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Psicoanálisis en el hospital

Daniel Zimmerman

El hospital público no interroga solamente al psicoanálisis; interroga también


al propio psicoanalista. Exige al primero abrirse a la crítica de sus
fundamentos; apremia al segundo a responder por la lógica su proceder.
¿Cuáles son los medios con los que opera el análisis? Contextos inusuales,
condiciones novedosas, ¿imponen variaciones a su práctica?

En la conferencia "Los caminos de la terapia psicoanalítica" (1), leída en el


congreso de Budapest en 1918, Freud bosquejó nuevos rumbos para la
aplicación de su método. Cinco años más tarde, insistía: Si el psicoanálisis, a
la par de su importancia científica, tiene valor como procedimiento
terapéutico, si puede ayudar a quienes sufren ante las demandas de la
civilización, su ayuda debería ser accesible también a la gran población
imposibilitada de pagar al analista por su ardua labor. Y agregaba a renglón
seguido: Esto parece ser una necesidad social particularmente en nuestro
tiempo en el que el estrato intelectual de la población, especialmente
propenso a la neurosis, se hunde irresistiblemente en la pobreza.

Con estas palabras, Freud prologó el Informe de la experiencia desarrollada


entre marzo de 1920 y junio de 1922 por el Policlínico psicoanalítico de
Berlín(2)… Aquel proyecto intentó llevar a la práctica el anhelo expresado por
Freud: hacer accesible el psicoanálisis a un mayor número de personas, en
especial a aquellos que no pudieran costearse un tratamiento; y, además,
proveer un centro para la enseñanza y el entrenamiento de los analistas.
Tomaremos aquella experiencia pionera como punto de partida para avanzar
en las cuestiones que hoy nos ocupan.

Una "muy grata" variante

El Informe(3) da cuenta de haber asistido cerca de 700 consultas, en un rango


de edad entre los 6 y los 67 años, y de una extracción social que incluyó desde
operarias de fábrica y empleadas domésticas a la hija de un general, e incluso
un político muy influyente. Aclara que, con el tiempo, la población
trabajadora disminuyó en favor de un predominio de la clase media baja.

Durante esos dos años, se llevaron adelante 130 análisis, con una frecuencia
de tres o cuatro sesiones semanales, y más también en algunos casos graves.
El Informe se acompaña de diversos cuadros según duración y resultado de los
tratamientos; edad, ocupación, diagnóstico de los pacientes. Pretende
responder de esta manera a quienes reprochan a la investigación psicoanalítica
su falta de estadísticas.
El director, Max Eitingon refiere que el tiempo fue uno de los problemas
centrales que se presentaron en la experiencia. Aunque la intención original
fue reducir la duración de las sesiones a media hora, la idea fue muy pronto
descartada. Se ensayaron entonces alternativas para acelerar o acortar los
tratamientos que resultaron igualmente infructuosos. Eitingon se
disculpa: Aún no hemos encontrado la adecuada aleación para el oro del
análisis que Freud sugería en Budapest.

Uno de los puntos de mayor preocupación entre los propios colegas, fue el
manejo de los honorarios. El Policlínico se hizo cargo de los sueldos del
plantel de analistas. En lo concerniente a los pacientes, Eitingon invoca
nuevamente la conferencia de Budapest: allí Freud sostenía que en proyectos
de esta índole los tratamientos serían gratuitos. Sin embargo, tal idea no fue
adoptada como principio por el Instituto: "por motivos prácticos y educativos,
esperamos que nuestros pacientes paguen tanto como ellos piensan que
pueden pagar; cuando afirman que no pueden hacerlo, confiamos en su
palabra y no les negamos tratamiento. Así, análisis no remunerados y
análisis de honorarios considerablemente altos son conducidos a la par en el
Policlínico".

Eitingon observa cierto efecto de este procedimiento que, a su juicio, podría


resultar favorable: "cuando permitimos a sujetos neuróticos pagar poco o
nada, estamos por un cierto tiempo actuando conforme al rol (generalmente
del padre y en algunos casos también de la madre) que el paciente nos
impone en la transferencia; y nos ajustamos a ese papel hasta el momento
adecuado para inducirlo a renunciar a ese juego infantil". Teniendo esto en
cuenta, el número de quienes acceden al análisis podría ser ampliado,
poniendo a prueba un dispositivo que, según Eitingon, se relaciona con el
método de psicoanálisis activo postulado por Ferenczi.

Otra iniciativa, reservada para casos apropiados, y con una finalidad


"principalmente práctica y terapéutica", fue la instrumentación del "análisis
fraccionado": cuando un paciente presenta cierta mejoría y en medida
considerable ha alcanzado eficiencia y capacidad para vivir, se interrumpe el
tratamiento; es invitado entonces a poner a prueba los logros obtenidos y a
intentar mantenerlos. Si no resulta suficiente, puede regresar. De esta manera,
asegura Eitingon, el tratamiento avanza más rápidamente, se obtiene una
mejoría de alcance mayor y una cura final.

El director del Instituto expresa finalmente su satisfacción por la labor


realizada, al tiempo que reconoce: "no consideramos el método psicoanalítico
del Policlínico la forma superlativa de nuestra terapia, pero ciertamente
constituye una muy grata variante".
Eficacia del psicoanálisis

En 1930, a diez años de su fundación, Freud reconoció al Instituto el mérito de


habilitar el acceso al psicoanálisis a la población general, inaugurando a la vez
un centro para la enseñanza y la experimentación analítica bajo condiciones
nuevas(4).

Frente a tales novedosas condiciones, el Policlínico centró su interés en


diseñar variaciones del procedimiento habitual; su propuesta, aunque
impregnada de teoría analítica, apeló a criterios esencialmente prácticos.
¿Eran éstos los caminos que Freud vislumbraba?

Lo que la investigación analítica debe profundizar, esclarecer, es en torno a


qué se desenvuelve el movimiento de la cura.

La responsabilidad que corresponde al psicoanalista en su operación es la de


introducir al sujeto en el orden del deseo. En consecuencia, toda tentativa de
hacer más "activa" su intervención resulta siempre engañosa.

El psicoanálisis pone en cuestión el apresuramiento en concluir. El propio


Freud era tajante al respecto: no hay otra manera de abreviar los tratamientos
que seguirlos según las reglas. Plantear la eficacia de una cura según la
rapidez con que son obtenidos sus efectos, no hace más que convalidar los
efectos propios de la sugestión.

La curación en un análisis llega por añadidura. Claro está que ello no implica
desprecio o indiferencia del analista respecto de la mejoría del paciente. Por el
contrario, es un principio que lo resguarda del furor sanandi.(5) El psicoanálisis
cuestiona el concepto mismo de curación: no pretende restituir al paciente a
un estado primero, sino a mejorar su posición subjetiva.

¿Dónde situar, entonces, el límite donde el analista debe actuar? ¿a qué debe
responder? Debemos recordar en este punto la distinción, tan simple como
decisiva, entre la demanda y el deseo, la estructura de falla que existe entre
una y otro. Responder desde una posición diferente de aquella donde es
requerido: allí encontramos la originalidad de la intervención del analista.

Deseo del analista

El analizante encamina sus pasos al hospital para acudir a una cita ¿con
quién?; ¿a quién otorga su confianza cuando comienza a hablar? El se dirige,
formula su demanda, al Sujeto supuesto Saber.

La transferencia se establece a partir del soporte fundamental que constituye


el Sujeto supuesto Saber. Su juego se despliega a condición de que esta
función pueda ser encarnada en alguien a quien, al suponerle saber, también se
le supondrá ir al encuentro del deseo inconciente. Así, entonces, la
transferencia afirma el encuentro del deseo del paciente con el deseo del
analista(6).

El analista no sugiere ni convence; tampoco enseña o dicta al analizante su


deseo. Todo lo contrario: se hace el deseo del analizante para conducirlo a su
fantasma original. ¿Qué tiene un analista para dar? Ninguna otra cosa más que
su deseo. El propio análisis y la formación teórica le enseñan que el eje de su
operatoria es aquél que Lacan designa como deseo del psicoanalista. Un
deseo abierto a la sorpresa, advertido de que hay algo que no puede no evitar.

El contexto hospitalario confronta al analista con lo imposible de su práctica;


a saber, lo abrupto de lo real.

Referencias

1. Sigmund Freud. Los caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas. Madrid,


1973. Biblioteca Nueva, tomo III.
2. Sigmund Freud. Prólogo al Informe de Max Eitingon. Obras Completas. Op. cit.,
tomo III.
3. Max Eitingon. Report of the Berlin Psycho-analytical Policlinic. The International
Journal of Psychoanalysis, volume IV, IJP Press. London, 1923.
4. Sigmund Freud. Prólogo a los diez años del Instituto Psicoanalítico de Berlín. O.C.,
op. cit., tomo III.
5. Jacques Lacan. Variantes de la cura tipo. Escritos. México, siglo XXI, 1975.
6. Jacques Lacan. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario XI,
Barcelona, Barral editores, 1977.

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