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Benedicto
(MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES)
Esto no puede ser una broma. Se han mantenido serios. La verdad la conocen
por Hero. Parecen compadecerse de la dama.
Se diría que su pasió n ha llegado al límite. ¡Amarme! Bien. Eso hay que
recompensarlo. He oído có mo me censuraban. Dicen que me hincharé de
orgullo si me doy cuenta de que me adora.
Dicen también que morirá antes de darme
una señ al de cariñ o. Nunca pensé en
casarme. No debo parecer orgulloso. Felices aquellos que oyen la detracció n
de sus faltas y las saben enmendar. Dicen que la dama es bella. Nada má s
cierto; puedo atestiguarlo. Y virtuosa; efectivamente, no lo puedo negar. Y
discreta; menos en amarme. Por mi fe, que eso no agrega nada a su talento,
pero tampoco es una prueba grande de su insensatez, por cuanto yo aspiro a
amarla desesperadamente. Quizá sea objeto de pesadas bromas por
haber despotricado tanto tiempo contra el matrimonio. Pero ¿no se altera el
apetito? El mundo debe poblarse. Cuando dije que deseaba morir soltero no
pensé vivir hasta el día de mi matrimonio.
Aquí llega Beatriz. ¡Es Hermosa!
Beatriz
(MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES)
¡Qué cara de acrimonia tiene ese caballero! Nunca he podido verle sin
experimentar por espacio de una hora agruras de estó mago. El hombre
perfecto sería aquel que se tuviera en el justo medio entre él y Benedicto: el
uno es muy semejante a una estatua y no dice esta boca es mía; el otro se
parece al hijo mayor de la señ ora de la casa, que chacharea incesantemente.
Dicen que nunca conseguiré esposo por tener una lengua demasiado maldita.
Ruego a Dios por ello. “No me de marido”, le imploro de
rodillas todas las mañ anas y todas las noches: «¡Señ or! Yo no podría sufrir a
un marido con toda la barba; preferiría acostarme con un montó n de lana».
¿poner los ojos en un marido sin barba? ¿Y qué haría con él? ¿Vestirle con
mis faldas y que me sirviese de doncella? Quien tiene barba es má s que un
mancebo, y el que carece de ella menos que un hombre. Si es má s que
mancebo es mucho hombre para mí, y si es menos que hombre, soy yo mucha
mujer para él. Por consiguiente, prefiero tomar seis peniques de arras del
guardaosos y conducir sus monos al infierno. Pero no iré al infierno, sino
hasta la puerta. Allí me saldrá al encuentro el diablo, quien, con sus cuernos
en la cabeza, como un viejo cornudo, me dirá : «Anda al cielo, Beatriz, anda al
cielo; aquí no hay sitio para doncellas como tú ». Entonces yo le dejaré mis
monos y me encaminaré al cielo en busca de San Pedro. É l me enseñ ará
dó nde se sientan los solterones, y allí viviremos tan dichosos cuan largo es el
día. Mi prima sí, debe hacer una reverencia y decir: «Como os guste, padre».
Siempre y cuando sea buen mozo; o de lo contrario, que haga otra reverencia
y diga: «Padre, como a mí me guste». Pero yo no, no tendré esposo. No será
en tanto Dios no haga a los hombres de otra sustancia distinta a la tierra. ¿No
es desesperante para una mujer el verse dominada por un puñ ado de polvo
valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terró n de cieno petulante?
No, no quiero a ninguno. Los hijos de Adá n son mis hermanos; y,
francamente, tendría por pecado buscar un esposo en mi familia.
Viola
(NOCHE DE REYES)
¿Qué me querrá decir? Anillo alguno
Dejé con ella. ¡El hado no permita
Que se haya enamorado de mi garbo!
Miróme de hito en hito, tan atenta
Cual si la vista le robase el habla:
Cordelia
(REY LEAR)
Padre querido que la salud conceda
A mis labios la virtud curativa que necesito.
Que este beso repare todos los dañ os
Inferidos a vuestra majestad
Por la violenca de mis dos hermanas.
Aunque no hubieses sido padre
Estos medidores blancos
Las debieron mover a compasió n.
¿Este rostro merece por ventura
Ser expuesto a la ira del viento?
¿Al estruendo del trueno retumbante?
Pobre atalaya en medio
Del zigzagueo horrible del relá mpago
Con este frá gil yelmo
Hasta el perro de mi peor enemigo
Habría estado junto a mi fogó n.
En semejante noche
Aú n despues de haberme mordido
Y tu mi pobre padre constreñ ido
Confundido con cerdos y vagabundos
¡En la paja podrida de una choza!
Es un milagro que al perder la razó n
Haya podido conservar la vida.
Está despertando… diganle algo
Lear
(REY LEAR)
(Entra el Rey Lear, trayendo en brazos a Cordelia muerta. Edgardo, nobles y
soldados).
¡how, how, how,
hombres de piedra!
¡Si yo tuviera su voz y sus ojos
El mundo entero se vendría abajo!
¡Se fue para siempre!
Sé cuá ndo alguien está vivo o muerto.
Muerta está como la tierra.
Traigan un espejo.
Para ver si su aliento lo humedece.
¡Querría decir que aú n vive!
(…)
Esta pluma se mueve.
¡Está viva! si está viva sería un dicha!
¡Compensado quedaría con todo lo que he sufrido hasta aquí!
¡Lejos de aquí, por favor!
¡Que la peste caiga sobre todos ustedes!
¡Todos asesinos, todos traidores!
Pude haberla salvado.
¡Pero ahora la he perdido para siempre!
¡Cordelia, Cordelia, espera un poco!
¿Qué? ... ¿Qué dices? Su voz era tan suave
Tan melodiosa, casi imperceptible
Lo má s bello que tiene una mujer
Maté al esclavo que te estaba matando.
¿No es verdad, amigo?
Ya pasaron los tiempos
en que con mi mi hermosa espada
Los hubiese hecho saltar a todos
Ahora estoy viejo
Y mis achaques no me lo permiten
¿Quien eres?
Mis ojos ya no ven;
Lo digo con toda franqueza.
Se me nubla la vista… eres Kent?
Lady Macbeth
(MACBETH)
Esta ronco el cuervo que anuncia con graznidos la fatal llegada de Duncan a
mi castillo. Espiritu ¡venid! ¡venid a mi, puesto que presidis los pensamientos
de una muerte! ¡Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la cabeza,
con la mas espantosa crueldad! ¡Que se dense mi sangre, que se bloqueen
todas las puertas al remordimiento! ¡Que no vengan a mi contritos
sentimientos naturales a perturbar mi proposito cruel, o a poner truega a su
realizació n! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel,
espiritus de muerte que por dosuier estais -escencias invisibles- al asecho de
que la naturaleza se destruya! Ven, noche espesa, ven y ponte el humo ló brego
de los infiernos para que mi á vido cuchillo no vea sus heridas, ni por el manto
de tinieblas pueda el cielo asomarce gritando <<basta, basta>>.
Gloucester
(RICARDO III)
Hamlet
¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es má s levantado para el espíritu:
sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un
piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…,
dormir, no má s! ¡Y pensar que con un sueñ o damos fin al pesar del corazó n y
a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí
un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!.. ¡Tal vez
soñ ar! ¡Sí, ahí está el obstá culo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el
considerar qué sueñ os pueden sobrevenir en aquel sueñ o de la muerte, cuando
nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexió n que da
existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y
desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las
congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del
poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno,
cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién
querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa,
si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada regió n
cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde
nuestra voluntad y nos impulsa soportar aquellos males que nos afligen, antes
que lanzarnos a otros que desconocemos? Así la conciencia hace de todos
nosotros unos cobardes: y así los primitivos matices de la resolució n
desmayan bajo los pá lidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores
alientos e importancia, por esa consideració n, tuercen su curso y dejan de
tener nombre de acció n…
Yago
(OTELO)
¿Quién osaría decir que yo sea villano? Consejo gratis doy, y muy honesto. El
ú nico posible y ló gico. El camino que conduce directo a Othello. Ya
Desdémona fá cil será convencerla - ¡es indulgente! – por causa tan leal. Su
generosidad es grande por naturaleza, tales son los propios cielos. ¿Ganar al
Moro? ¡Y hacerle renunciar incluso a su fe! ¡Y de los símbolos y ritos que nos
redimen del pecado! Tan aferrada esta su alma a esa mujer que hacer y, a su
capricho deshacer como le plazca, puede su influencia, hasta ser el Dios que
gobierne a Othello y su flaqueza. ¿Villano? ¿Yo, villano? ¿Cuá ndo le doy a
Cassio lecció n buena y conveniente? ¡Teó logo, como Lucifer! Cuando el
Diablo tienta con los mas negros pecados suele presentarlos siempre con
apariencia angélica; y eso es lo que yo hago; mientras este necio y noble le
este suplicando a Desdémona reparació n y lo propio haga ella insistiéndole al
Moro, yo llenaré su oído de venenos, convenciéndole de que solo es lujuria
quien la empuja. Y cuanto mas interceda ella en favor del otro tanto mas ha de
perder ante Othello y su virtud, donde todos quedan atrapados.
ORSINO
(Noche de Reyes)
Si el amor se alimenta de música,
seguid tocando; dádmela en exceso,
que, saciándome, repugne al apetito y muera.
¡Repetid la melodía! Tenía una cadencia…
Acarició mis oídos como el dulce son
que, alentando sobre un lecho de violetas,
roba y regala perfume. ¡Ya es bastante!
Ahora no es tan grata como lo era antes.
¡Espíritu de amor! ¡Qué vivo y qué voraz!
Tienes la capacidad de los océanos
y, sin embargo, en ti no entra nada,
por excelso que sea su valor,
sin que pierda su precio y estima
en un momento. Tan fantasioso es el amor
que todo él es una fantasía.
Cuando la vi por vez primera, Olivia
purificaba el aire pestilente.
Me convertí al instante en una corza
y, desde entonces, mis deseos me persiguen
como perros crueles y feroces.
CLARENCE
(Ricardo III)
EDMUNDO
(EL REY LEAR)
A ti, naturaleza, mi deidad suprema, he consagrado todos mis servicios. ¿He
de arrastrarme por la senda rutinaria permitiendo que las convenciones
extravagantes del mundo me priven de mi herencia, sólo porque nací doce o
catorce lunas más tarde que mi hermano? ¿A qué ese nombre de bastardo?
¿Por qué no de ser ilustre, cuando las proporciones de mi cuerpo se hallan tan
bien formadas, mi alma es tan noble y mi estatura tan perfecta como si hubiese
nacido de una honesta matrona? ¿Por qué me vilipendian con los dictados de
ilegítimo, plebeyo, bastardo? ¡Plebeyo, ya que en el acto vigoroso y
clandestino de la naturaleza recibí una sustancia más abundante y elementos
más fuertes de los que suministra una pareja extenuada que, en tálamo
insípido y tedioso, se ocupa sin placer en la creación de una raza de abortos
engendrados entre el sueño y la vigilia! ¡Ah!, ¡mi Edgardo el legítimo! Para
mí será tu patrimonio; el amor de nuestro padre común lo mismo pertenece al
bastardo Edmundo que al legítimo Edgardo. ¡Legítimo! ¡Valiente palabra! Sí,
no hay duda; si esta carta logra buen éxito y mi invención triunfa, el plebeyo
Edmundo ocupará el lugar del noble Edgardo. Me engrandezco, prospero. Y
ahora, dioses, pasad al bando de los bastardos.