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La Revisión Del Concepto de Bárbaro en Los Escritos de Las Casas
La Revisión Del Concepto de Bárbaro en Los Escritos de Las Casas
RESUmEN
El descubrimiento del Nuevo mundo enfrentó a los pensadores del Renacimiento a una
nueva realidad que ofrecía importantes diferencias respecto a lo que era habitual en el Viejo
mundo. Hubo que habilitar un vocabulario y sistemas conceptuales ya existentes para informar
de escenarios para los que no estaban preparados.
Al escribir sobre los indios, fueron muchos los autores que recurrieron a la teoría aristotéli-
ca, describiéndolos como “bárbaros”, lo que pretendía dar cuenta de sus conductas, pero sobre
todo suponía una limitación de sus derechos. Para romper con las consecuencias de esta identi-
ficación, el dominico Las Casas llevó a cabo una revisión del concepto de “bárbaro” que tenía
como objetivo no tanto rechazar su validez como demostrar que su aplicación a los indígenas
americanos carecía de sentido.
BARTOLOmé de las Casas llevó a cabo una revisión del concepto de “bárbaro”
que buscaba romper con las consecuencias de la identificación entre este y el
indio, claramente denigrante y que, lejos de ser una cuestión nominal, contribu-
ía a facilitar su condición de esclavo. Su oposición a la esclavitud natural o legal
de los indios es muy temprana. Desde su conversión de colono y encomendero
a sacerdote y su posterior ingreso en los dominicos, hasta llegar a obispo de
Chiapas, puede afirmarse que su compromiso cada vez mayor con las víctimas
de la conquista americana tuvo como centro el rechazo a la desposesión de sus
bienes y dominios y su despersonalización como sujetos autónomos.
La guerra y su secuela, la esclavitud, fueron los principales instrumentos
utilizados para lograr estos fines deshumanizadores. Las Casas dedicó su vida a
denunciar y solucionar estos males. Para influir en quienes ejercían el poder
redactó numerosos escritos donde pretendía responder a cuantas informaciones
le parecían infundadas o engañosas, a la vez que solicitaba remedios para las
Romance Notes 59.1 (2019): 7–17
8 ROmANCE NOTES
inquerir y constituir la forma y leyes como nuestra santa fe católica se pueda predicar e promulgar
en aquel nuevo orbe que Dios nos ha descubierto, como más sea a su santo servicio; y examinar
qué forma puede haber como quedasen aquellas gentes sujetas a la majestad del emperador nues-
tro señor, sin lesión de su real conciencia, conforme a la bula de Alexandro. (Sumario 204)
Este propósito institucional no se cumplió, sino que fue sustituido por uno
mucho más concreto: si es lícito hacer la guerra a los indios antes de predicar-
les la fe con la finalidad de transmitirles posteriormente con mayor facilidad el
Evangelio. A favor de la tesis de dar prioridad a la guerra se manifestó Sepúl-
veda, que utilizó para defenderla los cuatro argumentos que ya había expuesto
en el Demócrates segundo (83–84) y en su Apología (197–203), aunque en un
orden diferente:
Fundó, pues, el dicho señor dotor Sepúlveda su sentencia brevemente por cuatro razones. La
primera, por la gravedad de los delitos de aquella gente, señaladamente por la idolatría y otros
pecados que cometen contra natura. La segunda, por la rudeza de sus ingenios, que son de su
natura gente servil y bárbara y, por ende, obligada a servir a los de ingenio más elegantes como
son los españoles. La tercera, por el fin de la fe, porque aquella sujeción es más cómoda y
expediente para su predicación y persuasión. La cuarta, por la injuria que unos entre sí hacen a
otros, matando hombres para sacrificarlos y algunos para comerlos. (Sumario 205)
Castilla, El pensamiento 147–79). Las Casas, sin embargo, insistió en esa in-
terpretación y, en el intento de refutarla, convirtió el concepto aristotélico de
bárbaro en una categoría marginal.
En el Sumario Soto atribuye a Las Casas haber afirmado que “en las escri-
turas profanas y sagradas se hallan tres maneras o linajes de bárbaros” (Suma-
rio 231): los que solo lo son en sentido impropio, esto es, por la “extrañeza” de
sus opiniones o costumbres, pero no por carecer de “policía, ni prudencia para
regirse”; los que “no tienen las lenguas aptas que se puedan explicar por carac-
teres y letras”, es decir, que están faltos de una escritura alfabética. Por último:
La tercera especie de bárbaros son los que, por sus perversas costumbres y rudeza de ingenio y
brutal inclinación, son como silvestres que viven por los campos, sin ciudades, ni casas, sin
policía, sin leyes, sin ritos, ni tratos que son de iure gentium; sino que andan palantes, como se
dice en latín, que quiere decir “robando y haciendo fuerza”.
Por esta ocasión el señor obispo contó largamente la historia de los indios, mostrando que aun-
que tengan algunas costumbres de gente no tan política, pero que no son este grado bárbaros,
antes son gente gregatil y civil que tienen pueblos grandes, y casas, y leyes, y artes, y señores, y
gobernación, y castigan no solo los pecados contra natura, mas aun otros naturales con penas
de muerte. Tienen bastante policía para que, por esta razón de barbaridad, no se les pueda hacer
guerra. (Sumario 232)
La barbarie en sentido estricto no era, por tanto, cosa de los indios, como
—según Las Casas— se empeñaba en mantener Sepúlveda, justificando así
la necesidad de darles un gobierno por parte de los españoles que facilitara su
civilización y evangelización. Se hacía así evidente lo que el Obispo manten-
dría en la redacción posterior de la Apología y de la Apologética; a saber, que
no rechazaba la validez del concepto de “bárbaro”, sino que su aplicación a
los indígenas americanos carecía de sentido y, con ello, denunciaba implícita-
mente las consecuencias tan perniciosas que se extraían para su dominio.
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nos, y, a su vez, los romanos llamaban bárbaros tanto a los griegos como a los
demás pueblos del mundo” (Apología 87). Si la primera subdivisión implicaba
una jerarquía entre pueblos letrados e iletrados, esta segunda subcategoría equi-
para a unos con otros. Las Casas, por otra parte, al mencionar a dos pueblos
que siempre se utilizan como ejemplo de civilización —los griegos y los ro-
manos—, parece abonar esta interpretación.
Además, al anterior criterio lingüístico mucho más relativista que su ante-
cesor, añade el dominico una tercera subcategoría que no tiene relación con
ninguno de ellos y que justifica a partir de la política de Aristóteles (1285a17).
Se trata de los reinos bárbaros, cuyos monarcas, a pesar de gobernar como tira-
nos, son justos y legítimos, por lo que gozan del aprecio de sus súbditos (Apo-
logía 89; Apologética 1578). De esta manera, el Obispo, que no mencionaba en
este apartado de la Apología a los indios ni a los españoles, se explayaba en la
Apologética para advertir que el desorden observable en “estas nuestras india-
nas naciones” era un producto de la conquista española, que había trastocado la
organización existente entre aquellas gentes. A ello había que añadir que el des-
conocimiento de las diversas lenguas indígenas por parte de los funcionarios y
religiosos que los trataban, algo que era cierto para él mismo, pero no para
muchos frailes que aprendieron sus idiomas, impedía una comunicación fluida,
agravando más el problema. Con todo, lo verdaderamente importante para Las
Casas era que esa ignorancia de las lenguas indígenas no convertía a los espa-
ñoles en “bárbaros desta especie segunda que quiere decir ‘extraño’, sino de la
primera, por ‘ferocísimos, durísimos, aspérrimos y abominables’” (Apologética
1578); esto venía a coincidir con el párrafo citado de la Apología que hacía
referencia a las acciones de violencia descomunal de los españoles.
Los únicos bárbaros que reconocía Las Casas en sentido absoluto eran los
de la tercera clase: “faltos de razón, de costumbres propias de seres humanos
y de todas aquellas cosas que todos los hombres aceptan habitualmente”. A
estos es a los que consideraba que aludía Aristóteles como “siervos por natu-
raleza” (Apología 91; Apologética 1580). El retrato lascasiano de estos bár-
baros recuerda, por vía inversa, el párrafo del dominico Francisco de Vitoria
en De indis (29–30), donde se resaltaba el orden de las sociedades indias:
La tercera clase de bárbaros, tomado este término en su sentido propio y estricto, es la de aque-
llos hombres que, por su carácter impío y pésimo o por la aridez de la región en que viven, son
crueles, feroces, estólidos, incultos, ajenos a la razón; no se gobiernan de acuerdo con las leyes
o el derecho, no cultivan la amistad, no tienen estado ni ciudad organizada políticamente; es
más, carecen de príncipe, leyes e instituciones. Estos no contraen matrimonio conformándose a
ciertos ritos; finalmente no tienen ninguna forma de comercio civilizado: no venden ni com-
pran, no dan ni toman en arriendo, no hacen contratos, depósitos, préstamos, comodatos. Final-
mente, no está en uso entre ellos ninguno de los contratos del derecho de gentes a que se refiere
LA REVISIÓN DEL CONCEPTO DE “BÁRBARO” 13
el Digesto. Es más, andan desperdigados de un lado para otro, habitando montes y bosques,
contentándose con sus mujeres solo como lo hacen los animales tanto domésticos como salva-
jes. (Apología 89; Apologética 1580)
como son hermanos nuestros” (99). Poco parece importarle que esta incapaci-
dad para convertirse los excluya de la salvación e incluso de la humanidad mis-
ma, y que tenga que insistir en su escaso número para no romper la lógica de la
acción divina, que hace impensable una creación imperfecta en un gran núme-
ro de personas: “conviene a la divina providencia y bondad que la naturaleza
siempre y en la mayor parte de los casos produzca las cosas mejores y perfec-
tas y rara vez y excepcionalmente las imperfectas y pésimas” (95).
De esta forma, aunque se confirma —como ha señalado Brian Tierney
(276)— la falta de coherencia de las ideas políticas y sociales de Las Casas, el
dominico está en condiciones de cumplir con la tarea de abogado defensor de
los indios que asumió durante la mayor parte de su vida (Pérez de Tudela
CxxxIx; Hernández, 25–6), y de rechazar que aquellos se encuentren en esta
categoría de barbarie no solo por sus características, abiertamente contrapues-
tas a las de los verdaderos bárbaros, sino también porque lo impide la tenden-
cia general de la naturaleza que guía Dios. Las Casas, en cualquier caso, va
más allá y lo mismo que utiliza a Dios para negar una naturaleza defectiva,
recurre a sus creencias religiosas para concluir que, incluso si los indios fue-
ran esclavos por naturaleza, tampoco se deberían seguir las propuestas de
Aristóteles (política, 1256b25), a saber, que “es lícito el capturar o cazar
como fieras a los bárbaros de esta clase para atraerlos a un recto modo de
vida” (Apología 99). De su oposición a la propuesta del Estagirita pasa fácil-
mente a su airado repudio: “¡Adiós, Aristóteles!” (101). De manera un tanto
contradictoria, pero no extraña a los modos argumentativos del dominico, este
rechazo no le impide regresar sobre sus pasos casi de inmediato e insistir en lo
que considera una distinción aristotélica entre dos clases de bárbaros:
Así, aquellos a quienes se refiere en el primer libro de la política [. . .] son simplemente bárba-
ros en el sentido propio y estricto del término; a saber, los necios y faltos de razón suficiente
para gobernarse, los que viven sin ley, sin rey, etc. Por este motivo, no son por naturaleza aptos
para gobernar.
Ahora bien, Aristóteles admite y prueba que los bárbaros a que se refiere en el tercer libro
de la misma obra tienen legítimo, justo y natural gobierno. A estos, aunque carezcan del arte o
uso de las letras, no les falta prudencia y habilidad para regirse y gobernarse tanto pública
como privadamente. Así, tienen reinos, comunidades y ciudades que rigen prudentemente de
acuerdo con sus leyes y costumbres. De este modo, su gobierno es legítimo y natural, aunque
tenga una cierta semejanza con la tiranía. De todo lo cual necesariamente se infiere que los
reyes de tales bárbaros están dotados de razón y que a sus pueblos y habitantes de sus provin-
cias no les falta justicia y paz. (Apología 105; Apologética 1582)
minar todas las menciones sobre la acción divina y la rareza de los bárbaros en
sentido estricto, explicando su singularidad de una manera más empírica y
estrictamente natural, como fruto del determinismo geográfico o de los hábitos
adquiridos:
Estas inclinaciones provienen a éstos o por razón de la región en que viven y aspecto del cielo
que les es desfavorable y destemplada, por lo cual los hombres que en ella nascen y viven salen
bajos de entendimiento y con inclinaciones perversas para los susodichos males, o por la mala
y envejecida y depravada costumbre en algunas tierras, de donde proviene que usando muncho
tiempo malas obras, no yéndoles a la mano, hacen hábito y así van a parar a ser cuasi irraciona-
les y brutales y que no sean ya regibles por ley, o que si alguna tuvieran les sea insufrible. (Apo-
logética 1581)
4. LA NOVEDAD DE LA ApologétIcA
Sea por una razón u otra, los indios, como repite hasta la saciedad Las
Casas, no son bárbaros de la tercera clase, ni poseen los defectos atribuidos a
estos ni, por consiguiente, están incapacitados para regirse a sí mismos y
gobernar sus repúblicas. Pero, a estas reiteradas aclaraciones, el dominico no
dejó de añadir, cuando preparó la Apología para su publicación, una cuarta
categoría de bárbaros: los no cristianos (119), a los que
con sus abyectas y corrompidas costumbres y demás detestables actos practicados por los infie-
les (que tienen especialmente su origen y son consecuencias de las creencias supersticiosas en
materias divinas), se hacen semejantes a los animales, como dice San Pablo y enseña Santo
Tomás, en verdad, todos aquellos que no están iniciados en los misterios cristianos son conside-
rados bárbaros y miserables. (Apología 121; Apologética 1585)
son hostes públicos del imperio romano, conviene a saber, cristiano” (1591).
Se han analizado las dificultades que se desprenden de dar prioridad a esta dis-
tinción por razón de religión sobre la que tiene como base la racionalidad mis-
ma (Castañeda Salamanca 1-26), pero Las Casas no propone la sustitución de
un criterio por otro ni su solapamiento, sino que —como para el resto de las for-
mas de barbarie que analiza— lo que parece querer decir es que son maneras de
interpretar al bárbaro. Cabe, por tanto, que quien es considerado bárbaro por
razón de su desconocimiento de la (verdadera) religión, sea a la vez plenamen-
te racional, como es posible que seres racionales hagan abstención de ese rasgo
al dejarse llevar por la ira o cualquier otra pasión, y esto aunque se sea o no
cristiano. En realidad, lo que le preocupa a Las Casas en cada una de las cate-
gorías y subcategorías de barbarie que distingue, es que quede perfectamente
claro que los indios no solo no son bárbaros simpliciter, clase que deja reduci-
da a la más absoluta marginalidad, sino que tampoco se les puede considerar
bárbaros secundum quid en mayor medida que a ningún otro pueblo. Como
consecuencia, no se debe aceptar bajo ningún criterio que el indio es un bárba-
ro al que le corresponda la esclavitud natural.
En definitiva, Las Casas que, por lo que cuenta en su Historia de las Indias,
se opuso desde una fecha muy temprana a la equiparación de los indios con los
bárbaros de los que hablaba Aristóteles como esclavos por naturaleza, va a revi-
sar con posterioridad el concepto de “bárbaro” para deducir la existencia de
cuatro tipos diferentes, cuyas características irá depurando cada vez más en su
exposición ante la Junta de Valladolid, en la Apología y, finalmente, en la Apo-
logética Historia Sumaria. De ellos, el primero, el segundo y el cuarto suponen
un uso restringido del término, mientras que el tercer tipo es el único utilizado
con carácter absoluto. Estos son los que el Obispo considera que pueden ser
sometidos a esclavitud, pero su número es reducido y —frente a los que inclu-
yen a los indios dentro de la misma— advierte que no es el caso, y que poseen
la suficiente capacidad como para constituir sus propios gobiernos.
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