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Yamir Yañez Ayala hallò la talla de su zapato.

Ya las campanas no se oìan en el llano.LLegaba una brisa tibia desde las


vertientes amarillo verdosas del Yabebirì que arrastraban el llamado
milenario. Yamir Yañez Ayala, el ràpido del cuchillo, como solìan llamarle,
rumiaba sus deseos de venganza, los que habìa pospuesto por todos los dìas
que durò su restablecimiento. La parca habìa llamado a su puerta aquella
tarde de lluvia. El la citò en el camino y escapò de ella por un atajo. La pobre
, enfurecida por la burla de Yañez se marchò maldicièndole y aullando entre
llantos,furibundos gritos y lùgubres estertores . A Yañez el proyectil que le
interesò la bòveda craneana sin hacer mella en su cebrebro le hacìa
presuponer todos y cada uno de sus dìas que era un elegido, ya de las
deidades celestes, ya de los mismìsimos hados del infierno y que nada le
causarìa daño. Sentìa que simple y llanamente era un inmortal. Cuando ya
repuesto saliò de alta del nosocomio de la Sagrada Concepciòn de Santa
Yamila Yapur Yupanqui de Yatasto, se detuvo antes de trasponer la entrada
del portòn de rejas y desde allì oliò el aire y alargò la vista como un lobo
hacia la llanura listo a dar caza a su presa. Hizo sonar levemente el llamador
de àngeles satànicos que llevaba en su mochila y emprendiò el camino calle
abajo. A orillas del rio la mujer huesuda de capa negra esperaba.Yamir Yañez
Ayala sabìa ya exactamente què le esperaba al llegar. Sintiò que un llanto
amargo pugnaba por escapar de su garganta pero lo callò silbando. Esta vez
se sabìa perdido. Habìa logrado escabullirse de todo aquello varias veces,
pero la mujer era tenaz y allanaba todos los caminos. Esta historia llevaba ya
cincuenta años pero lisa y llanamente el estaba cansado. Al fin de cuentas
ellos, ella y èl, eran tal para cual. Eran viejos amigos que alguna vez se
hallaron y pactaron en algùn lluvioso dìa del mes llamado Agosto, que es el
preciso mes de las lluvias. Y asi fueron hacièndose màs que allegados. Vivìan
coqueteàndose. Cada uno era del otro la talla de su zapato. Al llegar cerca de
ella a orillas del rio, sonriò lleno de tristeza. Porque por fin esta noche, allà en
el riacho de aguas verdoso amarillentas, Yamir Yañez Ayala, el ràpido del
chuchillo, como solìan llamarle, cumpliria su vieja palabra fallida tantas veces
cuando la mujer lo requiriera en cuerpo y alma. No habìa escape, esta noche
bajo la lluvia, le harìa el amor por primera, ùnica y ùltima vez a la Señora que
desde tanto tiempo lo llama del mismìsimo rellano de las tinieblas.

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