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Denes Martos - El Riesgo Político

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Denes Martos

El Riesgo Político
Cómo analizar y evaluar los riesgos políticos

Buenos Aires - Febrero 2001

INDICE

1. - El concepto de riesgo
2. - Caracterización del riesgo político
3. - Los riesgos del ámbito político
3.1 - La conquista del Poder
3.2 - La conservación del Poder
3.3 - La expansión del Poder
4. - Conclusiones

1. El concepto de riesgo

Hay varias definiciones del concepto de "riesgo" pero la gran mayoría concurre en
hacerlo equivalente a incertidumbre. Más específicamente: nuestra representación
más inmediata del riesgo es la incertidumbre - o ignorancia - respecto de un evento
desfavorable para nuestra actividad o para nuestras intenciones.

Esencialmente, hay riesgo en cuanto a un determinado evento cuando no sabemos


o no podemos determinar alguna, o varias, de las siguientes cuestiones:

• Si puede ocurrir en absoluto (incertidumbre de factibilidad)


• Cuando ocurrirá (incertidumbre de tiempo)
• Dónde ocurrirá (incertidumbre de lugar)
• Cómo ocurrirá (incertidumbre de modo)
• Cuantas veces en una determinada unidad de tiempo ocurrirá
(incertidumbre de frecuencia)
• Cuanto daño producirá (incertidumbre de severidad)

Más allá de su definición, el riesgo es percibido como un obstáculo que se interpone


entre la actividad y el objetivo perseguido por esa actividad. En el caso de la
política, la actividad se relaciona con el Poder de conducir a un organismo político
hacia objetivos voluntariamente definidos y, por consiguiente, constituirá un riesgo
todo aquello que amenace con hacer fracasar, ya sea el ejercicio de las funciones
políticas, ya sea el logro de dichos objetivos, ya sea ambas cosas simultáneamente.
2. Caracterización del riesgo político

Definiendo el Poder como la capacidad de incidir efectivamente en el destino o


devenir de un organismo político - y a la política como la actividad relacionada con
ese Poder - se sigue que el riesgo político se relaciona con el Poder. De un modo
concreto: se relaciona con la actividad que las personas, movidas por su voluntad
de Poder, desarrollan con la finalidad de incidir en el destino de un organismo
político.

Por ser una actividad necesaria y específicamente humana (sin seres humanos no
hay política), la acción política resulta ser siempre consecuencia de decisiones
humanas tomadas dentro del marco de una determinada cuantía de libertad o
discrecionalidad. Al ser la actividad el fruto de decisiones - más o menos - libres,
los riesgos del ámbito político son en su gran mayoría consecuenciales, como
oposición a los riesgos causales, accidentales, súbitos, catastróficos o "actos de
Dios". tales como p.ej. un terremoto, la erupción de un volcán, un huracán, una
sequía, una inundación, una epidemia, etc. etc.

Queda sobreentendido que los riesgos catastróficos, independientes de la voluntad


del hombre, también pueden incidir en la actividad política, principalmente por la
gran cantidad de personas y daños materiales que generalmente involucran. Sin
embargo, no constituyen riesgos políticos propiamente dichos, puesto que no se
hallan directa ni necesariamente relacionados con una cuestión de Poder.

Dentro del contexto de un organismo político - como podría ser el de un Estado - o


dentro de un sistema de organismos políticos - como sería, por ejemplo, el de una
región o configuración internacional políticamente organizada - el Poder nunca es el
objetivo de una sola persona o un sólo organismo. Por lo tanto, desde el momento
en que la actividad política se realiza siempre en el contexto de una pluralidad de
actores antagónicos, la mera existencia de esta multiplicidad ya constituye un
riesgo en si y de por si. En la realidad, esto se traduce en una carencia de cadenas
consecuenciales simples y lineales. En la enorme mayoría de los casos prácticos, la
decisión política puede generar toda una gama de consecuencias; algunas de ellas
previsibles y otras muy difíciles o hasta imposibles de prever.

Esto hace que la política se parezca mucho más a una partida de ajedrez que a un
juego de ruleta rusa. En la ruleta rusa, el riesgo de jugar presupone la ignorancia
de la exacta ubicación de la bala () y el acto de gatillar puede producir dos - y sólo
dos - resultados consecuenciales posibles e inmediatos: se gana (el arma no se
dispara) o se pierde (el arma se dispara). En el ajedrez, todas las piezas están
sobre el tablero; no hay piezas ni amenazas ocultas y las consecuencias de mover
una pieza sobre el tablero pueden ser, por regla general, múltiples. Sólo en
situaciones muy especiales - generalmente hacia el final de la partida cuando la
relación de Poder ya está definida - es posible que una sola jugada decida el
resultado.

Dado este contexto general, corresponde aislar y analizar los momentos políticos
más importantes y los riesgos asociados con ellos.

3.Los riesgos del ámbito político

Dentro de lo que es la política como actividad en relación con el Poder, resulta


posible aislar analíticamente tres "etapas", "momentos", o situaciones-clave.
Desde la abolición de los sistemas monárquicos absolutos nadie nace con Poder.
Aún dentro de una dinastía monárquica, se podría llegar a sustentar la tesis de que
incluso el príncipe heredero - si bien disponía de una innegable ventaja inicial - en
realidad no nacía con Poder. Nacía en el centro de un entorno de Poder, pero debía
ganarse su puesto en ese centro ante la rivalidad presentada por las intrigas de la
corte y las aspiraciones nunca acalladas de los demás nobles. Aún en la época de
los monarcas absolutos se podía nacer rey pero carecer de verdadero Poder, como
lo demuestra una infinidad de casos históricos concretos. Todo esto apunta a que
hay una etapa previa de adquisición del Poder. Más allá del análisis y de los
ejemplos concretos que pueden citarse, todo político sabe que el Poder no se
regala; hay que conquistarlo.

Pero así como el Poder es disputado en su adquisición, también lo es en su


ejercicio. Eso es algo que también sabe todo político: una vez conquistado el Poder,
no es cuestión de sentarse sobre los laureles que otorga. Nunca hay, en realidad,
verdaderos "vacíos" de Poder en política. En el mismo instante en el que una
posición de Poder declina, sus enemigos concurrirán inmediatamente a ocuparla. Y,
si no declina, estarán permanentemente en la tarea de debilitarla para que decline
y pueda ser conquistada. A la etapa de la conquista del Poder sigue, pues,
necesariamente la etapa siguiente orientada a la defensa, conservación y
consolidación de la conquista.

Por último, siendo toda la actividad política esencialmente dinámico-antagónica,


tampoco el Poder consolidado carecerá de enemigos. La neutralización de los
mismos será, muchas veces, la mejor garantía para su conservación y
supervivencia. De este modo, la expansión del Poder surge frecuentemente como
una de las vías que conducen a su consolidación o - viceversa - la consolidación del
Poder puede requerir la expansión como una medida necesaria. Más allá, por
supuesto, de una vocación específica, intencionalmente orientada a aumentar el
Poder, que también existirá en la voluntad de quienes lo ejercen puesto que, si no
tuviesen esa voluntad, no lo hubieran conquistado en primer lugar y tampoco se
hubieran tomado el trabajo de consolidarlo.

Cada uno de estos momentos de la actividad política se halla caracterizado por una
constelación de riesgos específicos.

3.1 La conquista del Poder

Ni las luchas por el Poder suceden en el vacío, ni hay realmente vacíos de Poder -
más que de una manera muy excepcional y por tan poco tiempo que los ejemplos
disponibles se vuelven irrelevantes para el análisis. Por lo tanto, al iniciarse una
actividad orientada a la conquista de una posición de Poder, la misma se hallará,
por regla, ocupada. Esto significa que la conquista del Poder supone, en la enorme
mayoría de los casos, desposeer de Poder a quien lo ha poseído hasta ese
momento. Toda conquista de Poder presupone una abdicación.

Por otra parte, también es observable que la cantidad teóricamente disponible de


Poder - el quantum de Poder - en un sistema político, para un momento
determinado, es una magnitud no sólo finita sino, además, constante. La capacidad
para incidir en el destino de un organismo político nunca es ilimitada. De serlo, se
aproximaría y hasta podría llegar a confundirse con el Poder divino. Pero, siendo
limitada, la experiencia demuestra que, además, es constante en el momento de la
toma de una decisión política. El Príncipe - para llamar con su denominación
tradicional al individuo que representa la máxima concentración de Poder dentro de
un sistema u organismo político - no sólo no "puede" hacer cualquier cosa sino que,
además, la cantidad de cosas que "se pueden" hacer, en absoluto, dentro de ese
sistema u organismo son limitadas, siendo que la experiencia indica que la
limitación, en un momento histórico determinado, es válida para todos los
contendientes y resulta, por lo tanto, constante. ()

De lo anterior se sigue que, para que la lucha por el Poder sea posible en absoluto,
una de las condiciones necesarias es que el Poder establecido no haya acaparado
para si la totalidad del quantum de Poder disponible. Desde el momento en que,
por lógica, hay que disponer de cierto Poder para luchar por una posición de Poder
y desde el momento en que, como hemos visto, el quantum disponible en un
sistema es limitado y constante, la condición previa y necesaria para que exista en
absoluto la posibilidad de una lucha por el Poder es que quien lo ejerce no lo
concentre en su totalidad. De suceder así - y éste es un objetivo al que tienden los
sistemas hegemónicos en el orden internacional y los sistemas totalitarios en el
orden interno - la lucha por el Poder se tornaría imposible puesto que, en un caso
como éste, los enemigos del Poder establecido se quedarían sin capacidad alguna
para luchar. De hecho, es muy raro, y acaso hasta prácticamente imposible, que
alguien - sea individuo u organismo - logre concentrar realmente la absoluta
totalidad del Poder disponible. Pero la tendencia existe y éste es, quizás, el primer
riesgo a considerar por parte de los protagonistas de un sistema político, a saber:
el riesgo de iniciar una lucha sin el mínimo indispensable de Poder; sin la "masa
crítica" mínima necesaria para garantizar al menos alguna razonable probabilidad
de éxito.

La lucha por el Poder y su eventual conquista se producen, pues, en un marco de


las siguientes características básicas:

• Posiciones de Poder preexistentes y establecidas.


• Diversidad de competidores sobre el mismo objetivo.
• Posibilidades de acción y de opción limitadas
• Magnitudes de Poder constantes
• Necesidad de una magnitud de Poder mínima para iniciar la acción.

Considerando las características básicas apuntadas (sin la pretensión de haber sido


exhaustivos), los principales riesgos que cabe considerar son los siguientes:

• Elegir al enemigo equivocado: Si bien el impulso primario para el que


inicia una lucha por el Poder es considerar como enemigo al poseedor del
Poder establecido; este impulso primario puede estar fundamentalmente
errado. En la estructura de un Poder establecido siempre hay una dimensión
formal (compuesta por la estructura que posee los atributos del Poder) y
una dimensión real (formada por la estructura controladora de las
capacidades concretas del Poder). A veces ambas dimensiones coinciden en
una misma estructura. Frecuentemente, sin embargo, no sucede así. Uno de
los riesgos es confundir atributos con capacidades, lanzando la ofensiva
contra un Poder formal cuando, en rigor, el Poder real está en otra parte.
• Elegir al aliado equivocado: Tanto la "masa crítica" para iniciar una lucha
por el Poder como el quantum necesario para conservarlo, se obtienen
frecuentemente mediante un - a veces muy complejo - sistema de alianzas.
Es raro que el fuerte sea tan fuerte como para poder serlo en soledad. El
sistema de alianzas puede estar orientado a lograr una determinada
hegemonía (); o bien puede perseguir la búsqueda de un equilibrio entre las
fuerzas antagónicas dejando a la fuerza propia en posición de tomar la
decisión que producirá el desequilibrio en el "fiel de la balanza" (). Dentro de
una constelación de alianzas, el riesgo es el de elegir a un aliado que resta
más de lo que suma, puesto que al aceptar a un aliado se lo hará siempre
con beneficio de inventario: junto con el aliado se aceptarán también,
inevitablemente, todos los enemigos de ese aliado. De allí el antiguo
proverbio oriental que dice: "el mejor de mis aliados es el más débil de mis
enemigos", puesto que - siendo el más débil de todos - es el que
probablemente menos enemigos adicionales me acarreará.
• Elegir el terreno equivocado: La lucha política puede ser planteada en
diferentes terrenos, cada uno con sus respectivo arsenal de argumentos y
recursos. La acción puede plantearse en el terreno de las ideas, doctrinas o
ideologías; puede plantearse en el terreno de las estratificaciones sociales o
clases que segmentan a la sociedad con una diversidad de intereses y
aspiraciones; puede plantearse en el terreno de las ventajas o desventajas
económicas que sirven de base a un bienestar general; puede estar
planteada en términos de carisma o liderazgo personal; puede incluir
reivindicaciones históricas y apelar - o no - a orgullos, filias o fobias
etnoculturales y - sin haber pretendido agotar la lista - puede, incluso,
plantearse con varios de los factores mencionados en proporciones
variables. La cantidad de consenso, o mejor dicho: el quantum de Poder por
consenso que se puede obtener en cada uno de estos terrenos suele ser
sumamente variable. El riesgo aquí es plantear la lucha en un terreno de
relativamente poco consenso - o con argumentos y herramientas poco aptas
para lograrlo - dejándole al enemigo la posibilidad de cosechar todo el
consenso remanente; a veces hasta "por descarte" y sin necesidad de
realizar un gran esfuerzo.
• Elegir el momento equivocado: Aunque resulte algo difícil de definir y de
explicar, es sabido y universalmente aceptado que las situaciones políticas
tienen la virtud de "madurar" (). Cuando es que una situación política ha
madurado para la acción y cuando es que la misma resulta prematura o
tardía, eso es algo que pertenece más a la esfera del arte de la política que
a la esfera del análisis empírico. Es casi imposible dar reglas al respecto y,
decididamente, el fenómeno no obedece a leyes naturales expresables en
términos matemáticos. Lo concreto es que decisiones políticas
absolutamente inviables en un momento determinado pueden llegar a ser
instrumentadas con un grado aceptable de dificultad apenas una o dos
décadas más tarde. A veces los consensos deben ser construidos
progresivamente. A veces las situaciones desfavorables no son percibidas
como tales hasta que no se logra un determinado grado de deterioro. A
veces el prestigio del Poder establecido debe sufrir cierto desgaste para que
se lo pueda desafiar con éxito. Cuando ninguno de los contendientes ha
cometido un error, a veces hay que saber esperar a que el enemigo cometa
el primero. En cualquiera de estas situaciones - y en una casi infinidad de
otras que podrían citarse - la decisión del momento de actuar () resulta
crítica. El riesgo, por consiguiente, es el de no percibir el momento adecuado
- o de percibirlo mal - y actuar "a destiempo", o sea: antes o después de la
apertura de la "ventana de oportunidad".
• Elegir el método equivocado: Desde Maquiavelo - un autor que tiene
muchísimos más partidarios que los confesados - sabemos que, en política,
el éxito justifica los medios utilizados para obtenerlo (). El concepto es,
incuestionablemente, amoral pero - al margen de la cuestión ética en la que
aquí lamentablemente no podemos entrar - lo concreto y verificable en
innumerables casos reales es que, si bien el éxito podrá justificar medios de
dudosa moralidad, ningún fracaso justificará los métodos más puros y
nobles al servicio de los ideales más excelsos. Hay pocas cosas más
ingenuas en política que aquello de "ni vencedores, ni vencidos". En política,
como en cualquier actividad realmente competitiva, siempre hay vencedores
y siempre hay vencidos, aun cuando el vencedor se comporte de un modo
magnánimo y no humille o no elimine físicamente a los derrotados. El riesgo
de elegir el método equivocado es sencillamente la derrota. Una derrota de
la que costará tanto más recuperarse cuanto más Poder se hallaba
involucrado en la disputa.

3.2 La conservación del Poder

El Poder político nunca es indiscutido. Aun en el supuesto caso de un organismo


político que consiguiese acaparar la totalidad del Poder disponible, la situación
emergente le quitaría a los enemigos de dicho Poder solamente la posibilidad de
actuar. No conseguiría, sin embargo, eliminar la probabilidad de una contienda
desde el momento en que hay una gran distancia entre el "no poder" luchar por
falta del mínimo de Poder indispensable y el "no querer" luchar por falta de la
voluntad de Poder correspondiente.

De este modo, quien ocupa una posición de Poder - incluso disponiendo de la


"suma del Poder público" - nunca estará exento de riesgos. Los principales a
considerar son los siguientes:

• Pérdida de la base de sustentación: el Poder político no es una magnitud


individual. El Poder de una persona, en tanto individuo aislado, es siempre
ínfimo en comparación con el Poder que le es inherente en tanto líder, jefe,
conductor, funcionario o hasta simple miembro de una organización política.
El Poder político es social por naturaleza, por necesidad y por finalidad. Lo es
por naturaleza porque un solo ser humano no puede hacer política consigo
mismo por la misma razón por la que no se puede jugar al ajedrez contra
uno mismo. Lo es por necesidad ya que un individuo aislado no puede
acumular tanto Poder como para, por si sólo, lograr la obediencia de - acaso
- millones de otros seres humanos. Y lo es, por finalidad puesto que no hay
objetivos políticos por fuera de la sociedad sino siempre en ella, por ella y
para ella (). En este contexto el riesgo es perder esa suma, conjunto o
amalgama de voluntades que acompaña a la voluntad de Poder principal y
que se basa en consensos, simpatías, atracciones, y - muchas veces - hasta
en simples adhesiones irracionales despertadas por una personalidad
fuertemente carismática.
• Pérdida de la legitimidad: La única forma de legitimar el Poder político es
adecuándolo a su funciones específicas de síntesis, previsión y conducción
de la comunidad (). Es en la medida del cumplimiento eficaz de estas
funciones; o bien y más específicamente: es en la medida del éxito concreto
logrado en dicho cumplimiento, que el Poder será legítimo. Aquí lo
importante es no confundir, como frecuentemente sucede, legitimidad con
legalidad. Legalidad es adecuación a las normas, usos, costumbres o
tradiciones vigentes. Legitimidad es adecuación a la función. El riesgo de la
pérdida de legitimidad está dado por la imposibilidad, incapacidad o
ineptitud de cumplir con las funciones inherentes al Poder político ya que, de
manera inevitable, un Poder incapaz, inepto, ineficiente o ineficaz será
percibido como esencialmente ilegítimo.
• Pérdida de confiabilidad: Una parte sustantiva de la legitimidad política se
basa en relaciones de lealtad y confianza mutuas. Sobre todo, la función de
previsión, orientada al diseño de un futuro en términos necesariamente
positivos () debe tener la capacidad de engendrar confianza, fe, esperanza;
en una palabra: expectativas afirmativas y satisfactorias respecto del
porvenir. No importa cuan graves, complejos o dolorosos sean los problemas
del presente; un Poder seguirá siendo considerado legítimo si mantiene su
capacidad de convocar voluntades sobre la base de un proyecto a futuro; en
tanto que este proyecto sea percibido como intrínsecamente viable y en
tanto se mantenga la confianza en el Poder para concretar la propuesta. Y
viceversa: no importa cuan buena sea la coyuntura para el organismo
político; no importa cuan buena sea su situación o posición actual: la
legitimidad del Poder comenzará a resquebrajarse en el preciso momento en
que se pierda la confianza en su capacidad para sostener, mantener y aun
mejorar el status quo. El riesgo de la pérdida de confiabilidad significa la
posibilidad de perder la convicción en la capacidad del Poder para cumplir
con sus funciones específicas, y esto aun cuando momentáneamente las
esté cumpliendo de un modo razonablemente satisfactorio.
• Pérdida de credibilidad: Estrechamente emparentado con el anterior, este
riesgo se refiere a un matiz que es importante diferenciar. La pérdida de
confiabilidad se produce cuando se pierde la esperanza en que el Poder
cumpla con sus funciones. La pérdida de credibilidad se produce cuando se
sabe (o se cree saber), y existen (o se cree firmemente en la existencia de)
pruebas concretas de que el Poder persigue objetivos total o parcialmente
ajenos a los de su función específica. En este último caso, lo que se pone en
duda no es tanto la capacidad del Poder para superar las divergencias,
garantizar un futuro positivo y coordinar los esfuerzos, sino algo mucho más
grave: se duda de su voluntad de hacerlo en absoluto. La duda respecto de
la capacidad genera el riesgo de una crisis de confianza: no confiamos en
alguien si creemos que no es capaz de hacer bien su trabajo. La duda
respecto de la voluntad genera una crisis mucho peor: la crisis de
credibilidad, en la cual ponemos en duda hasta que quiera hacer bien su
trabajo. La ineptitud genera pérdida de confianza. La corrupción generará
pérdida de credibilidad. Ambos riesgos, si se dan simultáneamente, pueden
ser letales para cualquier Poder constituido.
• Pérdida de proactividad: Por último, la conservación del Poder requiere la
conservación de la iniciativa. Todo Poder que se limita a reaccionar frente a
las situaciones planteadas por la realidad está condenado a eclipsarse y a
ceder su lugar ante quienes lo desafían. No es posible conservar el Poder
político adoptando una posición permanentemente defensiva y cediéndole
constantemente la iniciativa al adversario. Por más que existe la posibilidad
cierta de "jugar al contragolpe" - especialmente en aquellas situaciones en
dónde se vuelve crítica la elección del momento adecuado y el terreno
adecuado - el "contragolpe" debe constituir, necesariamente, el punto de
partida para una ofensiva exitosa. El riesgo de la pérdida de proactividad
proviene de la posibilidad de perder, definitivamente, la capacidad política
de tomar la delantera y forzar la resolución de un conflicto. Un Poder
acorralado, con márgenes de maniobra estrechados, con opciones cada vez
menores en cantidad y calidad; un Poder en posición meramente reactiva,
es un Poder que queda a merced de los conflictos y se constituye -
inevitablemente - en un Poder en retirada.

3.3 La expansión del Poder

Analíticamente, los riesgos asociados a la expansión del Poder son, en principio, los
mismos que se relacionan con su conquista puesto que toda expansión es - al
menos de alguna manera - una conquista adicional.

Sin embargo, los riesgos inherentes a la expansión presentan un matiz distinto y


conviene, desde el punto de vista metodológico, analizarlos por separado y desde
otra óptica. Se ha dicho frecuentemente que "la verdadera política es la Política
Exterior". Pues, precisamente, la política exterior de un organismo político es la
que, por excelencia, se relaciona con la expansión del Poder y sus principales
riesgos son:

• Imposibilidad de convertir Poder en poderío: Poder y poderío no son


sinónimos. El poderío es la expresión práctica del Poder, pero no
necesariamente correlativa en términos cuantitativos. Para ilustrar el punto
lo mejor será, probablemente, un ejemplo. Imaginemos que dos personas
asumen la suma del Poder público. Obviamente, tendrán a su disposición la
totalidad del Poder disponible, sus decisiones serán cumplidas sin oposición.
Desde el punto de vista de la técnica política podríamos decir que ambos
tienen una posición política equivalente. Pero, digamos que hay un pequeño
detalle: el primero ha asumido sus funciones en los Estados Unidos de
Norteamérica y el segundo en el Principado de Mónaco. Ahora: ¿seguiríamos
diciendo que ambos tienen una posición política equivalente? Es obvio que
no. Sin embargo, la diferencia no está en la cantidad o calidad del Poder
político del que dispone cada uno; la diferencia está en el poderío que cada
uno de esos Poderes implica. El primer riesgo, (probablemente el principal)
que amenaza la posibilidad de expandir el Poder es la imposibilidad de
convertir Poder en poderío. Poniéndolo en otros términos: no son los
Estados poderosos los que se expanden. Son las naciones poderosas,
dotadas de un Estado poderoso, las que lo hacen. Un Estado poderoso que
no consigue construir una nación poderosa, no podrá expandirse porque
tendrá el Poder pero carecerá del poderío.
• Imposibilidad de elegir a un enemigo: Así como en el orden interno no
hay vacíos de Poder permanentes, tampoco los hay en el sistema político
internacional y también en este ámbito la cantidad o volumen total de Poder
es constante para un momento histórico dado. La expansión del Poder de un
organismo político se realiza, pues, siempre a costa de la merma de Poder
de otro organismo. En consecuencia, todo aumento del Poder propio se
obtiene mediante el avance sobre otro Poder competidor, lo cual requiere
una decisión política en el sentido de elegir o seleccionar al competidor
sobre el cual se avanzará. En otras palabras: la expansión requiere la
elección de un enemigo. El riesgo está en elegirlo mal y hasta en no poder
elegirlo en absoluto, dadas las relaciones de poderío existentes. Esto es así
porque, para aumentar el Poder propio, sólo se puede atacar a un enemigo
al que se puede vencer. La regla, por supuesto, no significa que la expansión
del Poder sólo es posible cuando la victoria es cierta. Lo que significa es que
la decisión de expandir el Poder - decisión que implica forzosamente la
elección de un enemigo - sólo puede tomarse cuando una victoria entra
dentro del ámbito de lo factible. Las verdaderas batallas sólo pueden ser
libradas cuando la victoria es una magnitud incierta pero posible, o resultan
tan desesperadamente necesarias que la derrota no constituye una
alternativa a considerar.
• Imposibilidad de rehuir a un enemigo: Este riesgo es la inversa casi
exacta del anterior y resulta especialmente adverso cuando se está en
inferioridad de condiciones. En un sistema internacional, uno no sólo puede
elegir a un enemigo; uno también puede ser elegido como objetivo por un
enemigo. La sabiduría popular anglosajona aconseja en estos casos aliarse
al enemigo que no se puede vencer (). La alternativa aparentemente viable
de ir desgastando a un posible oponente para que no pueda atacarnos ha
demostrado ser políticamente poco aconsejable, puesto que quien se dedica
sistemáticamente a debilitar, pero sin por ello ganar Poder propio, terminará
debilitado a su vez a causa del desgaste que no resulta compensado por la
victoria. - Si bien es cierto que el más débil de mis enemigos puede ser mi
mejor aliado, a veces el más fuerte de ellos es el único con el que me puedo
o me tengo que aliar. Pero ello nunca significará un aumento del Poder
propio. El débil que se alía con el fuerte otorga más fuerza al fuerte. La
alianza con el fuerte no otorga más fuerza al débil. A lo sumo le ofrecerá
protección, lo cual - en última instancia - debilita más de lo que fortalece. El
riesgo de una alianza con el más fuerte es terminar promoviendo la propia
debilidad.
• Imposibilidad de hallar aliados: En el orden interno se buscan
partidarios, sostenedores, simpatizantes y aliados. En el orden externo sólo
se pueden buscar aliados. Las alianzas son un medio efectivo de aumentar el
Poder y permitir su expansión. El riesgo es que resulten imposibles de
concertar. También en el orden internacional es raro que el fuerte pueda
serlo solo, pero las virtudes personales, el carisma, la capacidad de
convencer o persuadir - bienes que se cotizan muy alto en el mercado
político interno - no tienen demasiada demanda en el mercado político
internacional. Los aliados en este ámbito no se consiguen por simpatía sino
por intereses convergentes (). Y sucede que, a veces, no hay nadie cuyos
intereses resulten compatibles con el Poder propio, o convengan en absoluto
al Poder propio. Una expansión basada en alianzas debe verificar
previamente si las mismas son políticamente viables, además de
estratégicamente convenientes.
• Imposibilidad de asimilar el crecimiento: La expansión en si conlleva,
además, sus propios riesgos. Algo que pocas personas tienen presente es
que el éxito, por lo general, resulta más difícil de digerir que un fracaso.
Contrariamente al Poder militar que virtualmente culmina en la victoria, para
el Poder político la victoria constituye el punto de partida para un ámbito
más amplio de las funciones políticas. Poniéndolo en términos simplificados:
mientras que el Poder militar, con la victoria, se saca un problema de
encima; el poder Político, con la misma victoria, se compra un problema
adicional: el de gobernar, al día siguiente del triunfo, a un organismo social
de mayores dimensiones y, presumiblemente, también de mayor
complejidad (). Para el Poder político, la expansión implica el riesgo de no
poder dominar la situación creada y quedar en una posición en que los
conquistados terminan conquistando a los conquistadores. Una manifiesta
superioridad cultural, por ejemplo, puede convertir en relativamente poco
tiempo, a los vencedores en vencidos al dejarlos "envenenados" por su
propio éxito. El riesgo concreto es que el organismo político victorioso, en
lugar de asimilar e integrar al vencido, termine siendo asimilado e integrado
por aquellos que ha atacado () con lo cual la expansión exitosa habrá
ocasionado su propia decadencia.
• Imposibilidad de explotar la victoria: Este riesgo podría ser denominado
como el "riesgo pírrico", en honor al legendario general Pirro de la
antigüedad quien gastó tantos recursos en la batalla que, al final, la victoria
no le sirvió para nada. Sin embargo, no hay que remontarse a la Antigüedad
para hallar antecedentes. También en tiempos modernos pueden
encontrarse ejemplos muy ilustrativos. Durante la Segunda Guerra Mundial,
los ingleses ganaron la guerra y perdieron un Imperio. Además - y quizás
como consecuencia de lo primero - debieron ceder gran parte de su Poder a
los Estados Unidos, que había sido su aliado principal en la contienda. El
hecho tan concreto como simple es que la expansión tiene un beneficio pero
también un costo. El riesgo está en calcular mal la relación costos/beneficios
y terminar perdiendo tanto que ya no se puede aprovechar lo que se gana
porque se llega tan debilitado que no quedan fuerzas para explotar la
ganancia. En política, la victoria no siempre ni necesariamente implica un
aumento automático en el Poder propio. Frecuentemente, no es más que
una veta a explotar y para que esa explotación sea posible hacen falta
cantidades adicionales de poderío y de Poder que no deben haber sido
invertidas en obtener el triunfo.

4. Conclusiones

Con lo expuesto no se pretende, en absoluto, haber agotado el tema de los riesgos


políticos. El objetivo de este análisis ha sido doble: por un lado, señalar los riesgos
principales (en determinados casos, sólo algunos de los principales) y, por el otro,
ofrecer una perspectiva diferente a la que por lo general se utiliza cuando se habla
de "riesgo político".

Lo común es considerar como "riesgo político" solamente aquellos riesgos que el


accionar político genera para la economía. Así, lo usual es medir la diferencia entre
las tasas internas de retorno al capital invertido - tomando al mercado
norteamericano como "riesgo cero" - para lograr un indicador del "riesgo país" o -
por extensión - del "riesgo político". El procedimiento, por supuesto, es válido
desde una óptica económica. Pero no es, ni por lejos, la única óptica posible. En
primer lugar, la política tiene, como hemos visto, sus propios riesgos específicos. Y
en segundo lugar, sería saludable invertir de vez en cuando la proposición: en lugar
de analizar siempre el grado de riesgo que la política representa para la economía,
no vendría mal analizar también el grado de riesgo que la actividad económica
puede representar para la política de un país y hasta para toda una región.

En cuanto a los riesgos propiamente políticos, la conclusión forzosa es que, de los


tres momentos analizados, el más riesgoso es el de la expansión del Poder. Tanto
cuando dicha expansión se produce por decisión propia como cuando se trata del
caso recíproco en que uno es el objeto de la expansión del Poder de otro organismo
competidor. Lo más peligroso en política es elegir un enemigo externo para
extender el Poder propio o ser elegido por un enemigo que se quiere expandir,
porque en ambos casos, es muchas veces la supervivencia misma del organismo
político la que termina siendo puesta en juego - un riesgo que muy difícilmente
produzcan los vaivenes cotidianos de la política interna.

Por último, la recomendación final que los administradores de riesgo


acostumbramos darle siempre a nuestros clientes es: "Nunca apueste más de lo
que está dispuesto a perder". Para los políticos esta recomendación es
exponencialmente válida. Los riesgos del médico los asume una sola persona: su
paciente. Los del abogado los asume el cliente o la sociedad representada. Los del
empresario los asume todo el personal de la empresa. Pero los riesgos del político
los asumimos - queriéndolo o no queriendo - todas las millones de personas que
vivimos en un país. Y, la verdad sea dicha: hay pocas actividades, con tanta
responsabilidad, en dónde, como en la política habitual, se sabe tan poco del riesgo
y de la manera correcta de manejarlo.

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