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La Ciencia

La palabra ciencia proviene del latín “scientia” que significa conocimiento. De acuerdo al
Webster's Collegiate Dictionary la ciencia se define como “conocimiento que cubre verdades
generales de la operación de leyes obtenidas y evaluadas a través del método científico y
que se relacionan con el mundo físico”. Es decir que la ciencia se refiere a un sistema para
adquirir conocimiento; este sistema usa la observación y experimentación para describir y
explicar fenómenos naturales. El término ciencia también se relaciona con el conjunto
organizado de conocimiento que la humanidad ha adquirido aplicando este sistema. El
propósito de la ciencia es producir modelos útiles de la realidad.

Los científicos investigan cómo funcionan las cosas y los seres vivos y en base a sus
hallazgos continuamente modifican o desarrollan nuevas teorías. Lo que ahora se cree saber
con certeza pudiera no ser correcto, el único modo en el que la ciencia progresa es
cuestionando o dudando de lo que se da por cierto. Esta estrategia se puede trasladar a
nuestras vidas, es importante liberarse de aquellas suposiciones y prejuicios que tenemos
sobre nosotros mismos e intentar crecer, abrir la puerta al cambio. A veces nos preguntamos
¿porque debemos repetir la misma realidad, la misma rutina siempre? Según Einstein una
definición de locura es repetir las mismas cosas una y otra vez esperando obtener un
resultado diferente al habitual.

Breve Historia de la Ciencia

Desde el origen de la humanidad, el hombre se ha interesado por adquirir conocimientos


tanto del mundo material como el del mundo espiritual. La primera civilización humana,
Sumeria (4000 años A.C.) buscaba con igual interés el conocimiento del mundo que les
rodeaba así como de cuestiones espirituales. Sus sacerdotes eran escribas y tecnólogos que
investigaban la astrología, la agricultura y sistemas de riego entre otros. Tres mil años
después, los filósofos griegos ya se planteaban grandes preguntas tales como ¿por qué
estamos aquí? ó ¿qué debemos hacer con nuestras vidas? La civilización griega desarrolló la
teoría del átomo, estudió el movimiento de los astros y buscó los principios de la conducta
ética.

Un aspecto interesante de las civilizaciones previas a la llamada “revolución científica” es que


todas compartían la idea de que el mundo en que habitaban estaba vivo. Los chinos, por
ejemplo, consideraban al mundo como un ente dinámico cuya energía está en constante
transformación, nada es fijo, todo está en constante cambio. En occidente se creía que el
mundo expresaba la voluntad e inteligencia del Hacedor. Sus componentes estaban
interconectados en la gran cadena del ser, y cada uno ocupaba un lugar importante; nada
era aislado o inerte. Los nativos de todos los continentes vivían en una relación armoniosa y
respetuosa con el entorno y frecuentemente identificaban “espíritus” en montañas, bosques y
fuentes de agua. Su religión y ciencia se fundamentaban en vivir de manera sustentable y
agradar a los espíritus del cielo y la tierra. En estas culturas el objetivo de la ciencia es
obtener sabiduría para entender la naturaleza y vivir en armonía con ella; esto es, conocerla
no para someterla sino para establecer una relación respetuosa con ella. Todo esto
cambiaría radicalmente a partir de mediados del siglo XVI.

En el Medioevo, la Iglesia era el poder supremo. Poseía tierras, proveía la verdad y sus
dogmas eran leyes incontestables. Tales leyes establecían cómo funcionaba el mundo
espiritual y el universo físico. En 1543 ocurrió algo impensado, Copérnico se atrevió a
desafiar a la iglesia. Él publicó un libro en que sugería que el sol, no la tierra, era el centro del
universo. La Iglesia prohibió a sus fieles leer tal libro y persiguió al científico. Otros siguieron
el ejemplo de Copérnico, entre ellos Giordano quien propuso que el sol y sus planetas son
uno de tantos sistemas en un universo infinito. Estos descubrimientos golpeaban las
creencias más fundamentales en las que la Iglesia sustentaba su dominio. No es de
extrañarse que la Iglesia haya cobrado la vida de Giordano para intimidar a otros científicos.
Sin embargo, su paulatina pérdida de poder se aceleró cuando Galileo, el padre de la ciencia
moderna, a través de observación empírica y uso de las matemáticas validó los hallazgos de
Copérnico. En el siglo XVII, el conocimiento finalmente dejó de ser propiedad de los
sacerdotes y empezó a ser producido por científicos en base a investigación y observación
directa. Ellos comenzaron a investigar la materia y evitaron nuevos enfrentamientos con la
Iglesia, ésta en tanto trataba a toda costa de impedir la difusión de ideas que minasen su
autoridad. Ocurrió lo que la Iglesia tanto temía; los científicos tradujeron el conocimiento
adquirido en tecnologías poderosas, útiles a la humanidad y esto hizo a la ciencia muy
atractiva.

En el mismo siglo XVII, el filósofo francés Descartes propuso la división de la realidad al


separar el cuerpo de la mente; según él, pese a que Dios crea espíritu y materia éstos son
entes distintos e independientes. Así, Descartes convirtió en regla fundamental de la ciencia
la separación entre la humanidad y la naturaleza, concibiendo a esta última como una
máquina que funciona de acuerdo a leyes formuladas matemáticamente. Años después
Francis Bacon sentó las bases del método científico. Tal instrumento produjo grandes
avances para la humanidad. Pero, el concepto que Bacon tenía de la ciencia era algo
perverso. Él sugería que la ciencia debe procurar esclavizar a la naturaleza y “arrancarle” sus
secretos. Lastimosamente este modo de pensar se convirtió en el principio rector de la
ciencia en occidente; el conocimiento genera poder.

Isaac Newton creó el modelo mecanicista de la naturaleza a través de la física clásica, una
teoría sumamente convincente que funcionó sin fallas aparentes durante 300 años. Según
Newton el mundo es una máquina cuyos objetos son gobernados por leyes específicas
mediante las cuales se puede describir completamente su comportamiento. Esto alentó a las
generaciones posteriores a dejar de lado al Creador bajo la premisa que “todo lo que no se
ve o no se puede medir no existe”. Posteriormente Darwin y sus seguidores lograron el
máximo triunfo del materialismo al infundir en la comunidad científica la idea de que el
hombre es producto del azar y que no existe Creador. De este modo el hombre perdió su rol
central en el universo.

La visión materialista promueve y justifica la explotación de la naturaleza al reducirla a un


conjunto de “recursos”. Las consecuencias de este modo de actuar están a la vista,
actualmente vivimos en un mundo enfermo, al borde del colapso. Afortunadamente, a inicios
del siglo 20 Einstein, Bohr, Schrödinger y Heisenberg desarrollaron una nueva teoría,
denominada mecánica cuántica, que provocó el resquebrajamiento del materialismo. Ellos
propusieron que cuando la materia se analiza en profundidad, ésta se transforma en una
energía imposible de localizar. Esto es, el universo físico en realidad no lo es y podría
provenir de una fuente más sutil que la energía asociada con la inteligencia o la consciencia.
Esto sugiere la posibilidad de que la mente y la materia se encuentren conectadas entre sí
por lo que usando el método científico se podría, por ejemplo, verificar la existencia de
fenómenos psíquicos. Este tema y otros que involucran una interacción mente / materia
constituye una especie de tabú para la comunidad científica.

Paradigmas

Un paradigma es el sistema de creencias y valores inconscientes que gobierna el


comportamiento de una persona y que ha sido infundido en su niñez. Éste, por consiguiente,
determina nuestro modo de pensar y actuar. Es evidente que el paradigma sobre el que se
fundamenta el modelo newtoniano, el cual considera al universo como un ente inanimado,
mecánico y predecible y no admite emociones, sentimientos, imaginación e interacción, ya no
sirve para describir un número cada vez más creciente de fenómenos. Es necesario
modificar tal paradigma para incorporar la consciencia, y esto es precisamente lo que está
haciendo una corriente de científicos alternativos, quienes se han dado cuenta, como una
buena parte de los seres humanos, que una existencia dictada por el paradigma materialista
no llena vacíos ni proporciona la ansiada felicidad. La tendencia actual entonces se
encamina a recuperar la idea que habitamos en un universo vivo. En efecto, tal idea no es
nueva porque hace mucho tiempo los sabios hindúes, enseñaban que debajo del mundo
material existía algo más poderoso y fundamental, que pese a no ser tangible es un incluso
más real que aquél.

Andrew Newber ha estudiado casos de personas que sufren una “experiencia mística” y
regresan al mundo material. En la mayoría de ellos, las personas continúan percibiendo tal
experiencia como más verdadera y fundamental que el mundo real y éste pasa a ser una
realidad secundaria. Pero la gran mayoría de seres humanos que no hemos vivido esos
eventos seguimos limitados a percibir la realidad a través de nuestros cinco sentidos.

Kant, en el siglo XVIII, sostenía que nunca podríamos conocer la verdadera naturaleza de la
realidad porque todo lo que percibimos es previamente filtrado por nuestra conciencia. Es
decir que no vemos la realidad sino modelos de ella, los cuales son creados básicamente a
partir de emociones y experiencias previas. Tener una idea más exacta de la realidad
requiere producir modelos cada vez menos imperfectos de ella.

Una evidencia experimental sorprendente respecto al cerebro es que éste no puede distinguir
entre ver e imaginar. Cuando imaginamos un objeto producimos la misma pauta cerebral que
cuando lo estamos viendo. Por lo que en la práctica no podríamos estar seguros si estamos
viendo la realidad o imaginándola. De ahí se deduce que el ser humano no percibe la
realidad sino una imagen de la misma que el cerebro construye a partir de la información
proporcionada en gran medida por los sentidos y que la única manera de percibir algo nuevo
requiere cambiar nuestro paradigma. Solamente el conocimiento nuevo abre la mente a
nuevos tipos de percepciones y experiencias.

La Física Cuántica

La física newtoniana explica de manera exacta las propiedades de objetos del mundo
macroscópico (aquel que podemos ver), pero falla dramáticamente cuando se la aplica a
partículas microscópicas. Una nueva física debió ser desarrollada para tal propósito; así
surgió la mecánica cuántica a inicios del siglo XX. La mecánica cuántica permite describir las
partículas subatómicas mediante la dualidad onda/partícula, esto es, las partículas
subatómicas no tienen ubicación definida y se comportan como ondas o paquetes de
energía. Esta nueva física a diferencia de la clásica es probabilística y en gran medida
holística. Ella remueve la división entre el observador y el sistema observado estableciendo
que cuando se mide una propiedad de un objeto microscópico el observador “perturba” o
influye sobre tal objeto. Gracias a ella ahora sabemos que los átomos son en su mayor parte
espacio vacío, pero tal espacio está lleno de energía. En efecto, se ha calculado que un
centímetro cuadrado de espacio vacío contiene más energía que la que posee toda la
materia del universo. Las partículas subatómicas, como los electrones, se desplazan en
forma de ondas hasta cuando se miden, entonces se transforman en objetos sólidos
localizables en el espacio y en el tiempo. Además, los electrones efectúan “saltos cuánticos”,
es decir saltos instantáneos entre orbitas que ocurren de manera aleatoria.

La física clásica estipula que todos los atributos de un objeto pueden ser medidos con
arbitraria exactitud; la física cuántica, en cambio, afirma que si se mide con exactitud
arbitraria cierta propiedad de una partícula (por ejemplo, su velocidad) se pierde totalmente
información respecto a otra propiedad (por ejemplo su posición). Este es el principio de
incertidumbre de Heisember, una de las piedras angulares de la teoría cuántica.

Contrariamente a lo que sugiere el párrafo anterior, los modelos cuánticos y clásicos no son
antagónicos sino complementarios ya que se puede demostrar que la teoría cuántica se
transforma en la física clásica cuando se transpone el umbral que separa al mundo
microscópico del macroscópico, porque en éste desaparece el comportamiento ondulatorio
de la materia y solamente se manifiesta el de partícula.

Albert Einstein, pese a ser uno de sus inventores, no se sentía a gusto con la nueva física,
sobre todo con la aleatoriedad de los resultados de los eventos cuánticos (él afirmaba que
“Dios no juega a los dados con el universo”). Por eso, en un intento por desacreditarla diseñó
el experimento de no localidad. En tal experimento de algún modo se generan dos partículas
interconectadas y se las arroja a sectores del universo muy lejanos entre sí. Entonces, se
induce un cambio en una de ellas. Según la teoría cuántica, al provocar un cambio en una de
las partículas, la otra pese a estar muy distante debería sufrir el mismo cambio
instantáneamente. Einstein creía que tal predicción era absurda, pero fue exactamente lo
que ocurrió. Por tanto, lejos de demostrar su absurdez Einstein terminó proveyendo
evidencia adicional de la validez de la mecánica cuántica.
De acuerdo a J. V. Newman la “lógica cuántica” involucra tres procesos:

(i) Decisión de hacer una medición

(ii) Aparición de la nube de probabilidades (función de onda)

(iii) Respuesta del estado cuántico

De aquí se deduce que el observador determina la medición y por tanto afecta el resultado
obtenido (realidad). Entonces la mecánica cuántica derriba aquella barrera, establecida por la
mecánica clásica, que separa al observador de la realidad estudiada. Efectivamente, el
observador “perturba” una medida porque al registrarla provoca una discontinuidad en la
función de onda del objeto observado.

Mente y materia

El método científico funciona como sigue: se toma una teoría y se prepara un experimento
para demostrar su validez eliminando influencias externas; se ejecuta el experimento y se
registran los resultados. Si éstos contradicen a la teoría se la modifica o se propone una
nueva. Es un procedimiento que anula la posibilidad de que la mente y las emociones
influencien en modo alguno en los resultados obtenidos. Parece que la ciencia cae también
en una condición similar a la que ha generado tantas críticas a la religión; esto es, es hecha
por personas prejuiciadas. Muchos científicos no admiten que la mente está por encima de la
materia.

Radin ha efectuado algunos experimentos que prueban que la mente es más importante que
la materia. En uno de ellos utilizó un REG (dispositivo que genera una serie de números
aleatorios) y halló que cuando una gran cantidad de personas se concentran en un hecho el
REG no genera series aleatorias si no unas en las que se refleja la intención de las personas.
Es decir que la conciencia colectiva remueve la aleatoriedad del resultado. Emoto, otro
investigador interesado en estudiar si la intención humana afecta o no a un sistema material,
realizó el experimento denominado “mensajes del agua”. Él obtuvo fotografías de cristales de
hielo que se formaron luego de haber sido sometidos a estímulos no físicos. Estímulos
positivos tales como ciertas emociones y la música generaron cristales de hermosa
apariencia, lo contrario ocurrió cuando se usaron estímulos negativos. Similarmente, Tiller
reunió a 4 individuos altamente entrenados en procesos de intención mental y les pidió que
se concentren en un resultado particular para un experimento en que se medía el pH de una
muestra de agua; ellos lograron cambiar ese pH en una unidad. Por consiguiente parece
razonable concluir que la intención puede alterar los resultados de eventos macroscópicos
pues la concentración mental parece modificar la aleatoriedad de los mismos. Wheeler, Wolf
y Ramtha coinciden en afirmar que los seres humanos no somos observadores pasivos de la
realidad sino creadores participativos del universo. La conciencia y la energía crean la
naturaleza de la realidad y la actitud del ser humano es fundamental. Es evidente que las
personas “creamos” nuestra propia realidad en los detalles cotidianos, pero esto puede ser
trasladado a niveles más elevados porque nuestras elecciones determinan la trayectoria de
nuestra existencia. Parece entonces que el par ser humano/universo no son entidades
separadas, y el universo podría ser considerado como una red en la cual todo está
intercomunicado y nosotros somos parte de él. El modelo de red postula que toda acción o
pensamiento surge en alguna parte de la conciencia y tiene una frecuencia o longitud de
onda asociada en alguna parte del universo.

El mayor rechazo a la premisa “yo creo mi realidad” es la victimización. Muchas personas se


proclaman víctimas de las circunstancias de la vida. Tal actitud puede tener aspectos
positivos para la persona que la adopta, puesto que seguramente logra compasión por parte
de sus allegados y se siente mejor consigo misma, pero también tiene aspectos negativos
siendo el principal de ellos que el individuo acepta la idea que él no crea su realidad. En
cambio, la mayor aceptación de la premisa “yo creo mi realidad” es admitir la
responsabilidad de sus acciones. En lugar de pedir al universo que demuestre que uno crea
la realidad, el individuo asume que el crea los acontecimientos de su vida y busca su
significado. La mayoría de personas culpan a las circunstancia por lo que son y hacen,
mientras que unas pocas (las exitosas) se levantan y buscan las circunstancias favorables, y
si no existen las crean.

La Conciencia y el Cerebro Cuántico

Goswami afirma que en nuestra vida las posibilidades se extienden como las ondas de
probabilidad de un electrón, esto es, las opciones de la vida se asemejan a las
probabilidades encontradas en la física cuántica. Cada pensamiento consciente supone una
elección que puede ser modelada a través de una superposición cuántica que se desintegra
generando una elección. Tal modelo sugiere incluso que un individuo podría “trasladarse al
futuro” para ver las consecuencias de su elección y luego regresar para confirmarla o
corregirla. Todos podemos “diseñar” nuestro día utilizando las posibilidades generadas por
nuestras creaciones conscientes. Esto es, poseemos un tremendo potencial latente que
reside en poderes y aptitudes interiores. La conciencia constituye entonces un componente
fundamental del universo, independiente del cerebro, que crea la realidad. Algunos
investigadores afirman que la conciencia ocurre en el umbral entre el mundo clásico y el
mundo cuántico.

Según Satinov el cerebro es materia viva que produce pensamientos subjetivos, emociones y
sentimientos. Está diseñado para amplificar los efectos cuánticos de las creaciones
conscientes y proyectarlos hacia niveles superiores. De hecho, la conciencia surge de la
desintegración espontánea de la función de onda en los microtúbulos del cerebro. El cerebro
es el computador más poderoso que existe; es un órgano vivo, plástico y flexible capaz de
aprender, comprender y reestructurarse. Puede efectuar millones de actividades distintas.
Algunos hechos sorprendentes sobre el cerebro son los siguientes:

 Es por lo menos 1000 veces más rápido que el mejor computador

 Posee cien mil millones de neuronas (células cerebrales)

 Posee 60 billones de sinapsis

 Funciona permanentemente

 Se reestructura continuamente

Sus cien mil millones de neuronas poseen cada una alrededor de diez mil sinapsis (dendritas
con las pueden unirse a otras células) que forman redes llamadas circuitos neuronales. Cada
circuito neuronal representa un dato, hecho o experiencia almacenado en el cerebro. Esto es,
todas nuestras experiencias y habilidades residen en tales circuitos. Cuando un individuo
repite frecuentemente cierta actividad un grupo de células específico se activa e interconecta,
esto hace que el aprendizaje se vuelva simple y automático.

El cerebro aprende mediante memorización y experimentación. Ambos procesos involucran


la combinación de circuitos neuronales para formar nuevos. Las emociones son circuitos
neuronales que se conectan con el hipotálamo y que ayudan al cerebro a ubicar los
recuerdos más importantes. De este modo refuerzan químicamente la memoria a largo plazo
y son importantes en el proceso de aprendizaje.

Bibliografia:

Tomado del libro “Y tu que sabes? “ de William Arntz, Betsy Chase y Mark Vicente , Editorial
Palmyra, 2006

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