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Puck

(SUEÑ O DE UNA NOCHE VERANO)


Mi señ ora está enamorada de un monstruo: Mientras cerca de su retiro
sagrado y solitario pasaba la hora de su lá nguido sueñ o, ha llegado una
compañ ía de có micos imbéciles, de groseros artesanos que trabajan para
ganarse la vida en las tiendas de Atenas. Venían a
ensayar una pieza que debe representarse el día de las bodas del insigne Teseo.
El má s necio de la estú pida cuadrilla, encargado del papel de Píramo, ha
salido de escena y ha entrado en un matorral. Yo he aprovechado el momento
para encasquetarle una cabeza de asno. Al tocarle el turno de volver a escena
para contestar a Tisbe, mi actor ha salido. Apenas le han visto los demá s,
cuando han huido, semejantes el á nade silvestre que ha encontrado el ojo
del cazador en acecho o a una bandada de chovas rojizas al escuchar la
detonació n del mosquete, que ora bajan, ora alzan el vuelo, y de pronto se
dispersan y hienden los campos del aire con precipitado aleteo. Al ruido de
mis pasos, cae de vez en cuando uno por tierra, gritando que lo asesinan y
pidiendo socorro a Atenas. En su turbació n, sus insensatos terrores se forjaron
un enemigo de cada objeto inanimado. Los abrojos y espinas desgarraban sus
vestidos: a éste la manga; a aquel el sombrero, que se apresuraban a
abandonar. Mientras los cazaba de este modo, había dejado en la escena al
lindo Píramo en su metamorfosis, cuando Titania ha despertado y en seguida
se ha enamorado.

Benedicto
(MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES)
Esto no puede ser una broma. Se han mantenido serios. La verdad la conocen
por Hero. Parecen compadecerse de la dama.
 Se diría que su pasió n ha llegado al límite. ¡Amarme! Bien. Eso hay que
recompensarlo. He oído có mo me censuraban. Dicen que me hincharé de
orgullo si me doy cuenta de que me adora.
Dicen también que morirá  antes de darme 
una señ al de cariñ o. Nunca pensé en
casarme. No debo parecer orgulloso. Felices aquellos que oyen la detracció n
de sus faltas y las saben enmendar. Dicen que la dama es bella. Nada má s
cierto; puedo atestiguarlo. Y virtuosa; efectivamente, no lo puedo negar. Y
discreta; menos en amarme. Por mi fe, que eso no agrega nada a su talento,
pero tampoco es una prueba grande de su insensatez, por cuanto yo aspiro a
amarla desesperadamente. Quizá sea objeto de pesadas bromas por
haber despotricado tanto tiempo contra el matrimonio. Pero ¿no se altera el
apetito? El mundo debe poblarse. Cuando dije que deseaba morir soltero no
pensé vivir hasta el día de mi matrimonio. 
Aquí llega Beatriz. ¡Es Hermosa!

Beatriz
(MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES)
¡Qué cara de acrimonia tiene ese caballero! Nunca he podido verle sin
experimentar por espacio de una hora agruras de estó mago. El hombre
perfecto sería aquel que se tuviera en el justo medio entre él y Benedicto: el
uno es muy semejante a una estatua y no dice esta boca es mía; el otro se
parece al hijo mayor de la señ ora de la casa, que chacharea incesantemente.
Dicen que nunca conseguiré esposo por tener una lengua demasiado maldita.
Ruego a Dios por ello. “No me de marido”, le imploro de
rodillas todas las mañ anas y todas las noches: «¡Señ or! Yo no podría sufrir a
un marido con toda la barba; preferiría acostarme con un montó n de lana».
¿poner los ojos en un marido sin barba? ¿Y qué haría con él? ¿Vestirle con
mis faldas y que me sirviese de doncella? Quien tiene barba es má s que un
mancebo, y el que carece de ella menos que un hombre. Si es má s que
mancebo es mucho hombre para mí, y si es menos que hombre, soy yo mucha
mujer para él. Por consiguiente, prefiero tomar seis peniques de arras del
guardaosos y conducir sus monos al infierno. Pero no iré al infierno, sino
hasta la puerta. Allí me saldrá al encuentro el diablo, quien, con sus cuernos
en la cabeza, como un viejo cornudo, me dirá : «Anda al cielo, Beatriz, anda al
cielo; aquí no hay sitio para doncellas como tú ». Entonces yo le dejaré mis
monos y me encaminaré al cielo en busca de San Pedro. É l me enseñ ará
dó nde se sientan los solterones, y allí viviremos tan dichosos cuan largo es el
día. Mi prima sí, debe hacer una reverencia y decir: «Como os guste, padre».
Siempre y cuando sea buen mozo; o de lo contrario, que haga otra reverencia
y diga: «Padre, como a mí me guste». Pero yo no, no tendré esposo. No será
en tanto Dios no haga a los hombres de otra sustancia distinta a la tierra. ¿No
es desesperante para una mujer el verse dominada por un puñ ado de polvo
valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terró n de cieno petulante?
No, no quiero a ninguno. Los hijos de Adá n son mis hermanos; y,
francamente, tendría por pecado buscar un esposo en mi familia.
Viola
(NOCHE DE REYES)
¿Qué me querrá decir? Anillo alguno
Dejé con ella. ¡El hado no permita
Que se haya enamorado de mi garbo!
Miróme de hito en hito, tan atenta
Cual si la vista le robase el habla:

A saltos discurria y sin concierto.


Me ama, sin duda: artera me convida
Por medio de aquel rudo mensajero.
Bien sé que la sortija no es del amo;
No la mandó ninguna. A mí se inclina.

Si fuera así, cual lo es, ¡pobre señ ora!


A fé, má s le valiera amar un sueñ o.
Disfraz, advierto que eres torpe engañ o,
Ú til asaz al enemigo astuto.
¡Cuá n fá cil le es grabar al falso lindo

En blando pecho de mujer su estampa!


No la culpeis, culpad á su flaqueza:
Tal es, pues la hizo tal naturaleza.
¿Qué saldrá de esto? La ama loco Orsino;
Yo, pobre monstruo, no le quiero ménos;

Y ella, engañ ada, al parecer me adora.


¿En qué vendrá á parar? Como hombre, es fuerza
Que del amor del amo desespere:
Como mujer—¡ay Dios! ¡cuá ntos suspiros
En vano exhalará la pobre Olivia!
Que el tiempo lo resuelva: en vano sudo;
(Váse.)
Para mis fuerzas es muy duro nudo.
Malvolio
(NOCHE DE REYES)
¡Hola! ¡Ya va dando en el blanco! ¡Ná die ménos que don Tobias ha de cuidar
de mi persona! Esto concuerda exactamente con el contenido de la carta: le
manda precisamente con objeto de que pueda contrariarle: me lo dice en su
carta. «Despó jate, me dice, de esa capa de humildad que te encubre; sé
caprichoso con cierto pariente; á spero con los criados; resuenen en tus labios
argumentos de peso; haya singularidad en tu comportamiento.» Y luego
describe la manera en que esto se ha de hacer, á saber: con aspecto grave, con
apostura venerable, lengua pausada, á manera de gran personaje, y lo demas.
La tengo enligada. ¡Pero todo es obra de los dioses, y hagan ellos que me
muestre agradecido! Y añ ora al marcharse: «Haz que cuiden de ese hombre.»
¡Hombre! no Malvolio, ó segú n mi tratamiento, sino hombre. Está visto, hay
en todo completa concordancia; de suerte que ningun grano de escrú pulo,
ningun escrú pulo de escrú pulo, ningun obstá culo, ninguna circunstancia
inverosímil ó equívoca... ¿Qué se me podrá objetar? No puede haber nada que
se interponga entre mí y el vasto horizonte de mis esperanzas. En fin, Jú piter
es el autor de todo esto, y á él rindamos cuenta.
Julieta
(ROMEO Y JULIETA)
Mi enemigo no es otro que tu nombre;
Tú eres tú , aunque seas un Montesco.
¿Qué es ser Montesco»? No es mano, ni pie,
ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo.
¡Ah, sé otro nombre! 
¿Qué vale un nombre? Lo que llaman rosa
con otro nombre olería igual.
Y si Romeo no se llamase Romeo,
no conservaría su misma perfecció n
sin ese nombre? Romeo, quítate ese nombre
que no forma parte de ti,
y, a cambio, tó mame entera!
¿Quién eres tú , que te ocultas en la noche
y perturbas mis secretos?
Aú n no he escuchado cien palabras tuyas,
y ya conozco el eco de tu voz. 
¿No eres Romeo, y ademá s Montesco?
Como has entrado, dime, y para qué?
Estos muros son altos, peligrosos,
Y este lugar, tu muerte, siendo el que eres,
si te descubren aquí mis parientes.
Si te vieran aquí , te matarían. 
Y por nada del mundo desearía que te vieran.
¿Quién te dijo dó nde podías encontrarme?
La noche me oculta con su velo;
si no, el rubor teñ iría mi cara
por lo que antes me has escuchado decir.
¡Cuá nto me gustaría seguir las reglas,
negar lo dicho! Pero, ¡adió s al fingimiento!
¿Me quieres? Sé que dirá s que sí 
y te creeré. Aunque lo jures, se que puede que sea falso: Sé que Jú piter se ríe
de los perjurios amorosos. ¡Ah, buen Romeo!
Si me amas, dilo en serio;
O, si crees que soy tan fá cil, 
me pondré á spera y rara, y diré «no»
solo para que me implores, o no lo haría.
Oh buen Montesco, te deseo tanto
que quizá s malentiendas mi conducta;
pero confía en mí, seré má s fiel
que aquellas que aparentan ser má s tímidas.
Debí ser má s esquiva, lo reconozco,
Pero, sin yo advertirlo, me has escuchado;
Te ruego amor que seas benevolente
y no atribuyas a mi ligereza
lo que la oscura noche ha descubierto.

Cordelia
(REY LEAR)
Padre querido que la salud conceda
A mis labios la virtud curativa que necesito.
Que este beso repare todos los dañ os
Inferidos a vuestra majestad
Por la violenca de mis dos hermanas.
Aunque no hubieses sido padre
Estos medidores blancos
Las debieron mover a compasió n.
¿Este rostro merece por ventura
Ser expuesto a la ira del viento?
¿Al estruendo del trueno retumbante?
Pobre atalaya en medio
Del zigzagueo horrible del relá mpago
Con este frá gil yelmo
Hasta el perro de mi peor enemigo
Habría estado junto a mi fogó n.
En semejante noche
Aú n despues de haberme mordido
Y tu mi pobre padre constreñ ido
Confundido con cerdos y vagabundos
¡En la paja podrida de una choza!
Es un milagro que al perder la razó n
Haya podido conservar la vida.
Está despertando… diganle algo
Lear
(REY LEAR)
(Entra el Rey Lear, trayendo en brazos a Cordelia muerta. Edgardo, nobles y
soldados).
¡how, how, how,
hombres de piedra!
¡Si yo tuviera su voz y sus ojos
El mundo entero se vendría abajo!
¡Se fue para siempre!
Sé cuá ndo alguien está vivo o muerto.
Muerta está como la tierra.
Traigan un espejo.
Para ver si su aliento lo humedece.
¡Querría decir que aú n vive!
(…)
Esta pluma se mueve.
¡Está viva! si está viva sería un dicha!
¡Compensado quedaría con todo lo que he sufrido hasta aquí!
¡Lejos de aquí, por favor!
¡Que la peste caiga sobre todos ustedes!
¡Todos asesinos, todos traidores!
Pude haberla salvado.
¡Pero ahora la he perdido para siempre!
¡Cordelia, Cordelia, espera un poco!
¿Qué? ... ¿Qué dices? Su voz era tan suave
Tan melodiosa, casi imperceptible
Lo má s bello que tiene una mujer
Maté al esclavo que te estaba matando.
¿No es verdad, amigo?
Ya pasaron los tiempos
en que con mi mi hermosa espada
Los hubiese hecho saltar a todos
Ahora estoy viejo
Y mis achaques no me lo permiten
¿Quien eres?
Mis ojos ya no ven;
Lo digo con toda franqueza.
Se me nubla la vista… eres Kent?

Lady Macbeth
(MACBETH)
Esta ronco el cuervo que anuncia con graznidos la fatal llegada de Duncan a
mi castillo. Espiritu ¡venid! ¡venid a mi, puesto que presidis los pensamientos
de una muerte! ¡Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la cabeza,
con la mas espantosa crueldad! ¡Que se dense mi sangre, que se bloqueen
todas las puertas al remordimiento! ¡Que no vengan a mi contritos
sentimientos naturales a perturbar mi proposito cruel, o a poner truega a su
realizació n! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel,
espiritus de muerte que por dosuier estais -escencias invisibles- al asecho de
que la naturaleza se destruya! Ven, noche espesa, ven y ponte el humo ló brego
de los infiernos para que mi á vido cuchillo no vea sus heridas, ni por el manto
de tinieblas pueda el cielo asomarce gritando <<basta, basta>>.
Gloucester
(RICARDO III)

He aquí el invierno de nuestras desdichas

vuelto glorioso estío por este sol de York;

y todas las nubes que amagaban nuestra casa

sepultadas en lo profundo del océano…

Ciñen hoy nuestras frentes guirnaldas victoriosas;

cual trofeos penden nuestras melladas armas;

truécanse en jolgorios nuestras rudas alertas,

y en ritmos placenteros las siniestras marchas.

El torvo guerrero suaviza sus arrugas;

y ahora, en vez de montar los bardados corceles

para asustar el ánimo de horrendos adversarios,

cabriolea ágil en la alcoba de una dama

al compás del lascivo deleite del laúd.


Mas yo, que no nací para estas travesuras,
ni estoy hecho a cortejar un amoroso espejo;

yo, cuya grosera estampa no conoce

la majestad con que el amor se pavonea


ante una ninfa libertina y desenvuelta;

yo, que estoy privado de bellas proporciones


y traicionado en mis rasgos por falaz naturaleza,

deforme, inconcluso y enviado antes de tiempo

a este mundo viviente, a medio hacer apenas,

y además tan cojo y tan falto de garbo

que los perros me ladran cuando me detengo;


pues yo, en este débil tiempo de paz y lloriqueos,

no hallo otro gusto para matar el tiempo,

que espiar mi sombra dibujada al sol

mientras sobre mi deformidad voy discurriendo;

y puesto que no puedo probarme como amante,

para entretener estos bellos y graciosos días,

he determinado probarme cual villano

y odiar los frívolos placeres de estos días.

Complots he urdido, inducciones peligrosas,

mediante extravagantes augurios, sueños y pasquines,

para poner al monarca y a mi hermano Clarence

en odio mortal el uno contra el otro;


y si el rey Eduardo es tan justo y veraz

como yo sutil, falso y traicionero,

este día será Clarence metido en jaula estrecha,


por una profecía que anuncia que uno
de los hijos de Eduardo asesino ha de ser.
Ricardo III
¡Dadme otro caballo!...
¡Vendadme las heridas!... ¡Jesú s, tened piedad
de mí!... ¡Calla! No era má s que un sueñ o. ¡Oh
cobarde conciencia, có mo me afliges!... ¡La luz
despide resplandores azulencos!... ¡Es la hora
de la medianoche mortal! ¡Un sudor frío
empapa mis temblorosas carnes! ¡Có mo!
¿Tengo miedo de mí mismo?... Aquí no hay
nadie... Ricardo ama a Ricardo... Eso es; yo
soy yo... ¿Hay aquí algú n asesino? No... ¡Sí!...
¡Yo!... ¡Huyamos, pues!... ¡Có mo! ¿De mí
mismo? ¡Valiente razó n!... ¿Por qué?... ¡De
miedo a la venganza! ¡Có mo! ¿De mí mismo
sobre mí mismo? ¡Ay! ¡Yo me amo! ¿Por qué
causa? ¿Por el escaso bien que me hecho a mí
mismo? ¡Oh! ¡No! ¡Ay de mí!... ¡Má s bien debía
odiarme por las infames acciones que he
cometido! ¡Soy un miserable! Pero miento; eso
no es verdad... ¡Loco, habla bien de ti! ¡Loco,
no te adules! ¡Mi conciencia tiene millares de
lenguas, y cada lengua repite su historia
particular, y cada historia me condena como un
miserable! ¡El perjurio, el perjurio en má s alto
grado! ¡El asesinato, el horrendo asesinato,
hasta el má s feroz extremo! Todos los crímenes
diversos, todos cometidos bajo todas las
formas, acuden a acusarme, gritando todos:
¡Culpable! ¡Culpable!... ¡Me desesperaré! ¡No
hay criatura humana que me ame! ¡Y si muero,
ningú n alma tendrá piedad de mí!... Y ¿por qué
había de tenerla? ¡Si yo mismo no he tenido
piedad de mí! ¡Me ha parecido que los espíritus
de todos los que he asesinado entraban en mi
tienda y cada uno amenazaba en la cabeza de
Ricardo la venganza de mañ ana!

Hamlet
¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es má s levantado para el espíritu:
sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un
piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…,
dormir, no má s! ¡Y pensar que con un sueñ o damos fin al pesar del corazó n y
a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí
un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!.. ¡Tal vez
soñ ar! ¡Sí, ahí está el obstá culo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el
considerar qué sueñ os pueden sobrevenir en aquel sueñ o de la muerte, cuando
nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexió n que da
existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y
desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las
congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del
poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno,
cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién
querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa,
si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada regió n
cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde
nuestra voluntad y nos impulsa soportar aquellos males que nos afligen, antes
que lanzarnos a otros que desconocemos? Así la conciencia hace de todos
nosotros unos cobardes: y así los primitivos matices de la resolució n
desmayan bajo los pá lidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores
alientos e importancia, por esa consideració n, tuercen su curso y dejan de
tener nombre de acció n…

Yago
(OTELO)
¿Quién osaría decir que yo sea villano? Consejo gratis doy, y muy honesto. El
ú nico posible y ló gico. El camino que conduce directo a Othello. Ya
Desdémona fá cil será convencerla - ¡es indulgente! – por causa tan leal. Su
generosidad es grande por naturaleza, tales son los propios cielos. ¿Ganar al
Moro? ¡Y hacerle renunciar incluso a su fe! ¡Y de los símbolos y ritos que nos
redimen del pecado! Tan aferrada esta su alma a esa mujer que hacer y, a su
capricho deshacer como le plazca, puede su influencia, hasta ser el Dios que
gobierne a Othello y su flaqueza. ¿Villano? ¿Yo, villano? ¿Cuá ndo le doy a
Cassio lecció n buena y conveniente? ¡Teó logo, como Lucifer! Cuando el
Diablo tienta con los mas negros pecados suele presentarlos siempre con
apariencia angélica; y eso es lo que yo hago; mientras este necio y noble le
este suplicando a Desdémona reparació n y lo propio haga ella insistiéndole al
Moro, yo llenaré su oído de venenos, convenciéndole de que solo es lujuria
quien la empuja. Y cuanto mas interceda ella en favor del otro tanto mas ha de
perder ante Othello y su virtud, donde todos quedan atrapados.

ORSINO
(Noche de Reyes)
Si el amor se alimenta de música,
seguid tocando; dádmela en exceso,
que, saciándome, repugne al apetito y muera.
¡Repetid la melodía! Tenía una cadencia…
Acarició mis oídos como el dulce son
que, alentando sobre un lecho de violetas,
roba y regala perfume. ¡Ya es bastante!
Ahora no es tan grata como lo era antes.
¡Espíritu de amor! ¡Qué vivo y qué voraz!
Tienes la capacidad de los océanos
y, sin embargo, en ti no entra nada,
por excelso que sea su valor,
sin que pierda su precio y estima
en un momento. Tan fantasioso es el amor
que todo él es una fantasía.
Cuando la vi por vez primera, Olivia
purificaba el aire pestilente.
Me convertí al instante en una corza
y, desde entonces, mis deseos me persiguen
como perros crueles y feroces.

CLARENCE
(Ricardo III)

Soñé que me fugaba de aquí y me iba en un barco con mi hermano Glóster,


estábamos en la cubierta, entre las olas mirábamos a tierra y aparecían los
difíciles momentos de la guerra. Glóster de pronto se caía y cuando yo lo
quería levantar él me agarraba y me tiraba por la borda. Yo me ahogaba, ahí
sentí un zumbido terrible en mis oídos. Sumergido vi la muerte, vi naufragios,
pedazos de hombres devorados por monstruos marinos, en el fondo había
miles de piedras preciosas que cegaban mi visión. Muchas de esas piedras
estaban enquistadas en los cráneos de los muertos. Y en las órbitas huecas
donde alguna vez hubo ojos, ahora el brillo se burlaba de las osamentas
infinitas del fondo del mar. 
Ese sueño ha sido el sombrío barquero de mi vida; surgió en mi niñez, cuando
comenzó la tempestad de mi alma
Me desperté y sigo temblando, sigo allí, en el sueño y es como si no hubiese
despertado nunca. Todo lo que he hecho, lo he hecho por Glóster, mi
hermano; y mira como me paga.
Por favor, necesito dormir... me da terror dormir solo.
ORSINO
(Noche de Reyes)
Si tuviera valor, ¿no debería,
como el ladrón egipcio en peligro de muerte,
matar lo que amo?
Son celos salvajes
que a veces rezuman nobleza. Mas oídme:
ya que así desestimáis mi fidelidad
y pues creo que conozco el instrumento
que en favor vuestro me disloca de mi sitio,
vivid siempre cual tirana de pecho marmóreo.
Pero a este vuestro favorito, a quien amáis,
y al que, lo juro, yo tengo un gran cariño,
voy a arrancarle de la cruel mirada
en que, por desairarme, le habéis entronizado.
Mi ánimo está presto a la maldad.
Al cordero sacrifico, aunque le quiero,
en desaire a una paloma que es un cuervo.
ANA
(Ricardo III)
Desde que soy su esposa, no he podido dormir ni un segundo tranquila, cada
noche me despierto con sus pesadillas… Cuándo fijé la mirada en Ricardo,
este fue mi juramento ¡cuando te cases, el dolor se asiente en tu lecho y que tu
mujer, si hay alguna tan loca, sea mas miserable que lo que tu me has hecho
desgraciada por la muerte de mi querido esposo! Y ahora, antes que pudiera
repetir esta maldición, en tan corto tiempo, mi corazón de mujer se dejaba
cautivar estúpidamente por sus mentiras, y había echo de mi el objeto de mi
propia maldición.
Sé que me odia y quiere matarme.
REINA MARGARITA
(RICARDO III)
¡Escú chenme, piratas que se disputan el reparto de lo que me han robado!
¿Alguno de ustedes puede mirarme sin estremecerse, si no es como sú bditos
sometidos?
¡Al menos tiemblen como rebeldes al ver a la que han destronado!
¡Y tú no me quites los ojos de encima!
¡Me debes un hijo y un esposo! …(A Isabel) ¡Y tú , mi reino!
¡Y todos ustedes, obediencia!
¡Cuá ndo llegué se estaban haciendo pedazos y ahora vuelven todo su odio
contra mí?...
¡Aquí mis maldiciones! Que sin guerra, caiga su rey víctima del libertinaje.
A Isabel
¡Y tú , que eres reina, sobrevivas tan miserable como yo a tu gloria! Te deseo
una larga vida para ver morir a tus hijos y ver… ¡como yo veo en ti ahora!...
otra mujer en posesió n de tus derechos, como tú lo está s de los míos. Que tus
días de felicidad se acaben muchísimo antes de que te llegue la muerte, y que
tras interminables horas de dolor, mueras, habiendo dejado de ser madre,
esposa, abuela y reina.
¡Rivers y Dorset, que estaban presentes…, y tú también, Hastings… ustedes
fueron có mplices del asesinato de mi hijo. Que ninguno de ustedes muera de
causa natural, sino que un funesto accidente trunque para siempre sus
pequeñ as existencias.

EDMUNDO
(EL REY LEAR)
A ti, naturaleza, mi deidad suprema, he consagrado todos mis servicios. ¿He
de arrastrarme por la senda rutinaria permitiendo que las convenciones
extravagantes del mundo me priven de mi herencia, sólo porque nací doce o
catorce lunas más tarde que mi hermano? ¿A qué ese nombre de bastardo?
¿Por qué no de ser ilustre, cuando las proporciones de mi cuerpo se hallan tan
bien formadas, mi alma es tan noble y mi estatura tan perfecta como si hubiese
nacido de una honesta matrona? ¿Por qué me vilipendian con los dictados de
ilegítimo, plebeyo, bastardo? ¡Plebeyo, ya que en el acto vigoroso y
clandestino de la naturaleza recibí una sustancia más abundante y elementos
más fuertes de los que suministra una pareja extenuada que, en tálamo
insípido y tedioso, se ocupa sin placer en la creación de una raza de abortos
engendrados entre el sueño y la vigilia! ¡Ah!, ¡mi Edgardo el legítimo! Para
mí será tu patrimonio; el amor de nuestro padre común lo mismo pertenece al
bastardo Edmundo que al legítimo Edgardo. ¡Legítimo! ¡Valiente palabra! Sí,
no hay duda; si esta carta logra buen éxito y mi invención triunfa, el plebeyo
Edmundo ocupará el lugar del noble Edgardo. Me engrandezco, prospero. Y
ahora, dioses, pasad al bando de los bastardos.

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