Está en la página 1de 7

El Lado Oscuro

de la Luna

Ismael Coello

1
Ascendente

Siento que me elevo; mis hombros se ven impulsados por


algo que desconozco, mientras todo mi cuerpo cae por el
peso de la gravedad que intenta aferrarme a lo que sea que
tenga debajo de mis pies. Mis ojos no pueden ver nada, lo
cual me hace dudar entre si estos están realmente abiertos
o simplemente siguen cerrados. No siento ni frio ni calor,
no hay viento que pegue a mi cuerpo y no hay una imagen
que tenga en mente ahora mismo; pero, algo extraño me
sucede, a parte de lo ya evidente… siento ttristez. «¿Por
qué siento tristeza?» me repito, mientras intento formular
algunas palabras con mi boca, pero esta solo logra evocar
murmullos. Trato de mover mi cabeza hacia arriba, hacia
donde mis hombros apuntan, pero no consigo ver nada, ni
siquiera lo que me está cargando; pero cuando mi cabeza
se ve vencida por el esfuerzo y, obligada, baja de nuevo,
mis ojos por fin distinguen algo entre el negro puro: una
masa de color azul que se guipaba demasiado lejos, pero
me invitaba a ir hacia ella. Con esfuerzos incesantes, trato
de soltarme y acudir a su llamado, pero fuera lo que fuera
aquello que me sustenta en el aire no me suelta, aunque
gracias a los esfuerzos, logro reducir la velocidad con la
que me abducen. De repente, varias imágenes vienen a mi

2
mente y cierro los ojos para tratar de atisbarlas de manera
más completa, pero aquellas escandilantes imágenes ya se
han ido, y cuando los abro, aquella masa azul se hace más
grande, pero su mitad se ve menguada por un color negro
intenso. No sé qué hacer, ya que ni si quiera sé el motivo
por el cuál estoy aquí. Me siento completamente
entumecido, sin capacidad de reacción, pero poco a poco
voy recobrando las fuerzas y perdiendo ese sentimiento de
cansancio o pesadez profunda que hace un momento me
provocaba náuseas.

Pasa el tiempo y todas mis acciones se repiten en un bucle


que parece interminable, hasta que mi mente me vuelve a
poner esas mismas imágenes en forma flash deslumbrante
y cierro los ojos para poder capturarlas; en ellas veo como
estoy sentado en las orillas de una vereda, en una calle con
un asfaltado descuidado que se inclina hacia abajo
dejando una vista panorámica de los pies de la cuesta, en
donde se encuentran varias casas con techos coloreados
por un atardecer púrpura y un silencio relajante que
únicamente deja protagonismo al sonido del golpe de las
hojas en los árboles de las casas vecinas con el viento
cálido cubriendo el ambiente de la tarde. Siento como la
brisa me pega en la cara, e inhalo el aroma de aire tropical,
cuando de la nada, escucho como exclaman mi nombre
reiteradamente con un tono relajado y cariñoso; el sonido
viene detrás de mis espaldas, en la casa propietaria de la
vereda en la cuál estoy sentado. Quiero entrar a ver de

3
quién es aquella voz y no encuentro a nadie, de hecho,
toda la casa está vacía y sin un ápice de haber sido
habitada últimamente. De repente unas lágrimas
involuntarias empiezan a brotar de mis ojos y miro a todas
partes para tratar de buscar alguna explicación, pero no
consigo nada.

Abro los ojos y por fin puedo distinguir entre la región


oscura a quienes me cargan, y mi boca recupera la
habilidad para modular y formular preguntas a ellos:
“¡¿Quiénes son y hacia donde me llevan?!”, sinceramente
no espero ninguna respuesta, pero para mí sorpresa,
ambas figuras voltean lo que sea que tengan por cara hacia
mí y mantienen la mirada fija, cuando por fin puedo
divisar su apariencia: ambos tienen unas túnicas grises y
dos alas negras, las cuales usan para impulsarse hacia
arriba, pero lo que más me provoca pavor junto con
sentimientos de horror es lo que tienen por rostro, ya que
no tienen uno, en su lugar solamente figura un ojo grande
rodeado por lazos blancos, ambos lo tienen. Esto me
atemoriza y no hago más preguntas, solo desvío la mirada
y me quedo callado, pero cuando veo hacia mi izquierda,
un proyectil cuya forma no puedo distinguir se acerca
hacia mi a una velocidad indescifrable y me golpea en la
cabeza. Caigo rendido, pero cuando me despierto estoy de
nuevo en aquella casa, en la cual puedo empezar a
distinguir algunas cosas que se me hacen conocidas,
porque las había visto con mucha anterioridad; la cocina
tenía un color verde claro y desgastado que percibía desde

4
ya hace mucho tiempo, y la sala con esos muebles tan
característicos me hicieron volver a los tiempos de
pequeño cuando jugaba por esos espacios, pero
súbitamente olvido los recuerdos que repentinamente
habían venido a mi, y mi memoria se queda en un blanco
total. Un reproductor de música aparece de la nada en el
mueble de la sala con un disco a su lado, un disco el cual
creo no reconocer, pero por la curiosidad lo reproduzco y
me encuentro con una melodía bastante psicodélica que
reconozco de inmediato, por lo que me uno con ella y
empiezo a tararear la sinfonía y a moverme con su ritmo.
Pero cuando llego al clímax de esta, un estruendo detiene
todo lo que había reproducido, y asustado, salgo al pórtico
de la casa en búsqueda de respuestas, pero no distingo
nada. Me dirijo al medio de la calle y miro hacia la cuesta
abajo y el sol ya se está despidiendo; veo cómo cae
mientras las farolas de la calle se van encendiendo,
conforme se van prendiendo progresivamente sus luces
amarillas con un rango pequeño de capacidad luminosa,
el escenario va cambiando hasta convertirse en una
alameda acogedora con zonas verdes, y puedo ver por fin
gente caminando en los senderos de concreto. No les
puedo decir nada por miedo, y estas siguen su curso; paso
por sus lados pero tampoco me ven, hasta que en una
subida donde se encontraba una estatua muy fidedigna de
un gran prócer, distingo a alguien bastante parecido a mi,
pero con unos cuantos años menos. Al acercarme le tomo
de los hombros, pero este me dice: “¿Tú qué haces aquí?
Deberías estar arriba”, y posteriormente escucho otro
estruendo, y del temblor que este provoca me caigo al

5
suelo; trato de levantarme, pero veo que hay sangre
cayendo desde mi boca y siento una corriente de frío que
entra por mi nunca, voy a tocarla con los dos dedos
principales de mis manos temblantes y mientras la
recorro, mi índice se hunde en un hueco que atraviesa mi
garganta desde esta, y el pánico que me provocó sentir
está horrible sensación sádica me quita la consciencia.

Ahora vuelvo a estar en la oscuridad, pero esta vez


escucho pisadas enormes. Cierro y abro los ojos, y al
séptimo intento, veo a lo lejos tres extrañas figuras que
parecen ser elefantes, pero con un tamaño al menos seis
veces más grandes de lo normal, y en lugar de piernas,
tenían unos zancos gigantes que usan para caminar entre
el suelo volcánico bajo el cielo naranja y opaco que denota
en el aire pequeñas muestras de polvo de ceniza que vagan
por este como si de nieve invernal se tratase. Trato de
moverme de aquél lugar, despavorido, pero lo único que
consigo es toparme con una atemorizante figura de un
humano aferrado a otro sin poder soltarse de esta,
escuálida y acabada, con lamentos y sollozos que me
contagian de asco y tristeza. Estoy asustado, esta imagen
psicodélica me atemoriza, parece sacada de mis pesadillas
más recónditas, ¿por qué me hice esto?, puedo caer en
cuenta por fin qué fué lo que hice y por qué estoy pagando,
pero quiero un perdón.

6
Extraño todo y a todo el cual dejé atrás, por una actitud
estúpida y egoísta. Quiero volver a sentarme en esa vereda
y escuchar aquella música; quiero volver a caminar por
aquella alameda y reposar sobre esos pastos verdes y no
escuchar más ese estruendo. Me acurruco entre el paisaje
depresivo y todo a mi alrededor va oscureciendo
tenuemente hasta llegar al punto de que lograr a ver algo
fuera totalmente imposible. Estoy en la misma posición
que en un principio estuve; no siento nada, ni distingo
nada, pero ahora sé por qué estoy siendo elevado y trato
de mirar con buenos ojos a los que me cargan, pero se
vuelven a ocultar en el limbo de la oscuridad.

No estuve preparado para aceptar el hecho; todas las


almas alguna vez se sienten sin escapatoria, como si sus
problemas carcomieran su capacidad de disfrutar todo lo
que en su cabeza junto a el paso de los años habían
construido; todas las almas algunas vez se sienten solas,
como si aún teniendo una madre, no sientan amor; todas
las almas alguna vez se sienten en la más recóndita
oscuridad sin ver la luz, hundidos en la miseria que junto
a su pesimismo construyen; todas las almas, de algún
modo u otro, llegan al lado oscuro de la luna.

Fin.

También podría gustarte