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LA REVISIÓN DEL CONCEPTO DE “BÁRBARO”

EN LOS ESCRITOS DE LAS CASAS

FRANCISCO CASTILLA URBANO


Universidad de Alcalá

RESUmEN
El descubrimiento del Nuevo mundo enfrentó a los pensadores del Renacimiento a una
nueva realidad que ofrecía importantes diferencias respecto a lo que era habitual en el Viejo
mundo. Hubo que habilitar un vocabulario y sistemas conceptuales ya existentes para informar
de escenarios para los que no estaban preparados.
Al escribir sobre los indios, fueron muchos los autores que recurrieron a la teoría aristotéli-
ca, describiéndolos como “bárbaros”, lo que pretendía dar cuenta de sus conductas, pero sobre
todo suponía una limitación de sus derechos. Para romper con las consecuencias de esta identi-
ficación, el dominico Las Casas llevó a cabo una revisión del concepto de “bárbaro” que tenía
como objetivo no tanto rechazar su validez como demostrar que su aplicación a los indígenas
americanos carecía de sentido.

1. EL “BÁRBARO” COmO NúCLEO DE REFLExIÓN LASCASIANO SOBRE EL INDIO

BARTOLOmé de las Casas llevó a cabo una revisión del concepto de “bárbaro”
que buscaba romper con las consecuencias de la identificación entre este y el
indio, claramente denigrante y que, lejos de ser una cuestión nominal, contribu-
ía a facilitar su condición de esclavo. Su oposición a la esclavitud natural o legal
de los indios es muy temprana. Desde su conversión de colono y encomendero
a sacerdote y su posterior ingreso en los dominicos, hasta llegar a obispo de
Chiapas, puede afirmarse que su compromiso cada vez mayor con las víctimas
de la conquista americana tuvo como centro el rechazo a la desposesión de sus
bienes y dominios y su despersonalización como sujetos autónomos.
La guerra y su secuela, la esclavitud, fueron los principales instrumentos
utilizados para lograr estos fines deshumanizadores. Las Casas dedicó su vida a
denunciar y solucionar estos males. Para influir en quienes ejercían el poder
redactó numerosos escritos donde pretendía responder a cuantas informaciones
le parecían infundadas o engañosas, a la vez que solicitaba remedios para las
Romance Notes 59.1 (2019): 7–17
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injusticias que se estaban cometiendo. En no pocas ocasiones hizo uso de una


retórica en la que no faltaban exageraciones, generalizaciones excesivas, visio-
nes unilaterales e incluso falsedades. Pero también aparecían en sus textos ver-
dades indiscutibles que pocos se atrevían a señalar con su contundencia.
Su Historia de las Indias empezó a escribirse en 1527, aunque fue redac-
tada de manera definitiva a partir de 1547 y, sobre todo, desde 1552 hasta
1561 (Pérez de Tudela CVII; Pérez Fernández, 20–21 y 180–184). Sus funda-
mentos ideológicos, por tanto, se corresponden más con los que guían la
Apología, dada a conocer al público en la forma actual “entre mediados de
1552 y comienzos de 1553” (Losada 30), y la Apologética Historia Sumaria
(30 de abril), que con los escritos lascasianos anteriores a la polémica de
Valladolid (1550–1551). En paralelo con los últimos años de redacción de la
Historia, el dominico llevó a cabo una revisión de las primeras discusiones
en torno al concepto de “bárbaro” y la consiguiente legitimidad de la esclavitud
natural. Autores como John mair, Juan López de Palacios Rubios, Bernardo
de mesa, el licenciado Gregorio, el obispo Juan de Quevedo, etc., fueron
objeto de sus comentarios (Castilla, “El esclavo”). Es muy probable que en
algunos de ellos intercalara ideas y valoraciones más propias de períodos pos-
teriores que de las dos primeras décadas del siglo xVI, cuando tuvieron lugar
sus in-tervenciones (Bataillon 1976; García y García 1984, 111 y 1985).
Sin embargo, donde Las Casas llevó a cabo un escrutinio detallado del con-
cepto, fue en el marco de la Junta de Valladolid (Castilla, El pensamiento
198–212), mientras polemizaba con el cronista regio Juan Ginés de Sepúlveda
ante un tribunal elegido por el emperador Carlos. En la Apología leída durante
cinco días ante esta Junta, el dominico expondrá sus primeras conclusiones sis-
temáticas sobre el significado de dicho concepto. Este análisis será sucesiva-
mente ampliado con la redacción definitiva de la Apología (martija), en latín,
que se publicó por primera vez más de cuatro siglos después (ed. Poole; ed.
Losada 1975), y con la de la Apologética Historia Sumaria, que permanecerá
asimismo inédita hasta 1909 (ed. Serrano), y que muestra el desarrollo más
detallado de este asunto. Como señaló Bataillon (420), que “creyera su deber
extraer y traducir para la parte final de la Apologética lo esencial de los cinco
primeros capítulos de la Apología latina de 1550, y lo retomara muchas veces,
puede considerarse como un índice de la importancia dada por Las Casas a su
discusión de la idea de barbarie”.
El empeño lascasiano por mostrar la equivocidad del concepto de “bárba-
ro” en el propio Aristóteles y, por tanto, su insistencia en que varios de sus
sentidos, aplicables a los indios en la misma medida que a otros pueblos, no
implicaban su servidumbre, resultaba fundamental en su estrategia de elimi-
nación de la justificación de la esclavitud en los naturales del Nuevo mundo.
LA REVISIÓN DEL CONCEPTO DE “BÁRBARO” 9

También lo era mostrar que el único sentido en el que el “bárbaro” aparecía


como un ser que debía ser tutelado, no se correspondía con ninguna clase de
indios. El obispo de Chiapas fue refinando cada vez más estas ideas por lo
que, si se quieren apreciar en su integridad y a través del proceso en el que
fueron elaborándose, deben analizarse no en uno solo de sus escritos (marti-
ja) sino en los sucesivos añadidos, matices y distinciones que fue introdu-
ciendo desde el Sumario de Soto a la posterior Apología, hasta culminar en la
Apologética Historia Sumaria.

2. EL CONCEPTO DE “BÁRBARO” EN EL SumARIo DE DOmINGO DE SOTO

Según el Sumario del dominico Domingo de Soto, único documento que


nos ha llegado de lo dicho en la Junta de Valladolid y donde se exponen los
resúmenes de las argumentaciones desarrolladas por Sepúlveda y Las Casas,
la reunión se había convocado con la finalidad de

inquerir y constituir la forma y leyes como nuestra santa fe católica se pueda predicar e promulgar
en aquel nuevo orbe que Dios nos ha descubierto, como más sea a su santo servicio; y examinar
qué forma puede haber como quedasen aquellas gentes sujetas a la majestad del emperador nues-
tro señor, sin lesión de su real conciencia, conforme a la bula de Alexandro. (Sumario 204)

Este propósito institucional no se cumplió, sino que fue sustituido por uno
mucho más concreto: si es lícito hacer la guerra a los indios antes de predicar-
les la fe con la finalidad de transmitirles posteriormente con mayor facilidad el
Evangelio. A favor de la tesis de dar prioridad a la guerra se manifestó Sepúl-
veda, que utilizó para defenderla los cuatro argumentos que ya había expuesto
en el Demócrates segundo (83–84) y en su Apología (197–203), aunque en un
orden diferente:

Fundó, pues, el dicho señor dotor Sepúlveda su sentencia brevemente por cuatro razones. La
primera, por la gravedad de los delitos de aquella gente, señaladamente por la idolatría y otros
pecados que cometen contra natura. La segunda, por la rudeza de sus ingenios, que son de su
natura gente servil y bárbara y, por ende, obligada a servir a los de ingenio más elegantes como
son los españoles. La tercera, por el fin de la fe, porque aquella sujeción es más cómoda y
expediente para su predicación y persuasión. La cuarta, por la injuria que unos entre sí hacen a
otros, matando hombres para sacrificarlos y algunos para comerlos. (Sumario 205)

Puede apreciarse que es en el segundo argumento sobre la barbarie de los


indios donde se centra la discusión sobre su servidumbre. A pesar de su conoci-
miento del Aristóteles original, el siervo por naturaleza del que habla Sepúlveda
no era exactamente el esclavo por naturaleza aristotélico (Fernández; Huxley;
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Castilla, El pensamiento 147–79). Las Casas, sin embargo, insistió en esa in-
terpretación y, en el intento de refutarla, convirtió el concepto aristotélico de
bárbaro en una categoría marginal.
En el Sumario Soto atribuye a Las Casas haber afirmado que “en las escri-
turas profanas y sagradas se hallan tres maneras o linajes de bárbaros” (Suma-
rio 231): los que solo lo son en sentido impropio, esto es, por la “extrañeza” de
sus opiniones o costumbres, pero no por carecer de “policía, ni prudencia para
regirse”; los que “no tienen las lenguas aptas que se puedan explicar por carac-
teres y letras”, es decir, que están faltos de una escritura alfabética. Por último:

La tercera especie de bárbaros son los que, por sus perversas costumbres y rudeza de ingenio y
brutal inclinación, son como silvestres que viven por los campos, sin ciudades, ni casas, sin
policía, sin leyes, sin ritos, ni tratos que son de iure gentium; sino que andan palantes, como se
dice en latín, que quiere decir “robando y haciendo fuerza”.

Las Casas reconoce a los dos primeros tipos de bárbaros la capacidad de


gobernarse, de manera que “nunca entendió el filósofo que sunt natura serui
y que por esto se les pueda hacer guerra”. Por el contrario, identifica a estos
últimos con lo que “dice Aristóteles, que, como es lícito cazar las fieras, así
es lícito hacerles guerra, defendiéndonos dellos que nos hacen daño, procu-
rando les reducir a la policía humana”. Sin embargo, el sevillano no quiso
dejar ningún resquicio en su exposición ante la Junta y el resumen de Soto
deja muy claro que lo que le interesaba era desechar que esta categoría se
aplicase a los indios y pudiera servir de justificación a su esclavitud:

Por esta ocasión el señor obispo contó largamente la historia de los indios, mostrando que aun-
que tengan algunas costumbres de gente no tan política, pero que no son este grado bárbaros,
antes son gente gregatil y civil que tienen pueblos grandes, y casas, y leyes, y artes, y señores, y
gobernación, y castigan no solo los pecados contra natura, mas aun otros naturales con penas
de muerte. Tienen bastante policía para que, por esta razón de barbaridad, no se les pueda hacer
guerra. (Sumario 232)

La barbarie en sentido estricto no era, por tanto, cosa de los indios, como
—según Las Casas— se empeñaba en mantener Sepúlveda, justificando así
la necesidad de darles un gobierno por parte de los españoles que facilitara su
civilización y evangelización. Se hacía así evidente lo que el Obispo manten-
dría en la redacción posterior de la Apología y de la Apologética; a saber, que
no rechazaba la validez del concepto de “bárbaro”, sino que su aplicación a
los indígenas americanos carecía de sentido y, con ello, denunciaba implícita-
mente las consecuencias tan perniciosas que se extraían para su dominio.
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3. EL CONCEPTO DE “BÁRBARO” EN LA ApologíA y LA ApologétIcA

Aunque Las Casas publicó el resumen de Soto (Sevilla, 1552), no debió


quedar enteramente satisfecho con su clasificación de los distintos tipos de
bárbaros, pues, cuando preparó la redacción definitiva de la Apología, la
amplió con la introducción de una cuarta categoría, los infieles (119), que no
aparecía en el Sumario. Asimismo, en un ejercicio de atribución e interpreta-
ción más que discutible, quiso identificar en los escritos del mismo Aristóte-
les y de santo Tomás esas cuatro especies de bárbaros (83, 103, 105 y 125).
La primera de ellas corresponde a los que no carecen de policía ni son aje-
nos al uso de la razón para guiar su conducta, pero pierden todo ello al dejarse
arrastrar por la pasión o la ira. De manera que los bárbaros en este primer senti-
do no lo son de forma propia ni definitiva (simpliciter), sino en sentido lato y
circunstancial (secundum quid). En este grupo tendrían cabida cualquier perso-
na o pueblo por muy civilizados que sean (pulidos, con policía o políticos son
las expresiones que suele usar el Obispo), si con su actitud momentánea, aun-
que sea de larga duración pero no permanente, se parecen más a quienes
ignoran sus instituciones y costumbres que a quienes propiamente las tienen.
Las Casas denuncia, en un pequeño párrafo que solo figura en la Apología, que
es el caso de “nuestros españoles”, que “por las obras cruelísimas que llevaron a
cabo contra aquellos pueblos, han superado a todos los demás bárbaros” (85 y
123). El dominico incluye dentro de esta primera clase de barbarie, tanto en la
Apología (85) como en la Apologética (1576–1577), aunque en esta como suele
ser habitual en estos asuntos con más precisión, una especie de subdivisión para
distinguir los que se alejan de las buenas costumbres o de la ley, como puede
hacerlo un funcionario corrupto respecto de lo que debería ser su obligación, y
los que —llevando al extremo sus opiniones enfrentadas— se implican en sedi-
ciones y rebeliones. La causa de esta barbarie oscilaría, por tanto, entre una anu-
lación temporal de la razón y un uso inadecuado de la misma.
Al igual que esta primera forma de barbarie, la segunda que se analiza en la
Apología y en la Apologética, coincide también con la señalada en el resumen
de Soto. Se trata de los pueblos rudos e incultos que carecen de una lengua
escrita y por ello su barbarie es también relativa. Sin embargo, el dominico aña-
de a continuación otros dos sentidos que no se corresponden con la ausencia de
escritura y que, por tanto, no aparecían en el Sumario de la Junta de Valladolid.
Por una parte, se considera bárbaro en este segundo sentido al que no entiende
el idioma del que le habla, lo que convierte en bárbaro potencial a cualquier
persona o pueblo que se relacione con otro y desconozca su lengua. Así, cuenta
Las Casas, “en los tiempos antiguos, los griegos llamaban bárbaros a los roma-
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nos, y, a su vez, los romanos llamaban bárbaros tanto a los griegos como a los
demás pueblos del mundo” (Apología 87). Si la primera subdivisión implicaba
una jerarquía entre pueblos letrados e iletrados, esta segunda subcategoría equi-
para a unos con otros. Las Casas, por otra parte, al mencionar a dos pueblos
que siempre se utilizan como ejemplo de civilización —los griegos y los ro-
manos—, parece abonar esta interpretación.
Además, al anterior criterio lingüístico mucho más relativista que su ante-
cesor, añade el dominico una tercera subcategoría que no tiene relación con
ninguno de ellos y que justifica a partir de la política de Aristóteles (1285a17).
Se trata de los reinos bárbaros, cuyos monarcas, a pesar de gobernar como tira-
nos, son justos y legítimos, por lo que gozan del aprecio de sus súbditos (Apo-
logía 89; Apologética 1578). De esta manera, el Obispo, que no mencionaba en
este apartado de la Apología a los indios ni a los españoles, se explayaba en la
Apologética para advertir que el desorden observable en “estas nuestras india-
nas naciones” era un producto de la conquista española, que había trastocado la
organización existente entre aquellas gentes. A ello había que añadir que el des-
conocimiento de las diversas lenguas indígenas por parte de los funcionarios y
religiosos que los trataban, algo que era cierto para él mismo, pero no para
muchos frailes que aprendieron sus idiomas, impedía una comunicación fluida,
agravando más el problema. Con todo, lo verdaderamente importante para Las
Casas era que esa ignorancia de las lenguas indígenas no convertía a los espa-
ñoles en “bárbaros desta especie segunda que quiere decir ‘extraño’, sino de la
primera, por ‘ferocísimos, durísimos, aspérrimos y abominables’” (Apologética
1578); esto venía a coincidir con el párrafo citado de la Apología que hacía
referencia a las acciones de violencia descomunal de los españoles.
Los únicos bárbaros que reconocía Las Casas en sentido absoluto eran los
de la tercera clase: “faltos de razón, de costumbres propias de seres humanos
y de todas aquellas cosas que todos los hombres aceptan habitualmente”. A
estos es a los que consideraba que aludía Aristóteles como “siervos por natu-
raleza” (Apología 91; Apologética 1580). El retrato lascasiano de estos bár-
baros recuerda, por vía inversa, el párrafo del dominico Francisco de Vitoria
en De indis (29–30), donde se resaltaba el orden de las sociedades indias:

La tercera clase de bárbaros, tomado este término en su sentido propio y estricto, es la de aque-
llos hombres que, por su carácter impío y pésimo o por la aridez de la región en que viven, son
crueles, feroces, estólidos, incultos, ajenos a la razón; no se gobiernan de acuerdo con las leyes
o el derecho, no cultivan la amistad, no tienen estado ni ciudad organizada políticamente; es
más, carecen de príncipe, leyes e instituciones. Estos no contraen matrimonio conformándose a
ciertos ritos; finalmente no tienen ninguna forma de comercio civilizado: no venden ni com-
pran, no dan ni toman en arriendo, no hacen contratos, depósitos, préstamos, comodatos. Final-
mente, no está en uso entre ellos ninguno de los contratos del derecho de gentes a que se refiere
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el Digesto. Es más, andan desperdigados de un lado para otro, habitando montes y bosques,
contentándose con sus mujeres solo como lo hacen los animales tanto domésticos como salva-
jes. (Apología 89; Apologética 1580)

A pesar de esta descripción introductoria bastante elocuente, lo cierto es que


lo que Las Casas afirma de estos bárbaros en la Apología tiene un aire confuso,
cuando no contradictorio, y más bien parece que está encaminado a señalar ras-
gos que los distancien de los habitantes del Nuevo mundo que a proporcionar
datos concretos sobre sus características. En la Apologética, en cambio, prescin-
dió de muchos de los comentarios que, en una actitud mucho más defensiva,
había incluido en la Apología, logrando una argumentación mucho más centra-
da en el asunto de la barbarie y menos desconcertante. Así, comienza por aludir
a “los habitantes de aquel país que fue llamado Barbaria”, cuya localización
como Escitia, la antigua región situada entre el mar Negro y el Cáucaso donde
se situaban los pueblos considerados más bárbaros por los griegos de la Anti-
güedad, parecía dirigir la mirada a un grupo humano reconocible, aunque aso-
ciado siempre al salvajismo. Por lo demás, poco después de citar este ejemplo,
reconoce, siguiendo la ética nicomáquea (1145a32), que los individuos de estas
características “son raros en cualquier parte del mundo y pocos en número si se
los compara con el resto de la humanidad” (Apología 91). Esta afirmación, que
solo aparece en la Apología, convierte en paradójico que esos bárbaros puedan
constituir una nación, lo que se confirma a continuación al indicar —sin dejar
resquicio alguno— que “sería imposible que en cualquier parte del mundo se
pueda encontrar toda una raza, nación o región o provincia necia o insensata y
que en su mayor parte carezca del conocimiento natural y habilidad suficientes
para regirse y gobernarse a sí misma” (Apología 97).
En realidad, lo que Las Casas intenta mostrar es que los bárbaros de esta
categoría no comparten ninguna característica con los habitantes del Nuevo
mundo, y para ello no tiene reparo en acumular rasgos que son claramente
opuestos a todos los que habitualmente ha venido asignando a los indios, resul-
ten o no coherentes. Así se demuestra cuando, frente a su insistencia en la pre-
disposición de los pueblos de América para recibir el Evangelio (Apología
107), advierte que “los bárbaros de esta clase que hemos encuadrado en esta
tercera categoría son rarísimos, al estar dotados de tales cualidades naturales
que no pueden buscar, conocer, invocar y amar a Dios, y no pueden tener la
capacidad de ser adoctrinados ni de ejercitar las virtudes de fe y caridad” (Apo-
logía 95). Esto no le impide volver al asunto poco más adelante y advertir
“que, aunque estos pueblos fueran bárbaros en el más alto grado, sin embargo
han sido creados a imagen de Dios y no están tan totalmente abandonados de la
providencia divina que no sean capaces de entrar en el reino de Cristo, siendo
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como son hermanos nuestros” (99). Poco parece importarle que esta incapaci-
dad para convertirse los excluya de la salvación e incluso de la humanidad mis-
ma, y que tenga que insistir en su escaso número para no romper la lógica de la
acción divina, que hace impensable una creación imperfecta en un gran núme-
ro de personas: “conviene a la divina providencia y bondad que la naturaleza
siempre y en la mayor parte de los casos produzca las cosas mejores y perfec-
tas y rara vez y excepcionalmente las imperfectas y pésimas” (95).
De esta forma, aunque se confirma —como ha señalado Brian Tierney
(276)— la falta de coherencia de las ideas políticas y sociales de Las Casas, el
dominico está en condiciones de cumplir con la tarea de abogado defensor de
los indios que asumió durante la mayor parte de su vida (Pérez de Tudela
CxxxIx; Hernández, 25–6), y de rechazar que aquellos se encuentren en esta
categoría de barbarie no solo por sus características, abiertamente contrapues-
tas a las de los verdaderos bárbaros, sino también porque lo impide la tenden-
cia general de la naturaleza que guía Dios. Las Casas, en cualquier caso, va
más allá y lo mismo que utiliza a Dios para negar una naturaleza defectiva,
recurre a sus creencias religiosas para concluir que, incluso si los indios fue-
ran esclavos por naturaleza, tampoco se deberían seguir las propuestas de
Aristóteles (política, 1256b25), a saber, que “es lícito el capturar o cazar
como fieras a los bárbaros de esta clase para atraerlos a un recto modo de
vida” (Apología 99). De su oposición a la propuesta del Estagirita pasa fácil-
mente a su airado repudio: “¡Adiós, Aristóteles!” (101). De manera un tanto
contradictoria, pero no extraña a los modos argumentativos del dominico, este
rechazo no le impide regresar sobre sus pasos casi de inmediato e insistir en lo
que considera una distinción aristotélica entre dos clases de bárbaros:

Así, aquellos a quienes se refiere en el primer libro de la política [. . .] son simplemente bárba-
ros en el sentido propio y estricto del término; a saber, los necios y faltos de razón suficiente
para gobernarse, los que viven sin ley, sin rey, etc. Por este motivo, no son por naturaleza aptos
para gobernar.
Ahora bien, Aristóteles admite y prueba que los bárbaros a que se refiere en el tercer libro
de la misma obra tienen legítimo, justo y natural gobierno. A estos, aunque carezcan del arte o
uso de las letras, no les falta prudencia y habilidad para regirse y gobernarse tanto pública
como privadamente. Así, tienen reinos, comunidades y ciudades que rigen prudentemente de
acuerdo con sus leyes y costumbres. De este modo, su gobierno es legítimo y natural, aunque
tenga una cierta semejanza con la tiranía. De todo lo cual necesariamente se infiere que los
reyes de tales bárbaros están dotados de razón y que a sus pueblos y habitantes de sus provin-
cias no les falta justicia y paz. (Apología 105; Apologética 1582)

El Obispo llegó, por tanto, a la misma conclusión respecto a la tercera cate-


goría de bárbaros en la Apología y en la Apologética, pero debía ser consciente
de la farragosa argumentación de la primera, porque en la segunda optó por eli-
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minar todas las menciones sobre la acción divina y la rareza de los bárbaros en
sentido estricto, explicando su singularidad de una manera más empírica y
estrictamente natural, como fruto del determinismo geográfico o de los hábitos
adquiridos:

Estas inclinaciones provienen a éstos o por razón de la región en que viven y aspecto del cielo
que les es desfavorable y destemplada, por lo cual los hombres que en ella nascen y viven salen
bajos de entendimiento y con inclinaciones perversas para los susodichos males, o por la mala
y envejecida y depravada costumbre en algunas tierras, de donde proviene que usando muncho
tiempo malas obras, no yéndoles a la mano, hacen hábito y así van a parar a ser cuasi irraciona-
les y brutales y que no sean ya regibles por ley, o que si alguna tuvieran les sea insufrible. (Apo-
logética 1581)

4. LA NOVEDAD DE LA ApologétIcA

Sea por una razón u otra, los indios, como repite hasta la saciedad Las
Casas, no son bárbaros de la tercera clase, ni poseen los defectos atribuidos a
estos ni, por consiguiente, están incapacitados para regirse a sí mismos y
gobernar sus repúblicas. Pero, a estas reiteradas aclaraciones, el dominico no
dejó de añadir, cuando preparó la Apología para su publicación, una cuarta
categoría de bárbaros: los no cristianos (119), a los que

con sus abyectas y corrompidas costumbres y demás detestables actos practicados por los infie-
les (que tienen especialmente su origen y son consecuencias de las creencias supersticiosas en
materias divinas), se hacen semejantes a los animales, como dice San Pablo y enseña Santo
Tomás, en verdad, todos aquellos que no están iniciados en los misterios cristianos son conside-
rados bárbaros y miserables. (Apología 121; Apologética 1585)

Se ha hablado del teocratismo lascasiano más o menos matizado por pro-


puestas políticas de distinto orden, según el período del que se trate, como
característica de su teoría política (Castañeda Delgado, la teocracia pontifical
508–20). Lo que hace el dominico a propósito de esta cuarta categoría de bar-
barie es confirmarlo e incluso elevarlo a categoría ontológica, pues, siguiendo
a san Agustín, afirma que no hay justicia ni prudencia en aquellos estados que
no conocen a Cristo (Apología 121). No obstante, también aquí debió darse
cuenta el Obispo del peligro de confundir a quienes se resistían a aceptar la
doctrina cristiana, a pesar de tener noticia de la misma, y quienes nunca habían
tenido conocimiento de sus principios, por lo que esa cuarta categoría de bár-
baros no cristianos que introdujo en la Apología (119), la dividió en dos “espe-
cies de infieles” en la Apologética, “la una, de las gentes que viven pacíficas
entre sí e que no nos deben nada, y la otra, de las que persiguen la Iglesia, que
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son hostes públicos del imperio romano, conviene a saber, cristiano” (1591).
Se han analizado las dificultades que se desprenden de dar prioridad a esta dis-
tinción por razón de religión sobre la que tiene como base la racionalidad mis-
ma (Castañeda Salamanca 1-26), pero Las Casas no propone la sustitución de
un criterio por otro ni su solapamiento, sino que —como para el resto de las for-
mas de barbarie que analiza— lo que parece querer decir es que son maneras de
interpretar al bárbaro. Cabe, por tanto, que quien es considerado bárbaro por
razón de su desconocimiento de la (verdadera) religión, sea a la vez plenamen-
te racional, como es posible que seres racionales hagan abstención de ese rasgo
al dejarse llevar por la ira o cualquier otra pasión, y esto aunque se sea o no
cristiano. En realidad, lo que le preocupa a Las Casas en cada una de las cate-
gorías y subcategorías de barbarie que distingue, es que quede perfectamente
claro que los indios no solo no son bárbaros simpliciter, clase que deja reduci-
da a la más absoluta marginalidad, sino que tampoco se les puede considerar
bárbaros secundum quid en mayor medida que a ningún otro pueblo. Como
consecuencia, no se debe aceptar bajo ningún criterio que el indio es un bárba-
ro al que le corresponda la esclavitud natural.
En definitiva, Las Casas que, por lo que cuenta en su Historia de las Indias,
se opuso desde una fecha muy temprana a la equiparación de los indios con los
bárbaros de los que hablaba Aristóteles como esclavos por naturaleza, va a revi-
sar con posterioridad el concepto de “bárbaro” para deducir la existencia de
cuatro tipos diferentes, cuyas características irá depurando cada vez más en su
exposición ante la Junta de Valladolid, en la Apología y, finalmente, en la Apo-
logética Historia Sumaria. De ellos, el primero, el segundo y el cuarto suponen
un uso restringido del término, mientras que el tercer tipo es el único utilizado
con carácter absoluto. Estos son los que el Obispo considera que pueden ser
sometidos a esclavitud, pero su número es reducido y —frente a los que inclu-
yen a los indios dentro de la misma— advierte que no es el caso, y que poseen
la suficiente capacidad como para constituir sus propios gobiernos.

OBRAS CITADAS

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toria Sumaria III, editado por V. Abril Castelló, et al., Alianza, 1992.
Apología de Juan ginés de Sepúlveda contra Fray Bartolomé de las casas y de Fray Bartolomé
de las casas contra Juan ginés de Sepúlveda. Edición de Ángel Losada. Editora Nacional,
1975.
Bataillon, m. “Las Casas face a la pensée d’Aristote sur l’esclavage.” platon et Aristote á la
Renaissance. Actes du xVIe Congrès international de Tours. J. Vrin, 1976, pp. 403–20.
LA REVISIÓN DEL CONCEPTO DE “BÁRBARO” 17

Casas, B. de las. Apologética historia de las Indias. Editado por m. Serrano y Sanz, Bailly Bai-
lliére e hijos, 1909.
––––––. In Defense of the Indians. Translated and edited by Stafford Poole, C. m. Dekalb,
Northerns Illinois UP, 1974.
––––––. obras completas, 10. tratados de 1552. Editado por R. Hernández y L. Galmés, Alianza,
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Castañeda Delgado, P. “El pensamiento de Bartolomé de las Casas.” cuadernos salmantinos de
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Castañeda Salamanca, F. “Entre la animalidad racional del infiel y la imposibilidad del siervo
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