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MONTANER Historicidadmedievalyprotomoderna Loautenticosobreloveridico
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MONTANER Historicidadmedievalyprotomoderna Loautenticosobreloveridico
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Alberto Montaner
University of Zaragoza
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e-Spania
Rev ue interdisciplinaire d’études hispaniques médiév ales et modernes
19 | octobre 2014 :
Primera Crónica anónima de Sahagún / Autoriser le récit historique
Autoriser le récit historique : histoire et culture historique en péninsule Ibérique au Moyen Âge
Historicidad medieval y
protomoderna: lo auténtico
sobre lo verídico
ALBERTO MONTANER FRUTOS
Abstracts
Español Français
La historicidad m ediev al y protom oderna se articula a partir de la tensión de dos
tendencias: la v eracidad o fidelidad al plano factual y la autenticidad o
confiabilidad en el plano discursiv o, que a su v ez depende de la v erosim ilitud
(nacida de la sujeción al horizonte de expectativ as del historiógrafo y su público) o
de la necesidad (surgida de la propia lógica narrativ a). Esta dialéctica perm ite
apreciar que determ inadas operaciones de los historiadores m ediev ales y
protom odernos deriv an de su propia form a de concebir la historia y , por ende, de
representarla, y no necesariam ente de una interesada m anipulación o falsificación
histórica.
Index terms
Keywords : authenticité, chroniques du Moy en Âge et de la Renaissance, cohérence,
crédibilité, historicité, historiographie, nécessité, v éracité
Palabras claves : autenticidad, concinidad, crónicas m ediev ales y renacentistas,
historicidad, historiografía, necesidad, v eracidad, v erosim ilitud
Full text
http://e-spania.revues.org/24054 1/32
22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
http://e-spania.revues.org/24054 2/32
22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
ὁ γὰρ ἱστορικὸς καὶ ὁ ποιητὴς οὐ τῷ ἢ ἔμμετρα λέγειν ἢ ἄμετρα διαφέρουσιν [...]· ἀλλὰ
τούτῳ διαφέρει, τῷ τὸν μὲν τὰ γενόμενα λέγειν, τὸν δὲ οἷα ἂν γένοιτο = pero el
historiador y el poeta no se diferencian por contar las cosas en form a v ersificada o
sin v ersificar [...]; sino que esto establece la diferencia: que uno cuenta lo que ha
sucedido y otro, en cam bio, lo que podría suceder 8.
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
ἐπεὶ δὲ φανερόν ἐστιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ
πίστιςἀπόδειξίςτις (τότεγὰρπιστεύομενμάλισταὅτανἀποδεδεῖχθαιὑπολάβωμεν), ἔστι δ᾽
ἀπόδειξις ῥητορικὴ ἐνθύμημα, καὶ ἔστι τοῦτο ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κυριώτατον τῶν πίστεων
= Así pues, resulta obv io que el m étodo propio del arte [sc. retórica] es el relativ o a
las pruebas persuasiv as, pues la persuasión es una suerte de dem ostración (pues nos
persuadim os m ay orm ente cuando asum im os que [algo] está dem ostrado), y la
dem ostración retórica es un entim em a, el cual es, dicho llanam ente, la m ás fuerte
de las pruebas persuasiv as1 4.
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
que toma como base la semejanza con v arios elementos de comparación (ἐκ
τοῦ ὁμοίου πλ ειόνων) o el v alor indiciario de los mismos corresponde al
razonamiento inductiv o (ἐπαγωγή), que v a de lo particular a lo general.
Finalmente, si la similitud se establece con un solo punto de comparación (ἐκ
τοῦ ὁμοίου ἑνὸς), se sitúa en el ámbito propiamente paradigmático
(entendiendo los παραδείγματα o exempla en su sentido prístino de modelos
o prototipos para su reproducción), que v a de lo particular a lo particular y
tiene una de sus herramientas principales en el establecimiento de analogías,
tal y como lo formula el propio Aristóteles en los Analytica priora, II.24
(69a13-16):
φανερὸν οὖν ὅτι τὸ παράδειγμά ἐστιν οὔτε ὡς μέρος πρὸς ὅλον οὔτε ὡς ὅλον πρὸς
μέρος, ἀλλ' ὡς μέρος πρὸς μέρος, ὅταν ἄμφω μὲν ᾖ ὑπὸ ταὐτό, γνώριμον δὲ θάτερον. =
Resulta, pues, obv io que el paradigm a es, no com o la parte respecto del todo, ni com o
el todo respecto de la parte, sino com o la parte respecto de la parte, y a que am bas, sí,
son de igual condición, pero una de ellas es m ás conocida 1 8.
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
τό τε γὰρ ἀληθὲς καὶ τὸ ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ τῆς αὐτῆς ἐστι δυνάμεως ἰδεῖν, […] διὸ πρὸς τὰ
ἔνδοξα στοχαστικῶς ἔχειν τοῦ ὁμοίως ἔχοντος καὶ πρὸς τὴν ἀλήθειάν ἐστιν. = pues lo
v erdadero y lo sem ejante a lo v erdadero son captados por una m ism a facultad23, […]
de m odo que ser sagaz respecto de lo plausible es sem ejante a serlo respecto de la
v erdad24.
pues, a citar retrospectiv amente a un rey de Francia al filo de 1100, para los
coetáneos de Lucas de Tuy éste sería, naturalmente, uno con dicho nombre,
razón por la que tanto el lapicida como el cronista adoptaron sin titubear el
dato introducido en el Obituario III.
«Autenticidad» y ambientación
histórica
13 Aquí se apunta, sin alcanzársela, hacia otra manifestación de la autenticidad
objetiv a, que se produce cuando el texto histórico logra transmitir el «tono» o
la «atmósfera» de la época historiada, es decir, la impresión de conjunto que
ofrece y la mentalidad que la permea, incluso si no mantiene una estricta
fidelidad al registro factual. Pondré como ejemplo el caso que, como av anzaba
arriba, me hizo reparar primeramente en la pertinencia de la distinción
sartriana. En sus cuatro libros De dictis et factis Alphonsi Regis, Antonio
Beccadelli el Panormita, pone en boca del monarca, como ornato
humanístico, numerosas inv ocaciones religiosas paganas que en la inmensa
may oría de los casos Alfonso V, hombre de una religiosidad más bien
tradicional33, sin duda nunca pronunció. Así sucede con la interjección
Hercle! ‘¡por Hércules!’, tan propia del latín plautino del Panormita como
improbable en boca del Magnánimo: «subridens rex adiecit: —Multo minus,
Hercle, occidentem!» (lib. II, § 27 , p. 158), «Immo Hercle intelliget nunc
demum noster Sfortias cum alio sibi quam cum Philippo Maria rem gerendam
esse» (lib. II, § 36, p. 166). 34 Lo mismo ocurre con otras inv ocaciones que, si
bien cristianizadas, tampoco respondían a los usos comunes, sino que se
basaban en las inv ocaciones religiosas de la Antigüedad. En unos y otros
casos, los traductores romances, tanto Centelles en catalán como Molina en
castellano, optan por adaptar el texto al repertorio de lexías religiosas
habituales. Veamos algunos ejemplos del segundo: «si diis placet» (lib. I, § 1,
p. 7 8) = «con el ay uda del Señor» (fol. 6v º); «diis immortalibus in primis
gratum» (lib. I, § 26, p. 100) = «av er sey do agradable a Dios Nuestro Señor»
(fol. 15rº), «Ad haec victoriam fortunae munus esse» (lib. III, § 29, p. 218) =
«que la v ictoria era merced que Dios hazía» (fol. 7 6v º-7 7 rº), «Deo optimo
maximo gratias ago» (lib. I, § 4, p. 80) = «doy gracias infinitas a Dios
todopoderoso por ello». (fol. 7 rº). En este caso, habida cuenta que estamos
ante textos retraducidos, la determinación de la v eracidad queda fuera de
lugar 35; sin embargo, a despecho de la infidelidad a su modelo, las v ersiones
romanceadas ofrecen en este punto una v isión más «auténtica», en el sentido
indicado, de lo que podía ser la forma real de expresarse del Magnánimo.
14 Con todo, esta relativ a falta de v eracidad de Beccadelli tampoco elimina su
autenticidad de conjunto, y esto en un doble plano. Por una parte, aunque no
siempre podamos tener la absoluta certeza de la exactitud v erbal de su relato
(su fidelidad o v eracidad), en líneas generales este es confiable, en cuanto a la
autenticidad de la anécdota, v ale decir, en tanto que transmite el efecto que
Alfonso V producía ante sus cortesanos (de manera intencionada o no) con
cada una de sus interv enciones36. Por otro lado, y con ello entramos en el
terreno de la autenticidad subjetiva, fenómenos como el descrito responden a
la búsqueda de una determinada coherencia bajo el amparo de la proprietas,
la cual no responde solo a una concepción retórica de la elocutio, sino que
depende de una determinada etopey a del monarca, a la que al mismo tiempo
coady uv a (en un proceso de retroalimentación), de acuerdo con los cánones
del humanismo sobre la idea de un príncipe a un tiempo donoso (facetus) y
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
«Autenticidad» e
hipercaracterización
15 El ejemplo recién puesto no es, con todo, el más habitual, porque muy
buena parte de la historiografía mediev al y moderna se solía elaborar con
bastante posterioridad a los acontecimientos narrados, lo que ofrece una
problemática algo distinta en cuanto a la dialéctica entre v eracidad y
autenticidad, sobre todo por lo que hace a la autenticidad objetiv a, que
resulta mucho más difícil de conseguir, aunque eso no significa que no se
procurase. Resulta, en cambio, más habitual la búsqueda de una autenticidad
subjetiv a, es decir, el intento de recrear la época historiada tal y como se la
concibe en el momento de historiarla. En tal caso, el autor procura ofrecer lo
que, para él y su público, es una reconstrucción creíble o confiable del pasado,
aunque de hecho pueda ser una restauración à la Viollet-le-Duc.
16 Este tipo de hipercaracterización se da, por ejemplo, en el caso del
documento citado en la Historia Roderici, 25-26, por el que Alfonso VI
concede a Rodrigo Díaz una serie de fortalezas en la extremadura castellana
así como «omnem terram vel castella, que ipsimet posset adquirere a
Sarracenis in terra Sarracenorum»38. Seguramente el pasaje se basa en un
documento auténtico, aunque sin duda reelaborado a la luz de concepciones
posteriores39, lo que no desv irtúa su clara pretensión documental, dado que
ofrece la estructura de un típico regestum diplomático que comprende la
dirección, la síntesis del dispositiv o y la corroboración regia, al estilo de los
que se encuentran en los cartularios monásticos o los que se incluy en a v eces
en las confirmaciones de priv ilegios. Sin embargo, respecto de la ratificación,
incurre en un grav e anacronismo, al señalar que la concesión regia se hallaba
«sigillo scriptam et confirmatam», siendo así que en época de Alfonso VI no
se empleaban los sellos de v alidación. Habida cuenta de que el biógrafo latino
del Campeador, según todos los indicios, tenía ante sí el diploma original, no
podía llamarse a engaño sobre la ausencia de sello, aunque no se puede
determinar si optó por fingir su presencia o conjeturó que aquel se había
perdido, caso nada infrecuente. Sea como fuere, está claro que el autor de la
Historia Roderici no se atenía aquí a la fidelidad (v eracidad), sino la
confiabilidad (autenticidad), debido a que, en el momento en que aquella se
redactó, resultaba inv erosímil que un priv ilegio de esta importancia no
v iniese corroborado por un sello en pendiente, por lo cual no tuv o el menor
empacho en dar por sentado que tal era el caso, dotando al sigillum, como
señala Bautista, de «un v alor simbólico»40, lo que, sin embargo, no implica
una especie de atribución figurada, sino literal, y a que la mención del mismo
responde a las mismas pretensiones que el conjunto del regestum, es decir, las
de su estricto uso cancilleresco 41 . En este caso, v isto desde nuestra
perspectiv a, se cumple la máxima de Ginzburg: «The knowledgeable use of
context causes the anachronism, written in invisible ink, to emerge»42.
Obv iamente, en situaciones como esta la fidelidad al plano factual no solo no
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
«Autenticidad» y verosimilitud
17 En esta misma línea, pero a may or escala, se sitúa, a mi juicio, la
caracterización de Rodrigo Díaz en la materia cidiana que cabe situar a fines
del siglo XII o principios del siguiente: salv o la Historia Roderici, todos los
textos que tratan del Campeador, y a sea el latino Carmen Campidoctoris, el
nav arro Linage de Rodric Díaz y el castellano (¿nuev o?) Cantar de mio Cid,
presentan a un héroe que, durante el exilio, se enfrenta constantemente a los
musulmanes (andalusíes y , sobre todo, almoráv ides), omitiendo por completo
su brillante etapa bélica al serv icio de los Banū Hūd de la taifa de Zaragoza.
Esta coincidencia entre textos de procedencia dispar sugiere que no se trata
de un mero «adecentamiento» de la imagen del Cid, algo comprensible, por
ejemplo, en un texto como el Linage, que se integra en una recopilación, el
Libro de las generaciones y linajes de los reyes, que rev ela, entre otros
elementos, los intereses dinásticos de la casa real de Nav arra, pero mucho
menos en el Carmen, que a todas luces es un producto clerical de circulación
restringida, respecto del cual dicho aspecto habría sido menos relev ante.
Todo apunta a que en los decenios finales del siglo XIII, si no antes, 43 se había
consolidado en el imaginario colectiv o una caracterización del Cid en la que
dicho aspecto resultaba poco menos que inconcebible, de modo que, incluso
aunque muy probablemente todas estas obras se basaban en la Historia
Roderici44, que no tiene el menor empacho en relatar esa parte de la biografía
de Rodrigo Díaz, en ellos se optó por silenciar un aspecto que no es y a que se
considerara indeseable, sino que simplemente resultaba inv erosímil.
18 Podría objetarse que la «linpia cristiandad» (por retomar la expresión del
v erso 1116 del Mio Cid) necesitaba un héroe impoluto que oponer a la nuev a
inv asión almoráv ide y que, por lo tanto, estamos ante la deliberada
construcción, ideológicamente marcada, de un Campeador a la altura de las
circunstancias. Sin embargo, como la crítica y a ha hecho v er en más de una
ocasión, el héroe de la materia cidiana se opone de forma más directa a
enemigos internos (los «malos mestureros», el conde de Barcelona, el bando
de los Vanigómez) que a los externos, de modo que la hipótesis de un Cid
cortado a la medida de intereses propagandísticos posee muy escaso soporte
en los textos. Eso sin contar con que tales intereses solo podrían ser los del
rey castellano en la expansión territorial de su reino, lo que se compadece
bastante mal con la problemática relación entre Alfonso VI y el Campeador
propia de la materia cidiana, bien patente incluso en la más suav izada
presentación del Cantar de mio Cid. En cambio, la supremacía de lo v erosímil
sobre lo v erídico permite explicar, de un modo más coherente con los datos
disponibles, una presentación del personaje condicionada por la
«autenticidad» del mismo, es decir, por su adecuación a la imagen colectiv a
que se poseía y a de él en ese momento. En cuanto a si esta deriv aba o no de
factores estrictamente ideológicos o era el resultado de la «estilización» o,
para ser más precisos, del proceso de arquetipización a partir de lo que era la
común v oz y fama pública sobre el conquistador de Valencia y único caudillo
de su época v encedor de los almoráv ides, resulta imposible establecerlo con
la información disponible, aunque el pasaje de la Prefatio de Almaria citado
en la nota 43 apunta más bien en la segunda dirección45.
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
«Autentificación» y expansión
historiográfica
19 A este mismo orden de prelación de lo auténtico sobre lo v erídico o, al
menos, sobre la fidelidad a las fuentes (que sería, en principio, la condición
necesaria, aunque no suficiente, de la v eracidad), pertenece la notable
reelaboración de las mismas por parte de los cronistas alfonsíes. Como y a
señaló Menéndez Pidal para la Estoria de España, «el compilador [alfonsí],
tratándose de fuentes latinas, expone con amplitud, a menudo interpreta y
borda el texto que sigue. No traduce, sino que deduce»46. En principio, este
procedimiento puede afectar solo al desarrollo de aspectos que quedan
implícitos en la narración original, pero no la contradicen directamente, al
margen de su efectiv a v eracidad, como sucede en el ejemplo de la filiación
francesa de la reina Isabel (que, por cierto, pasa del Tudense a todas las
crónicas alfonsíes). A las mismas pautas responde la introducción de lo que
don Ramón denominó amplificaciones, las cuales responden plenamente al
criterio de autenticidad subjetiv a:
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
«Autentificación» y ajustes
historiográficos
21 A diferencia de lo v isto en los ejemplos citados por Menéndez Pidal, en otras
ocasiones la interv ención cronística no se limita a la adición de expansiones
historiográficas (deductiv as o interpretativ as), sino que (conjugando la
autenticidad objetiv a con la subjetiv a) altera el contenido mismo del relato
histórico, a fin de ofrecer una v ersión considerada más coherente y no solo
más completa o más clara. Se trata del bien conocido fenómeno de la
racionalización cronística, operada de forma muy notable en las
prosificaciones épicas incorporadas de forma plena a la historiografía a partir
de la Estoria de España, en un proceso creciente de desarrollo que
desembocará, paradójicamente, en la nov elización historiográfica de las
crónicas postalfonsíes de los siglos XIV y XV 50. Aunque el mismo don Ramón
consideraba que «Tratándose de fuentes romances, esta tendencia y a apenas
se observ a» y que, a su juicio, «Las fuentes juglarescas más bien se acortan en
v ez de ser ampliadas»51 , lo cierto es que no dejaban de estar sometidas,
aunque no necesariamente por v ía amplificadora, a lo que el mismo autor
denominó arreglos cronísticos, añadidos del compilador o, de forma más
específica, retoques del formador de E (es decir, el códice regio facticio 1Esc.
X-I -4)52, por más que, en general, prefiriese atribuir las div ergencias entre los
cantares conserv ados y la prosa cronística a refundiciones de los primeros53.
Así ocurre con el caso de las parias de Alcocer, respecto de las cuales, el
Cantar de mio Cid, v . 568-57 5, dice que:
Después que el Çid ov o fecha allí su bastida, cav algó e fue v eer si podrié tom ar
Alcoçer. E los m oros de la v illa, con el m iedo que ov ieron d’él, dixiéronle que le
pecharién quanto él quesiese, e que los dexase en paz; e el Çid non lo quiso fazer e
acogiose a su bastida. Quando esto sopieron los de Calatay ud e de las otras v illas
aderredor, pesoles m ucho con él; e duró allí el Çid en aquella bastida quinze
sem anas. E quando v io que non podié av er aquel castiello, fizo infinta que se iv a 55.
El Çid desque v io alli fecha la bastida, cav algó e fue con su cav allería contra Alcocer
por v er si la podrié tom ar. E los de la v illa, con m iedo que ov ieron d’éll, fabláronle
com o en razón de pecharle e darle parias, e él que los dexasse v ev ir en paz; m as el
Çid non lo quiso fazer e cogiosse a su bastida. Quando esto oy eron los de Calatay ud e
los de otras v illas aderredor, pesoles m ucho con el Çid; pero con tod esto, a pesar de
todos, duró el Çid en aquella bastida XV sedm anas. E desque v io que no podía av er
aquel castiello, fizo la m aestría que agora direm os56.
Los m oros […] ov ieron su acuerdo de ir en pos d’él e de lo desbaratar, ante que lo
prendiesen los de Teruel; ca si lo ellos prendiesen, dixieron, «non nos darán nada de
la ganançia es si lo nos desbaratarem os, tornar nos ha las rentas [X : prendas NKL :
rehenes Ss]que de nós lev av a, dobladas»60.
Et dixieron estonces los m oros de Alcocer: «Dem os salto en él e desbaratar l’em os, e
farem os ý grand ganancia ante que le prendan los de *Terrer; ca si los de *Therrer
le prenden, non nos darán ende nada, e las parias que de nós a lev adas, dobladas nos
las tornará»61 .
24 Estamos, pues, ante un arreglo cronístico, cuy a razón adv irtió y a Russell:
dado que las parias garantizaban la inmunidad de sus pagadores, resulta
inconsecuente, al menos en el plano jurídico, que el Cid persista en el asedio,
una «conducta suy a que no se explica en el texto», percibida como una
«contradicción [que] parece haber preocupado a los prosificadores
alfonsíes», quienes salv aron «las consecuencias jurídicas» haciendo que el
Campeador rechazase el cobro de las parias62. De este modo, los cronistas
ofrecen una imagen más «auténtica» del personaje, según su
conceptualización del mismo, corrigiendo lo que sin duda percibían menos
como una infidelidad a su fuente que como una may or fidelidad al personaje.
A este respecto, cabría incluso pensar que los historiógrafos alfonsíes
crey esen estar corrigiendo un defecto formal del Mio Cid, realizando una
suerte de emendatio ope ingenii, en lugar de estarlo alterando… pero quizá
esto sea llev ar las cosas demasiado lejos.
prisca [tota] illa mente repeto, avertam, omnis expers curae quae scribentis animum,
etsi non flectere a vero, sollicitum tamen efficere posset. Quae ante conditam
condendamve urbem poeticis magis decora fabulis quam incorruptis rerum gestarum
monumentis traduntur, ea nec adfirmare nec refellere in animo est63.
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κἂν ἄρα συμβῇ γενόμενα ποιεῖν, οὐθὲν ἧττον ποιητής ἐστι: τῶν γὰρ γενομένων ἔνια
οὐδὲν κωλύει τοιαῦτα εἶναι οἷα ἂν εἰκὸς γενέσθαι {καὶ δυνατὰ γενέσθαι}, καθ᾽ ὃ ἐκεῖνος
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αὐτῶν ποιητής ἐστιν = Y si ocurre que poetiza algo que ha sucedido, en absoluto es
m enos poeta, pues nada im pide que ciertos sucesos fueran tales que sucedieran de
m odo v erosím il {y posible}, [pues] él es poeta en v irtud de esto m ism o95.
La v irtualidad del texto y nuestra v oluntaria v iv encia intencional del m ism o nos
llev an a elev ar cualitativ am ente el rango de su m undo interno de referencia hasta
integrarlo sin reserv a alguna en el nuestro propio, externo, experiencial. [...] Por
esa suspensión del descreim iento que da paso, sin solución de continuidad, al
entusiasm o de la epifanía 96.
«Autentificación» frente a
mistificación
40 Como acaba de v erse, otra importante consecuencia de la «poetización»
historiográfica es la falta de conciencia de mistificación histórica, por lo que
en muchos casos resulta imposible determinar, so pena de caer en la falacia
intencional97 , si estamos ante un caso de modificación deliberada del registro
factual o, al menos, del historiográfico precedente, o bien ante un ajuste
debido al «imperativ o de autenticidad», de acuerdo, según lo v isto, con lo
v erosímil o lo (intranarrativ amente) necesario. Obv iamente, no quiero decir
con esto que los historiógrafos mediev ales actuasen sin darse cuenta de lo que
hacían, lo que sería may ormente absurdo, sino que, al proceder a la
«autentificación» de su relato histórico, no eran necesariamente conscientes
de las razones de fondo que los impulsaban a ello, dado que eso exige la
existencia de un enfoque metahistórico que, como y a he indicado arriba, en
general les era ajeno. Es decir, un cronista de este período habitualmente
sentiría el impulso de alterar un dato que le parecía inv erosímil o de añadir
otro que consideraba necesario, sin que controlase ni se plantease su
concepción misma de v erosimilitud o de necesidad. En cambio, al modificar
un texto con miras propagandísticas resulta indispensable ser consciente de
qué v alores se está intentando promov er o a qué personas respaldar, puesto
que de lo contrario tal operación, plenamente deliberada, resultaría
irrealizable.
41 Esto establece un correctiv o a la habitual atribución de este tipo de
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42 Así pues, sin olv idar, desde luego, el factor coy untural, la reflexión aquí
propuesta incide sobre la necesidad de tener en cuenta los componentes
estructurales o sistémicos y , con ellos, el hecho de que la cosmov isión o la
mentalidad v igentes (no digamos y a la episteme)1 00 actúan más bien como
marcos y condicionantes prev ios de la producción textual que como sus
causas finales, que es el único modelo propuesto por esa triv ial «v isión
conspirativ a», bajo la suspicaz presunción de sistemática manipulación
discursiv a asociada a la «hermenéutica de la sospecha»1 01 . Dar por sentado
que esto es lo que metódicamente sucede en la historiografía o en cualquier
otro género discursiv o no solo es una petición de principio, sino que reduce la
historia sociocultural a lo unidimensional, es decir, a una mera ray a.
43 A este respecto, tampoco me parece resolv er la cuestión la diferencia entre
las categorías de propaganda y el de propaganda difusa (esta última
introducida por Le Goff), que Martin Aurell considera «une formule heureuse,
promise à un riche avenir»1 02. Sin duda, la distinción entre una propaganda
concreta y otra difusa puede resultar muy útil, pero también puede
enmascarar la cuestión, según cómo se defina la segunda o, sobre todo, cómo
se la identifique. De hecho, el mismo Aurell (loc. cit.) reconoce, muy
razonablemente, que en muchos casos esa transmisión de un ideario
compartido es de suy o comunicación:
Ce dernier concept [sc. la propagande diffuse] peut englober des éléments qui, comme
l’exaltation de la royauté, la défense de l’orthodoxie chrétienne, l’encouragement à la
conversion, la commémoration des ancêtres, la louange d’un peuple, la célébration de
la fierté communale ou l’éloge d’une corporation professionnelle relèvent, tout
simplement, de la communication. I ls se limitent à répandre les doctrines, à rehausser
le prestige ou à augmenter la renommée d’une personne ou d’un groupe.
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44 Con más razón podría decirse esto en el caso de las sagas escandinav as
dotadas de «une tonalité politique», a las que se refiere a continuación1 03. En
efecto, si un panegírico o una obra gnómica incidirán fácilmente en la
propaganda difusa, la tonalidad política de un relato histórico-heroico (como
eran, desde la perspectiv a coetánea, una saga o un cantar de gesta) podría
deberse únicamente al hecho de que la composición responde (aunque no
necesariamente de forma mecánica o lineal) al sistema de v alores y creencias
v igente en el momento de su composición en aspectos como la jerarquía
social, el código guerrero del honor o el papel del destino (mediante, por
ejemplo, la importancia de los auspicios), por poner solo tres ejemplos
situados en distintos niv eles, pero representativ os del tipo de elementos que
pueden teñir la obra de una específica tonalidad, sin que pueda adv ertirse en
ello ningún tipo de propaganda, ni concreta ni difusa, salv o que se considere
que todo acto locutiv o es por definición perlocutiv o, lo que no es, de nuev o,
sino una petición de principio.
45 Así sucede con Ruth Amossy 1 04, para quien el efecto perlocutiv o
simplemente quedaría implícito en unos enunciados y explícito en otros, lo
que hace inv erificable el aserto y lo conv ierte en un axioma, que nada
(empezando por la mera sindéresis) obliga a aceptar. A mi juicio, en este
planteamiento se confunden dos fenómenos: la pretensión, propia de la
inmensa may oría de los actos de comunicación, de que el mensaje transmitido
sea aceptado por su receptor y la específica conformación del mensaje para
que influy a en el mismo. Por la primera, el mensaje aspira solo a ser creído
(actitud pasiv a); por la segunda, a conv encer (actitud agentiv a). No cabe
negar que esto último puede darse de forma tácita, pero de ahí a generalizarlo
media un abismo (como v eremos al cabo de dos párrafos).
46 La dicotomía pasiv o / activ o que acabo de señalar se plantea también, pero
no de forma homóloga, cuando Spiegel señala que «Texts both mirror and
generate social realities, are constituted by and constitute social and
discursive formations, which they may sustain, resist, contest, or seek to
transform depending on the individual case»1 05. Este planteamiento es
desarrollado por J. Aurell en los siguientes términos:
los textos históricos son producto del m undo social de sus autores y ,
sim ultáneam ente, agentes textuales de este m undo. Deben ser estudiados, por
tanto, en esta doble dim ensión, com o espejos de la sociedad y , sim ultáneam ente,
com o generadores de las realidades sociales. […] De este m odo, el historiador y el
crítico literario contem poráneo pueden percibir cóm o la historiografía m ediev al fue
penetrada y m odificada por el cam bio social; y , al contrario, en qué m edida esa
m ism a historiografía, en un interesante proceso «de ida y v uelta», fue capaz de
m odificar el propio contexto social y político en la que se hallaba inserta –función
pasiv a y activ a de la historiografía 1 06.
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48 En cambio, al tenerse en consideración la operativ idad de los precitados
condicionantes epistémicos para modelar los textos (a trav és, claro está, de
sus autores, puesto que no surgen por generación espontánea), puede
adv ertirse que aquellos, y a sean historiográficos o de otro tipo, muchas v eces
responden al ideario v igente (incluy endo en él conceptos como los de decoro
y v erosimilitud expuestos arriba), sin pretender proponerlo mediante una
actitud propagandística o adoctrinadora que, a la v ista de aquellas otras
posibilidades, no puede darse por sentada sin tener un firme anclaje textual o
contextual, el cual no puede deducirse de la mera sintonía con una
determinada onda ideológica o política, a v eces ni siquiera de un bien
documentado patronazgo 1 08, sino que tiene que manifestarse en una clara
actitud perlocutiv a, es decir, ha de poseer marcas suficientemente obv ias de
que el discurso no solo depende de unos v alores o actitudes dados, sino que
pretende proy ectarlos o, en los casos más radicales, imponerlos1 09. A no ser,
claro está, que toda interrelación humana se conciba, al modo del último
Foucault, como la interacción de micropoderes, caso en el cual, como en
todas las generalizaciones, el concepto se diluy e hasta perder su operativ idad.
En efecto, si cualquier discurso responde al ejercicio de un microcopoder,
esta dimensión resulta irrelev ante para caracterizar uno en concreto y
además se recae en el apriorismo y a expresado 1 1 0.
49 Frente a tal planteamiento, es razonable suponer que una defensa ideológica
puramente tácita (y por tanto irreconocible) sencillamente no existe, por lo
que, en tales circunstancias, resulta metodológicamente preferible explicar
una obra dada como un producto coherente con un contexto sociocultural
determinado 1 1 1 , bien por religarse al mismo, bien por todo lo contrario
(opción esta que casi nunca se tiene en cuenta, en especial desde la
hermenéutica de la sospecha)1 1 2. A este respecto, conv iene subray ar que
condicionar no es lo mismo que determinar, de modo que, como para toda
contingencia histórica, el marco sociocultural e histórico-político es la
condición necesaria, pero no suficiente, de la obra elaborada en su seno. Esto
no significa desentenderse de la episteme que hace posible una obra, de la
cosmov isión que refleja o de la mentalidad que la anima; antes bien, supone
atender específicamente a todos esos niv eles de contextualización de la
misma, sin caer en la simplificación de reducirlos a un v ector único, a una
flecha lanzada contra un objetiv o concreto o a una nota monocorde. A mi v er,
la consideración de la historicidad mediev al y parte de la protomoderna como
un juego dialéctico entre lo v eraz y lo auténtico, y –en segunda instancia–
entre la autenticidad objetiv a y la subjetiv a, con la consiguiente tensión
arqueológica más o menos implícita, permite abordar la empresa de entender
su concepción de la historia y , consecuentemente, su historiografía de una
manera mucho más ajustada a la real polifonía de sus factores constituy entes.
Conclusión
50 En suma, puede considerarse que la historicidad, entendiendo por tal tanto
el modo de concebir la historia como el de dotar de carácter histórico a un
relato dado, se articula, durante la Edad Media y la Modernidad temprana,
mediante la div ersa conjugación de dos tendencias: la v eracidad o fidelidad al
plano factual y la autenticidad o confiabilidad en el plano discursiv o. Esta
segunda depende, a su v ez, de la v erosimilitud (nacida del ajuste al horizonte
de expectativ as del historiógrafo y su público) o de la necesidad (que produce
la concinidad o coherencia interna nacida de la propia lógica del discurso), las
cuales, por su parte, se conforman según la episteme, la cosmov isión y la
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Notes
1 Alejo CARPENTIER, «Sartre y la historia», El Nacional (Caracas), 1 8 de m ay o de
1 9 56 ; reed. in: Los pasos recobrados: Ensayos de teoría y crítica literaria, ed. Alexis
MÁRQUEZ RODRÍGUEZ y Araceli GARCÍA CARRANZA, Caracas: Fundación
Biblioteca Ay acucho, 2 003 (Biblioteca Ay acucho, 2 1 0), p. 2 7 0-2 7 1 (la cita en
p. 2 7 1 ). Carpentier se basa en unas declaraciones periodísticas cuy a concreta
procedencia no aduce; m is esfuerzos por localizar la cita original han resultado
hasta el presente en v ano. Los dos trabajos m íos aludidos son los siguientes: Alberto
MONTANER FRUTOS, «La palabra en la ocasión: Alfonso V com o Rex Facetus a
trav és del Panorm ita», e-Spania, 4 , décem bre 2 007 (DOI: 1 0.4 000/e-spania.1 503 )
y «Épica, historia, historificación», in:The Poem a de m io Cid and Medieval Castilian
Epic: New Scholarship, New Directions, ed. Juan-Carlos Conde López, London:
Departm ent of Hispanic Studies, Queen Mary , Univ ersity of London (Papers of the
Mediev al Hispanic Research Sem inar; Publications of the Magdalen Iberian
Mediev al Studies Sem inar), [en prensa].
2 Georges DUBY, Le Dimanche de Bouvines, 27 Juillet 1214, Paris: Gallim ard, 1 9 7 3
(v éase particularm ente la introducción). El m ism o Duby se refiere a una especie de
niv el superior de constitución del événement com o mythe. En esta m ism a línea, pero
ray ando en el constructiv ism o social o en el narrativ ism o, se sitúa la entrada
«év énem ent» en Nicolas OFFENSTADT (dir.), Les mots de l’historien, Toulouse:
Presses Univ ersitaires du Mirail, 2 005, s. v., p. 4 2 -4 4 .
3 Hay den WHITE, El texto histórico como artefacto literario [1 9 85] y otros escritos,
introd. Verónica Tozzi, trad. V. Tozzi y N. Lav agnino, Barcelona: Paidós;
Univ ersidad Autónom a (Pensam iento Contem poráneo, 7 1 ), 2 003 (v éanse
especialm ente las p. 51 y ss.). La segunda definición se recoge tam bién en Hay den
WHITE, The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representation,
Baltim ore: The Johns Hopkins Univ ersity Press, 1 9 87 , p. 6 6 : «a “ fact” must be
regarded as “ an event under a description” ». En otro lugar señala que «Events
happen, whereas facts are constituted by linguistic description» (Hay den WHITE,
Figural Realism: Studies in the Mimesis Effect [1 .ª ed. 1 9 9 8], Baltim ore: The Johns
Hopkins Univ ersity Press, 2 000, p. 1 8).
4 Com o m e hace notar Ángel Escobar (a quien agradezco su rev isión de las
presentes páginas), la distinción entre vrai y authentique form ulada com o verum
frene a verisimile responde a un v iejo tem a al hilo del em blem ático cierre del De
natura Deorum de Cicerón: «Haec cum essent dicta, ita discessimus, ut Velleio Cottae
disputatio verior, mihi Balbi ad veritatis similitudinem videretur esse propensior»
(III, 9 5; cito por la ed. de O. PLASBERG, Leipzig: Teubner (Bibliotheca Scriptorum
Graecorum et Rom anorum Teubneriana), 1 9 1 7 ). En cuanto authenticum <
αὐθεντικός, conv iene recordar que es térm ino crítico-literario, típico de escoliastas,
aunque en latín tam bién de juristas (vid. P. G. W. GLARE (ed.), Oxford Latin
Dictionary, Oxford: Clarendon Press, 1 9 82 , p. 2 2 0c). No deja de resultar paradójica
esta ev olución del térm ino auténtico, com o algo que puede oponerse a lo v erídico (lo
cual tam bién se halla, aunque con otro alcance, respecto de las variae lectiones, en
Louis HAVET, Manuel de critique verbale appliquée aux textes latins, Paris: Hachette,
1 9 1 1 , p. 4 2 5-4 2 7 ), dado que su sentido etim ológico (com o deriv ado de ἀυ θέντης
‘autor, perpetrador; asesino’, v inculado a ἀυ τός) expresa la autoría real o la
corrección form al de un texto, en oposición a su falsificación o contrahechura (vid.
Robert BEEKES, Etymological Dictionary of Greek, col. Lucien VAN BEEK, 2 v ol.,
Leiden: Brill (Leiden Indo-European Ety m ological Dictionary Series, 1 0), 2 01 0, 1 ,
p. 1 6 9 ), y por lo tanto se sitúa originalm ente en el plano de lo verum y no de lo
verisimile.
5 Cito, respectiv am ente, por ARISTÓTELES, Ars Poetica, ed. Rudolph KASSEL,
Oxonii: e Ty pographeo Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca
Oxoniensis), 1 9 6 5, y Ars Rhetorica, ed. W. D. ROSS Oxonii: e Ty pographeo
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Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis), 1 9 59 . Para la
segunda (sobre todo en el enrev esado § II.2 5.8-9 ) he tenido en cuenta las siguientes
traducciones: John Henry FREESE, Aristotle, with an English translation, XXI I : The
“ Art” of Rhetoric, London: W. Heinem ann; New York: G. P. Putnam ’s Sons (Loeb
Classical Library ), 1 9 2 6 ; Antonio TOVAR, Aristóteles: Retórica: edición del texto con
aparato crítico traducción, prólogo y notas (1 .ª ed. 1 9 53 ), 3 .ª ed. corr., Madrid:
Centro de Estudios Constitucionales, 1 9 85; Quintín RACIONERO, Aristóteles:
Retórica: I ntroducción, traducción y notas (1 .ª ed. 1 9 9 0), Madrid: Gredos, 2 000.
6 Jesús G. MAESTRO, El concepto de ficción en la literatura (desde el Materialismo
Filosófico como Teoría Literaria Contemporánea), Pontev edra: Mirabel (Biblioteca
Giam battista Vico, 4 ), 2 006 , p 4 4 -4 5.
7 J. G. MAESTRO, El concepto de ficción, p. 4 4 y 6 2 -6 5. No entro a considerar su
crítica de las deriv aciones ontológicas y gnoseológicas de la oposición aristotélica
entre sujeto y objeto (que abarcan todo el cap. 3 , p. 7 3 -83 ), porque, en razón de lo
dicho, no resulta realm ente relev ante para la caracterización de su poética, aunque
sí tenga im portancia para el uso que han hecho de la m ism a las teorías literarias
propiam ente ficcionalistas. Por m i parte, sigo a Frutos cuando expresa que «decir de
algo que es ‘real’ supone un m odo de existir que lo incluy e en un plexo relacional,
independientem ente de la m ente que lo piensa, pero cuy o pensam iento es
precisam ente uno de los nexos de relación» (Eugenio FRUTOS, Antropología filosófica
[1 .ª ed., 1 9 7 1 -1 9 7 2 ], ed. rev ., Zaragoza: Prensas Univ ersitarias de Zaragoza, 1 9 9 1 ,
p. 3 6 4 ).
8 ARISTÓTELES, Poetica, 1 4 51 a3 8-1 4 51 b5. Carlo GINZBURG, History, Rhetoric,
and Proof, Hanov er NH ; London: Brandeis Univ ersity Press; Historical Society of
Israel (The Menahem Stern Jerusalem Lectures, [1 ]), 1 9 9 9 , p. 4 7 -4 8, ha señalado
la diferencia entre el concepto aristotélico de ἱστορία (que tom a com o referente
básico a Heródoto) y el actual, que correspondería m ás bien a lo que para el
Estagirita y sus contem poráneos era la ἀρχαιολογία, la ‘arqueología’ entendida com o
el rescate del pasado «through a rigorous scrutiny of primary, mostly nonliterary
evidence, such as coins, inscriptions, and monuments» (p. 4 8). Nótese, no obstante,
que el sentido prim ario de ἱστορία (en relación con οἶδα ‘conocer’ < ‘v er’) es
‘indagación (sobre los hechos)’, antes que ‘narración (de los hechos)’, según se refleja
aún en la expresión platónica ἡ περὶ φύ σεως ἱστορία ‘la inv estigación sobre la
naturaleza’ (Fedro, 9 6 a) y en el sentido de ἱστόριον: ‘hecho aducido com o prueba,
testim onio’, cf. la lexía galénica ἱστόρισμα ‘historia clínica’ (vid. Henry G. LIDDELL
y Robert SCOTT, A Greek-English Lexicon, ed. rev . por Henry S. JONES y Roderick
MCKENZIE, supl. por E. A. BARBER [et al]., Oxford: Clarendon Press, 1 9 6 8, p. 84 2 a-
b; Pierre CHANTRAINE, Dictionnaire étymologique de la langue grecque: Histoire des
mots, 4 t. en 1 v ol., París: Klincksieck, 1 9 6 8-1 9 80,p. 7 7 9 b).
9 Esta distinción es en buena m edida hom óloga de la que establece Tim CRANE,
Aspects of Psychologism, Cam bridge MA: Harv ard Univ ersity Press, 2 01 4 , cuando
señala que: «if our aim is to truly describe what it is that fulfils the expectation, then it is
not true that we always are obliged to describe the object of the expectation in a way
that the subject would recognize. What satisfies the expectation is an event, not ‘an
event under a description’. For there are not events ‘under descriptions’, there are only
events and descriptions of events; and descriptions of events do not fulfil expectations.
This suggest that we should distinguish, then, between what fulfils the expectation –the
object of the expectation– and how subjects themselves think of this objects. I f we call
how the subject thinks of the object ‘what is expected’ then we can describe without
paradox how someone’s expectation might be fulfilled by what they did not expect. […]
What fulfils the expectation in an event, while what is expected is an event conceived in
a certain way. […] As I have said, we can call what fulfils (or would fulfil) the
expectation the object of the expectation. When we describe the expectation from the
subject’s point of view, we have to describe the object in a certain way –this is a
description of what is expected in the sense just mentioned» (p. 56 ).
1 0 Sobre este punto, no obstante, Aristóteles v acila, y a que en Rhetorica, I.1 ,
defiende la exclusión de las pasiones de la argum entación retórica, que restringe al
entim em a y al ejem plo, m ientras que en II, 1 -1 2 , «las pasiones son consideradas
com o una de las tres písteis éntechnai» o ‘pruebas persuasiv as propias del arte’ (Q.
RACIONERO, Retórica, p. 2 9 ; vid. en conjunto las p. 2 9 -3 7 ).
1 1 Retom o, por ajustada, la form ulación (hecha a otro propósito) de Martin
AURELL, «Rapport introductif», in:Convaincre et persuader. Communication et
propagande aux XI I e et XI I I e siècles, Poitiers: CESCM, 2 007 , p. 1 1 -4 9 , p. 11.
1 2 La diferencia entre el planteam iento agentiv o y el pasiv o no es baladí, com o se
apreciará luego.
1 3 Véase, por ejem plo, Hay den WHITE, Figural Realism, p. 5 et passim; cf. Herm an
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PAUL, Hayden White, Cam bridge: Polity Press (Key Contem porary Thinkers), 2 01 1 .
1 4 Rhetorica, I.1 .1 1 , 1 3 55a4 -8; com párese I.1 .3 : «αἱ γὰρ πίστεις ἔντεχνόν εἰσι μόνον,
τὰ δ᾽ ἄλλα προσθῆκαι» = «pues solo las pruebas persuasiv as son propias del arte,
siendo el resto accesorio» (1 3 4 5a1 3 -1 4 ). A este fundam ental aspecto dedica su
capítulo prim ero, «Aristotle and History , Once More», C. GINZBURG, History,
Rhetoric, and Proof, p. 3 8-53 .
1 5 Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 4 .
1 6 Así suplen, siguiendo el contexto (cf.Rhetorica, I.2 5.1 , 1 4 02 a3 3 ), A. TOVAR,
Retórica, p. 1 6 3 y Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 3 1 ; m ientras que J. H. FREESE, The
“ Art” of Rhetoric, p. 3 3 7 , traduce «the material of enthymemes is derived from four
sources».
1 7 En contexto lógico, εἰκός se traduce m ejor por ‘probable’ (así Freese y Racionero)
que por ‘v erosím il’ (en esta línea se sitúa Tov ar, que lo v ierte por verosimilitud),
frente a ἀναγκαῖον ‘necesario’ (com párense las notas 1 9 y 2 0), pero por m antener la
concinidad y el v ínculo conceptual entre la form ulación poética y la retórica, he
preferido v erterlo siem pre m ediante el segundo térm ino, puesto que no traiciona el
significado últim o de estos pasajes y adem ás preserv a el sentido etim ológico, toda
v ez que εἰκός es un cognado de εἰκών ‘im agen; sem ejanza; arquetipo’ (vid.
P. CHANTRAINE, Dictionnaire étymologique…, p. 3 55a-b).
1 8 Cito por ARISTÓTELES, Analytica priora et posteriora, ed. W. D. ROSS, Oxonii: e
Ty pographeo Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis),
1 9 6 4 . Sobre el razonam iento paradigm ático, cf. Giorgio AGAMBEN, Signatura
rerum: Sobre el método (1 .ª ed. it. 2 008), trad. F. Costa y M. Ruv ituso, Barcelona:
Anagram a, 2 01 0, pp. 1 1 -4 2 ; para la analogía sigue siendo fundam ental, Geoffrey
E. R. LLOYD, Polaridad y analogía: Dos tipos de argumentación en los albores del
pensamiento griego (1 .ª ed. ing. 1 9 6 6 ), Madrid: Taurus, 1 9 87 .
1 9 Propiam ente, τεκμήριον, com o deriv ado de τέκμαρ ‘m arca; signo’, es la señal
necesaria, el síntom a o indicio incontestable, es decir, la prueba del efecto en v irtud
de la cual puede inferirse la causa con certeza. J. H. FREESE, The “ Art” of Rhetoric,
p. 3 3 7 , lo traduce por necessary signs; A. TOVAR, Retórica, p. 1 6 3 , por argumento
concluyente y Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 3 1 , por prueba concluyente, pero creo
que la v ersión elegida se acom oda m ejor al doble v alor, etim ológico y lógico, del
térm ino griego.
2 0 Al igual que τεκμήριον, σημεῖον significa de suy o ‘m arca, señal; signo’, pero en
la term inología lógica tiene el v alor de señal contingente, es decir, la prueba que
perm ite colegir la causa de form a solo probable y no necesaria, frente al τεκμήριον.
Freese y Racionero lo v ierten por signo, pero creo que refleja m ejor su alcance el
térm ino indicio, adoptado y a por Tov ar.
2 1 Esto inv alida la presunción de que «la eficacia de los textos históricos m ediev ales
no reside en la racionalidad de su contenido sino en la coherencia de su relato»
(Jaum e AURELL, «El nuev o m ediev alism o y la interpretación de los textos
históricos», Hispania, 66 (2 2 4 ), 2 006 , p. 809 -83 2
(DOI:1 0.3 9 89 /hispania.2 006 .v 6 6 .i2 2 4 ), p. 82 2 ), y a que justam ente la segunda
nace de la prim era, m ientras que lo irracional o, m ás propiam iente, lo m ítico sería
exigirle al texto, en lugar de coherencia, una trabazón sim bólica. El problem a no es
aquí de lógica historiográfica, sino de ontología histórica, com o v erem os luego.
22 Com o señala C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof, p. 4 7 : «from
Thucydides’ time until today historians have tacitly filled the gaps in their evidence with
what is (or what they regard as) natural, self-evident and therefore certain». La
diferencia entre la antigua y la nuev a historiografía radica, por un lado, en el
diferente m odo de presentación de las correspondientes deducciones (según acabo de
señalar): com o parte de los acontecim ientos o com o conjeturas m ás o m enos
probables respecto de la concatenación de los m ism os y , por otro, en las m ay ores
cautelas m etodológicas en relación con los datos disponibles y su fuerza probatoria
en la argum entación historiográfica.
2 3 Entiéndase ‘una determ inada capacidad psíquica o aním ica’ (una potentia
animae o potencia del alma, dicho al m odo escolástico, donde potentia responde al
griego δύ ναμις).
2 4 ARISTÓTELES, Rhetorica, I.1 .1 1 , 1 3 55a1 4 -1 9 . Se distinguen aquí, sin oponerse
polarm ente, el razonam iento en base a lo probable o, con m ás precisión, lo que se
considera plausible (ἐνδόξως συ λλογίζεσθαι) y en base a lo v erdadero e irrefutable
(ἀληθῶς συ λλογίζεσθαι).
2 5 Cito por Crónica del obispo don Pelayo, ed. Benito SÁNCHEZ ALONSO, Madrid:
Centro de Estudios Históricos, 1 9 2 4 , p. 86 . Los m aridos de sus hijas Sancha y Elv ira
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fueron, respectiv am ente, el conde Rodrigo González de Lara y el rey Roger II de
Sicilia.
2 6 Cito por Chronica Hispana saeculi XI I , Pars I I : Chronica Naierensis, ed. Juan A.
ESTÉVEZ SOLA, Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio
Mediaeualis, 7 1 A), 1 9 9 5, p. 1 7 9 .
2 7 Cito por Lucae Tudensis Opera Omnia, I : Chronicon mundi, ed. Em m a FALQUE,
Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio Mediaev alis, 7 4 ), 2 003 ,
p. 3 03 y 3 09 (subray o en am bas citas).
2 8 Com o y a supuso Bernard F. REILLY, The Kingdom of León-Castilla under King
Alfonso VI , 1065-1109, Princeton: Princeton Univ ersity Press, 1 9 88, p. 2 9 6 .
2 9 Al igual que otros m uchos de los epígrafes isidorianos, este ha desaparecido. Me
baso en Prudencio de SANDOVAL, Historia de los Reyes de Castilla y de León, don
Fernando el Magno, primero de este nombre, infante de Navarra; Don Sancho, que
murió sobre Zamora; Don Alonso, sexto de este nombre (1 .ª ed. 1 6 1 5), Madrid: Benito
Cano, 1 7 9 7 , p. 3 1 4 , y en José María QUADRADO, España, sus monumentos y arte -
su naturaleza e historia: Asturias y León, [ed. rev .], Barcelona: Cortezo, 1 885, p. 4 9 4 .
La crítica de este epitafio la realizó y a Enrique FLÓREZ, Memorias de las Reynas
Cathólicas: Historia genealógica de la Casa Real de Castilla y León, 2 v ol., Madrid:
Antonio Marín, 1 7 6 1 , 1 , p. 1 7 6 .
3 0 Véanse, en conjunto, Ana SUÁREZ GONZÁLEZ, «¿Del pergam ino a la piedra?
¿de la piedra al pergam ino? (entre diplom as, obituarios y epitafios m ediev ales)»,
Anuario de Estudios Medievales, 3 3 (1 ), 2 003 , p. 3 6 5-4 1 5; Rocío SÁNCHEZ
AMEIJEIRAS, «The Ev entful Life of the Roy al Tom bs of San Isidoro in León», in:
Therese MARTIN y Julie A. HARRIS (eds.), Church, State, Vellum, and Stone: Essays
on Medieval Spain in Honor of John Williams, Leiden: Brill, 2 005, p. 4 7 9 -52 0. Para la
casi segura dependencia de los epígrafes respecto del Obituario y no a la inv ersa,
v éase adem ás Alberto MONTANER FRUTOS, «El proy ecto historiográfico del
Archetypum Naiarense», e-Spania, 7 , juin 2 009 , § 2 7 -2 9 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.1 807 5).
3 1 Esto sin contar con que Luis VI no se casó en prim eras nupcias, con Luciana de
Rochefort, hasta 1 1 04 . Vid. B. F. REILLY, The Kingdom, p. 2 9 6 -2 9 7 , y Andrés
GAMBRA, Alfonso VI : Cancillería, curia e imperio, 2 v ol., León: Centro de Estudios e
Inv estigación «San Isidoro», 1 9 9 7 -1 9 9 8, 1 , p. 4 7 2 -4 7 4 .
3 2 Quizá borgoñón, com o argum enta B. F. REILLY, The Kingdom, p. 2 9 6 -2 9 7 . No
entro aquí en la polém ica sobre la identificación de esta Isabel con doña María la
Zaida, la princesa andalusí bautizada con el m ism o nom bre y concubina del
m onarca. A m i juicio, las declaraciones explícitas de las fuentes coetáneas, que
diferencian claram ente a am bos personajes, superan en peso a las débiles pruebas
circunstanciales que se alegan en fav or de su única identidad.
3 3 Vid. Alan RYDER, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia: 1396-
1458 (1 .ª ed. ingl. 1 9 9 0), trad. C. X. SUBIELA, Valencia: Instituciò Alfons el
Magnànim , 1 9 9 2 , p. 3 83 , y Juan Manuel CACHO BLECUA, «Alfonso V», in: Ricardo
CENTELLAS (coord.), Los reyes de Aragón, Zaragoza: Caja de Ahorros de la
Inm aculada (Col. Mariano de Pano, 7 ), 1 9 9 3 , p. 1 4 9 -1 56 (en especial, p. 1 52 ).
3 4 Las citas del texto latino se tom an de la edición bilingüe de los De dictis et factis
Alphonsi Regis Aragonum et Neapolis libri quatuor y su traducción catalana por Jordi
CENTELLES, Dels fets e dits del gran rey Alfonso, a cargo de Eulàlia DURAN (texto
catalán) y Mariàngela VILALLONGA (texto latino), Barcelona: Barcino; Fundació
Jaum e I (Els Nostres Clàssics: serie A, 1 2 9 ), 1 9 9 0, m ientras que las de la traducción
castellana de Juan de MOLINA se hacen por el Libro de los dichos y echos elegantes y
graciosos del rey Don Alonso de Aragón: Añadido y mejorado en esta postrera
impressión, Zaragoza: Agustín Millán, a costa de Miguel de Zapilla, 1 552 ; ed.
facsím ile con introd. de Alberto MONTANER FRUTOS, Zaragoza: Cortes de Aragón,
1 997 .
3 5 Com enzando por la propia lengua en que se enunció en cada caso el dictum
alfonsino: ¿el dialecto italiano de la corte napolitana?, ¿el castellano aragonesizado
que era la lengua fam iliar de la dinastía desde que la entronización de Fernando de
Antequera desplazase al catalán com o lengua m aterna del Casal d’Aragò?, ¿el
catalán que seguía siendo la lengua de buena parte de sus súbditos?, ¿el latín de los
círculos hum anísticos bajo su patronazgo?
3 6 Cf. A. RYDER, Alfonso el Magnánimo, p. 3 7 8 y 1 4 4 -1 4 5.
3 7 Los térm inos latinos corresponden a los ladillos con los que el Panorm ita señala
el aspecto esencial de cada una de las anécdotas que recoge; v éanse m ás detalles al
respecto en A. MONTANER, «La palabra en la ocasión», § 1 2 -1 8.
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
3 8 Cito por la edición crítica de Em m a FALQUE, in:Chronica Hispana sæculi XI I :
Pars I , Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio Mediaev alis, 81 ),
1 9 9 0, p. 1 -9 8.
3 9 Cf. Andrés GAMBRA, «Alfonso VI y el Cid: Reconsideración de un enigm a
histórico», in:César HERNÁNDEZ ALONSO (coord.), Actas del Congreso
I nternacional El Cid, Poema e Historia (12-16 de julio, 1999), Burgos: Ay untam iento
de Burgos, 2 000, p. 1 89 -2 04 (especialm ente, p. 1 9 8); para su procedencia
docum ental, v éase Alberto MONTANER FRUTOS, «La Historia Roderici y el archiv o
cidiano: Cuestiones filológicas, diplom áticas, jurídicas e historiográficas», e-Legal
History Review, 1 2 , junio 2 01 1 .
4 0 Francisco BAUTISTA, «Mem oria y m odelo: Una lectura de la Historia Roderici»,
Journal of Medieval I berian Studies, 2 (1 ), 2 01 0, p. 1 -3 0 (la cita en p. 1 6 , n. 6 2 ).
4 1 Lo m ism o sucede con las efigies de los rey es astur-leoneses en el Libro de las
estampas, códice 2 5 del archiv o catedralicio de León (elaborado a principios del
siglo XIII), en el que los m onarcas se representan sosteniendo sendas cartas de
confirm ación de las donaciones regias a la catedral, con la inscripción estándar Ego
N. Rex confirmo, y un enorm e sello pendiente; cf. (en general, pues no se detienen en
este aspecto) R. SÁNCHEZ AMEIJEIRAS, «The Ev entful Life of the Roy al Tom bs of
San Isidoro in León», p. 505 y 51 8-51 9 ; Gregoria CAVERO DOMÍNGUEZ, Etelv ina
FERNÁNDEZ GONZÁLEZ y Fernando GALVÁN FREILE, «Im ágenes reales, im ágenes
de justicia en la catedral de León», e-Spania, 3 , juin 2 007 , § 6 0 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.2 04 ).
4 2 C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof, p. 2 3 .
4 3 Recuérdense, aunque no son plenam ente probatorios a este respecto, los v ersos
2 3 3 -2 3 5, «I pse Rodericus, Meo Cidi sepe vocatus, / de quo cantatur quod ab hostibus
haud superatur, / qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros», de la Prefatio
de Almaria, ed. Juan GIL, in:Chronica Hispana saeculi XI I : Pars I , p. 2 4 9 -2 6 7 .
4 4 Véase, en conjunto, Alberto MONTANER y Ángel ESCOBAR (eds.), Carmen
Campidoctoris o Poema Latino del Campeador, Madrid Sociedad Estatal España
Nuev o Milenio, 2 001 , p. 7 1 -1 2 0; para análisis particulares, añádanse ahora Hélène
THIEULIN-PARDO, «El influjo de la Historia Roderici sobre el Libro de las generaciones
y linajes de los reyes (olim Liber regum)», e-Spania, 1 5, juin 2 01 3 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.2 2 3 7 6 ), y Salv atore LUONGO, «El discutido influjo de la Historia Roderici en
el Cantar de mio Cid», e-Spania, 1 5, juin 2 01 3 (DOI: 1 0.4 000/e-spania.2 2 2 9 7 ).
4 5 Para un análisis m ás detallado, v éase A. MONTANER, «Épica, historia,
historificación».
4 6 Ram ón MENÉNDEZ PIDAL (ed.), Primera Crónica General de España, 2 v ols.,
Madrid: Gredos, 1 9 55, 1 , p. L.
4 7 «OROSIO VII, 1 6 : Prim. Crón., p. 1 55 b 4 6 . ¿Contribuy ó a la adaptación taurina
el “…origis cornu hasta transm iserit” de LAMPRIDIO, Commodus, 1 3 ?» (R. MENÉNDEZ
PIDAL, op.cit., n. 51 ; la cita correcta de Lam pridio, 1 3 .3 , es «orygis cornu basto
transmiserit», y no se v e cóm o un oryx o gacela órice pudo inspirar la aparición de
un toro).
4 8 A. MONTANER FRUTOS, «La construcción biográfica de la Historia Roderici: La
tensión arqueológica», Edad Media: Revista de Historia, 1 3 , 2 01 2 , p. 2 6 9 -2 9 8, y el
y a citado «Épica, historia, historificación». En estos trabajos ofrezco lo que considero
notorios contrajem plos contra la concepción «presentista» de la historicidad
m ediev al, según la cual, aunque aquella posee un sentido tem poral basado en «a
chronologic-genetic and an exemplary concept of the past», m anifiesta «the lack of a
sense of an epochal peculiarity» y ofrece solo una «representation of the past that was
relevant for the present» (Gerd ALTHOFF, Johannes FRIED y Patrick J. GEARY
(eds.), Medieval Concepts of the Past: Ritual, Memory, Historiography, Washington:
Germ an Historical Institute; Cam bridge: Cam bridge Univ ersity Press, 2 002 , p. 1 3 ;
una exposición m ás detallada, pero tam bién m ás m atizada, de esta postura puede
v erse en el cap. VII, por Hans-Werner GOETZ, «The Concept of Tim e in the
Historiography of the Elev enth Century », ibidem, p. 1 3 9 -1 6 6 ). Sin duda, en la
historiografía m ediev al y protom oderna (por ceñirnos al período estudiado) se daba
una m arcada tendencia, pero no una restricción, a contem plar el pasado desde el
presente. En cuanto a la representación de aquel, no tenía por qué ser ni ejem plar ni
relev ante, sino com prensible o asum ible (esto es, auténtica), lo que no excluy e
aquellas posibilidades, pero las m odula y acota.
4 9 Cf. Murray G. MURPHEY, Truth and History, New York: SUNY Press, 2 009 .Un
v alioso antecedente en esta línea ofrece C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof.
50 Baste con rem itir a Diego CATALÁN, La «Estoria de España» de Alfonso X:
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Creación y evolución, Madrid: Univ ersidad Autónom a; Fundación Ram ón Menéndez
Pidal, 1 9 9 2 , y El Cid en la historia y sus inventores, Madrid: Fundación Ram ón
Menéndez Pidal, 2 002 .
51 R. MENÉNDEZ PIDAL (ed.), Primera Crónica General, 1 , p. L.
52 I bidem, 2 , p. CLXIX-CLXX (por citar solo un ejem plo). Véase tam bién (aunque en
referencia solo a elem entos estilísticos) R. MENÉNDEZ PIDAL, Reliquias de la poesía
épica española, Madrid: Espasa-Calpe, 1 9 51 ; reim p. con pról. de Diego CATALÁN,
Madrid: Gredos, 1 9 80, p. LV. En esta últim a línea incide tam bién, con m ás detalle,
Nancy Joe DYER, El «Mio Cid» del taller alfonsí: Versión en prosa en la «Primera
Crónica General» y en la «Crónica de veinte reyes», Newark: Juan de la Cuesta, 1 9 9 5,
p. 4 2 -4 3 .
53 R. MENÉNDEZ PIDAL, Reliquias, p. LV-LVII.
54 Cito por Cantar de mio Cid, ed. A. MONTANER, Madrid: Real Academ ia
Española; Barcelona: Galaxia Gutenberg (Biblioteca Clásica, 1 ), 2 01 1 , p. 3 8.
55 Cito por Mariano de la CAMPA, La Estoria de España de Alfonso X: Estudio y
edición de la Versión Crítica desde Fruela I I hasta la muerte de Fernando I I , Málaga:
Univ ersidad (Analecta Malacitana, anejo LXXV), 2 009 , p. 4 7 1 .
56 Cito la Versión sanchina de la Estoria de España por Primera Crónica General, 1 ,
p. 52 6 a-b.
57 R. MENÉNDEZ PIDAL (ed.),Cantar de Mio Cid: Texto, gramática y vocabulario
(1 .ª ed. 1 9 08-1 9 1 1 ), ed. rev ., 3 v ols.,Madrid: Espasa-Calpe, 1 9 4 4 -1 9 4 6 , 3 , p. 1 04 7 ,
y Primera Crónica General, 1 , p. CLXXV.
58 Lo apuntó y a Peter E. RUSSELL, Temas de «La Celestina» y otros estudios: del
«Cid» al «Quijote», trad. Alejandro Pérez, Barcelona: Ariel, 1 9 7 8, p. 6 8, y lo
com enté m ás detalladam ente en A. MONTANER FRUTOS, «La tom a de Alcocer en
su tratam iento literario: un episodio del Cantar del Cid», en El Cid en el Valle del
Jalón: Actas del Simposio I nternacional Ateca-Calatayud, 7–10 octubre de 1989,
Zaragoza: Centro de Estudios Bilbilitanos, Institución «Fernando el Católico», 1 9 9 1 ,
p. 1 2 9 -1 6 0, p. 1 4 1 . De hecho, el m ism o R. MENÉNDEZ PIDAL, Cantar de Mio Cid, 3 ,
p. 1 04 7 , se percató de esta contradicción, pero la atribuy ó a una incoherencia de la
supuesta refundición.
59 Cantar de mio Cid, v . 580 y 584 -586 .
6 0 Versión crítica de la Estoria de España, p. 4 7 1 . La lección rentas ~ prendas parece
una m era actualización del m ás antiguo parias (aunque no es una v oz ajena a la
Estoria de España), pero el sentido últim o no cam bia. La prim era v ariante es elegida
con razón por M. de la CAMPA; y a que ofrece un sentido m ás cercano al de parias y
adem ás explica la lección div ergente rehenes de la otra ram a de la tradición,
representada aisladam ente por Ss.
6 1 Versión sanchina de la Estoria de España = Primera Crónica General, 1 , p. 52 6 b.
6 2 P. E. RUSSELL, Temas de «La Celestina», p. 51 y 6 7 . Su propuesta sobre el origen
del arreglo cronístico ha sido aceptada, hasta donde m e consta, por toda la crítica
posterior; vid. A. MONTANER, «La tom a de Alcocer…», p. 1 4 1 ; N. J. DYER, El «Mio
Cid» del taller alfonsí, p. 9 2 ; D. CATALÁN, El Cid en la historia, p. 2 1 5-2 1 6 ; José Luis
MONTIEL DOMÍNGUEZ, «Las parias de Alcocer (Cantar de Mio Cid, 57 0–6 1 0)»,
Bulletin of Spanish Studies, 9 1 , 2 01 4 , p. 1 -9 . Este últim o autor concluy e, de form a
innov adora, que «no existe incom patibilidad entre el cobro de las parias por parte
del Cid y la tom a de Alcocer, puesto que la estratagem a es tan hábil desde un punto
de v ista táctico com o exculpatoria desde un ángulo jurídico y m oral» (p. 9 ), lo cual
es cierto, dado que, al atraer a los alcocereños m ediante la táctica del torna-fuy e,
estos se conv ierten en agresores: «La estratagem a del Cid no incum ple el sistem a de
parias, pues la conquista de Alcocer se produce com o legítim a defensa ante el ataque
de sus habitantes, que persiguen al Cid ofuscados por la codicia» (p. 3 ). En
consecuencia, a su juicio, «la contradicción señalada es solo aparente. Hay una
excusa perfecta para incum plir el pacto de no agresión al que obligaba teóricam ente
el acuerdo de parias» (loc. cit.). Sin em bargo, si el hecho de que el Cid actúe «en una
m aniobra de legítim a defensa» (p. 9 ) justifica la efectiv a tom a de Alcocer, sigue sin
explicar por qué el Cam peador, habiendo cobrado parias de esa localidad, espera
durante quince sem anas a que esta se le entregue, que es lo que intenta salv ar la
prosificación alfonsí.
6 3 TITO LIVIO, Ab urbe condita, I, pr., 5-6 ; cito por Titi Livi ab urbe condita libri I -X,
ed. Wilhelm Weissenborn, rev . por Mauritius Müller, Leipzig: Teubner (Bibliotheca
Scriptorum Graecorum et Rom anorum Teubneriana), 1 89 8 (reim p. 1 9 3 7 ).
6 4 Esto no excluy e, desde luego, la existencia de m anipulaciones específicam ente
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interesadas, una obv ia posibilidad que en absoluto pretendo negar, sino restringir a
los textos a los que realm ente corresponda.
6 5 Q. RACIONERO, Retórica, p. 2 6 3 , n. 2 1 9 .
6 6 Esto es lo que, a m i entender, explica en buena parte la confluencia de épica e
historiografía com o v ehículos de la m em oria colectiv a, con el consiguiente trasv ase
m asiv o de m ateriales de la prim era a la segunda, sin cuestionarse, salv o en pasajes
m uy concretos, su historicidad; vid. A. MONTANER, «Épica, historia,
historificación».
6 7 Patrick J. GEARY, «Obliv ion Between Orality and Textuality in the Tenth
Century », in: G. ALTHOFF, J. FRIED y P. J. GEARY (eds.), Medieval Concepts of the
Past, p. 1 1 1 -1 2 2
6 8 Constituy e una excepción a este difundido planteam iento el que se desarrolla en
la introducción de Elizabeth M. TYLER y Ross BALZARETTI (eds.) a Narrative and
History in the Early Medieval West, ed., Turnhout: Brepols (Studies in the Early
Middle Ages, 1 6 ), 2 006 , p. 1 -9 , pese a que se basa en la plena aceptación de los
postulados de White (com o se v erá en la nota siguiente). Su singular razonam iento
(para el que no se ofrece una sola prueba em pírica) es el siguiente: en los textos de la
Alta Edad Media relacionados con la m em oria (crónicas, diplom as, epígrafes) se da
el inev itable proceso de narrativ ización (p. 1 -3 ), pero, habida cuenta de que no
existía el térm ino literatura (p. 5-6 ), tam poco se reconocía «the concept we denote as
‘fiction’», lo cual no puede considerarse un indicio de falta de sofisticación o de
credulidad, antes bien «our distinction between ‘fact’ and ‘fiction’ could be said to
rev eal the narrowness of m odern notions of factual discourse, which this collection
seeks to by pass» (p. 6 ). El corolario es una inv itación a abandonar el (m alsano)
hábito de los historiadores de intentar distinguir lo v erdadero de lo falso (p. 6 -7 ).
Sobre la supuesta inexistencia de la categoría sociocultural de literatura en este
período (al m argen de la term inología con que se la designase), v éase la nota 9 1 ;
para el corolario y el pirronism o histórico al que aboca, v éase la nota 1 1 1 . En cuanto
a la inexistencia del concepto de ficción, baste aquí y a hora con rem itir a los
div ersos ejem plos coetáneos en que los tribunales distinguen los testim onios
auténticos de los falsos, tanto en el plano escrito com o en el oral, aducidos por P. J.
GEARY, «Obliv ion…». Por últim o (siem pre que se deje al m argen el im plícito, pero
inoperante juicio de v alor), resulta adm isible que, en efecto, se dé actualm ente una
m ay or narrowness en relación con lo que es adm isible en un factual discourse, pero
esto, com o estam os v iendo, no im plica en los textos m ediev ales una m ay or
tolerancia de la ficción per se, sino una distinta apreciación del v alor de v erdad de
un entim em a.
6 9 A esta corriente se adscribe, por ejem plo, el citado v olum en colectiv o de
E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), según se declara sin am bages en la
introducción (p. 1 -3 ), aunque allí m ism o se reconoce que v arias de las
contribuciones recogidas «step away from the philosophical position, characteristic
of post-structuralism , that only discourses about past are knowable to us and that
the past itself rem ains fundam entally unknowable», lo cual perm ite «to gain
perspectiv e on the texts […] and thus to gain insight into the past, rather than
being subsum ed by the perspectiv es offered by the texts» (p. 3 ). Desde esta postura
(distinta de la defendida por las propias editoras, com o se ha v isto en la nota
precedente), explorar las estrategias narrativ as de la historiografía resulta una
tarea perfectam ente legítim a y , de hecho, es a lo que se consagran las presentes
líneas.
7 0 Sobre el cual, v éanse Alan SOKAL y Jean BRICMONT, I mposturas intelectuales
[1 .ª ed. fr. 1 9 9 7 ], trad. J. C. GUIX VILAPLANA, Barcelona; Buenos Aires: Paidós,
2 008, p. 6 5-6 8 y 1 00; Anna ESTANY, La fascinación por el saber: I ntroducción a la
teoría del conocimiento, Barcelona: Crítica, 2 001 , p. 59 -6 0) y , con nuev as
propuestas, P. BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge, p. 52 -57 y 82 -87 .
7 1 Para una argum entación m ás detallada sobre este punto, vid. A. MONTANER,
«El criterio frente al dogm a», p 1 52 -1 54 .
7 2 J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 81 3 . Conste aquí que cito en v arias
ocasiones este trabajo por ofrecer una buena síntesis de conjunto y no por m i
discrepancia con la postura básica del propio autor, que m e parece adecuadam ente
equilibrada. Particularm ente suscribo, adem ás del rechazo del relativ ism o
gnoseológico, la apreciación de que «El texto histórico adquiere una entidad en sí
m ism o, al ser analizada la historiografía m ediev al desde una perspectiv a m ucho
m ás am plia: com o artefacto literario, com o narración histórica y com o
interm ediario entre el presente desde el que es articulado y el pasado al que hacer
referencia» (p. 81 9 ), aunque, com o se v erá, la prim era categoría se establezca,
desde m i perspectiv a, sobre un planteam iento diferente al adoptado por los
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seguidores de White.
7 3 Para una refutación de «the undeterm ination of theory by ev idence», v éase
Paul BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge: Against Relativism and Constructivism, ed.
rev ., Oxford: Oxford Univ ersity Press, 2 006 , p. 1 1 8-1 2 8; sobre este aspecto, cf.
tam bién Ian HACKING, The Social Construction of What?, Cam bdrige MA: Harv ard
Univ ersity Press, 1 9 9 9 , p. 7 3 -7 4
7 4 Dav id CARR, Time, Narrative, and History: Studies in Phenomenology and
Existencial Philosophy, Bloom ington: Indiana Univ ersity Press, 1 9 86 , p. 1 6 .
7 5 «El ideal de la Física en esta descripción y predicción de fenóm enos naturales es
poderlo hacer de form a cuantitativ a –dando cantidades que indiquen el v alor de las
m agnitudes de interés–, por lo que su lenguaje tiene que ser el de las m atem áticas»
(Dom ingo GONZÁLEZ ÁLVAREZ, La Física de lo complejo: Las maravillas de los
sistemas dinámicos, Zaragoza: Institución «Fernando el Católico», 2 005, p. 9 ). Se
trata del program a iniciado por Galileo en I l Saggiatore, y que alcanza su apeogeo en
la actualidad. Com o ha señalado Connes (ganador de la Medalla Fields, considerada
el Nobel m atem ático, en 1 9 82 ): «Mathematics is the backbone of modern science and
a remarkably efficient source of new concepts and tools to understand the “ reality” in
which we participate. I t plays a basic role in the great new theories of physics of the
XXth century such as general relativity, and quantum mechanics. […] This is so for
instance for the natural numbers where the number 3 stands for that quality which is
common to all sets with three elements. That means sets which become empty exactly
after we remove one of its elements, then remove another and then remove another. I n
that way it becomes independent of the symbol 3 which is just a useful device to encode
the number. Whereas the letters we use to encode numbers are dependent of the
sociological and historical accidents that are behind the evolution of any language, the
mathematical concept of number and even the specificity of a particular number such
as 17 are totally independent of these accidents» (Alain CONNES, A View of
Mathematics, [2 004 ], p. 1 -2 ).
7 6 Norbert ELIAS, Teoría del símbolo: Un ensayo de antropología cultural, ed. e
introd. Richard KILMINSTER, trad. José Manuel ÁLVAREZ FLOREZ, Barcelona:
Península, 1 9 9 4 , pág. 1 9 3 .
7 7 H. WHITE, El texto histórico como artefacto literario, p. 1 9 1 .
7 8 Cf. Hay den WHITE, Metahistory: The Historical I magination in Nineteenth-Century
Europe, Baltim ore: The Johns Hopkins Univ ersity Press, 1 9 7 3 , donde considera
m etahistórico, justam ente, el emplotment, es decir, la elaboración narrativ a o, m ás
propiam ente, argum ental, del registro fáctico, m ediante «the four kinds of
“ realism” »: la nov ela (romance), la tragedia, la com edia y la sátira (v éase
particularm ente la parte II, p. 1 3 3 -2 6 4 ).
7 9 Galen STRAWSON, «A Fallacy of Our Age: Not Ev ery Life is a Narrativ e», Times
Literary Supplement, 1 5 de octubre de 2 004 (consultado el 5 de nov iem bre de 2 01 4 ).
80 Obv iam ente se da una m ediación cognitiv a entre el hecho y su im agen m ental,
pero esta no im plica una correspondencia arbitraria o inaprehensible, al igual que
sucede con los colores en el plano perceptiv o: «Colors are not objective; there is in the
grass or the sky no greenness or blueness independent of retinas, color cones, neural
circuitry, and brains. Nor are colors purely subjective; they are neither a figment of our
imaginations nor spontaneous creations of our brains […] Rather, color is a function of
the world and our biology interacting» (George LAKOFF y Mark JOHNSON,
Philosophy in the Flesh: The Embodied Mind and its Challenge to Western Thought,
New York: Basic Books, 1 9 9 9 , p. 2 4 -2 5). Ahora bien, respecto del grado de
isom orfism o entre lo percibible y lo percibido, la aprehensión de los hechos
seguram ente guarda m ás relación con la de las form as que con la de los colores.
81 De ahí la usual identificación del factor literario del texto historiográfico con su
form a y del histórico con su contenido (cf. Gabrielle M. SPIEGEL, Romancing the
Past: The Rise of Vernacular Prose Historiography in Thirteenth Century France,
Berkeley ; Los Angeles: Univ ersity of California Press, 1 9 9 3 , p. 8-9 ; J. AURELL, «El
nuev o m ediev alism o», p. 82 0-82 2 y 82 4 ), olv idando que tan literario es el segundo
com o el prim ero y tan histgoriográfica aquella com o este. De hecho, y en esto tiene
toda la razón H. WHITE, The Content of the Form, la form a es parte del contenido.
Mejor dicho, no hay m ás contenido que el que transm ite la form a o, form ulado en
térm inos m ás estrictos, el plano del contenido es coextenso con el plano de la
expresión. Ahora bien, esto no es una prerrogativ a de la literatura, sino un
fenóm eno consustancial a todo enunciado lingüístico en el que la falta de inm ediatez
del contexto im pide determ inadas elipsis referenciales. Tam poco im plica esto, com o
quiere White, la prim acía de la form a sobre el contenido, sino sim plem ente su
intrínseca solidaridad, según expresó y a Saussure al explicar la constitución del
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signo lingüístico.
82 Rom an JAKOBSON, «Linguistics and poetics» (1 9 6 0), in:Selected writings, I I I :
Poetry of Grammar and Grammar of Poetry, The Hague; New York: Mouton, 1 9 81 ,
p. 1 8-51 .
83 Cf. Costanzo DI GIROLAMO, Teoría crítica de la literatura [1 .ª ed. it. 1 9 7 7 , ed. ing.
rev . 1 9 81 ], Barcelona: Crítica, 1 9 82 (especialm ente p. 9 1 -9 2 ).
84 Francisco RICO, Primera cuarentena y Tratado general de la literatura, Barcelona:
El Festín de Esopo, 1 9 82 , p. 1 4 5.
85 Descarto de entrada la solución nom inalista de que literatura es lo que así se
denom ina en cada m om ento, pues la atom ización de la literatura a que este
planteam iento aboca entra en contradicción con el hecho m ism o que le sirv e de
base, a saber, que cada época hay a considerado literario a cierto conjunto de textos
y no a otros. En efecto, la presencia histórica de lo literario, independientem ente de
que una obra en particular hay a llegado a form ar parte de esta categoría, hace que
subsista la cuestión, si bien referida al concepto genérico al que dichas obras se
adscriben. Dicho en otros térm inos, es la propia posibilidad de aislar un grupo de
textos bajo una denom inación colectiv a la que llev a a pensar que existe algo que los
relaciona. Puesto que estos no son, com o queda dicho sus rasgos intrínsecos, han de
serlo otros extrínsecos. Habida cuenta de que el m odo de producción textual es
com ún para la literatura y cualquier otro escrito, ese algo ha de corresponder a la
función sociocultural de aquella.
86 Lo cual enlaza con la noción de «efectos de presencia» (presence effects)
propuesta por Hans Ulrich GUMBRECHT, Production of Presence: What Meaning
cannot Convey, Stanford: Stanford Univ ersity Press, 2 004 . Desde esta perspectiv a,
los textos literarios, m ediante su captación estética (en el sentido prístino de
αἴσθησις com o ‘percepción sensible’), no se orientan a una «producción de
significado», sino a una «producción de presencia», tal que «Therefore, ‘production
of presence’ points to all kinds of ev ents and processes in which the im pact that
‘present’ objects hav e in hum an bodies is being initiated or intensified» (p. xiii).
87 Vid. A. MONTANER, «En defensa del sentido literal», p. 2 00-2 07 .
88 Lo que deja explícito otro célebre pasaje de la Poetica: «διὸ καὶ φιλοσοφώτερον καὶ
σπου δαιότερον ποίησις ἱστορίας ἐστίν· ἡ μὲν γὰρ ποίησις μᾶλλον τὰ καθόλου , ἡ δ᾽
ἱστορία τὰ καθ᾽ ἕκαστον λέγει» = «Y así la poesía es m ás filosófica y elev ada que la
historia; pues la poesía refiere [las cosas] m ás bien conform e a lo univ ersal y la
historia, conform e a lo particular» (1 4 51 b5-7 ).
89 «Todo com ienza con la epojé del pacto de ficción, con la “v oluntaria suspensión
del descreim iento”. Luego v iene un proceso de creciente intensidad por el que el
m undo representado nos interesa, nos identificam os con los personajes –si el texto es
narrativ o (nov elístico o teatral)– o con el enunciador lírico y sus afecciones
internas, al m ism o tiem po que dejam os de percibir el discurso com o factor
desencadenante de la ilusión, aun experim entándola tal y com o lo hacem os gracias
a él» (D. VILLANUEVA, Teorías del realismo literario, p. 1 59 ; la frase entrecom illada
procede de Sam uel Coleridge).
9 0 Asunto del que m e he ocupado con m ás detalle en A. MONTANER, «Épica,
historia, historificación». A este respecto, no m e parece necesitar de refutación
alguna el aserto de E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), Narrative and History in
the Early Medieval West, p. 5-6 : «It is not until the eighteenth and the nineteenth
centuries that ‘literature’ and ‘literary ’ com e to be used for a set of texts whose
hallm arks include conform ity to agreed upon criteria for aesthetic excellence, a
fictional dim ension, intentional com plexity or am biguity of m eaning, and a place
within a canon which form s part of an educational curriculum which distinguishes
between high and popular culture», dado que sem ejante caracterización de la
literatura ni siquiera es v álida para el período ahí propuesto. Respecto de la
operativ idad desde la Antigüedad y durante la Edad Media de la categoría básica
que sustenta la función social literatura, que es la lectura estética, m e lim ito a
rem itir a A. MONTANER y Fernando MONTANER, «Letters on “Manuscript
Culture in Mediev al Spain”», La Corónica, 2 7 (1 ), Fall 1 9 9 8, p. 1 6 2 -1 82 , donde
podrá am pliarse la bibliografía al respecto.
9 1 Concetta Carestia GREENFIELD, Humanist and Scholastic Poetics, 1250-1500,
London: Associated Univ ersity Press, 1 9 81 , p. 2 7 8-2 7 9 ; Cesc ESTEVE, «Epicus pater
historiacum. La poesia èpica en la teoría de la història del Renaixem ent», in: Lara
VILÀ (ed.), Estudios sobre la tradición épica occidental: Edad Media y Renacimiento,
Madrid: Ed. Caronte; Bellaterra: Sem inario de Poética del Renacim iento,
Univ ersitat Autònom a de Barcelona, 2 01 1 , p. 1 09 -1 2 1 (vid. p. 1 1 2 -1 1 3 ). Para la
v igencia y discusión de tales planteam ientos durante la prim era parte de la
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
Modernidad, v éase Florian NEUMANN, Geschichtsschreibung als Kunst: Famiano
Strada S. I . (1572-1649) und die ars historica in I talien, Berlin; Boston: Walter de
Gruy ter, 2 01 3 . Para la confluencia en sentido inv erso, desde la historia a la poesía
épica, v éase Cesc ESTEVE, «Una teoría incom pleta: La idea de la poesía épica en las
artes poéticas italianas del siglo XVI», in: María José VEGA y Lara VILÀ (dirs.), La
teoría de la épica en el siglo XVI (España, Francia, I talia y Portugal), Vigo: Academ ia
del Hispanism o, 2 01 0, p. 6 3 -1 02 (especialm ente p. 88-9 1 ), y Lara VILÀ,
«“Com puesto de m ateria que es la v erdad histórica”: Virgilianism o político y
escritura épica», in: Lara VILÀ (ed.), Estudios sobre la tradición épica, p. 1 2 3 -1 3 9
(esp. p. 1 2 9 -1 3 7 ).
9 2 Vid. J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 81 1 .
9 3 Para la refutación de esta difundida equiv alencia, v éanse Darío VILLANUEVA,
Teorías del realismo literario, Madrid: Biblioteca Nuev a (Estudios Críticos de
Literatura, 1 1 ), 2 004 ; J. G. MAESTRO, El concepto de ficción; Alberto MONTANER
FRUTOS, «Justicia poética», El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho,
4 0, nov iem bre 2 01 3 [= m onográfico Literatura medieval y Derecho], p. 4 -1 7 .
9 4 Sobre este aspecto, cf. J. G. MAESTRO, El concepto de ficción, quien señala que
«Las denom inadas ‘ficciones literarias’ [son aquellas] cuy a m aterialidad carece de
existencia operatoria fuera de los lím ites form ales del texto literario que las expresa
y contiene» (p 7 0), por lo cual «Existen m aterialm ente, porque tienen existencia
óntica (M1 ) y lógica (M3 ), es decir, existencia estructural, pero no existen
psicológicam ente en sí m ism os (M2 )» (p. 9 6 ). Las em es con subíndices rem iten a los
tres ám bitos de realidad dialécticam ente articuladas en el Mundo (M) que distingue
el m aterialism o filosófico: el físico o de los objetos dados (M1 ), el fenom enológico o de
las operaciones psíquicas (M2 ) y el form al o de las operaciones lógicas (M3 ).
9 5 ARISTÓTELES, Poetica, 1 4 51 b2 9 -3 2 .
9 6 D. VILLANUEVA, Teorías del realismo literario, p. 1 59 -1 6 0.
97 Es decir, la interpretación textual basada en las conjeturas sobre las
pretensiones u objetiv os del autor, según la crítica form ulada porW. K. WIMSATT y
M. C. BEARDSLAY, «The Intentional Fallacy » (1 .ª ed. 1 9 4 6 ), in: W. K. WIMSATT,
The Verbal I con: Studies in the Meaning of Poetry, Lexington: Univ ersity of Kentucky
Press, 1 9 54 , p. 3 -1 8, seguram ente de un m odo dem asiado radical, pero aceptable si
se aplica a la com prensión de una obra desde la perspectiv a de lo que el autor
hipotéticam ente quiso decir, en lugar de aquello que dejó dicho.
9 8 A este respecto, resulta bastante rev elador que en G. ALTHOFF, J. FRIED y
P. J. GEARY (eds.), Medieval Concepts of the Past, una obra que (según declara su
título) pretende ocuparse de las concepciones m ediev ales del pasado (cosa que, en
rigor, apenas hace), se apele a la idea de construction m ucho m ás que a la de
representation, particularm ente en los capítulos VIII, por Bernd SCHNEIDMÜLLER,
«Constructing the Past by Means of the Present: Historiographical Foundations of
Mediev al Institutions, Dy nasties, Peoples, and Com m unities» (p. 1 6 7 -1 9 2 ), y XIV,
por Felice LIFSHITZ, «The Marty r and the Tom b, and the Matron: Constructing the
(Masculine) “Past” as a Fem ale Power Base» (p. 3 1 1 -3 4 1 ). Hay que subray ar, con
todo, que el sesgo construccionista es especialm ente propio de los editores; así, por
ejem plo, se refieren com o «[a] deep contextualization of constructed family pasts in
literary and artistic representations» (p. 1 4 ) al capítulo XI, por John B. FEED,
«Artistic and Literary Representations of Fam ily Consciousness», ibidem, p. 2 3 3 -
2 52 , pese a que el autor no em plea tal expresión ni adopta dicho enfoque.
9 9 Gustav o BUENO, El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha (1 .ª ed.
2 003 ), Barcelona: Ediciones B, 2 006 , p. 1 6 .
1 00 Entendida, claro, a la m anera Foucault, en v irtud de la cual cada epistem e
constituy e un zócalo positiv o (socle positif) form ado por el entrecruzam iento, en una
sincronía dada, de los asertos que resultan adm isibles en consonancia con las
creencias coetáneam ente adm itidas (savoir) y de los factores (institucionales o de
otra índole) capaces de conform ar un determ inado análisis y , con él, una
representación asum ible de la realidad (pouvoir). No se m e oculta que el concepto de
episteme de Foucault se distancia expresam ente del de cosm ov isión
(Weltanschauung) de Dilthey , es decir, una determ inada form a de v er e interpretar
el m undo, e im plícitam ente del m ás v ago de m entalidad (mentalité), esto es, la
m anera predom inante en un m om ento dado, no solo de pensar, sino de reaccionar
ante el entorno. Sin em bargo, resulta m ás operativ o no desligar los tres conceptos,
pues una epistem e puede considerarse com o el zócalo que posibilita determ inada
cosm ov isión, m ientras que la m entalidad constituy e una especie de halo epistém ico,
pero tam bién v iv encial, en torno a esta.
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1 01 Es decir, la búsqueda de los supuestos ocultos en que se considera basado un
texto (cf. Jonathan CULLER, Breve introducción a la teoría literaria [1 .ª ed. ing.
1 9 9 7 ], trad. Gonzalo GARCÍA, Barcelona: Crítica, 2 000, p. 85-86 ), planteam iento
cuy a crítica hace J. SIMPSON, «Faith and Herm eneutics: Pragm atism v ersus
Pragm atism », Journal of Medieval and Early Modern Studies, 3 3 (2 ), 2 003 , p. 2 1 5-
2 3 9 , cuy o diagnóstico m e parece certero, pero cuy a terapéutica no com parto
totalm ente. Adv iértase, por otro lado, que, según la propuesta original de Paul
RICŒUR, De l’interprétation: Essai sur Freud, Paris: Seuil, 1 9 6 5, p. 4 0-4 4 ), las que él
considera reductoras «herméneutiques du soupçon» (que ejem plifica con los
planteam ientos de Nietzsche, Marx o Freud) excluy en las m otiv aciones
propiam ente dichas, pues en ellas se trata de «faire coïncider [les] méthodes
“ conscientes” ·de déchiffrage avec le trav ail “ inconsciente” du chiffrage» asociado, por
ejem plo, a la ideología o al subconsicente (p. 4 2 ). En palabras de Hans-Georg
GADAMER, «The Herm eneutics of Suspicion», in: G. SHAPIRO y A. SICA (eds.),
Hermeneutics: Questions and Prospects, Am hurst: Univ ersity of Massachusetts
Press, 1 9 84 , pp. 54 -6 5, el objetiv o es «rev ealing the m eaningfulness of statem ents
in a com pletely unexpected sense and against the m eaning of the author» (p. 58).
Respecto de esta actitud (usualm ente ejercida desde una supuesta superioridad
m oral y una igualm ente presunta clariv idencia del analista actual), m e lim itaré a
recordar que, com o y a adv irtió Mannheim en 1 9 2 5, existe una radical diferencia
entre desenm ascarar una tesis y refutarla, es decir, entre exponer sus funciones
extrateoréticas y dem ostrar su falta de v alidez qua theoria, dos operaciones que no se
im plican m utuam ente, aunque puedan estar relacionadas (vid. I. HACKING, The
Social Construction of What?, p. 53 -58 y 9 4 -9 5, y cf. la precitada definición de
ideología por Gustav o Bueno).
1 02 M. AURELL, «Rapport introductif», p. 10.
1 03 Loc. cit. (citando a Jean-Philippe Genet).
1 04 Citada por M. AURELL, «Rapport introductif», p. 32.
1 05 G. M. SPIEGEL, Romancing the Past, p. 1 0.
1 06 J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 82 4 y 83 0.
1 07 Gracias a la y a señalada capacidad de lo v erosím il de «im pactar contra la
realidad del espacio antropológico», en expresión de J. G. MAESTRO, El concepto de
ficción, p 4 5.
1 08 Cf. el caso de Wace y Benoît de Saint-Maure respecto de Enrique II de
Inglaterra, com entado por M. AURELL, «Rapport introductif», p. 1 5-1 6 , quien se
pregunta, en conclusión, «Problème de propagande politique, de cadence d’écriture ou
de goût littéraire? La multitude de questions sans réponse montre les précautions de
méthode qu’il convient d’adopter pour traiter du patronage. Et pourtant ce cas est
exceptionnellement bien documenté…» (p. 1 6 ).
1 09 Com o sucede en los sirv entés trov adorescos com entados tam bién por M.
AURELL, «Rapport introductif», p. 35-38.
1 1 0 El único m odo de hacer pertinente, bajo tales concepciones, la noción de
propaganda resultaría de una cuestión de grado: sería propagandístico el discurso
que posey ese una capacidad de ejercer poder superior a la m edia, lo que equiv ale a
decir que existen textos no propagandísticos, de acuerdo con lo aquí postulado.
1 1 1 Cf. lo que señala J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o»,p. 81 0: «Las crónicas
son analizadas ahora com o una realidad coherente en sí m ism a, tanto histórica
com o literaria, que precisa de unas condiciones específicas para su com prensión y
que, por tanto, no pueden ser analizadas basándose exclusiv am ente en nuestra
rígida m entalidad racional». No puedo estar m ás de acuerdo con la prim era parte
del aserto y m enos con la segunda, que se basa en un arraigado prejuicio del
irracionalism o postm oderno. Ciertam ente, el racionalism o (que no la razón) ha sido
a v eces dem asiado rígido en sus planteam ientos, pero tal actitud no descalifica la
razón per se (por lo dicho en la nota 1 01 ), m ientras que, por otro lado, esta sigue
siendo el único fundam ento de una aproxim ación científica, que es la sum a de
«“rationality ”, “science”, and “logic”, […] call the am algam “rational inquiry ”, for
brev ity », com o señala, criticando precisam ente el relativ ism o postm oderno, Noam
CHOMSKY, «Racionality / Science», Z Papers, Special Issue, 1 9 9 5; vid. tam bién
P. BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge. Otra cosa, claro está, es que se prescinda
deliberadam ente de hacer ciencia histórica (entendida según he explicado arriba),
que es a lo que conduce el aserto (cuy a lógica confieso que se m e escapa) de
E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), Narrative and History in the Early Medieval
West, p. 6 : «the bringing together of works on these different kinds of texts foregrounds
the importance of stepping away from the habit, still common among historians, of
trying to determinate which parts of a narrative are ‘true’ and which ‘false’». En casos
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References
Elec tro nic referenc e
Alberto Montaner Frutos, « Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo
verídico », e-Spania [Online], 19 | octobre 2014, Online since 13 October 2014,
connection on 22 November 2014. URL : http://e-spania.revues.org/24054 ; DOI :
10.4000/e-spania.24054
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