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Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico

Article  in  e-Spania · November 2014


DOI: 10.4000/e-spania.24054

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Alberto Montaner
University of Zaragoza
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico

e-Spania
Rev ue interdisciplinaire d’études hispaniques médiév ales et modernes

19 | octobre 2014 :
Primera Crónica anónima de Sahagún / Autoriser le récit historique
Autoriser le récit historique : histoire et culture historique en péninsule Ibérique au Moyen Âge

Historicidad medieval y
protomoderna: lo auténtico
sobre lo verídico
ALBERTO MONTANER FRUTOS

Abstracts
Español Français
La historicidad m ediev al y protom oderna se articula a partir de la tensión de dos
tendencias: la v eracidad o fidelidad al plano factual y la autenticidad o
confiabilidad en el plano discursiv o, que a su v ez depende de la v erosim ilitud
(nacida de la sujeción al horizonte de expectativ as del historiógrafo y su público) o
de la necesidad (surgida de la propia lógica narrativ a). Esta dialéctica perm ite
apreciar que determ inadas operaciones de los historiadores m ediev ales y
protom odernos deriv an de su propia form a de concebir la historia y , por ende, de
representarla, y no necesariam ente de una interesada m anipulación o falsificación
histórica.

L’historicité m édiév ale et m oderne tourne autour de la tension de deux tendances :


la v érité ou fidélité au cadre factuel et l’authenticité ou fiabilité au niv eau discursif,
qui, à son tour, dépend du v raisem blable (soum is à l’horizon d’attente de l’historien
et de son public) ou du nécessaire (issu de la logique narrativ e m êm e). Cette
dialectique perm et de v oir que certaines opérations des historiens m édiév aux et
m odernes dériv ent de leur propre façon de penser l’histoire et donc de la
représenter, et pas nécessairem ent de m anipulations ou de falsifications historiques
intéressées.

Index terms
Keywords : authenticité, chroniques du Moy en Âge et de la Renaissance, cohérence,
crédibilité, historicité, historiographie, nécessité, v éracité
Palabras claves : autenticidad, concinidad, crónicas m ediev ales y renacentistas,
historicidad, historiografía, necesidad, v eracidad, v erosim ilitud

Full text
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico

Vrai / authentique: lo poético o el


arte de lo verosímil
1 La reflexión sobre el modo de historiar en la Edad Media (y , en general, en
toda la historiografía tradicional, la literaria o precientífica) me ha llev ado en
un par de ocasiones a recalar en la frase de Sartre, transmitida por Carpentier,
«Menos trata la historia de ser v erídica, que de resultar auténtica»1 . La
oposición que establece aquí el filósofo francés tiene que v er con la diferencia
entre el hecho y el símbolo (es decir, el significado histórico que aquel llega a
alcanzar), lo que se corresponde, en su concepción básica, a la distinción que
establece Duby entre el suceso (fait) y el acontecimiento (événement)2 y ,
aunque de forma menos ajustada, a la que White plantea entre «lo que
ocurrió» (a lo que él denomina event)y la construcción historiográfica de
aquel, «la representación de “lo que ocurrió”» o «un acontecimiento bajo una
descripción» (lo que designa como fact)3. No obstante, el planteamiento
sartriano no remite propiamente a una diferencia entre lo ev enemencial o
fáctico y lo discursiv o, como en estos autores, sino a dos actitudes distintas y
potencialmente complementarias ante lo primero, v isto desde lo segundo. No
se trata, en rigor, de diferenciar el plano factual y la representación del
mismo, sino de plantear dos formas de plantear esta respecto de aquel.
2 Mi propósito aquí no es realizar una exégesis de la filosofía de la historia de
Sartre, sino aprov echar esa dicotomía (no necesariamente polaridad) para
analizar algunos aspectos de la forma de hacer historia en la Edad Media y
todav ía en la Modernidad temprana, incluso fuera del género historiográfico
propiamente dicho. Desde este punto de v ista, el objetiv o no es tanto abordar
la compleja relación entre lo histórico (el suceso o hecho) y lo historiográfico
(su representación en tanto que acontecimiento o ev ento), como la actitud
con la que se efectúa esta última, en relación con lo v erídico o con lo
auténtico. Para ello es preciso determinar el alcance de ambas categorías, el
cual puede establecerse de acuerdo con los criterios de fidelidad y de
credibilidad. La primera implica al objeto histórico, en la medida en que
expresa el grado de correspondencia de la representación con el hecho (o del
plano textual con el factual); la segunda, al sujeto historiográfico, puesto que
afecta a la v alidez que este se halla dispuesto a otorgar a la segunda con
relación al primero, independientemente de su grado real de fidelidad. Así
pues, la historia verídica resultará, por mor de la fidelidad, fiable, mientras
que la historia auténtica será, gracias a la credibilidad, confiable.
3 En principio, parecería que la v eracidad implica autenticidad, aunque no a
la inv ersa. Sin embargo, se trataría de una conclusión errónea. Como adv irtió
y a Aristóteles, «προαιρεῖσθαί τε δεῖ ἀδύνατα εἰκότα μᾶλ λ ον ἢ δυνατὰ
ἀπίθανα» = «1se ha de escoger lo imposible v erosímil antes que lo posible
increíble» (Poetica, 1460a26-27 ), lo que equiv ale a decir, en los términos
sartrianos, que lo v erídico no necesariamente resulta auténtico, categoría que
corresponde a lo v erosímil aristotélico (τὸ εἰκός), en el sentido etimológico de
veri–simile 4, es decir, «τὸ ὅμοιον τῷ ἀλ ηθεῖ» = «lo semejante a lo v erdadero»,
según lo designa el mismo autor en su Rhetorica, I.1.11 (1355a15)5. El
problema es que, como señala Maestro, «La v erosimilitud, es decir, la
apariencia de v erdad que, exenta de signos falaces, impacta contra la realidad
del espacio antropológico» es ajena a la dicotomía v erdadero / falso, es decir,
a la categoría de v erdad, aunque sí posee la capacidad de «impactar en la
Realidad»6, lo cual, pese a lo que considera dicho autor 7 , no contradice
estrictamente la caracterización de τὸ εἰκός por parte de Aristóteles, aunque

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sí la de lo verisimile, así como lade la μίμησ ις como imitatio,ofrecida por la


v ulgata aristotélica (en sus v ersiones tanto escolástica como humanística). Si
aquel habla ocasionalmente de lo imposible (τὸ ἀδύνατον), se refiere sólo a su
contradicción con la realidad física (la que corresponde a la materialidad del
mundo empírico), sin plantearse la irrealidad misma de lo poético en cuanto
tal. Subray o este aspecto porque afecta a la esencia misma de lo auténtico
como creíble, para lo cual la acción debe desarrollarse «κατὰ τὸ εἰκὸς ἢ τὸ
ἀναγκαῖον» = «de acuerdo con lo v erosímil o lo necesario» (Ars Poetica,
1450a12-13 y 38; 1415b9). En consecuencia, frente a la v eracidad histórica, la
autenticidad no está rigurosamente sujeta al juicio de v eridicción, lo que, de
hecho, la sitúa más cerca de lo poético que de lo histórico, según la propia
conceptualización aristotélica:

ὁ γὰρ ἱστορικὸς καὶ ὁ ποιητὴς οὐ τῷ ἢ ἔμμετρα λέγειν ἢ ἄμετρα διαφέρουσιν [...]· ἀλλὰ
τούτῳ διαφέρει, τῷ τὸν μὲν τὰ γενόμενα λέγειν, τὸν δὲ οἷα ἂν γένοιτο = pero el
historiador y el poeta no se diferencian por contar las cosas en form a v ersificada o
sin v ersificar [...]; sino que esto establece la diferencia: que uno cuenta lo que ha
sucedido y otro, en cam bio, lo que podría suceder 8.

4 Ahora bien, si lo auténtico no necesariamente tiene que ser v erídico,


tampoco implica que no lo sea. La autenticidad, en ese sentido, es la reacción
cognitiv a por la que, como queda dicho, un discurso historiográfico resulta
confiable, lo que constituy e un efecto fenomenológico (en el sentido de su
forma de hacerse patente ante la conciencia) que puede deriv ar de distintos
factores, de los cuales unos pueden considerarse objetiv os y otros subjetiv os,
no en el habitual sentido gnoseológico de lo que se acomoda a la realidad
empírica (objeto, perceptum) o queda mediatizado por el indiv iduo (sujeto,
percipiens), sino en el de incidir sobre el objeto del discurso historiográfico
(su tema y personajes) o sobre su sujeto (el historiador y su público). Cabe,
entonces, hablar de una autenticidad objetiv a o subjetiv a según la
confiabilidad que le corresponde se considere desde el punto de v ista del
objeto o del sujeto historiográficos, entendidos en tales términos9.

Pathos / logos: lo retórico o el arte


de lo probable
5 En principio, podría considerarse que, al atenuarse la diferencia entre lo
histórico y lo poético, cobra relev ancia otra dicotomía aristotélica, la que
opone el πάθος o ‘emoción’ al λ όγος o ‘razón’, en tanto que principios
correlativ os de la retórica, cuy a finalidad es persuadir, y de la dialéctica, cuy o
objetiv o es demostrar 1 0. En este sentido, podría decirse que los historiadores
mediev ales, al decantarse por la autenticidad, «se placent davantage du côté
du pathos, les éléments émotionnels et passionnels par lesquels un locuteur
essaie de séduire son public, plutôt que du côté du logos, les arguments qu’il
développe de façon cohérente»1 1 . Sin embargo, como v eremos, la
autenticidad, aunque pueda deriv arse de una determinada empatía con los
personajes retratados, no apela primariamente a lo emocional, sino que, por
el contrario, suele fundamentarse en la racionalización del discurso
historiográfico. Cierto es que ese proceso, en tanto que basado a menudo en
una determinada concepción de lo v erosímil, queda mediatizado por factores
que pueden considerarse más patéticos que lógicos, pero la operación en sí
misma responde a estos criterios antes que a aquellos.
6 Por otro lado, el discurso que apela a la autenticidad no busca normalmente

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un fin externo a sí mismo y se ciñe –por así decir– a su función representativ a,


de modo que tampoco pretende propiamente persuadir de algo, salv o que esa
persuasión se haga correlativ a de la consecución de la credibilidad. Ahora
bien, de aceptar esto, se estarían confundiendo la finalidad del discurso
(conv encer o, para ser más exactos, ser creído)1 2 con el medio para hacerlo
(persuadir retóricamente o demostrar dialécticamente). En tanto que la
obtención de la credibilidad (que se traduce en percepción de autenticidad)
depende en muy buena parte de una determinada racionalización discursiv a,
su capacidad de conv icción (ἡ πίστις) ha de atribuirse antes al λ όγος que al
πάθος, por más que el papel de este último hay a también de tenerse
debidamente en cuenta. En ese sentido, la historiografía mediev al y
protomoderna posee una innegable base retórica, pero no solo en el sentido
habitual del recurso historiográfico a tropes and plots (según suele emplearse
en la estela de White)1 3, sino según su genuina concepción aristotélica de
demostración a partir de lo probable:

ἐπεὶ δὲ φανερόν ἐστιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ
πίστιςἀπόδειξίςτις (τότεγὰρπιστεύομενμάλισταὅτανἀποδεδεῖχθαιὑπολάβωμεν), ἔστι δ᾽
ἀπόδειξις ῥητορικὴ ἐνθύμημα, καὶ ἔστι τοῦτο ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κυριώτατον τῶν πίστεων
= Así pues, resulta obv io que el m étodo propio del arte [sc. retórica] es el relativ o a
las pruebas persuasiv as, pues la persuasión es una suerte de dem ostración (pues nos
persuadim os m ay orm ente cuando asum im os que [algo] está dem ostrado), y la
dem ostración retórica es un entim em a, el cual es, dicho llanam ente, la m ás fuerte
de las pruebas persuasiv as1 4.

7 En el planteamiento aristotélico, el entimema (ἐνθύμημα) es un tipo de


demostración, que, frente a la apodíctica (ἀπόδειξις), «se v incula cada v ez
más a un modo de inferencia especial, que se basa en premisas solo
‘probables’» y «denota un auténtico nuev o silogismo»1 5. Sus fundamentos los
explica el Estagirita en Ars Rhetorica, II.25.8-9 (1420b13-25):

ἐπεὶ δὲ τὰ ἐνθυμήματα λέγεται ἐκ τεττάρων, τὰ δὲ τέτταρα ταῦτ᾽ ἐστίν, εἰκὸς


παράδειγμα τεκμήριον σημεῖον, ἔστι δὲ τὰ μὲν ἐκ τῶν ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ ἢ ὄντων ἢ
δοκούντων συνηγμένα ἐνθυμήματα ἐκ τῶν εἰκότων, τὰ δὲ δι᾽ ἐπαγωγῆς ἐκ τοῦ ὁμοίου,
ἢ ἑνὸς ἢ πλειόνων, ὅταν λαβὼν τὸ καθόλου εἶτα συλλογίσηται τὰ κατὰ μέρος, διὰ
παραδείγματος, τὰ δὲ διὰ ἀναγκαίου καὶ ἀεὶ ὄντος διὰ τεκμηρίου, τὰ δὲ διὰ τοῦ καθόλου
ἢ τοῦἐνμέρειὄντος, ἐάντεὂνἐάντεμή, διὰσημείων. τὸ δὲ εἰκὸς οὐ τὸ ἀεὶ ἀλλὰ τὸ ὡς ἐπὶ τὸ
πολύ, φανερὸν ὅτι τὰ τοιαῦτα μὲν τῶν ἐνθυμημάτων ἀεὶ ἔστι λύειν φέροντα ἔνστασιν, ἡ
δὲ λύσις φαινομένη ἀλλ᾽ οὐκ ἀληθὴς ἀεί: οὐ γὰρ ὅτι οὐκ εἰκός λύει ὁ ἐνιστάμενος, ἀλλ᾽
ὅτι οὐκ ἀναγκαῖον = Así pues, dado que los entim em as se enuncian a partir de cuatro
[lugares] 1 6, siendo estos cuatro lo v erosím il, lo ejem plar, la ev idencia y el indicio, y
coligiéndose, por un lado, los entim em as [enunciados] a partir de lo v erosím il bien
de lo que por lo com ún existe, bien de [lo que lo] parece; [coligiéndose], por otro, [los
entim em as] conform e a lo ejem plar de la inducción a partir de lo parecido, y a sea a
uno o a v arios (cuando, asum iéndose lo general, se deduce silogísticam ente lo
particular); por otro, [los entim em as] conform e a la ev idencia, de lo necesario y
siem pre existente, y , por últim o, [los entim em as] conform e a indicios, de lo
existente, y a sea en general o en particular, bien sea real, bien no lo sea, [y ] puesto
que lo v erosím il no es lo que [ocurre] siem pre, sino solo por lo com ún, resulta obv io
que esta clase de entim em as siem pre es refutable aduciendo una objeción; pero la
refutación es aparente [y ] no siem pre v erdadera, pues quien [así] refuta, no
establece que [aquello] no sea v erosím il, sino solo que no es necesario.

8 Aquí se aprecia de nuev o el fundamental papel de lo v erosímil o lo probable


(τὸ εἰκός)1 7 , que se v incula al paradigma o ejemplo (τὸ παράδειγμα) y a la
analogía o equiparación de algo con su semejante (ἐκ τοῦ ὁμοίου). Si el
entimema parte de lo v erosímil, de indicios sobre generalidades o del
paradigma entendido como arquetipo, se aproxima al razonamiento
deductiv o, que v a de lo general o univ ersal (καθόλ ου) y atemporal (ἀεί), a lo
particular (κατὰ μέρος, ἐνμέρει) u ocasional (τὸ ὡς ἐπὶ τὸ πολ ὺ). En cambio, el

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que toma como base la semejanza con v arios elementos de comparación (ἐκ
τοῦ ὁμοίου πλ ειόνων) o el v alor indiciario de los mismos corresponde al
razonamiento inductiv o (ἐπαγωγή), que v a de lo particular a lo general.
Finalmente, si la similitud se establece con un solo punto de comparación (ἐκ
τοῦ ὁμοίου ἑνὸς), se sitúa en el ámbito propiamente paradigmático
(entendiendo los παραδείγματα o exempla en su sentido prístino de modelos
o prototipos para su reproducción), que v a de lo particular a lo particular y
tiene una de sus herramientas principales en el establecimiento de analogías,
tal y como lo formula el propio Aristóteles en los Analytica priora, II.24
(69a13-16):

φανερὸν οὖν ὅτι τὸ παράδειγμά ἐστιν οὔτε ὡς μέρος πρὸς ὅλον οὔτε ὡς ὅλον πρὸς
μέρος, ἀλλ' ὡς μέρος πρὸς μέρος, ὅταν ἄμφω μὲν ᾖ ὑπὸ ταὐτό, γνώριμον δὲ θάτερον. =
Resulta, pues, obv io que el paradigm a es, no com o la parte respecto del todo, ni com o
el todo respecto de la parte, sino com o la parte respecto de la parte, y a que am bas, sí,
son de igual condición, pero una de ellas es m ás conocida 1 8.

9 Ahora bien, en el ámbito de la retórica, a diferencia de lo que ocurre en la


poética, lo necesario (τὸ ἀναγκαῖον) no remite a la coherencia interna de la
representación (μίμησις), sino que deriv a de la naturaleza misma de las cosas,
manifestada en la ev idencia (τεκμήριον)1 9, lo que hace que el razonamiento
basado solo en el indicio (σημεῖον)20 o lo v erosímil (εἰκός) sea falible, aunque
no necesariamente fallido. Es, no obstante, esta última diferencia la que –por
lo común– oblitera la historiografía precientífica, al dar la misma fuerza de
v erdad a la conclusión de cualquier entimema y en particular al que deriv a de
la necesidad endógena del relato (plano textual), equiparada a la exógena de
los fenómenos observ ados (plano factual)21 .

«Autenticidad objetiva» y deducción


historiográfica
10 Puede, en consecuencia, hablarse de autenticidad objetiva cuando esta
surge de la coherencia interna (es decir, intranarrativ a) de los personajes y
sus acciones. En este caso, no opera primariamente la v erosimilitud, sino el
otro componente del par aristotélico, la necesidad (ἡ ἀνάγκη), entendida
como la concatenación ineluctable de causas y efectos, lo cual se traduce en la
naturalidad con la que el historiógrafo mediev al y todav ía, en ocasiones, el
moderno incorporan a su relato, sin marca diferencial alguna, lo que son sus
propias deducciones, a menudo fundadas y razonables, pero siempre
conjeturales, sobre cómo pudieron ocurrir sucesos que sus fuentes no
explicaban o bien lo hacían de modo fragmentario o, a su entender,
insuficiente. En este caso, desde la perspectiv a coetánea, la autenticidad se
pondría al serv icio de la v eracidad, puesto que el procedimiento simplemente
intenta ofrecer un cuadro más acabado de los sucesos referidos, pese a lo cual,
la posibilidad de falsearlos en la práctica es –no hace falta insistir en ello–
considerablemente grande. Aquí tendríamos un caso en que la autenticidad
objetiv a (que pretende confluir con la v eracidad), deriv ada de deducciones
lógicas sobre lo que pudo llev ar del dato x al dato y, puede v erse claramente
condicionada por la subjetiv a, y a que, en definitiv a, las conjeturas
incorporadas al discurso sobre el modo de desarrollo de los procesos
históricos narrados dependen en buena parte del sentido de lo v erosímil del
cronista encargado de referirlos22. En este discurrir según lo probable
podemos, de nuev o, apreciar el sesgo retórico (siempre en su sentido

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aristotélico) de este tipo de historiografía,

τό τε γὰρ ἀληθὲς καὶ τὸ ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ τῆς αὐτῆς ἐστι δυνάμεως ἰδεῖν, […] διὸ πρὸς τὰ
ἔνδοξα στοχαστικῶς ἔχειν τοῦ ὁμοίως ἔχοντος καὶ πρὸς τὴν ἀλήθειάν ἐστιν. = pues lo
v erdadero y lo sem ejante a lo v erdadero son captados por una m ism a facultad23, […]
de m odo que ser sagaz respecto de lo plausible es sem ejante a serlo respecto de la
v erdad24.

11 Ejemplifica bien este proceso la presentación historiográfica de Isabel, la


cuarta mujer de Alfonso VI, el catálogo de cuy as parejas, tanto cóny uges
como concubinas, incluy ó y a su coetáneo el obispo Pelay o de Ov iedo en su
1Chronicon Regum Legionensium, donde señala que tomó por esposa
«quartam Helisabeth, ex qua genuit Sanciam coniugem comitis Roderici et
Geloiram quam duxit Rogerius, dux Cicilie»25. La noticia pasaría casi
inalterada a la Chronica Naiarense, IV, 22: «quartam Helysabeth, ex qua
genuit Santiam uxorem comitis Roderici et Geluiram, quam duxit Rotgerius,
dux Sicilie»26. En cambio, el Tudense, Chronicon mundi, IV, 69, aunque
también sigue a la letra el texto pelagiano, le atribuy e una filiación concreta:
«Quartam quoque duxit nomine Helisabet, filiam Lodoici regis Francie, ex qua
genuit Sanciam, coniugem comitis Roderici, et Geloyram, quam duxit
Rogerius, dux Cecilie», que repite en IV, 7 2: «Regina uero Elisabeth eius
uxor, Lodoici Francorum regis filia, Legione in ecclesia sancti Y sidori sepulta
quiescit»27 . En este caso, el dato no es una inv ención del historiador leonés,
sino que, como rev ela esta última indicación, procede de las memorias
funerarias de San Isidoro de León. Una opción es que don Lucas tomase el
dato directamente del epitafio de Isabel en el panteón regio isidoriano 28, el
cual, en la v ersión conocida, remonta a la reforma del mismo efectuada en
torno a 1220, unos años antes de la composición del Chronicon
mundi1(ca. 1232-1240), y que rezaba:

1H(ic) R(equiescit) REGI NA ELI SABET, FI LI A LVDOVI CI


REGI S FRANCI Æ
VXOR REGI S ALFONSI , QVI CÆPI T TOLETVM. OBI I T ERA
M.C.XL.V. 29

12 La otra opción es que el historiador leonés se basase en el conocido como


Obituario III de la colegiata leonesa, un texto compuesto hacia 1210 y que,
para los registros relativ os a la familia real, se hace ev idente eco de fuentes
historiográficas anteriores, en particular la Chronica Naiarensis, siendo, a su
v ez el modelo de este y otros epitafios inscritos durante la citada reforma30.
Independientemente de cuál de los dos textos fuese la base concreta de Lucas
de Tuy (si no lo fueron ambos conjuntamente), podría pensarse que el dato
procedía de la memoria histórica isidoriana, v inculada al propio panteón, y
que por eso aflora en materiales de dicha procedencia, frente al silencio de las
crónicas precedentes. Sin embargo, esa filiación de la reina Isabel es errónea,
y a que, aunque Luis VI de Francia (nacido en 1081) fue parcialmente coetáneo
de Alfonso VI, una hija suy a no habría podido tener en 1100 (fecha de su
matrimonio) más que cinco años, a lo sumo 31 . Lo que sin duda ocurrió en este
caso fue que 1el compilador del Obituario IIItenía noticia del origen
ultrapirenaico de doña Isabel32 y que a partir de ahí dio por sentada su
pertenencia a la casa real francesa, representada por Luis VI. La atribución de
la paternidad de Isabel a este monarca y no a Felipe I (1060-1108), que al
menos habría sido congruente con la cronología, se debe, sin duda, a que
desde 1108 hasta 1180 habían reinado sucesiv amente dos Luises, el citado
Luis VI (1108-1137 ) y Luis VII (1137 -1180), mientras que a la altura de 1230
estos y a eran cuatro (1mediando el paréntesis de Felipe Augusto, de 1180 a
1123), con Luis VIII (1223-1226) y Luis IX el Santo (1226-127 0). Puestos,
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pues, a citar retrospectiv amente a un rey de Francia al filo de 1100, para los
coetáneos de Lucas de Tuy éste sería, naturalmente, uno con dicho nombre,
razón por la que tanto el lapicida como el cronista adoptaron sin titubear el
dato introducido en el Obituario III.

«Autenticidad» y ambientación
histórica
13 Aquí se apunta, sin alcanzársela, hacia otra manifestación de la autenticidad
objetiv a, que se produce cuando el texto histórico logra transmitir el «tono» o
la «atmósfera» de la época historiada, es decir, la impresión de conjunto que
ofrece y la mentalidad que la permea, incluso si no mantiene una estricta
fidelidad al registro factual. Pondré como ejemplo el caso que, como av anzaba
arriba, me hizo reparar primeramente en la pertinencia de la distinción
sartriana. En sus cuatro libros De dictis et factis Alphonsi Regis, Antonio
Beccadelli el Panormita, pone en boca del monarca, como ornato
humanístico, numerosas inv ocaciones religiosas paganas que en la inmensa
may oría de los casos Alfonso V, hombre de una religiosidad más bien
tradicional33, sin duda nunca pronunció. Así sucede con la interjección
Hercle! ‘¡por Hércules!’, tan propia del latín plautino del Panormita como
improbable en boca del Magnánimo: «subridens rex adiecit: —Multo minus,
Hercle, occidentem!» (lib. II, § 27 , p. 158), «Immo Hercle intelliget nunc
demum noster Sfortias cum alio sibi quam cum Philippo Maria rem gerendam
esse» (lib. II, § 36, p. 166). 34 Lo mismo ocurre con otras inv ocaciones que, si
bien cristianizadas, tampoco respondían a los usos comunes, sino que se
basaban en las inv ocaciones religiosas de la Antigüedad. En unos y otros
casos, los traductores romances, tanto Centelles en catalán como Molina en
castellano, optan por adaptar el texto al repertorio de lexías religiosas
habituales. Veamos algunos ejemplos del segundo: «si diis placet» (lib. I, § 1,
p. 7 8) = «con el ay uda del Señor» (fol. 6v º); «diis immortalibus in primis
gratum» (lib. I, § 26, p. 100) = «av er sey do agradable a Dios Nuestro Señor»
(fol. 15rº), «Ad haec victoriam fortunae munus esse» (lib. III, § 29, p. 218) =
«que la v ictoria era merced que Dios hazía» (fol. 7 6v º-7 7 rº), «Deo optimo
maximo gratias ago» (lib. I, § 4, p. 80) = «doy gracias infinitas a Dios
todopoderoso por ello». (fol. 7 rº). En este caso, habida cuenta que estamos
ante textos retraducidos, la determinación de la v eracidad queda fuera de
lugar 35; sin embargo, a despecho de la infidelidad a su modelo, las v ersiones
romanceadas ofrecen en este punto una v isión más «auténtica», en el sentido
indicado, de lo que podía ser la forma real de expresarse del Magnánimo.
14 Con todo, esta relativ a falta de v eracidad de Beccadelli tampoco elimina su
autenticidad de conjunto, y esto en un doble plano. Por una parte, aunque no
siempre podamos tener la absoluta certeza de la exactitud v erbal de su relato
(su fidelidad o v eracidad), en líneas generales este es confiable, en cuanto a la
autenticidad de la anécdota, v ale decir, en tanto que transmite el efecto que
Alfonso V producía ante sus cortesanos (de manera intencionada o no) con
cada una de sus interv enciones36. Por otro lado, y con ello entramos en el
terreno de la autenticidad subjetiva, fenómenos como el descrito responden a
la búsqueda de una determinada coherencia bajo el amparo de la proprietas,
la cual no responde solo a una concepción retórica de la elocutio, sino que
depende de una determinada etopey a del monarca, a la que al mismo tiempo
coady uv a (en un proceso de retroalimentación), de acuerdo con los cánones
del humanismo sobre la idea de un príncipe a un tiempo donoso (facetus) y
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letrado (studiosus, sapiens)37 . Es decir, para Beccadelli y , en general, los


círculos humanísticos, la imagen así transmitida reflejaba el tipo de monarca
que, a su juicio, era el Magnánimo mejor que el mero registro de sus palabras
efectiv as; en este caso, lo v erídico debía ceder el paso a lo auténtico, sin que,
seguramente ni el autor ni sus receptores primarios (incluido el propio don
Alfonso) tuv iesen nada que reprochar a este procedimiento, del que es muy
probable que ni siquiera fuesen plenamente conscientes.

«Autenticidad» e
hipercaracterización
15 El ejemplo recién puesto no es, con todo, el más habitual, porque muy
buena parte de la historiografía mediev al y moderna se solía elaborar con
bastante posterioridad a los acontecimientos narrados, lo que ofrece una
problemática algo distinta en cuanto a la dialéctica entre v eracidad y
autenticidad, sobre todo por lo que hace a la autenticidad objetiv a, que
resulta mucho más difícil de conseguir, aunque eso no significa que no se
procurase. Resulta, en cambio, más habitual la búsqueda de una autenticidad
subjetiv a, es decir, el intento de recrear la época historiada tal y como se la
concibe en el momento de historiarla. En tal caso, el autor procura ofrecer lo
que, para él y su público, es una reconstrucción creíble o confiable del pasado,
aunque de hecho pueda ser una restauración à la Viollet-le-Duc.
16 Este tipo de hipercaracterización se da, por ejemplo, en el caso del
documento citado en la Historia Roderici, 25-26, por el que Alfonso VI
concede a Rodrigo Díaz una serie de fortalezas en la extremadura castellana
así como «omnem terram vel castella, que ipsimet posset adquirere a
Sarracenis in terra Sarracenorum»38. Seguramente el pasaje se basa en un
documento auténtico, aunque sin duda reelaborado a la luz de concepciones
posteriores39, lo que no desv irtúa su clara pretensión documental, dado que
ofrece la estructura de un típico regestum diplomático que comprende la
dirección, la síntesis del dispositiv o y la corroboración regia, al estilo de los
que se encuentran en los cartularios monásticos o los que se incluy en a v eces
en las confirmaciones de priv ilegios. Sin embargo, respecto de la ratificación,
incurre en un grav e anacronismo, al señalar que la concesión regia se hallaba
«sigillo scriptam et confirmatam», siendo así que en época de Alfonso VI no
se empleaban los sellos de v alidación. Habida cuenta de que el biógrafo latino
del Campeador, según todos los indicios, tenía ante sí el diploma original, no
podía llamarse a engaño sobre la ausencia de sello, aunque no se puede
determinar si optó por fingir su presencia o conjeturó que aquel se había
perdido, caso nada infrecuente. Sea como fuere, está claro que el autor de la
Historia Roderici no se atenía aquí a la fidelidad (v eracidad), sino la
confiabilidad (autenticidad), debido a que, en el momento en que aquella se
redactó, resultaba inv erosímil que un priv ilegio de esta importancia no
v iniese corroborado por un sello en pendiente, por lo cual no tuv o el menor
empacho en dar por sentado que tal era el caso, dotando al sigillum, como
señala Bautista, de «un v alor simbólico»40, lo que, sin embargo, no implica
una especie de atribución figurada, sino literal, y a que la mención del mismo
responde a las mismas pretensiones que el conjunto del regestum, es decir, las
de su estricto uso cancilleresco 41 . En este caso, v isto desde nuestra
perspectiv a, se cumple la máxima de Ginzburg: «The knowledgeable use of
context causes the anachronism, written in invisible ink, to emerge»42.
Obv iamente, en situaciones como esta la fidelidad al plano factual no solo no
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era indispensable, sino que podía resultar contraproducente, y a que, como


queda dicho, una cosa es lo posible (τὸ δυνατόν) o lo sucedido (τὸ γενόμενον)
y otra lo v erosímil (τὸ εἰκός; cfr. Aristóteles, Ars Poetica, 1451b27 -32).

«Autenticidad» y verosimilitud
17 En esta misma línea, pero a may or escala, se sitúa, a mi juicio, la
caracterización de Rodrigo Díaz en la materia cidiana que cabe situar a fines
del siglo XII o principios del siguiente: salv o la Historia Roderici, todos los
textos que tratan del Campeador, y a sea el latino Carmen Campidoctoris, el
nav arro Linage de Rodric Díaz y el castellano (¿nuev o?) Cantar de mio Cid,
presentan a un héroe que, durante el exilio, se enfrenta constantemente a los
musulmanes (andalusíes y , sobre todo, almoráv ides), omitiendo por completo
su brillante etapa bélica al serv icio de los Banū Hūd de la taifa de Zaragoza.
Esta coincidencia entre textos de procedencia dispar sugiere que no se trata
de un mero «adecentamiento» de la imagen del Cid, algo comprensible, por
ejemplo, en un texto como el Linage, que se integra en una recopilación, el
Libro de las generaciones y linajes de los reyes, que rev ela, entre otros
elementos, los intereses dinásticos de la casa real de Nav arra, pero mucho
menos en el Carmen, que a todas luces es un producto clerical de circulación
restringida, respecto del cual dicho aspecto habría sido menos relev ante.
Todo apunta a que en los decenios finales del siglo XIII, si no antes, 43 se había
consolidado en el imaginario colectiv o una caracterización del Cid en la que
dicho aspecto resultaba poco menos que inconcebible, de modo que, incluso
aunque muy probablemente todas estas obras se basaban en la Historia
Roderici44, que no tiene el menor empacho en relatar esa parte de la biografía
de Rodrigo Díaz, en ellos se optó por silenciar un aspecto que no es y a que se
considerara indeseable, sino que simplemente resultaba inv erosímil.
18 Podría objetarse que la «linpia cristiandad» (por retomar la expresión del
v erso 1116 del Mio Cid) necesitaba un héroe impoluto que oponer a la nuev a
inv asión almoráv ide y que, por lo tanto, estamos ante la deliberada
construcción, ideológicamente marcada, de un Campeador a la altura de las
circunstancias. Sin embargo, como la crítica y a ha hecho v er en más de una
ocasión, el héroe de la materia cidiana se opone de forma más directa a
enemigos internos (los «malos mestureros», el conde de Barcelona, el bando
de los Vanigómez) que a los externos, de modo que la hipótesis de un Cid
cortado a la medida de intereses propagandísticos posee muy escaso soporte
en los textos. Eso sin contar con que tales intereses solo podrían ser los del
rey castellano en la expansión territorial de su reino, lo que se compadece
bastante mal con la problemática relación entre Alfonso VI y el Campeador
propia de la materia cidiana, bien patente incluso en la más suav izada
presentación del Cantar de mio Cid. En cambio, la supremacía de lo v erosímil
sobre lo v erídico permite explicar, de un modo más coherente con los datos
disponibles, una presentación del personaje condicionada por la
«autenticidad» del mismo, es decir, por su adecuación a la imagen colectiv a
que se poseía y a de él en ese momento. En cuanto a si esta deriv aba o no de
factores estrictamente ideológicos o era el resultado de la «estilización» o,
para ser más precisos, del proceso de arquetipización a partir de lo que era la
común v oz y fama pública sobre el conquistador de Valencia y único caudillo
de su época v encedor de los almoráv ides, resulta imposible establecerlo con
la información disponible, aunque el pasaje de la Prefatio de Almaria citado
en la nota 43 apunta más bien en la segunda dirección45.

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«Autentificación» y expansión
historiográfica
19 A este mismo orden de prelación de lo auténtico sobre lo v erídico o, al
menos, sobre la fidelidad a las fuentes (que sería, en principio, la condición
necesaria, aunque no suficiente, de la v eracidad), pertenece la notable
reelaboración de las mismas por parte de los cronistas alfonsíes. Como y a
señaló Menéndez Pidal para la Estoria de España, «el compilador [alfonsí],
tratándose de fuentes latinas, expone con amplitud, a menudo interpreta y
borda el texto que sigue. No traduce, sino que deduce»46. En principio, este
procedimiento puede afectar solo al desarrollo de aspectos que quedan
implícitos en la narración original, pero no la contradicen directamente, al
margen de su efectiv a v eracidad, como sucede en el ejemplo de la filiación
francesa de la reina Isabel (que, por cierto, pasa del Tudense a todas las
crónicas alfonsíes). A las mismas pautas responde la introducción de lo que
don Ramón denominó amplificaciones, las cuales responden plenamente al
criterio de autenticidad subjetiv a:

La Crónica General [= la Estoria de España…] [m ]ira la historia com o v ida pasada


que es preciso hacer sentir y com prender, tanto que frecuentem ente, al realizar este
concepto, som ete los textos que le sirv en de fuente a una am plificación arbitraria
con objeto de dar algún toque anim ado. El ejem plo m ás sim ple y rudim entario de
ese procedim iento lo hallam os cuando el Toledano o el Tudense em plean el v erbo
obiit para anotar la m uerte de un personaje, y la Crónica suele traducir: «adoleció et
finó», no faltando, sin duda, a la exactitud histórica al añadir la noticia de la últim a
enferm edad. Pero el com pilador no v acila en arriesgarse cuando juzga que, tan
necesario com o la enferm edad para la m uerte, es el toreo para los deportes, y
hallando en Paulo Orosio la noticia de que el em perador Cóm odo gustaba de luchar
con fieras en el circo: in amphiteatro feri sese frecuenter obiecit, am plifica esas
sencillas palabras en este largo párrafo: «salie en ell am phiteatro a las bestias fieras
et a los toros a lidiar con ellos et a matarlos, cuem o otro m onter qualquiere, que son
fechos que no conv ienen a em perador ni a rey ni a otro princep ni a ningun om ne
bueno»47 . Cuanto m ás el hecho im presiona la im aginación del com pilador, m ás
añade éste porm enores narrativ os arbitrarios, a fin de infundir al relato m ay or
v iv eza y eficacia.

20 Pese a lo que creía Menéndez Pidal, esas amplificaciones ni son arbitrarias ni


tienen por único fin animar la narración, sino que responden (tal y como él
mismo expresa al inicio del pasaje transcrito) al deseo de v olv er
comprensibles los aspectos o acontecimientos históricos referidos en el
ámbito sociocultural de producción de la crónica (no solo para el público
coetáneo, sino para los cronistas mismos). En esta operación, como puede
apreciarse, se introducen ciertos anacronismos conceptuales o materiales que
corresponden al contexto del historiógrafo y rev elan su v erdadera distancia
con los hechos narrados, incluso aunque sean relativ amente recientes, como
en el caso precitado de la atribución a un priv ilegio de Alfonso VI de un sello
diplomático. A esta interferencia dialéctica entre fidelidad y confiabilidad es a
la que he denominado en trabajos prev ios la «tensión arqueológica» de la
historiografía mediev al48. Esta tensión es, claro está, v ariable según los casos e
inapreciable en muchas ocasiones desde la mentalidad coetánea, aunque
pueda llegar a hacerse explícita, según el grado de desarrollo de la conciencia
metahistórica, algo que aflora en ocasiones en la elaboración alfonsí, pero que
se v incula más bien con el paso de la historiografía precientífica a la científica,
entendiendo por tal la que recurre a los métodos contrastables de una
inv estigación a la v ez racional y empírica, 1a partir de un marco teórico capaz
de formular una explicación a un tiempo congruente con los datos históricos

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disponibles en un momento dado y coherente en sí misma49.

«Autentificación» y ajustes
historiográficos
21 A diferencia de lo v isto en los ejemplos citados por Menéndez Pidal, en otras
ocasiones la interv ención cronística no se limita a la adición de expansiones
historiográficas (deductiv as o interpretativ as), sino que (conjugando la
autenticidad objetiv a con la subjetiv a) altera el contenido mismo del relato
histórico, a fin de ofrecer una v ersión considerada más coherente y no solo
más completa o más clara. Se trata del bien conocido fenómeno de la
racionalización cronística, operada de forma muy notable en las
prosificaciones épicas incorporadas de forma plena a la historiografía a partir
de la Estoria de España, en un proceso creciente de desarrollo que
desembocará, paradójicamente, en la nov elización historiográfica de las
crónicas postalfonsíes de los siglos XIV y XV 50. Aunque el mismo don Ramón
consideraba que «Tratándose de fuentes romances, esta tendencia y a apenas
se observ a» y que, a su juicio, «Las fuentes juglarescas más bien se acortan en
v ez de ser ampliadas»51 , lo cierto es que no dejaban de estar sometidas,
aunque no necesariamente por v ía amplificadora, a lo que el mismo autor
denominó arreglos cronísticos, añadidos del compilador o, de forma más
específica, retoques del formador de E (es decir, el códice regio facticio 1Esc.
X-I -4)52, por más que, en general, prefiriese atribuir las div ergencias entre los
cantares conserv ados y la prosa cronística a refundiciones de los primeros53.
Así ocurre con el caso de las parias de Alcocer, respecto de las cuales, el
Cantar de mio Cid, v . 568-57 5, dice que:

Agardándose v a m io Cid con todos sus v assallos,


el castiello de Alcocer en paria v a entrando.
Los de Alcocer a m io Cid y a×l’ dan parias,
e los de Teca e los de Terrer la casa.
A los de Calataút, sabet, m al les pesav a.
Allí y ogo m io Cid com plidas quinze sem anas.
Cuando v io m io Cid que Alcocer non se le dav a,
él fizo un art e non lo detardav a 54.

22 En cambio, la Estoria de España alfonsí, tanto en su v ersión crítica como en


la sanchina (lo que rev ela que esta parte del texto remonta a la redacción
primitiv a) coinciden en señalar que la oferta de parias por parte de los
moradores de Alcocer es declinada por el Cid:

Después que el Çid ov o fecha allí su bastida, cav algó e fue v eer si podrié tom ar
Alcoçer. E los m oros de la v illa, con el m iedo que ov ieron d’él, dixiéronle que le
pecharién quanto él quesiese, e que los dexase en paz; e el Çid non lo quiso fazer e
acogiose a su bastida. Quando esto sopieron los de Calatay ud e de las otras v illas
aderredor, pesoles m ucho con él; e duró allí el Çid en aquella bastida quinze
sem anas. E quando v io que non podié av er aquel castiello, fizo infinta que se iv a 55.

El Çid desque v io alli fecha la bastida, cav algó e fue con su cav allería contra Alcocer
por v er si la podrié tom ar. E los de la v illa, con m iedo que ov ieron d’éll, fabláronle
com o en razón de pecharle e darle parias, e él que los dexasse v ev ir en paz; m as el
Çid non lo quiso fazer e cogiosse a su bastida. Quando esto oy eron los de Calatay ud e
los de otras v illas aderredor, pesoles m ucho con el Çid; pero con tod esto, a pesar de
todos, duró el Çid en aquella bastida XV sedm anas. E desque v io que no podía av er
aquel castiello, fizo la m aestría que agora direm os56.

23 Menéndez Pidal atribuy e todo el pasaje al *Cantar refundido de mio Cid57 ,


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pero el texto cronístico correspondiente a los v ersos que refieren la reacción


de los alcocereños ante la huida fingida del Campeador rev ela que el poema en
que se basó el taller alfonsí contenía también el pago de las parias58:

Vey énlo los de Alcocer, ¡Dios, cóm m o se alabav an!:


— […] Dem os salto a él e ferem os grant ganancia,
antes que.l’ prendan los de Terrer, si non, non nos darán dent nada;
la paria qu’él á presa tornárnosla ha doblada.—59

Los m oros […] ov ieron su acuerdo de ir en pos d’él e de lo desbaratar, ante que lo
prendiesen los de Teruel; ca si lo ellos prendiesen, dixieron, «non nos darán nada de
la ganançia es si lo nos desbaratarem os, tornar nos ha las rentas [X : prendas NKL :
rehenes Ss]que de nós lev av a, dobladas»60.

Et dixieron estonces los m oros de Alcocer: «Dem os salto en él e desbaratar l’em os, e
farem os ý grand ganancia ante que le prendan los de *Terrer; ca si los de *Therrer
le prenden, non nos darán ende nada, e las parias que de nós a lev adas, dobladas nos
las tornará»61 .

24 Estamos, pues, ante un arreglo cronístico, cuy a razón adv irtió y a Russell:
dado que las parias garantizaban la inmunidad de sus pagadores, resulta
inconsecuente, al menos en el plano jurídico, que el Cid persista en el asedio,
una «conducta suy a que no se explica en el texto», percibida como una
«contradicción [que] parece haber preocupado a los prosificadores
alfonsíes», quienes salv aron «las consecuencias jurídicas» haciendo que el
Campeador rechazase el cobro de las parias62. De este modo, los cronistas
ofrecen una imagen más «auténtica» del personaje, según su
conceptualización del mismo, corrigiendo lo que sin duda percibían menos
como una infidelidad a su fuente que como una may or fidelidad al personaje.
A este respecto, cabría incluso pensar que los historiógrafos alfonsíes
crey esen estar corrigiendo un defecto formal del Mio Cid, realizando una
suerte de emendatio ope ingenii, en lugar de estarlo alterando… pero quizá
esto sea llev ar las cosas demasiado lejos.

«Autenticidad»y ontología histórica


25 Sea como fuere, lo que el concepto de autenticidad permite asegurar es que
los cronistas no tendrían la sensación de estar tergiv ersando la historia, sino
todo lo contrario. Esta actitud contrasta con lo que expresamente defendía la
historiografía antigua, es decir, el compromiso del historiador hacia lo verum
y las res gestae, que está claramente formulada, por ejemplo, en el prólogo de
Liv io y se manifiesta, de forma a primera v ista paradójica, en el respeto por las
fabulae histórico-legendarias en las que no es dado discernir lo v erdadero de
lo fingido:

prisca [tota] illa mente repeto, avertam, omnis expers curae quae scribentis animum,
etsi non flectere a vero, sollicitum tamen efficere posset. Quae ante conditam
condendamve urbem poeticis magis decora fabulis quam incorruptis rerum gestarum
monumentis traduntur, ea nec adfirmare nec refellere in animo est63.

26 Sin embargo, en el caso de la historiografía mediev al y parte de la


protomoderna los datos expuestos rev elan, a mi v er, que ese planteamiento
no era operativ o en la praxis historiográfica, aunque sí en la teoría,
precisamente porque para tales cronistas modificar los datos en casos como
los descritos no atentaba contra la veritas, sino todo lo contrario 64. Como he
apuntado arriba, esto se debe a la neutralización de la oposición aristotélica
entre el ser histórico y el deber-ser poético (que es el poder-ser sujeto a lo

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v erosímil o a lo necesario), lo que permite suspender el principio básico de la


ontología histórica, de posse ad esse non vadit illatio. Para entender los
efectos de esta suspensión procede v olv er por un momento a Aristóteles:

El m odo com o Met[afísica]. V 1 2 , 1 01 9 b2 8-3 4 , define lo ‘posible’ se corresponde


exactam ente con el concepto de dóxa, puesto que significa lo que «no siendo en un
sentido necesariam ente falso..., expresa, en otro sentido, lo que es v erdadero y , aun
en otro, lo que puede ser v erdadero». Los argum entos que se refieren al posse fieri
son, pues, argum entos dóxicos y am bos se fundam entan en el lugar ontológico de lo
posible. Ahora bien, en estas coordenadas, la ‘persuasión’ queda com prendida en la
definición general de posibilidades com o «principio general del cam bio» (id. 1 02 0a5-
6 ) con sólo que «lo que puede ser v erdadero» se sitúe en la región real de la praxis, es
decir, de la contingencia en cuanto que puede ser determ inada v erídicam ente por
las acciones hum anas65.

27 Mientras la determinación óntica del factum frente al posse fieri se atribuy a


a la praxis, es decir, al plano de la realización efectiv a, se preserv ará el
antedicho principio ontológico; pero cuando esa determinación se traslade
del planto práctico al teórico o eidético, entonces lo existente, tomado como
lo que efectiv amente es (τὸ ὄν), tenderá a identificarse con lo que debería ser
(lo cual está en la base misma del argumento ontológico de san Anselmo). De
este modo, lo v erosímil, es decir, lo que resulta creíble que sea (τὸ εἰκός),
puede, en v irtud de una determinada δόξα, ‘opinión’ y ‘conjetura’, pero
también ‘expectativ a’, equipararse a lo que realmente es o ha sido, anulando
de este modo la distinción v ista arriba entre lo que siempre o necesariamente
existe (τὸ ἀεὶ ὄν), lo que existe ocasionalmente (ἐπὶ τὸ πολ ὺ ὄν) e incluso lo
que solo parece existir (τὸ δοκοῦν). De este modo, el razonamiento a partir de
lo que se considera plausible (ἐνδόξως συλ λ ογίζεσθαι) confluy e con el que se
basa en lo v erdadero (ἀλ ηθῶς συλ λ ογίζεσθαι). Cuando así sucede, como en la
historiografía mediev al y protomoderna, es posible formular o reformular el
discurso historiográfico, bajo las condiciones fav orables a una determinada
δόξα, anteponiendo el posse fieri poético (según lo v erosímil o necesario) al
factum histórico (las res gestae, lo acontecido), en aras de una may or
autenticidad, primando el acontecimiento, es decir, «la representación de “lo
que ocurrió”» (por retomar la expresión de White), sobre el hecho mismo o,
en especial, sobre sus representaciones prev ias66. Frente a lo que podría
pensarse, esta «poetización» del discurso histórico no equiv alía, desde la
perspectiv a coetánea, a su ficcionalización; antes al contrario, la confiabilidad
aportada por aquella, similar a la que proporciona a la épica, era la garante de
su historicidad, cuando la representación de la historia se entendía como
auténtica antes que como v erídica.
28 No obstante, la apreciación historiográfica hoy predominante es la
contraria. Así, por ejemplo, Geary (a la zaga de autores como Ursula Schaefer
y Franz Bäuml)67 concluy e que «the oral memory itself […] must be
“fictionalized”, that is, placed into a narrative structure that is the formal
presentation of the court procedure» (p. 122), aunque esto no solo
contradiga, a mi v er, el supuesto objetiv o de esa operación, «creating a useful
past» (p. 111), sino los propios testimonios aducidos por el autor. Tal
planteamiento se basa, en último término, en la indebida ecuación entre
narrativ ización, literaturización y ficcionalizacion, en la línea del narrativ ismo
de Barthes o el de White 68, según los cuales la configuración narrativ a
establece una mediación deformadora entre la realidad fenoménica y su
aprehensión fenomenológica69, lo que constituy e un obv io apriorismo, por la
mera imposibilidad de contrastar (desde su aceptación) el orden de las
narraciones humanas con el supuesto caos de una realidad a la que sólo desde
esas narraciones resultaría posible acceder, lo que no es sino una v ariante de

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la paradoja del solipsista, es decir, el carácter autorrefutatorio de todo


relativ ismo 7 0.
29 Por otro lado, si se admite que los sucesos sí poseen un orden determinado
(en v irtud de los v ectores temporal y causal), pero resulta imposible acceder a
los mismos, aunque sea de modo mediato, también se hace inv iable
determinar una estrategia narrativ a respecto de aquellos, por la incapacidad
de establecer qué elementos de la narración se ajustan al plano factual y
cuáles lo alteran7 1 . Esto es lo que hace inv iable el programa según el cual «El
nuev o mediev alismo se conv ierte en una ciencia no de los hechos sino de los
discursos o, todo lo más, de la codificación de los hechos»7 2. Finalmente,
cabría la opción de que los hechos, aun siendo cognoscibles y conocidos,
infradeterminasen o subdeterminasen la narrativ a que los presenta, como se
ha postulado de los datos empíricos respecto de las teorías científicas7 3, pero
esto, que puede admitirse para el componente metahistórico o connotativ o
(pues, como reza el v iejo dicho, cada uno cuenta la feria según le fue en ella),
resulta básicamente implausible respecto del registro factual o histórico
propiamente dicho, más allá de inev itables discrepancias de detalle.
30 Puede en cambio considerarse que la correspondencia entre lo
ev enemencial y su narración es básicamente isomorfa, aceptando con Carr
que no existe una drástica discontinuidad entre la narrativ a y la v iv encia, sino
«a certain community of form between “life” and written narrative»7 4.
Podría, entonces, decirse que, al igual que la física se expresa en lenguaje
matemático para describir los fenómenos naturales7 5, la experiencia temporal
queda cifrada para su intelección en la exposición narrativ a. En consecuencia,
del mismo modo que no se considera que el uso del lenguaje matemático
falsee la realidad física, no hay pruebas para sentenciar que el empleo de
mecanismos narrativ os traicione radicalmente la base ev enemencial de lo
narrado. Dicho en términos de Elias, la representación simbólica del
acontecer hecha por medio de la narración puede ser (aunque no siempre lo
sea) esencialmente congruente con lo acontecido 7 6, incluso cuando, como
señala White, «una narración puede representar un conjunto de
acontecimientos adoptando la forma y el significado de una historia épica o
trágica, mientras que otra puede representar el mismo conjunto de
acontecimientos —con igual plausibilidad y sin v iolentar el registro fáctico—
en forma de farsa»7 7 . En efecto, esto no implica que la narración imponga
necesariamente un orden ficticio, sino que la «dotación de sentido» se sitúa en
un plano (al cual cabría considerar, siguiendo al propio White,
metahistórico)7 8 diferente al de la intelección del proceso histórico en
términos de sucesos temporalmente ordenados v inculados por
concatenaciones causales; o, dicho en otros términos, que una cosa es la
denotación y otra la connotación que rev isten los acontecimientos.
31 Adv iértase, a este respecto, que la presunción de White de que the four
kinds of «realism» en que se manifiesta el emplotment v ay an, por así decir, de
la literatura a la v ida y no de la v ida a la literatura (dicho de otro modo, que su
representación literaria preceda y se imponga a la experiencia v ital, en lugar
de deriv ar ab origine de una mera formalización de esta última) es de nuev o
una petición de principio, y bastante idealista, por cierto, incluso sí se acepta
el planteamiento (a mi juicio, bien fundado) de Strawson, cuando distingue
«The Episodic and Diachronic styles of temporal being» y señala que «[they]
are radically opposed, but they are not absolute or exceptionless»7 9. En
efecto, que no todos los tipos de personalidad perciban su propia v ida en
términos narrativ os no excluy e que la misma pueda referirse en un relato
biográfico ni que los fenomenológicamente «episódicos» no perciban de ese
modo las v idas ajenas o sean incapaces de escribir su autobiografía. De hecho,

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la excepcionalidad aludida por Strawson se refiere tanto a la posibilidad de


una percepción diacrónica (o continua, añado y o) por parte de los Episodics
como a una episódica (o discreta) por parte de los Diachronics.
32 El mismo autor señala, además, que «There is one sense in which Episodics
are by definition more located in the present than Diachronics, but it does not
follow, and is not true, that Diachronics are less present in the present
moment than Episodics, any more than it follows, or is true, that in the
Episodic life the present is somehow less informed by or responsible to the
past than in the Diachronic life» (ibidem). En definitiv a, esto corrobora la idea
de que la percepción narrativ a de la experiencia v ital, aunque no sea quizá
congénita, responde a un proceso cognitiv o habitual, aunque en unos sujetos
se dé de manera sistemática y en otros solo de forma circunstanciada. Esto
impide aceptar sin más que la narración sea algo meramente superpuesto a los
hechos, en lugar de un modo de (re)presentarlos surgido de los mismos y , por
lo tanto, básicamente congruente con ellos80.

Historiografía, literatura y ficción


33 Si bien, como acaba de v erse, la narración no puede considerarse per se una
forma de distorsión del plano factual, esta sí se da (aunque no se percibiese
como tal) en el proceso de «poetización» historiográfica que aquí se está
analizando. Ahora bien, frente a lo que el narrativ ismo da por sentado, ni este
fenómeno ni menos aún la elaboración retórica del discurso historiográfico
(que es independiente de aquella) equiv alen a la literaturización del mismo.
Esto solo podría aceptarse al amparo de una caracterización inmanentista de
la literatura, que ningún análisis ha logrado fundamentar 81 . El mismo
Jakobson, cuando distinguió la función poética entre las que se manifiestan en
el lenguaje, adv irtió que esta era la condición necesaria, pero no suficiente,
para reconocer un enunciado como poético, es decir, literario 82. En realidad
ni siquiera es así, puesto que 1ningún tipo de regulación (es decir, 1de
sometimiento a constricciones que no son de v alidez univ ersal en el uso del
lenguaje) es exclusiv o de los textos literarios83 ni –por otro lado– es lo
suficientemente abarcador para afectar a la totalidad de los mismos. En este
sentido, ha podido sostener Rico que «es la mismísima ev idencia que la
literatura se distingue de los demás registros lingüísticos por la posibilidad de
contenerlos a todos, de suerte que la única gramática real y completa es la
gramática de la literatura»84. En otras palabras, los rasgos formales de un
texto no establecen condiciones ni suficientes ni necesarias para hacer de él
una obra literaria.
34 Si la literariedad no radica propiamente en la forma, ha de hacerlo en la
función, es decir, en lo que tiene de particular el hecho sociocultural
literario 85. Este constituy e el lugar o nicho cultural de todos los textos
(escritos u orales) cuy a función principal (aunque no necesariamente única)
es la de estimular una forma específica de acercamiento cognitiv o, la lectura
estética, cuy o resultado es suscitar una determinada impresión o reacción
emocional. Ello se debe a que la forma en que un lector se relaciona con una
obra literaria no es la de alguien que está recibiendo la información que
aquella transmite, sino la de quien la contempla86. En efecto, una obra literaria
puede no ser únicamente objeto de lectura estética, pero esa posibilidad
constituy e la conditio sine qua non para poder hablar de literatura87 . Así
pues, por su propia constitución, toda obra literaria es un producto cultural
sujeto a dos clases de lectura en principio complementarias, pero en
determinadas ocasiones contrapuestas: la estética (que, como acabo de
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indicar, es la suy a propia, desde el punto de v ista de su función sociocultural)


y la epistémica (que no es funcionalmente indispensable, pero a la que no
puede sustraerse, en tanto que enunciado lingüístico de carácter referencial,
independientemente del tipo de existencia de su referente). En consecuencia,
para considerar literaria la historiografía no basta con que se neutralice la
dicotomía aristotélica entre historia y poesía, puesto que esta se establece,
como se ha v isto, en términos fundamentalmente epistémicos88, sino que es
preciso que aquella se haga culturalmente susceptible de suscitar la lectura
estética.
35 La cuestión es que, para la Edad Media, no poseemos (hasta donde se me
alcanza) pruebas directas de esta capacidad que, sin embargo, parece
corresponder bastante bien a una historiografía en la que a menudo prima
cierta búsqueda de coherencia y de sentido por encima de la fidelidad al
registro fáctico. En efecto, cuando en un texto histórico se produce la
subordinación de la correspondencia con el plano factual (v eracidad) a la
coherencia interna del relato o a la armonización de fuentes (autenticidad), se
manifiesta una actitud que, por ser directamente contraria a la diferencia
específica del relato historiográfico, resulta más esteticista, es decir, más
procliv e a suscitar dicho tipo de lectura. Dicho de manera más precisa, se
trata un tipo de elaboración discursiv a que es susceptible de ser reconocida
como literaria y , por lo tanto, de activ ar la ἐποχή o ‘suspensión del juicio’ y ,
con ella, la lectura estética de la obra89. Con todo, ello establece solo la
condición posibilitadora de su literariedad. Sobre esta ofrece, a cambio,
indicios v ehementes la comunidad de recursos que, tanto en el plano del
contenido como de la expresión (excluido el ámbito métrico), presentan la
historiografía y la épica mediev ales90. En cambio, para el Renacimiento
poseemos declaraciones expresas, como las del humanista Giov anni Pontanto,
quien considera que la historia y la poesía, aunque poseen ciertas diferencias
específicas (entre las que no recoge la célebre dicotomía aristotélica),
responden a una comunidad genérica, de modo que define a la primera como
carmen solutum o poetica soluta, es decir, poesía en prosa91 .
36 Ahora bien, ni siquiera tal adscripción literaria de la historiografía anula la
dualidad entre la lectura estética y la epistémica, sino que la v uelv e dialéctica,
algo que ocurre también en otros géneros literarios mediev ales y
renacentistas, como la literatura didáctica o la poesía épica. Así pues, pese a
que una obra historiográfica precientífica hay a de considerarse un texto
simultáneamente histórico y literario, resulta teórica y metodológicamente
inaceptable la anulación de la diferencia entre la aproximación histórica y la
literaria hacia la misma, postulada por el sedicente New Mediev alism92, y a que
la primera ha de ocuparse de la obra en el plano epistémico (incluy endo en él
sus posibles «poetización» y retorización), y la segunda en el estético (incluso
sin que se manifiesten en él una especial elaboración retórica o una poeticidad
así entendida).
37 Finalmente, la ecuación de literatura y ficción responde a un análisis
inadecuado del fenómeno, pues son dos términos que en absoluto se implican
mutuamente 93, dado que, a efectos de la lectura estética, resulta irrelev ante
que el contenido de una obra sea o no ficticio, o que se lo considere como tal.
Antes bien, como y a se ha v isto, el receptor de dicho contenido lo ha de
considerar v erosímil, es decir, semejante a la v erdad, lo que no implica su
necesaria realidad extratextual, pero excluy e un carácter puramente irreal94.
Se trata de algo que, pese a su comentada dicotomía entre poesía e historia,
señaló y a Aristóteles:

κἂν ἄρα συμβῇ γενόμενα ποιεῖν, οὐθὲν ἧττον ποιητής ἐστι: τῶν γὰρ γενομένων ἔνια
οὐδὲν κωλύει τοιαῦτα εἶναι οἷα ἂν εἰκὸς γενέσθαι {καὶ δυνατὰ γενέσθαι}, καθ᾽ ὃ ἐκεῖνος
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αὐτῶν ποιητής ἐστιν = Y si ocurre que poetiza algo que ha sucedido, en absoluto es
m enos poeta, pues nada im pide que ciertos sucesos fueran tales que sucedieran de
m odo v erosím il {y posible}, [pues] él es poeta en v irtud de esto m ism o95.

38 En consecuencia, una obra historiográfica o (auto)biográfica se puede leer


como obra informativ a (es decir, con v alor gnoseológico o epistémico) y en
ese caso estará sujeta al criterio de v erdad propio de las ciencias categoriales
u otros discursos falsables; pero también se puede leer como obra literaria (es
decir, con v alor estético), lo que la sitúa al margen del juicio de v eridicción.
Esto parece apoy ar la idea de la ficcionalidad de lo literario, pero no es así,
pues la ἐποχή o ‘suspensión del juicio’ no significa la negación de lo juzgado, y a
que no afecta a su entidad propia, sino a las operaciones que con ello se
realizan. Es más, lo que fenomenológicamente implica la ἐποχή estética es
borrar la oposición entre realidad y ficción a fav or de la primera:

La v irtualidad del texto y nuestra v oluntaria v iv encia intencional del m ism o nos
llev an a elev ar cualitativ am ente el rango de su m undo interno de referencia hasta
integrarlo sin reserv a alguna en el nuestro propio, externo, experiencial. [...] Por
esa suspensión del descreim iento que da paso, sin solución de continuidad, al
entusiasm o de la epifanía 96.

39 Así pues, la historiografía precientífica resultaba «auténtica» en v irtud de su


literariedad y no a pesar de ella, dado que una adecuada representación del
pasado se concebía menos como el registro inalterado de lo factual (aunque
tampoco se tuv iese la conciencia de estarlo traicionando) que como la
plasmación, considerada como epifanía, de un determinado sentido histórico,
y a referido a la propia consistencia de los hechos narrados, y a a su
trascendencia respecto de la posteridad de los mismos, en especial en relación
con el presente.

«Autentificación» frente a
mistificación
40 Como acaba de v erse, otra importante consecuencia de la «poetización»
historiográfica es la falta de conciencia de mistificación histórica, por lo que
en muchos casos resulta imposible determinar, so pena de caer en la falacia
intencional97 , si estamos ante un caso de modificación deliberada del registro
factual o, al menos, del historiográfico precedente, o bien ante un ajuste
debido al «imperativ o de autenticidad», de acuerdo, según lo v isto, con lo
v erosímil o lo (intranarrativ amente) necesario. Obv iamente, no quiero decir
con esto que los historiógrafos mediev ales actuasen sin darse cuenta de lo que
hacían, lo que sería may ormente absurdo, sino que, al proceder a la
«autentificación» de su relato histórico, no eran necesariamente conscientes
de las razones de fondo que los impulsaban a ello, dado que eso exige la
existencia de un enfoque metahistórico que, como y a he indicado arriba, en
general les era ajeno. Es decir, un cronista de este período habitualmente
sentiría el impulso de alterar un dato que le parecía inv erosímil o de añadir
otro que consideraba necesario, sin que controlase ni se plantease su
concepción misma de v erosimilitud o de necesidad. En cambio, al modificar
un texto con miras propagandísticas resulta indispensable ser consciente de
qué v alores se está intentando promov er o a qué personas respaldar, puesto
que de lo contrario tal operación, plenamente deliberada, resultaría
irrealizable.
41 Esto establece un correctiv o a la habitual atribución de este tipo de

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alteraciones a una manipulación o, incluso, falsificación del pasado,


axiomáticamente subordinada a específicos objetiv os ideológicos o, más
pragmáticamente, a determinados fines políticos98, llegándose, en casos
metodológicamente extremos (pero no estadísticamente infrecuentes), a
considerar el relato historiográfico como una suerte de roman à clef.
Ciertamente, no puede negarse que tales posibilidades se hay an dado (aunque
en el caso de la última, sin duda muy escasamente). Ahora bien, un análisis
como el propuesto permite apreciar una articulación más compleja y
matizada de la concepción mediev al de la historicidad y , por consiguiente, de
la historiografía en que se manifiesta, obligando a profundizar en la
constitución dialéctica de los textos tanto respecto de sus intertextos como de
sus contextos, sin atenerse a fórmulas de repertorio para despachar la
explicación de las interv enciones efectuadas por los cronistas. En particular,
este enfoque sirv e, a mi v er, de antídoto a la tan expandida consideración de
la historia de las ideas como una mera disciplina v icaria de una historia
política entendida, por añadidura, de la forma más plana posible, la de las
fuerzas patentes, aunque no necesariamente las más operativ as, en la mera
coy untura, lo que suele abocar a una suerte de v isión conspirativ a de la labor
historiográfica. Desde esta perspectiv a, resulta oportuno traer a colación la
definición de ideología ofrecida por Gustav o Bueno:

Entendem os por ideología, com o es habitual, un sistem a de ideas socializadas cuy a


pretensión de v erdad es m antenida en la m edida en que representan o canalizan los
intereses de un grupo social en tanto éste se opone a otros grupos sociales. […] Pero
de este concepto no se desprende que las ideologías, por ser partidistas, hay an de ser
siem pre falsas o expresiones de la falsa conciencia. Una ideología no es falsa
necesariam ente por ser partidista, salv o que se suponga que la v erdad ha de ser
neutral 99.

42 Así pues, sin olv idar, desde luego, el factor coy untural, la reflexión aquí
propuesta incide sobre la necesidad de tener en cuenta los componentes
estructurales o sistémicos y , con ellos, el hecho de que la cosmov isión o la
mentalidad v igentes (no digamos y a la episteme)1 00 actúan más bien como
marcos y condicionantes prev ios de la producción textual que como sus
causas finales, que es el único modelo propuesto por esa triv ial «v isión
conspirativ a», bajo la suspicaz presunción de sistemática manipulación
discursiv a asociada a la «hermenéutica de la sospecha»1 01 . Dar por sentado
que esto es lo que metódicamente sucede en la historiografía o en cualquier
otro género discursiv o no solo es una petición de principio, sino que reduce la
historia sociocultural a lo unidimensional, es decir, a una mera ray a.
43 A este respecto, tampoco me parece resolv er la cuestión la diferencia entre
las categorías de propaganda y el de propaganda difusa (esta última
introducida por Le Goff), que Martin Aurell considera «une formule heureuse,
promise à un riche avenir»1 02. Sin duda, la distinción entre una propaganda
concreta y otra difusa puede resultar muy útil, pero también puede
enmascarar la cuestión, según cómo se defina la segunda o, sobre todo, cómo
se la identifique. De hecho, el mismo Aurell (loc. cit.) reconoce, muy
razonablemente, que en muchos casos esa transmisión de un ideario
compartido es de suy o comunicación:

Ce dernier concept [sc. la propagande diffuse] peut englober des éléments qui, comme
l’exaltation de la royauté, la défense de l’orthodoxie chrétienne, l’encouragement à la
conversion, la commémoration des ancêtres, la louange d’un peuple, la célébration de
la fierté communale ou l’éloge d’une corporation professionnelle relèvent, tout
simplement, de la communication. I ls se limitent à répandre les doctrines, à rehausser
le prestige ou à augmenter la renommée d’une personne ou d’un groupe.

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44 Con más razón podría decirse esto en el caso de las sagas escandinav as
dotadas de «une tonalité politique», a las que se refiere a continuación1 03. En
efecto, si un panegírico o una obra gnómica incidirán fácilmente en la
propaganda difusa, la tonalidad política de un relato histórico-heroico (como
eran, desde la perspectiv a coetánea, una saga o un cantar de gesta) podría
deberse únicamente al hecho de que la composición responde (aunque no
necesariamente de forma mecánica o lineal) al sistema de v alores y creencias
v igente en el momento de su composición en aspectos como la jerarquía
social, el código guerrero del honor o el papel del destino (mediante, por
ejemplo, la importancia de los auspicios), por poner solo tres ejemplos
situados en distintos niv eles, pero representativ os del tipo de elementos que
pueden teñir la obra de una específica tonalidad, sin que pueda adv ertirse en
ello ningún tipo de propaganda, ni concreta ni difusa, salv o que se considere
que todo acto locutiv o es por definición perlocutiv o, lo que no es, de nuev o,
sino una petición de principio.
45 Así sucede con Ruth Amossy 1 04, para quien el efecto perlocutiv o
simplemente quedaría implícito en unos enunciados y explícito en otros, lo
que hace inv erificable el aserto y lo conv ierte en un axioma, que nada
(empezando por la mera sindéresis) obliga a aceptar. A mi juicio, en este
planteamiento se confunden dos fenómenos: la pretensión, propia de la
inmensa may oría de los actos de comunicación, de que el mensaje transmitido
sea aceptado por su receptor y la específica conformación del mensaje para
que influy a en el mismo. Por la primera, el mensaje aspira solo a ser creído
(actitud pasiv a); por la segunda, a conv encer (actitud agentiv a). No cabe
negar que esto último puede darse de forma tácita, pero de ahí a generalizarlo
media un abismo (como v eremos al cabo de dos párrafos).
46 La dicotomía pasiv o / activ o que acabo de señalar se plantea también, pero
no de forma homóloga, cuando Spiegel señala que «Texts both mirror and
generate social realities, are constituted by and constitute social and
discursive formations, which they may sustain, resist, contest, or seek to
transform depending on the individual case»1 05. Este planteamiento es
desarrollado por J. Aurell en los siguientes términos:

los textos históricos son producto del m undo social de sus autores y ,
sim ultáneam ente, agentes textuales de este m undo. Deben ser estudiados, por
tanto, en esta doble dim ensión, com o espejos de la sociedad y , sim ultáneam ente,
com o generadores de las realidades sociales. […] De este m odo, el historiador y el
crítico literario contem poráneo pueden percibir cóm o la historiografía m ediev al fue
penetrada y m odificada por el cam bio social; y , al contrario, en qué m edida esa
m ism a historiografía, en un interesante proceso «de ida y v uelta», fue capaz de
m odificar el propio contexto social y político en la que se hallaba inserta –función
pasiv a y activ a de la historiografía 1 06.

47 Esto resulta aceptable si se matizan tanto la concepción especular como la


generativ a. Respecto de la primera, hay que aclarar que los textos no son
espejos de la sociedad, sino productos suy os que no la reflejan directamente,
sino que resultan condicionados por ella, de modo que no proporcionan
imágenes de la misma, sino indicios de los v ectores de fuerza que actúan en
ella. Respecto de la segunda, es obv io que los textos son en sí realidades
sociales nuev amente generadas, pero no necesariamente generan a su v ez
otras nuev as, aunque constituy an estímulos para las reacciones de sus
receptores1 07 . En sentido estricto, pese a que la potencialidad generativ a se dé
en cualquier obra, solo las obras propagandísticas están orientadas de modo
específico hacia la generación (actitud agentiv a), salv o que se acepte que todo
discurso es por definición propagandístico, lo que nos dev uelv e a la situación
anterior.

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48 En cambio, al tenerse en consideración la operativ idad de los precitados
condicionantes epistémicos para modelar los textos (a trav és, claro está, de
sus autores, puesto que no surgen por generación espontánea), puede
adv ertirse que aquellos, y a sean historiográficos o de otro tipo, muchas v eces
responden al ideario v igente (incluy endo en él conceptos como los de decoro
y v erosimilitud expuestos arriba), sin pretender proponerlo mediante una
actitud propagandística o adoctrinadora que, a la v ista de aquellas otras
posibilidades, no puede darse por sentada sin tener un firme anclaje textual o
contextual, el cual no puede deducirse de la mera sintonía con una
determinada onda ideológica o política, a v eces ni siquiera de un bien
documentado patronazgo 1 08, sino que tiene que manifestarse en una clara
actitud perlocutiv a, es decir, ha de poseer marcas suficientemente obv ias de
que el discurso no solo depende de unos v alores o actitudes dados, sino que
pretende proy ectarlos o, en los casos más radicales, imponerlos1 09. A no ser,
claro está, que toda interrelación humana se conciba, al modo del último
Foucault, como la interacción de micropoderes, caso en el cual, como en
todas las generalizaciones, el concepto se diluy e hasta perder su operativ idad.
En efecto, si cualquier discurso responde al ejercicio de un microcopoder,
esta dimensión resulta irrelev ante para caracterizar uno en concreto y
además se recae en el apriorismo y a expresado 1 1 0.
49 Frente a tal planteamiento, es razonable suponer que una defensa ideológica
puramente tácita (y por tanto irreconocible) sencillamente no existe, por lo
que, en tales circunstancias, resulta metodológicamente preferible explicar
una obra dada como un producto coherente con un contexto sociocultural
determinado 1 1 1 , bien por religarse al mismo, bien por todo lo contrario
(opción esta que casi nunca se tiene en cuenta, en especial desde la
hermenéutica de la sospecha)1 1 2. A este respecto, conv iene subray ar que
condicionar no es lo mismo que determinar, de modo que, como para toda
contingencia histórica, el marco sociocultural e histórico-político es la
condición necesaria, pero no suficiente, de la obra elaborada en su seno. Esto
no significa desentenderse de la episteme que hace posible una obra, de la
cosmov isión que refleja o de la mentalidad que la anima; antes bien, supone
atender específicamente a todos esos niv eles de contextualización de la
misma, sin caer en la simplificación de reducirlos a un v ector único, a una
flecha lanzada contra un objetiv o concreto o a una nota monocorde. A mi v er,
la consideración de la historicidad mediev al y parte de la protomoderna como
un juego dialéctico entre lo v eraz y lo auténtico, y –en segunda instancia–
entre la autenticidad objetiv a y la subjetiv a, con la consiguiente tensión
arqueológica más o menos implícita, permite abordar la empresa de entender
su concepción de la historia y , consecuentemente, su historiografía de una
manera mucho más ajustada a la real polifonía de sus factores constituy entes.

Conclusión
50 En suma, puede considerarse que la historicidad, entendiendo por tal tanto
el modo de concebir la historia como el de dotar de carácter histórico a un
relato dado, se articula, durante la Edad Media y la Modernidad temprana,
mediante la div ersa conjugación de dos tendencias: la v eracidad o fidelidad al
plano factual y la autenticidad o confiabilidad en el plano discursiv o. Esta
segunda depende, a su v ez, de la v erosimilitud (nacida del ajuste al horizonte
de expectativ as del historiógrafo y su público) o de la necesidad (que produce
la concinidad o coherencia interna nacida de la propia lógica del discurso), las
cuales, por su parte, se conforman según la episteme, la cosmov isión y la
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mentalidad v igentes (por acomodo o, a v eces, por reacción; de forma pasiv a


o, en ocasiones, agentiv a). Esta dialéctica permite apreciar que determinadas
operaciones de los historiadores mediev ales y protomodernos surgen de su
noción misma de historicidad, puesto que ella implica un determinado modo
de representar el pasado, sin responder necesariamente a unas interesadas
manipulación o falsificación históricas en v irtud de una mera condición
especular respecto de la inmediata coy untura ideológica o política.

Notes
1 Alejo CARPENTIER, «Sartre y la historia», El Nacional (Caracas), 1 8 de m ay o de
1 9 56 ; reed. in: Los pasos recobrados: Ensayos de teoría y crítica literaria, ed. Alexis
MÁRQUEZ RODRÍGUEZ y Araceli GARCÍA CARRANZA, Caracas: Fundación
Biblioteca Ay acucho, 2 003 (Biblioteca Ay acucho, 2 1 0), p. 2 7 0-2 7 1 (la cita en
p. 2 7 1 ). Carpentier se basa en unas declaraciones periodísticas cuy a concreta
procedencia no aduce; m is esfuerzos por localizar la cita original han resultado
hasta el presente en v ano. Los dos trabajos m íos aludidos son los siguientes: Alberto
MONTANER FRUTOS, «La palabra en la ocasión: Alfonso V com o Rex Facetus a
trav és del Panorm ita», e-Spania, 4 , décem bre 2 007 (DOI: 1 0.4 000/e-spania.1 503 )
y «Épica, historia, historificación», in:The Poem a de m io Cid and Medieval Castilian
Epic: New Scholarship, New Directions, ed. Juan-Carlos Conde López, London:
Departm ent of Hispanic Studies, Queen Mary , Univ ersity of London (Papers of the
Mediev al Hispanic Research Sem inar; Publications of the Magdalen Iberian
Mediev al Studies Sem inar), [en prensa].
2 Georges DUBY, Le Dimanche de Bouvines, 27 Juillet 1214, Paris: Gallim ard, 1 9 7 3
(v éase particularm ente la introducción). El m ism o Duby se refiere a una especie de
niv el superior de constitución del événement com o mythe. En esta m ism a línea, pero
ray ando en el constructiv ism o social o en el narrativ ism o, se sitúa la entrada
«év énem ent» en Nicolas OFFENSTADT (dir.), Les mots de l’historien, Toulouse:
Presses Univ ersitaires du Mirail, 2 005, s. v., p. 4 2 -4 4 .
3 Hay den WHITE, El texto histórico como artefacto literario [1 9 85] y otros escritos,
introd. Verónica Tozzi, trad. V. Tozzi y N. Lav agnino, Barcelona: Paidós;
Univ ersidad Autónom a (Pensam iento Contem poráneo, 7 1 ), 2 003 (v éanse
especialm ente las p. 51 y ss.). La segunda definición se recoge tam bién en Hay den
WHITE, The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representation,
Baltim ore: The Johns Hopkins Univ ersity Press, 1 9 87 , p. 6 6 : «a “ fact” must be
regarded as “ an event under a description” ». En otro lugar señala que «Events
happen, whereas facts are constituted by linguistic description» (Hay den WHITE,
Figural Realism: Studies in the Mimesis Effect [1 .ª ed. 1 9 9 8], Baltim ore: The Johns
Hopkins Univ ersity Press, 2 000, p. 1 8).
4 Com o m e hace notar Ángel Escobar (a quien agradezco su rev isión de las
presentes páginas), la distinción entre vrai y authentique form ulada com o verum
frene a verisimile responde a un v iejo tem a al hilo del em blem ático cierre del De
natura Deorum de Cicerón: «Haec cum essent dicta, ita discessimus, ut Velleio Cottae
disputatio verior, mihi Balbi ad veritatis similitudinem videretur esse propensior»
(III, 9 5; cito por la ed. de O. PLASBERG, Leipzig: Teubner (Bibliotheca Scriptorum
Graecorum et Rom anorum Teubneriana), 1 9 1 7 ). En cuanto authenticum <
αὐθεντικός, conv iene recordar que es térm ino crítico-literario, típico de escoliastas,
aunque en latín tam bién de juristas (vid. P. G. W. GLARE (ed.), Oxford Latin
Dictionary, Oxford: Clarendon Press, 1 9 82 , p. 2 2 0c). No deja de resultar paradójica
esta ev olución del térm ino auténtico, com o algo que puede oponerse a lo v erídico (lo
cual tam bién se halla, aunque con otro alcance, respecto de las variae lectiones, en
Louis HAVET, Manuel de critique verbale appliquée aux textes latins, Paris: Hachette,
1 9 1 1 , p. 4 2 5-4 2 7 ), dado que su sentido etim ológico (com o deriv ado de ἀυ θέντης
‘autor, perpetrador; asesino’, v inculado a ἀυ τός) expresa la autoría real o la
corrección form al de un texto, en oposición a su falsificación o contrahechura (vid.
Robert BEEKES, Etymological Dictionary of Greek, col. Lucien VAN BEEK, 2 v ol.,
Leiden: Brill (Leiden Indo-European Ety m ological Dictionary Series, 1 0), 2 01 0, 1 ,
p. 1 6 9 ), y por lo tanto se sitúa originalm ente en el plano de lo verum y no de lo
verisimile.
5 Cito, respectiv am ente, por ARISTÓTELES, Ars Poetica, ed. Rudolph KASSEL,
Oxonii: e Ty pographeo Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca
Oxoniensis), 1 9 6 5, y Ars Rhetorica, ed. W. D. ROSS Oxonii: e Ty pographeo

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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis), 1 9 59 . Para la
segunda (sobre todo en el enrev esado § II.2 5.8-9 ) he tenido en cuenta las siguientes
traducciones: John Henry FREESE, Aristotle, with an English translation, XXI I : The
“ Art” of Rhetoric, London: W. Heinem ann; New York: G. P. Putnam ’s Sons (Loeb
Classical Library ), 1 9 2 6 ; Antonio TOVAR, Aristóteles: Retórica: edición del texto con
aparato crítico traducción, prólogo y notas (1 .ª ed. 1 9 53 ), 3 .ª ed. corr., Madrid:
Centro de Estudios Constitucionales, 1 9 85; Quintín RACIONERO, Aristóteles:
Retórica: I ntroducción, traducción y notas (1 .ª ed. 1 9 9 0), Madrid: Gredos, 2 000.
6 Jesús G. MAESTRO, El concepto de ficción en la literatura (desde el Materialismo
Filosófico como Teoría Literaria Contemporánea), Pontev edra: Mirabel (Biblioteca
Giam battista Vico, 4 ), 2 006 , p 4 4 -4 5.
7 J. G. MAESTRO, El concepto de ficción, p. 4 4 y 6 2 -6 5. No entro a considerar su
crítica de las deriv aciones ontológicas y gnoseológicas de la oposición aristotélica
entre sujeto y objeto (que abarcan todo el cap. 3 , p. 7 3 -83 ), porque, en razón de lo
dicho, no resulta realm ente relev ante para la caracterización de su poética, aunque
sí tenga im portancia para el uso que han hecho de la m ism a las teorías literarias
propiam ente ficcionalistas. Por m i parte, sigo a Frutos cuando expresa que «decir de
algo que es ‘real’ supone un m odo de existir que lo incluy e en un plexo relacional,
independientem ente de la m ente que lo piensa, pero cuy o pensam iento es
precisam ente uno de los nexos de relación» (Eugenio FRUTOS, Antropología filosófica
[1 .ª ed., 1 9 7 1 -1 9 7 2 ], ed. rev ., Zaragoza: Prensas Univ ersitarias de Zaragoza, 1 9 9 1 ,
p. 3 6 4 ).
8 ARISTÓTELES, Poetica, 1 4 51 a3 8-1 4 51 b5. Carlo GINZBURG, History, Rhetoric,
and Proof, Hanov er NH ; London: Brandeis Univ ersity Press; Historical Society of
Israel (The Menahem Stern Jerusalem Lectures, [1 ]), 1 9 9 9 , p. 4 7 -4 8, ha señalado
la diferencia entre el concepto aristotélico de ἱστορία (que tom a com o referente
básico a Heródoto) y el actual, que correspondería m ás bien a lo que para el
Estagirita y sus contem poráneos era la ἀρχαιολογία, la ‘arqueología’ entendida com o
el rescate del pasado «through a rigorous scrutiny of primary, mostly nonliterary
evidence, such as coins, inscriptions, and monuments» (p. 4 8). Nótese, no obstante,
que el sentido prim ario de ἱστορία (en relación con οἶδα ‘conocer’ < ‘v er’) es
‘indagación (sobre los hechos)’, antes que ‘narración (de los hechos)’, según se refleja
aún en la expresión platónica ἡ περὶ φύ σεως ἱστορία ‘la inv estigación sobre la
naturaleza’ (Fedro, 9 6 a) y en el sentido de ἱστόριον: ‘hecho aducido com o prueba,
testim onio’, cf. la lexía galénica ἱστόρισμα ‘historia clínica’ (vid. Henry G. LIDDELL
y Robert SCOTT, A Greek-English Lexicon, ed. rev . por Henry S. JONES y Roderick
MCKENZIE, supl. por E. A. BARBER [et al]., Oxford: Clarendon Press, 1 9 6 8, p. 84 2 a-
b; Pierre CHANTRAINE, Dictionnaire étymologique de la langue grecque: Histoire des
mots, 4 t. en 1 v ol., París: Klincksieck, 1 9 6 8-1 9 80,p. 7 7 9 b).
9 Esta distinción es en buena m edida hom óloga de la que establece Tim CRANE,
Aspects of Psychologism, Cam bridge MA: Harv ard Univ ersity Press, 2 01 4 , cuando
señala que: «if our aim is to truly describe what it is that fulfils the expectation, then it is
not true that we always are obliged to describe the object of the expectation in a way
that the subject would recognize. What satisfies the expectation is an event, not ‘an
event under a description’. For there are not events ‘under descriptions’, there are only
events and descriptions of events; and descriptions of events do not fulfil expectations.
This suggest that we should distinguish, then, between what fulfils the expectation –the
object of the expectation– and how subjects themselves think of this objects. I f we call
how the subject thinks of the object ‘what is expected’ then we can describe without
paradox how someone’s expectation might be fulfilled by what they did not expect. […]
What fulfils the expectation in an event, while what is expected is an event conceived in
a certain way. […] As I have said, we can call what fulfils (or would fulfil) the
expectation the object of the expectation. When we describe the expectation from the
subject’s point of view, we have to describe the object in a certain way –this is a
description of what is expected in the sense just mentioned» (p. 56 ).
1 0 Sobre este punto, no obstante, Aristóteles v acila, y a que en Rhetorica, I.1 ,
defiende la exclusión de las pasiones de la argum entación retórica, que restringe al
entim em a y al ejem plo, m ientras que en II, 1 -1 2 , «las pasiones son consideradas
com o una de las tres písteis éntechnai» o ‘pruebas persuasiv as propias del arte’ (Q.
RACIONERO, Retórica, p. 2 9 ; vid. en conjunto las p. 2 9 -3 7 ).
1 1 Retom o, por ajustada, la form ulación (hecha a otro propósito) de Martin
AURELL, «Rapport introductif», in:Convaincre et persuader. Communication et
propagande aux XI I e et XI I I e siècles, Poitiers: CESCM, 2 007 , p. 1 1 -4 9 , p. 11.
1 2 La diferencia entre el planteam iento agentiv o y el pasiv o no es baladí, com o se
apreciará luego.
1 3 Véase, por ejem plo, Hay den WHITE, Figural Realism, p. 5 et passim; cf. Herm an
http://e-spania.revues.org/24054 22/32
22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
PAUL, Hayden White, Cam bridge: Polity Press (Key Contem porary Thinkers), 2 01 1 .
1 4 Rhetorica, I.1 .1 1 , 1 3 55a4 -8; com párese I.1 .3 : «αἱ γὰρ πίστεις ἔντεχνόν εἰσι μόνον,
τὰ δ᾽ ἄλλα προσθῆκαι» = «pues solo las pruebas persuasiv as son propias del arte,
siendo el resto accesorio» (1 3 4 5a1 3 -1 4 ). A este fundam ental aspecto dedica su
capítulo prim ero, «Aristotle and History , Once More», C. GINZBURG, History,
Rhetoric, and Proof, p. 3 8-53 .
1 5 Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 4 .
1 6 Así suplen, siguiendo el contexto (cf.Rhetorica, I.2 5.1 , 1 4 02 a3 3 ), A. TOVAR,
Retórica, p. 1 6 3 y Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 3 1 ; m ientras que J. H. FREESE, The
“ Art” of Rhetoric, p. 3 3 7 , traduce «the material of enthymemes is derived from four
sources».
1 7 En contexto lógico, εἰκός se traduce m ejor por ‘probable’ (así Freese y Racionero)
que por ‘v erosím il’ (en esta línea se sitúa Tov ar, que lo v ierte por verosimilitud),
frente a ἀναγκαῖον ‘necesario’ (com párense las notas 1 9 y 2 0), pero por m antener la
concinidad y el v ínculo conceptual entre la form ulación poética y la retórica, he
preferido v erterlo siem pre m ediante el segundo térm ino, puesto que no traiciona el
significado últim o de estos pasajes y adem ás preserv a el sentido etim ológico, toda
v ez que εἰκός es un cognado de εἰκών ‘im agen; sem ejanza; arquetipo’ (vid.
P. CHANTRAINE, Dictionnaire étymologique…, p. 3 55a-b).
1 8 Cito por ARISTÓTELES, Analytica priora et posteriora, ed. W. D. ROSS, Oxonii: e
Ty pographeo Clarendoniano (Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis),
1 9 6 4 . Sobre el razonam iento paradigm ático, cf. Giorgio AGAMBEN, Signatura
rerum: Sobre el método (1 .ª ed. it. 2 008), trad. F. Costa y M. Ruv ituso, Barcelona:
Anagram a, 2 01 0, pp. 1 1 -4 2 ; para la analogía sigue siendo fundam ental, Geoffrey
E. R. LLOYD, Polaridad y analogía: Dos tipos de argumentación en los albores del
pensamiento griego (1 .ª ed. ing. 1 9 6 6 ), Madrid: Taurus, 1 9 87 .
1 9 Propiam ente, τεκμήριον, com o deriv ado de τέκμαρ ‘m arca; signo’, es la señal
necesaria, el síntom a o indicio incontestable, es decir, la prueba del efecto en v irtud
de la cual puede inferirse la causa con certeza. J. H. FREESE, The “ Art” of Rhetoric,
p. 3 3 7 , lo traduce por necessary signs; A. TOVAR, Retórica, p. 1 6 3 , por argumento
concluyente y Q. RACIONERO, Retórica, p. 3 3 1 , por prueba concluyente, pero creo
que la v ersión elegida se acom oda m ejor al doble v alor, etim ológico y lógico, del
térm ino griego.
2 0 Al igual que τεκμήριον, σημεῖον significa de suy o ‘m arca, señal; signo’, pero en
la term inología lógica tiene el v alor de señal contingente, es decir, la prueba que
perm ite colegir la causa de form a solo probable y no necesaria, frente al τεκμήριον.
Freese y Racionero lo v ierten por signo, pero creo que refleja m ejor su alcance el
térm ino indicio, adoptado y a por Tov ar.
2 1 Esto inv alida la presunción de que «la eficacia de los textos históricos m ediev ales
no reside en la racionalidad de su contenido sino en la coherencia de su relato»
(Jaum e AURELL, «El nuev o m ediev alism o y la interpretación de los textos
históricos», Hispania, 66 (2 2 4 ), 2 006 , p. 809 -83 2
(DOI:1 0.3 9 89 /hispania.2 006 .v 6 6 .i2 2 4 ), p. 82 2 ), y a que justam ente la segunda
nace de la prim era, m ientras que lo irracional o, m ás propiam iente, lo m ítico sería
exigirle al texto, en lugar de coherencia, una trabazón sim bólica. El problem a no es
aquí de lógica historiográfica, sino de ontología histórica, com o v erem os luego.
22 Com o señala C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof, p. 4 7 : «from
Thucydides’ time until today historians have tacitly filled the gaps in their evidence with
what is (or what they regard as) natural, self-evident and therefore certain». La
diferencia entre la antigua y la nuev a historiografía radica, por un lado, en el
diferente m odo de presentación de las correspondientes deducciones (según acabo de
señalar): com o parte de los acontecim ientos o com o conjeturas m ás o m enos
probables respecto de la concatenación de los m ism os y , por otro, en las m ay ores
cautelas m etodológicas en relación con los datos disponibles y su fuerza probatoria
en la argum entación historiográfica.
2 3 Entiéndase ‘una determ inada capacidad psíquica o aním ica’ (una potentia
animae o potencia del alma, dicho al m odo escolástico, donde potentia responde al
griego δύ ναμις).
2 4 ARISTÓTELES, Rhetorica, I.1 .1 1 , 1 3 55a1 4 -1 9 . Se distinguen aquí, sin oponerse
polarm ente, el razonam iento en base a lo probable o, con m ás precisión, lo que se
considera plausible (ἐνδόξως συ λλογίζεσθαι) y en base a lo v erdadero e irrefutable
(ἀληθῶς συ λλογίζεσθαι).
2 5 Cito por Crónica del obispo don Pelayo, ed. Benito SÁNCHEZ ALONSO, Madrid:
Centro de Estudios Históricos, 1 9 2 4 , p. 86 . Los m aridos de sus hijas Sancha y Elv ira
http://e-spania.revues.org/24054 23/32
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fueron, respectiv am ente, el conde Rodrigo González de Lara y el rey Roger II de
Sicilia.
2 6 Cito por Chronica Hispana saeculi XI I , Pars I I : Chronica Naierensis, ed. Juan A.
ESTÉVEZ SOLA, Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio
Mediaeualis, 7 1 A), 1 9 9 5, p. 1 7 9 .
2 7 Cito por Lucae Tudensis Opera Omnia, I : Chronicon mundi, ed. Em m a FALQUE,
Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio Mediaev alis, 7 4 ), 2 003 ,
p. 3 03 y 3 09 (subray o en am bas citas).
2 8 Com o y a supuso Bernard F. REILLY, The Kingdom of León-Castilla under King
Alfonso VI , 1065-1109, Princeton: Princeton Univ ersity Press, 1 9 88, p. 2 9 6 .
2 9 Al igual que otros m uchos de los epígrafes isidorianos, este ha desaparecido. Me
baso en Prudencio de SANDOVAL, Historia de los Reyes de Castilla y de León, don
Fernando el Magno, primero de este nombre, infante de Navarra; Don Sancho, que
murió sobre Zamora; Don Alonso, sexto de este nombre (1 .ª ed. 1 6 1 5), Madrid: Benito
Cano, 1 7 9 7 , p. 3 1 4 , y en José María QUADRADO, España, sus monumentos y arte -
su naturaleza e historia: Asturias y León, [ed. rev .], Barcelona: Cortezo, 1 885, p. 4 9 4 .
La crítica de este epitafio la realizó y a Enrique FLÓREZ, Memorias de las Reynas
Cathólicas: Historia genealógica de la Casa Real de Castilla y León, 2 v ol., Madrid:
Antonio Marín, 1 7 6 1 , 1 , p. 1 7 6 .
3 0 Véanse, en conjunto, Ana SUÁREZ GONZÁLEZ, «¿Del pergam ino a la piedra?
¿de la piedra al pergam ino? (entre diplom as, obituarios y epitafios m ediev ales)»,
Anuario de Estudios Medievales, 3 3 (1 ), 2 003 , p. 3 6 5-4 1 5; Rocío SÁNCHEZ
AMEIJEIRAS, «The Ev entful Life of the Roy al Tom bs of San Isidoro in León», in:
Therese MARTIN y Julie A. HARRIS (eds.), Church, State, Vellum, and Stone: Essays
on Medieval Spain in Honor of John Williams, Leiden: Brill, 2 005, p. 4 7 9 -52 0. Para la
casi segura dependencia de los epígrafes respecto del Obituario y no a la inv ersa,
v éase adem ás Alberto MONTANER FRUTOS, «El proy ecto historiográfico del
Archetypum Naiarense», e-Spania, 7 , juin 2 009 , § 2 7 -2 9 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.1 807 5).
3 1 Esto sin contar con que Luis VI no se casó en prim eras nupcias, con Luciana de
Rochefort, hasta 1 1 04 . Vid. B. F. REILLY, The Kingdom, p. 2 9 6 -2 9 7 , y Andrés
GAMBRA, Alfonso VI : Cancillería, curia e imperio, 2 v ol., León: Centro de Estudios e
Inv estigación «San Isidoro», 1 9 9 7 -1 9 9 8, 1 , p. 4 7 2 -4 7 4 .
3 2 Quizá borgoñón, com o argum enta B. F. REILLY, The Kingdom, p. 2 9 6 -2 9 7 . No
entro aquí en la polém ica sobre la identificación de esta Isabel con doña María la
Zaida, la princesa andalusí bautizada con el m ism o nom bre y concubina del
m onarca. A m i juicio, las declaraciones explícitas de las fuentes coetáneas, que
diferencian claram ente a am bos personajes, superan en peso a las débiles pruebas
circunstanciales que se alegan en fav or de su única identidad.
3 3 Vid. Alan RYDER, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia: 1396-
1458 (1 .ª ed. ingl. 1 9 9 0), trad. C. X. SUBIELA, Valencia: Instituciò Alfons el
Magnànim , 1 9 9 2 , p. 3 83 , y Juan Manuel CACHO BLECUA, «Alfonso V», in: Ricardo
CENTELLAS (coord.), Los reyes de Aragón, Zaragoza: Caja de Ahorros de la
Inm aculada (Col. Mariano de Pano, 7 ), 1 9 9 3 , p. 1 4 9 -1 56 (en especial, p. 1 52 ).
3 4 Las citas del texto latino se tom an de la edición bilingüe de los De dictis et factis
Alphonsi Regis Aragonum et Neapolis libri quatuor y su traducción catalana por Jordi
CENTELLES, Dels fets e dits del gran rey Alfonso, a cargo de Eulàlia DURAN (texto
catalán) y Mariàngela VILALLONGA (texto latino), Barcelona: Barcino; Fundació
Jaum e I (Els Nostres Clàssics: serie A, 1 2 9 ), 1 9 9 0, m ientras que las de la traducción
castellana de Juan de MOLINA se hacen por el Libro de los dichos y echos elegantes y
graciosos del rey Don Alonso de Aragón: Añadido y mejorado en esta postrera
impressión, Zaragoza: Agustín Millán, a costa de Miguel de Zapilla, 1 552 ; ed.
facsím ile con introd. de Alberto MONTANER FRUTOS, Zaragoza: Cortes de Aragón,
1 997 .
3 5 Com enzando por la propia lengua en que se enunció en cada caso el dictum
alfonsino: ¿el dialecto italiano de la corte napolitana?, ¿el castellano aragonesizado
que era la lengua fam iliar de la dinastía desde que la entronización de Fernando de
Antequera desplazase al catalán com o lengua m aterna del Casal d’Aragò?, ¿el
catalán que seguía siendo la lengua de buena parte de sus súbditos?, ¿el latín de los
círculos hum anísticos bajo su patronazgo?
3 6 Cf. A. RYDER, Alfonso el Magnánimo, p. 3 7 8 y 1 4 4 -1 4 5.
3 7 Los térm inos latinos corresponden a los ladillos con los que el Panorm ita señala
el aspecto esencial de cada una de las anécdotas que recoge; v éanse m ás detalles al
respecto en A. MONTANER, «La palabra en la ocasión», § 1 2 -1 8.
http://e-spania.revues.org/24054 24/32
22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
3 8 Cito por la edición crítica de Em m a FALQUE, in:Chronica Hispana sæculi XI I :
Pars I , Turnhout: Brepols (Corpus Christianorum : Continuatio Mediaev alis, 81 ),
1 9 9 0, p. 1 -9 8.
3 9 Cf. Andrés GAMBRA, «Alfonso VI y el Cid: Reconsideración de un enigm a
histórico», in:César HERNÁNDEZ ALONSO (coord.), Actas del Congreso
I nternacional El Cid, Poema e Historia (12-16 de julio, 1999), Burgos: Ay untam iento
de Burgos, 2 000, p. 1 89 -2 04 (especialm ente, p. 1 9 8); para su procedencia
docum ental, v éase Alberto MONTANER FRUTOS, «La Historia Roderici y el archiv o
cidiano: Cuestiones filológicas, diplom áticas, jurídicas e historiográficas», e-Legal
History Review, 1 2 , junio 2 01 1 .
4 0 Francisco BAUTISTA, «Mem oria y m odelo: Una lectura de la Historia Roderici»,
Journal of Medieval I berian Studies, 2 (1 ), 2 01 0, p. 1 -3 0 (la cita en p. 1 6 , n. 6 2 ).
4 1 Lo m ism o sucede con las efigies de los rey es astur-leoneses en el Libro de las
estampas, códice 2 5 del archiv o catedralicio de León (elaborado a principios del
siglo XIII), en el que los m onarcas se representan sosteniendo sendas cartas de
confirm ación de las donaciones regias a la catedral, con la inscripción estándar Ego
N. Rex confirmo, y un enorm e sello pendiente; cf. (en general, pues no se detienen en
este aspecto) R. SÁNCHEZ AMEIJEIRAS, «The Ev entful Life of the Roy al Tom bs of
San Isidoro in León», p. 505 y 51 8-51 9 ; Gregoria CAVERO DOMÍNGUEZ, Etelv ina
FERNÁNDEZ GONZÁLEZ y Fernando GALVÁN FREILE, «Im ágenes reales, im ágenes
de justicia en la catedral de León», e-Spania, 3 , juin 2 007 , § 6 0 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.2 04 ).
4 2 C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof, p. 2 3 .
4 3 Recuérdense, aunque no son plenam ente probatorios a este respecto, los v ersos
2 3 3 -2 3 5, «I pse Rodericus, Meo Cidi sepe vocatus, / de quo cantatur quod ab hostibus
haud superatur, / qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros», de la Prefatio
de Almaria, ed. Juan GIL, in:Chronica Hispana saeculi XI I : Pars I , p. 2 4 9 -2 6 7 .
4 4 Véase, en conjunto, Alberto MONTANER y Ángel ESCOBAR (eds.), Carmen
Campidoctoris o Poema Latino del Campeador, Madrid Sociedad Estatal España
Nuev o Milenio, 2 001 , p. 7 1 -1 2 0; para análisis particulares, añádanse ahora Hélène
THIEULIN-PARDO, «El influjo de la Historia Roderici sobre el Libro de las generaciones
y linajes de los reyes (olim Liber regum)», e-Spania, 1 5, juin 2 01 3 (DOI: 1 0.4 000/e-
spania.2 2 3 7 6 ), y Salv atore LUONGO, «El discutido influjo de la Historia Roderici en
el Cantar de mio Cid», e-Spania, 1 5, juin 2 01 3 (DOI: 1 0.4 000/e-spania.2 2 2 9 7 ).
4 5 Para un análisis m ás detallado, v éase A. MONTANER, «Épica, historia,
historificación».
4 6 Ram ón MENÉNDEZ PIDAL (ed.), Primera Crónica General de España, 2 v ols.,
Madrid: Gredos, 1 9 55, 1 , p. L.
4 7 «OROSIO VII, 1 6 : Prim. Crón., p. 1 55 b 4 6 . ¿Contribuy ó a la adaptación taurina
el “…origis cornu hasta transm iserit” de LAMPRIDIO, Commodus, 1 3 ?» (R. MENÉNDEZ
PIDAL, op.cit., n. 51 ; la cita correcta de Lam pridio, 1 3 .3 , es «orygis cornu basto
transmiserit», y no se v e cóm o un oryx o gacela órice pudo inspirar la aparición de
un toro).
4 8 A. MONTANER FRUTOS, «La construcción biográfica de la Historia Roderici: La
tensión arqueológica», Edad Media: Revista de Historia, 1 3 , 2 01 2 , p. 2 6 9 -2 9 8, y el
y a citado «Épica, historia, historificación». En estos trabajos ofrezco lo que considero
notorios contrajem plos contra la concepción «presentista» de la historicidad
m ediev al, según la cual, aunque aquella posee un sentido tem poral basado en «a
chronologic-genetic and an exemplary concept of the past», m anifiesta «the lack of a
sense of an epochal peculiarity» y ofrece solo una «representation of the past that was
relevant for the present» (Gerd ALTHOFF, Johannes FRIED y Patrick J. GEARY
(eds.), Medieval Concepts of the Past: Ritual, Memory, Historiography, Washington:
Germ an Historical Institute; Cam bridge: Cam bridge Univ ersity Press, 2 002 , p. 1 3 ;
una exposición m ás detallada, pero tam bién m ás m atizada, de esta postura puede
v erse en el cap. VII, por Hans-Werner GOETZ, «The Concept of Tim e in the
Historiography of the Elev enth Century », ibidem, p. 1 3 9 -1 6 6 ). Sin duda, en la
historiografía m ediev al y protom oderna (por ceñirnos al período estudiado) se daba
una m arcada tendencia, pero no una restricción, a contem plar el pasado desde el
presente. En cuanto a la representación de aquel, no tenía por qué ser ni ejem plar ni
relev ante, sino com prensible o asum ible (esto es, auténtica), lo que no excluy e
aquellas posibilidades, pero las m odula y acota.
4 9 Cf. Murray G. MURPHEY, Truth and History, New York: SUNY Press, 2 009 .Un
v alioso antecedente en esta línea ofrece C. GINZBURG, History, Rhetoric, and Proof.
50 Baste con rem itir a Diego CATALÁN, La «Estoria de España» de Alfonso X:
http://e-spania.revues.org/24054 25/32
22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
Creación y evolución, Madrid: Univ ersidad Autónom a; Fundación Ram ón Menéndez
Pidal, 1 9 9 2 , y El Cid en la historia y sus inventores, Madrid: Fundación Ram ón
Menéndez Pidal, 2 002 .
51 R. MENÉNDEZ PIDAL (ed.), Primera Crónica General, 1 , p. L.
52 I bidem, 2 , p. CLXIX-CLXX (por citar solo un ejem plo). Véase tam bién (aunque en
referencia solo a elem entos estilísticos) R. MENÉNDEZ PIDAL, Reliquias de la poesía
épica española, Madrid: Espasa-Calpe, 1 9 51 ; reim p. con pról. de Diego CATALÁN,
Madrid: Gredos, 1 9 80, p. LV. En esta últim a línea incide tam bién, con m ás detalle,
Nancy Joe DYER, El «Mio Cid» del taller alfonsí: Versión en prosa en la «Primera
Crónica General» y en la «Crónica de veinte reyes», Newark: Juan de la Cuesta, 1 9 9 5,
p. 4 2 -4 3 .
53 R. MENÉNDEZ PIDAL, Reliquias, p. LV-LVII.
54 Cito por Cantar de mio Cid, ed. A. MONTANER, Madrid: Real Academ ia
Española; Barcelona: Galaxia Gutenberg (Biblioteca Clásica, 1 ), 2 01 1 , p. 3 8.
55 Cito por Mariano de la CAMPA, La Estoria de España de Alfonso X: Estudio y
edición de la Versión Crítica desde Fruela I I hasta la muerte de Fernando I I , Málaga:
Univ ersidad (Analecta Malacitana, anejo LXXV), 2 009 , p. 4 7 1 .
56 Cito la Versión sanchina de la Estoria de España por Primera Crónica General, 1 ,
p. 52 6 a-b.
57 R. MENÉNDEZ PIDAL (ed.),Cantar de Mio Cid: Texto, gramática y vocabulario
(1 .ª ed. 1 9 08-1 9 1 1 ), ed. rev ., 3 v ols.,Madrid: Espasa-Calpe, 1 9 4 4 -1 9 4 6 , 3 , p. 1 04 7 ,
y Primera Crónica General, 1 , p. CLXXV.
58 Lo apuntó y a Peter E. RUSSELL, Temas de «La Celestina» y otros estudios: del
«Cid» al «Quijote», trad. Alejandro Pérez, Barcelona: Ariel, 1 9 7 8, p. 6 8, y lo
com enté m ás detalladam ente en A. MONTANER FRUTOS, «La tom a de Alcocer en
su tratam iento literario: un episodio del Cantar del Cid», en El Cid en el Valle del
Jalón: Actas del Simposio I nternacional Ateca-Calatayud, 7–10 octubre de 1989,
Zaragoza: Centro de Estudios Bilbilitanos, Institución «Fernando el Católico», 1 9 9 1 ,
p. 1 2 9 -1 6 0, p. 1 4 1 . De hecho, el m ism o R. MENÉNDEZ PIDAL, Cantar de Mio Cid, 3 ,
p. 1 04 7 , se percató de esta contradicción, pero la atribuy ó a una incoherencia de la
supuesta refundición.
59 Cantar de mio Cid, v . 580 y 584 -586 .
6 0 Versión crítica de la Estoria de España, p. 4 7 1 . La lección rentas ~ prendas parece
una m era actualización del m ás antiguo parias (aunque no es una v oz ajena a la
Estoria de España), pero el sentido últim o no cam bia. La prim era v ariante es elegida
con razón por M. de la CAMPA; y a que ofrece un sentido m ás cercano al de parias y
adem ás explica la lección div ergente rehenes de la otra ram a de la tradición,
representada aisladam ente por Ss.
6 1 Versión sanchina de la Estoria de España = Primera Crónica General, 1 , p. 52 6 b.
6 2 P. E. RUSSELL, Temas de «La Celestina», p. 51 y 6 7 . Su propuesta sobre el origen
del arreglo cronístico ha sido aceptada, hasta donde m e consta, por toda la crítica
posterior; vid. A. MONTANER, «La tom a de Alcocer…», p. 1 4 1 ; N. J. DYER, El «Mio
Cid» del taller alfonsí, p. 9 2 ; D. CATALÁN, El Cid en la historia, p. 2 1 5-2 1 6 ; José Luis
MONTIEL DOMÍNGUEZ, «Las parias de Alcocer (Cantar de Mio Cid, 57 0–6 1 0)»,
Bulletin of Spanish Studies, 9 1 , 2 01 4 , p. 1 -9 . Este últim o autor concluy e, de form a
innov adora, que «no existe incom patibilidad entre el cobro de las parias por parte
del Cid y la tom a de Alcocer, puesto que la estratagem a es tan hábil desde un punto
de v ista táctico com o exculpatoria desde un ángulo jurídico y m oral» (p. 9 ), lo cual
es cierto, dado que, al atraer a los alcocereños m ediante la táctica del torna-fuy e,
estos se conv ierten en agresores: «La estratagem a del Cid no incum ple el sistem a de
parias, pues la conquista de Alcocer se produce com o legítim a defensa ante el ataque
de sus habitantes, que persiguen al Cid ofuscados por la codicia» (p. 3 ). En
consecuencia, a su juicio, «la contradicción señalada es solo aparente. Hay una
excusa perfecta para incum plir el pacto de no agresión al que obligaba teóricam ente
el acuerdo de parias» (loc. cit.). Sin em bargo, si el hecho de que el Cid actúe «en una
m aniobra de legítim a defensa» (p. 9 ) justifica la efectiv a tom a de Alcocer, sigue sin
explicar por qué el Cam peador, habiendo cobrado parias de esa localidad, espera
durante quince sem anas a que esta se le entregue, que es lo que intenta salv ar la
prosificación alfonsí.
6 3 TITO LIVIO, Ab urbe condita, I, pr., 5-6 ; cito por Titi Livi ab urbe condita libri I -X,
ed. Wilhelm Weissenborn, rev . por Mauritius Müller, Leipzig: Teubner (Bibliotheca
Scriptorum Graecorum et Rom anorum Teubneriana), 1 89 8 (reim p. 1 9 3 7 ).
6 4 Esto no excluy e, desde luego, la existencia de m anipulaciones específicam ente
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interesadas, una obv ia posibilidad que en absoluto pretendo negar, sino restringir a
los textos a los que realm ente corresponda.
6 5 Q. RACIONERO, Retórica, p. 2 6 3 , n. 2 1 9 .
6 6 Esto es lo que, a m i entender, explica en buena parte la confluencia de épica e
historiografía com o v ehículos de la m em oria colectiv a, con el consiguiente trasv ase
m asiv o de m ateriales de la prim era a la segunda, sin cuestionarse, salv o en pasajes
m uy concretos, su historicidad; vid. A. MONTANER, «Épica, historia,
historificación».
6 7 Patrick J. GEARY, «Obliv ion Between Orality and Textuality in the Tenth
Century », in: G. ALTHOFF, J. FRIED y P. J. GEARY (eds.), Medieval Concepts of the
Past, p. 1 1 1 -1 2 2
6 8 Constituy e una excepción a este difundido planteam iento el que se desarrolla en
la introducción de Elizabeth M. TYLER y Ross BALZARETTI (eds.) a Narrative and
History in the Early Medieval West, ed., Turnhout: Brepols (Studies in the Early
Middle Ages, 1 6 ), 2 006 , p. 1 -9 , pese a que se basa en la plena aceptación de los
postulados de White (com o se v erá en la nota siguiente). Su singular razonam iento
(para el que no se ofrece una sola prueba em pírica) es el siguiente: en los textos de la
Alta Edad Media relacionados con la m em oria (crónicas, diplom as, epígrafes) se da
el inev itable proceso de narrativ ización (p. 1 -3 ), pero, habida cuenta de que no
existía el térm ino literatura (p. 5-6 ), tam poco se reconocía «the concept we denote as
‘fiction’», lo cual no puede considerarse un indicio de falta de sofisticación o de
credulidad, antes bien «our distinction between ‘fact’ and ‘fiction’ could be said to
rev eal the narrowness of m odern notions of factual discourse, which this collection
seeks to by pass» (p. 6 ). El corolario es una inv itación a abandonar el (m alsano)
hábito de los historiadores de intentar distinguir lo v erdadero de lo falso (p. 6 -7 ).
Sobre la supuesta inexistencia de la categoría sociocultural de literatura en este
período (al m argen de la term inología con que se la designase), v éase la nota 9 1 ;
para el corolario y el pirronism o histórico al que aboca, v éase la nota 1 1 1 . En cuanto
a la inexistencia del concepto de ficción, baste aquí y a hora con rem itir a los
div ersos ejem plos coetáneos en que los tribunales distinguen los testim onios
auténticos de los falsos, tanto en el plano escrito com o en el oral, aducidos por P. J.
GEARY, «Obliv ion…». Por últim o (siem pre que se deje al m argen el im plícito, pero
inoperante juicio de v alor), resulta adm isible que, en efecto, se dé actualm ente una
m ay or narrowness en relación con lo que es adm isible en un factual discourse, pero
esto, com o estam os v iendo, no im plica en los textos m ediev ales una m ay or
tolerancia de la ficción per se, sino una distinta apreciación del v alor de v erdad de
un entim em a.
6 9 A esta corriente se adscribe, por ejem plo, el citado v olum en colectiv o de
E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), según se declara sin am bages en la
introducción (p. 1 -3 ), aunque allí m ism o se reconoce que v arias de las
contribuciones recogidas «step away from the philosophical position, characteristic
of post-structuralism , that only discourses about past are knowable to us and that
the past itself rem ains fundam entally unknowable», lo cual perm ite «to gain
perspectiv e on the texts […] and thus to gain insight into the past, rather than
being subsum ed by the perspectiv es offered by the texts» (p. 3 ). Desde esta postura
(distinta de la defendida por las propias editoras, com o se ha v isto en la nota
precedente), explorar las estrategias narrativ as de la historiografía resulta una
tarea perfectam ente legítim a y , de hecho, es a lo que se consagran las presentes
líneas.
7 0 Sobre el cual, v éanse Alan SOKAL y Jean BRICMONT, I mposturas intelectuales
[1 .ª ed. fr. 1 9 9 7 ], trad. J. C. GUIX VILAPLANA, Barcelona; Buenos Aires: Paidós,
2 008, p. 6 5-6 8 y 1 00; Anna ESTANY, La fascinación por el saber: I ntroducción a la
teoría del conocimiento, Barcelona: Crítica, 2 001 , p. 59 -6 0) y , con nuev as
propuestas, P. BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge, p. 52 -57 y 82 -87 .
7 1 Para una argum entación m ás detallada sobre este punto, vid. A. MONTANER,
«El criterio frente al dogm a», p 1 52 -1 54 .
7 2 J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 81 3 . Conste aquí que cito en v arias
ocasiones este trabajo por ofrecer una buena síntesis de conjunto y no por m i
discrepancia con la postura básica del propio autor, que m e parece adecuadam ente
equilibrada. Particularm ente suscribo, adem ás del rechazo del relativ ism o
gnoseológico, la apreciación de que «El texto histórico adquiere una entidad en sí
m ism o, al ser analizada la historiografía m ediev al desde una perspectiv a m ucho
m ás am plia: com o artefacto literario, com o narración histórica y com o
interm ediario entre el presente desde el que es articulado y el pasado al que hacer
referencia» (p. 81 9 ), aunque, com o se v erá, la prim era categoría se establezca,
desde m i perspectiv a, sobre un planteam iento diferente al adoptado por los
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seguidores de White.
7 3 Para una refutación de «the undeterm ination of theory by ev idence», v éase
Paul BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge: Against Relativism and Constructivism, ed.
rev ., Oxford: Oxford Univ ersity Press, 2 006 , p. 1 1 8-1 2 8; sobre este aspecto, cf.
tam bién Ian HACKING, The Social Construction of What?, Cam bdrige MA: Harv ard
Univ ersity Press, 1 9 9 9 , p. 7 3 -7 4
7 4 Dav id CARR, Time, Narrative, and History: Studies in Phenomenology and
Existencial Philosophy, Bloom ington: Indiana Univ ersity Press, 1 9 86 , p. 1 6 .
7 5 «El ideal de la Física en esta descripción y predicción de fenóm enos naturales es
poderlo hacer de form a cuantitativ a –dando cantidades que indiquen el v alor de las
m agnitudes de interés–, por lo que su lenguaje tiene que ser el de las m atem áticas»
(Dom ingo GONZÁLEZ ÁLVAREZ, La Física de lo complejo: Las maravillas de los
sistemas dinámicos, Zaragoza: Institución «Fernando el Católico», 2 005, p. 9 ). Se
trata del program a iniciado por Galileo en I l Saggiatore, y que alcanza su apeogeo en
la actualidad. Com o ha señalado Connes (ganador de la Medalla Fields, considerada
el Nobel m atem ático, en 1 9 82 ): «Mathematics is the backbone of modern science and
a remarkably efficient source of new concepts and tools to understand the “ reality” in
which we participate. I t plays a basic role in the great new theories of physics of the
XXth century such as general relativity, and quantum mechanics. […] This is so for
instance for the natural numbers where the number 3 stands for that quality which is
common to all sets with three elements. That means sets which become empty exactly
after we remove one of its elements, then remove another and then remove another. I n
that way it becomes independent of the symbol 3 which is just a useful device to encode
the number. Whereas the letters we use to encode numbers are dependent of the
sociological and historical accidents that are behind the evolution of any language, the
mathematical concept of number and even the specificity of a particular number such
as 17 are totally independent of these accidents» (Alain CONNES, A View of
Mathematics, [2 004 ], p. 1 -2 ).
7 6 Norbert ELIAS, Teoría del símbolo: Un ensayo de antropología cultural, ed. e
introd. Richard KILMINSTER, trad. José Manuel ÁLVAREZ FLOREZ, Barcelona:
Península, 1 9 9 4 , pág. 1 9 3 .
7 7 H. WHITE, El texto histórico como artefacto literario, p. 1 9 1 .
7 8 Cf. Hay den WHITE, Metahistory: The Historical I magination in Nineteenth-Century
Europe, Baltim ore: The Johns Hopkins Univ ersity Press, 1 9 7 3 , donde considera
m etahistórico, justam ente, el emplotment, es decir, la elaboración narrativ a o, m ás
propiam ente, argum ental, del registro fáctico, m ediante «the four kinds of
“ realism” »: la nov ela (romance), la tragedia, la com edia y la sátira (v éase
particularm ente la parte II, p. 1 3 3 -2 6 4 ).
7 9 Galen STRAWSON, «A Fallacy of Our Age: Not Ev ery Life is a Narrativ e», Times
Literary Supplement, 1 5 de octubre de 2 004 (consultado el 5 de nov iem bre de 2 01 4 ).
80 Obv iam ente se da una m ediación cognitiv a entre el hecho y su im agen m ental,
pero esta no im plica una correspondencia arbitraria o inaprehensible, al igual que
sucede con los colores en el plano perceptiv o: «Colors are not objective; there is in the
grass or the sky no greenness or blueness independent of retinas, color cones, neural
circuitry, and brains. Nor are colors purely subjective; they are neither a figment of our
imaginations nor spontaneous creations of our brains […] Rather, color is a function of
the world and our biology interacting» (George LAKOFF y Mark JOHNSON,
Philosophy in the Flesh: The Embodied Mind and its Challenge to Western Thought,
New York: Basic Books, 1 9 9 9 , p. 2 4 -2 5). Ahora bien, respecto del grado de
isom orfism o entre lo percibible y lo percibido, la aprehensión de los hechos
seguram ente guarda m ás relación con la de las form as que con la de los colores.
81 De ahí la usual identificación del factor literario del texto historiográfico con su
form a y del histórico con su contenido (cf. Gabrielle M. SPIEGEL, Romancing the
Past: The Rise of Vernacular Prose Historiography in Thirteenth Century France,
Berkeley ; Los Angeles: Univ ersity of California Press, 1 9 9 3 , p. 8-9 ; J. AURELL, «El
nuev o m ediev alism o», p. 82 0-82 2 y 82 4 ), olv idando que tan literario es el segundo
com o el prim ero y tan histgoriográfica aquella com o este. De hecho, y en esto tiene
toda la razón H. WHITE, The Content of the Form, la form a es parte del contenido.
Mejor dicho, no hay m ás contenido que el que transm ite la form a o, form ulado en
térm inos m ás estrictos, el plano del contenido es coextenso con el plano de la
expresión. Ahora bien, esto no es una prerrogativ a de la literatura, sino un
fenóm eno consustancial a todo enunciado lingüístico en el que la falta de inm ediatez
del contexto im pide determ inadas elipsis referenciales. Tam poco im plica esto, com o
quiere White, la prim acía de la form a sobre el contenido, sino sim plem ente su
intrínseca solidaridad, según expresó y a Saussure al explicar la constitución del

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signo lingüístico.
82 Rom an JAKOBSON, «Linguistics and poetics» (1 9 6 0), in:Selected writings, I I I :
Poetry of Grammar and Grammar of Poetry, The Hague; New York: Mouton, 1 9 81 ,
p. 1 8-51 .
83 Cf. Costanzo DI GIROLAMO, Teoría crítica de la literatura [1 .ª ed. it. 1 9 7 7 , ed. ing.
rev . 1 9 81 ], Barcelona: Crítica, 1 9 82 (especialm ente p. 9 1 -9 2 ).
84 Francisco RICO, Primera cuarentena y Tratado general de la literatura, Barcelona:
El Festín de Esopo, 1 9 82 , p. 1 4 5.
85 Descarto de entrada la solución nom inalista de que literatura es lo que así se
denom ina en cada m om ento, pues la atom ización de la literatura a que este
planteam iento aboca entra en contradicción con el hecho m ism o que le sirv e de
base, a saber, que cada época hay a considerado literario a cierto conjunto de textos
y no a otros. En efecto, la presencia histórica de lo literario, independientem ente de
que una obra en particular hay a llegado a form ar parte de esta categoría, hace que
subsista la cuestión, si bien referida al concepto genérico al que dichas obras se
adscriben. Dicho en otros térm inos, es la propia posibilidad de aislar un grupo de
textos bajo una denom inación colectiv a la que llev a a pensar que existe algo que los
relaciona. Puesto que estos no son, com o queda dicho sus rasgos intrínsecos, han de
serlo otros extrínsecos. Habida cuenta de que el m odo de producción textual es
com ún para la literatura y cualquier otro escrito, ese algo ha de corresponder a la
función sociocultural de aquella.
86 Lo cual enlaza con la noción de «efectos de presencia» (presence effects)
propuesta por Hans Ulrich GUMBRECHT, Production of Presence: What Meaning
cannot Convey, Stanford: Stanford Univ ersity Press, 2 004 . Desde esta perspectiv a,
los textos literarios, m ediante su captación estética (en el sentido prístino de
αἴσθησις com o ‘percepción sensible’), no se orientan a una «producción de
significado», sino a una «producción de presencia», tal que «Therefore, ‘production
of presence’ points to all kinds of ev ents and processes in which the im pact that
‘present’ objects hav e in hum an bodies is being initiated or intensified» (p. xiii).
87 Vid. A. MONTANER, «En defensa del sentido literal», p. 2 00-2 07 .
88 Lo que deja explícito otro célebre pasaje de la Poetica: «διὸ καὶ φιλοσοφώτερον καὶ
σπου δαιότερον ποίησις ἱστορίας ἐστίν· ἡ μὲν γὰρ ποίησις μᾶλλον τὰ καθόλου , ἡ δ᾽
ἱστορία τὰ καθ᾽ ἕκαστον λέγει» = «Y así la poesía es m ás filosófica y elev ada que la
historia; pues la poesía refiere [las cosas] m ás bien conform e a lo univ ersal y la
historia, conform e a lo particular» (1 4 51 b5-7 ).
89 «Todo com ienza con la epojé del pacto de ficción, con la “v oluntaria suspensión
del descreim iento”. Luego v iene un proceso de creciente intensidad por el que el
m undo representado nos interesa, nos identificam os con los personajes –si el texto es
narrativ o (nov elístico o teatral)– o con el enunciador lírico y sus afecciones
internas, al m ism o tiem po que dejam os de percibir el discurso com o factor
desencadenante de la ilusión, aun experim entándola tal y com o lo hacem os gracias
a él» (D. VILLANUEVA, Teorías del realismo literario, p. 1 59 ; la frase entrecom illada
procede de Sam uel Coleridge).
9 0 Asunto del que m e he ocupado con m ás detalle en A. MONTANER, «Épica,
historia, historificación». A este respecto, no m e parece necesitar de refutación
alguna el aserto de E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), Narrative and History in
the Early Medieval West, p. 5-6 : «It is not until the eighteenth and the nineteenth
centuries that ‘literature’ and ‘literary ’ com e to be used for a set of texts whose
hallm arks include conform ity to agreed upon criteria for aesthetic excellence, a
fictional dim ension, intentional com plexity or am biguity of m eaning, and a place
within a canon which form s part of an educational curriculum which distinguishes
between high and popular culture», dado que sem ejante caracterización de la
literatura ni siquiera es v álida para el período ahí propuesto. Respecto de la
operativ idad desde la Antigüedad y durante la Edad Media de la categoría básica
que sustenta la función social literatura, que es la lectura estética, m e lim ito a
rem itir a A. MONTANER y Fernando MONTANER, «Letters on “Manuscript
Culture in Mediev al Spain”», La Corónica, 2 7 (1 ), Fall 1 9 9 8, p. 1 6 2 -1 82 , donde
podrá am pliarse la bibliografía al respecto.
9 1 Concetta Carestia GREENFIELD, Humanist and Scholastic Poetics, 1250-1500,
London: Associated Univ ersity Press, 1 9 81 , p. 2 7 8-2 7 9 ; Cesc ESTEVE, «Epicus pater
historiacum. La poesia èpica en la teoría de la història del Renaixem ent», in: Lara
VILÀ (ed.), Estudios sobre la tradición épica occidental: Edad Media y Renacimiento,
Madrid: Ed. Caronte; Bellaterra: Sem inario de Poética del Renacim iento,
Univ ersitat Autònom a de Barcelona, 2 01 1 , p. 1 09 -1 2 1 (vid. p. 1 1 2 -1 1 3 ). Para la
v igencia y discusión de tales planteam ientos durante la prim era parte de la
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Modernidad, v éase Florian NEUMANN, Geschichtsschreibung als Kunst: Famiano
Strada S. I . (1572-1649) und die ars historica in I talien, Berlin; Boston: Walter de
Gruy ter, 2 01 3 . Para la confluencia en sentido inv erso, desde la historia a la poesía
épica, v éase Cesc ESTEVE, «Una teoría incom pleta: La idea de la poesía épica en las
artes poéticas italianas del siglo XVI», in: María José VEGA y Lara VILÀ (dirs.), La
teoría de la épica en el siglo XVI (España, Francia, I talia y Portugal), Vigo: Academ ia
del Hispanism o, 2 01 0, p. 6 3 -1 02 (especialm ente p. 88-9 1 ), y Lara VILÀ,
«“Com puesto de m ateria que es la v erdad histórica”: Virgilianism o político y
escritura épica», in: Lara VILÀ (ed.), Estudios sobre la tradición épica, p. 1 2 3 -1 3 9
(esp. p. 1 2 9 -1 3 7 ).
9 2 Vid. J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 81 1 .
9 3 Para la refutación de esta difundida equiv alencia, v éanse Darío VILLANUEVA,
Teorías del realismo literario, Madrid: Biblioteca Nuev a (Estudios Críticos de
Literatura, 1 1 ), 2 004 ; J. G. MAESTRO, El concepto de ficción; Alberto MONTANER
FRUTOS, «Justicia poética», El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho,
4 0, nov iem bre 2 01 3 [= m onográfico Literatura medieval y Derecho], p. 4 -1 7 .
9 4 Sobre este aspecto, cf. J. G. MAESTRO, El concepto de ficción, quien señala que
«Las denom inadas ‘ficciones literarias’ [son aquellas] cuy a m aterialidad carece de
existencia operatoria fuera de los lím ites form ales del texto literario que las expresa
y contiene» (p 7 0), por lo cual «Existen m aterialm ente, porque tienen existencia
óntica (M1 ) y lógica (M3 ), es decir, existencia estructural, pero no existen
psicológicam ente en sí m ism os (M2 )» (p. 9 6 ). Las em es con subíndices rem iten a los
tres ám bitos de realidad dialécticam ente articuladas en el Mundo (M) que distingue
el m aterialism o filosófico: el físico o de los objetos dados (M1 ), el fenom enológico o de
las operaciones psíquicas (M2 ) y el form al o de las operaciones lógicas (M3 ).
9 5 ARISTÓTELES, Poetica, 1 4 51 b2 9 -3 2 .
9 6 D. VILLANUEVA, Teorías del realismo literario, p. 1 59 -1 6 0.
97 Es decir, la interpretación textual basada en las conjeturas sobre las
pretensiones u objetiv os del autor, según la crítica form ulada porW. K. WIMSATT y
M. C. BEARDSLAY, «The Intentional Fallacy » (1 .ª ed. 1 9 4 6 ), in: W. K. WIMSATT,
The Verbal I con: Studies in the Meaning of Poetry, Lexington: Univ ersity of Kentucky
Press, 1 9 54 , p. 3 -1 8, seguram ente de un m odo dem asiado radical, pero aceptable si
se aplica a la com prensión de una obra desde la perspectiv a de lo que el autor
hipotéticam ente quiso decir, en lugar de aquello que dejó dicho.
9 8 A este respecto, resulta bastante rev elador que en G. ALTHOFF, J. FRIED y
P. J. GEARY (eds.), Medieval Concepts of the Past, una obra que (según declara su
título) pretende ocuparse de las concepciones m ediev ales del pasado (cosa que, en
rigor, apenas hace), se apele a la idea de construction m ucho m ás que a la de
representation, particularm ente en los capítulos VIII, por Bernd SCHNEIDMÜLLER,
«Constructing the Past by Means of the Present: Historiographical Foundations of
Mediev al Institutions, Dy nasties, Peoples, and Com m unities» (p. 1 6 7 -1 9 2 ), y XIV,
por Felice LIFSHITZ, «The Marty r and the Tom b, and the Matron: Constructing the
(Masculine) “Past” as a Fem ale Power Base» (p. 3 1 1 -3 4 1 ). Hay que subray ar, con
todo, que el sesgo construccionista es especialm ente propio de los editores; así, por
ejem plo, se refieren com o «[a] deep contextualization of constructed family pasts in
literary and artistic representations» (p. 1 4 ) al capítulo XI, por John B. FEED,
«Artistic and Literary Representations of Fam ily Consciousness», ibidem, p. 2 3 3 -
2 52 , pese a que el autor no em plea tal expresión ni adopta dicho enfoque.
9 9 Gustav o BUENO, El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha (1 .ª ed.
2 003 ), Barcelona: Ediciones B, 2 006 , p. 1 6 .
1 00 Entendida, claro, a la m anera Foucault, en v irtud de la cual cada epistem e
constituy e un zócalo positiv o (socle positif) form ado por el entrecruzam iento, en una
sincronía dada, de los asertos que resultan adm isibles en consonancia con las
creencias coetáneam ente adm itidas (savoir) y de los factores (institucionales o de
otra índole) capaces de conform ar un determ inado análisis y , con él, una
representación asum ible de la realidad (pouvoir). No se m e oculta que el concepto de
episteme de Foucault se distancia expresam ente del de cosm ov isión
(Weltanschauung) de Dilthey , es decir, una determ inada form a de v er e interpretar
el m undo, e im plícitam ente del m ás v ago de m entalidad (mentalité), esto es, la
m anera predom inante en un m om ento dado, no solo de pensar, sino de reaccionar
ante el entorno. Sin em bargo, resulta m ás operativ o no desligar los tres conceptos,
pues una epistem e puede considerarse com o el zócalo que posibilita determ inada
cosm ov isión, m ientras que la m entalidad constituy e una especie de halo epistém ico,
pero tam bién v iv encial, en torno a esta.

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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico
1 01 Es decir, la búsqueda de los supuestos ocultos en que se considera basado un
texto (cf. Jonathan CULLER, Breve introducción a la teoría literaria [1 .ª ed. ing.
1 9 9 7 ], trad. Gonzalo GARCÍA, Barcelona: Crítica, 2 000, p. 85-86 ), planteam iento
cuy a crítica hace J. SIMPSON, «Faith and Herm eneutics: Pragm atism v ersus
Pragm atism », Journal of Medieval and Early Modern Studies, 3 3 (2 ), 2 003 , p. 2 1 5-
2 3 9 , cuy o diagnóstico m e parece certero, pero cuy a terapéutica no com parto
totalm ente. Adv iértase, por otro lado, que, según la propuesta original de Paul
RICŒUR, De l’interprétation: Essai sur Freud, Paris: Seuil, 1 9 6 5, p. 4 0-4 4 ), las que él
considera reductoras «herméneutiques du soupçon» (que ejem plifica con los
planteam ientos de Nietzsche, Marx o Freud) excluy en las m otiv aciones
propiam ente dichas, pues en ellas se trata de «faire coïncider [les] méthodes
“ conscientes” ·de déchiffrage avec le trav ail “ inconsciente” du chiffrage» asociado, por
ejem plo, a la ideología o al subconsicente (p. 4 2 ). En palabras de Hans-Georg
GADAMER, «The Herm eneutics of Suspicion», in: G. SHAPIRO y A. SICA (eds.),
Hermeneutics: Questions and Prospects, Am hurst: Univ ersity of Massachusetts
Press, 1 9 84 , pp. 54 -6 5, el objetiv o es «rev ealing the m eaningfulness of statem ents
in a com pletely unexpected sense and against the m eaning of the author» (p. 58).
Respecto de esta actitud (usualm ente ejercida desde una supuesta superioridad
m oral y una igualm ente presunta clariv idencia del analista actual), m e lim itaré a
recordar que, com o y a adv irtió Mannheim en 1 9 2 5, existe una radical diferencia
entre desenm ascarar una tesis y refutarla, es decir, entre exponer sus funciones
extrateoréticas y dem ostrar su falta de v alidez qua theoria, dos operaciones que no se
im plican m utuam ente, aunque puedan estar relacionadas (vid. I. HACKING, The
Social Construction of What?, p. 53 -58 y 9 4 -9 5, y cf. la precitada definición de
ideología por Gustav o Bueno).
1 02 M. AURELL, «Rapport introductif», p. 10.
1 03 Loc. cit. (citando a Jean-Philippe Genet).
1 04 Citada por M. AURELL, «Rapport introductif», p. 32.
1 05 G. M. SPIEGEL, Romancing the Past, p. 1 0.
1 06 J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o», p. 82 4 y 83 0.
1 07 Gracias a la y a señalada capacidad de lo v erosím il de «im pactar contra la
realidad del espacio antropológico», en expresión de J. G. MAESTRO, El concepto de
ficción, p 4 5.
1 08 Cf. el caso de Wace y Benoît de Saint-Maure respecto de Enrique II de
Inglaterra, com entado por M. AURELL, «Rapport introductif», p. 1 5-1 6 , quien se
pregunta, en conclusión, «Problème de propagande politique, de cadence d’écriture ou
de goût littéraire? La multitude de questions sans réponse montre les précautions de
méthode qu’il convient d’adopter pour traiter du patronage. Et pourtant ce cas est
exceptionnellement bien documenté…» (p. 1 6 ).
1 09 Com o sucede en los sirv entés trov adorescos com entados tam bién por M.
AURELL, «Rapport introductif», p. 35-38.
1 1 0 El único m odo de hacer pertinente, bajo tales concepciones, la noción de
propaganda resultaría de una cuestión de grado: sería propagandístico el discurso
que posey ese una capacidad de ejercer poder superior a la m edia, lo que equiv ale a
decir que existen textos no propagandísticos, de acuerdo con lo aquí postulado.
1 1 1 Cf. lo que señala J. AURELL, «El nuev o m ediev alism o»,p. 81 0: «Las crónicas
son analizadas ahora com o una realidad coherente en sí m ism a, tanto histórica
com o literaria, que precisa de unas condiciones específicas para su com prensión y
que, por tanto, no pueden ser analizadas basándose exclusiv am ente en nuestra
rígida m entalidad racional». No puedo estar m ás de acuerdo con la prim era parte
del aserto y m enos con la segunda, que se basa en un arraigado prejuicio del
irracionalism o postm oderno. Ciertam ente, el racionalism o (que no la razón) ha sido
a v eces dem asiado rígido en sus planteam ientos, pero tal actitud no descalifica la
razón per se (por lo dicho en la nota 1 01 ), m ientras que, por otro lado, esta sigue
siendo el único fundam ento de una aproxim ación científica, que es la sum a de
«“rationality ”, “science”, and “logic”, […] call the am algam “rational inquiry ”, for
brev ity », com o señala, criticando precisam ente el relativ ism o postm oderno, Noam
CHOMSKY, «Racionality  / Science», Z Papers, Special Issue, 1 9 9 5; vid. tam bién
P. BOGHOSSIAN, Fear of Knowledge. Otra cosa, claro está, es que se prescinda
deliberadam ente de hacer ciencia histórica (entendida según he explicado arriba),
que es a lo que conduce el aserto (cuy a lógica confieso que se m e escapa) de
E. M. TYLER y R. BALZARETTI (eds.), Narrative and History in the Early Medieval
West, p. 6 : «the bringing together of works on these different kinds of texts foregrounds
the importance of stepping away from the habit, still common among historians, of
trying to determinate which parts of a narrative are ‘true’ and which ‘false’». En casos
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22/11/2014 Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico


así toda discusión carece de sentido, porque se parte de posturas irreductibles. Como
dice Chomsky, ibidem: «I see only one way to proceed: by assuming the legitimacy of
rational inquiry. Suppose that such properties as consistency and responsibility to fact
are old-fashioned misconceptions, to be replaced by something different –something to
be grasped, perhaps, by intuition that I seem to lack. Then I can only confess my
inadequacies, and inform the reader in advance of the irrelevance of what follows. I
recognize that by accepting the legitimacy of rational inquiry and its canons, I am
begging the question; the discussion is over before it starts. That is unfair, no doubt, but
the alternative escapes me».
1 1 2 Ofrece una interesante excepción, pese a atenerse a tales concepciones, el
análisis de G. M. SPIEGEL, Romancing the Past, quien y a en la introducción señala
que «It is im portant to stress the possibly “negativ e” relation of a text to its context»
(p. 1 0).

References
Elec tro nic referenc e
Alberto Montaner Frutos, « Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo
verídico », e-Spania [Online], 19 | octobre 2014, Online since 13 October 2014,
connection on 22 November 2014. URL : http://e-spania.revues.org/24054 ; DOI :
10.4000/e-spania.24054

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Alberto Montaner Frutos
Universidad de Zaragoza / FFI2012–32231 FEHTYCH–2

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