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Judith Gerbaldo es responsable de Formación e Investigación de FARCO, docente – investigadora de la
Universidad Nacional de Córdoba – Escuela de Ciencias de la Información - y junto a Daniel Fossaroli,
fue directora del Proyecto ―Todas las Voces, Todos‖.
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Perelló; 2001.
otros‖3. A la vez, es un terreno privilegiado para la construcción de sentidos del orden
social (...), un terreno a partir del cual diferentes actores propondrán sus propios
sentidos de ese orden. En otras palabras, la comunicación produce significaciones y abre
posibilidades de creación de significaciones nuevas. En este sentido se desprende la
consideración del terreno del discurso social, de la cultura y la comunicación, como
terreno de modelación social, y por ende, terreno de disputas y negociaciones, conflictos
y acuerdos del orden del sentido. Consecuentemente, la comunicación adquiere una
intrínseca dimensión política al constituirse como espacio de puesta en común de
significaciones sociales, así como espacio de cuestionamiento del propio orden social.
Política y participación
Para acercarnos al concepto de participación político – ciudadana haremos una breve
referencia a los cambios producidos en América Latina, desde una visión de los
procesos sociales y políticos producidos en las últimas décadas. Manuel Garretón
(2002), reflexiona acerca de los paradigmas de actores y acciones colectivas. Plantea la
existencia de una doble matriz presente en toda sociedad: la primera es la matriz
sociopolítica constituyente, la cual se refiere a ―las relaciones mediadas por el régimen
político entre Estado, representación y base socioeconómica y cultural‖. La segunda es
la matriz configurativa de actores sociales en la que cada uno de ellos ocupa una
posición en diferentes dimensiones o niveles -individuales, sociales, institucionales e
históricos-, así como en esferas o ámbitos -economía u organización social, política y
cultura-.
Garretón identifica en América Latina una matriz sociopolítica ―clásica, político-
céntrica o nacional popular‖ que prevaleció desde los años ‘30 hasta la década del ‘70,
aproximadamente. Ésta, estaba constituida por la confluencia de diferentes procesos:
desarrollo, modernización, integración social y autonomía nacional. Su principal
característica era la fusión entre sus componentes, es decir, el Estado, los partidos
políticos y los actores sociales. Todo ello significaba -con variaciones propias a cada
país- una débil autonomía de cada componente y la mezcla entre dos o tres de ellos, con
la consiguiente supresión o subordinación de los demás. De todos modos, Garretón
afirma que la forma privilegiada de acción colectiva era la política y la parte más débil
de la matriz era el vínculo institucional entre sus componentes. A partir de los ‘70,
asegura que la matriz clásica, nacional y popular se fue desarticulando a causa de la
naturaleza represiva de los regímenes autoritarios y por el intento de desmantelamiento
general del Estado desarrollista. De esta manera se modificó la relación Estado-
sociedad, así como las acciones colectivas y los vínculos de los actores sociales con la
política, volviéndose estos últimos más autónomos, simbólicos, y en mayor medida
orientados hacia la identidad y la autorreferencia, en detrimento a lo instrumental o
reivindicativo.
La dictadura militar de 1976 en Argentina, destruyó las bases de la democracia
precedente. El gobierno de facto estableció un régimen inconstitucional donde la
ciudadanía fue privada de sus derechos, eliminando el concepto de un estado
desarrollista e incorporando el de uno represivo. El proceso del retorno de la democracia
comenzó con un período de transición donde el régimen democrático de Alfonsín,
aunque incipiente y débil, inició la recuperación de los derechos vedados durante la
dictadura.
Esta nueva noción y figura del ciudadano debe ser complementaria a la expansión de los
espacios colectivos de deliberación, en los que se vea ampliada la capacidad de decisión
política en torno a lo público como manifestación del ejercicio ciudadano. Así, es
imperativo para toda la población el asumirse como ciudadanos con capacidad de
ejercer derechos y deberes, de participar activamente en todos aquellos espacios en que
se toman disposiciones que afectan su vida cotidiana. Lo público es por excelencia un
territorio de combates por la hegemonía, ―vale decir, por esa instancia en la que el
objeto de dominio en disputa no es otro que la subjetividad de los agentes sociales, los
anhelos, los temores, los horizontes desde los que cargará de sentido su relación con los
objetos del mundo‖. (Caletti, 2000). Las radios comunitarias, escolares, indígenas y de
frontera se presentan como espacios en los que transcurre la vida, las luchas, las
problemáticas sociales, la cultura popular y los saberes que traen consigo los integrantes
de la comunidad.
El término participar, en principio significa tomar parte, compartir algo con alguien, lo
cual supone una naturaleza social y compartida en la cual deben conjugarse las
voluntades de los interesados, en el marco de un contexto social, económico y político.
Participar implica ser parte activa de una determinada acción pública, esto es, intervenir
y contribuir a la toma de decisiones sobre hechos de interés común. En este sentido,
según Camacho Azurduy la participación social ―es un proceso que busca la
incorporación de la sociedad civil organizada a la vida jurídica, política y económica del
país; para cumplir objetivos y atender intereses comunitarios‖. Lo que se contrapone a
la idea formal de participación ciudadana, que estuvo tradicionalmente asociada al
sufragio y otras instancias legales e institucionales, referidas generalmente al
compromiso a nivel estatal e institucional, o en partidos políticos. Debido a diferentes
procesos de crisis del modelo tradicional –tal como ya fuera mencionado-, comienza a
generarse un nuevo concepto de ciudadanía y, por lo tanto, nuevas manifestaciones de la
participación política y por ende del ejercicio ciudadano.
La ausencia de un estado que respondiera a las necesidades y demandas de la población
generó una dinámica y un nuevo rol de las organizaciones sociales, que comenzaron a
desarrollar distintas acciones para enfrentar los problemas cotidianos. Así, si se
establece la acepción de participación ciudadana como pleno ejercicio del derecho a la
comunicación, en su doble dimensión de acceso y expresión, se reconoce y fortalece la
interlocución, deliberación, participación y protagonismo de la ciudadanía,
empoderándola con miras a la democratización social. (Contreras, Piérola; 1998) .
Desde este punto de vista, el desarrollo de la ciudadanía consiste en incidir desde la vida
cotidiana en la toma de decisiones que afectan la pertenencia a una comunidad; es decir,
la capacidad de que los sujetos sean protagonistas en la construcción pública, junto a
otros, a partir del reconocimiento de la individualidad que marca la diferencia. Jesús
Martín-Barbero (1987) plantea que en la trama cultural y comunicativa de la política,
―ni la productividad social de la política es separable de las batallas que se libran en el
terreno simbólico, ni el carácter participativo de la democracia es hoy real por fuera de
la escena pública que construye la comunicación masiva‖. Es decir, la búsqueda de
nuevos espacios de democratización va ligada al diseño y la práctica de políticas
ciudadanas de comunicación.
De esta manera, ciudadanía y democracia se relacionan con la comunicación debido a
que los medios se constituyen como espacios para el debate y la visualización de
diferentes realidades, y también para la participación de distintos actores. Podríamos
afirmar, siguiendo a Rosa María Alfaro Moreno (1993), que los medios se erigen como
nuevas plazas para la democracia, espacios donde la gente acude para participar,
denunciar, confrontar, debatir.
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Nos referimos a comunidad determinada, haciendo referencia a espacios territoriales. Y lo hacemos
desde una concepción amplia de territorio, atendiendo a la diversidad de experiencias y de medios, al
calor del impacto de las nuevas tecnologías en sus lógicas de producción y emisión.
culturales. Entramado que en el caso de nuestro país, en tiempos de restitución del
Estado, han cobrado vigor y potencialidad.
Como telón de fondo subyace la decisión política del gobierno de elevar el proyecto de
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual al Congreso de la Nación, que fuera
sancionada en Octubre de 2009 con el N° 26.522. Los debates por la nueva Ley de
Medios y la puesta en vigencia de la nueva normativa, lograron incidir en nuestro país
hasta poner en cuestión como nunca antes, el rol de los medios de comunicación y de
los periodistas. El accionar de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, la
campaña por los 21 puntos, y las múltiples acciones desarrolladas, cuya magnitud y
profundidad exceden el presente trabajo, no pueden dejar de mencionarse como un dato
significativo. Su impacto ha sido determinante para instalar el debate en la escena
pública nacional, resignificando el denominado espacio público, y en parte, como
resultado de la acción política colectiva protagonizada, entre otros, por radios
comunitarias/ ciudadanas/ escolares y movimientos sociales. Situación que instala una
agenda de la comunicación y medios ligada a la integración latinoamericana, en íntima
articulación con el desarrollo de la mirada crítica de la ciudadanía toda.
Bibliografía
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