Prof. Marcela Amador Ospina Texto Reseñado: Franz, Boas 1990 (1911). “Capítulo I introducción”., “Capitulo IX Primeras manifestaciones culturales”., Título del original inglés: THE MIND OF PRIMITIVE MAN (The Macmillan Co., New York.) Traducido directamente de la 3° edición corregida (abril, 1943) por SUSANA W. DE FERDKIN 1° edición castellana en esta serie: noviembre de 1964 Generalmente se da por sentado que la raza y la cultura deben estar estrechamente vinculadas y que el origen racial determina la vida cultural. No solo creemos en una estrecha conexión entre raza y cultura, sino que estamos dispuestos a defender la superioridad de nuestra raza sobre todas las demás. El aislamiento racial de Europa y la segregación social de las razas en América han favorecido el desarrollo de lo que se llama aversión "instintiva" a los tipos extraños, basada en gran medida en la sensación de una diferencia fundamental en la forma del cuerpo de nuestra propia raza. La base de nuestro argumento es obvia (Fran Boas); cuanto más avanzada es una civilización, mayor debe ser la idoneidad para la civilización, y dado que la idoneidad posiblemente depende de la perfección del mecanismo mente-cuerpo, concluimos que la raza blanca representa el tipo superior. Dado que el desarrollo intelectual de la raza blanca es el más alto, se cree que su intelectualidad es la más alta y que su mente tiene la organización más sutil. Inconscientemente seguimos la línea de razonamiento: dado que la aptitud del europeo es la más alta, su tipo físico y mental también lo son, y cualquier desviación del tipo blanco está destinada a representar un rasgo inferior. Surge la cuestión de qué justificación se da a nuestra suposición de que el éxito se basa principalmente en una capacidad excepcional, y en qué medida se justifica suponer que un tipo europeo, o, para decirlo al extremo, un tipo del noroeste de Europa representa la más alta evolución de la humanidad. Aunque se ha escrito mucho sobre la evolución más rápida de las razas del Viejo Mundo, esto no demuestra de manera concluyente sus extraordinarias habilidades. Tal retraso solo sería importante si ocurriera regularmente y en todo momento en una raza, mientras que en otras razas la norma es una mayor rapidez de desarrollo. Una de las conclusiones, que extrae Frans Boas de las consideraciones anteriores, es esta: muchas razas diferentes han desarrollado una civilización de un tipo similar a aquella de la que surgió nuestra civilización., y una serie de circunstancias favorables facilitaron su rápida expansión en Europa. De estos, la apariencia similar, la continuidad de las tierras que ocupan y la diferencia moderada en las formas de producción son los más fuertes. Cuando los europeos empezaron entonces a extenderse a otros continentes, las razas con las que entraron en no se encontraban en una posición tan favorable. Las diferencias notables en el tipo de raza y el aislamiento temprano causaron epidemias devastadoras en los países recién descubiertos, y los avances en los procesos técnicos dificultaron la asimilación. La rápida expansión de los europeos por el mundo destruyó todos los comienzos prometedores que habían surgido en diferentes regiones. Por lo tanto, ninguna raza, con la excepción de la raza de Asia oriental, tiene la oportunidad de desarrollarse de forma independiente