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Fernando Yáñez abre paso a la memoria para reanudar lo que el tiempo anudó por sí
mismo. Sobre el proceso natural del transcurrir, la mirada se vuelve, reasume, ausculta,
indaga el tiempo conformado, el tiempo vuelto forma fáctica.
Mirar demanda saber ver. Para saber ver, se debe conocer y conocer supone
acumulación de experiencia, sensibilidad, talento y talante. Volver sobre la piedra dura
porque esa ya no siente, dar los pasos hacia atrás implica encontrar lo conocido y lo
perdido. También, descubrir lo encubierto. Bajo el foco de la experiencia sazonada es
posible constatar lo que nunca había existido o puede expirar lo que tan firme estaba en
el cobijo del recuerdo.
El título del libro de Yáñez posee su propia historia que se recrea en el prefacio. En
efecto, muchos años antes de escribirlo, Fernando mostró a Eduardo Darnauchans una
canción arropada en la poesía de Antonio Machado. Valorando la amplitud temática de
la canción, Darnauchans sugirió que se denominara Los trabajos y los días porque “Ese
título abarca todo lo humano”. Fernando encontró la horma para su obra y la adoptó
para identificarla.
Yáñez sigue su vida personal –la mira, revisa, expone, la expone, se retrotrae, intercala–
y va colocando tirantes que al cabo tejen una urdiembre que se hace expandida trama de
vivencias. Al mismo tiempo, logra que en la lectura se instalen distintos niveles de
significado. Encabalgado, inserto en la vida personal de F. Yáñez, como holograma
universal, se reconstituye la situación social, económica, política, cultural durante los
diez años de la dictadura militar uruguaya. Si bien los años de vida de F. Yáñez abarcan
un tiempo mayor, anterior y posterior a ese dramático período, el retrato de época, en lo
épico y en lo vital de las experiencias íntimas, instalan un marco de preponderancia
social y colectiva. El relato individual y personal es, entonces, –y al fin y al cabo– un
relato de lo colectivo. El acierto está en una correlación entre lo personal y lo colectivo
que fluye integrada. Dimensiones que coviven.
El texto progresa desde la percepción de la cotidianeidad. Son personas simples las que
caminan por una vereda, que padecen la espera de un ómnibus, que discuten, que se
enojan, que no saben, que tienen miedo. Los acontecimientos históricos, los constatados
por la historiografía y la patencia personal, la visión ideológica con la que se evocan y
analizan los acontecimientos se estructuran en un discurso despojado y articulado desde
la vivencia cotidiana.
Por otra parte, y tan elogiable como lo antedicho, el libro mantiene una línea de trazo
firme respecto a que la vida no se enajena. Una concepción que se ratifica en el
compromiso intelectual, en la sensibilidad, en la capacidad de verse en el otro y que
prescinde de grandilocuencias para abrazar.
Por cierto, hay senderos abiertos para recorrer los versos de F. Yáñez (Credenciales, El
guinche, Burucayupí, Canción de cuna, Ciudad al sur, Los trabajos y los días…). Y los
arpegios listos para conocer el arte que permitió que naciera Contraviento, banda
perdurable que integró esa convergencia de aperturas e ilusiones generada al pulso del
canto popular. Además, hay espacio en la mesa para la reflexión y la discusión de
temáticas siempre vigentes de revisión como la interdisciplinariedad, los lenguajes del
arte, la música para niños, ¿la música para niños?
F. Yánez miró para atrás. Por suerte miró para atrás. De alguna manera, al hacerlo,
honra el pensamiento de su padre quien, luchando por los desaparecidos y oponiéndose
a los políticos que repetían, “no hay que tener los ojos en la nuca”, argumentó de
manera contundente y para siempre, que el pasado debe ser mirado, analizado para ver y
proyectar lo que vendrá.
En definitiva, Fernando Yáñez, al mismo tiempo que comunica y se comunica, crea
espacios desde el discurso en el que los lectores ya contenidos, ya involucrados, ya
espectadores, pueden latir la reconstitución de una historia personal signada por una
voluntad y una entrega altruista.