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El cristianismo es relación, no religión… ¿cierto?

Una de las frases más usadas hoy en día es esta de que “el cristianismo no es una religión, es
una relación”. Con esto se busca decir que el seguir a Cristo no se trata de cumplir con
complicados y místicos sacramentos, ni de convertirse en un santurrón aislado en un
monasterio, sino que se trata de creer y depender en Cristo como salvador de manera personal.

El uso de la frase tiene algo de cierto: queremos que se sepa que el cristianismo es personal. Es
personal en cuanto a la decisión individual de cada uno, y es personal en cuanto a la forma en la
cual nos relacionamos con Dios. Si Martín Lutero pudiera interrumpir este artículo con alguno
de sus temas centrales, lo haría aquí, y nos hablaría del sacerdocio de cada cristiano, y de cómo
la fe cristiana en la Biblia es de naturaleza individual. Pero de la misma forma, esta frase
presenta varios inconvenientes teológicos de los que debemos estar al tanto. De nuevo, aunque
hay algo de razón en esta frase, hay varios aspectos de la vida cristiana que nos dicen: “sí, el
cristianismo es relación, pero también es una religión”.

No es solo una relación

“Si Cristo no es todo, no es nada”.¹ Se entiende que en una época donde lo radical es temido,
muchos tengan cuidado con decir frases de este tipo. Rendirse por completo está en el centro del
cristianismo, y en el centro de quién es Dios: nuestro Señor. No es en vano que Jesús es llamado
salvador y señor. El pastor y teólogo alemán de mediados del siglo XX, Dietrich Bonhoeffer,
escribió:

“Así comienza; la cruz no es el terrible final a lo que sería una feliz vida de temor al Señor, sino
que nos encuentra al principio de nuestra comunión con Cristo. Cuando Cristo llama a un
hombre, le ofrece a venir y morir… es la misma muerte cada vez — muerte en Cristo Jesús, la
muerte del hombre viejo a su llamado”.²

Nuestra relación con Cristo no es solo una relación más, es la relación. Es la relación que rige
toda otra relación en nuestras vidas. Si nuestra relación con Cristo no refleja su señorío, no es
genuina. Es la única en la que el hombre puede venir a la presencia de Dios en confianza,
entender quién es, arrepentirse de su pecado, y ser hecho santo, como Dios (1 Pe. 1:16). Rendir
nuestro todo es fundamental.

Sí se trata de una religión

¿Cuando se volvió la palabra “religión” algo negativo? El gran problema fue que en algún
momento la iglesia comenzó a utilizar religión como un peyorativo para hablar de todo lo que
se relaciona a esas tristes y moribundas iglesias legalistas que han acuñado un evangelio de
obras, no uno de gracia y verdad. El mundo también utiliza “religión” para hablar de todo con lo
que están en desacuerdo. Durante la Edad Media, el monasticismo usaba la
palabra religare para referirse a lo que un monje hacía como prueba de su piedad: la obediencia.
Pero “religión”, del latin religio, habla de devoción, de aferrarse, de dependencia; y eso es
exactamente lo que el cristianismo representa.

Interesantemente, varias versiones de la Biblia traducen la palabra griega threskeía como


“religión” en Santiago 1:27, que dice:

“La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y
a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (ver la RV60, LBLA, NVI).

Es evidente que hay una manera correcta de entender la palabra “religión”.

No nos engañemos, la verdad es que somos religiosos, aunque religiosamente digamos que no
lo somos. Todos somos religiosos: aferrados, devotos, y dependientes. Algunos con el fútbol,
algunos con la política, algunos con su cónyuge, algunos con la iglesia; aunque percibimos que
nuestros corazones solo pueden ser satisfechos en Él (Jn. 6:35; Sal. 16:11; 107:9). Más que eso,
la Biblia nos llama a ser religiosos (en el entendimiento bíblico de la palabra): devotos al Señor,
aferrados al Señor, dependientes del Señor.

La relación es la religión

No es ni una ni otra exclusivamente, sino las dos. Nuestra relación personal con Dios es el
medio que Él ha designado para unirnos más a sí mismo. En Él tenemos libertad y acceso
directo a Dios, con confianza por medio de la fe (Ef. 3:12). Y es en esa misma confianza
personal, como la que le tiene un hijo a un padre, que podemos acercarnos al trono de Dios para
recibir misericordia, gracia, y ayuda (He. 4:16). Y solo a través de esa relación personal con
Cristo podemos entrar al trono de la gracia, pero no solo entrar, sino entrar con toda confianza
al lugar santísimo (He. 10:19).

Sí, la base de nuestra fe es nuestra relación personal con el Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu.
Pero esa relación tiene sus normas. Nuestra relación con Dios debe reflejar no solo su
trascendencia (Dios está en todo el universo), sino también su inmanencia (Dios está con
nosotros). Decir: “tengo una relación, no una religión”, es dar a entender que Dios es una
relación solamente, que Dios es como cualquier otro amigo. Dios es nuestro amigo, y más que
eso, Dios es nuestro Padre.

Si usamos la palabra religión con un entendimiento bíblico, en referencia a una devoción


completa hacia Dios,³ nos daremos cuenta que el cristianismo es la única religión verdadera, ya
que en Cristo podemos conocer a Dios.

El problema de la frase en cuestión es que cuando el cristianismo no es una religión, deja de ser
la relación exclusiva que debe ser. Él no es solo tu amigo y tu padre: Él es el rey del universo, el
guerrero poderoso, quien merece no solo tu cariño y agradecimiento, sino tu reverencia,
asombro, y humillación. El cristianismo no es una religión más; es la única verdadera religión.

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