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DESPEDIDA DE JESÚS

Durante la última cena tiene lugar el conocido “Discurso del Aposento Alto”, registrado en
el evangelio de Juan, capítulo 13 al 16.

En esta ocasión ocurrieron hechos importantes protagonizados por los apóstoles y que
llenaron de tristeza al Maestro.
En el evangelio de Lucas (22:24), se narra que entre los discípulos de Jesús hubo una
discusión sobre cuál de ellos sería el más importante. El momento en que este hecho
sucede es de vital importancia para entender su alcance, significado o magnitud.

Ya el Maestro les había anunciado su muerte y les había revelado que sería muerte de
cruz, pero la dureza de corazón del ser humano parece no tener límites. Los discípulos
como que ignoran lo crucial del momento, lo más importante de todos los tiempos: La
crucifixión.
Y como si la vida del Maestro no les importara, se enfrascan en una disputa meramente
terrenal, a ellos les interesaba más saber quién de ellos era el más importante. Otra vez lo
material, lo terrenal se impone y olvidan las enseñanzas de Su Maestro que hasta el
cansancio les había repetido que buscaran primeramente el reino de Dios y su justicia y
que entonces, todas las demás cosas les serían dadas.

Después de más de tres años, aquellos discípulos no habían alcanzado el discernimiento


espiritual. No habían entendido que Dios es amor y que Dios no hace acepción de
personas, que nadie es más importante, que ante Él somos iguales. Pero lo más doloroso:
No habían aprendido a amar al prójimo como a sí mismo, y el dolor del Maestro al parecer
no les conmovía.

La lentitud de los discípulos para aprender que en el reino espiritual las normas o reglas
humanas no son aplicables, sin duda causó sufrimiento al Maestro, prueba de ello es la
respuesta que les dio:”Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis
pruebas” (Lucas 22:28).
Sí, ellos, los apóstoles, siempre estuvieron con Jesús, Él enseñándoles: ellos aprendiendo
(? ). Aprendiendo sí, pero lentos para entender.

El mundo no ha cambiado mucho desde aquel día. Muchos dicen creer en Dios, amar a
Jesús, sin embargo, no quieren “perder” el tiempo en leer su Palabra, porque les interesa
más el mundo y sus placeres (cine, música, farándula, belleza, chistes, chismes, etc, etc
etc). Pero como criticar es fácil, sobra quién diga: ¡Qué barbaridad eso que hicieron los
apóstoles, no tenían corazón!

Pero cuando ni te interesa la vida ni la muerte de Jesús, o la vida de tu prójimo que está
en necesidad, sufrimiento, soledad, rechazo y simplemente le ignoras deliberadamente,
vienes a ser peor que alguien que no tiene a Cristo en su corazón.

Antes de predicar a Cristo, examina tu corazón y no vengas a ser como los fariseos,
hipócritas y mentirosos. Dios no quiere oidores de la Palabra, sino hacedores. Si dices
amar a Cristo, los demás van a esperar mucho más de ti, porque el Señor nos mandó a
ser la sal y la luz del mundo.
La gloria y la honra sean dadas a Dios

HRM.
JUICIO DE JESÚS

En tiempos de Jesús, Jerusalén era una ciudad de montaña a 800 metros de altura. Zona
pedregosa. El monte de los Olivos, donde se encontraba el huerto de Getsemaní, en la
falda occidental del mismo, se ubicaba al otro lado del torrente de Cedrón (Juan 18:1),
frente al muro oriental del Templo. La distancia aproximada entre el huerto de Getsemaní
y el Templo era de 600 metros.
El acceso al Templo se hacía a través de una pendiente escalonada, que moría a las
puertas de la ciudad. Había en Jerusalén grandes construcciones, entre las que figuraban
el Templo de Herodes; la Fortaleza Antonia, residencia de Pilato; la casa de Caifás, y, la
Muralla de la ciudad con sus nueve torres.
La Fortaleza Antonia, ubicada al norte del templo, distaba unos 400 metros de éste. En
esta Fortaleza se hallaba el Pretorio, lugar donde Pilato impartía “justicia”. El Pretorio
tenía un Enlosado, ubicado en el sector norte de la Fortaleza. En este lugar fue juzgado
Jesús.

Después de ser prendido, Jesús es llevado a casa de Anás, suegro de Caifás, el sumo
sacerdote (Juan 18:13). El Maestreo ha bajado la pendiente del Monte de los Olivos,
atado, un recorrido de unos 600 metros aproximadamente.

Anás interroga a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le responde que
pregunte a los que le han oído. (Juan 18:22-24).
Jesús está frente a los “poderosos” del Templo, Anás los representa, por eso su
respuesta fue considerada como un atrevimiento y “uno de los alguaciles, que estaba allí,
le dio una bofetada”.(Juan 18:22).

Esa primera bofetada inauguraba su calvario. Desde la madrugada hasta el amanecer del
siguiente día, el Maestro había permanecido atado.
Anás lo devuelve al Concilio, ante el Sumo Sacerdote Caifás. Y aquí muchos decían falso
testimonio contra él. Jesús sufre la injuria de los hombres a quienes había venido a traer
redención.

Caifás le pregunta que si él es “el Cristo, el Hijo del Bendito” y Jesús responde “Yo Soy”.
Entonces Caifás se rasgó las vestiduras y le acusó de blasfemo. “Y algunos comenzaron
a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos,” (Lucas 22:63-65).

De aquí, Jesús es devuelto a Pilato y otra vez recorre los 400 metros de aquellas calles
estrechas, empedradas, empinadas y malolientes. Luego es enviado a Herodes, donde
fue nuevamente escarnecido y menospreciado, se le disfrazó con una túnica de rey para
burla de todos. Y otra vez sería devuelto a Pilato.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; y como oveja delante sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7).

Jesús sufrió lo indecible, pero con la actitud correcta en su corazón, no abrió la boca para
irritarse ante el odio de sus enemigos y obedeció en todo al Padre.
Como única reflexión sólo puedo decir: Digno es Jesús de toda gloria... Y cuán lejos
estamos de ser como Él.

HRM

REFLEXIÓN DE VIERNES SANTO

La llamada “Vía Dolorosa” fue el camino recorrido por Jesús desde el pretorio al Gólgota y
consistía en un intrincado laberinto de callejuelas estrechas y empedradas, con marcadas
pendientes que hacían difícil el desplazamiento. Esta vía rodeaba el exterior de la muralla
norte de la Jerusalén de entonces. (Hebreos 13:12).

En idas y venidas, el Maestro ha recorrido aproximadamente 2250 metros, atado,


azotado, golpeado. Su rostro desfigurado; sin ninguna belleza ni esplendor, su aspecto no
tenía nada atrayente. (Isaías 53:2. VP). Desde su arresto en el Getsemaní hasta su
llegada al Gólgota, han transcurrido alrededor de 9 horas.
A la hora sexta (mediodía) Jesús fue crucificado. El Hijo del Hombre totalmente
extenuado parece ya no tener fuerzas. Ha sido una noche de torturas sin fin:
Interrogatorios, caminatas, golpes, torturas, escarnio, humillaciones. El sudor mezclado
con la sangre empapa su túnica, que se pega a las llagas de su cuerpo herido. Los ojos
hinchados no pueden ya irradiar la dulzura de su mirada. La fatiga aumenta su agonía. “El
espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41).

El Maestro se siente como el que está a punto de ahogarse en profundas aguas, en


aguas pantanosas. (Salmo 69:1-3). Este salmo nos habla de la manera inaguantable en
que sufrió Jesús. Las aguas que Él pasó fueron muy profundas.

Al llegar al Gólgota le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; esta mezcla se usaba
para sedar al crucificado y que el dolor fuese menos insoportable. Pero Jesús lo rechazó,
porque su obediencia al Padre era perfecta y dice la Escritura que Él debía ser
perfeccionado en medio de la aflicción. No se mostraría como un cobarde, pagaría el
precio exacto del pecado del hombre, sin descuentos, sin anestésicos; debía saborear la
copa amarga.

Clavado en el madero, con su cuerpo desnudo como símbolo de la humillación. Aquellos


soldados, sanguinarios desalmados, tomaron la túnica del Santo y la sortearon entre ellos.
El verdadero Rey de reyes, sobre su cabeza portaba una corona de espinas, símbolo del
precio de su reinado. No entendían los burladores, los que hicieron aquella corona de
espinas, que el significado de la misma era literal.
Esas espinas simbolizan el pecado por el que fue herido el Hijo del Dios. Rey por
derecho, porque Él pagó el precio de nuestra redención.
Pilato haciendo gala de sarcasmo colocó en la frente del Maestro, el título de Rey de los
judíos, ignorando que esto era una verdad absoluta

Va caminando Jesús con dificultad entre los curiosos, que contrario a lo que se piensa, no
eran una multitud. La gente estaba preparando la pascua y esperaban con ansias la
fiesta, pues era el momento de compartir con la familia, la mesa y el vino. Mientras
nuestra verdadera pascua, Jesús, estaba siendo crucificado.

Aquella gente enfiestada, también esperaba el día de reposo, en donde nadie tenía que
hacer nada, pues todo quedaba listo el día anterior. Sí, Jesús, nuestra pascua, haría el
sacrificio perfecto, el cual una vez consumado, sería nuestro reposo, nuestra paz y ya
nosotros, los que creemos en Él no tenemos ningún sacrificio que hacer.

Aquel doloroso, pero glorioso viernes de abril, la gente estaba de fiesta. La crucifixión de
Jesús era parte de la algarabía y la diversión. Los tiempos no han cambiado, la gente
insensata tampoco. Hoy la gente hace fiesta de estas fechas: playa, alcohol, etc. hasta el
cansancio, para reposar el sábado y recuperarse de los abusos. Para los creyentes
comprometidos con el evangelio, es un día de comunión con Dios, de gratitud infinita, de
reflexión. Y el sábado, un día glorioso y digno de todo honor y recuerdo reverente.

La pregunta sería: ¿Crees que para entrar al reino de Dios se necesita la ayuda de otro
que no sea Jesús? Él fue quien murió por ti y por mí. Ningún otro es digno de honor y
gloria.

A más de dos mil años... Por toda oración decimos: Padre, Altísimo Señor, ¡Gracias,
gracias por tu misericordia! ¡Amén!

HRM

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