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La Pequeña Estrellita

Parte I

Había una vez en el cielo una estrella muy pequeñita, que brillaba como sus miles de
hermanas, iluminando el firmamento. La estrellita miraba siempre hacia la tierra, y tenía
en su corazón ansias de poder visitar a los hombres que en ella habitan. “¡Si tan sólo
pudiera viajar hacia la tierra”, pensaba la estrellita, “seguro que tendría muchas aventu-
ras y que podría ayudar a muchos hombres y mujeres!”.

Una noche, cuando la estrellita brillaba con intensa alegría, decidió acercarse a la Madre
Luna, y preguntarle si la dejaría visitar alguna vez la tierra. La hermosa Madre Luna, en
su plateado esplendor, consideró por un momento el deseo de la estrellita. Finalmente
le dijo: “Puedo concederte tu deseo, pero tendrás que saber que cada vez que entregues
algo de tu luz, te irás apagando, así que debes cuidar de no ir entregando tu luz a cual-
quiera”. La Madre Luna además le advirtió que el viaje duraría tanto como ella cuidara
su luz, y que al estar apagada totalmente, la estrellita no podría volver al cielo, sino que
quedaría vagando en la tierra, en oscuridad.

La estrellita pensó para sí: “Cuidaré mucho de mi luz, y sólo la entregaré cuando sea
gravemente necesario. Así podré estar mucho tiempo en la tierra.”

La Madre Luna le dijo entonces que le harían un tobogán celestial, para que ella se
deslizara hacia la tierra y comenzara su viaje. La estrellita brilló más luminosa con la
felicidad anticipada, y emprendió su bajada con carcajadas de alegría.

Todo se hizo en un momento muy oscuro, y de pronto la estrellita sintió que topaba algo
con sus puntitas. Era duro, y al mirar hacia arriba, vio todas sus hermanas muy lejos,
como pequeños puntitos en un manto azul. Había llegado a su anhelada tierra.

La estrellita miró para todos lados. Se encontraba en un camino largo, rodeado de árbo-
les y suave silbar del viento. Como era de noche, no se veía a nadie por ningún lado, y
la estrellita decidió quedarse en un pastito suave para esperar la mañana siguiente.
Al poco rato, la estrellita sintió un ruido, un ruido fuerte que se acercaba cada vez más,
hasta que al fin se detuvo. Al salir a mirar qué era, la estrellita vio un tractor, y bajando
de él, un hombre. El hombre estaba hablando algo, y al acercarse, la estrellita pudo es-
cuchar justo cuando decía: “¡Ay mi Dios, se me han apagado las luces del tractor! Es
muy peligroso volver en oscuridad, pero debo hacerlo porque me espera mi familia. Ten-
dré que intentarlo, tengo miedo de que me pueda ocurrir algún accidente, o de atropellar
a algún animalillo que atraviese el camino.”

La estrellita se estremeció entera de sólo pensar lo que esperaba a ese pobre hombre. De
un salto, se subió al tractor por la parte de afuera, y sin darle más vueltas, le entregó un
poco de su luz a las luces delanteras. El hombre estaba sorprendido y agradecido de su
suerte, y juntos, estrellita y hombre, emprendieron el camino a su hogar.

La estrellita se dio cuenta de que una de sus puntas había dejado de brillar, pero pensó
para sí que había sido necesario entregar algo de su luz, y se llenó de alegría al pensar
cómo su luz había podido ayudar al hombre a reunirse sano y salvo esta noche con su
familia.
Parte II

Raqueteando se fue el tractor, guiado por la luz de la estrellita, hasta llegar a una pe-
queña cabaña de madera, desde la cual se escuchaba el llanto de un niño pequeño. Hom-
bre y estrellita descendieron del tractor y se acercaron a la cabaña. La estrellita se fue a
mirar por la ventana, para permanecer oculta, y así poder ver el interior.

Así vio que dentro de la cabaña había una familia, una madre y tres hijos, de los cuales
el pequeño estaba llorando. Estaban muy abrigados, y sobre la mesa vacía había una
vela sin fuego, y en la pared, una chimenea apagada. El padre entró y abrazó a sus hijos,
y la madre le dijo:

“El pequeño está enfermo. No he podido prender la chimenea porque se nos ha acabado
el fuego, y ni siquiera hay fósforos para prender la vela, y dar algo de luz. Tampoco he
podido cocinar, porque no hay fuego en la hoguera. ¡Ya no sé qué vamos a hacer!”.

El padre bajó la cabeza muy apenado, mientras la estrellita observaba este panorama tan
tenebroso. El llanto del niño más pequeño le llegaba al corazón a la estrellita, y pensó
para sí que cualquiera haría lo posible por apaciguar tal pena.

Con mucho cuidado, la estrellita entró por la ventana, y se acercó sigilosa a la chimenea.
Sabía que esto le costaría algo de su luz, pero no podía quedarse tranquila sin ayudar a
esta pobre familia. Frotó sus puntitas hasta que salió una chispa que encendió una pe-
queña varilla de madera. Esta logró encender un tronco un poco más grande, y así, de a
poco, un fuego cálido y amigable apareció en la chimenea.

“¡Mira, mamá! ¡La chimenea se ha encendido sola!”, exclamó el hermano mayor. La


familia entera se acercó a ver semejante milagro, y el niño pequeño, entre sus lágrimas,
logró ver a la estrellita danzando entre las llamas, aunque no dijo nada, pensando que
nadie le creería.

Su llanto cesó, y la madre tomó fuego con la velita de la mesa para encender la hoguera,
y así pudo cocinar una rica sopa con la cual los estómagos de toda la familia quedaron
calientitos y contentos.
La estrellita se dio cuenta que otra de sus puntas había dejado de brillar, pero al ver la
sonrisa del hermano pequeño, supo que su sacrificio había valido la pena.

La estrellita dejó a la familia mientras reían y tomaban chocolate caliente, y decidió


seguir su camino por la tierra, campo abierto.
Parte III

La estrellita había llegado al fin a un pequeño pueblecito. Entre las montañas, atravesado
por un riachuelo, varias casas y cabañitas se alzaban alrededor de una pequeña iglesia
de piedra. La estrellita se maravillaba al ver cómo los hombres y las mujeres vivían su
día a día, algunos en la granja con sus animalitos, y algunos en el campo sembrando y
cosechando.

La estrellita iba de un lado a otro mirando los quehaceres del panadero, del zapatero,
del costurero, de la albañil, ¡hasta le parecía interesante aquella mujer que encuadernaba
libros antiguos!

La estrellita estuvo en el pueblecito hasta que cayó la noche, y entonces observó que
acontecía algo muy especial: hombres, mujeres, niños y niñas, se reunían en la iglesia
con manojos de paja en forma de muñecos. ¡Era la noche de San Juan! La estrellita
decidió seguir a la multitud, que comenzó a caminar en procesión desde la iglesia hasta
un lugar en el campo cercano, donde habían despejado un gran lugar al centro para hacer
una hoguera.

Todos los habitantes del pueblo se reunieron entonces a escuchar la historia de los gran-
jeros en la noche de San Juan, y a la estrellita le encantó ver el brillo en los ojos de todos
mientras escuchaban en silencio.

De pronto, en el cielo se reunieron nubes oscuras, presagiando lo que no podía aconte-


cer. ¡Lluvia! De a poco comenzaron a caer goterones, y los hombres y las mujeres trata-
ron de salvar la leña, porque iba a quedar toda mojada y no podrían encender su ho-
guera.

Pero así como vino, la lluvia se fue, siguió su rumbo por el cielo, y los dejó a todos
mojados y pensando cómo lo harían para tener su fogata de San Juan. La estrellita miró
todos los intentos: el carnicero intentó prender la hoguera y logró que tan sólo saliera
humo negro. La encuadernadora aportó algunas páginas rotas de libros antiguos, pero
prendieron sólo un débil fuego y volvieron a apagarse.
Los niños y niñas estaban tristes porque amaban la noche de San Juan, y no querían
volver a sus casas a acostarse aún. Además, habían hecho sus muñequitos de paja, su-
surrándoles en el oído todo aquello que querían mejorar, y querían que sus deseos se
cumplieran.

La estrellita se armó de valor y pensó: “Sólo necesitan un poco de mi luz para esta noche.
Se las entregaré, y seguiré mi camino, porque es necesario que en la noche de San Juan
se haga una fogata.”

La estrellita se acercó a la madera húmeda, y la frotó con ahínco, y de pronto comenzó


a aparecer un fueguito débil, que fue tomando fuerza hasta que, ante la sorpresa de to-
dos, se levantó una fogata tal como se la imaginaban los niños en sus mejores sueños.

Entonces la estrellita, que estaba en el centro de la fogata, vio como todos formaban una
ronda y cantaban canciones, e iban arrojando sus muñecos de paja al fuego, para que
todo aquello que quisieran mejorar se cumpliera.

Los cantos, las risas, y el zapatear de todos, llenaron de alegría y gratitud a la estrellita,
que se dio cuenta que otra de sus puntitas se había ahora apagado. “Esto lo hice para ti,
San Juan”, pensó muy contenta. Y se quedó hasta que la fogata se hubiera extinguido,
y todos los habitantes del pueblo volvieron felices a sus casas.

“Me pregunto qué me deparará mi próxima aventura”, pensó la estrellita. Y siguió su


camino.
Parte IV

La estrellita había llegado a una hermosa pradera. Muchas mariposas sobrevolaban la


pradera, y se posaban, coquetas, de flor en flor. Las flores irradiaban sus aromas varia-
dos, y las abejitas iban y venían buscando polen. Muchos pastitos y hierbas crecían feli-
ces entre las flores, y se podían ver toda clase de animalitos:

Las chinitas con sus lunares, las trabajadoras hormigas, los saltamontes dando saltos y
volteretas, y algún topo que asomaba su nariz. La estrellita pasó el día en la pradera,
admirada de tanta belleza. “Este también es un jardín”, pensó, “así como en el cielo
tenemos un jardín de estrellas.”

Trató de imaginarse qué cosas vería cuando llegara la noche, y mientras fue de un lado
a otro visitando a las flores y disfrutando sus colores.

Cuando llegó la noche, la estrellita se dio cuenta de algo que no le gustó: todo estaba
oscuro. Ya no se veían los colores de las flores, los bichitos se habían ido a dormir, y los
pastitos y las hierbas casi habían desaparecido en la oscuridad.

“¡Ojalá pudiera brillar algo que diera a la pradera tanto esplendor de noche como lo
tiene de día!”, deseó la estrellita. Entonces, vio un bichito con alas que volaba sin rumbo
entre las flores, tan oscuro como la noche misma.

“Querido bichito”, le dijo la estrellita, “soy Estrellita, y vengo de visita desde el cielo.
¿Cómo te llamas tú?”. El bichito se quedó tan sorprendido que por un momento hasta
se olvidó de volar.

“Me llamo Ciérnaga, soy un bichito de la noche”, dijo titubeante, y se acercó mucho a
la estrella, porque le gustaba mucho su luz. “¿Qué te pasó en tus puntitas oscuras?” Pre-
guntó Ciérnaga.

La estrellita le contó todo lo que había hecho en su visita a la tierra, y cómo había ido
perdiendo su luz al ayudar a los hombres y las mujeres. El bichito escuchaba maravi-
llado, y mientras escuchaba, llegaron sus hermanos y hermanas y rodearon a la estrellita.
Finalmente, uno de ellos le dijo a la estrellita: “Tu luz es una bendición para todos, y
haz hecho muy bien al entregarla. No debes apenarte, ya que tu sacrificio ha sido de
gran valía.”

La estrellita se sintió muy querida por estos bichitos, y les preguntó cuál era su tarea en
la tierra.

“Aún no lo sabemos”, dijeron ellos. “Estamos a la espera de que alguien nos diga nuestra
misión. De día estamos durmiendo, y en las noches salimos a bosques y praderas, pero
aún no sabemos por qué.”

La estrellita percibió que los bichitos estaban apenados por no saber cuál era su tarea en
la tierra, y decidió entonces, con un palpitar de su corazón luminoso, que los iba a ayu-
dar.

“Os entregaré algo para hagáis de la noche un lugar tan hermoso como el día. Os entre-
garé un poco de mi Luz, para que vayáis por todos los bosques y praderas, e iluminéis
el brillo de los colores tal como las estrellas iluminan el cielo nocturno.”

Los bichitos estaban dichosos y agradecidos, y la estrellita los hizo pasar uno a uno junto
a su corazoncito y les entregó un poco de su luz.

“Desde ahora en adelante, os llamaréis “Luciérnagas”, y entregar luz en la oscuridad


será vuestra misión.” Les dijo la estrellita.

Las luciérnagas se miraron hermosas, y se fueron en seguida volando por la pradera y


más allá, puntitos de luz en la oscuridad.

La estrellita vio otra de sus puntitas volverse oscura, pero esta vez ya no se apenó. Había
entregado su luz a quienes la llevarían a todas partes de la tierra.
Parte V (última parte)

La estrellita se encontró pensando en todo lo que había hecho. Le quedaba tan sólo una
puntita con luz, las demás estaba apagadas. Con su última puntita luminosa se fue a la
cima de un monte, y allí encontró una pequeña capilla.

Cuando entró a la capilla, todo estaba oscuro. El techo era alto y majestuoso, las venta-
nas tenían pequeños vidrios de colores, donde entraba la luz de la luna y se reflejaban
en las paredes de piedra.

La estrellita escuchó un sonido, un pequeño lamento, quejumbroso y antiguo. Cuando


se acercó al altar vio a un mendigo, que yacía de rodillas, llorando.

“Tú que todo lo puedes, sálvame de mi infelicidad”, rezaba el mendigo. En lo alto se


alzaba una cruz de madera, donde estuviera el Cristo.

La estrellita supo que el mendigo venía a pasar la noche allí, ya que no tenía dónde ir,
pero todas las velas del altar estaban apagadas, y entraban el frío y la oscuridad.

La estrellita se acercó al candelabro del altar, y fue prendiendo las velitas una a una, con
la luz que le quedaba. El mendigo miró agradecido al altar, pero aún había en su rostro
mucho dolor. La estrellita, con todas sus puntitas apagadas, supo de pronto qué debía
hacer.

Le entregaré la luz de mi corazón, a su corazón, para que siempre encuentre en él alegría.

Y de un salto, la estrellita se arrimó al corazón del hombre y le entregó su luz.

Entonces todo se volvió oscuro, y la estrellita sintió que subía y subía, sin poder ver.
Cuando se detuvo abrió sus ojitos, y vio que estaba de vuelta en el cielo, pero estaba toda
oscura. Junto a ella estaba la Madre Luna, sonriente.

“Estrellita, alcanzaste a estar en la tierra tan sólo cinco noches. En cada una de ellas
entregaste algo de ti. Pero lo más importante lo entregaste en tu última noche. Le diste
la luz de tu corazón a un mendigo que no tenía luz. Hiciste la tarea de Cristo.” La estre-
llita se sintió contenta y tranquila. “Te has quedado sin luz, pero has hecho por los
hombres más que todas las estrellas. Te concederé algo de mi propia luz, para que puedas
brillar para siempre en el cielo, y así seas testigo de las bendiciones que sembraste entre
los hombres.”, le dijo la Madre Luna.

La estrellita, sorprendida, sintió el toque del brillo de la luna, y vio cómo su cuerpecito
se iluminaba entero nuevamente, hasta quedar más brillante que antes. La estrellita dio
un brinco de alegría.

“Anda e ilumina cada noche desde el firmamento, sabiendo que tu labor cumplida está”,
le dijo la Madre Luna.

La estrellita vio desde arriba a la familia a quién había ayudado, crecer juntos y ser muy
felices, y nunca faltarles nada. Vio al pueblito con toda su gente pasar muchas noches
de San Juan, y nunca faltarles fuego. Vio a las luciérnagas repartir su luz por toda la
tierra, y la noche ser tan bella como el día. Y, más importante que todo, vio a un hombre
que tenía tanto dolor, encontrar la alegría.

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