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Heimat y Memoria en Herta Müller
Heimat y Memoria en Herta Müller
Este trabajo consiste en analizar la ruptura del silencio en la literatura de exilio de la escritora
Herta Müller, en la antología de cuentos En tierras bajas (1982) a través del relato “Peras
podridas”; a partir del cual me centraré en los conceptos de Heimat y memoria.
Índice
3. Conclusiones
4. Bibliografía
1. Introducción, metodología e hipótesis
Herta Müller, premio Nobel en literatura en 2009 y autora de novelas, ensayos,
poemas y antologías de relatos breves, es una escritora rumana que da voz a los
desposeídos de esta, durante el gobierno dictatorial de Nicolae Ceauescu (1967-1989)
en Nitzkydorf-Banat, localidad germano parlante perteneciente a la región rumana de
Timisoara. Marcada Müller en su infancia y pre-adolescencia, así como los habitantes
de esta región, por esta época caracterizada por el miedo, la represión y la ausencia total
de libertades que impuso un silenciamiento e incapacidad de rebelarse contra las
atrocidades cometidas por el Régimen, escribe En tierras bajas (1982), tras exiliarse a
Alemania. Esta antología de relatos breves refleja, a través de la mirada infantil de sus
protagonistas, a los cuales se les ha arrebatado su infancia y se les ha educado desde el
miedo, el silencio y la violencia por temor a ser represaliados, cómo vivió el transcurso
de esta época, abordando temas como Heimat, el trauma, la memoria, lo prohibido, la
soledad, el dolor y la violencia implícita, entre otros, en la atmósfera asfixiante que
representa como testimonio del horror que se vivió en la dictadura, desde la óptica de la
subalternidad, periferia y desterritorialización.
Como en el resto de relatos que conforman la antología, se nos presenta un mundo rural,
tradicional y una familia desestructurada, donde la identidad individual se encuentra
diluida en la institución familiar. Esto se trata de una metáfora de cómo el individuo se
difumina y desaparece en esa identidad colectiva; así como la memoria individual y
cultural minoritaria de esa localidad rumana, se encuentra fagocitada por la memoria
cultural que conforma la versión oficial de la Alemania nazi, cuyos artefactos,
vertebrados por la violencia, imponen el olvido y el silenciamiento desde el miedo,
consagrándose como historia: “El campanario da vueltas. Los nombres de los héroes
son largos y borrosos. Käthe lee esos nombres de abajo arriba. El tercero desde abajo es
mi abuelo, dice” (Müller, 2009: 119).
En esta cita es interesante señalar la descripción de ese entorno rural en el cual todo
aparece descrito con aparente naturalidad y tranquilidad pero con la doble
intencionalidad y significado que la escritora atribuye a todos los elementos que se
relacionan entre sí en su obra. En este sentido, contrasta la naturaleza como algo puro
desde la cual aborda la cuestión de la memoria, atravesándola con la ironía,
denunciando sutilmente los héroes de guerra que se consagran como tales, pero desde el
sinsentido e indiferencia que le supone a nuestro narrador, desde su mirada infantil.
También apunta sutilmente la herencia transgeneracional de todos esos valores que se
sustraen y transmiten desde el abuelo, reconocido como héroe militar del Régimen que
condicionan la personalidad de los personajes. Aparte, a través de esta mirada infantil
introduce los desvíos, como forma de quitarle relevancia pero también como medio para
introducir la evasión en la que se protegían de la realidad tan cruda que estaban
viviendo: “Los campos están boca abajo. Arriba, entre las nubes, los campos están
cabeza abajo. Las raíces de los girasoles encordelan las nubes. Las manos de papá van
girando el volante” (Müller, 2009: 119).
También es interesante cómo describe las circunstancias en las que viven las personas
de los pueblos vecinos, de gran pobreza y hambre, desde la indiferencia e indolencia por
haber normalizado esa situación:
Al borde de la carretera van pasando las casas. Casas que no son pueblos, porque
yo no vivo aquí. Por las calles deambulan con aire extraño unos hombrecillos de
perneras borrosas. […] Veo niños solitarios de piernas flacas y desnudas, sin
calzoncillos, de pie bajo muchos árboles grandes. Tienen manzanas en las
manos. No comen. Hacen señas y llaman con la boca vacía. Käthe les hace una
breve seña y desvía la mirada. Yo les hago señas un buen rato. Miro largo
tiempo sus piernas flacas hasta que se difuminan y ya sólo veo árboles grandes.
(Müller, 2009: 120).
Por otro lado, cabe destacar que en este cuento destaca la metáfora central que da
nombre al relato: las peras podridas. Estas remiten a lo oculto, y más allá de lo oculto a
lo prohibido, con una connotación muy sexual. Así, el sentido de la narración gira en
torno a las actividades, relaciones y pensamientos, considerados ilícitos, que tienen los
personajes y que solo nuestro narrador percibe y descubre. Es significativo que solo el
personaje de la prima, Käthe, disponga de nombre propio con respecto a los demás, que
solo se identifican a partir de los roles que cumplen en la familia: el padre, la tía, el hijo
y la madre. Pero todos se encuentran silenciados y bajo el yugo de la autoridad que
representa su padre y de la presión ejercida por su prima Käthe, como identidad
colectiva. El chico es el “único” conocedor de las relaciones sexuales que mantienen su
padre y su tía; así como de los pensamientos “impuros” que su prima Käthe tiene,
relacionados también con la “suciedad” e “impureza” de la menstruación porque
significa que se está convirtiendo en una mujer con deseo y necesidad sexual. De esta
forma, las peras podridas, motivo natural y puro pasan a simbolizar lo prohibido,
degradante, lo mal visto por esa identidad colectiva que encarna Käthe, puesto que
aparte de que es la única que tiene nombre propio, es la que establece los parámetros
culturales del conjunto social:
[…] Yo miro el agua y le pregunto: ¿eres ya una mujer? Käthe tira guijarros al
agua y dice: solo la que tiene un marido es una mujer. ¿Y tu madre?, le pregunto
partiendo una hoja de abedul con los dientes. […] Käthe arroja al agua el
corazón amarillo de la margarita: pero mi madre tiene hijos, dice. La que no
tiene marido, tampoco tiene hijos. […] Las mujeres tienen que casarse para dejar
de beber. ¿Y los hombres?, le pregunto. Beben porque son hombres. Son
hombres aunque no tengan mujer. ¿Y tu novio?, le pregunto. También bebe,
porque todos beben, dice Käthe. ¿Y tú?, le pregunto. Käthe pone los ojos en
banco. Yo me casaré, dice. Lanzo una piedra al agua y digo: pues yo no bebo ni
pienso casarme. Käthe se ríe: aún no, pero más tarde sí, todavía eres muy
pequeño. ¿Y si no quiero?, digo. Käthe se pone a coger fresas salvajes. Ya
querrás cuando seas grande, dice. (Müller, 2009:125-126).
En esta cita también puede observarse la presión que ejerce la identidad colectiva con
respecto a la individual, la cual queda diluida en esa masificación ideológica, cultural y
política, de la cual el protagonista quiere escapar decidiendo por sí mismo pero a la vez
se le premoniza que acabará siendo arrastrado por la sociedad. Así, puede observarse
cómo el narrador, metáfora de esa identidad individual, es anónimo y se limita a cumplir
su rol como hijo, en particular, y como individuo dentro de esa masa social. Además
encierra dentro de sí la capacidad crítica y reflexiva de lo que hay a su alrededor,
reflejando que es la única manera de llegar a asomarse y vivir la verdadera realidad, en
contraposición de Käthe que encarna ese proceso de ocultamiento y de mirar hacia otro
lado, porque dentro del conjunto social se elige una realidad y una verdad:
El arroyo balbucea entre mis ojos: he hecho cosas deshonestas, he visto cosas
deshonestas, he oído cosas deshonestas. Hundo las manos bajo la manta. Con los
dedos dibujo serpentines en mis muslos. Sobre mi rodilla está nuestro pueblo. La
barriga le tiembla a Käthe en sueños. (Müller, 2009:124).
Aquí se nos muestra cómo se personifica al arroyo con la capacidad de decir lo que
nuestro narrador desea confesar. La culpabilidad y el miedo son tales que su traslado y
evasión a lo natural o a lo inanimado es la única manera de sobrevivir y sobrevivirse.
Tanto la madre del niño como la tía, son frías y establecen una clara distancia
con respecto a sus hijos, sobre todo a nivel comunicativo. Käthe es una niña que está al
corriente de todo pero haciendo la vista gorda con respecto a lo que verdaderamente está
sucediendo, simbolización de una sociedad enajenadora e indiferente a las atrocidades y
consecuencias de la dictadura al estar marcada por el miedo y su normalización.
Las metáforas más recurrentes que se emplean a la hora de abordar Heimat y memoria
son, con respecto a Heimat , los espacios; por un lado, la llanura con respecto a la
montaña, y las casas, abordadas individualmente con respecto a los pueblos, reinciden
en esa masificación y disolución de lo individual en lo colectivo, que también puede
leerse como pobreza frente a prosperidad; y por otro lado, con respecto a la memoria,
las placas conmemorativas de los héroes de guerra, largos y borrosos, cuyo hincapié
muestra a todas las víctimas fallecidas y fagocitadas por el olvido en manos de los
militares. Estas son las cosas que se abordan de forma más explícita puesto que este
relato en lo que se centra es en la metáfora de las peras podridas y lo sexual, utilizando
lo natural como forma de aludir a lo impuro y degradante que se retroalimenta de lo
prohibido y lo oculto. Así, el vínculo entre Heimat y memoria podría decirse que es la
desconexión por un lado de todo lo que el narrador no considera su “casa” como
sinónimo de hogar y de pertenencia, así como de todo lo que se elige que no pertenece a
la memoria del grupo social desde ese poder hegemónico que representa el Régimen. De
esta forma, Müller pretende salvar esa distancia y separación generando en el rescate de
su memoria individual así como la colectiva minoritaria de su pueblo de origen, su
propio Heimat. Esto hace que la literatura de Müller sea en sí un artefacto de la
memoria periférica, que impulsa el rescate, restitución y reparación de esta, mediante
sus relatos. A partir de recursos como el desvío, representación de la evasión del dolor y
las atrocidades de la guerra, denuncia y pone en evidencia cómo se vivían esas
circunstancias y cómo la institución familiar constituía un instrumento más del
Régimen, donde una vez más, el individuo y la memoria individual solo servían a la
versión oficial de una memoria colectiva impuesta a través del miedo, la violencia y el
olvido, que esta escritora consigue enfrentar y desocultar.
4. Bibliografía
Acosta Gómez, L. A. (2011). Los exilios de Herta Müller. En Revista de
Filología Románica, Anejo VII, 425-441.
Müller, H. (2009). En tierras bajas. Trad. Juan José del Solar. Madrid, Siruela.