunas de esas
diferencias.
Ahora, vamos a ver, qué implica para los hombres y las mujeres musulmanas, la Sharía
y porqué somos tan diferentes.
En este texto hay dos tipos de castigo, el hadd, que son las condenas que ya están
establecidas por el texto y el tazir, que son las condenas en las cuales un juez tiene que
deliberar e interpretar este texto de la manera más conveniente. Esta interpretación se
hace por medio de juristas de distintas escuelas, algunas más liberales, y de acuerdo con
esto, el juez decide. Estas recomendaciones se llaman “fatuas”.
Dicho esto, veamos algunas penas y castigos del hadd: el robo se castiga con la pena de
amputación de una mano; establece, además, una gradación entre ciudadanos de un
primer nivel y de otros, con otros castigos menos severos o más severos, dependiendo
de la posición que se ocupa; en algunos países se acepta la esclavitud; existe la pena de
muerte. Por ejemplo, la homosexualidad, el adulterio y convertirte de religión, tienen
pena de muerte.
¿Qué pasa con la mujer y la igualdad? ¿Tendrá los mismos derechos que acá? La mujer
está obligada, al igual que el hombre, de usar la modestia (es el velo que siempre le
vemos en las películas). No puede mostrar ciertas partes del cuerpo libremente, de
hecho, puede ser castigada severamente; debe tener sí o sí, un tutor masculino (padre o
familiar más cercano y luego el marido al cual, en muchas ocasiones, no pueden escoger
porque el matrimonio es arreglado) que es el que indica si la mujer en cuestión puede o
no realizar determinadas actividades como el trabajo; en caso de adulterio, recibe la
pena de muerte por lapidación; no tiene aporte alguno en la esfera pública o no forma
parte del gobierno y su marido no necesita consentimiento para llevar a cabo el acto
sexual.
A forma de anécdota, una mujer mexicana que fue a trabajar a Qatar para la preparación
del evento, fue abusada por un musulmán y terminó siendo condenada puesto que dejó
ingresar al hombre en el ambiente en el que ella residía. Según las costumbres de Qatar,
dejar pasar a un hombre es consentimiento expreso para realizar el acto sexual, por esto
no es abuso y como fue una relación extramarital, le dieron dos vías: un castigo de 100
latigazos y 7 años de prisión, o casarse con su agresor.
Pensando en el mundial y todos los turistas que irán a verlo ¿qué pensás que puede
llegar a pasar teniendo, nosotros, una sociedad tan diversa y ellos, teniendo una
sociedad tan cerrada? Pensalo durante cinco minutos y escribí algunas posibilidades.
EL COMERCIANTE Y EL EFRIT
La primera noche, Sahrazad contó:—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, que hubo un
mercader muy rico que tenía grandes negocios en muchas ciudades. Cierto día montó a
caballo y se dirigió a una ciudad; pero el calor era tan grande que se sentó debajo de un
árbol y, metiendo la mano en la alforja, sacó un pedazo de pan y unos dátiles y se los
comió. Cuando hubo terminado de comer tiró los huesos. Pero hete aquí que, de repente,
un efrit altísimo, blandiendo en la mano una espada, se acercó al comerciante y le dijo:
«Ponte en pie para que te mate, de la misma manera que has matado a mi hijo».
Preguntó el comerciante: «¿Cómo he matado a tu hijo?» «Al terminar de comer has
tirado los huesos; éstos cayeron en el pecho de mi hijo y así, alcanzado, murió en el
acto.» El comerciante suplicó: «¡Oh, efrit! Sabe que soy creyente, que tengo mucho
dinero, hijos y esposa; además, en mi casa tengo los depósitos que me han confiado.
Concédeme un plazo para que pueda ir a casa y devolver a cada uno lo suyo. En cuanto
lo haya hecho, volveré a buscarte. Te prometo que regresaré y que podrás hacer
conmigo lo que te plazca. Dios es testigo de lo que digo».
El genio lo creyó y lo dejó marchar. Regresó a su país, arregló todos sus asuntos, dio a
cada cual lo que le correspondía e informó a su esposa y a sus hijos de lo que había
ocurrido. Rompieron a llorar, y lo mismo hicieron todos sus familiares y sus respectivas
mujeres e hijos. Hizo testamento y se quedó con ellos hasta el fin del año. Después se
dispuso a partir, colocó el sudario debajo del brazo, se despidió de su familia, de sus
vecinos y de sus parientes, y emprendió el camino lleno de pesar, mientras los suyos se
lamentaban y proferían los alaridos con los que se acompaña a los muertos.
El mercader prosiguió su camino hasta llegar a aquel jardín el primer día del año.
Mientras estaba sentado, llorando por lo que le había sucedido, se le acercó un anciano,
muy viejo, que llevaba una gacela encadenada. Saludó al comerciante, le deseó larga
vida y le preguntó: «¿Qué causa te hace estar sentado tan solo en este lugar, que es
guarida de genios?» El mercader le contó todo lo que le había ocurrido con el efrit, y la
causa de haberse sentado en aquel sitio. El jeque, o sea, el dueño de la gacela, se quedó
admirado y exclamó: «¡Por Dios, hermano mío! Tu fe religiosa es una gran fe. Tu relato
es un relato portentoso que, si se escribiese con agujas en los lagrimales, sería una
magnífica enseñanza para quien quisiera reflexionar». Sentándose luego a su lado,
añadió: «¡Por Dios, hermano! No me apartaré de ti hasta ver lo que te ocurre con ese
efrit». Tomó sitio a su lado y empezó a hablar con el comerciante, quien, para huir del
miedo, del pánico, de una gran pena y de terribles pensamientos, se desmayó; pero el
dueño de la gacela no lo abandonó. Un segundo jeque, acompañado por dos lebreles de
color negro, pasó por allí y les preguntó, después de saludarlos, cuál era el motivo de
que estuvieran sentados en
aquel lugar, que era una guarida de genios. Le contaron la causa desde el principio hasta
el fin. Apenas se había sentado cuando apareció un tercer jeque llevando una mula color
estornino.
Los saludó, les preguntó por la causa que les hacía estar sentados en aquel lugar y le
refirieron el asunto desde el principio hasta el fin.
Mientras sucedía esto, se levantó de repente una polvareda y una tromba enorme que
empezó a avanzar desde el centro de aquella planicie. La polvareda, al irse aclarando,
dejó ver al efrit, que blandía en su mano una espada desenvainada, mientras que sus
ojos despedían chispas.