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CAPÍTULO 1: EL AZARÍAS

La novela se inicia presentando al Azarías un hombre adulto pero con capacidades


cognitivas deficientes y de aspecto físico muy descuidado. Azarías es criado de un
señorito en la Jara, pero usualmente abandona su trabajo para ir a visitar a su hermana,
la Régula. Esta suele renegar de su hermano porque él le reprocha su aspiración de
educar a sus hijos y le dice que ilustrarlos no tiene ningún propósito, argumentando que
en la Jara a nadie le interesa si uno es letrado o no. El señorito de la Jara es, de hecho,
permisivo con las visitas que Azarías hace a su hermana, que lo hacen ausentarse de sus
tareas, pero lo que sí le molesta es que el Azarías, que ya era un joven cuando el señorito
nació, diga que solo tiene un año más que aquel. El narrador explica que Azarías no lo
hace de mala voluntad, sino porque una vez se lo escuchó decir borracho a Dacio, el
Porquero, y desde entonces lo repite.

El Azarías se dedica a lustrar el automóvil del señorito y se encarga de desenroscar los


tapones de las válvulas de los autos de los amigos que visitan al señorito, con el objetivo
de que a este, en caso de necesitarlo, y ya que es época de escasez, no le falten
repuestos. Asimismo, Azarías se dedica en la Jara a cuidar a los animales y a desplumar
las aves que el señorito mata durante la caza. Tiene un vínculo especial con un Gran
Duque, un búho grande que suele usarse de cebo para cazar aves rapaces: le lleva
presas de comida especiales, lo cuida con mucha dedicación, lo acaricia tiernamente, lo
llama “milana bonita” e incluso intenta comunicarse con él, reproduciendo sus sonidos.

También cuenta el narrador que Azarías se dedica a contar las válvulas que le saca a los
autos, pero no conoce bien los números, entonces los inventa. Además, suele orinarse las
manos para que no se le agrieten. Algunos días del mes se despierta débil y abandona
del todo sus tareas en el cortijo y se echa a retozar, sin inmutarse por lo que los criados, e
incluso el señorito, piensen, hasta que finalmente logra ir de vientre en pleno campo y se
siente recompuesto, listo para retomar sus monótonas tareas.

Otra de las actividades que Azarías realiza por fuera de su trabajo es correr al cárabo, un
ave rapaz que le genera una extraña fascinación y a la vez pánico. Se trata de una
especie de juego: por la noche se dirige a la sierra y empieza a imitar el ruido del cárabo,
intentando provocarlo, hasta que el ave emite su aullido, y entonces Azarías se pone a
correr desenfrenadamente, entre divertido y atemorizado, hasta llegar jadeando otra vez
al rancho. Allí siempre lo recibe Lupe, la Porquera que le reprocha esos juegos infantiles,
pero él la ignora y se apura a visitar al Gran Duque, para contarle que ha estado corriendo
al cárabo.

Un día, en una de sus visitas, la milana no responde a sus llamados ni a sus mimos y,
alarmado, Azarías se dirige al señorito para anunciarle que su milana está enferma y
pedirle que llamen al médico, el Mago del Almendral. Pero el señorito se ríe a carcajadas

de la idea de llamar al Mago solo por un ave, lo cual estremece a Azarías. Pero a nadie
parece importarle su tristeza, pues la Lupe, Dacio, el Porquero, Dámaso y las muchachas
de los pastores se suman a la carcajada y a burlar al Azarías por preocuparse por un
pájaro. Entonces el hombre se dirige al establo y se pone a contar válvulas para
serenarse, hasta que se queda dormido. Al despertar, llama a su pájaro pero no recibe
respuesta y, al acercarse a él, descubre que ha muerto. Atravesado por la tristeza, el
Azarías toma el cadáver del pájaro y anuncia que se va a lo de su hermana.

Régula, al verlo llegar con el ave muerta, le dice que saque de su casa esa carroña.
Entonces él deja afuera al ave y toma en brazos a la Niña Chica, la hija mayor de Régula,
una niña inválida que permanece siempre acostada o en brazos, con la mirada extraviada.
Azarías dice que se dispone a hacer el entierro de la milana, y se dirige con la Niña Chica,
que emite sus característicos berridos, hacia el exterior de la casa. Entonces cava un
hoyo, donde entierra al pájaro, y luego de quedarse mirando el túmulo de tierra un rato,
toma a la niña en brazos y empieza a rascarle la cabeza, mientras la llama “milana
bonita”.

CAPÍTULO 2: PACO EL BAJO

Paco, el Bajo, es el esposo de la Régula. Vive en el cortijo con su familia, hasta que
Crespo, El guarda mayor, le encarga instalarse en la Raya de lo de Abendújar. Paco no
tiene problema en hacerlo pero sabe que eso di cultará la educación de sus hijos, que
para él y su esposa es algo muy importante porque sería lo único que les permitiría dejar
de ser pobres. Ya bastante tienen con la Niña Chica, a la cual, si bien es la hermana
mayor, llaman así en alusión a su enfermedad, que le impide hablar, moverse y valerse
por sus propios medios.

En efecto, la Señora Marquesa, con el objetivo de erradicar el analfabetismo, contrata a


dos señoritos de la ciudad, Gabriel y Lucas, para que enseñen a leer a sus criados. Los
maestros imparten sus lecciones, pero los trabajadores se muestran muy desorientados.
Una noche, borracho, Paco, el Bajo, se atreve a preguntarles para qué se empeñan en
hablarles de las letras y el señorito Lucas rompe a reír y le explica que eso que les
enseñan es la gramática. Sin embargo, los criados siguen desorientados y no
comprenden muchas de las reglas arbitrarias de la gramática. De hecho, Facundo,el
Porquero, se queja de escuchar que la “h” es muda, porque ninguna de las otras letras
habla tampoco, y cree que es inútil que exista una letra que no agrega ningún sonido. En
suma, quedan muy confundidos los trabajadores del cortijo con todas las enseñanzas del
señorito Lucas.

Sin embargo, Paco, el Bajo, experimenta a la vez una transformación, pues mientras
desarrolla sus faenas habituales, se encuentra a sí mismo pensando en las reglas de la
gramática y las consulta con la Régula. Una de esas noches, mientras discute de esos
temas con la Régula, se escucha el berrido lastimero de Charito, la Niña Chica, y Paco, el
Bajo, siente vergüenza de haber engendrado a una muchacha muda como ella. Se alivia,

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sin embargo, pensando que su otra hija, la Nieves, es más inteligente. Recuerda
entonces el origen de ese nombre, que muy poco tiene que ver con el color moreno de la
piel de su familia, sino con que durante el embarazo, la Régula sufría de calores
extenuantes y el Mago les sugirió llamarla “Nieves” para evitar que este bebé saliera con
algún problema como la Niña Chica.

Paco, el Bajo, piensa con amargura que la Nieves no llegó a asistir a la escuela porque su
familia fue encomendada a la Raya de lo de Abendújar, y por eso intenta transmitirle las
enseñanzas de la gramática que aprende del señorito Lucas. La Nieves responde a Paco
con las mismas ocurrencias de los trabajadores del Cortijo, y su padre aprovecha
entonces para imitar las carcajadas y las respuestas del señorito Lucas. Pero se muestra
muy satisfecho con los avances de Nieves y le cuenta a la Régula que hay esperanzas en
ella, pues tiene talento, no como la inútil Niña Chica.

Una mañana, llega Crespo, el Guarda Mayor, a la Raya, y le anuncia que don Pedro, el
Périto, ordena que Paco y su familia regresen al Cortijo, pues ya han cumplido su deber
en la Raya. Paco está muy ilusionado porque cree que ahora Nieves podrá ir a la escuela
y llegar lejos, y sus hijos varones, que ya están en edad de trabajar, podrán ayudar
económicamente a la familia. Pero una vez en el Cortijo, don Pedro comienza a repartir
tareas e instrucciones para los recién llegados. Régula, por ejemplo, se encargará, entre
otras cosas, de atender el portón de la estancia y estar a disposición de las salidas y
entradas del coche de la Señora y el señorito Iván, a quienes no les gusta esperar. Antes
de concluir, don Pedro, con pudor, observa a la Nieves, y termina diciéndole a la Régula
que ahora que la niña está crecida podría ayudar a su esposa, doña Purita, que ya está
grande para las tareas del hogar. Al escuchar esta propuesta de trabajo para Nieves,
Paco y la Régula se sienten muy decepcionados, pero deben aceptar lo que mandan sus
superiores.

Don Pedro, El périto comienza entonces a hablar apresuradamente, sin reparar en la


tristeza de Paco, y argumenta que ahora todos quieren ser señoritos y marcharse a la
capital o al extranjero, y nadie quiere ya ensuciarse las manos ni trabajar, pero que a la
niña Nieves no le faltará nada ahora y podrá incluso volver por las noches a dormir a la
casa de su familia. Luego de marcharse don Pedro, llega Facundo, el Porquero, que
advierte a Paco y a Régula que doña Purita es muy histérica y exigente. A partir de la
mañana siguiente, Nieves se presenta todos los días en la Casa de Arriba.

Un día, Carlos Alberto , el hijo mayor del señorito Iván, hace su Comunión en la Capilla
del Cortijo, y dos días después llegan al Cortijo la Señora Marquesa acompañada del
Obispo. Régula les abre el portón y queda deslumbrada y ensaya algunos saludos
ridículos, pero la Señora Marquesa le indica que debe besarle el anillo. Régula besa
exageradamente el anillo y luego el coche se dirige a la Casa Grande, donde se celebra
una esta en lo alto. En paralelo, el personal se reúne en la corralada a festejar y brindar
por el señorito Carlos Alberto y la Señora. Pero Nieves no puede asistir, porque se
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encuentra sirviendo el banquete de la Casa Grande. Allí, la Señora repara en ella y le
pregunta a Pedro de dónde ha sacado esa alhaja. Él le responde que es la hija menor de
Paco, el secretario del señorito Iván. Entonces la Señora se sorprende y le dice a su hija,
Miriam, que esa muchacha podría ser una buena primera doncella.

La Nieves no se da cuenta de lo que genera en la Señora, porque mientras sirve está


abrumada por la presencia del rubio y bello Carlos Alberto, vestido de blanco por su
Comunión. Por la noche, le dice a su padre que quiere hacer también la Comunión, y él le
responde que deberá consultarlo con Pedro. Pero Pedro y la Purita, al oír la idea de
Nieves, se echan a reír de su ocurrencia y nalmente tanto en la Casa de Arriba como en
la Casa Grande se burlan de la aspiración de Nieves. Cada vez que el señorito Iván recibe
invitados, doña Purita aprovecha para señalar a la niña y burlar su deseo de hacer la
Comunión, a lo cual la concurrencia responde con risas y revuelo. Enseguida, el señorito
Iván argumenta que eso es culpa del Concilio, que les hace creer a las gentes de las
clases bajas que deben ser tratadas como personas. Entonces el señorito Ivan le pide
suele pedir su opinión a doña Purita, acercándose a ella y asomándose descaradamente
sobre su escote, mientras don Pedro los mira, lleno de rabia y celos.

Más tarde, en la Casa de Arriba, don Pedro suele armar una escena de celos a Purita que
se repite continuamente: le reprocha que ella se abre el escote para provocar a Iván y le
dice que es una zorra, a lo cual ella siempre responde que no puede renegar de los
dones que Dios le dio, mientras presume su cuerpo cínicamente. Esa actitud altanera
pone aún más nervioso a Pedro, que la amenaza con pegarle, pero ella le dice que es un
cobarde y no se animaría a lastimarla. Entonces él se pone a llorar y le dice que ella lo
tortura. Pura se mira al espejo, ostentando su cuerpo, mientras Pedro llora en la cama
como una criatura. Nieves suele presenciar esas escenas y contárselas luego a Paco, su
padre, quien le dice que ella debe ver y callar, sumisamente.

Un día se celebra en el Cortijo la batida de los Santos, esto es, el comienzo de la


temporada de caza, y el señorito Iván, mientras ostenta sus habilidades en la caza, le
comenta sardónicamente a Paco, el Bajo, lo inútil que es Pedro, que no acierta ningún
tiro. Por la tarde, en el almuerzo en la Casa Grande, Purita, con su escote habitual, y el
señorito Iván despliegan su coqueteo una vez más frente a don Pedro, que, nervioso y sin
saber cómo reaccionar, se desquita con Nieves, confesando a todos que ella quiere
hacer la Comunión. La niña se siente muy avergonzada y don Pedro sigue señalándola
acusadoramente, hasta que Miriam se compadece de ella y dice que no hay nada malo
en que la niña desee eso, y que si ella no tiene los conocimientos, alguien debería
formarla.

Más tarde, don Pedro intenta disculparse con Nieves, diciéndole que solo la estaba
embromando, pero de inmediato se dirige a su mujer, Purita, para volver a reprocharle su
actitud con Iván y la escena de celos de siempre vuelve a comenzar.

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Capítulo 3: LA MILANA

Un día, el Azarías se presenta en el Cortijo, y su hermana, al verlo cabizbajo, le pregunta


si está enfermo o se murió otra milana, y él le dice que el señorito de la Jara lo ha
despedido porque está viejo. Régula, indignada, le dice que es natural que haya
envejecido, tanto como lo ha hecho el señorito, y Azarías responde que él solo tiene un
año más que aquel. En eso, Azarías escucha el alarido de la Niña Chica, sus ojos se
iluminan y le pide a su hermana que le acerque a la niña. Régula le responde que está
sucia, pero el hombre insiste, la toma en brazos, la acaricia y le dice “milana bonita”.
Enseguida llega Paco y la Régula le cuenta que está su hermano, esta vez para instalarse
con ellos, porque el señorito lo ha despedido. A la mañana siguiente, Paco se dirige a
caballo al cortijo del señorito de Azarías, donde lo recibe Lupe, la de Dacio, el Porquero,
que le dice a Paco que Azarías es un asqueroso que defeca en cualquier lado y se orina
las manos. Paco, el Bajo, le dice a Lupe que nada de eso es novedad, y ella le responde
que no es nuevo, pero con el tiempo cansa.

De pronto aparece el señorito de la Jara y, ante su mirada de desprecio, Paco se presenta


como cuñado de Azarías. El señorito admite que ha despedido a Azarías porque es inútil
en su cortijo: no puede usarlo para desplumar las aves que luego él se comerá, porque se
orina las manos, y, de manera despectiva, da a entender que con la deficiencia cognitiva
de Azarías no es de utilidad para él en ese cortijo. Paco intenta persuadirlo para que lo
vuelva a recibir, argumentando que Azarías ha pasado toda su vida allí. Pero el señorito lo
interrumpe violentamente, diciéndole que él merece un premio por haber acogido durante
tantos años a un anormal como Azarías. Paco acepta esto, pero sugiere que él en su casa
no tiene lugar para asilarlo, y el señorito replica que esa es justamente la función de una
familia, no la suya. Además, el señorito agrega que Azarías quita los tapones a las ruedas
de los coches de sus amigos, lo cual lo avergüenza.
Paco regresa a su casa. Piensa entonces que su cuñado es un engorro al igual que la
Niña Chica, y recuerda que Régula se refiere a ellos como dos inocentes. Sin embargo, al
menos la Niña Chica permanece quieta, pero el Azarías no para de moverse y de pasear
durante toda la noche, como si fuera un perro. Además, Azarías suele dedicarse a juntar
abono para las flores. Para ello, persigue a Antonio Abad, el Pastor, y va detrás del rebaño
recogiendo sus heces, para luego retornar al Cortijo y dejarlas junto a los geranios, donde
los demás criados lo reciben, quejándose de que Azarías llena el Cortijo de excremento.
Régula lo defiende frente a ellos, diciendo que al menos así no molesta a nadie, hasta
que un día le pide a Paco que le busque una tarea a su hermano, porque está inundando
el Cortijo de caca animal.

Para entonces, Rogelio, uno de los hijos varones de Paco y Régula, ya maneja el tractor,
y para alivianar el peso a su madre, suele llevarse a su tío Azarías a andar en tractor con

él. A diferencia de Rogelio, el otro hijo de Paco, Quirce, es hosco y aprovecha cualquier
ocasión para desaparecer del Cortijo. Solamente sonríe cuando Rogelio se burla de
Azarías, pidiéndole que cuente las mazorcas. Al ver que Azarías no sabe contar, los
hermanos se ríen, y la Régula los reprende, diciendo que reírse de un viejo inocente es
ofender a Dios. Entonces ella le acerca la Niña Chica al Azarías para que la recoja en
brazos, y le dice que la niña es la única que lo comprende. Azarías la recoge
amorosamente y la llama, una vez más, “milana bonita”, hasta que ambos se quedan
dormidos como dos ángeles.

Un día, la Régula le encuentra un piojo a la niña y le pregunta a su hermano hace cuánto


que él no se baña. Él responde que desde que fue despedido, pero le dice que al menos
se orina las manos cada mañana. Su hermana lo reta pero su aspecto inocente y sumiso
la doblegan, pues entiende que debe ocuparse de él como si fuera otra criatura. Le
compra entonces camisetas nuevas y le ordena que se ponga una cada semana, pero
cuando al mes ella regresa para preguntarle dónde ha puesto las camisetas usadas, el
Azarías le cuenta que ha estado usando una sobre la otra. Régula pierde la paciencia y le
ordena desvestirse, y luego le indica cómo tiene que cambiarse las remeras.
Con el tiempo, Azarías comienza a sufrir alucinaciones, y empieza a ver a su hermano
muerto, el Ireneo, y en cuanto la gente del Cortijo se entera, empieza a burlarlo y a
preguntarle por Ireneo. Azarías les cuenta que su hermano está en el cielo, a donde lo
mandó Franco, y la gente se ríe de él.
Pero lo que más atormenta a Paco, el Bajo, es que Azarías defeca en cualquier lugar del
Cortijo, y luego él debe ocuparse de levantar sus desechos para que nadie los encuentre.
Paco le reprocha esto a Régula y ella le dice que no sabe qué más hacer. Entretanto,
Azarías se muestra cabizbajo porque extraña ir a correr el cárabo, y empieza a insistirle a
su cuñado para que lo lleve a la sierra, así puede retomar esa costumbre. Paco lo ignora
hasta que un día se le ocurre llevarlo, a cambio de que Azarías comience a defecar en el
monte. Así, cada noche, Paco lo lleva a la sierra, donde Azarías corre al cárabo y luego va
de vientre.
Una tarde, Rogelio aparece con una grajeta, un pequeño cuervo, y se lo lleva a su tío.
Azarías lo toma entre sus manos, enternecido, y comienza a llamarlo “milana bonita”.
Entonces le construye un nido y comienza a alimentarlo, imitando una vez más su aullido
y comunicándose con el animal. Régula, al verlo entretenido, felicita a su hijo por la idea.
Pero el Quirce, en cambio, lo mira con desprecio y le dice que no es una milana sino un
pájaro negro, que nada bueno puede traer a la casa.
Una mañana, la grajeta echa vuelo y, apartándose del brazo de Azarías, alcanza la copa
de un árbol. Azarías comienza a lamentarse porque no quiere que la milana se le escape.
Angustiado, le habla al pájaro para que regrese a él, y cuando Régula intenta alcanzarla
con una escalera, el ave se aleja aún más. Azarías se echa a llorar, diciendo que la milana
no está a gusto con él. Comienzan a acercarse los trabajadores del Cortijo y a reírse del
lamento de Azarías hasta que, de pronto, el hombre aúlla, remedando el alarido del ave, y
logra captar su atención. El animal comienza entonces a graznar a la par que el hombre y,

de manera imprevista, ante la mirada atónita de todos, vuela hasta posarse en el hombro
del Azarías, que lo recibe al son de “milana bonita”.

CAPÍTULO 4 : EL SECRETARIO
Un verano en que el Quirce saca cada tarde el rebaño de ovejas y Rogelio se encarga del
jeep y del tractor, el señorito Iván le advierte a Crespo que no pierda de vista a los
hermanos, pues Paco, el Bajo, ya está viejo y no quiere quedarse sin secretario. Sin
embargo, ninguno de sus hijos tiene el olfato de su padre, que desde chico se ponía en
cuatro patas y, como si fuera un perro de caza, era capaz de distinguir con el olfato a la
presa de caza. El señorito Iván siempre le pregunta a qué huele la caza, y Paco se
sorprende de que aquel no huela todo lo que él sí.

El señorito Iván comienza de muy chico a aficionarse por la caza y ya a los trece años
sale entre los tres primeros de un torneo; se vuelve tan bueno en ello que a veces hasta
logra tener cuatro pájaros muertos en el aire. Desde esos días, Ivan se acostumbra a la
compañía de Paco: aprovecha su buen olfato y cuando nota que aquel es malo para
cargar las armas, le ordena que practique cargar todas las noches antes de acostarse,
asegurándole que si logra ser el más rápido de todos nadie podrá superarlo como
secretario. Paco, que es servicial por naturaleza, acata la orden y se esfuerza muchísimo.

Con el tiempo, Iván se convierte en un cazador muy habilidoso y lo usa a Paco de testigo
para presumir su excelencia con los demás. Paco se siente muy orgulloso de que su
testimonio sea tan importante para el señorito, y se vanagloria de que los amigos de Iván
envidien más que nada a su secretario. De hecho, muchas veces Paco es requerido por
esos señores, incluso por algún Embajador o algún Ministro, para asistirlos en la caza con
sus dones de olfato. En esas oportunidades, Paco se muestra muy altanero de su saber y
el señorito Iván observa, orgulloso, cómo los otros se asombran de las habilidades de su
secretario. Se sorprenden de que Paco recuerde el lugar donde ha caído cada una de las
aves que Iván derriba.

Luego de la caza, Iván suele darle un billete a Paco como recompensa, no sin dejar de
reprocharle que le está costando muy caro. Con ese dinero, la Régula va a Cordovilla a
comprar artículos de primera necesidad.

En una oportunidad, luego de la caza, un asiduo cazador, René, el francés, dice durante
el almuerzo en la Casa Grande que en Centroeuropa el nivel de alfabetización es mucho
mejor que allí. Enojado, Iván le responde que allí ya no hay analfabetos, pues ya no están
en el año 1936, y ambos hombres comienzan a pelear y a faltarse el respeto. Para
demostrar su punto, Iván llama a Paco, Régula y Ceferino y, adoptando el tono didáctico
del señorito Lucas, le dice al francés que antes esos empleados eran analfabetos.

Entonces le pide a Paco que se esmere y escriba su nombre, pues está en juego la
dignidad nacional. A la par, don Pedro, nervioso, le dice a René que desde hace años el
país está haciendo lo posible por redimir a esta gente. Entretanto, los tres criados hacen
un garabato con mucha dificultad. Iván le dice al francés que ahora ya puede ir a contarlo
a París, para todos aquellos que juzgan erróneamente a los españoles. Y entonces toma
la mano de Régula y, exhibiendo su pulgar deformado de tanto trabajo forzado, le dice
que hasta hace unos días esa mujer firmaba con el dedo. Régula se siente sofocada,
mientras el francés observa con espanto la deformidad de su pulgar y el señorito Iván le
explica que eso se debe a los trabajos que desempeña. Enseguida, Iván felicita a sus
empleados y les dice que se retiren, mientras todos ríen paternalmente, menos René, que
ha quedado perplejo.

La vida en el Cortijo no tiene, sin embargo, demasiadas novedades, salvo las periódicas
visitas de la Señora, que obligan a Régula a estar muy atenta, pues en cuanto se demora
en abrir el portón, recibe el maltrato de la Señora. En esas visitas, la Marquesa suele
entrevistar uno por uno a cada empleado, para averiguar sus quehaceres, y luego les da
algo de dinero. Después ellos se comentan entre sí que la Señora es muy buena con los
pobres y celebran en la corralada en su honor.

En una de esas oportunidades, la Señora Marquesa, al cruzar el portón, repara en Azarías


y, al verlo descalzo y demacrado, le dice a Régula que estaría mejor en un Centro
Benéfico, pero ella le responde que, mientras viva, ningún hermano suyo morirá en un
asilo. Miriam respalda a Régula, diciendo que el hombre no hace ningún mal en el Cortijo,
donde hay lugar para todos. Para defenderlo, Régula le dice a la Señora que Azarías no
es malo, solo un inocente. La Señora, sin embargo, no puede quitar sus ojos del hombre
que, enseguida, toma de la mano a Miriam y la arrastra hasta el sauce, para mostrarle a la
milana. Mientras está demostrándole cómo le da de comer, llega desde la casa el berrido
de la Niña Chica y la señorita Miriam queda muy impresionada. Azarías se pone nervioso
y le dice que es la niña. Miriam no puede creer que ese sonido lo emita un ser humano.
Entonces Azarías la conduce a la casa y le muestra a la Niña Chica, que yace en su
cajoncito. Miriam se queda estupefacta y pálida, espantada del horror que le genera la
criatura. Azarías, sin embargo, no percibe el horror, toma en brazos a la Niña Chica y le
pregunta a Miriam si no es bonita la milana.

CAPÍTULO 5: EL ACCIDENTE

Durante la época de migración de las palomas, el señorito Iván suele instalarse dos
semanas en el Cortijo y, para ese entonces, Paco le tiene preparadas las herramientas
para salir de caza. Pero, con los años, a Paco se le va dificultando desenvolverse
físicamente en el bosque, y el señorito Iván empieza a señalarle que el paso del tiempo se
hace evidente en él. Entonces el secretario, por no reconocer sus flaquezas, continúa
esforzándose: por ejemplo, trepa a los árboles ayudado de una soga y se desolla las

manos en el intento, pero al llegar a la cima afirma con altanería que aún sigue siendo útil.
Iván, sin embargo, nunca queda conforme con su desempeño y lo sigue provocando,
diciéndole que ya no es lo que solía ser. Paco, el Bajo, se esfuerza cada vez más,
poniendo en riesgo su vida, y el señorito Iván no solo no percibe su dolor y cansancio,
sino que lo trata de holgazán.

En una ocasión, Paco se olvida los capirotes, caperuzas que debería usar para mantener
quietos a los palomos que hacen de señuelo antes de soltarlos. Entonces Iván le pide,
ante el horror de Paco, que ciegue a todos los palomos con una navaja. Otra tarde, Paco
no logra sostenerse con las piernas y cae del árbol en el que está trepado. Iván le grita,
enojado, que casi cae encima suyo, sin reparar en que su secretario se retuerce del dolor
en el suelo. Paco se señala la pierna y el señorito le resta importancia, pero, en cuanto ve
que aquel no logra ponerse de pie, le reprocha que ahora nadie podrá ayudarlo a seguir
con la caza. Paco, lleno de culpa, le sugiere que llame a su hijo Quirce y el señor Iván,
insatisfecho, llama a Facundo para que se lleven al secretario y hagan llamar a Quirce.
El hijo de Paco asiste a Iván y, una vez más, se muestra hosco y hermético, pero
demuestra notables habilidades soltando las aves señuelo. Iván, sin embargo, empieza a
errar sus tiros y se enoja porque Quirce es tan bueno que no puede echarle la culpa a él
de ello, con lo cual empieza a responsabilizar a Paco de distraerlo con su accidente. Más
tarde, ya en el Cortijo, Iván va a contarle a Paco que ha errado más que nunca y en eso
se cruzan a Azarías, descalzo y mugriento. Paco lo presenta como su cuñado y Azarías
se acerca, embelesado, a la percha donde Iván lleva sus palomos muertos y comienza a
examinarlos. Le pregunta si quiere que se los desplume e, impresionado, Iván acepta.
A continuación, Iván lleva a Paco a Cordovilla a ver al doctor don Manuel, que sin
necesidad de hacer estudios asegura que el secretario tiene el peroné fracturado. Iván se
desespera porque en unos días tiene una importante jornada de caza y él no puede
prescindir de Paco. El médico responde que él solo es un informante y le aconseja que
mejor se agencie otro secretario, pero afirma que luego Iván podrá decidir qué hace, pues
“él es el amo de la burra” (113), refiriéndose a Paco.

Una semana después, vuelven a consultar a don Manuel y este sugiere enyesar a Paco,
asegurando que no estará listo para la jornada de caza que tendrá lugar en dos días. De
regreso al Cortijo, Iván y Paco van en silencio como si el lazo entre ellos se hubiera roto, y
Paco se siente responsable de la fractura, hasta que el señorito rompe el silencio para
decirle a Paco que no debe hacer caso a los médicos y, aunque le duela, debe esforzarse
por andar, pues después podría quedar postrado para siempre.

En cuanto llegan al Cortijo, se acerca Azarías al coche, llevando la grajeta en el hombro, y


el señorito se asombra de la habilidad de aquel con las aves. En contraste, cuando él
intenta tocar al pájaro, este se asusta y sale volando, pero enseguida Azarías demuestra
que sabe hacerlo regresar. Asombrado, Iván le pregunta a Paco si Azarías no sería un

buen secretario. Paco replica que Azarías es bueno con las aves, pero corto de
entendimiento.

Desde ese día, Iván visita todos los días a Paco y lo incita a que se mueva, y cuando
Paco le dice que él es quien más lamenta no poder hacerlo, Iván le responde que el
hombre es voluntad y él debe esforzarse más. Llegado el día de la caza, Iván pasa a
buscar a Paco y le ordena que lo acompañe, aún a pesar de los reparos de Régula.
Durante la caza, Paco comienza a notar que los demás criados están recogiendo para
otros cazadores los pájaros derribados por Iván, con lo cual este le pide que se esfuerce
más, pero en el apuro Paco vuelve a fracturarse la pierna. Esa tarde, Iván vuelve a
llevarlo al médico, quien sugiere nuevamente el reposo aunque, ante las quejas de Iván,
asegura otra vez que es su decisión si quiere desperdiciar del todo a Paco. Iván sostiene
que lo de Paco es una mariconada pero, finalmente, termina pidiéndole que le recomiende
a uno de sus hijos.

Al día siguiente, Iván lleva a Quirce a la caza pero no logra que el chico demuestre ningún
entusiasmo; más bien, parece aburrirse. De ahí que luego, durante el almuerzo, Iván
emita un discurso sobre cómo los jóvenes de ahora no saben lo que quieren, viven
cómodos y no aceptan las jerarquías. A continuación, asegura que todos, los que más
tienen y los que menos también, deben acatar una jerarquía, pues unos están debajo y
otros arriba porque es ley de vida. Entretanto, Iván observa cómo Nieves sirve la mesa y,
cuando llega a él, la mira descaradamente y le pregunta por qué su hermano, Quirce, es
tan huraño. Nieves se siente sofocada y responde con una sonrisa nerviosa.

Más tarde, antes de acostarse, Iván vuelve a llamar a Nieves y le pide que le quite las
botas. Mientras ella cumple, él la mira y luego le dice que ha crecido mucho y se le ha
puesto muy linda la figura. Pero cuando ella le dice que tiene quince años, Iván se queda
pensando y luego asegura que no son los suficientes, por lo que le permite retirarse.
Nieves queda muy desconcertada por esta escena y, de regreso en la cocina, rompe de
los nervios una fuente. Pasadas las doce, mientras atraviesa el jardín de regreso a su
casa, descubre al señorito Iván y a doña Purita besándose ferozmente a la luz de la luna.

CAPÍTULO 6: EL CRIMEN
Don Pedro, el Périto, se presenta en lo de Paco a la mañana siguiente y le pregunta a
Régula si no vio salir del Cortijo a su esposa, Purita. Régula le asegura que solo vio salir
por el portón al señorito Iván en su coche y Paco con rma lo que dice su esposa, de
modo que Pedro regresa cabizbajo a la Casa Grande. Entonces Nieves, que ha
presenciado la escena, le dice a su padre que la noche anterior vio a Purita besándose
con el señorito. Paco se pone muy nervioso y le dice a su hija que ella debe callar todo lo
que ve y oye.

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Enseguida, regresa Pedro para con rmarles que Purita no está en la Casa Grande y que
hay que dar aviso al personal del Cortijo por si fue secuestrada. Paco, el Bajo, reúne a
toda la gente del Cortijo. Pedro les anuncia la desaparición de su esposa y les pregunta si
alguien la ha visto. Nieves, custodiada por la mirada de su padre, mece a la Niña Chica
intentando disimular lo que sabe, hasta que don Pedro se dirige directamente a ella para
saber si la noche anterior no vio a Purita en la Casa Grande. Ante la negativa de Nieves,
don Pedro deja ir al personal y se acerca a Régula para confesarse: le dice que Purita
tiene que haber salido en el auto del señorito Iván, aunque solo para burlarse de él, no
por otra cosa. Régula le asegura que Iván iba solo en el auto pero don Pedro insiste,
sugiriendo que su mujer pudo haberse escondido en el asiento de atrás del auto, tapada
con un abrigo, y haberse ido a Madrid, para embromarlo a él. Régula insiste en que Iván
iba solo y entonces don Pedro se da por vencido.

Pasan los días y don Pedro es visto vagando por el Cortijo, perdido y humillado. Una
semana después, llega el señorito Iván en su auto y don Pedro se acerca a él para
comprobar que llega solo. Frente a Régula y Paco le pregunta al señorito Iván si no vio a
Purita la otra noche después de la cena. Al escucharlo, el señorito esboza una sonrisa
frívola, se hace el sorprendido de que Pedro haya perdido a su mujer y sugiere que tal
vez ella se fue a lo de su madre, luego de las usuales discusiones que tienen. Pedro
con rma que tuvieron una discusión pero insiste en que la mujer no pudo haberse ido del
Cortijo sino en un coche, y se sabe que el único que salió fue el de Iván. Entonces este
responde que Purita pudo haberse escondido en su auto sin que él lo notara, pues es tan
distraído. Ante la decepción de Pedro, Iván le da unas palmadas en el hombro y le dice
que no sea melodramático ni piense que Purita lo engaña.

Más tarde, Iván regresa a la casa de Paco para preguntarle cómo está de la pierna y, si
bien aquel le dice que está curándose, lo desafía a acompañarlo a cazar al día siguiente.
No obstante, enseguida se da cuenta de que, con el yeso, Paco no podría ayudarlo,
entonces le pregunta si puede valerse de su cuñado retrasado. Paco le responde que
Azarías es inocente, pero probando no se pierde nada, de modo que lo llama y le dice
que Iván lo necesita para la caza.

Al día siguiente, el señorito pasa a buscar a Azarías en su auto y le pregunta si lleva soga
para trepar a los árboles. Se preocupa al verlo descalzo, pero Azarías no lo escucha y se
pone a preparar los materiales necesarios y luego, sin pedir permiso a Iván, empieza a
llamar a la grajilla, que enseguida se le posa sobre el hombro y come el alimento que le
da. Iván los observa con desprecio y dice que el pájaro come más de lo que vale. A
continuación, Iván y Azarías viajan hasta la sierra.

Una vez allí, Azarías se orina las manos y luego se trepa a un árbol. Iván repara en que el
hombre no hace uso de la soga que llevó. El señorito se lamenta de que no haya aves
volando, pero Azarías no lo escucha porque, como un niño, está balanceándose en el
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árbol y agitando al palomo señuelo. Iván lo reta y le dice que deje de alterar en vano a la
paloma y espere a que aparezcan aves volando para agitarlo, pero Azarías continúa el
balanceo. Entonces Iván le grita violentamente para que se aquiete, y aquel queda
inmóvil y acobardado, como un niño.

Repentinamente aparecen unas zuritas en el cielo y el señorito Iván le insiste a Azarías


para que agite al palomo, pero el bando de aves ignora el cimbel, con lo cual Iván sugiere
cambiar de locación. Toman el auto y se dirigen al Alisón, pero tampoco allí hay aves y el
señorito pierde la paciencia y se queja, diciendo que eso parece un cementerio. Aburrido
de tanto esperar, Iván empieza a disparar al cielo, gritando como un loco. Frustrado,
propone a Azarías volver por la tarde a ver si tienen mejor suerte.

De camino al auto, Azarías ve en lo alto una bandada de grajetas y, sonriendo, se las


muestra a Iván, diciéndole que son milanas. Entonces grita, remedando su graznido,
como llamándolas, y una de ellas se desprende del bando y comienza a volar en su
dirección. Alucinado, Iván apunta con la escopeta y, al verlo, a Azarías se le deforma el
rostro de pánico y le ruega que no dispare a su milana. Pero Iván se siente estimulado
por la di cultad del tiro y, a pesar de las imploraciones de Azarías, aprieta el gatillo y
alcanza la grajeta. Azarías corre ladera abajo, desorbitado, gritándole a Iván que ha
matado a su milana. Iván lo sigue y, mientras se ríe por lo bajo de la imbecilidad de
Azarías, le grita que no se preocupe, pues le conseguirá otra. Pero Azarías está muy triste
y sostiene el cadáver del ave, sollozando. Iván le dice que debe disculparlo, pues luego
de tanto esperar no pudo contener su deseo de disparar. Azarías no responde y sigue
lamentándose por la muerte de su milana.

De vuelta en el Cortijo, Iván le dice a Paco que consuele a su cuñado y, entre risas, se
justi ca por haber matado a su pájaro, diciendo que él es incapaz de contener su afán de
caza y que Azarías es un maricón. Entonces el señorito asegura que le conseguirá otra
grajeta, pues esa carroña abunda en el Cortijo, y se despide hasta la tarde. Azarías, entre
lágrimas, se acerca a la Niña Chica, que emite uno de sus alaridos, y Azarías le dice a
Régula que la Charito llora porque el señorito ha matado a la milana.

Por la tarde, cuando Iván pasa a recoger a Azarías, este parece otro, más entero, y carga
la jaula con los palomos señuelo, un hacha y una soga del doble de grueso que la de la
mañana, tranquilo, como si no hubiese ocurrido nada. Iván se ríe de la soga y Azarías le
dice que es para trepar. El señorito responde que espera que ahora cambie su suerte.

En la sierra, Azarías se muestra ausente y no responde a los apuros de Iván al ver las
aves. Tranquilo, se sube al árbol, con la soga a la cintura, y una vez que está arriba, se
inclina hacia abajo para pedirle a Iván que le alcance la jaula con los palomos que dejó al
pie del árbol. Iván se agacha para tomar la jaula y, al levantarse hacia Azarías, este le
echa al cuello la soga con el nudo corredizo y tira del otro extremo, ajustándola. Iván,
evitando soltar la jaula y lastimar a los palomos, trata de zafarse de la soga solo con una
mano, pues aún no comprende lo que sucede. Incluso le reprocha a Azarías estar
distraído y no reparar en las aves que surcan en ese momento el cielo. Pero Azarías
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comienza a tirar de la soga con todas sus fuerzas, hasta que el señorito es alzado del
suelo y, mientras suelta la jaula, le dice a Azarías, con voz entrecortada, que está loco.
Enseguida se escucha el estertor de Iván, que saca la lengua. Azarías amarra la cuerda al
árbol y sonría, mientras las piernas de Iván experimentan convulsiones y espasmos,
como si bailara, y luego su cuerpo se balancea hasta quedar inmóvil. Mientras, Azarías
mira al cielo, riendo bobamente y repitiendo mecánicamente “milana bonita”. En ese
instante, una gran bandada de zuritas vuela por el aire.

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