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DIÓCESIS DE MATEHUALA

PASTORAL JUVENIL Y VOCACIONAL

Taller vocacional para catequistas

Pastoral Juvenil y Vocacional

Venado, 15 de abril de 2023


1. Introducción.

Tomando en cuenta el Proyecto Global de Pastoral, el Plan Nacional para renovar la


pastoral vocacional en México y Ruta 2031-2033 propuesta por la DEMPAJ, hemos
trazado nuestro plan Diocesano de trabajo en tres etapas, las cuales nos permitirán llegar al
2031 como una Iglesia joven, bajo la mirada de Santa María de Guadalupe. Este taller
responde al trabajo de la primera etapa.

2. Fundamentación.

Puesto que las acciones de la Pastoral Juvenil Vocacional son: anunciar la entera
vocación: es decir ayudar a los jóvenes a que redescubran su dignidad como personas y
seres creados a imagen de Dios. Promover todas las vocaciones: con una visión amplia a
los carismas, suscitando vocaciones consagradas. Y estimular a la comunidad cristiana:
es decir, hacer que la comunidad tenga clara conciencia de formar una comunidad de
llamados, para que todos asuman la promoción vocacional. Con el presente taller queremos
impulsar la ejecución de dichas acciones, haciendo partícipes a los catequistas de la
Diócesis, como primeros promotores vocacionales.

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3. Descripción general del curso:

Nombre del Programa Importancia de la Vocación

Opción formativa Taller

Propósito (s) Crear conciencia en los cristianos, grupos y


movimientos sobre la importancia de la Vocación
Contenido del Curso Niveles de la vocación
Humano

Cristiano

Específico

Catequizar la vocación

Competencias a fortalecer Colaboración (piedra angular de todas las habilidades)


Liderazgo de servicio (ayudar al equipo diocesano en
la Promoción vocacional)
Duración en horas 4 horas por módulo

Recursos Didácticos Trípticos de cada tema


Dinámicas
Folletos sobre promoción vocacional
Evaluación Coevaluación

Personas que impartirán el Equipo diocesano de Pastoral Juvenil y Vocacional


curso

Personas a quienes va Catequistas


dirigido el taller

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Sede Venado

Número de participantes 150


(mínimo-máximo)

Fecha 15 de abril

4. Estructura general (mapa curricular)

Modulo Nivel de la vocación


1 Humano
2 Cristiano
3 Específico
4 (Catequizar la vocación)

5. Desarrollo de contenidos.

 Módulo 1.

Nivel humano de la vocación


Llamados por Dios a la existencia
Vivimos por amor y para amar
Ser único e irrepetible

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 Módulo 2.

Nivel cristiano de la vocación


Soy elegido
Testigos de Su Amor
Soy enviado

 Módulo 3.

Nivel específico de la vocación


Carisma
Elección
Opción-decisión

 Módulo 4.

Catequizar la vocación
¿Qué es la catequesis?
Vocacionalizar la catequesis
Principios pedagógicos
Catequesis vocacional explícita

6. Modalidad para ser impartido.

Modular, flexible, adaptada a las necesidades de los participantes y las sedes.

7. Evaluación

Coevaluación mediante fichas de trabajo.

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8. Carta descriptiva.

Módulo 1 Nivel humano de la vocación

Temporalidad 4 horas

Actividades formativas teóricas y prácticas Dinámicas (focus) Recursos


1. Llamados por Dios a la existencia
 “La campanita”
Vocación “Antes de formarte en el vientre materno”  Una campanilla, paliacates
 Remembranza del
 Narración, música de fondo
desarrollo fetal
Llamado de sí mismo “a Su imagen”  Cortina de
 Tela grande para hacer de cortina
nombres
Llamado del otro “no es bueno que el hombre esté solo”
2. Vivimos por amor y para amar  Juegos: Dinámicas emocionales
 “Mi corazón” (luciamateu.blogspot.com)Hojas y
El amor, sentido pleno de la vida  “Un pequeño colores
gesto de amor”
El amor, vocación de todo hombre  Un Pequeño Gesto de Amor -
 “Carta de Dios”
Dinamicas y Juegos
El Padre educador  Canto: ¿Para quién
soy yo? Hakuna
(dinamicasojuegos.blogspot.com)
music group  Dinámicas Grupales - Creando
Conciencia (weebly.com)
3. Ser único e irrepetible  El escudo de
armas
El valor intransferible de la identidad “”  Group juggle
El mundo de las relaciones (uno mismo, el mundo, los demás, 

Dios)

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Ser persona

Módulo 2 Nivel cristiano de la vocación

Temporalidad 4 horas

Actividades formativas teóricas y prácticas Dinámicas (focus) Recursos


1. Soy elegido
La llamada del Bautismo
El Bautismo nos hace hijos de Dios
Conciencia del propio bautismo

2. Testigos (soy seguidor) de Su Amor


El amor más grande: dar la vida
Jesús formador
Sacerdocio común

3. Soy enviado
Misión profética. El Espíritu, animador y acompañante vocacional
La santidad, vocación de todos
“La mies es mucha…” Las vocaciones al servicio de la vocación de
la Iglesia

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Módulo 3 Nivel específico de la vocación

Temporalidad 4 horas

Actividades formativas teóricas y prácticas Dinámicas (focus) Recursos


1. Carisma
Los carismas del Espíritu. Don de Dios a la Iglesia
Los carismas en la Iglesia actual (Lumen Gentium en clave vocacional)
La vocación del discípulo es el amor

2. Elección
Conocer la realidad ilumina la elección (llamados a discernir)
Pasos del discernimiento
Vocaciones específicas “El llamado” El llamado – e625
Panel vocacional Preguntas guía elaboradas
o Laical
o V. Religiosa
o Ministerio ordenado
3. Opción-decisión

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Reconocimiento de perfiles ¿Quién soy, cómo soy?
Sentido de pertenencia
Nivel institucional de la vocación
Formas de vida institucionales de la vocación

Módulo 4 Catequizar la vocación

Temporalidad 4 horas

Actividades formativas teóricas y prácticas Dinámicas (focus) Recursos


1. ¿Qué es la catequesis?
Principio fundante
Dignificación del agente bautizado
Características de la responsabilidad

2. Vocacionalizar la catequesis (Bautismo de Jesús)


Identidad del bautizado en la catequesis “en las aguas”
Se llena de vida para dar vida “salió de las aguas” (Tienes vocación
para generar vocaciones)
Cruzando el desierto
3. Principios pedagógicos (Emaús)

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Sembrar
Acompañar
Educar
Formar
Discernir
4. Catequesis vocacional explícita
Catequesis para la iniciación cristiana
Catequesis presacramental
Catequesis pastoral

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9. Estructura de cada tema

Duración Técnicas didácticas


Tareas de formación
(minutos) (sugeridas)
Monólogo
05 Introducción-motivación Video
Música
Variable (según carta
10 Focus
descriptiva)
05 Iluminación Exposición oral
Diapositivas
Líneas del tiempo
30 Desarrollo y consolidación Cuadros comparativos
Estudio directo
Estudio de casos…
Plenarias
Dramatización
Dibujo
10 Refuerzo
Memoramas
Rompecabezas
Experiencias de vida
10. Temas desarrollados

NIVEL HUMANO DE LA VOCACIÓN

1. Llamados por Dios a la existencia

“Antes de que nacieses te tenía consagrado”


Jr 1,5
El término vocación puede entenderse como la simple orientación profesional o como la
llamada que recibe todo ser humano a dar sentido a su propia existencia. Es esta segunda
acepción la que aquí nos interesa. Toda persona humana ha sido llamada a existir, no
estamos en este mundo sin más. Nosotros no vivimos simplemente, ni mucho menos
sobrevivimos; no caemos como llovidos del cielo. Existe una verdad profunda de nuestra
realidad como seres humanos que es la experiencia del llamado a la existencia.

Vocación significa etimológicamente llamada. Procede del verbo latino vocare, que quiere
decir llamar. Hoy en día hablamos de vocación cuando se hace referencia al oficio o carrera
que va a estudiar una persona; también se ha utilizado el término para hablar de la llamada
de Dios al estado religioso. Sin embargo, hay que decir que la vocación no habla
primeramente de la persona llamada, de nosotros, sino que la vocación habla primero de
Dios, y nos revela un aspecto fundamental de la identidad divina.

A la luz de la Palabra, cuando en el texto bíblico se aborda el tema de la vocación, se lo


relaciona con el poder creador de Dios. Se quiere expresar con esto que la llamada hunde
sus raíces en el origen de la propia existencia: desde el seno materno (Jer 1,5). El nuestro es
un Dios que llama, y que llama porque ama. No obstante, esto no se dice en el sentido de
que uno nazca con la vida predeterminada para un fin o con la conciencia del llamado de
Dios, pues en realidad es un precioso proceso de descubrimiento, una total aventura. Porque
precisamente se subraya la libertad que el hombre conserva para poder responder en cada
uno de los momentos de su vida a este llamado. Más bien se quiere decir que, a partir de
esta experiencia del llamado de Dios toda la vida es leída desde una clave nueva, una
oportunidad siempre renovada para entablar coloquio con Dios, desde la propia concepción
de ser llamado.

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Así, llegamos a la comprensión clave de este momento: ¡Tu vida tiene origen en Dios! Es
producto del amor, tiene un fundamento profundo, armónico y amable. Basta con
contemplar a un bebé plácidamente dormido, profundamente confiado, para reconocer la
absoluta necesidad que el hombre tiene de reconocer este sentido de pertenencia y de amor
a Dios Padre/Madre. Así pues, si Dios llama porque ama, el hombre viene a la vida porque
es amado, pensado y querido por una Voluntad buena que lo ha preferido a la no existencia,
que lo ha amado aún antes de que existiese.

Comprendemos de tal modo que la llamada del Padre es, por tanto y primordialmente, a la
vida, es una llamada dirigida a todos los “vivientes”, que son tales no sólo porque son
llamados a la vida por el Viviente, sino porque son llamados a ser semejantes a la imagen
del Hijo, a su vida y a su manera de vivir, el Viviente por excelencia (o el Primogénito
entre los resucitados) por obra del Espíritu Santo. Esto exige de nuestra parte responder con
actitudes que generen vida, pues si hemos sido llamados para ser vivientes, no es
compatible entrar en dinamismos de muerte.

Ahora bien, esta llamada de la que venimos hablando que viene de Dios es una llamada
única-individual-irrepetible que llega hasta el individuo, hecha específicamente para él y
hecha a su medida; es el sueño del Padre sobre aquel hijo suyo, es el nombre que Dios le ha
dado y que se ha escrito en la palma de su mano, Palabra dicha una sola vez y nunca más
repetida. La vocación está aquí, para cada uno de nosotros, no en otro lugar, no es ni más
bonita ni más fea que la de los otros, sino aquella que ha sido pensada y proyectada por
Dios en mi inconfundible historia, así como hizo con su Hijo, nacido de María, para
manifestar al mundo su amor de Padre, Creador y Redentor. Por eso, constatamos que
existe en lo más profundo de la persona humana un llamado a existir, con lo cual podemos
concluir que la tendencia derivada de ese primer llamado es vivir y no quitarse la vida.

Lo peor que se puede hacer con la propia vida es desoír ese llamado interior a existir. No
andamos por ahí tratando de quitarnos la vida; por el contrario, nos vemos “llamados”,
“impelidos” a vivir. Antes que descubrirnos llamados a pensar, a correr, a comer, a
estudiar, a trabajar, a ser laico, consagrado o ministro ordenado., toda persona humana se
descubre llamada a vivir su propia existencia. No es normal ni es común que un niño, un

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joven o un adulto busquen quitarse la vida. Ciertamente existen casos abundantes de
suicidio en la actualidad en muchas partes del mundo, pero no es la tendencia natural de
una persona.

Tampoco se han reportado casos de fetos o embriones en el vientre de una madre que
tengan ese tipo de tendencias suicidas. Por tanto, podemos decir que toda persona
experimenta un llamado a existir, al cual responde con su misma existencia, porque si no, lo
más natural sería quitarse la vida. Si tiene sentido responder a ese llamado a sí mismo a
existir, la vida humana cobra sentido desde el instante en que existe como persona humana,
es decir, cuando tiene todo el material genético que necesita para su desarrollo desde el
momento de la unión del óvulo con el espermatozoide en el vientre de la madre. Romano
Guardini a este respecto nos dice: “El ser persona no es un dato de naturaleza psicológica,
sino existencial: fundamentalmente no depende ni de la edad, ni de la condición
psicológica, ni de los dones naturales de los que el sujeto está provisto. La persona existe o
no existe”.

Por tanto, no podemos hablar de una persona humana si no existe, y basta con que exista
para que tenga todo el valor y la dignidad humana, pues ha respondido a la primera llamada
a ser persona. Esa persona humana ha sido cargada con todo el sentido de que es capaz para
existir. Una persona tiene dignidad por existir como humana. Ahora bien, este llamado en
el interior de cada persona no es un llamado aislado, sino que se junta con un llamado que
proviene de otro.

Por eso hay que entender que la persona está destinada por esencia a ser el Yo de un tú,
dice Guardini. El hombre no tiene consistencia cuando vive en sí mismo y para sí mismo,
sino cuando se halla abierto, cuando se arriesga a salir hacia el otro; llega a ser él mismo
cuando renuncia a sí mismo (gran paradoja, cuestión incluso evangélica), pero esto no por
adoptar una actitud superficial o por entregarse al vacío de la existencia, sino por entregarse
a algo que merece que uno se arriesgue a perderse a sí mismo por ir en esa dirección. La
relación con el tú es directa; entre el yo y el tú, inicialmente, no se interpone ningún sistema
de ideas, ningún esquema, ninguna imagen previa, o al menos no debería.

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No podemos no entrar en relación con el otro. El otro me atrae, me cuestiona, me interpela.
“En este encuentro tan vehemente no hay espacio ni para racionalidad, ni para
aceptabilidad, el Otro se me impone [...] El Otro nos insta a responderle sin elección alguna
de nuestra parte, como al modo de un mandato, de una obligación que está antes de
cualquier especulación racional, antes que cualquier representación”. La potencia del
llamado interior que posee cada persona es tan grande que resuena de tal manera que
cuando las personas entran en contacto entre ellas, así el diálogo es inminente.

Es parte de la persona humana vivir en permanente diálogo, donde una llama y la otra
responde, y viceversa; es precisamente la apertura a los otros lo que nos construye y
posibilita la realización personal; el individuo solo puede realizarse en comunicación con el
otro en una esfera que es común y que sobrepasa a cada uno. Pero, demos un pequeño paso:
más allá del diálogo, a la hora de responder a ese llamado nos encontramos con la
responsabilidad.

En realidad “el sentido de nuestra vida brota cuando somos responsables”, así es como
podemos responder a esta vocación. Entendemos la responsabilidad no como un valor ajeno
y externo a la persona humana, sino como respuesta a un llamado que me hace el otro, “la
vocación nos obliga de un modo especial, nos une en lo hondo a otras personas, nos
convierte así en sujetos de responsabilidad, relacionados en profundidad con otros”. Nos
descubrimos llamados por uno igual a nosotros. Asimismo, tenemos en común que ambos
hemos sido llamados por Otro. Junto con los demás, experimentamos la misma llamada
interior a vivir, pero es un llamado que exige una respuesta. La respuesta que se nos pide es
tan radical como la de mi propio llamado a la existencia.

Finalmente, a modo de conclusión, digamos que el hombre, llamado a la existencia por


Dios, creado por amor y para amar, y para ser amado, descubre la vida como un proyecto
que Dios ha puesto en manos de su libertad. Esto sucede, cuando experimenta el amor,
cuando hace propio el amor, cuando se le revela el amor como realidad totalizante y
finalizadora; fundante del sentido de su vida, siendo de tal modo partícipe de la actividad
creadora de Dios, el hombre que vive es llamado a crear.

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Esta conciencia humana del amor abre al hombre a la realidad de la vida entendida como
vocación, esto es, como llamada y misión: llamados a realizar la vida en el amor. Este
parece ser el núcleo de la vocación humana de la persona. Consecuentemente es la
experiencia sobrenatural del Amor de Dios la que revela al hombre su vocación: realizar su
vida en el amor de Dios. Los valores fundantes del sentido de su vida son ahora percibidos
con claridad: Amor a Dios y al prójimo por Dios. Esto lo veremos en el siguiente tema…

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2. Vivimos por amor y para amar

“Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”
Jr 31, 3

Con el título de este tema no estamos hablando de cualquier amor, sino nada menos que del
amor de Dios, que no tiene las deficiencias del amor humano. No obedece al capricho, no
cambia con el tiempo o las circunstancias. Tampoco depende de la respuesta del hombre.
Es un amor fiel, irrenunciable, incondicional. Un amor que permanece en todas las
situaciones, más allá del comportamiento de los hombres. Es, como dice Jeremías, un amor
eterno.

Ahora bien, ya hemos dicho que es verdad que nuestra vida no es obra de la casualidad,
sino del amor, y que por tanto somos incondicionalmente amados. Esto quiere decir que ha
sido inscrita en la misma naturaleza la capacidad de realizar un proyecto, que corresponde a
ese amor recibido. Este proyecto no es algo evidente y mucho menos algo impuesto, como
si fuera un destino fatal. Más bien se trata de algo que se va clarificando gradualmente a lo
largo de la vida y cada uno va descubriendo con su inteligencia y su buena disposición. Eso
es lo que llamamos un sentido de vida.

No se trata de un capricho, o de un proyecto subjetivo, sino de un sentido objetivo que


Dios, al crearnos, ha depositado en cada uno. El sentido existe en la propia vida de manera
objetiva en la propia vida pero es necesario encontrarlo. Esto quiere decir que la vida tiene
un significado y valor en sí misma. Y este significado se funda precisamente en su origen,
que es el amor.

Pero este sentido objetivo de la existencia necesita ser descubierto, reconocido, identificado
poco a poco. Y conocido, siempre de un modo parcial, debe ser apropiado, es decir, hacerlo
nuestro, sentirlo como nuestro, de modo que lleguemos a hacerlo subjetivo, es decir, parte
de la percepción de sí mismo. Este proceso de conocimiento, apropiación y expresión del
sentido de la vida es un ejercicio siempre necesario de hacer y se hace especialmente agudo
cuando se pasa por una crisis, del tipo que sea. Por eso hay que decir que la felicidad es
más un camino que una meta. Pues me experimento feliz en la medida que voy

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descubriendo el significado de mi existencia y en la medida en que me esfuerzo, en medio
de todas las dificultades, por ponerlo en práctica.

El problema es que muchos jóvenes han perdido el sentido de la vida o les es especialmente
difícil encontrarlo. Se pierde el sentido cuando no hay capacidad de creer y confiar, cuando
uno vive en la impresión de que todo parece un engaño. En muchos ambientes juveniles el
sentido es como agua en el desierto, un elemento escaso que es importante rescatar y
resaltar. Por eso es especialmente urgente proponer un camino educativo que ayude a
recuperar el sentido de la vida. No se puede vivir sin saber para qué, para quién, hacia
dónde se avanza y con qué fin. Quizá son demasiadas preguntas, pero es necesario
responderlas.

Es cierto que la falta de sentido que hoy se extiende como la nueva pandemia se debe a las
limitaciones objetivas que todos vivimos. Quizá es en medio de esas limitaciones donde
podemos dar un significado original a lo que somos y hacemos sobre todo al futuro. Desde
este punto de vista no nos extrañe que muchos jóvenes se debatan entre el sentido y el
sinsentido. Que experimenten por un lado el anhelo y la esperanza de algo mejor, pero al
mismo tiempo sientan dolor y la frustración de una realidad que no responde a sus
esperanzas y nubla el horizonte.

Empero, aunque el sentido de la vida es objetivo, hallarlo depende más de una actitud de las
personas que de la realidad misma. Porque hemos dicho que el sentido está allí, pero es
necesario descubrirlo. Esta actitud se puede llamar apertura. Consiste en mantener abierto
el oído para escuchar la música que la realidad ofrece y aprender a bailar con ella. No es
fácil conseguir esta actitud, porque se descubre poco a poco; por ello es posible ejercitarse
en la búsqueda de sentido.

En esta búsqueda, entendemos que Dios nos llama a amarnos y a que ese amor sea fecundo.
La relación con los otros se expresa con la reciprocidad y el amor, y se vive en el seno de
un grupo, de una comunidad. La familia es la comunidad más simple. Las auténticas
relaciones interpersonales, por eso, deben ser siempre de amistad. Ser es amar y amar es
ser. El amor es vocación.

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Desde el modelo de Cristo, que no ha venido para los sanos, sino para los enfermos, que
valora toda la vida y todas las personas, comprendemos que todo hombre posee una
amabilidad objetiva, o sea, que es digno de ser amado por lo que es, y que toda persona
tiene un significado que le pertenece y la marca en lo más profundo de su ser.

Esta amabilidad objetiva responde a los más profundo de la naturaleza humana, podemos
considerarla, junto con la vida misma, un don. Pero este don es como el agua, debe circular
para que no se estanque y pueda así conservarse. Es pues, un don que, siendo ya recibido,
debe ser entregado, y que se ordena a los demás.

Así pues, tomar conciencia del llamado de Dios, y al mismo tiempo del sentido de la vida,
significa percibir que lo mejor que tenemos nos ha sido dado para beneficio de los demás.
Es que la vocación implica, como ya lo sabemos tres elementos: llamada, respuesta y
misión, de tal modo, cuando decimos que el amor es la vocación de todo hombre exige, no
solo la conciencia de ser amado, sino de querer corresponder a ello, mediante una misión
concreta, la misión de amor, pues, se vive en el encuentro con los demás.

Es por eso apasionante dar el paso de la mera toma de conciencia de esta verdad a la
entrega real de tu vida en un compromiso específico. Al momento en que se da este paso le
han llamado el de la “emoción privilegiada”, porque la persona, llena de alegría, da un paso
trascendental en su vida. Tal paso tiene gran importancia porque lleva a trascender hacia los
demás. Al describir este momento excepcional y privilegiado en la vida, uno recuerda
espontáneamente la parábola evangélica del tesoro escondido y la perla preciosa.

Esta orientación a los otros no es superficial. Es más bien algo que tiene que ver con la
propia identidad. En la entrega a los demás te encuentras a ti mismo, quizá como nunca lo
habías imaginado; llegas a ser lo que estás llamado a ser. En nuestro ambiente cristiano,
incluso ya en el social lo concebimos como “vocación al servicio”, pero tiene un énfasis
más rico si lo entendemos como “vocación de todo hombre: amor”, amar.

Así, cada uno es llamado a responder según un designio de Dios concebido exclusivamente
para él. El hombre será feliz si acepta la propuesta divina; para ayudarle en esta tarea, Dios

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Padre educador saca fuera del corazón del hombre lo que ha puesto dentro para que
desarrolle todas su potencialidades (la nostalgia de infinitud).

Así, poco a poco, Dios se nos va manifestando como Padre, Amigo, Esposo y Hermano
nuestro. Entonces la vocación es una pedagogía del Padre para dársenos a conocer mediante
la revelación del Amor y la Verdad que él mismo hace al hombre que acoge su llamada.
Esto hace posible la “doble dirección” del Amor. La primera es el amor que aúna porque va
de un individuo a otro, del corazón de un hijo de Dios a su hermano y hermana en Cristo, y
que brota en los múltiples encuentros con el prójimo. La segunda es ese otro amor, fruto de
la misma vida que anima a todos los fieles, y que brota de la acción del Espíritu. Amar
significa en este sentido ser Humanidad, formar parte de ella, dejarse penetrar de la
corriente de la Vida y transmitirla a otros.

Hay una cita del Concilio Vaticano II cuya meditación siempre será provechosa: “El ser
humano no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a
los demás” (GS 24). Su «propia plenitud», o sea, su felicidad y plena realización. Esa
autorrealización que otros buscan en el egoísmo. A Juan Pablo II gustaba repetir: “La
principal vocación del hombre es el amor”. Por su parte, los mejores sicólogos coinciden
cada vez más en afirmar que la madurez humana consiste en haber aprendido a amar y ser
capaces de amar. Así mismo, afirman que muchas neurosis, amarguras y tristezas se
originan en el egoísmo y se curan dando amor.

Y los filósofos personalistas enseñan que “el ser humano, en cuanto persona, es poder de
apertura de sí al otro y, al mismo tiempo, poder de acogida en sí del otro. Desde ese punto
de vista, el fin de la educación consiste en enseñar a amar. “La educación es cosa del
corazón”, dirá Don Bosco. Es puro evangelio: “Hay más alegría en dar que en recibir”.
“Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la encontrará” (Lc
16,25). No podía ser de otra manera si, como afirma San Juan, “Dios es amor”. ¡Qué
importante es convencerse de esto y hacerlo una opción personal de vida!

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3. Ser único e irrepetible

“Así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros.”
Rm 12,5

Al considerar el llamado a existir de la persona humana y el consiguiente llamado a ser


responsable con el otro, y en particular con el más débil, descubrimos la intransferibilidad
de la respuesta, pues es siempre un rostro concreto el que llama y otro que es llamado.
Nadie podrá nunca responder por mí para que yo continúe existiendo, ni puedo atribuirme
el derecho de hacerlo por otro. “Todas las vocaciones personales son intransferibles […] es
por eso que tenemos que hacer nuestra vida y permanecer fieles a nuestro yo íntimo, a
nuestro llamado, a nuestra vocación”. Este carácter esencialmente personal de la vocación
revela su fuerza individualizadora, y señala que la vocación nos hace únicos, distintos,
singulares, en cierta forma irremplazables e insustituibles.

Esto es un indicador de lo que cada persona humana posee también como don precioso:
interioridad. El descubrimiento de la interioridad o intimidad, que ocurre generalmente en
la adolescencia, tiene tres manifestaciones principales: la conciencia de sí mismo que solo
es compartida con quien se quiere, la conciencia de la temporalidad que inicia en forma de
sueños y se va transformando con la propia historia en conciencia del pasado, y, como
tercera manifestación, la necesidad de manifestarse como irrepetible, con la consiguiente
exigencia de hacer propios los valores recibidos o contestarlos con vehemencia.

Así pues, este valor de la identidad es pilar en la comprensión y en el abrazo de la propia


vocación humana. Cuando un hombre, una vez que se sabe llamado por Dios a la
existencia, como hemos visto antes, y se ubica como un ser único e irrepetible, empieza a
ser interpelado por un sentido de responsabilidad de la propia vida, partiendo del
entendimiento su don (vida) recibido a la generosidad de su don donado.

Otra cuestión. En el momento en que se vive el proceso de iluminación para abrirse a la


posibilidad de donarse con generosidad, vienen otros riesgos implícitos en él. Generalmente
captamos nuestra vida a la propia luz, limitamos el posible campo de alcance de nuestro

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don al terreno que cada uno cree conveniente, sin ver de primera mano lo que implica en
beneficio de los demás.

Cuidado, pues, cuando en la práctica de la orientación vocacional que se hace con los
jóvenes, se mira con demasiada frecuencia las aptitudes y su realización, como si la
vocación consistiera solo en desarrollarse a sí mismo. Es verdad que es necesario que cada
uno conozca sus aptitudes, pero cuando una persona se orienta al servicio de los demás en
una actitud de entrega es capaz de ir más allá de sus aptitudes, desarrollando capacidades
que antes parecía no tener, o dejando de lado algunas que no son tan necesarias para los
demás. Esto nos enseña que en la opción vocacional es más importante el “para qué”, o
mejor “para quién”, que el solo “que” de dicha opción.

Es decir, es más determinante el objetivo que pretendo alcanzar que el contenido mismo de
lo que elijo. Siempre y cuando la finalidad de la opción deje de ser la propia realización y
comience a ser el servicio al prójimo. Este planteamiento es el propio de personas
inteligentes, es decir, que corresponde a la naturaleza del hombre y la mujer. Y que queda
claro en la gran sabiduría de los textos del NT cuando establecen una norma suprema para
la vocación: todo ministerio debe interpretarse desde el humilde servicio.

Pero para llegar a una mejor comprensión de lo dicho, hay que aclarar la doble referencia
que entra en juego cuando se aborda la vocación en el mundo de las relaciones. Pues, si
bien se ha hablado de entrega, ¿qué es precisamente lo que debe entregarse, y cómo lo he
obtenido yo? Por un lado, la doble referencia, apunta al origen del don, y por otro, al
destinatario. Es decir, el origen de tu vocación, como ya se dijo, está en Dios, y el
destinatario final son los demás.

Esta doble referencia te coloca en la situación de salir continuamente de ti mismo. Quien


mantiene una relación viva con Dios y abre su corazón a los demás va conociendo y
perfilando cada vez más una misión. Así lo vivió Jesús en cierta tensión, pero una tensión
saludable, la de quien está vivo, de quien se siente parte del mundo que lo rodea y
experimenta el impulso a hacer algo a su favor. Entonces se puede percibir que una clave
importante de la vida, del nivel humano de la vocación, es este salir de sí mismo.

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Los dos polos a los que nuestra propia vocación tiende se equilibran y complementan entre
sí. Cuando haces un esfuerzo cotidiano por acercarte a Dios se abre en ti un espacio de
alteridad, de relaciones, es decir, una capacidad extraordinaria de comprender y acoger a
otros distintos de ti. Y es en este espacio donde aprendes a acoger al hermano, sin pretender
que sea semejante a ti. El contacto con el Totalmente distinto te permite abrir el corazón
ante el que es relativamente distinto. Pero pasa lo mismo a la inversa, y casi no lo
consideramos así de profundo: cuando abres tu corazón al prójimo y te comprendes con él,
captas en seguida los límites de la realidad, la presencia del mal, los efectos del pecado, y
esto te exige imperativamente dirigirte a Dios, porque sólo él puede dar una respuesta ante
esta realidad limitada y pobre.

Llegamos así a comprender una verdad importante. Lo más interno y personal de nuestra
vida encuentra su sentido no desde dentro, sino desde fuera, es decir desde la relación con
los demás. De modo que no es tan determinante lo que sientes, lo que te gusta o lo que
nace, como aquello que vislumbras como una necesidad de los demás, lo que sirve, lo que
te lleva a conectar con los demás. La vocación tiene menos que ver con tus impulsos y más
con las razones que encuentras para ponerte al servicio del prójimo.

Entonces, para ir concluyendo este nivel humano de la vocación recordemos que “la vida es
un bien recibido que tiende por su naturaleza a convertirse en bien donado”. Esta verdad no
es solamente teológica, sino también antropológica. Todos los vivientes pueden decir esto;
es una verdad para todos los vivientes. La vida es un bien recibido, no programado por
nosotros. Una Voluntad buena me ha preferido a la no-existencia. Sobre esta verdad, no se
puede renegar de la identidad de ser donación, pues, si me retengo un bien donado, violento
su misma naturaleza.

Desde una visión personalista y trascendente de la vida, creemos que toda persona está
llamada a desarrollar en plenitud la entrega de este don. Y es vocación común por el hecho
de ser, ya desde el principio, llamados por Dios a ser personas, creados hombre y mujer.
Esta primera llamada que Dios hace, es a vivir, a ser imagen y semejanza suya, es en sí, ser
vida y amor como lo es Él mismo. Pero nos damos cuenta que hay modos de vivir que no

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permiten el desarrollo integral de esta vocación y reducen a la persona a animal, maquina,
objeto…

Ante esto hay que matizar que la dignidad de ser persona no es intermitente, se vive
siempre. Estando ante Dios se conoce y se descubre también a sí mismo el mismo ser, sus
propios recursos y posibilidades; pero también sus miedos y resistencias, hecho que a veces
lo hace escapar de Dios, luchar contra Él, pero que definitivamente lo hacen descubrirse
como lo que es: persona. Por tanto, ya que es una misma cosa el ser persona y ser llamado,
es necesario recordar que no solo en el momento de la vida en el que parece oírse una cierta
propuesta , sino en cada instante de la vida, Dios llama siempre, y no solo eso, sino que
cualquier situación existencial llega a ser y es vocación.

Por ejemplo: orar es sentirse llamado y percibir siempre más clara la voz que llama para
hacer brotar en la oración la respuesta; vivir una relación es percibir en el otro una
mediación que me conduce a Dios y a través de la cual Dios me habla; afrontar
acontecimientos negativos (una enfermedad, un accidente, una injusticia…) es acoger, al
margen de todo, la voz de quien en todo y a través de cualquier circunstancia me puede
hablar; hablar a los otros quiere decir transmitir una palabra, una voz que antes ha llegado
hasta mí en mi mundo interior; amar significa haber gozado del amor de Dios y sentirse
llamado a transmitirlo. En fin, el evento de la llamada es algo totalizador. Es esto lo que
define toda la vida y le da un sentido, un sentido teológico. ¡La vida es vocación!

El Papa Juan Pablo II escribió: “El ser humano no puede vivir sin amor. Sin amor el
hombre no se comprende a sí mismo; su vida sin amor no tiene sentido, si no le es revelado
que el amor existe, si no descubre que él mismo es amado, si no aprende él mismo a amar”
(Redemptor hominis, 11). Precisamente los cristianos estamos llamados a ser en el mundo
“signos y portadores del amor de Dios a los hombres, especialmente a los más pobres”.
Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hacemos buenos cuando conocemos
cuanto nos ama.

Recordemos el ejemplo de Zaqueo en el Evangelio: fue la cercanía amorosa de Jesús lo que


provocó su conversión. “Al final de nuestra vida nos examinarán sobre el amor”, escribió S.
Juan de la Cruz. Darlo todo por amor es el ideal de nuestro paso por la vida. Pues bien,
13
normalmente la vocación de todos al amor, se suele vivir en el matrimonio entre un varón y
una mujer, para ayudarse mutuamente y procrear otros hijos de Dios. El ser humano ha sido
creado en dos sexos complementarios. Y el trato del uno con el otro está llamado a ser un
reflejo de la comunión de amor que tienen las personas divinas en la Trinidad. Pero la
vocación de todos al amor, se puede vivir también en la vida virginal o de celibato,
consagrándose a Dios a tiempo completo para servir y amar a los seres humanos, como
Cristo amó a su Iglesia. Aquí la familia de uno, es la comunidad religiosa o la comunidad
parroquial o eclesial.

14
NIVEL CRISTIANO

5. Soy elegido

Cita bíblica

El Bautismo como fuente de vocación y misión del cristiano significa recordar la verdad
fundamental de que nuestra vida cristiana tiene en su fundamento un acontecimiento
sacramental, es decir un hecho concreto, histórico, real incluso en el sentido físico, que ha
acontecido en un momento determinado de nuestras vidas. La vida cristiana se origina en el
acontecimiento del Bautismo, el cual -nos enseña el Catecismo- "significa y realiza la
muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la
configuración con el misterio pascual de Cristo".

Sin la transformación de nuestro interior que opera el signo sacramental del agua
acompañada por las palabras del ministro, nuestra vida cristiana carecería de fundamento
ontológico y antropológico; la vida de fe no tendría base suficiente en nuestra realidad
personal. De allí la necesidad del Bautismo para la vida cristiana. Sin la vida de gracia que
aquél inaugura, ésta sería imposible, porque la conformación con Cristo excede nuestras
fuerzas y capacidades sin esa gracia sacramental: "todo el organismo de la vida
sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo".

Ahondar en la naturaleza del sacramento bautismal y abrirse al dinamismo al que da


fundamento será pues una exigencia ineludible de la vida cristiana, y una condición
imprescindible para que los esfuerzos por responder a la Nueva Evangelización den fruto.
El Catecismo de la Iglesia Católica presenta de la siguiente manera los elementos
fundamentales del Bautismo: "El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana,
el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por
el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser
miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión

El Catecismo indica que "por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como
hijos de Dios". El Bautismo da lugar a la vida nueva en el Señor Jesús. Ésta es la vocación
del cristiano que tiene su raíz en el Bautismo: la filiación divina que recibe al ser liberado
15
del pecado, y que debe hacerse vida concreta con su cooperación. Todas las vocaciones
específicas a las que el Señor llama son participación de esta vocación a ser regenerados en
el Hijo, el "Hombre nuevo", cuya gloria se manifiesta en cada cristiano de una manera
única e irrepetible.

Esta vida nueva no es únicamente una transformación interior, sino que está ligada a la
"obra" que cada fiel está llamado a realizar. Por eso, en tercer lugar, el Catecismo señala
que por el Bautismo "llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia
y hechos partícipes de su misión". El Bautismo, pues, hace al cristiano partícipe de la
misión del Pueblo de Dios de ir por todo el mundo y proclamar la Buena Nueva a toda la
creación (Cf. Mc 16,15).

Con el bautismo de Cristo nacemos a la vida de hijos de Dios: Por el bautismo cristiano
nosotros llegamos a tener parte en la naturaleza de Dios (Cf. 2 Pedr. 1, 4); y somos
realmente hijos de Dios por adopción (Cf. Rom. 8, 16 y Gál. 4, 5). Desde ahora en adelante
llevamos grabado en nuestro corazón el sello de Dios para toda la eternidad, y podemos
clamar a Dios diciendo: Abba-Padre que significa “Papito”. Dios, como Padre, nos cubre
desde ahora y para siempre con su amor. Es éste el regalo más grande que podemos recibir
acá en la tierra.

Pertenecer a la Iglesia de Cristo no es una simple afiliación, como hacerse socio de un club.
Los bautizados forman parte de una sola familia, son hermanos entre sí. Hay un solo cuerpo
y un solo Espíritu, así como Dios le ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos (Cf. Ef. 4, 4-6).

Se exige primeramente la fe. El bautismo es, antes que nada, el sacramento de la fe, por el
cual el hombre acepta el Evangelio de Cristo. La fe está en el centro del Bautismo. En el
libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que, cuando un hombre de Etiopía quiso
bautizarse, el diácono Felipe le dijo: Si crees de corazón es posible. Respondió el etíope:
Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios (Cf. Hch. 8, 37).

Los bautizados en Cristo reciben este poder del Espíritu Santo y saldrán para ser testigos de
Cristo en las partes más lejanas del mundo (Cf. Hch. 1, 5-8). Serán testigos de la vida recta,

16
de devoción a Dios, de fe, de amor, paciencia y humildad de corazón. Pelea la buena lucha
de la fe, echa mano de la vida eterna, pues para esto te llamó Dios y has hecho tu buena
declaración de fe delante de muchos testigos. (Cf. 1 Tim. 6, 11-12).

Dios no nos ha dado un Espíritu de miedo, sino un Espíritu de poder, de amor y de buen
juicio. No tengas vergüenza, pues, de dar testimonio a favor de Nuestro Señor... Acepta de
tu parte los sufrimientos que vienen por causa del mensaje de salvación, conforme a las
fuerzas que Dios da. Dios nos salvó y nos llamó a llevar una vida consagrada a Él. (Cf. 2
Tim. 1, 7-9). Para comprender la transformación de la existencia humana que significa esta
vida cristiana, la Iglesia ha mirado siempre a María, la primera en recibir en sí los frutos de
la reconciliación. Ella es paradigma de esa vida de la que los cristianos participamos por el
Bautismo.

Manifiesta en su propio ser indiviso la plenitud de vida que se da en la comunión con la


Trinidad creadora, que es la fuente de la reconciliación con uno mismo, con los demás y
con toda la creación. La vocación a la vida cristiana, que María acoge plenamente, se
manifiesta en Ella precisamente como la coronación y la plenitud de la vocación a la vida
humana, y por lo tanto como la verdadera vida humana, vida reconciliada, existencia en la
cual ha dado fruto la reconciliación que el Señor nos ha obtenido con su Encarnación,
Muerte y Resurrección. En María se percibe claramente que la vida cristiana es la que se
centra en el Señor Jesús, nutriéndose de Él, que ha venido para que tengamos vida y para
que la tengamos en abundancia (Cf. Jn 10,10).

17
5. Testigos (soy seguidor) de su amor

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
(Cf. Jn 15, 9-17)
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi
alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado. Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os
mando. Ya no os llamo siervo: porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os
llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros
los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado par que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé
Esto os mando: que os améis unos a otros.

Dar la vida por Él, ¿hay que llegar tan lejos? Dar la vida es cuidar de los demás, en especial de
aquellos que son responsabilidad muy cercana. Jesús habló de dar la vida por los demás, por
Dios, y Él lo hizo. ¿Estamos dispuestos, como los mártires, a dar la vida por Dios? Qué difícil
planteamiento, pero antes hay otro, ¿en algún momento, realmente nos pide dar la vida, morir?
Muy raramente pasará eso. Pero hay algo importante, dar la vida no es necesariamente morir.
¿Entonces?

Dar la vida, como se nos pide a todos, es dedicarla a amar al prójimo en nombre de Jesús.
Podemos vivir nuestra vida, única y pasajera, que según la vamos viviendo parece irse más
rápido de lo que nos gustaría, y entonces buscar de ella lo que parece ser el mayor provecho
posible, que nos dé más confort, más salud, más bienes, más admiración de otros y, por qué no,
también amor de otros. Pero pensado no en esos otros, nuestras personas cercanas, sobre todo,
sino en uno mismo: el egoísmo perfecto, la egolatría. Pero darse esta finalidad en la vida
siempre resulta insuficiente, siempre falta algo.

18
Dar la vida es cuidar de los demás, en especial de aquellos que son responsabilidad muy
cercana, comenzando con la familia. Cuidar de los hijos, de los padres, de los hermanos, de
otros parientes que nos necesitan de alguna forma u otra, y de los amigos en diversas
necesidades, desde materiales hasta anímicas. Dar la vida es enseñar, dar consejo, orientar,
evangelizar en su más amplio sentido; llevar a otros al Señor, ayudarles a conocer y cumplir los
mandamientos, esos que Jesús resumió en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al
prójimo.

¿Queremos dar la vida por Dios? Vivámosla como Él nos lo pide, amando al prójimo por amor
a Dios en el servicio, en la caridad vivida día a día, algo que va en general, en una suma de
pequeñas acciones, muchas de la cuales suman una cadena de bienes para los demás, y que el
Señor nos ofrece recompensarnos al ciento por uno. Sí, demos la vida por Dios con acciones de
amor cotidiano a nuestro prójimo.

“El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al
fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche
como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.” (Cf. Is
50,4-5). “Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se
acercaron y le preguntaron” (Cf. Mt 13,36).

“El acontecimiento de Cristo, es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la
historia y al llamamos discípulo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»”.

“La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de
Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que,
encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de
quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida
que había en sus corazones.” La comunidad cristiana nace y se configura de la relación
entre Jesucristo como Maestro y sus discípulos.

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La figura del Maestro en la tradición bíblica está estrictamente ligada a la Tora. No existe
Maestro sin la Tora. Ella es la razón de su existencia, de su función de Maestro. Jesús, fiel a
su tradición, procura formar un grupo de discípulos que sea capaz de transmitir, con su
vida, la plenitud de la Tora que es el propio Jesús. La verdadera novedad del Nuevo
Testamento no reside en nuevas ideas, sino en la propia figura de Cristo que da carne y
sangre a los conceptos.

Los discípulos de Jesús no son alumnos de una escuela o seguidores de un líder; ni


miembros de un grupo revolucionario; no están llamados a fundar una comunidad al estilo
de Qumrán, ni una nueva religión, ni a integrarse en la disciplina del grupo zelota, ni a
formar un grupo político. Jesús es un pedagogo en el modo de actuar y formar a sus
discípulos. Clemente de Alejandría resalta que el “Pedagogo es el propio Jesús y la
comunidad de los cristianos forma el cuerpo de sus discípulos, el Pedagogo nos educa con
los ejemplos de su vida, con su Evangelio y a través de los Sacramentos de su Iglesia”.

El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es
participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo
estilo de vida y sus mismas motivaciones (Cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse
cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.

La práctica de Jesús se convierte en criterio de discernimiento para la evangelización y para


el actuar catequético, pastoral y formativo. Es de su actuar que vamos aprendiendo lo que
debemos vivir y hacer. Las preguntas más importantes a hacer para aprender de Jesús y
percibir su método formativo son: ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué dijo Jesús? ¿Qué enseñó a hacer
y decir a sus discípulos?

Método formativo de Jesús. Jesús es el maestro de la vida: “aprendan de mí, que soy
paciente de corazón y humilde” (Cf. Mt 11,29). Él enseña que el “discípulo no es más que
su maestro” (Cf. Mt 23,8-12). Y dijo con firmeza: “Si yo, siendo el Señor y Maestro, les he
lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos de los otros” (Cf. Jn 13,14).
Por eso “Ámense unos a los otros como yo los he amado” (Cf. Jn 15,12-17).

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Cómo el Pueblo de Dios del Nuevo Testamento es un pueblo que participa del único e
indivisible sacerdocio de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

Todos los bautizados son consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio
santo.

“Común es la dignidad de todos los bautizados común es la gracia de la filiación (ser hijos
en el Hijo) común es la llamada a la perfección (a ser santos)”. (Cf. LG N°32)

“Hay una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles
en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo”. (Cf. LG 32)

Sentido sacrificial de la vida. Todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo, para
hacer de la vida cristiana un sacrificio, una “hostia santa” (Cf. Rom 12,1), expresada en
actitud sacrificial unida a la Eucaristía, en anuncio del mensaje evangélico y en el
compromiso de extender el Reino. Estos elementos del sacerdocio común son los más
importantes de la vida cristiana personal y comunitaria, pero no se confunden con la
participación peculiar del sacerdocio ministerial, cuyo servicio es indispensable
especialmente para la celebración eucarística.

Comprometidos a ser santos y apóstoles. La vida cristiana es sacerdotal por


comprometerse en el camino de la santidad, por hacerse oblación en la eucaristía, por ser y
vivir la comunión eclesial que es la del Pueblo sacerdotal, por trabajar en la santificación
del mundo, por tender a la plenitud escatológica en Cristo resucitado. De este modo es una
vida que ofrece y se ofrece, participando en la oración y oblación de Cristo Sacerdote, en su
profetismo y en su misión evangelizadora. Tiende siempre a “consagrar el mundo a Dios”
(Cf. LG 34).

21
6. Soy enviado

Cita bíblica

La misión apostólica que proviene del Bautismo confiere la participación en el oficio


sacerdotal, profético y real de Jesucristo. Esta participación vale para todos los fieles
cristianos en cuanto bautizados, y es necesario afirmarla de manera particular con respecto
a los laicos, "fieles incorporados a Cristo por el Bautismo, que forman parte del Pueblo de
Dios ejerciendo desde su propia vocación la función sacerdotal, profética y real de Cristo, y
que en tal sentido ejercen tanto en la Iglesia, así como en el mundo, la misión común:
"propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos
los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente
todo el universo hacia Cristo".

La participación en el oficio profético del Señor Jesús se da en el testimonio explícito de la


verdad evangélica, en la participación eficaz de todos los fieles en la acción evangelizadora
de la Iglesia, no sólo mediante "el testimonio de la vida", sino también "con el poder de la
palabra". A lo largo de toda la historia de la Iglesia este testimonio ha ido adquiriendo
formas siempre renovadas para hacer presente el Evangelio a todos los hombres y a todas
las realidades humanas. En los últimos tiempos vienen siendo particularmente importantes
las formas asociadas de apostolado, particularmente en el ámbito laical.

El esfuerzo por responder al reto de la evangelización presupone y exige una formación


constante en la fe, para poder responder a los retos concretos de los hombres y mujeres de
cada tiempo y dar un testimonio eficaz en la cultura. A su vez, la actividad evangelizadora
conduce a un crecimiento en la fe, porque "la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la
identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece
dándola!"

De este modo, el Espíritu llega a ser el animador de toda vocación, El que acompaña en el
camino para que llegue a la meta, el artista interior que modela con creatividad infinita el
rostro de cada uno según Jesús.

22
Su presencia está siempre junto a cada hombre y a cada mujer, para guiar a todos en el
discernimiento de la propia identidad de creyentes y de llamados, para forjar y modelar tal
identidad exactamente según el modelo del amor divino. Este molde divino, el Espíritu
santificador trata de reproducirlo en cada uno, como paciente artífice de nuestras almas y
óptimo consolador.

Pero sobre todo el Espíritu prepara a los llamados, al testimonio: El dará testimonio de mí,
y vosotros daréis también testimonio (Cf. Jn 15,26-27). Este modo de ser de cada llamado
constituye la palabra convincente, el contenido mismo de la misión. El testimonio no
consiste sólo en inspirar las palabras del anuncio como en el Evangelio de Mateo (Cf. Mt
10,20); sino en guardar a Jesús en el corazón y en anunciarle a Él como vida del mundo.

Y, así, la cuestión acerca del salto de calidad que imprimir a la pastoral vocacional hoy,
llega a ser interrogante que sin duda empeña a la escucha del Espíritu: porque es El quien
anuncia las cosas futuras (Cf. Jn 16,13), es El quien da una inteligencia espiritual nueva
para comprender la historia y la vida, a partir de la Pascua del Señor, en cuya victoria está
el futuro de cada hombre.

Por consiguiente, resulta legítimo preguntarse: ¿dónde está la llamada del Espíritu Santo
para estos tiempos nuestros? ¿Qué debemos rectificar en los caminos de la pastoral
vocacional? Pero la respuesta vendrá sólo si acogemos la gran llamada a la conversión,
dirigida a la comunidad eclesial y, en ella, a cada uno, como un verdadero itinerario de
ascética y renovación interior, para recuperar cada uno la fidelidad a la propia vocación.

Hay una primacía de la vida en el Espíritu, que está en la base de toda pastoral vocacional.
Esto exige la superación de un difundido pragmatismo y de aquella superficialidad estéril
que conduce a olvidar la vida teologal de la fe, de la esperanza y de la caridad. La escucha
profunda del Espíritu es el nuevo hálito de toda acción pastoral de la comunidad eclesial.

La primacía de la vida espiritual es la premisa para responder a la nostalgia de santidad que,


como ya hemos dicho, atraviesa también esta época de la Iglesia de Europa. La santidad es
la vocación universal de cada hombre, es la vía maestra donde convergen los diferentes

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senderos de las vocaciones particulares. Por tanto, la gran cita del Espíritu para estos
tiempos de la historia postconciliar es la santidad de los llamados.

El significado bíblico de la mies es que hay mucho trabajo por hacer y que el reino de Dios
está lleno de oportunidades. Jesús usó la parábola de la mies para enseñar a sus seguidores
que debían estar dispuestos a trabajar duro para alcanzar las metas que se habían propuesto.
La mies representa el Evangelio y el reino de Dios, y la semilla representa el mensaje de
Jesús.

La parábola de la mies es una historia que enseña a las personas sobre la importancia de la
perseverancia. La parábola cuenta la historia de un hombre que sembró un campo de trigo.
El hombre trabajó duro para cuidar del campo y eventualmente el trigo creció y produjo
una gran cosecha. Sin embargo, después de la cosecha, el hombre tuvo que esperar varios
meses para que el trigo madurara. Durante este tiempo, el hombre tuvo que tener paciencia
y no podía hacer nada para acelerar el proceso. Al final, la parábola enseña que las personas
deben ser perseverantes y tener paciencia, ya que los buenos resultados llevan tiempo.

Hay mucho trabajo por hacer.


Hay mucho que hacer.
Tenemos mucho que hacer.
Necesitamos mucha ayuda.

Pero tender eficazmente hacia esta meta significa adherirse a la acción misteriosa del
Espíritu en algunas concretas direcciones, que preparan y constituyen el secreto de una
verdadera vitalidad de la Iglesia del 2000.

Al Espíritu Santo se atribuye el eterno protagonismo de la comunión que se refleja en la


imagen de la comunidad eclesial, visible a través de la pluralidad de los dones y de los
ministerios. Es, precisamente, en el Espíritu, en efecto, donde todo cristiano descubre su
completa originalidad, la singularidad de su llamada, y, al mismo tiempo, su natural e
imborrable tendencia a la unidad. Es en el Espíritu donde las vocaciones en la Iglesia son
tantas, siendo todas ellas una misma única vocación a la unidad del amor y del testimonio.

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Es también la acción del Espíritu la que hace posible la pluralidad de las vocaciones en la
unidad de la estructura eclesial: las vocaciones en la Iglesia son necesarias en su variedad
para realizar la vocación de la Iglesia, y la vocación de la Iglesia -a su vez- es la de hacer
posibles y factibles las vocaciones de y en la Iglesia. Todas las diversas vocaciones, pues,
tienden hacia el testimonio del ágape, hacia el anuncio de Cristo único salvador del mundo.
Precisamente ésta es la originalidad de la vocación cristiana: hacer coincidir la realización
de la persona con la de la comunidad; esto quiere decir, todavía una vez más, hacer
prevalecer la lógica del amor sobre la de los intereses privados, la lógica de la compartición
sobre la de la apropiación narcisista de los talentos (Cf. 1 Cor 12-14).

La santidad llega a ser, por tanto, la verdadera epifanía del Espíritu Santo en la historia. Si
cada Persona de la Comunión Trinitaria tiene su rostro, y si es verdad que los rostros del
Padre y del Hijo son bastante familiares porque Jesús, haciéndose hombre como nosotros
ha revelado el rostro del Padre, los santos llegan a ser el icono que mejor habla del misterio
del Espíritu. Así, también, todo creyente fiel al Evangelio, en la propia vocación personal y
en la llamada universal a la santidad, esconde y revela el rostro del Espíritu Santo.

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11. Referencias bibliográficas.

Álvarez, N., Teología y pastoral de la vocación en el contexto actual, Universidad


Eclesiástica San Dámaso, Madrid 2017
Cencini, A., Pedagogía de la Propuesta y del Acompañamiento Vocacional, CEVyM,
Guadalajara 2007
Cencini, A., Teología de las vocaciones, II Congreso Continental Latinoamericano de
Vocaciones, 2011
Corral, L., La principal vocación del ser humano, CEDES
Operarios Diocesanos, El kerigma vocacional, Servicios de Animación Vocacional Sol,
A.C., México 2013
Rosas, C., La vida humana como experiencia del llamado a la existencia: implicaciones en
bioética, Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín 2014
Sacramento, M., La gracia de la vocación y la tarea de discernir la llamada, Universidad
Pontificia de Comillas, Madrid 2019
Souto-Ugidos, J., La vocación cristiana en el misterio de la Iglesia, Dimensiones
eclesiológicas de la vocación cristiana

12. Bibliografía complementaria

Candelo, C. et. al., Hacer talleres. Una guía práctica para capacitadores, Fondo Mundial
para la Naturaleza, Cali 2003

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Agenda
Taller vocacional para catequistas
Ciudad del Maíz, 15 de abril de 2023

Hora Actividad Responsable Lugar(Procedimiento)


09:00 Llegada Carlos
09:30 Bienvenida con dinámicas Carlos
09:50 Carlos
Módulo 1

10:50 Carlos
11:50 Carlos
12:50 Descanso Carlos
13:00 Comida Carlos
13:45 Dinámicas de reintegración Carlos
14:00 Carlos
Módulo 2

15:00 Carlos
16:00 Carlos
17:00 Evaluación Carlos
17:20 Salida Carlos

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