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Devoto, Fernando

Historia de los italianos en la Argentina. - 1a. ed. -


Buenos Aires: Biblos, 2006.
489 pp.; 23x16 cm.

ISBN 10: 950-786-551-9


ISBN 13: 978-950-786-551-0

1. Historia de la inmigración en Argentina. I. Título


CDD 325.4

Diseño de tapa: Luciano Tirabassi U. y Lucía Sarasola


Foto de tapa: Bodas de oro de Gaetano Lampo y Rosa Giardino, Buenos Aires, c. 1930
Armado: Hernán Díaz
Coordinación: Mónica Urrestarazu

© Fernando Devoto, 2006


© Editorial Biblos, 2006
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del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Esta primera edición de 2.000 ejemplares


fue impresa en Indugraf S.A.,
Sánchez de Loria 2251, Buenos Aires,
República Argentina,
en diciembre de 2006.
Índice

Presentación de Stefano Ronca, embajador de


Italia en Buenos Aires............................................................................ xi
Presentación del senador Luigi Pallaro, presidente de la
Cámara de Comercio Italiana en la República Argentina...................... xiii

Palabras preliminares .............................................................................19

Capítulo 1
Las fases de la migración temprana .......................................................25
En los comienzos del siglo xix...............................................................27
En tiempos de Rosas.............................................................................38
Más allá de los genoveses: profesionales y exiliados...............................48
Veinte años de expansión......................................................................54
El movimiento migratorio......................................................................55
Una “Australia italiana”........................................................................58
La inserción de los italianos..................................................................64
Imágenes y estereotipos de los italianos tempranos...............................70
El nacimiento conflictivo de una comunidad italiana (o varias)..............76

Capítulo 2
La gran transformación ..........................................................................95
El ciclo migratorio.................................................................................97
De la val padana a la pampa gringa.................................................... 109
La colonización rural........................................................................... 115
Los italianos en las ciudades............................................................... 126
La vida de la comunidad..................................................................... 132
Los católicos a la búsqueda de un liderazgo alternativo:
los salesianos..................................................................................... 142
La década del 80: imágenes, polémicas y proyectos............................. 148

Capítulo 3
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina . ......... 165
Las asociaciones mutuales,................................................................. 168
La composición de las asociaciones mutuales..................................... 177
Servicios y funciones........................................................................... 182
Un punto de encuentro: los hospitales italianos.................................. 191
Espacios de sociabilidad: círculos, clubes........................................... 195
Las instituciones económicas.............................................................. 204
La Camera di Commercio Italiana....................................................... 218
Un breve balance................................................................................ 231

Capítulo 4
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) ............................................ 235
Del Mezzogiorno al Plata..................................................................... 240
El aluvión migratorio del Mezzogiorno................................................. 246
La renovada expansión de la pampa gringa y sus límites..................... 257
Una pampa italiana............................................................................ 262
Mundos urbanos entre dos siglos........................................................ 278
Otro mundo italiano: los industriales en la Argentina.......................... 283
La izquierda argentina, los italianos y el movimiento obrero................ 292
Intelectuales, científicos y profesionales para el Estado argentino....... 299
Los italianos, el Estado y la sociedad argentina................................... 303

Capítulo 5
Entre dos guerras (1914-1945) ............................................................. 317
Los italianos y la Gran Guerra............................................................ 318
El flujo migratorio italiano: renacimiento y derrumbe.......................... 328
La vida de los italianos y de sus instituciones..................................... 332
El fascismo y las comunidades italianas en la Argentina..................... 342
Fascistas, antifascistas, afascistas...................................................... 356
Un caso particular: los italianos de origen judío.................................. 365
Entre el ascenso y la integración: la experiencia de los años de
entreguerras....................................................................................... 372

Capítulo 6
De 1945 hasta el presente .................................................................... 381
Un nuevo ciclo migratorio................................................................... 383
Italia, la Argentina y las migraciones de la posguerra.......................... 392
Las migraciones se estancan, las relaciones económicas florecen........ 404
Los nuevos contextos y las comunidades italianas en la Argentina...... 416
Los avatares de la vida institucional.................................................... 421
La vida de los italianos en la Argentina de la segunda posguerra......... 435
Las imágenes de Italia y de los italianos en la Argentina de la
posguerra........................................................................................... 445
Eppur si muove... ............................................................................... 449

Fuentes y bibliografía ........................................................................... 457

Índice de nombres ................................................................................ 481


El puerto de Génova a fines del siglo xix.
Presentación de Stefano Ronca*

El hecho de que sea la Cámara de Comercio Italiana la que promovió la


publicación de esta obra tiene un valor especial. La primera presencia italiana
registrada en el territorio argentino, en la época de la colonia española, fue
la de los comerciantes ligures. Concluida la extensa fase inmigratoria, de
aproximadamente un siglo, y reducido el flujo de personas, los movimientos
de mercaderías y de servicios entre la Argentina e Italia permanecen como
un componente esencial de las relaciones bilaterales.
La Cámara de Comercio es una institución puente entre el pasado y el
presente en las relaciones entre los dos países, y puede enorgullecerse de un
legado histórico (en 2004 celebró sus ciento veinte años), y al mismo tiempo
proyectarse hacia el futuro para la investigación y el desarrollo de nuevas
sinergias entre las economías argentina e italiana.
Historia de los italianos en la Argentina llena un vacío en la ensayística
contemporánea.
Excepto alguna obra antigua, no se podía, hasta ahora, consultar un
texto de referencia que tratara de forma orgánica y completa la vivencia de
los italianos en el territorio argentino. El mismo autor, Fernando Devoto, el
máximo historiador argentino de la inmigración italiana, había abordado
el argumento por períodos cronológicamente limitados, correspondientes a
la inmigración masiva (1850-1930) o por temáticas sectoriales específicas.
La epopeya de los italianos en la Argentina se inicia mucho antes del
éxodo migratorio. Ya fueran comerciantes titulares de licencias de comercio
españolas o exiliados que habían participado en los movimientos del Ri-
sorgimento, la Argentina acogió desde el comienzo de su historia nacional
a aquellos italianos (por nacionalidad y no por ciudadanía, pues no había
nacido aún el Estado italiano) que contribuyeron al desarrollo del país desde
su inicio. El profesor Devoto recuerda los orígenes de algunos personajes
comprometidos en los primeros albores de la recién nacida República: Ma-
nuel Belgrano, Juan José Castelli, Manuel Alberti, Antonio Beruti, Joaquín

* Embajador de Italia en Buenos Aires.


[ IX ]
X Stefano Ronca

Campana. Desde 1860 el componente italiano ya es dominante en los flujos


inmigratorios destinados a poblar el inmenso territorio argentino.
En el siglo de la inmigración de masas, millones de italianos llegan a los
puertos argentinos y en el curso de los años hacen un aporte esencial en
todos los campos para el desarrollo del país de adopción, de una entidad tal
que una enumeración sectorial no tendría sentido. Los italianos, su cultura y
sus costumbres fueron fundamentales en la creación de la identidad nacional
argentina. Justamente esta comunión de elementos, genéticos y espirituales,
hace que el pueblo argentino y el italiano sean tan similares, no obstante la
considerable distancia geográfica y el diverso contexto regional.
Las redes de solidaridad social, las antiguas sociedades de socorros
mutuos, creadas por los mismos inmigrantes, suministraron la base del
fenómeno asociativo italiano, fundamental para la conservación de la iden-
tidad nacional en un ambiente favorable a la integración como el argentino.
El interés manifestado por las regiones italianas y por los otros entes locales
hacia sus corregionales residentes en la Argentina, la acción realizada por
la red diplomático-consular para la asistencia de los desposeídos y para
la difusión de la lengua y de la cultura italianas, la aplicación efectiva del
derecho electoral activo y pasivo, obran de acuerdo con las directrices que se
aúnan con lo realizado por el asociacionismo para preservar la italianidad
de nuestra colectividad.
La eficacia de esta acción sólo se podrá constatar dentro de algunas dé-
cadas, con la desaparición de la última generación de emigrantes. ¿Sabrán
sus descendientes, con doble ciudadanía, recoger los testimonios y perpetuar
la presencia italiana en la Argentina? Es prematuro saber en qué forma se
producirá esto. Pero la impronta italiana en la Argentina es tan profunda
que nunca podrá borrarse.
Presentación del senador Luigi Pallaro*

Cuando pensamos preparar un libro sobre los ciento veinte años de la


Cámara de Comercio Italiana en la República Argentina, la solución más
fácil y rápida hubiera sido la clásica colección de fotos de los miembros del
Consejo Directivo en diversas actividades institucionales. Pero, luego, nos
preguntamos si esta histórica fecha no debería ser celebrada con algo más
importante.
Es por eso que nació este libro, que puedo con todo derecho definir como
una obra de consulta disponible para todos aquellos que quieran leer la his-
toria de la Argentina vista a través de los ojos de sus habitantes italianos.
Es una obra ambiciosa, que quiere reconstruir, y lo hace eficazmente, el
“sentido” de la existencia de los italianos en la Argentina desde el 1700,
pasando por la emigración masiva del 1800, esa emigración que trajo valor
agregado en el trabajo de la tierra y un bagaje de conocimientos prácticos
que contribuyeron a la formación de mutuales y asociaciones como esta
Cámara de Comercio.
En estos ambientes los italianos cultivaron su cultura y se prepararon para
insertarse en los organismos de la vida social y participativa local. Enviaron
a sus hijos a las escuelas y universidades argentinas, pero al mismo tiempo
crearon, ellos mismos, las escuelas italianas, con el objetivo de mantener
vivos los lazos con la madre patria.
Este libro es un homenaje a ellos y a sus hijos: es una puerta abierta
para aquellos que deseen conocer y profundizar nuestra historia. Todos nos
vieron subir a los barcos, ahora podrán leer dónde desembarcamos y qué
hicimos.

* Presidente de la Cámara de Comercio Italiana en la República Argentina.


[ XI ]
El frugal almuerzo de una familia recién llegada a Buenos Aires.
Historia de los italianos en la Argentina

A mis padres,
a mi hermano Eduardo, in memoriam,
a mis sobrinos Edu y Lucía
Palabras preliminares

En el otoño de 1980 visité el Instituto Italiano de Cultura de Buenos


Aires para informarme sobre las condiciones para obtener una beca de
estudios del gobierno italiano. El funcionario que me atendió (cuyo nombre
he olvidado) me indicó que era difícil acceder a ella con un tema como el que
le propuse: el iluminismo milanés, en especial Cesare Beccaria y el grupo
de “Il Caffé”. Sugirió, en cambio, que presentase algo relacionado con la
inmigración italiana en la Argentina. Comenzó así, de modo completamente
azaroso, mi relación con un tema en el que nunca antes había pensado
como objeto de investigación pese a ser (como tantos otros argentinos)
nieto de inmigrantes genoveses, por parte de mi padre. Una estadía en
Roma, gracias a otra beca, entre septiembre de 1980 y junio de 1981, dio
inicio a una larga travesía por el argumento. Los artículos académicos que
regularmente comencé a publicar desde poco tiempo después (y una parte
de los cuales fue reunida en forma de libro por la Universidad de Sassari,
en 1988) fueron superponiéndose a congresos y a cursos de los cuales uno
de ellos, dictado en el Istituto Italiano per gli Studi Filosofici de Nápoles,
adquirió también la forma de un libro (editado en 1994) que imaginé como
un largo ensayo metodológico, historiográfico e interpretativo que sirviese
de proemio a otro más ambicioso que encararía en el futuro.
Sin embargo, los avatares de la vida académica me llevaron hacia otros
terrenos y fueron posponiendo la redacción de ese libro que reuniese
mis propias investigaciones y las de tantos otros que habían comenzado
paralelamente a ocuparse del mismo tema. Un libro que dejase de lado
las discusiones conceptuales o, mejor, las incorporase subestantemente
dentro de un relato que intentase ser simplemente una historia contada
al viejo modo. El pedido de la Camera di Commercio Italiana, a través de
su presidente Luigi Pallaro y de su secretario Luigi Egidy, de realizar una
historia de los italianos en la Argentina, en conmemoración de los ciento
veinte años de su fundación, vino a generar la oportunidad de realizarlo.
La iniciativa podía ser vista como parte de una antigua tradición de la
Camera que había producido valiosas contribuciones entre fines del siglo
xix y la Primera Guerra Mundial, en varios volúmenes presentados en ex-

[ 19 ]
20 Fernando Devoto

posiciones internacionales realizadas en Italia. El resultado que el lector


tiene entre manos amplía mi proyecto original, que era finalizar en 1930,
extendiéndolo hasta tiempos cercanos.
La historia de los italianos en la Argentina es un argumento vasto y
sobre todo heterogéneo. Más aún cuando, como en este caso, se habla-
rá no sólo de aquellos que las definiciones jurídicas –o el uso común de
los historiadores– denominan inmigrantes sino de un conjunto aun más
amplio: aquellos que independientemente de su condición social llegaron
a la Argentina procedentes de la península italiana. El primer problema
es, pues, cómo reunir en un cuadro de conjunto experiencias que fueron
desde el momento inicial tan diferentes. ¿Qué lazos podían vincular, por
ejemplo, a Giuseppe Militello, un joven siciliano emigrado con su familia en
la segunda posguerra, que trabajaría como técnico en Entel, con Agostino
Rocca, presidente del Istituto per la Ricostruzione Industriale (iri) en la Italia
del veintenio y fundador de Techint en la Argentina? También este último
era un italiano llegado al país después de la Segunda Guerra Mundial. Así,
ante todo, nos encontramos con la cuestión de las diferencias sociales que
procedían de antes de la inmigración o con aquellas que se generarán luego
como resultado de los diferentes itinerarios personales.
Una segunda pregunta es qué tienen en común, pongamos por caso,
los inmigrantes ligures llegados a la Argentina en los años 30 del siglo xix,
que se establecerían en el barrio de la Boca, con los inmigrantes molisanos
arribados a Rosario a fines de los años 40 del siglo xx. Nos encontramos, en
este caso, frente a diferencias temporales (¡ciento veinte años!) entre per-
sonas que llegaron no sólo a dos países muy diferentes sino que procedían
de un lugar que había cambiado tanto en ese lapso. La península italiana,
que no estaba siquiera reunida bajo la égida de un Estado común en el
primer caso, estaba en vías de convertirse en una potencia industrial en el
segundo. Esa diferencia temporal nos obliga a recordar que el equipaje que
el inmigrante traía consigo era muy diferente. Pongamos un solo ejemplo:
mientras los primeros arribados difícilmente se percibían a sí mismos como
italianos (y no dominaban ni siquiera una lengua nacional), los segundos,
que habían pasado por esas grandes experiencias nacionalizadoras que
fueron la escuela pública y las dos grandes guerras mundiales, creían
serlo bastante plenamente. Ciertamente, unos y otros fueron vistos en la
Argentina como italianos, aun antes de que existiese el reino de Italia, y
bien sabemos cuánto la mirada de los otros construye nuestra identidad
tanto como lo hace nuestra propia idea de pertenencia.
La tercera cuestión es qué tienen en común un inmigrante italiano en
la Argentina que antes de partir ha vivido por un tiempo en la sociedad
de origen con los hijos llegados pequeños al país, con los nacidos en la
Argentina o con sus nietos o sus bisnietos, esos jóvenes que hoy solicitan
un pasaporte para eventualmente ir a Italia. Esos hijos, nietos, bisnietos,
están ligados con Italia solamente a través de la memoria de sus padres,
de sus abuelos, de sus bisabuelos, pero no a través de su propia expe-
riencia. Diferencias, entonces, generacionales. Seguramente por muchas
Palabras preliminares 21

distinciones que puedan señalarse (podrían agregarse asimismo aquellas


regionales), el lector que ha comprado este libro cree que ahí hay rasgos
de una historia común. Y como dice el aserto sociológico: si las personas
creen que algo es real, es real en sus consecuencias.
Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres, escribió una
vez Marc Bloch. Cierto, pero también de algún modo se parecen a ellos. En
tiempos tan procelosos como los actuales, por lo demás, la búsqueda de
algo que podría llamarse los orígenes, la identidad, la pertenencia (quizá
imaginaria), algo que exceda la propia individualidad y el propio tiempo,
atrae más el interés de las personas que en otras épocas. ¿Están ellas en
esos pasados más o menos remotos, en esas memorias familiares, coti-
dianas, lejanas, de las memorias públicas, cívicas, heroicas, a las que nos
acostumbran las pedagogías escolares? Quizá tras leer este libro el lector
pueda pensar de otro modo acerca de ellas, encontrar rastros de sus pasados
o quizá perciba estas historias como ajenas. Quizá pueda mirar también
de modo más abarcador a una Argentina rica en diversidades, compleja,
heterogénea. Quizá le parezcan persuasivas algunas continuidades que
propone el autor, en busca de explicar la enorme importancia que tuvo en
la Argentina la presencia de Italia y de los italianos y la limitada visibili-
dad de éstos en los relatos de la historia argentina. En cualquier caso, al
escritor le corresponde más predicar la parábola que explicar su sentido,
escribió, con habitual sagacidad, Jorge Luis Borges.
Muchas son las personas que de un modo o de otro me ayudaron en
mis estudios sobre el tema y discutieron conmigo tantos de los temas aquí
presentados. Entre ellos quisiera recordar aquí, en primer lugar, a los
fallecidos padres scalabrinianos Gianfausto Rosoli y Luigi Favero, cuya
generosidad y libertad de espíritu me hubiera gustado encontrar también
en otras partes. También agradezco a mis colegas Sam Baily, Anna Maria
Birindelli, Manlio Brigaglia, Luigi De Rosa, Emilio Franzina, Pilar González,
Dora Marucco, Juan Oddone, Sandro Schippani y Ercole Sori, por diferentes
invitaciones académicas o por haberme enriquecido con sus conocimientos
sobre el argumento. Para este libro me fueron de enorme ayuda los valiosos
materiales que me acercaron María Inés Barbero, Cesare Battisti, Alicia
Bernasconi, Mariela Ceva, Patricio Cocaro, Carina Frid y María Victoria
Grillo. A ellos mi reconocimiento por su generosidad. Agradezco, asimismo,
a Federica Bertagna y Luigi Egidy que leyeron los borradores de este texto,
beneficiándome con sus observaciones.
Finalmente, unas palabras de gratitud para Alicia, que acompañó con
su calidez (y su buen castellano) la redacción de este libro.

Fernando Devoto
Acassuso, verano de 2006
Capítulo 1

Las fases de la migración temprana

Afiche de la compañía de navegación La Veloce (c. 1880).


La presencia de personas procedentes de la península italiana en el
territorio de la futura Argentina puede remontarse al período colonial. Aun-
que formalmente excluidos, por la compleja legislación, de la posibilidad
de pasar a América, numerosas excepciones existían. Eran el resultado de
las muchas oportunidades que brindaba la contradicción entre las minu-
ciosas disposiciones y la realidad de un imperio demasiado vasto para ser
eficazmente controlado. En general, se trataba de individuos aislados que
llegaban en esa turbamulta de aventureros, militares, clérigos o simplemente
pobres a la búsqueda de mejor fortuna que se lanzaban a las Indias. En
la región marginal y fronteriza del Río de la Plata eran proporcionalmente
un poco más relevantes.
En especial desde la segunda mitad del siglo xviii el número de extranje-
ros en el área platense aumentó al compás del crecimiento de la población,
impulsado a su vez por la expansión del tráfico comercial que tenía como
epicentro el Río de la Plata, por el desarrollo del ciclo exportador del cuero
y (luego) por la construcción de una maquinaria burocrática, con el naci-
miento del virreinato. Estos factores generaron nuevas oportunidades en las
regiones australes. Por ejemplo, un elenco de los artesanos residentes en
Buenos Aires en 1744 exhibe que un tercio de ellos era de origen europeo no
español y proporciones similares pueden verificarse entre los comerciantes.
Aunque el grupo más numeroso lo constituían los portugueses, es natu-
ral que, en ese marco de expansión, aumentase la presencia de personas
que hoy llamaríamos italianos. Sin embargo, no dejaban de ser siempre
casos aislados, comerciantes o marineros que habían llegado a través de
mecanismos individuales y que no daban lugar a una auténtica corriente
migratoria ni generaban ningún tipo de colonia de ese origen.
El itinerario a través del cual estos primeros genoveses y peninsulares
llegaron al Río de la Plata puede ser emblematizado a través del caso de
Domenico Belgrano, comerciante nacido en Oneglia que había pasado a
América en 1753, tras una estadía de cuatro años en Cádiz. Ese itinerario no
era casual ya que muchos ligures estaban instalados ya desde los comienzos

[ 25 ]
26 Fernando Devoto

de la conquista de América en el siglo xvi en Sevilla como comerciantes y


financistas de la empresa, como lo atestigua el dicho popular de que el oro
de América era “en Génova enterrado”. El desplazamiento a Cádiz del puerto
monopólico del imperio, en el tráfico con las Indias, los llevaría a instalarse
en esa ciudad y también en la vecina Gibraltar, posesión británica desde
1710. Este último caso lo atestiguan, por ejemplo, algunos pocos súbditos
ingleses nacidos en esta última con inconfundibles nombres genoveses que
residían en la vecina ciudad de Montevideo ya a principios del siglo xix.
Así aquellas dos ciudades atolones hacia el Atlántico, en especial Cádiz,
serían los dos puntos de pasaje principales de peninsulares. Eran sobre
todo de origen ligur y de profesión comerciantes. También personas de
otras regiones y ocupaciones siguieron ese itinerario. Por ejemplo, en ese
lugar había residido también por varios años, antes de dirigirse al Río de
la Plata, el médico Angelo Castelli (padre de Juan José), nacido en Morea,
una de las tantas colonias venecianas del mediterráneo oriental.
Se trataba de individuos cuyos vínculos en las nuevas tierras america-
nas, hasta donde sabemos, eran muy diversificados desde el punto de vista
del origen étnico. La correspondencia de Domingo Belgrano, estudiada por
Zacarías Moutukias, lo muestra con claridad. Llegado aquél al Río de la
Plata en 1757, pronto se casó con una porteña criolla (también con otra
emparentada con ella lo hizo el médico Castelli) de un antiguo linaje sin
gran fortuna pero con muchos vínculos, en especial en el terreno eclesiás-
tico, y con lazos en Santiago del Estero y Buenos Aires, e inició una exitosa
carrera comercial. Los intercambios mercantiles en los que participaba
Domenico Belgrano incluían a Europa (España, Inglaterra y Francia pero
no Génova), Brasil, las distintas regiones del futuro virreinato (de Potosí
a Paraguay), Chile y Perú. Sus vínculos comerciales eran todos ellos con
otras personas de origen español o criollo pero no con otros genoveses u
originarios de la península italiana.
Así, la inserción de Belgrano en circuitos comerciales internacionales y
en la sociedad local excluían cualquier lazo que remitiese a sus compaisanos
o a su lugar de origen. Además, aunque nada sabemos de cuán fuerte fuese
su apego a su lugar de origen y aun a la cultura italiana o mejor genovesa
–y desde luego podemos presuponer que como con todo extranjero ésta
estaba presente de un modo u otro–, sí sabemos que decidió castellanizar
su segundo apellido Peri en Pérez, lo que muestra cabalmente una voluntad
de mimetización con el ambiente local. Esa integración se reflejaba tam-
bién en su incorporación a órganos administrativos locales, como regidor
del Cabildo o alférez real. Asimismo, habiendo decidido enviar a tres de
sus hijos a realizar estudios en el extranjero (incluido Manuel, el futuro
integrante de la Primera Junta de gobierno), los mandó a distintos lugares
de España y no a Génova o a la península italiana. Su hijo Manuel (acerca
del que no consta que ninguno de sus contemporáneos, amigos o rivales,
le haya atribuido una pertenencia italiana o genovesa, lo que es bastante
significativo) no parece haber conservado particulares lazos con la cultura
paterna. Al menos en su breve autobiografía dedica sólo un rápido párrafo
Las fases de la migración temprana 27

a referirse al lugar de nacimiento de su padre, castellanizándolo (Onella).1


En cambio conservó o readquirió un conocimiento de la lengua italiana que
le sirvió, entre otras cosas, para difundir en el Río de la Plata la obra del
economista tardomercantilista napolitano Antonio Genovesi. Es por otra
parte evidente que Belgrano o Castelli o aun el clérigo Manuel Alberti, cuyas
raíces peninsulares se encontraban en Saboya, estaban lo suficientemente
bien integrados e identificados con el medio local como para poder ocupar
un lugar relevante en el nuevo curso revolucionario.
En general, las antiguas historias de los italianos en América comenzaban
con un minucioso inventario de aquellas personas como Domingo Belgrano
arribadas en la época colonial. No lo haremos aquí. Una golondrina o unas
pocas golondrinas no hacen un verano y la historia de los peninsulares
deberá esperar todavía varias décadas para comenzar verdaderamente. Es
que, a diferencia de las pequeñas agrupaciones de personas, en general
comerciantes de distintas regiones de la actual Italia, existentes en muchas
ciudades de Europa ya desde la Edad Media –y que los nombres de algunas
vías atestiguan todavía hoy–, o de la aun más masiva presencia en el siglo
xviii de los genoveses en las ciudades del Mediterráneo occidental (como
Marsella, Cádiz o Gibraltar), de los piamonteses en el sur de Francia o de
los vénetos en la Europa central, nada semejante ocurría por entonces en
la zona del Río de la Plata. Ni siquiera el crecimiento de los movimientos de
población que tuvo lugar en Europa durante el período napoleónico, gracias
a las menores restricciones a la circulación de personas o a las grandes
obras públicas que requerían mano de obra de muchos orígenes o, para
el caso español, a la debacle de la monarquía que limitó sus posibilidades
de regular la circulación de personas y mercancías entre los dos lados del
Atlántico, parece haber generado un aumento significativo del flujo de los
genoveses hacia América. Por ejemplo, un elenco de emigrados de 1808 de
la pequeña ciudad marinera de Varazze, que con los años daría un conspi-
cuo flujo al Río de la Plata, registra muchos destinos pero ninguno en ese
año hacia el Río de la Plata.2

En los comienzos del siglo xix

En los confusos y en parte inesperados episodios que dieron lugar a la


instalación de una Primera Junta en la capital del virreinato del Río de la
Plata en mayo de 1810, los nombres “italianos” presentes en ella o en los
acontecimientos inmediatamente sucesivos (Belgrano, Castelli, Alberti,

1. M. Belgrano, Autobiografía del general Don Manuel Belgrano que comprende desde sus
primeros años (1770) hasta la revolución del 25 de Mayo, en Biblioteca de Mayo, Buenos
Aires, 1960, vol. ii, p. 955.
2. Archivio Comunale di Varazze (acv), xiii, b. 407, f. 3.
28 Fernando Devoto

Antonio Beruti, Joaquín Campana) parecen sugerir una realidad diferente.


No era sin embargo así. Un elenco de extranjeros registrados en Buenos
Aires en 1804 –recuperado por ese observador minucioso e inteligente que
fue Emilio Zuccarini– enumera noventa y seis hombres de origen penin-
sular presentes en los distintos distritos de la ciudad. Si se calcula que el
número de habitantes de Buenos Aires por ese entonces giraba en torno
de cuarenta mil habitantes, no es un porcentaje significativo, aunque los
peninsulares fuesen luego de los portugueses el contingente extranjero
más numeroso. Sin embargo, más allá del peso numérico, el problema es
que ellos habían llegado en distintos momentos desde mediados del siglo
anterior, tenían patrones de asentamiento muy dispersos –ya que estaban
distribuidos en los distintos barrios de la ciudad– y ejercían profesiones
muy dispares (de comerciantes a artesanos, de jornaleros a pulperos, de
matadores de cerdos a boticarios, de quinteros a artistas). Por otra parte,
en esa variopinta gama de ocupaciones estaban prácticamente ausentes
aquellas que caracterizarían a los primeros núcleos densos que vendrían
luego. Es decir, las profesiones ligadas al mar. Buscando alguna caracterís-
tica de conjunto que pueda presentar algún rasgo de continuidad con los
peninsulares posteriores podría señalarse que, a diferencia de otros grupos
europeos, como los ingleses o franceses, más homogéneos socialmente, los
procedentes de la península, más allá de algunos comerciantes exitosos,
de algún médico y algún farmacéutico, eran, como se ha visto, pequeños
comerciantes y, sobre todo, trabajadores manuales.
Aunque la mayoría procedía de los dominios genoveses (lo que incluía la
misma Liguria y también otras antiguas posesiones genovesas del Medite-
rráneo oriental) y se definían como de “nación xenovés” (cincuenta y cuatro
de los noventa y seis), la diversidad de lugares de origen hacía que no se
encontrase ningún núcleo consistente de personas de un mismo pueblo
entre ellos. Los restantes cuarenta y dos, por su parte, procedían de casi
todas las regiones de la actual Italia: de Milán a Sicilia, de Venecia a Roma
y Nápoles. Finalmente, aunque el registro sólo enumera a los hombres,
otro elenco de 1810, aunque incompleto, ya que consigna los presentes en
catorce de los veinticuatro distritos de la ciudad, consigna sesenta y un
hombres y sólo tres mujeres de origen peninsular. Ese desbalance refuerza
la idea de individuos aislados que habían llegado en distintos momentos y
por distintas vías al Río de la Plata, que tenían pocos lazos entre sí y des-
de luego no constituían ningún tipo de “comunidad”. El mismo Zuccarini,
esforzado defensor de los mitos del Risorgimento, se ve obligado a concluir
que nada autoriza a hablar en ese momento ni de un sentimiento de “ita-
lianidad” ni de la “necesidad de ninguna función colectiva”.3 Asimismo, el
hecho de que algunos pocos aparezcan registrados como de “nación” italiana

3. E. Zuccarini, “La Premessa”, en aa.vv., Gli italiani nell’Argentina. Uomini ed Opere,


Buenos Aires, s/e, 1928.
Las fases de la migración temprana 29

(entidad política no existente) y la mayoría según sus procedencias a veces


nacionales (en el sentido de Génova, reino de Nápoles o “estado de Roma”)
y otras simplemente regionales o aun locales, sugiere las ambigüedades de
las definiciones y de las pertenencias en esa época, como argumentaremos
más extensamente luego.
Desde luego que la nueva situación abierta en 1810 creó muchas nuevas
oportunidades para los extranjeros, en especial para los comerciantes. La
apertura del comercio, decretada ese mismo año, y la pronta marginación
de los mercaderes monopolistas españoles permitían que su lugar fuese
ocupado no tanto por los criollos como por extranjeros de otros orígenes
que, disponiendo de contactos en el exterior y de algún capital, se insta-
larían en Buenos Aires. Así, el panorama de la villa cambiaría bastante
rápidamente desde la primera década revolucionaria con la presencia sobre
todo de ingleses (que ya en 1811 crearían un club de residentes británicos),
secundariamente de alemanes (cuya primera asociación procede de la década
siguiente), de norteamericanos y algo más tarde de franceses.4 Por supuesto
que no se trataba sólo de comerciantes sino que junto con ellos, detrás de
ellos, llegaban también personas ligadas a otras ocupaciones menos aco-
modadas: artesanos, marineros, jóvenes trabajadores adventicios.
Los procedentes de la península italiana, y en especial los genoveses,
no parecen haber podido aprovechar inicialmente la situación pese a sus
antiguos vínculos con el mundo hispanoamericano y a que los ligures es-
taban emigrando en un número bastante considerable, en especial desde
el siglo xviii, hacia lugares en el Mediterráneo occidental y en forma más
estacional y temporaria hacia sitios más próximos. Hacia el Piamonte y la
vecina Francia lo hacían los de poniente y hacia el área lombardo-véneta
y en menor medida incluso a la “maremma” Toscana los de levante.
Los destinos principales de los genoveses que emigraban al exterior en
los veinte años comprendidos entre 1809-1828 se encontraban todavía en
el Mediterráneo occidental –la península ibérica (en especial Gibraltar) y
África del norte (en especial Argel y Orán)– y no en el Río de la Plata. Eran
empujados por el crecimiento de la población, la poca tierra disponible,
aprisionada como estaba la región entre el mar y la franja montañosa, por
la fragmentación secular de la propiedad, en especial en la zona de la mon-
taña interior impulsada por hábitos y tradiciones jurídicas que favorecían
la separación de bienes sea entre los muertos como entre los vivos (que
hacía que existieran por ejemplo “propietarios” cuya posesión se reducía a
300-400 metros cuadrados o a apenas dos o tres olivares), por la presión
fiscal (una de las más elevadas de toda la península), por el subsecuente
endeudamiento agrario que para mediados del siglo xix alcanzaba ya un valor

4. F. Devoto, Historia de la inmigración en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana,


2003, cap. 5.
30 Fernando Devoto

equivalente a dos tercios del de la valuación del conjunto de la propiedad


rural y por la larga declinación de algunas industrias como la seda.5
Más allá de todo ello, que había obligado secularmente a los ligures a
una emigración temporaria hacia regiones vecinas o a una instalación más
perdurable allende el mar, debe considerarse también la larga tradición
marinera y mercantil que los había habituado desde hacía siglos a dirigirse
hacia otras tierras incorporando los recursos provistos por la emigración
como un rubro cotidiano e inherente a la economía de las familias. Sin
embargo, pese a esas condiciones para emigrar, empeoradas relativa y
sectorialmente en los primeros decenios del siglo xix (por ejemplo, el nú-
mero de telares que trabajaban la seda existentes en la ribera genovesa
en el siglo xvii se había reducido hacia 1834 a un tercio, aunque en otros
sectores como la industria textil la decadencia procedía de bastante antes y
el fraccionamiento de la propiedad se había acentuado) y pese a las nuevas
oportunidades existentes en el Plata, el movimiento transoceánico hacia
esa región creció lentamente.6 Un obstáculo para una circulación más
intensa de personas lo constituía el hecho de que la marina del reino de
Piamonte y Cerdeña, en la que estaba integrada la genovesa, era demasiado
débil como para insertarse en una posición relevante en el transformado
mundo de las relaciones comerciales entre Europa y América luego de la
independencia. Al monopolio español lo sucedía la hegemonía comercial
británica. Los datos sobre las naves entradas al puerto de Buenos Aires
procedentes de ultramar muestran que no hubo ninguna de bandera sarda
entre 1810 y 1818, y que la primera apareció en 1819.7 Ese retraso en la
posibilidad de desarrollar vínculos comerciales puede ponerse en relación
con la paralela demora en el crecimiento del flujo migratorio.
Las cosas cambiarían radicalmente en los años sucesivos. Mirando los
hechos desde las fuentes disponibles en una pequeña ciudad del poniente
ligur, Varazze, muy relevante en el caso platense, se observa que mientras
los ausentes en el exterior en el momento de la confección de la leva mi-
litar en los veinte años comprendidos entre 1809 y 1828 se encontraban
en un 80% en Gibraltar, en las dos décadas sucesivas (1829-1848) el 60%
se hallaba en el área del Río de la Plata,8 imagen que es compatible con la
que nos proveen las fuentes disponibles en Buenos Aires. Así, el primer
censo de la ciudad realizado en 1855, que contiene el dato de los años de
residencia en el país de los que se encontraban en ella en esa fecha, aunque

5. M. Marenco, L’emigrazione ligur nell’economia della Nazione, San Pier d’Arena, Don
Bosco, 1923, cap. v.
6. F. Devoto, “Liguri nell’America Australe: reti sociali, immagini, identità”, en A. Gibelli
y P. Rugafiori (a cura di), La Liguria. Storia d’Italia. Le regioni, Turín, Einaudi, 1994, pp.
654-656.
7. C. Kroeber, La navegación de los ríos en la historia argentina, Buenos Aires, Paidós,
1968, cap. v.
8. Archivio Comunale di Varazze, viii, b. 312-316.
Las fases de la migración temprana 31

es un indicador imperfecto ya que sobrerrepresenta a aquellos llegados más


tardíamente, dada la tasa de mortalidad y la esperanza de vida de entonces,
muestra inequívocamente los mismos rasgos. Es hacia fines de la década
de 1820, pero sobre todo a comienzos de la siguiente, cuando el flujo mi-
gratorio desde Liguria se hace verdaderamente masivo, convirtiéndose en
el primer componente migratorio europeo al Río de la Plata.9
Una fuente hasta ahora inexplorada es el registro de pasajeros arriba-
dos a Buenos Aires. Es una fuente con problemas ya que había arribos
no consignados, otros que procedían desde el litoral argentino y otros que
eran parte de un movimiento de ida y vuelta entre Buenos Aires y Mon-
tevideo. Sin embargo, más allá de sus límites y deficiencias, nos permite
formularnos una idea bastante precisa si no de la cantidad total, sí de las
fluctuaciones. Las cifras son congruentes con cuanto venimos diciendo:
en 1821 no aparece ningún italiano y en 1822 se registran 39. Los datos
vuelven a estar disponibles a partir de 1825; entre esa fecha y 1830 según
esta fuente arriban 342 personas que declaran alternativamente ser ita-
lianos o genoveses y, en bastante menor medida, sardos. Del conjunto de
arribados en la década (381), sólo una minoría procede directamente desde
Italia (15), otros vienen de otros lugares de Europa (47), de Brasil (13) y la
gran mayoría (228) de Uruguay, lo que confirma el carácter de migración
por etapas que hemos señalado. En cuanto a su origen regional, para los
que disponemos datos, 180 son de Liguria, 19 del reino de las Dos Sici-
lias, 12 del Lombardo-Véneto, 4 del Piamonte, 3 de Roma y 2 de Parma.
Es decir que los genoveses son el 80% del total. Es un movimiento muy
masculino adulto (94,5%), con poquísimas mujeres (3,4%) y niños (2,1%).
En las profesiones declaradas, ambiguas siempre y de difícil interpretación,
predominan ampliamente los que se definen como comerciantes (178) por
sobre los marineros (78) y los que consignan un oficio (61).10
Los arribos consignados aumentan en la década siguiente: 939 entre
1831 y 1838. Se incrementa ligeramente el número de mujeres (12%) y
de niños (3%), pero los hombres adultos siguen siendo amplia mayoría
(85%). Ahora proceden además de Montevideo (714), directamente de Gé-
nova (176), mientras que el flujo desde Europa (España, 18) y Brasil (9)
cae relativamente. Ese lugar crecientemente relevante en especial de los
genoveses es exhibido ahora también por otras fuentes cualitativas (como
las imágenes de los viajeros) o cuantitativas. Por ejemplo, un elenco de los
pasajeros entrados al puerto de Montevideo (que era el otro lugar principal
de ingreso al área rioplatense) entre 1835 y 1842 exhibe que los procedentes
de la península italiana eran el 24% del total de arribados (7.500) y cons-
tituían el grupo migratorio más numeroso; datos que confirma el posterior

9. Argentina, Archivo General de la Nación (agn), Censo de la ciudad de Buenos Aires de


1855, Cédulas Censales, Barracas al Norte y Balvanera.
10. agn, Libro de entradas de pasajeros, s. x, 36-8-13 a 36-8-30.
32 Fernando Devoto

censo policial realizado por Andrés Lamas en la ciudad de Montevideo en


1843, que incluye algo más de seis mil “italianos”, que eran el 20% de la
población total.11
Ese proceso era en parte paralelo y en parte sucesivo al del crecimiento de
la actividad marítima en manos de súbditos sardos desde fines de los años
20 y en especial en las dos décadas siguientes. Aunque para los genoveses
este tráfico al Río de la Plata no alcanzó de inmediato la relevancia asumi-
da contemporáneamente por la revitalizada ruta del Mar Negro, debida al
aprovisionamiento de trigo otomano y ruso a Europa, sería la conexión de
ambos destinos lo que permitiría la recuperación de la economía marítima
ligur. En ese contexto, el volumen alcanzado por el tráfico con el destino
platense y más en general con la América meridional (visto el volumen
también adquirido por el destinado a Brasil), y que a diferencia del dirigido
hacia el Mar Negro padecía menos de las políticas discriminatorias puestas
en acto por otras potencias europeas y sobre todo implicaba carga plena
para las naves, tanto a la ida como al regreso, suscitó nuevas iniciativas.
Éstas estaban destinadas a establecer vínculos regulares, subvencionados
por el gobierno piamontés, entre el puerto de Génova y los de Montevideo
y Buenos Aires.
Ésta lograba finalmente emerger de la difícil situación en que se en-
contraba en el momento de la restauración posnapoleónica en el viejo
continente cuando era muy visible la lenta declinación del puerto de
Génova, con dificultades para competir con el de Marsella e incluso con
el de Livorno,12 situación que no cambiaría drásticamente con la abolición
en 1818 de las barreras aduaneras entre Piamonte y Ligura, que hizo que
ésta quedase englobada en la política proteccionista del reino sabaudo, que
si beneficiaba la industria ligur no lo hacía tanto con su sector marítimo
comercial. En este terreno las ventajas de Génova de ser el puerto natural
del reino aparecían contrabalanceadas por los efectos de aquella política
proteccionista sobre el volumen del tráfico (y en especial sobre el ingreso
de grano en el reino) y por la presión fiscal impuesta por los piamonteses
a las actividades portuarias.
Las nuevas rutas marítimas en manos de los genoveses, favorecidas
por el establecimiento de tasas diferenciales en el puerto de Génova a
las naves de bandera extranjera (que si no incrementaba el volumen del
tráfico en el puerto sí beneficiaba claramente a la marina ligur), brinda-
ron una nueva posibilidad de expansión de las actividades navales. Así lo
muestran las estadísticas disponibles sobre las personas ocupadas en la
actividad marítima en los puertos genoveses (de capitanes a patrones, de

11. Noticias estadísticas de la República Oriental del Uruguay compiladas y anotadas


por D. Andrés Lamas, Río de Janeiro, septiembre de 1850, cap. iii, Archivo General de la
Nación, Montevideo, Uruguay, libro 148, f. 6.
12. L. Bulferetti y C. Costantini, Industria e Comercio in Ligura nell’età del Risorgimento
(1700-1861), Milán, Banca Commerciale Italiana, 1966, pp. 375-382.
Las fases de la migración temprana 33

marineros a personal de maestranza). En especial en Génova y Savona no


cesaron de crecer, y aumentaron 150% desde comienzos de los años 20
hasta mediados de los 40. En igual sentido crecieron las naves de bandera
sarda, que medidas en tonelaje total se triplicaron entre principios de los
años 20 y 1835. En ese contexto, el tráfico con destino platense y más en
general con la América meridional (visto el volumen que también adquiría
el destinado a Brasil) se convertiría prontamente en estratégico. Confluían
para otorgarle ese papel el volumen creciente del tráfico, la ausencia de
políticas discriminatorias hacia los genoveses del tipo de las que ponían
en acto otras potencias europeas en la ruta hacia el Mar Negro y el hecho
de que la navegación al sur llevaba carga plena en las naves, sea a la ida
como al regreso. Surgieron así nuevas iniciativas destinadas a establecer
vínculos regulares, subvencionados por el gobierno piamontés entre el
puerto de Génova y los de Montevideo y Buenos Aires.
Una parte del éxito de la marina genovesa en el Río de la Plata y tam-
bién en Brasil se debía, asimismo, a que ahora había conseguido capturar
además una buena parte del antiguo comercio entre España y Portugal y
el mundo iberoamericano, en el cual había estado insertada en el período
colonial de modo indirecto, pero cuya presencia había casi desaparecido
con el derrumbe del monopolio español y portugués. Efectivamente, según
los documentos estudiados por José Carlos Chiaramonte, la participación
de las naves del reino de Piamonte y Cerdeña en el tráfico desde el Río de
la Plata hacia la antigua metrópoli alcanzaba, por ejemplo en 1836, 31% de
las importaciones y 54% de las exportaciones desde y hacia aquel destino.13
Por otra parte, junto a las mercaderías tradicionales hacía su aparición otro
bien que mostraría su importancia no sólo por la cantidad creciente sino
también por su inelasticidad respecto de las oscilaciones coyunturales del
comercio internacional: los emigrantes. De este modo, ese aumento de la
presencia genovesa en las rutas marítimas favorecía la emigración y ésta
sucesivamente los beneficios de los sectores ligados al transporte naval
más que a los comerciales.
Las ventajas que el tráfico transoceánico brindaba a la emigración eran
múltiples. En primer lugar, el incremento de las relaciones marítimas entre
Génova y el Río de la Plata llevaba hacia aquélla un flujo creciente de in-
formaciones sobre las tierras australes y las eventuales oportunidades que
existían en ellas. En segundo lugar, esas actividades marítimas requerían
otras complementarias que internasen las mercaderías por el eje de los
ríos Paraná y Uruguay, que eran el nervio de la circulación económica en
el área platense. Para hegemonizar ese comercio interzonal, cuyo alcance
iba por otra parte mucho más allá del eje platense, ya que los súbditos
sardos también adquirían relevancia en el movimiento interregional entre

13. J.C. Chiaramonte, “Notas sobre la presencia italiana en el litoral argentino en la


primera mitad del siglo xix”, en F. Devoto y G. Rosoli (a cura di), L’Italia nella società
argentina, Roma, cser, 1988, pp. 55-56.
34 Fernando Devoto

esa área y Brasil, los genoveses disponían de varias ventajas. Una de ellas
era su instalación en las localidades portuarias sea a lo largo de los ríos
Uruguay y Paraná, sea en las ciudades de Montevideo y Buenos Aires, en
las del centro-sur de Brasil (Río de Janeiro y Santos) y aun en el Pacífico.
Lo atestiguan las tempranas colonias establecidas en Valparaíso y El Ca-
llao que iban a brindar una red de contactos interpersonales necesarios
para una actividad en esa escala. Otras ventajas estaban ligadas con su
experiencia náutica y en especial su pericia en la navegación en pequeños
navíos y en la construcción de éstos (en especial en los astilleros de Savo-
na y Varazze), lo que les permitiría la creación en las tierras platenses de
otro sistema de pequeños astilleros, primero para la reparación de naves
y luego para la fabricación. Esa transferencia de artesanos –y aun de pe-
queños capitales para desarrollarla– fue sin duda alentada por el hecho
de que en el momento en que las actividades en el Río de la Plata crecían,
en Liguria existía una situación de inmovilismo en determinados sectores
industriales (por ejemplo, la alimentación, el papel o la lana, que empero
era paralelo a un renacimiento del de la seda y del algodón) o artesanales y
aun comerciales, pese a la nueva tarifa más “liberista” de 1835 establecida
por el reino sardo. Esa situación favorecía la emigración no sólo hacia la
América meridional sino también hacia el Mar Negro.
En especial para el caso platense estaba en plena expansión una crisis
que afectaba a distintos sectores de la industria constructora de naves en
lugares como Chiavari o Varazze (aquí el número de pequeños astilleros
se redujo de 24 a 13 entre 1831 y 1936) ante el cambio de la tecnología
de construcción que implicó la sustitución de la madera por el hierro.14
Desde luego, como ocurrirá más tarde con otras actividades, en el área
platense la vieja capacidad tecnológica seguiría empleándose por bastante
tiempo, funcional como era a las necesidades de una economía local más
atrasada que la de la región de origen. Por otra parte, los progresos en la
actividad en el Río de la Plata no dejaron de generar en la misma Génova
un intenso movimiento especulativo, bien visible hacia mediados del siglo
xix, en la Bolsa, que promovía la reunión de pequeños capitales para fi-
nanciar emprendimientos vinculados con el área platense y que se sumaba
a la costumbre muy antigua, con raíces en la Edad Media, de invertir los
ahorros en pequeñas cuotas parte del cargamento de una nave. Desde
otro punto de vista, ese crecimiento de los intercambios entre Liguria y el
Río de la Plata favorecía que algunas personas que habían llegado como
tripulantes de navíos sardos decidieran en muchas ocasiones desertar y
permanecer aquí, impulsadas por los salarios elevados que se pagaban en
las actividades navales en comparación con los de Génova, que eran a su
vez bastante bajos en comparación con los de otros puertos europeos.15

14. G. Fazio, Varazze e il suo distretto, Génova, Tipografia della Gioventù, 1867, p. 69.
15. C. Belloc, Rapporto sul commercio sardo colla Confederazione Argentina e la banda
Las fases de la migración temprana 35

La presencia de los genoveses en el Río de la Plata se fue haciendo así


conspicua. Ella daría lugar al envío por parte del reino de Piamonte y Cer-
deña, en 1835, de un primer funcionario diplomático, el barón Henri Picolet
d’Hermilion, para que, al menos teóricamente, representase los intereses,
en primer lugar, del comercio y la marina sarda y secundariamente los de
los súbditos del reino. El funcionario diplomático proveería algunas esti-
maciones de esa presencia que, aunque imprecisas y quizá exageradas,
no dejan de dar cuenta de las dimensiones del fenómeno. Picolet estimaba
en unos dos mil los residentes sardos en Montevideo hacia 1835-1836 y en
unos cinco mil (casi todos ellos genoveses) los que contemporáneamente
estaban instalados en Buenos Aires. La presencia de los peninsulares no
se reduce por lo demás a esas dos ciudades. También pequeños grupos
aparecen en aquellas villas del litoral en el triángulo comprendido entre
Asunción y las dos ciudades del Plata, en especial en las villas ribereñas de
los ríos Paraná y Uruguay como Rosario, San Nicolás, Paraná, Corrientes,
Concepción, Goya, Paysandú y Salto. Por poner un solo ejemplo, treinta y
nueve sardos son contabilizados en la ciudad de Corrientes en 1833.16
Los genoveses y sus grupos familiares se movían intensamente entre
estas ciudades, sobre todo entre Montevideo y Buenos Aires (el 11% de
los grupos familiares presentes en la Boca en 1855 habían tenido una re-
sidencia anterior en Montevideo, donde se habían casado o donde habían
nacido algunos de sus hijos), pero también entre aquellas localidades más
pequeñas. Algunas historias que es posible reconstruir a través de las
fuentes censales nos permiten percibir tanto los mecanismos migratorios
en cadena, a través de los cuales iban llegando al Río de la Plata, como la
intensa movilidad espacial a veces precedente y en otros casos sucesiva.
Pongamos un ejemplo: Giuseppe Borzone, carpintero de ribera originario
de Lavagna, hacia 1840 llegó a Buenos Aires, donde conoció o reencontró
(no podemos saberlo) a Giuseppina, quien se convertiría en su mujer. El
matrimonio se trasladó poco después al Cerrito, frente a Montevideo, ciu-
dad en ese entonces sitiada, y donde permanecieron al menos entre 1845
y 1847 y tuvieron un hijo. Luego de la última fecha regresaron a Buenos
Aires, donde tuvieron dos hijos más y se convirtieron en propietarios de
un inmueble en la Boca.17 Movimientos más extensos fueron los de otro
carpintero de ribera, Bartolo Vallarino, que había emigrado desde Varazze
en 1832 a Buenos Aires a la zona de la Boca con su hijo mayor, que tenía
por entonces diez años. Dos años después se reunieron con ellos los com-
ponentes femeninos del grupo familiar: su mujer y su hija. Tres años más
tarde llegaron a la Boca dos sobrinos de Bartolo (Lorenzo y Giacinta, hijos

Orientale (Sud America), 10 de febrero de 1851, Archivio di Stato di Torino (ast); Consolati
Nazionali, Buenos Aires, ii (1835-1851).
16. Citado por J.C. Chiaramonte, “Notas...”, p. 56.
17. agn, Cédulas del Censo de la Ciudad de Buenos Aires de 1855, sección Barracas al
Norte.
36 Fernando Devoto

de su hermano Giuseppe). En 1839 encontramos a los Vallarino no ya en


la Boca sino en la costa del Paraná, en San Nicolás de los Arroyos, donde
les nacería un nuevo hijo. En 1841 la familia retorna a la Boca, donde na-
cen en los años sucesivos otros cuatro hijos. En 1850 llega a la Boca otro
hermano de Bartolo que vivirá junto con él y dos años después lo hacen
otros dos sobrinos. Entretanto algunos hijos del carpintero de ribera de
Varazze se fueron casando en el nuevo país (en general con personas de la
misma ciudad ligur) y se establecieron en otras ciudades del triángulo. Así,
por ejemplo, la hija de Bartolo, Maddalena, se casó con un carpintero de
Varazze y juntos se establecieron por algunos años en la década de 1850
en Asunción del Paraguay.18
Desde luego que esos movimientos eran parte de un complejo de despla-
zamientos más vasto y menos lineal que lo que sugiere el itinerario de una
familia. Más vasto porque estaba a veces surcado por numerosas etapas
intermedias, de Cádiz o Gibraltar hasta Río de Janeiro, antes de arribar
al Plata. Pero esta área en ocasiones tampoco constituía el destino final
ya que algunos optaban por desplazarse ulteriormente hacia el Pacífico,
de Valparaíso a Lima y de allí hasta California. Menos lineal porque los
miembros de una misma familia solían optar por destinos alternativos y a
veces complementarios. Así era el caso de dos hermanos, Stefano e Giu-
seppe Fazio, que luego de la muerte del padre decidieron emigrar uno a
Buenos Aires en 1830 y el otro a Montevideo en 1834, dejando en Liguria
a su madre con las dos hijas solteras, quienes dependían de las remesas
que éstos les enviasen para subsistir antes de que, tal vez (las decisiones
eran siempre inciertas), ellos decidieran instalarse definitivamente en los
nuevos destinos y las trajesen a su lado.19
Desde luego, por importantes que fuesen las actividades navales, no
todos los genoveses que se dirigían al Río de la Plata se dedicaban a ellas.
Un elenco de pasajeros entrados al puerto de Montevideo entre 1836 y 1837
exhibe entre los ligures una amplia diversidad de ocupaciones: retratistas,
cocineros, pasteleros, sastres y zapateros aparecen junto a comerciantes y
marineros. En cambio, en ese período inicial la presencia de ocupaciones
rurales es muy limitada (6 sobre 61).20
Esa intensa emigración de la Liguria hacia el Río de la Plata afectó a
la mayoría de sus distritos (con excepción de aquellos de la provincia de
Porto Maurizio que se dirigían hacia la vecina Francia), pero su epicentro

18. La historia familiar ha sido reconstruida sobre la base de las siguientes fuentes: agn,
Censo de 1855, Cédulas Censales, Barracas al Norte, acv; Registri di Nascita, 1806-1814,
xii, b. 383 y Registro della Popolazione locale secondo lo stato del 31/12/1837, xii, b.
363; Archivio Parrocchia Sant’Ambrogio (Varazze), Atti di nascita (1811-1837); agn, Censo
Nacional de 1869, Cédulas Censales, Buenos Aires, sección 20 (la Boca).
19. acv, xii-3-2, Provincia di Savona, Comune di Varazze, Censimento del 1848, fogli; agn,
Uruguay, Padrón de la ciudad de Montevideo, 1858, sección 1, manzanas 57 y 58 bis.
20. agn, Uruguay, Policía de Montevideo, Entrada de pasajeros, 1836-1837, libro 950.
Las fases de la migración temprana 37

se encontraba en las áreas de Savona en poniente y de Chiavari en levante.


En la primera, la gran expansión de las actividades vinculadas a un puerto
que era el desemboque natural de los tráficos procedentes del Piamonte y
con conexiones transoceánicas favorecía los mecanismos migratorios hacia
América del Sur, los que si comenzaban desde la zona del litoral pronto se
expandían hacia las pobres áreas montuosas del interior. Si bien la monta-
ña interior y la colina del litoral también ocupaban el lugar central en una
emigración dominada por campesinos y artesanos en la zona de Chiavari,
Rapallo y sus entornos, aquí concurrían también otras condiciones. Al estar
la misma Chiavari al margen del dinamismo de las actividades marineras
por carecer de una tradición náutica de largo radio (la especialidad chia-
varesa era el comercio de cabotaje) y de un hinterland que encontrara allí
un desemboque de su producción, cortados como estaban los puertos por
la cadena montañosa y la ausencia de vías de comunicación con el interior
transapenínico, el destino exterior era mucho más inevitable. Ello explica
por qué mientras ciudades como Savona y Génova (donde los signos de un
fuerte crecimiento industrial se hicieron pronto evidentes) se convirtieron
a la vez en ciudades de emigración e inmigración y aumentaron su pobla-
ción significativamente en los años centrales del siglo xix, Chiavari perdió
incesantemente habitantes y se convirtió con su entorno en la principal
área de emigración de la Liguria en el momento en que el flujo se orientaba
masivamente hacia el Río de la Plata.21
Más allá de esas diferencias, debe tenerse en cuenta que las condiciones
de posibilidad y los ritmos de los movimientos de ambas áreas estaban
surcados por otra distinción, quizá más significativa, entre los movimientos
procedentes de la montaña interior y los del litoral. Mientras los primeros
eran parte de flujos endémicos y relativamente estables en los que lo que
cambiaba eran los destinos, los segundos eran mucho más sensibles a las
oscilaciones de la economía ligur y aun de la internacional. Esbozando una
esquemática secuencia, los marineros vinculados al tráfico interoceánico
constituían los pioneros en este flujo migratorio hacia el Plata, tras ellos
venían a través de redes interpersonales los artesanos de las villas del
litoral genovés, en especial aquellos ligados a actividades náuticas pero
también, como vimos, a otras profesiones urbanas. Mientras tanto, contem-
poráneamente, campesinos y pescadores continuaban dirigiéndose hacia
la península ibérica y el norte de África o a otros destinos sudamericanos
como Perú o Venezuela. Más tarde, en una tercera etapa, se sumarían
al destino platense los campesinos del interior de la región que como ya
observamos eran en su gran mayoría pequeñísimos propietarios (en 1840
en Liguria y Niza representaban el 99% del total de propietarios de bienes
inmuebles) cuyos ingresos podían ser inferiores a los de un albañil o de un

21. G. Felloni, Popolazione e sviluppo economico della Liguria nel secolo xix, Turín, ilte,
1962, pp. 151-155.
38 Fernando Devoto

changador del puerto y que aquí se reconvertían a actividades urbanas o


periurbanas, de marineras a artesanales y de comerciales a frutihortíco-
las, pero casi siempre de algún modo vinculadas a la actividad comercial
y marítima desarrollada inicialmente por los pioneros.
Por otra parte, todo ello se procesaba de modo diferente no sólo según
las profesiones, sino sobre todo según las familias. Los momentos en que
en ellas podía tomarse la decisión de emigrar estaban vinculados con la
cantidad de recursos de que disponía y en especial con el número de per-
sonas en edad adulta en condiciones de producir para la economía familiar.
Cuando los brazos eran muchos y las bocas pocas podía decidirse enviar
a uno de los hijos varones, en general el primero o el segundo, a intentar
la experiencia americana. Más difícil era en cambio si la situación era
la inversa, pues aunque la necesidad de ingresos adicionales fuese más
imperiosa era más problemático liberar recursos. En todos los casos, sin
embargo, la diferencia entre quién decidía emigrar y quién no y adónde
aparece muy condicionada por el conocimiento de las oportunidades exis-
tentes en el exterior y por la disponibilidad de recursos para afrontar la
experiencia. Éstos debían salir de los ahorros del grupo familiar o de una
hipoteca sobre la tierra disponible o del miembro de la familia, pariente o
paisano ya emigrado a América.

En tiempos de Rosas

En el Río de la Plata un nuevo ciclo de guerras civiles, en torno de uni-


tarios y federales, tendría lugar en los años inmediatamente precedentes y
sobre todo en los sucesivos al advenimiento, en 1835, del largo gobierno de
Juan Manuel de Rosas. En este período el conflicto se internacionalizaría
aun más con la participación en los enfrentamientos de los colorados y
blancos de la Banda Oriental y de Francia e Inglaterra. Todo ello no dejó de
favorecer los intereses comerciales de los sardos. Ante todo porque éstos
pertenecían a una pequeña potencia que difícilmente podía ser percibida
como una amenaza para los contrincantes, en especial para Rosas, y que
además no se vio involucrada en los bloqueos impuestos por los dos grandes
imperios europeos. Así, los datos disponibles muestran que el comercio
en naves de bandera sarda se duplicó entre 1834 y 1842 en el puerto de
Montevideo y es probable que haya crecido en una proporción similar en
el de Buenos Aires.22
Sin embargo, las mayores ventajas creadas por la situación bélica
comenzaban a estar en otro lado. Por una parte, y ello beneficiaba a los
extranjeros en general, existían muchas oportunidades para todo tipo de

22. Noticias estadísticas de la República Oriental del Uruguay compiladas y anotadas por
D. Andrés Lamas..., l. 148, f. 6.
Las fases de la migración temprana 39

profesiones ante el vacío demográfico que creaban las continuas guerras.


No se trataba sólo de la mortalidad que habían provocado entre los criollos
las guerras de independencia primero y civiles después, sino de que las
prolongadas ausencias de éstos, enganchados forzadamente en los ejérci-
tos, influían también sobre sus tasas de fecundidad. De este modo, en la
época de Rosas venían a sumarse en el mercado de trabajo los efectos que
sobre la natalidad había provocado el ciclo de las guerras de independen-
cia veinte años antes con los de la mortalidad producidos por las guerras
civiles. A esos vacíos demográficos se sumaba el hecho de que esos mismos
largos enrolamientos en los ejércitos obligaban a los criollos a descuidar
sus propias actividades consumiendo a veces la propia vida, siempre su
tiempo y sus energías. Al igual que en otros contextos, la guerra siempre
es una catástrofe para las clases populares, cualesquiera sean los propó-
sitos o los ideales por los cuales se combate. Los extranjeros tenían en este
plano una enorme ventaja por el hecho de serlo y poder eludir (aunque no
siempre) el enganche forzoso en los ejércitos, y si éste ocurría o amena-
zaba con ocurrir siempre estaban las protestas del personal diplomático
respectivo que a veces, no siempre, lograba el propósito de resguardar a
sus súbditos. Como sugirió una vez, indirectamente y con gracia, Lucio V.
Mansilla, en tiempos de su tío Rosas hubiese sido bueno para los criollos
tener un cónsul.23
A esas ventajas generales ligadas con la expansión de su rol en el co-
mercio platense y con su condición de extranjeros, los genoveses podían
agregar otra: su condición de súbditos de una nación no beligerante. Por
ejemplo, durante los dos bloqueos del Río de la Plata entre 1838 y 1840 y
entre 1845 y 1847 las naves sardas procedentes de ultramar podían atra-
car tanto en los puertos de Montevideo, del Cerrito (los genoveses estaban
instalados tanto entre los sitiados como entre los sitiadores) y Buenos
Aires, así como las pequeñas naves de los genoveses, que hacían el tráfico
con distintas banderas (Lucca, Cerdeña), podían superar los obstáculos
para mantener el intercambio entre ambas orillas del río.24 Esa práctica no
fue inventada en la situación platense ya que había sido realizada en gran
escala precedentemente en la misma Génova en tiempos de las guerras
napoleónicas. En cualquier caso, la cuestión de las banderas mostraba el
espíritu práctico de los genoveses pues la sustitución del pabellón sardo por
el de Lucca, aprovechando que un comerciante de ese origen había logrado
hacerse nombrar cónsul de ese estado en Montevideo, solía hacerse para
eludir controles, tasas u otras gabelas fijadas por el reino piamontés a las
naves bajo su pabellón. A su vez, los cambios en la situación podían llevar
a retornar a la bandera de Cerdeña. Para seguir con la red de intercambios
hacia el interior del litoral rioplatense aparecían otros obstáculos, ya que

23. L.V. Mansilla, Mis memorias (Infancia-adolescencia), Buenos Aires, Hachette, 1955.
24. Archivio di Stato di Torino (ast), Consolati di Marina, Buenos Aires (1844-1859), b.
540, rapporti del 29 aprile 1846 y del 29 giugno 1848.
40 Fernando Devoto

el gobierno de Rosas reconocía los ríos Paraná y Uruguay como interiores


y sometidos a su exclusivo control. Entonces las naves de los genoveses
arriaban el pabellón sardo e izaban el de la Confederación Argentina. Así
el carácter instrumental y práctico de los ligures no dejaba de favorecer
también por otras razones la situación de benevolencia de que disfrutaban
sobre todo por parte del omnímodo gobernador de Buenos Aires. Si éste
había dado numerosas disposiciones que prohibían a los extranjeros in-
miscuirse en los conflictos políticos locales, los genoveses no necesitaban
ninguna presión para hacerlo pues ello coincidía con su actitud general
alejada de todo patriotismo, incluso con relación a los conflictos en la
península italiana. Como observaba con amargura el periodista amigo de
Giuseppe Mazzini, Giovanni Battista Cuneo, que trataba de motivar a los
que consideraba sus compatriotas desde un periódico que había fundado
en Montevideo, L’Italiano, su prédica por la redención de Italia encontraba
escasa adhesión entre la mayor parte de los emigrantes que “se ocupa sólo
de mejorar su condición [que] atiende exclusivamente a sus negocios y a
los trabajos a los que se aplica, poco curiosa de la política y menos de las
ciarle de un periódico”.25 Con todo, los genoveses no estaban totalmente
exentos de pagar el precio de vivir en un territorio asolado por la guerra y
con niveles elevados de violencia endémica. Ellos también eran objeto de
violencia, abusos y confiscaciones, como testimonia el oficial de la escuadra
anglo-francesa en el Paraná, L.B. Mackinnon.26 En al menos un caso esos
incidentes involucraban a sardos enrolados en los dos bandos en pugna,
como cuando la escuadra de Rosas al mando de un genovés, Bonifacio,
sorprendió y ejecutó a otros cuatro súbditos sardos que parecían estar al
servicio del gobierno de Montevideo.27
La llegada de un cónsul general en 1836 reflejó esa ya masiva presencia de
los genoveses (y sobre todo de los intereses económicos sardos) en el Río de
la Plata. El arribo del barón Picolet d’Hermilion mejoró involuntariamente
la situación de los inmigrantes, que no constituían su principal objetivo y
quizá tampoco el de la diplomacia piamontesa. El arrogante barón saboyano,
antiguo oficial del ejército napoleónico y luego del piamontés, reaccionario
a tono con el ministro de Relaciones Exteriores del reino sardo de entonces,
Clemente Solaro della Margherita, no pudo menos que sentirse extraño
al ambiente al cual había sido destinado. La ciudad de Buenos Aires, sin
siquiera un muelle de desembarco, con sus calles inundadas de lodo luego
de las lluvias, con el espíritu bullicioso y plebeyo (y a veces agresivo) de
las personas que las frecuentaban, no pudo no disgustarle. El encuentro
con Rosas, quien no le despertó ninguna simpatía (como mostraría en su

25. L’Italiano, año i, Nº 7, 3 de julio de 1841.


26. L.B. Mackinnon, La escuadra anglo-francesa en el Paraná, 1846, Buenos Aires, Solar-
Hachette, 1857, pp. 4 y 222.
27. N. Cuneo, Storia dell’emigrazione italiana in Argentina (1810-1870), Milán, Garganta,
1940, p. 115.
Las fases de la migración temprana 41

correspondencia diplomática), no hizo más que agravar las cosas ya que


éste lo sometió a numerosos desaires, por empezar las largas amansadoras
antes de concederle el placet. Coadyuvaba a ello el hecho de que el reino
sardo no había reconocido aún oficialmente a la Confederación Argentina
y, con buenos argumentos, el gobernador de Buenos Aires insistía en que
ése era un paso previo a cualquier acreditación del diplomático.
De este modo las relaciones no fueron buenas ya desde el comienzo y se
agravaron ulteriormente por el activismo de Picolet que alternativamente
procuraba mediar entre las potencias europeas beligerantes y Rosas –aunque
sus simpatías iban hacia aquéllas y hacia el gobierno de Montevideo–, o so-
licitaba a la cancillería sarda en los momentos más álgidos (por ejemplo en
1839) que se le permitiese abandonar la ciudad y dirigirse a Montevideo.28
Todo culminaría bastante más tarde con la expulsión del barón, que a la
sazón había sido ascendido a encargado de negocios en 1848, ante unas
expresiones hostiles que profirió en la calle al jefe de policía (quien había
prohibido el festejo de la nueva bandera sarda por parte de particulares).
Desde luego todo ello era en parte resultado del carácter del mismo agente
diplomático, pero también del beneplácito que su comportamiento generaba
en la diplomacia sarda, como lo muestra su destino posterior.
Sin embargo, esa misma diplomacia, luego de la asunción de Massimo
D’Azeglio como ministro de Relaciones Exteriores del reino (y a la vez como
presidente del consejo), un personaje más pragmático y con una situación
demasiado complicada en Europa como para ocuparse atentamente del
Río de la Plata, adoptaría otra actitud. Después de la partida de Picolet
y tras un interregno en el que el Consulado quedó provisionalmente en
manos de Antonio Demarchi, se designó no a otro diplomático de carrera
sino a otro rico comerciante sardo instalado en Buenos Aires. Era Antonio
Dunoyer, nombrado cónsul general en 1849. Aunque este último fuese
pintado con colores negativos por el vicecónsul Carlo Belloc, que sugería
incluso que era incapaz de redactar los informes diplomáticos, que eran
escritos o por Carlo Pellegrini o incluso por Pietro de Angelis, no dejaba de
reflejar en ello mismo en qué medida era el conglomerado de los intereses
de la elite peninsular en el Plata el que tenía ahora el manejo de las rela-
ciones diplomáticas.29 Esa conjunción entre comercio y diplomacia sería un
lugar habitual en los años por venir de ambas partes del Atlántico, como
lo muestra la posterior designación como cónsul y vicecónsul de la Confe-
deración Argentina en Génova de personas ligadas a ellos. En especial el
nombramiento de Vicente Picasso, socio de Giacinto Caprile en el negocio
de importación y exportación y aun en la propiedad de naves que hacían
la travesía transatlántica, muestra bien esa ligazón fuerte entre negocios
y diplomacia.30

28. Ídem, pp. 90-101.


29. C. Belloc, Rapporto sul commercio sardo...
30. Acerca de la sociedad Caprile-Picasso véase la venta de una nave propiedad de ambos
42 Fernando Devoto

Es que esos intereses comerciales finalmente habían obtenido más


ventajas que desventajas de la larga dictadura de Rosas, visto no sólo el
crecimiento de la inmigración sino también algunas ingentes fortunas
que algunos genoveses como Vincenzo Gianelli o Giacinto Caprile habían
acumulado en esos años. Cuánto beneficiaba la nueva situación también
a los genoveses es otra cuestión, visto que el mismo Dunoyer, persona li-
gada fuertemente también con intereses comerciales franceses, no parece
haberles dedicado particular atención más allá de que inaugurase una
estrategia más prudente y pragmática que la de su antecesor.
En tiempos de Picolet, aquella situación de tirantez no dejaba sin em-
bargo de favorecer a los genoveses puesto que Rosas, entre otras cosas, se
esforzaba por señalarle al barón que éstos no querían ni debían sentirse
representados por él ya que estaban bajo su exclusiva protección. Observa-
ción en la que ciertamente Rosas no estaba errado si se considera la plena
desafección de esos genoveses hacia su representante y en general hacia
los funcionarios diplomáticos y consulares, que hacía que sólo frecuentaran
su sede en ocasión de tener que traspasar bienes, en especial la compra
y venta de naves. Desafección recambiada por el barón, como muestran
sus informes diplomáticos, en los que despreciaba a sus representados a
quienes llamaba “societé de Génois”, considerados “descontentos crónicos”,
intrigantes, primitivos, hostiles a la Casa de Saboya, entre los que creía
se encontraban muchos criminales o desertores con cuentas pendientes
con la justicia sarda. Estas imágenes eran complementarias a las que des-
tinaba a los exiliados políticos que poblaban la vecina Montevideo (“una
sociedad de vagabundos”).31 Esa actitud no era por cierto sólo de él. De
la misma opinión era el encargado de negocios sardo en Río de Janeiro,
conde San Martino, convencido incluso de que no se debía perder el tiempo
defendiendo a esos pillos (“vauriens”) de las vejaciones de las autoridades
sudamericanas desde el momento en que era impropio considerarlos sardos
pues ellos mismos no se consideraban tales.32
Por supuesto, entre las muchas distancias entre el representante diplo-
mático y sus supuestos representados una no menor era la lingüística. El
barón, por su nacimiento y sus orígenes familiares, obviamente hablaba
corrientemente en francés, lengua en la que escribía sus informes diplo-
máticos, como era práctica habitual por entonces, y también en italiano.
Los inmigrantes, en cambio, hablaban dialecto genovés. Como observaba
el cónsul Antonio Dunoyer en 1850 al tener que realizar un reporte de un
incidente marítimo, tuvo que dar “lettura a chiara voce di detto rapporto

en G.B. Cerruti a Alfonso La Marmora (Ministro di Guerra e Marina), 28 de septiembre


de 1858, ast, Consolati di Marina, b. 540.
31. E. Picolet d’Hermilion a Solaro della Margherita, Rapporti del 25/9/1839 y 4/8/1841,
ast, Consolati Nazionali, i (1835-1841).
32. Citado por N. Cuneo, op. cit., p. 104.
Las fases de la migración temprana 43

spiegandogli in lingua volgare genovese il senso del medesimo”.33 Lo que


subrayaba a la vez el analfabetismo de muchos de esos emigrantes y su
desconocimiento del italiano. Ello no concernía sólo a los tripulantes sino
también, en varios casos consignados en las fuentes, a los capitanes y
patrones de las embarcaciones.34
De este modo las relaciones entre las autoridades diplomáticas sardas y
sus súbditos, desde el punto de vista jurídico, comenzaron bajo el signo de
un distanciamiento pronto convertido en hostilidad mutua. Los genoveses
necesitaban poco y obtuvieron poco de su representante (o aun de la estación
naval sarda instalada en el Río de la Plata unos años después). Poco más
que aquél lograse interceder ante los bloqueadores franceses en 1838 para
que no detuvieran las naves con pabellón sardo. Incluso otras iniciativas del
barón en defensa de algún connacional perjudicado por el régimen gozaban
de poca simpatía ya que los genoveses temían, con justa razón, que ello pu-
diera acarrear males mayores. Preferían dejar pasar o usar directamente sus
vínculos con el gobierno de Buenos Aires, los que no daban malos resultados
vistas las excepciones que Rosas solía hacer hacia ellos.35
Más allá de todo ello, a mediados del siglo xix, en las postrimerías del
largo gobierno de Rosas, la presencia genovesa presenta rasgos inconfun-
dibles que la distinguen de los criollos y de otros grupos de extranjeros.
Ante todo, la inserción exclusivamente urbana que la diferenciaba de otros
grupos como los irlandeses o los vascos llegados contemporáneamente. En
segundo lugar, la característica de girar en torno de un conjunto de pro-
fesiones bastante eslabonadas entre sí. Si el tráfico fluvial y oceánico era
la actividad primera, desde ella sus áreas se expandían por un lado hacia
el comercio de importación y exportación y hacia el pequeño comercio de
abastecimiento de las villas del litoral que se hacía a través de los ríos (en
especial de frutas y verduras) y por el otro hacia las tareas artesanales,
construcción y reparación de naves, imprescindibles para sostenerla. Por
supuesto que por muy dominantes que fuesen los genoveses (y lo eran) en
esas actividades no tenían el absoluto monopolio de ellas. En este sentido,
las imágenes que brinda la documentación consular son demasiado im-
presionistas y aproximativas. Más confiables son los datos provistos por
otras fuentes. Así, por ejemplo, un elenco de los patrones de las embar-
caciones de cabotaje entradas en Paraná entre 1843 y 1853 muestra que
un tercio eran genoveses o sardos constituyendo de todos modos el grupo
más numeroso según los orígenes nacionales, pero no el único.36 De todos

33. A. Dunoyer, “Rapporto di mare ed atti successivi per l’avaria sofferta dal Brigantino
sardo «La città di Milano»”, ast, Consolati di Marina, Buenos Aires (1844-1859), b. 540.
34. Picolet d’Hermilion al Intendente Generale della R. Marina, 25 de mayo de 1844,
en idem.
35. N. Cuneo, op. cit., p. 97.
36. B. Bosch, “Nota sobre navegación fluvial, 1843-1853”, Investigaciones y Ensayos,
Nº 19, 1975, pp. 335-336.
44 Fernando Devoto

modos, esa presencia se fue incrementando en años sucesivos, como pa-


recen exhibirlo las informaciones aduaneras publicadas en los periódicos
locales de Rosario que revelan que los genoveses eran los propietarios del
83% de las naves registradas.37
En cualquier caso, esa concentración de los genoveses en determinadas
ocupaciones influía también sobre sus modelos de asentamiento territorial,
que presentaba altos niveles de concentración en determinadas áreas del
tejido urbano. Por ejemplo, en Montevideo, los genoveses estaban muy
agrupados en un conjunto de manzanas delimitadas por las calles Treinta
y Tres, Rincón, Misiones y Las Orillas, en la ciudad vieja, cerca del puerto
pero también del sector comercial de la ciudad.38 En Rosario, por su parte,
se encontraban especialmente instalados en la primera sección de la en-
tonces pequeña villa, también en el área ubicada entre la zona portuaria
y la zona comercial. El caso más emblemático lo constituía, desde luego,
el área de la Boca del Riachuelo, zona con enormes desventajas desde el
punto de vista residencial y aun comercial (visto el relativo aislamiento
del resto de la ciudad), pero con enormes ventajas desde el punto de vis-
ta marítimo así como del inmobiliario, dado el bajo valor de la tierra allí.
Aunque la Boca se encontraba a menos de 2 kilómetros de la entonces
Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo), en el centro de la ciudad, era
una zona marginal al sudeste de ésta en la confluencia entre un pequeño
afluente (el Riachuelo) y el Río de la Plata. Aunque algunas fuentes señalan
la presencia de ciertas actividades marítimas ligadas al fondeo de navíos
ya desde el siglo xviii, la verdadera ocupación del espacio coincidió con el
arribo de los genoveses a ella.
Claramente la Boca constituía un lugar privilegiado para las actividades
marítimas de bajo calado ya que el Riachuelo era el único refugio natural
apto para el fondeo y la reparación de navíos pequeños de la ribera de la
ciudad. Su gran desventaja es que era una zona baja y anegadiza some-
tida a recurrentes inundaciones, y además arrastraría fama de insalubre
a causa de los olores que emanaban del Riachuelo ya que los saladeros
instalados en su curso medio descargaban en él todos sus desechos.39 Un
aspecto relevante de la ubicación espacial de la Boca es que estaba y estará
aislada por unos cuantos años tanto de los otros poblamientos del distrito

37. C. Frid de Silberstein, “Parenti, negozianti e dirigenti. La prima dirigenza italiana


di Rosario (1860-1890)”, en G. Rosoli (a cura di), Identità degli italiani in Argentina. Reti
sociali, famiglia, lavoro, Roma, Studium, 1993, p. 134.
38. agn, Uruguay, Padrón de la ciudad de Montevideo, 1858, sección 1, 53-58 bis. En
general véase F. Devoto, “Un caso di emigrazione precoce. Gli italiani in Uruguay nel
secolo xix”, en aa.vv., L’emigrazione italiana e la formazione dell’Uruguay moderno, Turín,
Fondazione Giovanni Agnelli, 1993, pp. 1-36.
39. F. Devoto, “Los orígenes de un barrio italiano en Buenos Aires a mediados del siglo
xix”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, tercera
serie, Nº 1, 1989, pp. 93-114.
Las fases de la migración temprana 45

de Barracas al Norte, ubicados hacia el oeste, como del centro de la ciudad,


ubicado al noroeste. Algunos extensos baldíos la separaban de los primeros
y la intransitabilidad de un tramo del Camino Nuevo –que unía las últimas
estribaciones de San Telmo con la Boca– en épocas de lluvia la incomuni-
caban por tierra del segundo. Por otra parte, la Boca no sólo se encontraba
aislada –la primera línea de diligencias que estableció un contacto regular
data de 1855– sino que incluso carecía de muchas de las instituciones que
caracterizaban a otros barrios de la ciudad: no había en ella ni siquiera una
iglesia (la primera capilla es de 1859) –los feligreses debían realizar una
larga marcha hacia San Telmo– ni ninguna asociación voluntaria formal
que se conozca. La creación de la primera escuela municipal es de 1855,
la del juzgado de paz de 1870 y la de la iglesia (San Juan Evangelista) de
1872. Las pocas calles existentes, si es posible denominarlas así, no sólo
carecían de empedrado (el macadán aparece en el camino viejo en 1867)
sino incluso de nomenclatura oficial todavía en 1855 y sólo la existencia
del capitán del puerto denotaba la presencia del Estado. Los numerosos
almacenes y pulperías parecían congregar la vida social de un barrio que
superaba el millar de habitantes. Desde luego no todos eran genoveses,
aunque éstos dieran el tono al lugar. Recién para 1855 se dispondrá de
datos fehacientes sobre sus pobladores (en ese entonces 1.500) de los que
se desprende que los italianos (un 94% de los cuales era genovés) eran
alrededor de la mitad de la población del mismo.
Así como en la Boca no había sólo genoveses, nuevamente debe insis-
tirse en que éstos no sólo residían en ella o en los otros lugares cercanos
a los puertos que mencionamos, sino que éstas eran las concentraciones
más densas y más visibles de los mismos. Por otra parte, los genoveses
no constituían tampoco los únicos peninsulares residentes en el Río de
la Plata por entonces. Como ya vimos, desde temprano hubo inmigrantes
procedentes de otras áreas de la actual Italia que se dedicaban a actividades
de lo más variadas y que residían en múltiples lugares. En la ciudad de
Buenos Aires, genoveses e italianos estaban presentes, al igual que veinte
años antes, en casi todos los oficios y en el pequeño comercio. En algún
caso, aquellas tareas artesanales adquirieron importancia dando lugar
a conspicuas fortunas, como ocurrió con el genovés Francesco Carulla,
que instaló una fundición para fabricar estufas y cocinas a leña y para el
trabajo del bronce y la plata. En otros, los hermanos Rocca, de modestos
orígenes como peones, llegaron luego a ser propietarios de un saladero.
De todos modos, las riquezas mayores se amasaron, como ya señalamos,
en el comercio de importación y exportación.
En ese contexto, los genoveses constituían lo único que se parecía a
una comunidad o, si se prefiere, a un grupo relativamente denso, con in-
tensas tramas de relaciones interpersonales y con una cierta conciencia
de pertenencia. Éstas podían haberse constituido antes de partir y haber
sido reproducidas aquí a través de las cadenas migratorias o podían ha-
berse conformado directamente en el nuevo destino. Como vimos a través
de algunos ejemplos familiares, aquéllas tenían un papel muy activo en
46 Fernando Devoto

el proceso y, además, compaisanos solían estar bastante agrupados en el


espacio urbano, lo que sugiere también lazos premigratorios. Sin embargo,
observando el equipaje de algunas naves que hacían trámites en el Consulado
sardo, se ve que las tripulaciones no estaban necesariamente integradas
por personas de una misma familia o de una misma villa. Por ejemplo, la
goleta Minerva en 1844 tenía un capitán de Génova y marineros de Rapa-
llo, Savona, Pegli, Finale y Portofino (todos lugares de la costa ligur) o el
bergantín Lusitano en el mismo año tenía un capitán de Foce y tripulantes
de Camogli, Cogoleto, Quinto y Foce (más un español).40 Así, muchas veces
esa mancomunidad de intereses genoveses se construía aquí.
Por otra parte, esa comunidad o protocomunidad encontraba muchos
límites en la elevada tasa de masculinidad inicial del flujo genovés, lo que
explicaba por qué a la hora de casarse tuvieran que buscar mujer entre
las criollas u ocasionalmente entre otros grupos nacionales. Analizando
un período largo (1825-1851) para una parroquia de Buenos Aires, la de
la Inmaculada Concepción, se observa que su tasa de exogamia era inicial-
mente muy elevada y descendía progresivamente a medida que aumentaba
el flujo migratorio. Así tomados, los datos en conjunto son equilibrados:
cuarenta y cinco italianos (casi todos genoveses) se habían casado con crio-
llas en el período, treinta y siete con otras paisanas (en este caso se trata
de matrimonios entre naturales de Génova, salvo uno entre naturales del
Piamonte), cuatro con hijas argentinas de paisanos genoveses y uno con
una española.41 Además, como muestra el mismo caso de la Boca, a medida
que el flujo crecía y aumentaba el número de mujeres, también crecían
los reagrupamientos familiares en los cuales los componentes femeninos
se sumaban a los masculinos que habían arribado antes. De este modo, el
retrato del grupo genovés comenzaba a virar de individuos solos dispersos a
familias que ya se habían constituido antes de partir, que se conformarían
luego por poder en el país de origen o que se concretaban aquí.
La conciencia de pertenencia de los genoveses era, como sus relaciones
con la legación sarda ya lo mostraban, mucho más local o regional que
nacional, sea que entendamos estas últimas como una patria ideal (Italia)
o más aún como una patria jurídica (Cerdeña). Así, a la hora de contraer
matrimonio en una de las parroquias de la ciudad de Buenos Aires (Inma-
culada Concepción) sólo uno de los ochenta y cinco hombres que se casaron
allí entre 1824 y 1851 declaraba ser originario de “Génova, Cerdeña”. Otros
quince decían ser naturales “de Italia” y la gran mayoría (68) se definía como
originario de “Génova”, en lo que hay que ver menos que fuesen oriundos de

40. “Copia di vendita della Goletta Minerva, 6/2/1844 y Copia della supplica del sig.
Giuseppe Causi perchè venni ammesso a far parte della Marina Mercantile di S.M. il
brick goletta Lusitano, 3/2/1844”, ambos en ast, Consolati di Marina, Buenos Aires
(1844-1859), b. 540.
41. Matrimonios de la Iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Buenos
Aires, 1737-1865, Buenos Aires, Fuentes Históricas y Genealógicas Argentinas, 1988,
pp. 284-405.
Las fases de la migración temprana 47

la ciudad a que se sintiesen parte de la región. Ello no es de ningún modo


sorprendente. La ausencia de una identidad sarda está vinculada al hecho
de que el dominio del reino de Piamonte y Cerdeña sobre la Liguria era
demasiado reciente (y para muchos sectores impopular) para haber dejado
trazas, incluso porque la monarquía sabauda, como cualquier tradicional
monarquía del antiguo régimen europeo, si bien perseguía objetivos cen-
tralizadores en el campo administrativo y en el terreno económico, no se
proponía en cambio la misión de nacionalizar ideológica o simbólicamente a
sus súbditos. El moderno nacionalismo, o sea, la imposición de un conjunto
de mitos políticos y culturales a los habitantes de un territorio a través de
la escuela, las fiestas públicas o las guerras, fue una práctica inaugurada
por la gran Revolución Francesa de 1789 pero desarrollada con fuerza por
los Estados europeos en la segunda mitad del siglo xix. Verdaderamente
existía un programa nacionalista, aunque no vinculado a las políticas del
reino sabaudo. Era el programa republicano, que sin embargo encontró
inicialmente un eco muy limitado entre los inmigrantes, entre otras cosas
porque el centro de esa actividad durante los años de Rosas se encontraba
en Montevideo, no en Buenos Aires.
Ciertamente, puede observarse que si la propia identidad es no sólo
lo que uno cree ser sino también lo que los otros creen que uno es, las
imágenes externas de estos genoveses que percibían los criollos o las per-
sonas de otros grupos nacionales tendían a identificarlos como italianos
mucho más que como genoveses. Por ejemplo, los observadores británicos
como William Mac Cann quien, en su recorrida por el litoral argentino,
encuentra en la pequeña villa de San Nicolás de los Arroyos que entre
los residentes extranjeros “hay varios italianos y unos pocos vascos”.42
Lo mismo señala Mackinnon cuando al describir Montevideo señala que
“el resto de la población estaba formado por vascos, italianos y negros
libertos”.43 De italianos y no de sardos o genoveses nos hablan también por
entonces los intelectuales argentinos como Domingo Faustino Sarmiento
en 1844 o Bartolomé Mitre en 1846.44 Todos los casos son reveladores de
la flexibilidad de las definiciones de las identidades en la primera mitad del
siglo xix y hasta qué punto ellas no coinciden necesariamente con Estados
nacionales existentes.
Por otra parte, las mismas personas utilizaban muy instrumentalmen-
te sus definiciones de pertenencia. Un caso quizá extremo es el del rico

42. W. Mac Cann, Viaje a caballo por las provincias argentinas, Buenos Aires, Solar-
Hachette, 1969, pp. 219 y 254.
43. L.B. Mackinnon, op. cit., p. 222.
44. D.F. Sarmiento, “Inmigración y colonización”, en Obras completas, Buenos Aires,
Luz de Día, 1951, vol. xxiii, p. 161, y B. Mitre a G.B. Cuneo, 24 de febrero de 1839, en
S. Candido, “Quattro lettere inedite di Bartolomeo Mitre a Italiani esuli in America: G.B.
Cuneo e Luigi Rossetti”, en aa.vv., Estudios sobre el mundo latinoamericano, Roma, Centro
di Studi Americanisti, 1981, pp. 136-137.
48 Fernando Devoto

comerciante Antonio Demarchi, que había nacido en el cantón Ticino que


pertenecía a la Confederación Helvética. En el Río de la Plata trabajaría
como canciller del cónsul de Piamonte y Cerdeña en Buenos Aires, lo que
parece como una definición de sí como integrante de una comunidad cul-
tural italiana. Sin embargo, pocos años después se convertiría en cónsul
de la Confederación Suiza en la misma ciudad. Años más tarde aun sería,
a la vez, el fundador de la Sociedad Filantrópica Suiza que promovía la
emigración helvética a la Argentina y miembro del comité promotor del Hos-
pital Italiano en Buenos Aires. ¿Cómo deberíamos considerar a Demarchi:
suizo, sardo o italiano?

Más allá de los genoveses: profesionales y exiliados

Los prácticos y laboriosos genoveses tenían otras contracaras en el


mundo de origen italiano del Río de la Plata. En primer lugar en el de
aquellos que habían llegado (o decían que habían llegado) por motivos
que eran en todo o en parte políticos. Una palabra se usaba para desig-
narlos: “esuli”. Es curioso, como ya observé en otro lugar, que mientras el
término ‘emigrante’, que tenía una larga tradición para definir a personas
que debían desplazarse por razones políticas (los emigré de la Revolución
Francesa, por ejemplo) y que era el que se empleaba para definir a los na-
cidos en estas tierras que habían huido de la persecución de Rosas hacia
Montevideo o Santiago de Chile, era sustituido en lo que concernía a los
peninsulares por el de ‘exiliados’, el vocablo ‘emigrante’ quedaba reserva-
do a los trabajadores y ‘extranjeros’, a aquellos otros notables que habían
llegado al Río de la Plata dueños de una posición social, una profesión o
de unos conocimientos especiales que los distinguían de los precedentes y
los habilitaban para integrarse velozmente en las bastante modestas elites
sociales locales de entonces.
El origen de estos otros peninsulares puede ubicarse también en la
década de 1820.
Las iniciativas llevadas adelante por el gobierno de la provincia de Bue-
nos Aires por iniciativa de Bernardino Rivadavia se orientaban a atraer
hacia el Río de la Plata a profesionales europeos que desarrollasen allí,
en un lugar donde estaba todo por hacerse, tradiciones científicas o cul-
turales, habilidades que podían implantarse en lugares como la neonata
Universidad de Buenos Aires o en diferentes proyectos urbanísticos que
involucraban a la ciudad-puerto. Algunos de los que llegarían por esa vía,
a través de un contrato con el gobierno, mezclaban en su traslado motivos
políticos con móviles simplemente profesionales. Habían participado en
revueltas en el país de origen, como el alzamiento en Piamonte de 1821,
con la necesidad de un nuevo y mejor horizonte laboral. Es el caso, por
ejemplo, de Pietro Carta Molino, originario de Biella, médico graduado en
la Universidad de Turín y fugaz “ripetitore” en el Collegio delle Provincie de
la misma universidad. Participante en los acontecimientos de 1821, tras
Las fases de la migración temprana 49

el fracaso de éstos fue condenado a muerte en ausencia y debió emigrar


primero a España y luego a Francia, desde donde tomó contacto en 1825
con Rivadavia, a la sazón en Londres enviado por el gobierno de Buenos
Aires y sucesivamente presidente fugaz de las Provincias Unidas del Río
de la Plata. La propuesta del hombre público argentino de invitar a Carta
Molino a establecerse en Buenos Aires y organizar las ciencias naturales
en la nueva universidad no pudo ser más oportuna vista la estrechísima
situación financiera en la que se encontraba el médico piamontés. El vín-
culo establecido por Carta Molino facilitó asimismo la posibilidad de venir
al país a otros amigos de lides políticas y coterráneos de aquél. Así llegó a
Buenos Aires Carlo Ferraris, compañero de aventuras políticas y de exilio
de Carta Molino, para quien éste consiguió de Rivadavia un trabajo como
asistente en el gabinete de Física de la universidad, tarea para la cual
las competencias de Ferraris no parecen haber sido muchas ya que sólo
podía exhibir su profesión de farmacéutico y de frecuentador ocasional
de algunas lecciones de historia natural en la universidad. Su caso podía
extenderse al de Cristiano Vianni, también participante de la revuelta de
1821 que llegó a Buenos Aires para enseñar Economía Política en la misma
universidad y que luego de abandonar el cargo terminaría primero como
socio de una importante casa comercial (Mosca, Dunoyer y Vianni), luego
como propietario de una farmacia que con el tiempo se convertiría en una
importante (a la medida de entonces) industria farmacéutica, para retornar
finalmente a Europa. Las redes de este grupo de piamonteses se prolonga-
rían hasta el novarés Ottavio Mossotti, llamado a sustituir a Carta Molino
en 1828 –quizá el mejor de todos ellos desde el punto de vista académico–,
que además se desempeñaría en el Departamento Topográfico y fundaría
el Observatorio Astronómico, y quizá hasta el ingeniero Carlo Pellegrini,
nacido en Chambery (entonces parte integrante del reino de Piamonte y
Cerdeña) y que también había participado de los motines de 1821 mientras
era estudiante en la universidad y luego, como los otros, había emigrado a
Francia, donde terminó sus estudios. Allí sería contratado en 1828 como
ingeniero para el Departamento de Obras Públicas.45
Por supuesto que los vínculos entre estos piamonteses y aquellos otros
compaisanos que estaban instalados en la ciudad y sus alrededores como
artesanos o como quinteros parecen haber sido muy escasos, vistas las
diferentes vías migratorias, los lugares de residencia, los desniveles sociales
y los distintos ámbitos de sociabilidad en los que estaban integrados en el
nuevo lugar de destino. Quizá, sin embargo, lo más importante es que los
integrantes de este pequeño grupo habían elegido el Río de la Plata desde
una perspectiva bastante individual y como una de las pocas posibilidades
disponibles para sobrevivir materialmente o para desarrollar sus capaci-
dades profesionales. No tenían un proyecto ni una misión que los llevase

45. E. Zuccarini, op. cit., pp. 72-75, y N. Cuneo, op. cit., pp. 47-59.
50 Fernando Devoto

a crear una Italia nacional republicana en el Plata, como sí lo tendrían


los exiliados que arribarían luego. No fueron ni aspiraron a ser la elite
dirigente de aquellos inmigrantes. Emblemático quizá era en este punto
el ingeniero Carlo Pellegrini quien, pese a los fuertes lazos que lo unían al
mundo piamontés y originalmente a la cultura política del Risorgimento,
prefería, más allá de algunas declaraciones ocasionales, definirse como
francés, en lo que sólo puede verse una estrategia de elegir la identidad
más prestigiosa de las para él disponibles. Apenas existieron, entre ellos,
algunos niveles de solidaridad que, congruentes con su ideario risorgimental
originario, iban más allá del ámbito regional y se proyectaban hacia esa
entidad entonces ideal: Italia. Así parece deducirse de una nota publicada
en La Gaceta Mercantil en junio de 1829, con muchos ecos del discurso
político del Risorgimento que, sin indicar los nombres, aparecía firmada
por “alcuni italiani appartenenti al Battaglione degli amici dell’Ordine” en
protesta por las críticas que habían aparecido en otro periódico dirigidas a
los italianos y a la figura más brillante y controversial de ellos: el antiguo
murattiano Pietro de Angelis, uno de los primeros del grupo de intelectua-
les llegados en los años 20 contratados por el gobierno de la provincia. En
aquel batallón que reunía compulsivamente a los extranjeros que residían
en Buenos Aires, excepto ingleses y norteamericanos, aparecían algo más
de cien italianos (entre ellos Carlo Ferraris). Debemos suponer que eran
propietarios de algunos bienes y que estaban interesados en armarse en
defensa de éstos más que de alguna de las facciones en pugna.46
El destino de todos, vistas esas estrategias individuales, fue también
bastante diferente cuando el cuadro político en Buenos Aires cambió con
el advenimiento al poder del partido federal desde fines de 1829. Algunos
se acomodaron a la nueva situación o bien conservando sus empleos
públicos sin inmiscuirse en las discusiones políticas o bien pasando a la
actividad privada. Otros, en cambio, renunciaron y su destino posterior fue
difícil, agravado por problemas de salud (como Carta Molino que moriría
en Buenos Aires en el hospicio francés) o retornaron a Italia si sus calida-
des profesionales los habilitaban para desempeñarse académicamente allí
(como Mossotti). Al menos por dos de ellos, Carta Molino y Ferraris (que
la solicitó), el cónsul sardo Picolet se preocupó por conseguirles la gracia
que les permitiese retornar a la patria vista su lejanía de toda iniciativa
política republicana y su “attachement pour la personne et le gouvernement
du roi”.47 Finalmente Pedro de Angelis se pasó al nuevo régimen rosista
con su pluma y su talento, que era mucho (reverberaba en él su sólida
formación en el ambiente napolitano de fines del siglo xviii). Convirtiose
así en su mejor panegirista y a la vez en el más eficaz contradictor de los
intelectuales unitarios en el exilio, y todavía tuvo tiempo para tratar de

46. E. Zuccarini, op. cit., pp. 163-164.


47. Citado por N. Cuneo, op. cit., p. 58.
Las fases de la migración temprana 51

ser un émulo local de Ludovico Antonio Muratori con sus recopilaciones


de documentos imprescindibles no sólo para una futura historia argentina
sino sobre todo para una afirmación de sus derechos territoriales. Caído
Rosas, De Angelis logró de algún modo, y no sin dificultades, acomodarse
a la nueva situación y, además de hacerse designar cónsul del reino de
las Dos Sicilias, pudo acercarse a algunos de los nuevos vencedores, como
Bartolomé Mitre o Juan María Gutiérrez, que siempre habían apreciado
sus cualidades de estudioso.48
La llegada de Rosas al poder, si bien favoreció o al menos no limitó el
arribo incesante de los genoveses, se convirtió en un obstáculo para la
llegada de nuevos científicos, intelectuales o simplemente exiliados políti-
cos desde la península. Estos últimos seguían por entonces arribando en
grandes números al Río de la Plata, empujados por los sucesivos fracasos
de los intentos revolucionarios orientados hacia el logro de una Italia a la
vez unida y republicana entre 1831 y 1849, pero también por las facilidades
que se les concedía para venir a Sudamérica como alternativa a la prisión
domiciliaria. Por ejemplo, ya en 1836 los Estados Pontificios ofrecieron
conmutar la prisión por la emigración espontánea en América meridional.
Aunque el destino indicado era Brasil, una parte de ellos siguió hacia el
Plata.49
Serán estos emigrantes políticos los que le conferirán a la presencia
de peninsulares en el Río de la Plata su tono nacional. Ante todo porque
eran portadores de un conjunto de mitos nacionales que representaban el
fundamento de su lucha política; en segundo lugar, porque provenían de
todas las regiones de Italia. Empero, debe recordarse que dentro de este
conjunto de “exiliados” no todos podían ser considerados portadores de
una explícita ideología política ni tenían una relación activa con la lengua
y la cultura literaria italianas. También entre ellos había gente a la bús-
queda de un mejor porvenir o simplemente soldados de fortuna para los
cuales la guerra era una ocupación como otra. Sin embargo, en general,
este conjunto de peninsulares se mostró muy sensible a las oscilaciones
de las coyunturas políticas sudamericanas. Para los genoveses de los que
hablamos antes, el éxito o el fracaso de las distintas facciones enfrenta-
das en la “guerra grande”, blancos o colorados, federales o unitarios, eran
problemas lejanos al igual que la orilla del Plata en la cual instalarse. Todo
estaba dictado por una lógica laboral y no política. En cambio, muy diferente
era el caso de los exiliados. Éstos, alejados del concepto antiguo de que
allí donde se está bien está la patria (ubi bene, ibi patria), eran mucho más
hijos de la concepción ideológica de la nación consagrada por la revolución
y continuada con otros tonos por los nacionalismos europeos del siglo xix.

48. Idem, pp. 182-186.


49. E. Lodolini, “L’esilio in Brasile dei detenuti politici romani” (1837), Rassegna Storica
del Risorgimento, año lxv, fasc. ii, 1979, pp. 131-171.
52 Fernando Devoto

Hubieran podido decir con Voltaire que allí donde está la libertad está la
patria. Así, para ellos, en estas nuevas tierras se reproducía el secular
conflicto entre el despotismo y la libertad que los había obligado a exiliarse.
Desde esa lectura Rosas y la Buenos Aires bajo su égida emblematizaban
el despotismo y Montevideo (la “nueva Troya” asediada por aquél) el refugio
de la libertad. De este modo, el flujo de exiliados se dirigió masivamente
hacia esta última ciudad enrolándose en los batallones de extranjeros que
la defendían. Más importante aún, allí anudarían lazos con los exiliados
argentinos en lo que se revelaría luego un vínculo sólido y perdurable. La
figura ciertamente más célebre de esta saga fue la de Giuseppe Garibaldi,
el “héroe de dos mundos”.50 Sin embargo, quizá más relevantes que los en
suma bastante modestos éxitos militares de aquel que fue sucesivamente
corsario marítimo en el Paraná y jefe de la Legión Italiana que se armó en
defensa de la ciudad, fue la presencia de algunos intelectuales de relieve
entre los exiliados, como el ya mencionado Giovanni Battista Cuneo. Este
genovés, seguidor y luego amigo de Mazzini, debió exiliarse después del
fracaso de la abortada revuelta en Génova de 1834 y llegó a Montevideo
a principios de 1837 tras un paso por Río de Janeiro. Allí se vinculó con
muchos de los exiliados argentinos, entre otros Miguel Cané y el joven
Bartolomé Mitre, con el cual compartió la prisión en alguno de los cambios
de situación política en la Banda Oriental. Esos lazos pueden verse tam-
bién en los vínculos intelectuales entre la Giovane Italia, de la que Cuneo
había creado una filial en Montevideo, y la Asociación de Mayo fundada en
Buenos Aires en 1838, poco antes de que sus formuladores optaran por
la vía del exilio.51 El mismo Cuneo proveyó, según parece, los reglamentos
e instrucciones para que la asociación argentina se hermanase con la
Giovane Italia en la entidad supranacional creada por Mazzini en 1834, la
Giovane Europa.52 Esos vínculos entre jóvenes intelectuales argentinos y
republicanos italianos en el Río de la Plata se cimentaban en muchos pla-
nos. El exilio compartido, una matriz ideológica similar y la lucha contra
Rosas eran algunos de ellos.
En la capital uruguaya Cuneo promovió muchas iniciativas, como el
periódico citado y una asociación que era un gabinete de lectura, y devino
secretario de la Legión Italiana dirigida por Garibaldi. Asimismo participará
en una iniciativa periodística de los unitarios rioplatenses: El Iniciador. Re-
tornado a Italia junto con aquél ante los sucesos de 1848, se convirtió en

50. En general para el movimiento de exiliados al Río de la Plata véase S. Candido, “La emi-
gración política italiana a la América Latina (1820-1870)”, Jahrbuch fur Geschichte von Staat,
Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, vol. xii, 1976, pp. 216-238, y “L’emigrazione
politica e di elite nelle Americhe (1810-1860)”, en F. Assante (a cura di), Il movimento
migratorio italiano dall’unità ai nostri giorni, Ginebra, Droz, 1978, pp. 113-150.
51. A. Mariani, El ideario mazziniano en el Río de la Plata, Universidad Nacional de La
Plata, 1985, pp. 38-70.
52. S. Candido, “Quattro lettere inedite...”, pp. 127-143.
Las fases de la migración temprana 53

diputado por una sección de Génova en el Parlamento sabaudo. Empero,


poco tiempo después, cansado de la vida parlamentaria y del fracaso de
las revoluciones de 1848-1849, volvió al Montevideo para pasar a Buenos
Aires luego de la caída de Rosas. Fue el resultado de esas revoluciones el
que traería además a otros peninsulares exiliados a Montevideo, como el
sacerdote amigo de Garibaldi Giuseppe Arata o el coronel abruzo Silvino
Olivieri, frecuentador de Mazzini que llegó en 1851, a tiempo para engan-
charse aquí en la lucha contra Rosas. Luego de la caída de éste pasaría a
Buenos Aires al igual que tantos otros. Olivieri organizaría allí otra legión
italiana y otros darían vida a instituciones más perdurables, deviniendo en
poco tiempo la primera elite dirigente de una, ahora sí, comunidad italiana
en la Argentina.
El contraste entre emigración de trabajadores y emigración política que
aquí presentamos no debe de todos modos ser absolutizado. Como revela
melancólicamente el mismo Cuneo, su problema principal era análogo al de
los otros emigrantes: encontrar un trabajo con el cual sobrevivir.53 Desde
esta óptica, las iniciativas periodísticas o institucionales que patrocinó luego
de un fugaz paso por el sector comercial no constituían sólo una manera
de mantener viva la italianidad y el ideal unitario en las nuevas tierras
sino también de encontrar en estas actividades un modo de ganarse el pan
cotidiano. El mismo Garibaldi, antes de dedicarse a tiempo completo a su
rol de revolucionario y de militar al servicio de la causa de los colorados y
sus aliados unitarios, llegado a las tierras australes se ocupó como agente
de comercio y profesor de matemáticas en un colegio de Montevideo. Los
ejemplos, por otra parte, podrían prolongarse en el tiempo.
Ganarse el pan podía querer decir también para otros enrolarse en algu-
no de los contingentes militares de extranjeros, entre aquellos soldados de
ventura que habían aparecido en la zona del Río de la Plata alimentando,
a veces como oficiales pero en la mayor parte de los casos como simples
soldados, no sólo el ejército de Garibaldi sino también aquellos otros que sin
cesar se conformarán en los años sucesivos. Incluso enviados del gobierno
de Montevideo no dejaron de intentar reclutar soldados asalariados en la
misma Génova con la aquiescencia o la pasividad del gobierno sabaudo
avieso a Rosas.54
La batalla de Caseros en febrero de 1852 signó el fin del largo gobier-
no de Rosas. Muchas e importantes transformaciones se producirían
en la Argentina a partir de entonces. Ellas involucrarían también a los
peninsulares afincados en el Río de la Plata y a aquellos por venir. Sin
embargo, también existieron líneas de continuidad entre antes y después.

53. G.B. Cuneo a Carlo (Lefebvre), 22 de junio de 1851, Archivio Civico Istituto Mazzi-
niano (acim), Génova, cartella 66.
54. Correspondencia del Dr. Manuel Herrera y Obes. Diplomacia de la defensa de Monte-
video, Buenos Aires, Est. Gráfico De Martino, 1915, t. iii, pp. 233-268.
54 Fernando Devoto

La continuidad de la inmigración genovesa, que se había desarrollado al


margen de las vicisitudes políticas, sería una de ellas. Llegados al Plata
no por motivos ideales o políticos y por mecanismos interpersonales y no
oficiales, los cambios en esos planos los afectarían poco. Se adaptarían a
la nueva situación como se habían adaptado a las precedentes. Por otra
parte, algunas de las bases de la expansión económica futura encuentran
ya sus raíces en esos tormentosos años.
Aunque, como señalamos, había algunas grandes fortunas entre los
numerosos peninsulares que habían prosperado en el largo veintenio de
Rosas, considerados como grupo parecen haber tenido, quizá por su carác-
ter masivo, quizá por otras razones, una menor valoración social que otros
grupos europeos. Un tema de más largo plazo, como vimos y como veremos
más adelante. Un ejemplo de ello es que cuando el cónsul estadounidense
promovió en 1841 la creación de un Club de Residentes Extranjeros, que
reunía a las figuras más destacadas de cada grupo, los italianos fueron
excluidos de él.55

Veinte años de expansión

La caída de Rosas en febrero de 1852 comportó muchos cambios en la


vida de las provincias rioplatenses. En la conflictiva situación que vio el
surgimiento de dos Estados independientes y rivales, el de la Confederación
Argentina que reunía a trece provincias y el del Estado de Buenos Aires,
ambos se esforzarían por promover políticas favorables a la inmigración,
por abrir las puertas al comercio con el exterior, decretando la libre nave-
gación de los ríos y, ayudados –sobre todo en Buenos Aires– por el ciclo
de prosperidad de la lana, por impulsar lo que consideraban el “progreso”.
Ello afectaría también a los peninsulares. La Constitución sancionada en
Paraná en 1853 y refrendada por Buenos Aires en 1860 garantizará a los
extranjeros los mismos derechos civiles que a los nativos (ambos englo-
bados bajo el rótulo de “habitantes”) y, aunque no les concedía derechos
políticos, los trámites para adquirir la ciudadanía eran en la Carta (no en
los hechos, como veremos) bastante sencillos. Con todo, es necesario re-
cordar que los inmigrantes no estaban necesariamente atraídos por esas
disposiciones que eran, por otro lado, en la práctica, demasiado a menudo
una letra muerta vista la situación del sistema judicial y la arbitrariedad
de las fuerzas del orden y de las elites políticas. Más importantes serían,
en cambio, aquellas medidas destinadas a promover la inmigración hacia
las áreas rurales o más en general a promocionar el destino argentino en
Europa. En cualquier caso, se inaugura luego de Caseros un nuevo ciclo
largo de inmigración europea a la Argentina que durará veinte años (hasta

55. C. Kroeber, op. cit.


Las fases de la migración temprana 55

la crisis argentina de 1874-1875) y en el cual los italianos constituirán el


grupo ampliamente dominante.
Por otro lado, miradas las cosas desde los inmigrantes italianos y no
desde el Estado argentino, el hecho quizá más relevante sería el arribo de
muchos de aquellos republicanos que ya estaban instalados en Montevi-
deo y que continuarían llegando en número significativo luego de 1852,
expulsados por los sucesivos fracasos de los alzamientos en la península
para instaurar un Estado unitario y republicano, desde la insurrección
milanesa de febrero de 1853 hasta la desgraciada expedición garibaldina a
Sapri de 1857 y aun más allá.56 Esos exiliados, como señalamos, brindarían
ahora una elite dirigente muy activa que se esforzaría por promover una
conciencia nacional y a la vez política entre los inmigrantes y crearía las
instituciones que darían vida a una o quizá varias comunidades que ahora
sí podemos denominar italianas.

El movimiento migratorio

Desde 1857 disponemos de una serie oficial de inmigración del Estado


argentino. En el lapso comprendido entre aquel año y 1873, 175.726 ita-
lianos fueron registrados como inmigrantes. Un número que seguramente
debe ser corregido hacia arriba, como ocurre con casi todas las estadísticas
oficiales sobre migraciones. El año 1873 constituyó la punta de un ciclo
expansivo de la inmigración italiana, al entrar en esa fecha casi 27 mil
ciudadanos de esa nacionalidad, cifra que no se alcanzaría a superar hasta
1882. Los italianos constituyeron en ese lapso de dieciséis años (1857-1873)
65% de todos los inmigrantes arribados desde Europa. Muchos de ellos
retornaron luego de un tiempo a la península (unos 100 mil). La tasa de
retorno en esos años fue algo más elevada que la de períodos sucesivos,
tanto para los italianos en la Argentina como para otros grupos en ese y
en otros momentos. Ello no debería verse necesariamente como un fraca-
so en la aventura migratoria. Muchos habían venido pensando retornar
como parte de una estrategia ligada a acumular ingresos para invertir en
el lugar de origen, y si algunos retornaron porque no tuvieron éxito hubo
quienes lo hicieron porque sí lo habían tenido y buscaban legitimar ese
ascenso social allí donde para ellos contaba. Es decir, ante su grupo de
referencia en Italia.
Se trataba de un movimiento migratorio mayoritariamente gestionado
por los mismos inmigrantes a través de las cadenas migratorias, al igual
que en el período precedente. Un modo de verlo es observando la canti-
dad de migrantes que utilizan los distintos servicios que ofrece el Estado

56. Véase L.L. Barberis, “Dal moto di Milano nel febbraio 1853 all’impresa di Sapri”, en
aa.vv., L’emigrazione politica in Genova e in Liguria dal 1848 al 1857, Modena, Editrice
Modenese, 1957, vol. iii, pp. 567-594.
56 Fernando Devoto

argentino a través de la Comisión Central de Inmigración (por ejemplo,


el alojamiento gratis al llegar al puerto, en el llamado entonces asilo de
inmigrantes). Midiendo los datos para el período 1870-1874, es decir al
final del ciclo, se comprueba que sólo 25% de todos los llegados requirieron
algún tipo de asistencia.57
Cuatro rasgos caracterizan ahora al movimiento italiano. En primer
lugar, su diversificación desde el punto de vista de los orígenes, ya que
aunque los genoveses continuaron siendo el grupo regional mayoritario,
paulatinamente iban incorporándose otros. Aunque carecemos de buenas
fuentes para medir esa diversidad, disponemos para el final del período
de un Censimento degli italiani all’estero organizado por el Ministero degli
Affari Esteri italiano en 1871 a través de su red consular.58 Éste, que para
el caso de la Argentina fue realizado sin ningún apoyo de las autoridades
locales, que veían al censo como una indebida injerencia italiana en un país
soberano, ciertamente subestima el número de los inmigrantes presentes
y sobrerrepresenta a aquéllos de inserción urbana, de mayor antigüedad
y más estables ocupacional y residencialmente. Con todo, nos brinda un
útil panorama de la presencia italiana en la Argentina. Se trataba de una
migración casi exclusivamente del triángulo noroccidental de Italia (Liguria,
Piamonte y Lombardía) que eran casi 88% de todos los censados de los que
se disponen datos sobre el origen regional. Dentro de ellos los procedentes
de Liguria son ampliamente mayoritarios (57%), seguidos por los de Lom-
bardía (20%) y Piamonte (11%). Más allá de esas regiones, sólo la Campania
(4%) presenta números de alguna entidad. Mirando las cosas algo más
detenidamente según las provincias y no las regiones, el movimiento englo-
ba un área bastante homogénea de la que procede casi 80% de todos los
italianos presentes en la Argentina: Génova, Alessandria, Pavía, Milán y
Como. Es decir, un espacio articulado en torno de un eje Como-Génova.
Los datos acerca de analfabetismo que muestra el censo siguen siendo
muy elevados: 47% del total (pero en la Boca subía a 61% y en Barracas a
68%, mientras que en la zona de Rosario bajaba a 21%).
Una segunda característica es que este flujo continúa siendo mayori-
tariamente urbano y comienza lentamente a penetrar en el conjunto de
la Argentina del litoral. Para medir el proceso viene en nuestro auxilio el
primer censo argentino de 1869, que analizaremos más adelante y que
muestra con claridad cómo los italianos seguían fuertemente urbanizados
en esa fecha y que su presencia en las zonas de colonización era bastante
puntual por entonces.59

57. “Sull’emigrazione italiana alla Repubblica Argentina”, memoria del Conte Verasia di
Costigliole en Bollettino Consolare, vol. xii, parte 1, 1876, pp. 16-17.
58. “Statistica Generale del Regno d’Italia”, Censimento degli Italiani all’estero (1871),
Roma, Stamperia Reale, 1874.
59. Primer Censo de la República Argentina (1869), Buenos Aires, Imprenta del Porvenir,
1872.
Las fases de la migración temprana 57

En tercer lugar, el componente de mujeres y menores entre los italianos


aumenta, lo que muestra procesos de migración familiar o reunificación
de ésta. Aquí tenemos dos modos de medir ese fenómeno: por un lado
los datos del flujo y por otro los de stock. Éstos son, desde luego, signi-
ficativamente más bajos ya que el componente masculino tiene también
tasas de retorno más elevadas que el femenino y está asociado no sólo a
movimientos de migración con vocación más estable sino también a otros
temporarios de personas en busca de acumular ingresos y retornar a su
lugar de origen, donde las familias han permanecido. Finalmente, existía
una significativa diversificación ocupacional y social sobre las que nos
detendremos más adelante.
Sin embargo, en un juego de continuidades y rupturas debemos comen-
zar por las primeras. La más significativa es que para el grupo principal
de inmigrantes, los genoveses, no puede hablarse de ninguna ruptura
decisiva antes y después de 1852. Las sólidas bases sobre las que éstos
estaban instalados permitieron una continua expansión en los dos decenios
siguientes. En la década comprendida entre 1854 y 1863, que fue quizá la
más importante de la emigración ligur con un mínimo de 48 mil emigrantes
registrados oficialmente (de los cuales el circundario de Chiavari proveyó
el contingente más numeroso: 17 mil), el destino platense se hizo casi
excluyente. Aunque los datos disponibles están desagregados por grandes
áreas y la de América del Sur congregaba a dos tercios de éstos, casi to-
dos ellos terminaban en el Plata. Lo confirman los datos disponibles para
la ciudad de Varazze que muestran que 70% de todos los emigrantes de
ella, en esos mismos años, se dirigieron al Río de la Plata. El movimiento,
por lo demás, seguiría creciendo hasta principios de la década de 1870,
cuando la crisis de la economía argentina detendría esa primera larga onda
expansiva del flujo migratorio genovés y peninsular. Si ese movimiento
veintenal genovés estaba compuesto mayoritariamente por personas de
origen rural, por las razones que ya señalamos, quizá su rasgo más distin-
tivo no está ya allí sino en otra parte. Los datos provistos por Leone Carpi
para el período 1869-1876 (es decir, hasta el momento en que comienza
la estadística oficial italiana), más allá de su imprecisión, muestran una
muy importante presencia de comerciantes, profesionales y “possidenti”:
alrededor de diez mil hacia todo destino (pero, como ya observamos, el Río
de la Plata era la meta principal).60 Ciertamente, entre los comerciantes
–categoría por lo demás muy ambigua en tanto indicador de pertenencias
sociales y aun profesionales–, que eran el componente más numeroso de
entre ellos, existían muchos que iban y venían como parte de su propia
profesión y no con el propósito de establecerse en el exterior, y ciertamente
también esos datos no son tan congruentes con los que brindan las fuentes

60. M.E. Ferrari, Emigrazione e Colonie: il giornale genovese La Borsa (1865-1894), Gé-
nova, Bozzi, 1983, pp.186-194.
58 Fernando Devoto

censales argentinas. Sin embargo, aun reduciendo significativamente esos


números, ellos son igualmente relevantes y no hacen más que exhibir cómo
en una sociedad argentina en la que estaba todo por hacerse existían opor-
tunidades múltiples no sólo para una clientela étnica, que era en general
el principal mercado para profesionales y comerciantes que se instalaban
en el exterior, sino también para el público en general.

Una “Australia italiana”

La expansión del destino platense no se abastecía ya solamente de las


redes primarias entre los inmigrantes. Ahora había surgido en Génova un
complejo núcleo de intereses con el Río de la Plata alrededor del negocio
de la emigración, del comercio, de la navegación y la política. Era un mo-
mento de prosperidad en la vida económica de la ciudad, alimentado en
general por el ascendente ciclo económico internacional y en especial por
la apertura en 1854 de la línea ferroviaria Turín-Génova que reforzaba el
rol del puerto como lugar de salida de la producción primaria piamontesa
y de ingreso de productos manufacturados para el reino. Ese florecimiento
impulsaba iniciativas en el mundo financiero ligur como la creación, en
1852, de la Compañía de Navegación Transatlántica subvencionada por el
Estado piamontés con el apoyo personal del conde de Cavour, que había
llegado al poder en ese mismo año (y ése no es tampoco un dato menor
para el futuro de las relaciones ítalo-platenses) y buscaba de ese modo
consolidar un bloque político-económico moderado en Génova. Un Cavour
en cuyos discursos parlamentarios –ya antes de convertirse en presidente
del Consejo– aparecen los argumentos pro migratorios que serán la base
de la argumentación posterior de la tradición liberal italiana: las ventajas
para el comercio del reino, el papel de las remesas para la economía de
las familias, las posibilidades que ofrecía para el desarrollo de la industria
marítima peninsular. En ellos ponía como ejemplo y modelo las colonias
en el Plata.61
La compañía establecía dos líneas regulares de vapores con Nueva York
y Río de Janeiro y de allí con trasbordo al Río de la Plata para el transporte
de mercaderías y emigrantes. Se buscaba así aprovechar todas las posibi-
lidades ya existentes en la navegación a Brasil, visto el florido intercambio
comercial con ese país y hacia el Plata en ambos rubros, y simultánea-
mente abrir vías futuras hacia América del Norte. Era aquí donde existía
un mercado en plena expansión que hacía que muchas veces los barcos
brindasen un servicio deplorable a los inmigrantes en la lucha por el espacio
entre mercaderías y personas.62 Con todo, la empresa, que sólo inició sus

61. Discurso del 31 de mayo de 1853, citado por F. Manzotti, La polemica sull’emigrazione
nell’Italia Unita, Città di Castello, Società Editrice Dante Alighieri, 1969, p. 27.
62. Véanse los incidentes en el viaje del vapor Arno y las declaraciones de ochenta y dos
Las fases de la migración temprana 59

actividades en la ruta del sur, fracasó pocos años después en medio de un


escándalo que amenazó la propia carrera política de Cavour.
El fracaso de la Transatlántica dio lugar a iniciativas más sensatas y
por ello más perdurables. Un capitán de Recco, Gio Batta Lavarello, espe-
cializado en el transporte de emigrantes en la ruta al Río de la Plata, daría
lugar a una nueva compañía regular hacia ese destino con la construcción
de dos naves bautizadas emblemáticamente Buenos Aires y Montevideo. La
elección de un sistema mixto de propulsión a vela y vapor para las naves
(clíper) permitía significativas economías en el costo del combustible y una
inversión menor a la vez que aprovechaba la larga experiencia genovesa
en la navegación a vela y era el resultado del fracaso de la experiencia del
vapor empleado por la Transatlántica.63 La fortuna de la empresa hasta
comienzos de los años 80 (cuando el naufragio de la nave Nord America en
1883 en viaje de retorno desde el Río de la Plata la puso en serias dificul-
tades) haría mucho por consolidar a Génova como el lugar de salida hacia
el Plata, ya no sólo de los genoveses sino de todo el hinterland de la ciudad,
incluido el Piamonte, la zona occidental de la Lombardía y también áreas
de Suiza y del sudeste francés y más tarde casi toda la península italiana.
A aquélla se le sumarían, por otra parte, otras pequeñas compañías fami-
liares como las creadas contemporáneamente en Génova por Rocco Piaggio,
Carlo Raggio y Alessandro Cerruti con navegación regular hacia el Plata e
incluso una Società di Navigazione Italo-Platense, creada en Buenos Aires
en 1868 con capitales de peninsulares instalados en esa zona y el apoyo
de casas bancarias genovesas.
La experiencia de la Italo-Platense, más allá de su poco éxito, es intere-
sante por otras razones. Allí se reunían algunos de los miembros de la elite
peninsular instalados en el Plata como Achille Maveroff, copropietario de
un importante comercio de importación, agencia de remesas de inmigran-
tes (y también correo particular entre Italia y la Argentina) desde la época
de Rosas (Fusoni-Maveroff), vinculado también a iniciativas ferroviarias,
contratista de los Estados argentino y uruguayo y que fue presidente de
la sociedad Unione e Benevolenza y del Hospital Italiano, o Domenico Ci-
chero, quien poseía un astillero naval en la Boca y era uno de los notables
en esa comunidad, junto con Jaime Llavallol, un conocido comerciante y
político vinculado al Banco de la Provincia de Buenos Aires y a las primeras
empresas ferroviarias en la Argentina y miembro de una familia ligada al
negocio de importar inmigrantes (gallegos) ya en la época de Rosas (entre
los accionistas de la empresa parece haberse encontrado también Justo
José de Urquiza). Éstos actuaban en conjunto con intereses financieros
genoveses y con el apoyo de algunos publicistas como Francesco Cambiagi,

pasajeros acerca de las condiciones sufridas en A. Dunoyer al Contrammiraglio ed Inten-


dente Generale della R. Marina, 7 de marzo de 1851, ast, Consolati di Marina, b. 540.
63. F. Surdich, “I viaggi, i commerci, le colonie: radici locali dell’iniziativa espansionistica”,
en A. Gibelli y P. Rugafiori, La Liguria. Storia d’Italia Einaudi. Le regioni, Turín, Einaudi,
1994, pp. 468-469.
60 Fernando Devoto

cónsul argentino en Italia y miembro de la Società Geografica Italiana, lo


que muestra la compleja trama de intereses que giraban por entonces en
torno del caso platense.64
En conjunto ese movimiento de compañías dedicadas al tráfico entre
Génova y el Río de la Plata llegó a contar hacia 1873 con alrededor de ciento
treinta empresas navieras interesadas en el comercio y el transporte de
emigrantes con el Río de la Plata. Ello mostraba, más allá del tamaño de
éstas, el nivel que habían adquirido los intercambios en las dos décadas
posteriores a Caseros (más aún teniendo en consideración que no eran las
únicas: también una compañía francesa tenía una línea regular al Plata
que partía de Génova y hacía escala en Nápoles).65 Mostraban asimismo
que el destino platense aparecía como una de las pocas áreas en las que
los italianos tenían algunas ventajas comparativas en la nueva situación
del comercio internacional impactado por la revolución de los transportes
que trajeron consigo el vapor, el ferrocarril u obras que modificaban los
circuitos con Oriente, como la apertura del canal de Suez en 1869. Afron-
tar la creciente competencia internacional requería de ingentes capitales
no disponibles en la península y por ello la ruta del Atlántico sur aparecía
como uno de los pocos espacios en los que los peninsulares podían com-
petir ventajosamente. Una veintena de estas empresas manejaban a su vez
otro redituable negocio: el de las remesas de los emigrantes, imprescindi-
bles para el sostén de las familias que habían quedado en la sociedad de
origen o para financiar el pasaje de algunos de sus miembros, a través de
agencias y agentes instalados en Buenos Aires que además de vender los
pasajes libraban órdenes de pago sobre las casas centrales de la compañía
marítima en Génova y viceversa.66
La idea de que el destino de la economía platense debía estar ligado a su
comercio –y en especial al dirigido al Río de la Plata– generaría por otra parte
todo un movimiento ideológico promigratorio y en ocasiones expansionista
en torno del cual se articulaban intelectuales y políticos que operaban des-
de nuevos periódicos como La Borsa (nacido en Génova en 1865) o desde
instituciones como la Società Geografica Italiana que promovían la emigra-
ción al Río de la Plata denigrando los otros destinos alternativos. Como lo
expresó emblemáticamente uno de los miembros más relevantes de aquella
institución, Cristoforo Negri, en 1864: en el Plata “c’è la nostra Australia”,67

64. Véase el opúsculo publicitario de F. Cambiagi, La Repubblica Argentina, l’immigrazione


italiana e la Società di Navigazione a vapore italo-platense, Florencia, Tipografia di Giu-
seppe Mariani, 1869.
65. La Repubblica Orientale dell’Uruguay, Florencia, Tip. dell’associazione, 1870, pp.
18-19.
66. G. Doria, Investimenti e sviluppo economico a Genova alla vigilia della Prima Guerra
Mondiale, Milán, Giuffré, 1969, vol. i, pp. 147-148 y 285-287.
67. C. Negri, “Discorso nella sessione del 25 gennaio 1868”, Bollettino della Società Geo-
grafica Italiana, año i, vol. i, agosto de 1868, p. 53.
Las fases de la migración temprana 61

observación que no sólo sugería las grandes ventajas del destino platense
sino que polemizaba con aquellos que algunos años antes habían propuesto
la necesidad de orientar la emigración hacia aquella región.
Quien mejor expresó esa ideología de las ventajas de las “colonias” co-
merciales pacíficas de italianos en el exterior –resultado espontáneo de la
libre emigración– para la prosperidad de Italia y para resolver la cuestión
de la superpoblación sería el abogado y economista nacido en Chiavari
Jacopo Virgilio. Su reflexión, que antecede bastante a la más célebre de
Luigi Einaudi, y que al igual que la de aquél se funda sobre todo en una
aproximación económica “liberista” acorde con la de Cavour ya aludida y
con las reflexiones de un destacado economista como Francesco Ferrara
para quien, en polémica con la tradición fisiocrática, la emigración era
la movilización de un capital (la fuerza de trabajo) hasta entonces inerte
y paralizado del que sólo podrían derivar ventajas para los individuos y
para la economía italiana. En ese contexto el argumento malthusiano de
la emigración como único mecanismo para resolver el problema de la po-
blación, también presente en él, adquiere un papel secundario. Con todo,
aunque Virgilio exaltaba de todos los modos posibles las ventajas de la libre
circulación de mercaderías y personas, también en ocasiones manifestó
sus simpatías hacia la colonización de conquista y, en este sentido, fue
bastante menos neto que Einaudi en la contraposición entre ese modelo
de expansión y el alternativo resultante del imperialismo de conquista
territorial en África. Esta ambigüedad aparece con otros acentos también
en otro economista genovés vinculado a Virgilio y a La Borsa, Girolamo
Boccardo, quien en 1864, si bien por un lado exaltaba los beneficios de las
colonias libres, no dejaba de señalar la necesidad de reforzar la presencia
del Estado peninsular en la América meridional, lo que significaba reforzar
la estación naval que había existido en el Plata, no sólo para proteger los
intereses de los connacionales sino también para ejercer cierta presión
sobre los gobiernos a fin de que se orientasen en dirección de “la civiliza-
ción y el progreso”. Estas ideas adquirirían en el mismo autor veinte años
más tarde tonos más amenazantes para las naciones sudamericanas y en
un artículo aparecido en el prestigioso neonato Giornale degli economisti
sugirió un auténtico protectorado o incluso una ocupación lisa y llana de
los territorios poblados por millares de italianos.68
Volviendo a Virgilio, éste estaba ligado al movimiento del Risorgimento,
en buena relación inicial tanto con los moderados piamonteses como con
los democráticos mazzinianos; en tanto economista, aunque no desprovisto
también de ambigüedades, estaba muy cerca de los “liberisti” puros con su
énfasis en las ventajas de la libertad de comercio y de la libertad de emi-
gración. A ésta dedicaría en 1868 una de sus obras influyentes que reunía
artículos publicados en La Borsa –que exhibían bien la asociación entre el

68. M. E. Ferrari, I corrispondenti lombardi e veneti di Jacopo Virgilio, Milán, Franco


Angeli, 1988.
62 Fernando Devoto

mundo intelectual y el mundo de la economía marítima genovesa– y que


fue el primer ensayo moderno relevante sobre la emigración de la península
hacia Sudamérica.69 La figura de Virgilio es importante además por otra
razón: su red de relaciones, que muestra otros ejemplos de las conexiones
y los intereses existentes. Ella incluía, además de los armadores genove-
ses, a figuras de relieve del mundo intelectual y político peninsular como
Luigi Luzzatti, a periodistas que emigrarían al Plata y ocuparían un papel
destacado en la vida de la comunidad como Basilio Cittadini y a hombres
públicos argentinos como Héctor Varela, periodista y figura de relieve de la
política de Buenos Aires, o Mariano Balcarce, ministro plenipotenciario del
gobierno del Estado de Buenos Aires en Francia, ambos ligados a Bartolomé
Mitre, y aun al cónsul argentino en Génova, Vicente Picasso.70
Aquellos lazos de intereses entre intelectuales, periodistas, diplomáticos,
políticos y hombres de negocios que no involucraban solamente a italia-
nos sino también a algunos argentinos y uruguayos, que conformaban el
nuevo grupo dirigente posterior a Caseros y mantenían estrechos vínculos
con aquéllos, reforzados por las comunes pertenencias masónicas, eran un
impulso adicional para la emigración peninsular al Plata. Lo eran por mu-
chos mecanismos. Propagar a través de la prensa, de opúsculos e incluso
de guías de inmigrantes la bondad del destino platense pintado con tintes
muy optimistas que se contraponían a descripciones sombrías de otros
destinos alternativos era uno de ellos. Vincularse a distinto tipo de empre-
sas destinadas a transportar emigrantes o incluso actuar como verdaderos
contratistas de mano de obra eran otros. En este último campo no eran
los únicos. También había surgido en Génova en torno de la emigración
platense una vasta red de pequeños operadores que actuaban en la zona
del puerto procurando documentos falsos, anticipando dinero o contactos
para el viaje e incluso a través de agentes en Buenos Aires consiguiéndoles
un trabajo.71 Eran los clásicos “mediadores” de la circulación de la mano de
obra que obtenían de ello ingentes ganancias y para los cuales se emplearía
luego, sobre todo en Estados Unidos, una expresión célebre: “padroni”.
Con todo, debe recordarse que en el momento en que ese complejo de
intereses actuaba más plenamente y que coincidía con el incesante creci-
miento de la migración de italianos al Río de la Plata, a fines de la década
de 1860, comenzaron a surgir en la península voces alternativas. Éstas
en vez de poner el acento sobre las ventajas de la emigración para Italia,
lo ponían sobre los inconvenientes,72 el mayor de los cuales apuntaba con

69. J. Virgilio, Delle migrazioni transatlantiche degli italiani ed in specie di quelle dei liguri
alle regioni del Plata, Génova, Tip. del Commercio, 1868.
70. M. Ferrari, Emigrazione e Colonie...
71. M.G. Cioli, “Il passaporto falso. Vagabondi, clandestini e renitenti in alcuni documenti
della Prefettura di Genova”, en aa.vv., La via delle Americhe, Génova, sagep, 1989, pp.
43-48.
72. A. Filipuzzi, Il dibattito sull’emigrazione, Florencia, Le Monnier, 1976.
Las fases de la migración temprana 63

tonos sombríos a las “compañías de emigración”, las agencias de transpor-


te y los agentes y subagentes de emigración que operaban por cuenta de
las primeras, utilizando todo tipo de estratagemas para llevar emigrantes
a lugares presentados con “incantevoli descrizioni”, verdaderos países de
cucaña pero en los cuales existía una dolorosa realidad muy diferente.73
Partiendo de una discutible distinción entre emigración “espontánea” y
“artificial” y en un tono moralista y a ratos sensiblero, algunos autores
proponían la prohibición de emigrar para las clases trabajadores. Más allá
de la acertada descripción de los instrumentos e intereses que se movían
en torno del llamado “comercio de la emigración”, debe recordarse que
detrás de esas posiciones había otro interés: el de los grandes propietarios
agrícolas y el de los políticos a ellos vinculados que veían con alarma cómo
la emigración cambiaba las costumbres y sobre todo las actitudes en la
pacífica vida campesina y, no menos grave, impulsaba un movimiento de
ascenso de los salarios ante el descenso de la presión de la mano de obra y
más aún ante la posibilidad para los campesinos de tener una alternativa
a las duras condiciones existentes en el suelo de origen.
En 1868 y en 1873 los ministros Luigi Federico Menabrea y Giovanni
Lanza esbozan una línea de control y regulación del fenómeno que los lleva
a aconsejar a los prefectos y a los alcaldes una política restrictiva en la
concesión de los “nulla osta” (el folio otorgado por la autoridad gubernativa
que precedía obligatoriamente a la concesión del pasaporte). En el primer
caso, en principio, se aplicaba a América del Norte y Argelia, pero no a la
América meridional, ya que las condiciones de los allí emigrados se con-
sideraban satisfactorias.74 Había que ver allí la persistencia, la fortaleza y
los intereses que se movían en torno del mito platense que a mediados de
la década siguiente sería reforzado ulteriormente por las posiciones de otro
economista, Vittorio Ellena, del que hablaremos en otro capítulo.
Más allá de las distinciones entre los distintos lugares de destino, la
nueva política esbozada tuvo cierto impacto en el caso argentino ya que
actuó sobre los agentes de inmigración que operaban por cuenta de países
sudamericanos y en quienes se veía, en general, a los promotores de todos
los males. Al cónsul argentino en Milán, Paolo Stampa, se lo amenazó con
privarlo del exequátur por el “zelo costante” con el que se empeñaba en pro-
mover la emigración de italianos al Plata.75 Caso que tuvo su complemento
algo después con la protesta formal del gobierno italiano ante el argentino
por las actividades que desempeñaba el cónsul en Savona designado por
Sarmiento, Giovanni Battista Gazzolo.76 Sin embargo, en conjunto las

73. Marchese de Cosentino, Uno sguardo alla emigrazione italiana ed estera, Roma,
Tipografia Fratelli Pallotta, 1873.
74. F. Manzotti, op. cit., pp. 15-17.
75. La Nazione Italiana, 29 de enero de 1869.
76. G. Rosoli, “Impegno missionario e assistenza religiosa agli emigranti nella visione e
64 Fernando Devoto

circulares, en especial la segunda, que prescribía que se negase el “nulla


osta” a los jóvenes que podían ser pasibles del enrolamiento militar y a los
indigentes, tuvieron limitada aplicación en la práctica. Que no se fuese por
ahora más allá indicaba cuánto comenzaban a moverse intereses contra-
puestos y aun enfoques ideológicos que se neutralizaban entre sí en torno
del problema de la emigración. Esa situación dejaba finalmente bastante
libertad a los que decidiesen emigrar para labrar su propio destino y, si no
estaban los cercanos puertos franceses o Trieste para hacerlo.

La inserción de los italianos

En Buenos Aires, el censo de la ciudad de 1855 reveló la pujanza de la


ciudad puerto. Los habitantes eran ahora 91 mil y los extranjeros ya alcan-
zaban el asombroso porcentaje de 36% de la población. Los italianos (y así
son considerados en el censo aunque esa entidad política no existiese) son
el contingente más numeroso: unos diez mil (11% de la población). Supe-
ran ampliamente a los dos grupos extranjeros subsiguientes: los franceses
(7%) y los españoles (6%). Es todavía una inmigración predominantemente
masculina ya que hay 263 hombres por cada cien mujeres italianas. Por-
centaje por otra parte más bajo que el que contemporáneamente registra
la otra concentración urbana de los italianos que es ya la villa de Rosario
(allí residen algo más de ochocientos peninsulares en 1858) donde hay 369
hombres por cada cien mujeres, lo que refleja la mayor antigüedad relativa
del asentamiento de Buenos Aires. Inmigración mayoritariamente mascu-
lina, entonces, y concentrada en las franjas etáreas comprendidas entre
los veinte y los cuarenta años (el promedio de edad de todos los italianos
censados es de veintiocho años). Sin embargo, existe ya en Buenos Aires
un porcentaje importante de familias que engloba a cerca de la mitad de
los peninsulares. Por otra parte, ese número es bastante mayor en algunas
zonas como la Boca, donde existen numerosas familias constituidas en
Italia (60%) o en la Argentina (el 40% restante) que en conjunto superan
los dos tercios del total de italianos. La diversificación ocupacional de los
italianos en 1855 es ya bastante marcada. Por poner algunos ejemplos, ellos
están muy presentes entre los artesanos en los sectores de la construcción
(745), de la alimentación (418), de la carpintería (377), entre los agricultores
y quinteros (397), en el servicio doméstico (229), entre los comerciantes
(1.144), aunque aquí hay que distinguir, cuando es posible hacerlo, entre
aquellos minoristas (732) y aquellos considerados mayoristas o acopiadores
o incluso banqueros (136).77 Es evidente que estos últimos, junto con los

nell’opera di Don Bosco e dei salesiani”, en F. Traniello (a cura di), Don Bosco nella storia
della cultura popolare, Turín, sei, 1987.
77. G. Massé, “Reinterpretación del fenómeno inmigratorio y su incidencia en la confor-
mación sociodemográfica de la ciudad de Buenos Aires en el siglo xix”, tesis de maestría
en Demografía Social, Universidad Nacional de Luján, 1992.
Las fases de la migración temprana 65

profesionales universitarios (21) y profesionales menores y maestros (16),


a los que habría que agregar algunos militares, constituyen la elite social
del grupo de italianos.
La cuestión puede, de todos modos, verse de dos formas: o prestando
atención a esa dispersión o enfatizando los sectores más significativos cuan-
titativamente. En este último sentido, es evidente que ocupacionalmente la
mayoría de los italianos se encuentra colocada entre los artesanos y otras
tareas manuales calificadas y semicalificadas. Ello es congruente con la
tasa de analfabetismo, que aunque no sea un instrumento eficaz para medir
capacidades y habilidades sí lo es para sugerir niveles sociales. El 55% del
total de italianos mayores de siete años era analfabeto, y ese porcentaje era
muy elevado tanto si se lo compara con el existente en Italia en las regio-
nes noroccidentales de donde procedía la gran mayoría de los inmigrantes
(menor al 50% por entonces) como si se lo la compara con otros grupos de
extranjeros en la ciudad (españoles 34%, franceses 36%).
Aunque en 1855 hay inmigrantes de todas las regiones, los genoveses son
la enorme mayoría. Tanto los italianos en su conjunto como los genoveses
están presentes en los doce distritos en los que aparece dividida la ciudad.
Esa dispersión no es sin embargo azarosa. Está condicionada por el tipo
de profesión y por el lugar de origen en Italia. En los distritos centrales de
la ciudad, Catedral al Norte y Catedral al Sur, los genoveses y los italianos
presentes se dedican a ocupaciones comerciales y artesanales no ligadas al
negocio marítimo. En cambio, en los dos barrios periféricos en los que los
genoveses están más presentes, la Boca (donde constituyen el 94% de los
italianos) y Balvanera (donde son el 74%), la impresión es diferente. En la
Boca la gran mayoría se dedica a actividades vinculadas con la navegación
–sea como marineros o como patrones de embarcaciones– o con el arte-
sanado naval; en Balvanera, en cambio, la mayoría son “quinteros”, visto
que en ese barrio tenían su centro las actividades frutihortícolas. Desde el
punto de vista de los lugares de origen, en la Boca, sin tomar en conside-
ración a los que declaran “Génova” ya que ello puede aludir a la ciudad o
a la región, predominan los procedentes de Varazze –que estaban a su vez
muy concentrados en la actual calle Pedro de Mendoza, entonces llamada
De la Ribera, entre las unidades habitacionales 61 y 194, donde residía
80% de ellos– y secundariamente los de Recco.78 En Balvanera, en cambio,
los de aquellas áreas están prácticamente ausentes y aparecen muchos
originarios de Chiavari y Lavagna quienes, por otra parte, tenían patrones
de asentamiento mucho más dispersos en la ciudad que los anteriores.
Desde luego, aunque fuesen mucho menos relevantes cuantitativamente no
hay que olvidar que también había un grupo de meridionales en la ciudad
y que ellos eran bastante visibles por el tipo de ocupaciones ambulantes
que realizaban. A principios de 1861 el cónsul G.B. Cerruti los estimaba,

78. F. Devoto, “Los orígenes de un barrio italiano...”, pp. 102-114.


66 Fernando Devoto

con la imprecisión inevitable de estos cálculos que sólo sirven para dar un
orden de magnitud, en unos quinientos en Buenos Aires y señalaba que
entre sus ocupaciones principales estaba la venta callejera, entre otros
productos, de aceite de caballo y de candelas de grasa.79
Catorce años después, en 1869, tenemos otro punto de observación de
los italianos, ahora en toda la Argentina. Es el Primer Censo Nacional. Los
italianos eran 71.442 de los 1.877.490 habitantes, es decir, 3,8% de la
población. La relación entre hombres y mujeres sigue siendo elevada (268
de los primeros por cada 100 de las segundas), lo que muestra el peso de
una inmigración todavía predominantemente de hombres solos, aunque
en algunos lugares de inserción más antigua, como la ciudad de Buenos
Aires, ese porcentaje bajaba a 221 por cada 100 (tasa menor que la del
censo de 1855 que analizamos antes).
Los italianos constituían el grupo extranjero más numeroso por delante
de españoles (1,8% del total), franceses (1,7%) e ingleses (que incluyendo
a los irlandeses eran el 0,6%). Estaban concentrados en tres provincias
(Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos) que reunían en conjunto a 97% de
todos ellos. En realidad, sólo en la provincia de Buenos Aires residía 85%
de los italianos habitantes en la Argentina. Ello era el resultado del peso
de los peninsulares en la ciudad de Buenos Aires (59% del total) y en los
conglomerados vecinos de la villa, en especial Barracas al Sud, Quilmes y
San José de Flores (donde superaban en cada uno el millar) pero también
Belgrano, Morón, San Isidro, La Paz y San Martín (en conjunto, otro 9%
adicional). Esta distribución de los italianos es muy diferente de la de la
población en general ya que, por poner un solo ejemplo, en la ciudad de
Buenos Aires residía sólo el 10% del total de habitantes censados en toda
la Argentina.
Por supuesto que también los otros grupos de extranjeros europeos
estaban instalados sobre todo en las provincias del litoral y en especial en
Buenos Aires, pero sus porcentajes eran menores que los de los italianos
(allí vivía el 41% de los franceses y de los españoles). Aunque el censo no
permite establecer con precisión, más allá del caso de las capitales de
provincia, quiénes vivían en áreas urbanas y quiénes en áreas rurales es
evidente que los italianos eran el grupo más urbanizado, siguiendo de este
modo las pautas de inserción originarias. Al 59% de todos ellos que residía
en la ciudad de Buenos Aires hay que agregar un 3% adicional que vivía
en Rosario y un 1,5% sumando los que vivían en las ciudades de Paraná y
Corrientes. Si miramos la población por departamentos o distritos censales,
aquellos en los cuales la cifra de los italianos bordeaba o superaba el millar
de habitantes eran el del Salado en el norte de Santa Fe, donde estaban
las colonias de Esperanza y San Carlos, el de Chivilcoy en la provincia de
Buenos Aires (también de colonización temprana) y los de Gualeguaychú

79. Archivio Storico Ministero degli Affari Esteri (asmae), Serie Affari Politici, Rapporti
Consolari, Buenos Aires, 26 de enero de 1861.
Las fases de la migración temprana 67

y Gualeguay en la de Entre Ríos. En estos últimos prevalecía, en cambio,


la inserción urbana o periurbana de los genoveses.
En conjunto sobresalen, como ya señalamos, dos ciudades en las que
los italianos son muy importantes no sólo por el número absoluto sino
también por el peso relativo dentro del total de habitantes. En Rosario
ellos constituyen el 9% y en la ciudad de Buenos Aires el 24% del total de
los habitantes. Mientras en la primera ciudad sus patrones residenciales
parecen más concentrados, en la segunda están, como ya vimos para 1855,
dispersos en todos los barrios. Dentro de ese patrón residencial los distri-
tos que contienen a la Boca y a Balvanera reúnen no sólo una presencia
italiana comparativamente mayor sino que el ambiente visual de los dos
barrios es más característicamente italiano.
La importancia de los italianos en la ciudad se reflejaba en una estructura
ocupacional muy diversificada, aunque el censo no nos permita medirla.
Quizá uno de los rasgos interesantes hacia el futuro es que en esos años
nacen ya de ese mundo de artesanos peninsulares algunas pequeñas em-
presas que luego devendrán industrias. Del elenco compilado en 1887 por
la naciente Unión Industrial aparecen 41 fundadas entre 1844 y 1869 que
sobrevivían en aquel momento. La presencia de italianos, a partir de los
apellidos, es ya bien relevante en el conjunto. Once reconocían ese origen
y se dedicaban a los rubros más diversos, desde astilleros a dulces, de
talabartería a taller mecánico, de fabricar rapé a construir carruajes.80
En Rosario los genoveses eran también ampliamente predominantes,
en especial aquellos procedentes de Chiavari y Lavagna, que eran en con-
junto el 49% de los 570 socios registrados en la Unione e Benevolenza de
la ciudad entre 1868 y 1870, y sus descendientes serían la verdadera clase
dirigente de una ciudad que como pocas emblematizó “l’Italia al Plata”. Era
una ciudad comercial e intermediaria cuya prosperidad derivaba del puerto,
primero como punto de salida y entrada de la producción destinada a las
provincias de la Confederación Argentina en tiempos del conflicto con Bue-
nos Aires y luego como conexión entre las zonas agrícolas del centro-sur de
las provincias de Santa Fe y Córdoba, en especial tras la construcción del
Ferrocarril Central Argentino que la vinculaba con la capital de la segunda.
Los italianos estaban presentes en muchos sectores de la economía rosa-
rina. Desde luego, como vimos, en las actividades marítimas y portuarias,
también entre los comerciantes de alimentos al por menor o los dueños de
hosterías, donde los genoveses eran muy numerosos, y entre el artesanado
de la ciudad que, según el cónsul italiano, en Rosario estaba totalmente en
manos de piamonteses y lombardos.81 Con todo, más que los propietarios
de naves (muy mayoritariamente genoveses, como vimos) la futura elite de

80. A. Dorfman, Historia de la industria argentina, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1970,


pp. 116-117.
81. asmae, Serie Affari Politici, Rapporti del Consolato in Rosario, b. 903, 10/9/1865.
68 Fernando Devoto

la ciudad debía buscarse entre los agentes comerciales y los importadores


ligures, una parte de los cuales procedía de Buenos Aires y Rosario, donde
habían comenzado con esa actividad.
Ciertamente la inserción tan urbana de los italianos refleja una pauta
más general del proceso inmigratorio temprano, aun si había comenzado ya
el desarrollo de colonias en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y pun-
tualmente en Buenos Aires. Sin embargo, los italianos eran, de los grupos
europeos, como vimos, los más urbanizados y, por otra parte, el puerto
de Génova era largamente el principal para aquellos que se embarcaban
hacia el Río de la Plata. Ello parece presentar una paradoja que requiere
un breve comentario que intente dar una explicación a la relativamente
tardía presencia masiva de los italianos en una pampa gringa en la que
luego serían mayoritarios. Varios factores confluyen aquí. En primer lugar,
como ya observamos, los patrones de asentamiento de los genoveses eran
urbanos y fluviales; ellos carecían de cualquier interés (pese a que muchos
procedían de áreas rurales) por penetrar dentro del territorio. En segundo
lugar, aunque como vimos existían muchos intereses en Génova en torno
de la emigración al Plata, ellos parecían estar centrados en dos actividades
del comercio tradicional y el transporte de emigrantes siguiendo un modelo
bastante antiguo de colonias comerciales en el exterior en el que los genove-
ses habían sido pioneros en Europa desde la Edad Media. Del mismo modo,
los intelectuales y los políticos peninsulares defensores de la emigración
(una excepción la constituyó el geógrafo y explorador Paolo Mantegazza), al
señalar las ventajas del destino platense, aunque no dejaban de enumerar
los proyectos de colonización como posibilidad, tampoco los ponían en primer
plano. De este modo, por esas o por otras razones los empresarios genoveses
en particular y los italianos en general estarán ausentes de las empresas de
colonización que comienzan a crearse con fines especulativos en las déca-
das de 1850 y 1860. Por ejemplo, los nombres de los primeros empresarios
colonizadores en la provincia de Santa Fe (Aaron Castellanos, Carlos Beck
Bernard, Mariano Cabal, Ricardo Foster, Mauricio Franck, Rodolfo Gessler,
Guillermo Perkins o Téofilo Romang) incluyen a argentinos, suizos, alemanes,
franceses y hasta un canadiense, pero ningún peninsular.82
Así, el lobby genovés en Italia o los inmigrantes exitosos de ese y otros
orígenes peninsulares en la Argentina aparecían interesados en el negocio
de la inmigración (paralelo al del comercio) bajo muchos aspectos. Éstos
iban del negocio de los pasajes y las remesas (pronto los intereses de los
genoveses de ambas márgenes del océano confluirían en la creación de un
banco) hasta la colocación de trabajadores en el mercado urbano, pero se
mantenían aparte de las empresas de colonización. Su ideal seguía siendo
el de las colonias mercantiles.
Vistos los malos resultados iniciales de las colonias rurales, en muchos

82. B.M. Stoffel, Quién es quién en el proceso colonizador santafesino, Rafaela, Centro de
Estudios e Investigaciones Históricas, 2004.
Las fases de la migración temprana 69

casos debido a la falta de vías de comunicación o a la cercanía de los in-


dígenas, quizá se trataba de una decisión basada en un cálculo prudente.
Sin embargo, la significativa ausencia de los ricos comerciantes genoveses
de Rosario en las comisiones de inmigración que se crearon en esa ciudad
sugiere la existencia de otras cuestiones. Así ocurre, por ejemplo, en la Co-
misión Promotora de la Inmigración creada por el gobierno nacional en la
ciudad de Rosario en 1864 o con las fundadas en 1867 por el gobierno de
Santa Fe en la misma ciudad y en la capital de la provincia. Ningún apellido
italiano aparece allí en los sucesivos elencos de personas que las integran
hasta 1871.83 Ciertamente podría pensarse que los peninsulares tenían sus
propios canales ya establecidos y no necesitaban integrarse a los oficiales,
empero, su ausencia no deja de ser significativa. Mirando las cosas desde el
lado argentino, debe recordarse que los italianos no eran el grupo preferido
en el proyecto de modernización de los grupos dirigentes locales, orientados
a favorecer a otros colectivos europeos, como veremos más adelante.
En cualquier caso, los italianos no estuvieron excluidos del proceso. Aun-
que algunas de las primeras colonias, por ejemplo Baradero en la provincia
de Buenos Aires o Esperanza en Santa Fe, no los incluyesen en el núcleo
inicial o que empresarios como Beck Bernard eludiesen explícitamente
Génova como lugar de reclutamiento, era hasta cierto punto inevitable
que los norditalianos, tan presentes en el litoral argentino y tan cercanos
a las zonas de reclutamiento en el Ticino y en el Jura, también se contaran
y en números relevantes en el conjunto del proceso. Ello era el resultado
de la acción de subagentes que operaban por cuenta de los empresarios y
de que las áreas agrícolas paduanas del Piamonte y de la parte occiden-
tal de Lombardía se encontraban entre el principal puerto de embarque y
muchas de las zonas de reclutamiento que incluían en modo relevante el
área colindante franco-suiza. De este modo, por poner un solo ejemplo, la
publicidad para crear una nueva colonia, llamada Alejandra, por parte de
una compañía con sede en Londres (y cuyo nombre probablemente remitía
al de la reina de Inglaterra de entonces) también se hizo en el norte de la
península y como resultado de ello junto con ingleses y vascos aparecieron
allí los piamonteses. Un folleto publicado simultáneamente en Londres,
Buenos Aires y Florencia a la vez que ilustra esa propaganda exhibe los
mecanismos empleados para intentar atraer a familias de colonos que, por
lo demás, en ese caso no sólo podían prestar su trabajo sino hacer una
inversión monetaria para comprar el lote de tierra. A la descripción de la
supuesta bondad de la tierra de la colonia se agregan opiniones que parecen
legitimarla, como la del Consulado General argentino en Londres y otras
aparecidas en distintos periódicos ingleses.84 Por otra parte, en el caso de

83. O.L. Ensinck, Historia de la inmigración y la colonización en la provincia de Santa Fe,


Buenos Aires, Fundación para la Ciencia, la Educación y la Cultura, 1979, pp. 52-71.
84. Emigrazione alla Repubblica Argentina (Río de la Plata). Colonia Alessandra. Provincia
de Santa Fe, Londres-Buenos Aires-Florencia, Tip. di G. Barbera, 1871.
70 Fernando Devoto

Beck Bernard sus subagentes tenían explícitamente indicado reclutar en


la zona de Pinerolo en el Piamonte y la obligación de eludir Génova para
evitar la interferencia de los numerosos intermediarios ligados al comercio
de la inmigración en ese puerto.85
De este modo, lombardos y piamonteses aparecen en otras colonias
tempranas como Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires, o la creada
por Bernard, San Carlos, en la de Santa Fe, junto con alemanes, suizos y
franceses. Empero, también en aquellas que inicialmente no tenían italianos
éstos arribarían rápidamente. Observando los datos del censo de 1869 se
percibe que, por ejemplo, en las áreas rurales de la provincia de Santa Fe
los italianos son ya por entonces el segundo grupo europeo en importancia,
detrás de los suizos pero delante de los franceses y los alemanes.
Sin embargo, como en otros terrenos, esta primera presencia, al igual
que ocurrió con la migración temprana de genoveses, debía mucho menos
a la iniciativa empresarial peninsular o al papel del Estado sabaudo que a
las redes de los mismos migrantes, y desde luego a la acción de los suba-
gentes reclutadores.

Imágenes y estereotipos de los italianos tempranos

¿Cómo eran vistos estos primeros inmigrantes como tales y más aún
como futuros pobladores de la Argentina por las elites argentinas, que por
su parte eran bastante provincianas y muy poco refinadas por entonces?
La primera observación es que esa imagen era por entonces bastante ambi-
gua. Si bien puede argumentarse que el tipo de trabajo predominante que
los peninsulares desempeñaban, la tasa de analfabetismo y los lugares de
residencia en los que ellos eran más emblemáticos contribuían a ello, es
necesario remarcar que los prejuicios no necesitan justificaciones. Proceden
de estereotipos y preconceptos ligados a los horizontes ideológicos, en el
caso de los intelectuales, y a los imaginarios sociales, en la mayoría de la
población. En este punto debería señalarse una vez más que el proyecto
de modernización que querían desarrollar los grupos dirigentes argentinos
posteriores a Caseros tenía su ejemplo paradigmático en una inmigración
deseable, que era la del norte de Europa. Como se ha señalado muchas
veces, esa predilección está expresada muy bien en un libro que conten-
drá el diseño más límpido del proceso que debía llevarse a cabo: Bases y
puntos de partida para la organización política de la República Argentina,
de Juan Bautista Alberdi.
El único modo de tener éxito allí donde las generaciones precedentes
de reformadores habían fracasado desde 1810 era, para Alberdi, producir
un cambio radical que sustituyese un tipo de sociedad por otra. Ello sólo

85. G. Gori, Inmigración y colonización en la Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1964,


p. 69.
Las fases de la migración temprana 71

podía realizarse, en su visión, a través de la sustitución de la población


existente por otra que, proveniente de Europa, trajese consigo hábitos de
trabajo, de ahorro y de consumo modernos que luego, a través del ejemplo,
se difundieran entre los nativos.86 Pero para que el proceso fuese exitoso,
esos inmigrantes debía proceder de aquella Europa moderna (lo que quiere
decir la Europa del norte industrializada o en acelerada vía de industriali-
zación), de modo que la “civilización” fuese trasplantada molecularmente
a través de los nuevos arribados.
Es claro que, en esa lectura, los italianos, y más en general los inmi-
grantes del Mediterráneo, parecían no encontrarse en la posición de poder
traer la “civilización” al Río de la Plata. Esa imagen no era desde luego in-
compatible con el aprecio por la cultura italiana, entendida como cultura
literaria (he ahí el interés por Dante traducido por Bartolomé Mitre), y más
aún por la música italiana, omnipresente a través de la ópera, ejecutada
ya desde la década de 1820 pero que alcanzaría nuevas cotas en los años
50 y en especial desde la inauguración del primer teatro Colón en Buenos
Aires en 1857. Y desde luego que al decir “ópera” se pensaba en la ópera
italiana y en las compañías peninsulares que anualmente hacían el tour
sudamericano desde Río de Janeiro hasta Lima pasando por Buenos Ai-
res.87 También se apreciaba el teatro, como lo probó la llegada a Buenos
Aires en 1869 de la actriz trágica italiana Adelaide Ristori para interpretar
Francesca da Rimini de Silvio Pellico, que se convirtió en uno de los mayo-
res eventos artísticos de esos años en la aún pueblerina Buenos Aires. La
Ristori, vinculada al movimiento patriótico del Risorgimento e integrante
de la Compañía Real Piamontesa, venía precedida de su éxito en París y
en otras capitales europeas. Fue recibida en el puerto por los representan-
tes de las cuatro principales sociedades italianas: Unione e Benevolenza,
Nazionale Italiana, Società Finalese y La Stella. Inmediatamente luego de
su arribo la visitaron en su alojamiento los principales periodistas de los
diarios argentinos para entrevistarla, como Juan María Gutiérrez de La
Nación Argentina, Manuel Bilbao de La República, José Hernández de El
Río de la Plata, Michael Mulhall de The Standard y L. Wals de Le Courier
de la Plata.88 El problema es que para el grupo dirigente argentino no se
trataba de virtudes artísticas sino de las que ellos suponían eran virtudes
laborales y económicas. Como veremos luego, ese prejuicio a favor de las
personas procedentes de la Europa del norte cambiaría drásticamente en
años posteriores.
Adicionalmente debe considerarse también otra dimensión que ocupaba
un lugar no irrelevante en el prejuicio contra los inmigrantes del sur. Era la

86. J.B. Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización politica de la República
Argentina, Buenos Aires, Jackson, 1953.
87. J. Rosselli, “The Opera Business and the Italian Immigrant Community in Latin Ame-
rica, 1820-1930: the Example of Buenos Aires”, Past and Present, 1979, pp. 155-168.
88. La Nazione Italiana, 31 de agosto y 3 de septiembre de 1869.
72 Fernando Devoto

religiosa, que ya había estado presente en las iniciativas inmigratorias del


período de Bernardino Rivadavia. Si los males de la Argentina procedían
de su herencia hispánica y católica, es evidente la predilección que la ge-
neración laica posterior a Caseros tenía hacia grupos de otras confesiones
religiosas, por ejemplo protestantes.
Sin embargo, pese a todo ello, que signa un horizonte deseable entre los
dirigentes argentinos, las imágenes de los italianos, grupo no preferido por
las razones apuntadas, no fueron uniformemente negativas sino ambiguas.
Aquella ambigüedad, o si se prefiere contradictoriedad, de las imágenes
puede rastrearse en varias fuentes. Por ejemplo, algunos personajes locales,
en especial vinculados al mundo del mitrismo, estaban bastante ligados a
las elites italianas por lazos políticos o comerciales (y a veces también cul-
turales) y, como vimos, en ciertos casos hacían muy buenos negocios con
ellas en torno del transporte de inmigrantes. Otros, como Juan Bautista
Alberdi, más allá de su notoria predilección por los migrantes del norte de
Europa en general y los anglosajones en particular, no dejaban de considerar
con simpatía por lo menos a los laboriosos genoveses, distinguiéndolos de
otros habitantes de la península y más en conjunto de los del Mediterrá-
neo.89 Algunos otros demostraban no tener ningún tipo de prejuicio que la
riqueza no pudiese superar y se emparentaron con algunos peninsulares
adinerados mediante el matrimonio. El caso del rico comerciante Antonio
Demarchi, en cuyos orígenes se encontraba el negocio farmacéutico y de
droguería, es en este punto emblemático. En 1855 se casó con una hija
(María de las Mercedes) de Facundo Quiroga. Uno de sus hijos (Silvestre
Alfredo) se casaría con Clara Leloir Sáenz Valiente. Pero su caso no es desde
luego único. Ahí está Justo José de Urquiza casado con Dolores Costa, hija
de un inmigrante de Chiavari, o también un hijo de otro rico comerciante,
en este caso genovés, Giacinto Caprile, que se casó con una hija de Bar-
tolomé Mitre, aunque en este último caso debería observarse que Mitre no
pertenecía ni a una familia de la elite social ni a la elite económica local,
aunque sí a la elite política e intelectual. También podría aludirse al mismo
Silvino Olivieri, que se unió en matrimonio con los Cambaceres (familia
sin embargo de reciente origen francés) o a Ramón Cárcano, profesor de
música comasco (y antiguo combatiente también en las batallas del Risor-
gimento), instalado en Córdoba, que se uniría con una familia tradicional
de allí. Aunque a estos dos últimos casos, vistos sus antecedentes, es difícil
considerarlos inmigrantes y por tanto no son particularmente reveladores
de las actitudes de las elites locales hacia ellos.
Otros observadores, en cambio, veían a los peninsulares de modo muy
negativo. Se recuerdan las descripciones de Sarmiento, en su viaje por
Italia de 1846, donde unas pequeñas referencias favorables a Génova y a
sus instituciones de beneficencia aparecían sumergidas en comentarios

89. J.B. Alberdi, Recuerdos de viaje, Buenos Aires, Eudeba, 1962, pp. 23-26.
Las fases de la migración temprana 73

negativos hacia otros lugares de la península, por ejemplo, que en Nápoles


había visto “el último grado al que podía descender la dignidad humana: por
debajo de cero”,90 observación de la que se hacía eco Miguel Cané en otro
exabrupto en las páginas de El Nacional mientras enviaba sus comentarios
sobre su viaje en Europa al señalar que cuando visitó áreas montañosas
de la Liguria definió a sus habitantes como “más salvajes que los salvajes
de la pampa”.91 Sin embargo, la reflexión era hecha por un personaje (Cané)
que por otro lado tenía estrechos vínculos con los republicanos italianos
en el Plata y aun en la península, como lo muestran los saludos que para
él manda en 1869 Giuseppe Mazzini en una carta a Gaetano Pezzi,92 lo que
nos devuelve a algunas de las ambigüedades de la situación. Por otra parte,
con tonos más neutros pero no menos negativos, los irlandeses Michael y
Edward Mulhall en una de las varias guías de Buenos Aires que confec-
cionaron ubicaban a los italianos en un expresivo simbólico último lugar
entre los grupos extranjeros en Buenos Aires.93
Esas imágenes de los italianos también comenzaron pronto a diferen-
ciarse regionalmente. En esas distinciones los emigrantes del antiguo reino
borbónico llevaron la peor parte. Serían los objetos predilectos de críticas,
burlas e ironías en los documentos oficiales y en la literatura. Por ejemplo,
el tema estaba muy presente en aquellos funcionarios del gobierno argentino
que tenían tareas vinculadas con los inmigrantes en la década de 1870.
Así, el inspector general de colonias, Guillermo Wilcken, que no dejaba de
preferir la migración de la Europa del norte que se dirigía a Estados Uni-
dos, observaba que pese a que “está bastante divulgada y generalizada una
opinión adversa a la inmigración italiana” ello era producto de un equívoco
que consistía en confundir inmigrantes rurales y urbanos. Así se preocu-
paba de contraponer la laboriosidad, la sobriedad y los buenos hábitos
de los colonos piamonteses y lombardos a los defectos de los inmigrantes
napolitanos que se instalaban en las ciudades y eran “sueltos y sin familia”
con los que solía confundírselos.94 Desde luego que por ser el inmigrante-
agricultor el preferido en los proyectos de los dirigentes argentinos, ello se
reflejaba en la construcción del estereotipo. Deberían pasar algunos años
para que esos patrones de asentamiento persistente de los meridionales que
desarrollaban los “bajos servicios urbanos de higiene” (que iban desde el

90. D.F. Sarmiento, Viajes. De Valparaíso a París, Buenos Aires, Hachette, 1955.
91. Citado por N. Cuneo, op. cit., p. 215.
92. “Stringete la mano per me al fratello, a Froncini a Cané...”, G. Mazzini a G. Pezzi,
17 de agosto de 1867, en L. Morabito, “Lettere inedite di Mazzini ai suoi amici genovesi
(1860-1871)”, en aa.vv., Mazzini e i repubblicani italiani, Turín, 1970, p. 283.
93. M.G. y E.T. Mulhall, Handbook of the River Plate, Buenos Aires, The Standard, 1969,
p. 16.
94. G. Wilcken, Informe sobre el estado actual de las colonias agrícolas en la República
Argentina, Buenos Aires, Imprenta Belgrano, 1873, pp. 311-312.
74 Fernando Devoto

barrido de las calles a la recolección de basura, de vendedores en canastas


a domicilio a mandaderos y changadores) fuesen valorados no como los
peores de todos sino como necesarios y útiles.95
Más arbitrario aún era el comisario general de Inmigración, Carlos Calvo,
cuando sugería, unos años después, que existía una correlación estrecha
entre inmigración meridional y criminalidad en la Argentina.96 Pero en esos
años 70 los meridionales también se convertían en figuras sospechosas
para otros sectores. Así, el arzobispo de Buenos Aires, León Federico Anei-
ros, y su secretario Mariano Espinoza (futuro arzobispo), preocupados por
la atención pastoral de los italianos, daban imágenes muy negativas de
aquellos a los que llamaban “sacerdotes napolitanos”, que eran para ellos
un concentrado de malos ejemplos.97 Incluso un representante consular
francés en Montevideo daba una imagen similar al distinguir en este caso
a los laboriosos genoveses que controlaban la navegación de los ríos de la
“banda de jornaleros napolitanos”.98 En cualquier caso, como observaba
otro representante diplomático italiano, el fenómeno parecía muy exten-
dido en las percepciones de los contemporáneos y, en su perspectiva, a
los meridionales italianos en la Argentina se les reservaba por entonces
un tratamiento similar a aquel que recibían los gallegos en Lisboa y los
irlandeses en Londres.99
Desde luego que una de las imágenes más influyentes fue la que pre-
sentó José Hernández en 1872 en el Martín Fierro que con el tiempo se
convertiría en el poema épico de los argentinos. Su autor construía allí una
caricatura destinada a perdurar: el napolitano lloriqueante y grotesco como
contracara de las virtudes del gaucho. Mientras este último simbolizaría
el coraje, la amistad, la generosidad y la habilidad con el caballo en los
trabajos de la campaña, el “gringo”, emblematizado en el “papolitano”, en-
rolado arbitrariamente para servir en las milicias de frontera, personificaba
lo opuesto: egoísmo, cálculo, bellaquería. Este esquema tendría una larga
fortuna posterior en la literatura argentina, como exhibiría el folletín escrito
por Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira. Sin embargo, el ejemplo del poema de
Hernández es quizá más complejo que una simple contraposición nativos-
inmigrantes italianos. Tulio Halperín Donghi ha señalado que buena parte

95. “Memoria del comisario general de Inmigración de año 1885”, citado por O.L. Ensinck,
Historia de la inmigración..., p. 140.
96. Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores al Honorable Congreso Nacional en el
año 1878, Buenos Aires, Tip. La República, 1878, pp. 266-267.
97. G. Rosoli, “Impegno missionario...”, p. 292.
98. M. Malleifer al ministro de Asuntos Exteriores de Francia, marqués de Moustier, 14
de enero de 1868 y 14 de abril de 1868, ambos transcriptos en Revista Histórica, año L,
vol. xxvi, 1956, pp. 294 y 318.
99. Della Croce a Visconti Venosta, 8 de junio de 1870, asmae, Serie Política, Rapporti in
arrivo, Argentina, b. 1248.
Las fases de la migración temprana 75

de los prejuicios de Hernández contra los meridionales procedían no de él


sino del vicedirector de su periódico, el genovés José Priuli, lo que sugiere
que también las diferencias entre los peninsulares, los prejuicios que exis-
tían entre ellos acerca de los procedentes de otras regiones –y en especial
los de los del norte hacia los del sur–, pueden haber tenido un peso en la
construcción de esas imágenes.100 Pero, más allá de los estereotipos litera-
rios, no debería olvidarse que en general los italianos del norte o del sur era
preferidos a los criollos y esa situación, volveremos sobre ello, establece una
relevante diferencia con la experiencia de los italianos en otros contextos. Por
lo demás, quizá todo pueda matizarse aun más si se observa que muchas de
estas imágenes estaban ligadas al caso de Buenos Aires. Si tomásemos, en
cambio, el ejemplo de la ciudad de Rosario, las cosas podrían ser diferentes.
Allí los genoveses estaban desde el origen mismo de una pequeña villa que
se expandiría aceleradamente desde la década de 1850 y en la que no sólo
no había ninguna elite tradicional, por modesta que fuese, sino que tampo-
co había una seria competencia de otros grupos extranjeros.
Haciendo un balance de esas percepciones del período temprano y
los matices regionales, debería señalarse que la clara preferencia por los
inmigrantes del norte de Europa estaba muy extendida entre los grupos
dirigentes argentinos por lo menos hasta 1890. Algunas excepciones im-
portantes, de la cual la más relevante es la de Bartolomé Mitre, no cambian
el panorama. Por agregar dos ejemplos más: en 1869, Juana Manso, la
escritora y pedagoga argentina amiga de Sarmiento, desde las páginas de
La Verdad planteaba que había que favorecer la emigración del norte de
Europa, industriosa y apta, según ella, para la práctica de las instituciones
libres, y no aquella “genovesa-napolitana”.101 Unos años después, en 1877,
Juan Bautista Alberdi seguía reiterando incansablemente los argumentos
de las Bases: un emigrante anglosajón, según él, valía por tres de la Europa
del sur.102 Sin embargo, cualesquiera hayan sido las distintas reservas o
aun las hostilidades hacia los procedentes de Italia (de algunas de ellas en
las zonas rurales hablaremos en el próximo capítulo) que nos muestran
muchas de esas imágenes, ellas no derivaron más que muy puntualmente
en políticas activas en contra de ellos. Más bien la actitud sería con los
años de argumentar sobre las bondades de otros grupos o tender a apoyar
flujos migratorios alternativos.

100. El mismo cónsul italiano en Montevideo expresaba ese tipo de prejuicios al con-
siderar que los genoveses tenían una capacidad comercial y empresarial “indiscutibile-
mente superiore” a los de otras provincias italianas. Véase L. Petich, “Sull’emigrazione e
su quella specialmente degli italiani alla Repubblica Orientale dell’Uruguay”, Bollettino
Consolare, 1869, vol. v, p. 435.
101. Véase la polémica contra el artículo de Manso en La Nazione Italiana: “Fatti e non
parole”, 1 de mayo de 1869.
102. J.B. Alberdi, Vida de William Wheelright, Buenos Aires, Emecé, 2002.
76 Fernando Devoto

El nacimiento conflictivo de una comunidad italiana (o varias)

La situación creada en el Río de la Plata, en especial en Buenos Aires,


luego de la caída de Rosas en 1852 era bastante especial por muchas
razones. Una de ellas era un súbito florecer de la actividad política, un
movimiento de ideas muy vivaz vinculado a un periodismo faccioso y un mo-
vimiento asociativo, en parte pero no sólo, vinculado a ese nuevo clima.
Por otra parte, todos parecían dispuestos, al menos en la retórica, no sólo
a promover sino a garantizar la libertad de asociación y de expresión. Ante
todo, lo garantizaba la nueva Constitución sancionada en Paraná en 1853.
Seguramente ese clima y esas disposiciones favorecían que también entre
los italianos se produjeran iniciativas análogas.
Sin embargo, más importantes son dos novedades de diferente y aun
opuesto signo que involucraban a los italianos residentes en el Plata y a sus
intereses. La primera es la nueva orientación que hacia ellas manifestaba,
como precedentemente observamos, el conde de Cavour, figura plenamente
ascendente en la política piamontesa, y detrás (o junto con ella) los crecientes
intereses que en Génova existían por el Río de la Plata. La expedición en
1852 de un enviado extraordinario al Río de la Plata, Marcello Cerruti, que
a diferencia de la gran mayoría de los diplomáticos sabaudos de carrera
no pertenecía a los estratos nobiliarios, que tenía buenas cualidades de
observador y profesionalidad y sobre todo era genovés, marcaría un punto
de inflexión.103 Las instrucciones que recibió de firmar un tratado de co-
mercio y navegación, crear un hospital italiano, preservar la nacionalidad
de los hijos de los inmigrantes y construir una red consular muestran con
claridad el cambio de actitud.
La otra novedad procedía de los exiliados republicanos que pasaron de
Montevideo a Buenos Aires o comenzaron a llegar directamente desde la
península a ésta luego de 1852. Ciertamente, las figuras de mayor relieve de
entre ellos (Olivieri, Cuneo) se involucraron inicialmente más en aventuras
en la política argentina que en otra cosa (arrastrando detrás de sí a muchos
peninsulares). Algunas de entre ellas fueron la creación de la legión italiana
en defensa de Buenos Aires, tras el sitio de Hilario Lagos en septiembre de
1852, o sucesivamente la desafortunada organización, apoyada por el gobier-
no de Buenos Aires, de una colonia agrícola-militar italiana (Nueva Roma)
en Bahía Blanca en 1856. Detrás de esa iniciativa, apoyada por motivos
diversos por la elite porteña y por la elite republicana italiana, algunos de
los más febriles de entre éstos llegaron a fabular que ella podía constituir
el embrión de un ejército que podría volcarse en el momento oportuno en
las luchas italianas. Por otra parte, esta iniciativa tuvo una contrapartida
en otra colonia militar, en este caso promovida por el gobierno de la Con-
federación Argentina, que debía instalarse en San Jerónimo, en el Chaco,

103. L. Incisa di Camerana, L’Argentina, gli italiani, l’Italia. Un altro destino, Tavernerio
(Como), spai, 1998, pp. 125-126.
Las fases de la migración temprana 77

y estaba integrada por ingleses y piamonteses.104 Su destino no fue mejor


que el de la otra, lo que revela las dificultades de todo tipo que existían para
esta clase de empresas en zonas de frontera con los indios.
El fracaso de la colonia agrícola de Bahía Blanca generó una doble actitud
por parte de los exiliados republicanos italianos. Aquellos que se convir-
tieron en militares a tiempo completo (una minoría) –como Antonio Susini,
lugarteniente de Garibaldi, o Giovanni Battista Ciarlone, que también había
comenzado en la Legión Italiana de Montevideo y que tomaron parte en la
aventura de la Nueva Roma– continuaron activos en la nueva fase de las
guerras civiles argentinas, siempre del lado de Buenos Aires, y ocuparon
puestos de primera fila en el ejército y la armada porteñas, por ejemplo en
la batalla de Pavón y aun después en el Ejército argentino en la guerra del
Paraguay.105 Ese embanderamiento casi completo de los republicanos con la
causa porteña heredera de la facción unitaria no debe, sin embargo, hacer
olvidar que más allá de ellos estaban los genoveses, el núcleo más nume-
roso, y que dado que éstos residían en los dos territorios en los que estaba
dividido el futuro Estado argentino participaban también más o menos
voluntariamente en la flota naval de la Confederación, con lo que llegaron
a producirse batallas en los ríos que los encontraron de ambos lados.
Más allá de ello, los peligros que comportaba una guerra intermitente
y de resultado incierto a los marinos genoveses, cuya actividad económica
era operar a través de los territorios del estado de Buenos Aires y de la
Confederación, pero también a los intereses más generales de los ricos co-
merciantes italianos, eran grandes. Si a ello se sumaba el embanderamiento
tan activo de los extranjeros legionarios italianos con el sector de Buenos
Aires, la situación no dejaba de ser preocupante. Ello explica la posición
coincidente del enviado extraordinario Cerruti y del cónsul Dunoyer (dis-
crepantes en tantos otros momentos) de crítica a la acción de los soldados
de fortuna republicanos y en favor de una situación de neutralidad en los
conflictos internos, ahora sí congenial con los intereses de la mayoría de los
peninsulares residentes en el territorio.106 Si en septiembre de 1852, ante
el sitio de Buenos Aires, los italianos residentes en ésta podían haberse
armado en defensa de sus vidas y propiedades, pasado ese momento no
eran claros los beneficios que podían obtener involucrándose en guerras
intestinas. Por supuesto que, al margen de ellos, siempre había peninsu-
lares sin ocupación cuya incorporación a alguno de los sucesivos ejércitos
era a su modo un conchabo como cualquier otro.107 Había asimismo otros

104. N. Cuneo, op. cit., pp. 241-242.


105. E. Zuccarini, Il lavoro degli italiani nella Repubblica Argentina dal 1516 al 1910,
Buenos Aires, edición de La Patria degli Italiani, 1910, pp. 167-177.
106. L. Incisa di Camerana, op. cit., pp. 120-127.
107. Así lo señalan las autoridades diplomáticas italianas en el Plata. Véase asmae,
Secretaria i Statu degli Affaire Steri (ssae), Regno Sardegna, Serie Prima (Rapporti dei
Consoli sardi all’Estero), b. 252, Rapporto del 26 de abril de 1860.
78 Fernando Devoto

que también procedían del exilio republicano pero poseían, a la manera


de los llegados en la década de 1820, relevantes habilidades profesionales.
Tal el caso, por poner sólo dos ejemplos que ayuden a matizar el cuadro,
de Clemente Pinoli que enseñó desde 1854 economía política en la Univer-
sidad de Buenos Aires, o de otro mazziniano, Marino Froncini, nombrado
director de una escuela normal en Buenos Aires.
En cualquier caso, la decreciente popularidad de las iniciativas mili-
tares que hablaban en nombre de todos los italianos, la ambigüedad de
la situación política que impedía ahora que pudiese identificarse a uno
de los dos bandos en lucha con rótulos como la “libertad” o el “progreso”,
o el fracaso de iniciativas como la legión agrícola-militar, se combinaron
con la dinámica de la situación italiana y europea a partir del fracaso de
la insurrección de los mazzinianos en Milán en 1853 y con el comienzo
de la guerra de Crimea en 1854, lo que produciría un cambio drástico de
orientación entre los republicanos. La mayoría de los exiliados italianos
que no eran ya simplemente militares de profesión volvían sus ojos de
nuevo prioritariamente hacia la situación en la península. Para ellos era,
desde luego, mucho más pertinente desentenderse relativamente de los
conflictos argentinos e intentar agrupar a los italianos residentes en una
iniciativa más popular que a la vez que los organizara sirviese de base de
apoyo para su estrategia política en Italia. Esa estrategia no sólo se reve-
lará funcional para la mayoría de los peninsulares sino que también lo era
para los grupos dirigentes argentinos, para los que una colonia dividida
y además concentrada en debates italianos no dejaba de ser una ventaja
política práctica.108
De este modo, en el ámbito de la comunidad italiana confluían dos
iniciativas: la de la diplomacia sarda y la nueva de los republicanos, con-
trapuestas en sus orientaciones respecto de la política italiana y en los
intereses que perseguían, pero ambas orientadas a organizar de algún
modo a los peninsulares residentes en el Río de la Plata. El resultado sería
que las comunidades italianas en la Argentina nacerían bajo el signo de
un conflicto entre dos leaderships posibles que se prolongaría por mucho
tiempo. El éxito que obtendrían los exiliados republicanos sería el resultado
no sólo de que ellos estaban aquí y los intereses piamonteses-genoveses
operaban a distancia o de que sus vínculos con la elite política argentina
de Buenos Aires eran muy fuertes y les permitían desempeñar con eficacia
el rol clave de mediadores entre los intereses de los inmigrantes y el Estado
local; derivaban también de la extraordinaria funcionalidad del discurso
ideológico mazziniano, con sus entonaciones patrióticas y místicas propias
de una religión cívica, para operar sobre un grupo compuesto mayori-
tariamente por artesanos urbanos y en segundo término por pequeños

108. F. Devoto, “Elementi per un’analisi delle ideologie e dei conflitti nella comunità
italiana d’Argentina (1860-1910)”, Storia Contemporanea, año xvii, Nº 2, abril 1986, pp.
279-291.
Las fases de la migración temprana 79

comerciantes y otras figuras pertenecientes a estratos ocupacionales no


manuales. Finalmente el público potencial de la elite republicana en el
Plata era socialmente el mismo sobre el que habían tenido tanto éxito los
mazzinianos en algunos lugares de Italia como la misma Génova.109 Así, el
mazzinianismo se prestaba admirablemente bien para otorgar primero y
conservar después un sentido de identidad nacional (italiana) a emigrantes
que lo poseían en escaso grado o no lo poseían en absoluto. Y esa cons-
trucción de la identidad italiana parecía instrumentalmente importante,
en especial para aquellos sectores medios y medios-bajos, como parte de
un esfuerzo más vasto por cimentar su prestigio social en el nuevo país.
A favorecer el proceso contribuía no poco aquel lenguaje de resonancia y
entonación religiosa presente en Mazzini y sus discípulos en tanto servía
como vehículo apto para una amplia difusión oral de los preceptos de
una nueva fe laica. Por cierto, a medida que la inmigración continuase
aumentando y fuese crecientemente de origen rural y del norte de Italia
no dejarían de presentarse algunos interrogantes, como observó hace
años con tanta agudeza Grazia Dore, entre ese fondo católico tradicional
de los inmigrantes y el laicismo cada vez más acentuado de la dirigencia
republicana.110 Empero ahora, en esos primeros tiempos, esa cuestión no
parecía estar a la orden del día.
Las iniciativas del cónsul Cerruti no tuvieron demasiado éxito. Ante todo
la situación política en el Río de la Plata con la división entre la Confede-
ración Argentina con sede en Paraná y el estado de Buenos Aires hacían
dificultosa su misión. Este último residía en Buenos Aires, pero trataba
con la Confederación, de la que obtendría recién en 1855 el tratado de
amistad y cooperación que había venido a firmar. El involucramiento de
los penínsulares en los dos bandos en lucha y las disidencias con el cónsul
Dunoyer tampoco ayudaban. El único punto de coincidencia entre estos
hombres, que no era de todos modos de poca importancia, era tratar de
hacer equilibrio para permanecer neutrales en el conflicto en la certeza
de que era la posición que más beneficiaba los intereses y a los súbditos
sardos en el Plata.
El intento de crear un hospital que fuese la primera institución de los
italianos en el Río de la Plata no tuvo tampoco demasiado éxito. A las dife-
rencias entre Dunoyer y Cerruti, ya que el primero consideraba innecesario
el hospital con el curioso pero revelador argumento de que los ricos no
lo necesitaban porque usaban otros medios y los pobres se enfermaban
poco, se sumaron las desconfianzas entre los primeros promotores y el
no excesivo interés de los ricos comerciantes que debían sostenerlo.111 La

109. F. Della Peruta, Democrazia e socialismo nel Risorgimento, Roma, Editori Riuniti,
1977.
110. G. Dore, La democrazia italiana e l’emigrazione in America, Brescia, Morcelliana,
1964, pp. 113-114.
111. Citado por N. Cuneo, op. cit., p. 170.
80 Fernando Devoto

primera comisión integrada por algunos de esos ricos comerciantes como


Bartolomeo Viale, Giacinto Caprile o Antonio Demarchi, por el jefe de la
Estación Naval en el Plata que la presidía, por el hermano del encargado
de negocios Giovan Battista Cerruti (y vicecónsul sardo), por el sacerdote
garibaldino Arata, entre otros, no pudo hacer mucho más que colocar una
piedra fundamental de un hospital que tardaría todavía dieciocho años en
ser inaugurado. Con todo, la iniciativa fue el primer proyecto de construir
una colectividad italiana que fuese incluso más allá de los mismos súbditos
del reino de Piamonte y Cerdeña. Lo prueba el hecho de que fuese invitado
a incorporarse a la comisión promotora también el cónsul del reino de las
Dos Sicilias. En ello debe verse la mano del encargado de negocios Marce-
llo Cerruti, que tenía un particular interés por estas iniciativas unitarias,
como lo muestra que en 1855, al promover la realización de un censo de
los súbditos sardos, decidió que se incluyese a todos los que podían ser
considerados italianos, perteneciesen o no al reino sardo.112
Que la iniciativa del hospital de parte de las autoridades diplomáticas
era el resultado de motivos estrictamente políticos incluso, más que de
razones humanitarias, lo revela una memoria conservada en el archivo
del Ministerio de Relaciones Exteriores del reino de Cerdeña que, sin firma
(pero posiblemente de Marcello Cerruti), expresaba: “Il Piamonte per mez-
zo delle Commissioni degli Ospedali ha in mano sua validissimi strumenti
d’azione verso la numerosa colonia italiana del Plata; e questi abilmente
maneggiati possono in determinate circostanze produrre risultati forse ma-
ggiori di quanto si debba credere oggidì. Ma l’autorità del governo del Re
sulle Commissioni dev’essere mantenuta per mezzo d’attiva vigilanza”.113
He ahí delineados los objetivos y los obstáculos. Pronto resultaría eviden-
te que esa estrategia de la diplomacia sabauda con el apoyo de los ricos
comerciantes instalados en el Plata no estaba en condiciones de avanzar
mucho, vista la distancia que hacia éstos y aquella nutrían los laboriosos
genoveses, por una parte, y (sobre todo hacia los primeros) la dirigencia
republicana por la otra. Que así estaban las cosas lo muestra otro despacho
diplomático de fecha contemporánea de Giovan Battista Cerruti, entonces
vicecónsul, que exhibe una queja bastante parecida a las que ya vimos
que exponía Picolet cuando señalaba que los inmigrantes muy rara vez se
presentaban al Consulado, salvo cuando necesitaban la “papeleta”, o sea,
cuando buscaban un certificado de nacionalidad italiana que evitase que
los enrolasen en los contingentes militares locales en ocasión de alguno
de los recurrentes conflictos.114

112. F. Coletti, “Dell’emigrazione italiana”, en aa.vv., Cinquanta anni di storia italiana,


Milán, Hoepli, 1911, p. 8.
113. “Memoria sugli Ospedali Sardi a Montevideo e Buenos Aires, proposta di sussidio
(1854)”, asmae, ssae, Regno Sardegna, Serie Prima (Gabinetto Particolare), b. 208.
114. E. Zuccarini, Il lavoro..., p. 368.
Las fases de la migración temprana 81

En 1858, en cambio, sucedería la iniciativa de los republicanos, la que


intentaría organizar a los italianos en Buenos Aires mediante la creación
de la primera asociación mutual: Unione e Benevolenza. No es sorpren-
dente si se piensa en el papel que el asociacionismo tenía en el contexto
de la ideología mazziniana. La iniciativa anticipaba la que los republicanos
impulsarían decididamente en Italia. En especial luego del congreso de
Florencia de 1861, éstos se orientaron hacia el movimiento mutualista
existente en la península buscando a la vez expandirlo y politizarlo.115
Partían de una conexión estrecha en el pensamiento de Mazzini entre vida
intelectual y vida económica, entre asociacionismo y política.116 Por otra
parte, nuevamente se congregaban aquí dos temas que están ya presentes
en el proyecto del hospital: asistencialismo y política. Como señala el acta
fundacional de la nueva entidad, ésta “umanitaria in America, sarà militante
e politica in Italia”. Se trataba de “vederci, conoscerci, affratellarci, unirci”
esperando el momento “di portare di nuovo il nostro braccio in soccorso della
patria” (italiana).117
Un rápido análisis de los cincuenta y tres italianos que fundaron Unio-
ne e Benevolenza puede ayudarnos a establecer las características del
grupo republicano fundador y sus ámbitos de influencia. Un estudio de
las profesiones revela que algo más de la mitad de aquellos de los que dis-
ponemos datos eran artesanos (22), del resto sobresalen los comerciantes
(10), profesionales (4) y empleados (4). Sin embargo, debe tenerse presente
que es difícil establecer con precisión distinciones entre los artesanos que
en su mayoría trabajaban por cuenta propia y vendían sus productos al
público y aquellos que aparecen bajo la denominación de “negociante” o
“comerciante”. Algunos por lo demás tenían un oficio como el de relojero
(1) o joyero (4), que difícilmente podría considerarse comparable, por sus
características y por el prestigio social que conllevaba, al de sastre o más
aún al de herrero. Si no atendemos a las profesiones sino a los nombres de
los socios fundadores, no aparece entre ellos ninguno de los ricos comer-
ciantes italianos de Buenos Aires que tan exitosas relaciones tenían con
las autoridades diplomáticas y aun algunos de ellos con las elites sociales
argentinas. Se trataba, pues, de un conjunto heterogéneo pero del que
estaban excluidos tanto los sectores prósperos como los bajos vinculados
con profesiones poco calificadas, en general, o aquellos que residían en
las áreas marginales de la ciudad o los que estaban en movimiento entre
distintas residencias y ocupaciones. Así, ninguno de los fundadores, por
ejemplo, tenía ocupación relacionada con las actividades marítimas que

115. Sobre el tema véase aa.vv., L’associazionismo mazziniano. Atti dell’ incontro di studio
(Ostia, noviembre 1976), Roma, Edizione dell’Ateneo, 1982.
116. G. Mazzini, “Le classi artigiane”, en A. Rosselli, La letteratura italiana, storia e testi,
Nápoles, Ricciardi, 1964, vol. 69, t. i, p. 833.
117. Transcripta en E. Zuccarini, op. cit., p. 168.
82 Fernando Devoto

eran, como vimos, la característica de la emigración de Liguria al Río de la


Plata y consecuentemente tampoco ninguno de los cincuenta y tres iniciales
habitaba en el barrio de la Boca.118
En ese contexto es lógico que los datos acerca de la procedencia regional
muestren que sólo siete procedían de Liguria, aunque los ligures constitu-
yesen cerca del 80% de los habitantes de la ciudad. Ello era el resultado
de que esa presencia genovesa en la ciudad se reducía significativamente
si en vez de analizar la totalidad de los aquí residentes se tomaba en con-
sideración sólo el flujo de los exiliados políticos. Entre éstos, por lo que
sabemos a través de fuentes cualitativas, los genoveses no eran mayoritarios
y su porcentaje en el total bien podía estar próximo al que encontramos
entre los fundadores de la sociedad mutual. Desde luego todo esto no es
sorprendente, puesto que sólo confirma que eran los exiliados políticos y
las personas cercanas a ellos, y no los inmigrantes genoveses, los promo-
tores de la iniciativa asociacionista. Entre los promotores, por otro lado,
había no pocos miembros de la logia masónica peninsular Unione Italiana,
creada ese mismo año.119
Un elemento importante y que diferencia la experiencia de Unione e
Benevolenza de la de otras asociaciones creadas por los italianos emigrados
a otros contextos fue su carácter nacional. Es decir que estaba integrada
desde el comienzo por personas provenientes de todas las regiones de Italia
y sus estatutos estaban abiertos a todas ellas, incluso a las procedentes
de las zonas bajo dominio extranjero pero consideradas parte de la Italia
irredenta. En este punto la proyectualidad política mazziniana evitaba el
feroz “campanilismo” que era tan perceptible en otros países como Esta-
dos Unidos, donde había muchas entidades pequeñas (y por ende débiles)
integradas por habitantes de una sola aldea o de pequeñas áreas que
agrupaban varias.
Ahí donde la iniciativa de los diplomáticos sardos fracasó, la de los re-
publicanos tuvo éxito. La sociedad comenzó a reclutar numerosos socios
entre el conjunto más vasto de peninsulares procedentes ahora de zonas
más alejadas, incluida la Boca, y por supuesto muchos genoveses. Así su
número alcanzó 2.634 socios en 1862.120 Las razones de ese éxito pueden
buscarse indudablemente en las que apuntamos antes acerca de la capacidad
del ideario mazziniano de atraer a personas que tenían como grupo aquel
perfil socioprofesional. Sin embargo, tampoco deberían sobredimensionarse
esos aspectos. Los inmigrantes, y entre ellos en modo relevante los italia-

118. Unione e Benevolenza, Registro de socios (1858-1862); agradezco a la profesora


Ema Cibotti que me facilitó una copia de este registro.
119. F. Devoto, “Programas y políticas de la primera elite italiana de Buenos Aires (1852-
1880)”, en Estudios sobre la emigración italiana a la Argentina en la segunda mitad del
siglo xix, Nápoles-Sassari, Edizioni Scietifiche Italiane, 1991, pp. 183-184.
120. Archivo Unione e Benevolenza, Indici Soci, 1858-1862.
Las fases de la migración temprana 83

nos, creaban casi siempre asociaciones mutuales allí donde se instalaban.


Así, José A. Wilde en su libro sobre las costumbres de Buenos Aires en el
siglo xix, escrito en 1873, buscando atribuir una característica distintiva
a los italianos entre los diferentes grupos migratorios, señalaba que éstos
creaban sociedades de socorros mutuos.121 Por otra parte, no se trataba
de una situación específicamente argentina ni ligada a la presencia de un
grupo dirigente con las características del que hemos descripto. Por poner
un solo ejemplo, diez años antes de que Unione e Benevolenza naciese en
Buenos Aires, un pequeño grupo italiano residente en Nueva Orleans ya
había creado allí una sociedad mutual.
Si la formación de la primera entidad en el caso argentino debe vincularse
a la estrategia del grupo republicano, las razones profundas de la rápida
adhesión de tantos italianos a Unione e Benevolenza deben buscarse en
muchas partes. Además de la funcionalidad ideológica señalada, es nece-
sario observar que esas entidades (como el hospital) venían al encuentro
de una necesidad imperiosa de todos los inmigrantes por el hecho de serlo.
Éstos, y a menudo sus familias, dependían de su trabajo para subsistir y
no disponían de ninguna cobertura asistencial provista por entes públicos
argentinos. Además, a diferencia de lo que ocurría en el país de origen, en
muchos casos tampoco disponían de la compleja red de solidaridades y
asistencia que la cooperación entre parientes y compaisanos o determinadas
asociaciones civiles proveían en la península. Por otro lado allí, al menos
en el área nordoccidental de la que procedía la gran mayoría, ya estaban
en pleno desarrollo las asociaciones mutuales y es bien plausible que una
buena parte de los inmigrantes, aunque no sepamos cuántos, ya hubieran
sido miembros de alguna antes de partir al nuevo continente.
Por ello, la inscripción de tantos socios no nos dice, al menos inicial-
mente, que éstos iban a Unione e Benevolenza porque compartían el ideario
de sus dirigentes sino que iban allí, en primer lugar, porque buscaban
una protección ante la enfermedad y subsidiariamente una cobertura en
otros terrenos, como la pérdida del trabajo o una muerte imprevista, dada
la pluralidad de funciones que cumplían las asociaciones mutuales, y de
las que hablaremos más adelante. Que luego de incorporarse a la asocia-
ción y aun si no participaban activamente de las sociabilidades que ésta
proponía, como parte de sus espacios educativos, recreativos, festivos o
políticos, recibiesen de todos modos el influjo de aquel ideario político era
inevitable. Que ello fuera una señal de alarma para las autoridades diplo-
máticas, también.
Las escaramuzas comenzaron como pequeñas maniobras alrededor
de la comisión del hospital y disputas oratorias en ocasión de festivida-
des patrias o incluso banquetes paralelos en celebración de victorias de
las armas italianas. Un ejemplo fueron los que se celebraron luego de la
entrada de Garibaldi en Nápoles, uno presidido por el cónsul Marcello

121. J.A. Wilde, Buenos Aires desde 70 años atrás, Buenos Aires, Eudeba, 1960.
84 Fernando Devoto

Cerruti y otro por los republicanos Filippo y Gaetano Pezzi en 1860; am-
bos contaron ecuánimemente con la presencia del entonces gobernador
de Buenos Aires Bartolomé Mitre.122 Sin embargo, derivaron pronto en
abiertos enfrentamientos que consumirían buena parte de las energías
de los grupos dirigentes italianos. Esa aceleración de los conflictos, que
coincidía con los comienzos de una nueva y definitiva fase de la unificación
italiana en 1859, se intensificaría hasta la conclusión de ésta en 1861 y
se prolongaría activamente hasta la brecha de Porta Pía en 1870. Dado
que el principal marco de referencia de los miembros más activos de la
colectividad italiana en Buenos Aires giraba en torno de lo que ocurría
en la península, era inevitable que los conflictos alrededor del proceso
unitario pautasen las etapas y el nivel de los enfrentamientos en la na-
ciente colectividad italiana en la Argentina. La historia de las vicisitudes
institucionales padecidas por Unione e Benevolenza puede ayudarnos a
comprender los términos del problema.
Al poco tiempo de su fundación comenzará a recibir los embates de los
eventos italianos y los efectos de las tensiones entre las autoridades di-
plomáticas y el grupo dirigente republicano. Ellas espejaban los conflictos
que existían en la península entre los proyectos alternativos de unidad
emblematizados en Cavour, la monarquía sabauda y la elite dirigente
piamontesa, por un lado, y Mazzini, Garibaldi y el Partito d’Azione repu-
blicano, por el otro. La suerte aparentemente oscilante de unos y otros, los
momentos de tensiones y aquellos de conciliación tenían inmediatamente
su reflejo en el Río de la Plata. Por ejemplo, en octubre de 1860, en medio
de la euforia suscitada por la exitosa expedición garibaldina al reino de las
Dos Sicilias, el habilísimo Marcello Cerruti se incorporaría como socio a
Unione e Benevolenza. Pocos meses después, conquistado el reino, cuando
se hicieron evidentes los conflictos entre los monárquicos piamonteses y
los republicanos y hasta qué punto los primeros habían usado a los segun-
dos para consolidar sus propios objetivos políticos –como pocos años más
tarde el mismo rey Vittorio Emanuele reconocería en una célebre carta a
Costantino Nigra–, el sentimiento de hostilidad antimonárquico alcanzaría
nuevas cumbres entre los grupos republicanos más radicalizados de Buenos
Aires.123 Efectivamente, la unidad de Italia se había realizado y era cierto que
Garibaldi podía compartir inicialmente los honores del éxito, pero también
lo era que los beneficios políticos eran disfrutados exclusivamente por el
grupo piamontés y que el Partito d’Azione había quedado vaciado de toda
perspectiva política que no fuese la subordinación en un rol marginal al
nuevo Estado o el enfrentamiento abierto con él.

122. E. Zuccarini, Il lavoro..., p.


123. “Le Parti d’Action, comme vous le savez bien, fut toujours dirigé par Cavour et
par moi, et vous savez bien de quelle manière nous nous sommes servis”, citado por E.
Ragionieri, “La storia politica e sociale”, en R. Romano y C. Vivanti (a cura di), Storia
d’Italia, Turín, Einaudi, 1977, p. 1676.
Las fases de la migración temprana 85

En cambio, entre los italianos en el exterior los republicanos tenían un


buen arsenal de argumentos políticos. La acusación de traición podía ser
utilizada rápidamente contra la Casa de Saboya por no haber sido capaz
de completar totalmente la unificación de Italia, dejando en manos de los
austríacos el Véneto y, pecado para los republicanos más imperdonable, en
las manos del Papa, Roma. La eficacia política de esos argumentos también
podía vincularse al hecho de que lejos del teatro de los acontecimientos, los
italianos residentes en el exterior tendían a ver el proceso de la unidad más
como el resultado de las energías militares y populares de los habitantes de
la península que como el producto de la habilidad diplomática de Cavour y
del apoyo externo de otras potencias europeas. En ese contexto interpretativo
el incumplimiento de la reunificación del territorio podía ser entendido más
como mala fe o mala voluntad que como lo que era: imposibilidad política.
Apoyados en ese clima de exaltación y acusaciones, los republicanos
más radicalizados lograron tomar el control de Unione e Benevolenza, do-
minar la comisión directiva y designar presidente a Gaetano Pezzi. Desde
allí promovieron un enfrentamiento abierto con los moderados, detrás de
los cuales estaba siempre la diplomacia sarda. Una de sus iniciativas (de
Filippo Pezzi) apuntaba a crear desde la misma sociedad mutual un hos-
pital italiano vinculado con ella y alternativo al viejo proyecto en manos
del cónsul y de los notables de la colonia italiana de Buenos Aires.124 Los
conflictos en las asambleas de Unione e Benevolenza llegaron a tal punto
que un grupo de socios renunció y, apoyado por el cónsul, decidió crear una
nueva entidad mutual. Nació así en 1861 la sociedad Nazionale Italiana, que
inmediatamente se declaró simpatizante de la monarquía sabauda. Un hilo
la unía sin embargo a la vieja entidad y era el tono anticlerical atribuido a
su grupo dirigente. Así, cuando la Nazionale Italiana poco después de su
fundación quiso conmemorar la muerte de Cavour en 1861, las autoridades
de la iglesia Mater Misericordiae, considerada entonces la iglesia italiana
de Buenos Aires, negaron el permiso para que se celebrase allí.
El grupo fundador de la nueva entidad presentaba algunas diferencias
con el de los iniciadores de Unione e Benevolenza. Desde el punto de vista
de las profesiones, aunque la mayoría estaba integrada, al igual que en ésta,
por comerciantes y artesanos, la proporción de unos y otros era inversa en
la Nazionale. Recordando la salvedad ya hecha acerca de la dificultad de
establecer contraposiciones netas entre ambos grupos, en este caso la mitad
de los promotores era comerciante y sólo un cuarto artesanos. Con todo,
puede enfatizarse esa distinción o concentrarse en los elementos comunes.
Finalmente, se trataba de un espectro social sustancialmente semejante
pues faltaban también en la nueva asociación tanto los grandes nombres
de los italianos económicamente más poderosos y de mayor prestigio social

124. E. Cibotti, “Mutualismo y política en un estudio de caso. La sociedad Unione e


Benevolenza en Buenos Aires entre 1858 y 1865”, en F. Devoto y G. Rosoli (a cura di),
L’Italia nella società argentina, Roma, cser, 1988, pp. 256-257.
86 Fernando Devoto

como los de los sectores menos calificados profesionalmente. Por lo demás,


la ausencia de los sectores altos fue una característica casi permanente
tanto entre republicanos como entre los monárquicos (a excepción de la
comisión del hospital) en ese momento y en momentos posteriores. Como
observaba el encargado de negocios de Italia en Buenos Aires unos pocos
años después, deplorándolo: “Vi sono è vero case potenti e riputate per ri-
chezza e per onestà, ma queste disgraziatamente sia per i vincoli contratti
in paese, sia per altri motivi vivono piuttosto separati dal resto della colonia
e non vi esercitano che poco ascendente”.125 La validez de este comentario
va mucho más allá de esas décadas iniciales y quizá puede ser explicado
por el hecho de que si para muchos de aquellos nuevos estratos medios la
pertenencia a una sociedad mutual podía ser un motivo de afirmación y
prestigio ante la sociedad local, para otros más exitosos, vistas las ambi-
guas imágenes que existían en las otras elites nativas y extranjeras hacia
los italianos, podía ser en cambio una pérdida de ese prestigio.
Muy diferente era, por su parte, la procedencia regional de los socios
fundadores de la Nazionale en comparación con los de Unione e Benevolen-
za. En la nueva asociación, dieciséis de los veintiuno de los que poseemos
información procedían de Liguria. Este dato permite argumentar que, en
forma inversa a lo que ocurría en la entidad republicana, el número de
exiliados políticos entre los fundadores era muy reducido o inexistente.
Las dos asociaciones se enfrascarían pronto en una competencia
abierta que comenzaría por los símbolos. La Nazionale Italiana adoptaría
como emblema el escudo de la Casa de Saboya y como himno, que reso-
naría en todas sus actividades sociales, la Marcha Real. En cambio, en
las reuniones de Unione e Benevolenza se ejecutaba el Himno a Garibaldi
y ya en su reglamento original se establecía que la bandera tricolor era
su divisa. Las liturgias diferenciadas de ambas entidades, que competían
entre sí por representar a la “italianidad”, iban más allá y se proyectaban
a las fiestas nacionales que celebraban. El aniversario de la proclamación
del estatuto albertino desde el punto de vista político y el natalicio de
Vittorio Emmanuele (o la conmemoración de la fecha de su boda) desde el
punto de vista social eran las principales celebraciones de los monárqui-
cos de la Nazionale en Buenos Aires. Detrás de ellas estaba por supuesto
la búsqueda de adhesiones al nuevo Estado que identificaba su destino
con el de la casa reinante. Los republicanos elaboraron una simbología
opuesta, que se vinculaba no ya a la Italia real sino a la ideal. Reuniones
conmemorativas de episodios heroicos de las revoluciones de 1848-1849
(por ejemplo, las cinco jornadas milanesas) junto a otras que celebraban
los natalicios de Mazzini y Garibaldi constituían los principales encuentros
de los republicanos.
La división entre monárquicos y republicanos pronto se extendió a la

125. Enrico Della Croce a Emilio Visconti Venosta, asmae, Serie Politica, Rapporti in
Arrivo, Argentina (1867-1873), b. 1248, Rapporto 1870 (Nº 91).
Las fases de la migración temprana 87

otra ciudad en la que los italianos eran cuantitativa y cualitativamente im-


portantes: Rosario. Allí había surgido a partir del ejemplo de Buenos Aires
otra sociedad mutual llamada también Unione e Benevolenza en 1862. El
éxito obtenido por ésta, que reforzaba la indiferencia de los súbditos italia-
nos hacia las autoridades consulares, reflejada en las poquísimas personas
que se presentaban para inscribirse en los registros del Consulado (ape-
nas treinta entre 1862 y 1865), llevó al cónsul general en la ciudad, Luigi
Chapperon, a promover una escisión que diese vida a otra entidad. Así se
fundará bajo su égida la Società Italiana di Beneficenza.126
Puesto que los dos grupos organizados de la comunidad italiana se
consideraban a sí mismos el auténtico representante de Italia en el Plata,
es natural que pronto extendiesen su competencia del mutualismo a la
instrucción. Ésta era percibida por todos como la única vía para preservar
un patrimonio cultural entre los inmigrantes y sobre todo entre sus hijos.
Así, casi simultáneamente, ambas sociedades crearían sus escuelas (en
1866), en las cuales intentarían educar “italianamente” a los hijos varones
de los socios. Aunque las escuelas tuvieron bastante éxito inicial (más la de
Unione e Benevolenza), con el tiempo surgirían problemas ante la creciente
competencia de la escuela pública argentina. Es que si la dimensión mutual
era clave para cualquier inmigrante, a qué tipo de escuela enviar a sus hi-
jos era otra cuestión. Como la mayoría de ellos no había llegado al país para
redimir a la cultura de origen sino para forjarse un futuro para ellos o sus
hijos, su criterio parece haber sido en este punto mucho más instrumental
de lo que imaginaban sus grupos dirigentes, tan entusiastas en la defen-
sa de la “italianidad”.127 En ese plano, para el migrante anónimo se trata-
ba quizá de elegir la mejor opción educativa (y con los años se vería que
las escuelas públicas podían desempeñar mejor ese papel) y además, si el
dinero no sobraba, por qué pagar una cuota por la escuela si podía elegir-
se una opción gratuita. Si así se colocaban las cosas, es evidente que el
problema de aquellas escuelas iniciales y de otras sucesivas estaba ligado
a la calidad de la enseñanza que ofrecieran y ésta a su vez a los recursos
que pudieran destinarle (además de la cuota pagada por los padres) del
conjunto de ingresos de la sociedad. En general no pudieron disponer de
muchos, y además el hecho de que existiesen dos escuelas tampoco favo-
recía la situación desde el punto de vista de la demanda.
Toda la década del 60 del siglo xix estaría así signada por la competen-
cia política e institucional entre ambos grupos. Si los republicanos podían
contar en su haber una significativa adhesión inicial y un programa más

126. “Relazione del Console Generale a Rosario L. Chapperon al Ministro degli Affari
Esteri”, asmae, Serie Affari Politici, 10 de septiembre de 1865, b. 903.
127. L. Favero, “Las escuelas de las sociedades italianas en la Argentina (1866-1914)”,
en F. Devoto y G. Rosoli (eds.), La inmigración italiana en la Argentina, Buenos Aires,
Biblos, 1985, pp. 165-207.
88 Fernando Devoto

articulado, a partir de la mayoritaria captación de intelectuales y del con-


tenido y las formas del ideario nacionalista mazziniano, los monárquicos,
en cambio, podían usar en su beneficio los limitados recursos que podía
ofrecer el nuevo Estado a través del apoyo de las autoridades diplomáticas
en la Argentina. No se trataba tanto de subsidios materiales como de los
honores que el reino podía otorgar a los súbditos más destacados, y era
bien conocida la caza casi desesperada de títulos, menciones o condeco-
raciones que hacían los italianos en el exterior en busca de una postrera
legitimación social de sus recientes éxitos económicos. Por lo demás, aun-
que las simpatías de buena parte de la dirigencia política porteña estaban
dirigidas hacia los republicanos, pronto se haría evidente también en ella
la certeza de que las posibilidades políticas de aquel grupo en Italia se re-
ducían aceleradamente. No debería extrañar en ese contexto que el sector
más radicalizado de Unione e Benevolenza, que seguía siendo la entidad
más importante por número de socios, fuera expulsado de la sociedad en
1864 y que una nueva conducción menos interesada en agitar las aguas
políticas se hiciera cargo firmemente de la institución. Si hemos de creer
en el testimonio (de todos modos interesado) que de los hechos nos deja el
cónsul Francesco Astengo, habría sido decisiva para la derrota del grupo
más antimonárquico la participación en la asamblea de muchos miembros
de los sectores más humildes de la asociación.128 De ser esa imagen acertada,
ello revelaría los límites de la penetración de un ideario muy explícitamente
político en la masa de inmigrantes.
Unione e Benevolenza se orientará luego de ello hacia posiciones más
moderadas. Aunque la competencia con la Nazionale Italiana se mantuvo
elevada en los años subsiguientes, también existieron algunos intentos de
fusión. En 1867, un proyecto de unión de ambas entidades, impulsado
por el encargado de negocios, fracasó.129 El intento buscaba aprovechar el
clima favorable existente en la comunidad tras la incorporación del Véneto
al reino de Italia para aislar definitivamente a la minoría más radicalizada
que estaba ya por entonces agrupada en una tercera entidad de reciente
creación: la Società Repubblicana degli Operai Italiani. Las negociaciones
fueron difíciles y las discusiones en torno de los símbolos, a los que tan
apegados estuvieron siempre los dirigentes italianos, consumieron buena
parte de las energías. Tras un trabajoso acuerdo sobre la bandera y el
nombre a utilizar, todo terminó cuando el proyecto de unión elevado a
las asambleas fue aprobado por los miembros de la Nazionale Italiana y
rechazado en medio de un tumulto en Unione e Benevolenza.
Los conflictos entre monárquicos y republicanos no se desarrollaron sólo
en el ámbito de las entidades mutuales o culturales; abarcaron también
el campo del periodismo en lengua italiana editado en el Plata. Los perió-

128. asmae, Serie Política, Rapporti del Consolato di Buenos Aires (1861-1868), b. 867,
Rapp. del 23 de marzo y 24 de noviembre de 1864
129. asmae, Serie Politica, Rapporti in arrivo, Argentina (1867-1873), b. 1248, Rapp. del
10 de agosto de 1967.
Las fases de la migración temprana 89

dicos eran canales privilegiados para extender el número de adeptos a las


líneas políticas en pugna en la comunidad italiana de Buenos Aires. Para
los mazzinianos, además, el papel de la prensa trascendía en mucho los
meros objetivos políticos de coyuntura. Como se derivaba de las enseñan-
zas de Mazzini, la educación era el primer deber de los obreros y, a través
de diarios u otro tipo de publicaciones periódicas, los intelectuales podían
cumplir con el precepto de instruir a las clases laboriosas.130 Ello explica la
enorme importancia que los republicanos asignaron a las iniciativas en este
campo en razón de la trascendencia, no sólo política sino también social,
que las ideas cumplían como factor de progreso civil. Y en este sentido no
debería omitirse señalar que cualesquiera fuesen los límites reales de la
penetración del ideario mazziniano en los sectores bajos de la comunidad,
esa penetración era un objetivo esencial para un movimiento que había
hecho de la unidad de acción de los sectores medios con los populares el
perno de su estrategia política y el núcleo central de su ideología.
Tras la mencionada primera experiencia en Montevideo, una vez trasla-
dado G.B. Cuneo a Buenos Aires, y aunque éste colaboraba regularmente
en uno de los mayores diarios argentinos del momento (La Tribuna, de
Héctor Varela), generó también el primer programa para un periódico en
italiano en 1854, que debía ser un semanario con clara vocación militante
destinado a mantener viva la causa de la “patria lontana” y difundir el
credo mazziniano entre los inmigrantes. La temática de la revista mensual
que en cambio el mismo Cuneo lograría publicar en 1856, La Legione Agri-
cola, era más modesta y estaba vinculada a los intereses de una colonia
agrícola-militar establecida en Bahía Blanca. El clima de los años 60 que
describimos precedentemente llevó a nuevas iniciativas, a partir de 1863,
que tuvieron escasa continuidad y no llegaron a superar el año de vida.
Los italianos, pese a ser el grupo extranjero más numeroso, entraban
con retraso en el periodismo étnico. Los habían precedido los ingleses y los
franceses. Recién a partir de 1868 adquirirán continuidad los esfuerzos de
los republicanos por sostener un periódico italiano en Buenos Aires. En ese
año nacerá La Nazione Italiana, cuyo propietario era Achille Maveroff, el rico
comerciante de ideas republicanas que ya presentamos y que había ocupado
cargos en la comisión directiva de Unione e Benevolenza, y que poco más tarde
sería su presidente.131 Aunque no es posible calcular la ecuación financiera
del periódico, éste debe de haberse sostenido, más que en los abonados o en
los avisos (que no eran tan numerosos como en publicaciones sucesivas), en
el apoyo financiero de su propietario quien, por otra parte, figuraba entre los
principales anunciantes con su agencia comercial que ofrecía un servicio de

130. Acerca del ideario mazziniano, véanse los textos recogidos en A. Rosselli, La lettera-
tura italiana, storia e testi (y la Nota Introduttiva de F. Della Peruta). También el antiguo
libro de N. Rosselli, Mazzini e Bakunin, Turín, Einaudi, 1967.
131. S. Baily, “Las sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de una comunidad italiana
en Buenos Aires, 1858-1918”, Desarrollo Económico, vol. 21, Nº 84, 1982.
90 Fernando Devoto

letras de cambio pagaderas en oro en cualquier parte de Suiza, Italia, París y


Londres. También anunciaban en sus páginas otras agencias que prestaban
un servicio semejante, como la de Caprile y Picasso (letras de cambio a la
vista pagaderas en Italia, Francia y Suiza) o la de A. Demarchi Hnos., que
ofrecía el servicio para Italia y Suiza. Fusoni y Maveroff ofrecían también un
servicio postal para Europa y viceversa, y el periódico publicaba largas listas
de nombres de los destinatarios de la correspondencia que había llegado a
Buenos Aires y se encontraba en sus oficinas.
Es evidente que este servicio era un modo adicional de atraer a los
italianos hacia el uso de la agencia como medio para enviar sus remesas.
Por otra parte, este tipo de agencias comerciales que se dedicaban a la vez
al comercio de importación, a la venta de pasajes, al despacho de corres-
pondencia, al manejo de las remesas y aun a otras actividades no es una
originalidad del caso argentino. El mismo personaje era bien conocido y
muy criticado en Estados Unidos y Canadá. Se trataba del conocido “pa-
drone” que era a menudo un pequeño comerciante que hacía todas esas
actividades y otras, como contratar trabajadores por cuenta de empresarios
estadounidenses. Lo que distingue al caso argentino (o mejor al de Buenos
Aires) es el carácter altamente institucionalizado de todo ello. No se trataba,
por otra parte, de un pequeño boticario sino de empresas en toda la regla
cuyo giro de negocios era incomparablemente mayor.
El periódico siguió una línea bastante oscilante al compás de la fluida
situación existente en la Argentina entre los grupos republicanos y los
monárquicos. Aunque, desde luego, se ubicaba en el campo republicano
(transcribía ocasionalmente en la primera página cartas de Mazzini que
éste había enviado a otros periódicos en Italia), alternó períodos abiertos a
la conciliación con los monárquicos con otros mucho más intransigentes.
Los sucesivos cambios en la redacción reflejaron esa dinámica así como el
espacio que se les dedicaba a las actividades de las distintas asociaciones
italianas existentes en Buenos Aires. Un elemento de continuidad era el
fuerte anticlericalismo de la publicación, tema que será a la larga uno de
los puntos principales de convergencia de los monárquicos y los republica-
nos. Lo era también en Italia, comparando la política de Vittorio Emanuele
ii y de Cavour con la de Mazzini y los republicanos. Finalmente, los mitos
nacional-patrióticos encontraban su mayor obstáculo para su realización
en los Estados Pontificios.
También algunos problemas vinculados a la colocación de los italianos en
la Argentina tuvieron cierta perdurabilidad en el periódico. Así, por ejemplo,
se les dedicaba bastante espacio a temas como la ciudadanía y desde allí
al de los derechos políticos. El periódico en este plano no se manifestaba
hostil a que se les concediesen esos derechos a los italianos en la forma
más amplia posible, hasta donde fuese compatible con la preservación de
la nacionalidad italiana.132 Cuestión irresoluble, en esos términos, como
más adelante se verá.

132. La Nazione Italiana, 5 y 14 de enero de 1869.


Las fases de la migración temprana 91

Un tema no irrelevante que aparece planteado en el periódico era el de la


construcción del puerto de Buenos Aires con la presentación del proyecto
de Francisco Madero. El periódico se oponía a éste e incitaba a que los
italianos, en especial los de la Boca, tuviesen una participación más activa
contra él.133 Es claro que el proyecto, que triunfaría finalmente en la década
de 1880, al construir el puerto a lo largo del área central de la ciudad y no
en su único puerto natural, la Boca, condenaba a ésta a persistir en su
marginalidad geográfica.
En noviembre de 1869 se convirtió en redactor jefe del diario la perso-
nalidad de mayor relieve que el periodismo en italiano en el Río de la Plata
generaría: Basilio Cittadini. Abogado y periodista, tras una fugaz carrera en
medios de prensa de Italia y bastante vinculado allí con el grupo de intelec-
tuales que giraba en torno de los intereses de la inmigración y el comercio
con el Río de la Plata (al igual que G.B Cuneo por un tiempo sería agente
de inmigración de la Argentina en Europa), llegó a Buenos Aires en 1869.
Con los años daría vida a la más importante iniciativa periodística que los
italianos hayan producido en el exterior (La Patria degli Italiani), se conver-
tiría en un interlocutor privilegiado de los distintos gobiernos argentinos
y tendría un peso considerable en el seno de la comunidad italiana local.
Presidiría asociaciones mutuales como la Unione Operai Italiani e incluso
participaría de los principales núcleos comerciales y financieros creados
por la elite económica peninsular como la Camera di Commercio Italiana y
el Banco de Italia y Río de la Plata. En el momento inicial las perspectivas
parecían más modestas. Probablemente el mejor capital del que disponía
Cittadini eran sus fuertes vinculaciones con la masonería local y con la
italiana; sería presidente del Fascio Massonico Italiano que reagrupaba a
las logias que se reconocían dependientes del Gran Oriente de Roma. Las
logias masónicas de matriz italiana en el Río de la Plata eran, en los primeros
tiempos, férreamente republicanas y por su número y por las personas que
sabemos las integraban desempeñaron un rol muy importante en articular
los intereses de la dirigencia italiana en el Plata con aquellos grupos que
vimos giraban en torno de éste en Italia.
El arribo de Cittadini al cargo de redactor jefe del periódico significó
una radicalización de éste hacia un republicanismo intransigente. Ya en
la “Avvertenza” que abría el número que daba cuenta de su arribo (en el
que bajo el título se incorporaban las palabras-símbolo de los mazzinianos:
pensiero y azione) se podían leer frases como “la patria che geme sotto le
torture monarchiche” o que el gobierno peninsular reposaba en “baionette
e cannoni”.134 Esta posición en un periódico que desempeñaba un papel
no desdeñable en la vida de los italianos alfabetizados de Buenos Aires no
dejaba de suscitar la alarma de las autoridades diplomáticas, a juzgar por

133. La Nazione Italiana, 20 y 21 de agosto de 1869.


134. “Avvertenza”, La Nazione Italiana, 14 de noviembre de 1869.
92 Fernando Devoto

la importancia y el espacio que se le asignaba en los informes regulares


del encargado de negocios peninsular.135 Es que el diario no se limitaba a
difundir ciertas ideas o a presentar de un modo la situación italiana sino
que empleaba sus páginas también para atacar a las autoridades diplomá-
ticas y consulares italianas y a los miembros de la comunidad vinculados
con ellas. Esos ataques eran tan virulentos que el encargado de la lega-
ción propugnó primero y subsidió después la creación de un diario rival,
el Eco d’Italia. Su propietario era otro comerciante, en este caso de origen
genovés, que había sido presidente de la Nazionale Italiana: N. Canale.136
Así la competencia entre republicanos y monárquicos se proyectaba del
asociacionismo a las escuelas y al periodismo mostrando una comunidad
profundamente dividida. En esa división los republicanos llevaron la mejor
parte, en las dimensiones visibles de la colectividad, aunque los antiguos
y pragmáticos genoveses apareciesen ahora más vinculados con las auto-
ridades diplomáticas que en el pasado.
Los años por venir presentarían modificaciones de no poca importancia.
Un punto de quiebre sería 1870, momento en que se completaría la uni-
dad de Italia. Las vicisitudes que de allí en más llevarían por un lado a la
creación de nuevas instituciones y por el otro a un paulatino acercamiento
de ambos grupos serán objeto del próximo capítulo.

135. asmae, Serie Politica, Rapporti in arrivo, Argentina (1867-1873), b. 1248. Della Croce
a Visconti Venosta, Rapp. del abril de 1870 (Nº 72), 13 de junio de 1870 (s/n), noviembre
de 1870 (Nº 101), 12 de noviembre de 1870 (Nº 103), 6/1871 (Nº 134).
136. Della Croce a Visconti Venosta, Rapporti, abril de 1870 (Nº 72) y 13 de junio de
1870 (s/n), ambos en asmae, Serie Politica, Rapporti in arrivo, Argentina (1867-1873),
b. 1248.
Capítulo 2

La gran transformación

Inmigrantes italianos comiendo spaghetti durante


una travesía, 1896.
El período que trata este capítulo está signado por fuertes contrastes.
Enmarcado entre dos crisis de la economía (la de 1875 y la de 1890) fue,
sin embargo, una época de grandes cambios para la Argentina y para los
italianos en ella. Piénsese que el país alcanzó su definitiva unificación
política con la resolución del problema de la capital (en 1880), que se con-
formó un sistema político de alcance nacional, elitista y bastante estable
(el llamado orden conservador), que se produjo la integración del territorio
con la ocupación de los espacios en manos de las culturas indígenas (la
llamada “conquista del desierto”) que posibilitó que millones de hectáreas
se pusieran en producción (se pasó de 200 mil hectáreas sembradas con
trigo y maíz en 1872 a 1.600.000 en 1888) y que gracias a los avances
técnicos (el frigorífico) se pasó de la exportación de tasajo a la de carne,
con lo que el vacuno venía a sumarse al ovino que había dominado en el
ciclo de la lana precedente.
Un proceso de transformaciones e integración al que aportó en modo
relevante el incesante crecimiento de las vías férreas, que pasaron de los
700 kilómetros de 1870 a los 9.000 de 1890 y que rediseñaron el mapa
de la Argentina en combinación con la creación de los nuevos puertos
destinados al intercambio con ultramar (Buenos Aires, La Plata, Ingeniero
White). Un rediseño que, al margen, no fue totalmente a favor de los in-
tereses italianos en el Plata ya que, por ejemplo, signó la declinación del
eje fluvial controlado por los genoveses como principal vía articuladora del
comercio intrarregional. El futuro no estaba en los ríos sino en los ferro-
carriles, primero, y en las carreteras, más tarde.
Pero también esos años fueron los de la creación de las instituciones
estatales, desde un sistema de códigos (civil en 1871, penal en 1887) hasta
una burocracia, desde un ejército profesional hasta la definitiva organización
del sistema judicial federal (la Suprema Corte de Justicia quedó conforma-
da recién en 1863), desde el correo hasta el telégrafo, desde las escuelas
primarias que se diseminaban en el territorio hasta una universidad que
aspiraba a ser tal más allá del nombre. Empero, también en la sociedad civil
emergía en esos años un proceso de creación de instituciones económicas
[ 95 ]
96 Fernando Devoto

como la Unión Industrial Argentina en 1887 (uno de cuyos antecedentes fue


el Club Industrial de 1875), en la que tan importantes serían los italianos,
y de ámbitos de sociabilidad de una elite local que se cerraba sobre sí mis-
ma y por entonces daba vida también a algunas de sus instituciones em-
blemáticas como el Jockey Club (1882) o el aun más prestigioso Círculo de
Armas (1885) en las que, inversamente, la presencia peninsular sería muy
escasa. Quizá el emblema mayor de esa transformación de la Argentina
fuese su ciudad de Buenos Aires con el crecimiento de su población que
pasó de 187 mil en 1869 a 433 mil en 1887 (y los italianos en ella de 44
mil a 138 mil), con sus cambios edilicios y urbanísticos, con el viraje hacia
el norte de ella de sus clases altas, con el diseño de la Avenida de Mayo
(inaugurada en la década siguiente), con su nuevo puerto.1
En el marco de ese proceso de transformaciones la inmigración, tras
una fase de estancamiento, volvió a crecer hasta alcanzar nuevas cotas y
extenderse ahora sí por todo el territorio, en especial en la llamada “pampa
gringa” que, en buena medida, será una pampa “italiana”. En esos años,
y en especial antes de que el fenómeno adquiriese dimensiones de masas,
a partir de mediados de la década de 1880 los grupos dirigentes italianos,
contagiados de ese fervor que afectaba a la Argentina toda, crearon también
un conjunto de instituciones que abarcaban casi todas las dimensiones de la
vida social y económica, y que perdurarían por muchos años y, en algunos
casos, incluso hasta hoy. Hospital, Cammera di Comercio, bancos, clubes
de elite, muchas nuevas sociedades de socorros mutuos y otras entidades
recreativas serán algunas de ellas. Esas dimensiones institucionales, que
serán detenidamente estudiadas en el próximo capítulo, permitieron que
los nuevos inmigrantes que llegaban en los años 80 se encontrasen con
una colectividad ya bien establecida y con estructuras de contención que
no tenían parangón en las otras partes del mundo a las que los peninsu-
lares se dirigían.
También muchos cambios se produjeron en Italia que, recordamos,
había alcanzado su unidad definitiva en 1870 y cuya clase dirigente se
encontraba enfrentada a problemas mucho mayores y de más difícil solu-
ción que lo que se había pensado en ese momento de exaltación que fue el
Risorgimento. Una cosa era alcanzar la unidad política y otra muy distinta
era integrar efectivamente a las distintas partes del mosaico peninsular,
aunque también allí ferrocarriles y carreteras crecieran aceleradamente. No
se trataba sólo de que hecha la Italia ahora había que hacer a los italianos,
como dijo una vez Massimo D’Azeglio, lo que requería ante todo escuelas
para lograr bajar la elevada tasa de analfabetismo y conseguir que los
habitantes al menos hablasen una misma lengua y no tantos dialectos a
veces incomprensibles entre sí. Se trataba además de crear un mercado

1. G. Bourdé, Urbanisation et immigration en Amerique Latine. Buenos Aires, París, Au-


bier, 1974.
La gran transformación 97

nacional que se suponía (pero la suposición se revelaría infundada) que


permitiría reducir los pronunciados desniveles de desarrollo económico y
de nivel de vida entre las distintas regiones de Italia. Se producía también
el lento descubrimiento por parte de las clases dirigentes italianas del país
real, pleno de problemas sociales en su interior y colocado en un contexto
internacional dominado por las tensiones intereuropeas y por el proceso de
expansión colonialista, en el que al nuevo Estado le era difícil desempeñar
un rol protagónico e independiente.
En cierto modo, las agendas italiana y argentina coincidían en un pun-
to: casi todo estaba por hacerse. Sin embargo, es evidente que, ayudada
por una coyuntura internacional muy favorable, por la ausencia de viejas
estructuras que presentasen resistencias a las transformaciones o porque,
en suma, las tareas eran menos complejas y abrumadoras, la clase diri-
gente argentina tenía en muchos planos (no en todos; por ejemplo, Italia
disponía de una larga tradición intelectual, profesional y técnica de la que
carecía totalmente la Argentina) una tarea más sencilla y que se revelaría
más exitosa en el mediano plazo.
El más destacado de los procesos de ese ventenio italiano es, para nues-
tros objetivos, que la emigración creció sin cesar hacia múltiples destinos
y que paulatinamente comenzó a afectar a muchas nuevas regiones de
Italia, en especial del sur y no sólo a aquellas del triángulo noroccidental.
Una emigración que si era incentivada por las oportunidades existentes
en el exterior y el conocimiento de ellas a través del flujo de información
que enviaban los emigrados y por la revolución de los transportes, también
era empujada por factores de largo plazo existentes en la península, como
el crecimiento demográfico y el sistema de producción rural, a los que se
sumarían los efectos de una crisis agraria que afectaría en esos años a las
regiones del norte y que culminaría con una crisis general de la economía
italiana hacia fines de la década de 1880.

El ciclo migratorio

Como señalamos en el capítulo precedente, en 1873, año en que en-


traron 27 mil italianos, llegó a su culminación un largo ciclo de expansión
de la inmigración italiana a la Argentina. Al año siguiente el flujo perdió
algo de intensidad (24 mil), y en 1875 se derrumbó (9.000) para caer ul-
teriormente en los dos años siguientes (alrededor de 7.000 en cada uno).
También cayeron los saldos. Por ejemplo, en 1880 aunque entraron 18
mil inmigrantes salieron algo más de 17 mil, por lo que el saldo a favor
fue apenas de 720 italianos. Las razones de esa drástica caída, que afec-
tó no sólo a los italianos sino al conjunto de la inmigración europea a la
Argentina, deben buscarse en la situación del nuevo país. Los migrantes
eran sensibles a dos temas, uno más coyuntural y otro más profundo y de
largo plazo. El primero era la situación política. Las revoluciones influían
en el movimiento migratorio no sólo por la inseguridad y las pérdidas que
98 Fernando Devoto

sufrían los instalados en el nuevo país sino también por las noticias que se
enviaban al lugar de origen y que afectaban el movimiento futuro, como se
reflejaba ya en las estadísticas del año sucesivo. En este sentido, un rol no
desdeñable tuvieron las revoluciones que se produjeron en Buenos Aires
en 1874 y 1880 como resultado de la elección del sucesor de Sarmiento y
de la federalización de la ciudad capital. En el primer caso, hubo italianos
que se enrolaron detrás del bando mitrista, derrotado en el enfrentamiento,
siguiendo la antigua alianza entre ambos grupos. Por otro lado, volvió a
aparecer en acción otra “legión italiana”, uno de cuyos propósitos era la
defensa de las vidas, propiedades y bienes de los peninsulares residentes
en Buenos Aires. La mayoría de los peninsulares, en cambio, se acercaron
a la legación solicitando protección ante los desmanes que inevitablemente
sucedían en esas situaciones. A su vez, el directorio del Banco de Italia y
Río de la Plata coincidió en sus deliberaciones en la posibilidad de solicitar
al ministro encargado de negocios peninsular el auxilio de la nave italiana
apostada en el Río de la Plata para la protección ante posibles desbordes
si las cosas empeoraban.2
En el caso de la revolución del 80, por su parte, de nuevo aparecieron
muchos italianos que se ofrecieron como voluntarios en el bando de Carlos
Tejedor (que era el de Mitre) y constituyeron otra “legión” que, según algunos
observadores, estaba compuesta por los desocupados que la crisis había
creado.3 En cambio, la actitud que preconizaban los notables de la comu-
nidad a través de la prensa italiana en Buenos Aires era ahora la contraria:
una neutralidad armada y vigilante en defensa de lo suyo a través de un
comité de autodefensa de los intereses italianos. Más allá de las simpatías
hacia el bando provincial se condenaba la guerra como perjudicial a los
intereses de los peninsulares, cualquiera fuese el bando vencedor.4 Mucho
habían cambiado las cosas en la dirigencia peninsular desde septiembre
de 1852. En el momento mayor de la revolución, ese comité reunió cinco
mil firmas dirigidas al comandante de la goleta Scilla estacionada en el
Plata para que interviniese con los medios de que disponía en defensa de
los intereses de los italianos en Buenos Aires.5 Actitud que, en función de
lo que veremos luego, no dejaba de ser peligrosa.
Más duradero era el impacto de las crisis económicas. Tras el ciclo de
prosperidad, alimentado por el crecimiento de las exportaciones de lana, los
precios de ésta comenzaron a caer en el mercado internacional y ello agravó
el recurrente déficit comercial de la Argentina posterior a Caseros, lo que
ponía serios límites a la capacidad de importar que era fundamental para
una economía que dependía de ella en casi todos los sectores. Ello a su vez

2. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, Libro de Actas Nº 1, acta del 25 de septiem-
bre de 1874.
3. “Legioni straniere”, La Patria, 17 de junio de 1880.
4. “L’Ora suprema” y “La difesa comune”, La Patria, 4 de junio de 1880.
5. “Spiegazioni”, La Patria, 26 de junio de 1880.
La gran transformación 99

agravaba los problemas de la balanza de pagos, dados los servicios de las


deudas contraídas que el gobierno debía honrar. Un papel importante en
ello le había tocado a la guerra del Paraguay, que significó enormes gastos
y años perdidos para el nuevo país. La debacle del sector externo, a su
vez, influyó mucho en los recursos que recaudaba el Estado, que estaban
concentrados en los impuestos al comercio exterior. Ello se combinaba
peligrosamente con una política elevada de gasto público (y de enorme dé-
ficit) que había caracterizado a la presidencia de Sarmiento, aunque puede
señalarse que esa política muy expansiva era en buena parte el resultado
de una estrategia de creación de estructuras estatales –por ejemplo, en el
terreno educativo– que parecían imprescindibles e impostergables.
El derrumbe del sector público (que vio disminuidos sus ingresos a la
mitad entre 1873 y 1876) fue el resultado de aquellas ambiciones; y una
inevitable política de austeridad fue inaugurada por el nuevo presidente
Nicolás Avellaneda, quien se vio obligado a reducir los gastos del Estado en
un 30% entre 1875 y 1877, entre otras cosas para pagar la deuda interna
y la externa. Como dijo en una expresión famosa, ésta sería honrada “con
el hambre y la sed de los argentinos”. Asimismo se tuvo que decretar la
inconvertibilidad de la moneda tras una fase muy expansiva de los medios
de pago en los años anteriores, en especial por parte del Banco de la Pro-
vincia de Buenos Aires, pero también del nuevo Banco Nacional creado en
1872, ante la corrida hacia el metálico que provocaba la crisis. Esa situación
implicó una drástica devaluación.6
La crisis de la economía argentina impactó sobre el flujo migratorio por
dos vías. Por un lado, la reducción de la actividad económica (por ejemplo,
de las obras públicas) provocaba una retracción en la oferta de empleos que
hacía menos atractivo dirigirse al nuevo país. Por el otro, la devaluación
del peso implicaba que los ahorros que el inmigrante pudiese acumular
representaban mucho menos en el país de origen. Ello era así porque Italia
había adoptado la inconvertibilidad en metálico de la lira ya en 1866 (lo
que en ese momento favorecía a los inmigrantes) y aunque esa moneda se
devaluó ulteriormente a comienzos de la década de 1870, también creció
quizá algo menos la inflación en esos años.7 De ese modo, en términos
comparativos podemos sostener que los ingresos de un inmigrante en la
Argentina significaban mucho menos en Italia en 1875 que lo que podían
haber significado en 1866 o en 1870.
Un ejemplo de la nueva situación son las remesas de los inmigrantes.
Aunque éstas son muy difíciles de medir puesto que se usaban muchas vías
que no podían ser registradas contablemente –envío del dinero por medio
de un paisano, de un agente o incluso en el peligroso trámite de incluirlo

6. R. Cortés Conde, Dinero, deuda y crisis. Evolución fiscal y monetaria en la Argentina,


Buenos Aires, Sudamericana-Instituto Di Tella, 1989, cap. 3.
7. V. Zamagni, Dalla periferia al centro. La seconda rinascita economica dell’Italia (1861-
1981), Bolonia, Il Mulino, 1990, pp. 229-231.
100 Fernando Devoto

dentro de las cartas–, las oficiales dan cuenta no de los números absolutos
pero sí de la tendencia. Una de las vías de éstas eran los giros hechos por
medio del Consulado italiano. Los despachados desde el de Buenos Aires,
que en 1873 llegaban a 3.550.000 liras, en los años siguientes no dejaron
de descender (2.940.000 en 1874 y 1875, 1.250.000 en 1876 y 770.000 en
1877). Esas cifras muestran la convergencia de dos procesos: la situación
económica y el tipo de cambio.8 Por supuesto que en ello influía también
que la mayoría de los inmigrantes estaban instalados en áreas urbanas
y que aquellos que se encontraban en zonas rurales destinaban por en-
tonces su producción al mercado interno. De haber sido productores para
la exportación y haber podido contratar el precio se hubieran beneficiado
con la devaluación.
Si muchos de los inmigrantes italianos habían ido a la Argentina es-
perando acumular ganancias y retornar más o menos rápidamente (y ello
es congruente con los datos de retorno del período que presentamos en el
capítulo anterior), la nueva situación les creaba un problema serio. El tipo
de empleo adventicio, predilecto de este tipo de migrantes, estaba en dis-
minución y los ahorros que podían llevar de retorno representaban mucho
menos en liras. La crisis afectaba también a aquellos que habían llegado
como parte de un proyecto de permanencia más prolongado para el cual,
sin embargo, las remesas eran fundamentales para mantener a los inte-
grantes de la familia que habían permanecido en el país de origen mientras
no pudieran viajar a reunirse con ellos. Estos últimos, sin embargo, tenían
otra vía posible para resolver la nueva situación que no fuese retornar
ellos mismos: traer al resto de la familia a la Argentina. Una parte de los
italianos parece haber actuado siguiendo esta segunda estrategia ya que si
el flujo migratorio peninsular cae, paralelamente se incrementa el número
de mujeres y de niños en términos relativos durante la segunda mitad de
la década de 1870. Aunque una parte de ese crecimiento pueda imputarse
a una inmigración de familias destinadas a la colonización agrícola, otra
ciertamente debe vincularse con esos procesos de reunificación.
De este modo la crisis contribuía, además de a reducir los ingresos de
los italianos, a favorecer ciertos cambios relativos de perfil de la emigra-
ción italiana a la Argentina. Menos hombres solos y más familias, menos
jornaleros temporarios y más agricultores y artesanos. Por supuesto que
éstas son las grandes líneas de un proceso que era más complejo y que
siempre vio el desarrollo paralelo de distintos tipos de migraciones. Por otra
parte, todo ello puede ponerse junto con los cambios en el peso relativo
de ciertas actividades en el nuevo país, como el ascenso de la agricultura
y la paulatina pérdida de peso de las actividades comerciales fluviales y
de la industria naval como elementos que ayuden a explicar los cambios
ocupacionales y regionales que tendrá la inmigración italiana a partir de

8. G. Brignardello, Delle vicende dell’America Meridionale e specialmente di Montevideo


nell’Uruguay, Génova, Tip. Sordomuti, 1878, pp. 50-52.
La gran transformación 101

entonces. Estamos tentados de sostenerlo aunque sepamos que las cosas


fueron más complejas.
En cualquier caso, pasado el momento mayor de la crisis (1875-1878), la
inmigración comenzó lentamente a recuperarse (aunque no el saldo) hasta
superar en 1882 (30.000), para los italianos, el año 1873. La recuperación
podía atribuirse a distintas razones: una mayor oferta emigratoria italiana
(de la que hablaremos más adelante), una actuación más activa del go-
bierno hacia la línea de fronteras que culminaría con la campaña de Julio
Argentino Roca en 1879 y una política migratoria más activa, al menos en
teoría. Sin embargo, el factor decisivo parece haber sido la expansión de
las áreas agropecuarias como consecuencia del corrimiento de la línea de
fronteras y del crecimiento de la red ferroviaria.
El papel de las políticas migratorias, aunque no irrelevante, fue más
reducido. Efectivamente, en 1876 el gobierno de Avellaneda sancionó la
ley de inmigración y colonización que tendría una vigencia de cien años en
el país. La ley sistematizaba disposiciones anteriores y agregaba nuevas.
Establecía un vínculo ideal entre inmigrante y trabajador rural y esbozaba
la noción de una política más intervencionista en materia migratoria que
los críticos de la ley señalaban como el paso de una emigración espontá-
nea a otra asistida o aun “artificial”. La ley, que creaba el Departamento
Nacional de Inmigración dependiente primero del Ministerio del Interior y
luego del de Relaciones Exteriores, otorgaba una serie de beneficios a los
inmigrantes que incluían desde el alojamiento gratuito en el momento del
arribo en el Hotel de Inmigrantes por seis días hasta el pasaje gratis en
tren para que se internasen en el lugar elegido de residencia. Asimismo,
promovía un plan de colonización de tierras públicas para asentarlos. Por
otro lado preveía el pago de anticipos que debían ser luego reintegrados o
incluso de pasajes gratuitos como forma de atraer inmigrantes y también
establecía quién debía ser considerado inmigrante: los mayores de dieciocho
años y menores de cincuenta y cinco que procediesen de cabos afuera –es
decir, de ultramar– y viajasen en segunda o tercera clase.
Algunas de las partes más ambiciosas de la ley tuvieron escasa actuación.
El mejor ejemplo fueron los planes de colonización que contemplaban la
concesión de lotes de 100 hectáreas en tierras fiscales a los inmigrantes,
gratis para los cien primeros instalados en cada una, pagaderos a plazo
para los siguientes. Otro ejemplo fueron los pasajes subsidiados que se
instrumentaron sólo en algunos años (entre 1887 y 1890) como parte de un
proyecto ambicioso que orientaba hacia una política más intervencionista
del Estado federal en la materia. Acerca de los primeros, los italianos no
obtuvieron, al menos inicialmente, ninguna ventaja específica en las colonias
fundadas por el Estado nacional, que se orientó hacia la diversificación
de los orígenes de los colonos. Aunque por este medio fueron creadas las
colonias Libertad en Entre Ríos, poblada por familias lombardas y tirole-
sas, y Caroya, en Córdoba, constituida mayoritariamente por friulanos y
secundariamente por gorizianos y trentinos. De los segundos, los pasajes
subsidiados, los italianos fueron casi totalmente excluidos.
102 Fernando Devoto

Muchas de las iniciativas de la ley en realidad procedían de los años


precedentes, como el alojamiento en el Hotel de Inmigrantes que había sido
reabierto ya en 1870, o los pasajes de tren gratuitos o aun la creación de
una oficina de trabajo anexa al hotel. Lo que adquirían con la nueva ley
era una definitiva sistematización. Un punto importante para los propó-
sitos de este trabajo es la orientación general de ésta en cuanto al tipo de
inmigrante deseable. En años precedentes se había discutido acerca de
la conveniencia o no de promover algunas migraciones, lo que significaba
implícita o explícitamente no favorecer sino, por el contrario, obstaculizar
a los italianos. Como ejemplo de ello puede citarse la presentación, du-
rante 1870, en el Parlamento de un proyecto de ley de inmigración que
reservaba los beneficios sólo para los migrantes del norte y del este de
Europa, o las recomendaciones que poco después formulaba el informe de
la Comisión Central de Inmigración de otorgar la prioridad a unos pocos
grupos migratorios o aun un decreto de Sarmiento de 1873 por el que se
decidía orientar la propaganda hacia el norte de Europa (abriendo nuevas
agencias de inmigración en ciudades de esa área).9 En contraposición con
esa tendencia, la ley de 1876 no establecía formalmente ningún tipo de
discriminación entre los grupos europeos.
La ley tuvo muy limitados efectos en favorecer el crecimiento de la
inmigración italiana. Inicialmente porque, como muestran los datos que
exhibimos, el movimiento no se recuperó. Más tarde, cuando sí comenzó a
crecer, a partir de comienzos de los años 80, fue porque los peninsulares
tenían otros mecanismos personales (parientes, amigos, incluso agentes
que eran a menudo paisanos) para gestionar el proceso. Incluso un servicio
como el del Hotel de Inmigrantes no fue utilizado por muchos de ellos. Esto
no significa que la ley no haya sido usada como instrumento de propaganda,
y un lugar importante en ésta lo ocupaban las disposiciones acerca de la
colonización, que no dejaron de atraer a algunos inmigrantes con promesas
de tierras que al momento de la llegada de los mismos a la Argentina no
estaban disponibles.10 La cantidad de ejemplares de la ley encontrados por
Emilio Franzina en archivos comunales del Véneto sugiere ese rol, y las
estadísticas migratorias de esa región, los límites de su efectividad.11
En cualquier caso, en esa década de 1880 la emigración italiana creció
hasta números fabulosos. Entre 1879 y 1888 arribarían al país algo más

9. Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Senadores, 1870,


Buenos Aires, Imp. El Orden, 1870, pp. 700-710; Informe de la Comisión Central de
Inmigración, Buenos Aires, Imp. El Nacional, 1878, p. 8.
10. Véanse las denuncias de la misma Comisaría General de Inmigración argentina, en
República Argentina, Ministerio del Interior, Informe de la Comisaría General de Inmi-
gración correspondiente al año 1881, Buenos Aires, Imp. del Departamento Nacional de
Agricultura, 1883, pp. 38-39.
11. E. Franzina, Merica! Merica! Emigrazione e colonizzazione nelle lettere dei contadini
veneti in America Latina (1876-1902), Milán, Feltrinelli, 1979, p. 101.
La gran transformación 103

de 400 mil italianos. En 1889, en ese solo año, alcanzaría la asombrosa


cifra de ochenta y 9.000 personas entradas. Ello no era el producto de la
legislación sino de las muchísimas oportunidades que volvían a existir en
esa década en la Argentina, tanto en la ciudad como en las campañas, y de
la situación de malestar existente en las áreas rurales del norte de Italia.
Esa gran oleada migratoria italiana presenta algunas características
que la distinguen de las precedentes y de las sucesivas. La primera es su
importancia relativa en el conjunto del total de la inmigración. Librado a
la espontaneidad (hasta 1887), el movimiento migratorio a la Argentina era
mayoritariamente italiano, en un porcentaje que superaba levemente el 70%
de todos los arribados. La Argentina parecía estar en camino de convertirse
en aquella Australia italiana preconizada, y es en ese momento cuando
se alzan algunas voces en la península (como la del por entonces senador
Girolamo Boccardo, personaje que mencionamos en el capítulo anterior, o
la del diputado Luigi Roux) sugiriendo una intervención casi imperial del
reino sobre el destino platense. Por otra parte, más allá de esos comenta-
rios que no podían dejar de suscitar alarma, la misma expedición militar
italiana a Massaua en Eritrea, en 1885, que iniciaba una política colonial
africana en pos de un lugar para Italia en el imperialismo europeo, de nue-
vas colonias agrícolas y, a la vez, vías de futuros desarrollos comerciales,
agravaba la situación. En ese contexto, las declaraciones favorables a la no
intervención en asuntos extranjeros (no desprovistas de algunas ambigüe-
dades) del ministro de Relaciones Exteriores italiano, Pasquale Mancini,
podían sonar poco convincentes, y la distinción entre las nuevas colonias
y las antiguas “colonias comerciales” libres (es decir, la de los italianos en
el Plata), sobre la que tanto había enfatizado Jacopo Virgilio, no ser tan
evidentes. El tema de la emigración se mezclaba inevitablemente con el del
colonialismo. Éste podía ser uno de los modos de resolver el problema de
los connacionales en el exterior, que para algunos se dispersaban en las
respectivas sociedades de recepción y se disolvían en ellas.12
El temor a una presencia colonial italiana en el Plata venía a sumarse,
en la perspectiva de los dirigentes argentinos, a los prejuicios favorables
hacia la inmigración anglosajona y al principal peligro percibido por éstos
que era, sobre todo, el peso del número de los italianos que arribaban a
la Argentina. Por poner otro ejemplo de esa omnipresencia italiana puede
señalarse que los peninsulares constituían ellos solos el 32% de la población
total de Buenos Aires en 1887. Si a ellos se agregan los hijos de italianos
residentes en la ciudad, se tiene un panorama bastante claro de las bases
de las mayores aprehensiones de la elite argentina.
Buscando resolver esos problemas el gobierno de Miguel Juárez Celman
se propuso reorientar el flujo migratorio promoviendo el de otras partes.
Se crearon así oficinas de propaganda en ciudades del centro y el norte de
Europa (París, Londres, Berlín, Viena, Bruselas y Berna) y en Nueva York,

12. A. Brunialti, “La questione delle colonie”, citado por F. Manzotti, op. cit., p. 51.
104 Fernando Devoto

buscando atraer inmigrantes de esos lugares y no de Italia. Aunque el


argumento fuese que desde la península la inmigración ya se desarrollaba
espontáneamente y no era necesaria la propaganda, es evidente que lo
que se buscaba era modificar la composición nacional del flujo migratorio
penalizando a los italianos.13
Una política aun más agresiva, con el mismo propósito, llevó al gobierno
de Juárez Celman a atraer inmigrantes a través de la concesión de pasajes
subsidiados por medio de los cuales el gobierno anticipaba el costo del
billete que luego, una vez instalados en el país, sería reembolsado por los
inmigrantes. La política, que era semejante a la que implementaba el estado
de São Paulo en Brasil para atraer familias de colonos (en especial vénetos)
para trabajar en la fazenda cafetalera paulista, servía para traer personas
que se encontraban en una condición social más desfavorable (en general
familias rurales no propietarias) que no podían por sí solas o a través de
amigos y parientes solventar el costo de la migración transatlántica. El
tema había sido largamente discutido en el Parlamento argentino ya desde
1883, aunque sin ponerse de acuerdo sobre cómo instrumentarlo. Algunos
diputados se orientaban a conceder un anticipo en forma de préstamo a
los inmigrantes que residían en el país para que pudiesen traer a sus pa-
rientes; otros pensaban que había que aprovechar los pasajes para traer
inmigrantes de otros lugares de Europa que no fuese Italia. El diputado
Ocampo, por ejemplo, presentó un proyecto por el cual se proponía se
diese un subsidio a las compañías de navegación por cada inmigrante que
transportasen. El subsidio era diferenciado según la nacionalidad de las
personas: 18 pesos por cada alemán, noruego, sueco y holandés; 10 pesos
por cada francés, belga y suizo; 8 pesos por cada inglés y español, 2 pesos
por cada italiano.14 Aunque inicialmente, a través de un decreto reglamen-
tario de la ley de inmigración de noviembre de 1887, el gobierno parecía
otorgar la prioridad en los pedidos de pasaje a las personas residentes en
la Argentina, lo que favorecía a los grupos inmigrantes ya instalados en
el país, pronto el objetivo político cambió. A través de un decreto comple-
mentario de abril de 1888 se estableció que los pasajes fuesen manejados
por las Oficinas de Información y Propaganda y por algunos consulados
instalados en Europa. Se buscaba promover a la inmigración del norte de
Europa y redimensionar el peso de la italiana juzgada “inconveniente”.15 El

13. “Oficinas de Información y Propaganda. Decreto de Creación”, Memoria del Ministerio


de Relaciones Exteriores al Honorable Congreso Nacional en 1887, Buenos Aires, Imp. de
Juan Alsina, 1887, pp. 373-376.
14. Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados, Buenos
Aires, 1884, t. 1, sesión del 13 de junio de 1884.
15. Memoria del Departamento General de Inmigración correspondiente a 1888, Buenos
Aires, Imp. de Juan Alsina, 1889, p. 28, y Boletín Mensual del Ministerio de Relaciones
Exteriores, primer semestre de 1888, Buenos Aires, Imp. de Juan Alsina, 1888, pp.
943-944.
La gran transformación 105

principal diario peninsular en el Plata señalaba que cuando un residente


italiano en el país solicitaba un pasaje todo se poblaba de misterios, reticen-
cias y retrasos que contrastaban con la prontitud con que se despachaban
los pedidos para traer personas de otras nacionalidades.16 Todo esto no
era desde luego ajeno a un clima más general “antiitaliano” presente en
las nuevas elites argentinas del 80. Finalmente se trataba de una década
ideológicamente muy alberdiana y en la que políticamente el “partido” de
los italianos, el mitrismo, sufría una significativa marginación.
El objetivo de los grupos dirigentes argentinos se cumplió. Aunque la
inmigración italiana siguió creciendo en 1888, 1889 y 1890 (que fueron
aquellos años cuando se concedió el grueso de los pasajes subsidiados), los
italianos bajaron al 45% del total de los inmigrantes. Los 132 mil pasajes
subsidiados concedidos entre 1888 y 1890 hicieron que el flujo se diver-
sificara no tanto en el sentido de atraer inmigrantes del norte de Europa,
como se deseaba, ya que los principales beneficiarios fueron los españoles,
que recibieron 60 mil (el segundo grupo en importancia fueron los franceses
con 45 mil) sino de que los italianos perdieran peso relativo ya que fueron
excluidos de la concesión de éstos. En cualquier caso, el aluvión italiano y
también la política de subsidio colapsarían juntos en la crisis de 1890. El
primero por el cambio de las condiciones económicas, por las percepciones
negativas acerca del futuro ante la debacle financiera que afectó seriamente
los ahorros de los inmigrantes y por la convulsión política de la revolución
del 90. Ante la crisis los italianos fueron los que reaccionaron más rápido
y ya en el mismo 1890 el saldo migratorio fue negativo (-8.000) para con-
vertirse en 1891 en un aluvión de retornos (el saldo negativo fue ahora de
-42.000). La política migratoria colapsó porque el Estado en bancarrota no
tenía ya dinero para sostener una estrategia tan costosa en ese terreno.
La primera característica del flujo italiano de los años 80 fue su masividad
absoluta y su importancia relativa dentro del conjunto de la inmigración
europea, sin comparación ni antes ni después (con excepción de la década
de 1890). La segunda fue su carácter más permanente. En efecto si, como
vimos, en el ciclo migratorio precedente había un porcentaje de retorno
elevado (alrededor de 50% de los arribados) y ello reflejaba una emigración
con vocación más temporaria, ahora se daba el fenómeno inverso. Se trataba
de una inmigración con una vocación mucho más permanente. La tasa de
retorno entre 1880 y 1889 fue de apenas 21%. En consonancia con ello
creció el número de mujeres y niños y el de familias que emigraban con-
juntamente. El índice de masculinidad del flujo descendió bastante en esa
década (224,6 entre 1885 y 1889) y el porcentaje de menores de diez años
aumentó (14,3%). Todo ello exhibe que el nuevo modelo inmigratorio era
mucho más familiar (la importancia del destino rural influye decididamente
en ello) que en la fase ligur. Ello es congruente también con los datos grue-

16. La Patria Italiana, 28 de enero de 1889.


106 Fernando Devoto

sos disponibles sobre ocupaciones declaradas por los inmigrantes. Aunque


aquí siempre hay que tener en cuenta que la ocupación declarada puede
ser instrumental y no coincidir con la efectivamente desempeñada y, más
aún, que las personas ejercían muchas ocupaciones a lo largo del ciclo de
vida (incluso contemporáneamente) y por lo tanto es un indicador utilizable
con prudencia. Los datos muestran en esa década de 1880 una amplísima
proporción de inmigrantes que declaran ser agricultores (82,3% del total)
contra un 10,2% de jornaleros, un 2% de artesanos, un 0,9% de comer-
ciantes y un 1,3% de profesionales liberales. Ese nivel de agricultores era
muy superior al del período precedente y lo sería con relación a cualquiera
de los momentos sucesivos. Nada hay de sorprendente: se trataba de los
años más floridos de la expansión de la agricultura argentina.
Una tercera característica del movimiento migratorio peninsular eran
los cambios en su composición regional. Desde 1876 se dispone de las
estadísticas que publicaba la Dirección de Estadística de Italia con el mo-
vimiento anual hacia el exterior por regiones y por provincias, y desde 1878
aparecen separados la Argentina y Uruguay como lugares de destino.17
Si dividimos Italia en tres macrorregiones, el norte (que incluye Liguria,
Piamonte, Lombardía y el Véneto), el centro (que incluye Emilia-Romagna,
Marcas, Umbria, Toscana y Lazio) y el sur e insular (que incluye Abruzo
y Molise, Campania, Puglia, Basilicata, Calabria, Sicilia y Cerdeña), una
primera observación de caracter general muestra que, aproximadamente,
dos de cada tres inmigrantes italianos llegados entre 1878 y 1890 pro-
cedían del norte y el tercio restante del sur, la presencia del centro era
muy reducida. Sin embargo, con relación al panorama que presentaba el
censo de los italianos en el exterior de 1871 se ha producido ahora una
mayor diversificación regional y además un reequilibrio entre las distintas
regiones del norte. Esos dos fenómenos son visibles hacia fines de la dé-
cada de 1880, lo que parecía indicar una tendencia irreversible aunque la
emigración italiana a la Argentina involucrase a casi todas las regiones. La
crisis de 1890 detendrá por un tiempo ese proceso. Si tomamos los datos
correspondientes a los doce años comprendidos entre 1879 y 1890 vemos
que la principal región migratoria a la Argentina fue el Piamonte (22% del
total de italianos arribados), seguida por Lombardía (19%), Véneto 12%,
Liguria (8%), Calabria (8%) y Campania (8%).
Aunque la inmigración genovesa se mantuvo bastante estable en números
absolutos en la década de 1880, a excepción del trienio 1887-1890 cuando
cayó de manera abrupta (lo que muestra cuánto el ciclo regional ligur era
muy diferente del ciclo de la mayoría de las regiones italianas), disminuyó
enormemente en el porcentaje total. Ahora las regiones migratorias predo-

17. Sobre las estadísticas italianas, la forma en que eran construidas y los cambios a través
del tiempo, véase G. Rosoli y M.R. Ostuni, “Saggio di bibliografia statistica dell’emigrazione
italiana”, en G. Rosoli (a cura di), Un secolo di emigrazione italiana (1876-1976), Roma,
cser, 1978, pp. 273-341.
La gran transformación 107

minantes eran Piamonte y Lombardía y secundariamente el Véneto, que


crecería con fuerza recién en la segunda mitad de los 80.
Las razones de ese movimiento, en especial de Piamonte y Liguria, las
buscaremos en el próximo apartado. Por ahora sólo señalemos que ello era
parte de un movimiento emigratorio más general desde el norte de Italia que,
al ser el área más integrada a la economía europea, era también aquella
que más padecía las oscilaciones de ésta. En este sentido, la mayor región
migratoria en términos absolutos en esos años era el Véneto, y si no se refle-
jaba en el movimiento hacia la Argentina, ello se debía a que los migrantes
de esa región se orientaban mayoritariamente hacia Europa central o hacia
Brasil, atraídos en este último caso por la política de pasajes subsidiados
puesta en acto por el estado de São Paulo. En el sur, sólo unas pocas re-
giones, Calabria y Campania (en menor medida Abruzo y Molise) estaban
por entonces viviendo un proceso de expansión migratoria de importancia.
Sin embargo, las regiones meridionales se orientaban preponderantemente
hacia Estados Unidos (con la excepción de las provincias calabresas de
Cosenza y Reggio Calabria y la de Chieti en Abruzo).
Era, en cambio, la Italia noroccidental, cuyo destino tradicional había
sido Francia, la que se orientaba ahora mayoritariamente tanto hacia ese
país como hacia la Argentina. Así, 28% de todos los piamonteses que aspi-
raban a emigrar en la década de 1880 pensaban dirigirse hacia la Argentina
(las estadísticas italianas hechas a partir de las solicitudes de nulla osta
medían la expectativa de migración más que la emigración verificada), 34%
de los lombardos, 30% de los ligures y sólo 8% de los vénetos. Miradas las
cosas desde una perspectiva provincial, las que dieron en aquellos doce
años (1879-1890) mayor número de inmigrantes (más de 20 mil emigran-
tes) fueron Génova, Turín, Cuneo, Milán, Udine, Alessandria y Pavía, en
ese orden.
En ese papel predominante de la emigración de la Italia noroccidental,
además de los flujos de información y asistencia de las redes interperso-
nales, influían también las líneas de las compañías de navegación y los
intereses que se movían en torno de éstas. El grupo de compañías con
sede en Génova que vimos en el capítulo precedente seguía dominando
en las rutas al Río de la Plata. A fines de la década de 1870 eran todavía
las empresas Lavarello y Cía., Rocco Piaggio y Cía. y Trasporti Maríttimi
(de E. Raggio) las que hegemonizaban la travesía desde Génova, junto con
la Chargeurs Reunis, que como señalamos hacía escala en Nápoles.18 La
Piaggio en 1884 puso en circulación el vapor Regina Margherita, que pasa-
ba por ser el más moderno de su época, entre los que surcaban la ruta al
Río de la Plata. Sin embargo en 1885, ellas, al igual que otras, sufrirían el
impacto de un fuerte proceso de concentración en una sola: la Navigazione
Generale Italiana que había sido creada en 1881.

18. Informes parciales de la Comisaría General de Inmigración sobre propuestas para la im-
portación oficial de inmigrantes, Buenos Aires, Imp. La Universidad, 1882, pp. 28-29.
108 Fernando Devoto

Ese conjunto de compañías con sede en Génova potenciaba el destino


platense desde la Italia noroccidental, así como, inversamente, el papel
dominante de las compañías de navegación extranjeras en el puerto de
Nápoles (y más tarde en el de Palermo) daba aire a la migración meridional
hacia Estados Unidos. Muchas veces, no siempre, un emigrante del sur
que quería dirigirse hacia la Argentina tenía que viajar hasta el puerto de
Génova para embarcar. Como vimos, al menos una compañía francesa que
partía de Génova hacía escala en Nápoles. Por otra parte, una gran cantidad
de italianos en esa década embarcaban hacia la Argentina, en especial por
el puerto de Marsella pero también por los de Le Havre y Burdeos.19 No se
trataba necesariamente de una emigración irregular sino que respondía a
la lógica de los agentes y a los costos comparados de los billetes.
El conjunto de intereses de las compañías marítimas ligures seguía
siendo, como vimos en el capítulo anterior, uno de los principales soste-
nes y financiadores de la opinión favorable a la emigración peninsular.
Su capacidad de influencia se extendía hacia muchas partes, entre ellas
a los funcionarios consulares argentinos que eran caracterizados como
agentes de inmigración de su gobierno. Por ejemplo, en 1881, Eduardo
Calvari, cónsul argentino en Génova, intentaba lograr que el gobierno
argentino firmase un contrato con Lavarello y con Piaggio para financiar
el transporte de migrantes colonizadores.20 Sin embargo, más allá del lo-
bby genovés, continuaba en Italia una polémica ya planteada en los años
precedentes entre favorables y contrarios a la emigración. Los primeros,
aunque cada vez más con el argumento de la emigración como “válvula
de seguridad”, es decir como una necesidad para evitar un estallido so-
cial, siguieron siendo dominantes. Entre ellos estaban los “conservadores
iluminados” (como Sydney Sonnino) incluidos, no sin hesitaciones pero
admitiendo la inevitabilidad del fenómeno, los ahora defensores de políticas
proteccionistas e industrialistas como Alessandro Rossi y Luigi Luzzatti.21
La actitud gubernamental, por su parte, en especial en el período hegemo-
nizado por la figura de Agostino Depretis, seguía siendo errática a partir
de las convicciones escépticas de este último sobre la emigración, a la vez
inevitable y limitada en los beneficios que podía aportar. En otro plano, las
imágenes de los prefectos y de los alcaldes eran también contradictorias,
según resulta de las sucesivas encuestas que se realizaron en la década de
1880. En el caso de los alcaldes (encuestas de 1884 y 1888), al menos en
el Piamonte las causas de la emigración se atribuían o a su inevitabilidad,
o sea a la crisis económica (malas cosechas, falta de trabajo, miseria), o al

19. Ministère de l’Interieur, Mouvement de l’émigration en France, París, Imprèmerie


Nationale, 1879 y 1883.
20. Informes parciales..., pp. 19-37.
21. A. Annino, El debate sobre emigración y la expansión en los orígenes de la ideología
imperialista en Italia (1861-1911), Jahrbuch fur Geschichte von Staat, Wirtschaft, und
Gesellschaft Lateinamerikas, Nº 13, 1976, pp. 196-198.
La gran transformación 109

“deseo de mejor fortuna” (es decir, espíritu de aventura, invitaciones del


exterior, etc.), con ligera predominancia de la primera aunque con varia-
ciones provinciales de importancia.22
En ese contexto el destino platense siguió suscitando las preferencias
de los intelectuales italianos. Un ejemplo de ello fue la obra tan influyente
por entonces de Paolo Mantegazza, el médico que fue el primer titular de
una cátedra de Antropología en una universidad italiana, también geógrafo
y explorador, que había residido en la Argentina en la década de 1850. Un
libro suyo republicado en 1876 (dedicado a Mariano Balcarce, ministro
argentino en París), entre los muchos argumentos clásicos a favor de la
emigración a la Argentina que presentaba agregaba uno en el que reverbe-
raba su ideología republicana: se trataba, a diferencia de otras sociedades
latinoamericanas, de una sociedad democrática (“un popolo di pastori e di
soldati democratici”).23 Sin embargo, sobre el destino platense comenzaban
a aparecer ciertas críticas, que luego se convertirán en un lugar común,
acerca de que en la Argentina muchos de los inmigrantes y en especial sus
hijos se integraban demasiado fácilmente y dejaban de vincularse con Italia,
por lo que tal vez era mejor impulsar la emigración hacia Túnez o Egipto,
donde el carácter de “italianidad” se podía conservar largo tiempo. Será
probablemente el mismo Cristoforo Negri, como vimos antes tenaz impulsor
del mito platense, quien formulará esas observaciones en el Bollettino della
Società Geografica Italiana ya en 1870.24

De la val padana a la pampa gringa

Como observamos, la emigración más característica de este período y


la más numerosa fue aquella que procedía del Piamonte y de la Lombardía
occidental. Un retrato de estas regiones puede ayudar a comprender esta
nueva fase del proceso migratorio.
Hacia 1861 el Piamonte y la Lombardía presentaban las características
ambiguas propias de las áreas en vías de transformación. Su situación
distaba tanto de las zonas ya industrializadas del continente europeo
como de la mayoría de las regiones italianas (con excepción de Liguria) y se
asemejaba a otras áreas europeas en un estadio intermedio de desarrollo
como el Delfinado, Normandía o Baviera. Tomando sólo un dato que puede
indicar algunos de los progresos alcanzados por esas regiones, la tasa de
analfabetismo de los varones de veinticinco años o más era, en el momento

22. Ministero di Agricoltura, Industria e Commercio, Direzione Generale della Statistica,


Statistica della emigrazione Italiana all’estero, Roma, 1885 y 1889.
23. P. Mantegazza, Rio de la Plata e Tenerife, Milán, Lib. Brigola, 1876, p. 26.
24. C.N., “Emigrazione Italiana al Plata”, Bollettino della Società Geografica Italiana, vol.
iv, 1870, p. 242.
110 Fernando Devoto

de la unidad de Italia, del 47% de la población en Piamonte y del 54% en


Lombardía, contra el 86% de la Puglia o el 87% de Calabria y una media
de todo el reino de 72%.25
Detengámonos en el Piamonte, que no sólo fue la segunda región mi-
gratoria italiana en números absolutos tomando todos los destinos en el
período 1876-1914, detrás del Véneto, sino que para el mismo lapso ocupó
el primer lugar en la migración dirigida hacia la Argentina. Lo primero que
se puede observar es que era una región casi exclusivamente agrícola. La
composición de sus principales exportaciones (arroz, seda, vino), la distri-
bución de la población económicamente activa (40% se dedicaba a labores
agrícolas) y el escaso grado de concentración urbana (sólo el 20% de los
habitantes vivía en ciudades de más de seis mil personas) mostraban a las
claras la preponderancia de una economía agraria. La larga inserción del
Piamonte en los circuitos comerciales europeos desde el siglo xviii había
impulsado una cierta modernización del tejido productivo, aunque los efectos
no eran ni uniformes ni profundos, salvo en algunas áreas específicas. Por
ejemplo, el nivel de rendimiento promedio por hectárea era de 9 hectolitros
para el trigo contra 32 de Gran Bretaña, lo que muestra los límites de la
revolución agraria.26 Sin embargo, en el último cuarto del siglo xix, cuando
comienza a crecer el flujo migratorio hacia la Argentina, la región estaba en
acelerada transformación, como resultado de los efectos de mediano plazo
de la política económica “liberista” (con sucesivas rebajas de las tarifas
aduaneras) y del proceso de desarrollo de la red ferroviaria que constituía,
poco después de la migración, la única red orgánica de toda la península.
Ese proceso había acelerado la integración del Piamonte en la economía
como exportador de materias primas y la transformación tecnológica en
especial en la llanura irrigada.
Una característica excepcional presentaba el Piamonte que la acercaba
a la Liguria y la alejaba de la Lombardía. Era la extremada división de la
propiedad con un altísimo porcentaje de pequeños propietarios sobre el
total de personas adscriptas a tareas agrícolas. Mientras en el Piamonte
existía un propietario cada siete habitantes, en la Lombardía había uno
cada diecisiete. El cuadro debe, con todo, ser matizado internamente a
cada región. Además de la diferencia más general entre zonas de llanura,
de colina y de montaña (a medida que se eleva en altura, las tierras son
más pobres y están más fraccionadas, los métodos de cultivo son más
rudimentarios y el índice de analfabetismo es más elevado) deben consi-
derarse las distinciones entre las provincias. El área Novara-Vercelli era
el gran polo agrario paduano de la llanura irrigada. Basado en el sistema

25. Compendio delle statistiche elettorali italiane dal 1848 al 1934, Roma, Istituto Centrale
di Statistica e Ministero per la Costituente, 1946, vol. 1, tabla iii.
26. G. Prato, Il Piemonte e gli effetti della guerra sulla vita economica e sociale, Bari,
Laterza, 1925, p. 26.
La gran transformación 111

de arrendamientos que producían para la exportación, allí se presentan


los mayores índices de modernización (la producción de trigo por hectárea
trepaba a 15 hectolitros). En cambio en las provincias de Cuneo y Ales-
sandria en el Piamonte y de Pavía en la Lombardía, tan importantes en la
emigración a la Argentina, predominaba la pequeña propiedad (en las dos
primeras, por ejemplo, existía un propietario cada cuatro hectáreas, contra
uno cada quince en Novara).27
Desde luego que en la Lombardía y el Piamonte la emigración no era un
fenómeno nuevo sino que las atravesaba desde hacía mucho tiempo. Ade-
más de los tradicionales movimientos de la montaña a la llanura existían
aquellos que desde ésta o desde las áreas de colina se dirigían (en grandes
números en el siglo xviii) hacia la región sudoccidental de Francia en el
caso del Piamonte, hacia Suiza y el centro de Europa en el caso lombar-
do.28 Emigraciones temporarias en la mayoría de los casos y no sólo de
trabajadores agrícolas sino también de ciertas profesiones urbanas como
la industria de la construcción. Pero también esas regiones estaban atra-
vesadas por movimientos inmigratorios y recibían mano de obra de otras
partes en tiempos de la cosecha.
En los años centrales del siglo xix (entre 1840 y 1870 aproximadamente)
la población de esas provincias, y más en general del Piamonte y la Lom-
bardía occidental, estaba en sostenido aumento y también el proceso de
fragmentación de la propiedad y la presión fiscal del omnívoro Estado italiano
posterior a la unidad; sobre este último puede recordarse emblemáticamente
el odioso impuesto a la molienda (“macinato”) establecido en 1868 (“tassa
eminentemente affamatrice del povero”, como la llamó un diputado italia-
no) que generó protestas y desórdenes. En ese contexto, esas áreas fueron
desde luego surcadas por movimientos emigratorios, pero inicialmente no
tan intensos como en la Liguria. La causa debe buscarse en que todo ello
coincidía con una fase de crecimiento de los precios y beneficios agrícolas y
con la expansión de algunos cultivos, como la viticultura, o con la cría del
gusano de seda. Además, aunque una buena parte del surplus agrícola fue
confiscado impositivamente por el Estado italiano para la construcción de
la infraestructura, en esa fase los sectores rurales de las regiones conside-
radas pudieron encontrar una fuente de ingresos adjunta con la difusión
del trabajo a domicilio por cuenta de comerciantes-empresarios.29
Sin embargo, las cosas comenzarían a cambiar aceleradamente a partir

27. V. Castronovo, Economia e società in Piemonte dall’Unità al 1914, Milán, Banca Com-
merciale Italiana, 1969, pp. 5-23.
28. aa.vv., Migrazioni attraverso le Alpi occidentali, Turín, Regione Piemonte, 1988,
passim.
29. B. Caizzi, “La tessitura serica a Como dall’Unità alla seconda guerra mondiale”, en
G. Mori (a cura di), L’industrializzazione in Italia (1861-1900), Bolonia, Il Mulino, 1977,
pp. 297-314, y V. Castronovo, L’industria cotoniera in Piemonte nel secolo xix, Turín,
ilte, 1964, pp. 65 ss.
112 Fernando Devoto

de la segunda mitad de la década de 1870. El primer signo fue la continuada


caída de los precios agrícolas ante la creciente competencia internacional
que la revolución de los transportes y el consecuente abaratamiento de los
fletes provocaba. Por ejemplo, el precio del arroz cayó 20% entre 1880 y 1885
y el del trigo algo más de 30% en el mismo lapso. En este último caso se
trataba del trigo otomano y del trigo ruso, que antecedían el arribo del trigo
americano en el que la Argentina pronto tendría un lugar relevante. Si la
economía agraria del Piamonte y la Lombardía no padeció tanto como otras
regiones de Italia el proceso de unidad, ya que estaba bastante integrada
precedentemente a la economía europea, en cuyo contexto su producción
era competitiva, las cosas serían muy distintas cuando debió enfrentar a
la producción extraeuropea que producía en unidades mucho más grandes
y con costos más bajos, fuese por la fertilidad natural de la tierra, por los
salarios, por el tipo de contrato agrícola o por los tributos.
La gran crisis de la economía agraria europea afectó primero y más in-
tensamente a las regiones del norte de Italia, por estar más integradas al
mercado mundial y tener un tipo de producción (grano, arroz) más vulnerable
a la caída de los precios internacionales. De todos modos, la situación debe
ser regionalmente matizada. Para los arrendatarios lombardos, aprisiona-
dos en contratos agrícolas de larga duración (siete a nueve años), parece
haber sido particularmente significativa la abolición del curso forzoso en
1882, que implicó el pago de las obligaciones en moneda revaluada en un
contexto de caída de los precios externos. Para los pequeños agricultores
de alta colina y montaña, tan numerosos en el Piamonte, la caída de los
precios puede haber sido menos significativa que la continuación y aun la
profundización de los procesos de fragmentación de la propiedad, la defo-
restación, la difusión del telar mecánico o la exacción monetaria por parte
del Estado, ya presentes desde antes de la crisis.30 Sin embargo, también
son esos años 80 los que ven crecer fuertemente la industrialización en el
triángulo noroccidental, lo que brindaba una alternativa para los traba-
jadores agrícolas desplazados del sector rural. Para el Véneto, en cambio,
los efectos fueron más devastadores ya que al impacto de la crisis de
precios se sumaron catástrofes naturales, la enorme presión demográfica
y la ausencia de alternativas en la economía urbana.31 Para las regiones
meridionales los efectos de la crisis fueron mucho más lentos pero más du-
raderos en el largo plazo. La crisis internacional las afectaba mucho menos
por ser una economía menos integrada a la europea, con amplias cuotas
de autoconsumo y con un tipo de producción para el mercado (viticultura
y citricultura) que padecía menos la caída de precios. Sin embargo, para
esas regiones todo se complicará a partir de 1887 –los años que el gran

30. E. Sori, L’emigrazione italiana dall’unità alla seconda guerra mondiale, Bolonia, Il
Mulino, 1984, cap. iii.
31. E. Franzina, La grande emigrazione, Padua, Marsilio, 1976, pp. 33-50.
La gran transformación 113

historiador económico Gino Luzzatto llamó “los más negros de la economía


italiana”–, cuando la ruptura comercial con Francia, que orientó a ésta a
políticas proteccionistas, dejó sin destino exterior a los mayores rubros de
la producción de aquellas áreas.32
De este modo se daban todas las condiciones para que la emigración
creciese. Ello no hubiera sido suficiente sin oportunidades en el exterior
más prometedoras que las existentes en el lugar de origen. Las alternativas
disponibles en ese momento eran muchas: dirigirse hacia los nuevos centros
industriales del norte de Italia, recurrir nuevamente a los antiguos circuitos
migratorios europeos u orientarse hacia los nuevos destinos americanos. La
Argentina presentaba entre éstos, y desde muchos ángulos, una situación
óptima, en especial porque había ahora mucha tierra disponible y permi-
tía realizar la misma tarea que en el país de origen y con procedimientos
semejantes, al menos para los pequeños campesinos (todos los miembros
de la familia trabajaban en ello). Una correlación positiva se puede esta-
blecer entre la curva de crecimiento de dos pilares de la pampa gringa, la
exportación de cereales y la construcción de vías férreas, y la inmigración
italiana.33 Sin embargo, también había varios obstáculos. El primero con-
sistía en enterarse fehacientemente de las oportunidades existentes y del
modo de llegar a ellas. Ciertamente existía mucha información acerca de
destinos en el exterior, pero era bastante instrumental y poco confiable
(como señalará en más de una oportunidad el representante entonces
socialista Enrico Ferri en la Cámara de Diputados, la única información
confiable eran las cartas de los inmigrantes; si ellas aconsejaban emigrar,
se emigraba; si no, no).34
El problema más importante era el viaje, que era más largo (y ello sig-
nificaba muchos días sin trabajar), y el costo del pasaje, que era mucho
más alto. Por ello si la Argentina era una posibilidad, no lo era para todos.
La cuestión clave era cómo financiar la experiencia. Según las respuestas
de los alcaldes del Piamonte en 1884 a una encuesta del gobierno italia-
no sobre la situación financiera de los emigrantes en el momento de la
partida, ciento siete contestaban que tenían sólo el dinero para el pasaje,
veintiséis que tenían para el pasaje y hasta 100 liras, diecinueve, para el
pasaje y entre 100 y 300 liras, y diecinueve más de 300 liras.35 Piénsese

32. G. Luzzatto, L’economia italiana dal 1861 al 1894, Turín, Einaudi, 1968, pp. 168 ss.
33. F. Lauricella, “Emigrazione italiana di massa in Argentina e ciclo agricolo (1876-
1896)”, en F. Assante (a cura di), Il movimento migratorio italiano dall’Unità nazionale ai
nostri giorni, Ginebra, Droz, 1978, pp. 349-383.
34. E. Ferri, Camera dei Deputati, Discussione, xxiii, Roma, 1909, 2833-2834. Repro-
ducido también en Bollettino dell’emigrazione, 1909, p. 30.
35. Ministero di Agricoltura, Industria e Commercio (maic), Direzione Generale della Sta-
tistica, Statistica dell’emigrazione italiana per gli anni 1884 e 1885, Roma, Tip. Camera
dei Deputati, 1886.
114 Fernando Devoto

que un pasaje marítimo costaba por entonces alrededor de 200 liras y un


jornalero agrícola podía ganar de un mínimo de 1 lira a un máximo de 2
por día de trabajo lo que, calculando de manera optimista unas 250 jor-
nadas de trabajo al año, daba una suma de entre 250 y 500 liras.36 Si se
piensa asimismo que un campesino dedicaba a la alimentación, según las
estimaciones de S. Somogyi, 76% de sus ingresos, puede claramente ob-
servarse que la experiencia transoceánica no estaba al alcance de todos,37
pero sí lo estaba para los pequeños o aun pequeñísimos propietarios. Es
quizá por eso que existe una correlación estrecha entre provincias donde
predomina la pequeña propiedad (vimos el caso de Cuneo, Alessandria y
Pavía) y el mayor flujo migratorio relativo hacia la Argentina a medida que
entramos en la década de 1880 (aunque por número absoluto fuesen más
importantes Turín y Milán, también en ellas era mucho más importante la
población). No se trataba sólo de que aquellas provincias estuviesen más
cercanas al puerto de Génova (lo que desempeña ciertamente un papel
en los mecanismos de difusión de la información, que no eran de todos
modos los más importantes). Más importante es que precisamente de esas
áreas de pequeña propiedad, de esas y de otras regiones luego, es desde
donde se producirá el mayor desplazamiento migratorio hacia más allá del
océano, ya que allí existían, a la vez, la necesidad de emigrar y los medios
para poder llevarlo a cabo.
Una hipoteca sobre la tierra, por ejemplo, podía permitir financiar la
emigración de uno de los miembros de un grupo familiar, cuyas remesas a
su vez permitían que la familia permaneciese en el lugar de origen aferrada a
la tierra y no tuviese que proletarizarse emigrando hacia las zonas urbanas
en vías de industrialización como Turín, Milán o Génova, o viceversa, que
los miembros restantes se dirigiesen también al nuevo país.
El destino argentino para aquellos que aspirasen a emigrar era muy
atractivo. Aunque muchos finalmente no terminasen en las áreas rurales,
la Argentina era uno de los poquísimos lugares en los que existía bastante
tierra disponible. Ello permitía continuar con el tipo de actividad que se
desarrollaba en el lugar de origen, lo que implicaba sobre todo mantener
articulado al grupo familiar en torno de una unidad de residencia que era
también una unidad de producción.38

36. Los cálculos de salarios e ingresos son siempre muy imprecisos dadas las disparidades
regionales. Aquí se indican algunas impresiones de los contemporáneos que han sido
extraídas de Archivio Centrale dello Stato (Italia) (acs), maic, 5° Versamento, b.n. 487.
37. S. Somogyi, “L’alimentazione nell’Italia Unita”, en Storia d’Italia, Turín, Einaudi,
1973, vol. v: I documenti, p. 844.
38. F. Ramella, “Famiglia, terra e salario in una comunità tessile dell’Ottocento”, en G.
Mori (a cura di), L’industrializzazione in Italia (1861-1900), Bolonia, Il Mulino, 1981, pp.
151-176.
La gran transformación 115

La colonización rural

En la Argentina el proceso de colonización había avanzado muy irregu-


larmente entre mediados de la década de 1850 y mediados de la de 1870.
En algunas provincias, como la de Buenos Aires, tras algunas colonias
iniciales creadas por instancia municipal o provincial (Baradero, Chivilcoy,
más tarde Bragado), se detuvo casi completamente. La especulación que
traía el ciclo de la lana aunada a las necesidades fiscales del erario (que lo
obligaba a vender sucesivamente mucha tierra pública) no dejaban lugar
para proyectos de colonización salvo en casos puntuales (Tandil, Olavarría)
y que no concernían a italianos. En cambio, en las provincias de Entre
Ríos y Santa Fe, con muchas dificultades el proceso se mantenía activo.
En los períodos tempranos las iniciativas habían sido de dos tipos:
gubernamentales u oficiales. En las primeras, el Estado vendía la tierra
a los colonos a precios muy bajos. En las segundas, el Estado vendía la
tierra a empresarios a precios igualmente bajos fijándoles un conjunto de
requisitos en cuanto a las características de las colonias y a los contratos
a establecer con los colonos. Las segundas fueron algo más exitosas, sea
porque estaban en tierras mejores y sobre todo más lejanas de las incur-
siones indígenas, sea porque el tamaño de las parcelas era mayor. De todas
las creadas muchas perecieron, otras cambiaron de lugar y de nombre y
finalmente una treintena (quince de las primeras, trece de las segundas)
sobrevivían en 1895. El tamaño de las concesiones a cada colono variaba,
pero inicialmente había estado en torno de las 34 hectáreas (lo que en la
Argentina correspondía más a la idea de una granja), y su valor también fue
muy fluctuante. Algunos contemporáneos las calculaban, en los primeros
tiempos, en una amplia franja entre 100 y 400 liras.39 Cifra que, aun la más
elevada, no parece excesiva en sí misma si se la confronta con los precios
de los pasajes en barco que vimos antes. Sin embargo, podía serlo si las
cosas no iban bien, y muchas veces eso era lo que ocurría.
Aunque, como señalamos, los italianos no estuvieron entre los grupos
privilegiados por parte del gobierno, y los empresarios que llevaron adelante
programas de colonización tampoco eran de ese origen, lograron pronto
una significativa presencia en ese proceso colonizador. Ya vimos que en
1869 eran el segundo grupo de colonos en la provincia de Santa Fe. Los
italianos que participaron de estas experiencias tempranas no tuvieron
una vida fácil. Aun aquellas que se encontraban cerca de una ciudad como
Santa Fe, como era el caso de Esperanza, San Carlos y San Gerónimo, lo
que las colocaba en una posición ventajosa para la comercialización de
sus productos y menos expuestas a las incursiones indígenas, no tuvieron
una existencia sencilla. Por ejemplo, la más antigua, Esperanza, estaba
casi extinta en 1861 y el Estado tuvo que intervenir haciéndose cargo de la

39. A. Franceschini, L’emigrazione italiana nell’America del Sud, Roma, Forzani, 1908,
pp. 315-316.
116 Fernando Devoto

deuda de los colonos con la empresa (que por otra parte no era la original).
Muchos factores se combinaban para provocar esa situación de penuria
en las colonias tempranas. Uno de ellos era el tema de los indios que, por
ejemplo en 1872, asolaron una colonia como Cañada de Gómez llegando
incluso hasta las cercanías de Rosario; y todavía en 1877 producirían una
última gran incursión. A ello se sumaba el bandolerismo rural, que estaba
muy extendido en territorios donde la presencia del Estado era escasa y
muy poco confiable, cuando no cómplice de la actividad de los maleantes.
Así, por entonces, el Rémington era un instrumento que el colono debía
manejar con tanta habilidad como el arado.
Más aún, muchas veces las agresiones contra los colonos procedían de
las mismas autoridades, como el juez de paz o la policía. Un caso célebre
en ese sentido fue el del comisario y juez de paz de Cañada de Gómez,
Cirilo Peralta, cuya arbitrariedad contra los italianos (un serio incidente
tuvo lugar en 1875) aparece descripta en distintos informes consulares.
Los episodios de violencia no sólo denotaban simple abuso de poder sino
que encubrían otros tipos de exacciones, por ejemplo el precio que se les
pagaba a los colonos por el grano o el precio al que se les vendían alimentos.
El mismo Peralta era, además, matarife y actuaba como intermediario de
grandes terratenientes como los Correa.40 Aunque las autoridades italianas
constituían un factor de presión en favor de los italianos (más o menos
efectivo según la calidad del funcionario consular) y no faltó la ocasión en
que se ordenó a una nave de guerra instalada en el Plata subir hasta el
puerto de Rosario para ejercer una especie de disuasión del tipo diplomacia
de la cañonera, los colonos estaban demasiado lejos como para que ello
fuese efectivo, al menos en lo inmediato.
Más allá de la inseguridad, un factor de primer orden que ayuda a explicar
el poco éxito inicial de la mayoría de las colonias era el escaso conocimiento
que existía sobre los suelos (no sólo por parte de los colonos sino también
de los empresarios) y el costo del transporte de la producción hacia los
centros de consumo interno (que era por lo demás bastante débil en cuanto
a cereales, vista la dieta alimentaria de los criollos) y mucho más hacia los
internacionales (dado los altos fletes que persistían por entonces).
Por supuesto que en este terreno la experiencia previa de los colonos no
ayudaba mucho. Éstos estaban habituados a trabajar en forma intensiva41
sobre superficies pequeñas con otro tipo de suelos y aquí se encontraban
con superficies mucho más grandes que el trabajo familiar no podía explo-
tar con la misma eficacia y prontitud. A veces araban insuficientemente la
tierra y sembraban extensiones demasiado grandes para su capacidad de
cosechar. Además, era inevitable que prefiriesen sus métodos de trabajo (al

40. L. Petich a G.B. Cerruti, Rosario, 22 de agosto de 1876, asmae, Serie Affari Politici,
Argentina, b. 1249.
41. E. Gallo, Conflictos sociopolíticos en las colonias agrícolas de Santa Fe, Buenos Aires,
Instituto Di Tella, 1973.
La gran transformación 117

menos hasta que se demostrasen ineficaces) y las variedades de productos


que conocían. Así, por ejemplo, ocurría con la utilización de semillas de
variedades piamontesas (Cuneo y Alessandria) llamadas “costa” y “rieti”,
que eran familiares a los colonos de ese origen pero que requerían que el
trigo fuese segado rápidamente una vez llegado al punto de maduración so
pena de su podredumbre, y los inmigrantes no siempre tenían la cantidad
de brazos suficiente para hacerlo o el dinero para pagar jornaleros. Aunque
luego, por los malos resultados y por las preferencias de los comerciantes
exportadores, se volvió a la variedad que se empleaba habitualmente desde
la época colonial, “barleta”.
En el caso del maíz, la elección se orientaba hacia un tipo duro (flint),
que era una variedad muy difundida en el norte de Italia y dio buenos
resultados. Por otra parte, parece que en muchos casos los inmigrantes
tendían a no proteger adecuadamente las bolsas de cereales (por falta de
cobertizos) y a guardar para la cosecha siguiente los peores granos recogidos.
Aunque hay discusiones al respecto, los testimonios de los contemporáneos
insisten sobre esa actitud poco innovadora por parte de los colonos con
relación a las formas tradicionales de hacer las cosas, es decir, al modo
en que estaban habituados en Italia. Con todo, en ese proceso temprano
lo que parece haber predominado es una lógica de ensayo y error. De este
modo, parece evidente también que los inmigrantes no tardaron demasiado
tiempo en adaptarse a la nueva situación o fueron mejorando sus estrate-
gias y sus instrumentos.
Los problemas de la vida en las colonias no estaban vinculados sólo a la
seguridad o a la economía, también tenían que ver con el aislamiento que
provocaban las distancias y la falta de vías de comunicación adecuadas.
Por ejemplo, el trayecto entre el puerto de Santa Fe y las colonias debía
hacerse en enormes carretas tiradas por bueyes, que empleaban un tiempo
considerable en recorrer las distancias –por senderos que eran poco más
que una huella y a veces ni siquiera eso–, aunque fuesen de “sólo” 60 a
100 kilómetros. Tenían que ver también con la ausencia de casi todo tipo
de institución educativa, cultural, religiosa y social en las mismas colonias.
De ello dejan testimonio muchos de los viajeros que las recorrieron en la
década de 1870. En el informe que hizo Guillermo Wilcken en 1872 luego
de visitarlas enumeró los edificios públicos. Constató que en sólo diez de
las treinta y cuatro colonias existía un templo (aunque en San Carlos había
tres y en Esperanza dos, resultado de los distintos componentes religiosos
entre los inmigrantes europeos), en sólo seis existían escuelas (aunque
ahora dos en San Carlos y tres en Esperanza) y en tres de ellas había un
juzgado.42 En muchos casos fueron los mismos inmigrantes antes que la
acción del Estado los que crearon los primeros núcleos sociales, además de
varias de las primeras escuelas más o menos formales (veintidós de este tipo
en 1872) y las primeras iglesias. Estas últimas eran muy pocas (en 1876

42. G. Wilcken, op. cit.


118 Fernando Devoto

existían sólo siete en toda la región cerealera) y daban muy pocos servicios
religiosos por la ausencia de clero. Eran, aun años más tarde, en general
modestas y pequeñas para albergar a los colonos que llegaban a ellas desde
otros lugares para asistir a misa los domingos, como lo observó Edmondo
De Amicis en el caso de la colonia San Carlos.43 La iglesia (si la había) el
domingo y el almacén eran los lugares de la sociabilidad temprana.
Pese a todo siguió creciendo el número de colonias a fines de la década de
1860 y comienzos de la siguiente. Influyó en ello la demanda de productos
agrícolas (en especial de maíz) que suscitó el ejército en operaciones en la
guerra de Paraguay.44 Influyó también la fiebre especulativa que parecía
haberse apoderado de tantos empresarios, pese a que los resultados pre-
cedentes no habían sido buenos.
En Santa Fe se crearon numerosas nuevas colonias, las que seguían
algunos ejes. Por una parte, existía una continua expansión del centro
hacia el oeste, en el triángulo conformado por la ciudad de Santa Fe y las
villas de Esperanza y San Carlos, donde se establecieron varias colonias
(Franck, San Agustín), y otras al oeste (Cavour y más tarde Bella Italia y
Nueva Torino) o al sur de ellas (Gessler). Los nombres italianos con los
que se bautizaba a las colonias fundadas por empresarios que en su gran
mayoría no eran italianos (una de las pocas excepciones la constituye la
colonia Cavour creada por un peninsular, Giuseppe Lambruschini) marcan
ya que el público que se quería atraer era esencialmente del norte de Italia.
Por otra parte, un nuevo eje surgió en el sur hacia el oeste (la actual ruta 9)
resultado de las concesiones de tierras (una legua a la vera de cada lado de
la vía) hechas a la compañía que comenzó a construir en 1866 el ferrocarril
que uniría Rosario y Córdoba. Allí nacerían Cañada de Gómez en 1870,
Carcarañá y Roldán, y al sur de ellas y de ese eje, Candelaria.
Aunque algunas de las primeras fueron pobladas inicialmente por inmi-
grantes de otros grupos (como los suizos en Esperanza y en San Gerónimo) y
otras a la vez por colonos de distintas nacionalidades como suizos, alemanes
e italianos (piamonteses y lombardos), como San Carlos, en todas ellas crecía,
y más aún en las nuevas (que tendían a ser pobladas por personas que pro-
cedían de otras colonias) a medida que aumentaban su población, el grupo
más conspicuo de nuevos arribados, que eran piamonteses y lombardos.
Ello era independiente ya de la nacionalidad del empresario fundador, como
ocurre por ejemplo en Gessler, creada por un suizo del mismo nombre pero
poblada por piamonteses. Lo mismo sucedía en otro caso, el de Guillermo
Lehman, empresario de origen alemán que fundó numerosas colonias (entre
otras Nuevo Torino, Umberto i y Rafaela) y cuya predilección por colonos
piamonteses y lombardos era marcada. En otros casos esa presencia italiana

43. E. De Amicis, In America, Vibo Valentia, Monteleone, 1993, p. 43.


44. A. Arcondo, En el reino de Ceres. La expansión agrícola en Córdoba (1870-1914),
Buenos Aires, Universidad Nacional de Córdoba, 1996, p. 132.
La gran transformación 119

era independiente incluso de la voluntad de los organizadores. Por ejemplo,


la Compañía de Tierras del Central Argentino aspiraba a poblar Cañada de
Gómez con ingleses y tuvo que hacerlo con familias de otros orígenes que
estaban disponibles, entre ellas los italianos que, si no fueron los primeros,
rápidamente devinieron mayoritarios.45
Todo lo expuesto sugiere que los italianos se revelaron más adapta-
bles a las difíciles condiciones existentes (opinión que era compartida por
los observadores contemporáneos de cualquier nacionalidad) y además
que las redes interpersonales jugaban un papel creciente a medida que
el reclutamiento no se hacía directamente en los países de origen. Así lo
muestra un relevamiento hecho en 1882 que exhibe que, exceptuando a
los argentinos (entre los que la gran mayoría eran hijos de inmigrantes),
los italianos predominaban ya en casi todas las colonias antiguas. De las
sesenta y seis colonias allí enumeradas que tienen familias europeas, los
núcleos italianos son mayoritarios en cincuenta y cinco.46 Ello no significa
que los italianos fuesen siempre colonos. El caso de Cañada de Gómez, por
ejemplo, ilustra bien que éstos estaban instalados en número relevante en
el poblado desempeñando los oficios más dispares. En cualquier caso, esa
masiva presencia de peninsulares no dejaba de tener otras implicancias.
Si hemos de creer a los observadores contemporáneos, en muchas de ellas
el dialecto piamontés se empleaba como lengua franca, no sólo por parte
de los peninsulares sino también de los inmigrantes de otros orígenes
europeos que, por razones de comunicación social y más aún de negocios,
debían aprender sus rudimentos.
El impulso colonizador de fines de los años 60 y comienzos de los 70 de
todos modos se frenó a mediados de la década, en coincidencia con la grave
crisis económica argentina que ya mencionamos. A ello se sumaba que muchos
de los antiguos problemas estructurales, como las amenazas indígenas o el
bandolerismo, subsistían y a ello se agregaban otros ligados al azar climático
(heladas, granizo, sequías) y otros más sorprendentes e inesperados como
las invasiones de langostas que devastaron reiteradamente a las colonias.
Algunos ejemplos fueron las invasiones de 1875 (que parecen haber llegado a
destruir 75% de la cosecha) y de 1877. Los colonos carecían inicialmente de
defensa contra éstas y algunos testimonios de contemporáneos presentados
por Ezequiel Gallo así lo exhiben.47 El intento de combatir inicialmente el
flagelo apelando al expediente de tratar de matar a las langostas con palos
revelaba a la vez la desesperación y la impotencia (años después un genovés
creó un fábrica en el Chaco donde producía, entre otros aceites, el de ricino
para intentar combatirlas). El recuerdo de los colonos de las invasiones de
langostas se asemejaba a los relatos de las plagas bíblicas. Algunos creían

45. G. Álvarez, “Apuntes históricos de Cañada de Gómez”, mimeo.


46. E. Zuccarini. Il lavoro..., pp. 232-233.
47. E. Gallo, La pampa gringa, Buenos Aires, Sudamericana, 1979.
120 Fernando Devoto

recordar siete años sucesivos de invasiones y otros dejaron descripciones


no menos alucinantes: “Cubrían el sol”, apuntaba una, “como un denso
conjunto de nubes y cuando se posaban en los campos éstos parecían cu-
biertos de nieve”.48 Como resultado, los colonos tempranos se encontraban
muchas veces con todo el trabajo perdido y endeudados. Su única salida
era entonces abandonar la colonia cargando todo en una carreta y buscar
un destino mejor en otra parte donde poder empezar de nuevo o, si no,
orientarse a las ciudades, o aun volver al país de origen.
Sin embargo, las cosas comenzaron a mejorar desde fines de la década
(1879 fue un año de muy buena cosecha) y en el decenio siguiente se vi-
viría el verdadero boom de constitución de colonias en la provincia. Entre
1881 y 1890, 183 nuevas colonias se crearían en la provincia santafesina.
Ciertamente el proceso era ya muy distinto del que había imperado en los
primeros tiempos. Ahora se trataba de colonias que han sido llamadas
privadas, algunas, y particulares, otras. En ellas el Estado se limitaba a
vender a un empresario la tierra y éste por sí o a través de un intermediario
las vendía a los colonos. Las restricciones eran muy pocas (en las primeras
había una exención impositiva por tres años a cambio de la prohibición de
arrendar la tierra, cláusula que en general no se cumplía) y el empresario
se limitaba a hacer el fraccionamiento, vender y cobrar en cuotas a los
colonos en un período de entre tres y cinco años. Se fraccionaban a la vez
las parcelas rurales y las urbanas en donde debía instalarse la villa.
No obstante, no todos los empresarios optaban por vender la tierra sino
por arrendarla (lo que será una práctica crecientemente dominante luego
de 1890). En ese caso los colonos establecían un contrato de mediería con
el empresario, que podía ser el propietario o bien un intermediario que
arrendaba y a su vez subarrendaba (muchas veces los comerciantes, por
ejemplo los almaceneros). Éste ponía la tierra, vivienda (en general muy
precaria) e implementos agrícolas, y el colono la fuerza de trabajo suya y del
grupo familiar, la alimentación y el pago de los peones adicionales. Semillas,
trilla y embolsado se compartían y se repartía por mitades el producto de
la cosecha. En otros casos se trataba de un arrendamiento mediante un
pago en dinero y no en especie que daba mayor libertad al colono pero im-
plicaba una inversión de recursos mayor. Este sistema de arrendamiento
terminaría por sustituir al más antiguo, aunque su difusión variaba, como
ha recordado Ezequiel Gallo, según las zonas de la provincia.
Los colonos mismos participaron crecientemente de todo este proceso
en sus diferentes formas. En el retrato que de ellos nos deja Edmondo
De Amicis, en especial de aquellos con los que convivió en la Colonia San
Carlos, se describe que tras los pioneros llegaron otras familias que comen-
zaron trabajando como jornaleros para otros colonos y al año siguiente,
aprovechando los salarios relativamente altos que se pagaban, en especial

48. E. De Amicis, In America, p. 41; carta de N. Partenio, Rosario, 17 de junio de 1878,


en E. Franzina, Merica! Merica!..., p. 103.
La gran transformación 121

en tiempos de la cosecha, se ponían ellos como medieros. Luego de dos o


tres años (si la cosecha había sido buena) compraban equipo agrícola y
animales y un pequeño lote para cultivar ellos mismos. Si las cosas iban
bien adquirían otros pequeños terrenos que pagaban como el primero, en
cuotas, y comenzaban a otorgarlos en mediería a otros llegados más tar-
de.49 En realidad una buena parte de la lógica del mediero (y de una figura
intermedia entre éste y el jornalero que era el peón a la réndita, al que se
le concedía la cosecha de un número pequeño de hectáreas) derivaba de
los relativamente altos salarios, puesto que lo que más faltaba en la pampa
gringa, pese a las continuas oleadas de inmigrantes, eran trabajadores en
tiempos de cosecha. Esa misma razón impulsará la creciente moderni-
zación tecnológica cuyo motivo principal derivaba de la conveniencia de
ahorrar mano de obra. Para el período comprendido entre fines de los 70
y principios de los 80 los salarios podían oscilar (según los observadores)
entre 70-100 y 100-120 liras por mes, aunque las variaciones estacionales
y regionales debían ser muy amplias.50 En especial las diferencias entre el
verano, período de la cosecha, y las otras estaciones parecen haber sido
muy amplias. En una carta de un campesino emigrado a Santa Fe se señala
que esas oscilaciones iban de 2 a 5 liras por la jornada de trabajo.51
Aunque el tema es poco conocido, algunos testimonios señalan la pre-
sencia de intermediarios entre el colono necesitado de fuerza de trabajo y
la oferta potencial existente en Italia. Comerciantes en acuerdo con com-
pañías de navegación anticipaban el precio del pasaje (pagándolo a plazo)
a potenciales inmigrantes peninsulares y los ofrecían mediante avisos en
los almacenes de la pampa gringa. El negocio, típico de lo que en América
del Norte se llamó “el comercio de la inmigración”, rendía grandes bene-
ficios al intermediario pero, desde luego, era funcional a los intereses del
colono y también del futuro peón. Cuán extendido estaba ese sistema es
difícil saberlo.52
Más allá de las transformaciones posteriores del sistema rural, ya en los
años 80 se caracterizaba por ser un proceso plenamente capitalista, en el
sentido de que estaba dominado por una lógica puramente de mercado. Su
éxito, sin embargo, tiene menos que ver con los mecanismos del proceso
que con la nueva situación creada en aquella década. Confluían aquí dis-
tintas circunstancias. Primero, como vimos, había mucha disponibilidad
de familias europeas y en especial italianas del Piamonte y la Lombardía

49. E. De Amicis, op. cit., p. 47.


50. E. Scarzanella, Italiani d’Argentina. Storie di contadini, industriali e missionari italiani
in Argentina (1850-1910), Padua, Marsilio, 1983, p. 86.
51. Carta de Luigi Basso, Santa Fe, 28 de julio de 1878, transcripta en E. Franzina,
Merica! Merica!..., p. 108.
52. G. Carrasco, “Nuevo sistema de inmigración”, El Economista Argentino, 3 de septiem-
bre de 1892 (agradezco a E. Míguez esta referencia).
122 Fernando Devoto

dispuestas a intentar la aventura argentina. Ello era fundamental para


crear una demanda de tierras (y al hacerlo valorizarlas) que los empresa-
rios especuladores buscaban satisfacer mediante la creación de nuevas
colonias a través del negocio de comprar grandes extensiones al Estado y
subdividirlas. Segundo, la red ferroviaria hacía mucho más comerciable la
producción de las colonias y además mejoraba la calidad de vida en ellas
al reducir el aislamiento y conectarlas con los principales centros urbanos
de la provincia (Santa Fe en el norte y Rosario en el sur). En tercer lugar, el
crecimiento de la población residente en la Argentina (vimos ya el aumento
de población de Buenos Aires y a ella se podían agregar otras ciudades
intermedias o pequeñas) aunado al papel de la inmigración europea en esa
ciudad, que hacía que cambiasen los hábitos alimentarios, generaba una
demanda interna creciente para la producción cerealera. Más influyentes
aún, puesto que se trataba de una economía orientada plenamente hacia la
exportación, fueron los cambios en los transportes marítimos que abarataron
considerablemente los fletes y permitieron colocar la producción argentina
en el mercado europeo. Finalmente, buena parte del secreto se encontraba
en la capacidad de trabajo de los colonos y sus familias (y aquí tenían más
ventajas aquellas que disponían de más brazos en edad laboral) y en su
enorme capacidad de comprimir los consumos que tanto había asombrado
a los observadores contemporáneos. Compresión que podía percibirse, por
ejemplo, en las viviendas de los colonos italianos, siempre más modestas
que las de los de otros grupos extranjeros, más allá de la mayor o menor
riqueza de éstos. El mismo Luigi Einaudi había destacado que el secreto de
su éxito con relación a otros grupos de extranjeros era el bajo nivel de vida
de los italianos más que la productividad, que era semejante a la de otros
colonos. El economista reproduce un cuadro, sin precisar sin embargo de
dónde ha extraído los datos ni a qué período se refieren, en el que señala
que de todos los rubros de gastos del colono, los italianos hacían una di-
ferencia con los de otras nacionalidades gastando menos en alimentación
(2,50 contra 6 pesos por año).53 Sin embargo, es bueno recordar aquí los
matices y las diferencias según el momento o el lugar y aun el observador.
Angelo Scalabrini, por ejemplo, consideraba, a partir de un estudio de los
pobladores de la colonia de Caseros en Entre Ríos, que éstos ganaban lo
suficiente como para tener un buen nivel de vida y si no lo hacían era por
una mentalidad fuertemente orientada hacia el ahorro.54
La nueva situación del mercado había sido ideal para hacer crecer
el número de colonos del grupo migratorio más numeroso, que eran los
italianos del norte. Las cifras del censo provincial de 1887 estudiadas por
Gallo exhiben que en el núcleo de la región cerealera (los departamentos
de Las Colonias y de Castellanos) había muchos más pobladores italianos
que argentinos. Los italianos, por lo demás, superaban a los nativos en 34

53. L. Einaudi, Un principe mercante, Turín, Fratelli Bocca, 1900, p. 42.


54. Citado por E. Scarzanella, Italiani d’Argentina…, p. 79.
La gran transformación 123

de los 106 distritos en los que estaba dividida la provincia y eran mayorita-
rios por sobre los otros grupos extranjeros en 91 de los 106. Esa situación
había cambiado el panorama inicial de distribución de los italianos en la
provincia. Si inicialmente en la fase genovesa, como vimos, los italianos
estaban sobre todo en las áreas urbanas (y ello se percibía todavía en el
censo de 1869), ahora, en el nuevo ciclo lombardo-piamontés, la mayoría se
concentraba en las zonas rurales aunque la población italiana, en especial
en Rosario, continuó creciendo rápidamente.
La vida en las zonas rurales, por otra parte, mejoró. En las colonias más
grandes existían ya hacia el fin del período considerado muchas institu-
ciones. Por ejemplo en Esperanza en 1888, según el relevamiento de un
campesino véneto llegado a ella, había municipio, correo, telégrafo, banco
nacional, iglesia, médico, farmacia, fábrica de cerveza y licores, molinos
a vapor, fundición y muchos otros negocios.55 También empezaron a apa-
recer en las colonias las sociedades de socorros mutuos, creadas por los
italianos. Hacia 1890 había ya una docena en la provincia de Santa Fe,
seis en la de Entre Ríos y tres en la de Córdoba.
El proceso de colonización no se limitó solamente a la provincia de Santa
Fe; también en las de Entre Ríos y Córdoba fue relevante. En Entre Ríos el
proceso había comenzado paralelamente al de Santa Fe con la fundación
de las colonias de San José en 1857, en tierras del presidente Urquiza, en
el sudeste de la provincia, y la de Villa Urquiza (algunos kilómetros al norte
de Paraná) en 1858, recuperando los restos de la colonia agrícola-militar de
Las Conchas. Si la primera fue poblada inicialmente por suizos, franceses,
alemanes y vascos, la segunda reunía un contingente muy mayoritario
suizo y otro minoritario de Saboya. Es decir que también aquí, como en
los primeros tiempos en Santa Fe, los italianos aparecían excluidos. Sin
embargo, sobre todo la más próspera, San José, muestra que ya a media-
dos de la década de 1870 los italianos (piamonteses) constituían 25% de
los colonos instalados en ella. En esa misma década ya aparecen como
el grupo ampliamente preponderante en algunas de la nuevas colonias
fundadas en 1875 como Caseros (creada por la viuda de Urquiza y en la
que los italianos eran el 60% de la población inicial) y Libertad (estableci-
da por el gobierno nacional del presidente Avellaneda, donde los vénetos
eran mayoritarios).56 La presencia italiana allí se vincula a la actuación
como agente de inmigración reclutador de colonos de aquel Paolo Stampa
sancionado por el gobierno italiano, antiguo combatiente republicano que
había sido cónsul argentino en Milán entre 1865 y 1873 y que luego, en
1879, sería designado inspector general de colonias por Avellaneda.57

55. Carta de Girolamo Bonesso, Esperanza, 29 de enero de 1888, en E. Franzina, Merica!


Merica!…, p. 142.
56. L. Petich, “La Repubblica Argentina nel 1876”, Bollettino Consolare, vol. xii, parte 1
(1876), p. 691.
57. C. Varini, “Paolo Stampa en la colonización del oriente entrerriano”, mimeo.
124 Fernando Devoto

En conjunto, el proceso en Entre Ríos tiene, sin embargo, bastante menos


fuerza que en Santa Fe, y también la participación de los italianos. Lamen-
tablemente no poseemos buenos estudios sobre ese proceso en la provincia
en este período y ello nos obliga a desplazarnos a los datos que provee el
censo de 1895. Éstos muestran que el número de hectáreas sembradas es
algo más de la mitad de aquellas de la provincia vecina y que si para 1895
los italianos representaban el 38% de todos los propietarios en la provincia
de Santa Fe, eran sólo el 16% en la provincia de Entre Ríos. Asimismo, si
en la primera los italianos son un grupo más numeroso que todos los otros
grupos extranjeros reunidos, no ocurre lo mismo en la segunda.
En la provincia de Córdoba el proceso fue más tardío. Las primeras colo-
nias se fundaron en la década de 1870 y siguieron diferentes modelos, según
ocurrió también en Santa Fe. Por ejemplo la colonia de Tortugas fue creada
en 1872 por la Compañía de Tierras del Ferrocarril Central Argentino, en la
línea en la que estaban instaladas Cañada de Gómez y Carcarañá. Otras dos
fueron fundadas a partir de la ley de colonias sancionada por la provincia en
1871. La de Sampacho fue establecida por el gobierno provincial en 1875,
pero luego el gobierno nacional tuvo que hacerse cargo de ella y de la ya
mencionada Caroya creada en 1876 que siguió un itinerario semejante a
la anterior (primero provincial y luego rescatada por el gobierno nacional).
Aunque no estuvieron pobladas exclusivamente por italianos, éstos fueron
largamente dominantes en las tres, en especial en la última.
La vida de estas colonias no fue tampoco sencilla por diferentes motivos.
Las langostas que hicieron enormes destrozos y la inseguridad operaron
en el caso de Tortugas, en la de Sampacho influyeron los problemas de su
ubicación (a unos 50 kilómetros de Río Cuarto en el sudoeste de la provin-
cia) y en Caroya intervinieron las disfunciones organizativas iniciales del
gobierno provincial, la ausencia de riego y algunos conflictos entre criollos
pastores y extranjeros agricultores.58 Los resultados fueron sin embargo
diferentes, lo que obliga a recordar que tanto el éxito como el fracaso del
proceso colonizador deben ser matizados regionalmente y aun localmente.
Por ejemplo, la colonia de Tortugas estuvo varias veces a punto de ser aban-
donada y a mediados de la década de 1880 tenía menos habitantes y sobre
todo mucho menos terreno (por haberlo vendido a otros empresarios que
fundaron sobre los terrenos originarios otras colonias) que en el momento
de su fundación. Sin embargo, con dificultades, sobrevivió.
El itinerario de Sampacho fue diferente. Era una colonia poblada sobre
todo por friulanos y trentinos; estos últimos de ciudadanía austríaca y
muchos probablemente también con esa identidad, ya que crearían luego
una sociedad “austro-argentina” y no se integrarían en la italiana (Italia,
Trento e Trieste). A pesar de las dificultades iniciales que obligaron al Es-
tado nacional a intervenir para salvar una colonia que estaba sobre una

58. A. Arcondo, op. cit., p. 49.


La gran transformación 125

línea férrea considerada estratégica, luego aquélla progresó ayudada por


un cambio de asentamiento, por el ferrocarril y por la especialización en la
cultura del maíz. A diferencia de Tortugas, en 1887 había aumentado su
población y la cantidad de hectáreas cultivadas. Sin embargo, la perspectiva
de la colonia no debe necesariamente confundirse con la de los colonos.
Según Antonio Franceschini, veinte años después permanecían allí sólo
cuatro familias de los primeros colonos.59
Un proceso semejante de expansión poblacional y territorial se observa
en la Colonia Caroya al confrontar los datos de 1879 con los de 1887, gra-
cias a una especialización mixta en hortalizas y viticultura. Un elemento
diferenciador en este último caso y en otros de colonias gubernamentales
es que las tierras eran entregadas gratis a los colonos junto con instru-
mentos, semillas, caballos y bueyes que comenzaban a pagarse luego de
tres años. Es evidente que ello aliviaba las dificultades de los colonos en
el momento crítico, que eran los primeros años. Aunque en el caso de
Tortugas las condiciones de la cesión a colonos fueron en comparación
con otras colonias privadas bastante favorables (10% al contado, 15% en
el segundo año y el resto a tres años por cada lote de 34 hectáreas), no lo
eran comparadas con las públicas.
Al igual que en Santa Fe, aunque con menor fuerza, los años 80 traje-
ron en Córdoba una significativa expansión del número de colonias que
para 1887 eran ya treinta y una. También, como en la provincia vecina, se
pasó a la forma de colonización privada, vistas las dificultades del erario
provincial. Éstas le impedían hacer más inversiones en colonias y además
obligaban a vender tierras públicas para salvar los desbalances fiscales.
La ausencia de capitales en la provincia hizo que muchas de ellas se ven-
diesen a residentes en la provincia de Buenos Aires y de Santa Fe. Así, en
este último caso, el proceso adquiría paulatinamente el carácter de una
expansión hacia el oeste de la colonización santafesina. Además, por ser el
proceso más tardío que en la provincia vecina, la preponderancia italiana
entre los colonos era mucho más marcada. En realidad también una parte
de los nuevos colonos procedía no ya de Europa sino de asentamientos
más antiguos en Santa Fe.
Lo que la fase rural que aquí presentamos nos recuerda es algo que ya
vimos en el capítulo precedente: en la mayor o menor fortuna de los italia-
nos en la Argentina (y en los años 80 fue bastante mayor que menor), poco
tuvieron que ver el Estado italiano e incluso los capitales italianos, y sólo
relativamente los Estados nacional y provincial argentinos. Fue un proceso
exitoso porque los inmigrantes mismos construyeron, no sin esfuerzo, con
su trabajo y el de sus familias, una civilización agrícola en el desierto.

59. A. Franceschini, op. cit., p. 407.


126 Fernando Devoto

Los italianos en las ciudades

En los veinte años que analiza este capítulo también la vida urbana
se transformó y el papel de los italianos en ella fue, como señalamos al
principio, omnipresente. Si los años 70 fueron de dificultades financieras
que repercutieron directamente sobre el nivel de la actividad económica, la
década del 80 signaría una transformación sin precedentes en la historia
argentina. Si bien en la imagen convencional esa expansión está ligada al
boom agropecuario, no es menos cierto que éste posibilitó una no menor ex-
pansión de las actividades urbanas. Esa situación excepcional daba muchas
posibilidades para el capital y el trabajo extranjero. Italia no tenía suficiente
del primero como para exportar pero sí abundancia del segundo.
En las ciudades había, en primer lugar, mucha obra pública. Un Estado
con numerosos recursos derivados de la expansión del sector externo de la
economía y con tendencia a gastar abundantemente en las presidencias de
Roca, y más aún en la de Juárez Celman, generaba mucho empleo directo o
indirecto a través de la construcción de la infraestructura urbana. Además,
ese mismo Estado generaba oportunidades más estables en su interior a
través del crecimiento del empleo público, en el que había inmigrantes
y, más aún, hijos de ellos. Baste recordar que el número de funcionarios
estatales pasaría de trece mil en 1877 a treinta y tres mil en 1890.60
En segundo lugar, en la construcción de la infraestructura también
debían tomarse en cuenta las iniciativas llevadas adelante por empresas
privadas en las zonas del interior. La construcción de los ferrocarriles era
un buen ejemplo de demanda de mano de obra y el trabajo italiano tuvo
allí un papel muy destacado, al igual que en Estados Unidos o Canadá.
Un viajero inglés que visitó el país en la segunda mitad de la década de
1870 observó ya entonces el amplio predominio de los italianos en esa
tarea, quienes trabajaban en cuadrillas de diecisiete personas dirigidas
por un connacional, es decir, un esquema semejante al bien conocido en
Norteamérica. El mismo observador señalaba algo que ya comentamos
para el mundo rural y es que los italianos eran duros trabajadores y muy
económicos, resistían todas las fatigas trabajando al sol con muy poca pro-
tección en sus cabezas desde el alba hasta el anochecer. Frugales, comían
velozmente un almuerzo (sopa o puchero) y bebían reiteradamente agua.
Con esa frugalidad y viviendo en tiendas eran capaces de ahorrar, según
el viajero, más de la mitad de la paga diaria.61
También había enormes oportunidades en el sector privado de las ciuda-
des, que iban desde la industria de la construcción de viviendas, en la que
los italianos eran muy dominantes, hasta la industria, el artesanado y el
gran y el pequeño comercio. Un país en el que la población crecía acelera-

60. O. Oszlak, La formación del Estado argentino, Buenos Aires, De Belgrano, 1982.
61. E. Clark, A Visit to South America, Londres, Dean and Sons, 1878, pp. 128-129.
La gran transformación 127

damente necesitaba abastecerse de muchas cosas, desde alimentos hasta


zapatos, desde muebles hasta vestimenta y servicios de todo tipo, desde
barberos hasta médicos. Todo ello daba muchísimas opciones a los recién
llegados. Uno de los problemas para estudiar todo ese enorme movimiento
urbano es que no disponemos de fuentes censales para todo el período.
La excepción es el censo de la ciudad de Buenos Aires de 1887, en el cual
colaboró en modo activo un italiano que sería luego una figura de primer
plano de la industria peninsular: Ferdinando Maria Perrone.
Por otra parte, puede emplearse un resumen de los datos suministra-
dos por la Memoria de la Administración General de las Contribuciones
Directas para la ciudad de Buenos Aires en 1882, es decir antes de la gran
expansión, que permite observar que de los 133 médicos que tributaban,
19 eran italianos; de las 105 farmacias, 40 eran de italianos. Muestra
también que en algunos rubros ligados a la alimentación los italianos eran
ampliamente mayoritarios: 126 de las 198 panaderías eran de peninsu-
lares y 528 de los 688 locales de los mercados. Igualmente dominantes
eran los italianos entre los empresarios de la construcción (24 de 36), los
fabricantes de muebles (100 de 146) y entre los zapateros (281 de 414). El
balance era que de los 10.467 negocios descriptos en la memoria, 5.742
eran de italianos que pagaban tasas de patente por 154.459 pesos fuer-
tes de un total de 424.281.62 Dato éste que sugiere a la vez el predominio
numérico de los italianos en el conjunto y en especial en los comercios y
talleres más pequeños.
Ciertamente esas cifras sólo remiten a aquellos que pagaban sus tasas,
y por ende no pueden ser consideradas plenamente representativas, pero
brindan una idea general de la situación. Sin embargo, son confirmadas
tanto por los cuadros publicados como por los inéditos del censo de la
ciudad de Buenos Aires de 1887, que son una fuente más segura para
ayudar a percibir la presencia italiana entre las llamadas “profesiones” y
en el “comercio e industria”. La imagen no es de todos modos discordante
con la que provee la fuente precedente. En 1887 había en la ciudad de
Buenos Aires 47 médicos italianos (sobre 267 totales), 12 ingenieros (sobre
46), 5 arquitectos (sobre 9), 6 maestros mayores de obras (sobre 10), 2
veterinarios (sobre 4) y 2 profesores de música (sobre 2).63
En el sector comercial e industrial los italianos era poco más de 50% de
las personas censadas que desempeñaban esas actividades. Sin embargo, en
algunas ocupaciones eran mucho más ampliamente predominantes, lo que
debe relacionarse con los mecanismos de cadena migratoria que permitían
a determinados grupos controlar distintas actividades específicas. Algunas,
a diferencia de las profesiones antes enumeradas, eran por lo demás típicas
de los italianos en otras partes del mundo. Así, por ejemplo, eran 15 de los

62. La Patria degli Italiani, 5 y 7 de octubre de 1883.


63. Archivio Storico Ansaldo (Génova), Fondo Ferdinando Perrone, b. 8, f. 1.
128 Fernando Devoto

19 lustrabotas existentes en la ciudad o 301 de los 433 barberos y pelu-


queros, o 45 de 57 marmoleros o los 4 de 4 fabricantes de acordeones. Por
supuesto eran omnipresentes en el sector de carnicería, frutas y verduras
(740 de 953) por las razones históricas que antes expusimos. Otros rubros
en los que los italianos dominaban era entre los herreros, los carboneros
(322 de 394), los carpinteros (396 de 580), los pintores y empapeladores
(43 de 65), los panaderos y factureros (148 de 256), los fabricantes de li-
cores (41 de 61), los de comestibles y licores (1.504 de 2.186), los queseros
y mantequeros (25 de 29), los fideeros (66 de 68), los colchoneros (72 de
101), los joyeros (32 de 38), los dueños o gestores de bodegones (48 de 67)
y los cambistas (46 de 85). Poco representados estaban entre los comer-
ciantes de importación (71 de 403) y menos aún entre los de importación y
exportación (4 de 44), entre los consignatarios y comisionistas (41 de 324)
o los despachantes de aduana (4 de 47). Tampoco eran relevantes entre los
hoteleros (4 de 27), donde predominaban los franceses, o en las confiterías
(22 de 129), donde predominaban los españoles.
En conjunto, los italianos eran relevantes en Buenos Aires tanto en el
comercio como en la llamada “industria”. En esta última categoría están
mezclados desde una miríada de pequeños talleres a los que hoy no daríamos
ese nombre hasta los primeros establecimientos verdaderamente industriales.
En los datos publicados, que difieren parcialmente de las planillas base, los
italianos constituían 39% (13.294) de todas las personas dedicadas, como
propietarios o como empleados o dependientes, a la actividad comercial en la
ciudad. Un porcentaje, como se ve, superior a la proporción de los italianos
sobre la población, aunque no a la de los hombres adultos.
La gran mayoría eran pequeños comerciantes, almaceneros y pulperos.
En cambio, en el rubro del comercio de importación y exportación, donde
estaban incluidos los negocios verdaderamente importantes, el papel ita-
liano era más modesto: 16% del total. Esa mayor debilidad se daba entre
los exportadores más que entre los importadores,64 lo que debe ponerse
claramente en relación con el papel que desempeñaban en él las grandes
compañías europeas, por sí o a través de sus comisionistas. En cambio, la
presencia de compañías peninsulares y en general del capital italiano en el
Plata era muy limitada o inexistente. Y aquí es inevitable recordar que no
sólo no existía mucho capital disponible en la península para inversiones
considerables en el exterior (finalmente las empresas y los empresarios ita-
lianos estaban en la Argentina fuera de casi todas las grandes inversiones,
para comenzar por los ferrocarriles) sino tampoco compañías cuyo giro de
negocios pudiese compararse a la de otras naciones europeas. Cuando los
italianos crearon en 1872 el Banco de Italia y Río de la Plata no fue una
filial de una entidad italiana sino una incorporación de dos de ellas, en
carácter de socios minoritarios. La mayoría de las acciones las tenían los

64. Censo Municipal de la ciudad de Buenos Aires, 1887, Buenos Aires, Cía. Sudamericana
de Billetes de Banco, 1889, t. ii.
La gran transformación 129

capitales de los genoveses de Buenos Aires. No es sorprendente si se piensa


en la potencia económica de algunos inmigrantes y en la relativa debilidad
del sistema bancario de la misma península en la que un papel relevante
lo tenían los capitales alemanes.
También es bueno observar que las mayores fortunas hechas por los
italianos en la Argentina, comenzando por Giacinto Caprile y Antonio De-
marchi y siguiendo por ejemplo por Antonio Devoto (que llegado en 1854
proveniente de Lavagna había empezado como dependiente de éste), Giuseppe
Piaggio o Bartolomeo Viale, se hicieron inicialmente en el comercio y en la
navegación, no en otras actividades. Ese grupo de importadores exitosos
sería, por otra parte, el que crearía el Banco de Italia y Río de la Plata.
Había por supuesto diferencias en el itinerario de éstos. Mientras Piaggio
procedía de una importante familia genovesa con intereses en el comercio
y la navegación, Devoto construiría su fortuna en la Argentina.
En el sector denominado industrial la presencia italiana era aun mu-
cho más dominante en 1887. Los italianos representaban 53% (22.400)
de todos los que se dedicaban a esa actividad en Buenos Aires, como
patrones o como trabajadores (58% de los primeros y 52% de los segun-
dos). Nuevamente como en el sector comercial, las industrias o talleres
en manos de los italianos, mirados globalmente, parecen haber sido algo
más pequeños que los de otros grupos. Mientras en el caso de los italia-
nos la relación era de 4,3 trabajadores por patrón, en el conjunto era de
5,7. Aunque no tenemos datos sobre capital y fuerza motriz instalada,
lo que nos daría una imagen más segura, el dato disponible es bastante
congruente con la imagen que nos proveen otras fuentes cualitativas. En
cualquier caso, se trata de un dato muy grueso y que oculta que, más allá
de los promedios, los italianos estaban presentes tanto en las empresas
más grandes como en las pequeñas.
Los sectores donde los italianos eran dominantes eran la construcción,
la alimentación y la metalurgia. En el sector alimentario contaban con mu-
chas ventajas; una de ellas era su antiguo dominio de almacenes, fondas
y pulperías desde la época de Rosas y luego de confiterías (por ejemplo,
la del Águila), restaurantes y en algunos casos hoteles. Como vimos, en
1883 eran también largamente mayoritarios entre los panaderos, y lo se-
rían entre los propietarios de molinos harineros. Si a ello le sumamos la
importancia de los italianos entre la población urbana cuyas pautas de
consumo debían ser satisfechas (y no siempre podía hacerse desde Euro-
pa, por los costos, en especial desde el momento en que hubo en el país
trigo abundante y a buen precio o por tratarse de rubros perecederos),
son claras sus ventajas en este sector. La presencia de peninsulares en los
distintos eslabones del proceso productivo y la relación con los hábitos de
un mercado de consumidores italianos instalados en la Argentina explica
la presencia perdurable en algunos rubros como el de fábricas de pastas
(Oneto) o de bizcochos (Canale).
En la construcción su importancia era igualmente significativa, sea
en el diseño, sea en la dirección de las obras, o en los trabajadores. Esa
130 Fernando Devoto

especialización no era específica de los italianos en la Argentina, también


en Francia aparecen muy tempranamente en el sector de la construcción
privada. En la Argentina, ayudados por contratos de obras públicas, tuvie-
ron también un rol decisivo en la edificación estatal. En la metalurgia, la
importancia de los italianos se colocaba en relación con su preponderancia
entre los herreros y en las fundiciones.
Las vías a través de las cuales los peninsulares tuvieron éxito en el
naciente sector industrial argentino fueron múltiples. Algunos empezaron
ejerciendo un oficio en pequeños talleres y a partir de allí lograron prosperar.
Ello ocurrió, sobre todo, en el sector metalúrgico. Son emblemáticos los
casos del piamontés Silvestre Zamboni, herrero que llegó a la Argentina en
1856, comenzó trabajando en talleres de otros, luego puso el propio y más
tarde devino pequeño industrial metalúrgico, y el de Antonio Rezzonico,
originario de Como, que llegó en 1869 con trece años e hizo todo tipo de
trabajos desde la posición de aprendiz hasta instalar una pequeña fábrica
que producía el tan requerido alambre de púas. También el del lombardo
Pietro Vasena, que llegó igualmente a los trece años, se especializó como
“fabbro-ferraio” y logró montar su pequeña fábrica aprovechando la concesión
de obras públicas, como la estructura de hierro del mercado de abasto.65
También en otros sectores como la construcción se conocen itinerarios de
aprendiz de albañilería a arquitecto (Giuseppe Bernasconi) o de matarife
a propietario de un saladero (Giovanni Berisso).66 En general ese periplo
parece estar ligado en la mayoría de los casos a un ascenso dentro del
mismo rubro donde se había comenzado, aunque hubo excepciones, como
el caso del bodeguero Antonio Tomba.
Una vía diferente fue la de los nuevos industriales que arribaron de
Italia con un capital e incluso con experiencia comercial o industrial en
el mismo sector que iban a intentar en la Argentina. Era el caso del lom-
bardo Enrico dell’Acqua, el célebre “príncipe mercante” de Luigi Einaudi.
Empresario textil en su lugar natal, decidió transferirse a la Argentina,
donde montó una red comercial para exportar su producción. Luego del
90 instalaría también en la Argentina una fábrica de tejidos. Es el mismo
periplo del piamontés Pietro Griffero, que tenía una pequeña destiladora
en Alessandria y emigró a la Argentina donde se convirtió en importador
de licores antes de fundar una fábrica en Villa Elisa para destilar maíz.67
Semejante, aunque con algunas diferencias, era el caso de Gaetano Della-
chà, propietario de una fábrica de fósforos en Moncalieri que se transferirá
a la Argentina donde iniciará otra, para luego cambiar de rubro y fundar
una fábrica de sombreros que por muchos años controlará ese mercado
en el país sudamericano.

65. L. Einaudi, op. cit., pp. 59-61.


66. J.C. Berisso (h.), Los Berisso en la Argentina, Buenos Aires, Gaglianone, 1987.
67. Idem, pp. 66-67.
La gran transformación 131

La tercera vía era la de los capitales acumulados en el sector comercial


de importación que se volcaban a la actividad industrial. Es el caso de los
comerciantes ligados al Banco de Italia, con Antonio Devoto a la cabeza,
que en 1887 crearán la Compañía General de Fósforos, pero también el de
Achille Maveroff que entre sus múltiples negocios incluyó una fundición
de  plomo que pudo beneficiarse de un gran contrato público en la ciu-
dad de Buenos Aires.68 No faltó tampoco el itinerario inverso, como ocurrió
con Geronimo Rocca, que de propietario de saladero se expandió luego al
comercio de importación. Esa diversificación de intereses, que incluía tam-
bién la gran propiedad rural, no es desde luego sorprendente ni específica
del caso argentino. Es una característica de las burguesías europeas del
siglo xix y, entre ellas, en lugar relevante, de la italiana.
La imagen que hemos presentado no debe llamar a engaños; si algunos
tuvieron éxito en las aventuras comerciales e industriales, otros fracasaron.
La imagen límpida y optimista trazada por Einaudi debe ser muy matizada.
Por poner un solo ejemplo, la primera fábrica textil argentina fue la Sociedad
Industrial del Río de la Plata, de Francesco Carulla, que pese a la relativa
modernidad de su planta no pudo sobrevivir a la competencia extranjera.69
Su caso es quizá uno de los más interesantes por su espíritu empresarial
y por su carácter visionario. Mientras era un exitoso propietario de una
fundición pensó que era imprescindible para la Argentina el desarrollo de
una industria textil que elaborase la lana que se producía en el país. Así
comenzó a argumentarlo desde los Anales de la Sociedad Rural en 1867,
aunque recién lograría reunir los capitales (además de los suyos de la
fundición) para que la empresa pudiese comenzar a funcionar en 1873,
para quebrar en 1882.70 Tampoco era sencilla la actividad en otros sectores
pues la competencia interna y la externa era demasiado difícil y había que
retornar o cambiar de actividad. Lo muestra el caso de Dellachà, pese a
que era una persona con capital inicial y con conocimiento del negocio. Uno
de los problemas para el historiador económico es que siempre se tienen
mayores noticias de los grupos exitosos y perdurables que de los otros.
Finalmente, si había muchos italianos entre los empresarios, había
muchos más entre los trabajadores (como vimos en los datos de 1887),
cuyas condiciones de trabajo no eran fáciles, dada la ausencia de todo tipo
de legislación laboral. El predominio de los pequeños talleres, con poco
número de trabajadores, aunado al común origen de patrones y operarios
(italianos, o más a menudo de la misma región, de la misma área y aun de
la misma familia) e incluso, a veces, la pertenencia a las mismas asociacio-
nes mutuales, no hacía necesariamente más sencillas las cosas. Las pocas
informaciones cualitativas de que disponemos sugieren que los salarios

68. E. Zuccarini, Il lavoro..., p. 302.


69. A. Dorfman, op. cit., pp. 79-80.
70. J.C. Chiaramonte, Nacionalismo y liberalismo económicos en Argentina (1860-1880),
Buenos Aires, Solar-Hachette, 1971, pp. 73-75 y 240-241.
132 Fernando Devoto

fueron en la mayor parte del período altos (y desde luego más altos que los
existentes en Italia); sin embargo, la posibilidad de ahorro estaba ligada,
como en el campo, al trabajo duro y a la limitación de los consumos, y el
ascenso social casi siempre a independizarse e intentar la aventura por
cuenta propia. Para los otros, los más, las vías del ascenso eran mucho
más lentas, pero en épocas de prosperidad, como los años 80, posibles.
Los periódicos italianos nos informan, a veces, de conflictos que involucra-
ban a trabajadores de esa nacionalidad. En general referían a trabajadores
adventicios más que al mundo de los pequeños talleres. Debe recordarse
que existía una gran masa de ellos que solían alternar distintos tipos de
tareas en áreas urbanas con otras en áreas rurales en tiempos de la cose-
cha. Sin embargo, otros conflictos afectaban también, en ocasiones, a los
trabajadores de los talleres y las fábricas de cierta dimensión. Por ejemplo,
en 1888 una primera gran ola de huelgas paralizó numerosos sectores de
la industria argentina, incluyendo la industria metalúrgica, tan dominada
por los italianos.71 De este modo, muchos empresarios peninsulares de
ese y de otros sectores fueron afectados. Dos de ellos, Giovanni Berisso
(por entonces propietario de una metalurgia naval) y Gaetano Dellachà
(industrial textil), reaccionaron ante la coyuntura creando una sociedad de
socorros mutuos. Era un modo a la vez de atenuar las causas del malestar
y de apelar a la solidaridad étnica como forma de amortiguar el conflicto.72
Por otra parte en esos años 80 surgen grupos anarquistas y socialistas
que tendrán un papel en la movilización de los obreros. Algunos de ellos
comenzaron a editar periódicos en italiano en los que denunciaban a las
elites económicas y a las prensas comunitarias.73

La vida de la comunidad

Habíamos dejado los avatares de la vida comunitaria de los peninsulares


en la Argentina en el momento en que ésta se encontraba profundamente
dividida entre republicanos y monárquicos, división que afectaba a los grupos
dirigentes, a las asociaciones, al periodismo en lengua italiana e incluso a
la simbología patriótica. La década de 1870 traerá cambios en esa situación
y se logrará una mayor concordia en el seno del grupo dirigente, al menos
en los niveles más altos, que se reflejará en las nuevas instituciones que
se crearán en esos años, aunque no tanto en las antiguas.

71. J.C. Chiaramonte, op. cit., p. 260.


72. R. Gandolfo, “Las sociedades italianas de socorros mutuos de Buenos Aires: cues-
tiones de clase y de etnia dentro de una comunidad de inmigrantes (1880-1920)”, en
F. Devoto y E. Míguez (eds.), Asociacionismo, trabajo e identidad étnica, Buenos Aires,
cemla-cser-iehs, 1992, p. 318.

73. xx Settembre, 1889 (publicación “comunista anarquica”), e Il Socialista, 1887 (“organo


dei lavoratori”).
La gran transformación 133

Las razones que orientaron hacia esa entente entre los grupos diri-
gentes que se proyectó, al menos parcialmente, sobre los italianos que se
encontraban articulados con ellos son varias. La primera es el cambio en
la situación política en la península con la definitiva unidad de Italia. La
toma de Roma por las tropas monárquicas, en septiembre de 1870, será
un acontecimiento de impacto profundo y perdurable sobre la vida de los
italianos en el Río de la Plata. Quizá baste con señalar que la fecha conme-
morativa de la “brecha de Porta Pia” (el lugar por donde se rompieron las
defensas pontificias), xx de septiembre, se convertiría en poco tiempo en
la fiesta más importante que celebrarán los peninsulares en la Argentina.
Aunque como el apelativo con que era recordada (“la pasqua degli italiani”)
era una celebración nacionalista y anticlerical, también conmemoraba una
victoria de la monarquía sabauda.
Inicialmente la toma de Roma generó desconcierto entre los sectores
republicanos de estricta observancia. Basilio Cittadini sugirió desde las
páginas de La Nazione Italiana que los romanos habrían hecho bien en ce-
rrar las puertas de la ciudad a las tropas saboyanas. Sin embargo, como lo
mostraban los intentos de acercamiento de la década precedente, existía un
significativo componente republicano orientado hacia posiciones más con-
ciliadoras. Un nuevo momento para ello fue un gran banquete en diciembre
de 1870 para conmemorar la anexión de Roma, en el cual participaron las
principales asociaciones de la colonia, incluidas la Nazionale Italiana y Unione
e Benevolenza junto con destacadas figuras locales y con las autoridades
diplomáticas italianas. Este tipo de iniciativas conjuntas también habían
tenido lugar en la década anterior, sólo que ahora perdurarían. En la fiesta,
los vivas al rey se confundieron con los vivas a Garibaldi, figura que más
que cualquier otra representaba la reconciliación de los republicanos y los
monárquicos. Los vítores a Mazzini, símbolo de la intransigencia, estarán en
cambio ausentes, tal vez porque, como el encargado de negocios observara
en un informe diplomático, él estaba presente. Los republicanos irreduc-
tibles quedaron así en la ocasión y por primera vez en franca minoría. Un
paseo por los alrededores de la ciudad organizado por la Sociedad Reduci
delle Patrie Battaglie (entidad que había nacido en 1860 y que agrupaba a
antiguos combatientes republicanos) y promovida por La Nazione Italiana
y su redactor jefe, Cittadini, reunió escasísimos adherentes, según informa
–no desinteresadamente– el encargado de negocios peninsular.74
En realidad, lo que la nueva situación quitaba a los republicanos era un
mito movilizador, la unidad inconclusa de Italia. Lograda ésta por el bando
contrario, el programa republicano era uno más entre aquellos operantes
en Italia. Debía confrontarse en el presente con sus propuestas políticas,
sociales y económicas. Aquí, sin embargo, era nuevamente evidente la

74. asmae, Serie Politica, Rapporti in arrivo Argentina (1867-1873), b. 1248, Rapp. 108,
14 de diciembre de 1870.
134 Fernando Devoto

debilidad de los republicanos. El programa mazziniano, desprovisto de


su lado nacional-patriótico, no podía ser desde luego el de la burguesía
italiana ni en la península ni en la Argentina. Su ideal, comunitario, soli-
darista, tan cercano al contexto de los utopistas de la primera mitad del
siglo xix, con su aspiración a un mundo de pequeños productores, ¿podía
en cambio expresar a las nuevas clases populares, a aquellos obreros en
crecimiento? Nuevamente aquí 1870 significó un punto de inflexión para
Mazzini y sus seguidores. La Comuna de París, que si bien vista en pers-
pectiva cierra más que abre un ciclo en la historia social europea, sería por
mucho tiempo un mito movilizador en los nacientes movimientos obreros
europeos y americanos. En muchos planos esa Comuna, tan criticada por
Mazzini, crearía un abismo entre él y su movimiento y las nuevas fuerzas
internacionalistas, cuya primera sección se instalaría en Buenos Aires en
1872. Aunque las diferencias entre internacionalistas y republicanos serían
mayores en Italia que en la Argentina, donde todavía harían un trecho en
común y donde una fidelidad al republicanismo mazziniano perduraría en
los ambientes populares urbanos italianos, las fricciones y las disputas
políticas entre aquellos sectores no dejarían de tener su peso en la Argenti-
na en unos años.75 En cualquier caso, en el futuro de las clases populares
peninsulares en la Argentina estarán el socialismo y el anarquismo, no el
republicanismo.
Desde el otro lado del río, las imágenes tan amenazadoras del orden
social que parecían emerger de la misma Comuna y de otros episodios
ocurridos en la Argentina que se asociaron a ella ¿no llamaban desde el
temor que generaban las burguesías y los sectores medios ante esa peligro-
sa “cuestión social” que emergía en el horizonte? Por mucho que Mazzini
la hubiese condenado, ¿no ponía todo ello una hipoteca a la colaboración
entre esos sectores medios y los sectores bajos, que era uno de los pernos
de la construcción republicana? Como escribía un editorial de L’Operaio
Italiano, el periódico estaba a favor del mejoramiento de la situación de las
clases obreras pero advertía que las “convulsioni” sólo podían deteriorarlo
y que amaba la libertad pero no separada del orden.76
Ciertamente un rol fundamental en todo ello lo tuvieron los incidentes
que ocurrieron en Buenos Aires en 1874 cuando un grupo de manifestantes
(alrededor de tres mil personas) que había partido de la Boca atacó el Arzo-
bispado y otras iglesias y conventos produciendo daños antes de incendiar
el Colegio del Salvador. Aunque no eran todos italianos, éstos tuvieron un
rol protagónico. Como admitía el encargado de negocios italiano: “I nostri
compatrioti si distinsero per il numero e per la ferocia impiegata” y “Non pochi

75. En 1889 una publicación de los anarquistas italianos de Buenos Aires señalaba que
“il mazzinianesimo che va spengendosi, non sarebbe altro che il clericalismo sotto nuova
veste, sotto quella rosa”, xx Settembre, septiembre de 1889.
76. L’Operaio Italiano, “Ai nostri lettori”, 9 de agosto de 1876.
La gran transformación 135

furono gli italiani arrestati mentre ancora erano in possesso di vasi sacri e delle
reliquie empiamente rubate”.77 El informe de la legación italiana concluía
atribuyendo los incidentes a la Internacional y sugiriendo que la Argentina
no debía dejar entrar al país a aquellos perseguidos en Europa. Trascartón,
poco después el gobierno denunciaba, en noviembre de 1875, una cons-
piración subversiva que supuestamente planeaba saquear edificios y aun
asesinar a personas. Su jefe, Bokart, era un argentino que había estado
ligado al mitrismo (recuérdese que por entonces, luego de la derrota de la
revolución de 1874, el mitrismo estaba en la oposición y su jefe en prisión,
pero entre los nombres denunciados había de nuevo varios italianos).78
Un año después de los sucesos revolucionarios de París, que había
condenado con tanta vehemencia, moría en 1872 Giuseppe Mazzini. La
pérdida de su líder sería otro factor que impactaría negativamente sobre
la evolución posterior del Partido Republicano en Italia y en la Argentina.
Sin embargo, en virtud de lo antes dicho, es difícil no percibir que Porta
Pia, al dejar sin objetivos inmediatos a los republicanos por un lado, y la
Comuna y las agitaciones internacionalistas, al dañar tanto sus posibili-
dades de expansión en el seno de los sectores populares como el programa
de colaboración entre ellos y los sectores medios por el otro, había signado
de manera casi irreversible el destino de los republicanos consecuentes en
Italia y en la Argentina.
Por otra parte, en un plano puramente filosófico y pese a las continuas
y sostenidas evocaciones del nombre y el pensamiento de Mazzini (“le sante
dottrine dell’Apostolo”),79 al menos entre las elites italianas de la Argentina los
moldes conceptuales no derivaban ya del idealismo romántico del pensador
genovés. Como puede rastrearse en la prensa italiana de Buenos Aires, lo
que estaba expandiéndose era un férreo positivismo con crecientes notas
de darwinismo social, tan ajenos al ideario mazziniano. Como reconocía
un artículo en el diario La Patria, en tiempos del vapor y del telégrafo las
ideas místicas y religiosas (de una religiosidad laica, deísta, no católica
pero religiosa al fin) de Mazzini no prendían ya en las masas. Había, sin
embargo, dos terrenos en los que el pensamiento del intelectual genovés
perduraría o sería recuperado. Por un lado, las ideas educativas; por el
otro, sus ideales en relación con la familia y con la patria que servirían a
muchos (pero no entre los trabajadores, sus ideólogos y sus militantes)
para contraponer un programa positivo a la negatividad que se les empe-
zaba a atribuir, por ejemplo desde la prensa italiana, a los nuevos partidos
“subversivos”, “anárquicos”. Éstos, congregados detrás del “trapo rojo” y del
ejemplo de París, representaban para la prensa italiana un peligro al que
era bueno que la dirigencia argentina prestase atención.80 Ello no significa

77. asmae, Serie Politica, Rapporti in Arrivo (Argentina), Rapp. Nº 224.


78. Idem, Rapp. Nº 249 (primer semestre de 1876).
79. “Giuseppe Mazzini”, La Patria, 9 de marzo de 1879.
80. “In guardia”, La Patria, 11 de septiembre de 1879.
136 Fernando Devoto

que en algunos ámbitos de los italianos de la Argentina no continuaran a


lo largo del tiempo difundiéndose las máximas del pensador genovés sino
que éstas ocupaban un lugar crecientemente minoritario.81
Los cambios en los grupos dirigentes italianos en la Argentina y en la
vida de las instituciones no tuvieron que ver sólo con fenómenos externos
sino también con otros que afectaron a la propia comunidad y a la sociedad
argentina. En cuanto a la primera, varios parecen haber sido los cambios
de significación en la década de 1870. En primer lugar, la consolidación de
una elite económica entre los italianos de Buenos Aires. Los modos en que
se produjo han sido presentados sumariamente en el apartado precedente.
Ello no dejó de tener reflejos institucionales. Como ya señalamos, en 1872,
inmigrantes sobre todo de origen genovés, que habían hecho su fortuna
con el comercio de importación y también con el negocio de la inmigración,
crearon el Banco de Italia y Río de la Plata. Centro de una red de intereses
peninsulares, el banco no actuará sólo como captador del ahorro de la
progresivamente más numerosa colonia o como un orientador selectivo
del crédito para el comienzo de nuevas empresas (temas que trataremos
más adelante), sino, en lo que aquí interesa, como un decisivo factor de
presión sobre las políticas de la comunidad y sobre la línea editorial de
los periódicos en lengua italiana de Buenos Aires. En el contexto finan-
ciero en que se movían éstos y más en general la prensa de la Argentina
de entonces, el apoyo de grupos económicos a través de avisos o de otro
tipo de subsidios encubiertos era fundamental para su supervivencia. En
1873, el encargado de negocios italiano podía observar con satisfacción la
moderación del tono del antes radicalizado Basilio Cittadini atribuyéndolo
a sus nuevas vinculaciones con el neonato Banco de Italia.
Por otra parte, el vertiginoso crecimiento numérico de la migración italiana
en esos primeros años 60 y más aún en la década siguiente aumentaba el
interés de la elite económica por involucrarse más activamente que en el
pasado en la vida de las instituciones comunitarias. Las extraordinarias
ganancias que podían obtenerse con el ahorro de los italianos, entre otros
motivos, no dejaron de suscitar ese mayor interés de los inmigrantes exi-
tosos de antigua instalación en Buenos Aires en una vida comunitaria a la
que le habían prestado muy poca atención hasta entonces por las razo-
nes que  ya argumentamos. El caso del Hospital Italiano, que había ve-
getado como proyecto inconcluso entre la falta de apoyo económico y las
disidencias de sus promotores, alcanzará finalmente su concreción en
1872, convirtiéndose en otro factor decisivo de unificación de los grupos
dirigentes. Los notables económicos italianos, si bien raramente asumie-
ron posiciones directivas en las entidades mutuales, no dejaron de estar
presentes –por el prestigio que daba ante los ojos de sus connacionales que

81. Por ejemplo, todavía a principios del siglo xx la Società Ligure di M.S. de la Boca se
dedicaba a la venta y distribución de una obra de Mazzini, Opusculo dei doveri dell’Uomo;
véase S. Ligure di Mutuo Soccorso, Atti della C.D. (1904-1906), p. 156.
La gran transformación 137

era clave para muchos de sus negocios– en comisiones del hospital (o en


la sociedad de beneficencia), aunque fuese en posiciones honoríficas y no
de gestión. Finalmente esa nueva elite económica aparecería reconciliada
con la elite republicana más antigua, integrada por intelectuales y políticos
(o con buena parte de ella), en la tercera institución en importancia que
nace en esos años: el Circolo Italiano.
La nueva situación no suprimió las disputas en el seno de la comunidad
italiana. Lo que brindó fue una dirigencia ahora más fuerte y con ámbitos
de mediación de sus conflictos, elite que reunía en torno de ella a los prin-
cipales notables económicos con los políticos e intelectuales peninsulares
más reconocidos y mejor conectados con el mundo argentino, en sintonía
con las autoridades diplomáticas italianas y por medio de ellas con el go-
bierno peninsular. Ello les permitiría desarrollar iniciativas más ambiciosas
que aumentaran el peso y la visibilidad de la comunidad en la sociedad
argentina, sólo que esa nueva situación sumada al número creciente de
inmigrantes no dejará de aumentar las aprehensiones entre los dirigentes
argentinos hacia la colonia italiana.
El nuevo consenso mayoritario del grupo dirigente peninsular reposaba
ahora en la aceptación y aun en el apoyo a la monarquía, en tomar como
referencia a los gobiernos italianos y sus autoridades diplomáticas y en su
insistente anticlericalismo. A ese conjunto habría que agregarle en el plano
simbólico un garibaldinismo romántico-popular y algunas notas de un ma-
zzinianismo lavado de sus componentes más conflictivos. El resultado era
que fenómenos de sincretismo se daban en todos los ámbitos. Por ejemplo,
Unione e Benevolenza incorporó la Marcha Real en sus fiestas (aunque no
el escudo de Saboya en sus emblemas).82 Asimismo, uno de los mayores
diarios, L’Operaio Italiano, colocaba en la primera página, debajo del título,
el escudo de la casa de Saboya y una frase de Mazzini.83
Tres episodios emblemáticos reflejarían en la segunda mitad de la déca-
da de 1870 ese nuevo clima en la dirigencia italiana. El primero, en 1876,
fue la visita a la Argentina del príncipe Tommaso de Saboya. Delegaciones
de ocho sociedades con sus estandartes junto con una doble fila de los
alumnos de la Nazionale y de Unione e Benvolenza recibieron al príncipe
en el muelle. Siguieron luego grandes celebraciones que, según las auto-
ridades diplomáticas, reunieron a sesenta mil personas, con una activa
participación conjunta al frente de ellas de la Unione e Benevolenza y de
la Nazionale Italiana.
El segundo fue la inauguración de la estatua de Mazzini en la Plaza Roma,
cerca del puerto. La historia de la estatua fue un proceso más complicado.
Se creó una comisión para realizarla en la que se encontraban los dirigentes
más caracterizados del grupo republicano y algunos notables argentinos
como José María Gutiérrez y Mariano Varela. Presidía Marino Froncini y

82. La Patria Italiana, 20 de agosto de 1881.


83. L’Operaio Italiano, 19 de septiembre de 1880.
138 Fernando Devoto

su vicepresidente era Emilio Rosetti, prestigioso matemático e ingeniero


que había sido contratado como profesor por la Universidad de Buenos
Aires para organizar entre otras cosas el gabinete de física. Seis de sus
integrantes (incluyendo al presidente y al vice) eran miembros fundadores
del Circolo Italiano. El proyecto de instalar la estatua en un paseo público
de la ciudad suscitó hostilidad en una parte de la dirigencia argentina,
sobre todo entre los católicos, encabezados por Félix Frías, que buscaron
indirectamente el apoyo de la legación italiana, que optó por mantenerse
prescindente. Pese a ser rechazado en el Consejo Municipal por un voto, el
proyecto fue aprobado luego por la Legislatura de la provincia de Buenos
Aires y con mayor debate en el Senado provincial. Finalmente, la estatua
fue inaugurada en el marco de una gran manifestación que las fuentes di-
plomáticas –que en este caso no podían tener ningún interés en aumentar
el número– consideraron que reunió a treinta mil personas. Asistieron a
ella el ministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno nacional, José
María Gutiérrez (cercano a Mitre), el gobernador de Buenos Aires, Carlos
Casares, y su gabinete. Las autoridades diplomáticas, pese a haber sido
invitadas, no asistieron por recomendación de la Cancillería peninsular.
Quizá fue una de las últimas grandes manifestaciones de masa de los
mazzinianos en el Plata. Al año siguiente, la celebración conmemorativa
reunió, según un periódico italiano, sólo un tercio de asistentes; eran en
su mayoría “popolo minuto”.84
El tercer episodio significativo fue la muerte de Vittorio Emanuele ii en
1878. Una imponente manifestación, que algunas fuentes estimaban en
treinta mil personas, partió del Hospital Italiano para dirigirse a la legación
italiana e incluía bandas de música, a las asociaciones con sus estandartes
(a la cabeza iba la Reduci delle Patrie Battaglie), cinco logias masónicas y
una delegación del Gran Oriente argentino y un escuadrón enviado por el
Ministerio de Guerra argentino. La ceremonia conclusiva tendría lugar en la
legación de Italia con la presencia de los ministros argentinos de Relaciones
Exteriores y de Hacienda y del ex presidente Bartolomé Mitre.
Al margen de la concordia monárquico-republicana subsistieron de todos
modos los conflictos. Emergió por un lado un grupo republicano irreduc-
tible que, aunque marginal, no dejó de desempeñar un rol desde ciertas
instituciones y desde un semanario, L’Amico del Popolo, nacido en 1879
y dirigido por Gaetano Pezzi. Sin embargo, el hecho de que ya su director
formase parte de los socios fundadores del Circolo Italiano muestra los lí-
mites de esa disidencia, más retórica que práctica. Desde un punto de vista
ideológico este republicanismo intentaba un aggiornamento incorporando
conceptos de lo que definían como “socialismo científico y moderado”.85

84. “Due feste democratiche”, La Patria, 18 de marzo de 1879.


85. Citado por T. Di Tella, “Argentina: un’Australia italiana? L’impatto della emigrazione
sul sistema politico argentino”, en B. Bezza (a cura di), Gli italiani fuori d’Italia, Milán,
Franco Angeli, 1983, p. 438.
La gran transformación 139

Por otra parte, si la dirigencia mayoritaria encontraba su punto de unión


en el anticlericalismo, también en esa década de 1870 desembarcarían en
la Argentina los salesianos, como parte de una más amplia estrategia de
la Iglesia Católica de influir en la vida de los inmigrantes. Asimismo ese
consenso mayoritario no suprimió las rivalidades y disputas entre dirigentes,
demasiado afectos a ellas a lo largo del tiempo, ni nuevos enfrentamientos
en los que tenía un peso decisivo el torneo de personalidades a la busca
de un lugar más prominente.
Los conflictos se mantuvieron asimismo en dos ámbitos: las asociacio-
nes mutuales, en especial las del interior del país donde los republicanos
seguían siendo fuertes, y el periodismo. En el primer terreno, una protesta
de 1876 contra la ineficiencia de las autoridades diplomáticas y consulares
italianas en defender los intereses de los connacionales en el Plata que
suscitó escasísima adhesión entre las entidades de Buenos Aires logró en
cambio el apoyo entre las pequeñas y más recientes asociaciones mutuales
del interior.86
En el campo del periodismo, la nueva situación parecía reflejarse pron-
tamente. Los dos periódicos rivales que analizamos en el capítulo anterior,
La Nazione Italiana y L’Eco d’Italia, se fundían en uno solo, L’Italiano (en
1871), por iniciativa del encargado de negocios peninsular, quien tenía un
programa claramente moderado. Desinteligencias entre los dos propietarios,
sin embargo, llevarían un tiempo después, en 1873, al cierre de la publi-
cación, lo que generó el espacio para la aparición, en 1874, de un nuevo y
mucho más ambicioso diario: L’Operaio Italiano, dirigido inicialmente por
Cittadini pero luego, ante el viaje de éste a Europa, por Angelo Rigoni Stern.
El periódico en el momento inicial formuló un programa republicano sin
estridencias en lo político, y muy moderado en relación con la “cuestión
social”. Como escribió Cittadini en el diario, en 1874, para explicar a los
lectores su cambio de posición, él era republicano pero ante todo italiano
y, por ende, “io sacrifico la propaganda delle mie idee alla conciliazione ed
alla concordia fra i miei fratelli di patria”.87
L’Operaio Italiano tuvo, sucesivamente, una breve fase algo más hostil
hacia las autoridades diplomáticas (cuando Rigoni Stern sustituyó a Citta-
dini), pero pronto cambiaría de nuevo hacia una posición abiertamente pro
monárquica aunque mantuviese parte de la antigua simbología superpuesta
a la nueva, como ya observamos. Ese cambio no era ajeno, desde luego,
a los subsidios que le empezaron a otorgar las autoridades diplomáticas
italianas pero, más allá de ello, no dejaba de reflejar también el clima de
los nuevos tiempos en el seno de la comunidad italiana.
Dos años después, el infatigable Cittadini, retornado de Italia (donde
había actuado como agente de inmigración designado por el gobierno del

86. asmae, Serie Politica, Rapporti in arrivo (1873-1879), b. 1249, Rapp. del 20 de abril
de 1876 y del 8 de junio de 1876.
87. L’Operaio Italiano, 1874.
140 Fernando Devoto

presidente Avellaneda), daba lugar a otra iniciativa periodística rival: La


Patria (que luego se llamaría La Patria Italiana y más tarde aún, desde
1893, La Patria degli Italiani). Aunque más cercano que el periódico rival a
la tradición republicana, el nuevo diario carecía de toda arista conflictiva.
No monárquico antes que antimonárquico, La Patria revelaría hasta qué
punto eran importantes, más allá de los conflictos entre personas o inte-
reses sectoriales, los acuerdos ideológicos en el seno de la elite italiana.
Ambos periódicos tenían muchísimos puntos en común en ese terreno. Los
dos defendían el anticlericalismo militante, la preservación de la italiani-
dad –lo que significaba el deber de conservar las tradiciones italianas y la
ciudadanía y el derecho a la educación en la propia lengua–, las libertades
de comercio, trabajo y emigración, el sostén de la emigración espontánea
contra la emigración artificial, la hostilidad hacia formas de proteccio-
nismo y hacia la intervención del Estado en las actividades económicas
o en la regulación de los conflictos sociales. Estos últimos les parecían
innecesarios porque, según La Patria, los salarios por jornada eran altos
y el costo de vida diario en alojamiento y alimentación no consumía más
que la mitad de éstos.88 Es decir, una posición liberal y “liberista” bastante
extrema, centrada en el mito del self-help (volere è potere) apenas atenuada
por los ecos algo apagados ya del asociacionismo cooperativo mazziniano
en el campo económico que los republicanos habían defendido con tanto
énfasis como parte esencial de una sociedad democrática,89 posición que
no era absoluta en aquellos temas que podían favorecer lo que suponían
eran intereses de los inmigrantes italianos: por ejemplo, muchas voces se
escucharán en esos periódicos en favor de la colonización pública contra
la privada y más tarde porque los ferrocarriles estuvieran en manos del
Estado y no de compañías extranjeras.90
En alguno de esos temas existía una evidente mancomunidad de mi-
ras con los notables económicos italianos y con algunas entidades que
los representaban, como el Banco de Italia y Río de la Plata. Así ocurría,
por ejemplo, con el tema de la libertad de comercio y con la hostilidad al
proteccionismo, dado que muchos de ellos efectivamente se dedicaban o
se habían dedicado al comercio de importación y exportación.91 Lo mismo

88. “Le condizioni del nostro operaio”, La Patria, 22 de febrero de 1879 (reproducido el
5 de marzo de 1879 “por pedido de muchos lectores”).
89. Véase todavía la defensa de las asociaciones (en ese caso de comerciantes) como el
nervio de una comunidad democrática en “La lega del piccolo commercio”, La Patria, 21
de febrero de 1879.
90. “Attacchi ingiusti e insistenza”, La Patria, 23 de enero de 1879, 26 de enero de 1879
y 5 de febrero de 1879. Sobre el mito del self-help, véase el elogio a Antonio Demarchi
en La Patria, 26-27 de marzo de 1879.
91. Véase por ejemplo una defensa de la libertad de comercio y la crítica a las juzgadas
elevadas tarifas aduaneras en “Dazio exorbitante”, L’Operaio Italiano, Nº 273, 1885, o
los intereses de determinados sectores “che contano meno di quelli del popolo”, La Patria,
20 de octubre de 1879.
La gran transformación 141

ocurría con la libertad irrestricta de inmigración, que estaba en el interés


de todos los que obtenían beneficios con ella. Por lo demás, algunos de esos
notables, al igual que varias entidades italianas o que las compañías de
navegación (los periódicos defendían a las italianas contra las extranjeras
por su supuesto mejor servicio),92 contribuían al financiamiento de los
periódicos a través de los avisos que en ellos publicaban.
Asimismo, los dos periódicos formulaban una justificación ideológica o
una legitimación semejante acerca del significado y el rol de los italianos en
la sociedad argentina. Cuestionado este papel desde muchos lados, como
vimos, los periódicos se veían llevados a defender esa presencia italiana
como uno de los factores esenciales (si no el esencial) del progreso argentino.
Los inmigrantes italianos no habían traído sólo el trabajo sino sobre todo
la civilización europea para difundirla entre los nativos. Desde luego que
no eran los únicos pero, como argumentaba La Patria, había dos formas
de penetración de Europa en la Argentina: una, expoliadora, basada en
el capital (y aquí el objetivo eran los ingleses), y otra, civilizadora, basada
en el trabajo. Es decir, la de los italianos. Ese papel progresivo se hacía y
haría sentir sobre el gaucho (“questo ilota delle repubbliche sudamericane”)
que en contacto con el inmigrante adquiriría “l’abito del lavoro, lo spirito di
risparmio e l’amore della famiglia”. Es decir, una transparente trasposición
del argumento alberdiano, sólo que el rol modernizador, en vez de ser des-
empeñado por los anglosajones, era realizado por los italianos.93 Argumento
que, sin embargo, en la década siguiente se iría transformando en otro, en
coincidencia con la explosión plena del positivismo: la progresiva expul-
sión del gaucho hacia los márgenes últimos del territorio que antecede a
su desaparición. Es que el gaucho de la campaña (“semi-barbaro e d’istinti
feroci”) donde se encuentra con el colono europeo es superado por éste que
lo “assorbe e lo ricaccia seminudo e affamato alle frontiere”.94 De este modo,
al comenzar la década del 80 parecemos encontrarnos con una aparente
paradoja. Los grupos dirigentes nativos multiplican sus discursos contra
los inmigrantes italianos (como veremos) mientras estos últimos lo hacen
contra las clases populares nativas.
En lo que los dos periódicos diferían mayormente era en su alineamiento
en la conflictiva política local. Mientras L’Operaio Italiano continuaba la
vieja predilección de los italianos por Mitre, La Patria apoyaba al gobierno
de Avellaneda, quizá por la razón no menor de que éste había designado
a su director (Cittadini) agente de inmigración en Italia. Alineamiento
que de todos modos era moderado, en consonancia con la posición de la
dirigencia peninsular y de las autoridades diplomáticas, insistente pero
no siempre consecuente, de prescindencia y neutralidad en los conflictos

92. “La navigazione a vapore tra l’Italia e il Plata”, La Patria, 28 de febrero de 1879.
93. “E allora?”, La Patria, 13 de febrero de 1879.
94. La Patria Italiana, 2 de enero de 1882.
142 Fernando Devoto

políticos locales y en especial en los actos electorales. Poca simpatía había


hacia éstos en tanto el voto universal dejaba las cosas en manos de masas
populares incultas.95

Los católicos a la búsqueda de un liderazgo


alternativo: los salesianos

La presencia de tantos italianos en la Argentina y la existencia de un


grupo dirigente tan anticlerical debía movilizar el interés de los sectores
católicos italianos y argentinos por llevar adelante una acción más activa.
Se trataba de conservar la catolicidad que los inmigrantes traían consigo o
de reconquistarla. Ciertamente es probable que la dirigencia italiana fuese
en la práctica menos anticlerical que lo que proclamaba públicamente y
que ese anticlericalismo fuese en muchos casos más político que religioso.
Mucho de volterianismo (es decir, la creencia en la utilidad de la religión
para las clases populares y para el orden social) debía haber en ellos. Al
menos es curioso que uno de los dirigentes republicanos más anticleri-
cales, como Marino Froncini, uno de los constituyentes de la República
Romana en 1849, apareciese entre los peticionantes de la construcción
de un templo católico en la Boca en la década de 1860.96 Otra temprana
iniciativa surgió de emigrantes de Savona y dio lugar a la confraternidad
Maria SS della Misericordia en 1857, cuyas iniciativas llevarían a la cons-
trucción de una iglesia italiana (Mater Misericordiae, en la calle Moreno)
que fue inaugurada en 1870. Sin embargo, y aun en ese caso, la situación
para los intereses católicos era alarmante ya que la presencia de la Iglesia
entre los italianos emigrados era en conjunto muy débil. A ese hecho se
sumaba la creencia generalizada en la Iglesia italiana acerca de que los
emigrantes, aun los que procedían de las poblaciones más religiosas de
Italia, en América perdían la fe.97
Sumemos a esa situación el clima de mediados de los años 70 que
describimos en el apartado anterior, con episodios como el del Colegio del
Salvador, la conspiración de Bokart o con la situación en el barrio de la
Boca, visto como reducto del anticlericalismo (era llamada la “Bocca del
diavolo”) y tendremos todos los motivos que debían impulsar un intento
de cambiar la situación. Para el gobierno argentino, dado que el cuidado
espiritual de los inmigrantes italianos podía ser de extrema utilidad a los
efectos de consolidar el orden social, el problema se volvía más imperioso
después de aquellos episodios; y no menos importante era que el presi-

95. “Le elezioni di domani”, La Patria, 29 de marzo de 1879.


96. “Comisión encargada de la obra del templo de la Boca solicitando la erección de una
parroquia en aquella localidad”, copia en Archivio Salesiano de Buenos Aires (asba), 10.5
(crónicas), leg. 14, Nº 10.
97. Véase a modo de ejemplo la carta de monseñor Giovanni Cagliero a monseñor Giovan
Battista Scalabrini de 1888, Archivio Salesiano Centrale (asc), Roma, Emigrati, 68-22.
La gran transformación 143

dente Nicolás Avellaneda fuese él mismo católico. Para la Iglesia argentina,


porque se trataba ante todo de resolver el problema de la falta de clero o
de los muchos límites del existente, lo que llevaba al arzobispo de Buenos
Aires, Aneiros, a diferencia de sus sucesores, a mostrarse partidario de
la presencia de un clero italiano para atender específicamente a los inmi-
grantes de ese origen, en especial porque tenía una muy mala opinión del
clero vagante italiano (“napolitano”) que había llegado con la inmigración y
que se veía obligado a sobrevivir de distintos modos, como le señalaba en
una carta a Don Bosco. Uno de esos modos era, como le decía Don Baccino
a Don Bosco, correr toda la mañana de iglesia en iglesia para cobrar la
aplicación de una misa.98
Las imágenes negativas acerca del clero meridional estaban muy pre-
sentes también en los ambientes italianos. Un ejemplo emblemático lo
brinda un libro tan exitoso como Sull’Oceano, de Edmondo De Amicis. La
obra, un ensayo a mitad de camino entre la crónica de costumbres y la
construcción de estereotipos sustentadores de una moralidad edificante,
describe su viaje en barco desde Génova al Río de la Plata en 1884. Allí
aparecen tanto el sacerdote napolitano que viaja en primera clase y habla
permanentemente de negocios especulativos a realizar en la Argentina como
el ascético misionero (presumiblemente salesiano) que viaja en tercera.99
La elección de los salesianos para ocupar ese lugar vacante responde a
muchas causas. Una primera es que el marqués Federico de Spinola, en
ese entonces encargado de negocios peninsular, era un entusiasta parti-
dario de una presencia católica y en especial de los salesianos. El cónsul
argentino en Savona, Giovanni Battista Gazzolo, que promovió los primeros
contactos entre el gobierno argentino y Don Bosco en 1874, pensaba de
la misma manera. Con todo, debe señalarse que esa elección era bastante
previsible si se tiene en cuenta que los salesianos estaban por entonces
sólidamente instalados en el Piamonte y se estaban expandiendo hacia la
Liguria –a principios de los 70 habían abierto allí las casas de la congrega-
ción de Alassio y Varazze–. En esta última ciudad habían tenido lugar los
contactos iniciales entre Gazzolo y Don Bosco. Pero precisamente se trataba
de las dos regiones que daban todavía el mayor número de inmigrantes
a la Argentina. En cierto modo era un lugar familiar para los salesianos
ya que, por ejemplo, muchos de los misioneros que integraron la primera
misión tenían ya en el Río de la Plata instalados a parientes cercanos como
padres, hermanos, cuñados (y otros vendrían poco después) y a antiguos
ex alumnos del oratorio de Turín.100 Quizá ello explica no sólo por qué la

98. “Ma è difficile trovare un prete buono in questi disgraziati paesi. La maggior parte di
tali preti son Napoletani, i quali son veri lupi, scandalosi, avari, simoniaci, in una parola
sono lupi, ed han tutti i vizi. Figurisi corrono tutta la mattina per cercare l’applicazione della
messa”, Don Baccino a Don Bosco, 16 de marzo de 1876, en J. Borrego, Giovanni Battista
Baccino. Biografía y epistolario, Oma, las, 1977, apéndice documental, p. 377.
99. E. De Amicis, Sull’Oceano, Milán, Mondadori, 2004.
100. Idem, p. 86.
144 Fernando Devoto

Argentina fue el primer destino externo elegido por la congregación sino


también que la inserción en ella precediera incluso a la que se llevaría a
cabo en otras regiones de Italia.
La llegada de los salesianos a la Argentina se orientó inicialmente hacia
la atención de los italianos. Por importante que fuera el tema de la evange-
lización de los indígenas en el pensamiento de Don Bosco, parece evidente
que, cuando recibió en 1874 el primer ofrecimiento del cónsul Gazzolo para
dirigir sus esfuerzos a la Argentina, ese objetivo era mucho más brumoso, al
menos en sus posibilidades de actuación, que un lustro más tarde. Por otra
parte, el mismo Don Bosco había manifestado tempranamente su interés
hacia los italianos en el Plata, como lo muestra su solicitud de inscripción
como socio de la Unione e Benevolenza de Rosario ya en 1865.101 En cierto
modo, pues, lo que en los escritos salesianos posteriores aparecerá sólo
como un paso intermedio, la atención de los inmigrantes italianos, era la
única finalidad tangible en la segunda mitad de los años 70. Era además lo
que les interesaba a las otras partes involucradas: el gobierno y la Iglesia
argentinos.
Los salesianos recibieron casi inmediatamente tres parroquias, dos en
la ciudad de Buenos Aires y la otra en San Nicolás de los Arroyos, lugar
donde existía una antigua comunidad genovesa. En Buenos Aires se hi-
cieron cargo de la llamada “iglesia de los italianos”, Mater Misericordiae,
en la calle Moreno y no lejos de Balvanera, donde los peninsulares eran
numerosos, y de la iglesia de San Juan Evangelista, en el barrio de la Boca,
y poco más tarde (en 1878) también la parroquia de San Carlos en Almagro.
La “Bocca del diavolo” aparecía como la empresa más difícil. A la imagen
que existía de ese barrio se suman las crónicas salesianas que presentan
una situación inicial muy conflictiva con los grupos anticlericales instala-
dos allí. Que éstos estaban en expansión lo muestra el hecho de que en la
década de 1870 nacen, además de nuevas logias masónicas, algunas otras
instituciones y en la década siguiente otras entidades, como la sociedad de
socorros mutuos Giuseppe Verdi o los Bomberos Voluntarios que estarían
en sus manos.102 Es probable que esa situación, más que desalentar a Don
Bosco, actuara como un elemento motivador en una persona a la que los
desafíos no le disgustaban. Además, toda misión evangelizadora en el ex-
terior necesita dificultades y obstáculos que galvanicen a la congregación
y promuevan el entusiasmo entre los que han permanecido en el país de
origen. Ello pudo estar en la base del gran interés manifestado por Don
Bosco de aceptar hacerse cargo de San Juan Evangelista,103 aceptación

101. G.F. Rosoli, “Impegno missionario...”, p. 294.


102. F. Bodrato a Don Giulio Barberis, 18 de mayo de 1877, asc, 275.
103. Don Bosco a Michele Rua, 8 de junio de 1877, en Epistolario di S. Giovanni Bosco,
Turín, sei, 1958, vol. iii, Nº 1600.
La gran transformación 145

que fue inmediata luego de que la parroquia le fuese ofrecida a monseñor


Cagliero en su visita a la Argentina en 1876.104 De algún modo esta parro-
quia podía cumplir antes del comienzo de la evangelización de la Patagonia
el papel de desafío movilizador en el imaginario salesiano.
Sin embargo, la situación en la Boca no era tan mala como parecía
o como la describen las primeras crónicas salesianas. Finalmente allí la
Comisión Pro Templo (integrada, entre otros, por algunos de los notables
económicos del barrio, como Domenico Cichero o Giuseppe Ratto) había
logrado erigir la primera iglesia en 1872. Los feligreses no debían ir ya en
larga peregrinación a San Telmo para asistir a misa. La Boca tenía asimismo
un párroco titular bastante activo. Era Fortunato Marchi, un italiano nacido
en Lucca que además había formado parte de las comisiones municipales
de higiene y de educación del barrio, y había integrado incluso la comisión
de inspección de las escuelas públicas de la ciudad.105 Ciertamente, no
era genovés y no sabemos si hablaba el dialecto ligur, dos elementos que
como veremos eran bastante indispensables. Por otra parte, en varias de
las escuelas del barrio así como de la ciudad se enseñaba la materia Reli-
gión (y se utilizaban textos eclesiásticos), según el censo que llevó a cabo
la municipalidad en 1872.106
En cualquier caso, hayan o no sobredimensionado las crónicas de los
primeros salesianos la gravedad de la situación en el barrio en el momento
de su llegada, lo cierto es que la Iglesia Católica hizo notorios avances allí
a partir de su instalación. A diferencia de lo que ocurría en la iglesia de la
calle Moreno, donde el público pertenecía a los sectores acomodados de
la colectividad, al menos en el testimonio de su primer párroco salesiano,
Francesco Bodrato, el eco inicial fue entre los sectores más humildes.107
Un factor decisivo en su opinión era que aunque él era de origen piamon-
tés (Alessandria) hablaba el dialecto ligur y ello era imprescindible para
cualquier intento de penetrar en el barrio.
Si los salesianos llegados a la Argentina que procedían del Piamonte y
la Liguria (y solían hablar ambos dialectos) tenían allí una gran ventaja
para operar en el seno de las comunidades italianas en distintos lugares
de la Argentina, su problema lingüístico estaba en otra parte: hablaban
mal castellano. Aunque el dominio de la lengua del país no era imprescin-

104. Don Bosco a Don Cagliero, 31 de octubre de 1876, en Epistolario, vol. iii (1876-
1880), lettera 1511.
105. Los miembros de las comisiones renunciaron en 1875 aduciendo falta de recursos
y desinterés del municipio, en especial hacia la escuela municipal. Nota del 28 de sep-
tiembre de 1875 en Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (ahcba), Cultura,
1875, leg. 42.
106. “Censo de la Educación de la República Argentina”, 20 de diciembre de 1872, agn,
B-xii, Nº 1408, fs. 479-486.
107. F. Bodrato a Don Bosco, 19 de octubre de 1878, asc, 275.
146 Fernando Devoto

dible para la acción pastoral concreta, sí lo era para relacionarse con los
poderes públicos argentinos y con las elites locales, y en especial para ser
aceptados socialmente por éstas. Como observó perceptivamente monseñor
Cagliero a Don Bosco: “Per far fortuna in questi paesi bisogna possedere
l’idioma non solo mediocremente, ma bene; se no, si puzza di forasterume,
che les desagrada a los de aquí”.108
Inmediatamente luego de su instalación en la Boca y en otros lugares,
los salesianos comenzaron a organizar en torno de sus parroquias aquellas
actividades (oratorios, escuelas, asociaciones) que tanto los habían distin-
guido por su carácter innovador en Italia. A partir de una experiencia que
había ido madurando lentamente en el pensamiento y en la obra de Don
Bosco, aparecía como primordial la recuperación del mundo del trabajo
manual, de la educación destinada a valorizarlo, así como la incorporación
de formas asociativas que, aunque procedentes de ámbitos laicos, podían
ser instrumentadas también desde el catolicismo para combatirlo. Tal era
el caso, por ejemplo, del asociacionismo mutualista. En todo ello, y además
en los componentes organizativos y en el rol asignado a los colaboradores
laicos, estaba la modernidad salesiana, entendida como una respuesta a
los desafíos que para la Iglesia Católica presentaban las nuevas realidades
urbanas, industriales y obreras. En este sentido, la Boca podía proveer no
sólo un excelente ejemplo misional para templar vocaciones, sino también
un notable laboratorio, por su conformación étnica y por su estructura
ocupacional, para reproducir aquel conjunto de experiencias que había
llevado a cabo Don Bosco en los barrios populares de las ciudades del
Piamonte y la Liguria.109
Los salesianos se encontraron inicialmente en dificultades, pero no tan-
to por los obstáculos externos como por el poco personal disponible y los
muchos compromisos asumidos. No obstante ello, crearon inmediatamente
en la Boca un oratorio (destinado a recuperar el tiempo del ocio en una
perspectiva que combinase lo religioso con las potencialidades educativas del
juego y la valorización del aire libre) y una escuela. En este último caso no
era una típica escuela salesiana de artes y oficios (como las que se crearían
luego en Almagro y en otros lugares) sino una escuela común. A partir del
arribo en 1879 a la parroquia boquense del dinámico padre Stefano Bourlot,
las actividades de los salesianos se expandieron aun más con la creación
de un colegio de niñas (María Auxiliadora) en 1879, dos cofradías, una
Sociedad Católica de Socorros Mutuos (en 1884) e incluso, varios años más
tarde (en 1892), un semanario, Cristoforo Colombo, que llegaría a tirar tres
mil copias y lograría una cierta penetración en las zonas de colonización,
en especial después de que comenzó a imprimirse en Rosario.

108. Don Cagliero a Don Bosco, 5 de marzo de 1877, reproducida en A.M. González, Origen
de los misioneros salesianos, Guatemala, Instituto Tipográfico Salesiano, 1978, p. 226.
109. Sobre esas experiencias en Turín, véase L. Pazzaglia, Apprenchistto e istruzione degli
artigiani a Valdocco (1846-1886), en F. Traniello (a cura di), Don Bosco nella storia della
cultura popolare, Turín, sei, 1987, pp. 13-80.
La gran transformación 147

Ese dinamismo institucional de los salesianos en la Boca se comple-


taba con una presencia visible en la calle. Aunque no sabemos cuándo
comenzaron las fiestas en recuerdo de Santa Catalina de Siena (patrona
de los originarios de Varazze), éstas fueron impulsadas fuertemente por
los salesianos que las convirtieron en uno de los ejes de su presencia en
las calles de la Boca. Lo mismo ocurrirá con las procesiones de Corpus
Christi y de la Inmaculada Concepción y, con mucho menor éxito, con
la celebración del 12 de octubre, que los salesianos de la Boca al menos
buscaron contraponer al xx de Septiembre.110 Más aún, los salesianos
lograron alcanzar también una razonable convivencia con algunas de las
asociaciones del barrio como la importante Società Ligure di Mutuo Soccor-
so (que había nacido en 1884) o la Unión de la Boca (cuya banda musical
solía acompañar algunas de sus iniciativas)111 e incluso con la sección que
en la Boca tenía la Nazionale Italiana. Relaciones estrechas existían por
su parte con algunos de los notables del barrio, como los Cichero, Gero-
nimo Fazio o Luigi Stagnari, que aparecían participando en las distintas
iniciativas salesianas. Finalmente, los salesianos también consiguieron
establecer vínculos con la elite política argentina. El presidente Julio A.
Roca (que ciertamente católico no era, pero había anudado vínculos con
los salesianos ya desde la época de la “conquista del desierto”) y su esposa
pusieron en 1883 la piedra fundamental del nuevo templo de la Boca (el
actual sería inaugurado en 1886) y los líderes políticos católicos argentinos
José Manuel Estrada y Pedro Goyena asistieron a la inauguración de la
sociedad de socorros mutuos.112
Si los salesianos tuvieron éxito en la Boca era evidente que podían lograrlo
en otros lugares donde hubiese italianos, y sin embargo el progreso de la
orden fue bastante lento luego de tan auspiciosos comienzos. Diez años
después de su instalación, sólo habían agregado a los núcleos iniciales en
Buenos Aires y en San Nicolás una escuela en la ciudad de La Plata. Es
probable que los esfuerzos volcados en la evangelización en la Patagonia
(en 1883 León xiii había nombrado a monseñor Cagliero vicario general de
esa región) hayan influido aquí al igual que ciertas reticencias de la Iglesia
argentina a admitir la presencia de más clero extranjero que desarrollase
una pastoral específica para los grupos inmigrantes, en especial los italianos
que eran los más numerosos. Así puede deducirse de la posición de mon-
señor Mariano Espinoza, que argumentaba que al hablar los inmigrantes
más el dialecto que la lengua oficial de su país, el modo más sencillo de
comunicarse con ellos y entre ellos era el castellano.113

110. Cristoforo Colombo, año i, Nº 9, p. 107, y año iii, Nº 46, p. 728.


111. La Patria Italiana, 15 de septiembre de 1883.
112. La amistad de Roca con los salesianos desde el tiempo de la primera misión sale-
siana a la Patagonia es subrayada en Giacomo Costamagna a Don Bosco, 12 de marzo
de 1883, Bollettino Salesiano, mayo de 1883, p. 81.
113. G. Rosoli, “Las organizaciones católicas y la inmigración italiana en Argentina”,
148 Fernando Devoto

Recién en 1890 los salesianos darán otro paso importante al crear


una escuela de artes y oficios en la ciudad de Rosario, que era vista como
otro reducto anticlerical donde predominaban “las sectas masónicas y
protestantes”.114 Nuevamente aquí desempeñaron un papel importante las
autoridades de la provincia interesadas en una presencia católica en la
ciudad. La importancia de la escuela no radicaba sólo en que era la primera
de ese tipo en la ciudad o incluso la primera de carácter religioso, o en que
establecía una abierta competencia con las dos escuelas mutualistas italia-
nas en la ciudad (la de Unione e Benevolenza, de 1874, y la de la Sociedad
Garibaldi, de 1888) sino en que sería un foco de irradiación hacia la pampa
gringa pues muchos de los alumnos procedían de ella. Era, además, un
primer paso hacia la posterior presencia de numerosos religiosos salesia-
nos en las colonias. Efectivamente, en esos ámbitos rurales estaría, en las
décadas sucesivas, uno de los centros más dinámicos de la influencia sale-
siana sobre la comunidad italiana. Influencia que sería larga y perdurable,
aunque no necesariamente asociada a la preservación de la “italianidad” ya
que los salesianos, como la Iglesia en general, aparecían enfrentados a las
tensiones entre un mensaje universal y un intento de preservar la cultura
italiana. Tensión que, en las escuelas, se expresaba en que la enseñanza del
italiano era sólo una materia más a partir del tercer grado o en que en los
cursos de historia italiana se utilizaba la obra escrita por Don Bosco, cuyo
propósito no era exaltar a la nación italiana sino al papado.115

La década del 80: imágenes, polémicas y proyectos

Por todo lo que hemos expuesto en el presente capítulo, pocas décadas


de la historia argentina fueron tan “italianas” como la de 1880. Lo mues-
tra el peso del número, la importancia de los peninsulares en la economía
urbana y en las actividades rurales, la fuerza de sus instituciones, el
prestigio de muchos de sus profesionales e intelectuales, la influencia de
sus periódicos e incluso de sus iniciativas educativas. Una década en que
los italianos eran además muy visibles para cualquier persona que fuese
a un negocio, a un mercado, a un restaurante. Además lo eran en ocasión
del festejo de sus fiestas patrias como la del xx de septiembre (de las que
hablaremos en otro capítulo) en las que las ciudades quedaban paralizadas
luego del mediodía por el cierre de los comercios de los peninsulares y las

en F. Devoto y G. Rosoli (eds.), La inmigración italiana en la Argentina, Buenos Aires,


Biblos, 1985, p. 215.
114. P. Giuseppe Vespignani a D. Michele Rua, 20 de marzo de 1890, citado por C. Frid,
“Las opciones educativas de la comunidad italiana en Rosario: las escuelas mutualistas y
el colegio salesiano (1880-1920)”, en F. Devoto y E. Míguez (eds.), Asociacionismo, trabajo
e identidad étnica, Buenos Aires, cemla-cser-iehs, 1992, p. 105.
115. Idem, pp. 106-107.
La gran transformación 149

banderas italianas en los balcones podían hacer creer a un observador


que se encontraba en una ciudad peninsular. Lo eran también a partir
de otras manifestaciones públicas que exhibían los múltiples bienes que
producían los peninsulares, como la Prima Esposizione Artistica, Indus-
triale e Operaia Italiana que, organizada por la Sociedad Unione Operai
Italiani, fue inaugurada por el presidente Roca en 1881 y que antecedió a
una segunda realizada en 1886. Sin embargo, pese a ello o como reacción
a ello, pocas décadas como ésa fueron recorridas en la Argentina por un
paralelo sentimiento antiitaliano tan fuerte.
Abrió la ofensiva Sarmiento en su polémica con La Patria Italiana. El
motivo fue el congreso pedagógico que, anticipándose al argentino, organi-
zaban las escuelas italianas de la Argentina. Sarmiento había depositado
muchas esperanzas a la vez en la inmigración y en la educación. La primera
iba a cambiar a la sociedad argentina al poblar el desierto. El lugar de la
barbarie, de la no sociabilidad, del despotismo feudal, iba a ser transformado
por el farmer, el inmigrante agricultor en un ámbito moderno. También se
iba a transformar la política argentina, no menos bárbara para él, a través
de esas nuevas clases medias surgidas de la inmigración que eran el apoyo
ideal para un gobierno moderado, razonable, “mesocrático”, como lo son
los que reposan en los propietarios. Sin embargo, su imagen comenzó a
cambiar más o menos rápidamente. Cuando visitó las colonias creyó des-
cubrir que los inmigrantes no se integraban y permanecían adheridos a
sus tradiciones, a sus creencias religiosas originarias, a su lengua. ¿Cómo
surgiría una nueva Argentina si así estaban las cosas? Por lo demás, los
inmigrantes tampoco tomaban la ciudadanía y al no hacerlo dejaban la
política en manos de los criollos, lo que se reflejaba en la perdurabilidad
de sus viejos vicios. Había en el país una funesta escisión entre producto-
res y ciudadanos. Ahora, además, los italianos querían hacer un congreso
pedagógico para ver el mejor modo de educar “italianamente” a sus hijos.
¿Qué es eso de educar italianamente?, se preguntaba Sarmiento.116 La
educación es educación y basta. De este modo, la polémica de Sarmiento
no era tanto con los italianos por el hecho de serlo (aunque, como vimos, él
no los tuviese en gran estima), sino porque emblematizaban una actitud de
todos los inmigrantes. Debe observarse, asimismo, que su posición estaba
condicionada por el hecho de que en el nuevo contexto del 80 él mismo
había quedado marginado del juego político.
Con todo, la opinión del ex presidente argentino reflejaba un espíritu más
general en el terreno educativo y en el político. En el primero, porque las
escuelas italianas eran las más numerosas, las más visibles de las creadas
por grupos inmigrantes y las que habían generado ya precedentemente
polémicas. En el mismo congreso pedagógico se realizaban actividades,

116. D.F. Sarmiento, “Las escuelas italianas. Su inutilidad”, El Nacional, 12 de enero de


1884, reproducido en “Condición del extranjero en América”, en Obras, Buenos Aires,
Impr. Mariano Moreno, 1900, t. xxxvi, pp. 53-57.
150 Fernando Devoto

por ejemplo, discutir los contenidos y las técnicas de enseñanza, para


responder a ellas. Sin embargo, eso no significa que fuesen una realidad
de tal magnitud como para significar una amenaza para la educación pú-
blica argentina. Desde aquellas dos primeras creadas en 1866, Unione e
Benevolenza y Nazionale Italiana, las escuelas italianas se habían expan-
dido lentamente. Las dos más importantes seguían siendo las iniciales,
que habían abierto sucursales en distintos barrios de la ciudad de Buenos
Aires. A ellas se habían agregado otras. En 1876 la Unione Operai Italiani
de Buenos Aires abrió la primera escuela italiana para niñas y más tarde,
en 1884, la sociedad italiana femenina Margherita di Savoia inauguró el
primer jardín de infantes.
Aunque los datos son bastante inciertos e incompletos, entre otras
cosas porque la vida de muchas de las escuelas era efímera, para 1881
en la ciudad de Buenos Aires los alumnos de las escuelas de las cinco so-
ciedades que organizaban el congreso pedagógico, Unione e Benevolenza,
Nazionale Italiana, Unione Operai Italiani, Colonia Italiana (una escisión
de la primera) e Italia Unita (en su origen una sociedad sólo de instruc-
ción), eran dos mil ochocientos. No era mucho considerando el número
de italianos en la ciudad, aunque sí lo era si se tomaba en consideración
la cantidad de estudiantes en las escuelas públicas (alrededor de quince
mil). En el interior la situación era peor, con la excepción de la ciudad de
Rosario, donde comparativamente la educación italiana estaba relativa-
mente más extendida que en Buenos Aires. Existieron en ella, además de
las dos escuelas ya mencionadas, un Colegio Ítalo-Argentino (1866) y una
Scuola Commerciale Serale (1869). En las colonias había una escuela en
San Carlos (Silvio Pellico) y desde luego existían también, en especial en
las colonias, maestros italianos que brindaban educación en ese idioma
aunque no constituyesen escuelas formales.
Aunque en los años 80, luego del congreso pedagógico italiano, sur-
gieron varias escuelas italianas nuevas en sociedades de Buenos Aires
(xx Settembre, Italia, Patria e Lavoro) y en el interior del país (Santa Fe,
Córdoba, San Nicolás, Pergamino, entre otras), la realidad no era diferente.
Como señaló Luigi Favero, el número de escuelas aumentaba pero el de
alumnos totales se mantenía estable o disminuía.117 Basándonos en los
datos más confiables que provee el Censo Nacional Argentino de 1895, en
ese momento las escuelas italianas de Buenos Aires tenían unos tres mil
alumnos y las públicas unos setenta mil. Según los momentos, sólo entre
15 y 20% de los hijos de italianos en edad escolar iban a una institución
educativa de ese origen, y ese porcentaje iría disminuyendo a lo largo del
tiempo, a medida que aumentaba la oferta pública argentina. Menos rele-
vante aún y más bien simbólica y retórica era la contribución que brindaba
el gobierno italiano a algunas escuelas (subsidios, libros, útiles), al menos

117. L. Favero, “Las escuelas de las sociedades...”, pp. 170-178.


La gran transformación 151

desde 1872. El activismo mayor del gobierno de Francesco Crispi se orientó


en ese y en otros terrenos más hacia las colonias de italianos en África
que hacia Sudamérica. Por otra parte, el congreso pedagógico de 1881 de
las escuelas italianas, quizá para atenuar las críticas, había aprobado la
educación bilingüe (italiano y castellano), incluyendo en su currículum la
enseñanza de la lengua, la geografía y la historia del país.
La prensa y las sociedades italianas, más allá de las polémicas preceden-
tes, se embanderaron fuertemente en 1883 con la ley de educación común
que, en abierta pugna con la Iglesia, sancionó el gobierno de Roca. Algo
contradictorio había en esa actitud de la colectividad italiana ya que si bien
la ley determinaba el principio de laicidad de la enseñanza (que la dirigencia
comunitaria compartía plenamente), también constituía una defensa de la
enseñanza pública (que en un terreno ideal era opuesto al principio de las
escuelas comunitarias). En cualquier caso, el elemento anticlerical fue el
decisivo, además de los vínculos que seguían existiendo entre las distintas
logias masónicas que agrupaban a peninsulares y aquellas que reunían a
buena parte de la dirigencia argentina.
Así, en una gran manifestación en apoyo a la ley y a su promotor, el
ministro Wilde, de septiembre de 1883, la gran mayoría de las entidades
italianas participaron activamente. Todas las grandes asociaciones mutuales
(Unione e Benevolenza, Nazionale Italiana, Unione Operaia Italiana, Colonia
Italiana, Unión de la Boca, Italia, Patria e Lavoro, Italiana di Belgrano, entre
otras), los círculos políticos o sociales republicanos (Centro Repubblicano,
Reduci delle Patrie Battaglie, Circolo Mazzini, Alleanza Repubblicana), las
logias masónicas peninsulares (Comitato Massonico Direttivo Italiano, Stella
del Sud, Figli d’Italia, entre muchas otras) se encolumnaron detrás de la
consigna de una escuela oficial laica, la secularización del Estado, la plena
libertad religiosa, el progreso indefinido y constante de la humanidad y las
ideas liberales del siglo. En el acto en el que culminaba la manifestación
(quince mil personas, según La Patria Italiana) que había partido de Plaza
Lorea para arribar a Plaza de Mayo (los italianos luego se dirigirían a la
Plaza Roma, donde estaba la estatua de Mazzini) hubo cuatro oradores.
Uno de ellos era Basilio Cittadini. El hecho de que otro de los oradores
(Roberto Levingston) aprovechase el acto para hablar de la nacionalización
de los extranjeros muestra el terreno resbaladizo en el que las instituciones
comunitarias, por entonces hostiles a esa idea, se habían metido.118
En 1888-1889 volvieron a arreciar las polémicas desde la prensa argentina
contra las escuelas italianas en el país y la amenaza que representaban.
No dejaron de escucharse voces que reclamaban lisa y llanamente el cierre
de éstas. Ello no dejaba de reforzar la orientación de muchos miembros de
la elite italiana hacia una política más prudente y su desinterés, cuando
no velada hostilidad, hacia escuelas que generaban polémicas y en las que

118. La Patria Italiana, 15, 18 y 19 de septiembre de 1883.


152 Fernando Devoto

no se educaban sus hijos, que a menudo lo hacían en Italia. Finalmente


esas escuelas, aunque pobladas por hijos de los pequeños comerciantes
o artesanos, en los discursos que acompañaban su creación estaban
destinadas (en el marco de la ideología mazziniana) a la educación de los
obreros. Así, como señaló Attilio Boraschi unos años después en un trabajo
que reflejaba el punto de vista de la elite italiana, era bien sensato y aun
conveniente que el gobierno italiano no hiciese más para ayudar a las es-
cuelas peninsulares en la Argentina.119 No era ésa la posición de la prensa
italiana, para la cual las escuelas eran el único instrumento posible para
evitar la completa desnacionalización de los hijos de los italianos que ella
percibía en la sociedad argentina.
En el terreno político las polémicas no eran menores. Aquí Sarmiento
tampoco era el único que pensaba que era necesario que los inmigrantes
tomasen la ciudadanía y votasen. Estanislao Zeballos proponía que se die-
ran incentivos a los inmigrantes para que se nacionalizasen, por ejemplo
otorgarles tierra pública gratis a los que lo hicieran o que la ciudadanía
fuese un requisito para cualquier empleo en el Estado. José Manuel Es-
trada proponía una idea de “nacionalidades sucesivas” por la cual la toma
de la ciudadanía argentina no fuese incompatible con la conservación de
la italiana, si el inmigrante retornaba. Otros, como Carlos Tejedor, creían
que había que nacionalizar automáticamente mediante una ley a todos
los extranjeros. En 1887 el gobierno impulsó un proyecto por el que con
dos años de residencia, siendo alfabetos y propietarios (la idea mesocráti-
ca), los inmigrantes pudieran inscribirse en los registros electorales y ser
considerados automáticamente argentinos.120 La prensa italiana se opuso
terminantemente.
En este punto, la mayoría de la dirigencia de la colectividad en la déca-
da de 1880 también era contraria a cualquier participación en el sistema
político argentino a través del voto; en primer lugar, porque ello implicaba
la toma de la ciudadanía argentina y la pérdida de la italiana, luego por
aquellas razones de prudencia que antes expusimos. Así, proclamaba una
posición de prescindencia en tanto que “huéspedes” de la Argentina, en
lo que hay que ver no sólo una idea de transitoriedad o los temores que
despertaban las críticas hacia la “amenaza” italiana sino también el interés
de conservar bajo su control a los italianos que de otro modo dispersarían
sus canales de vinculación con la Argentina. Prefería operar a través de
líneas informales o participar sólo en causas cívicas y aun políticas, pero

119. A. Boraschi, “Le scuole primarie italiane in Argentina”, en Comitato della Camera
Italiana di Commercio ed Arti, Gli italiani nella Repubblica Argentina all’Esposizione
Generale di Torino, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1898,
pp. 219-222.
120. R. Gandolfo, “Inmigrantes y política. La revolución de 1890 y la campaña en favor de
la naturalización automática de los extranjeros”, Estudios Migratorios Latinoamericanos,
17, 1991, pp. 23-55.
La gran transformación 153

únicamente a través de manifestaciones y petitorios. Antes, sin embargo,


las cosas no habían sido tan claras: en época de republicanos y mitristas,
la idea de una fraternidad universal había estado en la mente de algunos.
Todavía en 1879, La Patria, ante el rumor de que llegado a la presidencia
el general Roca iba a decretar la naturalización de todos los extranjeros, le
dedicó un editorial apoyando la posible iniciativa y auspiciando que llegase
el día en que los italianos votasen como en Nueva York en las elecciones
presidenciales.121 Aunque es difícil que esa posición fuese en ese momento
mayoritaria.
En realidad, las elites italianas habían tenido un fuerte giro aislacio-
nista y nacionalista (en el sentido italiano), quizá como resultado de los
cambios que en ellas se habían producido en esa década. Sólo un grupo
bastante minoritario, al principio de los 80, pensaba que el único modo de
garantizar los propios derechos era mediante el voto. Sin embargo, cuando
a fines de la década del 80 la Argentina se precipitó en una severa crisis
que tantos imputaban al manejo irresponsable de las finanzas públicas
que llevaba adelante el presidente Juárez Celman, la perspectiva, aunque
fuese momentáneamente, cambió. Desde comienzos del fatídico año de
1890 los principales periódicos italianos (La Patria Italiana y L’Operaio
Italiano) comenzaron a argumentar que el estado de cosas, es decir la
ineptitud y la corrupción de los gobiernos argentinos, era el resultado de
que los extranjeros no votaban. Se sumaron así por un lado a la campaña
opositora al presidente encabezada por la Unión Cívica y a un proyecto de
ley presentado por Lucio Mansilla que, siguiendo un modelo aprobado en
Brasil, impulsaba la naturalización automática de todos los extranjeros que
no hiciesen manifiesta oposición a ello.122 Ello tenía algo de desesperado
y de paradójico ya que al menos La Patria Italiana seguía defendiendo la
posición de que los inmigrantes debían permanecer neutrales en los actos
y las manifestaciones que involucraban a la política argentina.123
A medida que el clima insurreccional avanzaba, las posiciones en la
dirigencia italiana se fueron diferenciando, en especial en relación con
la  revolución que parecía avecinarse. La Patria Italiana se orientó hacia
una posición de neutralidad mientras que otros dos periódicos (L’Operaio
y uno más reciente, Roma) se embanderaron con los revolucionarios.124 La
posición de La Patria Italiana reflejaba bastante bien aquella de los nota-
bles económicos que tendían a apoyar el statu quo aunque más no fuese
porque temían las pérdidas materiales que ocasionaría cualquier revolución
y además porque tenían un cierto y razonable temor acerca de rumbos

121. La Patria, 14 de diciembre de 1879, citado por R. Gandolfo, “Inmigrantes y políti-


ca...”, p. 29.
122. “L’idee del generale Mansilla”, La Patria Italiana, 23 de enero de 1890.
123. “Barboni Onori”, La Patria Italiana, 21 de enero de 1890.
124. R. Gandolfo, “Inmigrantes y política...”, pp. 33-34.
154 Fernando Devoto

imprevisibles. Antonio Devoto o el presidente de la Camera di Commercio,


que estaba ligado a éste, Tommaso Ambrosetti, apoyaban, al menos for-
malmente, al presidente Juárez Celman (también lo hacía la comunidad
británica de negocios). En cualquier caso, cuando la revolución estalló, y a
diferencia de lo que ocurrió en las precedentes, aunque hubo italianos que
se sumaron a los cívicos, no existió ninguna legión italiana. La orientación
hacia la prescindencia pareció imponerse y signar una tendencia irrever-
sible. El gobierno argentino, cuyo jefe militar era un italiano, el general
Nicolás Levalle, derrotó a los revolucionarios. En el transcurso del conflicto
clausuró L’Operaio Italiano y Roma pero no La Patria Italiana. Aunque la
revolución fracasó, como es conocido, el presidente no pudo sobrevivir a
la crisis y renunció. Los italianos participaron, ahora sí, entusiastamente
en los festejos. Sin embargo, como veremos en un capítulo posterior, las
nuevas orientaciones de la política argentina y la crecientemente prescin-
dente actitud de la parte más influyente de la dirigencia italiana cambia-
rían mucho el cuadro de situación a la vez que disminuirían varias de las
polémicas contra los italianos. La fugaz voluntad de participar a través del
voto también quedaría pronto atrás.
En otros terrenos tampoco faltaron voces argentinas que expresaron
abiertamente el temor de que Italia quisiese crear en la Argentina un Estado
dentro del Estado o incluso conquistarla. Sarmiento ya lo había hecho en
ocasión de un incidente con dos italianos en Montevideo en el que había
intervenido, dándoles refugio en una nave de guerra sarda estacionada en el
Plata.125 Otros formularían estas ideas luego, como Adolfo Saldías, temeroso
de las implicancias que podían extraerse de ciertas corrientes del derecho
internacional acerca de la soberanía de las naciones y los derechos de los
súbditos extranjeros a ser tutelados por los respectivos Estados y de la base
de maniobra que ello podía proveer para una intervención colonizadora de
Italia, para la cual las colectividades de residentes en la Argentina brindasen
el pretexto.126 Por supuesto que opiniones como las de Girolamo Boccardo
que mencionamos anteriormente o el inicio por parte de Italia de la aven-
tura imperial africana, o las ambiciones de una política exterior de fuerza
y de potencia, lo que implicaba relanzar la aventura africana, como la que
impulsó Francesco Crispi desde que llegó a la presidencia del Consejo en
1887 –finalmente él mismo había llegado a ese lugar luego del desastre mi-
litar de Dogali– eran algunos de esos episodios. Ciertamente, la orientación
crispina sería decididamente africana y no sudamericana, pero no prescindía
de orientaciones hacia los “italiani all’estero” en estas regiones. Por ejemplo,
en 1887 una circular del gobierno del político siciliano recomendaba a los
cónsules hacer todo lo posible para impulsar las fiestas nacionales italianas,

125. L. Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, Buenos Aires, Fondo de Cultura


Económica, 2001, p. 25.
126. A. Saldías, La politique italienne au rio de la Plata: les étrangers résidents devant le
droit international, París, 1889.
La gran transformación 155

en especial los festejos del xx de septiembre, como un modo de mantener


vivo el patriotismo entre los emigrantes. Asimismo, defendía tanto la nece-
sidad de escuelas italianas laicas en el exterior (preocupación de Saldías)
como el apoyo a las existentes. Desde luego, como vimos, ese apoyo era
bastante débil en los hechos, pero aquí también contaban las palabras.127
Que no todo era fantasía de los grupos dirigentes argentinos lo expresa
tanto el episodio de la revolución del 80 que presentamos al comienzo del
capítulo como los informes del ministro italiano en Buenos Aires que ante
la previsible debacle de la economía argentina sugería concentrar todas las
naves de guerra cerca de la ciudad para proteger una eventual evacuación
de los italianos por medio de las naves mercantes, lo que era desde luego
una intromisión en asuntos internos de la Argentina.128
Los años 80 no trajeron sólo esas polémicas, también comportaron otros
cambios en la elite argentina que tuvieron reflejos en las percepciones de
los italianos. Si aquélla había sido bastante permeable a la incorporación
de extranjeros en sus filas, ahora tendía a cerrarse sobre sí misma, a
definirse como un patriciado (es decir, a vincular su preeminencia social
con la antigüedad de residencia en el país) y a mostrar signos mayores de
hostilidad hacia los recién llegados. En esos años 80 nace el Jockey Club,
destinado a convertirse en emblema de la clase alta local y que en poco
tiempo desplazaría al más antiguo Club del Progreso en la cima del prestigio
social.129 Es interesante observar que, si bien hay varios extranjeros entre
los cuarenta y cuatro fundadores, no hay ningún italiano ni ningún apellido
de ese origen (salvo que consideremos tal a Pellegrini, pero como vimos éste
se consideraba de origen francés). Nace también en 1885 el Círculo de Ar-
mas, ámbito que aspirará a ser aun más exclusivo que el precedente. Aquí
tampoco hay ningún italiano entre los setenta y ocho fundadores, aunque
sí algunos pocos apellidos que denotan ese origen (Arditi, Marengo, Rosetti,
pero al menos el primero era un apellido cuyo origen proviene de un médico
florentino llegado en la década de 1810).130 Si se piensa que para esa fecha
poco menos de la mitad de los varones adultos de la ciudad de Buenos Aires
eran italianos, esa ausencia no deja de ser muy reveladora.
Ello no sugiere necesariamente que los italianos fuesen rechazados –y
de hecho varios se incorporarían luego–, sino que no estaban integrados
en esos sectores que motorizaban la creación de una entidad de la elite
social y probablemente tampoco en ésta en su conjunto. Ciertamente su-
giere también que para muchos no tenía sentido arriesgarse tratando de

127. F. Manzotti, op. cit., pp. 67-68.


128. asmae, Affari Politici, Argentina, b. 3, Rapp. 1173/1890 y 10 de abril de 1890.
129. L. Losada, “Distinción y legitimidad. Esplendor y ocaso de la elite social en la Buenos
Aires de la Belle Époque”, tesis doctoral, Universidad Nacional del Centro, 2005.
130. D. Petriella y S. Sosa Miattello, Diccionario biográfico ítalo-argentino, Buenos Aires,
Asociación Dante Alighieri, 1976.
156 Fernando Devoto

incorporarse a una entidad donde, además de la posibilidad del rechazo,


lo menos que puede decirse es que hubiesen sido vistos con algunos pre-
juicios. En ciertos casos también puede indicar que preferían sus propios
ámbitos como el Circolo Italiano, porque lo juzgaban más “civilizado”. Basta
recordar la correspondencia entre Cané y Pellegrini para observar qué poco
refinada era la mayor parte de la elite social argentina de entonces.131 Esa
orientación de automarginación puede emerger también de las estrategias
matrimoniales de algunas familias de italianos relevantes que por otra parte
interactuaban mucho con elites económicas argentinas o de otros grupos
extranjeros. Así, por ejemplo, los Devoto (Antonio, Bartolomeo y Aurelio)
estaban casados con mujeres de origen italiano (Antonio, primero con una
Viale y luego con una Pombo) o de otros orígenes (González, Almanza) que no
pertenecían a las familias que se podrían definir como tradicionales.132
Asimismo, en esos mismos años, en la alta sociedad porteña emergen, si
no críticas, al menos ironías no sólo hacia los italianos sino incluso hacia
los hijos de éstos que por su parte no procedían de la clásica migración
peninsular de trabajadores, como Ramón Cárcano. Sin embargo, el hecho
de que éste pudiese integrarse rápidamente en el círculo de jóvenes acólitos
del presidente Juárez Celman (y ser potencial candidato a sucederlo) sugiere
las muchas diferencias que existían en el seno de los grupos dirigentes
argentinos, al menos entre elites políticas y elites sociales, y también entre
elites económicas y elites sociales.
Emblemática de esa actitud de hostilidad hacia los italianos era la novela
naturalista argentina del 80 producida por escritores que pertenecían a
esa misma elite, aunque sus propias familias fuesen de origen inmigrante
o estuviesen emparentadas con éstas. Los nombres de Antonio Argerich en
su obra ¿Inocentes o culpables? y sobre todo de Eugenio Cambaceres en
su En la sangre representan la hostilidad hacia los italianos no en tanto
inmigrantes o hijos de inmigrantes sino –según su perspectiva– en tanto
exitosos advenedizos que intentaban ascender hasta la cima de la pirámide
social e integrarse en ella. Argerich retrata a una familia italiana cuyo fracaso
en la vía del ascenso social (el padre acumula fortuna y el hijo la dilapida
y se suicida) está de algún modo inscripto en la fatalidad del origen.133 En
la obra de Cambaceres se trataba de exorcizar el peligro que la elite perci-
bía fabulando que el hijo del inmigrante lleva en la sangre (pero también
lombrosianamente en su rostro) rasgos atávicos, resentimientos antiguos
y autopercepción de su inferioridad, que le impiden integrarse en una elite
social que por otra parte lo rechaza. Por ejemplo Genaro, el protagonista

131. J. Newton y L. Sosa de Newton, Historia del Jockey Club de Buenos Aires, Buenos
Aires, LN, 1972, pp. 85-112, y F. Korn, “La gente distinguida”, en J.L. Romero y L.A. Romero
(dirs.), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, Buenos Aires, Abril, 1983, pp. 45-56.
132. L. Losada, op. cit., p. 58.
133. A. Argerich, ¿Inocentes o culpables?, Madrid, Hyspamérica, 1985.
La gran transformación 157

de En la sangre, ve negada su incorporación al Club del Progreso cuando


presenta su solicitud. En Cambaceres, por lo demás, esa crítica adquiere
asimismo una confusa identificación regional, eco de aquellos prejuicios
antiguos contra los meridionales. En un modo bastante revelador de sus
confusos conocimientos de la geografía italiana, Cambaceres se refiere al
padre de Genaro en algún pasaje como napolitano y en otro como cala-
brés.134 Aunque la sorda hostilidad hacia los italianos fuese de la mano,
en el mismo Cambaceres, de rasgos de crítica también hacia sectores altos
de origen nativo, estos personajes no dejaban de redimirse de algún modo,
mientras el avaro y brutal italiano, no. Es el destino diferente de Genaro,
el personaje de En la sangre, y de Andrés, el personaje de Sin rumbo.135 En
esta última novela, por lo demás, las referencias a los italianos no dejan
de ser despectivas (el empresario de ópera corrompido; el conde, esposo de
la prima donna, cobarde; los napolitanos, holgazanes).136
En cualquier caso, aquí surge todo un tema que recorre el 80 y es el temor
de esa elite social de verse desbordada por los inmigrantes, reflejo que se
expresa en parte en otro movimiento cultural, ciertamente contradictorio
con el impulso europeísta que adquiría la cultura de la misma elite (aquí
la contraposición entre el estilo del Club del Progreso con el del Jockey
Club es reveladora), de apología del viejo mundo porteño antiguo, de sus
costumbres, de sus ideales de belleza, de sus valores.137
Esos prejuicios estaban extendidos más allá de las elites sociales, y
algunas anécdotas revelan que también en la cotidianidad había gestos
hacia ellos. La Patria Italiana refiere un caso en el que jóvenes porteños
que circulaban en un tranvía lanzaban escupitajos contra los participantes
en una fiesta de trabajadores italianos y Fray Mocho retrata una anécdota
semejante sobre los jóvenes que asistían en el puerto al desembarco de los
inmigrantes. Este último caso es quizá más interesante porque las pullas
a los inmigrantes procedían de personajes que eran hijos argentinos de
inmigrantes.138 Es que cualesquiera fuesen las aprehensiones de los diri-
gentes argentinos, mirado el problema desde la prensa italiana, ésta parecía
desesperarse ante la completa cancelación de sus rasgos italianos por los
hijos de éstos, tema que atribuían a la ausencia de sentimiento nacional
italiano de los padres, a su “campanilismo”, a su analfabetismo, a su falta
de educación italianizante. Ello, sumado a la hostilidad antiitaliana del
ambiente local, había producido en los hijos nacidos en la Argentina, según

134. E. Cambaceres, En la sangre, Buenos Aires, Eudeba, 1967.


135. La observación es de G. Onega, La inmigración en la literatura argentina (1880-1910),
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 66.
136. E. Cambaceres, Sin rumbo, Buenos Aires, Abril, 1983.
137. S. Calzadilla, Las beldades de mi tiempo, Buenos Aires, Obligado Editora, 1975.
138. J.S. Álvarez (Fray Mocho), Cuadros de la ciudad, Buenos Aires, Eudeba, 1961, pp.
131-133.
158 Fernando Devoto

el periódico, un comportamiento “morboso” que los llevaba obsesivamente


a intentar cancelar y aun a despreciar, avergonzándose de ellos, todos los
rasgos culturales e identitarios de su origen familiar, odiando todo lo que
tuviese sabor italiano.139
La actitud de la prensa peninsular, por un lado, y de las elites italianas,
por el otro, ante las numerosas polémicas contra los italianos fue, al igual
que como vimos a propósito de las escuelas, diferente. Esas diferencias
pueden relacionarse con el hecho de que si las polémicas ideológicas en el
seno de la dirigencia italiana habían disminuido y existían bastantes más
acuerdos ideológicos y políticos, persistía una distinción relevante. Unos eran
hombres de negocios con poco interés en las querellas del pensamiento, los
otros eran intelectuales que en su mayoría procedían de un pasado militante.
En cualquier caso, ante los ataques a los italianos, las elites económicas y
sociales parecen haber reforzado una posición de perfil bajo que eludía la
confrontación abierta y aun involucrarse activamente en los sucesos del
país en el que residían. Cuando el diputado peninsular Giuseppe Berio
visitó Buenos Aires se quejó de la falta de sentimiento nacional de la parte
principal de la comunidad italiana, que incluso no deseaba que se hablase
de “colonia” sino de “colectividad”.140 Por su parte, la prensa étnica, muchos
intelectuales italianos y funcionarios diplomáticos se orientaban hacia un
discurso más agresivo que si podía galvanizar a los italianos no podía sino
agravar las prevenciones que tenían los dirigentes argentinos.
Así emergería hacia fines de la década en la prensa italiana de Bue-
nos Aires un discurso crecientemente despectivo no sólo hacia las clases
populares nativas sino incluso hacia la misma elite, considerada “hol-
gazana”, “feudal”, dilapidadora de sus ingresos en lujos que buscaban
en forma maníaca copiar a París, cuya riqueza reposaba en el poco pro-
ductivo latifundio y que generaba una dirigencia política incompetente
e irresponsable.141
Se le dedicaba un larguísimo espacio a atacar ahora a los otros grupos
migratorios, de la Europa del norte o de la oriental, que eran atraídos con
los pasajes subsidiados. Aquí todo tipo de argumento era empleado en
defensa de la inmigración italiana (a veces como parte de una beneficiosa
inmigración “latina” que incluía a españoles y franceses) y más en general de
la inmigración espontánea contra la artificial. El argumento más articulado
era el de la selección natural darwiniana, a partir del cual se sostenía que
era preferible siempre una emigración llegada a través de un duro proceso
de selección natural que hacía que arribaran los mejores (en el sentido de
los más capaces en la lucha por la subsistencia) que otra que traía a estas

139. “I figli degli Italiani”, La Patria Italiana, 7 de febrero de 1889.


140. La Patria Italiana, 5 y 6 de enero de 1889.
141. “Carnival Nation”, La Patria Italiana, 28 de mayo de 1889; “I landlords argentini”, 18
de julio de 1889, y “In quali mani sia l’avvenire dell’Argentina”, 24 de enero de 1890.
La gran transformación 159

playas los elementos más débiles de sus respectivas sociedades.142 A ellos


se agregaban otros que iban desde la no adaptabilidad al clima templado de
personas provenientes de ámbitos fríos y no del Mediterráneo, con imaginarias
influencias en muchos planos, por ejemplo, sobre la caída de la fecundidad de
las mujeres que provenían del norte. Todo acompañado de una adjetivación
tremebunda contra los inmigrantes que llegaban con pasajes subsidiados
definidos como “scoria dei bassi fondi sociali dell’Europa del Nord”, saciados
de “alcool e di patate”, “parassiti”, “pitocchi”, “rifiuti sociali”, reclutados incluso
entre enfermos, dementes, delincuentes y subversivos.143 El periódico, sin
embargo, seguía defendiendo la libertad de emigración e inmigración.
Más interesante y de mayor influencia posterior en el pensamiento
argentino era la crítica que La Patria Italiana dirigía contra otros grupos
extranjeros y sus intereses en la Argentina. El periódico debía admitir que
la influencia de los italianos era menor que la de otros grupos porque estos
últimos tenían capitales detrás de ellos. Objetivo predilecto en este punto
eran los ingleses. La no siempre deseable influencia británica (o alemana)
era contrapuesta en el periódico a la siempre benéfica de los italianos. La
primera operaba, según el diario, a través del capital representando a me-
nudo una verdadera tiranía de los medios extranjeros sobre la producción
local, expoliadora a través de la usura y cuyas utilidades no permanecían
en el país. En cambio, la segunda operaba a través de esos factores be-
néficos y creadores de riqueza que eran el trabajo y el ahorro.144 Es decir,
una cierta contraposición entre especulación y producción con la que, sin
embargo, el periódico no era ni podía ser consecuente, ya que se colocaba
en un carril peligroso para las ideas más generales que decía sostener. Un
ejemplo de esa retórica era, por ejemplo, presentar al barrio de la Boca
como la “Manchester argentina”.145
Un particular interés despertaban los ferrocarriles en manos de empresas
extranjeras que, según el periódico, con sus tarifas perjudicaban grande-
mente a los colonos italianos. En ese punto, también contradictoriamente
con el enfoque “liberista”, se defendía el interés del Estado en preservar
en su poder (cuando los tenía, como en el caso de la provincia de Buenos
Aires) sus ferrocarriles.146

142. “Selezione naturale ed emigrazione”, La Patria Italiana, 9 de marzo de 1889.


143. “Orgoglio”, La Patria Italiana, 26 de febrero de 1889; “Immigranti parassiti”, 5 de
abril de 1889; “Immigranti pitocchi”, 12 de abril de 1889; “Selezione rovinosa”, 27 de
abril de 1889; “Immigrazione socialista”, “Delinquenti e accattoni”, 4 de junio de 1889;
“Immigrazione ed ospedale”, 27 de junio de 1889; “In nostro appoggio”, 5 de julio de 1889;
“Immigrazione artificiale”, 24 de noviembre de 1889; “Il Figaro e la Patria Italiana”, 18
de diciembre de 1889.
144. “Il Risparmio Italiano”, La Patria Italiana, 3 de agosto de 1889.
145. La Patria Italiana, 10 de septiembre de 1889.
146. “Il problema ferroviario”, La Patria Italiana, 16 de julio de 1889; “L’Oro e le ferrovie”,
17 de julio de 1889, “Ferrovie argentine”, 6 y 7 de noviembre de 1889.
160 Fernando Devoto

Sin embargo, más allá de esas y otras reflexiones, la visión de la prensa


étnica se mantenía inalterada con respecto a la década precedente, lo que
sugería la perdurabilidad de la férrea unidad de visión entre la prensa
étnica y la elite económica peninsular. Un ejemplo era el de la libertad de
comercio. La Patria Italiana seguía insistentemente la prédica de sus an-
tecesores en oponerse con distintos argumentos (entre ellos los intereses
de los consumidores) al proteccionismo y en una defensa irrestricta del
librecambio con abundantes referencias a Anne-Robert-Jacques Turgot,
Adam Smith, Jean-Baptiste Say y también Cavour.147 Incluso cuando el
déficit de la balanza comercial y de pagos pendía peligrosamente sobre la
Argentina, como a comienzos de 1890, el periódico seguía insistiendo en
las ventajas de las importaciones. Cuando en una ocasión un articulista
del diario sugirió la necesidad de proteger a la industria haciendo veladas
críticas a los importadores, la redacción se creyó obligada a indicar que no
compartía algunas de sus expresiones.148
De este modo al final del período que hemos analizado en este capítulo,
más allá de la declinación de los republicanos y de los nuevos consensos,
perduraban muchas claves de la antigua tradición liberal y comercial de
amplios sectores de la influyente elite temprana italiana en el Plata. Ello era
así pese a que ya no se trataba de una comunidad de marineros y comer-
ciantes sino de otra, cuyos componentes más numerosos eran agricultores,
campesinos, artesanos y obreros, y también a que en principio había ya
un muy consistente número de industriales que no podían ser favorables a
esa política; aunque aquí hay que recordar que muchos eran, a la vez que
productores, importadores (por ejemplo, los del sector metalúrgico).149 Por
lo demás, el ámbito institucional que reunía a la mayoría de ellos era una
cámara que si bien se llamaba inicialmente de Commercio ed Arti y había
en ella algunos destacados industriales, los importadores y la orientación
“liberista” eran los dominantes.
En realidad, algunos industriales italianos habían participado en 1875
en la creación del Club Industrial y habían fundado, precedentemente a
la Camera, otra entidad (en 1882): la Associazione Industriale Italiana.
Ésta, según algunas fuentes (L’Amico del Popolo) llegó a contar con unos
doscientos miembros y parece haber tenido simpatías republicanas (como
lo probaría su activa participación en las manifestaciones por la ley de
educación común). La entidad, de la que se sabe demasiado poco, fue
de todos modos efímera. En cualquier caso, para la gran mayoría de la

147. “Finanze e Ministri”, La Patria Italiana, 29 de enero de 1889; “Como si ristora la


ricchezza”, 20 de febrero 1889; “L’importazione nei suoi rapporti col’ aggio dell’ oro”, 12
de marzo de 1889.
148. S. Santini, “In quali mani sia l’avvenire dell’Argentina”, La Patria Italiana, 24 de
enero de 1890.
149. E. Scarzanella, op. cit., p. 54.
La gran transformación 161

dirigencia peninsular, la idea prevaleciente seguía siendo la ya antigua


de las colonias mercantiles y desde allí la defensa del librecambio. ¿Podía
esa concepción sostenerse a la larga y actuar como marco de articulación
de una comunidad crecientemente numerosa, social y económicamente
heterogénea?
Con todo, es evidente que esa orientación “liberista” colocaba todavía
en sintonía, más allá de las muchas controversias, al grupo dirigente
peninsular con las elites argentinas, primero con el mitrismo, que casi
siempre lo había sido, y ahora con la nueva generación del 80 convertida
al nuevo credo. Estas elites también estaban convencidas (más allá de
que las tarifas aduaneras de la época hayan sido más altas que lo que
las antiguas lecturas sugerían) de las bondades de la integración de la
economía argentina a la mundial y en ellas parecían haber quedado
atrás los intensos debates sobre proteccionismo y librecambio que ha-
bían surcado la década del 70 (cuando Pellegrini, entre otros, estaba por
entonces por la primera postura). La grave crisis que era coincidente con
esa acelerada integración, 1890, no sería imputada a esa integración al
mundo sino a los desaciertos de un gobierno orientado hacia un gasto
público descontrolado y hacia un manejo financiero imprudente. La Ar-
gentina posterior a la crisis y los italianos en ella serían, más allá de las
explicaciones que diesen a ésta y más allá del juego de continuidades y
rupturas, muy diferentes en la agenda de sus problemas.
Por otra parte, si la dirigencia comunitaria seguía en manos de antiguos
notables de la Italia noroccidental (en especial genoveses), la inmigración
italiana se había diversificado mucho (y se seguiría diversificando en la década
siguiente), lo que planteaba nuevas tensiones entre la antigua dirigencia y
la nueva emergente. No menos relevante era la dispersión geográfica de los
italianos en todo el territorio del litoral (y aun más allá), para los cuales las
instituciones de Buenos Aires y sus líderes no serían ya necesariamente
el grupo de referencia. Asimismo, emergía con fuerza el problema de una
inmigración que cada vez más provendría de las regiones rurales de la Italia
profunda, es decir, provista de un catolicismo (aunque fuese rudimentario
y epidérmico) que encontraba aquí una dirigencia que conservaba como
rasgo dominante un anticlericalismo agudo. ¿Qué relación se establecería
entre ellas? Finalmente aparecían en el escenario movimientos socialistas
y anarquistas que, desde otro lugar, pondrían también en cuestión a los
grupos dirigentes de la comunidad italiana. Es decir que por esas y otras
razones se deberá hablar de aquí en adelante mucho más de comunida-
des italianas en la Argentina. De un plural y no de un singular, de nuevas
tensiones y nuevas cuestiones.
Estos temas y otros, como la revalorización de los italianos por parte de
la elite argentina acompañada de una disminución de las aprehensiones
que ellos suscitaban, serán parte del argumento de un capítulo posterior.
En el ínterin haremos un paréntesis para analizar las instituciones que
los italianos crearon en la Argentina.
Capítulo 3

Intermedio.
Las instituciones de los italianos
en la Argentina

Fachada de la Società Italiana di Mutuo Soccorso de Godoy Cruz,


provincia de Mendoza, 1915.
Los inmigrantes italianos crearon instituciones en todas las partes del
mundo a las que se dirigieron. Sin embargo, no todos ellos tomaron parte
en la vida de las mismas. Por ello, el estudio de las instituciones étnicas
es parcialmente diferente del de la inmigración. Refiere a aquella parte de
los inmigrantes que al participar de algún tipo de asociación compartieron,
al menos en parte, la vida de una comunidad. En este sentido, comunidad
italiana e inmigración italiana son dos universos de diferentes dimensio-
nes. La distinción, sin embargo, no debe absolutizarse. Muchas personas
mantenían lazos de sociabilidad con sus paisanos en ámbitos informales
(un café, un almacén, una fonda, un espacio público) o interactuaban en
forma episódica con las mismas instituciones y por ello dejaron poco o
ningún registro de su actividad. En términos generales era difícil que un
italiano en la Argentina, país donde había tantos connacionales, no esta-
bleciese algún tipo de vínculo con ellos o con las muchas instituciones que
éstos habían creado.
Las personas prefieren compartir lugares con aquellos con los que
sienten raíces comunes, afinidades, o con quienes comparten gustos y
hábitos antes que con extraños. El problema, sin embargo, no es sólo la
existencia de relaciones sino el tipo y, sobre todo, la duración y la intensi-
dad de ellas. Inversamente, aun aquellas personas que tenían una intensa
vida comunitaria no dejaban tampoco de tener vínculos con individuos
de otros grupos, nativos o extranjeros. Era igualmente difícil que así no
fuese. En este sentido, nunca la vida comunitaria puede agotar totalmente
la experiencia de los inmigrantes en una nueva sociedad, experiencia que
para muchos (alrededor de la mitad) fue sólo temporal ya que retornaron
a su país de origen.
Siendo imposible establecer precisiones cuantitativas sobre los peninsula-
res que mantuvieron vínculos de distinto tipo con los espacios comunitarios,
en un sentido amplio puede intentarse, en cambio, una aproximación al
número de italianos en la Argentina que participaban de ámbitos étnicos
formalizados, es decir, que se integraron establemente como miembros
de alguna institución italiana en la Argentina. Un modo de medirlo es
[ 165 ]
166 Fernando Devoto

considerar cuántos eran miembros de alguna de las muchas sociedades


italianas de socorros mutuos en un momento determinado, por tratarse del
tipo de institución que reunía mayor cantidad de peninsulares. El censo
de 1914, que coincide con el final del período más floreciente de las aso-
ciaciones italianas en la Argentina, cuando se notaba ya alguna flexión en
el número de socios, nos muestra que por entonces 144 mil italianos eran
miembros de alguna de las 463 asociaciones mutuales registradas. Ese
número representaba al 18% de los italianos en la Argentina en ese año,
según los datos del mismo censo. Sin embargo, como los miembros de las
asociaciones eran mayoritariamente los varones adultos, es más pertinente
poner en relación esos dos universos. En este sentido, aquel conjunto de
socios representaba el 30% del total de los italianos de esa condición. Esos
datos son equivalentes a los que brinda el censo de la ciudad de Buenos
Aires de 1904.1
Desde luego, el número es un piso ya que, como sabemos por otras
fuentes (como los periódicos peninsulares o el elenco confeccionado por
Zuccarini a partir de informaciones comunitarias), muchas asociaciones no
aparecen registradas en el censo, y además había personas que entraban
y salían de su condición de socios en breves lapsos. Por otra parte, algu-
nas tenían una existencia demasiado informal como para ser incluidas y
además había otras instituciones que no eran mutuales sino recreativas.
De este modo, estimar que aproximadamente la mitad de los italianos en
la Argentina participaron en algún momento de su estancia en el país de
alguna institución comunitaria es un cálculo bastante razonable.
Un segundo modo de aproximarnos a las dimensiones de las personas
involucradas en la vida comunitaria es a través de las tiradas de los perió-
dicos. El censo de la ciudad de Buenos Aires de 1887 hizo un relevamiento
de los que se publicaban por entonces en la ciudad, en el que se incluía
su tirada. Los dos mayores periódicos en italiano de entonces (pero no los
únicos), La Patria Italiana y L’Operaio Italiano, tiraban respectivamente
once mil y seis mil ejemplares diarios, mientras La Nación y La Prensa
editaban dieciocho mil. Un segundo relevamiento lo provee el censo de la
ciudad de 1904. Aunque no constan los datos acerca de la circulación de
La Patria degli Italiani puede calcularse razonablemente en 40 mil (que
podía llegar a picos de 60 mil en las ediciones especiales, por ejemplo, el
número de veinticinco páginas dedicado a la inauguración del monumento
a Garibaldi). La Patria degli Italiani era por entonces el tercer diario de la
ciudad (luego de La Prensa y de La Nación, que en 1904 tiraban 95 mil y
60 mil ejemplares respectivamente).2

1. República Argentina, Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso, 1916, t. x, y Repú-
blica Argentina, Censo General de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, Compañía
Sudamericana de Billetes de Banco, 1905, pp. clxiv-clxv.
2. S. Baily, “The role of two newspapers in the assimilation of Italians in Buenos Aires and
San Pablo, 1893-1913”, International Migration Review, vol. 12, Nº 3, 1978, pp. 325-327.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 167

A los efectos de medir la influencia potencial de la prensa, primeramente


debe recordarse que en 1887 los italianos en Buenos Aires eran 137 mil,
y en 1904, 277 mil. Antes de cotejar las distintas cifras deben tenerse en
cuenta algunos otros hechos. En primer lugar, que la relación global entre
número de italianos residentes y tirada de los periódicos es aproximada-
mente equivalente en los dos períodos. En 1887 existían más periódicos
italianos en la ciudad mientras que para 1904 habría que observar que La
Patria degli Italiani, aunque había realizado una concentración de otros
periódicos preexistentes, no era el único diario italiano de Buenos Aires
pero sí largamente el mayor y más influyente. En segundo lugar, que los
periódicos no se vendían sólo en Buenos Aires sino también en el interior
por suscripción. En tercer lugar, que un periódico era leído por varias per-
sonas y, cuarto, que existían todavía muchos analfabetos entre aquellos
peninsulares, además de los menores que están englobados en aquellas
cifras de 137 mil y de 277 mil. Con todos esos límites puede razonablemente
señalarse que el impacto de la prensa comunitaria sobre los italianos en
Buenos Aires era bastante extenso y debía incluir aproximadamente a algo
más de la mitad de los peninsulares residentes. De este modo, un gran núme-
ro de inmigrantes se mantenían indirectamente vinculados con otros, con
los que interactuaban por medio de ese centro emisor común que eran
los periódicos. A través de ellos, además, se mantenían en contacto con la
ideología de la italianidad y con los avatares de la vida política y social en
Italia. Por otra parte, que un inmigrante italiano no comprase los periódicos
étnicos o no perteneciese a una sociedad mutual no sugiere que hubiese
roto sus lazos con el lugar de origen o con la cultura italiana. Por ejemplo,
los hermanos Oreste y Abele Sola, bielleses exitosos, no indican en su lar-
ga correspondencia con los padres que permanecían en Italia que leyesen
los diarios italianos de Buenos Aires ni que perteneciesen a alguna de las
tantas asociaciones de peninsulares. Sin embargo emerge en sus cartas
que privilegiaban las relaciones con sus compaisanos y que recibían de
tanto en tanto un periódico de Biella.3
Más allá de la amplitud de su influencia, un rasgo característico de las
instituciones comunitarias italianas en la Argentina era su fortaleza, si se
las compara con las que crearon en otros países. En ningún lado hubo
sociedades, mutuales o no, que por número de socios y capital pudiesen
equipararse a las argentinas, ni bancos que tuviesen un volumen de ne-
gocios equivalente, ni periódicos semejantes en el nivel de sus rúbricas,
en el número de páginas o en cantidad de ejemplares.
De las numerosas instituciones comunitarias italianas en la Argentina
analizaremos aquí tres tipos. En primer lugar observaremos las socieda-
des de ayuda mutua, su distribución, sus funciones y sus actividades. En
segundo lugar prestaremos atención a los círculos sociales que no tenían

3. S. Baily y F. Ramella (eds.), One family, two worlds. An Italian Family’s Correspon-
dence across the Atlantic, 1901-1922, New Brusnwick-Londres, Rutgers University
Press, 1988.
168 Fernando Devoto

ningún propósito asistencial. Entre ellas existían entidades con distintos


objetivos: sociales, conmemorativos, recreativos, musicales, deportivos, y
que reunían a distintos grupos de personas, desde militares (ex comba-
tientes) hasta los notables comunitarios, que crearon un tipo especial de
institución de elite. En tercer lugar tomaremos en consideración las insti-
tuciones económicas, bancos y cámara de comercio.

Las asociaciones mutuales

Las asociaciones mutuales fueron el emblema de la presencia de los


italianos en el exterior. A fines del siglo xix existían en todas las partes del
mundo en las que había grupos de italianos, desde El Cairo hasta Mel-
bourne, desde Bucarest hasta Iquique. Un relevamiento realizado en 1896
por el Ministero degli Affari Esteri italiano, a través de su red diplomática y
consular, enumeró 1.159 entidades de todo tipo (lo que es desde luego un
mínimo), de las cuales 302 estaban en la Argentina. El 85% de ellas eran
entidades mutuales. A partir de allí, podemos considerar los datos globales
de ese relevamiento, el único disponible para establecer una comparación,
como suficientemente representativos de las entidades de ese tipo.
Una diferencia visible en las asociaciones mutuales de la Argentina
comparadas con las de otras partes es su riqueza. De los datos sobre el
patrimonio del conjunto de las asociaciones se observa que el de las argenti-
nas reúne por sí solo la mitad del total. Si las trescientas argentinas tenían
un capital societario de 9.500.000 liras, las 437 registradas en Estados
Unidos tenían en conjunto sólo 2.400.000 liras, las 98 de Brasil 780 mil y
las 77 de Suiza apenas 130 mil. Solamente tres asociaciones mutualistas,
y las tres eran de la Argentina (Nazionale Italiana, Unione e Benevolenza
de Buenos Aires y Unione e Benevolenza de Rosario), reunían un capital
social superior a 200 mil liras.4 Aunque en todo ello puede tener que ver,
en parte, el tipo de cambio entre cada moneda nacional y la lira, la ventaja
de las entidades argentinas es tal que minimiza esa influencia.
Un ejemplo adicional de esa mayor fortaleza de las asociaciones ar-
gentinas es que la casi totalidad de las sociedades era dueña del lugar en
el que funcionaba. Sus ingresos regulares, ayudados a veces por gestos
filantrópicos de connacionales exitosos, les permitían comprar el terreno y
construir poco tiempo después de haber sido fundadas. En otros contextos
nacionales, en cambio, predominaba ampliamente el alquiler permanente
de los locales. Aunque en parte ello se debiese a que las sociedades, por
ejemplo en Estados Unidos, prefiriesen invertir sus ahorros en títulos del
gobierno o en depósitos bancarios mientras que en la Argentina, vista la

4. G. Prato, “La tendenza associativa fra gli italiani all’estero nelle sue fasi più recenti”,
La Riforma Sociale, año xiii, vol. xvi, 1906, pp. 724-726.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 169

inestabilidad financiera crónica, prefiriesen hacerlo en bienes inmuebles,


estas últimas eran desde el punto de vista institucional entidades más
sólidas y de vida más perdurable.5
Esa situación de mayor fortaleza económica deriva de varias razones.
La primera es externa: las comunidades de los italianos en la Argentina
eran más diversificadas socialmente y más ricas globalmente que las de
Estados Unidos o Suiza. La segunda es interna: las asociaciones en la
Argentina tenían un mayor número de socios promedio que las de otras
partes. Así, las 302 entidades de la Argentina tenían 124.543 socios (412
promedio por institución) mientras que las 427 de Estados Unidos tenían
31.145 (72 miembros de promedio), las 98 de Brasil, 9.020 (92 miembros en
promedio) y las 77 de Suiza, 4.510 (58 de promedio). Sólo en la Argentina
existían entidades que reunían más de mil asociados, las que eran doce
en la fecha del relevamiento. Incluso seis de ellas agrupaban más de tres
mil en el mismo momento. Ello era a su vez resultado de que más italianos
se asociaban en la Argentina que en otras partes y de que se fraccionaban
menos que en otros sitios donde el “campanilismo” imperaba por doquier.
Los italianos tendían en muchos lugares a agruparse en entidades que
reunían a personas procedentes de una única región o provincia e incluso
de un único pueblo. Aunque este tipo de instituciones existió también en
la Argentina, fueron bastante minoritarias en relación con aquellas que
englobaban a todos los italianos e incluso a aquellos que no lo eran por
ciudadanía pero sí por lengua y cultura.
El motivo de la menor fragmentación relativa de las mutuales italianas en
la Argentina en comparación con las de otros lugares puede relacionarse con
muchos factores. Algunos autores, como Giuseppe Prato, han destacado la
mayor tendencia al “campanilismo” de los inmigrantes meridionales y, vista
la predominancia de los italianos del norte en la Argentina hasta mediados
de la década del 90 del siglo xix y su papel más activo en la creación de
entidades mutuales, la situación de menor fraccionamiento podría tener
que ver con ello.6 Un factor de primer orden debe buscarse, sin embargo,
en otra parte: el papel desempeñado por los militantes republicanos y por
la matriz mazziniana en la creación de las primeras mutuales. Nacidas a la
vez con una función mutualista y otra política, esta última les proveía una
orientación nacional que impulsaba la creación de sociedades abarcadoras
de todos los peninsulares, aun antes de la existencia del reino de Italia.
Es más, como vimos, el apoyo decidido a la unidad de Italia era uno de
los objetivos prioritarios de su fundación. Aunque luego de la definitiva
unificación de la península, en 1870, la importancia del republicanismo
decayó, siguió siendo influyente por bastante tiempo entre las clases medias
de las grandes ciudades y sobre todo en los pequeños centros urbanos del

5. Idem, p. 728.
6. G. Prato, “Le società di muto soccorso all’estero”, La Riforma sociale, año ix, vol. xii,
1902, pp. 858-859.
170 Fernando Devoto

interior de la Argentina, donde continuaban surgiendo nuevas entidades.


De este modo la ideología y la política, si bien en muchos casos provocaban
escisiones en las entidades, lo que favorecía su fragmentación, también
promovieron la constitución de asociaciones más amplias desde el punto
de vista territorial.
La situación descripta no debe sin embargo brindar la ilusión de que
faccionalismo y campanilismo no estuvieran presentes en el movimiento
mutualista italiano en la Argentina. Por el contrario, éstos eran importantes
y ya presentamos algunos de los motivos: disputas ideológicas entre repu-
blicanos y monárquicos, luego entre católicos y anticlericales, competencias
entre individuos que perseguían motivos personales de prestigio o poder
e incluso mutuas hostilidades entre septentrionales y meridionales. Las
primeras fueron bastante frecuentes en las primeras décadas de existencia
del movimiento mutualista. Además del caso de Unione e Benevolenza y la
Nazionale Italiana ya descripto hay que agregar muchos otros. En Rosario,
el viceconsulado inicialmente no pudo crear otra entidad mutualista (vista
la fortaleza de la Unione e Benevolenza local que tenía quinientos socios en
1869, cuando la población italiana estimada de la ciudad era 1.500) pero
luego la dinámica interna llevaría en 1884 a una escisión que daría lugar
a la Sociedad Garibaldi. En Morón, en 1893, la Società Italiana, de por sí
pequeña, sufriría una escisión de un grupo monárquico que daría vida a
otra entidad (Italia Una) luego de una tormentosa asamblea. El hecho de
que los dos bandos estuvieran encabezados por dos farmacéuticos que por
otro lado eran prestadores de la entidad sugiere que quizá no se trataba
sólo de motivos ideales.7
En la ciudad de Santa Fe, por su parte, la temprana Unione e Benevo-
lenza creada en 1861 fue obstaculizada también por el viceconsulado, que
mucho contribuyó a su colapso en 1869. En 1873 renació, ahora controlada
por los sectores monárquicos a los que se le oponían otros más efímeros
de orientación republicana como la Unione Operai de Santa Fe (1877-
1889). Como el ejemplo de Santa Fe sugiere, no todas las escisiones eran
promovidas por los monárquicos. Por el contrario, cuando éstos devenían
mayoritarios, las divisiones eran promovidas por los republicanos, cada
vez más minoritarios en la dirigencia peninsular. Así, en 1895 un grupo de
ese origen se escindió de la Sociedad Italiana de Belgrano para crear otra
entidad rival, la Democrática Italiana, que mantenía estrechas relaciones
con el naciente socialismo local. Las rivalidades involucraban también a las
entidades ubicadas en los pequeños pueblos de las zonas agrarias. Así, en
1891 en Cañada de Gómez dos entidades antagónicas –monárquica una,
republicana la otra– surgieron de la Unione e Benevolenza local.8 En cual-

7. Società Italiana di Mutuo Soccorso di Morón, Libro de actas y asambleas (1867-1905),


pp. 207-208.
8. G. Álvarez, “Las instituciones italianas de Cañada de Gómez”, Primeras Jornadas de
Historia de la Inmigración Italiana en la Provincia de Santa Fe, 1983, p. 18.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 171

quier caso, lo que estos ejemplos sugieren es que más allá de la concordia
visible en la alta dirigencia italiana en la Argentina y en las asociaciones
mayores, desde fines de la década de 1870 los enfrentamientos continuaron
por largo tiempo en las entidades más periféricas.
No siempre esas divisiones podían relacionarse claramente con las
disputas ideológicas, y los matices que pueden hallarse entre las nuevas
entidades escindidas de las antiguas no deben oscurecer el hecho de que
parece tratarse de rivalidades entre personas o grupos que arrastraban
tras de sí a sus respectivas clientelas, que a veces eran empleados o
trabajadores de los dirigentes de cada entidad. Así parece ocurrir en la
ciudad de Córdoba, en 1893, donde a causa de la expulsión de un socio
surgiría de la Unione e Benevolenza local una nueva entidad: Unione e
Fratellanza. Aunque puedan buscarse matices sociales o ideológicos entre
ambas entidades, las diferencias ya son mucho menos netas que en el
período precedente.9
Además de la paulatina propagación de nuevas asociaciones a medida
que tanto la inmigración como su distribución en el territorio argentino
aumentaban, visto en perspectiva el movimiento más importante fue el de
creación ya a partir de la década de 1880 de nuevas entidades de inmi-
grantes procedentes del sur. Ella está en la base de esa continua creación
de nuevas entidades, que en la sola Buenos Aires a las catorce existentes
en 1879 se agregarían veintiuna en los años 80 y otras treinta y cinco en
los 90.10 Aunque los datos no son comparables estrictamente ya que los
modos de relevamiento de las entidades son diferentes, las cifras provistas
por Ignazio Martignetti en una investigación realizada para la Camera di
Commercio Italiana, en 1906, enumeraba alrededor de trescientas enti-
dades, los de un censo realizado por las autoridades consulares italianas
de la Argentina en 1908 constataba la existencia de 320, mientras que el
Censo Nacional Argentino de 1914 incluía ya 463.11
Dado que el flujo meridional fue relativamente más tardío, en el momento
en que comenzaron a llegar en grandes números se encontraron con una
estructura asociativa ya existente en la que las posiciones de liderazgo
estaban en manos de los italianos del norte en una proporción mucho
mayor todavía que entre los asociados. Aunque algunas de las grandes y
antiguas asociaciones se abrieron a las ambiciones de los nuevos arribados,
en especial la Colonia Italiana, cuya dirigencia sería predominantemente

9. A. M. Candelaresi y M. T. Monterisi, La presencia italiana en la ciudad de Córdoba,


1869-1875, Córdoba, Marcos Lerner, 1989, pp. 79-100.
10. Véase S. Baily, “Las sociedades de ayuda mutua…”, quien se basa en los datos de
Zuccarini.
11. I. Martignetti, Istituzioni Italiane nella Repubblica Argentina, en Camera di Commercio
Italiana, Gli italiani nella Repubblica Argentina all’Esposizione di Milano, Buenos Aires,
Compañía General de Fósforos, 1906, y “Le società italiane all’estero nel 1908”, Bollettino
dell’emigrazione, Nº 24, 1908, pp. 2 ss.
172 Fernando Devoto

meridional con el cambio de siglo, ello no ocurrió en la mayoría de los ca-


sos.12 Por este motivo, muchos pequeños notables meridionales se sintieron
impulsados a crear nuevas entidades en las que ellos pudiesen ocupar las
posiciones directivas que presumían prestigiosas a los ojos de connaciona-
les, compaisanos o aun de los argentinos. De las treinta y cinco sociedades
de socorros mutuos que se crearon en la provincia de Buenos Aires en la
década de 1890, veintiuna eran de carácter regional o local. Surgieron así,
por ejemplo, muchos círculos napolitanos: en Rosario en 1882, en Buenos
Aires en 1888, en Azul en 1889, en Santa Fe en 1891, en La Plata en 1895,
o la Unione Meridionale (Buenos Aires, 1884), abiertas en general a todos
los procedentes del antiguo reino de las Dos Sicilias. A ella se agregaban
otras regionales: Figli della Sicilia (1892), la Parténope (1889), Centro Pu-
gliese (1889), las tres en la Boca, o la Volturno (1893), la Giovani Calabresi
y la Abruzo (1894) en Buenos Aires. Otras, aunque no llevasen el carácter
en el nombre, como la Unione Operai Italiani de la ciudad de La Plata
–creada en 1885 por meridionales que se habían escindido de la más an-
tigua Unione e Fratellanza– también lo eran.
Desde luego que ese movimiento regionalista de los meridionales tenía
sus contrapartidas septentrionales como la Ligure de la Boca (1885), la
Vogherese (Buenos Aires, 1887), la Véneta (Buenos Aires, 1890) o la Liguria
de Barracas (1889). Las entidades regionales ponían como condición a los
que quisieran incorporarse a ellas que hubiesen nacido en el área delimi-
tada preestablecida, lo que valía también para los argentinos que quisie-
ran afiliarse, los que debían ser hijos de italianos de esa misma región.13
En general, ese movimiento de creación de sociedades regionales siguió
muy activo luego de la Primera Guerra Mundial (y aun de la Segunda), lo
que revela una vitalidad mucho mayor en el tiempo que el de creación de
entidades nacionales.
De las asociaciones formadas sobre base local o microrregional (es decir
que reunían a inmigrantes de uno o de pocos pueblos de Italia) tenemos
menos referencias. Los agnoneses procedentes del Molise, uno de los grupos
mejor estudiados, crearon un Circolo Sannitico en el barrio del Carmen,
donde residían muchos de ellos, y también tuvieron destacada presencia en
otras asociaciones dominadas por los meridionales como la Umberto i o la
Savoia; los migrantes de Potenza Picena crearían una Sociedad Potentina
en la zona de Liniers.14 En realidad muchas entidades, aunque estaban

12. F. Devoto, “Participación y conflictos en las sociedades italianas de socorros mutuos


en Buenos Aires y Santa Fe”, en Estudios sobre la inmigración italiana en la Argentina
en la segunda mitad del siglo xix, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane-Università de
Sassari, 1991, pp. 144-166.
13. Véase por ejemplo Società Ligure di Mutuo Soccorso, Statuto, Buenos Aires, 1909.
14. R. Gandolfo, “Notas sobre la elite de una comunidad emigrada en cadena: el caso
de los agnoneses”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 8, 1988, pp. 137-155, y A.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 173

formalmente abiertas a todos los peninsulares, agrupaban a personas de


una sola región, en lo que debía verse la preferencia de los inmigrantes por
compartir la sociabilidad con sus paisanos tanto como la aludida ambición
de sus líderes por aparecer como dirigentes de alguna entidad, cualquie-
ra fuese. Con todo, las asociaciones amplias que englobaban a todos los
italianos continuaron siendo predominantes al menos hasta los primeros
años del siglo xx.
Finalmente, un movimiento de importancia que afectó sobre todo a
Buenos Aires fueron las nuevas asociaciones barriales. En la medida en
que la ciudad crecía y los inmigrantes se desplazaban del centro a la peri-
feria buscando convertirse en propietarios de una vivienda (aprovechando
los numerosos loteos), era mucho más razonable asociarse a una entidad
cercana a ellos que tener que desplazarse diez kilómetros o más. Nacieron
así nuevas entidades en Flores, Floresta, los Corrales o Villa Devoto y en
otros los barrios periféricos de la ciudad.
Como observamos, la conflictividad en las asociaciones respondía también
en buena parte a las luchas entre grupos o a los conflictos personales, en
los que los motivos ideológicos y los regionalismos tenían un peso limita-
do. Ello daba lugar a las continuas fragmentaciones aludidas, como puede
observarse si se compara el movimiento mutualista italiano en la Argentina
con el español. Tomando los datos del censo nacional de 1914, que permite
hacer una comparación entre ambos grupos, se observa que existían 463
entidades italianas con 144 mil socios (un promedio de 311 miembros) y
250 españolas con 110 mil socios (un promedio de 440). Aunque los espa-
ñoles se asociasen menos que los italianos (13% del total), el promedio de
miembros por entidad era mayor. Otros datos avalan esta situación. Por
ejemplo, ninguna entidad italiana tenía un número de socios tan elevado
como la española de socorros mutuos de Buenos Aires (22 mil), ni su ca-
pital social (1.000.000 de pesos). En la ciudad de Rosario existían según
el censo aludido siete instituciones italianas y una sola española, que era
además una especie de filial de la mayor de Buenos Aires, y en la provincia
de Jujuy había tres entidades mutualistas italianas (cada una de alrededor
de sesenta miembros) y una sola española (de cien).15 Es probable que la
presencia de un mayor número de intelectuales y políticos en la dirigencia
italiana que en la española, que era parte de la herencia del Risorgimento,
haya actuado como un factor importante para explicar la mayor conflicti-
vidad que derivaba en mayores divisiones y enfrentamientos, en los que no
estaba excluida la violencia. Por ejemplo, en una de las mayores asociaciones
de la ciudad de Buenos Aires, en 1901, una disputa entre dos listas en la
asamblea para renovar a la comisión directiva derivó en un enfrentamiento
mayor en el que uno de los bandos se atrincheró de la sede social y resistió

Bernasconi, “Marchigianos en Buenos Aires: trabajo y vida asociativa”, en E. Sori (a cura


di), Le Marche fuori delle Marche, Ancona, Proposte e Ricerche, 1998, t. iii, p. 733.
15. F. Devoto, Historia de la inmigración…, pp. 310-314.
174 Fernando Devoto

el ataque del otro para recuperarla. En cualquier caso, la exasperación de


las divisiones llevaba a situaciones cercanas al absurdo. Los problemas no
se limitaban a los grandes centros urbanos sino que adquirían rasgos aun
más dramáticos en las villas y ciudades de las provincias. En la de Buenos
Aires existían en 1901 cuatro asociaciones mutuales italianas en Chivilcoy,
tres en las localidades de Magdalena, en Azul, en Luján, en Mercedes y en
Junín, y dos en Olavarría, Trenque Lauquen, Saladillo, Arrecifes, Rojas,
Carmen de Areco y varios lugares más. En la ciudad de Concordia en En-
tre Ríos, en 1913, también existían tres entidades.16 Los ejemplos podrían
multiplicarse. Una situación de ese tipo no era ni institucional ni financie-
ramente sostenible, aun si la mayoría de las instituciones abría ahora sus
puertas a las mujeres, lo que debía permitir un incremento del número de
asociados. La inviabilidad económica de las entidades haría que muchas
de ellas tuvieran una vida bastante efímera.17
Existían ciertamente también intentos de fusión como un modo de
resolver los problemas aludidos. Tras la fase de prolongadas divisiones y
nuevas creaciones comenzaron a tomar cuerpo, en el siglo xx, diferentes
proyectos que proponían federar a las distintas entidades o incluso la
fusión de algunas de ellas. Estos proyectos se vinculaban, por una par-
te, con la situación más difícil en que se encontraban las asociaciones
mutuales para sostener las prestaciones ante la caída del número de
miembros por institución debido a la proliferación de entidades, ante el
aumento de los gastos corrientes requeridos para mantener una estructura
administrativa y, sobre todo, a causa del envejecimiento progresivo del
padrón societario. Un ejemplo de esa situación lo provee la más antigua
y una de las dos más grandes, Unione e Benevolenza, que si contaba
con 5.600 socios en 1901 (la otra era Nazionale Italiana que tenía en el
mismo año 5.300) había visto reducido su número a 3.800 en 1906 y
a 2.700 en 1915. Un proceso semejante vivía contemporáneamente la
mayor entidad de la ciudad de La Plata, Unione e Fratellanza. Aunque
todavía tenía casi cinco mil socios en 1914, su número estaba en sig-
nificativo descenso, al menos desde 1909, provocado por la creación de
varias nuevas entidades.18 Ciertamente ese movimiento, que afectaba a
las mayores instituciones ubicadas en el centro de las grandes ciudades,
no era uniforme. En otros casos, por ejemplo en los barrios periféricos
de Buenos Aires, otras entidades más cercanas a la vida cotidiana de los
italianos que allí residían conservaban su número de miembros.19 Sin

16. G. Pavoino y A. Bufardeci, Gli italiani nella Provincia di Entre Ríos, Paraná, Artes
Gráficas, 1914, p. 109.
17. “Società Italiane esistenti nella Provincia di Buenos Aires nel primo semestre del
1901”, Bollettino dell’emigrazione, 1902, pp. 74-79.
18. D. Benavides, “Historia de las sociedades italianas en La Plata, Berisso y Ensenada”,
Universidad Nacional de La Plata, 1980 (mimeo).
19. Así, la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Belgrano, que había visto crecer su
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 175

embargo, el fenómeno de debilitamiento de las entidades era visible si se


mira el movimiento en su conjunto.
Además, el ascenso del movimiento obrero creaba dificultades a las
entidades mutuales acusadas de “burguesas” y patrioteras, y por lo tanto
enemigas de los trabajadores. Asimismo, los partidos políticos –sobre todo
los socialistas– también recurrían a la creación de entidades mutuales a
las que trataban de darles un marco “cosmopolita”, es decir, abiertas a
afiliados de cualquier nacionalidad ya que, como es bien conocido, el Par-
tido Socialista se opuso tenazmente desde sus comienzos a las expresiones
étnicas en su seno.20 Ello no siempre ocurría más allá de lo que estable-
ciesen los estatutos. Un ejemplo lo proveía la sociedad Giuseppe Verdi de
la Boca que, aunque cosmopolita y controlada por los socialistas, en los
hechos estaba integrada exclusivamente por italianos. También existían
otras entidades mutuales que carecían de toda connotación política y eran
simplemente empresas que brindaban servicios. Asimismo se difundían
los Círculos Católicos de Obreros que comenzaron a ser fundados desde
1894, por iniciativa del padre redentorista Federico Grote, cuyos objeti-
vos eran la ayuda mutua, la instrucción y la recreación.21 En muchos de
ellos (San Cristóbal, Santa Lucía, Balvanera, Palermo), en 1904 la gran
mayoría de sus miembros eran italianos.22 De este modo, los peninsulares
comenzaban a dispersarse por distinto tipo de entidades que más allá de
quiénes las integraran tenían vínculos lábiles o inexistentes con el grupo
dirigente comunitario.
Asi, acuciadas por la presión, la competencia y por los efectos de la
fragmentación, surgirían algunos intentos de fusión. En 1891 se reunió
el Primo Congresso delle Società Italiane donde el problema de la mul-
tiplicación de las entidades en una misma localidad y la cuestión de los
nuevos agrupamientos regionales fue un tema central. Poco pudo hacerse
más allá de formular expresiones de buenos deseos que sugerían la nece-
sidad de establecer lazos de cooperación, en especial en cuestiones clave
como las prestaciones médicas y las farmacias. Los pocos avances que se
produjeron concernían a casos puntuales y eran producto de procesos
laboriosos. Por ejemplo, en 1909 dos de las tres sociedades de Paraná (xx
Settembre e Italiani Uniti), se reunieron en una, y en Bahía Blanca en 1911
tres entidades mutuales (Italia Unita, xx Settembre y Meridionale) se agru-

padrón societario de 726 miembros en 1890 a 2.607 en 1897 mantenía 2.826 en 1921.
Véase L. Prislei, “Inmigrantes y mutualismo. La Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de
Belgrano (1879-1910)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, Nº 5, 1987, pp. 29-55.
20. R. Falcón, Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899), Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1984.
21. H. Spalding, La clase trabajadora argentina, Buenos Aires, Galerna, 1970, Sección G.
22. República Argentina, Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de
la Ciudad de Buenos Aires levantado en los días 11 y 13 de septiembre de 1904, Buenos
Aires, Compañía General de Billetes de Banco, 1906, pp. 212-235.
176 Fernando Devoto

paron adoptando el nombre de la primera. Diez años antes, en Mendoza,


la Italiana di Mutuo Soccorso (creada en 1881) –uno de cuyos dirigentes
principales era el bodeguero Domenico Tomba– y la más pequeña Operaia
Italiana (de 1886) se unificaron en 1901. La situación no suprimiría sin
embargo los enfrentamientos de “campanile”. Según un testimonio de 1914
del cónsul italiano en Mendoza, las disputas entre los distintos grupos re-
gionales, si no generaban escisiones, sí seguían dificultando el desarrollo
de la entidad.23
La iniciativa de una federación en la ciudad capital, planteada en 1891,
tomó cuerpo recién en 1912. En ese momento tuvo lugar una ambiciosa
primera Federazione delle Società Italiana de Buenos Aires. El hecho de
que en la misma reunión constitutiva hubiesen sido expulsados los repre-
sentantes de la Sociedad Católica de Buenos Aires, que habían presentado
objeciones a que el xx de septiembre fuese la fiesta oficial de la Federación,
indicaba hasta qué punto la voluntad de unión no dejaba de lado las que-
rellas ideológicas.24 Paralelamente habían surgido también otras iniciativas
regionales. Así, en la ciudad de La Plata se constituiría otra federación que
agrupaba a entidades mutualistas de esa ciudad.25 La Federación de Buenos
Aires subsistiría y extendería, a partir de 1918, en el momento de exaltación
patriótica de la victoria italiana en la Primera Guerra Mundial, su radio
de acción a toda la república con el nombre Federazione Generale delle
Società Italiana. Con todo, ese tipo de acuerdos no resolvía los problemas
de fondo, dado su carácter laxo y no obligatorio que en los hechos eran
poco más que expresiones de buenos deseos. Su propósito era fomentar
la “unione e concordia” en la colectividad y actuar como representante de
las asociaciones ante las autoridades argentinas.26
Una iniciativa, menos ambiciosa pero más consistente, para lograr la
fusión de varias entidades de Buenos Aires tuvo lugar a partir de 1915. Era
en parte el resultado del clima de unidad que había creado la Gran Guerra
europea. Los objetivos de la unificación, surgidos en el seno de la Federación,
eran mejorar las prestaciones médicas unificando los servicios, resolver
la cuestión de las escuelas relacionada con la declinación del número de
alumnos y la calidad de la instrucción ofrecida (entre otros factores, por la
necesidad de desviar la mayoría de sus recursos a las prestaciones médicas),
optimizar el drenaje de gastos que implicaba sostener estructuras adminis-
trativas demasiado costosas al pasar a una gestión centralizada y atender
la imperiosa obligación de prever las dificultades financieras futuras que
ponían en riesgo la supervivencia misma de las entidades. Sin embargo la

23. P. Brenna, “L’emigrazione italiana nelle provincie di Cuyo”, Bollettino dell’Emigrazione,


año xiii, Nº 6, 1914, pp. 21-22.
24. G. Dore, op. cit., pp. 217-218.
25. Unione Operai Italiani (La Plata), Libro dei verbali, p. 120.
26. Comitato per le Accoglienze al Presidente Saragat, La presenza dell’Italia in Argentina,
Buenos Aires, Platt, 1955.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 177

iniciativa, que reunió en un primer momento a casi todas las grandes asocia-
ciones de Buenos Aires incluyendo de Unione e Benevolenza a la Nazionale
Italiana, de la Unione Italiana al Plata a la Conte di Cavour, de la Italia Unita
a la Unione Operai Italiani, terminó unificando a sólo nueve de ellas. Una
vez más el faccionalismo y las disensiones de los grupos dirigentes habían
sido más fuertes. Así, en febrero de 1916 se unificaron en la Associazione
Italiana di Mutualità e Istruzione (aimi) la Unione e Benevolenza con la Conte
di Cavour, la Fratellanza Militare, la Giuseppe Garibaldi, la Patriottica, la
Italia al Plata, el Trionfo Ligure, la Unione Italiana al Plata y la Véneta.
Ciertamente existía entre las asociaciones italianas otra práctica común
que, si bien no resolvía el problema del fraccionamiento –y todo lo que ello
implicaba para el balance financiero de las entidades–, al menos atenuaba
sus efectos sobre los socios y sugería una voluntad común: el “consorellis-
mo”. Casi todos los estatutos de las entidades admitían en su seno como
miembros temporarios a aquellos socios de otras mutuales que hubiesen
cambiado de residencia. Algunas, no todas, incluían a las entidades con las
que existían acuerdos establecidas no sólo en la Argentina sino también en
Uruguay. Ello permitía gozar de los beneficios del socio por el tiempo que
durase la situación transitoria en un nuevo lugar aunque, dado que no se
establecían claros mecanismos de compensación entre las entidades, ésta
reposaba sobre la buena voluntad y sobre el hecho de que tal situación se
producía sólo en forma episódica u ocasional.

La composición de las asociaciones mutuales

El universo societario de las entidades mutuales que nos muestran los


registros de socios puede analizarse desde varios ángulos; uno es el de la
composición regional, otro el de la composición social. Acerca del primero
una situación evidente, a partir del estudio de seis sociedades abiertas a los
procedentes de todas las regiones de Italia, es que los inmigrantes septen-
trionales tendían a asociarse más que los meridionales.27 Su proporción en
el patrón societario en las décadas precedentes a la Primera Guerra Mundial
era bastante mayor que en la inmigración italiana total. Las razones de esa
situación pueden explicarse de dos modos. En primer lugar, los inmigrantes
del norte de Italia procedían de regiones (en especial el Piamonte y la Liguria)
donde el asociacionismo era más antiguo y estaba mucho más difundido
a partir de la sanción en 1848 del Estatuto Albertino que autorizaba la
libre asociación. Es decir que era más probable que hubiesen tenido una
experiencia con ese tipo de instituciones antes de emigrar, porque habían
integrado alguna o simplemente porque ellas formaban parte de su paisaje
cotidiano.28 Aunque las asociaciones en el sur comenzaron a crecer con

27. S. Baily, “Las sociedades de ayuda mutua...”, y F. Devoto, “Participación y conflictos...”.


28. Sobre las diferencias en el asociacionismo entre norte y sur, véanse N. Rosselli, Ma-
178 Fernando Devoto

fuerza, en especial en la Campania en los años 80, todavía hacia 1885 exis-
tían más de ochocientas en el Piamonte, casi setecientas en la Lombardía,
cuatrocientas en la Campania y menos de cien en Basilicata.29 En segundo
lugar, dado que la inmigración de septentrionales fue más temprana que
la de meridionales, cuando éstos comenzaron a llegar en grandes números
las entidades existentes estaban dominadas por aquéllos y ello los orien-
taría a insertarse en nuevas entidades regionales creadas por los notables
procedentes del sur, por las mismas razones.
¿Cuál era el universo social de los integrantes de las asociaciones
mutuales? Éste es un tema que suscitó un excesivo interés por parte de
los historiadores a partir del artículo, por lo demás impecable metodoló-
gicamente, de Sam Baily. Los análisis de la composición social a partir de
los registros de socios de más de dos decenas de entidades han permitido
tener una imagen acabada de quienes las integraban. En las sociedades
de los grandes centros urbanos la mayoría de sus miembros, que eran
varones adultos, pertenecía a los sectores medio bajos –profesionales, em-
pleados, medianos y pequeños comerciantes– en una proporción de algo
menos de un tercio del total, y a los trabajadores manuales calificados y
semicalificados, dos tercios del total. En las entidades ubicadas en zonas
agrícolas o en la periferia de las ciudades, por supuesto crecía el número
de agricultores, quinteros y otras personas dedicadas a tareas agrícolas.30
Sin embargo, comparativamente, ésta era menor que la esperable ya que
el hecho mutualista involucraba sustancialmente a sectores urbanos. Así
puede percibirse entre los socios de dos entidades santafesinas: la Italiana
de San Cristóbal (donde eran apenas 6% del total de socios) o en la Mazzini
de Carlos Pellegrini, donde eran el 14% de los cincuenta y un fundadores.31
Era bastante pequeña, en casi todos los casos, la presencia de jornaleros
y otros trabajadores adventicios y no calificados (que oscilaban con varia-
ciones en torno del 10% del total).
Los análisis de estratificación socioocupacional son siempre de compleja
e incierta interpretación, entre otras cosas porque las personas desarro-

zzini e Bakunin; D. Ivone, Associazioni operaie, clero e borghesia nel Mezzogiorno tra
Ottocento e Novecento, Milán, Franco Angeli, 1979; R. Allio, Società di Mutuo Soccorso in
Piemonte, 1850-1880, Turín, Deputazione Subalpina de Storia Patria, 1980; E. Grendi,
“Il mutualismo a Sampierdarena (1851-1870)”, Movimento Operaio e Socialista, año x,
Nº 3-4, 1964, p. 326.
29. D. Marucco, “Lavoro e solidarietà popolare: forme, modelli, rapporti del mutuo
soccorso italiano”, en F. Devoto y E. Míguez (eds.), Asociacionismo, trabajo e identidad
étnica. Los italianos en América Latina en una perspectiva comparada, Buenos Aires,
cemla-cse-iehs, 1992, pp. 14-15.

30. F. Devoto, “Participación y conflictos...”, pp. 156-157.


31. “Historia de la Asociación Italiana de Socorros Mutuos J. Mazzini”, ponencia presen-
tada en las Primeras Jornadas de Historia de la Inmigración Italiana en la Provincia de
Santa Fe, Rosario, 1983, p. 2.; A. Bernasconi, “La sociedad italiana de San Cristóbal”,
Buenos Aires, 1984, mimeo.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 179

llaban muchas actividades. Lo hacían en forma paralela –los inmigrantes


italianos eran especialistas en esta polifuncionalidad laboral que les per-
mitía adaptarse a distintos tipos de trabajo y que era uno de los puntos
de su éxito, si se los compara con otros grupos– y en forma sucesiva. A lo
largo del curso de su vida las personas desempeñaban distintas actividades
que implicaban no sólo diversos niveles de profesionalidad sino también
un diferente status social. Alguien que se declaraba jornalero podía ser
un joven hijo de un trabajador calificado o de un agricultor que luego, a
medida que avanzasen los años, cambiase, por el solo efecto del curso de
vida, a la profesión del padre. Con esas prevenciones los resultados son
sin embargo muy claros: los inmigrantes con poca o ninguna calificación,
que eran por otro lado los más móviles en tanto cambiaban incesantemente
de trabajo, están prácticamente ausentes. Éstos eran los móviles no sólo
internamente (por ejemplo, pasando de actividades urbanas a rurales y
viceversa) sino también externamente, ya que su proyecto migratorio (aho-
rrar y retornar) era tendencialmente más temporario que el de otros que
habían llegado aquí buscando desempeñar un oficio y habían venido con
sus familias o las habían traído luego. Estos últimos, más radicados en el
espacio y por ende menos móviles, a veces con más obligaciones familiares,
por lo que la atención de la salud era más prioritaria aún, muchos de los
cuales pensaban quedarse en el país al menos por un tiempo prolongado,
eran los candidatos naturales a incorporarse en una asociación mutual,
aunque no se asociase todo el grupo familiar. Los datos son coincidentes
con los provistos por otros estudiosos –ya dijimos que muchas entidades
eran al igual que en Italia sólo masculinas–: en la gran mayoría de los casos
lo hacían el padre o junto con algunos de sus hijos mayores.
Los estatutos de las asociaciones preveían que fuesen los mismos
asociados reunidos en asamblea los que eligieran a los miembros de las
comisiones directivas que debían representarlos y regir la vida cotidiana
de las entidades. Aunque existían socios especiales, llamados honorarios,
protectores, beneméritos o de otra forma, éstos no cumplían ningún papel
singular en el funcionamiento de estas instituciones, a diferencia de lo que
ocurría en muchos casos en Italia. Allí, en las asociaciones mutuales, en
especial en el sur, ese tipo de figura ocupada por los notables lugareños
tenía a menudo el verdadero control de la vida institucional. En la Argen-
tina podía suceder lo mismo ya que también personas ricas y poderosas
ocupaban a menudo los cargos ejecutivos, sólo que en estos casos debían
pasar formalmente por una instancia electoral donde casi todos tenían
derecho a votar. En general no existían restricciones para ser elector o
para ser elegido si uno era socio de una entidad. Desde luego, no votaban
los socios menores y en algunos casos los analfabetos, en otros los hijos
argentinos o, cuando las había, las mujeres, sobre todo las casadas.32

32. Se contemplaban restricciones al voto de los analfabetos en la Sociedad xx Settembre


de Buenos Aires y en la Società Italiana di Mutuo Soccorso di Barracas al Sud de Avella-
180 Fernando Devoto

Que el sistema fuese formalmente bastante abierto y democrático no


sugería que así ocurriese en la práctica. Salvo en los momentos de conflic-
tos entre bandos dentro de una entidad, cuando éstos movilizaban para la
ocasión a sus amigos y a sus clientelas, la participación era muy baja. En
muchos casos no podía reunirse la asamblea ordinaria hasta la segunda
o tercera convocatoria, dado que el bajo número de presentes no lograba
el quórum reglamentario y en otras ocasiones la falta de candidatos para
ocupar los cargos de la comisión directiva obligaba a prorrogar el mandato
de la comisión saliente.33 Mi estudio sobre la participación en las asambleas
de cuatro entidades en un período de diez años muestra que el porcentaje
de socios que tomaba parte sobre el total oscilaba entre 2,3% (la Ligure de
la Boca), 3,5% (Unione Operai Italiani de La Plata), 10,7% (Italiana de Mo-
rón) y 12,5% (Italiana de San Cristóbal en la villa del mismo nombre en la
provincia de Santa Fe). Como se ve, la participación era algo mayor en las
entidades pequeñas ubicadas en zonas periféricas que en las mayores de
los grandes centros urbanos. Los datos son coincidentes con los provistos
por otros estudiosos.
El desinterés de los italianos miembros de una sociedad de socorros
mutuos no es excepcional, pues caracteriza la vida de muchas otras asocia-
ciones. Sus integrantes veían allí un sistema de prestaciones y un espacio
donde desarrollar actividades sociales, y participar en la vida política de la
institución les preocupaba mucho menos. Tenían una actitud de usuarios
más que cualquier otra cosa. Desde luego que había a quienes les interesa-
ba y eran aquellos para los que integrar la comisión directiva o poseer el
ambicionado cargo de presidente era un modo de desarrollar sus proyectos
políticos o de lograr un deseado reconocimiento social. De este modo, los
grupos dirigentes de las entidades tenían un perfil social muy diferente
del de la masa de asociados. Como ya vimos cuando estudiamos el origen
de Unione e Benevolenza y de la Nazionale Italiana, confluían allí intelec-
tuales y militantes políticos, por un lado, y comerciantes enriquecidos,
por el otro. El estudio de Romolo Gandolfo basado en el análisis de la
dirigencia de treinta y cinco sociedades en un período de cuarenta y dos
años (entre 1878 y 1920) muestra que ésta pertenecía a la denominada
clase media (45%) y a la clase media baja (55%). Los obreros y artesanos,
que constituían la mayoría de los miembros, proveían apenas 5% de los
dirigentes. El análisis de los presidentes de ochenta y siete sociedades
muestra que éstos eran mayoritariamente profesionales (37% del total),

neda. Véase Statuto. Regolamento della Società Italiana xx Settembre, Buenos Aires, Veglia,
1905, art. 79, y Statuto. Regolamento della Società Italiana di Mutuo Soccorso. Barracas
al Sud, Barracas, Imp. El Orden, 1888, art. 69. Restricciones a los hijos argentinos en
la Società Italiana di Mutuo Soccorso Roma Nostra de la ciudad de Santa Fe, art. 12 del
estatuto en Libro di Verbali delle Assemblee, i, 1897.
33. Véase por ejemplo Società Ligure di Mutuo Soccorso (la Boca), Verbali d’Assemblea
(1892-1912) y Società Italiana di Santa Fe, Libro de actas y asambleas.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 181

seguidos por pequeños “industriales” (14%), ricos comerciantes (12%) y


grandes industriales (10%). Con todo, hay que recordar que también esta-
ban ausentes de la dirigencia de las entidades mutuales los italianos más
ricos y más exitosos socialmente. Los prominentes que tenían en cambio
alguna participación en instituciones amplias de la comunidad como los
hospitales sólo figuraban ocasionalmente como miembros honorarios, pero
no compartían la vida institucional ni social de éstas. No es sorprendente,
pues por exitosas que fuesen, las asociaciones mutuales no eran ámbitos
prestigiosos. Eran mucho más un emblema de las nuevas clases medias
de origen inmigrante que otra cosa.
Así, el perfil de los grupos dirigentes era una pirámide invertida del patrón
societario. Las “clases medias” controlaban las instituciones compuestas
mayoritariamente por trabajadores. Ello respondía a razones de distinto
tipo. En primer lugar eran esos líderes de clase media los que más interés
tenían por ejercer ese tipo de cargos que les daban un cierto prestigio so-
cial y les permitían participar en toda una serie de actividades y espacios
simbólicos, como representar a la asociación ante las autoridades italianas
o argentinas. Por ejemplo, en los festejos de las fiestas patrias argentinas,
al menos los presidentes de las asociaciones aparecían en un lugar rele-
vante que les posibilitaba codearse, sobre todo en los lugares periféricos,
con la dirigencia local. En segundo lugar, los mismos asociados o buena
parte de ellos tendían naturalmente a elegir las figuras que consideraban
más presentables (y ello explica quizá la alta presencia de profesionales e
intelectuales entre los dirigentes) ya que finalmente representaban ante lo
externo el tono de la sociedad.
La heterogeneidad social de las entidades daba lugar a conflictos en-
tre intereses contrapuestos, de los cuales hablaremos más adelante, pero
también tenía otras consecuencias. La coexistencia y la convivencia de
distintos sectores sociales en los mismos espacios desempeñaban un papel
en la imposición de ciertos modelos de comportamiento, ritos, hábitos de
los sectores más altos sobre los sectores más bajos. Eran en realidad luga-
res donde se construían los modales de una sociedad “burguesa”. En ese
sentido eran espacios de disciplinamiento social que es, al fin de cuentas,
el núcleo central de ella. Aprender a comer, a comportarse y a expresarse
eran algunos de esos rituales. Como observaba un periódico italiano de
Buenos Aires, en las numerosas fiestas que organizaban las sociedades las
clases laboriosas tenían oportunidad de tomar contacto e imitar las formas
y los modos de la “gente per bene”.34
Un segundo aspecto que resultaba de la interacción entre grupos diver-
sos en el seno de las asociaciones era el de las mitologías patrióticas. Las
sociedades dedicaban mucho tiempo y energía a celebrar los fastos italia-
nos, sobre todo la fiesta del xx de septiembre, pero también otras como el
aniversario del día del estatuto o el del natalicio de Garibaldi. La aparición
de un visitante ilustre procedente de Italia, la inauguración de un nuevo

34. “Le feste italiane”, La Patria, 21 de septiembre de 1880.


182 Fernando Devoto

edificio o una nueva sección dentro de él hasta la boda del soberano da-
ban lugar a aquellas fiestas en las que se exaltaba a la nación italiana. En
este sentido no es de ningún modo exagerado sostener que muchos de los
llegados desde la península sin una noción de pertenencia italiana, apenas
con una identidad “aldeana” o a lo sumo regional, se hicieron italianos aquí
participando voluntaria o involuntariamente de todas esas ceremonias. Y
aunque un inmigrante tuviese poca participación en la vida cotidiana de
las asociaciones, de todos modos los nombres de ellas, los retratos que
colgaban de las paredes, la bandera italiana y las de la entidad, en suma,
toda la escenografía, remitían a la “patria lontana”. Como lo definía un
viajero italiano de fin de siglo, Angelo Scalabrini, las asociaciones eran un
“baluarte precioso del patriotismo contra la fatal ley de la absorción”.35 El
líder socialista Jacinto Oddone, que como sus congéneres de partido no
las quería, las definía como “centros de patrioterismo llamados sociedades
de socorros mutos”.36
En cualquier caso, y antes de analizar las funciones y los servicios
brindados por las asociaciones, es conveniente recordar que su dimensión
social era una faceta muy importante en ellas. No sólo se trataba de las
numerosas fiestas, de las representaciones teatrales o musicales o de los
bailes para recaudar fondos para la entidad o para ayudas humanitarias,
sino del día a día. Las asociaciones eran un lugar de encuentro, en especial
en aquellas ubicadas en barrios de las ciudades o en los pequeños pue-
blos. Allí consumían una parte del tiempo libre los socios, conversando,
fumando, leyendo el diario, jugando a las cartas o a las bochas. En ellas se
construían opiniones y creencias compartidas. Es decir que las mutuales
tenían, además del propósito asistencial que las caracterizaba, otro social
que las hacía en ese plano semejantes a los círculos o clubes burgueses.
También allí en el ámbito de sus fiestas surgían los vínculos que llevarían
a muchos al matrimonio.

Servicios y funciones

Un modo de estudiar las funciones de las sociedades mutuales es ob-


servar sus estatutos. Éstos, en general, responden a un molde común que
procede o bien de una imitación del de otras más antiguas de la Argentina
o de la península –la Unione e Fratellanza de La Plata indicaba en su acta
constitutiva que tomaba como modelo una sociedad de socorros mutuos
para empleados de Milán– o bien de manuales de instrucciones editados en
Italia que indican cómo confeccionar un estatuto e incluso cómo calcular

35. A. Scalabrini, Sul Rio de la Plata, Como, T. Ostinelli, 1894.


36. “Una nueva explotación. Las sociedades italianas”, La Vanguardia, 14 de septiembre
de 1901; citado por R. Gandolfo, “Las sociedades italianas...”, p. 321.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 183

ingresos y gastos.37 Las semejanzas se extendían a los nombres; en 1906


existían otras treinta y un entidades que se llamaban Unione e Benevolenza,
que reproducían el nombre de la de Buenos Aires, y otras catorce emplea-
ban una ligera variación de Unione e Fratellanza. Sin embargo, dentro de
ese molde común existían diferencias tanto en los propósitos e intenciones
que declaraban como en la forma de funcionamiento, en las prestaciones
que brindaban y en las actividades que realizaban. Muchas entidades, por
ejemplo la Società di Mutuo Soccorso de Morón, afirmaban entre sus obje-
tivos máximas genéricas del tipo promover la “fratellanza universale”, “fare
agli altri quel bene che vorremmo fatto a noi stessi”; otras incluían frases del
tipo “tutti per uno, uno per tutti”.38 Otras, en fin, consignaban declaraciones
consonantes con la ideología laica y liberal progresista que imperaba en los
núcleos dirigentes italianos en la Argentina, como la sociedad de Carmen
de Areco que declaraba que entre sus fines estaba “combattere i nemici del
progresso, libertà e civilità”. Algunas, como la Torcuato Tasso del barrio de
la Boca, iban más allá y, buscando cierta congruencia con las caracterís-
ticas obreras que vagamente solían reivindicar y con el ideal positivista,
señalaban que “informata ai principi della sociologia moderna, convinta che
l’emancipazione dei lavoratori dev’essere opera dei lavoratori medesimi”.
Otra, como la Unione Meridionale de Buenos Aires hacía una temprana
defensa de ideales feministas declarando “riconoscere nella donna le stesse
facoltà dell’uomo, considerandola di diritto un ente emancipato”.39
Con la excepción de las regionales que ya mencionamos, en general las
asociaciones admitían en su seno a todos los que hubieran nacido en el te-
rritorio del reino de Italia o a sus hijos, aun si hubieran nacido en el exterior,
a aquellos provenientes de territorios “geográficamente” italianos (es decir, lo
que en aquellos tiempos se llamaba la Italia “irredenta” o de las posesiones
coloniales), a los que sin serlo hubiesen adquirido la ciudadanía italiana y
que tuvieran entre catorce-dieciséis y cincuenta años. Algunas necesitadas
de miembros aceptaban en sus momentos iniciales incluso extranjeros.40 En
la mayoría de los casos se establecían distinciones entre socios aspirantes
(hasta veintidós años) y socios activos (a partir de esa edad), cuya diferencia
residía en que los primeros carecían de derechos (elegir y ser elegidos) a
participar del gobierno de la entidad.41 Como señalamos, algunas entidades

37. Véase, por ejemplo, G. Gardenghi, “Manoale tecnico per le società di mutuo soccorso”,
Manoale Hoepli, Nº clxxiv, Milán, Hoepli, 1895.
38. Regolamento della Società Italiana di Mutuo Soccorso residente in Morón, 1879,
cap. 1, art. 2.
39. G. Prato, “La tendenza associativa...”.
40. Era el caso de la sociedad de Morón, que revocó esa disposición en 1885 ya que impedía
obtener subsidios del Ministero della Pubblica Istruzione italiano; véase Società Italiana di
Mutuo Soccorso di Morón, Libro de Actas y Asambleas (1867-1906), pp. 41 ss. y 160 ss.
41. Associazione Italiana di Mutualità e Istruzione, Statuto, Buenos Aires, Compañía
Gráfica Argentina, 1916, art. 15.
184 Fernando Devoto

admitían a mujeres (las que carecían en general de derecho de elegir y ser


elegidas salvo que fuesen viudas o solteras) y a niños. Por supuesto que
para ser miembro también se requería un domicilio en la zona que fijaba
como radio de acción la entidad y que podía ser una ciudad o un suburbio
o un barrio de ésta.
Para ser admitido en una sociedad había que ser presentado por dos o
más socios que garantizasen la buena conducta y las condiciones de mo-
ralidad del candidato. Entre estas últimas estaba casi siempre el requisito
de que no padeciesen alcoholismo –formulado explícitamente o englobado
dentro de los vicios “che offendono la dignità dell’uomo”–, en contra del
cual el movimiento mutualista aparecía, como los socialistas de la época,
firmemente empeñado. Otros requisitos formales eran no haber sufrido
condena judicial o, más genéricos y a veces inverificables, no poseer ca-
rácter intemperante o no ejercer actividades indecorosas o inmorales o,
en algunos casos, incluso no desarrollar actividades “subversivas”. Por
supuesto el candidato debía tener buena salud, lo que era verificado a
través de un certificado médico o por medio de una revisación hecha por
un profesional de la entidad.
En casi todos los casos se indicaba que no podían ser admitidos como
socios los que siendo italianos de origen hubiesen adquirido una ciuda-
danía extranjera o incluso hubiesen servido en las fuerzas militares o
policiales de otro gobierno. Ello se refería, claro está, sobre todo a los que
hubiesen tomado la ciudadanía argentina, cuya adquisición implicaba
además, automáticamente, el fin de la condición de socio si ocurría luego
de la incorporación a la sociedad.42 El movimiento mutualista buscaba así
cerrar las filas de la comunidad italiana en consonancia con esa ideología
de “huéspedes” en la nueva sociedad que se hizo dominante desde los años
80 del siglo xix, como vimos en el capítulo precedente. Por otra parte, todas
las entidades repetían monótonamente en sus estatutos que excluían toda
cuestión política y religiosa de su seno, aunque no era siempre así en los
hechos y las discusiones en ambos planos proveían elementos para futuras
escisiones o fracturas.
La primera prestación que brindaban las sociedades mutuales era la
atención de la salud de los miembros. En ese rubro se empleaban alrededor
de las tres cuartas partes de los gastos corrientes. Las asociaciones disponían
de al menos un médico y de un acuerdo con una farmacia para los remedios,
que en ciertos rubros eran provistos en forma ilimitada. En general tenían
un pequeño cuerpo de profesionales que incluía también por lo menos un
cirujano, un flebotomista –según los usos de entonces– y, de aceptar socias

42. Società Unione Operai Italiani (La Plata), Statuto e Regolamento, La Plata, La Popu-
lar, 1896, cap. i, art. 2, inciso c; Società xx Settembre (Buenos Aires), Statuto..., art. 21;
Società di Mutuo Soccorso Italia Unita, Statuto. Regolamento; Società di Mutuo Soccorso
Barracas al Sud, Statuto, art. 1, entre otras.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 185

mujeres, una partera. Asimismo se comprometían a brindar un subsidio


diario al socio obligado a guardar cama y algo menor a aquel convaleciente
e incluso, hasta un tope temporal, a los enfermos crónicos. Se exceptuaba
de ese subsidio a los que se internasen en el Hospital Italiano de la ciudad,
con el que las mutuales tenían acuerdos y al que pagaban un canon. En
los casos en que los socios se hiciesen atender por médicos externos a la
plantilla de la entidad se les reconocía asimismo un pequeño reembolso.
Por supuesto que los servicios de las mutuales variaban mucho según el
tamaño de la entidad y el lugar donde se encontraba. Las asociaciones
grandes de los mayores centros urbanos brindaban muchos más servicios.
Las pequeñas iban poco más allá de un médico y una farmacia.
A pesar de las diferencias, como se ve hasta acá estamos en un plano de
asistencia médica prepaga semejante al que era brindado en la Argentina
de la época (vista la casi total ausencia del Estado en ese terreno) también
por otras entidades simplemente comerciales. Sin embargo, aun en el
plano de la salud, las asociaciones mutuales iban más allá y agregaban
requisitos, exigencias o simplemente discursos ideales y moralizantes que
eran parte de su misma existencia. Así, no se otorgaban ni curas médicas,
ni remedios ni subsidios a los alcohólicos, a aquellos que padecían enfer-
medades venéreas (aunque en estos casos a veces se concedía atención
médica y medicinas pero no subsidio)43 o a aquellos que hubiesen recibido
heridas en peleas, incidentes callejeros o en duelos. La pequeña sociedad
de San Cristóbal en la provincia de Santa Fe contemplaba la obligación de
los socios que fuesen designados de asistir de noche al enfermo postrado.44
Una realidad tan diferente de la de las grandes entidades de Buenos Aires
que incluso en algunos casos, como por ejemplo la xx Settembre o la Italia
Unita, contemplaban el pago de un pasaje de retorno a Italia en tercera
clase para los enfermos crónicos.45
La segunda función de las asociaciones, luego del mutualismo, estaba
vinculada con la muerte. Para un inmigrante, lejos de su lugar de origen y
por más que se encontrase en un espacio poblado por rostros conocidos de
paisanos y parientes, la preocupación por el momento de pasaje de la vida
a la muerte no era irrelevante. Las asociaciones brindaban en ese plano
una serie de servicios y de seguridades. Los primeros variaban según cada
sociedad. Por ejemplo la xx Settembre proveía a los socios fallecidos de
un ataúd y complementos (“modesto catafalco, 4 candelabri e la cera”), un

43. Por ejemplo, la xx Settembre de Buenos Aires no concedía ayuda ninguna a los que
padecían enfermedades venéreas, mientras que la Unione Operai Italiani de La Plata
otorgaba sólo médico y medicinas. Véanse Società Italiana xx Settembre, Statuto. Regola-
mento; Società di Mutuo Soccorso Unione Operai Italiani (La Plata), Statuto e Regolamento,
La Plata, La Popular, 1896, art. 21.
44. Società Italiana di Mutuo Soccorsi xx Settembre (San Cristobal, Santa Fe), Statuto
Sociale, art. 47.
45. Società Italiana xx Settembre (Buenos Aires), Statuto. Regolamento, art. 50.
186 Fernando Devoto

lugar para el velatorio (que podía ser la sede de la asociación), una carroza
fúnebre y dos carrozas de acompañamiento.46 Alternativamente, si la familia
del socio decidía contratar otros servicios ajenos a los convencionados, la
sociedad brindaba un subsidio pecuniario hasta un tope.
En muchas ocasiones, en especial pero no sólo en las entidades de los
pequeños centros urbanos del interior, proveían también de un espacio
en el cementerio. En una ciudad como Buenos Aires, donde todo era más
costoso y los socios muchos, la sepultura era concedida sólo por un corto
número de años. La Associazione Italiana de Mutualità e Istruzione (aimi),
que como vimos había agrupado varias entidades de Buenos Aires en torno
de Unione e Benevolenza, preveía cinco años de uso del lugar concedido y
además se comprometía a colocar una lápida de hierro sobre el túmulo.47
La adquisición por compra o por donación de un terreno en el cementerio
local donde erigir un panteón, en la medida en que las finanzas lo permi-
tiesen, era el segundo objetivo más importante de las entidades luego de
la sede social. Los socios tenían derecho a recibir sepultura en él, pagando
sus deudos una suma adicional, o gratuitamente si habían cumplido un
mínimo número de años como socios.48 La inauguración de éste o simple-
mente la colocación de la piedra fundamental constituía todo un evento que
suscitaba la presencia de la comisión directiva, de autoridades consulares
e incluso de destacados políticos locales. Así ocurrió, por ejemplo, en 1903
cuando la Unione e Benevolenza de Rosario lo inauguró en un acto al que
asistieron el cónsul italiano, el gobernador de la provincia, el jefe político
y el intendente de la ciudad, además de representantes de otras entidades
mutuales y de la prensa local.49 Finalmente, en algunos casos se contem-
plaba un subsidio (una caja de beneficencia) para sostener a los deudos si
la persona fallecida se encontraba en una situación de indigencia.
Tan importante como los aspectos prácticos eran aquellos simbólicos.
Las sociedades aseguraban que el miembro fallecido no sería enterrado en
soledad. Las entidades proveían una corona de flores y un emblema de la
misma para el ataúd y garantizaban la presencia de un número de socios
en el velatorio. Asimismo, una comisión de la entidad era designada para
acompañar el cuerpo hasta el cementerio, a veces junto con la bandera
de la asociación. Que la tarea no era siempre aceptada de buen grado por
los socios designados para hacerlo lo exhiben las sanciones contempladas
en los estatutos para aquellos que habiendo sido designados no concu-

46. Società Italiana xx Settembre (Buenos Aires), art. 55-57.


47. Associazione Italiana di Mutualità e Istruzione, Statuto, arts. 68-71.
48. Asociación Italiana de Socorros Mutos La Providencia, Estatutos, Buenos Aires, s/f.
49. G. Ferro, “El oficio de la muerte. Las sociedades de socorros mutuos de la provin-
cia de Santa Fe frente a la muerte”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 51, 2003,
p. 444.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 187

rriesen, que iban desde suspensiones a multas pecuniarias.50 En ciertos


casos, si la entidad disponía de una banda de música, y si lo establecían
los estatutos o si era una personalidad notable de la mutual (por ejemplo
el presidente), la banda acompañaba con sus acordes fúnebres el cortejo.
Era un modo de reproducir la aquí conocida como “pompa italiana” con
sus rasgos solemnes y a la vez escenográficos: todo adornado, cuando los
recursos eran suficientes, por el negro lustroso de carruajes, caballos,
empleados del servicio funerario y parientes del fallecido. Eran emblemas
de la reproducción de un conjunto de hábitos de origen que no dejaban de
desagradar en su teatralidad a un José María Ramos Mejía que quería ver
en ello un signo del mal gusto de los inmigrantes.51
Las asociaciones brindaban entonces a sus socios una promesa que era
la de una muerte a la manera del “paese”, acompañada y rumorosa y, a la
vez, una reinvención de una comunidad imaginaria. Los lazos naturales (o
si se prefiere orgánicos) de la aldea con sus familiares, parentelas (verda-
deras o también ellas imaginarias), vecinos, eran aquí reemplazados por
lazos mecánicos derivados de obligaciones contractuales que los estatutos
fijaban y que las comisiones directivas hacían respetar para preservar el
interés de los mismos asociados. Cuando la asistencia médica decayó por
la competencia de otras instituciones o por la difusión de la salud pública,
las entidades conservaron todavía un elemento de importancia para sus
miembros: el panteón social.
Si para los asociados las dos ofertas prioritarias de las mutuales eran
la asistencia médica y los servicios fúnebres, para los grupos dirigentes
no siempre las prioridades eran las mismas. Para ellos tuvo, ya desde sus
orígenes, un papel importante la educación. En los casos de que disponemos
datos, las entidades de Buenos Aires en 1901, la educación ocupaba, con
variaciones, una parte probablemente insuficiente pero en cualquier caso
significativa de los gastos corrientes en servicios: algo menos de 20%. En
dos casos, sin embargo, ese porcentaje trepaba significativamente hasta
más de 30% y en otro (la sociedad Abruzo) los gastos en la escuela eran
dos veces y media mayores que los de asistencia médica.
Ese interés de la dirigencia italiana por la educación respondía a dos
circunstancias. La primera era la matriz mazziniana de muchas de ellas,
en especial en los tiempos tempranos. Como señalaba la Società Italiana
di Mutuo Soccorso de Belgrano en la reseña histórica que precede a las
modificaciones de su estatuto en 1887: “L’istruzione è il secondo pane
dell’operaio ha scritto il grande filosofo Mazzini”.52 La segunda estaba vin-

50. Società Italiana di Mutuo Soccorso in Morón, Regolamento, s. iii.; Società Italiana di
Mutuo Soccorso xx Settembre (San Cristobal), Statuto Sociale, arts. 48 y 49.
51. J.M. Ramos Mejía, Las multitudes argentinas (1899), Buenos Aires, Rosso, 1934,
cap. v.
52. Citado por L. Prislei, “Informe sobre el estado actual de la investigación sobre socie-
dades de socorros mutuos de la Argentina”, Buenos Aires, mimeo, 1983, p. 3.
188 Fernando Devoto

culada a orientaciones más generales presentes en los grupos dirigentes


italianos en la Argentina y no concernía sólo a los republicanos sino a la
dirigencia toda. Éstos, como ya se señaló, buscaban preservar a toda costa
la “italianidad”, lo que respondía tanto a la ideología nacional-patriótica
que los animaba como al propio interés de preservar en sus manos un es-
pacio de mediación entre la sociedad y las elites argentinas y los mismos
inmigrantes, espacio del que derivaban su poder y su prestigio. Es claro
que el mejor modo de preservar esa identidad originaria era a través de
la escuela, en la que no sólo se transmitían a los hijos de los inmigrantes
la lengua italiana y las nociones básicas de su historia, su geografía y su
literatura sino que se les trataban de imponer mitos y ritos patrióticos de
modo de inculcarles también a ellos la noción de que eran “huéspedes” en
el nuevo país y que la cultura con la que debían identificarse era la italiana.
Ello era así en la jerarquización de las prioridades, aunque en las escue-
las también se desarrollasen los programas argentinos y las ceremonias
patrióticas que imponía reglamentariamente el Ministerio de Justicia e
Instrucción Pública argentino.
La lucha por la preservación de la cultura italiana a través de las escuelas
mutuales fue una batalla perdida quizá desde el inicio. La fragmentación
de las sociedades, que ya vimos afectaba las prestaciones asistenciales,
influía de modo aun más relevante en el tema de la instrucción. Pese a los
esfuerzos pedagógicos de las asociaciones que caracterizaron a la década
del 80, éstos no podían ocultar que las escuelas no disponían de recursos
suficientes para ofrecer una educación de calidad superior y a veces ni
siquiera igual a la de otros establecimientos públicos o aun privados. Las
imágenes ofrecidas por viajeros y funcionarios italianos acerca de ellas eran
en general negativas. Los maestros estaban mal pagos y ello impedía a me-
nudo un sistemático reclutamiento de educadores de jerarquía. Asimismo,
la infraestructura edilicia y otras prestaciones no eran necesariamente las
mejores. Desde luego que aquí hay que considerar dos temas: la ecuación
financiera (número de alumnos y presupuesto disponible) y la limitada
clarividencia de los grupos dirigentes de las sociedades.
Aunque no todas las sociedades tenían escuelas, éstas eran en cualquier
caso demasiadas para el público dispuesto a enviar a sus hijos a ellas, en
especial cuando el Estado argentino mejoró, al menos cuantitativamente,
la oferta educativa. Un relevamiento de las asociaciones italianas existentes
en Buenos Aires en 1901 confeccionado por funcionarios italianos, que ellos
consideraban incompleto, incluye cincuenta instituciones de todo tipo. De
ellas dieciocho mantenían escuelas de distinto perfil. La mayoría (catorce)
eran escuelas primarias de las cuales había ocho mixtas, tres de varones
y tres de mujeres. Una sociedad femenina (Margherita de Savoia) mantenía
un jardín de infantes, otra que no era mutualista (Protezione Asili Infanzia)
estaba dedicada exclusivamente a sostener un asilo infantil para huérfanos,
otra (Lago di Como) tenía una escuela “musical y dramática” y finalmen-
te otra (Italiane al Plata) mantenía una escuela profesional femenina. En
cualquier caso, eran muchas escuelas para un número de alumnos declarado
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 189

por ellas de alrededor de tres mil.53 La situación no era mejor en Rosario,


donde hacia 1906 existían cuatro escuelas italianas. Debe considerarse
asimismo que existían sociedades que, sin tener ellas mismas escuelas,
sostenían financieramente colegios italianos.
Eran demasiadas escuelas y pocos alumnos, en especial si se considera
que el público potencial (hijos de italianos en edad escolar) era muchísi-
mo mayor. Sólo las cuatro escuelas de las sociedades mayores (Unione e
Benevolenza, Nazionale Italiana, Unione Operai Italiani e Italia Unita) su-
peraban los trescientos alumnos en todos los grados. Once de las escuelas
recibían muy pequeños subsidios en dinero del gobierno italiano y cinco
más apenas material escolar. Las sumas eran más bien simbólicas y desde
luego financieramente muy poco significativas y mostraban el prolongado
desinterés de los sucesivos gobiernos peninsulares (que en cambio gastaban
sumas más importantes para otras ubicadas en el área del Mediterráneo
oriental) hacia las comunidades italianas en el Plata. Para 1901 ese apoyo
representaba apenas 3,5% del gasto total corriente de éstas.
Las asociaciones mutuales desempeñaban también, en ocasiones, otras
funciones secundarias. Por ejemplo, creaban pequeñas cooperativas de
consumo o incluso una caja para préstamos a socios (la Roma Intangibile
de Concordia en Entre Ríos).54 Actuaban también a veces como mediadores
en el mercado laboral visto que entre sus miembros (en general directivos)
había industriales, comerciantes y otros dadores de trabajo. Eran así una
especie de bolsa de trabajo institucional u oficiosa. Por ejemplo, la Unione
e Fratellanza de la ciudad de La Plata enviaba periódicamente a uno de
los funcionarios del Hotel de Inmigrantes, Paolo Stampa –que vimos había
sido cónsul argentino en Milán, además de uno de los fundadores y primer
presidente de la entidad–, pedidos de trabajadores realizados por socios
de la entidad a ser provistos con italianos recién desembarcados.55 La xx
Settembre, por su parte, establecía en su estatuto como un “deber” de
los socios, así fuesen patrones de industria o capataces, dar preferencia
a los otros socios en la toma de trabajadores. A esos efectos llevaba un
registro donde los miembros tenían que anotarse, fuesen solicitantes u
ofertantes de empleo.56 Cuánto ello tuviese efectiva realización es algo desde
luego discutible pero, en cualquier caso, refleja esa ideología de comunidad
imaginaria a la que hicimos referencia en el tema de la muerte.
Desde luego que esto encubría también, desde un discurso paternalis-
ta o simplemente etnicista, conflictos interclasistas potenciales y a veces
reales en el seno de los italianos de la Argentina. Como ha señalado en su

53. “Società Italiane di Beneficenza, di Mutuo Soccorso e d’Istruzione esistenti in Buenos


Aires nel 1901”, Bollettino dell’Emigrazione, pp. 65-67.
54. G. Prato, “La tendenza associativa...”, p. 849.
55. D. Benavides, Historia de las sociedades italianas…
56. Società Italiana xx Settembre, Statuto. Regolamento, art. 9.
190 Fernando Devoto

excelente estudio Romolo Gandolfo, la vida de las asociaciones estaba en


algunos planos surcada de tensiones ya que en ellas coexistían los patrones
y sus obreros o los propietarios de viviendas de inquilinato y sus inquilinos.
Vimos ya que industriales como Berisso y Dellachà habían creado entidades
mutuales en momentos de conflicto social. No eran los únicos; también lo
hizo luego otro industrial italiano destacado, Carlo Luppi, mientras que
el director y los gerentes de la Compañía General de Fósforos dirigían la
importante sociedad mutualista, Cavour.
Cuando se producían huelgas u otros enfrentamientos entre unos y
otros (y éstas eran crecientes a medida que avanzaban los primeros años del
siglo xx), las disputas se proyectaban sobre el seno de la misma sociedad.
Un ejemplo de la situación lo provee el caso de la sociedad llamada Operai
Italiani di Villa Urquiza, presidida por Camillo Grandi, gerente general de
una fábrica de cigarros que era la más importante industria del barrio, y
cuyos trabajadores (en su mayoría italianos procedentes de Toscana) eran
socios de la misma entidad. En 1915, en ocasión de la Primera Guerra
Mundial, Grandi, que era el peninsular más prominente del lugar, había
presidido el comité de guerra italiano, local cuyo propósito era brindar
ayuda a Italia, en el cual habían participado activamente los trabajadores
peninsulares. Terminado el conflicto y los tiempos de concordia, estalló
una dura y prolongada huelga en junio de 1919: los trabajadores se orien-
taron a solicitar distintos tipos de apoyo en la entidad, entre ellos el uso
del local social para sus reuniones, pero chocaron con la cerrada negativa
del presidente. Que las cosas eran de todos modos más complejas que
un enfrentamiento entre dos partes (patrones-trabajadores o comisión
directiva-socios) lo revela, por ejemplo, que otro miembro de la comisión
directiva era un periodista que escribía en el diario izquierdizante de la
comunidad italiana de Buenos Aires, L’Italia del Popolo. Éste apoyaba a
los obreros y acusaba a Grandi de servir a los intereses de la empresa y
no los de sus connacionales.57
Los conflictos no ayudaban desde luego a las asociaciones mutuales, y
en la medida en que crecía el movimiento obrero organizado ello presentaba
un problema adicional para su futuro que se sumaba a la fragmentación
y a los otros enumerados precedentemente. El problema más relevante
estaba, sin embargo, en otra parte. Los hijos argentinos desertaban ma-
sivamente de las asociaciones de sus padres cuando llegaban a la edad
adulta. La batalla perdida de educar “italianamente” a los hijos tenía una
proyección en la vida de las asociaciones. Sintiéndose argentinos por las
razones que más adelante expondremos, poco interesados en compartir
un ámbito de sociabilidad étnica, el hecho de pertenecer a entidades que
brindaban servicios limitados no tenía para ellos demasiada importancia,
más aún cuando el Estado argentino desarrollaba lentamente estructuras
de salud pública.

57. R. Gandolfo, “Las sociedades italianas…”, pp. 324-327.


Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 191

De este modo, las asociaciones dependían para su supervivencia del


flujo migratorio que llegaba desde el exterior. Mientras éste se mantuvo
elevado (y ello ocurrió hasta 1930 luego de la impasse de los años de la
Primera Guerra Mundial) las instituciones pudieron sostener, aunque no
sin dificultades financieras, su nivel de actividad incorporando nuevos
socios peninsulares. Cuando el flujo italiano declinó drásticamente, entre
la crisis de 1930 y la Segunda Guerra Mundial, las entidades comenzaron
lentamente a languidecer. Ello sucedía sobre todo en las mayores, ubica-
das en los grandes centros urbanos como Buenos Aires, aunque algunas
tendieron a especializarse, como fue el caso de la Nazionale Italiana, que
concentró sus esfuerzos en las funciones médicas mutualistas. La crono-
logía sigue un ritmo algo diferente, más lento, en ciudades como Córdoba
y sobre todo Rosario, donde la antigua Unione e Benevolenza asociada con
la Dante Alighieri logró mantenerse activa tanto en el campo mutualista
como en el de la instrucción.
En las pequeñas localidades del interior, y sobre todo en la pampa gringa,
las entidades lograron incorporar nuevas actividades (por ejemplo, el cine o el
deporte) y adquirieron más la característica de un centro de sociabilidad (es
decir, algo parecido a un club) en el que las prestaciones mutuales, aunque
se mantenían, perdían importancia relativa. En algunos casos buscaron y
lograron también abrirse a nuevos socios que no fuesen italianos. Perdiendo
una parte de su carácter étnico, se adaptaron a los nuevos tiempos. En otros,
inversamente, se obtuvo la persistencia mayor de un ambiente peninsular
(más regional que nacional) también entre los hijos.
En cualquier caso, las asociaciones mutuales también padecían el efecto
de las políticas nacionalizadoras implementadas con fuerza por el Estado
argentino desde la primera década del siglo xx. En 1917 en la Società Unio-
ne Operai Italiani de La Plata y en 1919 en la Italiana de Morón, los libros
de actas comenzaron a llevarse paralelamente en italiano y en castellano
siguiendo disposiciones precedentes del gobierno argentino. En 1926, en la
Società Ligure de la Boca se registraban solamente en este último idioma.
No se trataba sólo de las prescripciones legales sino también del impetuoso
avance de la cultura local. A ello se sumaría una nueva oleada de querellas
y enfrentamientos en el seno de los grupos dirigentes con el advenimiento
del fascismo al poder y con su política activa de intervención en las comu-
nidades italianas en el exterior. Aunque muchas entidades sobrevivirían
todavía por muchos años, algunas incluso hasta hoy, su momento de gloria
había quedado atrás.

Un punto de encuentro: los hospitales italianos

La división que afectó al mutualismo no impidió que en las principales


ciudades de la Argentina, a veces lenta y trabajosamente, pudiera encon-
trarse la unidad en torno de la creación de hospitales. Es evidente que el
tipo de servicio que brindaba un hospital, la enorme inversión necesaria
192 Fernando Devoto

para ponerlo en funcionamiento y el monto de los gastos corrientes su-


cesivos impedían cualquier intento de prolongar allí incesantemente los
enfrentamientos de los grupos dirigentes peninsulares. El problema mayor
era crearlo, luego la escala de la institución limitaba el faccionalismo. En
el caso de Buenos Aires, como ya observamos, la construcción del hospital
fue un proceso difícil signado por el conflicto entre monárquicos y republi-
canos. Aunque según Carlo Pellegrini había existido voluntad de crearlo
durante el período de Rosas, época en la que aparecieron los primeros
hospitales, inglés y francés, el proyecto inicial sería motorizado por las
autoridades diplomáticas sardas, con los propósitos que describe la carta
del cónsul Marcello Cerruti a la que hicimos referencia. Su concreción tar-
daría casi veinte años, hasta 1872. No fue, desde luego, sólo una cuestión
de conflictividad política. También costó trabajo involucrar a los notables
económicos peninsulares en un proyecto para el que su aporte económi-
co era fundamental. Las sucesivas comisiones se enfrentaban así a dos
cuestiones: reunir los fondos y aunar las voluntades. La primera comisión
provisoria, creada en una reunión en casa de Bartolomeo Viale y presidida
por el comandante de la estación naval sarda instalada en el Plata, Giovan
Battista Albini, consiguió reunir dinero de distintos suscriptores entre los
que aparecía el rey de Piamonte y Cerdeña (con una suma de todos modos
no mayor que la del sacerdote garibaldino Giuseppe Arata),58 quien era
además colocado como “alto protector” de la iniciativa. Luego de descartar
varias propuestas, se compró un terreno y se logró colocar, en 1854, la
piedra fundamental del futuro hospital en las actuales Bolívar y Caseros,
es decir, hacia el sur de la ciudad.
El valor del terreno era importante en la elección, pero más aún lo era
la colocación en el sur de la ciudad, donde residía la mayor parte de los
italianos, y en especial la cercanía de los núcleos densamente poblados
por peninsulares de la Boca y de Barracas al Norte. Una nueva comisión
presidida por el cónsul fue la encargada de llevar adelante la construc-
ción del edificio. Pese a las colectas, empréstitos, legados, donaciones,
suscripciones, veladas musicales y teatrales para recaudar fondos, a la
venta del terreno primigenio cercano al mercado del oeste y tantos otros
instrumentos, la obra avanzó demasiado lentamente. Un factor no menor
eran las ambiciones edilicias del proyecto; otro, las reticencias de muchos
notables incluso algunos de aquellos que figuraban entre los primeros
“oblatori”. A medida que la obra se demoraba, aumentaban paralelamente
las maniobras en torno de la comisión del hospital en consonancia con el
crecimiento de los litigios políticos en los grupos dirigentes. La dirigencia
republicana de Unione e Benevolenza, lo señalamos ya, deliberó respecto
de crear otro hospital al margen de la iniciativa oficial. En respuesta sur-

58. E. Zuccarini, Il lavoro degli italiani..., p. 325.


Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 193

gió la Società Nazionale Italiana que se ofreció a llevar adelante la cons-


trucción del edificio semiparalizado. La amenaza de que todo el proyecto
fracasase condujo a acelerar los trabajos y dar algunos signos de que la
obra se realizaría.
En 1863, con dos alas construidas pero sin terminar se inauguró la
iglesia y se solicitaron nuevas suscripciones para terminar la obra, cuya
parte edilicia estaba casi concluida en 1865, aunque no fue inaugurada
en ese momento. La nueva comisión directiva cedió el hospital en alquiler
al gobierno nacional, que lo utilizó para atender a los heridos de la gue-
rra del Paraguay (en especial brasileños). Tras ello, con las epidemias de
cólera en 1869 y sobre todo de fiebre amarilla que asoló a la ciudad en
1871, el edificio fue cedido nuevamente para ser empleado como lazareto.
Finalmente, con una capacidad de ciento cincuenta camas, se inauguró
en 1872. Su primer presidente sería Achille Maveroff, antiguo republicano
e integrante del directorio del Banco de Italia, a quien ya presentamos. Lo
sucedería Paolo Marengo, médico, profesor de la Facultad de Medicina,
primer presidente del Hospital Italiano y miembro a su vez del consejo de
administración del Banco de Italia. Los nombres sugieren que el papel de
la elite económica, que paralelamente se reuniría en el banco, por entonces
creado, no debe haber sido desdeñable para llevar la obra a puerto.
Una Società Italiana di Beneficenza que se encargará posteriormente
de su administración será la promotora de una nueva iniciativa. El creci-
miento de la inmigración italiana en la década del 80 hizo que el hospital
comenzase a ser insuficiente. Ello, combinado con el hecho de que el eje de
la expansión de la ciudad ya no se dirigía hacia el sur, que iba quedando
crecientemente excéntrico, sino hacia el oeste, llevó a la idea de adquirir
un nuevo terreno donde erigir otro hospital. La iniciativa pudo concretar-
se en 1889 con la compra de un terreno en la zona de Almagro, lugar de
paulatina inserción de las nuevas clases medias de origen inmigrante. Allí,
al nuevo edificio diseñado por Giuseppe Buschiazzo, se mudaría en 1901.
En este segundo caso la realización de la obra fue posible no sólo por el
voluntarismo de tantos (incluidos muchos de los antiguos republicanos) ni
por las colectas enormes que tenían su culminación en la fiesta del xx de
septiembre, sino por el papel que desempeñaron, al final, las nuevas insti-
tuciones financieras ligadas a la comunidad. El instrumento decisivo serían
los préstamos obtenidos en 1899 de tres bancos, dos que se proclamaban
netamente italianos, los de Italia y Río de la Plata, el Nuevo Banco Italiano,
y otro que sin serlo estaba presidido por un italiano (Lorenzo Pellerano).
Para éstos era ciertamente una operación comercial –bajo garantía de
alguna de las mayores fortunas peninsulares que, por otra parte, eran en
varios casos ellos mismos integrantes de los directorios de las entidades–,
pero también una operación de prestigio.
Efectivamente pocas causas fueron más populares y más unánimes,
entre los italianos de Buenos Aires en esas décadas, que la del hospital. Sin
embargo, y aunque los datos disponibles son contradictorios, según Prato
todavía a fines del siglo xix el hospital no era por patrimonio la entidad
194 Fernando Devoto

italiana más rica de la ciudad.59 Por el contrario, antes que ella se encon-
traban, por capital social, las dos antiguas sociedades mutuales: Nazionale
Italiana y Unione e Benevolenza. Ello reflejaba que los intereses particu-
lares de los grupos dirigentes habían sido más fuertes. La gran expansión
del hospital se produciría recién en la primera década del siglo xx, luego
de la mudanza a la nueva sede y en coincidencia con el estancamiento de
las grandes sociedades mutuales. A partir de ahí será, muy ampliamente,
la institución más poderosa. Ya en 1904, según los datos del censo de la
ciudad, las entradas anuales del hospital eran 261 mil pesos, más de tres
veces las de las asociaciones mutuales más grandes. Para ese año, en
opinión del experto que realizó el informe sobre las instituciones de bene-
ficencia en el marco del censo, el Hospital Italiano era, “indudablemente,
el más importante y mejor montado” de los cinco hospitales creados por
las comunidades extranjeras en Buenos Aires.60
Otro modo de observar el éxito del hospital y su prestigio es la cantidad
de enfermos internados, que entre 1902 y 1908 sería de 20.160, una cifra
bastante mayor que la de todos aquellos internados en los veinticuatro
años precedentes.61 Ello se reflejaría también en la multiplicación de nuevas
iniciativas: edilicias –en 1913 se inaugura el policlínico donde funcionarán
los consultorios externos, sobre la calle llamada entonces Cangallo, y clíni-
cas–, en 1905 se inauguró la escuela de medicina y cirugía y poco después
se iniciaron las prácticas de cirugía de la cátedra correspondiente de la
Facultad de Medicina, cuyo titular era Nicolás Repetto, además uno de los
líderes del Partido Socialista Argentino. Para sostener exigencias y gastos
crecientes el hospital se fue abriendo paulatinamente más allá de los ámbitos
de la comunidad italiana. Por una parte, el número de médicos argentinos
creció en su plantel, y aunque una buena parte fuesen hijos de italianos,
ello no dejó de generar polémicas.62 Desde luego aquí la italianidad apare-
cía en contraste con la profesionalidad, ya que la calidad del hospital sólo
podía sostenerse si se buscaba reclutar a los mejores médicos disponibles
y no simplemente a los que eran italianos. Estos últimos, por otra parte,
no eran necesariamente los más calificados (o los mejor conectados) de la
profesión en Italia y ello los había llevado a emigrar buscando horizontes
que no encontraban en la patria de origen. Del mismo modo, el hospital
se fue abriendo a recibir pacientes de cualquier nacionalidad, aunque se
les cobrase a las sociedades de socorros mutuos una tarifa preferencial.63
Como ya señalamos para las asociaciones mutualistas, la apertura era la

59. G. Prato, “La tendenza associativa...”, p. 722.


60. M. Dellepiane, “Beneficencia pública”, en República Argentina, Censo General de la
ciudad de Buenos Aires, p. 330.
61. Comitato della Collettività Italiana, La presenza dell’Italia…, p. 33.
62. E. Zuccarini, “La Premessa”.
63. E. Zuccarini, Il lavoro degli italiani..., p. 362.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 195

condición de posibilidad de las instituciones italianas, sobre todo cuando


el flujo migratorio decayó.
El Hospital Italiano de Buenos Aires fue el primero pero no el único que
se creó en la Argentina. En Rosario, la iniciativa de un hospital tomó forma
en 1881 y cinco años después comenzó la construcción, que se completa-
ría en 1892, fecha en la que se inauguró con el nombre de Hospital Italiano
Garibaldi. Dos comerciantes genoveses de Rosario con amplios negocios
inmobiliarios rurales y urbanos, Natale Riccardone y Battista Costa, se-
rían su presidente y vicepresidente.64 Pese a que el hospital pronto tuvo
un lugar acreditado en el seno de la comunidad y su prestigio profesional
fue rápidamente reconocido, el faccionalismo volvió a influir y en 1902
Unione e Benevolenza, la institución más antigua, creó en la ciudad su
propio hospital. Esa nueva entidad, que será siempre más pequeña que la
precedente y tendrá a la larga una vida difícil, exhibirá una vez más, en un
terreno donde las iniciativas unitarias eran decisivas en razón de la ecua-
ción financiera y de la complejidad operativa, los límites de las estrategias
de buena parte de los grupos dirigentes.
En Santa Fe, el proceso fue mucho más rápido, la comisión promotora
presidida por el vicecónsul Carlo Nagar se constituyó en 1889 y apenas tres
años después, en 1892, el hospital comenzaba a funcionar con el nombre de
Ospedale Italiano di Santa Fe e Colonie ya que buscaba cubrir a los núcleos
inmigrantes de las antiguas colonias cercanas a la capital de la provincia. En
La Plata en 1886, por iniciativa de las dos mayores sociedades de socorros
mutuos, Unione e Fratellanza y Unione Operai Italiani, se sientan las bases
para un futuro hospital que se inaugurará en 1903. La vida de la institución
no fue fácil ya que distintos enfrentamientos se produjeron en sus primeros
años de existencia entre el cuerpo médico y el consejo directivo de la Società
di Beneficenza que dirigía la institución. Finalmente, hacia los años 20 la
entidad aparece consolidada con una dotación de una docena de médicos y
medio millar de personas atendidas por año. Algo más lento fue el proceso
en Córdoba (en consonancia con el relativo retraso en la instalación de los
italianos en la provincia en comparación con la vecina Santa Fe), donde la
piedra fundamental del hospital se colocó recién en 1904.

Espacios de sociabilidad: círculos, clubes

Observamos ya que las mismas entidades mutuales desempeñaban


también el rol de ámbitos de sociabilidad para sus miembros. Sin embargo,
existían otras entidades que cumplían sólo esta tarea. Eran en general cír-
culos de elite o clubes que reunían a sectores medios acomodados que por

64. N. Lanciotti, “Las estrategias del empresariado inmigrante frente a la expansión del
mercado inmobiliario, Rosario, 1870-1914”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 55,
2004, pp. 463-488.
196 Fernando Devoto

lo tanto o bien no necesitaban una cobertura sanitaria o podían permitirse


ser miembros de varias instituciones. Se señaló también que este tipo de
entidades era bastante común en la Europa del siglo xix, donde habían
sustituido progresivamente al salón, emblema de la sociabilidad aristocrática
del Antiguo Régimen. Integrados por acomodados burgueses, la diferencia
fundamental con las formas asociativas precedentes residía en que eran
espacios no privados (por ejemplo, la mansión de una persona) sino lugares
que podemos llamar neutrales ya que, por una parte, hacia adentro eran
un ámbito particular de los socios, en cambio hacia afuera eran lugares
instalados en el espacio público.65 Regidos por un estatuto, sostenidos por
las cuotas que pagaban los socios, eran entidades de un nuevo tipo. El
criterio de selección era doble: por una parte el socio que presentaba una
solicitud debía tener al menos dos avales de otros socios y debía poder
pagar la cuota mensual (y eventualmente un monto de inscripción) cuyo
importe variaba según cuán exclusiva quisiera ser la entidad, pero que en
cualquier caso era bastante más elevada que la de una sociedad mutual.
En Italia había adquirido gran difusión desde mediados del siglo xix.
En la Argentina, las primeras entidades de ese tipo fueron el aludido
Club de Residentes Extranjeros y el Club del Progreso, nacido en 1852.
Era lógico que los italianos acomodados que residían en la Argentina se
inclinasen a crear también ellos instituciones de esas características. Lo
mismo harían otros grupos de extranjeros que fundarían en Buenos Aires
los clubes alemán, español, francés e inglés. Una de las primeras entida-
des italianas nació en la ciudad de Rosario en 1871: el Club Campidoglio,
en cuyo origen estaba una sociedad que organizaba actividades para el
carnaval. Es interesante observar que nació en el mismo momento en que
otros clubes de Rosario que reunían miembros de todas las nacionalidades,
aunque predominasen los argentinos, como el Club Social o los extranjeros
de distintos grupos como el Club de Residentes Extranjeros. Hacia 1885 el
Campidoglio tenía ciento quince socios que pagaban una cuota de ingreso
de 10 pesos y una cuota mensual de 3 pesos. A los efectos comparativos los
miembros de la Unione e Benevolenza local no pagaban cuota de ingreso
y la suma mensual a oblar era de 1 peso, por la que tenían derecho tanto
al asistencialismo como a la educación gratuita de sus hijos en el colegio
de la entidad. Entretanto, los miembros del Club Social (la institución más
elitista) pagaban 40 pesos de cuota de ingreso y 5 pesos por mes, los del de
Residentes Extranjeros, 25 pesos de ingreso y 4 pesos mensuales, mientras
que los del Centro Español pagaban lo mismo que los del Campidoglio.66
Es decir que la entidad italiana era bastante más cara que una sociedad
mutual y algo más barata que los otros clubes sociales. Desde luego que

65. M. Agulhon, Il salotto, il circolo e il caffé, Roma, Donzelli, 1993.


66. G. Carrasco, Descripción geográfica y estadística de la Provincia de Santa Fe, Buenos
Aires, Stller & Laass, 1886, pp. 305-308.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 197

pagar aquella suma para participar de un ámbito en el que se desarrollaba


una actividad social, se podía fumar, leer periódicos italianos, participar de
los bailes y las tertulias que organizaba cada mes y eventualmente jugar al
billar o beneficiarse de los servicios de peluquería, no estaba al alcance ni
en el interés de todos los peninsulares. Sí lo estaba de aquellos que tenían
una posición acomodada, para quienes pertenecer a una entidad de ese
tipo era un símbolo de prestigio social. Por supuesto que un espacio en el
que la conversación predominaba por sobre cualquier otra cosa era ideal
para hacer negocios y política. Efectivamente, esas dos actividades estaban
en el centro del interés de muchos de los miembros. Además, ellas creaban
vínculos y solidaridades que daban mayor cohesión a los grupos dirigentes a
partir de la admisión de que las diferencias que podían expresarse en otros
ámbitos debían quedar fuera para permitir una convivencia razonable. Esto
parece haberse cumplido mucho más que en las sociedades mutuales ya
que este tipo de entidades sufrieron menos escisiones que aquéllas.
En 1873 nace en Buenos Aires el Circolo Italiano, que sería la institución
emblemática de la elite peninsular. Confluyen allí los notables económi-
cos, entre ellos los ricos comerciantes que un año antes habían fundado
el Banco de Italia y Río de la Plata o los ricos empresarios navales, des-
tacados profesionales –entre los que se encontraban aquellos profesores
contratados por la Universidad de Buenos Aires (como Giovanni Boeri y
Luigi Tamini, médicos; Emilio Rosetti, ingeniero, y Giovanni Ramorino,
naturalista)–, periodistas (Basilio Cittadini y Annibale Blosi, entre ellos),
dirigentes de las mayores instituciones comunitarias, antiguos exiliados
republicanos (como Marino Froncini y Gaetano Pezzi). Es decir que todas
las facetas de la dirigencia italiana de Buenos Aires aparecen allí reunidas.
A ellos hay que agregar esos pequeños nobles de provincia venidos a menos
que arribaban a la búsqueda de negocios y especulaciones que ayudasen
a lograr una rápida fortuna o artistas que recalaban en Buenos Aires en el
otoño de sus carreras.67 Ciertamente la mayor concordia que comenzaba
a alcanzarse a principios de la década de 1870 contribuyó a facilitar su
creación, no menos que la precedente llegada a puerto, de otras iniciati-
vas que reforzaban los lazos de las elites peninsulares como el Ospedale
Italiano o el Banco de Italia.
El Circolo inicialmente admitía sólo a italianos o hijos de italianos, pero
pronto se abrió a personas de otras nacionalidades (algunos notables argen-
tinos como Estanislao Zeballos se contaron entre sus miembros), los que
no podían superar el tercio del total de los asociados, convirtiéndose así en
un ámbito de interacción social más amplio.68 Según un visitante italiano
de fines del siglo xix, esa apertura era compartida por los otros círculos de

67. Sobre ese mundo, véase A. Martellini, I candidati al milione. Circoli affaristici ed emi-
grazione d’elite in America Latina alla fine del xix secolo, Roma, Edizioni Lavoro, 2000.
68. aa.vv., Gli italiani nell’Argentina. Uomini d Opere, Buenos Aires, 1928.
198 Fernando Devoto

comunidades, con excepción de la inglesa.69 La cuota de ingreso establecida


en el primer estatuto (1.000 pesos) era lo suficientemente elevada como para
producir una brusca selección de por sí, más allá de los mecanismos de
admisión que eran por lo demás bastante rígidos. Cada nuevo socio debía
ser presentado por otros diez y dos bolillas negras impedían el acceso. Al
igual que otros clubes de la elite argentina (por ejemplo el Jockey Club),
el Circolo designaba miembros honorarios de la institución a quienes des-
empeñaban los más altos cargos del Estado argentino mientras durase su
mandato: el presidente y el vicepresidente de la nación, sus ministros, el
gobernador de la provincia de Buenos Aires, el intendente de la ciudad y
los miembros del cuerpo diplomático. Ello reforzaba ese carácter de lugar
de encuentro de las elites de Buenos Aires.
A los efectos de asegurar una circulación en la dirigencia de la entidad,
lo que reforzaba su carácter aristocrático inter pares, los integrantes de la
comisión directiva duraban un año en sus funciones y no podían ser reelectos
hasta pasado otro período igual. Del mismo modo, en el período inicial el
presidente era elegido por la comisión directiva y no por la asamblea como
modo de establecer mecanismos indirectos de mediación. Los servicios que
la nueva entidad prometía brindar, inicialmente, eran un salón para recep-
ciones, una sala de reunión, otra de lectura y una de billar. Con el tiempo
se adjuntarían peluquería, sala de baños, biblioteca. En el primer estatu-
to se prohibían los juegos de azar. Luego, al igual que en los clubes de elite
argentinos, alcanzarían un espacio no desdeñable, y no faltó el caso del
socio expulsado por deudas de juego.70 Por otra parte el bridge, aunque es
difícil decir si es un juego comparable a los otros de cartas, con el tiempo
adquiriría notable importancia entre las actividades de los socios, al igual
que la esgrima, otro emblema de las actividades de las clases altas porte-
ñas. Las fiestas ocuparían, desde luego, un papel importante en la vida de
la institución, en especial las dos mayores que eran la celebración del día
del estatuto y el xx de septiembre. Como demostración de que no todo era
ocio sino también vida económica, la entidad se comprometía a tener una
pizarra donde se consignasen diariamente las noticias de la bolsa y las del
movimiento portuario.71
La nueva institución tardó bastante más de lo esperado en consolidarse,
si observamos lo costoso que era ingresar en ella y que estaban reunidos en
su seno los más ricos italianos de Buenos Aires. En ello influía, en parte,
que no sería la única institución de ese tipo de los italianos de la ciudad.
Otras muchas entidades sociales surgirían en Buenos Aires y en otras urbes
con propósitos que, al menos formalmente, eran semejantes. Por ejemplo,

69. C. Pascarella, Taccuini, Milán, Mondadori, 1961, pp. 255-258.


70. A. Martellini, “L’emigrazione d’elite. Aristocratici, especulatori e affaristi al Plata”, en
E. Sori (a cura di), Le Marche fuori delle Marche…, t. iii, p. 668.
71. 100 anni del Circolo Italiano, Buenos Aires, Buenos Aires, Frigerio, 1974.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 199

una surgida muy tempranamente, en 1878, por iniciativa de un grupo de


notables peninsulares fue el Circolo Vittorio Emanuele. Varios de ellos eran
o habían sido miembros del Circolo Italiano. Las razones que llevaron a un
grupo a formar otra institución no son conocidas, pero el nombre elegido y
el hecho de que se crease en momentos en que el Circolo era presidido por
Marino Froncini, el antiguo exiliado político, sugieren que éstas no fueron
ajenas a las remanentes disputas entre monárquicos y republicanos. En
cualquier caso, la nueva entidad no debe haber tenido una vida fácil y poco
tiempo después, en 1882, se fusionó con el Circolo. Por otra parte, el Circolo
durante demasiado tiempo no fue propietario de su sede y padeció sucesivas
mudanzas, de local alquilado en local alquilado. En las primeras dos déca-
das de existencia cambió cuatro veces de lugar. Sin duda esas mudanzas
no favorecían la consolidación de la institución, aunque ésta continuaba
creciendo en número de socios y en actividades. Recién se encontraría la
estabilidad en 1901, cuando dos miembros del Círculo, Antonio y Bartolomeo
Devoto, cedieron a cambio de un módico alquiler un local de su propiedad
en la calle Florida 8, que sería ampliado y refaccionado y donde la entidad
permanecería por casi veinticinco años hasta 1924.
En 1904, según los datos proporcionados por el censo de la ciudad
de Buenos Aires, el Circolo contaba con seiscientos miembros y entradas
anuales por 63 mil pesos moneda nacional. Por poner dos términos de
comparación, la Nazionale Italiana, que tenía 4.490 socios, en ese mismo
año contaba con ingresos por 8.100 y el Club del Progreso, con 1.744 so-
cios, entradas por 105 mil. El Circolo en ese momento cobraba una cuota
mensual de 8 pesos mientras el Club del Progreso 10, el Círculo de Armas,
que era la institución más aristocrática de la ciudad (con 250 miembros),
17,50; un club más de clases medias en ascenso como el de Gimnasia y
Esgrima, 5; uno deportivo inglés, el Buenos Aires Lawn Tennis, 3, y las
sociedades mutuales entre 1 peso y 1,25.72 Esa situación, aunada a la
prosperidad argentina y seguramente a un efecto de emulación con otros
círculos sociales de la ciudad (el Club del Progreso había inaugurado su
nueva y lujosa sede en la Avenida de Mayo), llevó a comprar un terreno en
la calle Florida en la esquina con Corrientes. Es decir, a unos doscientos
metros de la sede que ocupaba desde 1897 el Jockey Club. Sin embargo,
la construcción de la sede propia llevó mucho más tiempo del previsto y
recién fue inaugurada en 1922 con la presencia del presidente argentino,
Marcelo T. de Alvear, y del príncipe heredero de la corona de Italia, Umberto
de Saboya. Sería el momento de esplendor, cuando los grandes artistas
–como Arturo Toscanini, Claudia Muzio, Tita Ruffo y Enrico Caruso– visi-
taban el Circolo. Un esplendor que anticiparía el momento de las dificulta-
des. Al igual que las sociedades de socorros mutuos, el Circolo comenzó a
padecer la abrupta caída del flujo migratorio, desde 1930, que se combinó

72. República Argentina, Censo General de Población..., pp. 212-235.


200 Fernando Devoto

peligrosamente con los gastos crecientes producto de los incesantes nuevos


espacios que requerían los clubes de elite y con los efectos generales de
la situación económica. Así, con los años deberá vender la lujosa sede de
Florida y trasladarse a una nueva en el Barrio Norte. Curiosamente con el
correr del tiempo quedaría de nuevo cerca del Jockey, aunque las razones
del traslado posterior de éste serían muy otras. Antes de todo ello, también
aquí la lengua y a través de ella la sociedad argentina dejaba sentir su peso
sobre una entidad que en sus propósitos fundadores buscaba preservar
la cultura italiana. Según observó Gennaro Bevione en su visita a Buenos
Aires en 1910, en los salones del Circolo el castellano estaba comenzando
a desplazar al italiano.73
El tipo de club social con aspiraciones de prestigio que emblematiza el
Circolo tendrá muchos otros ejemplos en la Argentina. Como vimos para las
entidades de socorros mutuos, también aquí muchos meridionales optaron
por crear sus propios ámbitos que reproducían a una escala más pequeña
el modelo del club de elite, por ejemplo, en Buenos Aires, el Circolo Crispi,
liderado por algunos pequeños notables molisanos. Eran lugares desde
luego menos prestigiosos pero no necesariamente hacia los ojos de sus
paisanos, de los cuales esas pequeñas elites aspiraban a ser su clase diri-
gente. También en el interior del país surgirían otras entidades del mismo
tipo. Ya vimos el caso de Rosario, donde además hacia 1891 nacería, por
iniciativa de los ricos comerciantes peninsulares de la ciudad, otra entidad
llamada también Circolo Italiano, de larga sobrevida posterior, que en 1901
se fusionaría con el Club Campidoglio. Pero entidades semejantes serían
creadas en otras ciudades unos años después, por ejemplo en La Plata en
1895, incluso en otras en las que la presencia italiana no era conspicua,
como Santiago del Estero o Resistencia.
Un segundo tipo de entidad social, que en Buenos Aires serían en algún
momento las primeras por número de socios, eran aquellas que mezclaban
las características de un club social con otro deportivo. Un ejemplo es el
actual Club Italiano, que fue creado en 1898 por iniciativa de un conjunto
de hombres de negocios italianos (de comerciantes de importación de frutos
del país, e incluso de bicicletas, a comerciantes, muebleros y peleteros)
inclinados hacia una actividad deportiva, emblema de la modernidad y del
futuro, que en ese entonces comenzaba a hacer furor y exhibía más que
cualquier otra los cambios en las costumbres sociales y una nueva estética:
el ciclismo. En efecto, su primer nombre fue Club Ciclistico Italiano. Aun-
que los símiles con la equitación, deporte emblemático de la aristocracia,
eran importantes (por ejemplo los ciclistas usaban una fusta que además
del efecto estético tenía el no menor de ahuyentar a los numerosos perros
vagabundos), su mismo diseño simbolizaba ya una nueva estética de la
que los futuristas serían uno de sus intérpretes.
El éxito de la iniciativa hizo que al comienzo un pequeño grupo que

73. G. Bevione, Argentina 1910: balance y memoria, Buenos Aires, Leviatán, 1995, pp.
154-155 (la edición original en italiano se titula L’Argentina).
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 201

se reunía informalmente se expandiese hasta tal punto que se hiciese


necesaria la colocación en una sede estable. Una vez conseguida ésta, al
año siguiente el club comenzó a expandir sus actividades iniciales, que
si bien estaban ligadas mayormente con el ciclismo (carreras callejeras
en bicicleta, excursiones campestres dominicales) se deslizaban hacia
otras, tanto deportivas como estrictamente sociales. De este modo el club
articulaba una forma de sociabilidad diferente de la del Circolo, y sobre
todo se orientaba hacia estratos sociales más amplios: las clases medias
italianas de la ciudad. Ello se debía en parte a que tenía una cuota social
y de ingreso más baja y en parte a que el ambiente que imperaba en él
era más informal. Un emblema de ello es que allí podían leerse también
periódicos y revistas, pero un lugar central lo ocupaban las publicaciones
destinadas al deporte.
En 1900 se mudó a otro local alquilado en la zona de la Recoleta y pron-
to, en 1904, contará ya con un millar de socios. Ahora el club tenía desde
cancha de bochas hasta sala de esgrima, pasando por cuarto oscuro para
fotógrafos aficionados, sala de gimnasia, polígono de tiro, salas de baile, de
billar, de lectura y comedor. Como es bien conocido, los distintos deportes
o actividades físicas reflejaban ayer (y en menor medida hoy) niveles y
jerarquías sociales. Entre las bochas, actividad eminentemente popular,
y la esgrima, actividad de elite, se colocaba el variado público que aspira-
ba a incorporarse a la entidad. En 1909 el club tuvo que aprontarse para
dejar la sede alquilada (ya que el área sería demolida para la ampliación
del paseo de la Recoleta) y mudarse.
El nuevo lugar de instalación sería un terreno alejado del centro (una
hasta entonces quinta de frutas y verduras), cedido en alquiler por Tom-
maso Devoto, en la avenida Rivadavia frente al parque Rivadavia, que es su
ubicación actual y donde se construiría la nueva sede cuyo núcleo inicial
sería inaugurado en diciembre de 1910.74 El traslado significó inicialmente
una fuerte caída en el número de socios, ya que era una entidad a la que
se pertenecía por los servicios que brindaba y ellos sólo podían utilizarse
eficazmente residiendo cerca de ella. Por lo demás, la lejanía del velódro-
mo municipal afectaba la actividad ciclística y ello llevaría al progresivo
abandono de ésta por parte de la institución. Sin embargo, la elección del
nuevo destino se revelería pronto un gran acierto, ya que el club quedaba
colocado en medio de una zona en plena expansión gracias a la conexión
del subterráneo, área a la que se estaban trasladando las nuevas clases
medias de origen inmigrante entre la que los italianos y sus descendientes
serían relevantes. La nueva entidad, que en 1912 cambiaría de nombre para
tomar el actual, sumó nuevas actividades a las antiguas, tanto sociales
como deportivas (inauguró entre otras cosas una pileta de natación). En
1928 tenía ya catorce mil socios y era una verdadera entidad de masas, la

74. L. Cortese, Club Italiano. Cien años de historia, Buenos Aires, Lulimar, 1999, pp.
48-49.
202 Fernando Devoto

más grande de la ciudad, bastante más grande incluso que las antiguas
sociedades de socorros mutuos. Ello reflejaba también que los tiempos
habían cambiado y el eje pasaba del asistencialismo al ocio, al menos para
aquellos inmigrantes exitosos y sus descendientes, en esa década próspera
que fue, para las clases medias, la de los años 20.
La combinación de club deportivo y social orientado a las clases medias
–que no necesitaban una sociedad de socorros mutuos (o podían pagar la
inscripción a ambas) y que también estaban excluidos por el costo o por
propia decisión de un ámbito como el Circolo– tuvo otros ejemplos en Bue-
nos Aires. Uno de ellos fue el Tiro a Segno, otro el Club Canottieri Italiani.
El primero nació en 1895, en momentos de plena exaltación militarista en
Italia con el crecimiento de las hostilidades en la guerra colonial contra
Etiopía que terminaría en el desastre de Adua al año siguiente. Empero,
también eran años de expansión militarista en la Argentina, con el arma-
mentismo que acompañaba el aumento de tensiones con Chile, en cuyo
marco se había formado una legión de italianos voluntarios dispuestos a
enlistarse. Obtuvo así cierto apoyo del gobierno argentino, interesado en
la instrucción militar de los habitantes en la perspectiva de una guerra,
que la ayudó con la donación de armas y municiones. Desde luego que esa
institución no puede vincularse sólo a ello o a la idea del ciudadano-soldado
también en expansión, pues se trataba además de un deporte. Reflejaba
un clima más general ya que casi en paralelo surgieron otros clubes con el
mismo propósito, como la Sociedad Española de Tiro al Blanco que nació
en el mismo año, o la suiza.
El proyecto inicial fue formulado luego de los concursos de tiro al blan-
co organizados por la colectividad italiana en 1894. La iniciativa prosperó
rápidamente en aquel contexto y pronto, con la ayuda de algunos notables,
pudo adquirirse un terreno en Villa Devoto, donde fue construido el polígono
de tiro con galería y palco para los espectadores y un edificio para el depósi-
to de armas, la administración y el bufete.75 La entidad se abrió rápidamente
a socios de cualquier nacionalidad. Sus vaivenes futuros estuvieron bastante
marcados por las alzas y bajas de los climas bélicos, en especial en Italia
y en ocasión de la Gran Guerra europea; el número de sus integrantes se
expandió ulteriormente.
Canottieri nació hacia 1909 y en el mismo año llegó a los seiscien-
tos socios. Con la ayuda, entre otros, de uno de sus miembros, Mauro
Herlitzka (que era uno de los más importantes empresarios italianos del
sector eléctrico), pudo adquirir en 1919 un edificio en el Tigre al cual ad-
juntó más tarde otro en estilo veneciano. Nuevamente se reproduce aquí
el mismo modelo: una actividad deportiva originaria (y que en este caso
siguió siendo la principal) a la que se agregaron otras propias de un club
social: sala de lectura, de baile, restaurante. En la década del 20 contaba

75. A. Pereyra y F. Fernández Gómez (dirs.), Guía ilustrada de Buenos Aires para el viajero
en la República Argentina, Buenos Aires, 1900, pp. 274-275.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 203

con dos mil socios (incluidas unas quinientas mujeres), en lo que hay que
ver también la importancia que había adquirido el Tigre como lugar de
esparcimiento de los fines de semana como parte de nuevos modos de uso
del tiempo libre en las sociedades urbanas. Por otra parte el remo, depor-
te de elite originariamente, fue otro de los ámbitos de las nuevas clases
medias ascendentes donde la estructura de clubes respondió largamente
a un criterio étnico, ya que también las otras colectividades crearon antes
o después instituciones similares.
Había también otras instituciones sociales y recreativas de distinto tipo,
desde asociaciones musicales o corales (Ocarinisti Italiani, 1889, y Circolo
Mandolinistico Italiano, 1894, ambas de Buenos Aires, o el Circolo Filodra-
mmatico de Rosario) hasta las múltiples asociaciones de veteranos de las
guerras de unificación o del primer conflicto mundial (Reduci de le Patrie
Battaglie y luego della Guerra Europea) o las distintas Dante Alighieri, que
a partir del ejemplo de la primera fundada en 1889 en Italia se difundieron
tempranamente en la Argentina, la primera en Buenos Aires en 1896 y
pronto otras en la provincia homónima (La Plata, Mar del Plata y Azul en
1898) y en Rosario.
En 1877 los italianos acomodados crearon asimismo una entidad de
beneficencia destinada a auxiliar a los compatriotas en estado de necesidad.
Llamada inicialmente Società di Beneficenza e Riabilitazione al lavoro degli
Italiani indigenti, a partir de 1903 pasó a denominarse Società di Patronato
Italiano e Rimpatrio per gli Immigrati Italiani. El Patronato tuvo una vida
azarosa debido a las dificultades financieras que requería una tarea de ese
tipo y pudo tener sede propia recién en 1930. Según los datos del censo de
Buenos Aires de 1904 tenía por entonces 113 miembros e ingresos bastan-
tes exiguos: alrededor de 20 mil pesos anuales (mientras el Hospital tenía
261 mil y la Nazionale Italiana, 81 mil). Mucho no se podía hacer con esos
recursos que trataban de mantener tareas en distintas direcciones.
La primera misión del Patronato fue sostener a los inmigrantes recién
llegados brindándoles alojamiento, alimentación y asesoramiento. Por su-
puesto, en tanto que esa tarea se superponía con la que llevaba a cabo el
Departamento de Inmigración, la sociedad se orientó prontamente a brindar
apoyo a los inmigrantes italianos en estado de indigencia, en momentos
posteriores de su experiencia en la Argentina, a través de vales de comida
y para dormir. También se comenzaron a financiar repatriaciones a Italia
de inmigrantes en estado de emergencia. Por último, el Patronato intentó
proveer a los inmigrantes de mecanismos de protección y asesoramiento
ante abusos cometidos por autoridades argentinas o ante fraudes, en es-
pecial en el manejo de las remesas.
Más allá de ellos había otras entidades que brindaban un servicio comu-
nitario, como los Bomberos Voluntarios, pero que también eran núcleos de
sociabilidad. Es el caso del de la Boca, donde nacieron en 1884 por iniciativa
de Tommaso Liberti y adquirieron pronto un papel relevante en la vida del
barrio (entre otras razones porque las construcciones en madera hacían
imprescindible la existencia de una entidad de esa naturaleza). En 1900
204 Fernando Devoto

inauguraron su edificio con la presencia del presidente Roca. La institución


ocupó también un lugar muy activo en las fiestas comunitarias (en especial
el xx de septiembre) y en la vida política e institucional de los peninsulares.
Controlada primero por los republicanos y luego por los socialistas, con el
tiempo desempeñaron también un papel en la política argentina.
Un balance del conjunto de las experiencias asociativas de los italianos
debería destacar al menos unos pocos puntos. Las asociaciones brinda-
ron muchos servicios y un ámbito de sociabilidad a los inmigrantes, que
facilitaron su ajuste a la nueva sociedad y permitieron que su existencia
en el nuevo país tuviese resguardos en las necesidades cotidianas y fue-
se, en general, menos dolorosa o traumática. Asimismo, contribuyeron a
crear un extendido, aunque a veces retórico, sentimiento de italianidad
entre inmigrantes que antes de la Gran Guerra no lo tenían o lo poseían
sólo limitadamente. Contribuyeron también en mucho a dar, en especial
en ocasión de las fiestas patrióticas peninsulares, una imagen extendida
pero difusa de esa comunidad ante los otros. En algunos casos fueron un
útil elemento de presión sobre las autoridades locales en defensa de sus
asociados o en general de italianos afectados por abusos o violencias. Sin
embargo, la extremada fragmentación del movimiento asociativo, su carácter
muchas veces escenográfico y la ausencia de una leadership unida y con
una estrategia clara de colocación de los italianos en el nuevo país restó
eficacia a su acción. Ello operó al menos en dos niveles; por una parte,
en la capacidad de presión sobre el vértice político de la Argentina y, por
la otra, en la lucha por valorizar la imagen de Italia y de los italianos (el
contraste con la exitosa dirigencia española es aquí visible) en el seno de
los ambientes académico, intelectual y de los círculos de las elites nati-
vas o extranjeras residentes en el país. Como señaló al pasar Jorge Luis
Borges, entre otros, un apellido italiano nunca fue prestigioso en Buenos
Aires. Aunque la imagen puede y debe matizarse, no es menos cierto que
los italianos fueron revalorizados, como veremos en el próximo capítulo, en
tanto eficaces trabajadores más que de otro modo. Es cierto que el propio
gobierno italiano hizo bastante poco para ayudar a la imagen de la comu-
nidad italiana o para valorizar a la de la misma Italia.

Las instituciones económicas

Como señalamos en el capítulo anterior, las elites económicas italianas


en la Argentina crearon también instituciones económicas en las que se
agruparon. La primera de ellas fue el Banco de Italia y Río de la Plata. La
lógica de su creación debe buscarse en la situación del sistema financiero
argentino y en el tema del ahorro y las remesas de los inmigrantes. El
sistema bancario argentino luego de la definitiva unificación nacional era
bastante incipiente. Existían apenas dos bancos que merecerían el nombre
de tales: el Banco de la Provincia de Buenos Aires en 1822 y el Banco de
Londres, creado por capitales ingleses residentes en la capital británica
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 205

en 1862. Los comienzos de la década de 1870 serían más pródigos en


cuanto a creación de estructuras bancarias. Superada la crisis financiera
de 1866 y terminada en 1870 la guerra del Paraguay, el ambiente parecía
propicio para ello.76 En 1872 el gobierno central creó finalmente el Banco
Nacional, establecido en la Constitución, y otras dos entidades de emisión
fueron fundadas por las provincias de Santa Fe y Córdoba. También ca-
sas privadas comerciales se habían ido transformando en bancos, como
Carabassa, y otras de origen británico crearon el Banco Mercantil del Río
de la Plata también en 1872, dirigido por comerciantes ingleses residentes
en la Argentina pero entre cuyos inversores iniciales se encontraban un
banco británico y otro francés.
De este modo, que los comerciantes genoveses decidiesen crear ellos
también en ese momento un banco no era algo novedoso. Sin embargo, en
este caso además de potenciar los negocios vinculados con la importación
y exportación aparecía otro factor quizá aun más relevante: manejar las
conspicuas remesas que los inmigrantes enviaban a su lugar de origen.
Como vimos en el capítulo 1, había una miríada de casas en Génova y
también en Buenos Aires, ligadas varias de ellas con las compañías de na-
vegación, que se ocupaban de esa tarea, además de los canales de amigos,
parientes o pequeños notables paisanos. Al existir una numerosa comu-
nidad italiana en la Argentina, y un intenso tráfico entre Buenos Aires y
Génova que involucraba comercio, inmigración y remesas, aparecía como
una operación muy atractiva la creación de un banco que canalizase los
recursos involucrados en ese movimiento. La asunción de una identidad
italiana o genovesa avalada por los nombres más prestigiosos de entre los
comerciantes locales de ese origen era, además de un factor de confianza
para los eventuales depositantes, un gran instrumento publicitario.
Lo que actuó de manera decisiva para poner en marcha la iniciativa fue
la creación en la capital de Liguria de la Banca di Genova en 1870, que
inmediatamente comenzó a cotizar en la Bolsa, donde operaban tantos pe-
queños capitalistas de la ciudad. La nueva entidad, impulsada por nobles,
banqueros y mercantes genoveses ligados al comercio internacional, no dejó
de percibir todas las potencialidades que podía extraer una institución de
este tipo en los intercambios con el Plata. Ello la llevó a orientarse en julio
de 1871 a la apertura de una filial o a establecer un grupo corresponsal
en Buenos Aires. También desde esta ciudad se llevaban a cabo parale-
lamente iniciativas para establecer algún tipo de vínculo con la entidad
genovesa. La primera fue la del Banco Carabassa que ya en 1870 escribe a
la Banca di Genova solicitando abrir operaciones en descubierto con ella.77
La propuesta no llega a buen puerto. Sí lo hará en cambio la iniciativa de

76. A. Regalsky, “Banca y capitalismo en la Argentina, 1850-1930. Un ensayo crítico”,


Ciclos, año ix, vol. 9, Nº 18, 1999, pp. 33-54.
77. Banco de Italia y Río de la Plata, Cien años al servicio del país (1872-1972), Buenos
Aires, Frigerio Artes Gráficas, 1972, p. 24.
206 Fernando Devoto

un grupo de hombres de negocios genoveses residentes en Buenos Aires


(Giuseppe Piaggio, Marcos Demarchi –hijo de Antonio–, Antonio Devoto,
Nicola Schiaffino y Luigi Viale) que en agosto de 1871 crea una comisión
promotora destinada a constituir el partner argentino para la iniciativa de
la Banca di Genova. Así, la neonata comisión por intermedio de Viale (que
pronto moriría en condiciones heroicas con el hundimiento del vapor Amé-
rica en la carrera entre Buenos Aires y Montevideo) propone, en octubre de
1871, el proyecto de establecer un banco en Buenos Aires con un capital
de 1.500.000 pesos fuertes, de los cuales 600 mil se ofrecían a la Banca di
Genova mientras que 25 mil debía poner cada uno de los socios promotores
locales. El consejo de administración de este banco aprueba la propuesta
y decide ofrecer una cuotaparte de la operación (200 mil) a otra entidad de
reciente creación, la Banca Lombarda di Sconti e Depositi de Milán.
Las labores del grupo argentino avanzan y en abril de 1872 queda
constituido el primer consejo de administración integrado por los socios
promotores (con Bartolomeo Viale que sustituye a su hermano Luis fallecido)
a los que se han sumado en el ínterin Achille Maveroff y Paolo Marengo, y
un conocido cambista de la plaza de Buenos Aires, Serafino Pollinini, que
será por muchos años el gerente de la institución. Se suma también a los
promotores el Banco Itálico cuyo representante es Giuseppe Piaggio. Este
mismo asume como primer presidente y Maveroff como vice. En el recién
creado consejo, Viale actúa por sí y en representación de la Banca di Ge-
nova y Devoto, por sí y en representación del Banco di Sconti e Depositi de
Milán. La nueva entidad adopta como estatuto los de la Banca di Genova
adaptados a la legislación argentina y solicita a la Legislatura de la provincia
de Buenos Aires la autorización para funcionar, que es concedida por ley
sancionada por aquélla en junio de 1872.78 Nacerá así en agosto el Banco
de Italia y Río de la Plata, cuya primera sede será una casa alquilada en
la entonces calle de la Piedad (hoy Bartolomé Mitre).
Uno de los temas principales en torno de los que giraron las primeras
discusiones entre los accionistas italianos y los argentinos concernía a la
exclusividad que los primeros querían (en especial la Banca de Génova)
para actuar como representantes del banco en la península, es decir, para
manejar los giros y las remesas.79 El grupo de comerciantes locales no
quiso asumir un compromiso en ese sentido, pues quería tener las manos
libres para negociaciones ulteriores con otros institutos bancarios italianos
o de otras partes de Europa. Así, rápidamente apareció en las reuniones
del directorio la opinión de tramitar créditos con bancos de otras plazas
europeas (en especial Londres) que cobraban intereses más bajos que los
italianos, lo que mostraba a la vez que era el grupo de Buenos Aires el que

78. Banco de Italia y Río de la Plata, op. cit., pp. 7-23.


79. Idem, p. 24.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 207

tenía el control y que estaba dispuesto a abrirse allí donde las oportuni-
dades financieras fuesen mejores.80
El primer libro diario del banco registra la caja de accionistas, que
permite observar cómo queda la composición definitiva del banco más
allá de las propuestas esbozadas en la correspondencia y cuáles fueron
las sumas efectivamente integradas. Se integraron 13.671 acciones por
un capital de 269.420 pesos. El mayor accionista era la Banca di Genova
(4.000 acciones, es decir, 30% del total), seguido por el Banco di Sconti
e Depositi (2.000), el Banco Itálico (1.300), Demarchi Hnos., que era la
mayor firma local de origen “italiano” (1.000), Antonio Devoto (600), Achille
Maveroff y Serafino Pollinini (350 acciones cada uno), Nicola Schiaffino y
Luigi Tamini (300 cada uno) y Bartolomeo Viale y Paolo Marengo (250 cada
uno). Estaban también entre los primeros accionistas, con participaciones
a menudo simbólicas, otros de los más conocidos hombres de negocios
peninsulares de Buenos Aires como Geronimo Canale, Giovanni Fusoni,
Lorenzo Raggio, Giovanni Lavarello o Tommaso Ambrosetti. El total de
acciones en poder de comerciantes que operaban en la plaza de Buenos
Aires era de 6.371. Ello exhibe que la nueva creación era una entidad de
comerciantes más que de banqueros.81
Es interesante observar que entre ellos había, además de italianos e
hijos de italianos, también en un porcentaje minoritario accionistas de otras
nacionalidades como Wilcken, Smith, Von Ecken o Hale y Cía., y también
algunos argentinos ubicados estratégicamente, como Ángel Méndez, que
era entonces integrante del directorio del Banco de la Provincia de Buenos
Aires. No hay nada sorprendente en ello, pues el banco era una oportuni-
dad de negocios y aunque fuese simbólicamente muchos querían aparecer
en él o eran invitados a hacerlo. En este punto, las relaciones étnicas se
mezclaban con los vínculos puramente comerciales. De lo que se trataba
era para muchos de reforzar vínculos o solidaridades preexistentes que
estaban principalmente ligadas al origen, pero no al punto de hacerlas
exclusivas.
Lo que ocurría desde el punto de vista del capital sucedía también en
relación con los préstamos. El banco estableció rápidamente una clasificación
de las cuentas corrientes, a los efectos de las comisiones a cobrar por los
descuentos, otorgándoles la máxima categoría a las casas comerciales de
reconocida responsabilidad.82 Tratando de ir sobre seguro, el banco prefería
a éstos, independientemente de su nacionalidad. Observando el listado de
los primeros préstamos se advierte que los clientes que los reciben no son
italianos (Bracht, Samson, Jacobs, Riera, Mulhall, Jossilin, Wilck, Irigoyen,

80. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, Libro de Actas del Directorio, Nº 1, 26 de
septiembre de 1872.
81. Idem, Libro Diario Nº 1 (1872-1873), Caja de Accionistas, 19 de agosto de 1872.
82. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 1, p. 41, 5 de agosto de 1872.
208 Fernando Devoto

Fragueiro, etc.).83 A ellos hay que agregar otro tipo de instituciones como el
Banco de San Juan, que recibirá un importante préstamo al año siguiente
a través de la mediación de Luis Otero, banquero cordobés, o el Banco del
Litoral de Paraná en Entre Ríos. Con esta provincia se establecerían re-
laciones de largo plazo, en especial a través de la mediación de Tommaso
Ambrosetti, que tenía intereses comerciales en ella. Con los años, a princi-
pios del siglo xx, caído el banco provincial en dificultades, será el Banco de
Italia el que se hará cargo de sus activos y pasivos, asumiendo el control de
las distintas sucursales, y representará financieramente a la provincia del
litoral. Relaciones privilegiadas existían, por otra parte, con los directivos
del poderoso Banco de la Provincia de Buenos Aires. Por ejemplo, durante
la crisis 1873-1876, el Banco de Italia prestó al Provincia 700 mil pesos
fuertes, el mayor préstamo realizado por la entidad.
En cuanto a los depósitos, como muestra el libro diario, la enorme ma-
yoría eran de apellidos italianos, y en ese punto el banco tenía éxito con
su propuesta. En ese sentido ya en el acta de directorio del 16 de julio de
1872, es decir pocos días antes de la apertura al público de la entidad,
Maveroff sostuvo, apoyado por Demarchi, que los cajeros tenían que ser
italianos o saber hablar italiano y que se opondría a que se nombrase a
cualquier empleado que tuviera que estar en contacto con el público y no
supiese esa lengua.84 Tal requisito podía chocar con la paralela necesidad
de nombrar personal idóneo, y en los hechos el primer cajero principal no
sería italiano aunque sí los restantes empleados. Sin embargo, en general
el banco se esforzó por cumplir con esa condición, indispensable para acer-
car a los peninsulares y convertir a la entidad en una institución familiar
a éstos. En este punto debería observarse que para muchos inmigrantes
ya entrar a una institución bancaria, con todos los elementos simbólicos
que contenía, podía ser algo ajeno a sus experiencias y aquella podía ser
vista como un lugar extraño o inaccesible. Ello explica por qué muchos
inmigrantes preferían y preferirían manejarse al margen de ese tipo de
entidades y confiar sus ahorros a un paisano o un amigo, e incluso utilizar
mecanismos muy inseguros para enviar sus remesas, como colocar en un
sobre billetes de liras italianas o incluso monedas de oro, recubiertas por
un pedazo de cartón, y mandarlas por correo. Para justificar lo abultado
de la carta, en el sobre se colocaban “fotografías”.85 El banco tuvo, sin em-
bargo, bastante éxito en capturar una parte relevante de esas remesas y ya
en 1874 el secretario de la Comisión de Inmigración, Guillermo Wilcken,
le solicitaba que informase sobre las pequeñas remesas de dinero que se
enviaban por su intermedio a Europa.86

83. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, Libro Diario, Nº 1.


84. Idem, p. 22, 16 de julio de 1872.
85. L. De Rosa, “Emigrantes italianos, bancos y remesas. El caso argentino”, en F. Devoto
y G. Rosoli (comps.), La inmigración italiana..., p. 253.
86. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, Libro de Actas del Directorio, 20 de marzo
de 1874.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 209

Si la gran mayoría de los primeros depositantes eran italianos y éstos


constituían el público principal al que se dirigía la nueva entidad, eso no
significa que no se aspirase a conseguir clientes en otras comunidades. Así,
el banco publicaba sus primeros avisos no sólo en el periódico L’Italiano sino
también en Le Courier de la Plata, en The Standard, en La Tribuna y en La
Nación.87 El banco, más allá de su propósito en presentarse como el repre-
sentante de los intereses italianos en la Argentina y reforzar en la medida
de lo posible los rasgos de “italianidad” –por ejemplo, todas las circulares
eran escritas a la vez en italiano y en castellano–,88 operaba en los hechos
sobre varios públicos. Si hacía contribuciones al Hospital Italiano, en menor
monto desde los años 80 las hacía también al Hospital Francés.
El inicio de las actividades fue promisorio y el banco se afirmó, pese a
que contaba con un capital estrecho, en la opinión de sus directores, que
recurrentemente volvían sobre el tema de buscar incorporar a otros socios
extranjeros en él. A ello concurría tanto la dimensión de la comunidad
italiana como la política misma de la entidad que operaba con un spread
más reducido ya que cobraba un interés de descuento más bajo que otros
bancos locales (como el de Londres, el Argentino o el Carabassa) y pagaba
algo más por los depósitos (en especial que el Banco Provincia) para atraer
clientela.89 Sin embargo, ya desde mediados de 1873 empieza a sentirse
la crisis que afectará severamente la economía y las finanzas argentinas
hasta 1876, agravada por las dificultades en que se encontraba también la
plaza bancaria genovesa.90 Quizá por ello, o por lo peligrosa que era vista
la situación argentina, en marzo de 1875 el Banca di Genova suspende los
giros en descubierto al Banco de Italia y Río de la Plata. En octubre de 1876
un informe presentado al directorio por Marcos Demarchi da cuenta de la
enorme desconfianza existente en Europa hacia la Argentina que llevó a
que las acciones del banco se negociasen allí a 70% de su valor, que era con
todo bastante menos que lo que habían caído las acciones de la Banca di
Genova por la crisis peninsular.91 Desde luego que ese proceso económico
había ido acompañado por la crisis política que afectaría al mitrismo luego
de la revolución fallida de 1874 y que había despertado la alarma de los
directivos del banco, temerosos de saqueos y depredaciones.
Pese a las dificultades de la situación, la política prudente del banco,
presidido en esos años sucesivamente por Marcos Demarchi, Antonio Devoto
y un argentino, Eduardo Falcón, con intereses financieros en Amberes, le
permitió sobrevivir. La estrategia de aumentar los encajes, de convertir en

87. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 1, p. 51, 10 de octubre de 1872.


88. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 1, 25 de julio de 1872.
89. Idem, 17 de abril de 1873 y 27 de julio de 1873.
90. Idem, 11 de diciembre de 1874.
91. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 2, 27 de octubre de 1876.
210 Fernando Devoto

oro buena parte de sus tenencias en papel (el curso forzoso fue adoptado
en 1876), de solicitar créditos externos en otras fuentes (tratativas se ini-
ciaron con Banco Italo Svizzero, con el Credito Mobiliare Italiano y con una
casa bancaria londinense), de no aceptar letras de tesorería del gobierno
nacional como valores en garantía y sí terrenos y tierras, de reducir los
préstamos riesgosos y de que su principal deudor era el poderoso Banco
Provincia, le permitió superar el vendaval, allí donde otros bancos nacidos
paralelamente, como el Mercantil, no pudieron lograrlo.92 Los depósitos en
el banco comenzaron a aumentar vertiginosamente desde agosto de 1877.93
Al año siguiente el banco, pleno de liquidez, realizaría un importante prés-
tamo, negociado por el gerente Serafino Pollinini y por el ministro Valentín
Balbín, al gobierno de la provincia de Buenos Aires. En un contexto de
rivalidades políticas y de grupos financieros, el Banco de Italia cultivó en
sus primeros tiempos relaciones estrechas, que luego sufrirían altibajos,
con la provincia y con su banco que no se darían con otros gobiernos, como
el nacional. En cualquier caso, en ocasión del nuevo enfrentamiento entre
la provincia de Buenos Aires y el gobierno nacional en 1880, el banco in-
tentó mantenerse neutral política y financieramente, pues era acreedor de
ambos. Más allá de ello, la estrategia del banco parece haber sido reducir
en la medida de lo posible, entonces y después, y más allá de alianzas o
de constricciones, su exposición con entidades públicas, prefiriendo tener
en su cartera documentos de comerciantes de la plaza.94 Por otra parte,
mantenía acuerdos fuertes con otras entidades como el Banco Carabassa
aunque casi nunca con el de Londres “por la conducta altanera e indelicada
que ha observado siempre para con nosotros”.95
Pasada la crisis, y en el contexto de la gran expansión que caracterizaría
la década de 1880, el banco inició una lenta política de consolidación (en
1881 tenía cuatro mil cuentas) y luego de crecimiento que se orientaba a la
inauguración de un edificio propio, al incremento del capital, a la apertura
de sucursales y a la recompra de las acciones en poder de los institutos
financieros italianos. La construcción del edificio en un terreno adyacente
al que se alquilaba en la calle de la Piedad se iniciaría en 1881 con la apro-
bación del proyecto y el comienzo de las obras.96 La apertura de sucursales
fue un tema largamente debatido desde el comienzo y las propuestas de
abrirlas en Montevideo, en Rosario y en Asunción del Paraguay fueron
rechazadas por la mayoría del directorio temerosa de comprometerse en
nuevas operaciones con un capital propio que consideraba exiguo, de los

92. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, 15 de junio de 1874, 12 de marzo de 1875,
16 de abril de 1875 y Libro Nº 2, 15 de septiembre de 1876.
93. Idem, Libro Nº 2, 24 de agosto de 1877.
94. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 3 (1881-1884), 8 de enero de 1885.
95. Idem, 9 de agosto de 1878.
96. Idem, Libro de Actas del Directorio, Nº 3 (1881-1884), 7 de abril de 1881.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 211

riesgos siempre latentes de la economía argentina y de la competencia de


otros bancos que se juzgaba disponían de mayores recursos.97 En especial
despertaba aprehensión no sólo el Banco de Londres sino ahora también la
conversión del Banco Carabassa en una entidad casi inglesa con el ingreso
al mismo de ingentes capitales de ese origen y la aparición de un nuevo
banco por iniciativa de comerciantes franceses de la plaza con apoyo de
instituciones de origen. Empero, esa influencia de capitales extranjeros
en la plaza de Buenos Aires no dejaba de ser vista como negativa para la
Argentina por parte del directorio. El problema era, desde la perspectiva del
directorio, la necesidad de mantener una política prudente e independiente.
En 1881, pese a ser el banco de menor capital según una versión acredita-
da, era el que tenía mayores reservas metálicas.98 Por otra parte, la política
cautelosa hace que las proposiciones de ampliar su capital, suscribiendo
15 mil nuevas acciones orientadas a recabar fondos en el mercado local,
sean continuamente diferidas.99
En 1882, la quiebra de la casa comercial y financiera de su familia en
Amberes arrastra al presidente del Banco de Italia, Eduardo Falcón, que
renuncia. Es reemplazado por Antonio Devoto, que será desde ese mo-
mento y hasta su muerte en 1916 el presidente de la entidad. Ese rasgo
de estabilidad se proyectaba también hacia el directorio donde seguían
presentes por muchos años los apellidos genoveses del grupo accionista
originario (Ambrosetti, Lavarello, Marengo, Parodi, Viale) o del norte de
Italia (Demarchi, Tamini). Lo mismo ocurría entre los empleados que tenían
una estabilidad y a la vez una polifuncionalidad (además de una mezcla
paternalista de sueldos más bajos y gratificaciones) que contrastaba con
los de otro banco más impersonal como era el de Londres.100 El banco re-
forzaba así el perfil italiano (mejor sería decir genovés), en el momento en
que oleadas de inmigrantes llegaban al Río de la Plata.
En 1885 se decidirá finalmente a aumentar su capital abriendo la sus-
cripción ahora a 15 mil nuevas acciones que serían ofertadas en la Argentina
y en Europa por medio de la Banca di Genova. El éxito de la operación lle-
varía al banco a decidirse finalmente a abrir nuevas sucursales. La primera
de ellas en Rosario, donde se decide comenzar a construir un edificio en
1886. Éste será inaugurado al año siguiente y se incorporarán a la junta
consultiva y de vigilancia de la sucursal, además de Gregorio Machain y
Demarchi, Parodi y Cía., que aunque eran de Buenos Aires operaban sobre
la plaza, dos firmas emblemáticas de los intereses comerciales peninsula-
res en la ciudad santafesina: Pinasco y Castagnino y Máspoli y Chiesa.101

97. Idem, 9 de enero de 1880, 1 de octubre de 1881.


98. Idem, Libro Nº 3, 1 de diciembre de 1881.
99. Idem, 1 de julio de 1881 y 28 de enero de 1886.
100. Idem, 22 de febrero de 1883.
101. Idem, 3 de abril de 1887.
212 Fernando Devoto

Que la nueva sucursal se orientaba rápidamente a captar a los modestos


ahorristas italianos de la zona se expresa en que se autoriza, poco después
del inicio de actividades, a abrir cajas de ahorros para depósitos peque-
ños. Algo más tarde se autoriza provisoriamente a la sucursal a abrir los
domingos y feriados para aumentar las operaciones de caja de ahorros y
de giros a Europa.102
Al año siguiente, en 1888, se decide fundar otra sucursal en la ciudad
de La Plata.103 La entidad comienza a funcionar rápidamente en diciembre
del mismo año en un local alquilado mientras se procede a construir un
edificio propio que estará listo a fines de 1890. Nuevamente el tema de los
pequeños ahorristas y de las remesas se convierte en prioritario. Como
observa el gerente de la nueva sucursal: “El movimiento de pequeños giros
sobre Europa sigue desarrollándose extraordinariamente y que la firma
de ellos le tiene gran parte del día ocupado”.104 En plena expansión, el
banco decide nuevamente aumentar su capital social en 1889. Todo ello
parece dominado por el inusual optimismo que reina en la Argentina y que
pronto será desmentido por la severa crisis del 90, que será piloteada por
Devoto, que ya había enfrentado la de 1873-1876, y Alfredo Demarchi,
sobrino del anterior presidente. Ya en marzo de 1890 el gerente informa
de importantes retiros de caja que obligan al banco a tratar de reforzarla
suspendiendo primero y reduciendo después todo tipo de descuentos.105
En julio la situación se agravaba ante los rumores de que el gobierno de-
cretaría el curso forzoso. Algunos depositantes en oro exigen el pago de
sus saldos en oro. Sin embargo, la situación parece mejorar y el banco
toma una decisión por una vez imprudente: entrega 200 mil pesos en oro
sellado al gobierno nacional a cambio de una letra de tesorería a noventa
días. Pero los vientos vuelven pronto a cambiar y el banco, para protegerse,
decide retirarse de los bancos garantidos que podían emitir papel moneda
en octubre de 1890.106
Aunque la crisis política que acompaña una vez más a la crisis económi-
ca parece encarrilarse con el fracaso de la revolución contra el presidente
Juárez Celman y la posterior renuncia de éste, para los bancos lo peor está
todavía por venir. El cambio de signo del flujo migratorio, que muestra el
malestar en la economía real, lo evidencia. Los intentos desesperados del
nuevo gobierno presidido por Pellegrini y con Vicente Fidel López como
ministro de Hacienda para tratar de pilotear la crisis obligan al banco,
en marzo de 1891, forzado por las circunstancias y contra el parecer de

102. Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, 24 de enero de 1889.


103. Idem, 25 de octubre de 1888.
104. Idem, 6 de diciembre de 1888.
105. Idem, 6 de marzo de 1890.
106. Idem, Libro de Actas del Directorio Nº 6, 9 de octubre de 1890.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 213

la mayoría del directorio, a suscribir un empréstito nacional interno pro-


movido por un comité de banqueros y comerciantes que buscan evitar el
curso forzoso.107
La desconfianza y la subsiguiente presión de los ahorristas sobre los
bancos continuaron y las disponibilidades de caja bajaron bastante en
mayo, lo que llevó al directorio a decidir no otorgar ningún descuento. El
30 de mayo finalmente se produce una corrida contra el banco al compás
del arribo de voces sobre la quiebra de la Banca di Genova. La situación,
sin embargo, es más general, y comprende a todos los bancos privados
en la Argentina.108 Ese mismo día se apersona ante Pellegrini el miembro
del directorio Ambrosetti junto con el presidente Piaggio del Nuevo Banco
Italiano, también en dificultades. El presidente de la Argentina les mani-
fiesta que “nada podía hacer por los bancos particulares a pesar suyo”.109
El mismo día el banco decide suspender las operaciones a partir del 2 de
junio y no abrir las puertas por sesenta días. Asimismo, se presenta ante
la justicia comercial y solicita una moratoria. Argumenta que ha pagado
en mayo 12 millones de pesos y que los depositantes “no pueden pretender
que se les devuelva en un día lo que han entregado al banco en años”. La
justicia comercial nombra dos interventores, Enrico Bonifacio y Santiago
Rolleri (h.), personas con fuertes vínculos en la comunidad italiana. Asi-
mismo abre una negociación con una comisión de depositantes para en-
tregar a cambio de los depósitos obligaciones a cuatro, ocho y diez meses.
La propuesta tiene buena aceptación. Las redes de la comunidad italiana
se mueven para lograrlo. Ya el 14 de julio la sucursal de Rosario informa
a la casa central que está en condiciones de reanudar pagos sin ayuda de
ésta. El banco reabre las puertas según lo estipulado en agosto de 1891,
y la situación tiende a normalizarse.
El banco no había estado solo en esta crisis; con excepción del de Lon-
dres y de otro banco de inmigrantes, el Español (que cerró sólo un día),
todos tuvieron que cesar sus actividades temporalmente. El banco piloteó
bastante rápidamente la crisis y su situación sería más fuerte de ahí en
más. A ello concurrían distintas razones. Por una parte, colapsaron muchos
competidores, como los pequeños banqueros o cambistas que manejaban
ahorros y remesas de los italianos, que desaparecieron con la crisis y con
ellos los dineros de aquéllos. Así ocurrió con casas antiguas y acreditadas
como Fasce y Caprile, con la de Giovanni Ghisalberti o con otras más re-
cientes creadas por meridionales, como fue el caso de Ruggiero Apollonio.110
Por otra, la Banca di Genova con la que las relaciones habían empeorado
seriamente como consecuencia de la voluntad del Banco de Italia y Río de

107. Idem, Libro de Actas del Directorio Nº 7, 21 y 27 de mayo de 1891.


108. Idem, sesión extraordinaria del 30 de mayo de 1891.
109. Idem, sesión extraordinaria del 1 de junio de 1891.
110. La Patria Italiana, 4 y 18 de marzo de 1890 y 7 de mayo de 1890.
214 Fernando Devoto

la Plata de multiplicar sus vínculos y generar corresponsalías con otros


bancos de Europa, de Italia y de la misma Génova. Una pequeña casa
bancaria creada en Génova por el antiguo gerente Pollinini manejaría de
ahí en más las relaciones con la capital de la Liguria.111
Pasada la crisis y recuperada la economía argentina, tras una década,
el banco reanudaría su expansión abriendo nuevas sucursales: en Bahía
Blanca en 1902 y las primeras de Capital (barrios de Once, Barracas, Centro
y Congreso, todas en 1910) y haciéndose cargo de las del Banco de Entre
Ríos, entidad oficial de la provincia, en 1903 (Paraná, Gualeguay, Victoria,
Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Concordia). A ellas siguieron las
de Curuzú Cuatiá (1905), La Paz (1907), Ingeniero White (1907), Resistencia
(1910). Por razones que explicaremos, en el barrio típicamente genovés, la
Boca, la sucursal recién se abriría en 1926.
Hacia 1910 el Banco de Italia era una de las mayores instituciones
financieras de la Argentina y tres grandes grupos de empresas y empre-
sarios italianos que estaban ligados con él desde los primeros tiempos
se destacaban allí, como el grupo con intereses industriales, comerciales
y agrarios reunido en torno de Antonio Devoto (su presidente hasta su
muerte en 1916) y los managers con él vinculados Ambrosetti, Vittorio
Valdani y Onorio Stoppani, el que tenía como cabeza más visible a Alfredo
Demarchi, con operaciones en el campo industrial en los sectores textil y
químico, negocios inmobiliarios y en el rubro del seguro, y aquel ligado a
Nicolás Mihanovich con inversiones en la navegación (la compañía homó-
nima) pero también en los sectores comerciales y forestales. En especial
luego de la muerte de Devoto, otros accionistas se incorporarán al banco
o incrementarán su participación en él. Algunos eran de origen italiano
como Santiago Pinasco, integrante de una de las mayores y más ricas
familias de comerciantes de origen genovés de Rosario y que lo presidiría
desde 1919 hasta 1929. Sin embargo, como resultado de un proceso que
se describirá en el próximo capítulo, y al igual que ocurrirá con muchas
empresas, industriales, también incrementaban su participación otros
capitales no italianos. El sector financiero, al igual que el industrial, se
multinacionalizaba y el peso de los accionistas no italianos crecerá desde
fines de la década de 1910. Se incorporan también a él Bracht y Cía., una
de las casas mercantiles de Buenos Aires, o terratenientes argentinos con
participación en actividades industriales y comerciales como Julio Peña y
Ernesto Aguirre.112
Un punto importante en la vida del banco fue el negocio de las remesas.
A fines del siglo xix, el ministro del Tesoro italiano, Luigi Luzzatti, presen-
taba su proyecto de tutela de las remesas de los emigrantes que proponía

111. Banco de Italia y Río de la Plata, Libro de Actas del Directorio, Nº 5, 12 de abril de
1888.
112. M.I. Barbero, “Mercados, redes sociales y estrategias empresariales en los orígenes
de los grupos económicos. De la Compañía General de Fósforos al Grupo Fabril (1889-
1929)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 44, 2000, pp. 126-128.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 215

asimismo al Banco di Napoli, ya entonces ente público, como representante


oficial en Italia. El proyecto dio lugar, aun antes de ser aprobado, a una
serie de iniciativas de distintos bancos instalados en América para ser
designados corresponsales oficiales en el exterior por parte del gobierno
para el envío de las remesas. En el caso argentino se movieron los bancos
que se definían italianos y también otros (como el Alemán Transatlántico,
el Banco de Vigo o el Banco de la Nación) e incluso pequeñas casas de
cambio.113 La decisión que tomó el Banco di Napoli en 1902 fue de escoger
como su corresponsal al Banco de Italia, lo que confirmó y a la vez reforzó
el peso y el prestigio de esa entidad.
El Banco de Italia no era el único que se definía como italiano en la
Argentina. La creación de otras entidades respondió tanto al carácter es-
peculativo que adquirió el negocio bancario en la década del 80 como a
cierta cerrazón del grupo del Banco de Italia, poco abierto a hombres de
negocios ajenos al círculo original. La iniciativa más ambiciosa fue la del
Nuevo Banco Italiano. En él confluían distintos empresarios y comercian-
tes cuyo perfil (septentrionales con predominio de genoveses, mezcla de
comerciantes e industriales) no era muy diferente al del Banco de Italia.
Su primer presidente, Ernesto Piaggio, poseía un apellido prestigioso. Era
un empresario que había venido a la Argentina con cierto capital y aquí
había fundado, en 1880, una compañía industrial arrocera y almidonera,
y además era propietario de salinas en la Patagonia.114 Es curioso –y qui-
zá no casual– que también el primer presidente del Banco de Italia y Río
de la Plata había tenido el mismo apellido, aunque luego de su temprana
muerte los Piaggio no volverán a aparecer en posiciones de relieve en él.
Por otra parte, el apellido era muy importante en Génova, donde el prin-
cipal grupo empresario con intereses tanto en la navegación como en el
negocio financiero era el de Erasmo Piaggio. Al no disponer de adecuadas
genealogías es imposible establecer si existían lazos familiares directos
entre los distintos Piaggio pero, desde luego, el apellido debía actuar como
un poderoso elemento publicitario.
En la primera comisión directiva aparecían asimismo otros integran-
tes de acreditados grupos industriales italianos de Buenos Aires como
los Pini, poseedores de una fábrica de licores; los Zamboni, industriales
metalúrgicos, o los Canessa, propietarios de una fábrica de pastas. Junto
con ellos aparecían otros hombres de negocios peninsulares como Giovanni
Mondelli, comasco y comerciante de papeles y barnices, o Tommaso Nocetti,
genovés, comerciante de artículos navales, ambos entre los fundadores de
la Camera di Commercio Italiana de Buenos Aires. Quizá en la búsqueda

113. L. De Rosa, Emigranti, capitali e banche (1896-1906), Nápoles, Banca di Napoli,


1980, p. 231.
114. M.I. Barbero y S. Felder, “El rol de los italianos en el nacimiento y desarrollo de las
asociaciones empresarias en la Argentina (1880-1930)”, en F. Devoto y G. Rosoli (a cura
di), L’Italia nella società argentina, Roma, cser, 1988, p. 144.
216 Fernando Devoto

de un rasgo original debería señalarse la importancia que tenían en el


grupo fundador los empresarios vinculados con la construcción naval en
la Boca, como los Cichero, o los propietarios de naves dedicadas al tráfico
de cabotaje (además de empresario de la industria química), como J.M.
Palma. Esa presencia boquense explicará por qué la primera agencia del
banco en Buenos Aires estaría en el mismo barrio de la Boca ya antes de
1900, es decir, más de un cuarto de siglo en precedencia al Banco de Italia
y Río de la Plata. Asimismo, el interés del Nuevo Banco por atraer a los
habitantes italianos del barrio se exhibe en los numerosos avisos que pu-
blicaba en el periódico semanal editado por los salesianos de la parroquia
de San Juan Evangelista.115
La creación del Nuevo Banco Italiano no cayó bien entre los directivos
del Banco de Italia y Río de la Plata porque constituía, objetivamente, una
competencia, puesto que la nueva entidad aspiraba a capturar el mismo
público. Ya el nombre elegido originariamente por la nueva institución, Banco
Italiano del Río de la Plata, que evidentemente se prestaba a confusiones,
buscaba aprovechar el prestigio adquirido por la entidad más antigua. De
este modo, aun antes de que el nuevo banco abriese sus puertas, el directorio
del de Italia y Río de la Plata había decidido proceder judicialmente contra
aquél por el uso del nombre. Asimismo resuelve no aceptar cheques del
banco hasta que la nueva entidad no cambiase su denominación.116 Ésta
resolvió hacerlo prontamente pasando a llamarse Nuevo Banco Italiano. No
obstante ello, las fricciones continuaron en buena medida porque ambas
instituciones reunían a grupos que competían no sólo por el control del
ahorro italiano sino también (como luego veremos) de algunas instituciones
clave de la comunidad italiana, por ejemplo la Camera di Commercio ed Arti
Italiana. Las aguas se aquietarían recién en la década del 90, luego de la
crisis, cuando ambos institutos, aunque siempre alternativos, encontrarían
vías de expansión más diferenciadas.
Inicialmente, buscando llevar adelante su estrategia competitiva con el
Banco de Italia y a los efectos de lograr capturar el ahorro italiano que se
canalizaba hacia este último, el Nuevo Banco Italiano no dudó en traccionar
personas que ocupaban posiciones importantes en aquella institución. Así,
por ejemplo, Achille Chiesa, miembro de la junta consultiva de la sucursal
Rosario del Banco de Italia y Río de la Plata, fue rápidamente incorporado
como agente del Nuevo Banco Italiano. El directorio del Banco de Italia,
indignado, decidió intimar a Chiesa a elegir una de las dos funciones.117 Lo
mismo ocurrió con el gerente general del Nuevo Banco, Cesare Bernasconi,
que había desempeñado funciones en el Banco de Italia.

115. Cristoforo Colombo, 15 y 23 de agosto y 13 de septiembre de 1896, entre muchos


otros.
116. Banco de Italia y Río de la Plata, Libro de Actas, 12 de mayo de 1887 y 13 de oc-
tubre de 1887.
117. Idem, Libros de Actas, 8 de noviembre de 1888.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 217

El Nuevo Banco Italiano llevó desde sus comienzos una política de expan-
sión más agresiva que la de su predecesor. Al año siguiente de su creación
ya había abierto dos filiales en Rosario y La Plata. Empero, también fue
afectado por la crisis de 1890 y al año siguiente, en paralelo con el Banco
de Italia, debió cerrar sus puertas, en este caso durante cuatro meses. Al
igual que aquél, luego de la tormenta saldría también fortalecido y desa-
rrollaría una política de expansión que ahora se orientaría por canales más
alternativos que conflictivos con el Banco de Italia. La estrategia del Nuevo
Banco Italiano pareció orientarse a otorgar un relieve destacado al área
de Buenos Aires abriendo numerosas agencias en la ciudad y en el vecino
partido de Avellaneda más que continuando la expansión temprana hacia
otras ciudades del interior, como había hecho su oponente.
En cambio, la crisis de 1890 afectaría más gravemente a otro banco
nacido el año anterior, en plena fiebre especulativa y también intentando
aprovechar desde el nombre el prestigio de la entidad más vieja: el Banco
di Roma e Rio de la Plata.118 Aunque algunos nombres importantes de la
comunidad, como Giovanni Boeri o Andrea Seitun, estaban entre sus di-
rectivos fundadores, las secuelas de la debacle financiera lo obligarían a
cerrar sus puertas en 1893.
De este modo, dos instituciones emergieron fortalecidas y continuarían
su crecimiento en los años 90 y de ahí en más. Una tercera se agregaría a
ellas, el Banco Popular Italiano, del que participarían algunos conocidos
industriales italianos como los Luppi y los Merlini y que parece haber bus-
cado abrirse hacia los estratos medios de la comunidad, visto su carácter
cooperativo y las estrechas relaciones que algunos de sus directivos tenían
con la Unione e Benevolenza. Nacido en 1898, fue liquidado en 1926, y
sus activos y pasivos fueron adquiridos en ese momento por el Banco de
Italia.119 Sin embargo, en 1902, según los cálculos del cónsul Luigi Gioia,
el Banco de Italia y Río de la Plata era una entidad mucho más fuerte que
sus competidores. Mientras el Nuevo Banco Italiano tenía un capital de
6.500.000 liras y depósitos por 12 millones, el de Italia y Río de la Plata
poseía 25 millones de liras y depósitos por 70 millones.120 El Banco Popular,
de menores dimensiones dada su naturaleza cooperativa, poseía apenas
650 mil liras de capital. Ello explica, entre otras cosas, por qué sería el
Banco de Italia el que recibiría la autorización para ser el único corresponsal
oficial autorizado para el envío de las remesas.
Desde luego, también operaron en el país algunos bancos italianos aso-
ciados con los de otras partes de Europa como el Banco Francés e Italiano

118. P. Rugafiori, Perrone da casa Savoia all’Ansaldo, Turín, utet, 1993, p. 72.
119. J. Sergi, Historia de los italianos en la Argentina, Buenos Aires, Editora Ítalo-
Argentina, 1940, p. 362.
120. L. Gioia, “Le condizioni degli italiani in Buenos Aires, 1901”, Bollettino dell’emigrazione,
Nº 8, 1902, p. 61.
218 Fernando Devoto

para la América del Sur, fundado en 1910 con aporte de capital de la Banca
Commerciale Italiana, o el Banco Ítalo-Belga, creado en 1911 con aportes del
Crédito Italiano, pero su presencia en la experiencia cotidiana de los italianos
y de la comunidad italiana en la Argentina fue también menos relevante que
la del Banco de Italia o incluso que la del Nuevo Banco Italiano.
La historia sucesiva de los dos mayores bancos escapa al propósito de
este libro. Baste recordar que su expansión continuó luego de la Primera
Guerra Mundial aunque a la larga no pudieron sobrevivir a algunas de
las tantas crisis económicas que asolaron a la Argentina en los últimos
treinta años.

La Camera di Commercio Italiana

Un lugar relevante entre las instituciones económicas creadas por los


italianos en la Argentina lo ocupó la Camera di Commercio, única de aquel
tipo de entidades subsistente hoy. Nació el 3 de noviembre de 1884, en el
marco de un conjunto de iniciativas destinadas a crear instituciones de
este tipo promovidas por el gobierno de Italia y, en este caso, mediada por
el representante consular general peninsular en Buenos Aires, Domenico
Brunenghi. No era la primera de las cámaras de comercio étnicas en Buenos
Aires y tampoco la primera italiana en América ya que la había precedido
en un año la de Montevideo.
La idea de crear cámaras de comercio, por propia iniciativa de hombres
de negocios de una misma nacionalidad instalados en el exterior o por
impulso de los gobiernos extranjeros, reconoce como antecedentes la de
los belgas en Nueva York en 1867, la de los ingleses en París en 1871
y la de los franceses en Nueva Orleans y en Lima en 1878.121 En el caso
italiano, el tema remite a esos ejemplos pero sobre todo a una tradición de
pensamiento que analizamos en un capítulo precedente: aquella que unía
emigración y comercio. Vimos ya que ese tema estaba presente en políticos
como Cavour y en economistas como Jacopo Virgilio. Quizá quien la formuló
con mayor precisión fue Vittorio Ellena en un artículo publicado en 1876
en el que subrayaba con fuerza otro aspecto de la relación entre migración
y comercio. Ellena mostraba que el comercio peninsular con las naciones
sudamericanas se había triplicado en la década de 1860, el momento de
la “Australia italiana”, y que en ello desempeñaban un rol principal no
sólo el aumento de las importaciones de productos platenses resultado del
aumento del tráfico marítimo entre Génova y el Río de la Plata sino, sobre
todo, la existencia de un mercado de consumidores de productos italianos
entre las comunidades de inmigrantes.122

121. E. Franzina, “Le comunità imprenditoriale italiane e le Camere di Commercio all’estero”,


en G. Sapelli (a cura di), Tra identità culturale e sviluppo di reti. Storia delle Camere di com-
mercio all’estero, Soveria Mannelli (Catanzaro), Rubbettino Editore, 2000, pp. 32-33.
122. V. Ellena, “L ‘emigrazione e le sue leggi”, Archivio di Statistica, 1, 1876, pp. 40-56.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 219

Así, no obstante el retraso del tejido económico italiano que hacía que
sus productos de exportación no agrícolas no fuesen competitivos en el
exterior, la preferencia de los inmigrantes por consumir los mismos pro-
ductos que en Italia (y ello se refería tanto al producto como a su naciona-
lidad) creaba inesperadas posibilidades para las exportaciones italianas,
independientemente de la calidad y el precio. Era así lógico que el gobierno
peninsular buscase impulsar la creación de entidades intermediarias que
a la vez que reforzaban los lazos de italianidad (tema de preocupación y
principal objeción contra los que defendían las llamadas “colonias libres”)
actuaran como intermediarios entre productores italianos, comerciantes en
ambas márgenes del océano y consumidores inmigrantes. Es decir, como
una institución que brindaba contactos y transmitía información.
Las primeras iniciativas surgirían en torno de 1870, en paralelo, entre
hombres de negocios italianos por una parte y en el seno de comisiones
consultivas en el ámbito del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio,
por la otra. En 1869, en el congreso de las cámaras de comercio reunido
en Génova, el representante de la cámara de Varese propuso ya la creación
de instituciones comerciales para la tutela de los intereses italianos en las
estratégicas rutas de América del Sur y en las nuevas y prometedoras a
crearse con la apertura del canal de Suez. Cuatro años después Luigi Bodio,
comentando los resultados del primer censo de italianos en el extranjero,
observaba el dinamismo de las comunidades italianas en el Plata y su
diversificación profesional, que contrastaba con la que emergía de otros
lugares de inserción y sugería la necesidad de brindar algún tipo de apoyo
para fortalecer el carácter empresarial que percibía en ellas. Será a partir
de ese clima de ideas y del ejemplo de la cámara de comercio inglesa creada
en París que el ya mencionado Ellena, funcionario gubernamental, pre-
sentará en 1873 una propuesta de reacción de representantes comerciales
italianos en el exterior. Ésta tardará, sin embargo, todavía un decenio en
concretarse en parte porque la iniciativa encontrará una oposición muy
mayoritaria de los funcionarios consulares italianos en el exterior que ha-
bían sido consultados al respecto.123
Recién en 1883 el Consejo de Ministros italiano apoyará la propuesta de
la creación de cámaras italianas de comercio, como iniciativa privada, libres
y autogestionadas por sus miembros, comerciantes e industriales, aunque
colocadas bajo el auspicio y la tutela de las autoridades diplomáticas italia-
nas. Su objetivo era favorecer el incremento de los intercambios comerciales
con Italia y a la vez actuar como receptáculo y canal de transmisión de las
inquietudes de los inmigrantes destinadas a las autoridades diplomáticas y
a las cámaras de comercio existentes en Italia. No sería casual que, más allá
de las iniciativas precedentes, la idea tomara fuerza (siempre por impulso
de Ellena) en el momento en que era ministro de Agricultura Domenico

123. G. Paletta, “Il problema della legittimazione interna (1870-1945)”, en G. Sapelli (a


cura di), Tra identità culturale e sviluppo di reti..., pp. 104-105.
220 Fernando Devoto

Berti, que fue el impulsor formal de la iniciativa en el Consejo de Ministros.


Este profesor universitario y político turinés había sido un antiguo ca-
vouriano y era un “liberista” en materia migratoria, pero también un par-
tidario del asociacionismo en sus distintas formas y del reformismo social,
perspectivas que no dejaban de tener algunas aristas contradictorias.
Uno de los temas presentes ya en el momento de la propuesta de Ellena
y luego en la ocasión de su creación con el proyecto de Berti era la natu-
raleza de este tipo de entidades: ¿debían ser representaciones oficiales del
Estado italiano en el exterior o por el contrario asociaciones libres a las
que el gobierno daría algún tipo de reconocimiento? ¿Debían recibir un
apoyo financiero del gobierno peninsular? Es decir, una confrontación entre
una lógica privada y otra pública. La solución encontrada, muy italiana,
fue la de entes de naturaleza ambigua colocados a mitad de camino entre
ambas. Ya una primera contradicción emergía de que se aspiraba a que
las cámaras fuesen instituciones libres organizadas espontáneamente por
los italianos en el exterior, tal cual era la de los ingleses en París que tenía
poca o ninguna injerencia estatal y en la que Ellena quería inspirarse, y el
hecho mismo de que en la propuesta fuese el Estado liberal el que debería
empeñarse en “costituire associazioni spontanee”.124 Así, el Estado italiano
se colocaba en la posición de ser el que “organizaba” la espontaneidad.
Una segunda ambigüedad era que, efectivamente, las cámaras de co-
mercio italianas en el exterior serían instituciones libres con sus propios
estatutos y reglamentos y gobernadas por sus consejos directivos elegidos
por los asociados pero, a la vez, serían no sólo promovidas sino reconocidas
y hasta un cierto punto tuteladas (o si se prefiere, puestas bajo la protección
informal) por el Estado italiano. Los funcionarios diplomáticos peninsulares
actuaban en ellas en carácter de presidentes honorarios, aunque el Estado
italiano no las amparaba bajo ningún estatuto legal. Aquella contradicción
estará permanentemente presente entre los “liberisti” italianos (y no sólo
italianos), creyentes en las bondades de las libertades de mercado y de
comercio pero a la vez desconfiados de que la libre empresa privada fuese
suficientemente fuerte y tuviese la necesaria capacidad de impulso y organi-
zación como para llevarla a cabo. El Estado debía entonces intervenir para
resolver los problemas derivados de la debilidad de la sociedad civil. Esa
intervención sería, de todos modos, irregular y desigualmente distribuida,
como lo prueba la naturaleza de los reducidos subsidios gubernamentales
que las cámaras en el exterior recibían y que salvo en los momentos iniciales
no ocupaban un lugar relevante en el balance.
Un ejemplo admirable del problema nos lo brinda el mismo Luigi Ein-
audi, máximo exponente de esa ideología liberal en lo económico y a la vez
defensor en Un principe mercante de una idea que se alejaba en muchos
puntos de ella, como eran la potenciación y el soporte de las “colonias
libres” italianas en el exterior, con instrumentos como las subvenciones

124. G. Paletta, op. cit., p. 107


Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 221

para el fortalecimiento de una marina mercantil italiana (que desde luego


gravaba sobre el déficit público) y a la vez la creencia en que ésa era una vía
alternativa para el desarrollo del comercio exterior italiano, algo así como
un atajo que eludiese para beneficio de Italia las reglas del libre comercio
internacional en las que creía.125 Con todo y más allá de Einaudi, la idea de
una intervención más activa del Estado en el tema se estaba expandiendo
aceleradamente por entonces (1900) en el pensamiento de la elite dirigente
italiana. Así lo prueban las discusiones acerca de la tutela de la emigra-
ción o de la creación de una red bancaria de canalización de las remesas,
que vimos en el apartado precedente, o incluso acerca de la creación por
iniciativa gubernamental italiana de empresas de colonización.
En cualquier caso, lo que esas reflexiones podían sugerir no era el error
de las observaciones de Einaudi sino las debilidades de una teoría que
defendiese a ultranza una imagen ingenua del comercio internacional,
que como cualquier acción económica estaba condicionada por tantos fac-
tores extraeconómicos y por los beneficios ilimitados que se podían extraer
de él. Sugiere también que, en cierta medida, el discurso “liberista” era un
instrumento ideológico a los efectos del debate político que encubría la de-
fensa de los intereses de un Estado-nación. De todos modos, el estudio del
comercio exterior argentino indica que la tesis einaudiana tenía bastante
asidero, al menos en ciertos períodos. Entre 1880 y 1889 la participación de
Italia en las importaciones argentinas era de 5,7% el total, en un lejano sexto
lugar entre los principales países que exportaban a la Argentina. Empero,
en el decenio siguiente (1890-1899), es decir inmediatamente antes de que
Einaudi escribiese su libro, ellas llegaban a 11,15 del total, en un segundo
lugar lejos detrás del Reino Unido (36,3%) pero antes de Alemania, Francia
o Estados Unidos, cuyo aparato productivo y cuya participación en el co-
mercio mundial eran bien superiores a los de Italia. En períodos sucesivos
(1900-1913 y 1921-1929) Italia cae al cuarto puesto detrás del Reino Unido,
Estados Unidos (que ocupa el primero luego de la Primera Guerra Mundial) y
de Alemania, pero antes de Francia. Que la clave de esa situación estuviese
en la existencia de un mercado de consumidores y en las redes comerciales,
formales e informales, existentes entre Italia y Argentina, lo muestra que los
principales rubros de las exportaciones italianas los constituían alimentos
y comestibles (75% del total a comienzos y fines de la década del 80 y entre
55% a fines del siglo xix y 51% entre 1911 y 1913).
¿Cuáles eran esos productos? Los vinos italianos en primer lugar en
la década del 80 (hasta que industriales de origen italiano empezaran a
desarrollarlos en mayor escala en Mendoza) y luego, en especial en los

125. Sobre este tema y los debates que surgieron con la publicación del libro de Einaudi
(en especial las críticas de un economista de la Universidad de Lausana, Vittorio Racca),
véase A. Fernández, Un mercado étnico en el Plata. Emigración y exportaciones españolas
a la Argentina (1889-1935), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
2004, pp. 29-31.
222 Fernando Devoto

años anteriores a la Primera Guerra Mundial, el aceite de oliva. A ellos


se agregaban otros productos como arroz, quesos o vermut. No se trató,
con todo, siempre de productos destinados a la alimentación. Más allá de
esos rubros, una importante aceptación tenían los textiles, en especial las
telas de algodón teñidas, muy apreciadas por los inmigrantes, que logra-
ron ser en un momento, a fines del siglo xix, en su conjunto la categoría
más importante del comercio italiano hacia la Argentina.126 No es ocioso
recordar que el “príncipe mercante” puesto por Einaudi como paradigma
era precisamente un empresario, primero exportador e importador, luego
industrial, del rubro textil: Enrico Dell’Acqua.
Volviendo al problema de las cámaras de comercio italianas en el exte-
rior, rápidamente aparecieron distintas alternativas acerca del lugar donde
promover la primera cámara, en las que se confrontaban una vez más los
dos modelos de comunidades italianas en el extranjero (y los dos destinos
alternativos a priorizar para la expansión comercial). Así surgieron las
candidaturas de Alejandría en Egipto o Montevideo en el Río de la Plata.
Finalmente será aquí donde surgirá la primera, y ello era el resultado me-
nos de las preferencias del gobierno italiano que del mayor dinamismo de
los comerciantes y empresarios italianos allí presentes ya que los funcio-
narios del gobierno se inclinaban por comenzar con la otra alternativa. A
partir de allí surgirían pronto otras cámaras, entre las cuales se cuentan
la de Buenos Aires, como vimos, o la de Rosario, creada en 1885 a partir
de la ampliación del edificio de la Unione e Benevolenza, local que cons-
truyó grandes salones anexos para albergarla.127 Para mediados de 1885
existían cinco: a las tres rioplatenses se sumaban la de Alejandría y la de
Constantinopla.
Las funciones que las cámaras desarrollaban variaban de lugar a lu-
gar pero en general actuaban sobre cuatro áreas. La primera era la de la
información, que se desarrollaba a través de estudios sobre la situación de
los mercados económicos, las noticias sobre productos y servicios disponi-
bles en Italia y en el país extranjero donde estaba instalada la cámara y de
exposiciones de productos comercializables. La segunda era una función
de garantía que les daba un carácter semipúblico (emparentable con las
del sistema de notariado latino) a las operaciones económicas a través de
la autenticación de firmas y de investigaciones sobre la confiabilidad de
los distintos agentes económicos que se inscribían en ella y acerca de los
cuales la cámara debía llevar un registro. La tercera era una función con
raíces más antiguas y difundidas en Italia, en modo formal o informal, de
arbitraje en casos de conflicto entre distintos operadores económicos. Por
supuesto que esta función tenía un carácter voluntario y no obligatorio,
ya que la cámara carecía de jurisdicción legal en los países en que estaba
instalada. Estos temas estaban en el nudo de un problema que tenía que

126. A. Fernández, Un mercado étnico…, pp. 84-89.


127. G. Carrasco, Descripción geográfica…, p. 297.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 223

ver con el carácter de las cámaras que, más allá del reconocimiento oficial
que le concedía el gobierno italiano, eran entes privados desde el punto
de vista jurídico.
La cuarta era cultural-identitaria, pues se suponía que las cámaras
debían ser un punto de referencia y a la vez de agregación de las fuerzas
italianas existentes en el exterior. Para ello se organizaban desde cursos
de formación profesional hasta actos culturales.128 Este último punto era
de no poca importancia ya que ponía en contradicción una lógica muy
antigua de comunidad mercantil con la de comunidad étnica. Si en Italia
las cámaras de comercio podían admitir ilimitadamente socios extranjeros,
quienes tenían el derecho de elegir y ser elegidos en los más altos cargos,
en el exterior ello presentaba un problema. El modo que se encontró para
solucionarlo fue la admisión de éstos hasta un número limitado y con ca-
pacidades decisionales menores.
Una diferencia que puede apuntarse entre las distintas cámaras de
comercio es que en algunos lugares, señaladamente el Río de la Plata,
la iniciativa debió mucho más al impulso de las ricas comunidades de
comerciantes y empresarios allí existentes y bastante menos al activismo
del Estado italiano. Aunque en el caso de Buenos Aires la convocatoria a
la primera reunión (que se realizó en los salones del Circolo Italiano) pro-
vino del cónsul peninsular, quien asimismo ayudó de distintos modos a la
entidad en sus primeros pasos, pronto la cámara tomaría una dinámica
propia en la que las autoridades diplomáticas quedarían en un lugar más
bien ceremonial. Probablemente el hecho de que la iniciativa haya procedido
inicialmente de las autoridades diplomáticas se explica por las dimensio-
nes, la complejidad y la variedad del grupo empresarial italiano en Buenos
Aires (y las rivalidades que existían en su seno), que no tenían equivalente
en otras partes. Esa heterogeneidad entre distintos grupos económicos y
distintos intereses potenciales dificultaba seguramente el desarrollo de una
iniciativa espontánea que pudiese tener carácter unitario.
De todos modos, un protagonismo y un activismo mayor del Estado
peninsular en la promoción de cámaras de comercio tuvo lugar sucesiva-
mente a la creación de las primeras. Será en 1888, durante el gobierno
de Francesco Crispi, cuando la gravedad de la crisis agraria, el giro pro-
teccionista y la ruptura comercial con Francia, principal mercado de las
exportaciones italianas, llevarán a formular al menos en el papel líneas más
activas hacia las comunidades italianas en América como consumidores a
los que destinar la producción peninsular, lo que incentivará la creación
de nuevas cámaras.129
Más allá de las intenciones, la voluntad de centralización y coordina-
ción promovida por el gobierno italiano chocaba a menudo con dificulta-
des operativas y con el carácter de entes libres de las demasiado lejanas

128. G. Paletta, op. cit., p. 111.


129. E. Franzina, “Le comunità imprenditoriali...”, p. 34.
224 Fernando Devoto

cámaras en el exterior, pero también lo hacía con la hostilidad que hacia


ellas exhibían las cámaras de comercio existentes en Italia, que disponían
de redes y contactos precedentes y que no querían por ello articularse
privilegiadamente con las nuevas. A veces incluso preferían tomar como
interlocutores a los funcionarios diplomáticos y consulares antes que a
las cámaras de los italianos en el exterior. Esa tensión recurrente entre
cámaras interiores y exteriores no fue resuelta luego de la creación de la
Unione delle Camere di Commercio (Unioncamere), que nació en Milán en
1901. Más allá de la representación paritaria presente en los estatutos,
en los hechos las cámaras en el exterior padecían una situación de mi-
noridad al punto de que sus representantes, en las elecciones para elegir
a la comisión ejecutiva, no lograron formar parte de ella. Por otro lado,
la misma Unione prefería demasiado a menudo, al igual que las cámaras
italianas, tener como interlocutor privilegiado a los consulados más que a
sus homólogas creadas en el exterior.
La Camera di Commercio ed Arti italiana de Buenos Aires, nacida como
vimos en 1884 y cuya personería jurídica fue reconocida por el gobierno
argentino al año siguiente, no tuvo comienzos tan sencillos como podía
esperarse. Ello ocurrió pese a que el Consulado rápidamente le transfirió
la tarea de canalizar todos los requerimientos de noticias e informaciones
vinculados a la actividad comercial e industrial de y con Italia. Para actuar
en una ciudad donde, como vimos, la mayoría de los comercios y de las
industrias estaban en manos de italianos, el número de trescientos cin-
cuenta socios emblematizaba que su capacidad de convocatoria no había
sido amplia. Esos difíciles comienzos pueden percibirse también en que
careció durante los primeros años de un lugar propio y tuvo sucesivas
mudanzas (de la calle Florida a la calle San Martín y de allí a Cerrito entre
1884 y 1886). Lo mismo puede decirse del balance de ingresos y egresos que,
aunque superavitario, reflejaba un monto muy reducido si se lo compara
con el giro de muchas empresas, sociedades de socorros mutuos y sobre
todo con el del Banco de Italia y Río de la Plata. Así, a fines de la década
de 1880, la cámara tenía entradas por 13 mil pesos, de los cuales 5.400
correspondían al subsidio del gobierno italiano.130
Sin embargo, las cosas podrían mirarse también de otro modo. Aunque
los asociados no fuesen muy numerosos, estaban presentes en ella varios
de los nombres más importantes de la colectividad italiana. En especial el
grupo que tomó el control inicialmente, el del Banco de Italia y Río de la
Plata, era, como vimos, el más poderoso de los existentes. Así, la primera
comisión directiva fue presidida por el farmacéutico Domenico Parodi, que
era a su vez vicepresidente del banco aludido, e integrada por otras figu-
ras de relieve del mismo o vinculados con él, como Tommaso Ambrosetti,

130. Settanta anni di vita della Camera di Commercio Italiana nella Repubblica Argentina
(1884-1954), Buenos Aires, Netta Hnos., 1955, p. 14.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 225

Tommaso Devoto, Bartolomeo Viale, Giacomo Podestà y Serafino Pollinini,


gerente de aquella institución. Desde luego que existían otras personas
ajenas al grupo en la misma comisión, como el comerciante Giovanni Mon-
delli, al que ya nos referimos, o Ernesto Piaggio y Giovanni Storni (ambos
desde 1886), tres personas que estarían poco después entre los fundadores
del Nuevo Banco Italiano, o Enrico Caprile que era un agente y cambista
de la plaza de Buenos Aires perteneciente a una familia muy acreditada,
o incluso Fortunato Cichero, de otra conocida familia de comerciantes e
industriales del barrio de la Boca y tesorero de compañía de seguros La
Ítalo-Argentina.131 Empero, la impresión es que, en los primeros tiempos,
el grupo del Banco de Italia tenía firmemente el control, lo que era bueno
desde la perspectiva de las posibilidades de perdurabilidad y los contactos de
la nueva institución pero no tan bueno para otorgarle un carácter represen-
tativo más amplio, lo que tenia importancia para el desempeño de algunas
de sus funciones.
Por otra parte, más allá de su limitada representatividad, la nueva cámara
de Buenos Aires llevó adelante una política muy activa en distintos planos.
Ya pocos meses después de su fundación comenzó a publicar un boletín
mensual con informaciones económicas que tendría larga perdurabilidad y
que mostraría su voluntad de llegar a un número más considerable de conna-
cionales dedicados a actividades mercantiles que los miembros inscriptos en
ella, buscando construir opinión entre éstos. El Bollettino revela rápidamente
a través de los avisos que en él se publicaban el mundo inicial que operaba
por sí o a través de sus representantes en torno de la cámara: Banco de
Italia, Nuevo Banco Italiano, Banco de Roma y Río de la Plata, compañías
de seguros como la Ítalo-Argentina, compañías importadoras por entonces
como la de Enrico Dell’Acqua, agentes de cambio, empresas de navegación
como Lavarello, La Veloce o la Navigazione Generale Italiana.132 Asimismo,
la cámara pronto se embarcó (en 1886) en iniciativas más ambiciosas, como
la promoción de un tratado de comercio entre Italia y la Argentina, para lo
cual utilizó los múltiples contactos informales que sus directivos tenían con
los funcionarios del gobierno argentino y los mucho más débiles (aunque
institucionales) de que disponía con el gobierno italiano.133
La hegemonía del grupo del Banco de Italia ciertamente no podía mante-
nerse en el tiempo si la cámara prosperaba y se iba ampliando progresiva-
mente a nuevas incorporaciones. En 1890, en ocasión de la renovación del
consejo directivo, una lista heterogénea alternativa se presentó intentando
desplazar al grupo del banco del control de la institución. De los ciento
ochenta electores presentes, siete votaron por una lista conciliadora y los
restantes se inclinaron por una de las dos alternativas. De todos modos, ya

131. Bollettino Mensile della Camara di Commercio ed Arti, 6 de abril de 1885.


132. Idem, 6 de abril de 1885.
133. Settanta anni di vita..., p. 13.
226 Fernando Devoto

que se votaba por nombres de consejeros y no por listas, surgieron diferen-


cias en los votos que cada consejero recibió individualmente. En cualquier
caso, la persona que obtuvo más sufragios (134) fue Giovanni Mondelli,
del Nuevo Banco Italiano.134 Dado que el consejo era el que elegía al presi-
dente, surgió del grupo rival un nombre a oponer al mandatario saliente,
Ambrosetti, que buscaba su reelección. La figura elegida era prestigiosa,
el abogado y jurista Antonio Tarnassi, que era por entonces presidente del
Circolo Italiano, quien sería el candidato alternativo.
Tarnassi, que era profesor de derecho romano en la Facultad de Derecho
y secretario de la Suprema Corte de Justicia argentina, era una persona
vinculada con el grupo del Nuevo Banco Italiano pues actuaba como conse-
jero de esa institución. El hecho de que se hubiese nacionalizado argentino
no dejaba de suscitar críticas hacia su persona y hacia su candidatura ya
que, como sostenía La Patria Italiana, el cargo de presidente de la cámara
debía ser cubierto por italianos y no era justo que se pudiesen ocupar car-
gos a la vez en instituciones italianas y argentinas. “Italiani si è o non si è”,
concluía La Patria Italiana. Sin embargo, el periódico, más allá de que su
posición estaba bastante cerca de la del grupo del Banco de Italia y Río de
la Plata, no dejaba de apoyar una solución negociada del conflicto invitando
a Ambrosetti a deponer su candidatura en pos de otra, unitaria.135
La solución hallada permitió preservar la unidad de la cámara. Ambrosetti
fue reelecto como presidente (y permanecería en ese cargo hasta 1899 para
luego ser por muchos años sucesivamente vicepresidente y presidente del
Banco de Italia) y Tarnassi fue elegido vicepresidente (cargo que desempeñó
hasta 1897). A su vez, Giovanni Storni, persona ligada también al grupo
del Nuevo Banco Italiano, sería reelecto como tesorero, el tercer cargo en
importancia. Entre los consejeros estaban Tommaso Devoto y Onorio Sto-
ppani, ligados al grupo del Banco de Italia (el último gerente de la institución
desde 1886) y Giovanni Mondelli y Tommaso Nocetti, fundadores del Nuevo
Banco Italiano. La Cámara encontraba así una unidad basada en nuevos
equilibrios que, aunque redimensionaban el peso del grupo del Banco de
Italia, no dejaban de dejarle una posición relevante. Seguramente no fue
ajeno al logro de esta unidad –que aseguraba la posibilidad de expansión
de la cámara– el clima de crisis económica y financiera que se vivía en la
Argentina en esos momentos y que afectaba gravemente (en especial el caos
monetario) la actividad de los comerciantes importadores y exportadores.
Las imágenes que brinda la publicación de la cámara muestran esa pre-
ocupación permanentemente.136

134. Bollettino Mensile della Camera Italiana di Commercio ed Arti, 10 de marzo de


1890.
135. “Ciò che succede alla Camera Italiana di Commercio”, La Patria Italiana, 2 de fe-
brero de 1890.
136. Véase por ejemplo “La situazione”, Bollettino Mensile della Camera..., 10 de abril
de 1890.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 227

En la década de 1890 las actividades de la cámara se multiplicaron así


como su número de miembros. Influía en ello, en primer lugar, el aumento
del intercambio comercial entre Italia y la Argentina, de lo que da cuenta
el incremento del porcentaje de importaciones italianas en el conjunto de
las importaciones totales que ya señalamos y –aunque los datos son más
imprecisos– de las exportaciones argentinas hacia Italia. Desde luego que
parte de ese crecimiento podía atribuirse a la actividad de la misma cámara
y a su activísima política de información y promoción. Otra parte se debía
al acuerdo comercial ítalo-argentino establecido en 1894 y complementado
en 1895 con la concesión recíproca de la clásica cláusula de “nación más
favorecida”. Finalmente también un rol de enorme significación lo desem-
peñaban otros múltiples canales, formales e informales, que existían entre
los dos países, producto del movimiento migratorio de ida y vuelta con
Italia y de la existencia de numerosas empresas, industriales, comerciales
y bancarias de los italianos en la Argentina que actuaban vinculadas en
muchos planos con otras de la península.
Esas condiciones creaban la posibilidad de que la cámara pasase a
desempeñar un lugar estratégico en las relaciones económicas en los dos
países. El activismo que desempeñó en ese ámbito se expresará en distintos
planos. Uno de ellos, en relación con la difusión interna, fue la creación, en
los locales de la cámara, de una muestra permanente de productos italianos
(Museo Campionario Italiano) que inaugurada en 1887 durará hasta 1899
(es decir, durante todo el largo período de la presidencia de Ambrosetti).
Contribuía al mismo objetivo el Bollettino Mensile que en la década de 1890
tiraba mil ejemplares y que además de la tarea de crónica y opinión sobre
la coyuntura económica solía publicar ocasionalmente informes técnicos
y estadísticas. Más tarde, en 1907, la cámara abre al público una sala
de lectura en la que podían consultarse revistas y periódicos técnicos o
comerciales, italianos y argentinos.137 Todas esas actividades llevan desde
luego a un crecimiento de la estructura de la cámara, que desde 1908 dis-
pondrá de un secretario técnico elegido por concurso y cuyo presupuesto
se incrementará significativamente, mientras que el subsidio otorgado
por el gobierno de Italia apenas se duplicará en términos nominales. Esa
mayor actividad se producía más allá de que desde principios del siglo xx
el gobierno peninsular incorporó al personal de la Embajada un agregado
comercial cuyas tareas podían superponerse con las de la cámara; decisión
que mostraba una vez más las ambigüedades de la política italiana hacia
el exterior, que oscilaba entre potenciar a las cámaras reconociéndolas y
sosteniéndolas financieramente o fortalecer los canales diplomáticos.
Con la llegada del nuevo siglo, en el contexto del incesante crecimiento
de los intercambios entre Italia y Argentina, se difundieron las represen-
taciones de empresas italianas que tenían interés en el mercado del país

137. Settanta anni di vita..., pp. 15-19.


228 Fernando Devoto

sudamericano. Aunque éstas serán consideradas en el capítulo siguiente,


baste señalar que ello significó la presencia de nuevos intereses de los
que la cámara se hizo portavoz. Un conjunto de empresas y empresarios
italianos iniciaba una escalada hacia nuevos y más importantes negocios
de los cuales el de las empresas eléctricas era un ejemplo. En un enfren-
tamiento entre colosos, los intereses italianos (aunque asociados a veces
con empresas de otra nacionalidad) aparecerán fuertemente defendidos por
la cámara desde su Bollettino. Así, por ejemplo, en 1914, éste celebraba
que empresas como la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad hubiese
roto con el monopolio alemán en la provisión de energía con la concesión
que había obtenido del municipio de la ciudad de Buenos Aires en 1911.
Igualmente se señalaba que las empresas italianas habían roto con su pro-
visión de motores y con otros instrumentos el monopolio norteamericano
del petróleo en Comodoro Rivadavia.138
Ciertamente esa posición nacionalista debía relacionarse con el clima
que se vivía en Europa en los albores de la Primera Guerra Mundial, aun
si entraba en tensión (como vimos en el caso del mismo Einaudi) con una
concepción estrictamente “liberista” para la cual el comercio internacio-
nal y más en general el mundo de los negocios debían estar dominados
por lógicas puramente mercantiles regidas por la “mano invisible” (esto
es, por el mercado) y no por los intereses particulares de cada nación. En
cualquier caso, lo que era evidente es que en la Argentina de entonces, con
una comunidad italiana tan fuerte, asumir la defensa de la “italianidad”
era un excelente argumento para hacer buenos negocios y sacar ventajas
sobre otras empresas y empresarios de diferente nacionalidad.
En el plano externo, la presencia de la cámara se expresaba en la
participación en numerosas exposiciones internacionales que eran un
punto nodal de publicidad, encuentros y de acuerdos de intercambio en la
época. Así, la cámara estuvo presente entre tantas otras en la Esposizione
Italo-Americana de Génova en 1892 (donde obtuvo la medalla de oro), en
la Esposizione Vinicola Italiana de Buenos Aires de 1896 (diploma), en
la Esposizione Generale Italiana ed Internazionale di Elettricità de Turín
en 1898 (diploma de honor), en la Exposición Internacional de Agricultura
realizada en Buenos Aires en ocasión del centenario de 1910 (diploma de
honor), en la Esposizione d’Igiene e Sport de Milán de 1911 (diploma de ho-
nor), en la Esposizione Internazionale delle Industrie e del Lavoro de Turín
de 1911 (medalla de oro), en la Esposizione Internazionale de Génova de
1914 y en la de Panamá de 1915 (medalla de oro). A ellas hay que agregar
dos que fueron claves por diferentes motivos. Las presentaciones en la
Esposizione Generale de Turín de 1898, con un libro que la acompañaba
(Gli italiani nella Repubblica Argentina nel 1898), que llevó a un deslum-
brado Einaudi a escribir su Principe mercante. Más relevante aún fue la

138. Bollettino Mensile della Camera…, febrero de 1914, p. 19.


Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 229

presentación en la Esposizione Internazionale de Milán de 1906, de cuyas


ambiciones da cuenta el grueso volumen realizado por la cámara para ella
(Gli italiani dell’Argentina all’Esposizione di Milano) y en la que obtuvo la
gran medalla de oro.
Lo que el listado presentado revela es no sólo el dinamismo de la cá-
mara sino también la variedad de intereses de los que se hacía promotora.
Esa ambiciosa política hacia el exterior debía llevarla a nombrar, en 1909,
como sus representantes en Italia a Pietro Vaccari (sobre el que volveremos
luego) para los asuntos económicos y a Ausonio Franzoni para los asuntos
administrativos.
Un aspecto importante de la acción de la Camera di Commercio de Bue-
nos Aires fue su rol en la política exterior de las asociaciones comerciales.
Vimos ya cómo tales cámaras carecían de un adecuado espacio en la unión
que reagrupaba a todas las italianas. Ante ello las cámaras en el exterior,
encabezadas por la de Buenos Aires (donde desempeñaron un rol relevante
los citados Franzoni y Vaccari) y la de São Paulo, se orientaron a dar vida a
una federación como instrumento de presión para obtener un mayor peso
político y a la vez un reconocimiento jurídico de las cámaras (lo que impli-
caba que sus actos tuviesen valor legal) y un mayor apoyo financiero del
gobierno peninsular. La iniciativa dio lugar a un congreso de las cámaras de
comercio italiano en el exterior, reunido en París en 1911 y que continuaría
al año siguiente en el segundo congreso que deliberó sobre la creación de
una federación de las cámaras en el exterior con sede en Roma, programa
que claramente se ponía en contraposición con la Unioncamere y era, en
parte, el resultado de la política de cerrazón de ésta hacia las entidades
existentes en el exterior de la que hablamos precedentemente.
Más importante aún es que, por iniciativa de Franzoni, se elaboró una
propuesta, presentada en el congreso de la Unioncamere, tendiente a
establecer controles químicos que evitasen la adulteración de productos
destinados al exterior, que eran producidos en Italia, por los perjuicios que
ocasionaba a los que los comercializaban. El tema, que afectaba central-
mente al aceite de oliva, despertó la incomprensible hostilidad de algunos
delegados italianos en defensa de una supuesta libertad irrestricta de
comercio.139
Pese a los continuos conflictos, las cámaras en el exterior, que gozaban
de mucho menos apoyo ante el gobierno que las cámaras italianas –y el
reconocimiento oficial de aquél era demasiado importante para que cual-
quier iniciativa tuviese éxito–, no mantuvieron las iniciativas rupturistas
y permanecieron dentro de la Unioncamere, convertida entretanto en un
ente paraestatal. En ese contexto, el tema del reconocimiento jurídico de
las cámaras en el exterior tendería a demorarse hasta luego de la Primera
Guerra Mundial. La institución de Buenos Aires, que en 1919 modificaría

139. G. Paletta, op. cit., p. 128.


230 Fernando Devoto

ligeramente su nombre pasando a llamarse Camera di Commercio Italiana


di Buenos Aires, será reconocida al año siguiente.
Esa nueva denominación reflejaba más adecuadamente el carácter de
la cámara en la que nunca estuvieron ausentes las discrepancias poten-
ciales de intereses entre los comerciantes importadores-exportadores y los
industriales que paulatinamente irían adquiriendo posiciones de relieve en
la Unión Industrial Argentina y entre los intereses de empresas italianas
y aquellas que los italianos habían creado en la Argentina. Por poner un
ejemplo, en 1913 la cámara se orientó a defender los cigarros importados
de Italia –que eran un producto extraordinariamente difundido en la Ar-
gentina– de la competencia que le hacían los que comenzaban a producirse
en el país imitándolos. Esa defensa se hacía a pesar de que el importador
exclusivo de éstos era la casa Bunge y Born y entre los productores locales
que los imitaban se encontraban italianos. Es que si algo daba continui-
dad ideológica a la cámara era su defensa irrestricta del libre cambio y su
hostilidad hacia el proteccionismo. Había nacido con ese fin y con el de
favorecer el intercambio comercial con Italia, lo que desde luego suponía
no sólo los intereses de los importadores sino también de los productores
italianos. De todos modos la contraposición no debe absolutizarse ya que
muchos miembros de la cámara tenían a la vez actividades comerciales e
industriales; en muchos planos no existía necesariamente competencia y
pronto serían las mismas empresas industriales las que abrirían plantas
primero de comercialización y luego de producción en la Argentina. Sólo se
quiere señalar que los intereses comerciales estaban, en caso de tensiones,
en primer lugar. Lo que era bastante lógico ya que se trataba, ante todo,
de una cámara de comercio.
En cualquier caso, el momento de la primera posguerra fue particular-
mente floreciente para las actividades de la cámara, que adquiriría una
ulterior consolidación; sus socios eran entonces seiscientos cincuenta.
La consolidación se reflejaría en el aspecto edilicio con su instalación en
un piso de la calle Sarmiento en el que permanecerá por muchos años.
La cámara, a su vez, siguiendo directivas del Ministerio de Agricultura,
Industria y Comercio, se abría a socios argentinos en una proporción que
no superase un tercio del total. También serían esos años de expansión
territorial ya que entre 1927 y 1929 abriría delegaciones en La Plata, Bahía
Blanca, Tucumán y Córdoba.140
Sin embargo, pronto la cámara comenzará a ser influida por los efectos
que las políticas proteccionistas argentina e italiana tendrían sobre el ni-
vel del intercambio comercial entre ambos países. La reforma de la tarifa
de avalúos durante el gobierno de Alvear en la Argentina y la orientación
crecientemente proteccionista de la Italia mussoliniana influirían sobre

140. C. Battisti, “Cámara de Comercio Italiana en la Argentina: más de un siglo al servicio


de las relaciones económicas bilaterales”, mimeo.
Intermedio. Las instituciones de los italianos en la Argentina 231

ello. Desde luego que la situación se agravaría aun más en la década de


1930, en el marco del retorno al proteccionismo que caracteriza la política
de los países del mundo euroatlántico. Las veleidades autárquicas de la
Italia fascista y el control de cambios de los gobiernos conservadores ar-
gentinos, destinado a administrar la escasez de divisas, gravitarían muy
negativamente sobre los intercambios ítalo-argentinos. Una vez más caían
en paralelo el comercio y la migración.

Un breve balance

Los episodios narrados en diferentes partes del capítulo posibilitan


distintos tipos de reflexiones. Algunas, como la cuestión de las cámaras
de comercio, muestran otra faceta de las complejas relaciones entre Italia
y la Argentina, que van más allá de las relaciones comerciales y asociati-
vas. Exhiben una cierta tendencia de los gobiernos pero también de las
asociaciones existentes en Italia a mirar con una mezcla de suficiencia y
desinterés hacia las entidades homónimas que creaban los italianos en el
exterior. Aunque se tratase del caso argentino, que mostraba una realidad
mucho más diversificada que el de otras comunidades, dominaba la ima-
gen tendencialmente negativa de los inmigrantes y de sus instituciones.
Percibidos como un espejo que mostraba rasgos de Italia que no querían
verse, daban lugar a una enorme variedad de prejuicios, alimentados por
las imágenes y las formas externas (modales, usos, hábitos), que dominaban
las percepciones de funcionarios, intelectuales y operadores económicos
peninsulares. No muchos estaban dispuestos a ver en ellas, en especial a
medida que se entraba en el siglo xx, más que una necesidad o una inevita-
bilidad, la famosa “válvula de seguridad” que impedía que Italia estallase. Es
decir, a ver allí una gran oportunidad no sólo para los inmigrantes mismos
que labraban con su esfuerzo su destino sino también para la misma eco-
nomía italiana, más allá de las remesas, como lo había sostenido Einaudi.
Pocos como él también estaban dispuestos, entre las elites peninsulares,
a convertir en emblema de la empresarialidad italiana, incluso del carácter
italiano, a un negociante exitoso instalado en el exterior. La Italia fuera de
Italia, por usar una famosa expresión, era para la mayoría una realidad
ajena, algo negativo, prescindible u olvidable.
Más allá de ello, la vida de los distintos tipos de instituciones italianas
en la Argentina fue rica y problemática. No tuvo rivales, en cuanto a su
fortaleza, a su tamaño, a su patrimonio, en otras comunidades italianas
en el exterior. Ello fue el resultado de muchos factores: la antigüedad de
la inserción de los italianos en la secuencia de las migraciones europeas,
el número de éstos en relación con la población total, la mayor diversi-
ficación social y ocupacional de su inserción que les permitía un acceso
mayor a posiciones de poder y a vínculos con los grupos dirigentes nativos,
el carácter mismo de una sociedad argentina y un Estado que estaban en
plena construcción, definición de roles y jerarquías contemporánea y no
232 Fernando Devoto

precedentemente a la llegada de la migración de masas. Hemos hablado


también a lo largo del capítulo de sus alcances y logros, pero también de
sus límites, que eran a menudo los de sus grupos dirigentes (o de sus
estrategias). Algunos de ellos eran la facciosidad que las corroía y la poca
ambición de sus programas hacia la sociedad argentina y hacia las gene-
raciones de descendientes argentinos, signados como estaban más por una
estrategia de defensa de los intereses de los italianos que por construir
una imagen de ellos externamente. Los sucesivos gobiernos peninsulares
tampoco aportaron mucho, dominados por políticas erráticas en las que
primaba sobre todo el desinterés hacia la suerte de las instituciones en el
exterior.
Consideramos también la diferenciada curva de crecimiento y declinación
de estas instituciones, al compás de las oscilaciones del flujo migratorio
italiano y de la emergencia de las nuevas generaciones de descendientes.
Muchas se encontraron entre la alternativa de abrirse progresivamente
a la sociedad argentina para sobrevivir o persistir en la italianidad con
la inevitable declinación que ello comportaba cuando el flujo migratorio
cesase, como ocurrirá abruptamente luego de 1930. Las instituciones pe-
ninsulares constituyeron, sin embargo, más allá de todo ello y al menos
hasta ese momento, un capítulo central de la estructuración de la misma
comunidad italiana y aun de una sociedad argentina magmática y hete-
rogénea. Es hora de dejarlas atrás –otros aspectos serán retomados en
capítulos sucesivos– y volver a la historia de los italianos en la Argentina
que habíamos interrumpido en 1890.
Capítulo 4

De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914)

La trilladora de Miguel Scarafia, Villa Cabrera, provincia de Córdoba, 1910.


En el capítulo 2 llegamos hasta la crisis de 1890 que afectó tan profun-
damente a la Argentina y a los italianos en ella. Tantos ahorros se perdie-
ron en una vorágine ante la cual los peninsulares poco pudieron hacer, y
asistieron pasiva y angustiosamente a ella. Para muchos, en especial los
llegados poco tiempo antes, la respuesta fue abandonar un país donde
existían tantas incertidumbres económicas y políticas. El saldo migratorio,
que pasó a ser negativo en 1890 (-8.266) y sobre todo en 1891 (-42.409),
exhibe ese proceso. No es que no siguieran llegando italianos, pues en ple-
no impacto de los resultados de la crisis, en 1891, arribaron todavía unos
quince mil (aunque bien pocos si se los compara con los casi noventa mil
que habían desembarcado en 1889), sino que eran muchos más los que
decidían retornar. Ante la crisis, para un inmigrado se presentaban, lo se-
ñalamos ya, dos opciones: acelerar la unificación y traer a otros miembros
de la familia que estaban en Italia o abandonar la aventura americana,
volver al “paese” y, eventualmente, intentar una nueva experiencia en otro
lugar. Así, la emigración italiana global no disminuyó como consecuencia
de la crisis argentina sino que siguió aumentando, sólo que se reorientó
hacia otros destinos, en especial Estados Unidos y Brasil. Este último era
el principal lugar alternativo al país platense, como lo muestra el hecho
de que el mejor año de toda la historia de la inmigración italiana hacia la
nación vecina fue precisamente 1891.1
La rápida reorientación del flujo italiano, ya a fines de 1890 y en el año
subsiguiente, muestra que las noticias de la crisis se difundieron velozmente
en la península a través de las cartas y de algo tanto más palpable como
eran las remesas. Muchos testimonios nos informan que, en especial en
las zonas rurales de la llanura y la colina paduana, las familias campesi-
nas vivían una situación de penuria debida a la drástica disminución de

1. G. Rosoli (ed.), Un secolo di emigrazione italiana (1876-1976), Roma, CSER, 1978,


Appendice statistica, pp. 343-383.
[ 235 ]
236 Fernando Devoto

las remesas que los inmigrantes enviaban a sus parientes residentes en


Italia. Disminución, a la vez, en monto y en valor dada la depreciación de
la moneda argentina.
La crisis afectó, con todo, desigualmente a los italianos en la Argentina,
como muestra el hecho de que la mayoría decidió permanecer y que otros
incluso siguieron arribando. Padecieron mucho más los que vivían en las
áreas urbanas que aquellos instalados en zonas rurales, los que desarro-
llaban labores adventicias (jornaleros) que los que tenían una ocupación
estable, los que habían dejado a una parte de la familia en Italia que los
que desde hacía tiempo se habían instalado en el país. Por supuesto que
también fueron más golpeados los que habían confiado sus ahorros a los
pequeños agentes de inmigración, cambistas, comerciantes, que los que
habían depositado en los dos grandes bancos que, más allá de los serios
sofocones que tuvieron que enfrentar, resistieron y devolvieron los depósitos.
Por otra parte, aquellos que habían hecho ya inversiones estructurales,
como comprar una vivienda, poseían un negocio establecido, una pequeña
propiedad rural o tenían hijos ya plenamente insertados en el nuevo país
tenían menos vocación y menos posibilidad de regresar y abandonar un
proyecto en el que habían invertido años.
Pasado lo peor, la vida empezó a normalizarse y la inmigración italiana
volvió a crecer lentamente (28 mil en 1892, 38 mil en 1893) y los saldos se
hicieron positivos. En 1896 se alcanzaría el pico de llegadas de la década
con 75 mil inmigrantes. Aunque la obra pública, que tanto trabajo había
dado a éstos, se redujo drásticamente, vistas las penurias financieras del
Estado, el sector rural pronto reanudó su expansión hacia el oeste, donde
todavía había mucho espacio para nuevas iniciativas colonizadoras. Un
aspecto, la crisis de las finanzas del Estado, vino en auxilio de los italianos.
La política de pasajes subsidiados que, como vimos, buscaba penalizarlos,
fue suspendida en 1891. No había ya dinero para ello. La ausencia de re-
cursos fue acompañada por un cambio en las percepciones de los grupos
dirigentes. La idea de la inmigración subsidiada (llamada también artificial)
fue desechada considerando que daba peores resultados que la inmigración
espontánea. Quien mejor lo expresó fue el director de Migraciones, Juan
Alsina, en la memoria de 1890 y en otras sucesivas.2 Finalmente, lo que la
inmigración mediante pasajes había traído, según él, era personas con pocas
capacidades y que tenían dificultades para insertarse en la nueva sociedad;
mejor eran los laboriosos piamonteses, limpios, austeros, con gran disponi-
bilidad para el trabajo, y que al haber llegado a través de amigos o parientes
se ajustaban mejor y más rápidamente a la Argentina. Le hacía eco una
novela publicada poco después por Adolfo Saldías, donde se exaltaban las
mismas virtudes de los inmigrantes italianos, en este caso emblematizados

2. J. Alsina, Memoria del Departamento General de la Inmigración correspondiente a 1890,


Buenos Aires, Coni, 1891, pp. vi-xii.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 237

en un laborioso genovés, Bianchetto, el personaje principal.3 Así, aquellas


dispersas imágenes positivas de los italianos, que rastreamos en los capítu-
los anteriores, finalmente se irían convirtiendo en un consenso mayoritario
acerca de que ellos (junto con los españoles), arribados espontáneamente,
eran los migrantes que el país necesitaba. Ciertamente subsistirían este-
reotipos negativos hacia los meridionales (y éstos pronto se convertirían en
los inmigrantes mayoritarios) y además aquella recuperación positiva de
los italianos, como veremos, concernía a su rol en tanto trabajadores y no
en tanto agentes de “civilización”. Empero, en cualquier caso, luego de ese
conjunto de imágenes negativas, que fueron tan dominantes en la década
de 1880, ahora las cosas empezaban a cambiar a su favor.
En total, los años comprendidos entre 1891 y 1900 dejarían un ingreso
de 426 mil inmigrantes italianos, no mucho menor que el de los dorados
años 80 (494 mil). Al no existir la competencia de los pasajes subsidiados
destinados a otros grupos nacionales, los italianos siguieron siendo am-
pliamente el grupo inmigratorio dominante. Lo fueron en una proporción
mayor aun que en la década de 1880. Si en ésta representaron el 58,7%
de todos los arribados en segunda y tercera clase desde ultramar, en los
90 ascendieron hasta 65,6%. Es decir que dos de cada tres inmigrantes
que desembarcaban procedía de la península. Sin embargo, la tasa de
retorno de esta década fue mucho más alta que en la anterior (53% contra
26%). Ese movimiento de ida y vuelta fue más allá del impacto de 1891,
ya que aun descontando ese año de tan elevado retorno, para el resto de
la década fue de 41%.4 Por otra parte, el índice de masculinidad (relación
entre hombres y mujeres) fue equivalente en los 80 y los 90 (en torno de
260 por cada 100) y también la proporción de menores de doce años (al-
rededor de 17% del total).
La combinación de mucho mayor retorno y a la vez equivalente relación
hombres/mujeres y presencia de menores sugiere, a modo de hipótesis,
que durante esta etapa se produjo, paralelamente, un doble fenómeno.
Por un lado, un incremento del proceso de reunificación familiar y, por el
otro, un  aumento de los hombres solos que emigraban desde Italia con
una alta expectativa de retorno. Ello es congruente con los cambios en las
ocupaciones declaradas por los inmigrantes, que eran recopiladas en el
puerto de Buenos Aires. Decrecía el número de los que se definían como
agricultores y aumentaba el de los que lo hacían como jornaleros, “sin
profesión” o artesanos. Esto también puede relacionarse con los cambios
regionales de los flujos.
Efectivamente, la segunda novedad de los años 90 fue la procedencia
regional. El movimiento migratorio italiano se iba “meridionalizando” pro-

3. A. Saldías, Bianchetto: la patria del trabajo, Buenos Aires, Lajouane, 1896.


4. Dirección General de Inmigración, Resumen Estadístico del Movimiento Migratorio en
la República Argentina, años 1857-1924, Buenos Aires, Talleres Gráficos del Ministerio
de Agricultura, 1925.
238 Fernando Devoto

gresivamente y ya en la segunda mitad de esa década los provenientes del


sur superan a los del norte. También crecía la participación de aquellos
provenientes de la región central (en especial las Marcas). Este caso es
bastante interesante porque muestra cómo a veces es artificial apoyarse
en las dimensiones regionales administrativas y cuánto más provechoso
pueda ser operar con áreas migratorias que a veces las exceden y a veces
son más pequeñas. Si se descompone el flujo migratorio de las Marcas por
provincias se ve cómo aquella más septentrional (Pesaro) tiene un compor-
tamiento migratorio equivalente al de las provincias vecinas de la Emilia-
Romagna y su destino principal es Europa. La más meridional, la provincia
de Ascoli-Piceno, tiene en cambio un comportamiento semejante al de las
vecinas de la región de Abruzo, cuyo destino principal es Estados Unidos,
mientras que es de la región central, en especial la provincia de Macerata,
de donde se dirigen muy mayoritariamente hacia la Argentina.5
Retornando al tema del Mezzogiorno, ese aumento de la participación
de las regiones del antiguo reino de las Dos Sicilias en la emigración a la
Argentina no se debió a que este país ganase espacio a costa del principal
destino tradicional de los meridionales, que era Estados Unidos. Por el
contrario, éste siguió recibiendo más de los dos tercios de los emigrantes
del sur y aun la cuota proporcional de los que se dirigían a la Argentina,
del total de los de allí procedentes, disminuyó entre la segunda mitad de
los años 80 y los 90. Lo que estaba ocurriendo era que la emigración ita-
liana en su conjunto se estaba meridionalizando, por el fuerte aumento
en el número absoluto de los expatriados de esas regiones mientras pa-
ralelamente disminuían los que procedían del triángulo noroccidental de
la península.
Con el comienzo del siglo xx se abriría el ciclo más importante cuanti-
tativamente de arribos de italianos a la Argentina. Medido en el conjunto
del período 1901-1913, algo más de un millón de italianos llegaría al país
sudamericano. Tras un paréntesis en 1902-1903 debido a la inestabilidad
económica argentina, la inmigración peninsular no dejaría de crecer. En
1906 alcanzaría su máximo histórico anual (127.348 inmigrantes) y en 1910
y 1913 volvería a superar los cien mil ingresos (102.019 y 114.252 respec-
tivamente). Con lo importante que fueron esas cifras deberían enmarcarse
en dos contextos más amplios. El primero refiere a la participación de los
italianos en el movimiento migratorio transatlántico total a la Argentina y
el segundo es el porcentaje de retornados.
Con relación al primer tema, aunque los italianos aumentaban sus
números absolutos, iban perdiendo gravitación relativa en el conjunto.
Pasaron a ser el 38% del total. Las razones de ese descenso relativo se vin-
culan con el crecimiento de la inmigración española, que en 1908 superó

5. F. Devoto, “La emigración de las Marcas a la Argentina, la cuestión de la escala y


las posibilidades de una tipología regional”, en E. Sori (a cura di), Le Marche fuori delle
Marche, Ancona, Proposte e Ricerche, 1998, pp. 68-111.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 239

por primera vez en número a los italianos, y ello se repetiría entre 1910
y 1913 (en 1911-1912 ayudada por el conflicto sanitario entre Italia y la
Argentina) y con el paralelo crecimiento de otros componentes como los
rusos y los procedentes del Imperio Otomano. Con relación a los retornos,
entre 1901 y 1913 alcanzaron al 49% de los desembarcados. Es decir, un
porcentaje más elevado que el de la década anterior (si excluimos 1891).
Asimismo, en esos mismos años aumentó el índice de masculinidad con
relación a los períodos precedentes (287 por cada 100 mujeres) y dismi-
nuyó el porcentaje de menores de doce años (15% del total).6 Es decir que
la tendencia esbozada en la década del 90 se acentuaba en el nuevo siglo.
La inmigración italiana era cada vez más de hombres adultos con tasas de
retorno también más elevadas. Lo mismo ocurría con los grupos ocupacio-
nales: cada vez más personas que declaraban ser jornaleros y artesanos,
y cada vez menos que indicaban ser campesinos.7
Por otra parte, seguía aumentando el componente meridional en el con-
junto de los italianos: si orillaba 45% de todos los arribados entre 1895 y
1900, a partir del nuevo siglo ese porcentaje fue aumentando lenta pero
sostenidamente en cada quinquenio sucesivo hasta alcanzar 54% entre
1910 y 1914. Por supuesto que el movimiento no era uniforme en todas las
regiones incluidas en las grandes áreas geográficas, y la disminución de la
emigración de la Italia del norte afectaba mucho más a regiones como la
Lombardía –y sobre todo la Liguria– que al Piamonte, que seguía teniendo
una presencia significativa en el flujo hacia la Argentina.
Vista la importancia adquirida por la emigración meridional en el
conjunto del flujo italiano a la Argentina, es tentador correlacionarlo con
las otras nuevas características de este flujo que antes señalamos. Sin
embargo, las cosas son tal vez más complejas. Desde luego que, como ve-
remos, un rasgo de la emigración meridional es su mayor expectativa de
retorno y por ende su menor componente familiar. Empero, como muestran
algunos ejemplos del Piamonte, también los rasgos de los originarios de
esa región que se trasladaban hacia la Argentina estaban cambiando. Un
análisis de largo plazo de la emigración de una comuna de la provincia de
Cuneo (Costigliole) muestra que entre los migrantes que se dirigían a la
Argentina aumentaba el número de jornaleros y disminuía relativamente
el de agricultores. Asimismo, los datos sobre los retornos a Italia que el
Commissariato dell’Emigra-zione publica desde 1905 exhiben que la tasa
del Piamonte en general era mayor que la media italiana y que la de mu-
chas regiones meridionales. El fenómeno de la inmigración golondrina, al
menos en parte, puede explicar ese hecho.

6. cemla, base de datos de inmigrantes.


7. M.C. Cacopardo y J.L. Moreno, “Características regionales, demográficas y ocupacio-
nales de la inmigración italiana a la Argentina (1880-1930)”, en F. Devoto y G. Rosoli,
La inmigración italiana…, p. 75.
240 Fernando Devoto

En cualquier caso, el predominio creciente de la inmigración meridio-


nal entre los peninsulares que arribaban a la Argentina hace que sea útil
detenernos en las raíces de ese movimiento desde el Mezzogiorno de Italia,
como antes lo hicimos con los procedentes del norte.

Del Mezzogiorno al Plata

El conjunto de regiones reunidas bajo el dominio del reino borbónico del


sur de Italia era demasiado heterogéneo como para ser englobado en una
única tipología. El grado de desarrollo alcanzado por las diferentes regiones
que lo integraban era muy desigual entre sí. Mirando el problema en su
totalidad, con la arbitrariedad que ello supone, debe comenzarse señalando
que una larga discusión tuvo lugar entre los historiadores de la economía
acerca de si el Reame (nombre que se les daba a los dominios borbónicos)
estaba retrasado y cuánto con respecto a las regiones del norte dependientes
del reino sardo o de la monarquía de los Habsburgo, en el momento de la
unidad de Italia, o si la brecha entre norte y sur fue resultado o al menos
se amplió significativamente luego de ella. En cualquier caso, hay un cierto
consenso en afirmar que el proceso de unidad no trajo ventajas y sí proba-
blemente perjuicios a las regiones del sur, sometidas ahora a la hegemonía
piamontesa y a su lógica política, administrativa y económica. Sometimiento
con muchos límites, ya que en distintos planos el nuevo Estado tenía difi-
cultades para imponer su dominio sobre territorios demasiado vastos y de
difícil acceso. El fenómeno del “banditismo”, que se hizo fuerte en tantas
áreas del sur, de Cosenza a Salerno, de la Capitanata a la Irpinia, pese a
la presencia permanente de fuerzas militares colocadas para combatirlo,
muestra los límites de la dominación del nuevo Estado sobre tantas áreas
rurales. De todos modos, y más allá de ello, es natural que si las prioridades
eran fijadas, al menos en los primeros años, por las elites piamontesas, és-
tas se inclinasen a defender los intereses de su propia región y, sobre todo,
aplicasen a las otras la lógica ideológica que allí imperaba.
Desde luego que a medida que los años transcurrían se iba formando
una clase política nacional y a la vez iban cambiando las prioridades. Sin
embargo, en los primeros decenios predominó la lógica cercana al laissez
faire del grupo dirigente piamontés, que buscaba a la vez incrementar los
intercambios con el exterior, integrando la economía italiana en la economía
europea, construir la infraestructura (es decir, ferrocarriles y caminos) y
desarrollar una burocracia estatal que asegurasen el efectivo dominio sobre
el territorio y, no menos importante, se integrasen al mercado interior. De
este modo, el antiguo reino borbónico fue incorporado a un nuevo modelo
económico para el que no estaba adecuadamente preparado. Ese doble
proceso de integración, exterior e interior, afectó primeramente y sobre todo
a la economía urbana, donde un sector industrial arcaico no podía resistir
indemne a las nuevas condiciones que proponía la drástica rebaja de las
tarifas aduaneras, aun si la declinación de ese sector (o el del artesanado
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 241

y el de la industria a domicilio) no estuviera ni sólo ni automáticamente


vinculada a ese proceso.8
Las cosas eran algo distintas en la mayoría de las áreas rurales del sur.
En éstas predominaba (en muchas regiones, no en todas) una combinación
de gran propiedad con otra pequeñísima que, incapaz por sus dimensio-
nes de mantener a la familia que en ella residía, liberaba amplias cuotas
de mano de obra para trabajar, complementariamente y a bajo costo, en
la primera. El carácter arcaico de este sector rural, sin embargo, padeció
menos que otros la apertura económica que comportó la unidad de Italia.
La razón de ello debe buscarse en que la promovida integración económi-
ca a espacios más amplios era para el Mezzogiorno en muchos aspectos
más nominal que real, vista la insuficiencia de los sistemas de comunica-
ciones entre las distintas regiones y la débil presencia del Estado que ya
señalamos. Todavía varios decenios luego de la unidad de Italia, 100 de
las 134 comunas de los Abruzos, carecían de cualquier tipo de carretera
e incluso, a principios del siglo xx, se encontraban en esa situación 1.321
de 1.848 comunas meridionales.9 Por otra parte, esa economía rural me-
ridional estaba muy dominada por el autoconsumo y por los intercambios
en especie y no en moneda. Así, el mercado nacional unificado era mucho
más una construcción jurídica y política que otra cosa porque, para el
agro, el atraso actuaba como un elemento de protección más fuerte que
la liberalización de la política económica. Lo mismo que ocurría con las
importaciones sucedía con las exportaciones. Sidney Sonnino observó, en
1876, que el campesino siciliano tenía una ventaja sobre el de la llanura
del Po: comía pan blanco y no polenta (por lo que no padecía, entre otros,
los efectos que ésta tenía sobre el organismo y que se reflejaba en la piel:
“pelagra”). Ello era el resultado de que en una isla cubierta en sus tres
cuartas partes con trigo, la ausencia de vías de comunicación de muchas
áreas hacía que éste se destinase mucho más para el consumo interno que
para la exportación, con las ventajas que ello generaba, en relación con el
precio, para la vida de las clases populares.10 Más allá de ello, una parte
de la gran propiedad de muchas áreas producía para la exportación sus
productos tradicionales (en especial vinos, olivos, cítricos), otra alimenta-
ba el mercado interior urbano y la mayoría de los campesinos mantenía
amplios niveles de autoconsumo.
De este modo, para el sector primario, que dominaba ampliamente la
economía meridional y en el que estaban empleados la gran mayoría de
sus habitantes, las cosas, aunque empeoraron, no cambiaron tan drástica
ni rápidamente en lo cotidiano, aunque con una excepción no irrelevante:

8. E. Sori, L’emigrazione italiana…, pp. 92-101.


9. A De Clementi, Di quà al di là dall’Oceano. Emigrazione e mercati nel meridione (1860-
1930), Roma, Carocci, 1999, p. 37.
10. S. Sonnino, I contadini in Sicilia (1876), Florencia, Vallecchi, 1974, p. 113.
242 Fernando Devoto

la presión fiscal. Es bien conocido en cuán gran medida el aumento de los


impuestos, que llegó a triplicarse en los primeros quince años posteriores a
la unidad de Italia, gravó la propiedad rural y sobre todo algunos consumos
esenciales de los campesinos que era difícil eludir. La ya mencionada tasa
sobre la molienda de grano (que gravaba indirectamente el consumo de
pan) y la tasa sobre la sal afectaban el día a día de las personas. Aunque
los nuevos recursos fiscales fueron utilizados por el neonato Estado italiano
para construir la infraestructura, ello significó más un empobrecimiento,
mayor o menor según los casos, de la población en general y de la rural en
particular, pues los beneficios no eran perceptibles en el corto plazo. En
cierto modo, como lo ha definido Franco Bonelli, se trataba de un proceso
inevitable de “modernización”, sólo que tenía ventajas y desventajas según
cada región y cada grupo económico. Uno de sus resultados sería la emi-
gración de masas, hija a la vez de las desventajas y de las posibilidades
que ella brindaba.11
Las cosas comenzaron a empeorar más rápidamente a fines de la década
del 60 y sobre todo en la siguiente. A partir de 1869 se abrió un ciclo ne-
gativo para la agricultura meridional (que duraría hasta 1876) influido por
sucesivas malas cosechas que se sumaban al proceso de tala de bosques
que tanto afectaba el aprovisionamiento de muchos productos recogidos
allí por los campesinos para su subsistencia (desde leña hasta frutas
secas). Influía también la ausencia de labores alternativas en el mundo
rural, como el trabajo textil a domicilio, en plena decadencia en el siglo
xix (quizá con excepción del de la elaboración de la lana debida a la tenaz
supervivencia campesina en el hábito de usar vestidos de ese tejido) y ul-
teriormente castigada por la invasión de la producción del norte luego de
la unidad, que la privaba de la posible comercialización de su producción
en los mercados urbanos. Sin embargo, pese a todo ello, el movimiento
migratorio desde el sur se movió muy lentamente. El censo italiano de
población (que como vimos incluía un anexo sobre los residentes en el
exterior) muestra que lo que observamos para la Argentina se verificaba
para el conjunto de la emigración hacia todo destino: sólo 14% de ellos
provenía de la Italia meridional e insular (Sicilia y Cerdeña). De todas las
regiones del sur, las que daban un mayor porcentaje de emigrantes era la
Campania y la Basilicata, en porcentajes de todos modos inferiores a las
principales expulsoras del norte.
Todo ello nos recuerda cuán difícil es establecer causalidades auto-
máticas entre condiciones de vida y emigración. El atraso y la pobreza en
la mayoría de los casos no son condiciones suficientes para explicar un
brusco crecimiento de las migraciones. En el sur pesaban más, al menos
inicialmente, el aislamiento, los límites de su integración a espacios más
vastos (de su “modernización” si se quiere) que cualquier otra cosa. ¿Cómo

11. F. Bonelli, “Appunti per il Convegno di Madrid”, Roma, mimeo, 1990.


De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 243

conocer la existencia de una oportunidad en lejanas tierras? ¿Cómo acceder


a los medios de todo tipo para llegar a ellas? La difusión de la información,
los instrumentos necesarios para poder partir, arribarán con lentitud. Cuan-
do finalmente estuvieron disponibles, la emigración meridional desbordó
como un torrente sin freno.
Por supuesto que la población del Mezzogiorno no era inmóvil. Nin-
guna lo es, así como ninguna está completamente aislada. Siempre hay
personas que transitan los caminos y que llevan servicios, mercaderías e
informaciones. Así, también el Mezzogiorno estaba afectado desde antiguo
por movimientos de personas, temporales o definitivos, internos o interna-
cionales. Se trataba de aquellos grupos que tenían una movilidad natural
vinculada a su oficio o profesión, desde artesanos trashumantes que tra-
bajaban el vidrio o el cobre en muchos modos (por ejemplo, caldereros), a
pequeños comerciantes o a artistas ambulantes (titiriteros, equilibristas),
desde lustrabotas a simples vagabundos o a trabajadores rurales tempora-
rios. Estos últimos se desplazaban en época de cosecha, desde los tiempos
del Antiguo Régimen, hacia las zonas de llanura donde predominaba la
gran propiedad. Del Abruzo y la Basilicata al “tavoliere” de Puglia, de la
Calabria a la áreas agrícolas sicilianas (pero también a Síbari), del interior
de la Campania y también de los Abruzos al Lacio, eran algunos de esos
desplazamientos seculares.
Movimientos interiores pero también exteriores que lentamente iban
a ir reemplazando a los primeros. Así ocurría con los que se dirigían ha-
cia Egipto, en ocasión de la construcción del canal de Suez, o los que se
orientaban hacia Europa e incluso hacia América. Aunque desempeñaban
distintos oficios, su imagen estaba monopolizada por algunos personajes
característicos, como los vendedores y los músicos ambulantes (organilleros,
flautistas) que habitaban los paisajes urbanos de las ciudades europeas
en la primera mitad del siglo xix y de las argentinas luego de Caseros, de
lo que nos deja testimonio la literatura de la época.12 A ellos se agregaban,
ya luego de la unidad, los pastores trashumantes de la montaña y la co-
lina apenínica, que fueron de los primeros en moverse, afectados por los
cambios en las condiciones generales luego de la unidad, desde la dismi-
nución de los bosques al “banditismo” e impulsados por su tenacidad en
no transformarse en agricultores.13
También empezaron a desplazarse grupos de artesanos urbanos, en
especial de la Campania y la Basilicata,14 castigados por aquellas aludidas
modificaciones a las reglas del juego económico y más en general por una
lenta modernización económica que iría haciendo crecientemente obsoletos

12. J. Zucchi, The Little Slaves of the Harp: Italian Child Street Musicians in Nineteenth-Cen-
tury. Paris, London, and New York, Montreal, McGill-Queen’s University Press, 1992.
13. A. De Clementi, op. cit., pp. 20-21.
14. F. Barbagallo, Lavoro ed esodo nel sud, 1861-1871, Nápoles, Guida, 1973, pp. 43-44.
244 Fernando Devoto

sus oficios. La ciudad, sobre todo si es costera, es el primer lugar donde


llegan las noticias de lugares lejanos. Asimismo, la situación posunitaria
parece haber acentuado un comercio de menores que eran casi “vendidos”
o “alquilados” al exterior para trabajar como músicos ambulantes o aun
como mendigos. La situación despertó no pocos indignados comentarios
en la prensa europea y llevó al gobierno italiano (con poco éxito efectivo) a
prohibir, en 1873, el empleo de menores en oficios trashumantes.15
En cualquier caso, la realidad profesional de esa temprana emigración
meridional era mucho más variada y compleja que lo que sugieren los es-
tereotipos creados en torno de personajes muy visibles en las calles de las
ciudades europeas y americanas. Por otra parte, la emigración de los dos
primeros decenios sucesivos a la unidad presentaba mecanismos seme-
jantes a los que hemos descripto para otras regiones: cadenas migratorias
que las articulaban y que explican por qué ese movimiento hacia el exterior
era un fenómeno muy concentrado en algunas pequeñas áreas y no difuso
en el conjunto del territorio. Mirando los movimientos al exterior a nivel de
los datos agregados disponibles en el marco de las fragmentarias fuentes
existentes, se percibe que la migración internacional involucra unas pocas
provincias del Mezzogiorno continental: Campobasso en Molise, Cosenza en
Calabria, Salerno en Campania y Potenza en Basilicata. Así, mientras 127
de las 151 comunas de la provincia de Cosenza habían dado al menos diez
emigrantes anuales hacia 1884, sólo 3 de las 106 de Reggio Calabria ha-
bían alcanzado ese número. Del mismo modo, mientras en 122 de las 153
de Salerno se alcanzaban o superaban los diez emigrantes, en la provin-
cia de Benevento sólo 14 de 73 estaban en esa condición. En la región de
Abruzo y Molise las diferencias provinciales no eran menos marcadas: 83
de 133 de Campobasso contra 6 de 127 en L’Aquila. Más allá de ello, Puglia
era una región de emigración casi inexistente e igualmente Sicilia, que sería
una gran protagonista desde comienzos del siglo xx. En ese año de 1884
sólo 30 de las 357 comunas de la isla generaban diez o más emigrantes.
Muy variadas eran las razones que argumentaban los alcaldes de las pro-
vincias meridionales para explicar las causas de la emigración: desde las
leyes forestales a la mala recolección del gusano de seda, del granizo a las
inundaciones. Aunque todo ello era muy impreciso (por ejemplo, entre las
causas de la emigración se señalaba la difusión de la malaria, pero preci-
samente donde esa enfermedad estaba más extendida, Puglia, más baja
era la tasa de emigración), no dejaban de percibirse algunas diferencias
significativas si se las compara con las respuestas provistas por los alcal-
des de otras provincias del norte. Aquí varios funcionarios municipales
atribuían un papel importante a la introducción de máquinas, en especial
el telar mecánico. Nada semejante era mencionado en el sur.16

15. F. Manzotti, op. cit., p. 17.


16. Ministero di Agricoltura, Industria e Commercio, Direzione Generale della Statisti-
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 245

Comparando las profesiones declaradas por los emigrantes de dos regio-


nes, una del norte y otra del sur (Campania y Liguria), entre 1880 y 1884
se observan pocas diferencias formales. Entre los ligures que solicitaban
un pasaporte para dirigirse al exterior los que declaraban como ocupación
“agricultor” eran 56%, los “jornaleros” (que en su mayoría procedían de
áreas rurales), 11%, los “obreros” y “artesanos”, 17%, los “comerciantes”
3% y los “profesionales liberales” 1,4%. En la Campania, por su parte, las
declaraciones eran muy similares: 56% declaraban ser agricultores, 11%
jornaleros, 15%, obreros y artesanos, 3% comerciantes y 2,3% profesiona-
les liberales. La similitud formal no debe hacernos olvidar dos cosas. La
primera, señalada al comienzo, es que existen muchas diferencias entre
las distintas regiones del norte y del sur. La segunda es que la misma ocu-
pación declarada (que era por lo demás sólo una de las que una persona
desarrollaba a lo largo de su ciclo de vida) implicaba diferencias importan-
tes, en habilidades y estilos, según fuese la región, como de algún modo
sugerimos en el párrafo precedente.17
Los lugares de destino de los migrantes de las áreas continentales del
Mezzogiorno eran Europa, sobre todo Francia, y más allá del océano Suda-
mérica, mucho más, por entonces, que Estados Unidos. Desde Sicilia, en
cambio, un relativamente escaso número de emigrantes se dirigía hacia
Oriente Medio o hacia Estados Unidos y sólo muy pocos emprendían el
camino del Atlántico sur. Nuevamente las rutas de las compañías de na-
vegación explican, al menos en parte, esas preferencias. Existían ya desde
principios de la década de 1870 líneas regulares entre Messina y Levante
y Egipto y entre Palermo y Estados Unidos.18
En la segunda mitad de la década de 1880 la emigración del sur creció
fuertemente, aunque la gran depresión de precios agrícolas de esos años
influyese menos en las regiones del Mezzogiorno e insulares que en el valle
del Po, como ya señalamos en el capítulo 2. En el sur, un papel relativamente
más importante lo desempeñaron en esos años las “enfermedades” de las
plantas como la filoxera, que afectó los viñedos, en especial en Calabria, o
como la que castigó a los castaños en Irpinia y otros lugares; y hacia fines
de la década, la aludida ruptura comercial con Francia, que era uno de los
principales destinos de las exportaciones meridionales. En cualquier caso,
la emigración al exterior pasó de ser un fenómeno localizado en algunas
áreas dentro de determinadas provincias a constituir un fenómeno casi
general en el Mezzogiorno continental (todavía con excepción de Puglia).

ca, Statistica dell’emigrazione italiana per gli anni 1884 e 1885, Roma, Tip. Camera dei
Deputati, 1886, pp. xli-xliii.
17. Idem, Roma, Tip. Bodoniana y Tip. Camera dei Deputati, 1882-1886.
18. S. Sonnino, op. cit., pp. 257-258.
246 Fernando Devoto

El aluvión migratorio del Mezzogiorno

Los números de la emigración meridional en la década de 1880, aun-


que abundantes, no deben esconder el hecho de que en esa década la
emigración del norte todavía sigue siendo mayoritaria. Mirando el tema
desde una perspectiva temporal larga, por cada siete emigrantes de las
provincias paduanas debemos contar uno de las provincias del sur (in-
cluidas las islas) entre 1876 y 1880, dos entre 1880 y 1885 y finalmente
tres por cada seis entre 1885 y 1890. Como muestran esas proporciones,
la emigración meridional iba aumentando lentamente su participación en
el conjunto de la emigración italiana al exterior. Si seguimos su marcha
hasta la Primera Guerra Mundial, vemos que entre 1896 y 1900 ya hay
tres emigrantes del sur por cada cuatro del norte, y entre 1901 y 1914 hay
cinco migrantes del sur por cada cuatro del norte.19 El movimiento de los
puertos de embarque también refleja ese proceso. Si entre 1876 y 1901 el
61% de la emigración italiana se embarca por el puerto de Génova, con el
nuevo siglo las cosas ya habían cambiado: en 1901 los embarques desde
el puerto de Nápoles duplican a los de Génova y la participación global de
este último puerto entre 1902 y 1924 desciende a 34%.20
Efectivamente en estas nuevas fases, entre los meridionales, el destino
norteamericano se hizo en casi todos los casos dominante. Ello es resulta-
do en parte de la inserción de los pioneros pero mucho más del hecho de
que en el momento en que las partidas del sur eran más numerosas, mayor
era la atracción que ejercía el destino norteamericano que en esos años
anteriores a la Primera Guerra Mundial. Existía allí, en especial en el este,
mucho trabajo de poca calificación en la construcción de vías férreas, sub-
terráneos, puertos, edificios públicos, industrias. Poco importaba realizar
trabajos poco prestigiosos o muy sacrificados, como cavar zanjas en la
construcción o incluso desempeñarse como lustrabotas, recolectores de
basura, barrenderos y aun lo que llamamos hoy “cartoneros”. Para muchos
emigrantes meridionales que tenían una alta expectativa de retorno, es de-
cir, trabajar, ahorrar y volver, qué importaba el oficio que se desempeñase.
Poco importaba también, además, que en la Argentina, más allá de aquellos
trabajos (organilleros, lustrabotas) igualmente presentes en mucha menor
proporción, pudiesen desempeñar otros que, aunque modestos (vendedores
ambulantes de fruta y verdura, zapateros, por poner dos ejemplos en los
que eran muy visibles), eran ciertamente más prestigiosos en términos
relativos. La idea para aquellos emigrantes no era privilegiar el tipo o la
calidad del trabajo o instalarse en una sociedad menos hostil, sino ahorrar

19. L. Favero y G. Tassello, “Cent’anni di emigrazione italiana (1876-1976)”, en G. Rosoli,


Un secolo di emigrazione…, pp. 10-14.
20. A. Molinari, “Porti, trasporti, compagnie”, en P. Bevilacqua, A. De Clementi, E. Franzina
(a cura di), Storia dell’emigrazione italiana, Roma, Donzelli, 2001, vol. 1, pp. 239-249.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 247

lo más posible en el menor tiempo. Así, los testimonios de la época eran


bastante coincidentes en que dos ventajas de Estados Unidos por sobre la
Argentina eran los salarios más altos y el tipo de cambio (cuyas imprevisi-
bles variaciones en el caso de este país eran a menudo aducidas como un
factor negativo). Aunque la Argentina restableció en 1899 un sistema de
caja de conversión que revalorizó su moneda, las ventajas para aquel tipo
de emigrante seguían estando en el norte.
También le cupo un cierto papel al establecimiento de las líneas regulares
de navegación, que eran a la vez un factor de incentivo y una consecuencia
de los cambios regionales de los flujos. Influían no poco en los potenciales
destinos de los emigrantes cuando en ellos existían dudas o posibilidades
alternativas, entre otros modos a través de sus agentes y subagentes dis-
persos en el territorio. En este sentido, el hecho de que desde los puertos
de Nápoles y Palermo (en este último con fuerza desde 1905) las compañías
que en ellos operaban (en su gran mayoría extranjeras, inglesas o alema-
nas) cubriesen predominantemente la ruta hacia Estados Unidos no dejó
de tener influencia en la importancia que adquiría ese lugar de destino.
Con todo, existían excepciones a esa preponderancia del destino nor-
teamericano. Una de ellas la constituye la provincia de Cosenza, donde
antes, durante y después de los 80 el camino argentino fue ampliamente
prevaleciente, y llegó a constituir –por ejemplo, en la segunda mitad de los
años 90– los dos tercios del total de los emigrantes. Esa migración de la
provincia calabresa involucraba tanto las áreas de población calabresa como
aquellas albanesas, producto de las migraciones que habían atravesado el
Adriático en el siglo xviii impulsadas por la monarquía borbónica.21 Incluso
luego de la crisis de 1890, cuando en los dos años subsiguientes muchos se
orientaron hacia Brasil como lugar alternativo a la Argentina, según vimos,
y el sur siguió las pautas generales del conjunto (en especial la Campania
y los Abruzos). Unas pocas excepciones fueron las provincias de Chieti y
sobre todo Cosenza, en particular, y Calabria, en general.22 Sin embargo,
las difíciles condiciones que encontrarían los italianos en Brasil volverían
a reorientar, ya desde los años subsiguientes, los flujos del Mezzogiorno
que iban al sur hacia el país platense.
¿Qué explicaba ese progresivo incremento de la emigración meridional
en el conjunto de la emigración italiana? Muchas razones pueden aducirse:
la lenta acumulación de factores de agravamiento de la situación económica
desde los años 70, el secular crecimiento de la población, acelerado por la
declinación de la mortalidad en las últimas dos décadas del siglo xix que
antecedió en veinte años el declive de la natalidad, la difusión de la infor-

21. M. Bolognari, “Arbëreshe in emigrazione”, Zjarri. Rivista di cultura albanese, 30,


1986, pp. 5-17.
22. Ministero di Agricoltura, Industria e Commercio, Direzione Generale della Statistica,
Statistica dell’emigrazione italiana..., 1891 y 1892.
248 Fernando Devoto

mación por medio de los pioneros emigrados, de los retornados (en espe-
cial de los que ejercitaban oficios ambulantes y volvían periódicamente
al “paese”), de los agentes de emigración que nutridamente crecían en el
Mezzogiorno y de la prensa local. En ese campo, un lugar importante de
intercambio de información eran las ferias y los mercados regionales así
como las procesiones o peregrinajes a los muchos santuarios dispersos en
el territorio y que tanta importancia tenían en las formas de religiosidad
meridional. Estos desplazamientos llevaban al campesino más allá de los
estrechos límites de la propia aldea, a lugares donde se conocía a otras
personas, donde lo religioso se mezclaba con mercados para intercambios
y con las dimensiones festivas, donde las informaciones acerca de lugares
maravillosos más allá del océano se transmitían cara a cara.23
Colocar el acento en los mecanismos de difusión de la información y en
la disponibilidad o no de medios para poder financiar la aventura ultra-
marina es seguramente la pista correcta. Las correlaciones entre situación
económica de las distintas regiones y provincias del Mezzogiorno y flujo
migratorio muestran que no hay ninguna correspondencia entre ellas. Se
emigra de algunas zonas pobres y no de otras. Más aún, de aquellas en
peores condiciones (por ejemplo, en la zona de los “sassi” en Matera) no hay
casi emigración. La relación más convincente es la que se ha establecido
entre tamaño de las propiedades en cada área y emigración. Es muy claro
que se emigra de las zonas donde predomina la pequeña y pequeñísima
propiedad y no el latifundio.24 Ello implica también otra correlación entre
altimetría y emigración. Así ocurría, por ejemplo, en Calabria o en Basi-
licata, donde el movimiento procedía de la zona montañosa o de colina y
no de las “marine”.
Emigraban a América mucho más los pequeños campesinos que los jor-
naleros. La razón ya ha sido señalada; ahí existían los medios para ayudar
a financiar la experiencia porque también en esas zonas estaban más ex-
tendidas las estructuras familiares complejas. Ello no remite sólo a la forma
de la familia (completa o incompleta por falta de algunos de sus miembros)
sino a la cohesión de ella y del grupo parental más amplio en el que estaba
inserta. A mayor cohesión, mayor centralidad en la red de relaciones de la
microsociedad y mayores posibilidades de sostener la experiencia migratoria.
Inversamente, una familia de jornaleros, sin bienes, sin arraigo territorial,
que era, en parte como resultado de ello, en general nuclear, ¿de dónde
podría obtener los recursos para emigrar? En algunos casos –por ejemplo,
las aludidas “marine” de Basilicata– ello sólo era posible cuando aparecía

23. F. Sturino, “Emigración italiana: reconsideración de los eslabones de la cadena mi-


gratoria”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 8, 1988, pp. 5-25.
24. P. Arlacchi, “Perchè si emigrava dalla società contadina e non dal latifondo”, en P.
Borzomati (a cura di), L’Emigrazione calabresa dall’Unità ad oggi, Roma, Centro Studi
Emigrazione, 1982, pp. 157-170; J. Barton, Peasants and Strangers: Italians, Rumanians
and Slovaks in an American City 1890-1950, Cambridge, Harvard University Press, 1974;
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 249

alguien que subsidiaba el pasaje, como ocurrió en algunos años con el go-
bierno de São Paulo o, más tarde, contratistas de mano de obra.25 De este
modo, como ya hemos señalado en otras oportunidades, si la pobreza era
una condición para emigrar, la extrema pobreza era un impedimento.
Confrontando la experiencia de las primeras épocas desde el norte y
desde el sur de la península, emergen algunas diferencias visibles. La emi-
gración meridional es mucho más masculina que la septentrional. En ella
había menor número de familias y mayor porcentaje de hombres adultos
jóvenes que intentaban la experiencia junto con otros paisanos (nos lo
muestran las listas de embarque de las naves) pero no con el resto de su
familia.26 Eso no significa que la decisión fuese necesariamente individual;
por el contrario, para una buena parte, según la edad a la que iniciaban la
experiencia, la resolución había sido tomada en el seno del grupo familiar y
no por el mismo migrante. El jefe de la familia elegía a uno o varios de sus
miembros para que se dirigiesen al exterior y reuniesen allí los recursos
monetarios suficientes para integrar el balance de la economía familiar.
Empero, también de otro modo la estructura de la familia condicionaba la
decisión migratoria. El derecho de primogenitura, que era el fundamento
base para la subsistencia de la familia en el tiempo, al evitar la disgregación
ulterior de la pequeña propiedad que la articulaba en el espacio, obligaba a
menudo a los otros hijos a lanzarse a la aventura migratoria. Así, era bas-
tante común entre los que establecían una nueva familia que la emigración
tuviese lugar inmediatamente luego de celebrado el matrimonio.
La decisión de emigrar aparece a priori, como señalamos, como parte
de una vocación temporaria en personas orientadas a obtener el máximo
ahorro posible en el menor tiempo y luego retornar. Ello es así incluso en
aquellos que decidían por su propia cuenta emigrar, aquellos hombres
casados que dejaban atrás una familia con niños pequeños. Los pueblos
del sur veían aparecer así un personaje muy común, las llamadas “viudas
blancas”, es decir, la mujer casada que esperaba, a veces por varios años,
el retorno del marido. Esa espera prolongada estaba ligada, en ocasiones, a
la capacidad de ahorro del inmigrado en América, donde el costo de vida era
más alto, lo que lo obligaba a permanecer solo allí dejando a su familia en el
país de origen para poder hacer una diferencia significativa.27 En cualquier
caso, una muestra de que la expectativa de retorno era alta está dada, por
ejemplo, por el hecho de que la vía de financiación de la migración, cuando
era afrontada por el mismo migrante o su familia, era más a través de un

J. Briggs, An Italian Passage. Immigrants to three American Cities (1890-1930), New


Haven-Londres, Yale University Press, 1978.
25. E. Azimoti, en Inchiesta Parlamentare sulle Condizioni dei Contadini nelle Provincie
Meridionali e nella Sicilia, Basilicata e Calabria, Roma, Tip. G. Bertero, 1909, vol. v, t.
i, p. 9.

26. Buenos Aires, Dirección de Migraciones, Partes Consulares, 1910.


27. “Note ed Appendici”, Inchiesta Parlamentare..., Basilicata e Calabria, Roma, Tip. G.
Bertero, 1910, vol. v, t. iii bis, p. 129.
250 Fernando Devoto

préstamo sobre su pequeñísima propiedad que mediante la venta de ésta.


Es claro que una migración así orientada encontraba mejores condiciones
en Estados Unidos que en cualquier otra parte.
Los recursos obtenidos por los migrantes meridionales duramente en
el exterior eran utilizados de varios modos. Uno de ellos era pagar deudas
viejas y nuevas (la usura era una de las cosas más recurrentemente cita-
das como causa de la necesidad de emigrar) y, si los ahorros alcanzaban,
comprar alguna pequeña fracción de tierra adicional, algunas vacas, o re-
faccionar o construir una nueva casa en el paese. Casas de los americanos
en las cuales a veces más que mejorar las condiciones interiores se invertía
en agrandarlas y más aún en la ostentación exterior.28 La experiencia del
retorno solía ser agradable para algunos que, trayendo un buen capital,
compraban cédulas públicas y vivían como “burgueses rentistas”, según
algunas fuentes, pero no para otros (la mayoría probablemente). Comprar
pequeñas fracciones de tierra, cultivarla con los mismos arcaicos métodos,
estar sometido a los mismos circuitos de comercialización, llevaba pronto
al punto de partida y a una nueva decisión de emigrar. Era así bastante
común encontrar en el Mezzogiorno muchos emigrantes que habían hecho
la experiencia dos, tres y en ocasiones más veces.
Por lo demás, las condiciones de vida en el paese parecían ahora into-
lerables para muchos de los retornados, sin importar cuán dura hubiese
sido la experiencia en el exterior. La insoportable suciedad era referida por
alguno, la ausencia de escuelas dignas donde mandar a sus hijos era se-
ñalada por otros. Sin embargo, y más allá de esos ciclos de ida y vuelta, es
bueno recordar que, cualquiera haya sido el móvil inicial, muchos decidieron
quedarse en el nuevo país donde hicieron una nueva familia o se reunieron
con la antigua que había quedado en Italia y que, si más o menos la mitad
retornó, la otra decidió permanecer. Lo reflejan asimismo los datos censales
italianos que muestran una disminución neta de la población en muchas
comunas del sur ya desde fines del siglo xix y con más fuerza desde princi-
pios del xx. Entre 1901 y 1911, la reducción de la población afectó a 52,5%
de todas las comunas del Mezzogiorno continental (en especial de las zo-
nas de colina y montaña), porcentaje bien por encima de la media italiana
del período.29
Otra característica de la emigración meridional era que estaba mucho
más orientada hacia las áreas urbanas que hacia las rurales. Los veremos
mucho más en Buenos Aires que en la pampa gringa, en la ciudad de São
Paulo que en la fazenda paulista. Esto puede relacionarse con lo primero:
una emigración masculina con elevada expectativa de retorno iba a encontrar
más operativo aprovechar las oportunidades que había en las ciudades,

28. Inchiesta Parlamentare…, vol. v, t. iii bis, p. 57.


29. A. Birindelli, G. Cesano y A. Sonnino, “Lo spopolamento in Italia nel quadro dell’evoluzione
migratoria e demografica (1871-971)”, en G. Rosoli, Un secolo..., pp. 193-195.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 251

en especial para tareas adventicias, que invertir en proyectos más com-


plicados como los que implicaba explotar como colono o arrendatario una
porción de tierra. Sin embargo, como observamos, no ocurrió finalmente
así, al menos en la mitad de los casos. En la Argentina, esa vocación más
temporal del componente meridional puede relacionarse con el crecimiento
de la tasa de retorno desde la década de 1890. Sin embargo, no debemos ir
demasiado lejos en este terreno. No todos los que procedían del sur tenían
una vocación temporaria ni los del norte una permanente. Como más ade-
lante veremos, también de regiones como el Piamonte la Argentina atraía a
trabajadores adventicios que se trasladaban para hacer la recolección de
las cosechas en la pampa gringa (los llamados “golondrinas”) y retornaban
tras una experiencia más o menos breve en el nuevo país.
Algunos estudios puntuales para ciertas comunas, como Agnone, sugie-
ren que el perfil de la emigración meridional a este país era relativamente
diferente del de la que se dirigía a Estados Unidos. La Argentina atraía
comparativamente más familias y más personas del área urbana y más
artesanos (o individuos con ocupación declarada) que los que iban desde
el mismo lugar, en el mismo momento, hacia el norte. Los datos sobre las
partidas entre 1881 y 1894 muestran que 45% de los emigrantes de Agnone
a la Argentina eran mujeres, contra 22% en el caso de Estados Unidos.
Asimismo, 43% de todos los varones que se dirigían al país platense eran
o artesanos o pertenecientes a la pequeña burguesía urbana, mientras
que 88% de toda la emigración hacia Estados Unidos estaba constitui-
da por trabajadores de la tierra en sus varios tipos.30 Lo mismo, aunque
más atenuado, ocurre en el caso de la emigración de una comuna de la
provincia de Salerno, San Gregorio Magno. También desde allí emigran
personas con oficio (zapateros, carpinteros, barberos, sastres y albañiles)
e incluso algunos pocos profesionales y propietarios que podrían incluirse
en el grupo de pudientes.31 El caso de Agnone, y en menor medida el de
San Gregorio Magno, no parecen haber sido únicos en este plano y, al
menos para la mayor emigración de familias entre los que se dirigían a la
Argentina, otros testimonios señalan el mismo hecho para las provincias
de L’Aquila, Chieti y Teramo.32
Con el arribo del siglo xx la emigración del Mezzogiorno se hizo general,
e incluyó en un lugar preponderante también a la siciliana y a la pugliese.
Varias regiones del sur alcanzaban cotas emigratorias anuales sin paran-

30. R. Gandolfo, “Dall’Alto Molise al centro di Buenos Aires: le donne agnonesi e la pri-
ma migrazione transatlantica (1870-1900)”, Annali. Istituto Alcide Cervi, 12, 1990, pp.
325-52.
31. M.C. Cacopardo, “Emigrantes hacia la Argentina desde una pequeña comuna meri-
dional italiana”, en M.C. Cacopardo y J.L. Moreno, La familia italiana y meridional en la
emigración a la Argentina, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 1994, pp. 73-98.
32. C. Jarach, “Relazione”, en Inchiesta Parlamentare sulle Condizioni dei Contadini...,
Abruzzi e Molise, Roma. Tip. Bertero, 1909, vol. ii, t. i, p. 243.
252 Fernando Devoto

gón, en Italia y en Europa, si se las compara con la población existente en


ellas. Calabria llegaba a una tasa de 37 emigrantes por mil anual, Abruzos
y Basilicata a 34, y Sicilia a 26 por mil entre 1901 y 1913, mientras que
la media italiana era para el mismo período de veinte por mil.33 El caso
siciliano es particularmente interesante por varios motivos. Su retraso en
sumarse con fuerza al movimiento migratorio transatlántico y la magnitud
que alcanzaría parece deberse a una suma de factores. En primer lugar, al
retraso con el que empezó en la isla la transición demográfica (el descenso de
la mortalidad que antecede al descenso de la natalidad) y la larga duración
de ésta que provocó una acumulación de presiones que incrementaba el
número de habitantes. En segundo lugar, las dificultades de la economía
de exportación, y en tercero, el fracaso de los movimientos sociales, cono-
cidos como los “fasci siciliani” en la década de 1890, que parecen haberse
orientado a la emigración como respuesta alternativa al enfrentamiento
social en el lugar de origen.34
Aunque la emigración permitió una inyección de recursos en la isla que
mejoró relativamente las condiciones económicas, el movimiento emigratorio
no disminuyó sino que siguió aumentando. Esa situación no era privativa
de Sicilia sino del conjunto de la emigración del Mezzogiorno en los diez
años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Esa masiva emigración se
producía en un contexto general de mejora de las condiciones económicas,
como resultado de las remesas de los emigrantes, de los ahorros de los re-
tornados en los veinticinco años precedentes y de un sostenido crecimiento
de los salarios en los lugares de origen como consecuencia de la misma
emigración. Ésta, al disminuir la presión de la oferta de mano de obra,
antes ilimitada, obligaba a los propietarios a mejorar las condiciones de los
salarios. Aunque (por ejemplo, en Sicilia) algunos optaban por abandonar el
cultivo de las tierras marginales para no hacerlo, la mayoría se veía forzada
a ofrecer mejores condiciones a los trabajadores agrícolas. Esto incluía desde
el salario monetario hasta la alimentación diaria que se ofrecía so pena de
que el trabajador, ahora menos dócil, se negase a continuar trabajando al
día siguiente. Lo mismo ocurría con los arrendamientos o los con-tratos
de colonato que debían incluir cláusulas más favorables a los cultivadores.
Asimismo obligaba a introducir innovaciones tecnológicas que ayudasen
a disminuir el empleo de mano de obra y aumentasen la productividad
del suelo. En zonas fértiles de la Campania, por ejemplo, comenzaron a
difundirse nuevos arados, trilladoras y fertilizantes.35 Algunas de esas
mejores no eran producidas necesariamente por los grandes propieta-
rios sino más aún por los pequeños, presionados más por el alza de salarios
agrícolas. Así, por ejemplo en Campobasso, éstos comenzaron a introducir

33. D. Baines, Emigration from Europe, 1815-1930, Londres, Macmillan, 1991 p. 32.
34. E. Sori, op. cit., pp. 221-222.
35. O. Bordiga, “Relazione”, en Inchiesta Parlamentare..., Campania, Roma, Tip. Bertero,
1909, vol. iv, pp. 257 y xxx
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 253

distintos tipos de mejoras asesorados por consorcios agrarios, como incluir


leguminosas en la rotación de los cultivos o extender la cría de animales o
incluso promover algunas formas de cooperación agraria.36
La explicación de todo ello está, ya lo señalamos, en la lenta difusión de
las noticias acerca de las oportunidades existentes que brindaban el ejem-
plo de los retornados exitosos, los numerosísimos agentes de emigración
que actuaban por cuenta de compañías de navegación o de contratistas
de mano de obra extranjera y, sobre todo, los amigos y parientes. Améri-
ca se convertía en parte del imaginario cotidiano de las personas. Como
respondió un niño calabrés de doce o trece años a la pregunta: “Che vuoi
fare? – Aspetto di farmi grande per andare in America”.37
Por lo demás, ¿quién no tenía un familiar o un conocido allá? Millones
de cartas atravesaban el océano y aunque no siempre eran confiables en
cuanto a la información que transmitían, no dejaban de ser un instrumento
que acercaba espacios lejanos y los convertía en parte de la experiencia de
todos los días. No faltó el caso de migrantes entrevistados en la Basilicata
por la Giunta Parlamentare della Commisione di Inchiesta sulla Condizione
dei Contadini, en 1907, que sostuvieron que consideraban que ir a Florencia
o Milán era un viaje más importante que trasladarse a América.38 Ello era
el resultado de las mejoras en los sistemas de navegación, que en especial
luego de la difusión del motor diésel permitieron naves más grandes, más
confortables (al haber más espacio disponible antes destinado al carbón) y
que además cumplían el trayecto en menor tiempo. Era el resultado, también
y sobre todo, de que América resultaba un lugar más familiar, cotidiano,
con todos los que allí se hallaban y los que habían retornado luego de uno
o varios viajes transatlánticos. Por lo demás ahora existía otra vía para
financiar la aventura americana. Era el dinero que familiares, parientes y
paisanos brindaban para pagar el pasaje. En el caso de Estados Unidos, la
Comisión de Inmigración calculó, en 1907, que 85% de los migrantes que
llegaban lo hacían con pasajes prepagados por otros migrantes preceden-
tes.39 En el caso argentino, Juan Alsina, director de Migraciones, calculaba
que de los 52 mil inmigrantes de todas las nacionalidades entrados en
1893, 20 mil habían llegado a través de los llamados “billetes de llamada”
pagados y enviados desde la Argentina.40 Esa cifra debería considerarse
como un piso, no como un techo.

36. C. Jarach, op. cit., vol. ii, p. 156.


37. “Relazione della Commissione”, en Inchiesta Parlamentare..., Basilicata e Calabria,
vol. v, t. iii, p. 57.
38. A. Cefaly, F. Nitti y G. Raineri“Relazione della Sotto Giunta parlamentare”, en Inchiesta
Parlamentare..., Basilicata e Calabria, vol. v, t. iii, p. 87.
39. usa, Annual Report of Commissioner General for Immigration, Washington, gpo, 1908,
p. 60.
40. J. Alsina, Memoria del Departamento General de Inmigración correspondiente al año
1893, Buenos Aires, 1894.
254 Fernando Devoto

Así, a ese aluvión migratorio del sur se sumaban nuevos grupos sociales
que antes estaban excluidos de la posibilidad de emigrar por la ausencia de
recursos. Empero, también se agregaban otros grupos en mejores condi-
ciones: Epicarmo Corbino, que describe el fenómeno, los llama “modestos
burgueses” que ahora veían amenazada su propia posición social por varias
razones. Primero, el aumento de los salarios disminuía sus beneficios pero,
más importante aún, la migración había producido cambios en el nivel de
vida y en los hábitos de consumo (y éstos eran centrales para sostener las
diferencias entre esa pequeña burguesía y los simples campesinos). La
necesidad de más recursos para mantener la distancia social frente a los
retornados impulsaba a muchos de ellos a intentar también la aventura
emigratoria.41
Estados Unidos fue, se dijo ya, el destino principal de ese aluvión mi-
gratorio de principios del siglo xx. La Argentina fue el segundo destino,
con una especialización provincial marcada. A las tradicionales zonas de
Calabria se sumaban ahora algunas provincias sicilianas, de la zona su-
doriental de la isla. Si del área de Palermo y Trápani más de 90% de los
emigrantes se dirigía hacia Estados Unidos en los diez años precedentes a
la Primera Guerra Mundial, de Catania 40% se orientaba a la Argentina y
50% al país del norte, mientras que de las vecinas Siracusa y Caltanissetta
25% iba hacia la Argentina y 65% a Estados Unidos. El caso de Catania
es quizá el más emblemático por tratarse de una zona con características
socioeconómicas bastante diferenciadas del resto de la isla (por ejemplo,
en ella estaba mucho más extendida la pequeña propiedad). Esa presencia
de una relativamente consistente emigración a la Argentina de ciertas pro-
vincias y no de otras se repite en el caso de Puglia. Aquí será la provincia
de Bari la única que dará contingentes de significación (algo superiores al
20% de la emigración total) hacia la Argentina.42
El recurso a la emigración por parte de los habitantes del sur fue la única
posibilidad de tratar de mejorar su condición social. Muchos cambios se
produjeron como consecuencia de ella: desde las costumbres alimentarias
a los hábitos sociales, desde la moral sexual hasta el nuevo papel de las
mujeres que debían desempeñar muchas tareas que antes realizaban los
hombres ahora ausentes, desde las formas de producción agraria en ciertas
zonas rurales (la aludida modernización tecnológica) hasta la disciplina
social (América desacostumbraba a admitir la secular preponderancia y
arbitrariedad de los señores), desde el vocabulario hasta la vestimenta. En
este último aspecto, en algunas zonas iban desapareciendo las antiguas
usanzas campesinas (como los pantalones cortos, las medias de lana has-
ta la rodilla y los “zampitti” o “cioce” de cuero o lana atados en la pierna)

41. E. Corbino, L’emigrazione in Augusta, Catania, Vincenzo Muglia, 1914, pp. 17-18.
42. M. Nascimbene, Italianos hacia América (1876-1978), Buenos Aires, Museo Roca,
1993, Apéndice.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 255

e iban apareciendo nuevos objetos a los que los retornados atribuían un


gran valor simbólico para representar su ascenso social, como los zapatos,
los tiradores, el reloj u otras cosas. El joven ’Ntoni, personaje de la célebre
novela de Giovanni Verga, queda admirado de los pañuelos de seda que
tienen unos emigrados de retorno, los que junto con otros objetos le mues-
tran una inesperada opulencia y lo deciden a emigrar.43
También mejoraban los niveles de alfabetización, ya que los emigrantes
comenzaron a insistir, tanto desde las cartas que enviaban desde el exte-
rior como luego de retornar, en la importancia de ésta. Era lo que habían
podido comprobar dolorosamente en su estadía en el exterior (por supuesto,
influía también el Literacy Test que el gobierno estadounidense impuso
desde 1917 para todo aquel que quisiera ingresar al país).
Ciertamente no todas fueron ventajas. La ausencia de los hombres
obligó a las mujeres a ocupar las duras tareas en los campos, incluso
en época de embarazo (con efectos negativos sobre la natalidad) y según
algunos testimonios las mujeres volvían a trabajar no más allá del octavo
día posterior al parto.44 También se incrementó el trabajo de los menores
y aun de ancianos en tareas antes reservadas a los adultos, y crecieron
algunas enfermedades traídas por los migrantes al retornar, por ejemplo
la sífilis, resultado de la misma experiencia migratoria. Pesadas fueron
también las consecuencias sobre el funcionamiento familiar, relaciones
entre cónyuges y entre padres e hijos, derivadas de la larga permanencia
de los hombres en el exterior aun si la estructura de la parentela saliese
reforzada y no disgregada de la experiencia migratoria como resultado de
las nuevas funciones de complementariedad que ésta imponía.45 Una cosa
son los roles en los vínculos y otra muy distinta los costos psicológicos o
afectivos. Asimismo, la población sufrió un envejecimiento marcado. En
Calabria, la población mayor a sesenta y cinco años, que era de 3,7%, en
1861 se había elevado a 7% en 1911.46
En conjunto, sin embargo, los efectos fueron positivos en muchos as-
pectos. En Calabria, por ejemplo, la edad media de la población aumentó
significativamente. Los mejoramientos en la higiene (personal y de los
lugares de habitación) y sobre todo en la alimentación ayudan a expli-
carlo. Los residentes estaban comiendo más y mejor como resultado del
aumento de los ingresos globales de las clases populares, vía remesas y vía
aumento de salarios, y como producto de los cambios en la alimentación

43. G. Verga, I Malavoglia, Milán, Mondadori, 1972, pp. 235-240.


44. O. Bordiga, op. cit., p. 259.
45. F. Piselli, Parentela ed emigrazione. Mutamenti e continuità in una comunità calabrese,
Turín, Einaudi, 1982.
46. F. Balletta, “Emigrazione e struttura demografica in Calabria nei primi cinquanta
anni di unità nazionale”, en P. Borzomati (a cura di), L’emigrazione calabrese dall’Unità
ad oggi, Roma, Centro Studi Emigrazione, 1982, p. 15.
256 Fernando Devoto

que producía la experiencia migratoria. Antes de ella nos encontramos con


una alimentación muy poco nutritiva centrada en el pan, en general duro
o seco, de baja calidad, en la que entraban en distintas combinaciones,
según la zona y según la pobreza, las castañas, el maíz (para muchos usos,
del pan a un tipo de focaccia llamada curiosamente “pizza” y en algunas
zonas también para la polenta), el centeno, la cebada pero también el mijo
y el sorgo. Al pan se le agregaba la minestra (en la que se usaban distin-
tas hierbas), legumbres y frutas (higos, peras, cerezas, que a veces hasta
sustituían cotidianamente al pan y la minestra), aceitunas y castañas.
La carne y sus derivados, como es sabido, aparecían muy raramente, en
especial en algunas fiestas. Aunque pueda ser un caso extremo, un cam-
pesino siciliano respondió a los encuestadores: “Ho 34 anni, e non so che
sapore abbia la carne”.47 También ocasional era el consumo de pescado (en
general seco, anchoas y sardinas para dar algo de sabor a las comidas) y
de lácteos y derivados (salvo en el caso de los pastores, para quienes era
la base de su alimentación). En algunas zonas de Campania y Sicilia se
consumía también desde el siglo xix la papa, que había venido a reforzar
la pobre alimentación campesina.
Con los efectos de la emigración, la alimentación aumentó en cantidad
y en variedad ya que se hizo más extenso el uso del “companatico” de sa-
lames y quesos (no sólo fruta) y de otros complementos, como el pesca-do
salado, el vino en lugar de “vinello” o “vinaccia”, y sobre todo el trigo. Éste
era consumido en forma de pan blanco, verdadero emblema y símbolo de
la mejora nutritiva de la vida campesina que casi por doquier reempla-
zaba al negro o al de maíz y de la pasta, antes reservada a los sectores
más acomodados. Asimismo, el consumo más general del maíz tendía a
disminuir paralelamente al mejoramiento del nivel de vida producido por
la emigración. A ello se agregaban nuevos consumos antes ignorados en el
seno del mundo campesino (café, té, cerveza) o lejanos de su experiencia
como la carne (antes alimento exclusivo de los grupos altos) a la que se
habían ahora habituado a incluir en su cotidianidad como resultado de
la experiencia en América.48 También cambiaban ahora las actitudes, y el
consumo de ciertos alimentos devenía un modo de representar el avance
social conseguido con la emigración.49 El delegado técnico de la Inchiesta
sobre Abruzzi y Molise recuperaba la anécdota (que consideraba exagerada)
de que en un pequeño pueblo del Molise (Casacalenda), los días en que al
mercado llegaba el pescado fresco, mientras los locales dudaban mucho en

47. G. Lorenzoni, “Relazione”, en Inchiesta Parlamentare..., Sicilia, Roma, Tip. Bertero,


1910, vol. vi, t. i, p. 381.
48. P. Bevilacqua, “Emigrazione transoceanica e mutamenti dell’alimentazione contadina
calabrese fra otto e novecento”, en P. Borzomati (a cura di), L’emigrazione calabrese...,
pp. 65-80.
49. V. Teti, “Emigrazione, alimentazione, culture popolari”, en P. Bevilacqua, A. De Cle-
menti, E. Franzina (a cura di), Storia dell’emigrazione..., pp. 575-597.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 257

comprar según el costo, las mujeres de los americanos adquirían toda la


mercadería nueva a cualquier precio.50 No debe, sin embargo, pensarse que
esos cambios afectaban a todos. Con los límites que presentan los textos
literarios, puede recordarse la escena retratada por Elio Vittorini, en una
novela con fuertes rasgos autobiográficos de fines de la década de 1930.
En la nave que cruza el estrecho de Messina, el narrador que retorna a la
isla come pan y queso y uno de los tantos jornaleros que hacen con él la
travesía lo considera necesariamente un americano. Él tiene en su bolsa
sólo naranjas que come, con rabia y desesperanza, una tras otra.51
En cualquier caso, es difícil responder si todo ese proceso, que introdujo
indudables niveles de cambio en el Mezzogiorno, en tantos planos, fue la vía
meridional a la “modernización”. Para muchos estudiosos la masiva inyección
de recursos provenientes del exterior posibilitó que el sistema se reprodujese
con cambios más exteriores que sustanciales. Lo que resulta indudable es
que, aunque la misma sociedad en su conjunto no se hubiese transforma-
do, los migrantes considerados en su individualidad sí lo hicieron. América
significó, a costa de duras condiciones de vida y de un trabajo enorme, un
camino de progreso. Los inmigrantes volvían en la mirada de un burgués
meridional de principios de siglo “più istruiti e più civili”52 y, agregaba, menos
pobres. No todos, desde luego. En un fenómeno como la inmigración siempre
hay innumerables itinerarios diferentes. Empero, como dijo un emigrante
de San Giovanni in Fiore (Calabria) retornado de la Argentina (y arrepentido
de haberlo hecho): “Quando tornai qui mi inginocchiai per ringraziare chi ha
scoperto l’America”, o como agregaba otro: los emigrantes deberían llevar el
retrato de Cristóbal Colón como se lleva el de Jesucristo.53
Muchos migrantes meridionales retornaron y modificaron, al menos en
parte, la sociedad de la que habían partido. Otros tantos permanecieron
en los nuevos destinos, entre ellos la Argentina, y aquí contribuirían tam-
bién a transformarla y a transformarse.

La renovada expansión de la pampa gringa y sus límites

El sector rural fue el primero que se recuperó luego de la crisis de 1890.


El movimiento de creación de colonias continuó a un ritmo casi semejante
en las provincias de antigua colonización como Santa Fe y creció acele-
radamente en otras más recientes como Córdoba. En la primera hubo
105 nuevas fundaciones entre 1891 y 1895 (contra 119 en el quinquenio
precedente) y en la segunda, de las colonias que existían en 1908, 46

50. C. Jarach, op. cit., p. 159.


51. E. Vittorini, Convesazioni in Sicilia, Turín, Einaudi, 1966, pp. 12-18.
52. G. Lorenzoni, op. cit., p. 326.
53. A. Cefaly, F. Nitti y G. Raineri, op. cit., pp. 98-99.
258 Fernando Devoto

habían sido fundadas entre 1886 y 1890, y 80 en el quinquenio sucesivo.


Se expandía así la frontera agropecuaria y, asimismo, se producía una re-
conversión hacia la agricultura de tierras dedicadas antes a la ganadería.
Un ejemplo temprano de ello ocurría en el sur de Santa Fe, donde tierras
de grandes latifundios ganaderos antes dedicados a la cría del lanar eran
ahora reorientadas a través del arrendamiento hacia la producción del
maíz, dado el crecimiento de los precios internacionales y el menor nivel
de inversión inicial que requería.
Esa renovada expansión tenía que ver con el hecho de que la tierra bajó
de precio pasada la fiebre especulativa de fines de la década del 80 y en
cambio los precios agropecuarios internacionales se mantuvieron elevados.
En términos comparados, el precio del cereal en pesos en el quinquenio 1890
y 1894 subió mucho más que el de la tierra y que el de los arrendamientos.54
Ello se refleja asimismo, por ejemplo, en el crecimiento del área sembrada
que para el trigo se había casi duplicado entre 1890 y 1895 (2.300.000
hectáreas contra 1.200.000). Desde luego que ello también reposaba en
la depreciación del peso papel en relación con el oro, que continuó hasta
1894 y que significaba una transferencia de recursos hacia el sector agro-
pecuario y los exportadores. La depreciación del peso disminuía los costos
internos de los arrendatarios, por ejemplo, los salarios que pagaban para
la recolección de la cosecha.
Sin embargo, si ello beneficiaba a los productores (aunque la parte del
león se la llevaban las grandes casas comercializadoras), se refería a los
costos y al poder adquisitivo de las ganancias en la Argentina. En cambio,
desde la perspectiva de las remesas, la nueva situación empeoraba para los
inmigrantes italianos. Lo que podían enviar a Italia representaba mucho
menos en poder de compra en el país de origen en el que había quedado
parte de la familia o al que pensaban volver. Esa situación podía orientar
ulteriormente a los migrantes a permanecer en el nuevo país. Asimismo,
aunque beneficiase a los productores, la depreciación del peso perjudi-
caba a aquellos que trabajaban como peones asalariados. Por otra parte,
desde 1891 en la provincia de Santa Fe y más tarde en otras, el gobierno
provincial introdujo un impuesto a los cereales que desataría muchas pro-
testas de los productores. Aunque los italianos tuvieron poca participación
en las revueltas de los colonos de 1893, no por ello dejaron de sufrir las
represalias del gobierno provincial, que fueron bastante encarnizadas a
fines de ese año.55 La pampa gringa seguía siendo un lugar muy inseguro
y las arbitrariedades del Estado y de los funcionarios locales (juez de paz
y comisario) seguían a la orden del día.
El censo nacional de 1895 brinda un panorama de conjunto de la

54. R. Cortés Conde, El progreso argentino, Buenos Aires, Sudamericana, 1979, p. 125.
55. E. Gallo, Colonos en armas. Las revoluciones radicales en la provincia de Santa Fe
(1893), Buenos Aires, Editorial del Instituto Di Tella, 1977.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 259

situación en las provincias agrícolas. Refleja el largo proceso de más


de dos décadas que hemos descripto y en el que nace y se consolida la
“pampa gringa”. En la provincia de Santa Fe, 51% de los establecimien-
tos agropecuarios era explotado directamente por sus dueños y en la
de Córdoba (donde aún había mucha tierra sin ocupar) ese porcentaje
trepaba hasta 75%.56
La nueva fase abierta luego de 1895 sería desde el punto de vista de
los inmigrantes menos exitosa que la precedente. Comenzó mal en la
provincia de Santa Fe con una serie de malas cosechas producto de la
combinación de lluvias excesivas, heladas e invasiones de langostas (una
devastadora ocurrió en 1896) en distintos períodos de los años agríco-
las. El problema iba, sin embargo, más allá de la coyuntura por muchas
razones. Entre ellas pueden señalarse el crecimiento del arrendamiento
a expensas de la pequeña propiedad o de la mediería, el aumento de los
cánones de éstas por la presión de la demanda inmigrante y más aún por
la difusión de los intermediarios que arrendaban para luego subarrendar
introduciendo otro eslabón artificial que extraía ganancias del proceso (y
algunas fuentes hablan de hasta dos o tres intermediarios que subarren-
daban sucesivamente), la revalorización lenta del peso desde 1894-1895,
la estabilización o la caída relativa de los precios internacionales, en lo que
a veces influía el mismo volumen creciente de la producción argentina (por
ejemplo, el maíz, del que la Argentina era el mayor productor mundial).
La producción, en cualquier caso, seguía creciendo junto con el área
sembrada, que para los cereales y el lino pasaba entre 1900 y 1913 de
4,7 millones de hectáreas a 14,1 millones. Contribuía a ello la continua
reconversión de tierras de la ganadería a la agricultura, en especial en
la provincia de Buenos Aires. Con el nuevo siglo las necesidades de los
sectores ganaderos de engordar el ganado de exportación los orientaban a
cultivar una parte de la propiedad a través de una división en lotes dados a
arrendatarios inmigrantes con el compromiso de que al finalizar el contrato
(en general trienal) debían dejar los campos sembrados de alfalfa. Así, por
medio de ese proceso o por el desplazamiento del lanar hacia el sur o por
los avances en la explotación del vacuno, nuevas tierras pasaban al sector
agrícola en arrendamiento. En la nueva fase de expansión la provincia de
Buenos Aires ocuparía ahora el primer lugar por esas transformaciones,
seguida por la de Córdoba, donde lo que influía era, sobre todo, la expansión
de la frontera agrícola. Sin embargo, en la nueva situación, a diferencia de
la precedente, el valor de la tierra y el costo de los arrendamientos aumen-
taban más rápido que el precio de los cereales. De ese modo, entre 1903 y
1912 la tierra aumentó más de cuatro veces su valor (de un índice 100 a

56. R. Cortés Conde, “Patrones de asentamiento y explotación agropecuaria en los nuevos


territorios argentinos (1890-1910)”, en M. Giménez Zapiola (comp.), El régimen oligárquico,
Buenos Aires, Amorrortu, 1975, pp. 152-153.
260 Fernando Devoto

otro de 433) mientras que los cereales medidos en pesos moneda nacional
crecieron sólo 28% (de un índice 100 a otro de 128).57
Lo que estaba cambiando era, en primer lugar, la relación entre arren-
damiento (o mediería) y pequeña propiedad. Tomando los datos de 1914
se observa que, a diferencia de 1895, ahora 70% de los establecimientos
en la provincia de Buenos Aires, 64% en Santa Fe y 71% en Córdoba eran
trabajados por personas que no eran sus propietarios. Ese dominio abso-
luto como forma de explotación del arrendamiento y la mediería generaba
a su vez cambios en la proporción en que se distribuían los beneficios
entre propietarios, intermediarios y productores. Asimismo, a la hora de
las cuentas había que sumar a las compañías ferroviarias con sus tarifas
(objeto de permanente queja por parte de los voceros de los intereses de
los italianos) y la voracidad fiscal de los municipios y los gobiernos provin-
ciales que habían descubierto que poner distintos tipos de impuestos a la
agricultura cerealera era la mejor fuente de recursos del erario público.58
Por otra parte, en especial las compañías de tierras intermediarias –más
duras porque también eran más eficientes que los antiguos propietarios–,
parecen haber puesto condiciones más gravosas aún para los colonos, como
las que los obligaban a comprarles desde las bolsas en las que colocar lo
cosechado hasta alquilarles la maquinaria agrícola.59 Estas compañías,
junto con los otros intermediarios que eran los almaceneros –los únicos
que daban crédito en condiciones generalmente usurarias a los arrenda-
tarios puesto que los bancos no querían arriesgarse con ellos–, constituían
dos importantes fuentes de extracción de recursos de las ganancias de
los colonos. Además, la casi total ausencia entre los productores tanto de
cooperativas como de elevadores de granos donde almacenar la producción,
que podían haber sido construidos por las cooperativas de haber existido o
por el mismo Estado, hacían aun más vulnerable la posición de aquéllos.
Todo ello se enmarcaba en el contexto del carácter altamente especulativo
del proceso, de la demanda de tierras y del lento aproximarse del fin de la
frontera natural agropecuaria, con lo que la oferta iba creciendo cada vez
más lentamente.
Ese cuadro general más negativo no debe, sin embargo, oscurecer que
las situaciones regionales y locales tenían gran variabilidad. En Córdoba,
la fase abierta luego de 1895 fue más contradictoria ya que en 1896 se
sancionó una ley de protección de las colonias agrícolas que complemen-
taba las disposiciones anteriores y que, aunque incumplida en buena
parte, posibilitó la creación de nuevas colonias, en las que se mezclaban

57. R. Cortés Conde, “Patrones de asentamiento…”, p. 172.


58. J. Scobie, Revolución en las pampas. Historia social del trigo argentino, Buenos Aires,
Solar-Hachette, 1968, pp. 196-197.
59. C. Solberg, “Descontento rural y política agraria en Argentina, 1912-1930”, en M. Gi-
ménez Zapiola (comp.), El régimen oligarquico, Buenos Aires, Amorrortu, 1975, p. 249.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 261

pequeños propietarios (la mitad de los lotes debían venderse a colonos),


arrendatarios y medieros. La legislación impulsó la creación de pueblos y
también posibilitó hasta cierto punto el arraigo y el acceso a la propiedad de
los inmigrantes. En 1906 existían 340 colonias y 190 campos colonizados
en toda la provincia.60
Dado el carácter especulativo del proceso, ello influía mucho en la reduc-
ción del tamaño de los lotes concedidos y en el valor de los arrendamientos,
tema de crucial importancia para las posibilidades de prosperar de los
inmigrantes. Así, por ejemplo, si mientras el canon en algunas zonas del
sur de Santa Fe podía trepar hasta 35% del total de la cosecha, en otras
áreas del límite sudoccidental de la provincia (entre Chañar Ladeado y San
José de la Esquina) en el mismo momento podían obtenerse parcelas más
grandes y arrendarlas pagando un canon de 25-28% anual.61 Yendo más
hacia el oeste (por ejemplo, la colonia Alejandro en las proximidades de La
Carlota en Córdoba), hacia 1905 todavía podían realizarse contratos con un
canon variable entre 8 y 15% anual. Algo parecido ocurría en el sudeste de
la provincia de Buenos Aires, por ejemplo en la zona de Necochea, donde
para la misma época podían obtenerse contratos con un canon de entre 11
y 16% anual. Por otra parte, también en las nuevas zonas los salarios que
se pagaban eran más altos y ello impulsaba un desplazamiento adicional
de jornaleros hacia las nuevas tierras.62
Todo ello explica por qué el proceso estaba signado por un movimiento
permanente de las familias de colonos hacia el oeste, paralelo a la expansión
de las vías férreas, en busca de arrendar tierras en mejores condiciones
contractuales. El movimiento se extendería así cada vez más profunda-
mente en la provincia de Córdoba (donde los piamonteses tendrían un
lugar relevante), en zonas del sudoeste de la provincia de Buenos Aires,
hasta penetrar en el Territorio Nacional de La Pampa. Sin embargo, ese
movimiento iba también acompañado sucesivamente por un alza en los
costos del arrendamiento (en la zona de Villegas, por ejemplo, se pagaba
un canon de 25% ya en 1909) que hacía decisivo el momento en que se
arribase al fin de la frontera natural agropecuaria.
En muchos casos ese movimiento era impulsado por agentes de propie-
tarios de tierras en las zonas de frontera (o por avisos en los diarios) que
atraían a los colonos de las zonas antiguas con promesas de arriendos más
bajos o incluso con la posibilidad de que se convirtieran en propietarios.63
Y efectivamente, aunque en muchos casos la mudanza implicaba desilu-

60. A. Arcondo, En el reino de Ceres..., pp. 59-70.


61. C. Frid de Silberstein, “Inmigración de las Marcas y agricultura en la provincia de Santa
Fe (1900-1930)”, en E. Sori (a cura di), Le Marche fuori delle Marche..., pp. 742-774.
62. R. Cortés Conde, “Patrones de asentamiento...”, p. 154.
63. U. Tomezzoli, “L’Argentina e l’emigrazione italiana”, Bollettino dell’emigrazione, Nº
17, 1907, parte ii, p. 59.
262 Fernando Devoto

sión, era sólo allí en el oeste donde resultaba todavía posible convertirse
en propietario. En otros casos se trataba de una auténtica fuga. El colono,
arruinado por una o varias malas cosechas, endeudado con el almacenero
del que había obtenido el crédito para sembrar y las vituallas que necesitaba
(que se anotaban en la famosa libreta) o que no podía cumplimentar con
el propietario las condiciones del contrato, optaba por reunir sus pocos
bártulos y desaparecer una noche en la carreta junto con su familia en
busca de nuevos horizontes.
La variabilidad de situaciones no dependía sólo del canon sino también
de otras cláusulas establecidas en los contratos. Una parte del resultado
futuro tenía relación con la capacidad de contratar del colono, lo que a su
vez se vinculaba con su experiencia previa.
Como observaba el director de Economía Rural de la provincia de Córdo-
ba, el ingeniero Juan Ludewig, en 1913, los colonos antiguos (inmigrantes
llegados más de una década antes) eran muy cuidadosos con los contratos
que firmaban y si lo que se les ofrecía no era satisfactorio preferían pasar a
otras actividades como el comercio rural. En cambio, los nuevos arribados
eran mucho menos atentos y solían firmar contratos con cánones o cláu-
sulas gravosas que por ello era difícil que les diesen beneficios.64

Una pampa italiana

Los italianos fueron nuevamente los principales protagonistas de la


nueva fase de la agricultura argentina abierta a mediados de la década de
1890 y descripta en el apartado anterior. Contribuía a ello, desde luego, la
enorme importancia del flujo migratorio peninsular pero también aquella
combinación ya señalada de enorme capacidad de esfuerzo, austeridad de
consumo y adaptabilidad a todo tipo de superficie que daba ventajas a los
italianos por sobre cualquier otro grupo. Ellos parecían preocuparse sólo
por trabajar intensamente y, por ejemplo, a diferencia de los colonos suizos
y alemanes, se involucraban mucho menos en movimientos políticos en
reclamo ante las exacciones de los estados provinciales o en revoluciones
como las promovidas por los radicales en la provincia de Santa Fe.65 Tra-
bajar, trabajar y trabajar era la consigna dominante.
Observando las cifras que provee el censo de 1914 se percibe bien en
cuán gran medida esa “pampa gringa” es una pampa italiana. Los penin-
sulares son el 46,1% de todos los productores que cultivan principalmente
cereales y lino, y entre el 28% de argentinos ya hay muchos descendientes

64. Informe del director Juan Ludewig al ministro de Hacienda, Colonias y Obras Públi-
cas, 17 de abril de 1913, publicado en La Voz del Interior y transcripto en Apéndice por
A. Arcondo, op. cit., pp. 157-164.
65. E. Gallo, Colonos en armas..., p. 39.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 263

de italianos. Calcular que alrededor de dos tercios de los productores era o


italiano o hijo de italiano es una estimación bien plausible. Mucho menos
importante era en cambio la presencia de los italianos entre aquellos que
se dedicaban a la cría de ganado (12%), especialización de los argentinos
(63%).66
Esa presencia italiana estaba asimismo asociada al arrendamiento como
forma principal a través de la cual aquéllos se insertaban en el proceso. Los
italianos eran algo más de la mitad de todos los arrendatarios de la zona
pampeana en 1914. Eran asimismo un tercio de todos los propietarios.
Sin embargo, en este rubro, eran predominantes entre las explotaciones
medianas y pequeñas (el 87% de los italianos en todo el país tenía propie-
dades menores de 500 hectáreas) y poco significativos entre las grandes,
aunque aquí nuevamente debe recordarse que entre los propietarios ar-
gentinos había también un buen número de hijos y nietos de los primeros
colonos peninsulares. Observando el caso de la provincia de Santa Fe, se
ha señalado que en 1914 sólo 20% de los chacareros italianos cultivaba su
propia tierra.67 Finalmente entre los “empleados” (cuya gran mayoría son
los peones agrícolas), la presencia italiana constituía 40% del total.
Las cifras presentadas pueden mirarse desde dos ángulos. Por una
parte, se pueden enfatizar los límites del proceso de constitución de una
clase media rural (o mejor aun la lentitud con la que se produciría ese
proceso que debería todavía esperar varias décadas para consolidarse) o,
por la otra, señalar que esa presencia italiana en el campo argentino se
daba ya en todos los niveles, aunque fuese en distintas proporciones. Ahora
su rol no era sólo el de arrendatarios, colonos o peones para la cosecha.
También tuvieron un papel entre los intermediarios, entre los pequeños
y medianos propietarios y, como vimos, incluso entre los grandes. En
este último caso no se trataba del ascenso de los antiguos colonos sino
de fortunas de peninsulares hechas en el ámbito urbano, en especial en
el sector financiero y comercial, que se trasladaban al sector. Así, por
ejemplo, en el sur de Santa Fe algunos ricos comerciantes de importación
de Rosario (que por entonces ya formaban parte de la elite económica de
la ciudad), como los Chiesa, los Pinasco o los Castagnino (Colonia Pelle-
grini), aprovecharon la situación posterior a la crisis del 90 para adquirir
o ampliar la compra de campos o estancias en liquidación, un proceso
semejante al que se verifica en Córdoba, donde muchas de las inversiones
en tierras procedían de Buenos Aires y que verá a Antonio Devoto (Colonia
Providencia, Los Milagros, Santa Rosa y Las Estacas, a la que hay que

66. C. Díaz Alejandro, Ensayos sobre la historia económica argentina, Buenos Aires,
Amorrortu, 1975, p. 156.
67. T. Halperín Donghi, “La integración de los inmigrantes italianos en la Argentina. Un
comentario”, en F. Devoto y G. Rosoli (comps.), La inmigración italiana…, p. 88.
264 Fernando Devoto

agregar otras en Santa Fe y sobre todo en La Pampa) entre los grandes


propietarios y entre los fundadores de colonias. A ellos hay que agregar
otros nombres de empresarios italianos que habían hecho su fortuna con
los molinos harineros y a partir de allí se habían convertido en grandes
propietarios de tierras como Bautista, Antonio y José Boero (en San Jorge,
Santa Fe y San Francisco, Córdoba) o Giovanni y Domenico, que poseían
15 mil hectáreas en Córdoba.68 En general será en esta provincia donde
los italianos, procedentes tanto del norte como del sur de la península,
estarán más presentes entre los grandes propietarios. A los nombres se-
ñalados habría que agregar los de Carlomagno, Commolli, Benvenuto y
Sanmartino. Según las estimaciones del cónsul en Córdoba los italianos
poseían en conjunto, en 1914, casi 900 mil hectáreas.69 Asimismo, entre
los grandes propietarios italianos existían personas que procedían de otros
ámbitos, como el periodista Giuseppe Ceppi (redactor jefe del diario La
Nación donde solía firmar con el seudónimo de Aníbal Latino).70
El caso de fortunas hechas en el ámbito urbano por los italianos (pero
también por grupos de otra nacionalidad) que se invertían luego en tierras
se repite también en la provincia de Buenos Aires donde, con las ganancias
obtenidas en la bolsa, el piamontés Giuseppe Guazzone crearía en la zona
de Olavarría un emporio agrario tal que le valdría el sobrenombre de “rey
del trigo”. Para poblar sus colonias, primero en la zona aludida y luego
en la de Trenque Lauquen, traía personas desde su provincia natal (Ales-
sandria) para que se desempeñaran como arrendatarios, medieros y aun
jornaleros.71 Otro ejemplo de terrateniente de origen italiano en Buenos
Aires lo brindan los Montaldo en el área de San Nicolás.
Desde luego, los casos citados no son los únicos y también existía una
miríada de propietarios medianos que habían llegado en épocas tempra-
nas y lograron hacerse de una sólida posición. Dos ejemplos los brindan
el piacentino Antonio Guglieri, que había acumulado su capital a la vez en
actividades agrícolas y comerciales, y Antonio Gimberti. Ambos se verán
involucrados en el “grito de Alcorta”, del que hablaremos más adelante. Otro
caso lo brindan los hermanos Cayetano y Faustino Ripamonti, lombardos
que a partir del negocio de almacenes de ramos generales (de los que cada
uno poseía una casa matriz en Esperanza y Rafaela, respectivamente) y
muchas sucursales en otros pueblos de la provincia lograron una sólida

68. Lloyd’s Greater Britain Publishing Co., Twentieth Century Argentina Impressions. Its
History, Commerce, People, Industries and Resources, Londres, 1911 (agradezco a Carina
Frid la referencia).
69. T. Chiovenda, Le provincie interne dell’Argentina. Rapporto del Cav. Tito Chiovenda,
R. Console à Córdoba, Roma, Ministero d’Affari Esteri, 1914, p. 89.
70. A. Arcondo, op. cit., pp. 69-70.
71. A. Franceschini, op. cit., p. 332.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 265

fortuna e incluso el primero convertirse en colonizador y propietario de


estancia.72
De este modo, una parte de los nuevos inmigrantes italianos arribados
se encontró en la situación de ser arrendatario de un propietario también
italiano. Así les ocurrió a muchos marchigianos que, en especial proceden-
tes de la provincia de Macerata, se establecieron inicialmente en la zona
sur de Santa Fe (otros, en cambio, se dirigieron a la zona cercana a Bahía
Blanca).73 Esa situación no era necesariamente una ventaja y existían opi-
niones contrastantes acerca de la mayor o menor dureza de los propietarios
italianos en comparación con los terratenientes argentinos.74
En cambio, los meridionales se orientaron más hacia la provincia de
Buenos Aires. Los testimonios contemporáneos los describen sea como
quinteros, en las cercanías de las ciudades, o como arrendatarios o jorna-
leros a lo largo de los ejes que van desde Las Flores a Azul (actual ruta 3) y
de ésta hasta Balcarce (hoy ruta 226), prolongándose más allá hasta Tres
Arroyos. Un ejemplo entre tantos de ellos lo proveen los calabreses muy
visibles en la zona de Tandil. Por supuesto también aquí había muchos
que alternaban en trabajos rurales y urbanos (por ejemplo, el desempeño
de oficios ambulantes).
También era importante la presencia de italianos entre los intermedia-
rios, categoría difusa y en expansión que implicaba muchas tareas, desde
el acopio de grano hasta la propiedad de máquinas cedidas en alquiler,
así como el subarriendo de campos. Una gran sociedad agrícola, cuyos
propietarios eran italianos y que entre sus actividades arrendaba grandes
extensiones de campo en el sur de Santa Fe para subarrendarlas a los
colonos, era la integrada por Genoud, Benvenuto y Martelli, que a su vez
eran propietarios de tierras destinadas al mismo propósito en la provincia
de Buenos Aires. Entre los intermediarios existían, en cualquier caso,
muchas diferencias sociales, así como múltiples vías de acceso al capital
necesario para montar la operación. En muchos casos procedían del mismo
sector rural donde habían empezado como colonos o más aún como comer-
ciantes en los pequeños pueblos. Ellos junto a los pequeños y medianos
propietarios, los comerciantes, algunos profesionales, iban dando vida a
esa clase media rural de origen inmigrante que sería una nota distintiva
de los pueblos y las ciudades de la pampa gringa.
Por debajo de propietarios e intermediarios estaban los arrendatarios
(cada vez más numerosos) y medieros, que buscaban abrirse un camino
que sería cada vez más complicado a medida que se entraba en el nue-
vo siglo y las condiciones de los arriendos se hacían más gravosas. Los

72. L.M. Stoffel, Ripamonti. Un hito en la historia de los comerciantes de la pampa gringa,
Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1994, pp. 21-33.
73. A. Franceschini, op. cit., p. xxx.
74. U. Tomezzoli, op. cit., p. 101.
266 Fernando Devoto

que menos poseían se colocaban como medieros, donde ponían en juego


sólo su trabajo pues los implementos y las semillas eran provistas por el
propietario. Los ahorros les permitían a los inmigrantes arriesgarse como
arrendatarios, alquilar fracciones más grandes (hasta 200 o 300 hectáreas),
contratar mano de obra (ya que por encima de las 50 o 60 hectáreas no
bastaba la  mano de obra familiar), proveer las semillas (o comprarlas a
pagar al almacenero) y utilizar su equipo y sus maquinarias, si los tenían.
Aquí el riesgo era mucho mayor (agravado por la tendencia de los arren-
datarios al monocultivo) si las cosas no iban bien y si las condiciones del
contrato eran demasiado duras. Éstas dependían sustancialmente del
carácter especulativo del proceso, alentado por la demanda que genera-
ba una migración que no cesaba de crecer y la disponibilidad cada vez
menor de tierras nuevas por colonizar. También la actitud de los mismos
colonos contribuía marginalmente a aumentar la demanda de tierras. Era
el resultado, en especial entre los italianos, de su tendencia a arrendar a
veces más tierras de las que se podían trabajar, a duplicar la apuesta al
año siguiente si la cosecha precedente había sido exitosa, a practicar una
estrategia totalmente extensiva.75 La oferta excedente que provocaba la
reconversión de tierras de la ganadería a la agricultura no bastaba para
mejorar las condiciones otorgadas a las familias inmigrantes. En cualquier
caso, la situación de los arrendatarios tenía gran variabilidad según las
zonas y la composición familiar, lo que hace imposible crear imágenes
uniformes. Una parte prosperó y llegó a la propiedad, otros permanecieron
como arrendatarios, algunos se trasladaron a las ciudades y otros retorna-
ron a Italia. Más allá de los factores individuales y de la cantidad de brazos
aptos para el trabajo del grupo familiar, buena parte del destino reposaba
en la diosa fortuna (lluvias, heladas, aparición o no de las langostas, etc.).
Ello les hacía preferir el pago de un canon en relación con la producción
obtenida que un alquiler fijo en moneda.
Por debajo de arrendatarios y medieros se ubicaban los peones y jor-
naleros agrícolas. Su vida cotidiana era bastante dura, pues si la vivienda
de los colonos era tan modesta como observamos, para los trabajadores
adventicios era aun peor y se reducía a dormir al aire libre sobre bolsas o
bajo un tinglado o eventualmente, si existía (lo que no era común), en un
galpón donde compartían el espacio con animales y trastos. El trabajo no era
menos duro. Como recordaba un inmigrante piamontés que había llegado
a la Argentina en 1908, luego de haber emigrado previamente a Francia:
“Era una vida de fatiga, más fatiga que en Francia. Pero era joven. ¡Los
sacos de setenta kilos los hacía volar!”.76 La compensación era el salario,

75. R. Campolieti, La colonizzazione italiana nell’Argentina, Buenos Aires, A. Cantiello,


1902, p. 90.
76. Citado por E. Franzina, Una patria straniera. Sogni, viaggi e identità degli italiani
all’estero attraverso le fonti popolari scritte, Verona, Cierre, 1996, p. 89.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 267

elevado en comparación con los que se pagaban en el país de origen (aunque


probablemente menores que los norteamericanos) y suficiente para algún
ahorro ayudado, como señalamos, por sus bajos consumos.
Un emblema de esos trabajadores eran los inmigrantes “golondrina”,
producto de la atracción que ejercían los salarios altos que se pagaban en
tiempos de la cosecha y de la preferencia que propietarios, arrendatarios
y colonos tenían por los peones de su misma nacionalidad, y más aún
de su misma región, con la idea etnocéntrica de que eran trabajadores
mejores y más confiables. Por lo demás las mismas redes interpersonales
desempeñaban su tarea en el proceso. Los casos de inmigrantes que venían
para levantar una sola cosecha no deben haber sido numerosos (ya que
los pasajes marítimos internacionales luego de bajar hacia fines del siglo
xix habían vuelto a subir a principios del xx). Más común era el caso de
aquellos que hacían alternativamente trabajos rurales en la época de la
cosecha y trabajos urbanos en las otras. Así, la experiencia podía durar
más de un año y más de una cosecha.
Por supuesto que no todos, ni siquiera la mayoría, de los peones y
jornaleros eran inmigrantes “golondrina”. Otros eran inmigrantes que
residían desde hacía tiempo en el país e iban cambiando de trabajo, al-
ternando también tareas rurales y urbanas hasta que encontraban una
posición estable que los satisfacía y echaban raíces. Otros, como ya vimos
en un capítulo anterior, estaban avecindados en los pueblos de las zonas
de colonización y además de trabajar establemente como jornaleros man-
tenían algunos cultivos, hortalizas, animales de granja, en un lote en el
ejido urbano donde residían solos, con parientes, con la familia. Otros, en
fin, vivían establemente adosados a algún grupo familiar que podía ser de
paisanos o no. Además, por mucho que los colonos italianos prefiriesen
a sus compaisanos como trabajadores, éstos no eran más que uno de los
componentes de una heterogénea fuerza de trabajo alimentada también
por otros “golondrinas” que procedían del norte y otras zonas del interior
argentino.
Un informe del cónsul italiano en Córdoba, discutible como todas estas
impresiones un poco generales, calculaba que dos tercios de los jornaleros
agrícolas italianos de la provincia eran residentes en la Argentina y sólo
el tercio restante podía englobarse en la categoría de “golondrinas”, y aun
éstos permanecían uno o dos años en el país. Por lo demás, según esti-
maciones del mismo cónsul, la mano de obra italiana en la provincia era
sólo 40% de la total utilizada hacia 1911-1912.77 En cualquier caso, más
allá de la validez de esas cifras, debe tenerse en cuenta una vez más que
la situación presentaba muchas variaciones regionales.
En 1905 llegó a la Argentina Umberto Tomezzoli, enviado por el Com-
missariato dell’Emigrazione (institución que había sido creada en 1901
como parte de la primera ley integral sancionada por el gobierno italiano

77. Citado por E. Scarzanella, Italiani d’Argentina..., pp. 145-146.


268 Fernando Devoto

para brindar información y asistencia a los inmigrantes). Su misión era


elaborar un informe sobre la situación de los connacionales arribados a la
Argentina. Permaneció dieciocho meses en el país y dejó un detallado retrato
de la situación de los inmigrantes en las zonas de colonización. La imagen
que brindó del conjunto del proceso era negativa. Responsable principal
era la política agrícola de los gobiernos argentinos, que había favorecido el
latifundio y no la pequeña propiedad, a los grandes estancieros y no a los
colonos. Empero, existían para Tomezzoli también otras responsabilidades:
la actitud especulativa de los grandes propietarios que aspiraban sólo a va-
lorizar sus propiedades y a beneficiar sus explotaciones ganaderas, la clase
de los comerciantes con sus márgenes enormes de ganancia y sus intereses
usurarios o las compañías ferroviarias con sus elevadas tarifas, eran todos
factores negativos para la suerte de los colonos. Sin embargo, estos últimos
también eran corresponsables por la falta de unión que los caracterizaba,
por su desconocimiento o desinterés hacia métodos más racionales de culti-
vo, por una tendencia a tomar en explotación áreas más extensas de lo
que sería para ellos económicamente conveniente (elevando además con
esa actitud aun más los precios del canon) o por una cierta incuria general
que los caracterizaba.78 Por supuesto que en estas imágenes se mezclaban
descripciones ajustadas con prejuicios del funcionario peninsular friulano
hacia los campesinos italianos y con una imagen globalmente negativa
de la Argentina como país de futuro y como meta recomendable para la
inmigración de su país.
Un ejemplo lo proveía la colonia Caroya, donde Tomezzoli encontraba
todas las condiciones para la prosperidad, en especial la propiedad de la
tierra en manos de los colonos muy mayoritariamente friulanos, la exis-
tencia cercana de un mercado importante como el provisto por la ciudad
de Córdoba y la especialización vinícola. Sin embargo, agregaba el ins-
pector, los disensos entre los colonos (que impedían resolver el problema
del agua), la poca atención a mejorar la calidad del vino que producían
y más en general a introducir cualquier mejora, la ausencia de todo tipo
de estructuras cooperativas, sea de consumo o de producción (como las
que contemporáneamente existían en el Friuli), el hábito de tesaurizar
los ahorros y no emplearlos ni en inversiones productivas ni en circuitos
financieros, eran algunos de los problemas.79
En otras colonias Tomezzoli enumeraba diferentes cuestiones que se
vinculaban al sistema que funcionaba en la pampa gringa (“un juego de
azar”), a las condiciones del arrendamiento, pero también a los comporta-
mientos de los colonos. Allí donde había muchos que eran propietarios en
la parte norte de Santa Fe, los problemas no eran menores. Una vez más
insistía el inspector sobre la ausencia de instituciones cooperativas que,
en especial si eran de consumo, hubiesen aliviado la carga que implicaban

78. U. Tomezzoli, op. cit., parte i, p. 40.


79. Idem, p. 25.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 269

los exorbitantes precios del almacenero. En este punto, sin embargo, las
cosas no dependían sólo de la voluntad de los colonos. Conspiraba contra
la creación de ese tipo de instituciones la alta movilidad espacial de éstos
que al carecer de arraigo en un lugar era difícil que se orientasen hacia
la creación de instituciones estables de ese tipo. Por otro lado, aunque
lentamente, las cosas irían cambiando en los años sucesivos, cuando por
iniciativa tanto de los párrocos italianos (a los que les eran familiares los
movimientos cooperativos “blancos” del norte de la península) como de los
socialistas argentinos surgirían en la década de 1910 los primeros instru-
mentos de ese tipo.80
Tomezzoli también destacaba las malas condiciones de las viviendas
de las familias, que si en las zonas de arrendamiento se vinculaban a la
falta de arraigo a la tierra que provocaba la brevedad de los contratos y
la permanente rotación de los colonos, allí donde eran propietarios sólo
podían relacionarse con las actitudes de los inmigrantes, que a menudo
no se construían una casa de material. Éstos vivían, según lo atestiguan
numerosos observadores de la época, en modestísimos ranchos con techo
de zinc (que había reemplazado a la paja como resultado de su uso para
combatir a las langostas como vallados que rodeaban los sembradíos) y piso
de tierra. Las viviendas casi carecían de toda ornamentación, de adecuada
ventilación y calefacción, y desde luego de servicios sanitarios. Como se-
ñalaba un sacerdote salesiano en 1912, los campesinos vivían en algo que
parecían cuevas donde en Italia no se pondría ni siquiera a animales.81 Le
hacía eco un terrateniente inglés, en 1914, que afirmaba que tales viviendas
parecían “en el mejor de los casos, una lata de sardinas más grande”.82
La situación de los colonos italianos no puede considerarse sin embargo
de manera uniforme y sin matices como tienden a hacerlo Tomezzoli y tan-
tos otros observadores contemporáneos. Existían demasiadas situaciones
diferentes según el tipo de contrato, la zona (y las condiciones climáticas
en cada año en ella) y aun dentro de una misma área según la ubicación
de la tierra (más cercana o más lejana del poblado y por ende de la esta-
ción ferroviaria). Por ejemplo, los informes de los párrocos italianos que
estaban instalados en muchos pequeños pueblos de la pampa gringa, como
párrocos o vicepárrocos (y más allá de cuestiones idiosincrásicas) muestran
esa diversidad de situaciones locales.83 Asimismo, a los efectos de explicar
los diferentes destinos, tenía una enorme importancia la composición de
la familia de los colonos con la cantidad de brazos para trabajar y la can-

80. G. Rosoli, “Las organizaciones católicas...”, en F. Devoto y G. Rosoli (comps.), La


inmigración..., p. 231, y H. Spalding, op. cit.
81. Italica Gens, iii, Nº 10-11, 1912, citado por G. Rosoli, “Las organizaciones católi-
cas...”, p. 233.
82. Citado por C. Solberg, op. cit., p. 250.
83. G. Rosoli, “Las organizaciones católicas...”, p. 229.
270 Fernando Devoto

tidad de bocas para alimentar en cada momento. El problema asimismo


no puede analizarse solamente observando los mayores o menores logros
económicos, y desde luego no depende sólo de la mayor o menor voluntad
de ahorrar más o consumir más en pos de un mejor nivel de vida cotidiano.
Cualesquiera fuesen los logros económicos, la vida en el mundo rural de la
pampa gringa no era fácil, aunque las variaciones eran también importantes
entre los distintos lugares.
En términos generales, pese a los avances que registraba la Argentina
en tantos terrenos, la experiencia rural seguía dominada por el aislamiento
que imponían las distancias y la escasez de caminos transitables con sus
efectos deletéreos sobre la vida social (y aquí la ubicación de la parcela era
clave). En realidad, ese aislamiento tendía a aumentar, no a disminuir, a
medida que las explotaciones agrarias crecían en tamaño y se pasaba de
las antiguas 30 hectáreas de las colonias a las 200 de los arrendamientos.
Los inmigrantes podían así hallarse a distancias que iban de los 15 a los 60
kilómetros de un pueblo.84 Además, subsistían las condiciones rudimentarias
de los servicios estatales. La escuela pública, por ejemplo, avanzaba muy
lentamente, aunque el problema tendía a ser compensado en ocasiones
por las escuelas creadas por las sociedades de socorros mutuos, por otras
implementadas por los salesianos, por maestros que abrían en los pueblos
escuelas particulares e incluso por los mismos colonos que contrataban un
maestro (que solía ser no diplomado) o uno de ellos que sabía leer y escribir
les enseñaba a los hijos de varios.85 Sin embargo, en muchas zonas, los hijos
de los colonos no eran enviados a ningún tipo de escuela, por lo que care-
cían de todo tipo de educación formal y llegaban a la edad adulta sin saber
leer ni escribir.
La escasez de médicos titulados era un problema adicional, paliado a
veces por otros que practicaban la profesión sin título pero con alguna
habilitación (previo pago de una tasa al estado provincial) y sobre todo
por los curanderos. En cualquier caso, en situación de emergencia era
necesario recorrer muchos kilómetros para encontrar un profesional. En
las colonias más grandes solía haberlos (incluidos algunos pocos italianos)
y también más de un farmacéutico (profesión en la que los peninsulares
parecen haberse especializado).
La vida cotidiana estaba así signada por muchas privaciones y por una
sociabilidad que era compensada con las fiestas de todo tipo, las ceremo-
nias religiosas (a veces hechas en el almacén cuando no existía iglesia) y la
pequeña sociabilidad en la fonda en ocasión del viaje al pueblo para realizar
compras. Esa sociabilidad era muy inferior a la que los inmigrantes habían
practicado en Italia antes de partir, ya que allí o bien vivían en los pueblos

84. J. Scobie, op. cit., p. 83.


85. Luis Rebuffo, Un inmigrante piamontés en la Argentina, 1904-1987, Rosario, La
Fiamma, 1987.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 271

aunque trabajasen en el campo (lo que era habitual en el Mezzogiorno) o


bien habitaban en las parcelas pero las distancias eran mucho más cortas,
las instituciones sociales estaban más difundidas y la presencia del Estado
era mayor. En el nuevo país, casi todo el tiempo era empleado en el trabajo
y en la vida familiar o en pequeños intercambios con los arrendatarios o
medieros linderos, incluso si no parecen haber abundado mecanismos de
cooperación estable entre ellos. “Cada familia para sí”, parecía ser el lema
de los inmigrantes de la pampa gringa.
Un punto importante a favor de la nueva situación en relación con la
precedente en Italia era la alimentación. Ciertamente ésta variaba mucho
según los hábitos más o menos frugales de cada familia, según las proce-
dencias regionales y según la disponibilidad de medios. De este modo es
difícil hacer un cuadro de conjunto que refleje tantas diversidades pero
aun así es claramente perceptible que la situación había mejorado incluso
con respecto a la Italia beneficiada por las remesas y los ahorros de los
migrantes de retorno.
Un tema en discusión es en qué medida los migrantes cambiaron en la
nueva realidad sus hábitos alimentarios o tendieron a conservar aquellos
adquiridos antes de partir. Una lectura muy simplista ha asociado toda
la novedad al consumo de carne, visto como un bien apetecido por sobre
cualquier otro por los inmigrantes. Es una idea algo determinista pensar
que el consumo responde sólo a necesidades proteicas, pues también debe
vincularse a patrones culturales. Comer carne era desde luego un símbolo
de status social en Italia, pero no lo era en la Argentina, donde proveía la
base de la alimentación de los criollos, juzgados en general en términos
negativos (y a menudo considerados inferiores) por los inmigrantes italianos.
Quizá por eso, mientras las fiestas de los inmigrantes italianos se hacían en
torno de comidas originarias de la península, cuando había que agasajar
a compatriotas de paso por la Argentina se les ofrecía asado con cuero.86
En este caso, es probable que se buscase mostrar a los visitantes el nivel
de opulencia que los inmigrantes habían alcanzado en el nuevo país y el
de la misma Argentina.
Por otra parte, hasta la difusión de los carniceros, la faena de carne
no estaba al alcance espacial de muchos y debe recordarse que el viaje al
pueblo se hacía sólo pocas veces en el mes si no había demasiado trabajo y
si la lluvia no hacía intransitable el recorrido. La carne, asimismo, no podía
conservarse demasiado tiempo dada la ausencia de sistemas apropiados.
Cuando finalmente aparecieron los carniceros ambulantes, que solían
pasar una vez por semana, según los recuerdos de una hija de colonos, la

86. Esa reiteración de los asados en los agasajos a delegaciones italianas la testimonia
un marinero de leva que estuvo un buen tiempo en puertos argentinos en 1898, como
tripulante de la nave de guerra Calabria. Véase G. La Scala, Diario di un marinaio di leva
(1897-1900), Turín, Paravia, 1999, pp. 176 y 194.
272 Fernando Devoto

situación no mejoró. La carne comprada era hecha en estofado o hervida


inmediatamente, envuelta y guardada en el fondo de un balde.87
Es decir que las cosas eran más complejas que lo que indica la lectura
“carnívora”. Los datos que presentamos acerca de las importaciones de
productos italianos sugieren, en cambio, que cuando podían los inmigrantes
preferían reproducir la cocina del lugar de origen, aunque la misma apare-
ciese enriquecida por el consumo de productos que allá estaban reservados
a los notables o al menos a los campesinos acomodados. Un producto que
parece haber casi desaparecido, en tanto que consumo cotidiano y base
de la alimentación, es el maíz, tal cual había comenzado a ocurrir en la
península, donde había sido sustituido por el trigo.
Un observador italiano de paso por la Argentina dejó en sus notas de
viaje una detallada reconstrucción de la dieta de una familia de colonos
italianos instalados en Elortondo, provincia de Santa Fe. Según él, la familia
integrada por cinco personas (de las cuales dos eran menores) consumía
diariamente un kilo de carne, dos kilos y medio de galleta, pasta y arroz (en
cantidades no precisadas), aceite y vinagre (que los inmigrantes mezclaban
en proporciones inversas a las de los nativos), un litro de vino, té, café y
yerba.88 El cálculo es, sin embargo, muy impreciso por dos razones. La
primera es que eso era lo que la familia de colonos compraba en el almacén
del pueblo (y las visitas eran, en especial en ciertos períodos de mucho
trabajo, muy espaciadas), pero a ello debía agregarse lo poco o mucho que
podía producir en la misma tierra en la que estaba instalada. La segunda
es que para ciertos períodos había que considerar también que podía ha-
ber un peón o varios peones que participaban de la cosecha y debían ser
alimentados. Por otra parte, el hecho de que el colono pudiese comprar
a crédito en el almacén lo llevaba, en ocasiones, a realizar consumos no
ligados estrictamente a la subsistencia.89
Otras descripciones nos proveen imágenes más complejas. Las memorias
de un hijo de colonos que se desplazaban como arrendatarios de un lugar
a otro, desde Santa Fe hasta el sudoeste de la provincia de Buenos Aires,
describe rasgos alimentarios de su familia en los que predominan mucho más
las comidas originarias y menos las locales. Lo que su padre compraba en
el almacén del pueblo eran otras cosas, además de las básicas enumeradas
por el viajero italiano. Así, por ejemplo, un lugar relevante lo ocupaban las
castañas secas (consumidas luego de cocidas en vino), las anchoas y las
anguilas en conserva, e incluso más ocasionalmente una horma de queso
(en especial gorgonzola). Entre los platos curiosos presentes en la comida
familiar, según su relato, aparecen la ensalada, los ajíes picantes, el car-

87. Recuerdos de Camila Cugino de Príamo, en L. Príamo (recop.), Memorias de la pampa


gringa, Buenos Aires, Cuadernos del Instituto Ravignani, Nº 7, 1995, p. 84.
88. Citado por E. Scarzanella, Italiani d’Argentina....
89. R. Campolieti, op. cit., p. 219.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 273

paccio (ofrecido en forma burlesca a los peones criollos que rechazaban


comer carne cruda) y la tortilla de cebolla hecha en la sartén en grasa de
cerdo. En el caso de otro testimonio procedente de una familia que estaba
en peores condiciones que la precedente aparecen otras comidas como sopa
de porotos o de arvejas, polenta con leche, ensalada con tocino frío (a la
que se le agregaba carne si había, si no chorizo, y si no, charque).90
Las infusiones parecen haber estado menos difundidas ya que, por ejem-
plo el té es citado como algo especial ofrecido para acompañar ocasiones
excepcionales, como la visita del cura.91 El vino era la bebida más citada
por todos los testimonios consultados, y más de uno confirma que era ad-
quirido a granel en bordalesas de 200 litros. Otro descendiente de colonos
de San Carlos recuerda que allí algunos fabricaban su grapa (aunque la
gran mayoría consumía la que se importaba de Mendoza) y otros (pero muy
pocas veces por problemas de temperatura del mosto), su propio vino.92
Cualquiera sea la representatividad de esos ejemplos, ellos nos recuer-
dan dos cosas: que la comida era mucho más variada de lo que se supone
y que existía una diferencia importante con la alimentación de los criollos,
que preferían la carne, sola o con galleta, rechazaban la ensalada y bebían
permanentemente mate, incluso con la comida.
Los ejemplos citados recuerdan asimismo que los colonos también
consumían algunas cosas que producían ellos mismos en una quintita o
huerta cercana a la casa. Verduras y hortalizas (zanahorias, zapallos) eran
importantes ya que también el verdulero solía pasar “de vez en cuando” y ni
siquiera una vez por semana por las chacras. En este tema, las variedades
según el origen regional de los inmigrantes eran importantes, como muestra
la referencia del hijo del colono piamontés que consigna admirativamente
el tipo y la calidad de los zapallos cultivados por el arrendatario vecino de
origen meridional.93 Por otra parte, los colonos solían producir su propio
pan una vez por semana, ya que también el panadero pasaba cada tanto
(en algunas zonas cada ocho días). Lo que estaba bastante ausente era
la fruta que, en cambio, era un componente esencial en la alimentación
campesina en Italia.
Además, existían algunas aves de corral e incluso cerdos (aunque
algunos contratos los prohibían, al igual que las vacas, esa disposición
o no era habitual o no se aplicaba) que luego de faenados proveían una
dotación de salames. Todos los relatos, tanto los procedentes de familias
más acomodadas como los de aquellas que estaban en el punto más bajo
de la escala, alternando la mediería con el trabajo como simples peones,
consignan como un hábito casi universal el carneo de los cerdos en otoño

90. Recuerdos de C. Cugino de Príamo, en L. Príamo (recop.), op. cit., p. 83.


91. L. Rebuffo, op. cit., p. 8.
92. Recuerdos de Luis Bellini, en L. Príamo (recop.), op. cit., p. 70.
93. L. Rebuffo, op. cit., p. 70.
274 Fernando Devoto

y la producción casera de embutidos. Ellos eran consumidos a veces más


cotidianamente que la carne (al igual que el charque) por las razones antes
apuntadas acerca de las dificultades para conservarla. Entre los salames
o chorizos, al menos en piamonteses y lombardos, un lugar de privilegio
lo ocupaban aquellos conservados en la misma grasa del cerdo en latas
cuadradas que habían contenido aceite.94
Algunos pocos colonos, sobre todo los pequeños propietarios que dis-
ponían de una o más vacas, producían asimismo su propia leche, cuajada
y mantequilla que vendían ocasionalmente en el pueblo, si estaban insta-
lados relativamente cerca de él.95 Sin embargo, la leche no estaba siempre
disponible y al menos en un caso la testigo recuerda que era suplantada
por un menjunje que se le parecía visualmente, hecho con agua hervida a
la que se le agregaba azúcar y luego harina disuelta en agua fría.96 La dieta
se integraba asimismo con lo que podía cazarse, desde mulitas a liebres,
de peludos a perdices, e incluso lechuzas. A todo ello había que agregar
sin duda el tabaco importado de Italia y luego producido aquí (según ya
señalamos), y entre las marcas de uno y otro aparecían aquellas llamadas
Savoia y El Colono.
Más allá de las diferentes situaciones que existían dentro de las distintas
regiones de la pampa gringa, una sensación de malestar iba extendiéndose
a medida que las condiciones que señalamos (precios estables o en baja y
cláusulas cada vez más duras de los contratos) iban empeorando para los
colonos. Ello llevaría a un gran movimiento agrario, el “grito de Alcorta”
en 1912, en el que los italianos iban a ser protagonistas principales desde
muchos lugares. Luego de décadas de relativa pasividad de los peninsulares
que sólo habían intervenido en la cosa pública puntualmente ante vejacio-
nes de sus connacionales o en un segundo plano en apoyo a otros colonos
enfrentados con las autoridades, la gran revuelta de los arrendatarios los
vería ahora en primer término.
Aunque las protestas de arrendatarios tienen lugar ya al menos desde
1910 (curiosamente en Trenel, en los campos de Antonio Devoto), la pro-
testa que se extendería rápidamente por toda la pampa gringa comenzó
en Alcorta, en el sur de Santa Fe, en junio de 1912. Una suma de factores
coadyuvó a la explosión, que afectó principalmente los arrendamientos
dedicados al cultivo del maíz. Los agricultores volcados a ese cultivo habían
sufrido en 1911 los efectos de una prolongada sequía que fue seguida al
año siguiente por una cosecha récord pero que por esa misma razón fue
acompañada de un descenso marcado de los precios.97
Asimismo, en 1911 hubo un conflicto entre los gobiernos argentino e

94. Recuerdos de Primo Rivolta, en L. Príamo (recop.), op. cit., p. 28.


95. Idem, p. 17.
96. Recuerdos de C. Cugino de Príamo, en L. Príamo (recop.), op. cit., p. 82.
97. C. Solberg, op. cit., pp. 246-251.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 275

italiano vinculado a la voluntad del primero de establecer controles médicos


a los que deseaban emigrar de Italia, embarcando inspectores propios en el
lugar de partida u obligando a una forzada cuarentena en Buenos Aires a
las naves que procedieran de la península. Aunque la pretensión argentina
pueda vincularse con la epidemia de cólera que se desató en las regiones
meridionales en 1910, buscaba, en realidad, obtener un privilegio del que
ya gozaba Estados Unidos desde 1893. La falta de acuerdo entre las partes
llevó a la prohibición por parte del gobierno italiano de la emigración a la
Argentina en julio de 1911 (prohibición que duraría hasta agosto del año
siguiente).98 Aunque ello no impedía las partidas clandestinas y aquellas
que se realizaban desde puertos extranjeros (por ejemplo, Trieste), conllevó
una drástica caída de la emigración peninsular. La situación afectó, en
parte, la provisión de jornaleros para la cosecha y llevó a un aumento de
los salarios que los arrendatarios tenían que pagar.
Endeudados, afectados por la caída de los precios y por el aumento de
los costos, los arrendatarios decidieron declararse en huelga si no se me-
joraban las condiciones de los contratos sustancialmente en dos puntos:
disminución de los precios o de los cánones y prolongación del período de
duración de éstos. La rebelión estalló tras una asamblea reunida en la sala
de la Sociedad Italiana de Alcorta y ese hecho ya muestra el lugar central
que ocupaban los peninsulares en el conflicto, lo que era inevitable vista
su preponderancia entre los arrendatarios y más aún en esa zona. Todos
los primeros dirigentes, en efecto, eran italianos. Uno de los principales
líderes de la revuelta en Alcorta era un arrendatario, Francesco Bulzani,
que alquilaba a la firma Genoud, Benvenuto y Martelli que a su vez sub-
arrendaba a Antonio Devoto.99 De este modo, en las distintas partes en
conflicto se encontraban los italianos, resultado de aquella diversidad de
situaciones existentes en la pampa gringa a la que antes aludimos.
La huelga se extendió como un reguero por todas las provincias de la
pampa gringa, aunque las zonas más afectadas parecen haber sido aquellas
donde se cultivaba el maíz. Los huelguistas fueron apoyados prontamente
por numerosas fuerzas, en primer lugar los comerciantes, cuyo destino
pendía del hilo de las gruesas deudas que con ellos tenían los colonos. Uno
de los primeros sostenes financieros de la huelga fue un comerciante de
ramos generales de Alcorta (Bujarrabal, casado con una hija de italianos),
que además tenía simpatías hacia el Partido Socialista. A ellos se sumarían
otros almaceneros de los pueblos vecinos. En segundo lugar, los apoyaron
y alentaron los sacerdotes italianos (en su mayoría salesianos) que estaban
presentes en las distintas localidades de la zona. Al párroco de Alcorta,
Pasquale Netri, en cuya iglesia se realizaban muchas de las reuniones de

98. G. Rosoli, “Il «conflitto sanitario» tra Italia e Argentina del 1911”, en F. Devoto y G.
Rosoli (a cura di), L’Italia nella società…, pp. 288-310.
99. P. Grela, El grito de Alcorta, Buenos Aires, Tierra Nuestra, 1997, p. 47.
276 Fernando Devoto

los agricultores, se agregaron pronto su hermano (párroco de Máximo Paz),


Angelo Gritti, de Arteaga, y Antonio Mollo, de Pérez. Los Netri involucraron
en la huelga a un tercer hermano, Francesco, abogado acreditado en Ro-
sario y que pronto sería el líder del ala más moderada y el mayor dirigente
de la entidad creada por los agricultores, en agosto de 1912, en la Unione
e Benevolenza de Rosario: la Federación Agraria Argentina.
El rol del abogado lucano, positivista seguidor de las ideas de Enrico Ferri,
fue estratégico por su capacidad de mediación entre los distintos grupos,
con vínculos con el socialismo argentino. Por el hecho de ser hermano de
dos de los sacerdotes más activos y a la vez representante legal del mayor
periódico peninsular, liberal y anticlerical, La Patria degli Italiani,100 hacía
de puente entre el alma católica y aquella laica, moderadamente progre-
sista de antigua tradición republicana, de la dirigencia intelectual de la
comunidad italiana.
La Patria degli Italiani se empeñó en el conflicto a favor de los agricultores
y condenó enérgicamente a la institución del latifundio (en lo que no era
muy original, pues muchos lo hacían aun desde las filas de la elite dirigente
argentina) y a los latifundistas. En esa decisión primaba desde luego el rol
de los italianos en la protesta por sobre cualquier otra consideración. Por
ejemplo, cuando en 1902 un grupo de colonos había tenido un conflicto con
Giuseppe Guazzone, La Patria degli Italiani no había dudado en sostener
la posición del gran propietario italiano.101 Igualmente, se embanderaron
con la protesta los otros periódicos italianos de Buenos Aires, el Giornale
d’Italia y el Roma, y aunque es cierto que también el movimiento contó con
la simpatía de los grandes periódicos argentinos, La Nación y La Prensa
(en parte porque eran hostiles al gobierno de Roque Sáenz Peña), la pren-
sa italiana del país le dedicó mucho más espacio y durante más tiempo.
Según distintos testimonios, los chacareros en huelga se acercaban a la
estación del tren en el horario de llegada de éste para recibir el periódico y
enterarse de la evolución de los acontecimientos en otras áreas rurales y de
las posiciones gubernamentales. Asimismo, algunos de los periodistas de
la redacción de La Patria degli Italiani, el Giornale y el Roma desempeñaron
un papel como improvisados y ocasionales dirigentes del movimiento.102
Dado que en este caso también actuaron a favor de los chacareros italia-
nos, moderadamente y ante casos puntuales, los representantes consulares
de Córdoba y Rosario, la mayoría de las fuerzas visibles de la comunidad se
sumaron al apoyo de los huelguistas. Desde luego, en una dirigencia con
las características de la italiana en la Argentina no faltaron las polémicas y
los enfrentamientos, en especial de parte del bando anticlerical que, como
ya vimos, tenía abierta desconfianza y hostilidad hacia la participación de
los párrocos en el conflicto.

100. E. Scarzanella, Italiani d’Argentina...


101. La Patria degli Italiani, 8 de enero de 1902.
102. E. Scarzanella, Italiani d’Argentina...
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 277

Por supuesto que los notables de la comunidad estuvieron ausentes


ya que algunos de ellos estaban involucrados en el conflicto en tanto que
grandes propietarios. En cualquier caso, la actitud más general de los
italianos propietarios que estaban del otro lado en el enfrentamiento no
es bien conocida. Algunos, pequeños o medianos propietarios, pronto se
avinieron a firmar nuevos arreglos.103 Más en general, existen referencias
en la prensa italiana respecto de que tuvieron una actitud más disponi-
ble a arreglar con sus propios arrendatarios, pero la fuente permeada
de prejuicios étnicos no es necesariamente confiable en este punto. Con
todo, algunos de esos propietarios no sólo aceptaron modificaciones en
los cánones sino que incluso se manifestaron de manera favorable a los
reclamos de los colonos e igualmente críticos hacia los supuestamente
grandes responsables, los latifundistas argentinos. Sin embargo, al menos
en un caso (Antonio Gimberti) esa solidaridad genérica iba acompañada
de una actitud de rechazo a bajar los cánones de sus arrendatarios que,
por otra parte, no se habían sumado al conflicto. En el extremo opuesto,
un administrador de un gran propietario, de inconfundible origen italiano
(su nombre era Pedro Mariani), en Inriville (Córdoba) solicitaba al gobierno
de la provincia la aplicación dura e irrestricta de la Ley de Defensa Social
(sancionada en 1910 contra los anarquistas) a los huelguistas.
La resolución del conflicto fue muy diferente en las distintas provin-
cias. En Santa Fe el gobierno provincial radical, recién electo, actuó como
mediador y buscó una solución favorable a los colonos. En otros lugares,
como el territorio de La Pampa, predominó una dura represión. En gene-
ral, aun allí donde los colonos obtuvieron reducciones en los cánones, la
solución no fue duradera. Nuevos conflictos y más violentos se desatarían
al año siguiente y perdurarían episódicamente a lo largo de la década de
1910. Muchos de los dirigentes, incluido Francesco Netri (asesinado en
1916) y varios de los agricultores e incluso de los sacerdotes involucrados
sufrirían distintos tipos de violencias (incluida la prisión) por parte de las
autoridades locales y de esos factores siempre tan arbitrarios que eran la
policía y la justicia argentinas.
La solución abierta por el grito de Alcorta sólo la daría el tiempo. Nume-
rosas disposiciones fragmentarias, desde la ley de arrendamientos sancio-
nada en 1921 hasta la de congelamiento de éstos en 1945 (que a la larga
hacía más conveniente vender la tierra al arrendatario) o los efectos de la
división de la propiedad derivados del Código Civil, serían algunos de los
factores que consolidarían en el largo plazo a esa clase media rural “gringa”
de la pampa que había sido una de las propuestas ideales de los fundado-
res de la Argentina moderna. Sin embargo, de ese movimiento quedaría de
todos modos una difusa solidaridad de los agricultores y una institución
perdurable: la Federación Agraria, cuyo presidente, entre 1916 y 1947, sería

103. P. Grela, op. cit., p. 65.


278 Fernando Devoto

el piamontés Esteban Piacenza. Aunque la presencia de italianos en ella


seguiría siendo muy numerosa, la orientación que le proveerían Piacenza y
el grupo dirigente vinculado con él sería hacia la integración en la sociedad
argentina y no hacia la conservación de rasgos étnicos identitarios.

Mundos urbanos entre dos siglos

La crisis de 1890, se señaló ya, generó mayores perturbaciones en la


vida urbana que en el sector rural. La desocupación aumentó y los salarios
reales perdieron 48% entre 1888 y 1894. El retorno fue una de las alterna-
tivas iniciales para los italianos; el desplazamiento a las áreas rurales, otra.
El conflicto social también aumentó y un movimiento obrero más activo
y combativo comenzó a hacerse presente. Sin embargo, las cosas fueron
normalizándose, aunque más lentamente que en el campo. Las sólidas
posiciones económicas e institucionales adquiridas por los peninsulares
desde antes de la crisis se mantuvieron en términos generales, y ya a me-
diados de la década habían recuperado su expansión.
En 1895 se realizó el segundo censo nacional, que permite percibir la
consistencia de la presencia italiana en la Argentina urbana. En la ciudad
de Buenos Aires los italianos eran el 27% de la población total de la urbe y
allí vivía el 37% de todos los peninsulares establecidos en la Argentina. Se
trataba de un grupo ya bastante consolidado y con una alta proporción de
familias. El índice de masculinidad era de 159 hombres por cada 100 mu-
jeres, bastante más bajo que el que exhibía el censo de la ciudad de 1887.
Para esa época estaban ya bastante distribuidos en todos los barrios de la
ciudad, aunque las concentraciones más fuertes seguían siendo aquellas
donde ya eran dominantes en 1855: el barrio de la Boca y una zona antigua
donde su presencia era creciente: Balvanera. Observando, por ejemplo,
los datos del censo de 1904, en la Boca los italianos son el 32% de todos
los habitantes del distrito (4); en los distritos 8-9-10 (Balvanera sudoeste
y el adyacente de San Cristóbal) son el 30%. Sin embargo aquí hay 125
italianos por manzana y en la Boca, 104. A ellos había que agregar su pre-
sencia en zonas nuevas lindantes con Balvanera, como Almagro y Caballito
(ya vimos que allí se instalaría el nuevo Hospital Italiano, y la elección del
lugar no era casual) y más hacia el noroeste de la ciudad en el barrio de
Chacarita.104 Desde allí continuaron su expansión, desde 1900, hacia las
nuevas urbanizaciones en los actuales barrios de Villa Devoto, Villa del
Parque y Villa Lugano. En cualquier caso, el baricentro de los italianos se
desplazaba hacia el centro geográfico de la ciudad. Que en los imaginarios
sociales siguiese percibiéndose a la Boca como el barrio típicamente italiano
muestra en qué medida las imágenes de los fenómenos sociales pueden
cambiar a un ritmo más lento que éstos.

104. G. Bourde, op. cit., pp. 208-209.


De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 279

Una característica de los italianos en ciudades como Buenos Aires y Ro-


sario era su tendencia a dispersarse en todos los barrios y no a permanecer
concentrados en los primitivos núcleos de inserción. Las razones deben
buscarse en la ambición de convertirse en propietarios y abandonar las
casas de inquilinato. Esa decisión era, desde luego, sucesiva a otra: la de
permanecer en el país por un tiempo prolongado o para siempre. Ello los
llevaba a zonas más alejadas, donde la propiedad del suelo era más barata
y convertirse en propietarios, más factible. El prerrequisito era la extensión
de las líneas de transporte urbano de pasajeros, lo que ocurriría con los
tranvías eléctricos en ciudades como Rosario y Buenos Aires y también en
esta última con la posterior aparición del subterráneo en 1913. Por otra
parte, como había mostrado la crisis de 1890, ¿qué lugar en la Argentina
era más seguro que la propiedad para colocar los ahorros?
Por supuesto que la posibilidad de convertirse en propietarios dependía,
para la mayoría de los italianos, de su capacidad de ahorro y ésta de sus
ingresos y sus consumos. No existen datos abundantes sobre este punto
para la Argentina, pero los cálculos indirectos sugieren que para el período
comprendido entre fines del siglo xix y el fin de la Primera Guerra Mundial
un trabajador que estuviese permanentemente ocupado podía mantener
con su salario a una familia de cuatro miembros (incluido él mismo). Com-
primiendo bastante los consumos, en lo que los italianos como ya vimos
eran expertos por las pautas que traían desde la sociedad de origen y por el
hábito frugal que los caracterizaba, parecen haber gastado la mitad de sus
ingresos en alimentación y alrededor de un 22% en pagar un alquiler.105 Si
la familia era más pequeña –lo que no era habitual, según nos lo muestra
el censo de la ciudad de 1904, según el cual dos tercios de las mujeres
italianas casadas residentes tenían tres o más hijos–, si se conseguía un
mejor trabajo o si había otros miembros que trabajaban, era posible efectuar
un ahorro e invertirlo en la adquisición de un lote. Allí irían construyendo
o más a menudo autoconstruyendo, a veces con el acceso a un crédito
inmobiliario, la propia casa y a veces piezas adicionales que arrendaban
a otros inmigrantes. Otros, que no podían comprar, de todos modos opta-
ban por trasladarse a la periferia donde podían pagar un alquiler menor o
disponer de mayor espacio.
¿En qué medida tuvieron éxito los italianos en llegar a la vivienda pro-
pia o al menos en abandonar los sórdidos conventillos del centro de las
ciudades? Aunque la cuestión ha sido objeto de controversias, los datos
disponibles para Buenos Aires y para Rosario muestran que el número
de propietarios italianos aumentaba incesantemente entre fines del siglo
xix y la Primera Guerra Mundial, y que paralelamente disminuía el de
los que vivían en piezas de alquiler. Entre 1895 y 1914 el número de los

105. S. Baily, Immigrants in the Lands of Promise. Italians in Buenos Aires and New York
City, 1870 to 1914, Ithaca-Londres, Cornell University Press, 1999, pp. 110-112.
280 Fernando Devoto

propietarios italianos en Buenos Aires en relación con el total de italianos


residentes pasó de 9,2 a 14,5%. En Rosario, donde el acceso a la vivienda
propia fue algo mayor para todos los grupos, pasó de 11% en 1900 a 17%
en 1910. Aunque no disponemos de suficientes datos desagregados por
nacionalidad para construir una secuencia, sí contamos con información
sobre el número total de personas alojadas en conventillos (de los cuales
la mayoría eran italianos), lo que nos permite hacer un cálculo indirecto.
Aquí también se producía una disminución más o menos rápida. En Buenos
Aires pasaba de 22% en 1895 a 13% en 1907 y en Rosario de 27% en 1900
a 10% en 1914.106 En realidad, el análisis debería matizarse incluyendo
una situación intermedia a la que los historiadores han dedicado menor
atención, que eran las viviendas unifamiliares arrendadas. La disminución
de los habitantes en conventillos no implicaba necesariamente el paso a la
propiedad sino, en muchos casos, el tránsito al alquiler de una casa donde
vivía una sola familia.
Desde luego, lo que esos datos muestran es que, aunque globalmente
exitosas, las trayectorias de los italianos fueron muy disímiles, lo que
dependía de los vínculos que tuvieran en el nuevo país para conseguir
buenos trabajos y de tantas otras cosas. Comparativamente con los italia-
nos en Nueva York, acá tuvieron más éxito sea por el tipo de trabajo que
ejercieron, sea por el mayor y más rápido acceso a la vivienda propia. De
todos los italianos que vivían en la ciudad de Buenos Aires en 1904, 16%
eran propietarios de viviendas, mientras que en Nueva York hacia la mis-
ma época ese porcentaje parece haber estado en el mejor de los casos en
el 7 u 8%. Ello ciertamente tenía que ver con algo que ya mencionamos:
la mayor tendencia permanente de los italianos en la Argentina que los
orientaba a adquirir una propiedad. En cambio, los que vivían en Estados
Unidos enviaban muchas más remesas al país de origen que los que vivían
en la Argentina.107
Algunos autores han destacado, de todos modos, que el éxito de los ita-
lianos no debe sobreestimarse. Ellos eran propietarios en aquellos distritos
de la ciudad de Buenos Aires que no eran socialmente prestigiosos, en los
que la vivienda era más barata y en muchos de los cuales no existían mu-
chos servicios públicos. Con todo, como suele ocurrir con los panoramas
demasiado uniformes basados en datos censales, las cosas adquieren otro
color si se las mira cualitativamente. Todo barrio contiene dentro de sí una
pluralidad de niveles sociales, e incluso los más desfavorecidos no dejan por
ello de tener una elite local. Otro dato ilustrativo es la presencia en ellos de
italianos que eran propietarios de numerosas casas de alquiler. En especial
aquellas que albergaban al menos a diez familias, los llamados “conventi-

106. N. S. Lanciotti, “La movilidad espacial de los inmigrantes en las ciudades portuarias
argentinas. El caso de Rosario, 1880-1914”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 51,
2003, pp. 385-415.
107. S. Baily, Immigrants in the Lands..., pp. 117-120.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 281

llos”. En 1895, los italianos eran propietarios de 47% de esas casas, que
albergaban a 35% de las familias residentes en la ciudad. Nuevamente aquí
se percibe la diversidad social de los italianos en Buenos Aires, igualmente
presentes entre los propietarios de casas que entre los inquilinos.
Puesto que para los inmigrantes la propiedad no sólo era una ambición
sino también un sólido refugio para las inversiones, era bastante lógico que
aquellos que se encontraban en buena posición invirtiesen en la compra
o construcción de casas uni o plurifamiliares destinadas a ser alquiladas
a otras familias de inmigrantes, o en fracciones de tierras en las áreas
suburbanas reservadas para futuros loteos. Aunque el caso no ha sido
suficientemente estudiado, al menos para Rosario, muchas fortunas de
italianos se hicieron en el negocio inmobiliario urbano. Como allí no existían
los grandes caserones que en el centro de Buenos Aires serían destinados
a casas de alquiler de piezas, muchos peninsulares construyeron nuevas
con el objeto de destinarlas a ese fin, en especial en el área al oeste y el
noroeste de la ciudad. Algunos de ellos, que procedían del comercio mino-
rista, como Andrés Costa, figura relevante de la comunidad en Rosario ya
que fue presidente del hospital Garibaldi y del Circolo Italiano de la ciudad,
armarían un respetable capital por medio de estas inversiones inmobiliarias
y las rentas que obtenían por su alquiler.108
En cuanto a las ocupaciones de los italianos, los datos del censo de
1895 muestran que éstos estaban presentes sobre todo en el sector arte-
sanal e industrial, donde constituían el 34% de la población. Esa presencia
mayoritaria se daba tanto entre los propietarios (lo que el censo definía
como “industriales”, aunque allí había desde verdaderos industriales
hasta pequeños patrones de talleres) como entre los trabajadores. Esta-
ban presentes, asimismo, en menor proporción, en el comercio (18% de
todos los dedicados a ese rubro). Aunque ese porcentaje es menor que el
existente en el sector artesanal-industrial, era muy fuerte en los tres ma-
yores mercados de la ciudad, en el antiguo Mercado del Plata y sobre todo
en los creados por comerciantes peninsulares, el del Abasto y el Ciudad
de Buenos Aires, fundado por el chiavarese Davide Spinetto, que con los
años llevaría su nombre. Esa presencia prolonga el antiguo dominio de los
italianos en el sector frutihortícola ya desde mediados del siglo xix. Tam-
bién estaban presentes entre los ocupados en el sector transporte (8%) y
en el servicio doméstico (14,5%). Los jornaleros eran relativamente pocos
(11%) si se compara con otras realidades como la de Estados Unidos. Por
lo demás, había italianos en ocupaciones como las fuerzas armadas (5%),
la enseñanza (3%), las profesiones liberales (25%) e incluso entre los de-
finidos como “rentistas” (3%). Ese conjunto sugiere una comunidad muy
diversificada social y ocupacionalmente. Ese patrón de inserción múltiple
parece haberse mantenido en la década siguiente, aunque no disponemos
de datos censales que lo corroboren.

108. N.S. Lanciotti, “Las estrategias del empresariado…”.


282 Fernando Devoto

En ciudades como Buenos Aires o Rosario, la vida de los italianos se


entrelaza de muchos modos. Un inmigrante recién llegado al puerto de
Buenos Aires podía tomar un tranvía conducido por un italiano, alojarse en
una casa propiedad de otro, comer en una fonda en la que el dueño y los
camareros también eran peninsulares o conseguir trabajo en una fábrica
de otro connacional o en cuadrillas dedicadas a la construcción en la que
éstos eran ampliamente predominantes. Si quería comprarse algo de ropa
podía ir a un comercio o a un sastre italiano o a un zapatero del mismo
origen, y si necesitaba un peluquero o un barbero, casi todos ellos eran de
la misma procedencia. Cerca de donde vivía o de donde trabajaba había
alguna de las muchas asociaciones de peninsulares y podía, de quererlo,
asociarse y emplear en ella su tiempo libre jugando a las cartas, a las bo-
chas, o simplemente conversando con otros italianos. Si era alfabetizado
podía leer un diario italiano o alguno de los muchos periódicos semanales,
y si era religioso podía ir a algunas de las iglesias donde los sacerdotes
procedían también de la península. Esa omnipresencia de los italianos en
casi todos los sectores y en casi todos los espacios de la ciudad era algo
que no tenía parangón en ninguna otra ciudad del mundo, con la excep-
ción de São Paulo, en Brasil. Piénsese que para la misma época mientras
los italianos constituyen el 20% de los habitantes de las dos ciudades y
alrededor de la mitad de todos los extranjeros, en Nueva York eran entre
4 y 7% de la población (1900-1910).109
Hay otro modo de mirar esa sociabilidad italiana, sus lazos, su cohe-
sión. En vez de analizar esos momentos escenográficos que son las fiestas
o aquellos demasiado formales que son los encuentros de sus grupos diri-
gentes, se puede atender a uno de esos actos también excepcionales pero
que integran el mundo privado de las personas: sus pautas matrimoniales.
¿Con quiénes se casaban los italianos que vivían en las grandes ciudades?
Disponemos afortunadamente de muchos estudios sobre ello. Entre 1893 y
1897, 67% de los hombres italianos que se casaban en Buenos Aires lo ha-
cían con una mujer italiana. Por su parte, 86% de las mujeres peninsulares
–que tenían, ellas o sus familias, una mayor posibilidad de elegir ya que,
como vimos, había más hombres que mujeres– se casaban con un italiano.
Los datos son algo más elevados para Rosario en un período ligeramente
anterior (1887-1894). Allí, 82% de los italianos y 89% de las italianas se
casaba con una/un connacional. Si a ellos agregamos los matrimonios entre
un italiano/a con una hija/o de italianos (llamados por los especialistas
“matrimonios intergeneracionales”) los porcentajes para Rosario suben a
90% entre los hombres y a 98% entre las mujeres. Es decir que casi todos
los italianos/as en Rosario se casaban entre sí, y una muy amplia mayoría
en el caso de Buenos Aires. Esos porcentajes tienden a declinar a medida
que nos acercamos a 1914, aunque siguen siendo elevados. En Buenos

109. S. Baily, Immigrants in the Lands..., p. 58.


De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 283

Aires pasan a 53% (hombres) y 79% (mujeres), y en Rosario a 65 y 86,5%,


respectivamente. Aunque en el caso de la ciudad santafesina, nuevamente
considerando los matrimonios intergeneracionales entre italianos e hijos
de italianos (que en cambio aumentan), los porcentajes siguen siendo muy
altos (82% hombres, 91,5% mujeres).110
Las elecciones matrimoniales pueden interpretarse de muchos modos y
las estrategias sociales se combinan de manera diferente, según los casos,
con preferencias individuales. Para lo que aquí nos interesa, ellas son pro-
ductos de relaciones sociales preexistentes y muestran el peso de los ámbitos
comunitarios, formales o informales, como lugares de sociabilidad donde
se conocían los futuros cónyuges. Finalmente, uno se casaba con alguien
a quien conocía (aunque a veces los italianos se casaban con mujeres que
les conseguían sus parientes residentes en Italia) y podía conocerlo en un
baile de una sociedad de socorros mutuos, en el barrio donde vivía o en el
mundo de parientes y paisanos con los que la familia mantenía vínculos.
Esta última dimensión, la sociabilidad entre paisanos, debe haber sido
muy importante ya que los datos disponibles exhiben que muchos de esos
matrimonios eran entre personas de la misma aldea.
Ciertamente ese peso se combinaba con la dispersión urbana, pero en
la medida en que existían entidades italianas en toda la ciudad, la vida
cotidiana se desempeñaba cada vez más en esos espacios. Por ello sería
más pertinente hablar de múltiples comunidades italianas en ciudades
como Buenos Aires y en menor medida Rosario, que encontraban algunas
instancias unitarias ante acontecimientos como el xx de septiembre o en
las reuniones de las federaciones que agrupaban a las asociaciones. Sin
embargo, esa misma extensión de la presencia italiana, unida a su hete-
rogeneidad social, a la fragmentación y escasa ambición de sus grupos
dirigentes, a la influencia del regionalismo o aun del parroquianismo entre
los inmigrantes, hacía que esa presencia italiana en la ciudad pesara como
conjunto menos de lo que podía suponerse.

Otro mundo italiano: los industriales en la Argentina

Si hay dos sectores en los que la presencia italiana fue masiva y do-
minante antes de la Primera Guerra Mundial fueron la agricultura y la
industria. Este último sector tuvo un desarrollo mucho más importante

110. Los datos para Buenos Aires proceden de S. Baily, “Marriage patterns and immi-
grant assimilation in Buenos Aires, 1882-1923”, Hispanic American Historical Review,
60, 1, 1980, pp. 32-48, y R. Seefeld, “La integración social de extranjeros según sus
pautas matrimoniales. ¿Pluralismo cultural o crisol de razas? (1860-1923)”, Estudios
Migratorios Latinoamericanos, 2, 1986, pp. 203-231. Para Rosario, en cambio, de C. Frid
de Silberstein, “Inmigración y selección matrimonial: el caso de los italianos en Rosario
(1870-1910)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 18, 1991, pp. 161-190.
284 Fernando Devoto

que lo que las versiones tradicionales sostenían y ello ocurrió en especial


en cuatro rubros (alimentación, construcción, vestido y metalurgia ligera),
que abarcaban, en 1914, el 78% de los establecimientos y el 61% de los
capitales invertidos en el sector industrial. La mayor parte de ellos (70%
del total) estaba concentrada en el área de Buenos Aires.111
Los italianos estaban presentes en casi todos los sectores del nuevo
tejido industrial, pero eran muy predominantes en algunos. Los datos dis-
ponibles para 1910, a partir de la lista de las empresas y los empresarios
de origen italiano –esto es, de italianos o descendientes de aquéllos– que
estaban asociados a la Unión Industrial Argentina (uia) (lo que no es una
muestra totalmente representativa, pero es lo disponible), muestran su
clara hegemonía en ciertos rubros. Los “italianos”, que eran en total 47%
de los asociados, llegaban a 90% de los empresarios del rubro “mosaicos,
mármoles y cerámicos”, 87% del de “fideos”, 79% del de “artes gráficas”
y del de “biselados y espejos”. Asimismo, en otros rubros alcanzaban o
superaban el 60% de los asociados: metalurgia, mobiliario, sombrerería,
caramelería, aserraderos y carpinterías.112 Como se ve, esa pluralidad
de actividades puede reagruparse en algunos conjuntos característicos
de la presencia italiana: alimentación, materiales para la construcción y
metalurgia, a los que hay que agregar los talleres tipográficos, desde muy
temprano y con muchas implicancias, hegemonizados por los peninsula-
res. Diez años después, en 1920, esa preponderancia se mantenía en los
rubros aludidos, a los que se agregaban otros como “yeseros” (62%), “sodas
y gaseosas” (64%) y “molinos harineros” (60%), pero siempre reagrupables
dentro de los mismos conjuntos.
A esos sectores habría que sumar el de la industria textil, en el que si
bien la proporción era menor que en los precedentes, tenía en cambio una
marcada concentración regional en el origen de los propietarios. En efecto,
de las treinta empresas existentes a comienzos de la década de 1930, según
los datos de la uia, seis propietarios italianos, entre los que sobresalían los
procedentes de la pequeña región de Biella en el Piamonte. Algunas procedían
desde el siglo xix, como la Lanera Argentina, fundada en 1893, que devino
propiedad de los hermanos Bozzalla en 1896. Instalada en Valentín Alsina,
la firma tuvo una estrategia orientada a traer bielleses sea para puestos de
dirección, sea como técnicos o como obreros. Dado que construyó viviendas
para sus trabajadores cerca de la fábrica y tuvo participación en la creación
de una sociedad de socorros mutuos (Unione e Fratellanza), recreó allí un
pequeño ambiente étnico. Un itinerario semejante, esto es, de personas
llegadas con algunos conocimientos técnicos pero sin capital que fueron
construyendo lentamente su itinerario empresarial (habiendo trabajado

111. República Argentina, Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso, 1917.
112. M. Barbero y S. Felder, “Industriales italianos y asociaciones empresarias en Ar-
gentina. El caso de la Unión Industrial Argentina (1887-1930)”, Estudios Migratorios
Latinoamericanos, 6-7, 1987, pp. 155-179.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 285

antes en otras empresas del sector), lo proveen las fábricas de Ugolino y


Juan Giardino, la de Felice Giardino (hermano de los precedentes) y la de
Caneparo Hnos., todas instaladas durante o inmediatamente después de
la Primera Guerra Mundial.113
Dado que la Unión Industrial reunía sobre todo a empresarios de
Buenos Aires, no aparecen en ella otros grupos localizados en el interior
del país. Entre éstos, un lugar en el que los italianos también eran muy
importantes es el de la industria vitivinícola, donde eran preponderantes
entre los establecimientos de nivel medio (que producían entre 50 mil y
100 mil hectolitros por año); algunas de las figuras más emblemáticas eran
el cuneese Pasquale Toso, Augusto Rafaelli o Antonio Scaramella. Empe-
ro, también era muy significativa su presencia entre los propietarios de
las mayores bodegas. Así, entre los socios de la Cooperativa Vinícola que
reunía a los productores de más de 100 mil hectolitros, los peninsulares
eran propietarios de 40% de las bodegas de esas dimensiones. Los nombres
de Antonio y Domenico Tomba (vénetos), Battista Gargantini (del cantón
Ticino) o Giovanni Giol (de Udine) eran los más conocidos.114
Si utilizamos los datos reunidos por Giacomo Grippa hacia 1898 a partir
de los provistos por el censo de 1895, que tienen el gran inconveniente
de que enumeran un poco indiscriminadamente lo que podemos llamar
industrias con pequeños talleres, se observa que los establecimientos
de italianos son muy mayoritarios en dos ciudades muy permeadas por
la inmigración de ese origen: La Plata y Rosario. En el primer caso, 77%
de ellos eran propiedad de peninsulares y en el segundo, 68%. En otras
ciudades, como Paraná, Santa Fe y Corrientes, los italianos superaban el
50% del total.115 En Mendoza, además de entre los bodegueros, también
era importante en el sector metalmecánica. Esa presencia estaba ligada a
la reparación de máquinas de las bodegas y a una industria de hojalata
para el enlatado de duraznos. Así, ya en 1895 uno de los más grandes era
el establecimiento metalmecánico y de fundición del ingeniero Carlo Berri,
al que se agregarían luego Industrias Metalúrgicas Pescarmona (en 1907)
y La Metálica del turinés Vittorio Ronchietto en 1915.116

113. M.R. Ostuni, “Biellesi in America Latina”, en aa.vv., L’emigrazione biellese nel No-
vecento ii, Milán, Electa, 1988, pp. 208-218.
114. A. Fernández, “L’associazionismo italiano nella provincia di Mendoza”, en G. Rosoli,
Identità degli Italiani in Argentina. Reti sociali, famiglia, lavoro, Roma, Studium, 1993,
pp. 250-251.
115. G. Grippa, “L’industria argentina e gli italiani”, en Comitato della Camera Italiana
di Commercio ed Arti (a cura di), Gli italiani nella Repubblica Argentina all’Esposizione di
Torino, Buenos Aires, Compañía General de Fósforos, 1911, pp. 155-186.
116. Véase J.A. Borello, Soplando vida al metal. 100 años de la industria metalmecánica
mendocina, 1895-1995, Buenos Aires, ceur-uba, 1997, pp. 41-54, y E. Pérez Romagnoli,
“Inmigración europea y producción artesanal-industrial en Mendoza”, Les Cahiers alhim,
9, 2004.
286 Fernando Devoto

En cuanto a las dimensiones de los establecimientos, los italianos eran


preponderantes entre los pequeños y medianos industriales. Ello ya es
visible en los datos del censo de 1895 para Buenos Aires. Si se toman sólo
aquellos establecimientos que empleaban al menos diez trabajadores, los
italianos eran el 35% del total de los empresarios de la ciudad. Si a ellos
se agregaban los que eran hijos de italianos, los nacidos en las partes de
cultura italiana de Suiza y Austria y las sociedades anónimas claramente
identificadas con empresarios italianos, ese porcentaje asciende a 46%.
Los italianos ocupaban el 25% de toda la mano de obra empleada (y ese
porcentaje asciende a 39% si se considera el grupo más amplio), lo que
sugiere esa presencia mayor entre los pequeños y medianos industriales
que entre los grandes. Sin embargo, los peninsulares también estaban
presentes (aunque en un porcentaje más reducido) entre los propietarios
de industria que empleaban entre cien y doscientos trabajadores (22%).
Finalmente, de las treinta y tres fábricas más grandes, tres eran de italianos
y a ellas habría que agregar una sociedad anónima, la Compañía General
de Fósforos, que era claramente peninsular.117
Esta última –denominada “grupo italiano” o “grupo de la Compañía
General de Fósforos”– era uno de los mayores conglomerados financieros,
agrícolas e industriales de la Argentina. Su figura más característica era
Antonio Devoto, acompañado por sus hermanos Bartolomeo, Cayetano y
Tommaso. Además de los intereses en el Banco de Italia, y en la misma
Compañía General de Fósforos, eran importantes accionistas en otros
rubros como el Frigorífico Argentino, la destilería Devoto, Rocha y Cía. o
la curtiembre Gaggino, Lauret y Cía. Aunque la faceta más conocida de
Antonio Devoto es la de banquero e industrial, no debería olvidarse que era
un gran propietario de tierras (llegó a tener 290 mil hectáreas solamente
en la actual provincia de La Pampa) así como de numerosas propiedades
urbanas: inmuebles y tierras (con una de esas fracciones había creado un
barrio parquizado, la actual Villa Devoto). En el momento de su muerte,
según los datos existentes en su sucesión, 75% de su fortuna estaba con-
centrada en los dos últimos rubros.118
En cualquier caso, y más allá de ello, en el seno del grupo financiero-
industrial, que es el que aquí nos interesa, emergerían como managers
figuras que luego ocuparían un rol relevante en la vida institucional de la
Unión Industrial y en la política de la comunidad. Era el caso de los inge-
nieros Pietro Vaccari y Vittorio Valdani (que antes había sido manager de
la Pirelli en Milán), sucesivos gerentes generales de la Compañía General

117. R. Gandolfo, “Las sociedades italianas...”, p. 316.


118. M.I. Barbero, “Inmigración, empresarialidad, redes sociales y cultura de empresas.
El caso del «grupo italiano» en la Argentina (1870-1930)”, ponencia presentada en el
coloquio “Migrations et cultures d’enterprise: échanges et diversités dans le monde du
xv à xx siècle”, París, noviembre de 2005.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 287

de Fósforos y vicepresidentes de la uia, en 1906 el primero y entre 1911-


1912 y 1914-1917, el segundo.
Un caso semejante es el de los Demarchi, que además de su participación
en el mismo Banco de Italia y de sus intereses en el sector agropecuario eran
accionistas de muchas empresas industriales de la Argentina, entre ellas
Hilanderías de Algodón A.A., la Compañía de Fibra de Lino, la Compañía
General de Productos Químicos y la empresa alimentaria Bagley y Cía. El
ingeniero Alfredo Demarchi (nieto de Antonio, al que vimos actuando ya
en la época de Rosas), que había nacido en la Argentina, era la figura más
visible del grupo. Había sido dos veces diputado y vicegobernador de la
provincia de Buenos Aires, vicepresidente del Banco de Italia y Río de la
Plata (donde como vimos confluían los más importantes grupos económicos
peninsulares en la Argentina) e incluso presidente de la uia entre 1904 y
1907 y vicepresidente en 1903 y entre 1908 y 1910.119
Esos casos sugieren ya que la presencia de italianos e hijos de italianos
fue fuerte en la organización que agrupaba a los industriales. Además de
Demarchi, Vaccari y Valdani, hubo otros vicepresidentes italianos de la
uia en el período anterior a la Primera Guerra Mundial, Nicola Martelli y
Carlo Luppi; este último, además de poseer una curtiembre e integrar el
directorio del Banco Popular Italiano era por entonces presidente de la
Unione e Benevolenza. Más en general, el rol de los italianos alcanzaba
tal nivel que si buscásemos una institución argentina en la que esa pre-
sencia fue destacada deberíamos detenernos en la uia (y desde luego en la
Federación Agraria Argentina) más que en cualquier otra. Efectivamente,
entre 1904 y 1915 ocupaban casi el 50% de los principales cargos de la
comisión directiva y el 40% de los vocales. Esa presencia sería igual o aun
más relevante en la década de 1920, cuando todos los presidentes serían
hijos de italianos que continuaban al frente de empresas creadas por sus
padres (Hermenegildo Pini, Luis Palma) o representantes de otras del mis-
mo origen como Luis Colombo (manager de las bodegas Tomba), mientras
que dos de los vicepresidentes eran directamente nacidos en la península
(Vittorio Valdani y Luigi Barolo, empresario textil).
Desde luego que esa entidad no reunía a todos los grupos industriales
y muchas de las más grandes empresas (en especial inglesas y norteame-
ricanas, como los frigoríficos) no sólo no estaban representadas en ella
sino que pronto crearían otras entidades, como la Asociación del Trabajo
o la Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción
(cacip), en la segunda mitad de la década de 1910. En cualquier caso, ello
demuestra una vez más que esa presencia italiana en la Argentina permeaba
y connotaba mucho más aquellos ámbitos de lo que podríamos denomi-
nar, en sentido extenso y ambiguo, una clase media que a los pequeños y
exclusivos espacios de las elites económicas y sociales.
Más allá de las empresas y los empresarios italianos establecidos en la

119. M. Barbero y S. Felder, op. cit., pp. 151-158.


288 Fernando Devoto

Argentina, ya desde fines del siglo xix aparecen también en el país oficinas
comerciales o representantes de industrias italianas. Uno de los primeros
había sido Enrico Dell’Acqua, creador de una sociedad de exportación, quien
luego se trasladó a la Argentina para instalar su fábrica textil y finalmente
también fue representante de un centenar de empresas textiles peninsu-
lares. Otros casos de esa presencia de intereses industriales italianos eran
las oficinas comerciales de aquellas empresas que abastecían de productos
italianos (por ejemplo, bebidas) al mercado constituido por los inmigrantes,
como Cinzano, Martini & Rossi o Fratelli Narice, que se habían instalado
hacia fines del siglo xix. Esa presencia se ligaba a lo que ya sostuvimos en
el capítulo anterior acerca del creciente intercambio comercial entre Italia
y la Argentina, ligado a la existencia de un mercado étnico de consumo de
productos italianos. Ello permitía a Italia, por un lado, mantenerse alter-
nativamente como cuarto o quinto país exportador a la Argentina y, por
otro, que el ritmo de crecimiento de sus exportaciones se mantuviese a la
par del norteamericano. Entre 1906 y 1910, el mercado argentino recibía
el 8% de todas las ventas italianas al exterior.120
Otra presencia más inesperada era la de empresas industriales no li-
gadas a ese mercado pero que podían aprovechar las ventajas de las redes
de vinculación que tenía la elite italiana con el mundo de los negocios y el
mundo de la política argentinos. Un temprano ejemplo de esa capacidad de
influencia y de mediación fue ese brasseur d’affaires que era Ferdinando
Maria Perrone, representante primero oficioso y luego oficial de la Ansaldo
de Génova, que gracias a los vínculos labrados con la elite política roquista
y al empleo de todo tipo de instrumentos de persuasión logró vender las
dos famosas naves de guerra italianas a la Argentina en 1896 (primera
exportación de aquella empresa). Operación, dicho sea de paso, que divi-
dió a la elite italiana de la Argentina generando una encarnizada batalla
periodística entre los defensores de Perrone y sus rivales, dirigidos por su
principal oponente, Basilio Cittadini. Mientras Perrone controlaba finan-
cieramente tanto el capital accionario como a los directores (endeudados
con él) de La Patria degli Italiani y de L’Operaio Italiano, Cittadini operaba
sobre todo desde su nueva creación periodística L’Italia del Plata. Detrás
de éste estaba por otra parte el interés en la operación de una industria
naval italiana rival de la Ansaldo que era la Orlando de Livorno (que lograría
vender dos naves a la Argentina sucesivamente).121
Menos polémicas fueron otras instalaciones de grupos industriales ita-
lianos, como Ercole Marelli, fabricante de motores y maquinaria eléctrica
que a principios del siglo xx había abierto una filial comercializadora en
Buenos Aires, o la Franco Tosi, también productora de motores eléctricos,

120. E. Sori, op. cit., p. 131.


121. Archivio Storico Ansaldo, Génova, Fondo Perrone, scatole 29 y 32. Véase también
P. Rugafiori, op. cit.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 289

que tenía asimismo un representante en Buenos Aires desde 1909, el inge-


niero Giovanni Carosio. Finalmente, en 1910, también Pirelli había abierto
una oficina de comercialización en Buenos Aires interesada en la venta de
cables eléctricos y como resultado de su participación en la Exposición del
Centenario y de la visita de Alberto Pirelli a Buenos Aires.122
Como se ve a partir de estos últimos casos, existía un mercado poten-
cial muy grande para una industria en expansión que era la de generación
de energía eléctrica. Ya en 1906, el citado Carosio se había asociado con
Pietro Vaccari, gerente general de la Compañía General de Fósforos, para
crear la primera empresa con capitales italianos en el sector eléctrico ar-
gentino: la Compañía Industrial de Electricidad del Río de la Plata, que se
dedicaba al diseño, la construcción y la instalación de pequeñas centrales
eléctricas. Sobre el sector operaba también el ingeniero Mauro Herlitzka,
que había trabajado en posiciones gerenciales de numerosas empresas
eléctricas europeas (de Pirelli a Siemens) antes de instalarse en Buenos
Aires, donde ocuparía un rol relevante en instituciones de la comunidad,
como mencionamos en el capítulo precedente.
Si los primeros pasos de los intereses de empresarios y managers ita-
lianos se orientaban en escala reducida hacia el sector de la electricidad
para abastecer al mercado de las ciudades pequeñas e intermedias del
interior (ya que las grandes estaban en manos de compañías alemanas e
inglesas), pronto se formularían iniciativas más ambiciosas. En una con-
junción que recuerda el momento de creación del Banco de Italia y Río de
la Plata, distintos intereses de empresas italianas coincidirían con los de
otras creadas por peninsulares instalados en la Argentina para dar vida a
la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad.
La iniciativa de Giovanni Carosio logró reunir inversiones de Franco
Tosi y Pirelli –y otras reclutadas por Pietro Vaccari en ámbitos italianos–
junto con capitales locales, que estaban integrados en distinta proporción
por los grupos empresariales más grandes de los italianos en la Argentina,
los Devoto y los Demarchi, además de Vittorio Valdano.123 Sin embargo,
en este caso también entraban en la operación compañías suizas que
reunían la mayoría de las acciones del grupo europeo y otros argentinos
no vinculados a la comunidad peninsular. Ello reflejaba la más compleja
dinámica del capitalismo argentino en aquella época, así como estrategias
de los italianos más prominentes de realizar negocios tanto dentro como
fuera de la comunidad peninsular.
La Ítalo logró una importante concesión de la Municipalidad de Buenos
Aires y a partir de ahí competiría con la Compañía Alemana Transatlán-

122. M.I. Barbero, “Grupos empresarios, intercambio comercial e inversiones italianas


en la Argentina. El caso de Pirelli (1910-1920)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos,
15-16, 1990, pp. 316-323.
123. Idem, pp. 328-329.
290 Fernando Devoto

tica de Electricidad (cate), empresa de origen alemán. La lucha entre los


distintos grupos económicos fue encarnizada. La Ítalo tuvo éxito, logrando
una concesión de la ciudad para la provisión de electricidad por cincuenta
años, que rompía con el monopolio de la cate, mediante el apoyo que le
concedieron los hermanos Newbery, integrantes del Concejo Deliberante,
y el intendente Joaquín de Anchorena. La obtención de esta concesión se
debió en gran medida a las múltiples redes que poseía la elite económica
italiana instalada en la Argentina. En cualquier caso, ese éxito incentivó
los negocios de las empresas italianas asociadas como proveedoras de
la compañía y llevó a la apertura por parte de Pirelli de una fábrica en la
Argentina en 1917.
Si la presencia de los italianos en la industria argentina era cada vez más
importante a medida que se acercaba 1914, su cohesión interna era menor.
En las últimas décadas del siglo xix los procesos de ampliación y crecimiento
los llevaba a obtener capital o recursos humanos asociándose con otros
connacionales, también ellos empresarios en la Argentina, o con familiares
y parientes a los que hacían venir de Italia. Un ejemplo lo propusieron va-
rios pequeños y medianos comerciantes italianos que se asociaron con el
industrial lanero Barolo para crear la Compañía Algodonera Nacional o el in-
dustrial metalúrgico Rezzonico que amplía su empresa con el aporte de otro
industrial, en este caso propietario de una fábrica de pastas (Pegasano), o
incluso el bodeguero Antonio Tomba que llamó a sus hermanos y los asoció
a su empresa.124 Era también el caso de la Compañía General de Fósforos
nacida en 1889 de la fusión de las tres empresas más grandes del sector:
A. Dellachà y Hno., Francisco Lavaggi e Hijo y Bolondo, Aguirre y Cía. Dado
que desde 1882 las dos últimas estaban asociadas con la firma Antonio
Devoto Hnos., fue esta última la que tomó el control mayoritario del nuevo
grupo. A partir de allí inició un proceso de expansión, concentrando las
tres fábricas en una sola en Avellaneda (1899) a la que luego agregaría otra
en la ciudad de Paraná (1903). Asimismo, se expandirían hacia el sector
de la industria del papel creando una fábrica para producirlos en Bernal
en 1904.125
Esa lógica no era desde luego general y tanto el Banco de Italia como
los empresarios con él ligados ya tempranamente establecieron nuevos
negocios con colegas de la elite local o con otros extranjeros antes que con
peninsulares. Devoto, Ambrosetti y Stoppani, del grupo del banco, estaban
asociados con Henry Py (presidente del Banco Francés) y con un terrate-
niente local como Vicente Casares en el Frigorífico Argentino. El mismo
Devoto estaba asociado con Py y Alberto Bracht (Construcciones y Obras
Públicas del Río de la Plata) y con Alfredo Hirsch de Bunge y Born (The

124. E. Scarzanella, Italiani d’Argentina..., pp. 38-39.


125. M.I. Barbero, “Mercados, redes sociales y estrategias empresariales en los orígenes
de los grupos económicos. De la Compañía General de Fósforos al Grupo Fabril (1889-
1929)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 44, 2000, pp. 130-131.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 291

American Quebracho). Nicolás Mihanovich, por su parte, estaba asociado


con el mismo Py y con Carlos Casado (Campos y Quebrachales Puerto Sas-
tre) así como con Bracht (Grandes Molinos Porteños).126 Lo mismo ocurría
con los Demarchi, una familia que además había seguido estrategias de
emparentamiento vía matrimonio con familias tradicionales argentinas
(como los Quiroga, los Sáenz Valiente, los Villate o los Gallardo).
Así, desde principios del siglo xx (si no antes) los lazos entre empre-
sarios italianos se iban debilitando mediante las asociaciones que se
iban estableciendo con grupos de otro origen nacional, fuesen empresas
extranjeras o empresarios instalados en el país, proceso que se aceleraría
en la década de 1920. Además, ya desde fines del siglo xix existían pocos
lazos de esos mayores grupos entre sí (como mostraba la articulación en
torno de diferentes bancos que se definían “italianos”) y menos aún con
los pequeños industriales.
El proceso era resultado de una sociedad más compleja, y sobre todo del
crecimiento del mercado que impulsaba a la expansión de muchas empresas.
Ello favorecía a su vez procesos de concentración, vía absorción o fusión, cada
vez más heterogéneos desde el punto de vista étnico. Asimismo, obstaculizaba
la formación de dinastías de industriales. Aunque muchos de los empresa-
rios hechos a sí mismos hubiesen mandado a sus hijos a estudiar a Italia o
a otros lugares de Europa, con la idea de que tuviesen la formación técnica
suficiente para dirigir las empresas que ellos habían creado empíricamente,
la lógica de la evolución de la economía argentina orientaba más hacia la
construcción de sociedades anónimas que diluían el carácter familiar de las
empresas de los pioneros. Así, se aceleraba el proceso de separación entre
propiedad y gestión con la contratación de managers profesionales (como
vimos en el caso de la Compañía General de Fósforos) que iban tomando las
riendas en representación de los accionistas.
Un ejemplo del proceso de concentración de algunos sectores industriales
lo brinda el sector metalúrgico. Como ya vimos, un papel importante en él
lo habían tenido los talleres creados tempranamente en Buenos Aires por
italianos, como Vasena, Rezzonico u Giuseppe Ottonello. En 1907 existía
ya un centenar de industrias y talleres en ese rubro de las cuales las diez
más grandes controlaban el 60% del mercado. Entre esas diez había tres
italianas: una que era el resultado de la fusión de dos precedentes, Rezzonico,
Ottonello y Cía.; otra, la de Pedro Vasena Hnos. y una tercera, Chientelassa
Hnos. Pese a estar entre las más grandes, no pudieron resistir procesos de
absorción ulteriores. Ya en 1912 la empresa Vasena recibía capitales ingle-
ses y se constituía como sociedad anónima en Londres. Ésta, al igual que
la Rezzonico, Ottonello y Cía., serían absorbidas luego por un importante
grupo económico argentino: Tornquist. Por su parte, Chientelassa Hnos.
pasaría a ser controlada por el grupo Leng Roberts.127

126. Idem, p. 128.


127. M.I. Barbero, “Empresas y empresarios italianos en la Argentina (1900-1930)”, en
292 Fernando Devoto

Esa creciente multinacionalización de las empresas (en el sentido tanto


del origen de sus capitales como del de sus empresarios) era en parte, pero
sólo en parte, compensada por los ámbitos de sociabilidad que mantenían
una ligazón entre muchos de los italianos que se encontraban en la Argen-
tina. El Circolo Italiano desempeñaba un papel importante allí, al igual que
algunas comisiones de prestigio como la del Hospital Italiano o una entidad
como la Camera di Commercio. Sin embargo, a medida que emergía una
nueva generación de hijos argentinos, éstos parecían preferir en muchos
casos desarrollar su sociabilidad en otros ámbitos no italianos (o a la vez
en unos y otros). En cualquier caso, una comunidad de negocios italiana
no se consolidaría en la Argentina anterior a la Primera Guerra Mundial
o, mejor, esa comunidad, hasta donde fuese una, entonces o luego, sólo
reagrupaba una parte de las muchas iniciativas y capitales que, hechos en
la Argentina y procedentes del exterior, habían contribuido tanto a fecundar
los avances de la industria argentina.

La izquierda argentina, los italianos


y el movimiento obrero

Visto el porcentaje, señalado al comienzo del apartado anterior, de todos


los italianos dedicados al artesanado y la industria, éstos eran también el
grupo nacional más numeroso entre los obreros. Dada la preferencia de
los peninsulares por contratar a trabajadores de su misma nacionalidad,
región o pueblo (al igual que los arrendatarios agrícolas), la mayoría de los
obreros italianos tenían también un patrón italiano.
Esa situación inusual (ya que en pocas partes del mundo los italianos
estaban presentes en los dos lados en la proporción en que se encontraban
en la Argentina) generaba otro tipo de conflictos dentro de la comunidad,
en el marco del crecimiento de la protesta laboral que caracterizará a
la primera década del siglo xx. Hicimos ya referencia a algunos de esos
conflictos en el capítulo anterior, y aquí baste recordar esa situación para
percibir en cuán gran medida esas tensiones debilitaban adicionalmente,
en muchos casos, los vínculos étnicos. Desde luego no los suprimían, y
los obreros italianos de la Argentina urbana aparecían tensionados entre
las incitaciones de socialistas, anarquistas y luego sindicalistas para in-
tegrarse en organizaciones de clase y la tendencia opuesta: agruparse en
asociaciones como las mutuales junto a sus connacionales y a veces a sus
compaisanos.
Las cosas habían comenzado más ambiguamente. En 1890, en ocasión
del primer festejo del 1 de mayo en la Argentina, varias sociedades italianas
de socorros mutuos, incluidas las viejas entidades (Italia Unita, Italiana de
Barracas) y otras nuevas creadas por meridionales (Società Figli del Vesuvio

M.R. Ostuni (a cura di), Studi sull emigrazione. Un analisi comparata, Milán, Fondazione
Sella-Electa, 1991, pp. 300-309.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 293

y la Unión Calabresa), estuvieron entre los convocantes al acto.128 Esa rela-


ción ambigua entre republicanos italianos y el naciente movimiento obrero
tenía desde luego antecedentes. En las décadas de 1880 y 1890, muchos
“internacionalistas” llegaron a la Argentina aprovechando las facilidades
que el gobierno italiano daba para que los “subversivos” salieran del país,
en especial si se dirigían a la lejana América. Aquí el gobierno peninsular se
preocupaba por recabar informes sobre sus actividades en el país, en especial
en relación con las instituciones de la comunidad, cambiaba informes con las
autoridades argentinas (sin muchos efectos prácticos) pero sobre todo estaba
preocupado por eventuales regresos a Italia.129 En realidad la situación tenía
bastante complejidad ya que los intereses de los gobiernos de Italia y de la
Argentina serían crecientemente divergentes en este tema a medida que se
acercaba el siglo xx y la preocupación por el conflicto social aumentaba en
el país sudamericano. A partir de 1894 se habían firmado varios acuerdos
entre los dos gobiernos para vigilar a los “subversivos” pero, como resultado
de ellos, el gobierno argentino impidió que algunos de los que habían sido
señalados en su condición de tales por las autoridades italianas pudiesen
desembarcar. Eso contradecía el interés del gobierno peninsular que lo que
buscaba era sólo librarse de ellos alejándolos de Italia. La cuestión derivó
en una queja formal del encargado de negocios peninsular con argumentos
que revelaban la ambigüedad de la situación.130
En ese contexto llegaron unos cuantos anarquistas a Buenos Aires,
entre los cuales el más célebre fue Enrico Malatesta, que arribó en 1885.
Aquí abrió un taller mecánico (ya que como cualquier inmigrante nece-
sitaba un trabajo para vivir), comenzó a tratar de organizar a los obreros
procurando crear un sindicato de panaderos, se sumó a un recientemente
creado Círculo Comunista Anárquico cuyos fundadores habían sido lec-
tores suyos y creó un Círculo de Estudios Sociales. A la vez comenzó a
escribir en el periódico de la izquierda republicana italiana en la Argen-
tina, L’Amico del Popolo, y en uno de su propia creación ya en Italia, La
Questione Sociale. A esa tarea de periodista lo ayudó seguramente su nuevo
trabajo como administrador de una tipografía. El itinerario de Malatesta
fue compartido por muchos otros, que a la vez que establecían relaciones
con las instituciones de los republicanos italianos buscaban movilizar al
naciente movimiento obrero argentino. Otro ejemplo es el de Carlo Mauli,
que también llegó a mediados de los años 80 y organizó la Sociedad Inter-
nacional de Obreros Carpinteros, Ebanistas y Anexos, editó el periódico El
Socialista y fue uno de los líderes de la Federación Obrera. Al mismo tiempo

128. S. Marotta, El movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Lacio, 1960, i, p. 80.
129. M.R. Ostuni, “Inmigración política italiana y movimiento obrero argentino. Un estu-
dio a través de los documentos gubernamentales (1879-1902)”, en F. Devoto y G. Rosoli
(comps.), La inmigración italiana..., pp. 105-112.
130. Véase Argentina, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, expediente Nº
39, 1898.
294 Fernando Devoto

participaba, en la década de 1890, como tesorero del círculo político de los


socialistas en la Argentina, el Fascio Italiano dei Lavoratori, y como secre-
tario de la sociedad italiana de socorros mutuos La Patriottica. Años más
tarde se encontraría entre los miembros fundadores del Partido Comunista
argentino. De este modo, hasta bien entrado el siglo xx, Mauli participaba
a la vez en entidades comunitarias y en organizaciones cosmopolitas de
izquierda. De algún modo, trataba de hacer equilibrio entre los impulsos
nacionalistas presentes en las asociaciones italianas y el internacionalista
de los movimientos de izquierda.131
Esa colocación ambigua fue haciéndose cada vez más difícil a medida
que el movimiento sindical argentino se iba consolidando, desde la década
de 1890. A partir de ese momento, la creciente hostilidad de éste hacia las
entidades étnicas se pondría cada vez más de manifiesto. Los periódicos
La Vanguardia (socialista) y La Protesta (anarquista) insistían permanen-
temente en sus ataques a las asociaciones italianas, a sus dirigentes y a
empresarios italianos. Sirva de ejemplo este párrafo:

¡Obreros! Aquellos que después de explotaros bárbaramente,


os hablan de la madre patria y del xx de septiembre os están
engañando. [...] Todos los patrones son la misma cosa, ya sean
italianos, argentinos, turcos o japoneses, todos tratan de explotar
y de robar todo cuanto puedan del obrero.132

Esa competencia no afectaba solamente el ámbito estrictamente laboral


sino que se proyectaba sobre el territorio de lo cotidiano. Los anarquistas,
por ejemplo, organizaron sus círculos, en los que los trabajadores empleaban
su tiempo libre, lo que proyectaba otro plano de competencia con las socie-
dades mutuales. El número de los círculos libertarios, que en un momento
de particular éxito (1904) llegaba en Buenos Aires a unos cincuenta, de los
que varios eran por sus nombres claramente italianos (Ne dio ne padrone,
L’Avvenire, Rivendicatori, Occhi Aperti) que a efectos comparativos puede ser
puesto en relación con las sesenta y dos mutuales italianas que existían en
la Capital Federal en 1906. Asimismo, en especial los anarquistas, donde
tan fuertes eran los italianos, desarrollaban otros ámbitos de sociabilidad
como obras de teatro, bibliotecas populares y escuelas. Un rol importante
en ellos, pero también en los conflictos y aun en ciertas sociedades de
resistencia ligadas al rubro textil y confección, lo desempeñaban mujeres
trabajadoras entre las que las italianas tenían nuevamente un papel muy
visible. También se realizaban múltiples actividades, más allá de la políti-
ca en los centros que organizaban a nivel territorial a los socialistas, pero
estos centros eran sólo quince en la Capital en 1904.
Los mencionados ataques a la comunidad y a la italianidad tenían, por

131. R. Gandolfo, “Las sociedades italianas...”, pp. 328-329.


132. La Protesta, 20 de septiembre de 1908.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 295

lo demás, modulaciones diferentes entre los socialistas y los anarquistas.


Estos últimos, aunque muy hostiles a las mutuales y a la dirigencia, tenían
una amplitud mayor a la hora de reconocer las diferencias entre los distintos
componentes nacionales y por ende a la emergencia de secciones diferentes
que agrupaban a obreros de una sola nacionalidad o al uso de la lengua
de origen. Ello favoreció la expansión de una numerosa aunque a veces
efímera prensa anarquista en lengua italiana en las ciudades de Buenos
Aires, Rosario y Bahía Blanca.133 Los socialistas, en cambio, aunque casi
todo su grupo dirigente era de origen inmigratorio y con una predominante
presencia italiana, siguieron una política firme de argentinización. Sus
mayores líderes, los médicos Juan B. Justo (cuyo nombre originario era
Giusto), Nicolás Repetto (que, como vimos, fue el primer cirujano del Hos-
pital Italiano) o el líder gremial y periodista Jacinto Oddone, emblematizan
las raíces, en esos casos genovesas, de la primera dirigencia socialista. Sin
embargo, pese a ello o por ello (la actitud más general de los descendientes
de inmigrantes italianos, como veremos), y en consonancia con su enfoque
internacionalista, impulsaban una fuerte integración de los inmigrantes
a la sociedad argentina.
Esa posición se expresaba también en el terreno lingüístico, en el que
los socialistas fomentaban el uso exclusivo del castellano, tanto en reunio-
nes como en la prensa partidaria, así como en su estrategia de promover
la nacionalización de los inmigrantes. Esa idea los llevaba a polémicas
periodísticas más amplias, como aquella que enfrentaba a la defensa de
las escuelas públicas de los socialistas con la de las escuelas étnicas por
parte de la prensa italiana.134 Asimismo, al haber elegido la vía reformista de
participación en el sistema político, era imprescindible para los socialistas
que los inmigrantes adquirieran la ciudadanía argentina y pudiesen votar.
El requisito era exigido a todos los afiliados al partido, y éste ofrecía un
servicio gratuito para realizar los trámites.135 Ya en 1894, en los comienzos
de las discusiones acerca de la creación de un partido, la posición a fa-
vor de la naturalización como requisito para integrar el comité central de
la nueva agrupación hizo que el Fascio Italiano dei Lavoratori se negase a
incorporarse. Poco después, la sanción de ese requisito en el artículo 7 del
partido generó que otro grupo de italianos del centro socialista de Barracas
al Norte se alejara.136
Los límites de esa estrategia de los socialistas se encontraban en que

133. O. Bayer, “L’influenza dell’immigrazione italiana nel movimento anarchico argen-


tino”, en B. Bezza (a cura di), Gli italiani fuori d’Italia, Milán, Franco Angeli, 1983, pp.
534-540.
134. Véase, por ejemplo, para el caso de Bahía Blanca, las referencias contenidas en
N. Buffa, Los periódicos italianos de Bahía Blanca de la colectividad italiana de Bahía
Blanca, Bahía Blanca, feisa, 1986.
135. H. Spalding, op. cit., p. 71.
136. R. Falcón, op. cit., pp. 128-129.
296 Fernando Devoto

la cantidad de inmigrantes que se nacionalizaban era muy pequeña (en


porcentajes menores a 2%), entre otras cosas porque no había ventajas
evidentes en hacerlo salvo el voto y éste contaba poco en las condiciones
electorales de entonces. Las autoridades tampoco facilitaban los trámites,
sino que los obstaculizaban, en especial si eran impulsados por partidos
opositores. De este modo, hacia 1903 apenas algo más de la mitad de los
afiliados socialistas eran ciudadanos argentinos. La incorporación en el
programa mínimo del partido (art. 9º) de la exigencia de que los inmigrantes
pudiesen votar con sólo dos años de residencia y su inclusión en el padrón
electoral sin necesidad de tramitar la ciudadanía nunca prosperó.137 Así,
aunque el socialismo consiguió elegir un diputado por el barrio de la Boca
en 1902, ello no necesariamente estaba ligado a la presencia italiana sino
a un trasvasamiento de votos desde el mitrismo. En el mediano plazo su
fuerza electoral se consolidó y luego de la Ley Sáenz Peña llegó a convertirse
en el segundo partido de la capital con un voto importante de los hijos de los
inmigrantes, pero casi nunca traspasó los límites de la ciudad de Buenos
Aires, y desde luego su papel hubiese sido mucho mayor si los extranjeros
hubieran podido sufragar.
La creciente conflictividad social llevó al gobierno argentino en 1902 a
sancionar a las apuradas la Ley de Residencia, que autorizaba al Poder
Ejecutivo a expulsar a cualquier inmigrante considerado peligroso sin
necesidad de ningún trámite judicial. La ley era manifiestamente incons-
titucional, como lo señalaron los votos de Antonio Sagarna y Guido Lavalle
en un fallo de la Corte de 1932, pues vulneraba la libertad de transitar
libremente consagrada por la Constitución nacional en su artículo 14 para
todos los habitantes (ciudadanos o extranjeros), así como el artículo 18, que
prohibía que cualquier habitante fuese penado sin juicio previo o juzgado
por comisiones especiales. En cualquier caso, la ley entró en vigencia y
perduró hasta 1958, cuando fue derogada.
Muchos italianos fueron afectados por la medida. Algunos eran militantes
anarquistas pero otros eran pacíficos inmigrantes confundidos con aquéllos,
ya que la ley parece haberse aplicado con suma arbitrariedad y poca efica-
cia en cuanto a sus objetivos. En lo que a nosotros nos interesa, el tema
colocaba en una situación aun más difícil a la dirigencia italiana. ¿Había
que solidarizarse con los italianos a los que se les aplicaba la ley o había
que dejar pasar? La Patria degli Italiani se mostró contraria a la ley (opinión
que compartían en general otros diarios argentinos de oposición como La
Nación) y crítica hacia la política de los gobiernos conservadores, juzgados
retrógrados y arbitrarios.138 El diario defendía una posición reformista en
materia de legislación social (que era compartida por liberales argentinos

137. A. Spinetto, Ciudadanía conferida a los extranjeros, Buenos Aires, Tip. La Van-
guardia, 1917.
138. Véase, por ejemplo, La Patria degli Italiani, 23 de noviembre de 1902.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 297

de la época) y de derechos electorales, y en varios momentos aparecía tan


hostil al anarquismo como cercana al socialismo reformista.139
Desde luego que no es posible considerar a un periódico de manera uni-
taria y sin contradicciones, y las que podían emerger en el discurso de La
Patria degli Italiani pueden atribuirse a opiniones diferentes de los distintos
redactores. En cualquier caso, en general su enfoque condenaba por un
lado la intervención del Estado en los conflictos sociales (en especial de la
policía) y, desde luego, visto su permanente anticlericalismo, la injerencia
de los católicos en la cuestión social a través de los Círculos Católicos de
Obreros organizados por Grote.140 Por el otro, se oponía a la acción violenta
de los anarquistas y a su recurso cada vez más extendido en la primera
década del siglo de la “huelga general revolucionaria” como forma de lu-
cha.141 En suma, la posición aparecía ubicada en una delgada tercera vía
en defensa de una legalidad que no debía ser vulnerada ni por el Estado
ni por los trabajadores. Más aún, el mismo periódico, aunque defendía la
huelga como instrumento pacífico de lucha, expresaba sus dudas acerca
de la conveniencia de utilizarla reiteradamente ya que pensaba que era un
medio poco conveniente en un país en el que había desocupación.142 Así,
en un contexto de radicalización ideológica y de conflicto social creciente
esa tercera posición de La Patria degli Italiani, contra las arbitrariedades
del Estado y contra los excesos del anarquismo, tenía un escaso margen
de maniobra.
Aunque un número no precisado de italianos pueda haber resuelto
los conflictos que emergían entre su posible pertenencia a los ámbitos del
movimiento obrero o a los de las comunidades italianas, participando en
unos y en otros, para muchos se presentaba una disyuntiva. Carecemos de
testimonios suficientes sobre la elección que cada uno hizo (y desde luego
hubo otros que no hicieron ninguna y se mantuvieron al margen). Los
datos disponibles son fragmentarios y brindan referencias sólo indirectas
del problema aunque está fuera de discusión la importante presencia de
los italianos sea entre las instituciones de la comunidad como entre los
adherentes a los movimientos socialistas y libertarios. Por ejemplo, de las
661 personas sospechadas de anarquistas registradas por la policía en
Buenos Aires en 1902, el 59% eran italianas.143

139. La Patria degli Italiani, 7 de noviembre de 1902.


140. Idem, 8 de diciembre de 1901.
141. Idem, 22 de noviembre de 1902. Sobre La Patria degli Italiani y el movimiento obrero,
véase M.Z. Lobato, “La Patria degli Italiani and Social Conflict in Early Twentieth-Century
Argentina”, en D. Gabaccia y F. Ottanelli (eds.), Italians Workers of the World, Urbana-
Chicago, University of Illinois Press, 2001, pp. 70-73.
142. “La lezione degli scioperi”, La Patria degli Italiani, 19 de noviembre de 1902.
143. J. Moya, “Italians in Buenos Aires’s Anarchist Movement: Gender Ideology and
Women’s Participation, 1890-1910”, en D. Gabaccia y F. Iacovetta (eds.), Women, Gender
and Transnational Lives: Italian Women around the World, University of Toronto Press,
2002, p. 194.
298 Fernando Devoto

Si miramos el problema desde el acotado ángulo de las instituciones,


parece evidente que las mutuales italianas eran entidades más sólidas y
más numerosas que las sociedades de resistencia, sindicatos y círculos de
entonces. En 1907 el frustrado congreso de unificación de las dos centrales
obreras, la anarquista Federación Obrera Regional Argentina (fora) y la
Unión General de Trabajadores (ugt), entonces bajo hegemonía del sin-
dicalismo, reunió ciento ochenta delegaciones de otras tantas sociedades
de la república. En 1908, un censo realizado por las autoridades italianas
registró trescientas veinte instituciones mutualistas de peninsulares en todo
el país. Por otra parte, no hay que olvidar otro ámbito de competencia, los
Círculos Católicos de Obreros, que en 1908 eran sesenta y cinco en todo
el país pero cuya gran mayoría se encontraba en la Capital.
Desde luego que ese análisis debe matizarse, ya que no informa acerca
del número total de personas sino sólo de entidades. Por otra parte, debe
tenerse en cuenta que existían muchas diferencias regionales y hay que
considerar que en los momentos de máximo conflicto social (1907, 1909),
en especial los anarquistas eran capaces de movilizar mucha más gente
que la que podía militar establemente en esas organizaciones. Por ejemplo,
en ocasión de una sonada huelga de inquilinos de 1907 –que era particu-
larmente grave para la cohesión de los italianos ya que la mayoría de los
propietarios y de los inquilinos eran de esa nacionalidad–, las personas
involucradas pueden haber alcanzado las 120 mil, cifra ciertamente im-
presionante.
En cualquier caso, desde el punto de vista que aquí nos interesa, la
ideología comunitaria de la “italianidad” y la misma capacidad de mante-
ner articulados a los italianos dentro de las muchas comunidades de ese
origen, que en los hechos existían en Buenos Aires y en la Argentina, era
erosionada por esa competencia con las fuerzas de izquierda, así como
éstas encontraban un férreo límite para crecer en la presencia de las arti-
culaciones de ellas y de otros grupos étnicos.
Si no podemos precisar el grado de adhesión que tenían las distintas
instituciones que operaban en la sociedad civil, sí sabemos que entre
la dirigencia obrera había muchos italianos. Cuando en 1901 se fundó la
Federación Obrera Argentina (que en 1904 agregaría el término Regional
y pasaría a llamarse fora), 52% de los cuarenta y siete delegados era ita-
liano. Asimismo, en el comité del congreso organizador, siete de sus doce
miembros eran italianos. La presencia de los italianos en la dirigencia de
la ugt no parece haber sido menor, y se puede estimar que también en ella
la mitad de sus dirigentes lo eran.144
Entre los fundadores de la foa estaban el prestigioso abogado anarquista
Pietro Gori, que representaba a los trabajadores ferroviarios de Rosario,

144. S. Baily, “Italians and Organized Labour in the United States and Argentina: 1880-
1910”, en S. Tomasi y M. Engel (eds.), The Italian Experience in the Unites States, Nueva
York, Center for Migration Studies, 1970, pp. 120-121.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 299

y Ettore Mattei, como delegado de los panaderos de La Plata. Gori, que


había llegado a la Argentina en 1898, ocupó un rol de primer orden en la
creación de esa primera federación obrera. A su vez, rodeado del prestigio
de secuaz de la escuela positivista italiana, tuvo espacio para dictar innu-
merables conferencias, a las que asistían tanto obreros como personas de
la elite, para vincularse como docente con la Facultad de Derecho, para
crear una revista científica, Criminología Moderna, de cuyo consejo asesor
participaban reconocidos profesionales e intelectuales argentinos del orden
conservador,145 lo que sugiere que a principios de siglo la elite argentina
establecía claras diferencias entre un simple agitador y un intelectual de
prestigio. Gori, condenado en Italia a veintiún años de prisión, no parece
haber sufrido ninguna persecución por sus ideas y su actividad en la Ar-
gentina.
Ese papel de los italianos no sólo entre los militantes de base sino tam-
bién entre los organizadores y más en general entre la dirigencia de los
movimientos de izquierda en la Argentina es también bastante típico de la
experiencia de los peninsulares en los países sudamericanos. En otros con-
textos, como Estados Unidos, donde el movimiento obrero era más antiguo y
los italianos más tardíos, éstos desempeñaron un rol menos relevante entre
sus dirigentes. Ciertamente, en la Argentina esa situación aumentaba las
fricciones entre los italianos, más aún por la presencia destacada en una
entidad como la uia. Cuando el Poder Ejecutivo presentó al Parlamento el
proyecto de Código de Trabajo en 1904, que entre otras cosas establecía la
jornada laboral de ocho horas, Demarchi y Vasena, en representación de
la uia, presentaron en el Parlamento sus objeciones. Paradójicamente también
se oponían a él, por opuestas razones, los socialistas y los anarquistas.146
En cualquier caso, en ningún país del mundo podía darse una situación
que ubicaba en primer plano a los italianos, tanto entre los representantes
industriales como entre muchos de los dirigentes obreros, lo que reflejaba
el peso de éstos y a la vez las tensiones que los surcaban.

Intelectuales, científicos y profesionales


para el estado argentino

En los años anteriores a la Primera Guerra Mundial la presencia italiana


no sólo se había expandido en el mundo de los negocios y en los movimien-
tos obreros, como ya comentamos, sino también en el mundo intelectual
y científico argentino. Tratándose de un país joven en el que tantas cosas
estaban por hacerse y que carecía de tradiciones técnicas e intelectuales,
era inevitable que buscase esos recursos humanos en el exterior. El Esta-

145. I. Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo Veintiuno,


1978, pp. 88-91.
146. Idem, pp. 344-346.
300 Fernando Devoto

do argentino se estaba expandiendo y disponía de ingentes recursos para


construir las instituciones educativas y científicas que requería un país
moderno. Una parte de los científicos y profesores que las poblarían, dando
lugar a la creación de tradiciones académicas específicas, fue reclutada
entre profesionales italianos. Ayudaba a ello la voluntad de apertura y
renovación que caracterizaba en este terreno más que en otros a algunos
miembros prominentes del orden conservador (como Joaquín V. González)
y la debilidad o inexistencia de las corporaciones profesionales argentinas
que pudieran ejercer serias presiones ante el Estado (como harían luego,
desde los años 30) para dificultar o evitar la competencia de profesionales
venidos del exterior.
En algunos casos, como en la medicina, se exigía una reválida del
título y muchas fuentes informan sobre los obstáculos que, sobre todo
en ámbitos provinciales, se oponían a los médicos italianos que venían
para ejercer la profesión en la Argentina. Distinta era la situación en los
ámbitos nacionales, y en especial en los de la alta cultura científica, uni-
versitarios y no universitarios. Allí existía una mucho mayor apertura y
disponibilidad, y además el peso de las decisiones del poder político eran
bastante inapelables.
Algunos ocuparon posiciones importantes en instituciones de nueva
creación o recibieron encargos para realizar investigaciones o construir
obras públicas comisionados por el gobierno argentino. Fue, por ejemplo,
el caso del romano Clemente Onelli, graduado en Ciencias Naturales que
por designación de Francisco P. Moreno realizó distintas exploraciones en
la Patagonia antes de ser designado por Julio A. Roca, en 1904, director
del Zoológico de Buenos Aires. También el del geólogo Guido Bonardelli,
contratado por la Dirección Nacional de Minerología, Geología e Hidrografía
para realizar prospecciones en busca de petróleo, o los de los ingenieros
Cesare Cipolletti, que organizó por encargo del gobierno nacional el sistema
de regadío en el valle del Río Negro, y Luigi Luiggi, diseñador y director de
la construcción del hoy Puerto Belgrano.
Desde luego que el ámbito en el que esa presencia fue más masiva fue
en las universidades públicas y en los institutos de enseñanza terciaria,
donde todo estaba por hacerse a comienzos de 1900, ya que más allá de
algunos campos muy específicos la investigación era casi inexistente y la
docencia estaba en manos de profesores con elevadas dosis de amateurismo,
ya que sus saberes no eran precedentes sino sucesivos a la ocupación de
una cátedra. Por todo ello, aquí la importancia de los estudiosos contratados
en Italia y en otros países fue, si se quiere, mayor. No sólo contribuyeron a
la creación de instituciones sino que implantaron determinados saberes y
métodos de investigación que en los mejores casos promovieron la formación
de tradiciones de estudio y aun escuelas de pensamiento.
Los ejemplos son muy numerosos, conciernen a todos los campos y dado
que éste es un libro de historia y no un catálogo o una crónica aquí se hará
sólo un pequeño inventario. En el campo de la medicina se destacan los
nombres del genovés Silvio Dessy, que organizó a principios del siglo xx el
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 301

laboratorio central del Hospital de Clínicas de la Facultad de Medicina; del


turinés Valentino Grandis, que en la misma época organizó el laboratorio de
fisiología experimental en las universidades de Buenos Aires y de Córdoba;
del livornés Alessandro Tedeschi, que fundó el laboratorio de anatomía pa-
tológica del Hospital de Alienados de Buenos Aires, antes de ser designado
jefe de cirugía del Hospital Italiano de Rosario, y del anconetano Lanfranco
Ciampi, que dirigió el laboratorio de psiconeuropatología en la Facultad
de Medicina de la Universidad del Litoral y el Hospital de Alienados en la
misma ciudad de Rosario.147 El destino de los cuatro médicos fue diferente,
y mientras Grandis volvió a Italia para desempeñarse como profesor en la
Universidad de Génova, los otros tres permanecieron en el país.
Un papel importante desempeñaron también los italianos en el área de
las ciencias sociales y las humanidades. Así ocurrió con el pedagogo (y pa-
leontólogo aficionado) Pietro Scalabrini, consejero y profesor de la Escuela
Normal de Paraná y luego en Buenos Aires integrante del grupo fundador
del Instituto Nacional del Profesorado; él fue, desde esos lugares, uno de los
mayores difusores del credo positivista comteano en la Argentina. Pertenecía
a una familia de intelectuales con vastas preocupaciones en el campo de
la emigración italiana; su hermano Giovanni Battista, obispo de Piacenza,
fue una de las figuras católicas más interesadas en la tutela de la emigra-
ción, y su otro hermano, Angelo, fue incluso director del Commissariato
Generale dell’Emigrazione y estuvo muy ligado a la vida de las instituciones
peninsulares en Buenos Aires. Desempeñaron también papeles relevantes
otro positivista como el filólogo Mattia Calandrelli, rector y profesor del
Colegio Nacional de Buenos Aires, y el historiador Clemente Ricci, que llegó
en 1893. Ricci, antiguo alumno del Instituto Histórico dirigido por Cesare
Cantù en Milán, desarrollaría una vasta tarea docente y de investigación,
en especial en el campo de la historia antigua y medieval, en el Instituto
Nacional del Profesorado y sobre todo en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires, donde sería el impulsor de la investi-
gación filológica aplicada a la historia universal.148
En la consolidación de un área muy diferente, los estudios clásicos, en la
misma facultad, un papel central lo ocupó el piamontés Francesco Capello.
Graduado en Letras, llegó a la Argentina probablemente por incitación de
Marcos Demarchi y quizá por esa razón se vinculó con figuras de la elite
italiana en Buenos Aires como Giuseppe Tarnassi (hijo de Paolo, juriscon-
sulto y profesor de Literatura Latina en la Universidad de Buenos Aires) y
Giacomo Grippa. Este último, a la vez escritor y empresario (vinculado con

147. M. Montserrat, “L’influenza italiana nell’attività scientifica argentina del dicianno-


vesimo secolo” y A. Korn, “Contributi scientifici degli italiani in Argentina nel ventesimo
secolo”, en aa.vv., La popolazione di origine italiana in Argentina, Turín, Fondazione
Agnelli, 1987, pp. 164-165 y 176-177.
148. P. Buchbinder, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, Eudeba,
1997, pp. 127-128.
302 Fernando Devoto

Antonio Tomba y con Enrico Dell’Acqua), miembro de la comisión directiva


de la Camera di Commercio, fue el encargado, entre otras cosas, de compilar
los volúmenes que la misma presentó en las exposiciones de Turín de 1898
y de Milán de 1906. En ambos casos invitó a colaborar a Capello, que en el
primero llevó a cabo un estudio sobre la empresa de Dell’Acqua. Además,
realizó también por encargo una biografía del bodeguero Tomba. En 1903,
Miguel Cané, entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras, le ofreció
enseñar Gramática y Literatura griega en esa institución. A partir de allí,
Capello desarrollaría una importante labor educativa por muchos años en
el campo de la filología clásica y aun en el de la enseñanza de la filosofía
antigua.149 Los nombres de Capello y Ricci recuerdan el papel que en esa
Facultad de Filosofía y Letras, sobre todo en el período de entreguerras,
le cupo a la cultura italiana a través de esos u otros profesores y cuánto
actuó ésta en muchos casos como una balanza que contrapesaba, desde
una tradición que era muy rica y antigua, la influencia de la prestigiosa
cultura alemana (en especial en filosofía e historia), tal cual era la moda
de los tiempos en este y otros países.
En otra área, las ciencias económicas y estadísticas, un ejemplo relevante
lo provee Ugo Broggi, matemático y economista que había estudiado en
Italia y se había doctorado en Alemania y que era colaborador del prestigio-
so Giornale degli Economisti. Llegó a Buenos Aires en 1910, cuando tenía
treinta años, contratado por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública
para enseñar Matemática Financiera en el recién creado Instituto de Altos
Estudios Comerciales y permanecería en el país durante diecisiete años.
Sería profesor desde 1911 en la Universidad de La Plata y desde 1913 en
la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
Enseñaría Análisis Matemático, Estadística y Matemática Financiera y
Económica. Aunque su influencia fue importante en todos esos campos y en
la creación de las primeras instituciones que reunirían a los especialistas
en ellos, su contribución mayor puede haber sido la enseñanza y difusión
en la Argentina de los fundamentos teóricos de la economía neoclásica, en
especial de las obras de Leon Walras, Matteo Pantaleoni y Vilfredo Pareto.
En gran medida la moderna ciencia económica argentina se construyó a
partir de allí.150
Tomando sólo los itinerarios de Broggi y de Capello, éstos tienen muchos
puntos en común, sea en su rol de difusores de saberes específicos, sea en
la formación de discípulos. Presentan, sin embargo, una diferencia sustan-
cial. Capello se movió bastante en los ambientes de la comunidad italiana

149. R. Donghi Halperín, Un humanista en Buenos Aires. Francisco Capello. Su vida y su


obra, Buenos Aires, Artes Gráficas Santo Domingo, 1980.
150. M. Fernández López, “Ugo Broggi: A precursor in mathematical economics”, Eu-
ropean Journal History of Economic Thought, 2, 2003, pp. 303-328, y “Hugo Broggi y la
Escuela de Lausana”, Anales de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, vol. xlvii,
2002, pp. 67-97.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 303

de Buenos Aires (era un colaborador regular de La Patria degli Italiani) y


murió en la Argentina. En el caso de Broggi, su paso por la Argentina fue
episódico y sus vínculos con la comunidad, más débiles o inexistentes. En
realidad esos dos caminos alternativos son bastante emblemáticos ya que
signan actitudes muy diferentes (que remiten a estrategias opuestas, tanto
profesionales como de vida) de tantos otros académicos peninsulares con
respecto al modo de relacionarse con el abigarrado mundo de los italianos
en la Argentina. Ciertamente la cuestión es de grados y en cada persona
se combinaban de distinta manera. Existían además muchos “ambientes”
italianos en el sentido de que los que los integraban eran peninsulares o
procedían de ese origen, aunque podían estar al margen de las institucio-
nes peninsulares.

Los italianos, el estado y la sociedad argentina

En muchos sentidos, los italianos en la Argentina nunca parecieron


más fuertes que en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Como
exhiben los datos del censo de 1914, en ese momento ellos eran casi un
millón (930 mil), equivalentes al 12% de la población total. Consecuencia
de las características de la oleada llegada desde principios del siglo xx, te-
nían ahora un índice de masculinidad algo más elevado que en el período
inmediatamente precedente (había 172 hombres por cada 100 mujeres).
Los italianos estaban presentes en todo el territorio argentino, aunque
concentrados en tres provincias: Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, donde
residía más del 80%. Eran muy numerosos sobre todo en las ciudades,
ya que allí vivía el 69% de todos ellos. Sólo en Buenos Aires estaban esta-
blecidos el 34% de éstos (312 mil). Allí residían más de 300 mil italianos,
mientras que en Rosario lo hacían 45 mil y en La Plata, 20 mil. Aunque
había concentraciones equivalentes en otras ciudades norteamericanas, lo
que distinguía la influencia de los italianos, su porcentaje era mucho mayor
sobre el total de la población. En las ciudades de Rosario y Buenos Aires
eran el 20% de todos los habitantes –porcentaje menor que a fines del siglo
xix pero igualmente impresionante–, y en La Plata 17%. Esa presencia más
urbana no debe oscurecer el hecho de que en las provincias de la pampa
gringa los italianos estaban más presentes en el campo que en la ciudad.
Así, en Córdoba 61% de todos los italianos residían en zonas rurales y ese
porcentaje era 51% en Santa Fe.151
La importancia de la presencia italiana no derivaba sólo del peso del
número. Los peninsulares contaban, como vimos, con una estructura de
instituciones muy ramificada y aparentemente consolidada que reunía
centenares de asociaciones, clubes, círculos, bancos que se definían como
comunitarios. Existían también ahora empresarios y managers italianos de

151. F. Devoto, Historia de la inmigración en la Argentina, pp. 294-301.


304 Fernando Devoto

relieve, líderes políticos y profesionales, científicos e intelectuales en gran


cantidad y en algunos casos de gran prestigio. Asimismo, el grupo dirigente
comunitario tenía vinculaciones fluidas con los grupos dirigentes argentinos.
Una figura emblemática de esa dirigencia, Basilio Cittadini, entraba y salía
de la Casa de Gobierno y tenía sólidos y confidentes vínculos con algunos
notables como Estanislao Zeballos (canciller de José Figueroa Alcorta y
hombre fuerte del diario La Prensa), como lo muestra la correspondencia
existente en el archivo de este último y el tono de la misma.152
Esa situación brindaba a la dirigencia italiana una capacidad de lobby
sobre el gobierno argentino bastante importante. Lo vimos con algunos
contratos obtenidos del Estado pero más allá de ello también en las ocasio-
nes en que los derechos de un italiano eran vulnerados. Un ejemplo muy
sonado lo provee el caso Tallarico, ocurrido en 1902, un sastre napolitano
que luego de ser detenido por la policía fue trasladado al Hospicio de las
Mercedes, donde falleció víctima de malos tratos. El incidente generó una
larga campaña de La Patria degli Italiani que duraría cuatro meses y que sería
acompañada por dos visitas de su director, Cittadini, al presidente Roca y
al ministro del Interior, Joaquín V. González, reclamando que se castigase
a los responsables. La iniciativa de la prensa italiana, acompañada de las
gestiones del encargado de negocios peninsular para realizar una autopsia
al cadáver por parte de dos médicos italianos –que habían desatado críticas
de la justicia argentina por presunta injerencia en asuntos internos–, logró
su cometido y los responsables fueron condenados.153
Otro ejemplo lo brinda el caso de otro inmigrante italiano en febrero
de 1910. El director de Inmigración, Juan Alsina, le impidió desembarcar
porque tenía una enfermedad aguda pese a que sus parientes habían ofre-
cido hacerse cargo de él. La intransigencia de Alsina llevó a que muriese
en el Hotel de Inmigrantes. La situación generó muchísimas críticas al
funcionario argentino lideradas por la prensa comunitaria y por el diario
La Nación. Éstas lograron un pedido de excusas por parte del gobierno y
afectaron la estabilidad de Alsina en el cargo.
La importancia de esa presencia italiana puede ser vista desde otros
lugares. Por ejemplo, era percibida claramente por los mismos grupos di-
rigentes argentinos, que no dejaban de asistir frecuentemente a festejos,
actos e inauguraciones de la colectividad considerando que era importante
halagarla. Aunque aquí había diferencias entre los miembros de la elite
política argentina, en especial Julio A. Roca y las figuras que gravitaban

152. Véase por ejemplo la carta de Zeballos a Cittadini, entonces en Europa, del 19 de
junio de 1907: “Mi querido amigo: recibí su afectuosa carta del 25 de mayo, algunos de
cuyos párrafos he leído al señor Presidente. [...] Esperamos verlo pronto por acá”; Museo
y Archivo Histórico E. Udaondo, Luján, Archivo Zeballos, Cajas 80, f. 264. Véase tam-
bién correspondencia de otros italianos, a comenzar por el mismo Perrone, con notables
argentinos en Archivio Storico Ansaldo, Fondo Perrone.
153. La Patria degli Italiani, 6 de diciembre de 1902.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 305

en torno de él parecen haber sido los más activos en ese sentido y esa
adhesión era correspondida por las instituciones peninsulares que, con
relación a las distintas familias del orden conservador, aparecieron por
entonces siempre más cerca del roquismo.
El xx de septiembre era el punto de fuerza de la visibilidad de la comuni-
dad en la Argentina. Era un día en el que las ciudades argentinas parecían
italianas, dada la profusión de banderas que engalanaban la ciudad, los
innumerables actos y fiestas que organizaban las entidades italianas. Par-
ticular relieve adquirió, por ejemplo, la de 1898 en el clima de tensión que
se vivía con Chile. El decidido apoyo que prestaron la dirigencia peninsular
y tantos anónimos italianos a la causa argentina, incluso a través de una
masiva inscripción como voluntarios en las distintas legiones militares
(incluida una italiana) que se iban conformando, creó un fuerte ambiente
de confraternidad. En ese contexto el xx de septiembre adquirió un efímero
carácter de fiesta nacional argentina. Hubo numerosos actos en distintas
ciudades, por ejemplo en Mendoza, donde fueron presididos por el gober-
nador Emilio Civit, o en Buenos Aires, donde la manifestación (de la plaza
11 de Septiembre al Hospital Italiano) –que fuentes periodísticas estimaban
en cincuenta mil personas– contó no sólo con la masiva presencia de las
sociedades italianas sino también de muchos jóvenes argentinos. En ese
día se colocó la piedra inaugural del monumento a Garibaldi en la plaza,
que a partir de entonces se llamará Italia.154
Por otra parte, y más allá de un momento que no iba a perdurar, la
imagen de los italianos en la elite dirigente argentina y en la opinión pú-
blica había mejorado significativamente. Los italianos (junto con los espa-
ñoles) se habían convertido en esos años anteriores a la Gran Guerra en
los inmigrantes preferidos. Las ideas que vimos expresadas en la opinión
de Juan Alsina al comenzar este capítulo comenzaron a ser patrimonio
común de casi todos los grupos dirigentes argentinos. En 1910, el mismo
Alsina volvía sobre el argumento en un libro que establecía una distinción
entre los distintos grupos migratorios. La preferencia se inclinaba hacia
los europeos. Entre éstos los italianos estaban entre los mejores, no sólo
por sus virtudes para el trabajo sino por su compatibilidad con la sociedad
argentina en tanto latinos y católicos. Ello los diferenciaba de aquellos a
los que llamaba “exóticos” que, por sus características culturales y a veces
también ocupacionales (por ejemplo los sirio-libaneses orientados hacia el
comercio ambulante y no hacia la agricultura), no eran una inmigración
deseable. A ellos agregaba a los asiáticos, una emigración nada aconsejable
que había que impedir.155 En realidad lo que estaba cambiando era, a la

154. L.A. Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la naciona-


lidad argentina a fines del siglo xix, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001,
pp. 242-248.
155. J. Alsina, La inmigración en el primer siglo de la Independencia, Buenos Aires, Imp.
Felipe Alsina, 1910.
306 Fernando Devoto

vez, la composición de los grupos migratorios y la aparición de una nueva


cuestión en la agenda de los grupos dirigentes: la integración nacional.
En ese contexto, no es sorprendente que Carlos Saavedra Lamas, en un
proyecto presentado a la Cámara de Diputados en 1910, propusiese una
convención particular con Italia que diese nuevo vigor a la inmigración de
ese país.156 Los inmigrantes aparecían en la fundamentación de su proyecto
como el contingente más deseable. Ciertamente, Saavedra Lamas estable-
cía dentro de los italianos un orden de preferencias: piamonteses primero,
italianos del norte luego, italianos del Mezzogiorno en último término. Al
hacerlo reflejaba un prejuicio que se mantenía con vigor en ese entonces
contra los meridionales y que aparece en otros pensadores argentinos en
los años sucesivos.157
Esa preferencia por los italianos, lo señalamos ya, implicaba su valori-
zación como trabajadores, no como agentes de “civilización”. En este punto
las percepciones de las elites locales habían cambiado y no se esperaba ya
de los inmigrantes que civilizaran el país sino, por el contrario, que fuese la
Argentina la que “civilizara” al inmigrante. En ese contexto los inmigrantes,
y en especial los italianos, eran, como sostenía José María Ramos Mejía,
buenos trabajadores, no peligrosos subversivos sino “fieles y mansamente
creyentes” y sus hijos depositarios del “futuro sentimiento de la naciona-
lidad”. Nadie cantaba el himno argentino tan fuerte como esos hijos de
los inmigrantes. Sin embargo, ellos tenían más las virtudes laboriosas del
“buey” que otra cosa. A la hora de estigmatizarlos, Ramos Mejía emprendía
contra las costumbres de los inmigrantes que se proyectaban en sus hijos:
su ausencia de educación y refinamiento, la subsistencia del “olorizo pican-
te al establo y al asilo” que había que pulir, su preferencia por los colores
demasiado vivos que procedían según él de la oleografía del suburbio, su
inclinación hacia la música chillona, hija del “organito” al que estaban
acostumbrados sus padres. Sus comentarios irónicos iban más allá: de la
sobreexcitación de los sentidos (la “sensiblería”) que tenían los inmigrantes
y sus hijos al ceremonial en los entierros: los colores negros demasiado
relucientes a los que contribuían los “morenos enlutados” del personal de
la cochería, la tapicería, los sombreros, los caballos “lujuriantes”. En suma,
lo que se llamará la “pompa italiana”, como ya se ha señalado. A partir
de allí Ramos Mejía proponía “civilizar”, “cepillar” a esos descendientes de
los inmigrantes para hacerlos entrar en la civilización que era lo contrario
de lo que expresaban esos personajes caricaturizados por él: el “patán”, el
“huaso”, el “chiruzo”.158 Esos comentarios no eran sólo de Ramos Mejía, a

156. Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados, 1910,


Buenos Aires, Tip. El Comercio, 1910, t. ii, pp. 95-110.
157. D. Armus, “Mirando a los italianos. Algunas imágenes esbozadas por la elite en
tiempos de la inmigración masiva”, en F. Devoto y G. Rosoli (comps.), La inmigración
italiana..., pp. 141-164.
158. J.M. Ramos Mejía, Las multitudes argentinas…, pp. 257-260.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 307

ellos se sumaban otros, desde Ernesto Quesada que condenaba la ópera


italiana en defensa del ideal wagneriano hasta Juan Agustín García que
ironizaba acerca de la voluntad de refinamiento de un “chacarero” pia-
montés insistiendo en que aunque un buen decorador de una casa o un
buen maître estaban al alcance de cualquier persona enriquecida, eso no
significaba que debiesen ser reconocidos como parte de la elite.159 Pues
de eso efectivamente se trataba: las elites sociales argentinas trataban de
preservar su lugar exclusivo en la cima de la sociedad colocando todo tipo
de obstáculos para que los recién llegados pudiesen incorporarse a ella. Los
italianos eran bienvenidos en tanto trabajadores pero no en tanto aspiran-
tes a notables, lo que no quita que existiesen diferencias y excepciones en
imágenes que no eran siempre seguidas consecuentemente en la práctica.
Finalmente, uno de los discípulos más queridos por Ramos Mejía era el
médico y filósofo José Ingenieros, nacido en Palermo (su nombre original
era Ingegnieri). Por otra parte, las elites no confundían a todos los italianos
y mantuvieron una distinción entre inmigrantes y “extranjeros”, dándoles
a éstos un tratamiento y una consideración diferencial. Sólo que, mirado
el problema en su conjunto, los italianos no estaban entre los grupos pres-
tigiosos. Esas cuestiones no les impedían progresar, engrosar las filas de
las clases medias argentinas y vivir sin hostilidades ni prejuicios más allá
de los de los círculos de la elite.
Aparte de todo ello, a medida que avanzaba el nuevo siglo, las dirigencias
italianas iban a tener que enfrentar un desafío más poderoso. Las elites
locales, preocupadas por el creciente cosmopolitismo de una sociedad po-
blada por inmigrantes en una proporción sin parangón en otras partes del
mundo, iban a llevar a cabo un intenso programa tendiente a nacionalizar
aceleradamente a la sociedad argentina. El objetivo principal será “argen-
tinizar” a los hijos de los inmigrantes. Para ello, un Estado que disponía
ahora de numerosos recursos económicos impulsará distintas medidas.
La primera, de 1901, será la ley del servicio militar obligatorio. Aunque
ésta deba ser puesta en el contexto de las tensiones regionales existentes
y además era una práctica corriente de los Estados occidentales, ya que
parecía una obligación inherente a la ciudadanía, en la Argentina tenía
otras implicancias que pasaron desapercibidas al mayor periódico italiano
que celebró el carácter igualitario de la ley.160 A través de ella se buscaba
inculcar un fuerte sentimiento nacional entre los jóvenes. La conscripción
no era así sólo la preparación militar sino también el adoctrinamiento cívico
en la “pureza del patriotismo”.161

159. J.A. García, “Cuadros y caracteres snobs”, en Obras completas, Buenos Aires, Za-
mora, 1955, t. ii, pp. 1055 ss.
160. La Patria degli Italiani, 4 de noviembre de 1902.
161. C. Smith, Al pueblo de mi patria, Buenos Aires, 1918, citado por D. Cantón, “Notas
sobre las Fuerzas Armadas argentinas”, en T. Di Tella y T. Halperín Donghi, Los frag-
mentos del poder, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969, pp. 366-367.
308 Fernando Devoto

Al servicio militar se agregaba la “educación patriótica”, que tenía sus


raíces ya a fines del siglo xix y buscaba convertir progresivamente la escuela
pública argentina en un lugar privilegiado para inculcar una “religión cívi-
ca”. Múltiples iniciativas culminarían en los años que van de 1908 a 1913
y que coinciden con la gestión de José María Ramos Mejía como presidente
del Consejo Nacional de Educación. Éste, al asumir su cargo y recorrer las
escuelas públicas de la capital, encontró que en muchas de ellas los docentes
extranjeros no daban sus clases en castellano, en otras había en las aulas
retratos del rey Umberto i, de la reina Margherita y de otros próceres italia-
nos, donados por los progenitores de los alumnos; en varias se usaba como
texto patriótico Cuore de Edmundo De Amicis y no aquellos que exaltasen
gestas argentinas, y además se cantaban trozos de ópera.162 Para resolver
la cuestión se implementaron múltiples vías. Por un lado, incrementar la
cantidad de horas de enseñanza de geografía e historia argentinas y de
castellano. Por el otro, imponer una liturgia patriótica centrada en el culto
a los héroes y a los símbolos patrios. Aumentaron así las ceremonias pa-
trióticas dentro y fuera de la escuela, usando como excusa la celebración
de actos de un extenso santoral patriótico a lo que se sumaba la jura de la
bandera, el izamiento de ésta todos los días al comenzar la jornada escolar,
la entonación de canciones patrias cantadas sin cesar. Que los alumnos
entendieran poco las letras no era la cuestión, ya que de lo que se trataba
era de la comunión en el rito. Finalmente, llevar una política de hostilidad
hacia las escuelas comunitarias, italianas y judías en primer lugar.
La tercera medida orientada a argentinizar a los hijos fue el voto obliga-
torio. Cuando Sáenz Peña propuso la reforma política, que será aprobada
en 1912, la incluyó en un conjunto con la milicia y la escuela en lo que
llamó “perfeccionamiento obligatorio”.163 No se trataba sólo de garantizar la
pureza del sufragio (el voto secreto) sino de considerar el voto a la vez un
derecho y una obligación. Se buscaba así que todos, incluidos los hijos de
los inmigrantes, se involucrasen en la cosa pública. La política era entonces
también una vía de argentinización. Esa reforma, por otra parte, dejaba de
lado proyectos precedentes de ampliación del cuerpo electoral a partir de
la incorporación de los extranjeros, aun sin adquirir la ciudadanía, como
contemplaba el proyecto original de Joaquín V. González de 1901.
El nuevo cuadro político resultante de la Ley Sáenz Peña debilitaba la
estrategia que hasta entonces habían seguido los dirigentes italianos. En
un contexto en el que la política era decidida por un puñado de notables
avalados por unas elecciones falseadas en sus procedimientos y en las que
participaba poca gente era relativamente sencillo influir por distintos medios.
Los contactos y las presiones informales eran el más importante, pero a

162. Consejo Nacional de Educación, La educación común en la República Argentina.


Años 1909-1910, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1913,
pp. 10-11.
163. R. Sáenz Peña, “Programa de Gobierno”, en Escritos y discursos, Buenos Aires,
Peuser, 1935, t. ii, p. 27.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 309

ellos se sumaban la movilización de reducidos grupos de inmigrantes, por


lo general jóvenes recién llegados que no tenían trabajo y que se prestaban
a ello por una suma de dinero. Ya en la década de 1890 Ferdinando Perro-
ne había sostenido un grupo con estas características que empleaba en
movilizaciones a favor de Roca. En el nuevo siglo, a medida que avanzaba
lentamente la importancia de los actos electorales, un puntero napolitano,
Cayetano Ganghi, se ufanaba de tener tres mil libretas para votar, que eran
bastantes votos para las elecciones en la ciudad de Buenos Aires, y que
volcaba en apoyo del roquismo.
Sin embargo, el nuevo sistema abierto con la Ley Sáenz Peña llevaba
inevitablemente a la formación de partidos políticos más organizados y
más grandes en los que la condición de la ciudadanía devenía estratégica.
Aunque los mecanismos informales de lobby seguían siendo importantes,
progresivamente los partidos, los electores y los elegidos ocupaban un
espacio más relevante para acceder a las esferas de decisión del Estado
y la administración como lo probaría la victoria radical en 1916. En ese
contexto la estrategia de la dirigencia peninsular, hostil a que los inmigran-
tes tomasen la ciudadanía y a partir de ello a conformar o algún tipo de
partido político o alguna máquina electoral que actuase dentro de algunos
de los existentes, revelaría sus limitaciones. Por tomar un solo ejemplo, en
el Parlamento argentino elegido en 1916 no sólo no había ningún nacido
en Italia sino tampoco casi ningún hijo de italianos.164
La opción de la dirigencia italiana en Buenos Aires era muy diferente
de la estrategia seguida, por ejemplo, por los italianos en Nueva York que
al tomar la ciudadanía se incorporaron masivamente a las máquinas del
Partido Demócrata. Las diferencias pueden atribuirse a muchas razones,
pero una de no poca importancia era que mientras en Estados Unidos los
italianos se encontraban sometidos a una gran presión por parte del Es-
tado y la sociedad, ya que se encontraban prácticamente en la base de la
pirámide social y sus grupos dirigentes carecían de poder y de prestigio,
lo que hacía que el canal de la política fuese tan importante como modo
de interactuar con las elites estatales, en la Argentina la situación era casi
la inversa: los italianos y sus grupos dirigentes tenían una posición muy
confortable desde su lugar de “huéspedes”. Esa situación tendría impacto
futuro sobre ellos y más aún sobre sus hijos. De este modo, en las nuevas
condiciones abiertas en la década de 1910 los italianos en tanto comunidad
iban a pesar cada vez menos aunque continuasen gozando como individuos
de una posición acomodada.
El movimiento nacionalizador desde el Estado argentino era acompañado
por otros que procedían de la sociedad civil. Los intelectuales nativos giraban
hacia posiciones nacionalistas en lo cultural en la búsqueda de inventar una
tradición nacional en la que los argentinos pudiesen reconocerse. Escritores

164. D. Cantón, El Parlamento argentino en épocas de cambio, 1890, 1916, 1946, Buenos
Aires, Editorial del Instituto Di Tella, 1966.
310 Fernando Devoto

como Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas se orientaban a una revalorización


del pasado a través de la exaltación de la figura del gaucho y del poema
que lo consagraba (el Martín Fierro de José Hernández) como símbolo de
la Argentina. No se trataba ya de consagrar el progreso, a Europa o a la
inmigración como fundadoras de la Argentina moderna sino de oponer a
ella la tradición criolla premigratoria. Por supuesto que esa reivindicación
contaba con un terreno abonado previamente por la literatura de folletín,
en obras como las de Eduardo Gutiérrez (por ejemplo, Juan Moreira u Hor-
miga Negra) y por el teatro y el circo criollo.165 En este terreno, ocupaban un
papel destacado (también con su visión del Moreira) los hermanos Podestá,
descendientes de genoveses. Mucho contribuían a veces los mismos inmi-
grantes italianos, que buscaban una identificación con esos símbolos. Así,
los disfraces de gaucho eran los más populares en las fiestas de carnaval.
A ello se sumaban los que defendían el retorno a la pureza de la lengua
castellana contra su contaminación con términos provenientes de otras (en
especial el italiano) o los que insistían en dar un contenido más argentino
a las ciencias sociales estudiando “las cosas nuestras”.
Desde luego, no todos estaban a favor de esa mitología gauchesca y muchos
seguían pensando en el ideal de la “civilización” europea como fundamento
de la Argentina moderna. El destacado médico alienista, sociólogo vocacional
y ensayista de nota José Ingenieros estaba entre estos últimos. Pero aun
en el caso de Ingenieros que había llegado al país a los diez años junto a
su padre, destacado periodista de ideas socialistas, tanto su confianza en
el porvenir de la Argentina, a la que asignaba un papel de liderazgo en el
futuro de la humanidad, como el debilitamiento de los lazos con Italia eran
manifiestos no sólo a través del cambio de su nombre o de la adquisición
de la ciudadanía. Aunque su padre había intentado mantenerlo cerca de
la cultura italiana encargándole desde pequeño precoces traducciones de
obras del español al italiano, ello no fue suficiente.166 Plenamente integrado
en los medios universitarios e intelectuales argentinos, su defensa de la
“argentinidad”, aunque diferente, era no menos encendida que la de los
escritores que por entonces popularizaban el mito del gaucho. El nuevo
país era el futuro, la patria de origen un viejo pasado.
Asimismo, otras instituciones como la Iglesia Católica llevaban también
adelante una política de nacionalización. Esta Iglesia era cada vez más
argentina, en tanto sus cuadros salían crecientemente de los seminarios
de la pampa gringa. Éstos eran en la mayoría de los casos hijos de inmi-
grantes, pero parecían haber abrazado con fuerza su nueva identidad.
Altos prelados de la Iglesia, como monseñor Mariano Espinoza, arzobispo
de Buenos Aires o monseñor Juan Agustín Boneo, obispo de Santa Fe (este

165. F. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Buenos


Aires, Siglo Veintiuno, 2001, cap. 2.
166. J. Sergi, Historia de los italianos en la Argentina, Buenos Aires, Editora Ítalo Ar-
gentina, 1940.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 311

último considerado “antiitaliano”) impulsaban esta estrategia oponiéndose


a la instalación de nuevas órdenes religiosas italianas destinadas a atender
a los peninsulares (como los scalabrinianos o los religiosos de monseñor
Coccolo) o más en general a admitir una pastoral específica para ellos. Im-
pulsado por la jerarquía eclesiástica, crecía el culto a una virgen netamente
argentina, la de Luján, como principal lugar de peregrinación.
Ese movimiento patriótico tuvo su apogeo en ocasión del Centenario. En
la semana de mayo, epicentro de los festejos, las ciudades se tiñeron del
celeste y blanco de las banderas colocadas en las calles y en los balcones de
los edificios, y de las escarapelas y escudos de los transeúntes. Multitudes
recorrían las calles de Buenos Aires cantando sin cesar el himno nacional
y vivando a la “patria” y a la “República Argentina”. Gennaro Bevione, un
periodista italiano de paso por la ciudad, observó indignado que se forzaba
a los transeúntes a cantar también el himno aunque fuesen extranjeros y
se los increpaba si no llevaban el distintivo argentino en la solapa o si no
se descubrían la cabeza ante el himno o la bandera.167 Ciertamente todo
ello se hacía contra la amenaza anarquista y no contra las comunidades
de inmigrantes, pero no dejaba de expresar un exasperado sentimiento
patriótico que parecía embargarlo todo.
¿Qué tenían para contraponer las dirigencias italianas y los mismos
italianos corrientes? No mucho. Las escuelas de las asociaciones estaban en
declinación, y aunque no lo hubieran estado difícilmente hubieran podido
oponer resistencia eficaz a la marea de la cada vez más extendida escuela
argentina. Las escuelas salesianas a donde muchos italianos mandaban
a sus hijos estaban presionadas por la Iglesia y por el Estado argentino,
y ellas mismas integradas cada vez más por sacerdotes argentinos, y se
orientaban a abandonar todo rasgo de “italianidad” en su propuesta edu-
cativa.168 Las instituciones sufrían la creciente competencia de otras y,
aunque contenían en buena parte todavía la sociabilidad de la mayoría de
los italianos, poco podían hacer con respecto a los hijos. Éstos ya desde
antes de esta oleada patriótica estaban integrándose aceleradamente a la
sociedad argentina, cambiando la identificación cultural y simbólica con
la tierra de origen de sus padres por una nueva con la Argentina. El ascenso
social colaboraba en ese proceso y en esa voluntad de no identificarse con
la historia familiar. Aunque muchísimo de italiano sobrevivía en ellos, más
allá de lo que creyesen (desde costumbres, memorias familiares, modelos
de comportamiento, palabras, giros y cadencias lingüísticas hasta oficios
y hábitos alimentarios), en su propia percepción se sentían argentinos.
No todos desde luego, ya que es difícil encontrar uniformidad en un grupo

167. G. Bevione, op. cit., p. 93.


168. Referencias a la presión nacionalizadora sobre los salesianos, en especial de la
Iglesia argentina, en las notas de M. Tonelli, Brevi note sull’azione salesiana in Argen-
tina a favore degli Italiani (datiloscritto), 6 de diciembre de 1923, en Archivio Salesiano
Centrale, 68-4.
312 Fernando Devoto

humano tan extenso y tan variado como el de los descendientes de los


italianos en la Argentina. Desde La Patria Italiana hasta en un ensayista
como José S. Álvarez (Fray Mocho) o incluso en los visitantes italianos
(Luigi Barzini, Bevione) emergían imágenes que mostraban que muchas
veces los más hostiles o los más irónicos hacia los italianos eran sus pro-
pios descendientes.169
Ciertamente una política más ambiciosa de la dirigencia peninsular
hubiera podido obtener mejores resultados (a la manera de los que estaba
consiguiendo la dirigencia de la comunidad española por entonces) y lo-
grar mayores reconocimientos al enorme aporte italiano a la construcción
de la Argentina. Sin embargo, esa dirigencia peninsular se encontraba
en una posición demasiado confortable y a la defensiva. Bastaba con que
los intereses de los italianos no fueran afectados y que hubiera un modo
de hacer lobby sobre las autoridades argentinas para conseguir objetivos
puntuales y nada más. Hostiles a la participación en la política argentina
a partir de que eran enemigos acérrimos de la adquisición de la ciudada-
nía, no sólo no pensaban en un partido de los italianos que operase en el
nuevo escenario político sino que tampoco se orientaban a cambiar sus
vías de influencia indirecta por otras más directas a través de parlamen-
tarios. Más allá de los grupos dirigentes, los mismos inmigrantes italianos
parecían más preocupados por avanzar socialmente, ellos y sus familias,
que por cualquier otra cosa, lo que era por otro lado inevitable ya que no
habían venido a la Argentina para redimir a Italia sino para redimirse ellos
mismos. Conservaban su sociabilidad italiana y los lazos con el “paese” y
una perpetua nostalgia del retorno, pero no otras cosas.
Indudablemente esa progresiva parálisis de las comunidades italianas
se veía acrecentada por la ausencia de una política del Estado italiano
que, decididamente orientado hacia las aventuras africanas, no sólo no
apoyaba sino que en ocasiones saboteaba las iniciativas que partían de
los dirigentes instalados en la Argentina. Por ejemplo, en ocasión de las
fiestas del Centenario, el embajador italiano en Buenos Aires se opuso al
envío de una misión de alto nivel encabezada por un miembro de la casa
real considerando que la Argentina no lo merecía.170 El resultado fue que
los españoles, a partir de la visita de la infanta Isabel que encabezaba la
delegación hispánica, monopolizaron la celebración entre las comunidades
extranjeras colocando en el imaginario argentino la idea de reconciliación
con la “madre patria”. Las doscientas mil personas que según los periódicos
de la época acompañaron su llegada a Buenos Aires, el 18 de mayo, supe-
raron largamente las veinte-treinta mil que recibieron al enviado italiano,
el periodista y parlamentario Ferdinando Martini, el 21 de mayo.171

169. “I figli degli italiani”, La Patria Italiana, 6 de febrero de 1889; J.S. Álvarez (Fray
Mocho), op. cit., pp. 131-133.
170. L. Incisa di Camerana, op. cit., pp. 356-357.
171. La Argentina, 19 y 22 de mayo de 1910.
De la crisis a la Gran Guerra (1890-1914) 313

Todo ello no sugiere que las comunidades italianas de la Argentina se


desintegraran en esos años. Las imágenes de muchos viajeros italianos,
de Barzini a Bevione, ligados al nacionalismo peninsular y por ende favo-
rables a la expansión africana y hostiles a las “colonias libres” del Plata,
aunque acertadas en varios puntos, eran exageradas y tendenciosas. Por
el contrario, esa comunidad seguía teniendo una vida floreciente y los mis-
mos peninsulares estaban permeando con sus costumbres y sus estilos
a buena parte del país. La de la Argentina era una sociedad plural y en
ella los italianos tenían un papel mayor. Lo que hemos presentado en este
apartado sugiere, en cambio, vías de comprensión para esa dicotomía entre
la fortaleza a nivel cotidiano y la debilidad a nivel público. Finalmente, esa
comunidad italiana, más allá de los numerosos gestos de reconocimien-
to que recibía, no logró otros objetivos mayores. El 12 de octubre no se
celebraría en la Argentina como “día de Colón” (como en Estados Unidos)
sino como “día de la raza” (a pedido de las sociedades españolas). El xx de
septiembre no sería declarado fiesta nacional argentina, como sí ocurriría
en el vecino Uruguay.
Capítulo 5

Entre dos guerras (1914-1945)

Portada de L’Italia del Popolo, Buenos Aires, 14 de mayo de 1929.


El comienzo de la Primera Guerra Mundial significó una drástica dismi-
nución del número de inmigrantes que llegaban a la Argentina. Si en 1913
entraron 215.871, en 1914 sólo llegaron 76.217. La situación afectó a los
migrantes de todas las nacionalidades, incluidos los italianos, cuyo número
descendió entre los mismos años de 114.252 a 36.122. Aunque la guerra
empezó en septiembre e Italia sólo ingresó en ella en mayo de 1915, cuando
las fuerzas del neutralismo encabezadas por Giovanni Giolitti, los católicos
y los socialistas tuvieron que ceder ante la marea intervencionista, ya el
clima existente desalentaba la vocación de emigrar. En tiempos inciertos
es natural que las personas posterguen decisiones de esa importancia que
implican una separación de la familia por un tiempo imprevisible. La guerra
hacía más insegura la travesía y obligaba a los inmigrantes a confrontarse
con situaciones económicas en origen y en destino mucho más indetermi-
nables. Es evidente también que ante el incierto futuro muchos emigrantes
residentes en el exterior (en especial hombres solos que habían dejado su
familia en Italia, como lo muestra la estadística de los retornos en los meses
sucesivos al comienzo de la guerra) decidiesen volver para reunirse con
los suyos ante la duda de si podrían hacerlo en el futuro. Por otra parte,
preventivamente, ante el inicio del conflicto, Italia había suspendido pro-
visoriamente (aunque la disposición era susceptible de ser derogada ante
solicitud del interesado) la autorización a emigrar de los reservistas. Así,
ya en 1914 el saldo migratorio de los italianos con relación a la Argentina
se volvió negativo y los retornos superaron por primera vez desde 1891 a
las llegadas (-24.480). Al año siguiente, 1915, con Italia ya enfrascada en
el conflicto con Austria y Hungría, el saldo negativo aumentó y arribaron
apenas 11.309 italianos mientras que retornaron 55.775. A partir de allí
los saldos negativos se mantendrían hasta 1919.
Sin embargo, si comparamos el movimiento de los italianos a la Ar-
gentina con el de los que se dirigían a Estados Unidos, vemos algunas
diferencias de interés. En el caso del país del norte, 1914 fue todavía un
año con saldos ampliamente positivos (entraron casi 300 mil y salieron 85
mil) y recién a partir de 1915 el movimiento se convertiría en negativo y lo
[ 317 ]
318 Fernando Devoto

sería en los años subsiguientes, con excepción de 1917.1 Todo ello sugiere
que además del efecto de la guerra, el brusco descenso de la inmigración
a la Argentina debe ponerse en relación con la evolución de la economía
del país. Esa situación de dificultad es visible en 1914, antes del inicio del
conflicto bélico, y se agrava como consecuencia de la guerra mundial. Ésta,
si bien creaba algunas posibilidades para la industria argentina al brindarle
la opción de sustituir productos importados que ya no podían comprarse
en Europa, por otra parte hacía dramáticamente evidente la ausencia de
insumos para muchos sectores que se encontraban así imposibilitados de
producir localmente los bienes alternativos. Además, también padecían las
exportaciones argentinas que verían un cambio relativo en su composición
ya que aumentaban las de carne (entre otras cosas enlatada para el con-
sumo por parte de los soldados en el frente militar), pero disminuían las
de cereales en cuya producción, como vimos, los italianos eran tan impor-
tantes. Lo que influía aquí era la caída en los precios por las abundantes
cosechas norteamericanas y el aumento de los costos por el significativo
crecimiento de los fletes en la ruta del Atlántico sur en relación con los
aplicados en las rutas del norte.
La situación descripta no busca minimizar el peso de la guerra sino
colocarla en un contexto más amplio. Es evidente que la contienda gene-
raba distintas situaciones que afectaban la inmigración y favorecían los
retornos. Para los campesinos, tan mayoritarios entre los inmigrantes, la
guerra era, desde luego, una catástrofe más. Obligados a servir en el frente,
debían dejar atrás a las familias y abandonar los cultivos de la tierra en
manos de ancianos, mujeres y niños.

Los italianos y la gran guerra

Las citaciones para presentarse ante el comando militar comenzaron a


llegar cuando Italia decretó la movilización general en mayo de 1915. És-
tas arribaron también a los inmigrantes que se encontraban en el exterior,
aunque no con la misma precisión que en la península ya que no siempre
el Estado italiano sabía de modo fehaciente dónde (país, ciudad) se encon-
traba la persona convocada.2 De todos modos, aquellos a quienes les llegó
al lugar correcto o que supieron de la citación a través de sus parientes
en la península, se enfrentaban a la disyuntiva de retornar y presentarse
o no hacerlo, convertirse en infractores y poner en riesgo el retorno futuro
al país de origen. Una incertidumbre quizá no mayor que la de aceptar la

1. I. Ferenczi y W. Wilcox, International Migrations, Nueva York, nber, 1929, i, pp. 465
y 496.
2. C. Douki, “Les emigrés face a la mobilisation militaire de l’Italie”, 14-18 Aujourd’hui,
Nº 5, 2002, pp. 159-180.
Entre dos guerras (1914-1945) 319

citación y correr el riesgo de no poder volver luego al país de inmigración,


por ejemplo si la guerra o la movilización posbélica se prolongaban. Desde
luego, para algunos esa disyuntiva no se presentaba, porque en un número
no precisado, pero no pequeño, muchos habían emigrado para evitar el
mismo servicio militar y ya eran desde ese momento infractores. Otros,
en cantidades menores, habían partido de Italia prófugos o expulsados y
se encontraban en pugna con el Estado italiano o con cualquier idea de
Estado, y desde luego también contra ese tipo de guerra. Pero aquellos
que no profesaban simpatías ideológicas radicalizadas y estaban en regla
con la ley italiana –que eran desde luego la gran mayoría– sí se encontra-
ban ante una decisión a tomar, individual o familiar, en la que pesaban
muchos factores culturales y personales. De los convocados, unos 32 mil
italianos residentes en la Argentina respondieron al llamado y retornaron
a Italia para enlistarse y formar parte de los cinco millones de peninsulares
incorporados a lo largo del conflicto.
Aunque la decisión fuese en última instancia individual, en muchos casos
se ejercieron fuertes presiones para que los convocados se presentasen.
Más importantes que las que podían ejercer los consulados eran las que
realizaban las mismas instituciones italianas en la Argentina. Por ejemplo,
el Hospital Italiano de Buenos Aires decidió que todos los convocados que
trabajasen en el nosocomio que no se presentasen fuesen inmediatamente
dejados cesantes. Simultáneamente, el consejo directivo de la Sociedad de
Beneficencia que administraba el hospital decidió otorgar una gratificación
y un subsidio en caso de muerte, a la vez que aseguraba a los que retorna-
sen a Italia para enlistarse la conservación del puesto hasta que finalizase
la guerra.3 En un modo semejante, el Circolo Italiano de la capital votó la
expulsión de cualquier socio que teniendo la edad requerida no partiese para
Italia y se enrolase inmediatamente en las fuerzas armadas italianas.4
En cualquier caso, un clima de exaltación patriótica acompañó al primer
contingente que se embarcó en Buenos Aires en el Principessa Mafalda.
Era la culminación de un sentimiento difuso que ya había tenido muchas
expresiones precedentes entre los italianos en la Argentina, en momentos en
que Italia se había involucrado en conflictos exteriores, antes y después de
Adua (derrota en Etiopía que había impactado fuertemente en la colectividad
en el Plata) o en ocasión de la guerra con Libia en 1912. Un sentimiento
de solidaridad que había tenido también otros momentos culminantes en
ocasión de catástrofes naturales ocurridas en la península como el gran
terremoto en Calabria y Sicilia de 1908, que devastó las ciudades de Mes-
sina y Reggio Calabria, o la erupción del Vesuvio en 1906. Patriotismo no

3. J. Grossutti, “Un caso de especialización migratoria: enfermeros de Friuli (Italia) para


los hospitales de Buenos Aires (siglos xix-xx)”, ponencia presentada en las jornadas
“Perspectivas regionales de las migraciones españolas e italianas al Cono Sur”, Rosario,
cemla-cehipe, 2005.

4. L. Cortese, 100 anni del Circolo Italiano, p. 79.


320 Fernando Devoto

sólo de “maniera”, como ha subrayado Emilio Franzina, sino que reflejaba


sentimientos auténticos hacia la “patria lontana”.5 Desde luego ellos eran
amplificados por los tonos dramáticos y épicos que le imponían la dirigen-
cia de las asociaciones y el periodismo étnico, en el marco de la estrategia
de la “italianidad” presentada en el capítulo precedente, pero también por
la distancia que agigantaba las emociones.
Sin embargo, una cosa eran sentimientos de solidaridad y ayudas mate-
riales ingentes, no sólo ante guerras o catástrofes, sino más cotidianamente
hacia lugares e instituciones del “paese”, a comenzar por las iglesias, y
otra bien diferente abandonar todo y enrolarse para pelear en la primera
línea de las trincheras. Por ello, la cifra de los enlistados y el clima que la
acompañó, aunque importantes, no deben hacer olvidar que una mayoría
prefirió no hacerlo. Esa situación de distanciamiento parece haber sido más
fuerte entre los residentes en las Américas que entre aquellos instalados
en otros países del continente europeo, donde era mucho más difícil, aun
no enrolándose, mantenerse apartado del conflicto.
Considerando los datos globales oficiales del gobierno peninsular acer-
ca del total de italianos en el exterior que debieron presentarse y los que
lo hicieron se observa que, entre mayo de 1915 y fines de 1918, fueron
convocados 700 mil emigrantes (otros cálculos que consideran el univer-
so potencial elevan esa cifra a 1.200.000) y respondieron positivamente
304 mil. Por otra parte, de los 470 mil procesos por reluctancia 370 mil
correspondieron a italianos en el exterior.6 De los que sí decidieron enro-
larse, unos cien mil volvieron de Estados Unidos y unos 52 mil de América
Latina. En ese contexto, los 32 mil que retornaron de la Argentina parecen
superar ligeramente el porcentaje de aceptación en los distintos contextos
americanos, pero era inferior a los retornados de los países europeos. En
suma, una situación matizada que exhibe, una vez más, en cuán gran
medida los inmigrantes italianos en el exterior eran un conjunto en el que
era siempre difícil encontrar posiciones homogéneas. En cualquier caso,
por discutibles que sean las cifras, en términos absolutos o relativos, no
autorizan la tendenciosa interpretación que de ellas hacían en la península,
en especial los nacionalistas italianos. Éstos creían ver confirmadas sus
opiniones previas acerca de la pérdida definitiva de una conciencia italiana
en las “colonias libres” en el exterior.7
En el caso argentino los niveles de adhesión a la leva militar deben po-
nerse en relación con dos factores. Por un lado, el patriotismo aludido de la
dirigencia étnica con el que colaboraba el antiguo nacionalismo “irredento”

5. E. Franzina, Gli italiani al nuovo mondo. L’emigrazione italiana in America (1492-1942),


Milán, Arnaldo Mondadori Editore, 1995, p. 369.
6. L. Fabi, La prima guerra mondiale (1915-1918), Roma, Editori Riuniti, 1998.
7. E. Franzina, “La guerra lontana: il primo conflitto mondiale e gli italiani d’Argentina”,
Estudios Migratorios Latinoamericanos, 44, 2000, pp. 66-73.
Entre dos guerras (1914-1945) 321

de matriz mazziniano-garibaldina, que más allá de sus crecientes límites,


que señalamos, reverberaba ante la guerra y, por el otro, la composición
regional de la emigración. Efectivamente retornaron muchos más convo-
cados de las regiones del norte que de las del sur (en lo que debe verse el
mucho más limitado impacto del proceso de nacionalización de las masas
en el Mezzogiorno) y ello se reflejaba en el caso argentino.
En realidad, más allá de las críticas de los funcionarios italianos hacia
el poco entusiasmo que despertaba la convocatoria militar entre los pe-
ninsulares en el exterior, el comportamiento de éstos no era muy diferente
del de los italianos residentes en la península.8 Entre ellos la guerra no era
tampoco unánimemente popular, como lo exhiben los numerosos procesos
realizados a soldados en el frente por deserción u otras infracciones (una
curiosa es la que involucró a un conjunto de soldados italianos que en la
trinchera alzaron una bandera, para que la vieran los soldados austríacos,
que decía “buon natale, nemico”). En general el conflicto, salvo luego de la
derrota de Caporetto en 1917, cuando la avanzada austríaca penetró en
Italia y sólo pudo ser detenida inicialmente en el monte Grappa y en la
línea del Piave, no era popular entre los que se encontraban en el frente.
Empero, tampoco lo era entre los soldados de otros ejércitos sometidos a
la terrible y dramática lucha de trincheras.9
En cualquier caso, en términos comparativos la adhesión a la guerra,
aunque no fuese a través del enrolamiento sino a partir de otros mecanis-
mos, fue quizá mayor entre los inmigrantes en el exterior, incluidos en un
lugar destacado los residentes en la Argentina, que entre los habitantes
de la península.
Si para la mayoría de los anónimos inmigrantes la situación creada por
el conflicto generó respuestas ambiguas, diferente parecía ser la situación
de las clases medias, en especial los jóvenes. Muchos de sus integrantes,
tanto de aquellos que residían en el exterior como de los que vivían en Italia,
estaban imbuidos de la retórica nacional-patriótica y de la idea de rescate
de la nueva nación a través de la experiencia de una guerra. Habían pasado
asimismo por esos lugares de difusión de los mitos nacionales que eran las
instituciones de enseñanza. En el exterior esos ideales patrióticos tenían
gran fuerza en el mundo asociativo, y en especial entre los grupos dirigen-
tes. Para esos sectores medios la guerra daba la oportunidad de expresar
el nuevo clima cultural dominado por actitudes vitalistas que exaltaban la
fuerza como símbolo de potencia individual y colectiva. Aunque debemos
evitar caer en esquematismos y contraponer campesinos reluctantes y
clases medias entusiastas, no es casual que entre estas últimas se dieran
las adhesiones más fervientes.

8. C. Douki, op. cit., pp. 174-175.


9. E. Forcella y A. Monticone, Plotone di esecuzione. I processi della prima guerra mon-
diale, Bari, Laterza, 1968.
322 Fernando Devoto

Empero, tampoco hubo unanimidad entre los integrantes de esas


clases medias emigradas. Un joven industrial italiano, Torcuato Di Tella,
que con apenas dieciocho años, en 1910, había creado en Buenos Aires,
con dos socios, un exitoso taller para fabricar máquinas de amasar pan,
la Sociedad Industrial de Amasadoras Mecánicas (siam), estuvo entre los
citados en 1915. Dado que por entonces era estudiante de Ingeniería en
Buenos Aires, fue incorporado a la Academia Militar de Turín y enviado
luego al frente, donde se desempeñó como teniente de la 45ª compañía de
comunicaciones. Que su decisión no era compartida por todos lo muestra
que su socio, Guido Andreucci, también convocado, había decidido no
acatar la citación.10
Otro ejemplo lo brinda una persona ya mayor para la guerra, Vittorio
Valdani, que en 1915 tenía cuarenta y cinco años, el ingeniero graduado en
el Politécnico de Milán que vimos había llegado a la Argentina para desem-
peñarse como manager de la Compañía General de Fósforos para sustituir
a Pietro Vaccari. Desde su posición preeminente en el grupo de industriales
italianos participará activamente en las distintas recolecciones de fondos
en la colectividad para los sucesivos préstamos de guerra convocados por
el gobierno italiano. Su papel fue muy importante, en especial en el quinto
y último, llamado “préstamo de la victoria”, que suscitó escaso eco inicial
en una colectividad que a su vez tenía que confrontarse con una situación
nada fácil de la economía argentina. Luego de ello Valdani sería incorpo-
rado, en agosto de 1918, al Ministerio de Armas y Municiones dirigido por
Alberto Pirelli.11
Los dos ejemplos presentados contienen a su modo el arco de reacciones
favorables a la guerra entre los notables de la comunidad italiana de la
Argentina. El joven Di Tella, futuro empresario exitoso de ideas socialis-
tas, parece haber adherido desde posiciones simplemente patrióticas en el
sentido radical-democrático, que era por otra parte el del antiguo naciona-
lismo irredentista de matriz republicana. Vittorio Valdani, como exhiben
sus discursos a favor de la guerra, su hostilidad a los pacifistas como el
presidente estadounidense Woodrow Wilson y su sucesiva adhesión al
fascismo, aparece mucho más permeado de esa ideología belicista y de ese
culto a la violencia como forma de expresión de la potencia de una nación
al que hicimos referencia. Es decir, del nuevo nacionalismo peninsular de
principios del siglo xx.
Desde luego que los dos casos no agotan las posibilidades ni los ejemplos
disponibles. También existía una actitud teñida de “sportivismo” de la que
serán tan emblemáticos los futuristas italianos. Puesto que la aviación era
el arma que mejor expresaba aquellos nuevos ideales articulados con la

10. T.S. Di Tella, Torcuato Di Tella. Industria y política, Buenos Aires, Tesis-Norma, 1993,
pp. 24-34.
11. C. Scorza, Vittorio Valdani: un uomo, Buenos Aires, Editorial de Autores S.R.L., 1955,
pp. 59-69.
Entre dos guerras (1914-1945) 323

idea de modernidad y con el sentimiento individualista de una nueva aris-


tocracia guerrera, a ella se incorporará el barón Antonio Demarchi, notorio
deportista, esgrimista miembro del Círculo de Armas, que había llegado
a la Argentina en 1900, donde se había casado con una hija del general
Roca. También a la aeronáutica se incorporará un hijo de piamonteses,
Eduardo Olivero.12 Su caso recuerda que también los argentinos hijos de
italianos se incorporaron a las fuerzas armadas peninsulares.
Muy importantes fueron también las donaciones y las suscripciones de
los sucesivos empréstitos del gobierno italiano (cinco) que los peninsulares
de toda condición hicieron en apoyo de su país en guerra y que reflejaban
por otra vía menos heroica, pero no menos significativa, su adhesión al
país de origen. En este plano, la contribución voluntaria de los italianos
fue general, desde Giuseppe Guazzone, el gran propietario de tierras en
las zonas de Olavarría y Trenque Lauquen que fletó a su cargo un impor-
tante embarque de trigo, hasta inmigrantes anónimos, que suscribieron
los títulos de los empréstitos italianos de guerra en la casa matriz o en las
sucursales del Banco de Italia y Río de la Plata o en los otros cuatro bancos
peninsulares involucrados en la recolección, que aportaron sumas mayores
o menores pero que eran las que estaban a su alcance.13
Los empréstitos se sucedieron hasta el momento posterior a la victo-
ria, vinculados ahora a las necesidades de la reconstrucción. Observando
el registro publicado de los suscriptores al vi Empréstito de guerra luego
de terminado el conflicto –que fue particularmente exitoso–, se ven desde
sumas pequeñas hasta grandes aportadas por empresas y bancos italianos
pero más aún por particulares. Por intermedio de los bancos con intereses
italianos y a través de una fuerte propaganda en los periódicos comunitarios
y de giras por todo el país de personas destinadas a recoger las adhesiones,
pudieron recaudarse 825 millones de liras versadas por poco más de 20
mil suscriptores. Los dos aportes más significativos en ese sexto emprés-
tito fueron los de Primo Pezzi (15 millones de liras) y Dario Buzzaccarini
(10.100.000), por encima de otros nombres como Elina Pombo, la viuda
de Antonio Devoto (5 millones) e incluso de los grupos económicos más
importantes. Entre éstos sobresalía el Banco Ítalo-Belga (10 millones) por
sobre el Francés y el Italiano para la América del Sur (5 millones), el Nuevo
Banco Italiano (5 millones), la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad
(1.250.000) y la Compañía General de Fósforos (un millón). Datos segu-
ramente no tan reveladores porque conciernen a un solo empréstito y las
cosas pueden haber sido diferentes (en relación con los aportes) en otros,
pero que dicen acerca de la solidaridad y sobre todo acerca del prestigio que

12. L. Incisa di Camerana, op. cit., pp. 387-389.


13. M.J. Cerutti, “El Rey del Trigo y la colonia La Luisa”, en aa.vv., C’era una volta La
Merica, Cuneo, L’Arciere, 1990, pp. 94-97 y Banco de Italia y Río de la Plata, 100 años
al servicio del país, pp. 232-233.
324 Fernando Devoto

se buscaba adquirir o conservar en el seno de las comunidades italianas


con aportes de esa magnitud.14
Como muestran los empréstitos, la guerra representó un momento de
bastante concordia entre las distintas comunidades italianas de la Argentina,
en torno del Comité Italiano de Guerra que, integrado por las principales
figuras de la colectividad, centralizó las decisiones. Presidido inicialmente
por Antonio Devoto y dirigido tras su muerte por Giuseppe Devoto, estaba
además compuesto por los ingenieros Valdani y Giuseppe Pedriali (adminis-
trador general de la sociedad tranviaria) y el rico comerciante Tito Meucci.
Su actividad se orientó no sólo a la recolección de ayuda financiera para el
gobierno italiano sino también a pagar los pasajes de aquellos peninsulares
que retornaban para enrolarse.
Hacia el interior de la comunidad, la guerra emblematizó incluso una
reconciliación entre anticlericales y católicos, por ejemplo en el tedeum
de la victoria luego de Vittorio Veneto. Institucionalmente, se creó el 19 de
marzo de 1919 la Federazione Generale delle Società Italiane (emblemá-
ticamente en el día del aniversario de la muerte de Mazzini), institución
que ampliaba al conjunto del país los objetivos de la Federazione delle
Società Italiane di Buenos Aires, entidad nacida en 1912.15 Fundada por
iniciativa de Attilio Massone, reflejó también ese clima unitario resultado
de la exaltación patriótica. Aunque la Federazione no logró avanzar mucho
en la búsqueda de una solución común para los problemas (en especial
financieros) que enfrentaban las instituciones, sirvió para dar una señal de
fuerte presencia ante el gobierno argentino o el italiano. Cuando en 1920
llegó una misión del recién nacido Istituto Coloniale Italiano que buscaba
encuadrar a las entidades en el exterior –una modalidad de intervención
que parece anticipar las posteriores del fascismo– la Federazione resistió
con éxito y mantuvo su plena autonomía.16
Como consecuencia de la guerra, la conmemoración de la victoria (el 4
de noviembre) se convertiría en un nuevo lugar de memoria de los italianos
en la Argentina que se agregaría al xx de septiembre, rivalizando en los pri-
meros años sucesivos con ella como mayor celebración de los italianos en el
país. Por ejemplo, la conmemoración del tercer aniversario de la victoria de
Vittorio Veneto, organizada por la nueva federación en homenaje al soldado

14. Comitato di Propaganda per il vi Prestito Italiano di Guerra, I sottoscrittori nella


Repubblica Argentina, Buenos Aires, Regia Legazione d’Italia nella Repubblica Argen-
tina, s/f.
15. “La Federazione Generale delle Società Italiane nella Repubblica Argentina”, en Gli
italiani nell’Argentina. Uomini ed Opere....
16. A. Bernasconi, “Periodistas y dirigentes políticos. La disputa por la conducción de
la colectividad italiana en tiempos de conflicto (1919-1920)”, en A. Bernasconi y C. Frid
(eds.), De Europa a las Américas. Dirigentes y liderazgos (1880-1960), Buenos Aires,
Biblos, 2006, pp. 90-91.
Entre dos guerras (1914-1945) 325

desconocido, emblematizada en el traslado de un trozo de roca del monte


Grappa desde la legación italiana en Buenos Aires a la sede de la también
recién nacida sociedad Reduci della Guerra Europea (situada en la calle
Luis Sáenz Peña en la zona de Constitución) constituiría una de las últimas
grandes movilizaciones de masas de los italianos en Buenos Aires. Aunque
los números de participantes en las manifestaciones siempre deben tomarse
con pinzas, en especial si provienen de una fuente favorable, los doscientos
mil italianos que según La Patria degli Italiani concurrieron a la celebración,
en noviembre de 1921, daban cuenta más allá de la posible exageración de
un acto de unas dimensiones que no volverían a repetirse.17
El clima unitario abierto por el conflicto bélico daba fuerza a la toma de
posición de los italianos ante las otras comunidades extranjeras de países
involucrados en la guerra y también ante el gobierno argentino. Con éste,
presidido por Hipólito Yrigoyen, las relaciones no fueron fáciles. En 1916,
el gobierno suprimió la enseñanza del italiano en las escuelas argentinas,
lo que generó un vasto movimiento de protesta de las instituciones penin-
sulares. Al año siguiente, Yrigoyen estableció que el 12 de octubre fuese
feriado nacional como “día de la raza”, a pedido de las sociedades españolas,
como vimos en el capítulo anterior. Ese hecho llevó incluso a los grupos
dirigentes de la comunidad italiana, en ese mismo año, a proponer un boicot
que consistía en no exponer ese día ninguna bandera italiana como señal
de rechazo a la celebración.18 Asimismo, se realizó otra conmemoración
en el Coliseo, en recuerdo de la fecha y de Cristóbal Colón, organizada por
el Comité Bonaerense de la Dante Alighieri, por entonces presidido por
Arsenio Guidi Buffarini.19
Con todo, el punto mayor de tensión y de distancia con el gobierno
era la posición de neutralidad ante la guerra europea, que el presidente
Yrigoyen defendía contra una opinión pública mayoritariamente aliadófila,
contra los partidos de oposición e incluso contra muchos de los integrantes
de su mismo partido.
En cambio, la guerra significó un incremento de los vínculos con las
otras comunidades extranjeras de países enrolados con los aliados (como
Francia, Inglaterra, Serbia o Estados Unidos) e incluso con facciones de
otras, como los republicanos españoles que simpatizaban con esa causa,
y, a la vez, con los numerosos grupos argentinos partidarios de entrar en
la guerra de ese lado. En las muchas movilizaciones que acompañaron los
años de la guerra y que se fueron haciendo cada vez más numerosas y nu-
tridas, a medida que el conflicto avanzaba hacia su desenlace, la presencia
de grupos de otras colectividades y de políticos e intelectuales argentinos en
los actos fue cada vez más relevante. En la manifestación del 26 de mayo de

17. La Patria degli Italiani, 6 de noviembre de 1921.


18. M.R. Ostuni, “L’Archivio di Feditalia a Buenos Aires”, AltreItalie, 3, 1990, pp. 98-
108.
19. La Patria degli Italiani, 13 de diciembre de 1917.
326 Fernando Devoto

1918, en conmemoración del aniversario de la entrada en guerra de Italia,


se reunieron en Plaza Lavalle entre cincuenta y sesenta mil personas, y
entre los oradores que dirigieron la palabra a la multitud se encontraban
conocidos dirigentes argentinos como Francisco Barroetaveña y Alfredo
Palacios. Del mismo modo, en el no menos masivo acto del xx de septiem-
bre de ese año, en la Plaza Congreso, además del abogado y empresario
rural peninsular Giuseppe Martinoli, se dirigió a los convocados Roberto F.
Giusti, representante del Comité Liberal de la Juventud Argentina, quien era
un destacado periodista y ensayista (era codirector de la revista Nosotros);
había nacido en Lucca y llegado pequeño a la Argentina.20
Terminada la guerra, la movilización de la comunidad italiana continuó
por un tiempo. Ello ocurrió pese a que (o quizá porque) otras cosas ocu-
rrirían en la Argentina casi inmediatamente de terminado el conflicto que
mutarían sustancialmente el clima. Apenas dos meses después de la victoria
decisiva para Italia en la guerra, tanto los italianos como los argentinos
debían tomar nota de una conmoción que reflejaba el malestar social que
había ido acumulándose con las dificultades económicas de los años de la
guerra. En enero de 1919 estallaba en Buenos Aires la llamada “semana
trágica”. Aunque la economía se estaba recuperando desde el piso de 1917,
subsistía una elevada desocupación (que había oscilado en los años de la
guerra entre 12 y 19% del total de la fuerza de trabajo) y un pronunciado
retraso de los salarios erosionados por una (para la época) elevada tasa de
inflación que, en 1918, había alcanzado 26,2%.21
Como es conocido, el conflicto comenzó en diciembre en los talleres
Vasena y desde ahí se propagó a otras fábricas metalúrgicas y a otros
sectores industriales. Vista la importancia de los italianos tanto entre los
empresarios como entre los trabajadores, el conflicto repercutió sobre la
vida de ellos aunque, según los informes de las autoridades diplomáticas
peninsulares en Buenos Aires, ni grupos ni instituciones de la comunidad
sufrieron ataques en tanto tales. La ira de las bandas armadas de “niños
bien” castigó con dureza a la comunidad judía y en menor medida a los
catalanes, en quienes se buscó encontrar a los responsables de una agi-
tación que generó una sensación de pánico en Buenos Aires, como si se
estuviera al borde de un estallido revolucionario. La situación no era ésa,
cualquiera fuese la percepción de los contemporáneos, y la intervención de
la segunda división del ejército con asiento en Campo de Mayo, al mando
del general Luis Dellepiane (hijo de italianos), con la aceptación del presi-
dente Yrigoyen y de su ministro del Interior, Elpidio González, restableció
rápidamente el orden en la ciudad.
De todos modos, en ese año 1919 la conflictividad se mantendría elevada,

20. La Patria degli Italiani, 27 de mayo y 21 de septiembre de 1918.


21. G. Di Tella y M. Zymelman, Las etapas del desarrollo económico argentino, Buenos
Aires, Eudeba, 1967, pp. 317 y 343.
Entre dos guerras (1914-1945) 327

como lo refleja el número de huelgas que alcanzó un nuevo pico (363). La


preocupación de los empresarios italianos, al igual que la de los argentinos,
fue manifiesta y el consejo directivo de la Camera di Commercio (en el que
era visible una renovación de personas e instituciones; por ejemplo, aparecen
en su consejo directivo representantes de la Banca Commerciale Italiana,
del Banco Francés e Italiano y del Banco Ítalo-Belga pero no ya de las dos
entidades financieras históricas) deliberó sobre establecer contactos con
otras cámaras de comercio de países aliados radicadas en la Argentina y
con otras de peninsulares en otras partes del mundo para delinear un plan
de acción ante lo que juzgaban (erróneamente) la impotencia del gobierno
para hacer frente a los conflictos.22
Aunque los italianos no se encontraban en el centro de la atención
pública, la agitación obrera desató una fuerte oleada de nacionalismo en
la Argentina y llevó a la conformación de asociaciones como la Liga Patrió-
tica, que además de realizar desmanes contra los trabajadores exaltaban
la “argentinidad”, hasta la adopción de políticas inmigratorias restrictivas
que también afectarían a los italianos. En general ese clima nacionalista
tenía un fuerte componente antiextranjero que permearía el clima cultural
argentino de la década de 1920, aun después de 1919; la economía volvió
a crecer, los conflictos sociales disminuyeron y en conjunto los años suce-
sivos fueron bastante calmos y prósperos.
Quizá en parte como respuesta a ese clima argentinista, quizá como un
resultado inercial del clima de la guerra –y antes de que la irrupción del
fascismo afectase gravemente la vida de la comunidad–, otras iniciativas
importantes tuvieron lugar. Además de la gran movilización de 1921, a la
que ya aludimos, se inauguró finalmente el monumento a Colón, detrás
de la Casa Rosada, con la presencia del presidente Yrigoyen. Asimismo
se multiplicaban los vínculos con figuras del radicalismo como el primer
intendente de Buenos Aires y antes interventor de la provincia de Buenos
Aires, José Luis Cantilo, o con el pronto ministro de Relaciones Exteriores
del sucesor de Yrigoyen, Ángel Gallardo. Asimismo, dirigentes de la comu-
nidad participarían activamente en los homenajes a Bartolomé Mitre en el
centenario de su nacimiento en 1921. La ocasión servía para celebrar su
amistad con Italia y con las figuras del Risorgimento y emblematizar en él
los estrechos lazos entre Italia y la Argentina.
La llegada del fascismo al poder en Italia y la aparición subsecuente de
un activismo fascista en la Argentina cambiaría drásticamente aquel clima
de fugaz concordia, instaurado durante la guerra y proseguido en los años
inmediatamente sucesivos. Aunque muchos dirigentes se esforzaron por
tratar de mostrar que nada había cambiado, las cosas serían bien diferen-
tes, como luego veremos.

22. Atti della Camera di Commercio, 27 de febrero de 1919, Bollettino, febrero de


1919.
328 Fernando Devoto

El flujo migratorio italiano: renacimiento y derrumbe

Terminada la guerra, la emigración italiana aumentaba muy lentamente.


La economía argentina también. Uno de los balances de la guerra había sido
una importante caída del pbi y un drástico aumento de la desocupación.
Recién en 1920 el pbi argentino, creciendo por segundo año consecutivo,
alcanzaba a superar al existente en 1913. A partir de allí habría nueve
años seguidos de expansión hasta el crac de 1930.23 Paralelamente el flujo
migratorio volvió a ser ligeramente positivo en 1920 y lo mismo ocurrió en
1921. Las cosas tomarían una significativa aceleración al año siguiente. Dos
factores confluían aquí: la fuerte recuperación de la economía argentina,
por un lado, y la nueva legislación estadounidense por el otro.
Al establecer una ley de cuotas en 1921 (reforzada en 1923) el gobierno
norteamericano penalizaba severamente a los italianos y a otros grupos
de la llamada “new emigration”. Como resultado de ello, el flujo italiano a
Estados Unidos se derrumbó de 222 mil a 41 mil, entre 1921 y 1922. Im-
posibilitados de dirigirse al país del norte, los italianos debían buscar otros
destinos alternativos. Entre ellos estaba la Argentina. Aunque también en
este país habían aparecido disposiciones restrictivas, eran mucho menos
draconianas que las estadounidenses.
En el contexto del clima de la “semana trágica”, Yrigoyen puso en vigor
dos decretos de 1916, establecidos por el entonces presidente Victorino
de la Plaza, que reglamentaban el artículo 32 de la Ley de Inmigración
de 1876, que requería para ingresar a la Argentina un pasaporte con foto
y certificados judiciales, policiales o comunales de falta de antecedentes
penales, no mendicidad y salud mental.24
En cualquier caso, la inmigración a la Argentina continuó creciendo hasta
llegar en 1923 a 91.992, el pico de la década. En los tres años siguientes se
mantuvo en niveles elevados aunque decrecientes, alcanzó su segunda cota
en 1927 (75 mil) y luego comenzó a descender hasta estabilizarse en torno
de 35 mil inmigrantes hasta 1931. Es tentador correlacionar ese descenso
con nuevas medidas restrictivas a la inmigración, límites y controles que
se profundizarían en la norma y en la práctica en 1923. Aunque por su
naturaleza no podían compararse en su rigor con las puestas en práctica
en otros contextos y además en la Argentina no tendían a penalizar espe-
cíficamente a los italianos, no dejaron de tener su impacto en desalentar
mediante el papelerío burocrático la llegada de un número impreciso de
inmigrantes peninsulares. Con todo, es probable que esas medidas afecta-
sen más a grupos procedentes de la península sin lazos migratorios previos
que a aquellos instalados ya desde antiguo en la Argentina. Como se ha

23. P. Gerchunoff y L. Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas


económicas argentinas, Buenos Aires, Ariel, 1998, apéndice estadístico.
24. F. Devoto, Historia de la inmigración..., p. 354.
Entre dos guerras (1914-1945) 329

señalado, las cadenas migratorias eran los instrumentos más adecuados


para resolver la maraña presentada por los trámites burocráticos.25 Asimis-
mo debe observarse que esas fluctuaciones del movimiento a la Argentina
siguen el ritmo de la emigración italiana en general a todo destino y si bien
en ello influyen las restricciones puestas por los Estados Unidos, también
cae paralelamente la emigración a Europa.26
En cambio, es posible que esa disminución de la emigración italiana
hacia muchos destinos fuese afectada en una medida mayor, desde 1927,
para la Argentina, por las restricciones que en la posguerra, al igual que en
muchos otros contextos de origen, implementó la Italia fascista con nuevas
disposiciones restrictivas para autorizar la emigración. Entre ellas estaba
la exigencia de un contrato de trabajo previo para obtener la autorización
de salida. Estas disposiciones eran parte de la lógica fascista de desalentar
la emigración en la creencia de que el número de habitantes de un país
era sinónimo de su potencia.
En cualquier caso, y más allá de la importancia que haya que atribuir
a las medidas implementadas por el fascismo para desalentarla, las os-
cilaciones del flujo italiano parecen relativamente independientes de las
exigencias y condiciones existentes en la Argentina. Sin embargo, mirada
la emigración en el conjunto de la década del 20 debe recordarse que fue
la segunda en importancia en toda la historia de la inmigración italiana a
la Argentina y el penúltimo momento de esplendor de ésta antes del colap-
so de la década de 1930 y la breve pero intensa recuperación de los años
sucesivos a la Segunda Guerra Mundial.
Aunque las procedencias regionales consideradas en su conjunto no se
modificaron mucho, el movimiento no era solamente una continuidad de
familias y paisanos que seguían llegando en cadena de los mismos lugares
que antes de la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, se incorporaban
personas de otros pueblos y de otros grupos sociales que antes se orientaban
a Estados Unidos. Éstos parecen tener lugar, prioritariamente, dentro de
las mismas provincias y regiones que ya precedentemente se dirigían a la
Argentina. En el Piamonte, por ejemplo, si antes de la guerra la mitad de
los inmigrantes que iban a América se orientaban a la Argentina, en los
años 20 ese porcentaje trepaba a 75%. Del mismo modo, si Calabria era
la región meridional más importante con porcentajes de 24% previamente
al conflicto mundial, en los 20 ese porcentaje crecía hasta 55% de los
destinos americanos. Todo ello sugiere que existía un proceso de difusión
de informaciones que operaba en áreas contiguas más que en otras leja-
nas. Incluso dentro de una misma comuna, en la que existían destinos

25. J.S. MacDonald y L.D. MacDonald, “Italian Migration to Australia. Manifest Functions
of Bureaucracy versus Latent Functions of Informal Networks”, Journal of Social History,
3, 1970, pp. 249-273.
26. G. Rosoli, Un secolo di emigrazione italiana…, p. 346.
330 Fernando Devoto

alternativos en tiempos de la emigración de masas, como la Argentina y


Estados Unidos, podía producirse un vuelco hacia el país sudamericano
vistas las restricciones en el país del norte. Un solo ejemplo que podría
revelar ese mecanismo: la emigración desde la comuna de Molfetta en la
provincia de Bari. En tiempos precedentes a la Primera Guerra Mundial,
dos tercios de los emigrantes se dirigían hacia Estados Unidos y el tercio
restante hacia la Argentina. En consonancia con las restricciones norte-
americanas, el flujo de Molfetta a la Argentina creció significativamente
hasta alcanzar su esplendor en la década de 1920.27
Sin embargo, como muestra de que las cosas no son tan sencillas, esa si-
tuación de restricciones jurídicas era contradictoria con otras características
de las migraciones en la primera posguerra. Como indican otros ejemplos,
esos años ven acentuarse un proceso de movilidad hacia múltiples destinos
desde un mismo pueblo e incluso desde una misma familia, favorecido por
los avances de la tecnología marítima que, aunque no bajaba los costos
de los pasajes, disminuía el tiempo empleado en los trayectos a la vez que
mejoraba las condiciones de confort durante la travesía. La aparición, por
ejemplo, de la segunda clase económica en parte de la flota de la Sociedad
Triestina di Navigazione de los hermanos Cosulich o de la segunda B en la
de la Transatlántica Italiana, pero sobre todo la remodelación de la tercera
clase en los grandes vapores en servicio hacia el Río de la Plata, como el
Giulio Cesare de la Navigazione Italiana o el Conte Rosso del Lloyd Sabaudo,
exhibían cuánto habían cambiado las condiciones de la experiencia tran-
satlántica con respecto a los períodos precedentes. Experiencia no exenta
sin embargo de incertidumbres en el imaginario de los potenciales viajeros
como mostraría el dramático hundimiento del Principessa Mafalda, cerca
de las costas de Brasil, en 1927.
Al acortamiento psicológico y temporal de las distancias habría que
agregar la ya demasiada información acumulada en los pueblos italianos
provista por amigos, parientes y paisanos instalados en distintas partes
del globo que hacía que, más allá del cierre del mercado estadounidense,
existieran suficientes conocimientos sobre distintos destinos alternativos
potenciales. Ello no era ciertamente una novedad del período, sólo que
ahora esas imágenes de lugares en el exterior (también por influencia de
los retornados) se habían hecho familiares en el imaginario de los italianos.
Un ejemplo de ello lo brinda el caso de la familia biellesa estudiada por
Mariela Ceva a partir de una larga correspondencia familiar. Dos de los
hijos emigran en 1919 a Inglaterra y tras retornar a Italia vuelven a emigrar
uno a la Argentina y el otro a Francia. Este último finalmente reemigra de
allí a la Argentina. Un tercer hermano emigra a Francia y allí permanece

27. J.L. Moreno, “Las mujeres van al banco: remesas y familias de los migrantes meri-
dionales en la Argentina antes de la crisis de 1929-1930. El caso de Molfetta”, en M.C.
Cacopardo y J.L. Moreno, La familia italiana y meridional en la emigración a la Argentina,
Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 1994, pp. 99-144.
Entre dos guerras (1914-1945) 331

por muchos años antes de retornar a Italia, y un cuarto se dirige a Estados


Unidos donde se establecerá de modo permanente. Todo ello ocurre entre
1919 y 1924. La situación de la familia puede verse desde dos puntos de
vista: o como una estrategia del grupo familiar que amplifica al máximo
las distintas posibilidades existentes o como decisiones individuales que
son resultado de itinerarios personales diferentes y de las oportunidades
también desiguales que a lo largo de ellos se presentan.28
En cualquier caso, la emigración en sus grandes números seguía siendo
mayoritariamente meridional, con una no desdeñable participación de otras
zonas que eran tradicionales lugares de emigración a la Argentina, como el
Piamonte y las Marcas. Ese panorama de continuidad no debe hacer olvi-
dar que existían excepciones. Por ejemplo, como un componente novedoso
de esa migración desde la península (que además de algún modo anticipa
la regionalización de la segunda posguerra) debe señalarse la importante
presencia de inmigrantes procedentes de la nueva región del Friuli-Venezia
Giulia que se orientan hacia la Argentina en porcentajes superiores a 80%
de todos los destinos americanos en esa década de 1920. Otro, menos
numeroso, pero procedente de una región con poquísima emigración, el
Lazio, lo constituye un conjunto de cadenas migratorias de siete comunas
de la por entonces provincia de Littoria que a partir de 1924 da lugar a un
flujo que se instala en la ciudad de Santa Fe, primero en el centro y luego
ya como propietario se desplaza a una zona nueva de la ciudad.29
Lamentablemente no disponemos, para esos años de la posguerra, de
datos censales que nos permitan construir un mapa preciso de los destinos
elegidos por los inmigrantes dentro de la Argentina. Sin embargo, parecen
haber seguido las pautas de la época precedente. Meridionales y friulanos se
orientaron preponderantemente hacia las ciudades y la antigua migración
piamontesa mantuvo un patrón dual. En una buena parte siguió abaste-
ciendo a la pampa gringa, en otra se insertó en áreas urbanas. Además,
hubo una incorporación en zonas nuevas, sobre todo el valle del Río Negro
(donde en 1922 el ingeniero Filippo Bonoli, yerno de Cipolletti, fundó la
colonia Villa Regina) y otros lugares en la Patagonia.
La crisis mundial de 1930 significó una brusca interrupción de las mi-
graciones internacionales en general y de las italianas en particular. En el
caso argentino, a la caída en el número de arribados se sumó el aumento de
los retornos, de modo que el saldo migratorio fue negativo en los años 1932
y 1933 en el momento de pleno impacto de la depresión mundial. Aunque

28. M. Ceva, “Strategies de famille et integration du travail: le cas des inmigrants italiens
vers la France et l’Argentine (1900-1950)”, ponencia presentada en el coloquio “Perspectives
comparées des migrations: France-Argentine”, Université Paris vii, mayo de 2002.
29. P. di Biasio, “Redes sociales primarias e integración. El Lazio en Santa Fe. Un grupo
de inmigración tardía”, en Congreso Argentino de Inmigración. iv Congreso de Historia
de los Pueblos de la Provincia de Santa Fe, Esperanza, 2005.
332 Fernando Devoto

las cosas mejoraron para la economía argentina ya desde 1933, los flujos
peninsulares no se recuperarían, manteniéndose en un nivel en torno de
los quince mil inmigrantes anuales ingresados y en saldos migratorios que
oscilaban entre tres mil y cinco mil según el año. Es decir, un nivel que se
podría llamar fisiológico y que en los hechos significaba el fin de un largo
ciclo migratorio. Con el ingreso de Italia en la Segunda Guerra Mundial la
inmigración y la emigración desde la Argentina cesaron casi totalmente,
y el saldo de los años comprendidos entre 1940 y 1945 fue prácticamente
de cero. De este modo, existió una brecha de casi quince años, entre 1932
y 1946, en la que la inmigración italiana dejó de alimentar a la sociedad
y la economía argentinas, pero también a las mismas comunidades ita-
lianas en el país con consecuencias muy importantes que analizaremos
más adelante.
Las razones de esa impasse migratoria nuevamente pueden ponerse en
relación con las medidas restrictivas que la Argentina fue estableciendo desde
1930 (aumento sustancial del costo del visado consular de los certificados
requeridos por el reglamento de 1923), 1932 (exigencia de un contrato de
trabajo por parte del inmigrante que desease ingresar) o el permiso de libre
desembarco implementado en 1938 que a la vez que aumentaba las trabas
burocráticas dejaba libre discrecionalidad a los funcionarios consulares y
de migraciones argentinos para autorizar quién podía ingresar y quién no.
Sin embargo, todo este tipo de disposiciones no estaban dirigidas hacia
los italianos (con la excepción no irrelevante de los judíos italianos y otros
exiliados que eligieron la Argentina como destino luego de las leyes raciales
sancionadas por Benito Mussolini en 1938). Por el contrario, los italianos
estaban entre los grupos claramente preferidos según los principios de su
compatibilidad para la asimilación que ya señalamos en el capítulo prece-
dente y según las ideas raciales cada vez más en boga en esos años.
Por otra parte, y más allá de ello, es evidente que las razones de la eco-
nomía eran en este y en otros casos más importantes que la política. Así
como en los primeros años del siglo xx la emigración italiana crecía acele-
radamente y también lo hacía la economía peninsular, ahora el proceso se
invertía en los dos sentidos. Ello sugiere que las épocas de crisis general
que afectan tanto a las áreas de origen como a las de destino desalientan
fuertemente los desplazamientos de personas sea porque éstas carecen
de la capacidad de ahorro para financiar la experiencia o porque no hay
un horizonte de expectativas en el nuevo destino o por ambas causas a
la vez. La crisis afecta así tanto la oferta como la demanda de fuerza de
trabajo migrante.

La vida de los italianos y de sus instituciones

El importante flujo migratorio de los años 20 debió haber bastado, ideal-


mente, para brindar un nuevo vigor a las instituciones italianas. Aunque
los datos disponibles no son confiables al indicar una presencia de un
Entre dos guerras (1914-1945) 333

millón y medio de italianos en la Argentina hacia 1927, es bien plausible


que para entonces el número de peninsulares en el país fuese mayor que
el registrado en el censo de 1914. También el enfervorizado clima de la
posguerra podía haber dado lugar a una nueva primavera de las comuni-
dades italianas. Sin embargo, pese a esa presencia más conspicua, pese
a ese nuevo clima, las cosas ocurrieron de otro modo. Así fue en especial
para las más numerosas de entre ellas, las mutualistas, que vivieron la
década del 20 entre la estabilidad y la paulatina declinación.
A las dificultades que ya presentamos en el capítulo precedente, vincu-
ladas a la ausencia de los hijos en las entidades creadas por sus padres,
a la fragmentación excesiva de éstas (sólo parcialmente compensada por
las distintas asociaciones o fusiones de algunas de ellas), se sumaba
ahora la creciente competencia de otros ámbitos asistenciales (públicos o
privados) o la progresiva dispersión de los italianos en las ciudades hacia
las zonas periféricas. El avance irresistible de muchos inmigrantes –y más
aún de sus hijos– hacia los sectores medios orientaba a muchos de ellos,
menos necesitados del tipo de asistencia que brindaban las mutuales y
más deseosos de incorporarse a los servicios y al prestigio que brinda-
ban otros tipos de entidades, a buscar otras instituciones. Es evidente
también, tema que desarrollaremos más adelante, que la intervención del
fascismo sobre la vida comunitaria favorecería ulteriores divisiones que
agravaban la situación.
De este modo, si en 1914 existían 463 instituciones con 144 mil
asociados, el Censimento degli Italiani all’Estero de 1927 registró 369
entidades mutuales con 138 mil socios. Desde luego que los datos no son
estrictamente comparables porque el modo de relevación era diferente, y es
probable que el censo argentino, pese a su carácter más sistemático y más
capilar, haya subestimado ligeramente el número, mientras el relevamiento
consular, basado en la notoriedad, lo haya sobreestimado (en especial su
cantidad de socios). De todos modos, en los comentarios que acompaña-
ban los datos recogidos por las autoridades italianas se consignaba ya la
situación de dificultad en que se encontraban.30 En cualquier caso, salvo
la iniciativa de la aimi (las quince entidades agrupadas en torno de Unione
e Benevolenza que tenían por entonces 9.500 socios), las viejas entidades,
en especial las del centro de Buenos Aires, languidecían apresadas en la
tenaza de la caída del número de socios, del aumento de la edad de sus
afiliados y el consecuente incremento de los gastos en prestaciones. Aun-
que veintiocho de ellas se habían federado, el organismo carecía de todo
fin práctico y constituía apenas un intento de reflejar un ideal patriótico
pero sin que los ingresos, los gastos y los servicios se hubiesen integrado.
No mucho mejor era la situación en Rosario, donde existían demasiadas

30. Ministero degli Affari Esteri, Censimento degli Italiani all’Estero alla metà dell’anno
1927, Roma, 1928, p. 287.
334 Fernando Devoto

asociaciones de las que las dos mayores, Unione e Benevolenza y Giuseppe


Garibaldi, tenían alrededor de mil quinientos socios cada una. Algo mejor
era la situación en otras ciudades como La Plata, donde la Unione Operai
Italiani y la Unione e Fratellanza contaban con 4.500 y 5.000 socios res-
pectivamente (en 1927) o en Bahía Blanca donde Italia Unita contaba con
dos mil asociados hacia 1923.
De todos modos, el cuadro general debe matizarse observando que en
los pequeños centros urbanos, en especial de la pampa gringa, la situación
de las asociaciones italianas era diferente de la de los grandes centros ur-
banos. Allí la competencia de las estructuras públicas de salud era menor
o inexistente, y el papel del mutualismo seguía siendo por ello relevante.
Por lo demás, en la medida en que muchas de ellas podían ir abriéndose
a nuevas actividades que englobaban desde el deporte hasta actividades
teatrales y musicales (y luego incluso el cine), su vida institucional no sólo
se mantenía muy activa sino que eran capaces de expandirse en los años
de entreguerras. Por ejemplo, iniciativas ambiciosas, como la creación de
teatros (por ejemplo, el Verdi de Cañada de Gómez, surgido en 1925) eran
encaradas para satisfacer esas nuevas funciones y, a la vez, exhibir la
potencialidad de una comunidad.31
En una situación más grave se encontraban las escuelas italianas, a
las que ya vimos en declive desde el período anterior. Aunque los datos
del censo de 1927 parecen exhibir otra cosa, pues enumeran 87 escuelas
de distinto tipo (84 primarias y 3 secundarias), observando la descripción
que acompaña los datos del censo se comprueba que las antiguas escuelas
mutualistas están en plena declinación mientras que están en crecimiento
las escuelas salesianas. Sin embargo, ya lo señalamos, éstas tenían bas-
tante poco de italianas más allá de algunas materias que se enseñasen o
de los anexos italianos de algunas de ellas, atenazadas entre la presión
nacionalizadora de la Iglesia argentina y los intereses tan variados de
quienes enviaban allí a sus hijos y para quienes la “italianidad” no era una
cuestión relevante. En este punto las quejas de los funcionarios italianos
acerca del escaso nacionalismo o patriotismo presentes en ellas reflejaban
una realidad más que evidente.
Estas escuelas de los salesianos eran casi las únicas que tenían un
consistente número de miembros. Por ejemplo, el Pío ix de Buenos Aires
contaba con 1.400 y el Santa Caterina, 981; la escuela de lengua italiana
María Ausiliatrice, anexa al colegio salesiano de Bahía Blanca, contaba con
200; las anexas al de La Plata, 675 varones y 200 niñas, las de Rosario,
600 alumnos y 120 alumnas y la de Bernal, 450 y 270.
¿Qué podían contar en cambio las antiguas escuelas laicas de las so-
ciedades mutuales? Muy poco. En Buenos Aires las más antiguas habían
debido cerrar sus filiales y conservaban apenas la sede donde cursaba un

31. L. Torresi, Historia de un emigrado en tierra argentina, Corridonia, taf, 1998, p. 15.
Entre dos guerras (1914-1945) 335

muy reducido número de alumnos. Así, la Unione e Benevolenza contaba con


32 alumnos varones y 40 niñas, y la antigua rival, la Nazionale Italiana, 42 y
26. Por su parte, las escuelas de otras dos grandes y antiguas asociaciones,
Italia Unita y Colonia Italiana, tenían respectivamente 43 y 88 alumnos de
ambos sexos. Entre las escuelas laicas peninsulares sobresalía apenas la
Dante Alighieri de Rosario, con 332 alumnos de los dos sexos, y la Mar-
gherita di Savoia de Buenos Aires, con 113. Es decir que el amplio mo-
vimiento educativo generado por el asociacionismo mutualista de matriz
monárquica o mazziniana, pero siempre anticlerical, estaba llegando a su
fin. Junto con él colapsaba la batalla, perdida ya hacía mucho tiempo, de
conservar la lengua italiana entre los hijos de los inmigrantes.
Tampoco era floreciente la situación de la prensa étnica. Existían tres
diarios, de los cuales La Patria degli Italiani era el más difundido. Antiguos y
valiosos colaboradores como Roberto Campolieti y Emilio Zuccarini todavía
escribían en sus páginas, al igual que Folco Testena (corresponsal desde
Montevideo), y por el número de redactores y los medios técnicos y econó-
micos de que disponía seguía siendo un periódico importante.32 Empero,
su impacto sobre la opinión pública no italiana y sobre los gobiernos de
turno era mucho menor que en los años anteriores a la Primera Guerra
Mundial. El periódico había perdido además buena parte del antiguo espíritu
republicano y anticlerical y de sus rasgos de intransigencia. Decididamente
monárquico, seguía definiéndose como liberal y democrático, conservaba
todavía una atención y una simpatía hacia antiguas causas como la de los
arrendatarios de la pampa gringa y hacia la Federación Agraria Argentina,
pero todo eso se combinaba con un amplio pragmatismo que le permitía
acomodarse a la nueva Italia mussoliniana. De este modo el Duce era pues-
to por algunos colaboradores del periódico en la secuencia de la tradición
mazziniana y los nuevos mitos dannunzianos eran leídos en clave de con-
tinuidad con los antiguos del Risorgimento.33 Todo ello reflejaba en cuán
gran medida la gran guerra había cambiado las claves de la “italianidad”
entre los peninsulares en la Argentina.
Más allá de La Patria degli Italiani continuaba publicándose Il Giornale
d’Italia, que no estaba tampoco desprovisto de ambigüedades, y a ellos se
había agregado durante la guerra L’Italia del Popolo, decididamente antifas-
cista, de izquierda, y en los años 20 compañero de ruta de los comunistas.
Asimismo, dos docenas de revistas y semanarios se publicaban también
en esos años, incluidos algunos de larga data como el republicano L’Amico
del Popolo, cuya mejor época había quedado atrás.
Fuerte era en este terreno nuevamente la presencia de los salesianos
que al antiguo semanario Cristoforo Colombo, nacido en el barrio de la Boca

32. La Patria degli Italiani, Almanacco, 1922, pp. 633-642.


33. O. Dinale, “Lui: Mussolini”; U. Imperatori, “La storia che viviamo” y N.N. “Nell’Eremo
del Gardone”, todos en La Patria degli Italiani, Almanacco, 1923, pp. 188-200.
336 Fernando Devoto

y trasladado luego a Rosario, agregaban otro, Vita Italiana, publicado en


Córdoba por la Società Cattolica Popolare Italiana. Ambos tenían una razo-
nable difusión en las zonas de colonización agrícola, donde estaba uno de los
objetivos prioritarios de los salesianos en lo que concernía a los italianos en
la Argentina. Sin embargo, el hecho de que al menos el Cristoforo Colombo
fuese editado, por entonces, en castellano y en italiano refleja bien en cuán
gran medida las iniciativas de la congregación no podían verse como una
firme defensa de la lengua y la cultura italianas, o más en general de esa
“italianidad” a la que habían apuntado los grupos dirigentes peninsulares
en la Argentina y ahora con fuerza el régimen fascista.
Si la vida del asociacionismo mutualista y la de la prensa étnica encon-
traban dificultades, florecían en cambio otras instituciones con un perfil
más adecuado a las nuevas épocas. Eran aquellas que organizaban el tiempo
libre en torno de ámbitos de sociabilidad o más aún alrededor del deporte.
El Circolo Italiano, como señalamos en el capítulo 3, inauguraba su nueva
sede en Florida y Corrientes, a la que se mudaría definitivamente en 1924,
y sus salones eran escenario de una vida social intensa jalonada por la
presencia de ilustres visitantes italianos y argentinos. En plena expansión
estaba también el Club Italiano, que en 1922 compraría el terreno donde
había construido sus instalaciones doce años antes. Su número creciente de
socios, que lo convertían por entonces en la mayor entidad peninsular de la
Argentina, iba acompañado de una expansión y refacción de las instalaciones
y de la difusión o ampliación de nuevas actividades como el tenis, la pelota a
paleta, la natación y el patinaje.34 Un caso equivalente lo provee la Sociedad
de Tiro a Segno que, más allá de las dificultades vinculadas a la necesidad
de abandonar por disposición municipal sus instalaciones en Villa Devoto,
encontraría a partir de la inauguración en su nueva sede en El Palomar,
en 1933, una enorme posibilidad de expansión ligada a las actividades al
aire libre (camping, picnic) y a la creciente adición de nuevas actividades
deportivas (tenis, natación, atletismo, vóleibol, fútbol y rugby).
El fenómeno de los clubes centrados en la sociabilidad de las elites penin-
sulares o en la combinación de deporte y vida social también se desarrollaba
en otros ámbitos urbanos. En Rosario surgía en 1914, en el mismo estilo
institucional del de Buenos Aires, otro Club Italiano que acompañaba al
Circolo Italiano que por entonces tenía ya setecientos socios y funcionaba
en el primer piso del Palacio Pinasco. También en Santa Fe surgía en 1919
un Circolo Italiano que contaba con poco más de doscientos socios y otro
en Córdoba en 1922.
Floreciente era también la vida de los hospitales, que hacia 1927 eran
seis y que, como ya señalamos, se iban abriendo progresivamente más allá
de las comunidades italianas. El de Buenos Aires era el más importante (y
uno de los principales de toda la Argentina); hacia 1927 tenía 650 camas

34. L. Cortese, op. cit., pp. 72-74.


Entre dos guerras (1914-1945) 337

y había anexado un asilo para enfermos crónicos. Brindaba servicios a los


afiliados y a los miembros de 250 asociaciones italianas y 57 cosmopolitas.
Asimismo proveía servicio gratuito en consultorios externos a los italianos
indigentes (que debían probar tal condición mediante certificación del Con-
sulado), los que también en cierto número eran admitidos en internación.35
Por otra parte funcionaban los dos hospitales de Rosario (Garibaldi, 280
camas y 27 médicos, y Unione e Benevolenza, 100 camas y 12 médicos), el
de La Plata (96 camas, 18 médicos), el de Santa Fe (130 camas, 14 médicos)
y el de Córdoba (60 camas).36
También en esos años 20 nacían nuevas instituciones cuyo propósito
primordial no era ya el mutualismo. Un ejemplo eran las que reunían a los
combatientes de la Primera Guerra Mundial. Reduci della Guerra Europea
(Buenos Aires y Rosario), Reduci della Grande Guerra (Córdoba), Reduci
Italiani di La Plata e Provincia, eran algunas de ellas. Venían a sustituir a
las antiguas Reduci delle Patrie Battaglie, ya en vías de extinción. También
nuevas entidades regionales y locales se sumaban a la nómina, dando ori-
gen a un nuevo ciclo de la vida institucional en el que ese tipo de entidades
y no las nacionales serían las dominantes. Es interesante observar que
pese a que la Gran Guerra había reforzado y en cierto modo completado el
proceso de nacionalización de los italianos, el regionalismo y el localismo
no eran más débiles sino, por el contrario, más fuertes.
Existen muchos ejemplos de este regionalismo no centrado ahora tanto
en el mutualismo sino en la vida social y recreativa. Algunos de ellos fueron
la Società Potentina nacida en 1930, la Unione Marchigiana pocos años
después o la Famiglia Friulana creada en 1927.37 Como ejemplifica este
último caso, las nuevas entidades no serían ajenas a los conflictos y las
divisiones que afectaban a las grandes entidades en el período anterior y
en ellas ocuparían un papel relevante los debates en torno del fascismo.
Exitosa era, en cambio, la vida de las instituciones económicas. Los
bancos que se orientaban hacia una clientela italiana y que habían sido
creados por los mismos migrantes enriquecidos, el Banco de Italia y Río de
la Plata y el Nuevo Banco Italiano, seguían su expansión, aunque a medida
que ésta avanzaba se iban distanciando de las comunidades italianas sea
en su composición societaria, sea en su clientela. La emergencia de argen-
tinos de origen italiano muchas veces, pero no siempre, tomaba el control
de las comisiones directivas y la clientela era más diversificada. Ello no
significaba, en especial en el caso del Banco de Italia, que no continuase
siendo un punto de referencia para los italianos en la Argentina. En oca-

35. Annuario Italo-Sudamericano, Buenos Aires, 1925, p. 665.


36. Ministero degli Affari Esteri, Censimento..., 1927, pp. 392-405.
37. A. Bernasconi, “Marchigianos en Buenos Aires: trabajo y vida asociativa”, p. 733, y
M. Sabbadini, La Nonna dei Fogolârs pal Mont. Apuntes para una historia del asociacio-
nismo friulano en Argentina, Buenos Aires, Sociedad Friulana de Buenos Aires, 2002,
pp. 20-23.
338 Fernando Devoto

sión del vi Empréstito de Guerra el Banco de Italia recaudó casi 250 de los
825 millones obtenidos y el Nuevo Banco Italiano, 115. Paralelamente se
expandían casas bancarias italianas asociadas con otras de otras partes
de Europa. Eran el Banco Ítalo-Belga (integrado por capital del Crédito
Italiano y cuya primera sucursal en la Argentina es de 1914), el Banco
Francés e Italiano para la América del Sud (con aportes de capitales de
la Banca Commerciale Italiana) y la misma Banca Commerciale Italiana.
Esas tres entidades también fueron autorizadas a recoger los aportes del
empréstito, y lo más notable es que la primera fue la más exitosa (255 mi-
llones), superando al Banco de Italia, mientras que por su parte el Francés
e Italiano (180 millones) superó al Nuevo Banco Italiano.
Desde luego que ello no implica que estos nuevos bancos ocupasen un
lugar más preeminente en el sistema financiero argentino o que estuviesen
más extendidos entre los ahorristas. Si se mira la cuestión desde el punto
de vista de los depósitos, el mayor de ellos seguía siendo el Banco de Italia
y Río de la Plata, con depósitos por 187 millones de pesos moneda nacio-
nal (lo que lo colocaba en el tercer lugar dentro de los bancos privados), y
por detrás de él estaba el Nuevo Banco Italiano (115 millones), mientras
que mucho más lejos se encontraban el Francés e Italiano (64 millones) y
el Ítalo-Belga (43 millones).38 Esa diferencia entre las dimensiones de los
distintos bancos con intereses italianos y la suscripción del empréstito
sugiere que una parte importante de las grandes empresas italianas (o
de origen italiano) ahora podía estar canalizando ahorros e inversiones a
través de ellas, paralelamente a la creciente apertura de los dos bancos
históricos hacia el mercado argentino. Por ejemplo, el Banco de Italia no
sólo declaraba en su publicidad en los años 20 ser el único corresponsal
en la Argentina del Tesoro italiano y del Banco di Napoli (el tema de las
remesas) sino también actuar como agente financiero del gobierno de la
provincia de Entre Ríos. Mientras tanto el Banco Ítalo-Belga, cuya sede
central se encontraba en Amberes, también se presentaba como banquero
del gobierno italiano, agente del Crédito Italiano y corresponsal oficial del
Banco Nacional de Bélgica.
La presencia en la década de 1920 de los bancos ítalo-europeos en la
comisión directiva de la Camera di Commercio (que a la sazón contaba con
más de mil miembros y entre quienes ocupaban ahora un lugar preeminente
tanto empresarios argentinos como Luis Colombo, como empresas penin-
sulares instaladas ahora en el país, como la Pirelli Platense) es otro indicio
de los nuevos vínculos entre aquellos bancos cuyas casas matrices estaban
en Europa y los intereses de empresas y empresarios peninsulares en la
Argentina. Sugieren asimismo en cuán gran medida había una renovación
de la elite empresarial italiana en el país. La generación de los príncipes
mercantes einaudianos cedía su lugar a otra en la que adquirían un peso
creciente los managers contratados en Italia que vimos en el capítulo anterior,

38. La Patria degli Italiani, Almanacco, 1923, p. 268.


Entre dos guerras (1914-1945) 339

muchos de los cuales se autonomizarían creando sus propias empresas o


escalarían hasta controlar aquellas de las que eran inicialmente gestores
(como ocurrió con Valdani y la Compañía General de Fósforos).
En cualquier caso, las empresas creadas por italianos en la Argentina
continuarían su expansión en los años 20. La Ítalo-Argentina de Electrici-
dad, presidida por Giovanni Carosio, diversificaba su actividad en el sector
eléctrico en la Argentina (Bahía Blanca) y en otros países sudamericanos
(Paraguay y Perú). El mismo Carosio promovía también otras iniciativas en
el sector metalúrgico (La Industrial) y en el del transporte de combustible,
en especial petróleo (Compañía de Combustibles).39 Por su parte, la Com-
pañía General de Fósforos hacia 1925 era una de las mayores industrias
del país. Contaba con cinco fábricas de fósforos en la Argentina (Buenos
Aires, Tucumán, Santa Fe, Córdoba y Rosario) y una en Uruguay, un es-
tablecimiento gráfico en Barracas, una fábrica de papel y una hilandería
de algodón en Bernal y otras fábricas de productos químicos (en La Plata),
una desmontadora de algodón y una fábrica de aceite en el Chaco. Desde
1926 el grupo reorientaría su producción hacia el nuevo y prometedor sec-
tor de la industria del papel. El núcleo de esta actividad sería primero la
Papelera Argentina, a la que se le agregará Celulosa Argentina en 1929. La
diversificación de actividades y la incorporación de nuevos socios llevaría
a sucesivas divisiones formales del grupo articuladas, desde 1929, en dos:
la Compañía General de Fósforos (que agrupaba las viejas actividades) y
la Compañía General Fabril Financiera (que concentraba aquellas ligadas
con la industria del papel).
Además, desde sus modestos comienzos en 1910, otro coloso surgiría de
las filas de los empresarios italianos: la siam Di Tella S.A. A la producción
de maquinarias para panaderías la siam, convertida en sociedad anónima
en 1927, agregaría la de surtidores de nafta, en cuya fabricación se com-
binaban piezas realizadas localmente y otras importadas y luego equipos
de ablandamiento de agua. A principios de los 30 la siam comenzaría a
fabricar heladeras para consumo doméstico. La orientación hacia mercados
de consumo masivo llevaba a la empresa a realizar publicidad a través de
la cual la marca comenzó a hacerse muy popular en el país.40
Si esos dos grupos emblematizan el papel de los industriales de origen
italiano en la Argentina (incluso por las características tan opuestas de
sus dos mayores dirigentes, Di Tella y Valdani), no fueron desde luego los
únicos. Muchos otros grupos económicos crecieron en esos años, también
en el interior del país, como la cementera creada por Juan Minetti que se
constituyó como sociedad anónima en 1932 o las fábricas de queso, que
tuvieron en este período una notable expansión, como la Magnasco y Cía.

39. “Compagnia Italo-Argentina di Elettricità”, en aa.vv., Gli italiani nell’Argentina...


40. T. Cochran y R. Reina, Espíritu de empresa en Argentina, Buenos Aires, Emecé,
1965.
340 Fernando Devoto

o la de los hermanos De Lorenzi, que habían comenzado sus actividades


en la localidad de El Trébol en la provincia de Santa Fe.
Aunque la actividad de los empresarios italianos creció en muchos ru-
bros entre las dos guerras, su número en el total de empresarios disminuyó
como resultado de la disminución del flujo migratorio italiano y por ende
de la presencia peninsular en la población. Los que emergían además eran
los hijos argentinos de aquellos pioneros.
Ese movimiento empresarial de los ambientes italianos en la Argentina
se veía limitadamente reforzado en la primera posguerra por la aparición de
algunas pocas empresas italianas que instalaban sus filiales de producción
y no sólo de comercialización en el país. Como es conocido, esos años 20
comportaron un amplio movimiento de inversiones directas extranjeras en
la Argentina. Muchas empresas extranjeras instalaron sus plantas de pro-
ducción en el país alentadas por las posibilidades del mercado argentino,
por el aumento de los fletes marítimos y por la moderada alza de las tarifas
aduaneras con la reforma de 1923. Empresas y capitales italianos aprove-
charon limitadamente esas posibilidades pese a que, como vimos para el
caso de la Ítalo-Argentina de Electricidad, la red de intereses peninsulares
en la Argentina era tan fuerte como para obtener concesiones públicas o
a que existía un enorme mercado de consumidores dispuestos a adquirir
productos étnicos. La razón debe buscarse en un problema de largo plazo
de la economía italiana: la poca disponibilidad de capitales para invertir en
el exterior. Asimismo muchos sectores de la dirigencia italiana cercanos a
los ambientes nacionalistas que confluirían en el fascismo –por ejemplo, el
antiguo seguidor de Francesco Saverio Nitti pasado al fascismo, el diputado
Innocenzo Cappa– se manifestaban ahora contrarios a una iniciativa de
ese tipo considerando que la prioridad era el mercado nacional y que la
instalación de empresas peninsulares en el país significaba una pérdida
de capitales y a la vez una pérdida de mercados de exportación para las
industrias italianas.41
Los dos principales casos en los que se produjo esa instalación en el
país están ligados a la existencia de enormes ventajas desde el punto de
vista del mercado de consumo de sus productos. Se trató de Pirelli y de
Francesco Cinzano. La primera tenía una posición segura en la provisión de
cables eléctricos para la compañía de electricidad que estaba expandiendo
su red en Buenos Aires. Así, en 1917 nacía la Pirelli platense, cuyo capital
estaba íntegramente suscripto por la sociedad milanesa en reemplazo de
la filial comercial abierta en 1910. Además de las razones apuntadas, la
instalación de la empresa en la Argentina respondía a una estrategia más
general de multinacionalización que caracterizaba a Pirelli ya desde antes
de la Primera Guerra Mundial pero que fue acelerada después de ésta. En

41. Settanta anni di vita della Camera di Commercio Italiana nella Repubblica Argenti-
na..., p. 31.
Entre dos guerras (1914-1945) 341

la década de 1920 la Pirelli platense creció de manera sostenida abriendo


sucesivamente tres fábricas en la ciudad de Buenos Aires, en los barrios de
Flores, Palermo y finalmente Mataderos, donde construiría un gran comple-
jo industrial. La producción principal de Pirelli eran cables y conductores
eléctricos y secundariamente artículos de goma, aunque no neumáticos
(donde la posición de las empresas estadounidenses era muy fuerte), los
que serían importados desde Italia hasta fines de la década de 1940.
Un rasgo de interés de la estrategia de Pirelli es la presencia no sólo
entre los cuadros directivos sino entre los empleados y los trabajadores de
personas procedentes de Italia. Casi 60% de los obreros de sus fábricas
eran italianos aunque, a diferencia de lo que ocurría entre las empresas de
origen peninsular en el sector textil, no se trataba de personal especializado
con experiencia previa en el sector o en la misma Pirelli en Milán. Por el
contrario, parece tratarse de un proceso bastante espontáneo en el que
las redes interpersonales, familiares y paisanas desempeñaron un papel
muy significativo en la contratación del personal de la fábrica.42 Segura-
mente ese acceso de los italianos era bien visto por los mismos cuadros
de la empresa.
En el caso de Cinzano, las ventajas comparativas para la instalación de
fábricas de producción en el país también estaban ligadas a la existencia
de un mercado en el que se encontraba precedentemente en una situación
muy dominante. En 1922 se constituyó Francesco Cinzano & Cía., que
pronto crearía dos establecimientos, uno en San Juan, donde se producían
los destilados de uva y cereales, y otro en Buenos Aires donde se elabo-
raban los distintos licores. Del tradicional vermut, la empresa amplió su
producción hacia otros licores, como gin, vodka y coñac.43
Empero, por las razones antes aludidas, la mayoría de las empresas de
Italia, deseosas de aprovechar las ventajas del mercado argentino, prefirieron
por entonces abrir oficinas de comercialización y no plantas industriales.
Sería el caso de Fiat que instalaría una en 1924, buscando aprovechar el
incesante incremento del parque argentino de automotores y tractores. Lo
mismo ocurriría en 1932 con la creación de la Olivetti Argentina, punto de
partida de una vasta red de comercialización de sus productos (en especial
máquinas de escribir) elaborados en Italia, para cuya penetración en el
mercado argentino utilizaría una publicidad de rasgos muy innovadores.
Haciendo un balance del ámbito industrial, debería concluirse que más
allá de la novedad de la instalación de las primeras fábricas de producción,
en esos años de entreguerras la presencia italiana siguió debiendo mucho
más (al igual que en los años anteriores) al rol de los empresarios italianos
instalados en la Argentina y a los capitales que se generaban en la misma
actividad en el país que a las empresas o a las inversiones peninsulares.

42. M.I. Barbero, “Los obreros italianos de la Pirelli argentina, 1920-1930”, en F. Devoto
y E. Míguez (eds.), Asociacionismo, trabajo e identidad…, pp. 189-203.
43. Comitato della Collettività Italiana, op. cit., pp. 74-75.
342 Fernando Devoto

En el terreno comercial, tras la expansión de los 20, la situación empeoró


drásticamente en la década de 1930 como consecuencia de las políticas
proteccionistas a las que se orientaban los distintos países europeos y
americanos y a que, en ese contexto, se hacían fuertes en la Argentina el
control de cambios y la idea ya formulada precedentemente de “comprar a
quien nos compra”. Todo ello influiría negativamente sobre el intercambio
comercial entre Italia y la Argentina, y desde luego afectaría a los grandes
comerciantes dedicados al negocio de importación y exportación y a la
Camera di Commercio.

El fascismo y las comunidades italianas en la Argentina

En octubre de 1922, Mussolini y los fascistas llegarían al poder en


Italia. Aunque muchos de los contemporáneos no lo percibieron así, el
hecho significaría un antes y un después en la vida italiana y daría lugar
a un régimen que duraría poco más de veinte años. La influencia de ese
cambio se haría sentir también en la historia de las comunidades italianas
en la Argentina. Al analizar el problema de su influencia en ellas hay que
distinguir entre sus ideas y las prácticas concretas a las que dieron (o no)
lugar; entre la retórica del régimen y sus realizaciones concretas.
Como es conocido, desde el punto de vista ideológico y político, el fascis-
mo era una combinación heterogénea de componentes muy variados que
procedían de la época precedente. Muchos de esos componentes tenían
una posición fuerte acerca de la emigración y de las comunidades italia-
nas en el exterior. Aunque no faltaban ambigüedades, en líneas generales
la imagen del nuevo movimiento heredaba perspectivas negativas acerca
del papel y la utilidad de la emigración y de los beneficios que se podían
obtener de las “colonias libres” de italianos en el exterior, en especial las de
la Argentina. Pesaba allí la reflexión del nacionalismo italiano, que había
sido el movimiento que más había condenado a la emigración espontánea
y denigrado a las colonias de los italianos en el exterior, sobre todo las de
la Argentina. Si la primera era vista como una pérdida de energía de la na-
ción que se desangraba al enviar sus brazos al exterior, las segundas eran
criticadas porque daban, desde la rusticidad de los mismos inmigrantes,
una imagen poco exaltante de Italia en el exterior pero, más aún, porque
en ellas (y sobre todo en la Argentina) los hijos se integraban demasiado
rápidamente al nuevo país, se hacían nacionalistas argentinos y a menudo
incluso se convertían en furibundos antiitalianos.
La prédica del nacionalismo, desde Barzini y Bevione, que vimos en el
capítulo anterior, a Enrico Corradini y Alfredo Rocco, venía a confrontarse
con la ideología liberal y liberista de los defensores de las colonias libres y
en especial del mito platense, como Luigi Einaudi o Francesco Saverio Nitti.
Con todo, los más sensatos de los nacionalistas eran llevados a admitir
que la emigración era de todos modos un mal necesario (la famosa “válvula
de seguridad”) ante la exuberancia demográfica italiana. La cuestión era
Entre dos guerras (1914-1945) 343

entonces, dada la inevitabilidad de la emigración, cómo encauzarla, cómo


despojarla de sus dimensiones más negativas y convertirla en un instru-
mento útil para una política expansionista e imperial de Italia como la que
imaginaban los nacionalistas y luego los fascistas.
La cuestión tenía así una doble perspectiva: hacia adelante, intervenir
sobre ella, desde iniciativas del Estado tendientes a crear las condiciones
para mejorar las condiciones de los italianos emigrantes, las que podían
ser de distinto tipo: desde la adquisición de tierras para fomentar proyectos
de colonización (una iniciativa se llevó a cabo en la Argentina en el valle
del río Negro) hasta estimular la emigración de cuadros profesionales y
técnicos que actuasen como un estado mayor que dirigiese en el nuevo
destino a la masa de campesinos, o incluso la prohibición de emigrar de
aquellas figuras sociales más marginales que empeoraban la imagen de
Italia en el exterior.
Aunque el fascismo en el gobierno tardó en aplicar nuevas políticas
migratorias, dejando inicialmente todo en manos de viejos funcionarios
procedentes de la época liberal, para 1927, como vimos, pondría en práctica
una política, a la vez selectiva y restrictiva, de la emigración. Los resultados
de esas iniciativas fueron muy parciales, como suelen serlo todos los de las
políticas públicas aplicadas a un fenómeno tan complejo y cambiante. Ade-
más, en lo que no eran simples restricciones legales (que como el contrato
de trabajo eran fácilmente fraguables por los interesados que emigraban a
través de amigos o parientes ya instalados en el nuevo país) sino iniciativas
que requerían la inversión de capitales o recursos humanos, poco podía
hacerse. Finalmente ese tipo de proyectos era mucho más antiguo y siem-
pre había fracasado por las mismas razones: Italia era un país que tenía
demasiado pocos recursos (públicos o privados) para sostener un papel muy
activo hacia sus italianos en el exterior. Hasta donde la experiencia histórica
de más de medio siglo mostraba, había sido mayor el flujo de recursos que
habían provisto los mismos inmigrantes a la economía y al Estado italiano
que los que éstos habían brindado a las comunidades en el exterior. Más
allá de la retórica, las cosas no serían diferentes en el período fascista.
La segunda cuestión, buscar fortalecer la “italianidad” de los ya insta-
lados en otro país o de los por venir, no era más sencilla y no fue tampoco
más exitosa. Ante todo estaba el problema de qué se entendía por “italia-
nidad”, y aquí el fascismo se moverá también en un plano no desprovisto
de ambigüedades. Sus tendencias totalitarias lo orientaban a confundir
la parte con el todo y a identificar sin más la italianidad con el fascismo;
su pragmatismo, en cambio, a buscar vías más indirectas. Es que realizar
su verdadero proyecto de fascistización no era nada sencillo. Jugaban
en su contra la dificultad de tener que operar lejos de Italia en contextos
políticos que no se podían controlar, la heterogeneidad social e ideológica
de las comunidades italianas en el exterior y los límites para comprender
cuál era la situación en Italia para los que estaban lejos de la patria desde
hacía mucho tiempo, lo que hacía que los climas impuestos por el fascismo
fuesen ecos lejanos.
344 Fernando Devoto

Para colectividades con limitado grado de politización formal el mito más


evocador era el de la “patria”, sin más atributos. Todo ello llevaba a los fas-
cistas más perspicaces a adoptar una posición más cauta. Es decir, tratar
de impulsar los antiguos mitos italianos –en los que reverberaban gestas
antiguas como el Risorgimento o recientes como la Gran Guerra– antes que
el nuevo arsenal de mitos elaborados por el fascismo. En cualquier caso,
ambas construcciones se superponían permanentemente.
Analizando, por ejemplo, el primer periódico de los fasci de Buenos Aires,
Il Littore, Emilio Gentile ha señalado cómo en él, a la mezcla ya hetero-
génea que era el fascismo en Italia, se agregaban otros componentes que
reflejaban la realidad existente en la Argentina. El laicismo masónico (la
masonería estaba formalmente excluida en Italia de la síntesis fascista) o el
antiguo humanitarismo mazziniano y los ideales del Risorgimento, antiguas
tradiciones presentes entre los italianos en la Argentina, se mezclaban en
forma confusa con los nuevos mitos fascistas de la latinidad, de Roma, del
imperio, de la potencia.44
¿Con qué instrumentos impulsar la italianidad y auxiliar a los inmi-
grantes en el exterior? Existían distintas instituciones que procedían de
la época liberal que buscaban sobre todo asistir a los inmigrantes, pero al
hacerlo conservaban en ellos los vínculos con Italia: la Società Umanitaria,
laica y socialista; la Opera Bonomelli, católica (ambas con escasa o nula
presencia en la Argentina); la Italica Gens –creada también en ambiente
católico y que en Buenos Aires funcionaba en la iglesia Mater Misericordiae
de la calle Moreno y que tenía una vasta presencia en la pampa gringa (53
corresponsalías en el interior) ligada a los salesianos–45 y la más reciente
Lega Italiana per la Tutela degli Interessi Nazionali all’Estero fundada en
1920 en el seno de los ambientes nacionalistas. El fascismo las fue aco-
tando, eliminando o marginando, aun a la última, cuyos integrantes eran
muy afines con el régimen, para otorgar un papel central como custodios e
impulsores de la “italianidad” a los “fasci italiani all’estero”,46 instituciones
también ambiguas en sus definiciones, colocadas entre la promoción de la
apoliticidad y del patriotismo italiano y sus verdaderas intenciones, que
eran reconvertir a las comunidades en el exterior en apéndices del fascismo,
en instrumentos para la exportación de una revolución espiritual a la que
se aspiraba darle alcance universal e incluso para desarrollar, si no una
internacional fascista, sí algunos niveles de solidaridad con movimientos
afines. Ambigüedades que fueron también las de la colocación institucional

44. E. Gentile, “Emigración e italianidad en Argentina en los mitos de potencia del na-
cionalismo y del fascismo (1900-1930)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 2, 1986,
pp. 174-175.
45. G. Rosoli, “La Federazione «Italica Gens» e le migrazione italiana oltreoceano”, Il
Veltro, 1-2, 1990, p. 93.
46. P. Cannistraro y G. Rosoli, Emigrazione, Chiesa e Fascismo. Lo scioglimento dell’Opera
Bonomelli (1922-1928), Roma, Studium, 1979.
Entre dos guerras (1914-1945) 345

de los fasci, subordinados primero al Partito Nazionale Fascista (mientras


se proclamaba su autonomía) y luego encuadrados en el Estado italiano.
El fascismo y su acción sobre las comunidades inmigrantes no pueden,
sin embargo, ser analizados solamente desde sus proyectos sino que deben
considerarse también las prácticas no menos contradictorias entre sí y con los
objetivos fijados idealmente en las políticas formuladas por el régimen.
En el mismo mes de octubre de 1922, pocos días antes de la marcha sobre
Roma, se anunciaba la creación del primer fascio italiano en la Argentina.
En mayo del año siguiente Ottavio Dinale, un ex socialista y delegado del
Partito Nazionale Fascista para Sudamérica funda la sección de Buenos
Aires y promueve la aparición –que ocurrirá pocos meses después– del
periódico a que nos referimos: Il Littore.47 La aparición de simpatizantes
y organizaciones fascistas en la Argentina desatará inicialmente las mis-
mas tensiones y violencias que en Italia. En 1923, en Córdoba, ámbito en
el que los fascistas serán particularmente fuertes, se apoderarán por la
fuerza del local de los Reduci della Guerra Europea. En Buenos Aires, en
el mismo año, ataques contra el local de Unione e Benevolenza generarían
enfrentamientos con antifascistas, socialistas y comunistas y darían lu-
gar a una fuerte intervención de la policía que produciría como resultado
numerosos heridos y detenidos. En 1926 Camillo Nardini, un militante
de izquierda vinculado a L’Italia del Popolo, sería asesinado por militantes
fascistas en Mendoza.
Los ejemplos presentados, no únicos, muestran los dos rostros de la
aparición concreta del fascismo en la vida de las comunidades italianas, que
son semejantes a los ocasionados por el acceso al gobierno del movimiento
en la propia península. Por un lado, la simple violencia por el ánimo de
practicarla, de hostigar a los enemigos y apoderarse de las instituciones,
fascistizándolas. Por el otro, un rostro más respetable y más institucional
que intentaba crear nuevas entidades o cooptar a las antiguas en su afán
de fascistizar a las comunidades italianas en la Argentina de un modo más
indirecto apelando a aquella “italianidad”. Se mezclaban allí, en propor-
ciones diferentes según los casos, la antigua religión patriótica y la nueva
religión política. Esta última era una estrategia más razonable, dadas las
condiciones de las comunidades en el exterior y su distancia de los mitos
fascistas, como señalamos, pero también dadas las naturales aprehen-
siones que debía suscitar la acción exaltada y violenta en los prósperos
grupos dirigentes italianos de la Argentina. Más aún por su contraste con
la situación en el nuevo país que iba despojándose progresivamente de
tensiones en el clima de prosperidad de los años 20.
Desde el punto de vista de las instituciones, esos dos rostros en los que se
confundían Estado y partido se expresarán, entre otras cosas, en la paralela
potenciación de la red consular italiana en el exterior y en la creación de los

47. R. Newton, “Ducini, Prominenti, Antifascisti: Italian Fascism and the Italo-Argentine
Collectivity, 1922-1945”, The Americas, julio de 1994, p. 46.
346 Fernando Devoto

“fasci italiani all’estero” que buscaban inicialmente, a la vez, politizar a los


connacionales emigrados y vigilar a las representaciones oficiales del reino
de Italia en el exterior. Desde luego que esa estrategia no podía sostenerse
en el tiempo, entre otras cosas porque implicaba numerosos conflictos
potenciales con los Estados en los que los italianos estaban instalados.
La violencia se podía ejercer con cierta impunidad en Italia pero no en el
exterior. En la Argentina, por ejemplo, los distintos incidentes produjeron
una interpelación del diputado socialista Nicolás Repetto al ministro del
Interior de Alvear, Ángel Gallardo, en la que se acusaba al gobierno ar-
gentino de pasividad ante los hechos. La respuesta del ministro, por su
parte, minimizaba los episodios denunciados, indicaba que los asesinos
de Nardini habían sido juzgados y relativizaba a la vez la influencia de los
fasci. Éstos, según el ministro, más allá de su implantación en muchas
ciudades (Bahía Blanca, Córdoba, Junín, La Plata, Mendoza, Rosario, San
Juan y Santa Fe), eran muy pocos. Sus miembros en la Argentina eran
estimados en apenas unos quinientos.48
La consecuencia lógica de ese tipo de problemas sería que los fasci tu-
viesen que ser encuadrados firmemente desde el centro político romano y
que su accionar fuese colocado bajo la tutela de las legaciones italianas en
el exterior, y no al revés. Proceso que adquiriría una primera formulación a
partir del Congresso dei Fasci Italiani all’Estero de 1925 y sobre todo luego
de la sustitución de sus dos primeros secretarios generales, Giuseppe Bas-
tianini y Cornelio Di Marzio, a fines de 1926 el primero y a comienzos de
1928 el segundo.49 Formalmente en este último año, un nuevo estatuto de
los “fasci italiani all’estero” no sólo establecía que éstos debían sujetarse a las
leyes del país de recepción sino que (en su artículo 6º) debían subordinarse
a las autoridades del Estado (cónsules, vicecónsules) allí instaladas.50 Por
supuesto que eso no significaba su encuadramiento en el marco del Estado
italiano sino de éste ya fascistizado, es decir, de un servicio diplomático y
consular al que se suponía ya suficientemente reformado como para estar
alineado dentro de la ideología partidaria.
En cualquier caso, en el primer momento las cosas eran más com-
plejas. Si para la vía “squadrista” existían cuadros disponibles, entre
ellos no pocos ex combatientes de la Gran Guerra, para una acción más

48. M.V. Grillo, “Alternativas posibles de la organización del antifascismo italiano en la


Argentina. La Alianza Antifascista Italiana y el peso del periodismo a través del análisis
de L’Italia del Popolo (1925-1928)”, Anuario del iehs, 19, 2004, pp. 79-94.
49. J.F. Bertonha, “I Fasci Italiani all’estero”, en P. Bevilacqua, A. De Clementi y E. Fran-
zina (a cura di), Storia dell’emigrazione italiana..., vol. ii, pp. 527-529.
50. M.V. Grillo, “«Creer en Mussolini», Organización y prácticas de los italianos fascistas
en Buenos Aires, (1930- 1940)”, ponencia presentada en las Jornadas Internacionales
Las raíces ideológicas de las derechas en Europa y América, Buenos Aires, Universidad
de Buenos Aires-Universidad de San Martín-Universidad Di Tella, 2004.
Entre dos guerras (1914-1945) 347

institucional se contaba con otros medios: las autoridades diplomáticas


(hasta donde se alineaban con el nuevo curso), los recursos financieros
del Estado italiano y el prestigio que acompañaba a Mussolini, en tanto
presidente del Consiglio y por ello representante de Italia ante los ojos
de los inmigrantes en el exterior, inmigrantes para quienes, más allá de
las franjas ideologizadas, las luchas políticas en Italia estaban en un
segundo plano y el acomodamiento a las cambiantes condiciones de la
vida institucional peninsular eran habituales.
En la Argentina, el fascio inicial tuvo que ser rápidamente depurado de
sus primeros elementos “indeseables” (en el decir de Ottavio Dinale) y sólo
alcanzará una estabilización con la designación como presidente, en 1925,
de Vittorio Valdani (a la sazón también presidente del Circolo Italiano). Esta
designación buscaba atemperar los negativos efectos que había producido en
la percepción de los italianos en el exterior (no menos que en los residentes en
la península) el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti, generar
una depuración de los fasci y reorientar el sentido último de su acción para
alcanzar un público más vasto. Como diría Valdani –en línea por lo demás con
una circular del secretario de los fasci, Bastianini, de 1924–, no se trataba
de invadir las instituciones existentes y que a su modo habían defendido la
italianidad, sino de impulsar que esa obra estuviese más vinculada con la
nueva situación existente en Italia.51
En cierto modo, el itinerario del fascismo a la “italianidad” que propone
Valdani es una exacta inversión del que había sugerido inicialmente Musso-
lini en 1922.52 Ello respondía tanto a que había pasado la fase espontánea
de los primeros fasci en el exterior como a las dificultades que la política
fascista encontraba para avanzar por esa vía abierta tumultuosamente,
al menos en la Argentina. Era paralelo al que desarrollaban otros líderes
comunitarios, como Guidi Buffarini, en el seno de las instituciones italia-
nas. El nuevo curso delineado no daría resultados mucho más palpables
ni sería seguido sin fisuras y una y otra vez se repropondrían los conflictos
entre la antigua italianidad y la que comenzaba a definirse como “nueva”
y que implicaba tanto una mayor preocupación por las comunidades en el
exterior como la fascistización de éstas.
Entre las novedades que aportó el fascismo, la más visible, más allá
de todas las permanentes ambigüedades, fue que en la retórica, y al me-
nos parcialmente también en la práctica, exhibíó ya desde sus momentos
iniciales un interés por esas comunidades en el exterior que iba bastante
más allá del que habían mostrado los precedentes gobiernos liberales.
Proyectos como el de 1922, de promover el voto de los italianos en el exte-
rior, aunque pronto abandonado, o la convocatoria en el mismo 1922 de
un Congresso degli Italiani all’Estero (por impulso de la Lega Italiana per

51. E. Gentile, “Emigración e italianidad…”, p. 176.


52. E. Gentile, “La politica estera del partito fascista. Ideologia e organizzazione dei Fasci
italiani all’estero”, Storia Contemporanea, xxvi, 6, 1995, pp. 897-898.
348 Fernando Devoto

la Tutela degli Interessi Nazionali) sugiere esa voluntad de implicar más


directamente a las comunidades de peninsulares residentes fuera de Italia.
De todos modos esa política, en el caso argentino, entraba en conflicto con
aquellas imágenes que presentamos al comienzo de este apartado acerca
de la situación argentina.
Por ello, la Argentina no aparece inicialmente entre los destinos priori-
tarios de esa acción, según la correspondencia diplomática. En distintos
momentos, Mussolini se muestra más interesado en los vínculos con Brasil
que con el país platense. En la situación inicial, esa orientación no sería
ajena, en lo coyuntural, al antifascismo del jefe de la legación italiana en
Buenos Aires, el conde Giuseppe Colli di Felizzano, pronto sustituido a
pedido de los ambientes fascistas locales por otro aristócrata de orientación
nacionalista, el conde Luigi Aldovrandi, también poco entusiasta hacia la
Argentina en general y hacia las comunidades italianas aquí residentes
en particular.53 Más en general, esa desconfianza hacia la Argentina y esa
simpatía mayor hacia Brasil estaban abonadas por la tradicional antipa-
tía hacia el país platense que dominaba en los medios nacionalistas y pro
africanos peninsulares desde principios del siglo xx, por las razones que
señalamos al principio de este apartado. En América se perdía la fe, decían
los ambientes católicos hostiles a la emigración, a lo que los fascistas podían
agregar que en la Argentina se perdía antes y más rápido la “italianidad”.
Además, también en los ambientes fascistas italianos predominaba la per-
cepción acertada de que en la Argentina existían muchos más obstáculos
para la penetración del fascismo, vistas las resistencias que presentaban
las antiguas instituciones de matriz republicana y más en general el clima
político argentino, menos disponible que el brasileño (al menos en los años
30) a la predicación del nuevo régimen italiano.
En cualquier caso, las cosas no fueron lineales sino más bien zigzaguean-
tes. Por ejemplo, en 1924 la legación en Buenos Aires sería elevada al rango
más importante de embajada, por acuerdo del gobierno de Mussolini y del
de Alvear, y ese mismo año visitará la Argentina el príncipe del Piamonte,
Umberto, heredero del trono en Italia y máxima figura desde el punto de vista
formal que hasta entonces hubiese visitado el nuevo país. Las razones de
esos gestos no reposaban tanto en las expectativas de Mussolini acerca de
los inmigrantes en la Argentina sino en aquellas puestas en el intercambio
comercial entre los dos países. Así, si la visita de Umberto puede ubicarse
en el cuadro de distintas iniciativas publicitarias que el nuevo régimen
impulsaría con el propósito de fortalecer la imagen de Italia y dentro de
ella la del fascismo en el exterior, más debe colocarse en las posibilidades
que el mercado argentino tenía para los intereses económicos italianos.

53. L. Incisa di Camerana, op. cit., pp. 398-400. La sustitución de Colli provocó “il pro-
fondo generale rammarico dell’intera collettività” y una nota de las instituciones italianas
en Buenos Aires solicitando a Mussolini la revisión de la medida. Véase Settanta anni
di vita..., p. 35.
Entre dos guerras (1914-1945) 349

Un ejemplo de esas posibilidades, que reproduce lo que había ocurrido ya


en 1898, será la venta por parte de las empresas Orlando de Livorno y de
Franco Tosi de cruceros y submarinos italianos para la marina de guerra
argentina en 1927.
Por otra parte, más allá de las dudas que existían acerca de la eficacia de
una política para recuperar a las comunidades de italianos en la Argentina,
ésta era una de las más numerosas y seguramente la más fuerte de todas
las que existían en el exterior, y el fascismo tenía abundante pragmatismo
como para reconocerlo. Para atender a ellas y a los intereses comerciales
y abonar el nuevo prestigio que se le quería conceder a la imagen de Ita-
lia, hubo muchos otros ejemplos de activismo del gobierno de Mussolini
hacia la Argentina y hacia las comunidades italianas allí instaladas. Un
ejemplo fue la inauguración, en 1925, del cable submarino que unía Italia
y la Argentina. Era obra de un consorcio (Italcable) en el que se mezclaban
intereses italianos con otros de empresas y empresarios peninsulares esta-
blecidos en la Argentina. Aunque el papel decisivo en su realización lo tuvo
Giovanni Carosio –y los intereses en la Argentina ligados a él–, el decidido
apoyo que había prestado a la iniciativa el gobierno de Mussolini parecía
emblematizar el interés del régimen hacia los italianos en Sudamérica.
Asimismo, continuas visitas jalonaron la década de 1920 y en ellas
se mezclaban, una vez más, figuras de distinta índole y de un perfil más
o menos profesional con otras más explícitamente fascistas. Entre las
primeras puede enumerarse un conjunto de profesores prestigiosos que
llegaron traídos por distintas instituciones (en especial el Istituto Argentino
di Cultura Italica) con el apoyo del gobierno italiano y de las autoridades
diplomáticas. Entre las segundas pueden encontrarse, en el mismo 1924,
pocos meses antes de la visita del príncipe Umberto, la gira de la nave Ita-
lia por distintos países sudamericanos, la visita a la Argentina del aviador
Francesco De Pinedo, en 1927 (año en que también visitó el país el demó-
grafo Corrado Gini) o la de Margherita Sarfatti al frente de una muestra
del arte de vanguardia en 1930.
Detengámonos en una de ellas. La gira naval, ideada inicialmente por el
Sindacato Finanziario Italiano, a la que se sumó la Lega, concebida como
una exhibición a la vez comercial (la nave llevaba una exposición itinerante
de productos italianos), artística y política recibió fuerte apoyo del gobierno
fascista. El viaje del crucero sería un símbolo de la nueva Italia, confun-
diendo en una la difusión de las imágenes de Italia y del nuevo gobierno
mussoliniano. Encabezada por el alma mater de la Lega, el diputado Giovanni
Giuriati, nombrado para la ocasión embajador extraordinario de Italia, la
nave arribó a Buenos Aires en mayo de 1924. Fue recibida en el puerto
por el ministro de Relaciones Exteriores Ángel Gallardo, dada la presencia
institucional de Giuriati o por las simpatías que según las fuentes italianas
tenía éste hacia el nuevo curso en la península.
Giuriati encabezó en los días siguientes la delegación que visitó numerosas
instituciones italianas de Buenos Aires (y luego de La Plata y de Rosario)
en una cuidada selección que revelaba las ambigüedades de la iniciativa.
350 Fernando Devoto

Por una parte, la delegación visitó la Camera di Commercio, la Federazione


Generale delle Società Italiane (cuya sede se encontraba entonces en el
mismo edificio que la Unione e Benevolenza), el Hospital Italiano, la Dante
Alighieri y la Sociedad Margherita di Savoia. Al caer el día Giuriati se dirigió
hacia la sede del Fascio Italiano di Buenos Aires donde pronunció un largo
discurso cuyo tono difería de los precedentes, centrado como estaba en el
ideario fascista y no en las realizaciones institucionales de Italia.54
También cuidadosamente elegidas fueron las visitas a las instituciones
en las otras ciudades de la Argentina, concentradas en aquellas que podían
aparecer como más disponibles (o al menos neutrales) hacia el nuevo curso
en Italia. Por ejemplo, en Rosario fueron visitados el colegio de los salesia-
nos, el Hospital Garibaldi y el Circolo Italiano. De regreso en Buenos Aires,
la delegación se dedicó primero al solemne transporte en el marco de una
nutrida presencia de peninsulares residentes en la Argentina, de una urna
con tierra (“sagrada”) del Carso desde la nave hasta la sede de la legación
de Italia en Buenos Aires. Sucesivamente Giuriati visitó las principales em-
presas de origen italiano existentes en la ciudad, de la Compañía General
de Fósforos a la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad. Un banquete
en el Circolo Italiano completó el itinerario de la misión peninsular entre
las entidades comunitarias.
La visita de Giuriati, explícitamente política (es decir, fascista) y menos
institucional (como la del príncipe Umberto), por eso mismo encontró di-
ferentes obstáculos y avivó las disputas en las instituciones comunitarias
entre los partidarios del nuevo curso y aquellos hostiles. El mismo pedido
de Giuriati, solicitando un retorno anticipado a Italia por las enormes fati-
gas que habría tenido que sostener en la “lotta sorda e continua” contra la
masonería, muestra el punto en que se encontraban las cosas.55 Empero,
persona no desprovista de sentido de la realidad, iba más allá y describía
crudamente cuál era el efecto concreto que producía la intervención de
los fasci: aumentar las causas de disgregación de las colectividades ita-
lianas.56
Las declaraciones de Giuriati exhiben bien y ya tempranamente las di-
ficultades del fascismo para domeñar a las instituciones de la comunidad
italiana en la Argentina aunque, en algunos casos, la conquista fuera bas-
tante rápida. La reciente Federazione Generale delle Società Italiane cayó
bastante prontamente bajo la órbita del fascismo cuando su presidente,
Arsenio Guidi Buffarini, que había sido la figura dominante tras la muerte
de Attilio Massone, su fundador, se sumó a ese movimiento. En 1923 era
admitido como miembro de la Federazione al Partito Nazionale Fascista.57

54. “La crociera della nave «Italia»“, Annuario Italo Sudamericano…, pp. 611-614.
55. L. Incisa di Camerana, op. cit., p. 410.
56. E. Gentile, Emigración e italianidad, Milán, Teti, 1994, p.173.
57. P.R. Fanesi, “L’esilio antifascista e la comunità italiana in Argentina”, en V. Blengino,
E. Franzina y A. Pepe (a cura di), La riscoperta delle Americhe…, p. 120.
Entre dos guerras (1914-1945) 351

El mismo Guidi Buffarini poco después logrará además un cierto control de


La Patria degli Italiani, convirtiendo al periódico en un sostenedor de una
línea monárquica moderada tendencialmente favorable al fascismo.
Esas y otras victorias posteriores del fascismo serán, sin embargo, menos
concluyentes que lo que puede parecer a primera vista. En primer lugar
porque se hacían contra muchas resistencias, para vencer a las cuales
era necesario apelar a menudo más a una perspectiva institucional que
a otra explícitamente política. En segundo lugar, porque por un tiempo el
control de esas instituciones por parte de los partidarios del fascismo no
estaba asegurado.
El mismo itinerario de Guidi Buffarini representa bastante bien algunas
de las ventajas de que disponía el fascismo, los instrumentos que trata-
ba de emplear y los pese a ello acotados éxitos que obtuvo en los años 20.
Este médico marchigiano, emigrado a la Argentina en 1895, donde actuó
como representante de editoriales italianas (entre ellas la utet, de Turín)
estaba fuertemente vinculado, desde antes de la Primera Guerra Mundial,
con la dirigencia de la comunidad de Buenos Aires. Creó en el país su pro-
pia editorial, con la que publicó libros médicos, y una prestigiosa revista,
La Semana Médica, y también una de las ediciones de la traducción de la
Comedia de Dante y de la biografía exaltatoria de Mussolini (Dux) escrita
por Margherita Sarfatti. Durante la guerra presidió el comité para el v Em-
préstito de guerra y ascendió al vértice de la comunidad como presidente
de la Dante primero y de la Federazione después.58
Su posición central en la vida comunitaria de la posguerra y su pase al
fascismo debían ayudar al régimen a presentar una opción de continuidad,
ideológica e institucional, con el pasado. La misma estrategia de Buffarini
iba en ese sentido. En 1926, el consejo de delegados de la Federazione
delle Società Italiane presidida por él votaba conferir una medalla de oro
a Benito Mussolini, pero lo hacía con el argumento, ciertamente insince-
ro pero por ello mismo revelador, de que el objetivo de las instituciones
italianas era adherir y respetar al gobierno de Italia cualquiera él fuese,
como se había hecho ya en el pasado. Aceptar al gobierno fascista era
aceptar, según la relación de Guidi Buffarini, la voluntad de la “mayoría”
de los italianos.59 En un reportaje concedido al diario La Razón el año
anterior, le señalaba al redactor del diario: “No olviden de recordar que la
Federación es apolítica... Nada de política. No sabemos, no queremos saber
nada de embanderamientos políticos. Nuestra institución es apolítica”,60
comentario que puede ponerse en relación con el hecho de que, entre
1924 y 1925 (entre dos largos mandatos de Buffarini), la asociación había
sido presidida por Adone Vendemiati, que tenía escasas simpatías hacia

58. Arsenio Guidi Buffarini e la sua opera, Buenos Aires, 1931.


59. Idem, pp. 446-448.
60. La Razón, 28 de mayo de 1925, transcripto en Arsenio Guidi Buffarini..., p. 399.
352 Fernando Devoto

el régimen imperante en Italia, hecho que exhibía el carácter inestable del


predominio fascista en esos años.
Desde luego que aquellos argumentos se dirigían a los no embanderados
políticamente y mostraban ese cambio de ruta paralelo al promovido por
Valdani en los fasci. Sin embargo, el éxito fue limitado en especial por la
estrategia de confrontación de los antifascistas, que constituían un difícil
obstáculo que hacía inseguros los avances del fascismo. Otro terreno en
el que el tema puede percibirse es el de la prensa italiana en la Argentina,
campo al que el fascismo otorgaba un papel relevante como instrumento
de difusión de su ideario, donde pese a los esfuerzos los resultados fueron
limitados. Por supuesto que la posibilidad de operar con nuevos periódicos
propios muy ideologizados, como Il Littore, no podía aumentar el consenso
hacia el régimen en la comunidad. Era una prensa que se dirigía a los mi-
litantes, es decir, a los ya precedentemente convertidos al fascismo, y por
su tono exaltado y belicoso no era eficaz para avanzar sobre los amplios
grupos de italianos aquí instalados. Además, ese tipo de prensa de combate
tenía que confrontarse con otra más antigua, del mismo estilo, de matriz
republicana o socialista y decididamente volcada al nuevo campo del anti-
fascismo. Para obtener avances significativos era necesario o el control de
los grandes diarios existentes o la creación de nuevos. La primera vía llevaba
al intento de dominio sobre La Patria degli Italiani, la segunda (posterior)
a la creación de Il Mattino d’Italia.
El control sobre La Patria degli Italiani, aparentemente alcanzado con
rapidez, será desde el comienzo incierto. Los cambios en la estructura so-
cietaria y en la línea oficial del periódico no suprimían el hecho de que una
buena parte de los redactores era hostil al nuevo régimen, lo que contribuía
a acentuar sus tonos ambiguos. Por otra parte, que la situación era inestable
lo revela el hecho de que, en 1929, el periódico se volcará nuevamente hacia
posiciones antifascistas impulsado por algunos intelectuales y empresarios,
entre los cuales estará Torcuato Di Tella. La operación buscaba aprovechar
el prestigio y la difusión (en especial en los pueblos de la pampa gringa)
que La Patria degli Italiani tenía y que era mucho mayor del que disponía
un periódico entonces demasiado cercano a los comunistas como L’Italia
del Popolo.61 Sin embargo será apenas el canto del cisne de La Patria degli
Italiani ya que, al poco tiempo, afectado por la crisis económica argentina
y por las disensiones entre los antifascistas, deberá cerrar sus puertas.
Los fascistas y en especial su figura de mayor prestigio y capacidad
económica, Vittorio Valdani, se orientarán por su parte a la creación de un
nuevo diario mucho más firmemente fascista en el fondo, aunque “italiano”
en la forma. Para ello se dispondría de enormes medios que permitirían
traer desde Italia a sus sucesivos directores –Mario Appelius el primero

61. Véase la opinión de Torcuato Di Tella en carta a Filippo Turati, transcripta en T.S.
Di Tella, Torcuato Di Tella. Industria…, pp. 54-55.
Entre dos guerras (1914-1945) 353

y Michele y Mario Intaglietta, los sucesivos–, personajes que gozaban de


cierto reconocimiento en los ambientes fascistas peninsulares. Nacerá así,
en 1930, Il Mattino d’Italia.
El programa del nuevo diario mostraba bien la búsqueda de un público
amplio, en línea con las propuestas de Valdani, enmarcando la apología del
fascismo dentro de la “italianidad”. Los tres puntos de su programa inicial
eran, en efecto: la defensa de todo lo italiano, la promoción de la confluen-
cia ítalo-argentina en el cuadro de la común pertenencia a la civilización
latina y la promoción de la “concordia” entre todos los italianos residentes
en la Argentina.62 Esta línea editorial parece haberse mantenido hasta 1933
cuando con el cambio de director cambiaría también la línea política, que
se orientaría de ahí en más hacia una fascistizacion explícita.63
La nómina de colaboradores argentinos exhibía en qué medida, junto a
la fuerte presencia de nombres prestigiosos y emblemáticos de la derecha
nacionalista argentina de entonces –entre los que descollaban Manuel Gálvez,
Leopoldo Lugones y Gustavo Franceschi–, aparecían otros pertenecientes
a ambientes de intelectuales y académicos conservadores como Alberto
Gerchunoff, José León Pagano, Coriolano Alberini o Juan P. Ramos (estos
dos últimos con simpatías hacia el fascismo), pero también algunos que
eran simpatizantes de la Unión Cívica Radical o estaban prontos a serlo,
como Ricardo Rojas y Emilio Ravignani.
El diario tenía una estructura organizativa extensa, con cuatro oficinas
en Italia y una en París, numerosas corresponsalías en la península y, en
la Argentina, en Rosario, Córdoba y Mendoza (además de muchas agencias
en distintos lugares de la república).64 En el estado del conocimiento del
diario, más allá de los medios técnicos de que disponía y de las firmas, si
no siempre prestigiosas al menos muy reconocidas, de sus colaboradores
italianos y argentinos, su influencia fue más limitada que la de otras expe-
riencias periodísticas desarrolladas por los italianos en el pasado. Nunca
alcanzó, pese a los esfuerzos de Valdani, la capacidad de presión, el papel
en la opinión pública o el impacto en la comunidad que supo tener en sus
buenos tiempos La Patria degli Italiani.
La tirada de Il Mattino, aunque no irrelevante (llegó a doblar los diez mil
iniciales en los años subsiguientes), era significativamente menor que la
de La Patria degli Italiani. No es difícil explicar por qué. En los años 30 la

62. C. Scorza, op. cit., p. 115.


63. Hay numerosas referencias a la evolución de Il Mattino en E. Scarzanella, “Il fascismo
italiano in Argentina: al servizio degli affari”, C. Cattarulla, “«Cosa diresti a Mussolini
se aveste occasione di parlargli». Un’inchiesta de Il Mattino d’Italia” y V. Blengino, “La
marcia su Buenos Aires (Il Mattino d’Italia)”, los tres en E. Scarzanella, Fascisti in Sud
America, Florencia, Le Lettere, 2005.
64. L. Prislei, “La voluntad de creer y organizar: ideas, creencias y redes fascistas en
la Argentina de los tempranos años treinta”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, 8,
2004, pp. 59-79.
354 Fernando Devoto

comunidad italiana entró en una pronunciada declinación, ante todo por la


enorme disminución del flujo de arribados y la plena integración de los hijos
de los inmigrantes. También porque, aunque su posición ideológica fuese
discursivamente ambigua y abarcadora, no dejaba de ser complementada
por la probable percepción, alimentada por los medios y las instituciones
antifascistas, de que estaba ligado al régimen en Italia. Además, quizá
ya era difícil encontrar en la diversidad de intereses de los italianos en la
Argentina, más amplia aún que la de principios de siglo, un lugar de equi-
librio equivalente al que había ocupado La Patria degli Italiani. Finalmente
porque el mismo clima ideológico argentino era muy distinto y el aire en
torno de Il Mattino y sus nombres visibles lo acercaba, más allá de sus
declaraciones, a un lugar bastante marginal y no demasiado prestigioso
en el campo cultural argentino y entre sus órganos periodísticos (más allá
de algunos intercambios de cortesías con La Nación).
El mundo de los intelectuales argentinos y el de los grandes medios de
comunicación locales era o antifascista o afascista, y los representantes del
fascismo vernáculo, aunque estuviera en expansión, nunca dispusieron de
un espacio o un reconocimiento equivalente a los del mundo liberal (aunque
aquí hubiese no pocas simpatías más o menos veladas hacia el régimen
mussoliniano) o incluso a los de la izquierda reformista argentina.
Desde luego, como se ha afirmado, la estrategia de Valdani también estaba
ligada a los intereses económicos del grupo fabril y a anudar, a través de la
mediación entre comunidad italiana y grupos dirigentes argentinos (al igual
que en el pasado) negocios de todo tipo que tenían como base contratos del
Estado argentino. En este punto, habían existido buenas posibilidades ya
en los años 20 con sectores del radicalismo y con militares nacionalistas,
como el general Enrique Mosconi (Valdani integraría el directorio de ypf),
y en los 30 sea con liberales, como Federico Pinedo, sea con políticos sim-
patizantes con el fascismo, como el gobernador de Buenos Aires, Manuel
Fresco.65 Sin embargo, esos lazos y esos éxitos no eran una novedad y si bien
sirven para ilustrar aspectos del funcionamiento del Estado y la economía
argentina, dicen mucho menos acerca del nivel de salud y de la cohesión
de las comunidades italianas en la Argentina, de sus instituciones y del
grado de penetración de la ideología fascista en ellas.
Un proceso no menos complejo y no menos emblemático de las dificul-
tades que encontraba el intento de fascistizar las instituciones italianas lo
constituyó el caso de la Dante Alighieri de Buenos Aires. En 1925 en un acto
en la entidad el diputado Capanni pronunció un encendido discurso que
realizaba la apología de la Italia fascista. El consejo directivo, sorprendido
por el tono, decidió enviar una carta a los diarios de Buenos Aires disocián-
dose de esas ideas en nombre de la “apoliticidad” de la institución.66 Aunque

65. E. Scarzanella, “Industriales y comerciantes italianos en Argentina: el apoyo al fas-


cismo (1922-1955)”, Ciclos, Nº 28, 2004, pp. 143-154.
66. C. Scorza, op. cit., pp. 90-91.
Entre dos guerras (1914-1945) 355

posteriormente el fascismo logrará alinear a la Dante detrás del régimen,


su victoria sería menos neta de lo que podría suponerse. La respuesta de
los antifascistas democráticos sería crear en 1934 una Nuova Dante (en
cuyo comienzo participó Torcuato Di Tella) en conflicto con aquella por
entonces presidida por el infatigable Valdani.
Más allá del caso de la Dante, es posible que el fascismo haya obtenido
mayores éxitos en el terreno de las escuelas italianas en la Argentina que
en otros. Su control sobre la asociación Pro Scuola (nacida en 1911 para
apoyar a las distintas instituciones educativas de las asociaciones peninsu-
lares) pudo darle un amplio campo de acción en ese terreno. Sin embargo,
no menos importante era que en el plano educativo las iniciativas locales
eran complementadas por las que emanaban de la misma Italia a través
de planes de estudio y distintos tipos de ayuda. La combinación de ambos
factores explica quizá por qué varios testimonios de judíos italianos emi-
grados luego de las leyes raciales de 1938 cuyos padres una vez llegados
a la Argentina decidieron mandarlos a escuelas italianas percibieron allí
un clima bastante fascistizado.67 Sin embargo, debe recordarse lo que se
señaló precedentemente: esas escuelas estaban en plena declinación ya
desde antes.
Ciertamente los éxitos del fascismo alcanzaron a otras instituciones, como
a las que reunían a los Reduci della Grande Guerra en distintas ciudades
o incluso a antiguas entidades como la Sociedad Nazionale Italiana. A esos
éxitos habría que agregar la presencia de aquellas nuevas instituciones
creadas por los mismos fascistas como la Opera Nazionale Dopolavoro, la
Opera Nazionale Balilla, la Giuventù Italiana del Littorio, la Associazione
Lavoratori Fascisti all’Estero o el mismo Partito Fascista. Algunas de esas
nuevas instituciones, como la Opera Nazionale Dopolavoro (que a menudo
aparecía confundida con otras entidades como el Fascio), parecen haber
tenido cierto éxito de implantación, con cuatro círculos en Buenos Aires
(uno en la Boca) y uno en cada una de las siguientes ciudades: Córdoba,
Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mendoza y Junín.68 Aunque se carece de
referencias acerca del número de inscriptos, una noticia de fuentes fascis-
tas señala la presencia de mil quinientas personas en Buenos Aires para
el festejo de la Befana Fascista, el 6 de enero de 1927. Por su parte, los
cursos que organizaba el Dopolavoro, de electromecánica a enseñanza de
la lengua castellana, contaban con una discreta cifra de inscriptos, entre
sesenta y ciento veinte.69

67. E. Smolensky y V. Jarach, Tantas voces, una historia. Italianos judíos en la Argentina
(1938-1948), Buenos Aires, Temas, 1999.
68. I. Guerrini y M. Pluviano, “L’organizzazione del tempo libero nelle comunità italiane
in America Latina. L’Opera Nazionale Dopolavoro”, en V. Blengino, E. Franzina y A. Pepe,
La riscoperta delle Americhe..., p. 384.
69. Idem, pp. 386-387.
356 Fernando Devoto

Fascistas, antifascistas, afascistas

Todos los avances del fascismo se estrellaron contra algunos obstácu-


los que se revelarían insuperables. Uno de ellos era el surgimiento de un
fuerte movimiento antifascista que disputaba palmo a palmo el control
de las instituciones de la comunidad. Ese antifascismo tenía dos grandes
componentes: uno antiguo, que era la tradición de las dirigencias italianas
mazziniana y garibaldina, que si bien estaban bastante debilitadas desde
principios del siglo xx, si no desde antes, conservaban un peso entre figu-
ras de segunda línea y en algunos ámbitos institucionales específicos del
interior y en Buenos Aires en el caso de la asociación más grande, la aimi.
Ésta, como vimos en un capítulo anterior, había surgido en 1916 como
una federación de sociedades mutuales en torno de Unione e Benevolenza.
Empero, ese clima genéricamente ya más laico y anticlerical que republi-
cano, con fuertes connotaciones masónicas, también existía y persistiría
en otras de las grandes asociaciones italianas como la Colonia Italiana de
Buenos Aires o la Unione e Benevolenza de Rosario. A esa dimensión del
antifascismo habría que agregar las pequeñas franjas del republicanismo
intransigente que todavía conservaba por entonces una entidad y un an-
tiguo periódico: L’Amico del Popolo.
El segundo componente del antifascismo derivaba en cambio de los no
pocos exiliados que comenzaron a llegar a la Argentina desde 1923 y que
habían tenido en Italia posiciones destacadas en las organizaciones de
izquierda como parlamentarios, dirigentes regionales, periodistas o sim-
plemente militantes. Para éstos, tres eran los ámbitos posibles de acción
en la Argentina. El primero eran las entidades comunitarias preexistentes,
en las que no parecen haber desempeñado un rol significativo. El segundo
era incorporarse a las organizaciones homónimas de la izquierda argentina.
El tercero, que será el camino que tendrá más adherentes, será el de crear
nuevas entidades, específicamente políticas, orientadas hacia Italia y no
hacia la situación argentina.
En el terreno de la izquierda, uno de los posibles ámbitos, la Argentina
de los años 20 presentaba una situación mucho más articulada que la
existente en otros países latinoamericanos. Por lo pronto existía un Partido
Socialista bastante fuerte y acreditado, un más reciente y pequeño Parti-
do Comunista, y movimientos obreros en los que los anarquistas, aunque
en decadencia con respecto a la década anterior, seguían teniendo un
peso respetable. Las relaciones de los nuevos llegados con los socialistas,
los anarquistas y los comunistas argentinos fueron bien diferentes según
los casos.
El socialismo argentino, el movimiento político más importante de la
izquierda, era, como vimos, fuertemente nacionalizador y se oponía a
la creación de seccionales nacionales o grupos idiomáticos en su interior.
Ello había llevado, por ejemplo, en 1910, a la disolución del Circolo So-
cialista Italiano para que sus miembros se integrasen al Partido Socialista
Argentino. La situación era la misma en la posguerra: el grupo dirigente
Entre dos guerras (1914-1945) 357

del partido, aunque buena parte de él era de origen italiano, no estaba dis-
puesto a ir más allá de manifestaciones de solidaridad ante sus congéneres
y en contra de un enemigo común: el fascismo. Su preocupación principal,
como era lógico, estaba en la situación política argentina, en el fascismo o
supuesto fascismo argentino, no en la peninsular. Ello llevaría a los socia-
listas italianos exiliados, para los que el orden de prioridades era inverso, a
fundar secciones argentinas del Partido Socialista Italiano o a crear nuevas
instituciones en las cuales agruparse. Distintos centros llamados Giacomo
Matteotti (en homenaje al diputado socialista asesinado en 1924) surgirían
en diferentes lugares de la Argentina, desde Buenos Aires a Bahía Blanca
(el último publicaría incluso un periódico, Italia Libera).70 En varias de esas
nuevas instituciones volvían a reproducirse las tensiones y divisiones que
existían en Italia entre socialistas reformistas y maximalistas.
Los comunistas peninsulares, por su parte, se encontraban en el mo-
mento inicial en una situación mucho más favorable. La mayor flexibilidad
en ese plano del Partido Comunista argentino posibilitaría la existencia de
un grupo italiano estable dentro de él, que incluso mantiene una actividad
periodística específica (L’Ordine Nuovo).71 Esa situación era producto de que
el Partido Comunista Argentino era nuevo (había nacido en 1918), pequeño,
con buenas relaciones desde su fundación con el maximalismo socialista
italiano y con un grupo dirigente en el que había muchos peninsulares
recién llegados. Así ocurría, por ejemplo, con el que será por décadas su
líder histórico, Vittorio Codovilla. Asimismo surgían o se reforzaban nuevas
instituciones regionales italianas cercanas a los comunistas, como la Lega
Proletaria Friulana (llamada desde 1928 Unione Operaia Friulana) o la Liber
Piemont surgida en 1929.72 En cualquier caso, a lo largo del tiempo y pese
a la mayor cercanía de objetivos que existía entre dirigentes italianos y
argentinos, por la misma naturaleza del movimiento comunista, a la larga
el problema del orden de prioridades (la situación argentina o la situación
internacional) debía presentarse.
Otra área de acción de los nuevos exiliados eran las distintas corrientes
anarquistas presentes en la Argentina. Más allá de su visible declinación
en el seno del movimiento sindical argentino en los años 20, existía todavía
un vasto espacio anarquista donde dominaba un extendido sentimiento
antifascista. Algunos de los anarquistas llegados de Italia vendrían a refor-
zarlo, y se mostrarían mucho más activos y violentos que los argentinos.
Protagonizarían acciones de gran impacto contra organizaciones fascistas

70. M.L. Leiva, “Il movimento antifascista italiano in Argentina (1922-1945)”, en B. Bezza
(a cura di), Gli Italiani fuori d’Italia, p. 557.
71. P.R. Fanesi, “El antifascismo italiano en la Argentina”, Estudios Migratorios Latinoa-
mericanos, 12, 1989, pp. 322-323.
72. M. R. Ostuni, “Operai e Antifascismo a Buenos Aires: la società Liber Piemont”, en
F. Devoto y E. Míguez (eds.), Asociacionismo, trabajo..., pp. 303-309.
358 Fernando Devoto

e incluso contra representaciones del Estado italiano en la Argentina. Un


caso sonado fue una volanteada en el teatro Colón en 1925, promovida
por Severino Di Giovanni, en ocasión del vigésimo quinto aniversario de la
asunción de Vittorio Emanuele como rey de Italia, acto que contaba con la
presencia del presidente argentino y del embajador italiano. Los incidentes
que se sucedieron luego consignaron un muerto. Por otra parte, tres años
después, en 1928, un atentado promovido por el mismo Di Giovanni contra
el Consulado italiano en Buenos Aires provocó ocho muertos y decenas de
heridos, en su gran mayoría peninsulares. El rechazo que el magnicidio
generó en el seno de la comunidad probablemente comprometió definiti-
vamente las posibilidades del anarquismo italiano en las comunidades
peninsulares en la Argentina.
Desde luego, el antifascismo no se reducía al de las organizaciones de
izquierda. Aunque menos visible públicamente, muy influyente era el de
los ambientes liberales y republicanos, en cuyas filas se encontraba una
parte significativa de los notables económicos de la comunidad y de los
profesionales e intelectuales de prestigio. La presencia en la Argentina de
algunos miembros de familias de gran peso en Italia reforzaba su papel,
como el círculo que se reunía en torno de Enrichetta Giolitti (hija de Gio-
vanni) y su marido Mario Chiaraviglio, o Giuseppe Nitti (hijo de Francesco)
o Sigfrido Ciccotti (hijo del historiador y diputado socialista Ettore).
Como puede observarse, el antifascismo era un movimiento muy com-
plejo y heterogéneo. Su preocupación era Italia y su ámbito de interés las
comunidades italianas en la Argentina. En cierta forma ello es bastante
inevitable en los exiliados de distintos momentos y lugares, su apego a
la realidad originaria. Lo que sucede en el nuevo país de llegada parece
secundario, y ello impidió (con pocas excepciones, la de Codovilla una de
ellas) que muchos de esos dirigentes alcanzasen un rol relevante en el seno
del extenso movimiento antifascista argentino.
Por otra parte, aquella variedad de vertientes del antifascismo italiano
hacía difícil lograr una unidad de acción, aun si ésta parecía imprescin-
dible para obtener influencia y resonancia. Mirados en la perspectiva de
veinte años, uno de los problemas mayores que encontraban los inten-
tos de unión, siempre temporarios, siempre sujetos a enfrentamientos
y divisiones, estaba en la tensión entre comunistas y no comunistas.
Estos últimos eran asimismo muy diferentes entre sí, ya que coincidían
en ellos desde el viejo republicanismo al nuevo antifascismo y dentro de
éste, de los liberal-democráticos a los socialistas. Una de las cosas que
dividía a estos antifascistas, afectados además por la situación no me-
nos tensa que existía entre sus congéneres instalados en Francia, era la
cuestión de qué hacer con los comunistas, incluso porque muchos de los
liberal-democráticos no dejaban de señalar el carácter también totalitario
del experimento comunista soviético.
Además, la línea de los mismos comunistas era bastante variable, según
las cambiantes estrategias de la Unión Soviética, y así pasaba de apoyar
la unidad antifascista a considerar a los socialistas algo no muy diferente
Entre dos guerras (1914-1945) 359

del fascismo, a principios de la década de 1930, a volver a una política


de tipo frente popular (que impulsaba de nuevo la unidad de las fuerzas
antifascistas), al pacto de no agresión entre el régimen de Stalin y la Ale-
mania de Hitler de 1939 que la enfriaba, o la agresión de la Alemania nazi
a Rusia que volvía a llevar a los comunistas hacia una posición de alianza
amplia antifascista.
Un primer intento de unificación de los antifascistas tuvo lugar en 1924
(Unión Antifascista Italiana) mediante la agrupación de socialistas, repu-
blicanos y comunistas cuya actividad principal era promover un homenaje
a Matteotti al año de su asesinato. Otro intento más ambicioso ocurrió en
1927 con la creación de la Alianza Antifascista Argentina, muy poco antes
de que se formara la Concentración Antifascista de París, donde volvían a
agruparse republicanos, socialistas y comunistas. Sin embargo, ésta, que
logró reunir un primer congreso nacional en 1928, del que participaron unas
cuarenta asociaciones, pronto mostró todas las disidencias que existían
entre republicanos, socialistas reformistas y comunistas.73 Estos últimos
hegemonizarían la nueva entidad, con el resultado de que los primeros se
apartarían de ella y crearían en 1929 la versión argentina de la Concentración
de Acción Antifascista (a la que se sumaría la filial argentina Liga Italiana
por los Derechos del Hombre, creada en Europa por el antiguo sindicalista
revolucionario Alceste De Ambris). La Concentración Antifascista fue se-
guramente la agrupación más fuerte del antifascismo en la Argentina, en
especial entre fines de los 20 y los primeros años 30. Aunque no despro-
vista de tensiones en su interior, desarrolló una importante actividad en
distintos planos, desde la operación con La Patria degli Italiani o la visita
de conferencistas prestigiosos, como Arturo Labriola en 1930, hasta una
política hacia las antiguas asociaciones italianas como aimi.
Seguir el itinerario del antifascismo italiano en la Argentina nos llevaría
muy lejos. Baste consignar que a mediados de los 30 volvieron los intentos
de unificación en el marco del clima que creaba el retorno a la estrategia del
frente popular, los proyectos de colaboración entre socialistas y comunistas
en el exilio, la guerra de Etiopía y, luego, la guerra civil española. Fueron
los años en los que el antifascismo, o mejor los antifascismos italianos en
la Argentina, lograron sus mayores éxitos tanto en sus objetivos de con-
trarrestar a las asociaciones en manos del fascismo como en oponerse a la
guerra de Etiopía. Las veinte mil personas que según una fuente favorable
se reunieron en Plaza Italia en 1935 para condenar la invasión de Etiopía
o la victoria sobre una lista con simpatías moderadas y fascistas en las
elecciones de la aimi en 1934, o la creación de La Nuova Dante en el mismo
año dan cuenta de un movimiento que aunque no dejase de ser una suma
de minorías organizadas podía confrontar con éxito con esa otra minoría
organizada que era el fascismo.
El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial agravó los conflictos

73. M.V. Grillo, “Alternativas posibles...”.


360 Fernando Devoto

entre los antifascistas locales. El clima de incertidumbre que se abría


hacia el futuro mundo de la posguerra sobre quién o quiénes serían los
vencedores, cuál sería el nuevo orden mundial –fascismo, capitalismo, so-
cialismo–, agregaba tensiones a aquellos que sólo estaban reunidos por la
existencia de un enemigo común. El para muchos desconcertante pacto
germano-soviético no hizo más que aumentar sospechas y desconfianzas
que entorpecían cualquier intento unitario. En el espacio argentino sig-
nificó la aparición de una nueva expresión del antifascismo, Italia Libera,
en 1940, que tenía los recursos suficientes (entre otras cosas por el apoyo
de Torcuato Di Tella y otros empresarios) para sostener un semanario y
luego diario homónimo, o para organizar congresos latinoamericanos.74
El intenso anticomunismo que caracterizó su existencia mostraba en qué
medida sus dirigentes pensaban ya más en el probable escenario de la
posguerra que en otra cosa.
Si una de las consecuencias de la aparición del fascismo no deseadas
por sus promotores fue generar la emergencia de un movimiento antifas-
cista, que más allá de sus divisiones era capaz de limitar la capacidad de
penetración del fascismo entre los italianos, la batalla decisiva se libraba
en otros planos. Por un lado en las grandes y antiguas instituciones co-
munitarias desde los hospitales a los círculos italianos, desde la Camera
di Commercio a las viejas asociaciones mutualistas. Por el otro, en el modo
de superar el limitado interés de inmigrantes por muchas de las cuestiones
que planteaban fascistas y antifascistas y el total desinterés que hacia esos
temas tenían los hijos de éstos.
En el plano de las instituciones los fascistas lograron éxitos pero tam-
bién chocaron con la tenaz resistencia de la vieja dirigencia republicana
y de los nuevos antifascistas. No consiguieron, pese a que lo intentaron,
controlar aimi, ni otras viejas entidades como la Colonia Italiana o los Bom-
beros Voluntarios de la Boca en Buenos Aires o la Unione e Benevolenza de
Rosario. Aunque lograron controlar la Dante, la Feditalia o La Patria degli
Italiani, los antifascistas crearían otras instituciones paralelas a ellas, o
revertirían ese predominio.
En las grandes y antiguas instituciones que no se habían dividido, en
el estado actual de los estudios no es posible realizar afirmaciones con-
cluyentes. Sólo se dispone de retratos de distintos momentos de la vida de
éstas que no pueden proyectarse sin más a todo el veintenio fascista. Por
ejemplo, una comunicación de 1931 del embajador de Italia en Buenos Aires,
Bonifacio Pignatti, señala que el presidente de la Camera di Commercio,
Adone Vendemiati, tenía evidentes reservas hacia el fascismo.75 Su sucesor,
presidente de la Camera entre 1931 y 1933, el conde Colli di Felizzano, que
vimos era el embajador en 1922, también las tenía. Inversamente, alguno
de los médicos italianos llegados por las leyes raciales luego de 1938 se-

74. P. Fanesi, “El antifascismo...”, pp. 343-350.


75. L. Incisa di Camerana, op. cit., p. 492.
Entre dos guerras (1914-1945) 361

ñalaba más tardíamente que no pudo incorporarse al Hospital Italiano de


Buenos Aires, luego de su arribo a la Argentina, porque la entidad estaba
en manos de fascistas.
Lo más frecuente parece haber sido que el fascismo lograse más sim-
patías para su causa en esas grandes entidades que los antifascistas, aun
si las adhesiones no debían ir demasiado más lejos de un conformismo
amistoso que expresaba, a la vez, el oficialismo inherente a las entidades
italianas en el exterior y el clima moderado o conservador que imperaba
en su dirigencia ya desde antes del advenimiento del fascismo.
A modo de balance, en el marco de las instituciones, en muchos casos la
situación parece haberse planteado del siguiente modo: o los fascistas logra-
ban apoderarse de ellas y sus adversarios creaban en respuesta entidades
rivales, o no lo conseguían y eran los propios fascistas los que fundaban
nuevas instituciones paralelas. Todo ello llevaba, en la práctica, no sólo a
que el fascismo, como hemos insistido, ya no lograse dominar plenamen-
te el cuadro institucional, sino incluso a que contribuyese a debilitar las
instituciones de las comunidades italianas, ya afectadas muchas de ellas
por un proceso de declinación precedente, agravándolo.
En la década de 1930, además de esa mayor fortaleza institucional
del fascismo (sea por aquiescencia o por directo control), otros factores
brindaban aparentemente las mejores condiciones para que éste pudiese
expandir su posición. Son los años de mayor consenso del régimen en Italia,
en especial en el momento de la conquista de Etiopía y la proclamación
del imperio. En términos de los reflejos de esa situación en el exterior, son
los años en que el fascismo parece exhibir a los ojos de los inmigrados el
rostro de una Italia pujante y respetada. Sin embargo, si bien ello podía
ser de una fuerza inapreciable en un lugar como Estados Unidos, lo era
menos en la Argentina, donde los italianos, más allá de que no contaran
lo suficiente como comunidad, tenían un lugar mucho más acreditado en
la estima social y en la percepción de los grupos dirigentes argentinos.
Empero, los 30 son también los años en que el antifascismo parece encon-
trarse en una situación de mayor fortaleza. Quizá no sea tan paradójico
que fascismo y antifascismo pudieran crecer simultáneamente; quizá una
cosa era inherente a la otra.
Además de todo ello, en la Argentina de los 30 los simpatizantes del
fascismo podían contar con una posición dominante en el plano cultural
dentro de la comunidad italiana (pero no fuera de ella). En el periodismo, lo
indicaban la influencia de Il Mattino o su presencia en la radio a través de
programas como La hora de Italia que se emitía dos veces por semana por
radio América, y de otros espacios en otras emisoras76 (aunque como era
inevitable, por lo que hemos visto, también los antifascistas dispondrían
de algunos espacios de radio). Por otra parte, en 1937 el gobierno italiano

76. L. Prislei, “La voluntad de creer...”.


362 Fernando Devoto

creará un Centro de Estudios Italianos que debía reunir una gran biblio-
teca (en especial de materiales fascistas), dictar cursos y conferencias.77
La iniciativa, colocada en el cuadro más amplio de reforzar la presencia
del fascismo en las comunidades italianas y en la sociedad local (iba
acompañada de otras medidas como subsidios a periódicos nacionalistas
y filofascistas argentinos), buscaba competir y en el fondo sustituir como
punto de referencia al Instituto Argentino de Cultura Itálica, juzgado poco
italianizante y poco fascista.78 Asimismo, debe recordarse que las mayores
instituciones sociales peninsulares en la Argentina en los años 30 –que
si no estaban en manos fascistas lo estaban en las de aquellos que veían
en forma benevolente al régimen de Mussolini– también promovían algún
tipo de actividad cultural más congenial con el régimen que con la cultura
italiana de oposición.
Seguramente el momento de máximo consenso adquirido por el fas-
cismo, aquí como en otros lugares, debe ubicarse en la guerra de Etiopía.
No tanto en el inicio, aunque unos novecientos voluntarios se enrolaron
para combatir, sino en el final: cuando en mayo de 1936 se produjeron
sucesivamente la derrota del Negus, las sanciones impuestas a Italia por la
Liga de las Naciones (a las que la Argentina adherirá) y la proclamación del
imperio por Mussolini. Las cifras, discutibles como cualquiera de las que
provienen de una fuente favorable a los hechos que se describen, hablan
de unas cincuenta mil personas reunidas en la noche del 7 de mayo de
1936, tras la proclamación de la victoria, frente a la sede de la Embajada
de Italia. Por impresionante que fuese la manifestación, no dejaba de sus-
citar comentarios irónicos de las mismas fuentes diplomáticas italianas.
Según éstas, las grandes movilizaciones habían hecho eclosión tardíamente,
cuando la campaña culminaba con éxito, pero no antes.79
Como en otros temas, la respuesta a la penetración del fascismo en
las comunidades italianas de la Argentina debería requerir matizaciones
regionales. En algunos lugares, como Córdoba o Mendoza, parecen haber
sido más exitosos que en otros, como Rosario o Bahía Blanca. Asimismo, en
algunos pequeños pueblos lograron a menudo más éxitos que en las grandes
ciudades. La escritora Gladys Onega recuerda haber aprendido a cantar
de niña “Giovinezza”, en la Sociedad Italiana de Acebal, en la provincia de
Santa Fe, en una fiesta del xx de septiembre en los años 30. Sin embargo,
su relato muestra bien sea la imbricación de fiestas antiguas y rituales
recientes, sea un clima en el que esa canción adquiría un significado bien
diferente del que podía tener en Italia contemporáneamente. El hecho mismo
de que ella y su familia estuviesen ligadas a España y no a Italia, por sus

77. J. Sergi, op. cit., p. 515.


78. E. Scarzanella, Italiani malagente. Immigrazione, criminalità, razzismo in Argentina
(1890-1940), Milán, Franco Angeli, 1999, pp. 148-149.
79. P.R. Fanesi, Verso l’altra Italia. Albano Corneli e l’esilio antifascista in Argentina,
Milán, Franco Angeli, 1991, p. 87.
Entre dos guerras (1914-1945) 363

orígenes, agrega una complejidad adicional a lo que puede entenderse por


fascistización en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe.80
En cierta forma, más allá del conflicto fascismo-antifascismo que mar-
cará la vida de muchas instituciones de la pampa gringa, otras, quizá la
mayoría, continuaban con su tradicional “apoliticismo” que tanto había
signado la retórica como la práctica de las entidades peninsulares en la
Argentina desde hacía tanto tiempo. Afascistas más que cualquier otra
cosa, conservaban sus viejas fiestas y sus viejos héroes (Garibaldi ante
todo) y cierta reluctancia a cambiar esa antigua mitología por la nueva que
intentaba imponer el régimen. Así lo recordaba también, posteriormente,
un diplomático italiano en Rosario de mediados de la década de 1930. En
su mirada los funcionarios diplomáticos italianos eran recibidos con en-
tusiasmo, pero el patriotismo siempre presente era el de vieja estirpe del
Risorgimento, no el nuevo de la revolución fascista.81
Más allá del peso y la resistencia del antifascismo y de la tradicional
actitud de prescindencia política de la mayoría de las dirigencias, es tam-
bién difícil evaluar cuál fue el grado de impacto de la fascistización no ya de
las instituciones italianas en la Argentina sino de los mismos inmigrantes,
sobre todo teniendo en cuenta la diversidad y la magnitud de los esfuerzos
que hizo el régimen (incluso en el terreno financiero). Desde la perspectiva
de los mismos fascistas los resultados no eran satisfactorios. Ya en 1929
el propio Mussolini consideraba a la Argentina un caso perdido no ya para
lograr fascistizar a las instituciones sino para salvar algo de la italianidad
de los peninsulares allí residentes. Por su parte, en 1931, Piero Parini,
secretario general de los Fasci Italiani all’Estero, manifestaba luego de
casi un decenio de intervención su insatisfacción con el estado de cosas
existente en la Argentina.82 Su juicio concernía, a la vez, a la penetración
del ideario fascista entre los inmigrantes y a aquella antigua letanía de
que en Sudamérica los hijos de los inmigrantes perdían rápidamente todo
rasgo italiano. Era lo mismo que observará con amarga ironía Sandro Volta
en “Critica fascista”, en 1934: ellos, los hijos, al igual que los otros hijos
de inmigrantes, no eran ya más europeos sino “autentici, classici, incon-
fondibili, genuini sudamericani”.83 Como reiteraría el mismo Mussolini al
embajador Raffaele Guariglia, en 1936: “Questi italiani d’Argentina non ci
comprendono nè ci amano”.84

80. G. Onega, Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa,
Buenos Aires, Grijalbo, 1999, pp. 173-177.
81. Citado por E. Scarzanella, Italiani malagente..., pp. 143-144.
82. D. Fabiano, “I fasci italiani all’estero”, en B. Bezza (a cura di), Gli italiani fuori
d’Italia…, p. 234.
83. Citado por A. Albonico, “Immagine e destino delle comunità italiane in America La-
tina attraverso la stampa fascista degli anni 30”, en L’America Latina e l’Italia, Roma,
Bulzoni, 1984, p. 92.
84. R. Guariglia, Ricordi (1922-1946), Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 1950.
364 Fernando Devoto

En otro plano el fascismo obtuvo también bastante menos de lo que


esperaba. Es el de la política exterior. Como ha observado el mejor cono-
cedor de la diplomacia italiana hacia la Argentina, el régimen italiano no
supo aprovechar los puntos a su favor para insertar a Italia en un lugar
más central en la compleja política exterior argentina de los 30.85 Entre sus
potenciales ventajas estaba la de una clase política argentina disponible
por muchas razones –desde el filoeuropeísmo hasta las simpatías hacia
Italia de muchos de sus dirigentes, deseosos a su vez de cortejar a la para
ellos importante comunidad italiana y sus descendientes– para otorgar a
Italia un lugar no irrelevante. La estrategia del gobierno fascista, orientada
a veces a un todo o nada que eludía los matices de la situación, parece
haber estado dominada por la visible hostilidad hacia la Argentina que
exhibe el ministro de Relaciones Exteriores, el conde Galeazzo Ciano, que
quizá era el resultado del modo indecoroso con que había tenido que partir
del país, por un incidente en un cabaret, cuando era un joven diplomático
aquí acreditado.86
Tratando de hacer un balance, debería observarse, con la prudencia
que exigen los conocimientos disponibles, que el fascismo no logró casi
ninguno de sus ambiciosos objetivos. Aunque fuese más fuerte que el anti-
fascismo y tuviese mayor consenso y un relativo mayor control institucional
que sus adversarios, lo que caracterizó su acción fue el agravamiento del
tradicional faccionalismo de los grupos dirigentes peninsulares, incremento
de la proliferación de instituciones (desde luego que el antifascismo ope-
raba en un sentido semejante) y por ello la acentuación de la debilidad de
éstas en un contexto de ausencia de nuevos contingentes migratorios que
pudiesen alentarlas. Si la fascistización de las comunidades fue limitada
o insuficiente (desde la perspectiva del régimen), lo que parece fuera de
toda duda es que la “italianidad” no hizo avances en esas décadas sino
que, por el contrario, se consolidó allí su declinación. No era, desde luego,
sólo su responsabilidad.
Una relación del embajador italiano en Buenos Aires al comienzo de la
guerra consigna que Il Mattino d’Italia estaba en declinación en cuanto a
número de abonados y publicidad.87 ¿Descenso de las simpatías hacia el
fascismo? Más probablemente, descenso del público dispuesto a consumir
un periódico italiano. La política, cualquiera ella hubiese sido, no podía
resolver los dilemas que planteaba la demografía: una comunidad en la
que los nacidos en Italia envejecían y disminuían en número y sus hijos
eran (o creían ser) simplemente argentinos.

85. L. Incisa di Camerana, op. cit., pp. 487-511.


86. G. Ciano, Diario (1937-1943), Milán, Rizzoli, 1980.
87. L. Incisa di Camerana, op. cit., p. 497.
Entre dos guerras (1914-1945) 365

Un caso particular: los italianos de origen judío

En 1938 el régimen fascista sancionó las conocidas leyes raciales por


las cuales se segregaba a un grupo pequeño y muy bien integrado en la
sociedad peninsular: los italianos de religión u origen judío. Las principa-
les disposiciones, que tuvieron su primera expresión en las medidas de
septiembre que excluían a los judíos del sistema educativo (sea alumnos
o como docentes), fueron aprobadas por el Gran Consejo del fascismo en
octubre, con el apoyo de fascistas rústicos como Roberto Farinacci o refi-
nados como Giuseppe Bottai y con la oposición de Italo Balbo, entre otros
pocos. Las medidas, que adquirieron forma de decreto-ley en noviembre,
les impedían entre otras cosas la permanencia en cargos públicos, poseer
empresas con más de cien empleados, tener grandes propiedades rurales o
incluso edificios, desempeñarse en posiciones directivas de sectores privados
considerados estratégicos como grupos periodísticos, bancos o compañías
de seguro, y prohibían los matrimonios mixtos. A estas resoluciones se
agregarían otras, que prohibían la publicación de libros o la presentación
de obras de autores judíos.
Las medidas fueron sorpresivas para muchos, quizá la mayoría de los
italianos, pese a que el régimen había impulsado en los meses preceden-
tes una campaña periodística de fuerte hostilidad hacia el judaísmo y en
defensa de la “raza” italiana.88 Aunque en los ambientes fascistas existían
partidarios de las teorías raciales y estaban en aumento en los años 30,
en general el fascismo había sido no sólo tolerante en ese plano sino que
incluso las filas del movimiento se habían abierto para muchas personas
de ese grupo. El mismo Mussolini había hecho numerosas declaraciones a
favor de los judíos y, como su vida personal mostraba, había estado abier-
to a todo tipo de vínculos con ellos. Aunque las declaraciones del Duce
cambiaban mucho según los interlocutores y los momentos, en una lógica
dominada por el oportunismo político, no era menos cierto que precedente-
mente había dado algunos pasos concretos en defensa de la posición judía
en el concierto europeo, que había aceptado a refugiados judíos de otras
partes de Europa y que había tomado distancia en repetidas ocasiones, en
privado y en público, de la política racial de la Alemania de Hitler.
Cómo se había llegado a esas resoluciones era parte de un proceso
más amplio resultado de varias cuestiones, como la guerra de Abisinia
o la participación en la guerra civil española –que provocaban muchas
críticas al régimen en el exterior y lo llevaban a un reflejo nacionalista y
xenófobo– y sobre todo al acuerdo de Mussolini con Hitler –que lo llevaba
a intentar congraciarse con el aliado–. Sin embargo, ese nuevo curso, al
que se trataba de habituar a los italianos, chocaba con el clima imperante
en una sociedad donde no había hostilidad o prevenciones hacia los ju-
díos (a diferencia de lo que ocurría en los contextos centroeuropeos). Por

88. R. De Felice, Storia degli ebrei italiani sotto il fascismo, Milán, Mondadori, 1977, pp.
311-324.
366 Fernando Devoto

otra parte, desde la unidad de Italia, los judíos se habían integrado muy
pronunciadamente, estaban en su mayor parte laicizados y se contaban
entre los mayores defensores del conjunto de mitos nacional-patrióticos
impuestos por el Risorgimento.
Ante el advenimiento del fascismo los italianos de origen judío tuvieron
actitudes diferentes, como los italianos en general. Los datos disponibles
sobre los inscriptos al Partito Nazionale Fascista muestran que los judíos
incluso representaban un porcentaje sobre el total del grupo superior al
porcentaje del conjunto de los italianos. Lo que sugiere que, en la medida
en que el fascismo había actuado como un canal para la promoción de
hombres nuevos en el seno de las elites estatales, ello había atraído a un
buen número de judíos. Desde luego ese hecho no debe hacer olvidar que
también entre las filas del antifascismo, en especial en algunos ambientes
como el de Turín, la presencia de intelectuales y profesionales de origen judío
había sido muy destacada (sobre todo en el grupo de Giustizia e Libertà) y
que muchos otros (de profesionales a empresarios, de profesores univer-
sitarios a managers de Estado) compartían las prevenciones que existían
en los ambientes refinados y cosmopolitas de matriz liberal y democrática
hacia el estilo rústico tanto como hacia la sustancia del régimen.
Las draconianas medidas adoptadas por el fascismo fueron morigeradas
en la práctica. Ello era el resultado, en primer lugar, de que más allá de
la campaña de casi toda la prensa, alineada rápidamente con el régimen
detrás de las nuevas teorías racistas, las disposiciones suscitaron hostilidad
en muchos ambientes de la sociedad italiana, fueran laicos o clericales.
El racismo y el antisemitismo eran absolutamente extraños a la cultura
italiana. Incluso entre los mismos fascistas las disposiciones no obtuvieron
un consenso unánime y muchos se inclinaron hacia una actitud definida
críticamente por el régimen como “pietista”. Más aún, algunos intelectuales
que habían estado muy cerca del gobierno como el futurista Filippo Tommaso
Marinetti se manifestaron absolutamente contrarios.89 Empero, la lenidad
de las prácticas también era el resultado de otros factores: de las amplias
distancias que existían en el régimen entre las normas y las prácticas, de
que éste estaba dispuesto a hacer distintos tipos de excepciones (varias
de las cuales estaban contempladas en las mismas leyes y alentaban las
acciones corruptas), y de las instrucciones reservadas dadas por algunos
jerarcas del régimen (incluido el mismo Mussolini).
Probablemente entre los fines últimos de unas disposiciones que apun-
taban más a discriminar o segregar antes que a perseguir (la persecución
comenzaría en 1943) estaba empujar a los afectados a emigrar de Italia.
Esa decisión fue la que tomaron muchos. En cualquier caso, para los judíos
italianos se presentaban tres vías: permanecer con las serias restricciones
que los afectaban, intentar quedar exceptuados de las mismas o emigrar.

89. R. De Felice, Storia degli ebrei..., pp. 370-378.


Entre dos guerras (1914-1945) 367

Parte de la decisión derivaba de una evaluación sobre la peligrosidad de la


situación, y existían fundados motivos de alarma a través de las informa-
ciones sobre las políticas del aliado nazista. De los alrededor de cincuenta
mil judíos italianos y extranjeros residentes en la península, unos seis mil
optaron por emigrar.90
La elección de la Argentina era una de las posibilidades, vistos los
numerosos lazos que había creado la emigración, los que brindaban un
posible punto de apoyo para instalarse y los mecanismos para superar las
disposiciones restrictivas del gobierno argentino. Éste, al igual que otros en
la década del 30, ponía una serie de obstáculos al arribo de inmigrantes,
de las que ya hemos hablado, y más aún al arribo de refugiados, hacia los
que existían todo tipo de prevenciones y ninguna voluntad de reconocerles
un status especial. Desde luego, también aquí los obstáculos podían ser
eludidos por vías no legales, por ejemplo, sobornando a los funcionarios
consulares argentinos en Italia, y el de Milán era particularmente per-
meable. Sin embargo, era no sólo bueno sino casi imprescindible contar
con el apoyo de personas que estuvieran en la Argentina, las que podían
realizar gestiones ante dirigentes políticos argentinos o ante funcionarios
de migraciones para conseguir reunir el abrumador papelerío burocrático
para lograr una colocación profesional. Aun así, las cosas no eran fáciles.
El ejemplo del destacado historiador de la ciencia Aldo Mieli y su esposa,
varados en Montevideo y sometidos a los enfrentamientos entre el emba-
jador favorable a autorizarlos a ingresar a la Argentina y el cónsul general
hostil, revela hasta qué punto lo que dominaba en la política migratoria
era la pura arbitrariedad.91
Para los científicos y profesores universitarios que vendrían en esa in-
migración se han señalado también otras causas que habrían influido en
la elección de la Argentina: la lengua, que presentaba menos obstáculos
que el inglés para aquellos neófitos en ambas, que eran la gran mayoría, y
la existencia de concretas opciones laborales en ámbitos universitarios.92
En cualquier caso, debe recordarse que el lugar más importante de destino
entre los disponibles –y desde luego Francia, uno de los principales desti-
nos de la emigración italiana en entreguerras, no lo era, vista la situación
de guerra inminente– fue Estados Unidos. Aunque las estimaciones son
controversiales, se ha calculado que quizá unos dos mil judíos italianos
llegaron al país del norte y un millar a la Argentina. Sorprendentemente,

90. E. Smolensky y V. Jarach, op. cit., p. 38. M. Sarfatti, Gli ebrei nell’Italia fascista.
Vicende, identità, persecuzione, Turín, Einaudi, 2000, pp. 154-164.
91. M.I. Barbero y F. Devoto, “Las políticas migratorias en la Argentina de entreguerras y
sus actores. Las actitudes de cónsules y diplomáticos ante los inmigrantes y refugiados
europeos”, Maj’shavot/Pensamientos, Nº 1-4, 2003, pp. 7-33.
92. L. Terracini, “Una inmigración muy particular: 1938, los universitarios italianos en
la Argentina”, Anuario del iehs, 4, 1989, pp. 335-360.
368 Fernando Devoto

parece equivalente a la relación existente entre los migrantes a ambos


países en las épocas previas a las restricciones.
La cifra de los llegados a la Argentina era desde luego importante en
relación con la comunidad judía en Italia, aunque no lo fuese en relación
con el volumen de la inmigración peninsular a la Argentina. Sin embar-
go, en este plano las cosas no pueden medirse simplemente desde una
dimensión cuantitativa. La importancia del impacto de la inmigración de
judíos italianos debe colocarse en otras dos dimensiones. Primero, la de la
presencia entre ellos de personas con altas calificaciones profesionales o
intelectuales. Segundo, que, por razones que luego se explicarán, tuvieron
una influencia mayor sobre la Argentina que sobre las mismas comuni-
dades italianas.
El conjunto de italianos judíos arribados pertenecía a diferentes profe-
siones, desde managers de empresas públicas y privadas a empresarios,
profesionales liberales y profesores universitarios. La gran mayoría eran
originarios de la península italiana, otros habían llegado a ella desde dis-
tintos países europeos en épocas recientes y desde allí reemigrado a la
Argentina y finalmente algunos venían de posesiones italianas en el Medi-
terráneo, por ejemplo, Rodas. Constituían en conjunto una emigración de
elite, fuese por la riqueza de que algunos disponían, por las capacidades
técnicas o por el prestigio académico. En este último terreno, los nombres
de Rodolfo Mondolfo (filósofo), Benvenuto Terracini (lingüista) y Alessandro
Terracini (matemático), Aldo Mieli (filosofo de la ciencia), Beppo Levi (mate-
mático), Renato Segre (médico y profesor), Gino Arias (economista), Mario
Levi Deveali (derecho del trabajo) y de los más jóvenes como Renato Treves
(jurista y sociólogo), Andrea Levialdi (físico), Dino Jarach (especialista en
derecho tributario) y Eugenia Sacerdote (históloga) constituyen un aporte
fundamental para el desarrollo de las ciencias y las humanidades en la
Argentina, donde crearon escuelas en sus respectivos campos y donde su
presencia, aunque a veces breve (ya que muchos regresaron a Italia luego
de la Segunda Guerra Mundial), fue decisiva para el avance de éstas.
Todos tenían en común una prestigiosa carrera académica en Italia
(con excepción de los jóvenes que estaban empezándola), eran judíos y
por ello debieron abandonar sus puestos. Empero, ahí terminaban las
coincidencias. Algunos eran simpatizantes del fascismo, con cuyo régimen
habían colaborado como expertos (Arias, Levi Deveali), otros eran hostiles
al régimen como Aldo Mieli, al que le había sido impedido regresar a Italia
desde 1928 a causa de una ponencia presentada en el Congreso de Histo-
riadores de Oslo, crítica hacia las condiciones en que se desarrollaban los
estudios en Italia,93 o Rodolfo Mondolfo, que había estado entre los firmantes
del manifiesto de los intelectuales antifascistas redactado por Benedetto
Croce en 1925. La mayoría, aunque no necesariamente simpatizaban con
el fascismo, se habían acomodado a la situación allí imperante y desarro-

93. A. Korn, “Contributi scientifici degli italiani...”, p. 179.


Entre dos guerras (1914-1945) 369

llaban regularmente sus cursos en la universidad. Salvo algunos pocos


actos humillantes (como el juramento de fidelidad al régimen requerido en
1931), no eran molestados, ya que la corporación universitaria tenía los
suficientes consensos y compromisos como para limitar la influencia de
las aristas más filosas del fascismo en ella. Un ejemplo de ese ecumenismo
cultural (que no dejaba de ser censurado por los fascistas más extremos
que hablaban reiteradamente de la necesidad de “bonificar” la cultura
italiana, lo que quería decir fascistizarla) podía encontrarse en algunos de
los principales intelectuales del régimen, como el historiador Gioacchino
Volpe o el filósofo Giovanni Gentile.94 Este último, director de la prestigio-
sa Enciclopedia Treccani, que era la iniciativa cultural más ambiciosa que
se intentó en esa época, invitó a colaborar en ella a muchos estudiosos
afascistas y antifascistas, en la certeza de que era necesario presentar lo
que entendía era lo mejor de la cultura italiana. Así, como observó una
vez Arnaldo Momigliano,95 Croce proveía el pan espiritual y Gentile el pan
material, en la aspiración de que representase al conjunto de la ciencia
italiana. En la Enciclopedia escribieron Beppo Levi, Alessandro Terraccini
e incluso Rodolfo Mondolfo, al que además Gentile ayudaría por medio
de cartas de recomendación para Coriolano Alberini (decano de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires) para que le encontrase un
trabajo en la Argentina.
Pese al prestigio de que gozaban en Italia, a varios de esos renombra-
dos profesores no siempre les fue sencillo conseguir un trabajo estable o
un buen lugar en la Argentina. Varias cosas influían aquí. La primera es
que muchos cuerpos profesionales, como los médicos, se protegían corpo-
rativamente y trataban de impedir el acceso a posiciones estatales, pero
incluso a la misma práctica médica a profesionales europeos que más allá
de su prestigio debían revalidar sus diplomas rindiendo todos los exámenes
nuevamente.96 En segundo lugar, también la universidad era un cuerpo
crecientemente corporativo y hacer espacio a un extranjero parecía significar
quitar recursos a un local. Por supuesto que aquí siempre había también
personajes interesados en el progreso académico que hacían esfuerzos para
incorporar a los recién llegados. En cualquier caso, ellos encontraron lugar
más fácilmente en universidades del interior que en la de Buenos Aires y
en facultades menos consolidadas o más abiertas. Terracini y Treves se in-
corporaron a la Universidad Nacional de Tucumán, donde las facultades de
Filosofía y Letras y de Jurisprudencia eran recientes y ya habían absorbido
a otros profesores extranjeros, incluidos exiliados republicanos españoles.
Mondolfo, Arias y Jarach ingresaron inicialmente a la de Córdoba. Mieli,

94. R. De Felice, Intellettuali di fronte al fascismo, Roma, Bonacci, 1985; G. Belardelli,


“Introduzione” a G. Volpe, L’Italia in camino, Bari, Laterza, 1991.
95. Citado por G. Turi, Il fascismo e il consenso degli intelletuali, Bolonia, Il Mulino,
1980, p. 64.
96. Testimonio de Mario Sacerdoti en E. Smolensky y V. Jarach, op. cit., p. 166.
370 Fernando Devoto

Levi Deveali y Levialdi lo hicieron a la del Litoral. En cambio a los médicos,


como Amedeo Herlitzka, Leone Lattes o Renato Segre, les resultó imposible
acceder a las facultades de Medicina o a los hospitales escuela, salvo al
último, que lo hizo recién casi diez años después de su llegada.97
En la inserción a los medios académicos las vías fueron múltiples y
personales. El Estado argentino casi nada hizo (a diferencia de lo que sí
había hecho a principios de siglo y aun en los años 20), con excepción de la
Universidad Nacional de Tucumán, donde existía una política en ese sentido
desde antes.98 Las vías de acceso fueron así interpersonales, por medio de
recomendaciones, y en ellas influían conocidos del mundo profesional –por
ejemplo, otros estudiosos argentinos, como Cortés Plá o Carlos Cossio, o
españoles ya instalados aquí como Julio Rey Pastor o Amado Alonso–, social
o aun político (Alfredo Palacios estuvo entre los avales de Mondolfo).
La convulsionada vida política argentina de los años sucesivos, con las
intervenciones en las instituciones universitarias de 1943 y 1946, hicieron
azarosa la situación de muchos de los profesores italianos. Mieli fue de-
jado cesante en la Universidad del Litoral en 1943 y se trasladó a Buenos
Aires, Levialdi tuvo que dejar Córdoba (donde trabajaba en el Observatorio
Astronómico) y pasar a la Universidad del Litoral y poco después a la de
La Plata, hasta dejar toda actividad universitaria y dedicarse a fundar una
empresa privada para retornar a aquélla en 1955, luego de la caída del
peronismo.99 Mondolfo, por su parte, decidió dejar Córdoba en 1947 como
modo de protesta por la nueva intervención y trasladarse a la Universidad
Nacional de Tucumán.
Los italianos judíos llegados a la Argentina tuvieron una densa red de
relaciones entre ellos, tanto desde el momento de la llegada (muchos se
alojaron inicialmente en las mismas pensiones en el centro de la ciudad
de Buenos Aires) como posteriormente. Tendían a residir en lugares cer-
canos, sea en Buenos Aires o en Tucumán, y hubo muchos matrimonios
entre miembros de las distintas familias. Lo que reforzaba esos lazos era un
cierto extrañamiento de los ámbitos posibles de inserción. Tenían distan-
cias lingüísticas y culturales con las comunidades judías de la Argentina,
centroeuropeas o medioorientales, pero también con las comunidades
italianas. En este caso aparecían, más allá de las diferencias que apunta-
mos, como demasiado poco antifascistas para los que estaban enrolados
en ese sector (finalmente ellos habían permanecido en Italia y sólo habían
emigrado por las leyes raciales) y ciertamente no era esperable que visto lo
sucedido pudiesen integrarse en las organizaciones fascistas. Aunque quizá
haya que hacer una distinción entre los profesionales y los empresarios

97. E. Smolensky y V. Jarach, op. cit.


98. F. Herrera, “Breve síntesis sobre la personalidad del profesor doctor Alessandro
Terracini”, Azzurra, 19-21, 2000, pp. 104-108.
99. A. Korn, “Contributi scientifici degli italiani...”, pp. 189-190.
Entre dos guerras (1914-1945) 371

–estudios ulteriores lo podrían confirmar–, tampoco las grandes entidades


de la comunidad les parecían ambientes aceptables, al menos para los pro-
fesionales, ya que tendían a ver en ellas un clima excesivamente cercano
al del fascismo peninsular.100
De este modo, como no encontraban demasiado confortables ni los
ámbitos italianos ni los ámbitos judíos debían volcarse hacia ellos mis-
mos y a la vez abrirse hacia la sociedad argentina. En este plano muchos
de los intelectuales hallarán espacios más propicios y hospitalarios en
los ambientes argentinos laicos y antifascistas y en algunas de sus ins-
tituciones emblemáticas como el Colegio Libre de Estudios Superiores,
nacido en la década del 30 y en el que muchos de ellos darían cursos y
conferencias.101 Eso no significa que algunos de entre ellos no participasen
también de iniciativas de los antifascistas italianos, vinculados al grupo
de Italia Libera que era el más afín.
El papel de los italianos judíos en la cultura argentina trascendió el de la
investigación, la enseñanza universitaria o la alta divulgación de sus ideas
a través de la publicación en castellano de sus obras. Otro campo en el que
fueron estratégicamente importantes fue el de la industria editorial. Aun
antes del arribo de los inmigrantes de 1938, otras personalidades habían
ocupado ya un lugar de significación en el movimiento editorial argentino
en plena expansión y transformación. Es el caso, por ejemplo, de Attilio
Rossi, un pintor exiliado antifascista llegado a principios de los años 30
que había participado en dos de las nuevas editoriales, Losada y Espasa-
Calpe. Con las leyes raciales llegó a la Argentina Cesare Civita, que había
sido codirector de Mondadori en Milán donde, ayudado por importantes
colaboradores (por ejemplo, Cesare Zavattini), había impulsado múltiples
innovaciones en campos como la historieta (a través de la difusión de las
producciones de Walt Disney) o la edición de periódicos populares como Le
Grandi Firme en las que se ponían al alcance de un público vasto cuentos
de los mejores escritores de la literatura italiana.
En la Argentina, junto con Paolo Terni, crearían esa empresa editorial
innovadora que fue la editorial Abril, un emporio editorial orientado hacia
múltiples sectores, desde fotonovelas, semanarios de actualidad, costum-
bres, moda y deportes hasta la historieta primero a través de la difusión de
las producciones de Walt Disney y luego de una producción propia. Para
esta última trajo a la Argentina en los años 50 a un grupo de colaboradores
italianos encabezados por Hugo Pratt, que darían lugar a notables crea-
ciones en colaboración con no menos destacados dibujantes y guionistas
argentinos. También la editorial Abril incursionaría tempranamente en el

100. E. Smolensky y V. Jarach, op. cit., passim.


101. R. Pasolini, “Exil italien et «antifascismes» en Argentine dans les années 30: la place
des intelectuels”, en F. Devoto y P. González Bernaldo (eds.), Émigration politique. Une
perspective comparative, París, L’Harmattan, 2001, pp. 191-199.
372 Fernando Devoto

mercado del libro con importantes colecciones, como la que dirigirá otro
italiano antifascista llegado a la Argentina muy joven, en 1934, y que será
el gran renovador de la sociología en la Argentina, Gino Germani, quien
promoverá allí la colección Ciencia y Sociedad.
El grupo dirigido por Civita será un lugar de trabajo y encuentro para ese
mundo de los intelectuales judío-italianos llegados desde 1938 y también
para el de los intelectuales italianos antifascistas agrupados en torno de
Italia Libera. Más allá de ellos y en especial con el advenimiento del golpe de
1943 y del peronismo tres años después, el grupo dio también cabida allí a
otros intelectuales dejados cesantes o marginados de la cultura oficial.102 En
ese sentido la editorial Abril, en sus primeros tiempos, aparecerá como un
espacio compartido por cultura italiana y cultura argentina, bajo la enseña
de un antifascismo de matriz laica y liberal-democrática. La influencia de
todo ello en la historia de la cultura argentina de los años 40 y primeros
50 difícilmente puede subestimarse.

Entre el ascenso y la integración:


la experiencia de los años de entreguerras

Más allá de las polémicas entre fascistas y antifascistas, los años de


entreguerras se caracterizaron por otros fenómenos que afectaron más
decididamente la vida de los italianos y sus descendientes en la Argentina.
Algunos influyeron sobre todos ellos, otros sobre los hijos.
Como vimos en capítulos precedentes, los inmigrantes se habían incor-
porado ya antes de la Primera Guerra Mundial en proporciones importantes
a lo que los enfoques morfológicos denominan sectores medios, sea en los
ámbitos rurales o en los urbanos. Arrendatarios y pequeños propietarios
en el campo, comerciantes, pequeños industriales, artesanos, profesionales
y empleados en la ciudad, eran muchas de sus ocupaciones. Los datos del
censo de 1914 muestran la importancia de los extranjeros en esos rubros
así como entre los obreros calificados.103 Aunque se carece de datos cuan-
tificables para identificar a los italianos y hay que proyectar los disponibles
para los inmigrantes en general, dado el peso de los peninsulares dentro de
los mismos, no hay razones para suponer que éstos pueden haber presen-
tado patrones fuertemente diferenciados. Por ello parece haber suficiente
consenso en que los italianos, al igual que todos los inmigrantes europeos se
integraban en un lugar relevante en esos sectores sociales.104 La discusión

102. A. Blanco, “Sociedad de masas, totalitarismo y democracia: Gino Germani y la so-


ciología en la Argentina”, tesis de doctorado Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires, 2005, cap. v.
103. G. Germani, Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós,
1965, p. 195.
104. S. Baily, Immigrants in the Lands..., pp. 114-116.
Entre dos guerras (1914-1945) 373

puede concernir a cuántos eran los que habían ascendido desde posiciones
no calificadas hasta los sectores de obreros especializados y cuántos, en
cambio, habían llegado a ocupar posiciones en los nuevos sectores medios
y cuántos permanecían todavía desempeñando trabajos como jornaleros
urbanos y rurales, y acerca de cuán rápido se produjo el ascenso social de
los que lo lograron. De todos modos no hay discusión acerca de que ese
ascenso ocurrió en un número muy considerable de casos. Por otra parte, y
más allá de las ocupaciones, otro indicador del relativo éxito lo constituía la
propiedad de la vivienda. Presentamos ya también rasgos de ese proceso.
En el período de entreguerras los datos no son abundantes y a veces son
contradictorios. En general, existe consenso en afirmar que en la década de
1920 las clases medias, en especial las urbanas, crecieron y se consolidaron
y que ello ocurrió en una medida algo menor en la década de 1930. Los
estudios de caso de que se dispone para los italianos exhiben que muchos
de ellos se movían de trabajo en trabajo hasta que encontraban un lugar
para ellos satisfactorio, lo que significaba en general un empleo estable y
de cierta calificación. Es decir, el pasaje de jornaleros a obreros. Luego,
a partir del análisis del archivo de dos fábricas (Flandria y Alpargatas),
Mariela Ceva ha observado que la permanencia en el mismo lugar y en
posiciones laborales con apenas ligeros cambios ascendentes era común
en la mayoría de los casos. Un grupo más pequeño accedía con los años a
posiciones de capataces o jefes de sección. El proceso de avance hacia las
clases medias es menos conocido, y de lo que se dispone es de ejemplos y
de evidencias cualitativas más que otra cosa. La presencia de migrantes
internos en las ciudades y en los sectores obreros hacia el momento de la
guerra sugiere que son ellos los que han tomado el relevo de buena parte
de los obreros antes inmigrantes.105
El proceso de movilidad espacial siguió acompañando ese recorrido
desigual y los italianos continuaron desplazándose, por ejemplo en Buenos
Aires, hacia la periferia de la ciudad penetrando en lo que hoy sería el primer
cinturón del Gran Buenos Aires. Esos desplazamientos en muchos casos
siguieron líneas familiares y paisanas a través de cadenas secundarias,106
aunque desde luego ello implicaba también una dispersión mayor de los
italianos si se los considera en conjunto dentro de los espacios urbanos.
Esa dispersión no necesariamente implicaba por sí misma una mayor
integración en la sociedad argentina. Los lazos interpersonales son relati-
vamente independientes de las pautas residenciales. Sin embargo, éstas
iban acompañadas por la creación de nuevos espacios de sociabilidad. Ella
residía, en parte, en las numerosas nuevas instituciones que acompañaban
la creación de nuevos barrios y más allá de ellos en la proliferación de nuevos

105. G. Germani, Política y sociedad…, cap. iv.


106. S. Baily, “La cadena migratoria de los italianos a la Argentina”, en F. Devoto, G.
Rosoli (eds.), La inmigración italiana..., pp. 59-63.
374 Fernando Devoto

lugares en los que desarrollar las actividades que ahora caracterizaban la


vida urbana.107 Vimos ya que los clubes italianos dedicados a la sociabilidad
y al deporte crecieron en esos años de entreguerras, pero desde luego no
alcanzaban a absorber toda la demanda existente. Por otra parte había,
por ejemplo en el deporte, además de la dimensión participativa otra en
tanto que espectáculo. El fútbol reunía crecientemente esos requisitos. Si
el nacimiento de la mayoría de los principales clubes procede del período
anterior, sería entreguerras cuando reunirían séquitos masivos. En ese
plano, la contribución de los italianos fue central. Los dos equipos que se
convertirían en los que contaban con más seguidores, Boca Juniors y River
Plate, nacerían ambos en el barrio de la Boca fundados por genoveses (el
segundo llevaría como divisa los colores de la bandera de la antigua Repú-
blica de Génova, el blanco y el rojo). Sin embargo, en ambos casos, más allá
de que uno permaneciese en la Boca y el otro se desplazase en dos etapas
hacia el norte de la ciudad, devendrían no clubes italianos o genoveses,
como eran en sus orígenes, sino plenamente cosmopolitas abiertos a la
simpatía de personas de todas las nacionalidades.
Los nuevos espacios de sociabilidad multiétnicos (a los que habría que
agregar otros lugares como los bailes o los cafés) aceleraban la multipli-
cidad de vínculos entre personas de distinto origen y más aún entre sus
hijos argentinos. Ello debería reflejarse en una creciente exogamia en las
pautas matrimoniales de los italianos, que parecerían haberse vuelto más
abiertas en las décadas de 1920 y 1930 (ayudadas en mucho por la caída
del flujo migratorio). Por supuesto que no se trataba sólo de los nuevos
espacios de sociabilidad sino también de la disminución de la inmigración
y paralelamente del descenso de la cantidad de italianos y en especial de
mujeres italianas. Por ejemplo, en 1936, los italianos en la ciudad de Bue-
nos Aires habían descendido a 12% y la relación entre hombres y mujeres
era de 147 cada 100.
Aunque nuevamente aquí la evidencia disponible es muy fragmentaria,
varios factores habrían llevado a que ya en el período 1918-1923 más ita-
lianos se casaran, al menos en la ciudad de Buenos Aires, fuera del propio
grupo nacional (60% de los hombres y 35% de las mujeres) que antes de
la guerra. Ello significaba una caída significativa con relación al período
precedente. Lamentablemente no hay estudios para los años sucesivos (sólo
la percepción que emerge de las fuentes cualitativas) que muestren que
la endogamia haya seguido cayendo linealmente. Para el final del período,
en 1947, en Buenos Aires el número de argentinos que eran hijos de dos
padres italianos eran la mitad de los que eran hijos de un padre italiano
y una madre de otra nacionalidad o viceversa.108 Ciertamente un número

107. L.A. Romero, “El Estado y las corporaciones”, en aa.vv., De las cofradías a las orga-
nizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina, Buenos
Aires, Gadis, 2002, pp. 220-246.
108. R. Seefeld, op. cit., y G. Germani, op. cit., p. 215.
Entre dos guerras (1914-1945) 375

no precisado de estos matrimonios con argentinos/as (que son los más


frecuentes luego de los casamientos entre italianos en los dos momentos)
podía haberse efectuado con personas ellas mismas descendientes de
italianos, y faltan estudios en ese sentido que puedan confirmar el grado
de apertura matrimonial de los inmigrantes. Desde luego que, aunque la
proporción de casamientos con hijos de italianos sea mayor, eso no significa
la conservación tout court de los rasgos originarios. Los hijos argentinos
tenían en muchos planos poco que ver con Italia.
Por supuesto que ese esquema general para Buenos Aires podía no ve-
rificarse en otros lugares de la Argentina y no deben omitirse los matices
regionales y locales. Un estudio de la ciudad de Rosario muestra que en
el período 1921-1925 las pautas matrimoniales de los italianos, aunque
mantienen tasas de endogamia elevadas, sobre todo si se consideran los
matrimonios intergeneracionales (con argentinos hijos de dos italianos),
también caen con relación al período anterior a la guerra.109 En ámbitos
rurales como las colonias, la caída de la endogamia parece haber sido más
lenta y sobre todo el casamiento fuera de un ambiente italiano o de des-
cendientes italianos menos frecuente. Un estudio para una localidad de La
Pampa, Trenel, nos lo muestra.110 Asimismo, en grupos con ciertas especi-
ficidades identitarias y estabilidad residencial, como los ítalo-albaneses del
barrio de Santa Elena en Luján, la apertura matrimonial fuera del grupo
era también más lenta.111
¿Qué pasaba con las pautas matrimoniales de los hijos argentinos de
los italianos? Nuevamente aquí los estudios disponibles son muy pocos.
Dos trabajos, uno sobre Rosario para el período 1921-1925 y otro para el
mismo caso de Trenel (1929-1940), muestran que los hijos tienen pautas
algo más abiertas que sus padres.112 Empero, no mucho. También en este
caso los matrimonios entre argentinos hijos de italianos son mayoritarios.
Ciertamente aquí hay que hacer las mismas consideraciones que en el pá-
rrafo precedente: que dos argentinos hijos de italianos se casen no significa
que conserven la “italianidad” (como sea que se la defina) de sus padres,
ni que ella se transmita a su descendencia. Asimismo, otros se estaban
casando con argentinos de otros orígenes. Aunque, en general, esos matri-
monios eran descendientes también de europeos. En este sentido, el “crisol

109. C. Frid de Silberstein, “Más allá del crisol: matrimonios, estrategias familiares y redes
sociales en dos generaciones de italianos y españoles (Rosario, 1895-1925)”, Estudios
Migratorios Latinoamericanos, 28, 1994, pp. 481 ss.
110. S. Maluendres, “De nuevo sobre las pautas matrimoniales de los migrantes y sus
hijos: piamonteses y leoneses en Trenel, Territorio Nacional de La Pampa (1911-1940)”,
Estudios Migratorios Latinoamericanos, 28, 1994, pp. 449 ss.
111. N. Marquiegui, El barrio de los italianos. Los ítalo-albaneses de Luján y los orígenes
de Santa Elena, Luján, Librería de Mayo, 1995, pp. 85-95.
112. C. Frid de Silberstein, “Más allá del crisol...”; S. Maluendres, op. cit.
376 Fernando Devoto

de razas” argentino era bastante más un “crisol” entre descendientes de


europeos que con los criollos.
Más allá de la movilidad ocupacional y social de los padres, los años
de entreguerras vieron la movilidad de los hijos. Muchos de ellos conti-
nuaban o ampliaban las actividades de sus padres, en la industria, el
comercio y los servicios, otros emprendían nuevas. Empero, para los hijos
emergía otra posibilidad de ascenso, sea que sus padres fuesen obreros o
que ya estuviesen integrados en los sectores medios. Era la que brindaba
el sistema educativo público, la vía maestra de la movilidad argentina. Por
medio de él los hijos de los italianos pudieron integrarse plenamente en
las profesiones liberales, en el sistema judicial, en la enseñanza y en esas
instituciones que tanto atraían a esas nuevas clases medias, como forma
de legitimar el ascenso social propio o de la familia: las Fuerzas Armadas
y la Iglesia. De este modo crecía a la par de los sectores medios del sector
privado. y probablemente más rápido que ellos, una nueva clase media
ligada sobre todo a un Estado también él en expansión en esas décadas
de 1920 y 1930. Los hijos y nietos de los italianos ingresaban en grandes
cantidades en la administración pública en todos los sectores y en todos
los niveles, desde los empleados hasta las máximas jerarquías.
No se dispone de estudios sistemáticos de esa presencia de los hijos de
los italianos en el marco estatal. Algunas referencias se presentarán aquí
apuntando no tanto a su base sino a los escalones más altos de la pirámi-
de. Por ejemplo en el Ejército, según datos reunidos por Robert Potash, de
los veintiséis oficiales ascendidos a general de brigada entre 1920 y 1928,
cinco eran hijos de italianos. Otros tres tenían apellido italiano, por lo que
eran descendientes también de inmigrantes. Entre los treinta y dos gene-
rales de división y de brigada en actividad en 1942-1943, las proporciones
son parecidas: cinco eran hijos de italianos y dos más de inconfundible
apellido peninsular.113 Para la Marina los datos disponibles son diferen-
tes, ya que refieren a los egresados de la Escuela Naval y no consignan la
nacionalidad de los padres. Con la debida cautela, sin embargo, pueden
hacerse inferencias a partir de los apellidos. De los egresados entre 1915
y 1924, noventa de los 297 son apellidos inconfundiblemente italianos y
de ellos diez alcanzarían la jerarquía de contraalmirante o vicealmirante
en las décadas sucesivas.114
En la universidad, la presencia de descendientes de italianos también
era muy alta entre alumnos, egresados, profesores y autoridades. Aquí, la
Reforma universitaria de 1918 había abierto la universidad a las nuevas
clases medias en todos los planos. Los sectores tradicionales sólo conserva-
ban mucho peso en algunos reductos como las facultades de Derecho y, en
menor medida, de Medicina. Observando algunos datos disponibles para la

113. R. Potash, El Ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sud-


americana, 1969, pp. 42 y 294-295.
114. M. V. Piaggio (comp.), Promociones egresadas de la Escuela Naval Militar (1879-1986),
Buenos Aires, Armada Argentina, 1987.
Entre dos guerras (1914-1945) 377

Universidad de Buenos Aires, se percibe que la presencia de descendientes


de italianos entre los profesores y las autoridades era mayor en facultades
más abiertas y menos de elite (y además ligadas a la enseñanza) como era
el caso de la de Filosofía y Letras. Aquí, entre 1924 y 1943 se sucedieron y
alternaron tres decanos de origen italiano: el filósofo Coriolano Alberini, el
historiador Emilio Ravignani y el lógico Alfredo Franceschi. También entre
los directores de institutos o profesores prestigiosos los nombres italianos
eran muchos: Ángel Battistessa, Lidia Peradotto, Juan Cassani, Alfonso
Corti, Rómulo Carbia, Diego Luis Molinari, eran algunos de ellos.115
Esa presencia en el mundo cultural universitario se proyectaba más
allá de la universidad, y entre los intelectuales y ensayistas de los 30 los
italianos aparecen en casi todos los grupos más reconocidos. Desde Alfredo
Bianchi y Roberto Giusti, directores de la prestigiosa revista Nosotros, a
Roberto Mariani, uno de los líderes del grupo Boedo (tras haber pertenecido
precedentemente al de Florida), a Raúl Scalabrini Ortiz, figura de relieve
en el nacionalismo argentino, o Atilio Dell’Oro Maini, primer director de
la revista Criterio (además de profesor de la Facultad de Derecho y fugaz
interventor de esa casa de estudios en 1943).
Muy italiana era otra institución tradicional como la Iglesia Católica.
Oleadas de hijos de inmigrantes ingresaban en los seminarios de la pampa
gringa desde fines del siglo xix. Ello se reflejaría en la jerarquía eclesiástica
cuando aquellos que habían estudiado algo antes del Centenario llegasen a
los mayores cargos eclesiásticos. Ya en 1926, el arzobispo de Buenos Aires
designado, fray José María Bottaro, era de origen italiano, al igual que el
obispo auxiliar de la diócesis, monseñor Fortunato Devoto o el obispo de
Temnos y frustrado candidato a titular de la de Buenos Aires, monseñor
Miguel de Andrea. De los obispos existentes en una muestra de distintos
años entre 1936 y 1961 se observa que diecinueve de los cincuenta y seis
son hijos de italianos. La gran mayoría es de origen piamontés y procede
de pequeñas localidades de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires, de
familias de chacareros. Ese gran avance de los hijos de inmigrantes, que
convierten a la Iglesia argentina casi en un símil de una Iglesia noritaliana,
se produce en la década de 1930. Ocurre, en especial, con la creación de
las nuevas diócesis que duplican las precedentes en 1934, momento en
que todos los designados son hijos de inmigrantes.116
Otra vía del ascenso era, desde luego, la política. En 1916, todavía el
Parlamento argentino estaba integrado por personas provenientes de las
familias tradicionales (o mejor antiguas) y la presencia de hijos o nietos de
inmigrantes era muy reducida. Sólo había allí un parlamentario nacido en
Italia y dos hijos de italianos. Las cosas cambiarán muy rápido en los años
de entreguerras. Lamentablemente el único estudio sistemático del que se

115. P. Buchbinder, Historia de la facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, Eudeba,


1977.
116. J.L. De Imaz, Los que mandan, Buenos Aires, Eudeba, 1964, pp. 173-177.
378 Fernando Devoto

dispone compara el Parlamento de 1916 con el de 1946, y en este segundo


momento se mezclan procesos que pueden venir de entreguerras pero tam-
bién de la emergencia del peronismo.117 Sin embargo ya aquí la presencia
de descendientes de italianos es masiva, como también lo es en las cúpulas
de dos de los tres mayores partidos: el radical (en su comité nacional de
1940 todos los integrantes eran hijos de inmigrantes) y el Socialista (para la
misma época, la mitad de su dirección eran hijos de italianos).118 Asimismo,
en algunas provincias emergían líderes políticos que procedían de ambientes
italianos, como era el caso del médico Amadeo Sabattini, el gobernador de
Córdoba procedente de Villa María, en plena pampa gringa.
Los ejemplos presentados que tienen algo de enumeración arbitraria no
deben crear la ilusión de que todo fuese de origen italiano en esa Argentina
de entreguerras. Quieren sugerir en cambio cuán rápido, en especial en
términos comparativos con otras realidades, se había producido el ascenso
de los descendientes de italianos no sólo hacia las clases medias sino tam-
bién hacia posiciones de prestigio y visibilidad en la Argentina de entonces.
No buscan proponer tampoco que el ascenso alcanzase a todos. Muchos
permanecieron como obreros como sus padres y otros como colonos o me-
dieros al igual que sus progenitores. Sugiere que el ascenso era, además
de un mito presente en el imaginario argentino, una realidad efectiva para
una buena parte de los inmigrantes y para sus hijos.
Los hijos de italianos se encontraban ya mucho más identificados con su
país de nacimiento que con el de sus padres. A nivel de sus percepciones,
de sus creencias, de sus identificaciones, de sus grupos de referencia, de
sus gustos, de su lengua (la mayoría había olvidado el italiano o mejor el
dialecto de sus padres y si lo entendía no lo hablaba), eran plenamente
argentinos. Sin embargo, en muchos otros modos, menos perceptibles para
ellos, seguían teniendo bastante de italianos. Las tradiciones familiares no
desaparecen por encanto. En ciertos usos, costumbres, hábitos, gestos,
formas de hablar (un castellano con cadencia italiana), una idea de la fa-
milia y del rol de sus distintos miembros, una idea de Estado (o mejor una
cierta hostilidad y extrañamiento hacia él) o ciertos consumos (la comida
es un buen ejemplo), la memoria familiar persistía. Lo que había cambiado
mucho más era la memoria pública que la memoria privada. Así, cuando
los descendientes referían a sus tradiciones las remitían a su familia mu-
cho más que a la nación de origen.119 A su modo, en cierta medida (y esa
medida puede ser objeto de controversia) seguían siendo también italia-
nos, en las muchas variedades posibles de esa expresión. Como Monsieur
Jourdain, el personaje de El burgués gentilhombre de Molière, hablaban
en prosa sin saberlo.

117. D. Cantón, El Parlamento argentino…, pp. 43-45.


118. J.L. De Imaz, op. cit., p. 195.
119. F. Devoto, “Le migrazione italiane in Argentina: il problema dell’identità, delle ge-
nerazione e del contesto”, en M. Tirabassi (a cura di), Itinera. Paradigmi delle migrazioni
italiane, Turín, Fondazione Agnelli, 2004, pp. 309-340.
Capítulo 6

De 1945 hasta el presente

Publicidad del viaje inaugural de la nave Augustus,


4 de marzo de 1952.
Mirado desde 1946, el largo ciclo de la inmigración italiana abierto en el
siglo xix parecía concluido. Los casi veinte años de un flujo migratorio muy
débil, que se había casi extinguido durante la Segunda Guerra Mundial,
mostraban sus huellas. Los italianos eran, en 1947, alrededor de 5% de
la población total y su estructura de edades exhibía los signos de enveje-
cimiento ligados a que la última oleada de significación había tenido lugar
hacía ya demasiado tiempo.
Como señalamos en el capítulo anterior, las mismas instituciones co-
munitarias estaban en disminución, tanto en número como en cantidad de
asociados. Cálculos muy aproximativos de Ettore Rossi mostraban de todos
modos bien el cuadro de situación: aunque según él subsistían unas 550
entidades, otras 150 habían desaparecido en los veinte años precedentes.
El problema mayor de las subsistentes era su escaso número de socios en
promedio.1 Ciertamente ello no significaba que no tuviesen ya importancia
sino que en términos comparativos con otras comunidades, como las es-
pañolas, habían procesado menos bien ese progresivo debilitamiento de la
inmigración y se habían adaptado con menos eficacia a los cambios que en
la sociedad argentina se habían producido. Entre las italianas, las que lo
habían hecho con más éxito eran las que se habían abierto paulatinamente
a los argentinos (fuesen hijos o no de peninsulares) y a miembros de otras
comunidades y ello les había permitido sostener un nivel de prestaciones
competitivo, sea en el tema sanitario o en el simplemente recreativo. Los
hospitales italianos, por ejemplo, seguían sus carreras exitosas y también lo
hacían aquellas sociedades que, en especial en algunas ciudades pequeñas,
seguían esa estrategia de diversificación de actividades y de público.
Distinta era la imagen que emergía si se observaba a las asociaciones
mutuales, que seguían siendo las mayoritarias. La afirmación de un diri-

1. E. Rossi a Carlo Sforza, s/f, citado por F. Bertagna, La patria di riserva. L’emigrazione
fascista in Argentina, Roma, Donzelli, 2006, pp. 196-197.
[ 381 ]
382 Fernando Devoto

gente de la Azione Italiana Garibaldi (entidad surgida en 1943 por iniciativa


de italianos antifascistas) de que “le associazioni italiane sono rachitiche e
molte di esse in punto di morte” puede ser algo exagerada y truculenta en
la forma pero no errada en la sustancia.2 La aimi, nacida como recorda-
mos en 1916 de la fusión de muchas asociaciones en torno de Unione e
Benevolenza, que todavía contaba con 9.500 socios hacia 1927, se hallaba
estabilizada en 1947, y desde hacía varios años, en torno de cuatro mil.
Ello le creaba dificultades financieras ya que los gastos de asistencia (de
los que el rubro principal eran los pagos al Hospital Italiano) superaban a
los ingresos por cuotas sociales. Por su parte, la antigua rival del grupo de
entidades republicanas, la Nazionale Italiana, tenía en 1944 2.300 socios,
menos de la mitad de los que sumaba treinta años antes.
En el interior de la Argentina la situación era muy diversificada y si al-
gunas se mantenían muy activas, otras debían suspender las prestaciones
o vender parte de la propiedad (por ejemplo, las Unione e Benevolenza de
Sastre y de Cañada de Gómez). Empero, incluso aquellas que no tenían
una situación complicada por su número de socios y que eran capaces
de absorber otras (como la Italiana de Tandil) también se encontraban en
dificultades financieras por el déficit entre ingresos y gastos corrientes que
ocasionaban los costos crecientes de las prestaciones médicas y el envejeci-
miento del padrón societario.3 Uno de los problemas que se agregaba en la
segunda posguerra era el de la afiliación compulsiva de los trabajadores a
los sindicatos, que implicaba una retención en el salario para la asistencia
sanitaria y social que éstos brindaban. Es claro que en ese marco parecía
un despilfarro pagar otra cuota para obtener asistencia.
Quizá el mayor elemento de estabilización, que hacía que tantas sobre-
vivieran pese a las múltiples dificultades, era la propiedad del local social
cuya compra había caracterizado la estrategia principal de inversión de
casi todas ellas en las épocas prósperas. En cualquier caso, también aquí
la mayor o menor apertura de cada entidad a la sociedad local (admitiendo
miembros que no fuesen solamente italianos) y la mayor o menor diversi-
ficación de las actividades, que dejaban progresivamente en un segundo
plano el mutualismo y sus antiguas funciones (con excepción del Panteón
Social que seguía siendo relevante) y ponían en primer lugar a las activida-
des culturales, recreativas o deportivas, era lo decisivo a la hora de explicar
su mayor o menor fortaleza.
Por su parte, las entidades que habían nacido sin propósitos mutualis-
tas, en especial aquellas que reunían a los sectores medios surgidos de la
emigración, como el Club Italiano, estabilizadas en el número de socios,
seguían diversificando sus actividades y ampliando sus instalaciones. Lo

2. Citado por A. Bernasconi, “Le associazioni italiane nel secondo dopoguerra: nuove
funzioni per nuovi immigranti”, en G. Rosoli (a cura di), Identità degli italiani in Argen-
tina..., p. 325.
3. Idem, pp. 327-331.
De 1945 hasta el presente 383

mismo ocurría con la Dante Alighieri, en plena expansión en la posguerra


como lo exhibe la inauguración de su edificio en 1948.
En suma, un cuadro institucional que presentaba demasiada variedad
de situaciones como para ser englobado en una interpretación unitaria
pero que, mirado en su conjunto, mostraba una clara tendencia declinan-
te. ¿Podría la nueva ola migratoria que se avecinaba dar nueva vida a las
instituciones creadas por los italianos en la Argentina? Mas allá de ellas,
¿produciría una revitalización de la presencia italiana en el país?

Un nuevo ciclo migratorio

La situación de lenta declinación de la presencia italiana cambiará drásti-


camente a partir de 1947. Un nuevo intenso flujo migratorio italiano llegaría
a la Argentina y, aunque sería una oleada de mucho menor duración que
las precedentes, serviría para revitalizar la vida italiana en la Argentina si
bien, como veremos, no necesariamente a su vieja estructura institucional.
En los cinco años comprendidos entre 1947 y 1951 llegaron a la Argentina
alrededor de 330 mil inmigrantes italianos (el momento máximo fue 1949).
El número es muy importante en relación con una comunidad de italianos
existente en la Argentina que, según el censo de 1947, comprendía unas
786 mil personas.4 Aunque importante, ese número estaba por debajo de
las expectativas de la Argentina que había pensado recibir en ese período
alrededor de 500 mil inmigrantes italianos.5 Al año siguiente, 1952, en
el marco del nuevo acuerdo comercial entre Italia y la Argentina, volvía
a proponerse la cifra de medio millón de migrantes peninsulares al país
sudamericano para los cinco años sucesivos y en este caso las expectativas
estuvieron aun bastante más lejos de la realidad: apenas llegaron en esos
años unos 118 mil italianos. Finalmente, en el quinquenio 1957-1961 lo
hicieron 39 mil peninsulares y los retornos superaron a los arribos en
números cada vez más amplios.
Haciendo un balance de los primeros años, el resultado del proceso
migratorio de la segunda posguerra fue en términos cuantitativos, en el
momento inicial, ampliamente exitoso. Ese éxito se percibe mejor si, ade-
más de los números absolutos que presentamos al comienzo del capítulo,
se observan los porcentajes del destino argentino en el conjunto de los
destinos de los italianos. Sobre el total de la inmigración italiana de la in-
mediata posguerra, la Argentina recibió en el quinquenio 1946-1950, según
las fuentes peninsulares, 24% de todos los italianos que se dirigieron al
exterior, y era el segundo lugar preferido luego de Suiza. Ese papel de la

4. M. Nascimbene, Los italianos y la integración nacional, Buenos Aires, Selección Edi-


torial, 1986, p. 12.
5. iapi, Memorándum de la Delegación Argentina de Inmigración en Europa, s/f,; asmae,
Affari Politici, Argentina, b. 5, f. 12, 88.
384 Fernando Devoto

Argentina era aun más relevante si se toma en consideración el conjunto


de aquellos que se dirigieron a América en el mismo lapso: el 75% eligió
la Argentina.
Las cosas sin embargo comenzaron a cambiar en el quinquenio subsi-
guiente. Aunque la emigración italiana aumentó (pasando de alrededor de
1.100.000 a 1.400.000, comparando 1946-1950 con 1951-1955), la dirigida
a la Argentina disminuyó en términos absolutos y relativos. Ese brusco
descenso hizo que los italianos que se dirigían al país platense fuesen ahora
sólo 12% del total y que la Argentina descendiese al tercer lugar, luego de
Suiza y Francia, entre los destinos elegidos. Esa tendencia se profundizó
en los quinquenios sucesivos. Entre 1956 y 1960, aunque la emigración
italiana continuaba en aumento (unos 1.600.000 en ese lapso), los que se
dirigían a la Argentina seguían en drástica disminución: eran solamente
3% del total. La Argentina caía al noveno lugar, luego de Suiza, Francia,
Alemania, Canadá, Estados Unidos, Venezuela, Australia y el Benelux
(Bélgica, Holanda y Luxemburgo en conjunto).
Sin embargo, esas cifras del total de inmigrados a cada país no deben
oscurecer la perspectiva que brindan, no los datos de los flujos sino los
saldos. En este terreno, al menos hasta los últimos años de la década de
1950, la Argentina y Francia serían las que radicarían en forma perma-
nente el mayor número de inmigrantes. Ello era el producto, en parte, de
las condiciones que ofrecían esos países receptores, que aspiraban a tener
una inmigración estable y radicada, y no el huésped transitorio o “gastar-
beiter” que buscaban varios países europeos. En parte, porque los mismos
migrantes que se dirigían a esos dos países tenían una vocación inicial ya
más orientada a una larga permanencia. Ello era congruente con el índice
de masculinidad, que para el caso argentino era mucho más bajo que en
las épocas precedentes, al igual que el porcentaje de menores de catorce
años. Se trataba de una emigración ampliamente de familias y ellas son,
lo señalamos ya, tendencialmente más estables que las migraciones de
hombres jóvenes adultos.
Los años 1960-1961 pueden ser colocados como el momento emblemático
del fin de la emigración italiana a la Argentina. Ya en 1960, el balance de
ingresos y egresos de italianos (el saldo migratorio) es prácticamente igual
a cero y desde 1961 será, aun si en números pequeños (dado el bajo nivel
de arribos y el bajo de retornos), permanentemente negativo. Es decir que
durante todos los años sucesivos serán más los retornos al país de origen
que los arribos. El destino migratorio argentino desapareció pese a que la
emigración peninsular al exterior siguió siendo muy elevada en los años
60 (poco más de un millón y medio en el quinquenio 1961-1965 y aun más
de 1.200.000 entre 1966 y 1970), lo que muestra en cuán gran medida el
llamado milagro económico italiano no sólo no era incompatible con una
elevada emigración internacional sino que, hasta cierto punto, era posible
gracias a ella. Entre 1961 y 1965 los que se dirigieron a la Argentina eran
apenas el 0,4% del total.
Desde un punto de vista regional, los nuevos migrantes italianos de la
De 1945 hasta el presente 385

posguerra a la Argentina seguían las pautas que presentamos en el capí-


tulo precedente. Efectivamente, al menos para el período 1951-1955, que
es aquel acerca del que disponemos de datos, las regiones migratorias que
enviaban un mayor número absoluto de emigrantes a la Argentina eran las
del sur. Calabria, la tradicional región migratoria, era la que ampliamente
proveía el mayor número de emigrantes (más de 45 mil en ese quinquenio),
seguida por la Campania (22 mil), Abruzo y Molise, Sicilia, Basilicata y sólo
luego, el Friuli-Venezia Giulia y el Véneto. El porcentaje sobre el total de
emigrantes de cada región mostraba igualmente que de áreas como Calabria
y Basilicata el destino argentino (47 y 40% respectivamente) era amplia-
mente predominante. Es decir, una situación que exhibía apenas ligeras
alteraciones con relación a la de los años 20, en especial una aún mayor
meridionalización del flujo a la Argentina con una relativa disminución del
componente procedente de la Italia noroccidental.
Esa continuidad regional, que sugiere la revitalización de antiguos
lazos, no debe hacer suponer que los nuevos migrantes que llegaban al
puerto de Buenos Aires eran las mismas personas en términos de bagaje,
hábitos, costumbres, instrumentos y sentido de pertenencia que las que
habían llegado medio siglo antes. Italia había cambiado profundamente
en esos cincuenta años, más allá de las sucesivas fases políticas. La alfa-
betización, y en general la escolarización, había avanzado enormemente,
tanto en el nivel primario (en 1940 alcanzaba a 95% de los niños en esa
franja de edad escolar) como en el secundario (para la misma fecha, en
la franja respectiva llegaba hasta 14,1%).6 Por su parte, la exasperación
de los más antiguos mitos nacional-patrióticos y de los nuevos puramente
políticos (fascistas) junto con la manipulación de las guerras coloniales o
la aparición de nuevos medios de comunicación de masas (como la radio)
habían colaborado también a crear a la larga más un sentido de pertenen-
cia nacional que una profunda fascistización de los italianos. El “hombre
nuevo” fascista no se vería casi por ninguna parte; los antiguos habitantes
de la península ahora italianizados se encontrarían mucho más. La moder-
nización de las costumbres también había hecho camino en el veintenio,
aunque sea difícil precisar hasta qué punto había abarcado a las zonas
rurales más aisladas, si las había abarcado. En especial en el Mezzogiorno
el proceso había sido muy imperfecto y tal vez Cristo seguía detenido en
Eboli, por parafrasear el título del libro de Carlo Levi.
Los datos provistos por el censo italiano de 1951 exhiben que cualquiera
fuese el grado de difusión de los nuevos hábitos, el avance del Estado o la
modernización económica, Italia seguía siendo un país en el que 42% de
las personas en edad laboral se dedicaba a la agricultura y tareas afines,
y ese porcentaje trepaba al 57% en el sur. Estos datos son superiores a
los de la Argentina de 1947, donde 25,7% de las personas se dedicaba a

6. V. Zamagni, op. cit.


386 Fernando Devoto

actividades primarias, y sugieren los límites de la “modernización” italiana.7


Estas cifras son corroboradas por otras, como las que señalan que menos
de 10% de los hogares italianos tenía por entonces a la vez electricidad,
agua potable y servicios higiénicos internos8 (a modo de ilustración, en la
Argentina, aunque los datos no son estrictamente comparables, en 1947,
44% de la población tenía servicio de agua potable y 27% servicio cloacal).
En cualquier caso, más allá de los límites, observando las fotos de las per-
sonas que desembarcaban en Buenos Aires se perciben inmediatamente
en la vestimenta los cambios tan palpables que se habían producido en los
italianos. Esas imágenes son aun más convincentes que las complemen-
tarias que emergen del dicho popular de la Argentina de entonces de que
los italianos arribados eran o se consideraban todos, en la pronunciación
local, “ingegnieri”.
Las cifras presentadas nos llevan a formularnos tres preguntas iniciales:
¿por qué volvieron los inmigrantes italianos a la Argentina?, ¿por qué fueron
menos que los esperados y supuestamente deseados por ambos países? y
¿porqué el flujo cayó tan apruptamente en poco tiempo?
La primera cuestión es de respuesta sencilla: remite a la situación de
Italia en la inmediata segunda posguerra. La devastación y sobre todo la
desorganización de la vida económica que el conflicto bélico produjo en Italia
volvía a poner en primera línea la cuestión de la emigración en el horizonte
de las personas, como un modo de resolver la disparidad entre la situación
demográfica y las reales oportunidades de empleo existentes en la península.
Los italianos una vez más debían buscar sus opciones fuera de Italia.
Ciertamente la destrucción del aparato productivo había sido menor que
lo que puede suponerse –con excepción de algunos sectores gravemente
afectados como el metalúrgico (con la destrucción del establecimiento de
Cornigliano y los serios daños en el de Bagnoli)– y las estimaciones de 1947
señalaban que los daños de la guerra sobre el sector industrial afectaban
solamente al 8% del total del capital existente en el sector en 1938. Sin
embargo, otros elementos deben tomarse en consideración, como la des-
trucción del sistema de comunicaciones y transportes o la ruptura de los
canales de aprovisionamiento de materias primas de los que dependía el
sector industrial.9 Por otra parte, el sector agrario de la península seguía
siendo extremadamente arcaico e insuficiente para alimentar a la propia
población con lo que el recurso a la adquisición en el exterior de alimen-
tos era imprescindible y, en las condiciones de la inmediata posguerra,
Italia carecía de divisas disponibles para sostener un adecuado nivel de
importaciones.
Aunque la recuperación de Italia fue muy rápida, ayudada desde 1947
por la posibilidad que ofrecía el plan Marshall de importar distintos tipos

7. G. Germani, Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1955, p. 129.


8. P. Ginsborg, Storia d’Italia dal dopoguerra a oggi, Turín, Einaudi, 1989, ii, p. 283.
9. V. Zamagni, op. cit., pp. 403-404.
De 1945 hasta el presente 387

de productos, desde alimentos hasta bienes de capital, sin necesidad de


pagarlos en divisas fuertes, el perfil del desarrollo económico impulsado
por los gobiernos de la posguerra no se orientaba a favorecer la ocupación.
La clase dirigente italiana centrista que gobernó hasta principios de los 60
eligió un modelo basado en el fortalecimiento de grandes sectores indus-
triales, que eran capital-intensivos y no mano de obra intensivos, entre
los que descollaban los dedicados a la producción de bienes de capital e
intermedios. Así, comparando 1937-1938 con 1951, la capacidad instalada
industrial se había duplicado, mientras que la ocupación permanecía estable.
Preocupada por el problema de la inversión antes que por el del consumo,
la industria fue hostil a la aplicación de políticas keynesianas que aumen-
tasen la demanda y resolviesen el problema de la desocupación. El dinero
público se orientaba a fortalecer el desarrollo industrial por vías indirectas
–los créditos generosos que se les otorgaban a las empresas privadas para
equipamiento– o directas, ya que el mismo Estado actuaba como empresario
en sectores considerados clave, como el energético (por ejemplo, el grupo
eni) y el siderúrgico (Finsider), en una política que prolongaba el papel del
Estado en la economía que ya había inspirado la creación del Istituto per
la Ricostruzione Industriale (iri) mussoliniano. Es claro que al elegir esa
opción, exitosa en el largo plazo, la elite política italiana contemplaba im-
plícitamente una tasa migratoria elevada que, además de aliviar la presión
social, ayudase, como veremos, a la economía italiana vía las remesas.
Con todo, debe recordarse que la emigración italiana era también y sobre
todo un fenómeno de largo plazo, más allá de las condiciones coyunturales
de la posguerra o de la situación de los años 30, cuando las migraciones
internacionales se redujeron enormemente en casi todas partes. El hecho
de que rápidamente el flujo migratorio italiano alcanzase enormes propor-
ciones desde las regiones del sur, que comparativamente habían sufrido
menos el impacto destructivo del tejido económico durante la guerra que
las del norte, y que ese movimiento meridional aumentase casi sin cesar,
en números absolutos y en proporción relativa, dentro del conjunto de la
emigración italiana, hasta los años 60, nos muestra que las perspectivas de
largo plazo deben ser puestas en consideración junto a las de coyuntura.
La explicación a la segunda pregunta: por qué la emigración italiana
a la Argentina cayó tan rápida y drásticamente luego del feliz momento
comprendido entre el fin de la guerra y el comienzo de los años 50, sugiere
diferentes tipos de argumentos. El primero es que no tiene que ver con la
oferta migratoria italiana, pues ésta no sólo aumenta en esos años sino que
se mantiene elevada en la década subsiguiente. Tiene que ver en cambio
con otros dos órdenes de factores.
El primero es la ampliación de los destinos posibles. En el momento
inicial no había muchos lugares disponibles. La Europa de la posguerra
se ponía en movimiento pero no requería todavía elevadas cuotas de mano
de obra, con la excepción de Suiza y Francia, los destinos norteamericanos
conservaban grandes restricciones y otros nuevos (como Australia o Vene-
zuela) emergían o reemergían lentamente (en Oceanía había existido un flujo
388 Fernando Devoto

no desdeñable en la década de 1920, no así en Venezuela). Pocos destinos


disponibles y un antiguo mito, el mito platense, la “Australia italiana”, re-
aparecían en el horizonte de expectativas de los agobiados habitantes de la
Italia devastada por la posguerra. Empero, a medida que Europa comenzaba
a crecer aceleradamente, el recurso a la mano de obra extranjera volvía a
ser imperioso e Italia seguía teniendo amplias cuotas disponibles, más allá
de las que requería, a través de las migraciones internas del sur al norte, su
propia expansión industrial. Con todo, ese crecimiento acelerado también
se producía en otros contextos extraeuropeos y en la medida en que las
restricciones disminuían por distintas razones –por ejemplo, en Australia,
donde los italianos, poco estimados antes, eran ahora revalorizados como
parte de una emigración europea imaginada como antídoto contra la emi-
gración asiática– aumentaba la llegada de migrantes peninsulares. En ese
cambiado escenario internacional, la Argentina devenía un destino más
entre otros posibles a ser evaluado por los futuros migrantes en función
de términos comparativos y no ya absolutos.
Si el cuadro internacional cambiaba las opciones y aumentaba las po-
sibilidades de un futuro emigrante, también hacía más relativas las situa-
ciones locales, juzgables ahora no sólo en términos comparativos entre país
de origen y de destino sino entre distintos países de origen y de destino.
En ello influía desde luego la acumulación de información, de experiencia
y tradiciones migratorias y los continuos avances en las comunicaciones
y en los transportes. En ciertos aspectos la situación era como antes de la
Primera Guerra Mundial, cuando la información abundaba y los destinos
alternativos también, pero ahora con los cambios que implicaban las políticas
de control y regulación de los flujos y los aludidos cambios tecnológicos.
Mirada desde ese ángulo la situación argentina dejó pronto de ser
brillante. El modelo peronista basado en una fuerte redistribución del
ingreso, incentivos al consumo y a la industria de sustitución de im-
portaciones, penalización del campo y aumento de la intervención de la
economía en casi todos los planos, encontró sus primeros límites ya en
1949. La complicada situación en el frente externo, ligada a la caída de
los precios y sobre todo del volumen de las exportaciones agropecuarias
y la inflación interna, hija del aumento brusco de la demanda, puso en
dificultad a un modelo basado en premisas excesivamente optimistas. Con
menos divisas procedentes de las exportaciones y agotadas las reservas
acumuladas durante la guerra (una parte de las cuales, aquellas en libras,
eran asientos nominales de difícil realización y no convertibles hacia el
área del dólar, que era de donde procedía la mayoría de las importaciones)
llevaron a la necesidad de implementar una política de férrea adminis-
tración de un bien escaso, como eran las divisas fuertes convertibles, a
los efectos de sostener un nivel de importaciones imprescindible para
garantizar el crecimiento industrial acelerado al que el gobierno apun-
taba. La depreciación real (en el mercado libre) y la devaluación formal
(en el oficial) de la propia moneda eran algunos de los resultados de las
escasez de divisas, y la política del gobierno de acentuar y multiplicar los
De 1945 hasta el presente 389

mecanismos de control sobre éstas, el otro. Condujeron asimismo a una


política de favorecer ahora al sector agrario (penalizado en el primer pe-
ríodo), que se suponía era el que podía una vez más sacar a la Argentina
del atolladero. Por último orientaron hacia una racionalización del gasto
público, ajustándolo y cambiando prioridades (orientadas al desarrollo
de la infraestructura y de la industria pesada), como exhibirá el Segundo
Plan Quinquenal previsto para el período 1952-1957.10
¿Qué tiene que ver todo ello con la inmigración? Bastante. La elevada
inflación en términos internacionales (superó el 20% anual en 1949 y
1950 y llegó hasta 49% en 1951) era un elemento fuertemente negativo
para los inmigrantes, y desde ellos para las imágenes que de la Argentina
irradiaban hacia Italia. En el mismo sentido, que el país emblema del pan
blanco estuviese obligado en algunos momentos (1952) a consumir pan
negro para aumentar las exportaciones de trigo no debía ser tampoco el
mejor instrumento de propaganda en el exterior. Y en este terreno de la
inmigración no debe olvidarse que las imágenes cuentan tanto o más que
los datos macroeconómicos.
En segundo lugar, y este dato es desde luego clave, la Argentina se
orientaba a regular la salida de divisas para equilibrar su balanza de pagos
y uno de los rubros sobre los que podía operar eran las remesas de los
inmigrantes. Sobre ellas el gobierno argentino influía de varios modos. Por
un lado, a través de las sucesivas devaluaciones del peso argentino, a partir
de 1949 (momento en el que se abandonaron los resabios de convertibili-
dad que todavía existían), que hacían que los ahorros de los inmigrantes
significasen mucho menos que antes en términos de liras a ser enviadas a
Italia. En el mercado libre el peso se depreció 54% en 1948, 68% en 1949,
36,5% en 1950 y 48,5% en 1951.11 Desde luego las cosas eran diferentes en
el mercado oficial pero aquí los problemas para los inmigrantes eran dos:
el tipo de cambio al cual se les autorizaba adquirir el dinero a remesar y la
cantidad de moneda que cada uno estaba autorizado a comprar y enviar.
Sobre el primer punto, ya en 1947 la Argentina había establecido un
tipo de cambio peso/lira (56,25) para las remesas de los inmigrantes que
los entes italianos consideraban poco favorable para los migrantes, sobre
todo para una Italia necesitada, como vimos, de las divisas que proveyesen
sus trabajadores en el exterior. En 1950 la situación se había agravado
seriamente por la devaluación, y con cada peso podían adquirirse 25 liras.
Sobre el segundo punto, el gobierno peronista se orientaba a establecer
disposiciones que limitaban hasta un tope lo que cada inmigrante podía

10. P. Gerchunoff y L. Llach, op. cit.; C. Díaz Alejandro, Ensayos sobre la historia econó-
mica argentina, Buenos Aires, Amorrortu, 1975; R. Mallon y J.V. Sourrouille, La política
económica en una sociedad conflictiva, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
11. P. Gerchunoff y L.. Llach, op. cit., p. 470.
390 Fernando Devoto

enviar en función de la parentela que hubiese dejado en Italia. En 1949


estableció cupos máximos para remesar según la situación familiar de los
inmigrantes. Aquellos que tenían en Italia la mujer, un hijo menor o una
hija soltera podían enviar hasta 400 pesos. Por su parte, los que tenían
abuelos, padres, hermanos menores o hermanas solteras podían mandar
hasta 250 pesos. Los restantes estaban excluidos. Asimismo, el gobierno
argentino establecía que lo remesado no podía superar 50% del salario
del trabajador inmigrante y luego lo limitaba sólo a aquellos que hubiesen
llegado después de junio de 1947. Pese a las presiones del gobierno italiano
e incluso a la concesión a la Argentina de ayuda financiera (en el marco
de los créditos recíprocos establecidos en el acuerdo comercial de 1947)
para que al menos lo poco que se podía mandar a Italia no sufriese además
retrasos, las cosas no mejoraron para los inmigrantes.12
El cuadro presentado es suficiente para responder a la tercera pregunta
respecto de por qué la inmigración italiana a la Argentina se redujo tan
drásticamente. El panorama descripto debe, asimismo, ponerse una vez
más en el contexto internacional. En este sentido la situación argentina iba
a contramano de otras, como la francesa, donde las férreas restricciones
a las remesas de los primeros tiempos iban dando lugar a una paulati-
na liberalización. Desde luego también hay que considerar que existían
muchos mecanismos para eludir las restricciones formales en cuanto al
monto a remesar, por lo que el punto central no es el último sino el prece-
dente: la tasa de cambio entre la lira y el peso. Aunque aquí nos falte un
buen estudio comparado sobre la lógica económica de ambos gobiernos, la
política cambiaria y monetaria argentina también iba a contramano de la
italiana, con su estrategia devaluacionista orientada a equilibrar las cuen-
tas externas a través de mejorar la competitividad de las exportaciones y
obstaculizar las importaciones. Italia, luego de las devaluaciones drásticas
de 1947, mantuvo una política de moneda estable sosteniendo el valor de
la lira (en 1949 se produjo apenas un leve retoque). Esa política inspirada
por Luigi Einaudi continuó con sus sucesores al frente del Ministero del
Bilancio o de la Banca d’Italia hasta 1960. En ese punto, como en otros,
las políticas económicas de Italia y la Argentina fueron contrapuestas y
más allá de la discusión sobre su eficacia es evidente que esa oposición
impactaba gravemente sobre el futuro de la migración de los peninsulares
a la Argentina.
Por otra parte, la necesidad del gobierno peronista de contener un gasto
público que había pasado entre 1946 y 1948 de 19,9 a 35,4% del pbi, lo
obligaba a reducir políticas como las de subsidio a los pasajes de los in-
migrantes, de las que luego hablaremos.13 Aunque seguían proponiéndose

12. L. Capuzzi, La frontiera immaginata. Profilo politico e sociale dell’emigrazione italiana


in Argentina nel secondo dopoguerra, Milán, Franco Angeli, 2006, pp. 90-98.
13. A.J. Mann y W. Schultess, “El nivel y la composición del gasto real del sector guber-
namental de la República Argentina (1930-1977)”, Desarrollo Económico, 82, 1981.
De 1945 hasta el presente 391

planes ambiciosos, como vimos en ocasión del acuerdo comercial entre


Italia y la Argentina, empezaban a crecer otras opiniones que venían de
épocas precedentes, por ahora limitadas a algunos técnicos, que sugerían
que el problema de la población argentina debía resolverse a través de
medidas de incremento de la natalidad antes que por medio del fomento
de la inmigración europea.14 Ya en el Segundo Plan Quinquenal hay algu-
nas huellas de ello.
Así, por esas y otras razones, la Argentina era crecientemente menos
atractiva. Los ingresos eran poco interesantes, en términos de conversión
a la moneda de origen, a lo que había que sumar la inestabilidad de la
economía, y a ella la de una vida política que era acompañada también
de una violencia inusual ejercida por los oficialistas y los opositores de
turno, temas que, como ya señalamos a propósito por ejemplo de la crisis
del 90, no pueden de ningún modo subestimarse a la hora de explicar las
expectativas y las decisiones de las personas que desean emigrar.
Mirada en perspectiva, la situación era menos complicada para los que
ya estaban instalados en el país y optaban por permanecer trayendo a sus
familias ya que los salarios reales eran bastante altos y el desempleo muy
bajo y existían posibilidades de prosperar. Ello puede explicar, en parte,
por qué si el flujo cae abruptamente el índice de retornos es tan reducido:
alrededor de 20% entre 1947 y 1960, medido según las estadísticas italia-
nas.15 Aunque, desde luego, éste aumenta a medida que avanza la década
de 1950, la capacidad de retención de inmigrantes de la Argentina es muy
superior a la de la época de la migración de masas precedente. Si bien la
combinación de moneda devaluada con un razonable nivel de ocupación y
de salarios (en términos de poder adquisitivo interno) desalentaba la mi-
gración a la Argentina, inversamente favorecía la permanencia y la estabili-
zación de los que ya habían llegado, porque existían posibilidades, aun dentro
de un contexto económico inestable y errático dominado por el modelo stop
and go (es decir, sometido a recurrentes crisis), y porque no era tan sencillo
para las familias que habían emigrado volver e intentar otra experiencia en
otro destino, y como ya señalamos esa migración de la segunda posguerra
estaba compuesta mayoritariamente por núcleos familiares.
Por otra parte, las opciones de éxito se incrementaban mucho si se dis-
ponía del capital financiero, técnico o social (redes, contactos). Ello quizá
ayuda a explicar por qué si para un potencial emigrante las cosas en la
Argentina parecían menos interesantes desde comienzos de los años 50,
no era así para las empresas y los empresarios. Que pese a todo la Argenti-
na era una buena opción para hacer negocios lo muestra otra característica

14. C. Biernat, “La inmigración durante el primer peronismo: ideas, políticas y prácticas
administrativas (1945-1955)”, tesis de maestría, Universidad Nacional de Mar del Plata,
2004, pp. 54-64.
15. G. Rosoli (ed.), Un secolo..., Appendice Statistica.
392 Fernando Devoto

novedosa de la segunda posguerra: la importante instalación de empresas


italianas en la Argentina.

Italia, la Argentina y las migraciones de la posguerra

Dos factores nuevos condicionaron la inmigración en la segunda pos-


guerra. El primero era la combinación de políticas de control y regulación
del flujo combinadas con una elevada oferta migratoria. Como ya vimos en
el capítulo anterior, las restricciones se habían desarrollado en el período
de entreguerras y en especial en la década del 30. Sin embargo, operaban
sobre un flujo migratorio que era muy débil por otras razones. Luego de
la Segunda Guerra Mundial existía en cambio una enorme, al menos po-
tencialmente, voluntad de emigrar. ¿Cómo operarían los mecanismos res-
trictivos en esas condiciones? El segundo factor era, en muchos aspectos,
contradictorio con el primero. El interés en promover la migración no era
sólo de las personas concretas, sus amigos, sus parientes o los agentes de
emigración. Era también ahora de los gobiernos. Para los gobiernos italiano
y argentino la inmigración aparecía como una necesidad y para este último,
a la vez, como un gran instrumento propagandístico.
Veamos primero la posición argentina. La necesidad de reclutar masas
de inmigrantes aparecía aquí vinculada a las enormes expectativas que
existían acerca del crecimiento de la Argentina de la posguerra, dados los
altos precios de las materias primas y los planes de expansión acelerada
que el gobierno peronista proponía y que se plasmarían en las ambiciosas
metas del Primer Plan Quinquenal. Para ello se necesitaba mano de obra,
que no podía ser obtenida internamente y las políticas de incentivación
de la natalidad, en el mejor de los casos, podían dar una respuesta sólo
en el largo plazo.
El gobierno peronista, pensando que existía una ilimitada oferta de mano
de obra en la Europa en ruinas, creía que podía darse el lujo no sólo de
seleccionar de dónde sino quiénes venían. Esperaba cumplir sus objetivos
cuantitativos seleccionando según criterios y categorías que eran a la vez
“étnicas, ideológicas, morales, profesionales, económicas, intelectuales y
físicas”.16
En sus definiciones, el régimen peronista instaurado en 1946 deseaba
inmigrantes mediterráneos, católicos, de segura fe anticomunista y que
fuesen o agricultores o técnicos. En este último punto se combinaban mitos
antiguos, como aquellos que veían en el agricultor un tipo de migrante de
mejores hábitos morales y menos conflictivo socialmente, con las necesi-
dades de un desarrollo industrial acelerado para el cual se necesitaban
personas con habilidades técnicas que iban desde los obreros especializados
hasta lo que llamaba “sabios y pequeños sabios”, es decir, profesionales y

16. agn, Secretaría Técnica (st), 395, 1948.


De 1945 hasta el presente 393

científicos. La aspiración a traer migrantes del Mediterráneo, o sea italia-


nos y españoles, no era ninguna novedad. Ya vimos cómo desde principios
del siglo xx las clases dirigentes argentinas se orientaban a preferir las
migraciones del Mediterráneo, consideradas más fácilmente asimilables
a la sociedad local que otras. En ese sentido la consigna bajo la cual el
gobierno peronista impulsaba una nueva apertura inmigratoria, “selección
y encauzamiento”, no era una ruptura sino más bien una profundización
de las propuestas precedentes.
Ciertamente, más allá de esos objetivos generales, las políticas del pe-
ronismo fueron contradictorias en muchos aspectos y por variadas razo-
nes. Una era desde luego que el peronismo era un movimiento demasiado
heterogéneo como para presentar posiciones uniformes. No había siempre
consenso sobre qué tipo de inmigrante promover, con qué calificaciones,
de qué origen. En cualquier caso, si en algo había cierta unanimidad era
en que los italianos y los españoles estaban entre los preferidos, en los
discursos y en las prácticas. En general, en la a veces minuciosa revisación
de los antecedentes y de las personas que se hacía en Buenos Aires en el
momento del desembarco, los italianos no estaban entre los grupos aus-
cultados con lupa y la decisión final quedaba en manos de las jerarquías
de la Dirección de Migraciones. Por el contrario, eran considerados casos
de rutina cuyos papeles eran controlados por funcionarios menores y, en
general, existían muy pocos rechazos.
Por otra parte, esa política pro migratoria argentina se llevaba a cabo sin
modificar al principio el marco de restricciones de distinto tipo que se habían
implementado durante entreguerras. El cuadro jurídico seguiría siendo ini-
cialmente el mismo, no habría nuevas normas legislativas y existiría conti-
nuidad en las prácticas administrativas y en los funcionarios encargados de
aplicarlas. Incluso se utilizaban los mismos formularios y en ellos constaban
las referencias a la ley de 1876 y al reglamento de 1923.17 Sucesivamente
irían apareciendo las novedades: el gobierno argentino reduciría los derechos
consulares para muchos inmigrantes, liberaría la inmigración para personas
en cualquier grado de parentesco con residentes extranjeros en el país (lo
que desde luego beneficiaba a los italianos) y autorizaría a empresarios o
particulares a traer inmigrantes con contratos de llamada, en una gama
tan amplia de profesiones que prácticamente no había restricciones.18 El
gobierno promovía a su vez, poco tiempo después, la reforma de la ley de
inmigración de 1876, buscando establecer como requisito para admitir el
ingreso la instalación del inmigrante en determinadas zonas del país por
un período mínimo, lo que era contrario a la Constitución nacional, como
afirmaba la Delegación Argentina para la Inmigrazión en Europa (daie).19

17. Argentina, Archivo Dirección de Migraciones, Partes Consulares, 1947 (septiembre)


y 1948 (julio).
18. Decreto 14.882, 29 de mayo de 1947.
19. agn, st, Presidencia de Perón, 548, 2.
394 Fernando Devoto

Sin embargo, el nuevo proyecto de ley, al igual que el de 1923, no sería


sancionado ni debatido en el Parlamento. En cambio, se dictaba un decreto
que hacía responsables a los empresarios y albergueros de verificar que la
documentación de los extranjeros estuviese en regla para darles trabajo o
alojamiento. Finalmente, en 1950, se introducía el requisito de saber leer
y escribir.20
Como se ve, las políticas pro migratorias del peronismo estaban domi-
nadas por estrategias e instrumentos contradictorios dentro de una línea
general pro migratoria pero selectiva. Por lo demás, más allá de normas e
instituciones, toda la política estaba muy condicionada por las prácticas
concretas que la gestionaban y en las que existían niveles elevados de co-
rrupción administrativa.21 Éstas eran en parte idiosincrásicas y en parte
resultado inevitable de la combinación de presión migratoria y marcos
administrativos contradictorios, enmarañados y obstaculizadores.
Más allá de las continuidades entre la década de 1930 y la peronista,
algo que cambiaba sustancialmente era el marco institucional que debía
gestionar esas políticas. Se crearon nuevos organismos encargados del pro-
blema migratorio que hacían más compleja la maraña administrativa, del
cual el más importante fue la daie. Fundada en diciembre de 1946, estaba
encargada de reclutar inmigrantes por sí o a través de acuerdos con países
extranjeros. Estos inmigrantes debían ser españoles o italianos, católicos y
preferentemente solteros.22 Para ello se le otorgaban fondos para pagar los
pasajes marítimos de los inmigrantes que reuniesen los requisitos exigi-
dos. Para poner en práctica sus proyectos, la daie debía tramitar acuerdos
con países extranjeros (España e Italia). En esa política de multiplicar los
entes destinados a promover y dirigir la emigración, el peronismo creaba
asimismo otra Comisión de Recepción y Encauzamiento de Inmigrantes
(crei) que al igual que la primera dependía del Instituto Argentino para
la Promoción del Intercambio (iapi), estructura todopoderosa destinada a
orientar la política económica presidida por el auténtico hombre fuerte de
la economía y las finanzas de la primera época peronista: Miguel Miranda.
Las funciones de la crei eran en cierto modo complementarias de las de la
daie, es decir, ocuparse de la “radicación y asentamiento” de los inmigrantes
una vez llegados a la Argentina.23 Se creaba así una estructura paralela a
la antigua (cónsules, Dirección de Migraciones) que en parte vaciaba (pero
no suprimía) las competencias de ésta.
La daie se instaló en forma permanente en Roma para negociar los
acuerdos, en primer lugar con Italia, y reclutar allí inmigrantes entre

20. C. Biernat, “La inmigración...”, pp. 91-92.


21. F. Devoto, “El revés de la trama: políticas migratorias y prácticas administrativas en
la Argentina (1919-1949)”, Desarrollo Económico, 162, 2001, pp. 281-304.
22. agn, st, Presidencia de Perón, Comisión de Defensa Nacional, 6.
23. C. Biernat, “La inmigración...”, pp. 108 ss.
De 1945 hasta el presente 395

los peninsulares, los agricultores y también entre personas desplazadas,


prófugos y aun criminales de guerra que se encontraban en los campos
de refugiados en la península de donde se buscaba pescar a los “sabios y
pequeños sabios” que potenciaran el capital técnico de la Argentina. En
este último caso estaban de acuerdo tanto el gobierno italiano, deseoso de
liberarse de los mismos, como el Vaticano, deseoso de protegerlos.24 Estas
ambiciones de capturar migrantes con altas capacitaciones tecnológicas y
profesionales tenían el límite del acceso a ciertas profesiones liberales que
se habían establecido en la entreguerras. Aunque en algunos casos se fle-
xibilizaron, en aquellas más tradicionales las restricciones continuaron.
Los nuevos gobiernos italianos posteriores a la caída del fascismo y
en general la opinión pública peninsular estaban igualmente interesados
en  promover o apoyar una vez más la migración de sus habitantes y lo
hicieron porque la libertad de emigrar era considerada una de las tantas
libertades esenciales de las personas que el fascismo había conculcado.
Para establecer una discontinuidad con el régimen derrumbado, eran
abandonados los obstáculos que había puesto el fascismo como parte de
su política de potencia. En ese nuevo contexto, las resistencias a ese clima
pro migratorio eran muy pocas en un primer momento. Las que emergerían
poco después estaban ligadas a los ambientes sindicales de la izquierda
italiana, en especial la Confederazione Generale Italiana di Lavoratori (cgil),
que proponía como alternativa emplear la mano de obra en un desarrollo
económico acelerado de Italia. Desde luego esa solución no estaba disponible
en el corto plazo, y aun en esos ambientes muchos tenían que admitir que
la emigración era un mal necesario, aunque requerían que fuese tutelada
del mayor modo posible.
Para los gobiernos peninsulares y para todos aquellos que veían en la
emigración una de las vías de salida de la situación italiana, ésta podía
resolver rápidamente distintos problemas. En primer lugar, la elevada des-
ocupación que la destrucción bélica y la desorganización de la vida econó-
mica habían producido. Así, una vez más, la emigración volvía a ocupar el
antiguo papel de “válvula de seguridad”, es decir, prevenir la conflictividad
social. En segundo lugar, el gobierno italiano apuntaba a paliar la caren-
cia de divisas fuertes, el también antiguo tema de la balanza de pagos,
con las remesas de los inmigrantes. Por ejemplo, en las negociaciones del
tratado migratorio con Francia, Italia solicitó de acuerdo con los intereses
de aquélla –a la que tampoco le sobraban divisas– que los ahorros de los
inmigrantes en vez de ser enviados por éstos a sus familias fuesen depo-
sitados en una cuenta abierta en el Banco de Francia. Allí servirían para

24. R. Ambasciata d’Italia presso la Santa Sede a la Direzione Generale Affari Politici,
Ministero degli Affari Esteri, Telespresso Nº 3536/177, 7 de diciembre de 1946, en asmae,
Affari Politico, Argentina, b. 3 (1946). Fascicolo 9. Emigrazione Italiana in Argentina,
posizione 89/1.
396 Fernando Devoto

compras de Italia en ese país así como para pagar parte de las deudas de
guerra a la nación gala.25 Pero hubo aun más, incluso, en las negociaciones
con Bélgica precedentes a aquellas con Francia: Italia había exigido como
contrapartida el envío de 250 kilos de carbón por día y por inmigrante y,
en aquellas posteriores con la Argentina, el envío de trigo.
El clima de la posguerra influía asimismo de otra manera. Aunque ya
desde mucho antes habían existido acuerdos entre naciones, poco a poco se
había generalizado la idea, en el concierto internacional, de que las migra-
ciones debían ser reguladas de algún modo por los Estados involucrados.
Ello orientará decididamente a la gran mayoría de los países a buscar firmar
acuerdos bilaterales. Ese creciente papel del Estado sobre las migraciones
internacionales era parte de un proceso más amplio de intervención en los
distintos aspectos de la vida económica y social de cada país. El Estado
social, en transición hacia el Estado de bienestar, parecía imponer la ne-
cesidad de tutelar los derechos de los ciudadanos más allá de las propias
fronteras y, en los países de recepción, seleccionar y a la vez delimitar los
derechos de los inmigrantes en relación con aquellos de que gozaban sus
ciudadanos. El control era así la contracara de la protección.
En ese contexto, los gobiernos italiano y argentino se orientaron a fir-
mar, con objetivos distintos, tratados con diversas naciones. Los italianos
rápidamente iniciarían negociaciones para firmar acuerdos especiales de
migración con distintos países en el cuadro de esas nuevas estrategias.
Pronto se iniciaron tratativas con Bélgica y Francia –países que, aunque
afectados también por la guerra, tenían una carencia estructural de mano
de obra dado su comportamiento demográfico y cuyos aparatos producti-
vos (en especial en Francia) habían sufrido menos las consecuencias del
conflicto– e inmediatamente después con la Argentina. Las iniciativas del
gobierno italiano también estaban condicionadas por el cuadro interna-
cional existente en la posguerra.
Pese a la voluntad de las personas de emigrar y del gobierno italiano
de impulsar a que lo hicieran, como vimos, las cosas no eran tan sencillas
en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial como lo habían sido
en los de principios de siglo. Ahora existían muchas trabas legales que se
habían ido construyendo en los años de entreguerras y además, en algunos
lugares, la situación no era mejor que en Italia.
¿Cuáles eran entonces las posibilidades existentes para canalizar flujos
migratorios italianos consistentes hacia el exterior? De los viejos destinos
dos aparecían por varias razones en un lugar privilegiado: Francia y la Ar-
gentina. En primer lugar por exclusión. El otro gran destino posible, Estados
Unidos, seguía bastante cerrado por sus restrictivas políticas migratorias,
por lo que los italianos arribados en esos primeros años posteriores a la
guerra serían poco numerosos. Australia, Canadá, Venezuela y Alemania no

25. Francia, Centre des Archives Contemporaines (cac), Ministère du Travail et de la


S.S., Note Relative à l’Immigration Italienne, 30 de octubre de 1946.
De 1945 hasta el presente 397

estaban disponibles todavía y habrá que esperar algunos años para que la
reconstrucción bélica en un caso y el incremento de los lazos y de los flujos
de información en los otros los convirtiesen en destinos cuantitativamente
significativos. Ciertamente existía otro destino que sería el más relevante de
todos en esos años de la posguerra, Suiza, pero aquí, más allá del tope de
absorción posible de ese país, las condiciones de los italianos inmigrantes
eran y serían bastante más difíciles, entre otras cosas por las políticas de la
Confederación Helvética, tendientes a considerar a los inmigrantes apenas
como transitorios huéspedes a los que se les obstaculizaban las vías de la
integración y la incorporación plena a la nueva sociedad.
Todo ello nos lleva al segundo motivo de la preferencia por Francia y
la Argentina: la tradición. En estos dos países existían viejos flujos migra-
torios y densas comunidades de italianos bien instalados y políticas asi-
milacionistas comparables. Finalmente la preferencia a orientar los flujos
hacia esos dos destinos estaba ligada a que los gobiernos de la Argentina
y de Francia deseaban a los inmigrantes italianos antes que a aquellos
procedentes de otros orígenes. Es decir que existía hacia los italianos un
prejuicio positivo.26
Ante las dos alternativas, los gobiernos de coalición italianos posteriores
a la guerra estaban divididos, al igual que otras instituciones o los medios
periodísticos, acerca de a cuál de los dos destinos era preferible dirigir a los
emigrantes. La izquierda y los sindicatos preferían el destino francés, visto
como más compatible ideológicamente, ya que en el gobierno galo estaban
presentes socialistas y comunistas, al igual que en las organizaciones
sindicales. El mundo católico (y el Vaticano), la Democracia Cristiana y la
derecha en general preferían la Argentina peronista, vista como más católica
y conservadora, con sindicatos no clasistas y por ende menos “peligrosa” en
su influencia sobre los trabajadores emigrados.27 Esa polémica se proyectaba
en la prensa peninsular. Alternativamente aparecían comentarios hostiles
acerca de la situación de los inmigrantes italianos en Francia o acerca de
las sospechosas características del gobierno peronista y sus propósitos
de realizar selecciones étnicas o raciales. Aquellos que criticaban la emi-
gración en Francia defendían aquella hacia América Latina, en especial la
Argentina, y viceversa.28 En cualquier caso, más allá de esas discusiones, la

26. F. Devoto, “Las políticas migratorias de Francia y Argentina en el largo plazo”, Estu-
dios Migratorios Latinoamericanos, 53, 2004, pp. 121-154.
27. C. Biernat, “Migrantes, refugiados y fugitivos: las ambiguas políticas migratorias del
primer peronismo” (1946-1955)”, en “Les politiques publiques face au problème migratoire”,
Exils et migrations iberiques, Nº 7, ceric-Universidad de París; F. Devoto, “Inmigrantes,
refugiados, criminales en la vía italiana hacia la Argentina en la segunda posguerra”,
Ciclos, vol. x, Nº 19, 2000, pp. 151-176. Véase también, en especial sobre el interés del
Vaticano en América del Sur y la Argentina, Présidence du Conseil, S.D.E.C.E, Les problè-
mes généraux de l’émigration, 24 de diciembre de 1947 en Francia, cac 770623-0071.
28. Résumé des Propositions faites par les délégations françaises et italiennes en vue des
negotiations de Paris, 1948, en cac 770623-0071, y M. Georges Balay a M. le Ministre
398 Fernando Devoto

Argentina volvía a aparecer como un destino privilegiado entre los posibles.


Retornaban una vez más los mitos platenses, desde la “Australia italiana”
a las propuestas de los “liberistas” de principios de siglo xx.
El interés de la Argentina y de Italia de promover una rápida migración
de peninsulares encontró, sin embargo, diferentes obstáculos, pese a que
todas las condiciones eran favorables. Los primeros concernían al acuerdo
entre los dos Estados. Las negociaciones entre la daie y el gobierno italiano
fueron lentas, difíciles y con rigideces de ambas partes. Del lado italia-
no estaban motivadas tanto por razones de prestigio (una antigua “potencia”
que negociaba con una república sudamericana) como por la necesidad de
no dar flancos a la oposición, muy atenta a registrar las concesiones que se
hacían hacia un país además poco estimado por su imagen internacional.
Del lado argentino, residían en la percepción de una posición de fortale-
za debida a varias razones. Algunas se vinculaban con su evaluación de la
situación migratoria: la idea de que en el cuadro de la posguerra europea
existía un flujo potencial ilimitado de emigrantes y a que en ese contexto se
colocaba la necesidad de Italia de hacer emigrar a una parte de la población.
Más importantes eran aquellas vinculadas a la percepción de la situación
económica de Italia. Los negociadores argentinos tenían en claro las necesi-
dades de aquel país de alcanzar un acuerdo comercial paralelamente a un
acuerdo sobre migración. Así, en el momento más álgido de las tratativas, el
encargado de negocios de Italia, Giovanni Fornari, reportó a su gobierno que
Miguel Miranda, ante una solicitud suya de la concesión de un crédito de la
Argentina para la compra de 100 mil toneladas de trigo, le había afirmado
que ese pedido y otras ulteriores concesiones podían llegar a buen puerto
sólo si las tratativas en materia de emigración arribaban a buen fin.29
Las condiciones requeridas por la Argentina, en el cuadro de los linea-
mientos de su política migratoria ya descriptos, eran en varios puntos
difíciles de digerir para el gobierno italiano. Por ejemplo, su aspiración era
seleccionar inmigrantes solteros, que procedieran de “al norte de Roma”.
Aunque se argumentaba que lo que la Argentina necesitaba eran obreros
y técnicos, muy poco numerosos en el Mezzogiorno, la solicitud no dejaba
de reflejar antiguos prejuicios. Asimismo, la Argentina quería intervenir
directamente en la selección de los candidatos en la misma Italia y realizar
el control sanitario por intermedio de médicos argentinos que actuasen
juntamente con los profesionales peninsulares. Finalmente –y esto era
bastante sensato ya que era la Argentina la que sugería financiar los pa-
sajes mediante la concesión de un anticipo total o parcial, reembolsable
luego por el mismo migrante–, defendía que fuesen trasladados en naves
de bandera argentina. Había en ello distintas razones: fomentar la marina

des Affaires Etrangères, 11 de abril de 1947, que transmite la sospecha de que algún
órgano de prensa (Nuovo Giornale d’Italia) había recibido incluso fondos de la delegación
argentina.
29. L. Capuzzi, op. cit., p. 61.
De 1945 hasta el presente 399

mercante nacional era una. Otra era promover a una empresa (Dodero) con
la que el gobierno tenía una estrecha alianza, de la que no estaba exento
un conjunto de favores de distinto tipo que ésta había hecho a los líderes
del partido gobernante.
La delegación italiana, por su parte, insistía en que la selección de los
migrantes se realizase en toda Italia, en que el transporte fuese realizado en
naves de cualquier bandera de las compañías autorizadas en la península
al transporte de emigrantes (pero detrás de ello se escondía el propósito de
que las empresas italianas tuviesen la mayor cuota, vistos los antecedentes
en el tráfico entre Italia y la Argentina) y finalmente insistía en el tema del
contrato de trabajo. Éste era un punto muy importante para el ministerio
respectivo y para los delegados sindicales en tanto parte de una orientación
general de la nueva Italia republicana, tanto que pronto lo establecería la
nueva Constitución italiana sancionada en 1948. La República, a la vez que
reconocía la libertad de emigración, asumía la tutela del trabajo italiano
en el exterior (art. 35). Así, la delegación italiana quería que el contrato
se firmase antes de la partida y que sus cláusulas garantizasen la mayor
cantidad de derechos a los migrantes italianos.30 La Argentina, por su
parte, no quería tomar compromisos de ese tipo que interferían sobre el
mundo laboral en su territorio y proponía dar simplemente informaciones
generales a los futuros migrantes acerca de las condiciones de trabajo, los
lugares y los salarios pero aspiraba a que el contrato respectivo se firmase
en la Argentina.
Las necesidades de ambos países –y aquí era relevante para Italia el tema
económico aludido acerca de lo cual presionaban los representantes del
Ministero degli Affari Esteri y para la Argentina establecer una política de
buena colaboración diplomática con aquel país, en vista entre otras cosas
de la hostilidad estadounidense–, aunadas a una presión en aumento de
la opinión pública y de los candidatos anotados en las listas para emigrar
y una cierta influencia de la Iglesia Católica en favor de un pronto acuerdo
destrabaron las negociaciones. Se firmó así un primer tratado entre las
delegaciones de Italia (integrada por representantes de los ministerios de
Relaciones Exteriores y de Trabajo y de la cgil) y la Argentina (la daie) en
febrero de 1947. Los créditos para la compra de trigo argentino se pusieron
en marcha y el exitoso viaje de Eva Perón a Italia, en junio de 1947, en el
que las muchas manifestaciones espontáneas de entusiasmo no fueron
opacadas por alguna contramanifestación impulsada en Roma por los
comunistas, rubricó las buenas relaciones entre ambos países.
El tratado firmado eludía los temas más conflictivos, dejándolos en tér-
minos imprecisos o para ser resueltos más adelante. Establecía reclutar
inmigrantes a partir de listas que se compilaban en las oficinas italianas de
acuerdo con las necesidades solicitadas por la Argentina. Los dos países se

30. G. Rosoli, “La politica migratoria ítalo-argentina nell’inmediato dopoguerra (1946-


1949)”, en G. Rosoli (a cura di), Identità degli Italiani..., pp. 343-375.
400 Fernando Devoto

encargaban de financiar el transporte –Italia el terrestre hasta el puerto de


salida y la Argentina el marítimo–. Éste sería anticipado en todo o en parte
(a través del iapi) y luego reembolsado en meses sucesivos por los mismos
inmigrantes. Asimismo, el acuerdo establecía garantías a los trabajadores,
sin mencionar explícitamente el tema del contrato. La Argentina admitía
observadores italianos para que controlaran la aplicación de los contratos
de trabajo y se establecía que los migrantes perdían sus derechos si antes
de los dos años retornaban a Italia o simplemente dejaban de cumplir con
las tareas establecidas en los contratos que firmasen. Curiosamente (o no)
el tratado dejaba en una plena ambigüedad el tema más importante para los
mismos migrantes y no para los dirigentes políticos o sindicales: la regulación
de las remesas, en especial el tipo de cambio al que podrían hacerse.31
Unos meses después, en abril, se firmó una convención sanitaria que
complementaba el tratado estableciendo que sería el médico comunal el
que realizaría la primera revisación del candidato y luego serían médicos
argentinos de la daie los que la supervisarían en los puertos de embarque.
Poco después (en octubre) se firmó un acuerdo comercial entre los dos
países en el que se incluía un capítulo sobre migraciones. En él se seña-
laba que Italia había favorecido la emigración de obreros y técnicos a los
cuales habría provisto de cursos de capacitación para que se adaptasen
a los requisitos del mercado laboral argentino. Los resultados del primer
acuerdo, pese a las expectativas, fueron magros; el primer contingente
partió recién en junio de 1947 y, pese al recibimiento triunfal en Buenos
Aires, todo el proceso estuvo plagado de irregularidades y de quejas de los
propios migrantes y de los grupos políticos de oposición a ambos gobiernos.
Personas cuya capacidad laboral no correspondía a lo declarado, otras que
tenían una situación comprometida con el Estado italiano (ex fascistas),
desilusión de los inmigrantes mal informados acerca de las condiciones del
trabajo y los salarios, fueron algunos de los problemas. Como resultado de
todo ello, uno de los jefes de la daie en Roma, el padre José Silva, renunció
y el otro, Adolfo Scilingo, fue exonerado.
Recién en enero de 1948 se firmaría el acuerdo definitivo que buscaba
dar vida a los precedentes. Los temas en debate fueron casi los mismos de
los de la primera tratativa y los resultados siguieron siendo ambiguos. En
el nuevo acuerdo se sintetizaban varios de los puntos establecidos en los
convenios precedentes y se agregaban nuevas disposiciones. La principal
modificación a favor de los inmigrantes concernía a que ahora el gobierno
argentino se hacía cargo del costo del pasaje. En el nuevo tratado los poderes
de control del lado argentino pasaban de la daie a los cónsules, mientras se
contemplaba que cinco observadores italianos serían enviados a la Argentina
con status diplomático para vigilar el cumplimiento del acuerdo, en especial
en lo relacionado con el contrato de trabajo. El nuevo tratado sancionaba
además la distinción entre dos categorías: la de migrantes “beneficiados”

31. G. Rosoli, “La política migratoria...”, p. 367.


De 1945 hasta el presente 401

y la de migrantes “no beneficiados”. Es decir, los que venían a través del


acuerdo y los que lo hacían independientemente, a través de un acto de
llamada de amigos o parientes. Al migrante beneficiado se le aseguraban el
pago del pasaje y los gastos iniciales de estadía, cursos de capacitación y
un cupo de remesas, pero nuevamente sin definir el punto crucial del tipo
de cambio. Finalmente, el tratado también daba algunas nuevas ventajas
a los inmigrantes “no beneficiados” al favorecer los procesos de reagrupa-
miento familiar a través de la llegada de la parentela.
Los resultados del nuevo acuerdo no fueron tanto mejores que los del
primero. A su modo exhiben que las políticas públicas tienen enormes lí-
mites para regular un fenómeno tan complejo como las migraciones y que
los migrantes prefieren confiar en las redes sociales primarias antes que en
complejas e ineficaces maquinarias burocráticas. Pese a las ventajas que
podían derivarse de la condición de beneficiado, los inmigrantes preferían
utilizar otros mecanismos.
Haciendo un balance, lo que hay de nuevo en ese mundo de la posguerra,
desde una perspectiva general y en parte formal, es la decidida intervención
de los Estados italiano y argentino en la voluntad de promover y controlar
los flujos migratorios. Ello generaba situaciones nuevas que producían la
superposición de distintos mecanismos migratorios. El primero era aquel
que derivaba de las relaciones interpersonales entre viejos inmigrados y
sus parientes y amigos en Italia, deseosos de encontrar una oportunidad
en el exterior. Es decir, las vías informales, las “cadenas migratorias”, que
habían sido el mecanismo ampliamente dominante en la migración penin-
sular en el pasado. En algunos casos se trataba de cadenas muy antiguas
que persistían intermitentemente a lo largo de décadas. Por ejemplo, un
grupo de migrantes de Acerno en la provincia de Salerno, cuyos pioneros
habían arribado en 1878 a Tucumán, se reactivó en la posguerra.32 Las
vías provistas por las cadenas adquirían además nuevo vigor, ya que en
el nuevo cuadro legal eran decisivas para cumplir los requisitos para el
acceso fijados por el gobierno argentino, ya desde los años 30, en especial
el requisito del contrato de trabajo. Éste en muchos casos era fraguado
por un conocido en la Argentina que indicaba la disponibilidad para acep-
tar al futuro inmigrante como trabajador en su empresa o solicitaba a su
empleador un contrato proforma para su pariente o amigo.
La persistencia del peso relativo de los distintos flujos regionales y aun
provinciales, si se los compara con la situación existente en los años 20,
sugiere que, más allá del veintenio en el que la migración italiana casi se
extinguió, no lo hicieron los vínculos entre los inmigrados en la Argentina
y los parientes y amigos que permanecieron en Italia. Al menos esos la-
zos sirvieron para brindar información acerca de las oportunidades y las

32. A. Villecco y M.E. Curia de Villecco, “Los acerneses en Tucumán. Un caso de cadena
migratoria”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 8, 1988, pp. 83-101.
402 Fernando Devoto

posibilidades existentes en la Argentina a los que, luego de la Segunda


Guerra Mundial, deseaban emigrar. Basados en esos vínculos antiguos,
a menudo, o en otros nuevos (amigos de amigos), los italianos volvieron a
arribar a la Argentina.
El segundo mecanismo era el de aquellos que se aventuraban a la
Argentina a través de las estructuras estatales italianas y argentinas que
hemos descripto precedentemente. Es decir, mecanismos formales, públicos
y estatales, aunque para utilizarlos también era necesario el apoyo de pa-
rientes, amigos y conocidos. Por ejemplo, para llenar el numeroso papeleo
burocrático se requerían las recomendaciones, por caso para atestiguar la
honorabilidad de la persona o su “segura fe anticomunista”. Para ello servían
a veces recomendaciones de dirigentes de partidos políticos, en especial la
Democracia Cristiana, o de miembros de la Iglesia Católica.
El tercer mecanismo, a mitad de camino entre los dos primeros, era
el de aquellos que eran reclutados por empresarios italianos (en general
con distintos tipos de problemas en Italia ligados a su adhesión o aquies-
cencia ante el fascismo) que buscaban ahora desarrollar sus actividades
empresariales en la Argentina en un ambiente menos hostil. Ese recluta-
miento involucraba desde cuadros medios de empresas y técnicos hasta
incluso obreros. Informal en el reclutamiento, esta vía era formal en los
mecanismos que utilizaba para trasladarse. Como ha señalado Federica
Bertagna, no se trataba siempre ni necesariamente de que hubiesen sido
fascistas militantes; podían haber sido también simpatizantes pasivos o
personas que se habían beneficiado en su carrera a través de relaciones o
amistades con funcionarios del régimen o personas o jefes de personal o
capataces que habían impuesto ritmos de trabajo y de producción juzga-
dos excesivamente elevados o incluso obreros considerados “indeseables”
por sus compañeros.33 También, incluso, podía haber personas que sim-
plemente hubieran tenido el carné del Partito Nazionale Fascista y otras
organizaciones conexas, situación muy común cuando la afiliación se
hizo bastante compulsiva en la década de 1930 y llegó a haber más de 27
millones de afiliados, equivalentes a 61% de las personas mayores de seis
años habitantes en Italia.34 Aunque las indicaciones eran precisas acerca
de las depuraciones de jerarcas, cuadros directivos del partido, squadristi
colaboracionistas de los alemanes y republicanos de Saló, existían más
allá de ellos muchas zonas grises que si bien no daban lugar a juicios o
cesantías, no dejaban de generar ambientes hostiles que favorecían la
decisión de emigrar.
Lo cierto es que las personas comprometidas con el régimen caído,
otras más procedentes de aquellas zonas grises y seguramente también
otras que sin vínculos de ningún tipo con el fascismo, buscaban un mejor
horizonte laboral, se enrolaron en esas empresas colectivas que decidieron

33. F. Bertagna, La patria di riserva..., p. 146.


34. E. Gentile, Fascismo: historia e interpretación, Madrid, Alianza, 2004, p. 187.
De 1945 hasta el presente 403

instalarse en la Argentina. Ello era posible por las facilidades que daba el
peronismo para ese tipo de iniciativas en el contexto de aquella aspiración
a reclutar dirigentes y técnicos para sus proyectos de desarrollo industrial.
Ya el acuerdo ítalo-argentino de 1947 preveía otorgar facilidades para la
emigración de cooperativas u otros núcleos de trabajadores. Asimismo, en
1948, en el marco de la crei se creó un organismo específico, la Comisión
Nacional de Radicación de Industrias (conri), que debía ocuparse de ese
tema otorgando distintos tipos de facilidades, desde los permisos para los
trabajadores reclutados en el marco de ese proyecto hasta las facilidades
aduaneras para la importación de maquinarias y equipos. Los italianos se
llevaron la parte del león en estos proyectos y ya en 1948 obtuvieron 59
de las 71 concesiones otorgadas y al año siguiente consiguieron ochenta
autorizaciones. Las empresas trasplantadas en este último año trajeron
veinticuatro mil trabajadores, equivalentes a alrededor del 25% de todos
los inmigrantes italianos llegados en 1949.35
El cuarto mecanismo, algo más tardío, consistía en los programas
migratorios promovidos por organismos internacionales que incluían di-
ferentes países y que volvían a exhibir esa voluntad de los gobiernos de
influir decididamente en la tutela y la regulación de los flujos migratorios.
El Comité Intergubernamental para las Migraciones Internacionales (cime)
es el mejor ejemplo de ello. Creado para tutelar pero también para aumentar
las migraciones europeas (incluidos refugiados y prófugos), trataba de ayu-
dar al transporte de los potenciales emigrantes que no reuniesen el dinero
suficiente para el viaje y brindar los servicios necesarios para su adecuada
inserción en los países de destino. La Argentina firmó un acuerdo con el
cime en 1953, cuyos objetivos principales eran asegurar la reunificación
de los inmigrados y sus familias y promover la migración de agricultores
hacia áreas de colonización específicamente preparadas para ello.36
Los resultados de las migraciones a través del cime fueron bastante me-
nores que las expectativas que se habían creado, aunque su peso relativo
fue aumentando a medida que descendía el interés de los italianos hacia
la Argentina como destino migratorio. En 1956 casi todos los inmigrantes
arribados lo hicieron a través del cime y en los tres años siguientes ese
porcentaje osciló en torno del 80% del total. Claro está que ese total había
descendido abruptamente. Las iniciativas realizadas a través del cime fueron
exitosas en el proceso de ayudar a los procesos de reunificación familiar
(la gran mayoría de los arribados por ese medio venían en esa condición),
pero no lo fueron en cuanto a promover un incremento de las migraciones
italianas ni en proponer nuevos emprendimientos agrícolas.

35. F. Bertagna, La patria di riserva..., p. 145.


36. M.I. Barbero y C. Cacopardo, “L’emigrazione europea in Argentina nel secondo dopo-
guerra: vecchi miti e nuove condizioni”, en G. Rosoli (a cura di), Identità degli Italiani...,
p. 292.
404 Fernando Devoto

Lamentablemente no disponemos de datos totalmente confiables para


poder precisar el peso relativo de los distintos mecanismos migratorios en
la emigración en la segunda posguerra. Por otra parte, la división propuesta
(mecanismos informales, formales y mixtos) es esquemática y sólo busca
ordenar conceptualmente una realidad migratoria que se había vuelto mu-
cho más compleja. Por poner un ejemplo, muchos de los que venían por
las vías informales también podían utilizar los instrumentos estatales, en
especial los pasajes subsidiados. En este sentido, los cálculos que señalan
que sólo 5% de los inmigrantes se encontraban entre los “beneficiados” pa-
recen demasiado bajos, omiten seguramente los casos ambiguos y necesitan
ulteriores comprobaciones.37 En cualquier caso, más allá de la ausencia de
fuentes confiables para ponderar exactamente los distintos mecanismos,
podemos hacer algunas observaciones seguras. Toda la evidencia muestra
que los mecanismos informales, y dentro de ellos las cadenas migratorias,
siguieron siendo ampliamente los más importantes y que, entre los forma-
les, aquellos que concernían a las empresas trasplantadas fueron los que
involucraron, ampliamente, el mayor número de personas.

Las migraciones se estancan,


las relaciones económicas florecen

Los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial exhibieron


un doble movimiento paralelo de sentido contrario. Por un lado la emigra-
ción aumentó con fuerza para disminuir drásticamente en los años 50 y
cesar completamente en los 60. Por el otro, los intercambios comerciales
se incrementaron lentamente en los últimos años 40 y comienzos de los
50 para crecer rápidamente en la segunda mitad de los 50 y primera parte
de los 60. Paralelamente a ese crecimiento del comercio aumentó mucho
la inversión directa italiana en el país y ello se reflejó en que por primera
vez la instalación de empresas peninsulares en la Argentina, movimiento
que había tenido tímidos desarrollos en las épocas precedentes, adquirió
un papel relevante en el tejido industrial argentino.
Desde luego que ese doble movimiento de crecimiento del comercio
bilateral y de inserción empresarial era, al menos en parte, resultado del
nuevo contexto internacional luego de la depresión y el proteccionismo de
los años 30, y en términos globales el comercio internacional crecía en todo
el mundo y también la multinacionalización de las grandes empresas. Por
supuesto que ello no significaba un retorno a las condiciones anteriores
a la Primera Guerra Mundial. Políticas proteccionistas dominaban por
doquier y el desarrollo de los intercambios estaba pautado por acuerdos

37. I.N. Roncelli, “L’emigrazione italiana verso l’America Latina nel secondo dopoguerra
(1945-1960)”, Studi e Ricerche di Geografia, x, 1987, pp. 101-102.
De 1945 hasta el presente 405

específicos entre los gobiernos que indicaban qué sectores serían privilegia-
dos. Dado que lo que casi todos los gobiernos buscaban era que la balanza
comercial fuese equilibrada, ello daba prioridad a algunas importaciones
por sobre otras (y los desequilibrios temporales tendían a compensarse con
créditos recíprocos). Esa situación orientaba a los sectores que obtenían
menos ventajas (o ninguna) a tener que elegir instalarse en el país en el
que quisiesen colocar sus productos. En ese sentido, el aumento de los
intercambios comerciales y de las inversiones directas eran dos caras de
la misma moneda.
Los intercambios entre Italia y la Argentina, signados tempranamente
por los acuerdos aludidos de 1947 y 1952, crecieron entre 1946 y 1954.
Reducidos a su mínima expresión entre 1939 y 1945, ahora retornaban a
los niveles de las décadas de 1910 y 1920. En el período 1946-1954 Italia
representó el 5,4% de todas las exportaciones y el 6,1% de todas las im-
portaciones. En la década siguiente (1955-1964), Italia fue el destino de
10,7% de todas las exportaciones argentinas y de allí procedió el 7,1% de
las importaciones. En valores absolutos (medidos en dólares) ese intercam-
bio creció casi tres veces entre 1955 y 1964. Luego tendió a estabilizarse
o a aumentar mucho más lentamente. Ese papel central de las relaciones
ítalo-argentinas es aun más relevante si se observa el movimiento comercial
de Italia con América Latina o de la Argentina con Europa. En el primer
caso, la Argentina es para Italia el origen de entre 21 y el 38% de sus ex-
portaciones y entre 34 y 53% de sus importaciones. En el segundo, Italia
ocupa el primer lugar tanto entre los países europeos exportadores como
entre los importadores a la Argentina en 1962-1963.38
El saldo de los intercambios comerciales entre los dos países fue, desde
1950, permanentemente favorable para la Argentina (con excepción de
1954).39 Sin embargo esa imagen debe complementarse analizando qué
tipo de cosas vendía Italia y qué tipo de cosas la Argentina. En ese inter-
cambio, las exportaciones de la Argentina a Italia eran productos de origen
agropecuario (trigo, maíz, carne, lana, cuero y aceites) y las que venían
desde la península eran, sobre todo, productos industriales (bienes de ca-
pital e insumos básicos, como máquinas y motores, productos químicos,
tubos metálicos, aluminio). En el primer caso, para el período 1955-1964,
alrededor de 90% eran productos de origen agropecuario en cuyo incre-
mento un peso importante lo desempeñaba el mejoramiento del nivel de
vida italiano que acompañaba el boom económico y que simplemente podía
emblematizarse en el aumento del consumo de carne, que pasara apenas
en cinco años (1959-1964) de 25 a 35 kilos por persona. En el caso de las

38. Comitato della Collettività Italiana per le Acoglienze..., op. cit., pp. 206-207 y 239-
240.
39. Camera di Commercio Italiana nella Repubblica Argentina, 1884-1984, Intercom,
año 7, Nº 73, 1984, p. 20.
406 Fernando Devoto

importaciones desde Italia el rubro máquinas (en especial para los sectores
metalúrgicos, siderúrgicos y mecánicos) para el equipamiento industrial
argentino ocupaba también alrededor de 60% del valor total. Aquí tenían
un peso decisivo las necesidades de las numerosas industrias italianas
instaladas en la Argentina que podían beneficiarse, entre otras cosas, de
los créditos concedidos por el gobierno peninsular para las exportaciones
de bienes de capital.
Desde luego que ello era el resultado también del modelo de desarrollo
que siguió Italia en la segunda posguerra y que la llevaría a convertirse
en un país plenamente industrial y en el que las grandes empresas ya no
lo eran sólo a escala nacional sino también internacional, y por ende sus
necesidades de expansión eran ahora perentorias. Lo que había sido re-
clamado tantas veces en el pasado, esa marcha conjunta del capital y del
trabajo italiano al exterior, no se realizaría nuevamente, aunque en este
caso fuese por la rápida declinación de las migraciones desde la península.
Sin embargo, el hecho de que existiese una fuerte comunidad peninsular
en el país que generaba muchos vínculos con los ambientes de los negocios
y de la política podía favorecer la inserción de las empresas peninsulares.
Como ya vimos en el caso de Pirelli, los contratos públicos podían ser un
gran incentivo para la instalación en el país y los grupos dirigentes italianos
ya instalados podían cumplir eficazmente un papel mediador. Asimismo,
esa comunidad peninsular era un potencial mercado de consumidores que
podían expresar (y expresarían) una tendencia a adquirir bienes italianos
por el hecho de ser italianos, hecho que pesó en esa opción estratégica
hacia la Argentina de tantas empresas y empresarios de Italia.
Las modalidades de inserción de las empresas italianas en la Argentina
fueron múltiples, pero en general fueron incentivadas por las políticas de
protección argentinas del aludido modelo de sustitución de importaciones
que favorecía largamente la producción en el país por sobre la importación
y por los acuerdos sectoriales con el Estado. Pongamos algunos ejemplos
de esos itinerarios. Fiat, como vimos, tenía desde 1923 una empresa de
comercialización de automóviles y camiones. En la segunda posguerra
(1949), las actividades de comercialización y asistencia técnica se ampliarán
al rubro tractores. Sin embargo, recién en 1954 mediante un acuerdo con
las Industrias Aeronáuticas y mecánicas del Estado (iame) (posterior a un
acuerdo de 1952 de asistencia técnica), la empresa instalará la primera
fábrica de producción de tractores en Ferreyra, provincia de Córdoba. La
producción se diversifica en los años siguientes. En 1955 se instala en la
misma provincia una fábrica de grandes motores diésel y al año siguiente
Fiat gana una licitación para la provisión de locomotoras para los Ferro-
carriles Argentinos. El contrato dará lugar a una nueva planta (Materfer)
para la producción de material ferroviario. La instalación de Fiat en la
Argentina se completará en 1959, cuando en el contexto de la amplia
apertura al capital extranjero que tuvo lugar durante la presidencia de
Arturo Frondizi (y uno de cuyos emblemas fue la industria automotriz) se
autorizará la instalación de una nueva planta en el Gran Buenos Aires para
De 1945 hasta el presente 407

la fabricación de automóviles. El Fiat 600, que comenzará a producirse al


año siguiente, será el emblema de la motorización de la Argentina y de la
modernización de las costumbres.
El caso de Fiat aparece entonces como el resultado de distintos factores,
por ejemplo, la estrategia del grupo (y de su presidente Vittorio Valletta) que
iba en lo interno hacia la asociación con el Estado en áreas clave como la
siderurgia (de la cual se comprometía a adquirir un volumen importante
de la empresa estatal Finsider) y en lo externo hacia una temprana inter-
nacionalización. En la elección de la Argentina pesaban desde luego las
potencialidades del mercado pero también, como vimos, los acuerdos con
el Estado y el clima étnico que fue aquí y en otras partes un aspecto que
favoreció la venta de sus productos. La presencia de Fiat en diversos secto-
res, que llegaban en 1964 a contar con alrededor de ocho mil dependientes
en sus distintas plantas, significó asimismo el desembarco de managers
en la Argentina, como Aurelio Peccei y Oberdan Sallustro, profesionales y
técnicos italianos.
Un itinerario paralelo al de Fiat fue el de Olivetti, que tras haber instala-
do en la Argentina una oficina de comercialización, en 1932, que permitió
una penetración de sus productos y una acreditación de la marca, abrirá
en la segunda posguerra (en 1951), en las nuevas condiciones creadas
por la política de sustitución de importaciones, su primera fábrica para la
producción local de máquinas de escribir y calculadoras. También aquí,
como en el caso precedente, la empresa reclutaba en Italia los cuadros
directivos, los ingenieros y los técnicos.40
La presencia de empresas italianas en la Argentina cubrió, desde luego,
otros sectores, como el de la industria de máquinas de precisión (Galileo,
desde 1951), el eléctrico (la sade creada por Vittorio Orsi que entraba en
un sector donde seguía presente la Ítalo), el de la industria farmacéutica
(Lepetit, desde 1947), el del de papel carta fotográfico (Ferrania), el de la
fábrica de fibras sintéticas (sniafa, 1948) o el del máquinas de coser (Necchi,
desde 1949). Los comienzos de estas empresas son diferentes y van desde
la instalación de filiales de empresas italianas a la asociación de capitales
peninsulares con capitales argentinos. Asimismo, según un modelo que
ya vimos en los orígenes del proceso de industrialización, en otros casos
se trató de empresarios industriales o comerciantes importadores locales,
aunque fuesen de nacionalidad italiana, que crearon fábricas a partir de la
adquisición de marcas y patentes de firmas italianas que brindaban a su vez
asistencia técnica.41 Fueron, por ejemplo, los casos de Necchi en el sector de
máquinas de coser o de Ferrania en el de la fabricación de productos para
fotografía y radiografía, o los de Gilera y Zanella en el rubro motocicletas.
El capitalismo de Estado italiano también se hizo presente en la Argentina
(eni, Finmeccanica) bajo distintas formas que en general se resumían en

40. Comitato della Collettività Italiana per la Accoglienze..., op. cit., pp. 110-112.
41. Idem, pp. 100-125.
408 Fernando Devoto

la provisión de máquinas, montaje de plantas o redes de distribución. Su


presencia adquirió relevancia en el marco de las ambiciosas iniciativas del
gobierno desarrollista de Frondizi, con su énfasis en la apertura al capital
extranjero como forma de impulsar aceleradamente las industrias de base.
Concentrado en sectores como el petróleo, el gas o la energía eléctrica, ese
aporte italiano era realizado a través de contratos con el Estado argentino
para los cuales el sector financiero público y privado peninsular brindaba
los créditos necesarios.
Mirada en conjunto, la industria italiana o de origen italiano en la
Argentina de la segunda posguerra ve la superposición de antiguas em-
presas, que sobreviven exitosamente en ese período, con nuevas creadas
por inmigrantes italianos recientes o con firmas peninsulares que deciden
instalarse en el país. Muchas de las antiguas grandes siguen un camino
de prosperidad que ha sido posible sea por una reorientación de su pro-
ducción dentro del ramo específico, sea por las condiciones favorables que
existían en el sector. En el caso de Pirelli, por ejemplo, la empresa creció
mucho en la posguerra, pues mantuvo en funcionamiento cuatro plantas
industriales y expandió paralelamente su sector de cables eléctricos y la
nueva y prometedora producción de neumáticos. Por su parte, el antiguo
grupo italiano de la Compañía General de Fósforos se concentraba en el
sector papelero (Celulosa Argentina, Papelera del Plata, Papelera Argen-
tina) desarrollando ambiciosos proyectos de integración vertical. Aunque
Valdani había cedido las riendas, en el vértice de la empresa (por razones
políticas que luego comentaremos), seguían presentes italianos que lo
habían acompañado desde la entreguerras. Un ejemplo era Francesco
Prati, ingeniero industrial graduado en el Politécnico de Turín, que había
ingresado a la Compañía General de Fósforos en 1919 como director de
los establecimientos fabriles presentado a Valdani por Giovanni Carosio.
En 1930 Prati fue nombrado subgerente de la Compañía Fabril Financiera
y desde 1946 presidente de Celulosa, conservando a la vez su cargo en
Fabril.42 Por su parte, siam Di Tella, de la que hablaremos luego, proseguía
su crecimiento y su diversificación.
Con todo, no se trata sólo ni principalmente de grandes empresas sino
también de otras pequeñas y medianas. Es necesario recordar que, según
el Censo Nacional Económico de la Industria Manufacturera de 1964,
89% de los 143 mil establecimientos tenía entre uno y diez empleados, lo
que los colocaba muy ampliamente en el espacio de la pequeña empresa
familiar, y otro 11% tenía entre 10 y 500, lo que los ubica en el seno de la
pequeña y mediana empresa. Si las más pequeñas daban empleo a 16%
de los trabajadores del sector, las segundas utilizaban 53,1% del total. En
este sentido, la industria argentina de entonces –más allá de que, mirado
desde el punto de vista del valor agregado de la producción industrial,

42. D. Benvenuto, La poética de la industria. Vida y obra de Francisco Prati, Buenos


Aires, Fraterna, 1990.
De 1945 hasta el presente 409

0,2% de los establecimientos considerados grandes producía el 40% de él–


era una realidad de pequeños establecimientos.43 Así, los italianos o sus
descendientes estaban presentes en el sector en grandes números, tanto
entre los propietarios como entre los trabajadores.
En conjunto, las creadas por italianos seguían siendo dominantes en
algunos sectores tradicionales en los que están presentes desde el inicio.
Así, por ejemplo, en el rubro de alimentos y bebidas, viven una nueva
estación floreciente las antiguas firmas como Terrabusi y Canale (bizco-
chos), Manera y Minetti (pastas), Magnasco y De Lorenzi (quesos), Giol y
Furlotti (vinos). El hecho de que se tratase de empresas familiares hacía
que, en la mayoría de los casos, fuesen los descendientes del fundador los
que conservaban el control de la propiedad y la gestión. Sin embargo, su
carácter de “italianidad” es más que discutible. En manos de una segunda,
tercera o cuarta generación de descendientes, podían ser consideradas
plenamente argentinas aun si, como observamos en el capítulo anterior,
muchos estilos podían permanecer más allá de la conciencia de pertenencia
de sus propietarios.
Parcialmente diferente era el panorama en otro sector en el que los
italianos habían sido dominantes, el metalúrgico. Aquí, la mayoría de las
empresas de los pioneros en general no habían sobrevivido y habían tenido
que cerrar sus puertas o habían sido absorbidas por otras más grandes. Sin
embargo, en este sector, un vivero de nuevas pequeñas empresas surgiría
asociado al proceso de sustitución de importaciones. Un ejemplo de ello
será la industria de autopartes, que crecerá al amparo del desarrollo del
parque automotor y de la protección. Sin embargo, junto a ellas también
aparecerán en la posguerra filiales de empresas italianas que buscarán
en la Argentina un campo de posibilidades en un sector en expansión. Es,
por ejemplo, el caso de Corni Argentina (filial de la empresa homónima de
Módena) o de Visargentina (filial de una firma de Voghera).44
Ese ejemplo sugiere una diferencia en el momento industrial de la segunda
posguerra. Si a principios de siglo las empresas de los italianos aparecían
poco articuladas entre sí, ahora existirían tramas productivas o redes de
relaciones entre empresas mucho mayores, de la siderurgia a la de producción
de bienes intermedios hasta la de fabricación de partes para éstos. De este
modo, si muchas de las grandes empresas peninsulares, sea en tanto que
filiales o en tanto que industrias independientes, estaban estrechamente
relacionadas con Italia, que proveía créditos, patentes y maquinarias, a
su vez parecen haber tenido una predilección por absorber productos de
pequeñas firmas creadas por otros peninsulares en la Argentina. En cierto
modo, una red de intercambios vinculaba a ese mundo industrial italiano

43. J.V. Sourrouille, “Apuntes sobre la historia reciente de la industria argentina”, Boletín
Informativo Techint, 217, 1980, pp. 1-41.
44. Guida per gli Italiani in Argentina, Buenos Aires, desa, 1951, pp. 80 y 94.
410 Fernando Devoto

dándole un carácter étnico que no había tenido en el pasado. Desde luego


que esta hipótesis requeriría ulteriores comprobaciones y no es válida para
todos los casos, pero sugiere un cambio de situación al que no eran ajenos
dos factores diferenciales: el mayor interés del gobierno italiano y la mayor
presencia de empresas peninsulares en la Argentina.
A esa presencia de empresas, capitales y tecnología italiana debe sumarse
la de los recursos humanos, entendidos como capacidades profesionales y
técnicas y habilidades de organización y gestión. En este terreno es emble-
mático el caso de Techint y de su fundador Agostino Rocca. Este ingeniero
graduado del Politécnico de Turín había iniciado, en 1921, una carrera como
cuadro técnico de la empresa siderúrgica Dalmine de Bérgamo, pionera en
la península en la fabricación de tubos sin costura. Pronto Rocca llegaría a
ingeniero jefe y desde allí desarrollaría un nuevo interés hacia las formas
de producción, gestión y planificación en las empresas de Estados Unidos,
país que visitaría en 1926. Su carrera continuó como consultor de la Banca
Commerciale Italiana (accionista mayoritario de Dalmine y de otras empresas
del sector metalúrgico), lo que le brindó nuevas experiencias en la gestión
administrativa y financiera de las empresas. Afectada seriamente la gran
industria italiana por la crisis mundial de 1929, el Estado mussoliniano se
hizo cargo en todo o en parte (pero siempre como accionista mayoritario) de
muchas grandes empresas (de la misma Dalmine a la Ansaldo de Génova),
las que fueron reagrupadas bajo la dirección de un nuevo organismo, el
iri, creado en 1933. Rocca pasó entonces en los años 30 a desempeñarse
como manager de Estado ocupando un cargo relevante en él. A la función
de administrador delegado de Dalmine, que conservó, se agregó la de otras
empresas del grupo, señaladamente la Ansaldo de Génova y posteriormente
la de director de Finsider, que reagrupaba las mayores empresas siderúr-
gicas de la península. Desde luego que esas funciones lo colocaban en
estrecho contacto con el régimen fascista y no extrañaría que fuese desde
1934 miembro del Comitato per la Siderurgia Bellica y más aún desde
1939 y 1943 miembro de la Camera dei Fasci e delle Corporazioni en el
sector metalúrgico en representación de la confederación de industriales
(Confindustria). Esas relaciones, en especial con Mussolini, fueron más
estrechas en función del interés de Rocca de lograr el apoyo del régimen
para la construcción de la primera acería a ciclo integral, el establecimiento
de Cornigliano en Génova.45
Desde luego la caída del fascismo colocó en dificultades a Rocca. Aunque
éste pudiese no ser considerado necesariamente un militante político fascista
(más allá de su temprana adhesión formal a éste) sino como un manager
público al servicio del régimen, era una pieza importante del veintenio y en
el clima de su caída esas estrechas relaciones tenían un inevitable costo
político. Ciertamente, su imagen era ambigua y diferente, incluso regional-

45. L. Offeddu, La sfida del’acciaio. Vita di Agostino Rocca, Venecia, Marsilio, 1984.
De 1945 hasta el presente 411

mente, para los vencedores. Mientras en Bérgamo (sede de Dalmine) las


imágenes eran más negativas, en Génova (sede de Ansaldo) se recordaban
sus esfuerzos para evitar las deportaciones de trabajadores sea por parte de
la república de Saló (a la que Rocca no adhirió), sea por los alemanes. En
cualquier caso, y más allá de que fue absuelto de los cargos que le imputaba
el Comitato di Liberazione Nazionale, el ambiente hostil italiano sugería como
mejor estrategia proseguir sus iniciativas empresariales en el exterior. No
se trataba sólo de las controversias en torno de la figura del mismo Rocca
sino también de los debates existentes acerca del papel del iri en un clima
que parecía en principio más favorable a la promoción de la empresa priva-
da que hacia la industria de Estado.
En la elección de la Argentina como destino será decisivo el encuentro
con Torcuato Di Tella, que proveerá los primeros contactos con el país sud-
americano, aunque finalmente Rocca no trabajará dentro del grupo siam
sino que creará su propia empresa, la Compagnia Tecnica Internazionale
(Techint), a fines de 1945. En su origen será una empresa de ingeniería que
paulatinamente se irá integrando a la actividad industrial. Se trató de una
iniciativa limitada inicialmente en capital pero rica en recursos humanos y
en relaciones. Rocca reclutará a muchos miembros del staff de las distintas
empresas que había dirigido, así como técnicos e incluso obreros. Desde
luego que el núcleo central del grupo inicial estaba compuesto, como era
clásico en el capitalismo italiano, por la familia (hermano, su hijo Roberto
y cuñados), a la que se agregaban algunos estrechos amigos personales y
sus colaboradores más cercanos en las empresas precedentes.46
La instalación de Techint en la Argentina fue exitosa. Pudo beneficiarse
de las ventajas que brindaba la Comisión Nacional de Radicación de Indus-
trias (cri) para la instalación de empresas extranjeras sea en la facilidad
para el transporte de sus cuadros, sea para la importación de motores y
maquinarias, que sería la actividad inicial. También los antiguos contactos
de Rocca con los cuadros directivos de la Banca Commerciale Italiana, a
través del Banco Francés e Italiano para la América del Sur (y la figura de
Giovanni Malagodi), instalado en la Argentina, deben haber cumplido un
papel relevante en el plano financiero vistos los límites del capital dispo-
nible por la no nacida empresa.47 No menos importante fue un contrato
con el Estado argentino para la construcción de un gasoducto que uniese
la Patagonia con la capital. Desde luego, esa actividad como manager se
eslabonaba sucesivamente con otra: la fabricación de tubos, que era una
de las especialidades de Rocca. Así se delinearían los dos espacios de ac-
tividad principal: la construcción de grandes obras públicas y la creación
de una industria siderúrgica (en Campana) centrada, por un lado, en la

46. C. Lussana, 1946: la prima frontiera. Dalla corrispondenza argentina di Agostino Rocca,
Bérgamo, Quaderni della Fondazione Dalmine, 1999, pp. 35-36
47. Idem, pp. 77-78.
412 Fernando Devoto

producción de acero, tubos de acero sin costura (Dalmine Siderca) y material


ferroviario, calderas y otros productos metalúrgicos (Cometarsa).
El éxito posterior de la empresa en la Argentina puede atribuirse a mu-
chos factores. En primer lugar, hay que computar en el activo de Rocca sus
habilidades para montar empresas modernas y eficientes. Es decir que el
primer aspecto que hay que resaltar es el conocimiento técnico y organiza-
cional y la capacidad empresarial al que se sumaba el capital humano que
reunió para la experiencia. En segundo lugar, hay que señalar la combina-
ción de los rubros elegidos. El Estado argentino necesitaba expandir una
infraestructura deficiente hasta los años 40 y la industria siderúrgica era
un campo en inevitable crecimiento en una Argentina industrial como la
que se diseñaba en la segunda posguerra. En tercer lugar, se deben des-
tacar las conexiones de Rocca con los sectores industriales y financieros
italianos, producto de su experiencia como alto manager de Estado en los
años 30. En cuarto lugar, debe señalarse la experiencia de trabajar con el
Estado, en los pliegues del mismo y lidiar con su complicada y contradictoria
maraña burocrática y política. En este sentido, el Estado de la Argentina
peronista, pero también el de las otras posteriores, presentaba algunas
similitudes de lógica con aquella imperante en Italia, antes y después de
la guerra. En este punto los créditos estatales argentinos, las concesiones
y licencias de importación de maquinaria y los contratos públicos serían
decisivos para el progreso de Techint en la posguerra.48 Sin duda su opción
estratégica de realizar una integración vertical, aunque no fue el único en
hacerlo, en un país con gran inestabilidad macroeconómica y altos costos
de transacción, fue otra de las claves de la competitividad y adaptabilidad
del grupo. Finalmente, pero no menos importante, la temprana decisión de
internacionalización de la empresa que limitaba los riesgos de un mercado
argentino no sólo pequeño sino sujeto a reglas cambiantes.
Si desde la perspectiva actual el ejemplo de Techint aparece como la ini-
ciativa más exitosa de las que emprendieron los italianos que se instalaron
en la Argentina, en la mirada de los años 50 ese lugar le correspondía a la
empresa siam Di Tella. En el capítulo anterior mostramos sus orígenes así
como el rol de su fundador, Torcuato Di Tella, en el mundo empresarial de
entreguerras y también en la vida de la comunidad italiana antifascista. En
ese período Di Tella había continuado con la diversificación de su produc-
ción e iniciado un proceso de expansión internacional mayoritariamente
hacia otros países sudamericanos. Aunque los años 30 fueron difíciles, la
empresa siguió con su estrategia de ofrecer nuevos productos a los consu-
midores. A diferencia de otras empresas italianas, sus lazos con Italia no
serían relevantes ni durante los años del fascismo ni posteriormente. Di

48. C. Castro, “De la industrialización tardía europea a la sustitución de importaciones


latinoamericana: Agostino Rocca y la Organización Techint (1921-1976)”, tesis de maes-
tría, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires, 2004.
De 1945 hasta el presente 413

Tella priorizó siempre los acuerdos con compañías estadounidenses para


obtener patentes, asistencia técnica e incluso asesoramiento en organiza-
ción empresarial. Emblema de ello fueron sus acuerdos con Kelvinator y
en 1940 con Westinghouse. A través de éstos, la siam aumentó la gama de
productos electrodomésticos que fabricaba, como heladeras, lavarropas
y ventiladores, pero también motores, generadores y transformadores.49
Los años de la Segunda Guerra Mundial implicaron para Di Tella serias
restricciones para importar piezas imprescindibles para su producción, lo
que obligó a una acelerada sustitución por otras realizadas en el país. No
obstante ello, algunas líneas de producción sufrieron seriamente y dismi-
nuyó bastante el número de aparatos elaborados.
Aunque la victoria del peronismo no fue inicialmente la mejor noticia
para Di Tella, la empresa se expandió con rapidez en la inmediata segunda
posguerra. El crecimiento sostenido de la demanda de bienes de consumo
durables que acompañaba el mejoramiento del nivel de vida de los trabaja-
dores se complementaba con los beneficios que brindaba un tipo de cambio
oficial que a la vez era muy favorable para la importación de insumos y des-
alentaba la introducción de bienes terminados fabricados en el extranjero.
Sin embargo, para ello era necesario conseguir las licencias de importación,
que solían ser otorgadas con bastante discrecionalidad política. Ello explica
por qué siam se sumó a una lista conciliadora hacia el gobierno peronista
que obtuvo la minoría en las elecciones de la uia de 1946.50 De este modo,
más allá de las frías relaciones iniciales con el poder político peronista y
de la creciente conflictividad laboral, la empresa continuaba su expansión,
incluso en otros rubros como la fabricación de tubos sin costura. En este
plano, la desconfianza de Di Tella hacia el sistema de producción italiano
lo llevaría a una ruptura con Agostino Rocca y con la firma Innocenti de
Milán de la que éste era representante. Una vez más siam se orientaba a
buscar tecnología en otro lado. A partir de allí Techint y siat (la empresa del
sector de Di Tella) competirían parcialmente en el mismo mercado, aunque
la primera fabricaba tubos sin costura y la segunda con costura.
En 1948 murió Torcuato Di Tella, pero como la siam compartía una
característica muy difundida del modelo italiano de gestión empresarial,
su carácter familiar, el control de la empresa siguió en manos de la fa-
milia, parientes y otros colaboradores estrechos del fundador. La firma
continuaría su expansión en la década de 1950 y comienzos de los 60 y
se convertiría en el emblema de una industria nacional. En la medida en
que, más allá de todas las inestabilidades políticas y macroeconómicas, la
Argentina progresaba, mejoraban y se diversificaban las pautas de con-
sumo en consonancia con el clima general de prosperidad que afectaba a
todas las naciones a ambos lados del Atlántico en los dorados años de la

49. T. Cochran y R. Reina, op. cit., cap. vi.


50. J. Schvarzer, Empresarios del pasado, Buenos Aires, cisea-Imago Mundi, 1991,
p. 94.
414 Fernando Devoto

posguerra, siam proveía de nuevos productos a los argentinos, entre ellos,


motonetas (la Siambretta fabricada con licencia de la italiana Innocenti) y
luego automóviles, con licencia de la British Motor Corporation.
Di Tella y su empresa reflejarán admirablemente bien el aporte del es-
píritu empresarial italiano al desarrollo económico argentino. No es desde
luego el único caso. Los nombres ya aludidos de Devoto, Valdani, Rocca
y tantos otros medianos y pequeños, así como los managers, ingenieros,
técnicos y obreros peninsulares que trajeron o contrataron, harían una
contribución que es difícil subestimar. No todos siguieron las mismas es-
trategias ni estuvieron divididos entre una lógica étnica y otra de mercado.
Hacer negocios con connacionales, asociarse con empresas italianas, operar
con maquinarias y patentes de la península fue la estrategia de algunos,
no de todos. Tuvieron varias ventajas por ser italianos: la simpatía de una
vasta comunidad de ese origen presente en la Argentina y una habilidad,
adquirida a veces en la península y otras simplemente idiosincrásicas, para
encontrar los mecanismos y los huecos en el intrincado escenario económico
argentino, donde la influencia de las cambiantes políticas públicas era un
factor muy condicionante. Empero, también influyó el hecho de ser italianos
en las menores resistencias que existían hacia las empresas y empresa-
rios de ese origen en contraposición con las desconfianzas crecientes que
había, en una opinión pública en la que los motivos del antiimperialismo
eran crecientes desde los años 40, hacia compañías extranjeras de otra
procedencia. Finalmente, las empresas de origen italiano parecían casi
argentinas. Con todo, la mayoría de las tantas empresas creadas por los
italianos no lograron, pese a sus muchos éxitos, sobrevivir en el largo plazo,
pues en algún recodo del camino la imprevisible Argentina las encontró
desprovistas y deberían cerrar sus puertas. Aunque ello pudiese atribuir-
se a un diferencial de capacidades entre los fundadores y sus sucesores,
no es menos importante que mirado el problema en la generalidad de los
casos (Banco de Italia y Río de la Plata, Compañía General de Fósforos,
siam) serían la inestabilidad y la incoherencia de las políticas macroeco-
nómicas argentinas y las variables condiciones de la inserción del país en
la economía mundial los factores en común.
La notable expansión del comercio entre Italia y la Argentina y la ex-
pansión de la presencia industrial en esta última, dos fenómenos estrecha-
mente relacionados, como vimos, generaron una nueva floreciente estación
en la vida de la Camera di Commercio. Vimos ya que esa vida había sido
difícil en los años 30 como resultado de la crisis económica mundial, el
retorno general del proteccionismo y la política autárquica del régimen
mussoliniano. Durante la guerra las cosas habían empeorado, su número
de socios se había reducido a menos de trescientos y existió la posibilidad
de que la entidad cerrase sus puertas. En la posguerra, las cosas cambia-
rían drásticamente. En 1948 reaparece el Boletín de la Camera que había
dejado de aparecer en los años precedentes y hacia 1952 su número de
socios se duplicó.
Las actividades de la Camera se diversificaron en el nuevo contexto.
De 1945 hasta el presente 415

No se orientaban solamente hacia lo que podemos denominar relaciones


económicas espontáneas sino que en el nuevo cuadro de la posguerra se
interesaban también en los acuerdos entre los dos Estados que iban a ocupar
un número creciente de rubros. Desde luego la participación de la entidad
fue muy activa en la negociación de los sucesivos acuerdos comerciales
(1947, 1952) entre los dos países y posteriormente su interés se extendió a
la promoción de otros acuerdos, como la convención ítalo-argentina sobre
seguros sociales (1964) o la promoción de acuerdos bilaterales en materia
fiscal a los efectos de evitar la doble imposición (1966).51
Aunque el vértice de la Camera no presentó variaciones de significación
antes y después de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Dino Poli, di-
rector del Banco Francés e Italiano para América del Sur, elegido por primera
vez en 1937, lo fue nuevamente entre 1946 y 1958. Sin embargo, la compo-
sición de la Camera había cambiado notablemente y también las políticas
que defendía. La presencia de las grandes industrias italianas era ahora
muy relevante, lo que se explica, en parte, porque éstas eran importadores
de máquinas y bienes de capital desde Italia. En el consejo directivo de 1954
aparecen ya representadas las grandes y medianas empresas industriales
antiguas y nuevas como Fiat, Olivetti, Snia Viscosa, Techint, Galileo, Cin-
zano, Fratelli Branca o la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad.52 Todo
ello implicaba necesariamente un cambio de perspectiva de la institución
con respecto a las políticas que había defendido en los comienzos del siglo
xx. Lo que tenía ahora prioridad era la defensa de los intereses de la indus-
tria y no tanto los de los comerciantes importadores y exportadores, cuyas
dificultades eran crecientes –en especial aquellos ligados a la importación
de alimentos o de bienes terminados para el consumo– vistas las políticas
de protección que el gobierno argentino establecía en esos sectores.
Haciendo un balance, los veinticinco años que siguieron a la Segunda
Guerra Mundial fueron de enorme presencia de Italia y de los italianos (los
de la península y los residentes en la Argentina) en la vida económica ar-
gentina. Un registro de las mayores empresas industriales de la Argentina
existentes en 1975 por facturación, es decir en el momento en que todo el
tejido industrial iba a entrar en dificultad, pero en el que se refleja adecua-
damente bien el proceso de las décadas de la posguerra, muestra cuatro
de origen italiano (en las distintas formas en que eso puede entenderse)
entre las primeras veinte: Fiat (3), Celulosa (originada en el antiguo grupo
de la Compañía General de Fósforos, 9), Propulsora Siderúrgica (del Gru-
po Techint, 10) y Dalmine (del mismo grupo, 20). Si aumentamos nuestra
mirada hasta las cincuenta mayores, se agregan tres más: Pirelli (31), Oli-
vetti (42) y siam (en manos del Estado desde 1972, 45).53 Esa prosperidad

51. C. Battisti, op. cit., pp. 14-15.


52. Settanta Anni di Vita..., p. 6
53. J. Schvarzer, “Las empresas industriales más grandes de la Argentina. Una evalua-
ción”, Desarrollo Económico, Nº 66, 1977, pp. 334-337.
416 Fernando Devoto

de las grandes empresas, pero también, no lo olvidemos, de las pequeñas


y medianas, coincidió con la gran prosperidad de la posguerra a ambos
lados del Atlántico, con el boom económico peninsular, con el apogeo de la
sustitución de importaciones argentino y con esa estrecha relación entre
Estado y capitalismo, entre negocios y política, que caracterizó, de modo no
idéntico pero en los dos casos en forma igualmente relevante, los modelos
de ambos países. Ciertamente no fueron los únicos casos ya que, de manera
menos acusada pero no diferente en la sustancia, también signó el modo
de desarrollo de la gran mayoría de los países occidentales.

Los nuevos contextos y las comunidades italianas


en la Argentina

Como observamos al comienzo del capítulo, las instituciones italianas en


la Argentina languidecían en el momento de la finalización de la Segunda
Guerra Mundial. La llegada de una nueva oleada masiva de inmigrantes
abría, potencialmente, muchas posibilidades. Finalmente, en 1960, con un
nuevo ciclo migratorio concluido y en momento del Cuarto Censo Nacional
argentino, los italianos en el país eran unos novecientos mil. Si en relación
con la población residente entonces en el país su peso había disminuido
a 4,5% del total, muy inferior al existente en los dos censos precedentes
que habían tenido lugar durante la inmigración de masas –1895, cuando
eran 12,5%, y 1914, cuando eran 11,7%–, su número total era casi equi-
valente al relevado en la segunda fecha (930 mil) y algo más del doble que
el presente en la primera.
Sin embargo, el nuevo escenario no estaba desprovisto de interrogan-
tes. ¿Los nuevos inmigrantes se integrarían en las viejas asociaciones
o, en cambio, crearían otras nuevas? Por lo demás, ¿la presencia de in-
telectuales italianos, ahora fascistas, que subentraban a los emigrados
luego de 1938, que buscaban un territorio menos hostil que la Italia de
la Liberación y de la Resistencia, de Carlo Scorza, último secretario del
Partito Nazionale Fascista a Vittorio Mussolini, hijo del Duce, desempe-
ñarían un rol significativo?
Por su parte, el nuevo y floreciente movimiento empresarial de la penín-
sula parecía poder brindar nuevas posibilidades a los italianos en el país.
Las empresas y los empresarios italianos que en el pasado sólo habían
colaborado de modo limitado o puntual con las instituciones comunitarias
–y en muchos casos esa colaboración estaba ligada a la potencialidad de
los migrantes en tanto consumidores de los productos elaborados por otros
italianos–, ¿se sentirían atraídos ahora a una política más activa, sea a
través de la participación de sus propietarios o sus managers en la vida
de las instituciones, sea a través de ayudas financieras de significación?
Finalmente, ¿el Estado italiano formularía una nueva política hacia los
inmigrantes en el exterior diferente de la bastante poco activa de la Italia
liberal o de la más activa pero catastrófica en sus resultados (en tanto
De 1945 hasta el presente 417

acentuó la conflictividad y la fragmentación de sus instituciones) que llevó


adelante el fascismo?
Por otra parte, el Estado y la sociedad argentinas eran en la posguerra
muy diferentes de los que existían en los años cercanos a la Primera Gue-
rra Mundial. La sociedad era mucho más densa, articulada, con una base
demográfica nativa mucho más extendida y sobre la que habían operado
intensamente los motivos nacionalizadores impulsados desde el Estado,
pero también los procesos de integración social generados desde la misma
sociedad civil. ¿Qué relaciones se establecerían entre los argentinos, des-
cendientes cercanos o lejanos de los inmigrantes, y los nuevos arribados?
Asimismo, el nuevo contexto aparecía dominado por políticas más agresivas
de intervención de los gobiernos argentinos sobre la vida de los italianos y
sobre las instituciones comunitarias. ¿Qué papel desempeñarían éstas en
las articulaciones de los italianos en la Argentina?
Comencemos por analizar los nuevos contextos, el papel del Estado
italiano y el del mundo empresarial peninsular, para luego adentrarnos en
la vida comunitaria en sí misma y en el papel del Estado y los gobiernos
argentinos en ella.
Considerada en el conjunto del período (los treinta años posteriores
a la finalización de la guerra), la dirigencia de la nueva Italia republicana
fue más activa y eficaz hacia la Argentina que sus predecesoras. Ello no
significa necesariamente más que lo que sugiere una mirada comparativa
en lo temporal. Las carencias y disfunciones (que por otro lado no eran tan
diferentes de las que tenía el nuevo Estado italiano en la misma península)
fueron desde luego muchas. Por otra parte, puede discutirse si esa mayor
atención se dirigía a los inmigrantes o a los importantes intereses económicos
que tanto el Estado como las empresas y los empresarios italianos tenían
en la Argentina. La cronología sugiere que se orientaba más a esto último
que a lo primero. Efectivamente en los primeros años de la posguerra, y
pese al evidente interés del régimen de Perón, que no gozaba de grandes
consensos internacionales, por establecer un lazo privilegiado con Italia,
ésta siguió considerando a la Argentina una opción no central en su polí-
tica exterior. El resurgimiento de los antiguos mitos africanos, expresados
ahora en el vano intento de conservar sus colonias en ese continente y ver
en ellas una opción, incluso para los emigrantes, se combinaba con un
creciente interés por Europa occidental que desembocaría en 1951 en la
creación de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero.
Que la política de Italia hacia la Argentina cambiase hacia fines de los
años 50, cuando la inmigración estaba en plena declinación y el comercio
bilateral en plena expansión, sugiere que este último fue el factor decisivo.
No obstante ello, también debe considerarse que en el mayor interés espe-
cífico jugaron un papel algunas dimensiones ideológicas en la clase política
italiana, en especial en aquella de origen democristiano, que había visto
desde el momento inicial, como lo señalamos, compatiblidades ideológicas
y culturales con la Argentina. Ciertamente la política no fue lineal ni uni-
forme y, por ejemplo, el conflicto de Perón con la Iglesia, antes firme aliada
418 Fernando Devoto

del régimen, debió haber enfriado cualquier entusiasmo posible. Por otra
parte, a medida que la Italia de la posguerra progresaba económicamente,
su Estado disponía de una mayor masa de recursos para una política ex-
terior que, si bien no era más eficiente, sí era más abarcadora.
En cualquier caso, las relaciones entre Italia y la Argentina pasarán
de ese momento inicial, en el que el mayor interés se encuentra del lado
argentino, a un momento posterior a la caída del peronismo en el que la
situación parece invertirse. Las desconfianzas mayores, durante el gobier-
no de la llamada Revolución Libertadora, proceden ahora de la Argentina.
Desconfianzas no sólo ni tanto hacia Italia sino hacia las empresas de ese
origen que tanto habían progresado en el decenio anterior. La normalización
vendrá con un nuevo tratado comercial entre ambos países en 1957. Será,
sin embargo, a comienzos de los años 60 cuando las dos partes encontrarán
más terrenos en común. La visita del presidente Arturo Frondizi (hijo de
italianos de Gubbio) a Italia en 1960 será intercambiada al año siguiente
por la del democristiano presidente de la República Italiana, Giovanni
Gronchi, a la Argentina.
A partir de aquí numerosos vínculos y tramas ligarían a Italia con la
Argentina, tanto en el plano económico como en el político. Otras visitas
jalonarían y a la vez simbolizarían ese nuevo contexto, por ejemplo la del
presidente italiano socialdemócrata Giuseppe Saragat en 1965. Ciertamente,
el interés hacia el exterior de Italia no presentaba líneas uniformes dentro
de las mismas coaliciones de centroizquierda que la gobernaban, y las
orientaciones hacia Europa, el Mediterráneo y América Latina requerían la
elección de prioridades, y la Argentina sólo episódicamente estuvo incluida
en ellas. Cuando lo estuvo, los móviles económicos fueron lo preponderante.
Por otro lado, debe señalarse que la errática e inestable política argentina
de las décadas sucesivas a la Segunda Guerra Mundial no favorecía el
establecimiento de relaciones en un plano de continuidad.
Del lado argentino, salvo el fugaz episodio de la Revolución Libertadora,
el interés hacia Italia fue mayor. Ello puede deberse quizá a los orígenes
italianos de los distintos presidentes constitucionales (Arturo Frondizi, José
María Guido, Arturo Illia) o a la simpatía difusa que existía hacia Italia en
la sociedad, la cultura y la política argentinas. Probablemente se debe más
que a ello a una lógica de largo plazo de la política exterior argentina, que
había buscado una línea independiente de Estados Unidos apoyándose en
países europeos. Dada la caída del poderío británico, que había cimentado
esa estrategia hasta la Segunda Guerra Mundial, era para la Argentina
necesario e inevitable buscar apoyo en otros países, e Italia ocupaba un
lugar privilegiado.
El resultado de todo ello fue un conjunto de gestos que signaron la polí-
tica exterior de ambos países en la posguerra. Muchos pueden registrarse,
desde los apoyos de la Argentina en 1947 en favor de la revisión del trata-
do de paz impuesto a Italia, en su aspiración de conservar sus territorios
coloniales africanos y en su voluntad de ser admitida en Naciones Unidas,
hasta la decisión política de la península de disociarse de las sanciones
De 1945 hasta el presente 419

económicas impuestas por los países del Mercado Común a la Argentina


en ocasión de la guerra de las Malvinas en 1982. Episodio en el que, según
Ludovico Incisa di Camerana, influyó no poco la capacidad de presión de
la dirigencia de la comunidad italiana en la Argentina y de los ambientes
empresariales peninsulares en el país sobre una Italia dividida entre sus
solidaridades europeas y los lazos de todo tipo construidos con la nación
sudamericana en los decenios precedentes.54 Empero, hubo también otros
gestos que, aunque menos diplomáticos, no dejaron de tener su influencia.
Como las enérgicas declaraciones del presidente socialista Sandro Pertini
(quien visitaría la Argentina en 1984) contra la dictadura argentina y sus
violaciones a los derechos humanos, que abrieron una nueva corriente
de simpatía que sería de invalorable utilidad en el clima de las relaciones
ítalo-argentinas inauguradas con el retorno de la democracia.55 Esa política
de buenas intenciones llegó a su culminación con el tratado entre Italia y
la Argentina para la creación de una relación asociativa particular entre
ambos países, firmado en 1987. Éste abarcaba muchísimos campos, desde
la cooperación económica a la cooperación científica y tecnológica, de la ju-
dicial a aquella en el campo de la previsión social, y más allá de sus efectos
en el mediano plazo –que al menos en el plano económico no estuvieron a
la altura de las enormes expectativas– en el corto significaron un aporte
significativo en varios planos. Los créditos reembolsables y no reembolsa-
bles, concedidos por el gobierno italiano en la ocasión, fueron importantes
en un contexto de dificultades económicas de la Argentina ligadas, entre
otras cosas, al peso de su deuda externa y a la escasa disponibilidad de
financiamiento internacional que signó a los años 80.56
Todo esto nos lleva, sin embargo, demasiado lejos, temporal y temá-
ticamente, del objetivo de este libro. La pregunta con que iniciamos este
recorrido acerca de la influencia que tuvieron sobre los italianos en la
Argentina las mejores relaciones entre los dos países sugiere perspecti-
vas menos optimistas. El Estado y la diplomacia italiana poco hicieron o
pudieron hacer hacia las instituciones de las comunidades italianas, que
siguieron en gran medida libradas a sus propias fuerzas. Su intervención
no fue sustancialmente diferente de la que había tenido lugar desde el
comienzo: apoyo a los hospitales y de modo diferencial a las instituciones
educativas bilingües, ayuda ocasional y en general con propósitos de res-
tauración edilicia a algunas instituciones.
En realidad ello era consonante con los principios que parecían regir
ahora la política de la Italia republicana hacia el exterior, que la diferenciaba

54. L. Incisa di Camerana, op. cit., p. 650.


55. Idem, pp. 652-654.
56. Relazione associativa particolare: Italia/Argentina, Buenos Aires, Manrique Zago,
1988.
420 Fernando Devoto

sustancialmente de la llevada a cabo por el fascismo. No una intervención


directa sino el auspicio hacia iniciativas puntuales y, sobre todo, el desa-
rrollo de un rol relativamente neutral, o si se prefiere impersonal, como
corresponde a un Estado que debe tratar de representar al conjunto de
los intereses de los connacionales en el exterior y no a una parte de ellos.
Si bien esa política no agravaba los conflictos y en el fondo debilitaba a
las comunidades, como había ocurrido con las políticas del fascismo, sino
que por el contrario, como veremos, buscaba limar las diferencias y ayudar
a reencontrar elementos de unidad, tampoco brindaba puntos de apoyo
seguros para hallarla. Asimismo, una vez más, el problema era el tamaño
de un colectivo migratorio demasiado grande, demasiado extendido en el
territorio, con instituciones también ellas demasiado numerosas. ¿Cómo
poder concurrir a una asistencia difusa y no puntual, además con la carencia
de recursos y las disfunciones de la propia administración italiana?
Al margen de todo ello, debe recordarse que tampoco ese Estado italiano
tuvo a la larga la capacidad o la fuerza suficiente (o tal vez simplemente la
posibilidad) para defender los intereses del mundo empresarial de origen
peninsular, que padecería seriamente las políticas de abandono progresivo
del modelo de sustitución de importaciones desde mediados de los años 70.
Éstas afectaron tanto a la pequeña y mediana empresa como a aquellas
grandes, fuesen las que habían abierto filiales en el país o las que, crea-
das por empresarios que habían inmigrado en la Argentina, tenían una
presencia secular en el mercado argentino.
Por su parte, ese mundo empresarial mientras fue vigoroso –y más allá de
las dimensiones apuntadas que concernían a lazos en el terreno económico–,
en su gran mayoría sólo intervino, también él, puntual y sectorialmente en
la vida de las comunidades italianas en la Argentina. Agostino Rocca desem-
peñó un papel importante, en la inmediata posguerra, de apoyo a la Dante
Alighieri, sea acercando a parte del mundo empresarial, sea en la promoción
de una reconciliación en el seno de ésta entre fascistas y antifascistas.57 Por
otra parte, el mismo grupo Techint apoyó a la Sociedad Italiana de Cam-
pana, donde estaban radicadas su principales plantas fabriles, y el mismo
y otros grupos apoyaron en distintos modos al Circolo Italiano, que era el
ámbito de sociabilidad de muchos de sus dirigentes. También lo hicieron
con una nueva escuela italiana, la Cristoforo Colombo, creada en 1952 y
orientada hacia los sectores medios-altos de la comunidad (y no hacia los
medios-bajos y bajos, como ocurría en las antiguas escuelas mutualistas),
donde también concurrirían muchos de los hijos de los managers de las
empresas peninsulares radicadas en el país. Fiat, por su parte, a través
de las gestiones de uno de sus directores, Oberdan Sallustro, financió la
creación de una nueva iglesia italiana en Buenos Aires, Nuestra Señora de

57. C. Lussana, op. cit., p. 85.


De 1945 hasta el presente 421

los Inmigrantes, a cargo de los misioneros de San Carlos (scalabrinianos)


en las puertas del barrio de la Boca en Buenos Aires.
En términos generales, sin embargo, los apoyos fueron puntuales y
en cierto modo instrumentales y no generales e indiferenciados. De algu-
na manera, se repetía la situación existente en las épocas precedentes y
quizá era inevitable que así fuera. Si lo que podríamos llamar una lógica
étnica estuvo en el origen y en la prosperidad inicial del mundo económico
italiano en la Argentina, la lógica de mercado dominó finalmente. Ellas se
orientaron hacia el mercado argentino y por ende hacia la sociedad argen-
tina y no hacia los italianos en el país. Ciertamente, no debe mirarse esa
situación unilateralmente. La dirigencia de las comunidades italianas no
logró tampoco convertirse en un interlocutor posible para ese mundo de la
empresa, en especial en el primer decenio. Sus claves ideológicas arcaicas o
su activismo, que a veces no dejaban de incomodar a un mundo empresa-
rial deseoso de no llamar excesivamente la atención, su misma extracción
social y cultural, hacían cuanto menos difícil que se establecieran estrechos
vínculos entre unos y otros.

Los avatares de la vida institucional

El limitado impacto de las políticas del Estado italiano y de la interven-


ción del floreciente mundo empresarial sobre las instituciones de los italia-
nos en la Argentina tuvo como consecuencia que ellas siguieran libradas
sustancialmente a sus propias fuerzas. ¿Qué pudieron realizar con ellas?
Inicialmente, las imágenes que brindan los contemporáneos, en especial
funcionarios diplomáticos, periódicos o líderes comunitarios, eran bastante
negativas. Las divisiones y los conflictos en la comunidad continuaban, los
nuevos arribados sentían ajenas las viejas instituciones y no contribuían a
darles nuevo vigor. Por el contrario, preferían crear sus nuevas entidades
antes que sumarse a las antiguas sociedades mutualistas. Las nuevas ya
no serán de carácter mutualista (apenas ocho tendrán esa función) sino
social-ceremoniales (por ejemplo, sociedades de ex combatientes o círculos
italianos), deportivas, culturales y en un porcentaje significativo festivas
y religiosas, centradas en el culto de un santo patrono o en devociones
marianas.58 Las nuevas entidades serán asimismo sobre todo regionales o
locales y en su fundación tendrán un papel preponderante los inmigrantes
meridionales, en especial calabreses, secundariamente campanos, moli-
sanos y sicilianos. El número de socios promedio de las nuevas entidades

58. A. Bernasconi, “Cofradías religiosas e identidad en la inmigración italiana en Argenti-


na”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 14, 1990, pp. 211-224, y G. Rosoli, “Festività
mariane dei calabresi in Argentina”, en Santa Maria di Polsi-Storia e pietà popolare, Reggio
Calabria, Laruffa, 1990, pp. 403-416.
422 Fernando Devoto

fue bastante más pequeño que el de los años de la inmigración de masas


precedentes. Por supuesto que al no ser mutualistas la ecuación financiera
de las entidades era otra y ello permitía asociaciones más pequeñas que
incluso no dispusieran en propiedad de una sede social. De este modo,
esas nuevas entidades, que solían centrarse en un único tipo de actividad,
serán a menudo más efímeras que las precedentes e implicarán, en un
número imprecisable de casos, un tipo de sociabilidad más episódica y
menos intensa que la de las antiguas entidades polifuncionales.
Las razones que se han presentado para explicar esa ruptura entre
nuevo y viejo asociacionismo han sido muchas: desde la distancia social
que real o supuestamente diferenciaba a los nuevos inmigrantes de los
antiguos, al carácter ya poco italiano de algunas de ellas pobladas de
descendientes argentinos y de grupos de otra nacionalidad, hasta, inversa-
mente, las temáticas arcaicas que predominaban en las viejas instituciones
enfrascadas en conflictos y disputas que seguían concerniendo al tema
fascismo-antifascismo.
En cualquier caso, la imagen que brindan los datos cuantitativos de los
relevamientos realizados posteriormente, una vez concluido el proceso mi-
gratorio, es algo más compleja. Las viejas asociaciones sobrevivieron en un
número no pequeño de casos. Hacia 1984 persistían en toda la Argentina
323 asociaciones fundadas antes de 1947 contra 244 fundadas entre 1947
y 1982.59 El más cuidado relevamiento hecho por el Consulado de Buenos
Aires en 2003, que abarca las entidades existentes en las circunscripcio-
nes de Buenos Aires, Lomas de Zamora y Morón (que incluye la Capital
Federal, el gran Buenos Aires y un conjunto de partidos del norte de la
provincia, hasta San Pedro) nos permite otras consideraciones. Aunque
los datos sigan siendo imprecisos en cuanto al número de socios de cada
entidad, ya que se basan en las declaraciones efectuadas por cada una de
ellas, brindan un panorama muy adecuado de la situación presente, al que
contribuye no poco el conjunto fotográfico que presentan las sedes sociales
de las entidades relevadas.60 Pueden servirnos para nuestros propósitos,
utilizados con prudencia, como una fuente indirecta acerca de la situación
existente en la posguerra.
Tomando solamente las entidades que son propietarias de su sede,
se observa que en 2003 subsistían 53 asociaciones fundadas antes de
1945 con 34.575 miembros y 36 creadas entre 1945 y 1973 con 11.882.
En cambio, considerando las subsistentes que no eran propietarias de
su sede, veintinueve habían sido fundadas entre 1945 y 1973 (con 4.625
miembros en total) y sólo tres antes de 1945 (con 981). Estos datos parecen
confirmar nuestras impresiones precedentes. En primer lugar, en cuán

59. A. Bernasconi, “Le associazioni italiane nel secondo dopoguerra...”, p. 320.


60. Le Associazioni Italiane della circoscrizione consolare, Buenos Aires, Consolato Ge-
nerale d’Italia, 2003.
De 1945 hasta el presente 423

gran medida muchas de las entidades creadas en la segunda posguerra,


por sus dimensiones (lo que influía en su capacidad financiera) o por sus
actividades (que en tanto más episódicas no necesitaban de una sede fija
permanente) escogerán una estrategia diferente de sus antecesoras.
Un ejemplo son las numerosas asociaciones o cofradías religiosas.
Vinculadas al culto del santo patrono del paese, su actividad principal era
la organización, una vez al año, de esa festividad. Los esfuerzos estaban
concentrados en la recolección de fondos para los festejos, que incluían
una procesión en torno de una imagen del santo, a menudo con bombas de
estruendo y fuegos artificiales, una misa, una asamblea anual y una comida.
Desde luego que la fiesta excedía el ámbito religioso e implicaba un modo
de mantener los lazos entre los mismos miembros del pueblo. Sin embargo,
aunque las tareas de preparación de la fiesta, en general vista con poco
entusiasmo por la Iglesia argentina dado su carácter poco ortodoxo, podían
insumir varios meses, implicaban un tipo de sociabilidad menos intensa y
en cualquier caso diferente de la de las antiguas asociaciones.61 El hecho
de que algunas que tenían una sede fija (que eran las menos) aprovecharan
para desarrollar en ellas otras actividades, como cursos de italiano u otras
actividades sociales e incluso deportivas, muestra nuevamente en cuán gran
medida las formas y la intensidad de la sociabilidad estaban ligadas a esa
situación. El hecho de que desempeñasen incluso alguna tarea asistencial,
como la provisión gratuita de remedios, exhibe también que el asistencia-
lismo, bajo nuevas formas muy distintas de la antigua cooperación entre
los socios de la etapa mutualista, podía reaparecer.62
En segundo lugar, los datos de la muestra, que de todos modos no
puede considerarse necesariamente representativa de la situación en las
décadas del 50 y del 60 sino una aproximación, exhiben también en cuán
gran medida la posesión de una sede está ligada al tamaño de las entidades.
Las nuevas serán en ese plano más pequeñas. Finalmente, esa diferencia
de estrategias y de tamaños sugiere que las instituciones de la posguerra
deben haber tenido, en muchos casos, una existencia más efímera que
las precedentes. Por supuesto que la posesión de la sede o el número de
socios no son un indicador preciso ni de la actividad de una entidad ni
de su perdurabilidad; apenas sugiere un mayor elemento de estabilidad.
Sin embargo, como ya argumentamos en un capítulo precedente, muchas
entidades antiguas sobrevivían porque disponían de una sede más que por
otra cosa. El razonamiento inverso podría aplicarse a las recién creadas.
En cualquier caso, a los efectos del problema que nos planteábamos,
los inmigrantes de la posguerra siguieron distintos recorridos. Algunos,

61. A. Bernasconi, “Cofradías religiosas e identidad...”, pp. 211-223.


62. A. Bernasconi (coord.), M. Beherán, N. De Cristóforis y L. Fasano, “La inmigración
molisana a la Argentina en la segunda posguerra”, informe de investigación, Buenos
Aires, cemla, 2005.
424 Fernando Devoto

seguramente los más (como indican los ejemplos que presentaremos en el


próximo apartado), crearon nuevas entidades, otros se sumaron a las anti-
guas. Un factor importante estaba ligado a los patrones de inserción de los
nuevos arribados que siguieron pautas diferentes de las de los precedentes.
Por ejemplo, éstos se instalaron mucho más en el Gran Buenos Aires o en
pueblos en ese entonces cercanos a la aglomeración metropolitana (y hoy
plenamente integrados a ella) que en la Capital Federal. En esos lugares
podían existir asociaciones antiguas todavía activas y con actividades di-
versificadas y los migrantes incorporarse a ellas, o no existir y entonces
era inevitable crear entidades nuevas. Desde luego que las asociaciones
recreativas o deportivas, que habían construido precedentemente amplias
instalaciones, eran también un ámbito de atracción para los recién llega-
dos, según el público al que se dirigiesen y la cuota que se pagase. Sin
embargo, hay que abandonar cualquier idea de determinación estructural
por el lado de la oferta. Veremos muchos ejemplos en los que, pese a que
ésta existía, los migrantes de la posguerra preferían mantenerse al margen
de ellas aun sin crear otras nuevas.
En cualquier caso, entidades periféricas de origen mutualista lograron
una significativa incorporación de nuevos socios procedentes de la última
oleada migratoria, al igual que las entidades deportivas o recreativas. Así
parece indicarlo la floreciente vida de algunas de las primeras, como la
Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de San Martín (nacida en 1871) o
la Sociedad Italiana de Morón (1867) y ya en la provincia la Sociedad Ita-
liana de Campana (1883) o la Unione e Benevolenza de San Pedro (1873).
Lo mismo ocurrió con las segundas como el Tiro al Segno o el Club Italia-
no (que continuó con la ampliación de sus instalaciones en los años 60)
o incluso la Sociedad Friulana, que reunía la doble condición de entidad
recreativa y regional y en la que el ciclismo desempeñaría un papel muy
importante.63 En cambio, las antiguas asociaciones mutualistas del centro
de Buenos Aires las agrupadas en torno de Unione e Benevolenza, en la
aimi o la Nazionale Italiana continuaron en declinación.
Ciertamente el aumento del número de socios de algunas de las más
antiguas no puede ni debe asociarse automáticamente con una renovación
producida por los nuevos arribados. En primer lugar, en muchas de ellas ya
predominaban los argentinos, descendientes o no de inmigrantes italianos,
ya que, como señalamos, muchas seguían una política de apertura hacia la
sociedad local. Y quizá esa presencia de argentinos, que en general habían
perdido todo dominio de la lengua italiana, era un factor adicional que podía
desalentar la incorporación de los nuevos inmigrantes. Con todo, eso se
verifica en algunos casos puntuales pero no en la generalidad.
Ciertamente un caso aparte lo constituyen los hospitales italianos, que
siguieron una vida floreciente en la segunda posguerra. Además, en 1964

63. M. Sabbadini, La Nonna dei Fogolârs pal Mont. Apuntes para una historia del asocia-
cionismo friulano en Argentina, Sociedad Friulana de Buenos Aires, 2002, pp. 44-45.
De 1945 hasta el presente 425

se inauguró uno nuevo en la ciudad de Bahía Blanca y bastante más tar-


de, en 1992, otro en la localidad de Monte Buey, en el departamento de
Marcos Juárez de la provincia de Córdoba. Sin embargo su éxito se debía
más a la apertura, ya aludida en capítulos precedentes, a tener médicos y
pacientes de todos los orígenes, y a la relación entre la calidad y el costo de
sus prestaciones médicas. No era un periplo diferente al de los hospitales
de otros grupos inmigrantes en la Argentina. La lógica sanitaria prevalecía
sobre la lógica étnica que les había dado origen.
Entre las nuevas entidades creadas luego de la Segunda Guerra Mun-
dial, tuvieron más éxito cuantitativo aquellas que se orientaron hacia un
público amplio en cuanto a las procedencias y las que tuvieron un propó-
sito deportivo, como el Sportivo Italiano (creado en 1952), o aquellas que
atendían el campo cultural-recreativo y procedían de iniciativas más am-
plias originadas en la península como la Associazione Cattolica Lavoratori
Italiani (acli), fundada en 1971.
Un elemento nuevo en las comunidades italianas de la Argentina en
la segunda posguerra fue la presencia de una congregación religiosa muy
fuertemente orientada hacia los peninsulares. Se trataba de los misioneros
de San Carlos o scalabrinianos. Aunque habían hecho un desembarco tem-
prano en épocas de la migración de masas, éste no fue exitoso. Una nueva
instalación, en 1940, con el envío de tres padres italianos daría lugar en
cambio, sucesivamente, desde 1946, con el arribo de nuevos misioneros
de la península, a una presencia importante en el seno de la vida de los
italianos en la Argentina. Los scalabrinianos instalarían, en primer lugar,
misiones en Bahía Blanca, Pergamino, Sáenz Peña y La Plata. En ellas,
además de la labor pastoral, desarrollarían actividades sociales y recreativas
(cine, teatro) y escuelas de oficios. Es decir, un modelo semejante al de los
primeros salesianos, sólo que mientras éstos se encontraban fuertemente
argentinizados en su personal y en el público al que se dirigían, los scala-
brinianos no sólo eran italianos sino que se ocupaban específicamente del
problema migratorio y dedicaron, por mucho tiempo, un interés prioritario
a los peninsulares en el país. Nuevas misiones fueron abiertas luego en
Mendoza, Baradero, Rosario, Córdoba, Santa Fe y en el Gran Buenos Aires
(San Martín, Merlo), entre otras.64 Finalmente, se instalarían en la Boca en
1960, para pocos años después (en 1967) dirigir la nueva iglesia Nuestra
Señora de los Inmigrantes, erigida en el mismo barrio, devenida punto de
referencia para los italianos en la ciudad.
Aunque no crearon instituciones étnicas del tipo de las descriptas en
párrafos precedentes, sí promovieron la organización de éstas por parte

64. A. Bernasconi, “Los misioneros scalabrinianos y la inmigración de la posguerra en


Argentina en la perspectiva de L’emigrato italiano (1947-1956)”, Estudios Migratorios
Latinoamericanos, 49, 2001, pp. 603-623, y L. Favero, “Gli Scalabriniani e gli emigrati
italiani in Sudamerica”, en G. Rosoli (a cura di), Scalabrini tra vecchio e nuovo mondo,
Roma, cser, 1989, pp. 389-410.
426 Fernando Devoto

de los mismos inmigrantes, tuvieron activa participación en las fiestas y


procesiones religiosas de los meridionales (pese a su procedencia del área
lombardo-véneta), publicaron un semanario en italiano (Voce d’Italia) orien-
tado hacia la comunidad y constituyeron un punto de referencia de los
grupos dirigentes italianos en la Argentina. En buena medida contribuirían
al aggiornamento de ellos, en especial luego de 1955, en tanto representantes
de un catolicismo italiano también él renovado en la segunda posguerra.
Haciendo un balance, el movimiento institucional y asociativo de los
treinta años posteriores a la segunda posguerra fue nuevamente intenso y
repitió, aumentado, el carácter fragmentario, regional y aun parroquial de
sus creaciones que ya se insinuaba desde fines del siglo xix. En ese con-
texto, los italianos no lograron crear ninguna gran institución que pudiera
parangonarse con las que habían estado en el origen de su movimiento
asociativo ni revitalizar significativamente a las antiguas. Aunque no se
puedan establecer porcentajes, una parte muy significativa se mantuvo
alejada de las viejas instituciones y de su dirigencia, otra, quizá mayor
aún, se mantuvo alejada de las viejas y de las nuevas.
¿Qué papel tuvo en ello la dirigencia de las comunidades italianas en
la Argentina? Nuevamente aquí las novedades fueron pocas. La dirigencia
italiana siguió dividida y un elevado nivel de conflicto en su seno signó
la primera década posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una primera
cuestión era el fascismo. Una observación general inicial sería que las
dirigencias de los italianos en el exterior y en gran parte los mismos in-
migrantes reflejan los cambios políticos y culturales que se producen en
el país de origen con cierto retraso. Había ocurrido con el republicanismo
en el siglo xix y sucedería nuevamente con el fascismo. Aquellos que no
habían vivido la experiencia del régimen y sobre todo la catástrofe de la
guerra, a la que Italia había sido llevada por voluntad del Duce, tenían una
imagen lejana de él. Quedaba el recuerdo del activismo fascista hacia las
comunidades en el exterior, las imágenes grandilocuentes de la política de
prestigio y de potencia, y la debacle podía ser atribuida a la conspiración
de los enemigos de Italia (incluidos los antifascistas). Quedaba también un
dejo de solidaridad con la patria en una guerra perdidosa, objeto caro al
tipo del patriotismo primordial que permeaba a los inmigrantes.
Que un personaje como Vittorio Valdani, no exento de realismo, sin el
cual no hubiera podido ser un empresario tan exitoso, aceptase ser emba-
jador oficioso en la Argentina de la República de Saló (aunque el gobierno
local no lo reconociese en tanto tal) muestra la diferencia de climas. Esa
opción implicaba para Valdani serios costos políticos, como ser colocado
en la “lista negra” elaborada por Estados Unidos, lo que lo obligaba a
desaparecer formalmente del directorio de sus empresas. Además no sólo
era un experimento político muy poco presentable sino también irreme-
diablemente condenado al fracaso, como mostraba claramente el curso de
la Segunda Guerra Mundial. Que aún luego de terminada ésta se negase
por un tiempo a abandonar sus simpatías hacia el fascismo es un buen
ejemplo de las diferencias de perspectivas que podían existir en Italia y en
De 1945 hasta el presente 427

el exterior. Desde luego podría argumentarse que, mirada desde 1943, la


opción fascista podía todavía ser redituable hacia el interior de la Argentina,
visto el curso de los acontecimientos luego de la revolución militar de junio,
y en este punto ideología y negocios podían ir de la mano.65 Sin embargo,
también en la Argentina ya desde fines de 1944 los vientos parecían otros
y nada hacía prever ni el 17 de octubre de 1945 ni la victoria peronista de
febrero del año siguiente sino un retorno liberal-democrático.
Por supuesto que ese fascismo nostálgico, sobreviviente, debe ser acotado
a todos aquellos límites que la penetración de ese movimiento había tenido
en los italianos en la Argentina y que señalamos en el capítulo anterior.
Las cifras de alrededor de un millar de presentes en los actos que se reali-
zaron en Buenos Aires en homenaje a Mussolini parecen indicar que todo
ello ocurría con la proverbial indiferencia de la mayoría de los italianos
residentes en la Argentina. Afascistas antes, lo seguían siendo ahora. En
cualquier caso, para sus simpatizantes, el fascismo había sido derrotado
allá lejos en Italia, no necesariamente en la Argentina.
Por otra parte, la caída del régimen no implicó cambios drásticos en el
rostro oficial de Italia ante los inmigrantes. El personal consular, pese a
estar compuesto por activos militantes del fascismo (o quizá precisamente
por eso), presurosamente ya en 1943 había expresado su fidelidad al nuevo
gobierno del mariscal Pietro Badoglio.66 Visto que el fascismo había poten-
ciado la red, que incluía ciento cincuenta representantes entre cónsules de
carrera y vicecónsules, esa continuidad de rostros tan identificados con el
régimen caído no debe haber sido un factor de poca importancia en exhibir
continuidades entre el pasado y el presente y, desde ellas, sugerir que la
situación en la península había cambiado menos drásticamente que lo que
en realidad lo había hecho.
La llegada de muchos militantes fascistas reforzó a la vieja dirigencia
comunitaria en la Argentina. No todos los recién llegados habían, sin
embargo, acompañado al fascismo hasta el final en su aventura italiana.
Quizá podría distinguirse entre los que abandonaron a Mussolini en 1943
y los que todavía entonces adherían a él pero no quisieron sumarse a la
desesperada República de Saló, que lo sucedió en la Italia del Norte, y los
irreductibles republicanos de la última hora. Los primeros, en especial
aquellos que habían sido figuras notorias, vieron, en muchos casos, su
estadía en la Argentina como un momento de tránsito hasta que las cosas
se calmasen en Italia y pudieran volver a ella. Es el caso, por ejemplo, de
Vittorio Mussolini. Otros, como Carlo Scorza, seguramente considerando
que el campo que presentaban las comunidades italianas en la Argentina
era demasiado pequeño, decidieron incursionar a la vez en los ambientes
italianos y en la política argentina como creadores de una de las usinas

65. E. Scarzanella, “Il fascismo italiano en la Argentina al servizio degli affari”, en E.


Scarzanella (a cura di), Fascisti..., pp. 165-170.
66. F. Bertagna, La patria di riserva..., pp. 178-179.
428 Fernando Devoto

intelectuales, la revista Dinámica Social, que aspiraba a influir sobre el


peronismo.67 Otros intelectuales italianos se sumaron a ese experimento
que reunía a fascistas italianos y seudofascistas argentinos.
Los segundos, en cambio, en buen número perseguidos por la nueva
república italiana, de cuya justicia eran prófugos, no tenían muchas más
alternativas que sumarse a la vida de las instituciones italianas, y ade-
más veían en ellas una posibilidad de continuar con su militancia por la
causa fascista. Hasta cierto punto su militancia en el seno de la colectivi-
dad recordará la de los antiguos exiliados de mitad del siglo xix. A través
del instrumento de los italianos en el exterior, prolongar la lucha perdida
en Italia y juntar recursos para enviar a los camaradas en la península.
Efectivamente esos recursos llegarían, aunque en grado no muy consistente
dada la indiferencia de los notables de la comunidad para los conmilitones
detenidos en Italia o para el naciente Movimiento Social Italiano en el que
confluirían los fascistas.
Junto a los antiguos fascistas locales y más activamente que éstos,
darían lugar a una nueva política agresiva en el seno de las instituciones
que no dejó de inquietar al mismo régimen peronista que, si en muchos
de sus cuadros tenía visibles simpatías hacia ellos, no dejaba de priorizar
los costos y los beneficios políticos de acciones de ese tipo, en especial en
la medida en que entraban en colisión con sus políticas más generales de
establecer buenas relaciones con las coaliciones moderadas que goberna-
ban en la Italia de la posguerra. Cuando en 1946, en el primer aniversario
de la muerte de Mussolini, un padre franciscano apenas llegado de Italia
hizo no sólo una apología del Duce sino una crítica exaltada de las autori-
dades peninsulares que lo habían sucedido, tonos que repitió en Rosario
y Santa Fe (aquí haciendo vivar los nombres de Hitler, Mussolini, Franco
y Perón), el gobierno peronista ordenó la expulsión del fraile.68 No menos
preocupantes eran dos atentados con bombas realizados por los fascistas
en Buenos Aires al año siguiente, en ocasión del aniversario de la marcha
sobre Roma. Una fue puesta en el local del periódico comunista L’Unità degli
italiani y la otra en el cine Iguazú, donde se proyectaba el film de Roberto
Rossellini, Roma, ciudad abierta. Desde luego el peronismo no podía dejar
que esos y otros actos que atentaban entre otras cosas contra la soberanía
del Estado argentino siguiesen adelante. Esas situaciones marcaban los
límites de la posible colaboración entre el régimen argentino y los fascistas
italianos instalados en el país. Por otra parte, como veremos, el propósito
del peronismo era peronizar a los inmigrantes, no fascistizarlos, y para
ello había primero que argentinizarlos. Su ambigua divisa se refería a las

67. N. Girbal-Blacha, “Armonía y contrapunto intelectual: Dinámica Social (1950-1965)”,


en N. Girbal-Blacha y D. Quattrocchi-Woisson (dirs.), Cuando opinar es actuar. Revistas
argentinas del siglo xx, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1989, pp. 399-
422.
68. Citado por L. Capuzzi, op. cit., p. 300.
De 1945 hasta el presente 429

comunes raíces en la “latinidad” pero el objetivo central era incorporarlos


plenamente a la sociedad y al sistema político argentino.
En cualquier caso, los fascistas conservaron el control de muchas insti-
tuciones y podría sostenerse que esos años inmediatamente posteriores al
fin de la Segunda Guerra Mundial fueron el momento en que los fascistas
lograron una mayor penetración sobre las instituciones italianas, a con-
tramano de lo que sucedía en Italia. Para ello fue desde luego importante
la presencia en el poder durante el peronismo de no pocos simpatizantes
con su causa, y quizá tanto como ello la debilidad de un antifascismo so-
metido a las mismas divisiones que antes de la guerra. Ese control sobre
las instituciones no era desde luego hegemónico, pero era mayor que el
que podía esperarse luego de 1945.
Los fascistas controlaron por bastante tiempo la Feditalia, aunque
muchas entidades abandonaron esa institución –ya bastante debilitada
desde antes– por los rasgos políticos que connotaban a su dirigencia. En
un congreso de 1951 logró reunir apenas 65 entidades. Eran los tiempos
en que su presidente, Luigi Giusti, elegido en 1950, intentó una peligrosa
operación de estrechamiento de vínculos con Perón que lo llevó no sólo a
apoyar las iniciativas generales del régimen sino incluso a sumarse a su
campaña de integración de los inmigrantes en la vida política argentina
bajo su conducción. La adopción de un himno a Roma de Giacomo Pucci-
ni, en reemplazo del himno italiano, expresaba la voluntad de asociarse a
la confraternidad latina propugnada por el peronismo. Inevitablemente, a
cambio de ello, el peronismo daba ayuda financiera a Feditalia (y proba-
blemente a su presidente) y hacía gestos hacia ella, como la decisión del
mismo Perón de recibir a los representantes de la entidad al finalizar su
congreso de 1951.69
Por supuesto que el peronismo, con sus clásicas ambivalencias, no sos-
tenía solamente a antiguos fascistas sino a todos aquellos que estuviesen
dispuestos a sumarse a su proyecto político. De este modo, financiaba a su
vez un periódico fascista, Risorgimento, pero también al otro clásicamente
antifascista y cercano a los socialistas italianos más radicales, agrupados en
torno de Pietro Nenni en la península: L’Italia del Popolo. La cobertura de la
operación la brindaba el pasaje de algunos notorios socialistas, encabezados
por Enrique Dickmann (muy ensalzado en el diario), al peronismo en 1952.
Con todo, el monto de los subsidios no era equivalente ya que el primero,
menos importante por número de lectores y por tradición, recibía sumas
mayores que el segundo. De la investigación realizada por la Revolución
Libertadora resultó que la Secretaría de Prensa y Difusión del peronismo
financiaba en todo el país 95 periódicos y que, según el monto recibido, Il
Risorgimento figuraba en el cuarto lugar con una suma de 425 mil pesos
entre 1948 y 1955, mientras que L’Italia del Popolo había obtenido, en el
mismo período, algo más de la mitad de esa cifra.70

69. Idem, p. 247.


70. Vicepresidencia de la Nación, Comisión Nacional de Investigaciones, Documentación,
430 Fernando Devoto

Desde luego que una política como la llevada adelante por Feditalia
no podía sostenerse en el tiempo, cualesquiera fuesen los esfuerzos del
peronismo para financiar estas y otras iniciativas. Aun para los mismos
fascistas la única opción realista era una paulatina reconciliación con el
Estado italiano y sus autoridades diplomáticas bajo la antigua y ya clásica
insignia de la “italianidad”. Es decir, de las comunes raíces patrióticas de
unos y otros. Una nueva fase del mito de Garibaldi, cuya fecha de muerte
coincidía con la fecha oficial de la creación de la República Italiana (2 de
junio), lo que permitía a todos por una razón o por otra festejarla, ayudaría
a crear espacios comunes.
La sustitución de Giusti por Giuseppe Spinelli, otro conocido fascista
que había sido incluso ministro de Trabajo de la República de Saló, mostró
que los antiguos fascistas siguieron por un buen tiempo dominando com-
pletamente Feditalia pero, a su vez, que estaban dispuestos a emplear tonos
más moderados hacia las autoridades diplomáticas y hacia las instituciones
italianas que iban acompañados de una más prudente distancia del pero-
nismo. Prudencia que tal vez no era ya suficiente visto que el peronismo
multiplicaba sus iniciativas hacia las comunidades extranjeras y en especial
hacia los italianos. En 1954 Perón tomó parte como orador central en el
congreso de Feditalia, donde invitaría a los italianos a incorporarse a las
organizaciones que había creado el movimiento peronista.71
El peronismo, a medida que avanzaba, en los años 50, en su proyecto
uniformador de la sociedad argentina incrementaba su actividad sobre las
comunidades extranjeras y sobre sus instituciones para integrarlas en un
movimiento que aspiraba a monopolizar la representación de la sociedad
toda. Debe aquí recordarse que ya en la discusión de la Constitución de 1949
el peronismo había intentado proponer medidas de imposición compulsiva
de la ciudadanía argentina a los extranjeros. Finalmente, en la sanción de
la misma Constitución, el tema quedó expresado en un tono menos drástico
y el artículo 20 establecía que los extranjeros podían solicitar su natura-
lización luego de dos años de residencia continua en el país y adquirirían
automáticamente la nacionalidad transcurridos cinco años continuados
de residencia “salvo expresa manifestación en contrario”.72 Sin embargo,
la fórmula contenía ya un principio nacionalizador fuerte puesto que la
nacionalidad no se solicitaba sino que era automáticamente establecida.
Podía suponerse que muchos inmigrantes iban a no hacer explícita oposi-
ción a ser nacionalizados por desinterés, por desinformación o por algún
tipo de presión gubernamental. En cualquier caso, en 1954 comenzaron

autores y cómplices de las irregularidades cometidas durante la segunda tiranía, Buenos


Aires, 1958, ii, p. 537. Debo a Federica Bertagna esta referencia.
71. L. Capuzzi, op. cit., pp. 328-329.
72. “Texto de la Reforma Constitucional sancionada por la Comisión Constituyente de
1949”, en A. Sampay, Las Constituciones de la Argentina (1810-1972), Buenos Aires,
Eudeba, 1975, p. 525.
De 1945 hasta el presente 431

a ponerse en práctica las disposiciones para actuar lo sancionado por la


Constitución. Desde luego, esa situación, que implicaba la muy próxima
incorporación de los extranjeros al sistema político, llevaba a promover la
creación en las comunidades de entidades que garantizasen luego la fide-
lidad al peronismo. Así nacerá en 1954 la Associazione Argentina Amici
d’Italia que, controlada por el gobierno, buscaba operar sobre las elites
inmigrantes y sobre todos los italianos en la Argentina. La presencia de
Perón en el acto inaugural (quien aprovechó para recordar sus orígenes
italianos por parte de padre, enfatizar los aportes de la cultura italiana
en tanto fuente de la civilización occidental, exaltar el mito de la latinidad
y la estrecha amistad entre los dos países) indicaba la relevancia que el
peronismo le otorgaba a la organización.73
Fue el preludio para un Partido Peronista de los Extranjeros, ambiciosa
iniciativa que el movimiento en el gobierno puso en marcha a fines de 1954
para establecer un canal de movilización de los inmigrantes en favor de
éste. La iniciativa debe verse en correlación con el voto próximo de los inmi-
grantes luego de las naturalizaciones masivas previstas. Asimismo, era un
instrumento que marginaba completamente a las autoridades diplomáticas
de cada país, con lo que debía suscitar la oposición de estas últimas. Sin
embargo, la agenda política estaba ya demasiado recargada de los crecientes
conflictos que el peronismo tenía incluso con sus aliados naturales como
la Iglesia o dentro de otro de sus soportes, el Ejército, como para que esa
iniciativa, parte de las ambiciones totalizantes si no totalitarias del último
peronismo, pudiese prosperar. En cualquier caso, unos meses más tarde
caería el peronismo y todo quedaría en el olvido.
La política llevada a cabo por las autoridades diplomáticas peninsulares
en un contexto tan complicado no era nada sencilla. Por un lado tenían que
lidiar con las intromisiones crecientes del peronismo sobre la comunidad
italiana y con la aquiescencia o complacencia hacia ellas de una buena
parte de la leadership. Por el otro, debían encontrar el modo de promo-
ver la reunificación de las instituciones y de reemplazar a una dirigencia
demasiado arcaica. En ese contexto difícil, la tarea fue desarrollada con
bastante habilidad. El primer embajador enviado a la Argentina en 1947,
donde permanecería hasta 1954, Giustino Arpesani, era un reconocido li-
beral antifascista. Uno de sus primeros gestos fue visitar el local de Unione
e Benevolenza. Sin embargo, su política se orientó a tratar de superar las
fracturas en la dirigencia comunitaria y que a partir de ello se produjese
una renovación de sus grupos dirigentes. Su política volvía a estar en lí-
nea no sólo con la nueva orientación de los gobiernos italianos, sino con
la antigua de la Italia liberal precedente al fascismo, de auspiciar más que
de intervenir directamente.
Ciertamente, las dificultades de las autoridades italianas no eran sólo

73. L. Capuzzi, op. cit., pp. 324-325.


432 Fernando Devoto

las de lidiar con el fascismo de una parte de la dirigencia sino también el


problema del antifascismo, que seguía fuertemente dividido entre el compo-
nente social-comunista que emblematizaría la Azione Italiana Garibaldi y el
liberal-democrático agrupado en torno de Italia Libera. La primera era muy
limitadamente interlocutora de las autoridades diplomáticas, en la nueva
agenda signada por un anticomunismo muy presente entre los funcionarios
peninsulares y a la que daría nuevo vigor la pronta ruptura del frente anti-
fascista en Italia en 1947 con el desplazamiento de los dirigentes socialistas
y comunistas del gobierno de coalición. Por otra parte, dadas las estrechas
relaciones que existían entre comunistas italianos en la Argentina y los
dirigentes del Partido Comunista local, la situación para todos ellos sería
enormemente complicada dada su adhesión activa a la Unión Democrática
(bajo la consigna de “batir al nazi-peronismo”), la coalición de partidos an-
tiperonistas que enfrentó al nuevo movimiento en las elecciones de febrero
1946. La derrota de la Unión Democrática ante la coalición que sostenía a
Perón en esas elecciones dejaba a ese grupo casi sin opciones.
Los muchos problemas que tuvieron los militantes comunistas italianos
que participaban en actividades políticas y sindicales opositoras al gobierno
y que derivaron en encarcelaciones y deportaciones –ante las cuales nada
pudieron las gestiones realizadas por el embajador de Italia– muestran que
el contexto local, al igual que el italiano, era muy problemático para esos
grupos. En esa situación no es sorprendente que, en especial los integran-
tes de la tradición socialista peninsular, decidieran sumarse al apoyo al
peronismo al igual que hacían algunos congéneres argentinos.
El segundo componente, Italia Libera, era, seguramente, un interlocutor
más válido y algunos de sus personajes más influyentes, como el perio-
dista Ettore Rossi, tenían una lectura de la situación bastante realista y
propuestas sensatas y perspicaces. Era, por lo demás, el componente que
tenía más influencia potencial en la posguerra en algunas de las viejas
instituciones comunitarias que habían resistido al fascismo y entre los
moderados que se habían acomodado a la situación. Sin embargo, también
ella estaba afectada por disensiones internas y por un cierto cansancio
de algunos dirigentes (además de la muerte en 1948 de Torcuato Di Te-
lla que había sido uno de sus principales sostenedores) que le hicieron
desempeñar un papel menos relevante que el que podía suponerse. Asi-
mismo, el desinterés que todo aquel grupo de prestigiosos intelectuales
y empresarios judíos llegados en 1938 tenía hacia los avatares de las
comunidades italianas en la Argentina, privaba a este antifascismo, en
el plano comunitario, de un aporte invalorable.
Por lo demás, es necesario recordar que ese ambiente liberal, republicano,
democrático, no tenía peso en la nueva Italia dominada por los grandes
partidos de masas católicos o socialistas y comunistas, aunque pudiese
encontrar eco en el representante diplomático peninsular. Tampoco lo
tenía en la Argentina, donde si unos cuantos socialistas podían sumarse
al nuevo curso peronista, mucho menos sencilla era esa operación para
los liberales, en cuyo seno se encontraban las resistencias quizá mayores
De 1945 hasta el presente 433

al proyecto peronista por recordar a la vez al fascismo y representar a


un juzgado peligroso movimiento plebeyo y socialmente profundamente
democratizador.
En cualquier caso, lo que parecía brillar por su ausencia en la dirigencia
italiana de la posguerra era un componente democristiano que fuese el
partner ideal para el partido dominante en la Italia de la posguerra.
Un ejemplo de las iniciativas diplomáticas fue la promoción de la creación
de un nuevo diario que fuese una voz a la vez más prestigiosa y potente
que la de los existentes, débiles periodísticamente, demasiado embande-
rados políticamente y con un público muy reducido. Luego del colapso de
Il Mattino d’Italia permanecían tres diarios. Dos eran antiguos órganos
como el moderado Il Giornale d’Italia o el filosocialista L’Italia del Popolo,
a los que se sumaba otro fascista: Risorgimento. Existían a su vez unos
cuantos semanarios como el Corriere degli Italiani, antifascista democrá-
tico, Terra d’Oltremare, fascista, o L’Unità degli italiani, comunista. Desde
luego, no todo era prensa política. A ellos se agregaban otros enfocados en
temas deportivos (Sport Italia) o atentos a intereses de grupos regionales
de migrantes de la posguerra, que también aquí mostraban su diferencia
con la vieja colectividad (La Voce, orientado a la colectividad calabresa).74
El hecho de que, como vimos, algunos fuesen financiados por el gobierno
peronista mostraba tanto su debilidad como cuánto habían cambiado las
cosas. Que estuviesen, en su mayoría, muy embanderados políticamente
(con la relativa excepción de Il Giornale) también indica que su público era
muy restringido: los grupos de militantes o activistas.
La iniciativa de Arpesani logró la creación de un nuevo diario, en 1954,
Il Corriere degli Italiani (que reemplazaba al semanario del mismo nombre
fundado en 1949) que con la dirección de un demócrata ligado a Italia Li-
bera, Ettore Rossi, lograría convertirse en un órgano de nivel y de relativo
impacto. Aunque existen muchas continuidades entre el semanario y el
diario, entre ellos su director, el nuevo clima político en Italia y en la co-
munidad peninsular en el país y la actitud de Rossi de orientarse a crear
un diario de consenso democrático destinado a un público amplio –para lo
que decía inspirarse en el ejemplo provisto por La Patria–75 revelaban los
cambios entre el semanario y el nuevo diario. La estimación de la tirada de
Il Corriere degli italiani, en torno de los quince mil ejemplares, no lo hacía
parangonable a los grandes diarios italianos del pasado pero sí lo convertía
en una referencia para la comunidad y algo más en sintonía con el clima de
la Italia de la posguerra. El fin de esa experiencia periodística a mediados de
los años 60 dejó a las comunidades italianas de la Argentina sin un órgano
periodístico moderno y profesional. La prensa italiana permaneció pero ya

74. Guida per gli italiani..., p. 201.


75. D. Ruscica, “El periodismo después de la guerra”, en aa.vv., Los italianos en la Argen-
tina en los últimos cincuenta años, Buenos Aires, Manrique Zago, 1987, pp. 134-137.
434 Fernando Devoto

realizada de un modo sustancialmente voluntarista y amateur, destinada a


grupos limitados de lectores y centrada en los temas comunitarios mucho
más que en los grandes temas nacionales. Ese panorama no era, de todos
modos, una especificidad argentina. Reflejaba una situación más general
de la prensa de las comunidades italianas en el exterior.76
Aunque el proceso de renovación de la dirigencia y de abandono de los
lastres del pasado tardó un tiempo en llegar, para la segunda mitad de
los años 50 ya se había realizado. Desde luego no era ajeno a ello el despla-
zamiento del poder del peronismo, que no sólo dejaba sin ningún soporte a
antiguos dirigentes fascistas sino que los sometía a nuevas investigaciones
por parte de la Revolución Libertadora, deseosa de desperonizar, comple-
tamente, a la Argentina. Y si en algo estaban de acuerdo los vencedores de
septiembre de 1955 era en que el peronismo era una suerte de fascismo
criollo, con lo que cualquier cosa que pudiese ser asimilada a esa etiqueta
resultaba muy mal vista.
Llegaba finalmente, entonces, la era de la plena normalización de la
dirigencia italiana en el país. Aunque un componente nostálgico hacia
el fascismo subsistiría por mucho tiempo, la dirigencia peninsular en la
Argentina acompasaba sus tiempos a la vez con los del país y con los de
la Italia republicana. Sin embargo, ello ocurría cuando el flujo migratorio
peninsular estaba cesando. Aquel retraso, aquellos límites de la primera
dirigencia de los italianos en la segunda posguerra, explica, quizá mejor
que cualquier otra cosa, por qué tantos de los nuevos inmigrantes, que al
igual que los precedentes estaban bastante ajenos a todos esos debates,
buscaban mejorar su suerte y encontrar espacios de convivencia con sus
paisanos, decidieron crear nuevas instituciones o participar de otras ple-
namente argentinas y no sumarse a las ya existentes.
Ciertamente, no todo puede imputarse a las falencias y los límites de
los grupos dirigentes. Testimonios de jóvenes inmigrantes de la posguerra
recuerdan la distancia que sus padres percibían entre ellos y los llegados
en oleadas precedentes, tema al que ya aludimos al pasar y que dio lugar
a un debate en las páginas del Corriere degli Italiani.77 Asimismo, una en-
cuesta reciente realizada a poco más de un centenar de molisanos muestra
que muchos de los que nunca habían participado de ninguna institución
nacional o regional italiana, argumentaban que el motivo de esa no par-
ticipación derivaba de la prioridad otorgada a la sociabilidad dentro del
grupo familiar o parental. Por otra parte, se señalaba como otra causa la
distancia a la que se encontraban las instituciones que implicaba una

76. F. Bertagna, “Note sulla federazione mondiale della stampa italiana all’estero dai
prodromi al congresso costituente (1956-1971)”, Archivio Storico dell’emigrazione italiana,
1, 2005, pp. 15-38.
77. V. Blengino, Más allá del océano. Un proyecto de identidad: los inmigrantes italianos
en la Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1990, p. 146.
De 1945 hasta el presente 435

inversión significativa de tiempo sólo acercarse a ellas.78 Desde luego que


ambos motivos están relacionados, ya que lo que indican es que, teniendo
que optar, la prioridad en el uso del tiempo libre se orientaba a la familia y
no hacia las estructuras comunitarias. Nada demasiado sorprendente.

La vida de los italianos en la Argentina


de la segunda posguerra

Como hemos señalado en el apartado anterior y en otras partes de


este libro, sólo una parte de los italianos inmigrados participó de la vida
de las instituciones comunitarias. Muchos tuvieron un vínculo ocasional,
intermitente, con ellas. Prefirieron vincularse con otras instituciones de
cualquier origen, cercanas al lugar donde vivían, o con ninguna. En cual-
quier caso, para unos y otros, la vida institucional fue una parte, mayor
o menor, pero siempre limitada de su tiempo. Las personas en general, lo
sabemos bien, ocupan su tiempo en el trabajo, la familia, los parientes, los
amigos e incluso los vecinos. Hasta ahora hemos hablado de los gobiernos
italiano y argentino, de las empresas y los empresarios, de los intelectua-
les y el mundo de la cultura, de las instituciones y sus grupos dirigentes.
Deberíamos pues focalizar nuestra atención en los anónimos inmigrantes
y en su experiencia en el nuevo país. ¿Cómo fue ésta?
Es bueno empezar por los problemas generales vinculados con el tipo
de trabajo que los italianos realizaban. Las informaciones de conjunto no
son muchas. Por un lado, se dispone de una investigación que brinda da-
tos macroagregados para el caso del área metropolitana de Buenos Aires
en 1960 y, por el otro, de una serie de estudios puntuales sobre algunos
grupos regionales y aldeanos en algunas ciudades del interior.
Comenzando por el área metropolitana, la primera observación es que
los italianos acentuaron las pautas de inserción territorial que ya vimos en
los capítulos precedentes. Según datos inéditos del censo de 1960, de los
inmigrantes llegados entre 1945 y 1960, 73,3% de los italianos residía en
la ciudad de Buenos Aires y en su conurbano. No todos habían elegido ese
lugar originariamente. En especial entre los que llegaron en el primer período
(1945-1952), poco menos de la mitad (47,3%) de los que allí residían en 1960
se había instalado precedentemente en otro lugar de la Argentina y luego
reemigrado al Gran Buenos Aires.79 Desde el punto de vista ocupacional,
los italianos del área metropolitana estaban muy concentrados en el sector

78. A. Bernasconi (coord.), M. Beherán, N. De Cristóforis y L. Fasano, op. cit., p. 48.


79. M.I. Barbero y M.C. Cacopardo, “La inserción socioocupacional de los inmigrantes
italianos en la Argentina en la segunda posguerra. El caso del área metropolitana en
1960”, informe de investigación, cemla-Universidad de Luján-Consiglio Nazionale delle
Ricerche, 1992, cuadro 20.
436 Fernando Devoto

secundario. Un 64% de los italianos englobados dentro de la población


económicamente activa (pea) de catorce años o más aparecía censado en
los dos grupos ocupacionales definidos como artesanos y operarios (por-
centaje que se eleva a 68,6% si se incluye un tercer grupo, “otros obreros
y jornaleros”), mientras que la pea total del área en esos dos grupos era de
38,7%. Es decir que en esos sectores los italianos estaban muy fuertemente
sobrerrepresentados. Dentro de esos sectores, los italianos llegados entre
1945 y 1960 aparecían muy concentrados en algunos rubros: albañilería
y afines (12,5%), mecánicos y afines (10,5%), plomeros y remachadores
(9,8%), En cambio, los italianos varones de la posguerra aparecían muy
subrepresentados en los dos grupos que englobaban a profesionales, téc-
nicos, gerentes y funcionarios directivos: 3,7% contra 9,1% de la pea total.
También los peninsulares aparecían subrepresentados entre los emplea-
dos de oficina (4,9% contra 14,5% de la pea total) y entre los vendedores y
propietarios de comercios (7% contra 12,8%). Un dato adicional a tener en
cuenta es la diferencias entre hombres y mujeres. Mientras los hombres
italianos tenían un tasa de actividad mayor que el conjunto de la población
(92,5% contra 78,9%), la de las mujeres era sustancialmente inferior. Si
la tasa de actividad de todas las mujeres censadas era de 26,1%, la de las
italianas era de 15,5%.80
Los datos presentados nos permiten formular una serie de considera-
ciones preliminares acerca de la inserción ocupacional de los italianos. La
primera es que más allá de que la mayoría de los arribados en aquel perío-
do hubiesen declarado ser agricultores (y muchos lo eran efectivamente),
una primera novedad fue su reorientación hacia las actividades urbanas
industriales o conexas con ellas.81 Ciertamente ello es el resultado del perfil
del desarrollo económico argentino en ese período más que de cualquier
otra cosa. Una segunda es que por importante que fuese el papel de los
italianos entre los industriales, los managers y los técnicos en la segunda
posguerra, como vimos, en los grandes números, lo que caracteriza a la
emigración de la posguerra es su condición de artesanos y obreros y su
ubicación como asalariados (75,4% del total de los varones) y no como
empleadores o cuentapropistas (10,9 y 9,7% respectivamente). De todos
modos, una diferencia puede establecerse si se divide a los que llegaron
en la segunda posguerra entre los que lo hicieron entre 1945 y 1952, y los
que arribaron posteriormente. En el primer caso, los italianos en los grupos
ocupacionales que incluían desde empresarios a managers y técnicos lle-
gaban a 4% y en el segundo solamente a 1,9%.82 Ello nos recuerda tanto la
importancia del arribo temprano en las secuencias de oleadas migratorias
como el papel de los acuerdos a que hicimos referencia. En tercer lugar, en

80. M.I. Barbero y M.C. Cacopardo, “La inserción socioocupacional...”, cuadros 3, 11


y 13.
81. M.I. Barbero y M.C. Cacopardo, “L’emigrazione europea...”, p. 317.
82. M.I. Barbero y M.C. Cacopardo, “La inserción socioocupacional...”, cuadros 15 y
16 A.
De 1945 hasta el presente 437

relación con la actividad de las mujeres, los datos reflejan una tendencia
de largo plazo, que ya señalamos en capítulos precedentes, por la cual en
las decisiones de los grupos familiares italianos primaba la idea (al menos
mientras fuera posible) de que la mujer debía estar en la casa dedicada a
las labores domésticas.
Los datos censales, de gran utilidad para brindarnos una imagen de
conjunto, nos dan, sin embargo, sólo una foto estática de la situación en
un momento dado. Son menos eficaces para analizar el problema de cuán
bien les fue a los italianos que eligieron como destino a la Argentina luego
de la Segunda Guerra Mundial. Algunas inferencias muy generales pueden
hacerse: el pasaje del trabajo rural al trabajo urbano industrial con niveles
de calificación puede ser considerado en sí mismo un progreso. Los datos
de nivel de escolarización de los italianos sugieren algunas perspectivas
complementarias. Si los peninsulares arribados luego de la guerra tenían
en 1960 niveles de escolarización secundaria y terciaria menores que la
población total, los jóvenes italianos (entre catorce y veintinueve años) te-
nían índices muy superiores (casi el doble) a los de los grupos peninsulares
de mayor edad, lo que señalaría el acceso a niveles mayores de educación
por parte de los italianos llegados pequeños a la Argentina.83
Los itinerarios sociales de los italianos fueron, con todo, inevitablemente
muy diferentes. Observamos ya que un número de ellos, los que poseían
un capital o recursos técnicos, lograron construir una buena posición, al
menos en los primeros treinta años. Los que no tenían ni uno ni otros tu-
vieron una suerte variada. La misma historia de la economía argentina en
la posguerra, más allá de las muchas oscilaciones, presenta dos períodos
claramente diferentes: el primero hasta 1974 y el segundo desde 1975 en
adelante. En el primero, aunque fuese de modo irregular, con continuos
avances y retrocesos, la economía creció y también lo hizo, aunque más
moderadamente que antes, el salario real, las tasas de ocupación fueron
elevadas y las posibilidades de progreso social razonables. En el área del
Gran Buenos Aires hacia 1960, lugar adonde se había dirigido la mayoría
de los italianos, casi 70% de las personas habitaba en viviendas de las
que eran propietarios. De ese modo, el sueño de la casa propia, que desde
el comienzo había dominado el imaginario de los inmigrantes, era una
posibilidad palpable para la mayoría. Asimismo, la educación pública, ese
gran motor de la movilidad argentina, seguía en aumento. En 1965, casi
cuatro de cada diez adolescentes de entre trece y diecisiete años asistía
en todo el país a un colegio secundario y algo menos de uno de cada diez
de los comprendidos entre dieciocho y veinticuatro años lo hacía a la en-
señanza superior o universitaria, lo que ya vimos se reflejaba en las cifras
de los italianos.84

83. Idem, p. 14.


84. S. Torrado, Estructura social de la Argentina (1945-1983), Buenos Aires, De la Flor,
1992, pp. 302-304.
438 Fernando Devoto

Pero había más. Por poner dos ejemplos, que emblematizaron la década
del 60: el departamento en un lugar de veraneo y, para los obreros indus-
triales, el auto (el Fiat 600) eran algo a lo que era factible acceder. Luego de
1975, en cambio, mirados los datos macroeconómicos, la Argentina entró
en algo parecido a una gran depresión. La economía prácticamente no cre-
ció en los siguientes veinticinco años, el salario real promedio disminuyó
y en los mejores momentos estuvo un tercio por debajo del de 1974, la
desocupación aumentó (sobre todo en la década de 1990) y paralelamente
se incrementaron exponencialmente los índices de pobreza e indigencia.
Para el primero de los dos períodos, que es aquel en el que culmina
nuestro estudio, no disponemos de más datos globales desagregados para
los italianos que los ya presentados, pero nada autoriza a suponer que su
destino haya sido diferente, en términos generales, al de todos los argen-
tinos sino que estuvieron muy probablemente por encima de las medias
indicadas, ante todo porque esas tasas eran mayores al promedio del país
en las áreas urbanas del litoral que habían concentrado masivamente a
los italianos llegados luego de la guerra. En cualquier caso, en el contexto
de los treinta años posteriores a la guerra, hay que acentuar aun más
las prevenciones ya señaladas para épocas anteriores. Los itinerarios de
los inmigrantes fueron desiguales y diferenciados. Las posibilidades que
tuvieron tenían que ver con muchas cosas, una de ellas eran las redes
sociales en las que estaban insertos y el lugar, más o menos afortunado,
que habían logrado recortarse los pioneros. Alimentado el grupo inicial,
mayoritariamente a través de las cadenas migratorias, sus posibilidades
estuvieron en buena medida ligadas a las opciones de progreso que existían
dentro de sus vínculos familiares o paisanos.
Un magnífico estudio sobre dos grupos migrantes italianos en la ciudad
de Rosario nos da algunas pistas para explicar el tema.85 El trabajo analiza
comparativamente a dos grupos de meridionales que se instalaron en Ro-
sario luego de la segunda posguerra. Uno procedía en su gran mayoría de
Ginestra (y otros pocos del vecino Ripacandida), una comuna de población
de origen albanés de la Basilicata. El otro provenía del pueblo de Ripalimo-
sani, en la provincia de Campobasso en el Molise. Aunque el background
de los migrantes era semejante, en su gran mayoría procedían del estrato
de pequeños campesinos propietarios, pero su destino en la Argentina fue
muy diferente. La experiencia migratoria en sí ya tenía algunas diferencias.
Si bien ambos grupos habían venido a través de mecanismos informales
y no como parte de los migrantes oficialmente asistidos o “beneficiados”,
mientras las redes de amigos y parientes proveyeron en un caso informa-
ción y ayuda para resolver las trabas legales (por ejemplo, los contratos
de trabajo), en el caso de los procedentes de Ginestra la financiación de la

85. B. Argiroffo y C. Etcharry, “Inmigración, redes sociales y movilidad ocupacional:


italianos de Ginestra y Ripalimosani en Rosario (1947-1958)”, Estudios Migratorios Lati-
noamericanos, 21, 1992, pp. 345-370.
De 1945 hasta el presente 439

migración fue hecha por ellos mismos; en el de los ripeses fueron los pai-
sanos y parientes, ya instalados desde hacía tiempo en Rosario y bastante
exitosos, los que anticiparon en la mayoría de los casos el costo del pasaje.
Las diferencias mayores entre ambos grupos derivan, sin embargo, de la
situación posterior a la llegada a la Argentina.
Los migrantes de Ginestra, que poco apoyo adicional pudieron obte-
ner de sus vínculos con paisanos, entraron masivamente a trabajar en
la fábrica Acindar. Con gran esfuerzo (que a veces implicaba un segundo
trabajo en otra fundición) compraron lotes en la zona sur de la ciudad de
Rosario y comenzaron a edificar sus viviendas. En la tarea tuvieron un
papel importante los lazos de solidaridad entre los recién llegados que
los domingos solían cooperar entre sí, cada uno desde sus habilidades
específicas, para construir las viviendas de los otros. Aunque ascendieron
en la fábrica desde aprendices a obreros calificados y lograron convertir-
se rápidamente en propietarios de su vivienda en esa zona de Rosario (a
la que ellos mismos llamaban Ginestra en recuerdo del paese), luego su
movilidad social y espacial se detuvo. Siguieron como obreros y sus hijos,
cuyo elemento más distintivo es que muchos habían completado estudios
secundarios en escuelas técnicas, también continuaron siendo obreros y
viviendo mayoritariamente en el mismo barrio.
Los migrantes de Ripalimosani, en cambio, consiguieron más ayuda
de sus compaisanos que estaban en buena posición. Tenían muchas de
las panaderías de Rosario. Los nuevos arribados se incorporaron como
aprendices en la panadería y luego, en general con el apoyo crediticio de
algún paisano, ponían su propio establecimiento. Ascendieron rápidamente
hacia las clases medias de Rosario y los continuos cambios de domicilio
reflejaban adecuadamente esa movilidad social. Sus pautas de inserción
territorial fueron, por ende, dispersas, en oposición a la concentración de
los ginestrinos. Todos los hijos del grupo estudiado por Argiroffo y Etcharry
realizaron estudios primarios y secundarios y en algunos casos también
terciarios y universitarios. En síntesis, los procedentes de Ripalimosani
fueron más exitosos, se autonomizaron laboralmente y ascendieron más
allá de los avatares de la economía argentina. Los ginestrinos lo fueron
menos, permanecieron estables en el plano residencial y bastante inmóviles,
y siempre en relación de dependencia en el plano laboral.
La diferencia en el éxito relativo de ambos grupos no se encuentra en
las condiciones de la economía argentina, globalmente consideradas, sino
en las diferentes opciones que para uno y otro grupo brindaron las redes
sociales primarias de los inmigrantes.86 El grupo de ripeses podía apoyar-
se en compaisanos que habían llegado en épocas precedentes y estaban

86. Idem y también C. Etcharry, “Redes y movilidad social: éxito o fracaso. El caso de los
ripeses y ginestrales en Rosario (1945-1955)”, en M. Bjerg y H. Otero (comps.), Inmigración
y redes sociales en la Argentina moderna, Buenos Aires, cemla-iehs, 1995, pp. 61-66.
440 Fernando Devoto

bien instalados como comerciantes en la ciudad de Rosario. Los pioneros


brindaron un lugar de pasaje ocupacional para los recién llegados en sus
comercios, los que facilitaban no sólo un lugar de trabajo sino el aprendi-
zaje de un oficio que luego derivaba en la instalación en forma autónoma.
La existencia de esa red de soporte brindaba asimismo otros contactos y
un marco institucional que permitía tanto el ajuste a la sociedad receptora
como nuevas opciones laborales. En el caso de los migrantes procedentes de
Ginestra esas opciones no existían, y la extremada concentración ocupacional
como obreros de fábrica y residencial, en un barrio cercano al trabajo, los
hacía bastante semejantes al tipo de modelo propuesto por Herbert Gans
sobre la base del ejemplo de un grupo de italianos en Boston, en Estados
Unidos.87 Los fuertes lazos entre ellos, ligados a la densidad y a la malla
cerrada de la red, presentaban más inconvenientes que ventajas ya que
no brindaban muchos contactos fuera del grupo y actuaban más como un
límite que como una fuente de opciones para el ascenso social.
En otros dos puntos la experiencia de ambos grupos es instructiva. Los
ginestrinos no participaron de la vida institucional de los italianos en Ro-
sario y los ripeses lo hicieron en un número reducido y en forma más bien
episódica en la sociedad Familia Molisana, que agrupaba a los alrededor de
dos mil inmigrantes procedentes del Molise que había en la ciudad. Para
ambos grupos fueron importantes otros tipos de actividades alejadas de
los marcos formales comunitarios: las religiosas ligadas al santo patrono.
Para los ginestrinos, la veneración de la Virgen María de Constantinopla;
para los ripeses, la Virgen de las Nieves (incluido en este caso un festejo
público una vez al año). Más exitosos, los ripeses construyeron una iglesia
(donde depositaron una imagen de la Virgen) a la que sin embargo asistían
poco, en general para la preparación y la celebración de su fiesta.88
Los casos presentados exhiben rasgos comunes y diferentes de los
que nos muestran otros estudios sobre grupos migrantes en la posguerra
en Mar del Plata y Bahía Blanca.89 El análisis de dos cadenas migrato-
rias procedentes de Flumeri en la provincia de Avellino (Campania) y de
Roccaspinalveti en la de Chieti, en los Abruzos, llegadas a Bahía Blanca
luego de la Segunda Guerra Mundial, exhibe una vez más el papel de las
cadenas y de las redes primarias para la inserción de inmigrantes (que
también procedían de áreas rurales donde eran pequeños propietarios o
arrendatarios). Las redes no sólo brindaban las primeras posibilidades de

87. H. Gans, Urban Villagers: Group and Class in the Life of Italian-Americans, Nueva
York, Free Press, 1962.
88. B. Argiroffo y C. Etcharry, op. cit., p. 362.
89. F. Weinberg y A. Eberle, “Los abruzeses en Bahía Blanca. Estudio de cadenas migrato-
rias”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 8, 1988, pp. 103-123, y B. Favero, “Vénetos
y sicilianos en Mar del Plata: los inmigrantes italianos de posguerra y el desarrollo de
dos realidades barriales”, Altreitalie, 27, 2003, pp. 77-104.
De 1945 hasta el presente 441

incorporación al mercado laboral y de vivienda. La búsqueda de residir


cerca de parientes y paisanos daba lugar asimismo a pequeñas concen-
traciones de peninsulares de aquellas comunas en barrios específicos
de la ciudad. Nuevamente aquí la adquisición de un lote llevaba luego, a
través de la cooperación de amigos y parientes, a la autoconstrucción de
la casa. El acceso a la vivienda constituía también, en estos dos casos,
una dimensión prioritaria y su concreción mostraba los éxitos iniciales.
Si paisanos y parientes emigrados en épocas precedentes influyeron en la
inserción ocupacional, los modelos resultantes no presentaban pautas tan
concentradas en un nicho del mercado laboral como en los casos de Rosario.
Por el contrario, los migrantes procedentes de aquellas dos comunas se
insertaron mayoritariamente como albañiles en los comienzos pero mu-
chos derivaron luego hacia el sector textil, el alimentario y el metalúrgico.
Aunque los datos sobre la movilidad social son fragmentarios, la suerte de
los peninsulares parece mostrar una mayor dispersión interna que en los
dos grupos de Rosario. El mayor o menor éxito parece haber estado ligado
a itinerarios familiares más que a cada grupo en su conjunto. Una cierta
cantidad logró establecer pequeños comercios o pequeñas empresas dedi-
cadas a la construcción. Otros se instalaron como obreros especializados
en fábricas de la localidad. En cuanto a su relación con las instituciones
italianas, al menos los procedentes de los Abruzos desistieron de incor-
porarse a las viejas instituciones y crearon un nuevo Centro Abruzzese e
Molisano en 1977. En cuanto a la educación, dado que el estudio analiza
solamente a los inmigrantes y no a sus hijos, la comparación no es posible.
Sin embargo, a modo de ejemplo y siguiendo las tendencias generales ya
descriptas, los que llegaron siendo niños cursaron aquí el nivel primario
y en sólo pocos casos el secundario, sin que ninguno realizase estudios
terciarios entre ellos.90 Los resultados son semejantes a los que brinda
una investigación sobre los molisanos.91 También en aquellos dos últimos
casos, el papel de la sociabilidad informal entre parientes y paisanos fue
intensa y ocupaban un lugar relevante las dimensiones religiosas, ligadas
a los santos patronos, aunque sin la formalidad y la ritualidad presentes
en otros contextos de la Argentina.
Las dos comunidades estudiadas en Mar del Plata nos brindan menos
información, por lo que permiten formular menos preguntas comparativas.
En cualquier caso, el estudio de los sicilianos instalados en la posguerra
en la zona del puerto de Mar del Plata presenta un conjunto de analogías
formales con el grupo de Ginestra en Rosario: una elevada concentración
en una zona de la ciudad y una vinculación estrecha con una actividad:
la pesca. Sin embargo, no se trataba de una zona nueva, sino de un viejo
lugar de inserción de los italianos desde épocas precedentes. En cierto
modo, la zona del puerto de Mar del Plata recuerda bastante, por la fuerte

90. F. Weinberg y A. Eberle, op. cit., p. 46.


91. A. Bernasconi (coord.), M. Beherán, N. De Cristóforis y L. Fasano, op. cit.
442 Fernando Devoto

visibilidad de los símbolos italianos (aunque en este caso meridionales) al


barrio de la Boca en Buenos Aires. Son, o mejor eran, los dos barrios más
típicamente italianos de la Argentina.
El segundo grupo, véneto, aparece instalado en un conjunto de man-
zanas de una zona más cercana al centro de la ciudad (y mejor cotizada).
También entre los vénetos (de cuyos mecanismos migratorios nada sabemos
con precisión) parece haber existido una concentración ocupacional en
un rubro en plena expansión en Mar del Plata, como la construcción, y se
los encuentra en posiciones muy diversas dentro de ella, como albañiles,
constructores, picapedreros u horneros. Lo que el estudio destaca es el pa-
pel que desempeñaron en su articulación algunos espacios de sociabilidad
informal como dos bares y almacenes propiedad de vénetos y en los que se
jugaba a la “borea” (similar a las bochas) y a las cartas (“tresette”).92 Esos
ámbitos, de los que se ha hablado poco en este libro, deben ser, sin embar-
go, destacados como lugares que en ocasiones actuaban en sustitución, en
contraposición o en forma complementaria a la participación en instituciones
formales. También en los dos casos marplatenses las instituciones religiosas
parecen haber desempeñado un papel importante, aunque diferente del de
los casos rosarinos. Se trata de una acción de la Iglesia desde arriba y no
de la religiosidad popular gestionada por los mismos inmigrantes en torno
del santo patrono, aunque ésta haya existido también y no hayan dejado
de aparecer tensiones entre una y otra, al menos en épocas precedentes.93
La construcción de dos parroquias, una en cada uno de los lugares, por
parte de los sacerdotes de la Divina Providencia (Don Orione), implicó otro
punto de agregación y referencia.
Otros estudios sobre Mar del Plata, una ciudad en la que la presencia
italiana en la segunda posguerra fue particularmente importante, nos
brindan imágenes de distintos grupos de marchigianos procedentes de
Sant’Angelo in Vado, provincia de Pesaro, Porto Recanati (Macerata) y
San Benedetto del Tronto (Ascoli Piceno) .94 En el primer caso se trata
de una larguísima cadena migratoria comenzada en la década de 1880
y culminada en la de 1950. En los tres, los llegados en la primera época
brindaron las posibilidades para la emigración de la segunda posguerra
(cuyo origen era también mayoritariamente campesino) y en un porcentaje
relevante de casos fueron ellos los que no sólo consiguieron el contrato

92. B. Favero, “Vénetos y sicilianos...”, p. 116.


93. M. Castro, “La Iglesia Católica y la religiosidad popular de los italianos del Mezzogiorno
en el puerto de Mar del Plata entre las décadas de 1920 y 1940”, Estudios Migratorios
Latinoamericanos, 34, pp. 569-592.
94. M. Castro, “La emigración de las Marcas a Mar del Plata en la segunda posguerra”,
en E. Sori (a cura di), Le Marche fuori delle Marche, iii, pp. 695-722, y M. Bartolucci y E.
Pastoriza, “Me iré con ellos a buscar el mar: familias migrantes marchigianas a la ciudad
de Mar del Plata (1886-1962)”, Altreitalie, 27, 2003, pp. 77-104.
De 1945 hasta el presente 443

de trabajo sino que financiaron el costo del pasaje. También, como en los
casos precedentes, la inserción ocupacional fue favorecida por los inmi-
grantes anteriores, aunque la antigüedad y la diversificación de éstos dio
como resultado modelos ocupacionales dispersos y no concentrados. En
ese contexto, es previsible que también aquí el éxito o el fracaso siguiesen
una pluralidad de itinerarios. El análisis de Martín Castro exhibe que un
objetivo importante de los marchigianos era la autonomización económica
y que éste fue alcanzado en 60% de los casos de su muestra en el sector
de la construcción.95
Los miembros de las distintas cadenas siguieron, en cambio, patrones
residenciales bastante concentrados en distintas zonas de la ciudad (Hos-
pital, Estación Nueva y Stella Maris) a lo largo de las líneas de inserción de
los migrantes precedentes. El caso de los grupos de Porto Recanati y San
Benedetto del Tronto, que en un número importante se dedicaron a las
actividades ligadas con la pesca, presenta un punto de particular interés.
Pese a esa inserción ocupacional, no se instalaron en el barrio del puerto
característico de los que se dedicaban a esa labor y donde se establecieron
en cambio los sicilianos. En lugar de ello, prefirieron insertarse en otro
espacio urbano más cerca del centro y más lejos de su lugar de trabajo.
Su sitio de inserción, la zona del hospital, estaba, sin embargo, también
apartado de los otros núcleos residenciales característicos de los marchi-
gianos en la ciudad.
Los ejemplos de los marchigianos también ilustran algo ya señalado para
los vénetos: el papel que tuvieron los bares en la articulación de la sociabi-
lidad (donde el agrupamiento seguía líneas paisanas más que regionales)
e incluso un club local no italiano (Urquiza). Como en los otros ejemplos,
se mantuvieron alejados de las viejas sociedades italianas de la ciudad y
posteriormente (en 1976) crearán la Unión Regional Marchigiana.96
Respecto del papel de las mujeres inmigrantes, todos los trabajos presen-
tan imágenes semejantes. El rol tradicional de mujer en la casa, dedicada
a ella y al cuidado de los hijos, era el ideal (al menos de los hombres) y lo
que se verificaba en la práctica en la mayoría de los casos. Desde luego eso
estaba condicionado por las posibilidades económicas del grupo familiar
y por el tipo de actividad. En aquellas por cuenta propia, por ejemplo el
comercio, o en algunos rubros como el textil, la presencia de la mujer en
el mundo laboral fue mayor. Por lo demás, para los casos de Rosario y Mar
del Plata se verifica en las entrevistas que eran ellas las que asistían con
mayor regularidad a los servicios religiosos. Ese papel, que reproducía el
de tantas mujeres de las familias migrantes de las oleadas precedentes,
muestra que, por diferentes que fuesen las personas procedentes de la
península italiana en la segunda posguerra, los modelos familiares habían
cambiado muy poco.

95. M. Castro, “La emigración de las Marcas...”, p. 713.


96. Idem, p. 718.
444 Fernando Devoto

¿Qué podemos concluir de este breve recorrido por algunos ejemplos


de migrantes de la segunda posguerra? Lo primero es el importante papel
de las cadenas y redes migratorias, en el que un lugar importante para la
inserción y para la movilidad posterior lo desempeñaron los inmigrantes
precedentes. En segundo lugar, que los itinerarios fueron muy diferentes
y la suerte varia, aunque el piso de vivienda propia y ocupación estable
parece haber sido alcanzado por todos. Y también debe recordarse lo ya
señalado: que siendo mayoritariamente campesino el origen y urbano
el destino, ese hecho ya implicaba otros cambios de significación, si no
necesariamente en relación con la lógica de las relaciones sociales, sí en
cuanto a los consumos disponibles. A partir de allí, las posibilidades de
ascenso derivaban de las características del mercado local –la Argentina
urbana del litoral no era una sino muchas con ritmos diferenciados–, más
aún de las posibilidades que brindaban las conexiones interpersonales y
también de factores individuales y familiares. En tercer lugar, que la ex-
periencia institucional de los italianos en la posguerra estuvo muy lejos de
abarcar a todos los recién llegados, o incluso a la mayoría de ellos, y que
para aquellos que sí participaron de la vida institucional, ésta fue paralela
a la que emergía de otros ámbitos de sociabilidad más informales, por lo
general de parientes y paisanos.
Las imágenes que proveen los ejemplos presentados (la mayoría de los
cuales han sido construidos a través de entrevistas a los inmigrantes) pa-
recen darnos una idea de continuidad en los mecanismos y en el tipo de
inserción de los llegados en la segunda posguerra con los de los inmigrantes
anteriores. Más aún, pese a que estos italianos traían en muchos planos
un “equipaje” diferente del de los anteriores (por ejemplo, en cuanto a la
incorporación de los mitos nacional-patrióticos), como ya señalamos, sus
pautas de sociabilidad seguían estando dominadas por las relaciones con
familiares, parientes y paisanos más que con el conjunto de los italianos.
Sin embargo, debe recordarse que la sociedad a la que llegaban también
había cambiado. Era una sociedad de recepción más fuerte cuantitativamente
y mucho más articulada. Aunque los modelos de inserción territorial no son
diferentes de los de las épocas precedentes, las pautas matrimoniales de
los inmigrantes, según los pocos estudios de que disponemos, fueron más
abiertas que las precedentes. Por ejemplo, datos globales para Rosario en
el período 1952-1955 –una ciudad en la que los italianos tenían altísimas
tasas de endogamia antes de la Primera Guerra Mundial– muestran que
de 1.227 matrimonios de italianos varones solamente 292 habían sido
realizados con una connacional (24%).97 Su integración social y cultural,
a pesar de que conservaron sustancialmente al país de origen como grupo
de referencia y los rasgos culturales y costumbres traídos de allí, parece

97. Anuario Estadístico de la ciudad de Rosario, tercera serie, vol. 18 y 19, 1952-1953
y 1954-1955, pp. 17 y 30.
De 1945 hasta el presente 445

también haber sido más fluida y rápida que en las oleadas anteriores. Los
hijos, una vez más, quizá en forma menos traumática o compulsiva, pero
quizá también más rápida, se hicieron plenamente argentinos.

Las imágenes de Italia y de los italianos


en la Argentina de la posguerra

Si la presencia de un fuerte movimiento empresarial peninsular en la


Argentina constituyó, como vimos, una de las novedades de la posguerra,
otra lo fue el espacio que adquirió en la misma época la cultura italiana en
la Argentina, tanto en ámbitos institucionales como informales. Entendemos
aquí cultura en un sentido amplio, desde los ámbitos exclusivos, refinados
y prestigiosos hasta aquellas formas de consumo popular masivo.
Comenzando por el primer sentido, serían los múltiples rostros de la
Italia republicana en la Argentina, durante y sobre todo luego de la caída
de Perón, los que abrirían un terreno nuevo para la legitimación de la
cultura italiana. No se trata de que esa presencia no hubiese sido impor-
tante en el pasado a través de tantos profesores, científicos e intelectuales
llegados al país o leídos desde la Argentina sino más bien de que ahora
ese proceso parecía adquirir una visibilidad, un reconocimiento, que no
se le habían concedido siempre en el pasado. A ello contribuían muchas
causas: el incremento de los intercambios facilitados por los progresos en
las comunicaciones, un mayor aunque siempre intermitente activismo de
los gobiernos italianos, una presencia más extensa y más institucional de
las estructuras de irradiación de la cultura peninsular en el país.
En este último plano, no se trataba sólo del papel de las Dante Alighieri,
en plena expansión en la posguerra por la infatigable labor de su presidente,
Dionisio Petriella, sino de una presencia menos irradiante pero muy presti-
giosa de centros de estudios italianos en distintas universidades argentinas.
Dos merecen recordarse: la cátedra de Literatura Italiana en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (y quien fuera por
mucho tiempo su titular, Gerardo Marone) y el Instituto de Italianística de
la ciudad de Córdoba (donde tendría un papel importante Renata Donghi
de Halperín).98 Desde luego, más allá de esos ámbitos formales existían
grupos que no contribuyeron menos, como aquellos judíos italianos de
los que hablamos en el capítulo anterior, que desempeñaron un papel tan
grande en difundir una cultura que ellos hubieran definido como moderna
y en la que Cesare Civita y el grupo de la editorial Abril y los intelectuales
con ellos relacionados (por ejemplo, un Gino Germani) cumplieron un rol
destacado. Empero, también otra editorial, emblema en este caso del anti-

98. M.E. Vázquez, “Vida y literatura”, en aa.vv., Los italianos en la Argentina…, pp.
58-63.
446 Fernando Devoto

franquismo (Losada), desempeñaría un papel de primer orden en la difusión


de escritores italianos por influencia de Attilio Dabini.
Sin embargo, esas instituciones y su florecimiento o esos grupos de
editores podrían verse como causa o como síntoma. A su modo, impulsa-
ban pero también reflejaban los progresos en la recepción de la cultura
italiana en tanto que cultura de prestigio en la Argentina de la posguerra.
No se trata de que Giovanni Pascoli o Giuseppe Carducci y más tarde Luigi
Pirandello, Filippo Marinetti o Massimo Bontempelli (estos últimos, visi-
tantes de la Argentina de entreguerras), y con los dos últimos el futurismo
y el novecentismo, no hubiesen tenido una recepción en la Argentina sino
de que ahora ésta parecía más emblema de la cultura italiana que un
producto del genio individual de determinados escritores. Los nombres a
destacar podrían ser tantos y cualquier selección es arbitraria pero baste
ir de Cesare Pavese o Elio Vittorini a Italo Calvino (visitante de la Argentina
en 1984) o de Eugenio Montale a Giuseppe Ungaretti, cuya mayor recepción
en el país sería posterior a la Segunda Guerra Mundial. Desde luego que
un papel de legitimación importante en la cultura de elite lo proveería en
la segunda posguerra Victoria Ocampo y la revista Sur.
Si la literatura italiana era recibida en aquellos y en otros niveles (pién-
sese en el éxito de las novelas de Alberto Moravia), también vivían en la
posguerra –a diferencia de lo que ocurría en la misma Italia– una nueva
estación floreciente de pensadores como Benedetto Croce o Guido de Rug-
giero. Esa presencia estaba desde luego ligada a su carácter emblemático en
tanto intelectuales a la vez liberales y antifascistas en el seno de la cultura
antiperonista argentina. Luego, en el cambiado horizonte de la segunda
posguerra en Europa y del posperonismo en la Argentina, emergerían otras
influencias en el terreno de la filosofía política, campo en el cual la Italia
republicana parecía un laboratorio de nuevas propuestas, académicas o no.
Nos referimos a la influencia de Antonio Gramsci (emergente ya en 1951
en la obra de Héctor Agosti)99 y más tarde de Norberto Bobbio.
En cierto modo, por más que algunos autores hayan buscado resaltar
en la Argentina de la segunda posguerra las influencias del fascismo y de
los fascistas en el peronismo y más en general en la cultura política argen-
tina (tema que requiere ulteriores profundizaciones), mucho más visibles y
extendidas en el seno de la cultura letrada argentina fueron las distintas
variantes del pensamiento antifascista italiano.
Ciertamente, por importante que hayan sido esas influencias de la cul-
tura escrita, no debe olvidarse que ella tenía un alcance limitado no sólo
por sus contenidos sino por su mismo instrumento. Las nuevas formas
masivas que proveían el cine y la televisión hacían mucho más para difundir
a la vez una o muchas imágenes de Italia y de sus ambientes culturales.

99. Sobre Gramsci y la Argentina, véase J. Aricó, La cola del diablo. El itinerario de Gramsci
en América Latina, Buenos Aires, Puntosur, 1988.
De 1945 hasta el presente 447

En cierto modo, el cine construyó y divulgó mejor que ningún otro medio
estereotipos acerca de qué era la Italia de la posguerra. Expresó, asimismo,
una pluralidad de imágenes contradictorias, como forma y como conteni-
do, que proponían múltiples perspectivas de Italia. Todo comenzó con el
neorrealismo, rostro de un país pobre y sentimental, pero nunca vulgar, y
rescatado en la limpidez y nobleza de una estética cinematográfica símbolo
de una Italia nueva abierta al futuro. El neorrealismo, más exitoso fuera
de Italia que en la misma península, despertó numerosas críticas en el
elenco gobernante peninsular, reo de presentar una imagen negativa del
país en el exterior.100 Esa observación omitía, sin embargo, todo el efecto
positivo que en tanto productor de altas muestras culturales brindaba el
cine neorrealista.
A partir de aquel momento inicial los caminos del cine italiano se bifur-
can en muchos sentidos. Por un lado, parte hacia la búsqueda de nuevos
lenguajes cinematográficos, en la experimentación de las imágenes, en
las temáticas y en la forma de abordarla. El espléndido manierismo de
Federico Fellini y el intelectualismo estetizante de Michelangelo Antonioni
son dos buenas expresiones de ello. Por otro lado –y con bastante mayor
éxito de público–, la comedia a la italiana consiguió hacerse un lugar de
primer orden en el mercado cinematográfico local. Su éxito, que llevó
incluso a poco afortunadas coproducciones, permitió a la industria ita-
liana competir con éxito con la estadounidense e imponer su propio star
system (de Alberto Sordi a Vittorio Gassman) al lado de las estrellas de
Hollywood. Ciertamente la comedia a la italiana no dejó de recibir críticas
de todo tipo por parte de la cultura de elite peninsular.101 Sin embargo,
a veces parecía prescindir de las enormes diferencias de tono y de calidad
que existían entre muchas de ellas.
En cualquier caso, en cuanto a las imágenes de Italia que se proyectaban
en la Argentina, no dejaban de ser contradictorias. Por un lado, parecían
enfatizar, desde su tentación a la caricatura, rasgos de una Italia excesiva
y a menudo incluso vulgar. Por el otro, generaban una corriente de empatía
en el público argentino que parecía concluir que existían enormes simi-
litudes entre ambas sociedades. Para el espectador, la Italia del celuloide
era algo parecido a estar en casa.
Las imágenes que proveía esa usina que era la comedia a la italiana no
dejaban de proyectarse a otros terrenos como el teatro y la televisión. En
este plano, pocos expresaron mejor los tics de la comedia a la italiana en
el teleteatro como, en los años 60, Darío Vittori. Los medios visuales tenían
asimismo la competencia de otros espectáculos masivos. Nicola Paone reunía
multitudes en tiempos de la Argentina peronista (la Revolución Libertadora
lo prohibiría) emblematizando, en algunos de sus temas (“Uei paisano”) y

100. G.P. Brunetta, Cent’anni di cinema italiano, Bari, Laterza, 1995, pp. 61-63.
101. Véase por ejemplo la opinión de I. Calvino, “Autobiografia di uno spettatore”, en Il
cammino di San Giovanni, Milán, Mondadori, 1990.
448 Fernando Devoto

en su estilo, al inmigrante italiano. O quizá sería mejor decir que los argen-
tinos veían en ese cantor ítaloamericano (había nacido en Estados Unidos)
al arquetipo del inmigrante italiano. Luego de él, la televisión popularizaría
a otros cantantes, como Rita Pavone o Raffaella Carrà.
La pregunta subsecuente es ¿cómo influían todas esas heterogéneas
muestras de la cultura italiana en la percepción que no sólo de Italia sino
de los inmigrantes italianos se conformaba en la Argentina de la posguerra?
En conjunto quizá haya que ser menos optimista que lo afirmado prece-
dentemente. Las imágenes eran a la vez fragmentadas y contradictorias y
aquella imagen de Italia como espacio de una cultura de prestigio no llegó
a imponerse más allá de los círculos académicos e intelectuales. Es difícil
no admitir que si se toman en consideración horizontes de personas más
vastos, lo “típico” era la comedia a la italiana, y que a la hora de definir ese
elusivo término ‘italianidad’, al menos aplicado a la inmigración, los argen-
tinos no pensasen en Nicola Paone primero y en Darío Vittori después.
Ciertamente nada autoriza a pasar automáticamente de un conjunto
de estereotipos generados por la literatura, el cine o la televisión a otros
conformados en la vida cotidiana, a partir de las imágenes que las personas
construyen en la experiencia social concreta a partir de aquellos a quienes
conocen. La pregunta reformulada sería entonces: la suma de experiencias,
imágenes, percepciones, prejuicios, estereotipos, ¿en qué lugar colocaba a los
italianos en esa Argentina de los años 60? Por supuesto que la respuesta
tampoco es uniforme ya que hay que considerar a los diferentes grupos
sociales y es evidente que las imágenes eran enormemente favorables en
las clases medias, ellas mismas hijas en buena parte de esa inmigración.
En las clases altas y medias-altas parecían persistir, aunque atenuados,
los niveles de prejuicio que vimos en capítulos precedentes. La literatura
provee buenos ejemplos de ello. Un ejemplo son las observaciones puestas
por Borges en boca de sus personajes en muchos de sus cuentos, como
en el “El Aleph” (publicado en el libro homónimo en 1949), donde el na-
rrador observa la pronunciación de la “s” o la gestualidad de un personaje
atribuyéndolas irónicamente al origen italiano de sus antepasados, o en
“La Señora Mayor” (publicado en 1970) donde otro personaje, pese a su
apellido italiano, era “una persona de lo más ilustrada” o, finalmente, en
“El congreso” (publicado en 1975), donde el relator del cuento, de origen
italiano, dice que “ser de cepa italiana en Buenos Aires era aún desdoroso”.
El mismo tipo de imágenes emergen en la obra mayor de Ernesto Sábato
(él mismo descendiente de italianos meridionales), Sobre héroes y tumbas
(de 1962), en la que un personaje observa que una persona que se llame
De Ruggiero (la alusión es al filósofo amigo y colaborador de Croce) será
de todos modos vista como una especie de “verdulero”.102

102. Citado por V. Blengino, “L’Italia delle regioni nella cultura argentina. Ernesto Sá-
bato, Sopra eroi e... umili immigranti”, en V. Blengino, E. Franzina y A. Pepe, La risco-
perta delle Americhe..., pp. 526-546.
De 1945 hasta el presente 449

Las imágenes de la literatura son coincidentes con las que provee el


ensayismo de los años 60. Dos autores tan diferentes y además enfren-
tados entre sí como Arturo Jauretche y Juan José Sebreli lo confirman
en dos libros influyentes en esos años. Se trata de actitudes y prejuicios
de las clases altas y también de aquellas medias que buscan imitarlas (el
“medio pelo”).103
Desde luego todo ello no debería exagerarse en sus efectos prácticos. Las
clases altas, por mucho que intentasen conservar sus reductos exclusivos,
estaban en pleno retroceso en la sociedad argentina. Su poder económico
y su poder social no eran ya los de antaño. El país real pasaba por otro la-
do y no se trataba ya sólo del país productor sino también del país político,
de las instituciones y de las elites estatales. Los hijos de los italianos y
otros hijos de inmigrantes lo ocupaban todo y aquellos reflejos de hostilidad
quizá daban cuenta de esa situación. De la universidad a la clase política,
de la Iglesia a las Fuerzas Armadas, los descendientes de los inmigrantes
y en especial de los italianos estaban ya en todos lados. A su modo, habían
permeado y caracterizado a la sociedad argentina, en estilos y costumbres.
Más allá de la democracia como forma política, la democracia y el igualita-
rismo como ideal social –según el cual a nadie le estaba prohibido nada y
todos podían creer que ningún espacio, por prestigioso que fuera, les estaba
vedado– habían sido uno de los motivos dominantes y característicos de
la Argentina. Desde luego, a la hora de hablar de prejuicios no deberían
olvidarse tampoco los que los inmigrantes italianos y sus descendientes
tuvieron hacia los nativos en el pasado y también entonces.
En cualquier caso, aunque los relatos sobre la Argentina no lo admitiesen
o lo enfatizasen suficientemente, las muchas personas llegadas desde la
península a lo largo de dos siglos, a las que englobamos bajo el nombre de
italianos, habían contribuido a transformar la sociedad argentina dándole
un aire de familia con Italia tan evidente. Como ya lo sostuvimos, siguiendo
por otra parte otras opiniones más prestigiosas, todo parecía italiano en
la Argentina (y de algún modo lo era), aunque no pudiéramos precisarlo o
recortarlo con nitidez.

Eppur si muove...

El censo argentino de 1980 registraba algo menos de medio millón de


italianos residentes en la Argentina. Es decir que en veinte años la presencia
peninsular se había reducido en términos cuantitativos a casi la mitad, con
relación al censo de 1960, y su participación en la población total había

103. J.J. Sebreli, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Buenos Aires, Siglo Veinte,
1965, ii; A. Jauretche, El medio pelo en la sociedad argentina, Buenos Aires, Peña Lillo,
1966.
450 Fernando Devoto

disminuido aun más: de 4,5 a 1,7%. Se combinaban aquí varios factores. En


primer lugar, la ausencia de nuevos flujos migratorios peninsulares en esos
veinte años. En segundo lugar, los efectos biológicos sobre una población
que mostraba ya signos de envejecimiento en su pirámide de edades en los
años 60, resultado de que coincidían entre los italianos la antigua oleada,
cuyo último momento de esplendor habían sido los años 20, y la nueva,
cuyo apogeo había ocurrido a fines de la década del 40. En 1980 habían
desaparecido muchos de los italianos llegados sesenta o setenta años antes
y el medio millón registrado reflejaba fundamentalmente el peso de la última
gran oleada que por entonces tenía treinta años de antigüedad.
Todo parecía indicar que la presencia de la inmigración italiana en la
Argentina iba apagándose lentamente vista la progresiva disminución de los
nacidos en Italia y la argentinización de sus hijos. Ciertamente subsistían
numerosas instituciones peninsulares en el país. El número de éstas, rele-
vado en 1984, señalaba la existencia de 718 en todo el país, de las cuales
278 estaban en el distrito consular de Buenos Aires.104 La importancia del
número de entidades, mayor que el existente en 1914, parece presentar
una paradoja: cuanto más débil era la presencia de los italianos, mayor
era el número de sus instituciones. La respuesta no es misteriosa. Muchas
de esas instituciones languidecían, debilitadas en número de socios y en
patrimonio societario.
Mirado el problema veinte años más tarde, en 2001, es decir casi medio
siglo después de la oleada de la posguerra, los nacidos en Italia eran 217
mil –o sea que se habían reducido más de la mitad en otros veinte años– y
su porcentaje sobre el total de la población (a la sazón 36 millones) era de
0,6%. Su pirámide de edades mostraba los signos previsibles de envejeci-
miento: poco menos del 60% de los nacidos en Italia tenían más de sesenta
y cinco años y otro 38% tenían entre cincuenta y sesenta y cuatro años.
De ese modo, los menores de cincuenta estaban algo por debajo de 3% de
todos los italianos.105 Sin embargo, el número de instituciones italianas (al
menos aquellas registradas por las autoridades consulares) se mantenía
bastante estable. La circunscripción consular de Buenos Aires (que incluía,
como vimos, las agencias de Morón y Lomas de Zamora y las áreas que
dependían de ella) en su relevamiento de 2003 contabilizaba 253 con un
número de miembros de casi 87 mil que, aunque muy conjetural, no de-
jaba de ser muy elevado en relación con los nacidos en Italia enumerados
en el censo de 2001. Más aún, de esas 253 asociaciones, 111 habían sido
creadas a partir de 1980. Es decir, cuando más pequeño era el número de
nacidos en Italia residentes en la Argentina.106

104. A. Schneider, Futures Lost. Nostalgia and Identity among Italian Immigrants in Ar-
gentina, Berna, Peter Lang, 2000, p. 263.
105. indec, Revista Informativa del Censo 2001, Nº 12, 2004, gráfico 5.
106. Consolato Generale d’Italia, Le associazione italiane delle circoscrizione consolare di
Buenos Aires, Buenos Aires, 2003.
De 1945 hasta el presente 451

Por otra parte, luego de la creación por el gobierno italiano, en 1985, de


los Comitati degli Italiani all’Estero (coemit) para que los peninsulares en
el exterior pudiesen tener ante aquél sus representantes democráticamente
electos, al año siguiente, unas 165 mil personas que poseían pasaporte
italiano depositaron su voto. En estas elecciones, además de los partidos
tradicionales italianos, reveló su fuerza la lista de los calabreses, articulada
en torno de solidaridades regionales nacidas en la posguerra. El porcentaje
de votantes, en el que había ya muchos argentinos con pasaporte italiano,
era más allá de ello muy elevado en relación con los nacidos en Italia pre-
sentes en el censo de 1980 (488 mil) y más aún con los que permanecían
en el censo de 1990 (328 mil).
Todos los datos presentados muestran una inesperada vitalidad de la
presencia italiana en la Argentina, mucho mayor que en el pasado. Cierta-
mente, los números de italianos en la Argentina que proceden de las esta-
dísticas italianas eran mucho más altos y, de tomarlos en consideración, la
participación de los peninsulares en la vida comunitaria no sería diferente
de la de épocas precedentes. Por ejemplo, en 1981, las fuentes italianas
señalaban la presencia de casi 1.300.000 italianos en la Argentina.107 ¿Cómo
explicar esa enorme disparidad? Varias razones pueden argumentarse. Desde
luego, debe observarse preliminarmente que el censo argentino es mucho
más confiable por su forma de realización que las estadísticas italianas.
Estas últimas contabilizaban muchos italianos ya fallecidos cuyo deceso
no había sido registrado por las autoridades peninsulares y también otros
que habían regresado a la península. De cualquier modo, por numerosos
que éstos fueran no alcanzan a cubrir más que una parte de la diferencia.
Baste recordar que, ya en el censo de 1960, los nacidos en Italia eran me-
nos que la cifra consignada en el relevamiento italiano.
La diferencia procede de otro lugar: las personas con doble nacionalidad.
Es decir, aquellos descendientes de italianos nacidos en la Argentina que
habían tramitado la nacionalidad italiana amparándose en los distintos
acuerdos entre los dos gobiernos. Ese fenómeno ha tenido en los últimos
veinte años dos dinámicas: una constante, que también podríamos denomi-
nar fisiológica y que ha sido independiente de las coyunturas económicas
argentinas, y otra que puede denominarse excepcional, vinculada con éstas.
En especial, luego de la hiperinflación de 1989 y de la crisis económica
general de 2001 millares de personas comenzaron el expediente para ob-
tener la ciudadanía italiana, a la que tenían derecho por sus antepasados.
Las largas colas en consulados y viceconsulados italianos, que se hicieron
familiares para los argentinos, muestran esos momentos.
Ello no sugiere una futura emigración en masa de argentinos de ciuda-
danía italiana sino más bien la provisión de un instrumento más para una
eventual emigración a Italia o a la Unión Europea. La migración es para

107. A. Schneider, op. cit., p. 35.


452 Fernando Devoto

los más una opción entre otras en el horizonte de imágenes dominadas por
la incertidumbre.108 La diferencia entre expectativa migratoria y migración
efectiva tiene que ver con otras condiciones cuya concreción puede o no
realizarse. El éxito mayor o menor de los pioneros, la posibilidad de un
trabajo concreto en Italia, el apoyo de parientes allí y sobre todo las per-
cepciones cambiantes y ciclotímicas acerca del futuro de la Argentina son
los factores que a la hora de iniciar cualquier experiencia migratoria tienen
el peso decisivo más allá de las dimensiones jurídicas.
Los datos provistos por el anagrafe consular, actualizados al 30 de sep-
tiembre de 2002, confirmaban la presencia de 590 mil personas inscriptas
en esos registros en toda la Argentina. Asimismo, cifras presentadas para
2004 estimaban que para entonces ya eran 650 mil las personas con pa-
saporte italiano en la Argentina, a las que pueden agregarse en el futuro
otros 200 mil con el trámite comenzado y aún no concluido.109
Basándonos entonces en cifras ciertas, en el momento actual, aproxima-
damente dos tercios de las personas con ciudadanía italiana en la Argentina
han nacido en este país y sólo un tercio en Italia. Es evidente que, vista la
tendencia a la adquisición de la doble ciudadanía y la estructura de edades
de aquellos nacidos en Italia, salvo una nueva oleada migratoria peninsu-
lar de significación en el futuro cercano –más allá de aquellos que encuentran
en la Argentina un destino en el marco de la internacionalización del mercado
de trabajo en segmentos de alta calificación o de los movimientos de jóvenes
guiados por lógicas diferentes– en pocos años los ciudadanos italianos en
la Argentina serán casi todos ellos argentinos de origen italiano.
La situación de las últimas décadas presenta entonces una diferencia
sustancial con las precedentes, que es la paulatina y pronto completa
argentinización de las comunidades italianas en el país. Es bien sabido,
asimismo, que una sustancial parte de las personas que piden el pasaporte
no son hijos de italianos sino nietos, bisnietos o tataranietos, y que en ese
proceso han entrado en la historia familiar de muchos de ellos una buena
cantidad de personas de otros orígenes nacionales. Para muchos, además,
Italia es algo ligado a recuerdos, hábitos y costumbres transmitidos en la
familia (y mezclados con otros de diferentes orígenes) y muy pocas veces
a la conservación de la lengua, al conocimiento de Italia o a una precisa
conciencia acerca de en qué consistiría su “italianidad”. Por otra parte,
también muchos han realizado una opción por la ciudadanía por razones
instrumentales: disponer de un pasaporte para tener una opción laboral en
la Unión Europea. En esos contextos, su definición como italianos, no en
un sentido jurídico sino cultural, debe ponerse entre paréntesis. Por ello,

108. C. Caltabiano, “Vivere in tempi di crisi: ritratti della gioventù italiana in Argentina”,
en C. Caltabiano y G. Gianturco (a cura di), Giovani oltre confine. I discendenti e gli epigoni
dell’emigrazione italiana nel mondo, Roma, Carocci Editore, 2005, pp. 145-167.
109. Relazione dei rappresentanti del cgie dell’Argentina all’Assamblea Plenaria, Buenos
Aires, julio de 2004.
De 1945 hasta el presente 453

por ejemplo, más que hablar de emigración de retorno sería conveniente


hablar de argentinos en todo o en parte de origen italiano que inician una
experiencia migratoria. Deben incluirse dentro de la emigración argentina
al exterior y no del “retorno” de italianos al país de origen (fenómeno que
también ha tenido y tiene lugar pero en números mucho más pequeños).
Si el cuadro presentado nos brinda una de las lecturas de la situación
en los últimos tiempos, no nos da una imagen completa de éste. Queda
por explicar por qué, pese a ese proceso de transformación de las personas
con ciudadanía italiana en la Argentina, como vimos, las antiguas insti-
tuciones peninsulares en el país siguen activas y se suman a ellas otras
nuevas. Queda también por explicar, por ejemplo, el éxito de los cursos
de italiano dados por las distintas Dante Alighieri o por las agencias del
gobierno italiano en la Argentina.
La respuesta no es tampoco aquí tan complicada. Lo que ha estado
ocurriendo en las últimas décadas es que una parte de los descendientes
se ha acercado a la cultura y a las instituciones italianas. Seguramente ese
número, colocado en el universo de todos los potenciales descendientes, es
pequeño. Sin embargo, en ese universo de algo más de medio millón que ha
iniciado o terminado el trámite de la doble ciudadanía es bien significativo.
De este modo, en proporciones que no podemos establecer con precisión,
una parte de ellos ha intentado por distintas vías y con distintos grados
recuperar los lazos con la cultura de sus antepasados.
Las razones de ese interés pueden buscarse en muchas partes. En pri-
mer lugar, en la mucha mayor actividad de los gobiernos italianos hacia
las comunidades italianas en el exterior en los últimos dos decenios. De
la creación de los Comitati Italiani all’Estero (comites) a la concesión del
voto a los italianos en el exterior, pasando por el tratado entre Italia y la
Argentina firmado en 1987 o la creación, en 1989, de Assocamerestero110
como una entidad que coordinase las actividades de las diferentes cáma-
ras de comercio italianas en el exterior, muchas iniciativas surgirán de
parte de Italia. Asimismo, debe recordarse que el desarrollo del Estado de
bienestar italiano había generado mayores vínculos entre sus gobiernos y
los ciudadanos en el exterior, vínculos derivados de los nuevos derechos
sociales de los ciudadanos, desde el tema de las pensiones al de la salud.
A esas iniciativas del gobierno central deben sumárseles la de las regiones
italianas, del Friuli al Molise por poner dos ejemplos, que han desarrollado
activas políticas hacia los grupos de esos orígenes instalados en el exterior.
Muchas de esas iniciativas gubernamentales han estado vinculadas con

110. Assocamerestero es la entidad que reúne a las cámaras de comercio italianas en


el exterior. El objetivo de su constitución autónoma, en 1989, es ampliar y valorizar sus
actividades, difundiendo el conocimiento sobre la red y sus funciones ante las institu-
ciones italianas e internacionales y ante las organizaciones empresariales. Agrupa 74
cámaras con 138 oficinas en 47 países, las que cuentan en conjunto con veintitrés mil
asociados.
454 Fernando Devoto

empresas de la región (en especial en el nordeste de Italia), necesitadas en


los 90 de mano de obra y que veían en esas comunidades reservas a utilizar
que tenían supuestamente ventajas desde el punto de vista laboral y desde
el de la integración social con respecto a otros migrantes comunitarios o
no comunitarios.
Sin embargo, es difícil atribuir a esas iniciativas italianas el peso mayor
en ese interés de los descendientes por sus raíces italianas. Se trataba pro-
bablemente más de algo que ocurría en la Argentina y en las percepciones
de los descendientes. ¿Era resultado de la “ley” de la tercera generación que
formuló un sociólogo norteamericano, Marcus Lee Hansen, según la cual
los nietos buscan recordar lo que sus padres querían olvidar?111 Es decir,
una relación más distendida, menos tensa con los orígenes de los antepa-
sados que la de los hijos de los inmigrantes sometidos a fuertes presiones
nacionalizadoras por parte de los Estados y las sociedades de recepción.
Por sugerente que sea la idea de Hansen, ella presenta no pocos problemas.
Algunos están ligados a la misma idea de generación, que es un concepto
complejo que sólo parece aprovechable si se parte de un uso acotado que
propone que no siempre existe una unidad entre personas coetáneas y que
cuando ocurre está determinado por eventos muy significativos (por ejemplo,
una guerra mundial) que afectan las experiencias de un determinado grupo
en un momento de su vida (por lo general la adolescencia). Además, aun
en este último caso, no todas las personas coetáneas, de cualquier lugar
o condición social, están necesariamente incluidas en ese conjunto. Otros
problemas están ligados a la misma aplicación de la noción de generación
a los inmigrantes distinguiéndolos sólo por si nacieron en el país de origen
o en el nuevo y aun entre éstos, prescindiendo completamente de factores
como la edad a la que llegaron y el momento en el que lo hicieron. Además,
¿siempre los hijos quieren olvidar y los nietos recordar?112
Las cosas parecen haber sido más complejas, y en ese retorno al interés
por los orígenes puede haber algo de efecto tercera o cuarta generación,
pero mucho más de la coyuntura específica en la que se ubicó la Argentina
desde mediados de los años 70. Una pronunciada y prolongada crisis eco-
nómica, una feroz dictadura militar que dejó bastante devaluada la imagen
civilizatoria argentina, no sólo en el exterior sino ante los ojos de los mismos
argentinos, y luego un retorno de la democracia hecho bajo la insignia de
un país más tolerante y por ende más dispuesto a admitir la diversidad.
De modo diferente, las tres situaciones pueden haber influido en distinto
grado en un replanteo, en especial de las generaciones más jóvenes, de su
relación con la Argentina y desde allí en su relación con Italia.

111. M.L. Hansen, “The Third Generation in America”, Comentary, 14, 1952, pp. 492-
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De 1945 hasta el presente 455

Por un lado, la Argentina dejaba de ser el país de promisión, al que le


esperaba un futuro de grandeza sin par y cuyo destino era imaginado como
muy superior al del país de origen. Ahora la modernidad, el futuro, parecían
estar en Italia, no en la Argentina. América estaba en Europa, como fue dicho.
Por el otro, la misma Argentina democrática, aunque ni rápido ni totalmen-
te, fue distendiendo los exasperados nacionalismos xenófobos del pasado
(curiosamente, muchas veces exaltados por hijos de inmigrantes italianos)
y pudo plantearse una relación menos conflictiva y tensa con Europa, no
tanto en una clave de las ideas o de los modelos civilizatorios a importar o a
rechazar sino en otra más sencilla: los tantos lazos que unían, por ejemplo
a Italia y Argentina, a través de la experiencia de millones de inmigrantes.
Paralelamente, el mito del “crisol de razas”, resultado ideal a conseguir en
etapas forzadas a través de masivas dosis de patriotismo, fue también de-
bilitándose, quizá porque la misma integración de los descendientes de los
inmigrantes europeos ya se había verificado. Algunos de sus instrumentos,
como la conscripción, desaparecieron y otros, como la educación pública,
cambiaron parcialmente para dar más espacio a la enseñanza acerca de
la diversidad de costumbres y culturas que conformaron a la Argentina
moderna. El mismo 12 de octubre celebrado antes como “día de la raza”
ha comenzado a ser festejado como “día de las culturas”. El deporte, uno
de los medios mayores del nacionalismo patriótico de masas hoy en día, no
presenta las mismas características aunque desde luego siempre sirve para
recordar todas las distancias y rivalidades que en ese y en otros planos han
surcado las relaciones entre Italia y la Argentina.
Los mismos estudios históricos sobre migraciones alcanzaron ímpetu
en los últimos veinte años, cuando las migraciones europeas habían cesa-
do completamente. Eran parte de un movimiento más general que reunía
a historiadores profesionales y aficionados o simplemente a personas
corrientes a la búsqueda de memorias colectivas o familiares. El hecho
de que la Argentina era en gran medida un país de inmigrantes (aunque
no solamente) se hizo finalmente un lugar en el imaginario argentino. Ese
nuevo clima debe ser puesto en la base del emergente interés de tantos
jóvenes y menos jóvenes hacia la cultura italiana, entendida tanto como
la de los propios antepasados como la cultura oficial y pública impulsada
desde el Estado y los gobiernos italianos.
Sea de ello lo que fuere –y hay desde luego mucho de conjetura en las
reflexiones precedentes–, lo cierto es que mirado el problema de la presencia
italiana veinte años atrás, todo parecía desaparecer ineluctablemente junto
con el fin de la inmigración peninsular. La irreversibilidad del proceso parecía
avalada, asimismo, por las distintas experiencias del pasado asociadas a
la disminución drástica de la inmigración (por ejemplo, la de los años 30
del siglo xx). Sin embargo, permaneció mucho más de lo esperable y aun
un cierto acotado renacimiento tuvo lugar. Ello nos resguarda, al menos,
de hacer previsiones acerca del futuro de los descendientes de italianos,
sus creencias y sus percepciones, su papel en la Argentina del futuro. Chi
vivrà, vedrà.
FUENTES Y Bibliografía

Archivos

Archivio Centrale dello Stato, Roma


Archivio Civico Istituto Mazziniano, Génova
Archivio Comunale di Varazze
Archivio di Stato di Torino
Archivio Parrocchia Sant’Ambroggio, Varazze
Archivio Storico Ansaldo, Génova
Archivio Storico Ministero degli Affari Esteri, Roma
Archivo Banco de Italia y Río de la Plata, Buenos Aires
Archivo Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos
Archivo de la Dirección de Migraciones, Buenos Aires
Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Buenos Aires
Archivo General de la Nación (Argentina), Buenos Aires
Archivo General de la Nación (Uruguay), Montevideo
Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires
Archivo Histórico Udando, Luján, provincia de Buenos Aires
Archivio Salesiano Centrale, Roma
Archivo Salesiano de Buenos Aires
Archivo Unione e Benevolenza, Buenos Aires
Centre des Archives Contemporaines, Fontainebleau

Publicaciones oficiales

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Publicaciones periódicas

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Bollettino Mensile della Camera di Commercio ed Arti
Bollettino Salesiano
Cristoforo Colombo, Buenos Aires
El Economista Argentino
Il Socialista, Buenos Aires
L’Amico del Popolo, Buenos Aires
L’Italiano, Montevideo
L’Operaio Italiano, Buenos Aires
La Argentina
La Nación, Buenos Aires
La Nazione Italiana, Buenos Aires
La Patria, Buenos Aires
La Patria degli Italiani, Buenos Aires
La Patria Italiana, Buenos Aires
La Protesta, Buenos Aires
La Riforma Sociale, Turín
xx Settembre, Buenos Aires

Estatutos y reglamentos

Estatuto y Libros de Actas, Società Ligure di Mutuo Soccorso (la Boca).


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Aires.
Statuto. Regolamento, Società Italiana xx de Settembre, Buenos Aires.
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Índice de nombres

Agosti, Héctor Pedro, 446


Aguirre, Ernesto, 214 Badoglio, Pietro, 427
Alberdi, Juan Bautista, 70-72, 75- Balay, Georges, 397
76 Balbín, Valentín, 210
Alberini, Coriolano, 353, 369, 378 Balbo, Italo, 365
Alberti, Manuel, 27 Balcarce, Mariano, 64, 109
Albini, Giovan Battista, 192 Barberis, Giulio, 144
Aldovrandi, Luigi, 348 Barolo, Luigi, 287, 290
Alighieri, Dante, 71, 351 Barroetaveña, Francisco, 326
Alonso, Amado, 370 Barzini, Luigi, 312-313, 342
Alsina, Juan, 104, 236, 253, 304- Basso, Luigi, 121
305 Bastianini, Giuseppe, 349-350
Alvear, Marcelo Torcuato de, 199, 230, Battistessa, Ángel, 378
346, 348 Beccaria, Cesare, 19
Ambrosetti, familia, 211 Beck Bernard, Carlos, 70-72
Ambrosetti, Tommaso, 154, 207-208, Belgrano, Domenico, 25-27
213-214, 225-227, 290 Belgrano, Manuel, 9, 26-27
Anchorena, Joaquín de, 290 Bellini, Luis, 273
Andreucci, Guido, 322 Belloc, Carlo, 34, 41
Aneiros, León Federico, 74, 146 Benvenuto, Pietro, 264, 270, 280
Antonioni, Michelangelo, 447 Berio, Giuseppe, 158
Apollonio, Ruggiero, 214 Berisso, Giovanni, 130, 132, 190
Appelius, Mario, 352 Bernasconi, Cesare, 216
Arata, Giuseppe, 55, 82, 192 Bernasconi, Giuseppe, 130
Argerich, Antonio, 156, 159 Berri, Carlo, 285
Arias, Gino, 368-369 Berti, Domenico, 220
Arpesani, Giustino, 431, 439 Beruti, Antonio, 28
Astengo, Francesco, 90 Bevione, Gennaro, 200, 311, 313,
Avellaneda, Nicolás, 99, 101, 123, 342
140-141, 144 Bianchi, Alfredo, 377
[ 481 ]
482 Historia de los italianos en la Argentina

Bilbao, Manuel, 71 Canale, Geronimo, 129, 207, 409


Blosi, Annibale, 197 Canale, Nicola, 92
Bobbio, Norberto, 446 Cané, Miguel, 52, 73, 156, 302
Boccardo, Girolamo, 61, 103, 154 Canessa, familia, 215
Bodio, Luigi, 219 Cantilo, José Luis, 327
Bodrato, Francesco, 144-145 Cantù, Cesare, 301
Boeri, Giovanni, 197, 217 Capanni, diputado, 354
Boero, Antonio, 264 Capello, Francesco, 301-302
Boero, Bautista, 264 Cappa, Innocenzo, 340
Boero, Domenico, 264 Caprile, Enrico, 225
Boero, José, 264 Caprile, Giacinto, 41-42, 72, 80, 90,
Boero, Juan, 264 129, 213
Bonardelli, Guido, 300 Carbia, Rómulo, 377
Boneo, Juan Agustín, 310 Cárcano, Ramón, 72, 156
Bonesso, Girolamo, 123 Carducci, Giuseppe, 446
Bonifacio, Enrico, 213 Carosio, Giovanni, 289, 339, 349,
Bonoli, Filippo, 331 408
Bontempelli, Massimo, 446 Carpi, Leone, 57
Boraschi, Attilio, 152 Carrà, Raffaella, 448
Borges, Jorge Luis, 21, 204, 448 Carta Molino, Pietro, 48-50
Borzone, Giuseppe, 35 Carulla, Francesco, 45, 131
Borzone, Giuseppina de, 35 Caruso, Enrico, 199
Bottai, Giuseppe, 365 Casado, Carlos, 291
Bottaro, José María, 377 Casares, Carlos, 138
Bourlot, Stefano, 146 Casares, Vicente, 290
Bozzalla, hermanos, 284 Cassani, Juan, 377
Bracht, Alberto, 207, 214, 290-291 Castagnino, familia, 211, 263
Bulzani, Francesco, 275 Castellanos, Aaron, 68
Buschiazzo, Giuseppe, 193 Castelli, Angelo, 26
Buzzaccarini, Dario, 323 Castelli, Juan José, 26-27
Cavour, Camillo Benso, conde de, 58-
Cabal, Mariano, 68 59, 61, 76, 84-85, 90, 118, 160,
Cagliero, Giovanni, 142, 145-147 177, 190, 218
Calandrelli, Mattia, 301 Ceppi, Giuseppe, 264
Calvari, Eduardo, 108 Cerruti, Giovan Battista, 42, 65, 80,
Calvino, Italo, 446-447 116
Calvo, Carlos, 74 Cerruti, Marcello, 76-77, 79-80, 84,
Cambaceres, Eugenio, 156-157 192
Cambaceres, familia, 72 Cerruti, Alessandro, 59
Cambiagi, Francesco, 59-60 Chapperon, Luigi, 87
Campana, Joaquín, 28 Chiaraviglio, Mario, 358
Campolieti, Roberto, 266, 272, 335 Chiesa, Achille, 216
Índice de nombres 483

Chiesa, familia, 263 De Andrea, Miguel, 377


Ciampi, Lanfranco, 301 De Angelis, Pietro, 41, 50, 53
Ciano, Galeazzo, 364 De Lorenzi, hermanos, 340, 409
Ciarlone, Giovanni Battista, 77 De Pinedo, Francesco, 349
Ciccotti, Ettore, 358 De Ruggiero, Guido, 446, 448
Ciccotti, Sigfrido, 358 Dell’Acqua, Enrico, 222, 225, 288,
Cichero, Domenico, 59, 145 302
Cichero, familia, 147, 216 Dell’Oro Maini, Atilio, 377
Cichero, Fortunato, 225 Della Croce, Enrico, 74, 86, 92
Cinzano, Francesco, 288, 340-341, Dellachà, Gaetano, 130-132, 190
415 Dellepiane, Luis, 326
Cipolletti, Cesare, 300, 331 Demarchi, Alfredo, 212, 214, 287,
Cittadini, Basilio, 62, 91, 133, 136, 299
139, 141, 151, 197, 288, 304 Demarchi, Antonio, 41, 48, 72, 80,
Civit, Emilio, 305 129, 140, 206, 323
Civita, Cesare, 371-372, 445 Demarchi, familia, 208, 211, 287,
Coccolo, monseñor, 311 289, 291
Codovilla, Vittorio, 357-358 Demarchi, Marcos, 206, 209, 301
Colli di Felizzano, Giuseppe, 348, Demarchi, Silvestre, 72
360 Depretis, Agostino, 108
Colombo, Luis, 287, 338 Dessy, Silvio, 300
Corbino, Epicarmo, 254 Devoto, Antonio, 129, 131, 154, 156,
Corradini, Enrico, 342 206-207, 209, 211-212, 214,
Correa, familia, 116 263, 274-275, 286, 290, 323-
Corti, Alfonso, 377 324, 414
Cossio, Carlos, 370 Devoto, Aurelio, 156
Costa, Andrés, 281 Devoto, Bartolomeo, 156, 199, 286
Costa, Battista, 195 Devoto, Cayetano, 286
Costa, Dolores, 72 Devoto, familia, 289-290
Costamagna, Giacomo, 147 Devoto, Fortunato, 377
Cosulich, hermanos, 330 Devoto, Giuseppe, 324
Crispi, Francesco, 151, 154, 223 Devoto, Tommaso, 201, 224-226,
Croce, Benedetto, 368-369, 446, 448 286
Cugino de Príamo, Camila, 272-274 Di Giovanni, Severino, 358
Cuneo, Giovanni Battista, 40, 47, 52- Di Marzio, Cornelio, 346
53, 76, 89, 91 Di Tella, Torcuato, 322, 339, 352, 355,
360, 408, 411-414
D’Azeglio, Massimo, 41, 96 Dickmann, Enrique, 429
Dabini, Attilio, 446 Dinale, Ottavio, 335, 345, 347
De Ambris, Alceste, 359 Disney, Walt (Walter Elias), 371
De Amicis, Edmondo, 118, 120-121, Don Baccino (Giovanni Battista Ba-
143, 146, 308 cino), 143
484 Historia de los italianos en la Argentina

Don Bosco (Giovanni Bosco), 30, 64, Gálvez, Manuel, 353


143-148 Ganghi, Cayetano, 309
Donghi de Halperín, Renata, 445 García, Juan Agustín, 307
Dunoyer, Antonio, 41-43, 49, 59, Gargantini, Battista, 285
77, 79 Garibaldi, Giuseppe, 52-53, 77, 83-84,
86, 133, 166, 181, 305, 334,
Egidy, Luigi, 19, 21 363, 430
Einaudi, Luigi, 59, 61, 122, 130-131, Gassman, Vittorio, 447
220-222, 228, 231, 342, 390 Gazzolo, Giovanni Battista, 63, 143-
Ellena, Vittorio, 63, 218-220 144
Espinoza, Mariano, 74, 147, 310 Genovesi, Antonio, 27
Estrada, José Manuel, 147, 152 Gentile, Giovanni, 369
Gerchunoff, Alberto, 353
Falcón, Eduardo, 209, 211 Germani, Gino, 372-374, 386, 445
Farinacci, Roberto, 365 Gessler, Rodolfo, 68, 118
Fazio, Geronimo, 147 Ghisalberti, Giovanni, 213
Fazio, Giuseppe, 36 Giardino, Felice, 285
Fazio, Stefano, 36 Giardino, Juan, 285
Fellini, Federico, 447 Giardino, Ugolino, 285
Ferrara, Francesco, 61 Gimberti, Antonio, 264, 277
Ferraris, Carlo, 49, 50 Gini, Corrado, 349
Ferri, Enrico, 113, 276 Gioia, Luigi, 217
Figueroa Alcorta, José, 304 Giol, Giovanni, 285, 409
Fornari, Giovanni, 398 Giolitti, Enrichetta, 358
Franceschi, Alfredo, 377 Giolitti, Giovanni, 317
Franceschi, Gustavo, 353 Giuriati, Giovanni, 349-350
Franceschini, Antonio, 115, 125, Giusti, Luigi, 429-430
264, 265 Giusti, Roberto F., 326, 377
Franck, Mauricio, 68, 118 González, Elpidio, 326
Franco Bahamonde, Francisco, 428 González, Joaquín V., 300, 304, 308
Franzoni, Ausonio, 229 Gori, Pietro, 70, 298-299
Fray Mocho (José Sixto Álvarez), 157, Goyena, Pedro, 147
312 Gramsci, Antonio, 446
Fresco, Manuel, 354 Grandi, Camillo, 190
Frías, Félix, 138 Grandis, Valentino, 301
Froncini, Marino, 73, 78, 138, 142, Griffero, Pietro, 130
197, 199 Grippa, Giacomo, 285, 301
Frondizi, Arturo, 406, 408, 418 Gritti, Angelo, 276
Fusoni, Giovanni, 59, 90, 207 Gronchi, Giovanni, 418
Grote, Federico, 175, 297
Gallardo, Ángel, 327, 346, 349 Guariglia, Raffaele, 363
Gallardo, familia, 291 Guazzone, Giuseppe, 264, 276, 323
Índice de nombres 485

Guglieri, Antonio, 264 Levi, Carlo, 385


Guidi Buffarini, Arsenio, 325, 347, Levi Deveali, Mario, 368, 370
350-351 Levialdi, Andrea, 368, 370
Guido, José María, 418 Levingston, Roberto, 151
Gutiérrez, Eduardo, 74, 310 Liberti, Tommaso, 203
Gutiérrez, José María, 137-138 Llavallol, Jaime, 59
Gutiérrez, Juan María, 51, 71 López, Vicente Fidel, 212
Ludewig, Juan, 262
Herlitzka, Amedeo, 370 Lugones, Leopoldo, 310, 353
Herlitzka, Mauro, 202, 289 Luiggi, Luigi, 300
Hernández, José, 71, 74, 310 Luppi, Carlo, 190, 287
Hirsch, Alfredo, 290 Luppi, familia, 217
Luzzatti, Luigi, 62, 108, 214
Illia, Arturo, 418
Ingenieros, José, 307, 310 Mac Cann, William, 47
Intaglietta, Mario, 353 Machain, Gregorio, 211
Intaglietta, Michele, 353 Mackinnon, L.B., 40, 47
Isabel, infanta, 312 Madero, Francisco, 91
Malatesta, Enrico, 293
Jarach, Dino, 368, 369 Malleifer, M., 74
Jauretche, Arturo, 449 Mancini, Pasquale, 103
Juárez Celman, Miguel, 103-104, 126, Mansilla, Lucio V., 39, 153
153-154, 156, 212 Manso, Juana, 75
Justo, Juan B., 295 Mantegazza, Paolo, 68, 109
Marchi, Fortunato, 145
Labriola, Arturo, 359 Marelli, Ercole, 288
Lagos, Hilario, 76 Marengo, familia, 155, 211
La Marmora, Alfonso, 42 Marengo, Paolo, 193, 206-207
Lambruschini, Giuseppe, 118 Margherita, reina, 308
Lanza, Giovanni, 63 Mariani, Pedro, 277
Lattes, Leone, 370 Mariani, Roberto, 377
Lavaggi, Francisco, 290 Marinetti, Filippo Tommaso, 366,
Lavalle, Guido, 296 446
Lavarello, familia, 107-108, 211, 225 Marone, Gerardo, 445
Lavarello, Gio Batta, 59 Martignetti, Ignazio, 171
Lavarello, Giovanni, 207 Martini, Ferdinando, 312
Lefebvre, Carlo, 53 Martinoli, Giuseppe, 326
Lehman, Guillermo, 118 Massone, Attilio, 324, 350
Leloir Sáenz Valiente, Clara, 72 Mattei, Ettore, 299
León xiii, 147 Matteotti, Giacomo, 347, 357, 359
Levalle, Nicolás, 154 Mauli, Carlo, 293-294
Levi, Beppo, 368-369
486 Historia de los italianos en la Argentina

Maveroff, Achille, 59, 89-90, 131, 193, Newbery, hermanos, 290


206-208 Nigra, Costantino, 84
Mazzini, Giuseppe, 40, 52-53, 73, 79, Nitti, Francesco Saverio, 253, 257,
81, 84, 86, 89-90, 133-137, 151, 340, 342, 358
177, 187, 324 Nitti, Giuseppe, 358
Menabrea, Luigi Federico, 63 Nocetti, Tommaso, 215, 226
Méndez, Ángel, 207
Merlini, familia, 217 Ocampo, diputado, 104
Meucci, Tito, 324 Ocampo, Victoria, 446
Mieli, Aldo, 367-370 Oddone, Jacinto, 182, 295
Militello, Giuseppe, 20 Olivero, Eduardo, 323
Minetti, Juan, 339, 409 Olivieri, Silvino, 53, 72, 76
Miranda, Miguel, 394, 398 Onega, Gladys, 362-363
Mitre, Bartolomé, 47, 51-52, 62, 71- Onelli, Clemente, 300
72, 75, 84, 98, 138, 141, 206, Otero, Luis, 208
327
Molinari, Diego Luis, 377 Pagano, José León, 353
Mollo, Antonio, 276 Palacios, Alfredo, 326, 370
Mondelli, Giovanni, 215, 225-226 Pallaro, Luigi, 19
Mondolfo, Rodolfo, 368-370 Palma, J.M., 216
Montaldo, familia, 264 Palma, Luis, 287
Moravia, Alberto, 446 Pantaleoni, Maffeo, 302
Moreno, Francisco P., 300 Paone, Nicola, 447-448
Mosconi, Enrique, 354 Pareto, Vilfredo, 302
Mossotti, Ottavio, 49-50 Parini, Piero, 363
Moustier, marqués de, 74 Parodi, Domenico, 224
Mulhall, Edgard, 73 Parodi, familia, 211
Mulhall, Michael, 71, 73 Partenio, N., 120
Muratori, Ludovico Antonio, 51 Pascoli, Giovanni, 446
Mussolini, Benito, 332, 335, 342, Pavese, Cesare, 446
346-349, 351, 353, 362-363, Pavone, Rita, 448
365-366, 410, 427-428 Peccei, Aurelio, 407
Mussolini, Vittorio, 416, 427 Pellegrini, Carlo, 41, 49-50, 155,
Muzio, Claudia, 199 192
Pellegrini, Carlos, 156, 161, 178,
Nagar, Carlo, 195 212-213
Nardini, Camillo, 345-346 Pellerano, Lorenzo, 193
Negri, Cristoforo, 60, 109 Peña, Julio, 214
Nenni, Pietro, 429 Peradotto, Lidia, 377
Netri, Francesco, 276-277 Peralta, Cirilo, 116
Netri, hermanos, 276 Perkins, Guillermo, 68
Netri, Pasquale, 275
Índice de nombres 487

Perrone, Ferdinando María, 127, 217, Racca, Vittorio, 221


288, 304, 309 Rafaelli, Augusto, 285
Pertini, Sandro, 419 Raggio, Carlo, 59
Petriella, Dionisio, 155, 445 Raggio, E., 107
Pezzi, Filippo, 85 Raggio, Lorenzo, 207
Pezzi, Gaetano, 73, 84-85, 138, 197 Ramorino, Giovanni, 197
Pezzi, Primo, 323 Ramos, Juan P., 353
Piacenza, Esteban, 278 Ramos Mejía, José María, 187, 306-
Piaggio, Erasmo, 215 308
Piaggio, Ernesto, 215, 225 Ratto, Giuseppe, 145
Piaggio, familia, 108, 213, 215 Ravignani, Emilio, 353, 377
Piaggio, Giuseppe, 129, 206 Rebuffo, Luis, 270, 273
Piaggio, Rocco, 59, 107 Repetto, Nicolás, 194, 295, 346
Picasso, Vicente, 41, 62, 90 Rey Pastor, Julio, 370
Picolet d’Hermilion, Henri, 35, 40-43, Rezzonico, Antonio, 130, 290-291
50, 80 Riccardone, Natale, 195
Pignatti, Bonifacio, 360 Ricci, Clemente, 301-302
Pinasco, familia, 211, 263 Rigoni Stern, Angelo, 139
Pinasco, Santiago, 214 Ripamonti, Cayetano, 265
Pinedo, Federico, 354 Ripamonti, Faustino, 264-265
Pini, familia, 215 Ristori, Adelaide, 71
Pini, Hermenegildo, 287 Rivadavia, Bernardino, 48-49, 72
Pinoli, Clemente, 78 Rivolta, Primo, 274
Pirandello, Luigi, 446 Roca, Julio Argentino, 101, 126, 147,
Pirelli, Alberto, 289, 322 149, 151, 153, 204, 300, 304,
Plaza, Victorino de la, 328 309, 323
Podestà, Giacomo, 225 Rocca, Agostino, 20, 410-414, 420
Podestá, hermanos, 310 Rocca, Geronimo, 131
Poli, Dino, 415 Rocca, hermanos, 45
Pollinini, Serafino, 206-207, 210, Rocco, Alfredo, 342
214, 225 Rojas, Ricardo, 310, 353
Pombo, Elina, 323 Rolleri, Santiago (h.), 213
Prati, Francesco, 408 Romang, Teófilo, 68
Pratt, Hugo, 371 Ronchietto, Vittorio, 285
Priuli, José, 75 Rosas, Juan Manuel de, 38-43, 47-48,
Puccini, Giacomo, 429 51-54, 59, 76, 129, 192, 287
Py, Henry, 290-291 Rosetti, Emilio, 138, 155, 197
Rossellini, Roberto, 428
Quesada, Ernesto, 307 Rossetti, Luigi, 47
Quiroga, Facundo, 72 Rossi, Alessandro, 108
Quiroga, familia, 291 Rossi, Attilio, 371
Quiroga, María de las Mercedes, 72 Rossi, Ettore, 381, 432-433
488 Historia de los italianos en la Argentina

Roux, Luigi, 103 Spinetto, Davide, 281


Rua, Michele, 144, 148 Spinola, Federico, 143
Ruffo, Tita, 199 Stagnari, Luigi, 147
Stampa, Paolo, 63, 123, 189
Saavedra Lamas, Carlos, 306 Stoppani, Onorio, 215, 227, 290
Sábato, Ernesto, 448 Storni, Giovanni, 225, 227
Sabattini, Amadeo, 378 Susini, Antonio, 77
Sacerdote, Eugenia, 368
Sacerdoti, Mario, 369 Tamini, familia, 211
Sáenz Peña, Roque, 276, 308 Tamini, Luigi, 197, 207
Sáenz Valiente, familia, 291 Tarnassi, Antonio, 226
Sagarna, Antonio, 296 Tarnassi, Giuseppe, 301
Saldías, Adolfo, 154-155, 236-237 Tarnassi, Paolo, 301
Sallustro, Oberdan, 407, 420 Tedeschi, Alessandro, 301
San Martino, conde de, 42 Tejedor, Carlos, 98, 152
Saragat, Giuseppe, 176, 418 Terni, Paolo, 371
Sarfatti, Margherita, 349, 351, 367 Terracini, Alessandro, 368-370
Sarmiento, Domingo Faustino, 47, Terracini, Benvenuto, 368
63, 72-73, 75, 98-99, 102, 149, Testena, Folco, 335
152, 154 Tomba, Antonio, 130, 285, 290, 302
Say, Jean-Baptiste, 160 Tomba, Domenico, 176, 285
Scalabrini, Angelo, 122, 182 Tomezzoli, Umberto, 261, 265, 267-
Scalabrini, Giovan Battista, 142 269
Scalabrini, Pietro, 301 Tommaso de Saboya, 137
Scalabrini Ortiz, Raúl, 377 Toscanini, Arturo, 199
Scaramella, Antonio, 285 Toso, Pasquale, 285
Schiaffino, Nicola, 206-207 Turati, Filippo, 352
Scilingo, Adolfo, 400 Turgot, Anne-Robert-Jacques, 160
Scorza, Carlo, 322, 353-354, 416,
427 Umberto de Saboya, 172, 199, 308,
Segre, Renato, 368, 370 348-350
Seitun, Andrea, 217 Ungaretti, Giuseppe, 446
Sforza, Carlo, 381 Urquiza, Justo José de, 59, 72, 123
Silva, José, 400
Smith, Adam, 160 Vaccari, Pietro, 229, 286-287, 289,
Smith, C., 307 322
Sola, Abele, 167 Valdani, Vittorio, 214, 286-287, 322,
Sola, Oreste, 167 324, 339, 347, 352-355, 408,
Solaro della Margherita, Clemente, 414, 426
40, 42 Vallarino, Bartolo, 35
Sordi, Alberto, 447 Vallarino, familia, 36
Spinelli, Giuseppe, 430 Vallarino, Giacinta, 35
Índice de nombres 489

Vallarino, Giuseppe, 35 Volpe, Gioacchino, 369


Vallarino, Lorenzo, 35 Volta, Sandro, 363
Vallarino, Maddalena, 36 Voltaire (François Marie Arouet, lla-
Valletta, Vittorio, 407 mado), 52
Varela, Héctor, 62, 89
Varela, Mariano, 137 Walras, Leon, 302
Vasena, Pietro, 130, 291, 299, 326 Wals, L., 71
Vendemiati, Adone, 351, 360 Wilcken, Guillermo, 73, 117, 207-
Verga, Giovanni, 255 208
Vespignani, Giuseppe, 148 Wilde, José A., 83, 151
Viale, Bartolomeo, 80, 129, 192, 206- Wilson, Woodrow, 322
207, 211, 225
Viale, Luigi, 206 Yrigoyen, Hipólito, 325-328
Vianni, Cristiano, 49
Villate, familia, 291 Zamboni, familia, 215
Virgilio, Jacopo, 61-62, 103, 218 Zamboni, Silvestre, 130
Visconti Venosta, Emilio, 74, 86, 92 Zavattini, Cesare, 371
Vittori, Darío, 447-448 Zeballos, Estanislao, 152, 197, 304
Vittorini, Elio, 257, 446 Zuccarini, Emilio, 28, 49-50, 77, 80-
Vittorio Emanuele, 84, 358 81, 84, 119, 131, 166, 171, 192,
Vittorio Emanuele ii, 90, 138 194, 335

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