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LA IGLESIA ANGLICANA ORTODOXA
COMUNIÓN MUNDIDAL

¿POR QUÉ FUERON QUEMADOS NUESTROS


REFORMADORES?
Por el Obispo J. C. Ryle

Obispo Presidente Jerry L. Ogles


Traducción del Rev. José Antonio Rios
Anglican Orthodox Church
Statesville, North Carolina
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¿Por qué fueron quemados nuestros reformadores?
J. C. RYLE1

Hay ciertos hechos en la historia que el mundo intenta olvidar o ignorar. Estos
hechos se interponen en el camino de algunos obstaculizando las teorías favoritas
del mundo de tal suerte que les resultan muy inconvenientes. La consecuencia es
que el mundo cierra sus ojos frente a ellos. Son considerados como intrusos
vulgares, o pasan como un taladrado fastidioso. Poco a poco se van perdiendo de la
vista de los estudiantes de historia, como barcos en un horizonte lejano. De tales
hechos el tema de este artículo es un vívido ejemplo: “La quema de nuestros
reformadores ingleses; y la razón por la que fueron quemados”.

En algunos sectores está de moda negar que existe certeza acerca de la verdad
religiosa o cualquier opinión por la que valga la pena ser quemado. Sin embargo,
hace 300 años, había hombres que estaban seguros de haber descubierto la verdad
y estaban dispuestos a morir por sus opiniones. Está de moda en otros sectores
dejar de lado todas las cosas desagradables de la historia y pintar todo en un tono
rosado. ¡Una historia muy popular de nuestras reinas inglesas apenas menciona a
los mártires de los días de la Reina María! Sin embargo, María no fue llamada “María
la Sanguinaria” sin razón, y montones de protestantes fueron quemados en su reino.
Por último, pero no menos importante, es considerado de muy mal gusto en ciertos
sectores decir algo que traiga descrédito a la iglesia de Roma. Sin embargo, es tan
cierto que la iglesia romana quemó a nuestros reformadores ingleses, como lo es
que Guillermo el conquistador ganó la batalla de Hasting. Estas dificultades me
surgen cara a cara al acercarme al tema que deseo desarrollar en este documento.
Sé su magnitud y por lo tanto no puedo evadirlos. Solo pido a mis lectores que me
presten una atención paciente e indulgente.

Después de todo, tengo una gran confianza en la honestidad intelectual de los


ingleses. La verdad es verdad, aun cuando sea descuidada por mucho tiempo. Los
hechos son hechos, aun cuando permanezcan sepultados por mucho tiempo. Solo
quiero desenterrar algunos hechos antiguos que las arenas del tiempo han cubierto,
sacar a la luz algunos viejos monumentos ingleses que han sido descuidados por
mucho tiempo, para abrir algunas viejas tumbas que el príncipe de este mundo ha
estado llenando diligentemente de tierra. Pido a mis lectores que me presten toda
su atención durante unos minutos, y confío poder convencerlos que es pertinente
examinar la pregunta, “¿Por qué fueron quemados nuestros reformadores?”.

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John Charles Ryle (1816-1900) sirvió a la Iglesia de Inglaterra desde 1841 hasta el año de su muerte.
Completamente evangélico e intransigente en sus principios, se hizo ampliamente conocido por su prolífica
escritura y su fiel servicio como pastor. Los últimos veinte años de su vida se desempeñó como Obispo de
Liverpool.

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I. Los hechos generales del martirio de nuestros reformadores son
una historia bien conocida y pronto contada. Pero puede ser útil dar
un breve resumen de estos hechos, a fin de proporcionar un marco a
nuestro tema.

Eduardo VI, “ese joven príncipe incomparable”, como lo llama justamente el Obispo
Burnet, murió el 6 de julio de 1553. Nunca, tal vez, ningún personaje de la realeza
en esta tierra tuvo una muerte verdaderamente lamentable o dejó una reputación
más justa. Nunca tal vez, para el pobre juicio falible del hombre, la causa de la
verdad de Dios en Inglaterra recibió un golpe más fuerte. Su última oración antes
de su muerte no debe ser olvidada: “Oh Señor Dios, defiende este reino del papismo
y mantén tu verdadera religión”. Fue una oración, creo, no ofrecida en vano.

Después de un esfuerzo tonto y deplorable para obtener la corona de Lady Jane


Gray, su hermana mayor, María, hija de Enrique VIII, sucedió a Eduardo y fue más
conocida en Inglaterra por el malvado nombre de “María la Sanguinaria”. María había
sido educada desde su infancia como adherente rígida de la Iglesia Romana. Era, de
hecho, la más papista de los papistas, concienzuda, celosa, fanática y de mente
estrecha en extremo. Comenzó de inmediato a derribar el trabajo de su hermano de
todas las formas posibles, y a restaurar el papismo en sus peores y más ofensivas
formas. Paso a paso ella y sus consejeros marcharon de regreso a Roma, pisoteando
uno por uno cada obstáculo, y tan minuciosamente como Lord Stratford al ir directo
a su marca. La misa fue restaurada, el servicio en inglés fue eliminado, las obras de
Lutero, Zwinglio, Calvino, Tyndale, Bucero, Latimer, Hooper y Cranmer fueron
prohibidas. El Cardenal Pole fue invitado a
Inglaterra. Los protestantes extranjeros
residentes en Inglaterra fueron desterrados.
Los principales teólogos de la Iglesia
Protestante de Inglaterra fueron privados de
sus cargos, y mientras algunos logaron
escapar al Continente, muchos fueron
encarcelados. Los viejos estatutos contra la
herejía fueron una vez más presentados,
preparados y cargados. Y así, a principios de
1555, el escenario se despejó, y esa
sangrienta tragedia, en la que los Obispos
Bonner y Gardiner desempeñaron un papel
tan destacado estaba lista para comenzar.

Por desgracia, por el crédito de la naturaleza


humana, los asesores de María no se
contentaron con privar de la libertad
encarcelando a los principales Reformadores
Monumento a los Mártires de Ingleses. Se resolvió hacerlos adjurar de sus
Oxford

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principios o matarlos. Uno por uno fueron convocados ante comisiones especiales,
examinados sobre sus opiniones religiosas y llamados a retractarse, bajo pena de
muerte, sólo tenían dos opciones. No se presentó un tercer recurso, no tenían
ninguna otra alternativa. Debían abandonar el protestantismo y recibir el papismo,
¡de lo contrario serían quemados vivos! Al negarse a retractarse, fueron entregados
uno a uno al poder secular, expuestos públicamente y encadenados a estacas,
rodeados ante todos de astillas de madera y sacados de este mundo por la más cruel
y dolorosa de las muertes, la muerte por fuego. Todos estos son hechos generales
que los apologistas de Roma no pueden contradecir o negar.

Es un hecho ampliamente conocido que durante los últimos cuatro años del reinado
de la Reina María, no menos de 288 personas fueron quemadas en la hoguera por
su adhesión a la fe protestante:

En 1555, fueron quemados 71


En 1556, fueron quemados 89
En 1557, fueron quemados 88
En 1558, fueron quemados 40

De hecho, la madera nunca dejó de arder mientras María estuvo viva, y antes de su
muerte solo en una semana fueron quemados cinco mártires. De estas 288 víctimas,
se recuerda que, uno era Arzobispo, Cuatro eran Obispos, veintiuno eran Clérigos,
cincuenta y cinco eran mujeres y cuatro eran niños.

Es un hecho que estas 288 víctimas no fueron ejecutadas por cometer delitos contra
la propiedad o la persona. No eran rebeldes contra la autoridad de la reina. No eran
ladrones, ni asesinos, ni borrachos, ni hombres o mujeres de vidas inmorales. Por el
contrario, eran con apenas una excepción, algunos de los cristianos más santos,
puros y de lo mejor de Inglaterra, e incluso varios de ellos fueron los hombres más
sabios de su época.

Podría decir mucho sobre la gran injusticia e inequidad con que fueron tratados en
sus diversos exámenes. Sus juicios, si es que se les puede llamar así, fueron una
mera burla de la justicia. Podría decir mucho sobre la crueldad abominable con la
que fueron tratados la mayoría de ellos, tanto en prisión como en la hoguera. Pero
es mejor que leas el libro de los Mártires de Fox al respecto de estos puntos.

Roma nunca se hizo un daño tan irreparable como el que se hizo durante el reinado
de María. ¡Incluso las personas ignorantes, que no podían debatir mucho, vieron
claramente que una iglesia que ejecutó un derramamiento de sangre tan horrible
difícilmente podría ser la única iglesia verdadera de Cristo! Pero no tengo tiempo
para exponer todo esto. Debo concluir este bosquejo general de esta parte de mi
tema con dos breves comentarios.

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Por un lado, les pido a mis lectores que nunca olviden que por la quema de nuestros
reformadores, la Iglesia de Roma es total y completamente responsable. El intento
de transferir la responsabilidad de la Iglesia al poder secular es un subterfugio
miserable y deshonesto. Los hombres de Judá no mataron a Sansón, ¡pero lo
entregaron atado de manos a los filisteos! La Iglesia de Roma no mató a los
Reformadores, ¡pero ella los condenó, y el poder secular ejecutó la condena! La
medida precisa de responsabilidad que debe imponerse a cada uno de los agentes
de Roma en el asunto, es un punto que no me interesa resolver. La señorita
Strickland, en su “Vidas de las Reinas de Inglaterra” ha tratado en vano de exculpar
a la infeliz María. Con todo el celo de una mujer, ella ha trabajado duro para
blanquear el carácter de este personaje. El lector de su biografía encontrará poco
sobre los martirios. Pero aun así podemos decir que no lo logró. El volumen del señor
Froude cuenta una historia muy diferente. La Reina, su Consejo, el Parlamento, los
Obispos papistas, y el Cardenal Pole deben estar contentos de compartir la
responsabilidad entre ellos. Una sola cosa es muy cierta. Nunca lograrán quitar la
responsabilidad de los hombros de la Iglesia de Roma. Al igual que los judíos y
Poncio Pilato, cuando nuestro Señor fue crucificado, todas las partes cargan con la
culpa. LA SANGRE está sobre todos ellos.

Por otra parte, deseo que mis lectores recuerden que la quema de los mártires
marianos es un acto que la Iglesia de Roma nunca ha repudiado, disculpado o por
el cual ha expresado arrepentimiento hasta el día de hoy. Ahí está la gran mancha
en su escudo, y ahí está el enorme hecho de lado a lado, por el cual ella nunca hizo
ningún intento de borrarlo.

Nunca se arrepintió de su trato cruel con los valdenses y los albigenses.


Nunca se arrepintió de los asesinatos a gran escala propiciados por la inquisición
española.
Nunca se arrepintió de la masacre de San Bartolomé.
¡Nunca se arrepintió de la quema de los Reformadores Ingleses!

Deberíamos tomar nota de ese hecho y dejar que se hunda en nuestras mentes.
Roma nunca cambia. Roma nunca admitirá que ha cometido errores. Ella quemó
nuestros Reformadores Ingleses hace 300 años Ella trató con todas sus fuerzas de
erradicar el protestantismo siendo que no pudo evitar su expansión con argumentos.
Si solo Roma tuviera el poder, ¡No estoy seguro de que no intentaría jugar
nuevamente en su totalidad el mismo juego!

II. La pregunta que ahora puede surgir en nuestras mentes es, ¿Quiénes
fueron los principales Reformadores Ingleses que fueron quemados?
¿Cómo se llamaban y cuáles fueron las circunstancias de su muerte? Estas son
preguntas que se pueden formular muy apropiadamente, y preguntas a las que
procedo de inmediato a dar una respuesta.

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En esta parte de mi trabajo, soy muy consciente de que pareceré para muchos como
alguien que repasa viejos terrenos. Pero me atrevo a decir que este es un terreno
que debe ser repasado a menudo. Yo, por mi parte, quiero que los nombres de
nuestros reformadores mártires sean “Palabras del Hogar” en cada familia
protestante de todo el país. Por lo tanto, no me disculparé por dar los nombres de
los principales nueve mártires ingleses en el orden cronológico de sus muertes, y
por proporcionarles algunos datos de cada uno de ellos. Creo que nunca, desde que
Cristo dejó el mundo, alguna vez los hombres cristianos encontraron una muerte
cruel sosteniendo una fe tan gloriosa, en esperanza y paciencia, como estos mártires
marianos. Nunca los hombres moribundos dejaron tras de sí una reserva tan rica de
dichos nobles, dichos que merecen ser escritos con letras doradas en nuestra historia
y transmitidos a los hijos de nuestros hijos.

(1). El primer Reformador Inglés líder que rompió el hielo y cruzó el río, como mártir
en el reinado de María, fue John Rogers, un ministro de Londres. Fue quemado en
Smithfield el lunes 4 de febrero de 1555. Rogers era un hombre, que en lo que a él
respecta, había hecho más por la causa del protestantismo que cualquiera de sus
compañeros. Al decir esto, me refiero al hecho de que él había ayudado a Tyndale
y Coverdale a sacar la versión más importante de la Biblia en inglés, una versión
comúnmente conocida como la Biblia Matthews. De hecho, fue condenado como
“Rogers, alias Matthews”. Esta circunstancia, con toda probabilidad humana, lo
convirtió en un hombre marcado, y fue una de las razones por las que fue el primero
en ser llevado a la hoguera.

El examen de Rogers ante Gardiner nos da la idea de que era un protestante audaz
y minucioso, que había tomado una posición completa sobre todos los puntos en
controversia con la iglesia romana, y fue capaz de dar razón para cada una de sus
opiniones. En cualquier caso, parece haber silenciado y avergonzado a sus
examinadores incluso más que la mayoría de los mártires. Pero la discusión, fue por
supuesto, para nada. ¡”Ay de los vencidos”! Si él tenía las Escrituras, sus enemigos
tenían la espada.

En la mañana de su martirio lo despertaron apresuradamente en su celda en


Newgate, y apenas le dio tiempo para vestirse. Luego lo trasladaron a pie a
Smithfield, a la vista de la Iglesia del Sepulcro, donde había predicado, y por las
calles de la parroquia donde había hecho su trabajo pastoral. En el camino estaba
su esposa y sus diez hijos (uno de ellos un bebé) a quienes el Obispo Bonner, en su
crueldad diabólica, les había negado rotundamente el permiso para verlo en la
cárcel. Simplemente los vio, pero apenas se le permitió detenerse, y luego caminó
tranquilamente hacia la hoguera, repitiendo el Salmo 51. Una inmensa multitud se
amontonó en la calle y llenó todos los lugares disponibles en Smithfield. Hasta ese
día, los hombres no podrían predecir cómo se comportarían los Reformadores
Ingleses ante la muerte, y apenas podían creer que algunos realmente darían sus
cuerpos para que fueran quemados por su religión. Pero cuando vieron a John

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Rogers, el primer mártir, caminando de manera constante e inquebrantable hacia
una fosa ardiente, el entusiasmo de la multitud no conoció límites. Ellos rentaron el
aire con truenos de aplausos. Incluso Noailles, el embajador francés, escribió a su
casa una descripción de la escena y dijo que Rogers murió “¡Como si estuviera
caminando hacia su boda!” Por la gran misericordia de Dios, murió con relativa
facilidad. Y así falleció el primer mártir mariano.

(2). El segundo reformador principal que murió por la verdad de Cristo en el reinado
de María fue John Hooper, Obispo de Gloucester. Fue quemado en Gloucester el
viernes 9 de febrero de 1555. Hooper fue quizás, el mártir más noble de todos. De
todos los Obispos de Eduardo VI, ninguno ha dejado atrás una mayor reputación de
santidad personal, de predicación y trabajo pastoral diligente en su Diócesis.
Ninguno, a juzgar por su producción literaria, tenía visiones más claras y más
escriturales sobre todos los puntos de la teología. Algunos podrían decir que él era
demasiado calvinista, pero no lo era más de lo que lo son los Treinta y Nueve
Artículos. Hooper era un hombre con visión de futuro y vio con claridad el peligro de
dejar huevos anidados del romanismo en la Iglesia de Inglaterra.

Un hombre como Hooper, firme, de tronco, no naturalmente simpático, inflexible e


incansable denunciante del pecado, seguramente tendría muchos enemigos. Fue
uno de los primeros en ser destruido tan pronto como el papismo fue restaurado.
Fue convocado a Londres en una etapa muy temprana de la persecución mariana, y
después de permanecer dieciocho meses en prisión y pasar por el examen de
Bonner, Gardiner, Tunstall y Day, fue degradado de su oficio y sentenciado a ser
quemado como un hereje.

Al principio se esperaba que sufriría en Smithfield con Rogers. Este plan, por alguna
razón desconocida fue abandonado, y para su gran satisfacción Hooper fue enviado
a Gloucester y quemado en su propia Diócesis y a la vista de su propia catedral. A
su llegada ahí, fue recibido por una multitud que mostraba signos de tristeza y
respeto, quienes salieron de Cirencester Road
para encontrarse con él, lo alojaron por la noche
en la casa del señor Ingrain, que aún hoy está
de pie, y probablemente no muy alterada. Allí, el
señor Anthony Kingston, quien fue convertido de
una vida pecaminosa por el ministerio del buen
Obispo, le suplicó, con muchas lágrimas, sin
escatimar de ellas, instándolo a recordar que,
“La vida es dulce, y la muerte era amarga”. A
esto, el noble mártir respondió esta memorable
respuesta, “recuerda que la vida eterna es más
dulce, y la muerte eterna era más amarga”.
Monumento en honor al
Obispo John Hooper

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En la mañana de su martirio fue llevado, caminando, al lugar de ejecución, donde
una inmensa multitud lo esperaba. Era día de mercado; y se calculó que casi 7.000
personas estuvieron presente. La estaca se clava a 100 yardas de la Catedral. El
lugar exacto está marcado ahora con un hermoso monumento en el extremo este
del cementerio. La ventana sobre la puerta, desde la cual los frailes papistas
observaban las agonizantes agonías del Obispo, permanece inalterada hasta el día
de hoy.

Cuando Hooper llegó a este lugar, se le permitió orar, aunque tenía estrictamente
prohibido hablar con la gente. Y allí se arrodilló y oró una oración que Fox ha
conservado y grabado, la cual es de un carácter exquisitamente conmovedor.
Incluso entonces, se le puso una caja que contenía un perdón completo si solo se
retractaba. Su única respuesta fue, “¡Fuera!, si amas mi alma vete”. Luego fue atado
a la estaca con una cadena alrededor de su cintura, y peleó su último combate con
el rey de los terrores. De todos los mártires, quizás ninguno sufrió tanto,
exceptuando a Ridley, quien sufrió más que Hooper. Tres veces las astillas de
madera tuvieron que encenderse, porque no ardían correctamente. Tres cuartos de
hora, el noble sufrió la agonía mortal, como dijo Fox, “sin retroceder, sin moverse
hacia adelante, ni hacia ningún lado”, pero solo orando, “Señor Jesús, ten piedad de
mí, Señor Jesús recibe mi espíritu”. ¡Se golpeaba el pecho con una mano hasta que
se quemó quedando como amputada! Y así falleció el buen obispo de Gloucester.

(3). El tercer Reformador líder que sufrió en el reinado de María fue Rowland
Taylor, Rector de Hadleigh, en Suffolk. Fue quemado en Aldham Common, cerca
de su propia parroquia, el mismo día que Hooper murió en Gloucester, el viernes 9
de febrero de 1555.

Rowland Taylor es uno de los Reformadores de los cuales sabemos poco, excepto
que era un gran amigo de Cranmer y Doctor en Teología y Derecho Canónico. Pero
es evidente que era un hombre de alto prestigio entre los Reformadores, ya que fue
clasificado por sus enemigos en el grupo de Hooper, Rogers y Bradford, también
sabemos que era un divino extremadamente capaz y preparado, esto se desprende
de su examen, registrado por Fox. De hecho, casi no hay ninguno de los sufrientes
sobre los cuales el viejo Martirólogo haya reunido tantas cosas conmovedoras y
sorprendentes. Uno podría pensar que era un amigo personal.

Sorprendente fue la respuesta que dio a sus amigos en Hadleigh, quienes lo instaron
a huir, como bien podría haberlo hecho, cuando lo convocaron para que apareciera
por primera vez en Londres ante Gardiner, “¿Qué quieres que haga? Soy viejo, y ya
he vivido demasiado tiempo para ver estos días terribles y malvados. Date prisa y
haz lo que tu conciencia te guíe. ¡Creo ante Dios que nunca podré hacer por mi Dios
tan buen servicio como el que puedo hacer ahora!”

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Sorprendente fueron las respuestas que dio a Gardiner y sus otros examinadores.
Ninguno habló más concisa, sólida y poderosamente que este titular de Suffolk.

Sorprendente y profundamente conmovedor fue su último testamento y legado de


consejos a su esposa, su familia y sus feligreses, aunque es demasiado largo para
ser insertado aquí, excepto la última oración, “¡Por el amor de Dios, ten cuidado con
el papado! Porque aunque parece tener unidad, sin embargo, lo es en vanidad y
anticristianismo, y no en la fe y la verdad”.

Fue enviado desde Londres a Hadleigh, para su gran deleite, para ser quemado ante
los ojos de sus feligreses. Cuando llegó a dos millas de Hadleigh, el Sheriff de Suffolk
le preguntó cómo se sentía. “¡Dios sea alabado, Maestro Sheriff!”, fue su respuesta,
“¡Nunca me he sentido mejor!” Por ahora estoy casi en casa. Me faltan dos peldaños
para llegar, entonces estaré en la casa de mi Padre.

Mientras cabalgaba por las calles del pequeño pueblo de Hadleigh, las encontró
llenas de multitudes de feligreses, quienes habían escuchado acerca de su llegada,
y salieron de sus casas para saludarlo con muchas lágrimas y lamentaciones. Para
ellos solo hizo un discurso constante, “Les he predicado la Palabra y la verdad de
Dios, y he venido este día para sellar mi testimonio con mi sangre”.

Al llegar a Aldham Common, donde iba a sufrir, le dijeron dónde se encontraba, a lo


que él respondió, “¡Gracias a Dios, incluso estoy en casa!”

Cuando fue despojado de su camisa y preparado para la estaca, dijo, en voz alta,
“Buena gente, no les he enseñado nada más que la Santa Palabra de Dios, y las
lecciones que he sacado de la Biblia, ¡Y he venido para sellarlo con mi sangre!”
Probablemente habría dicho más, pero, al igual que los otros mártires, tenía
estrictamente prohibido hablar, e incluso en ese momento fue golpeado
violentamente en la cabeza por decir estas pocas palabras. Luego se arrodilló y oró,
una pobre mujer de la parroquia insistía en arrodillarse con él, a pesar de todos los
esfuerzos para evitarlo. Después de esto fue encadenado a la estaca, recitó el Salmo
51, y clamó a Dios, “¡Padre misericordioso, por el amor de Jesucristo, recibe mi alma
en tus manos!” permaneció en silencio en las llamas sin llorar y sin moverse, hasta
que uno de los guardias le arrancó el cerebro con un hacha. Y así, este viejo titular
de Suffolk falleció.

(4). El cuarto Reformador principal que sufrió en el reinado de María fue Robert
Ferrar, Obispo de San David en Gales. Fue quemado en Carmarthen el viernes 30
de marzo de 1555. Poco se sabe de este buen hombre más allá del hecho de que
nació en Halifax, y fue el último Prior de Nostel, en Yorkshire, una oficina que se
rindió en 1540. También fue capellán del Arzobispo Cranmer, y a esta influencia le
debía su elevación al estrado episcopal.

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Primero fue encarcelado por varios cargos triviales y ridículos sobre asuntos
temporales, y luego llevado ante Gardiner, con Hooper, Rogers y Bradford, debido
a su doctrina, un asunto más serio. Los artículos expuestos en su contra muestran
claramente que en todas las cuestiones de fe, él tenía la misma opinión que sus
compañeros mártires. Al igual que Hooper y Taylor, fue condenado a ser quemado
en el lugar donde era más conocido, y fue enviado desde Londres a Carmarthen.
Fox relató muy brevemente lo que sucedió allí durante su ejecución, en parte, sin
duda, debido a la gran distancia de Carmarthen a Londres en aquellos días previos
al ferrocarril; en parte también, tal vez, porque la mayoría de los que vieron a Ferrar
quemado no podían hablar más que galés. Se registra un solo hecho que muestra
el coraje y la constancia del buen Obispo en una luz sorprendente. Le había dicho a
un amigo antes del día de la ejecución que si lo veía moverse una vez en el fuego
debido al dolor de su incineración, no necesitaba creer las doctrinas que le había
enseñado. Cuando llegó el momento horrible, no olvidó su promesa, y por la gracia
de Dios la cumplió cabalmente. Permaneció en las llamas extendiendo sus manos
hasta que estas fueron calcinadas por el fuego, entonces un espectador por
misericordia lo golpeó en la cabeza, para así poner fin a sus sufrimientos. De esta
forma falleció el Obispo Galés.

(5). El quinto reformador principal que sufrió en el reinado de María fue John
Bradford, prebendario de San Pablo y capellán del Obispo Ridley. Fue quemado en
Smithfield el lunes 1 de Julio de 1555, a la temprana edad de treinta y cinco años.
Pocos de los mártires ingleses, tal vez son más conocidos que Bradford, y ninguno
ciertamente merece mejor reputación. Strype llama a Bradford, Cranmer, Ridley y
Latimer, los “cuatro pilares principales” de la Iglesia Reformada de Inglaterra. A una
edad temprana, su alto talento lo hizo notable ante hombres de alto rango, y fue
nombrado como uno de los seis capellanes reales que fueron enviados sobre
Inglaterra para predicar las doctrinas de la Reforma. La comisión de Bradford fue
predicar en Lancashire y Cheshire, y parece haber cumplido su deber con singular
habilidad y éxito. Predicó constantemente en Manchester, Liverpool, Bolton, Bury,
Wigan, Ashton, Stockport, Prestwich, Middelton y Chester, logrando un gran
beneficio para la causa del protestantismo y con gran efecto en las almas de los
hombres. La consecuencia fue lo que podría haberse esperado. Un mes después del
ascenso de la Reina María, Bradford estaba en prisión y nunca salió de ella hasta
que fue quemado. Su juventud, su santidad y su extraordinaria reputación como
predicador lo convirtieron en un objeto de gran interés durante su encarcelamiento,
y se hicieron enormes esfuerzos para pervertirlo de la fe protestante. Todos estos
esfuerzos, sin embargo, fueron en vano. Como él vivió, así murió.

El día de su ejecución, lo llevaron de la prisión de Newgate a Smithfield alrededor


de las nueve de la mañana, en medio de una multitud de personas, nunca vista, ni
antes ni después. La señora Honeywood, que vivió hasta los noventa y seis años
muriendo alrededor de 1620, recordó haberlo visto quemado, y sus zapatos siendo
pisoteados por la multitud. De hecho, cuando llegó a la hoguera, los alguaciles de

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Londres estaban tan alarmados ante la presión, que no permitían que él y su
compañero sufriente, Leaf, oraran tanto como ellos querían. “Levántate”, dijeron, “Y
pon fin a esto, la presión de la gente es demasiado grande”.

“Ante esas palabras”, dice Fox, “ambos se pusieron de pie, y luego el Maestro
Bradford tomó una astilla de madera con sus manos y la besó, y de igual forma hizo
con la estaca”. Cuando llegó a la hoguera, levantó las manos, y mirando al cielo,
dijo, “¡Oh Inglaterra, Inglaterra, arrepiéntete de tus pecados! Cuidado con la
idolatría; ¡Cuidado con los falsos Anticristos! ¡Cuidado, que no te engañen!” Después
de eso, se volvió hacia el joven Leaf, quien sufrió con él, y le dijo, “Ten consuelo,
hermano, ¡Esta noche cenaremos alegremente con el Señor!” Después de eso, no
habló más de lo que el hombre podía oír, excepto que abrazó la estaca y dijo,
“Estrecha es la puerta, y estrecho es el camino, que conduce a la vida eterna, y son
pocos los que lo encuentran”. “Abrazó las llamas”, dijo Fuller, “como una nueva
tormenta de viento en un caluroso día de verano”. Y así, en la flor de la vida, falleció.

(6, 7). Los reformadores principales sexto y séptimo que sufrieron bajo el reinado
de María fueron dos cuyos nombres son familiares para todos los ingleses, Nicolás
Ridley, Obispo de Londres y Hugh Latimer, una vez Obispo de Worcester. Ambos
fueron quemados en Oxford, uno tras uno, en una estaca, el 16 de Octubre de 1555.

La historia de estos dos grandes protestantes ingleses es tan conocida por la mayoría
de la gente, que no necesito decir mucho al respecto. Junto a Cranmer, no cabe
duda de que no hay dos hombres como ellos que hayan hecho tanto para lograr el
establecimiento de los principios de la Reforma en Inglaterra. Latimer, como
predicador popular extraordinario, y Ridley, como un hombre erudito y un admirable
director de la diócesis metropolitana de Londres, han dejado atrás una reputación
que nunca ha sido superada. Por supuesto, estuvieron entre los primeros a los que
Bonner y Gardiner atacaron, cuando María llegó al trono, y fueron perseguidos con
implacable severidad hasta su muerte.

Cómo fueron examinados una y otra vez por los Comisionados sobre los grandes
puntos de controversia entre protestantes y romanistas, cómo fueron avergonzados,
molestados y torturados vergonzosamente por todo tipo de trato injusto e
irrazonable, cómo lucharon galantemente la buena pelea hasta el final, y nunca
dieron paso ni por un solo momento a sus adversarios. Todos estos son asuntos con
los que no necesito molestar a mis lectores ¿No se encuentran todos detalladamente
relatados en las páginas del buen vejo Fox? Solo mencionaré algunas circunstancias
relacionadas con su muerte.

El día de su martirio, fueron llevados por separado al lugar de ejecución, que estaba
al final de Broad Street, Oxford, cerca del Balliol College. Ridley llegó al terreno
primero, y al ver a Latimer llegar después, corrió hacia él y lo besó, diciéndole: “¡Sé
de buen corazón, hermano, porque o Dios aliviará la furia de las llamas, o nos

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fortalecerá para soportarlo!” Luego oraron fervientemente y hablaron entre ellos,
aunque nadie pudo escuchar lo que dijeron. Después de esto, tuvieron que escuchar
un sermón de un miserable renegado divino llamado Smith, y, al estar prohibido
responder, se les ordenó que se prepararan para la muerte.

Las últimas palabras de Ridley antes de que encendieran el fuego fueron estas,
“Padre celestial, te doy las más sinceras gracias por haberme llamado a una
profesión tuya hasta la muerte. Te ruego, Señor Dios, que tengas piedad de este
Reino de Inglaterra, y haz lo mismo con todos sus enemigos”. Las últimas palabras
de Latimer fueron como el sonido de una trompeta, que resuena incluso hasta el día
de hoy, “¡Que te sea de buen consuelo, Maestro Ridley, y juega al hombre; hoy, por
la gracia de Dios, encenderemos una vela en Inglaterra, que confío nunca será
apagada!”

Cuando las llamas comenzaron a levantarse Ridley gritó en voz alta en latín, “¡En
tus manos, oh Señor, encomiendo mi espíritu! Señor, recibe mi espíritu”, y luego
repitió estas últimas palabras en inglés.

Latimer gritó con vehemencia al otro lado de la estaca, “Padre del cielo, recibe mi
alma”. Latimer murió pronto. Un anciano, mayor de ochenta años, tardó muy poco
en liberar su espíritu de su casa terrenal.

Los Obispos Ridley y Latimer en la hora de su martirio.

Ridley sufrió prolongada y dolorosamente por el mal manejo del fuego por parte de
quienes realizaron la ejecución. Finalmente, sin embargo, las llamas alcanzaron una
parte vital de él, y cayó a los pies de Latimer, manteniéndose en reposo. Y así

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fallecieron los dos grandes Obispos protestantes. “Eran amorosos y bellos en sus
vidas, y en la muerte no estuvieron divididos”.

(8). El octavo Reformador líder que sufrió en el reinado de María fue John Philpot,
Archidiácono de Winchester. Fue quemado en Smithfield el miércoles 18 de
diciembre de 1555. Philpot es uno de los mártires de los que sabemos poco
comparativamente con los demás reformadores, excepto que nació en Compton, en
Hahpshire, era de buena familia, estaba bien relacionado y era muy conocido por su
disposición a aprender. El mero hecho de que al comienzo del reinado de María fue
uno de los principales defensores del protestantismo en las burlas a las que llamaron
debate y que se llevaron a cabo en Asamblea, es suficiente para demostrar que no
era un hombre común.

Los trece exámenes de Philpot ante los Obispos papistas son explicados por Fox
extensamente, y llenan no menos de ciento cuarenta páginas de uno de los
volúmenes de la Sociedad Parker. La larga prolongación demuestra claramente cuan
ansiosos estaban sus jueces de apartarlo de sus principios. La habilidad con la que
el Archidiácono mantuvo sus creencias, solo y sin ayuda, da una favorable impresión
de su aprendizaje, no menos que de su coraje y paciencia.

La noche antes de su ejecución recibió un mensaje, mientras cenaba en Newgate,


anunciándole que sería quemado al día siguiente. Él respondió de inmediato, “¡Estoy
listo! Dios, concédeme fuerza y una resurrección gozosa”. Luego fue a su habitación
y le agradeció a Dios por considerarlo digno de sufrir por su verdad.

A la mañana siguiente a las ocho en punto, los alguaciles lo llamaron y lo llevaron a


Smithfield. El camino estaba sucio y embarrado, ya que era pleno invierno, y los
oficiales lo tomaron en sus brazos para llevarlo a la estaca. Luego dijo, alegremente,
aludiendo, a lo que probablemente había visto en Roma, cuando viajaba en sus
primeros días, "¿Qué me harás papa? Estoy contento de ir al final de mi viaje a pie".

Cuando llegó a Smithfield, se arrodilló y dijo, “Pagaré mis votos en ti, oh Smithfield”.
Luego besó la estaca y dijo, “¿Debería desdeñar sufrir en esta estaca, al ver que mi
Redentor no se negó a sufrir la muerte más vil en la cruz por mí?” Después de esto
rezó dócilmente los Salmos 106, 107 y 108; y encadenado a la estaca, murió en
silencio. Así falleció el buen Archidiácono.

(9). El noveno y último Reformador líder que sufrió en el Reinado de María fue
Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury. Fue quemado en Oxford, el 21 de
Marzo de 1556. No hay nombre entre los mártires ingleses más conocido en la
historia como el suyo. Ciertamente, no hay ninguno en la lista de nuestros
Reformadores con quien la Iglesia de Inglaterra, en general, esté tan en deuda. Era
solo un hombre mortal, que tenía sus debilidades y flaquezas, lo cual debe admitirse;
pero aun así, era un gran hombre, y un buen hombre.

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Cranmer, debemos recordar siempre, tuvo una prominente presencia en un periodo
relativamente temprano en la reforma inglesa, y fue nombrado Arzobispo de
Canterbury en un momento en que sus puntos de vista sobre la religión, debemos
confesarlo, se encontraban a medias e imperfectos. Siempre que los defensores del
semi-romanismo en la Iglesia de Inglaterra presenten citas de los escritos de
Cranmer, siempre debemos preguntar cuidadosamente a qué periodo de su vida
pertenecen esas citas. Al formar su criterio sobre Cranmer, no olvide sus
antecedentes. Fue un hombre que tuvo la honestidad de buscar a tientas una luz
más completa, y dejar de lado sus primeras opiniones y confesar que había cambiado
de opinión sobre muchos temas. ¡Qué pocos hombres tienen el coraje de hacer esto!

Cranmer mantuvo una reputación intachable a lo largo de los reinados de Enrique


VIII y Eduardo VI, aunque con frecuencia fue puesto en las posiciones más delicadas
y difíciles. No se puede nombrar a un solo hombre en esos días que haya pasado
por tanta suciedad, y sin embargo, haya salido de ella tan completamente limpio.

Cranmer más allá de toda duda, sentó las bases de nuestro presente Libro de
Oración y Artículos. Aunque tal vez no era un hombre brillante, era un hombre
erudito, y un amante de los hombres sabios, y uno que siempre estaba tratando de
mejorar todo a su alrededor. Cuando considero las inmensas dificultades con las que
tuvo que lidiar, a menudo me pregunto cómo logró lo que hizo. De hecho, nada,
excepto su constante perseverancia, habría sentado las bases de nuestros
Formularios.

¡Digo todas estas cosas para romper la fuerza del gran e innegable hecho que él fue
el único Reformador inglés que por un tiempo mostró la pluma blanca, para así evitar
por un tiempo morir por la verdad! Admito que cayó tristemente. No pretendo
atenuar su caída. Es menester destacar como una prueba eterna, de que los mejores
hombres son simples hombres. Solo quiero que mis lectores recuerden que si
Cranmer falló como ningún otro Reformador en Inglaterra, también había hecho lo
que ciertamente ningún otro reformador había hecho.

Desde el momento en que María llegó al trono inglés, Cranmer fue marcado por la
destrucción. Es probable que no hubiera un divino inglés a quien la reina infeliz
considerara con tanto rencor y odio. Nunca olvidó que el divorcio de su madre fue
provocado por el consejo de Cranmer, y nunca descansó hasta que logró que fuese
quemado.

Cranmer fue encarcelado y examinado al igual que Ridley y Latimer. Como ellos, se
mantuvo firme ante las comisiones. Al igual que ellos, tenía claramente el mejor
argumento en todos los puntos en disputa. Pero, como ellos, por supuesto, fue
declarado culpable de herejía, condenado, depuesto y sentenciado a ser quemado.

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Y ahora viene el doloroso hecho de que en el último mes de la vida de Cranmer, su
coraje le falló, y fue persuadido para firmar una retractación de sus opiniones
protestantes. Halagado y engatusado por sutil amabilidad, asustado ante la
perspectiva de una muerte tan terrible como lo es ser quemado vivo, tentado y
llevado por el diablo, Thomas Cranmer cayó y llevó su mano sobre un papel en el
que repudiaba y renunciaba a los principios de la Reforma, por los que había
trabajado tanto tiempo.

¡Grande fue la tristeza de todos los verdaderos protestantes al escuchar estas


noticias! ¡Grande fue el triunfo y la alegría de todos los papistas! Si se hubieran
detenido aquí y liberado a su noble víctima, el nombre de Cranmer probablemente
se habría hundido y nunca más se hubiera levantado. Pero, para la fiesta romanista,
como Dios lo permitiría, se burlaron de él. Con crueldad diabólica, resolvieron
quemar a Cranmer, ¡Incluso después de su retractación! Esto, por la providencia de
Dios, fue solo el punto de inflexión para la reputación de Cranmer. A través de la
abundante gracia de Dios, se arrepintió de su caída y encontró la Divina misericordia.
A través de la misma gracia abundante, resolvió morir en la fe de la Reforma. ¡Y al
fin, gracias a la abundante gracia, Oxford fue testigo de una confesión tan audaz en
St. Mary, que confundió a sus enemigos, llenó de agradecimientos y alabanzas a sus
amigos, y dejó el mundo como un mártir triunfante por la verdad de Cristo!

No necesito recordarles cómo, el 21 de Marzo, sacaron al infeliz Arzobispo, como


Sansón en manos de los filisteos, para entretenimiento de sus enemigos, y ser el
centro de atención para el mundo en la iglesia de St. Mary, en Oxford. No necesito
recordarles como después del sermón del Dr. Cole, fue invitado a declarar su fe, y
se esperaba que reconociera públicamente su cambio en sus posiciones sobre la
religión y su adhesión a la Iglesia de Roma. No necesito recordarles cómo, con
intenso sufrimiento mental, el Arzobispo se dirigió a la Asamblea extensamente, y al
final de repente asombró a sus enemigos al renunciar a todas sus anteriores
retractaciones, declarando que el papa era un anticristo y rechazando la doctrina
papista de la transubstanciación. ¡Tal escena ciertamente nunca fue vista por los
ojos mortales desde que comenzó el mundo!

Pero entonces llegó el


momento del triunfo de
Cranmer. Con un corazón
ligero y una conciencia
tranquila, alegremente se
dejó llevar con premura a la
estaca en medio de los
gritos frenéticos de sus
enemigos decepcionados.
Audazmente y sin
desanimarse, se puso de

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pie en la estaca mientras las llamas se encrespaban alrededor de él, extendiendo
sostenidamente su mano derecha en el fuego, y diciendo, en referencia a que había
firmado una retractación, “esta indigna mano derecha” y levantó firmemente su
mano izquierda hacia el cielo. De todos los mártires, por extraño que parezca,
ninguno en el último momento mostró más coraje físico que Cranmer. En resumen,
nada en toda su vida marchó también como la forma en que la dejó. Había pecado
en gran medida, sí, pero también en gran medida fue su arrepentimiento. Al igual
que Pedro, cayó, pero como Pedro volvió a levantarse. Y así falleció el primer
Arzobispo Protestante de Canterbury.

No confiaré en mí mismo para hacer algún comentario sobre estas interesante y


dolorosas historias. No tengo tiempo. Solo deseo que mis lectores crean que la mitad
de las historias de estos hombres no se les ha contado, y que las historias de decenas
de hombres y mujeres menos distinguidos por posición podrían agregarse fácilmente
a ellos, igualmente dolorosas como interesantes. Pero diré audazmente, que los
hombres que fueron quemados de esta manera, no eran hombres cuyos recuerdos
debían pasarse por alto, o cuyas opiniones debían ser ligeramente estimadas.

Las opiniones por las cuales “un ejército de mártires” murió, no deben descartarse
con desprecio. A su fidelidad, le debemos la existencia de la Iglesia Reformada de
Inglaterra. Sus fundamentos fueron cimentados con su sangre. A su coraje, le
debemos, en gran medida, nuestra libertad inglesa. Le enseñaron a la tierra que
valía la pena morir por la libertad de pensamiento. ¡Feliz es la tierra que ha tenido
tales ciudadanos! ¡Feliz es la Iglesia que ha tenido tales Reformadores! ¡El honor
sea para aquellos que en Smithfield, Oxford, Gloucester, Carmarthen y Hadleigh han
levantado hitos de recuerdo y memorial para los mártires!

III. A continuación paso a un punto que considero de importancia capital en la


actualidad. El punto al que me refiero es la razón específica por la cual
nuestros reformadores fueron quemados. Sería un gran error si tan solo
estuviéramos informados que sufrieron por el vago cargo de negarse a someterse
al papa o desear mantener la independencia de la Iglesia de Inglaterra. ¡Nada de
eso! La razón principal por la que fueron quemados fue porque rechazaron una de
las doctrinas peculiares de la Iglesia de Roma. Sobre esa doctrina, en casi todos los
casos, dependía su vida o su muerte. Si la admitían, podrían vivir, si la rechazaban
¡debían morir!

La doctrina en cuestión era la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en


los elementos consagrados de pan y vino en la Cena del Señor. ¿Creían o no que el
cuerpo y la sangre de Cristo se encontraban ahí, es decir, corporal, literal, local y
materialmente, presente bajo las formas de pan y vino después que se pronunciaran
las palabras de consagración? ¿Creían o no que el verdadero cuerpo de Cristo, que
nació de la virgen María, estaba presente en el llamado altar, tan pronto como las

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palabras místicas salían de los labios del sacerdote? ¿Lo creían o no? Esa fue la
pregunta. Si no lo creían, y lo admitían, ¡serían quemados!

Hay una unidad maravillosa y sorprendente en las historias de nuestros mártires


sobre este tema. Algunos de ellos, sin dudas, fueron atacados por el matrimonio de
los sacerdotes. Algunos de ellos fueron agredidos por la naturaleza de la Iglesia
Católica. Algunos de ellos fueron asaltados en otros puntos. Pero todos, sin
excepción, fueron llamados a una cuenta especial sobre la presencia real, y en todos
los casos su negativa a admitir esta doctrina formó una de las causas principales
para su condena.

(1). Escuche lo que dijo John Rogers: “Me preguntaron si creía que el Sacramento
era el cuerpo y la sangre de nuestro Salvador Cristo, que nació de la virgen María,
y fue colgado en la cruz, ¿Si creía que lo era realmente y substancialmente?, a lo
que respondí, yo creo que esto es falso. No puedo entender por realmente y
substancialmente que signifique algo más que corporalmente. Pero corporalmente,
Cristo está únicamente en el cielo, y por lo tanto Cristo no puede estar corporalmente
en su sacramento”.

Y por lo tanto fue condenado y quemado.

(2). Escuche lo que dijo el Obispo Hooper: “Tunstall le pidió que expresara, si creía
en la presencia corporal en el sacramento, a lo cual el Maestro Hooper respondió
claramente, que no había tal cosa, ni creía tal cosa. Con lo cual les ordenaron a los
notarios que escribieran que estaba casado y que no abandonaría a su esposa, y
que no creía en la presencia corporal en el sacramento, razones por las cuales era
digno de ser privado de su obispado”.

Y así fue condenado y quemado.

(3). Escuche lo que dijo Rowland Taylor: “La segunda causa por la cual me
condenaron como hereje fue porque negué la transubstanciación, y la
concomitación, dos palabras de malabarismo por las cuales los papistas creen que
el cuerpo natural de Cristo es hecho en el pan, y que la Divinidad se une a este poco
a poco, de tal forma que inmediatamente después de las palabras de la
consagración, no hay más pan y vino en el sacramento, sino solamente la substancia
del cuerpo y la sangre de Cristo”.

“Debido a que negué la doctrina papista antes mencionada (sí, simplemente no es


más que malvada idolatría, blasfemia y herejía) Yo soy juzgado un hereje”.

Y por lo tanto fue condenado y quemado.

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(4). Escuche lo que hicieron con el Obispo Ferrar. Fue convocado para que
“concediera la presencia natural de Cristo en el sacramento bajo la forma de pan y
vino”, y como se negó a suscribirse a este artículo y a otros, fue condenado. Y en la
sentencia de condena, finalmente se le acusa de que sostuvo que, “el sacramento
del altar no debe ser ministrado en un altar, ni ser elevado, ni ser adorado de
ninguna manera”.

Y entonces fue quemado.

(5). Escuche lo que el santo John Bradford escribió a los hombres de Lancashire y
Cheshire cuando estaba en prisión: “La principal razón por la que estoy condenado
como hereje es porque niego el sacramento del altar (este no es la Cena de Cristo,
esta es una simple perversión usada por los papistas ahora) como una presencia
real, natural y corporal del cuerpo y la sangre de Cristo bajo las formas de pan y
vino, es decir, porque niego la transubstanciación, que no es otra cosa que la
doctrina amada del diablo, e hija y heredera de la religión del Anticristo”.

Así fue condenado y quemado.

(6). Escuche cuáles fueron las palabras de la sentencia de condenación contra el


Obispo Ridley: “El mencionado Nicolás Ridley afirma, mantiene y defiende
tercamente ciertas opiniones, posiciones y herejías, contrarias a la Palabra de Dios
y a la fe recibida de la Iglesia, como la negación que el cuerpo y la sangre verdaderos
y naturales de Cristo estén en el sacramento del altar, y en segundo lugar, afirma
que la substancia del pan y el vino permanecen en los elementos después de las
palabras de la consagración”.

Y así fue condenado y quemado.

(7). Escuche los artículos exhibidos contra el Obispo Latimer: “Usted ha afirmado,
defendido y mantenido abiertamente que el cuerpo verdadero y natural de Cristo
después de la consagración del sacerdote, no está realmente presente en el
sacramento del altar, y que los elementos en el sacramento del altar siguen siendo
substancialmente pan y vino”.

Y a este artículo el anciano respondió: “más allá de un ser corporal, que la iglesia
romana dice proporcionar, afirmo que el cuerpo y la sangre de Cristo no están en el
Sacramento bajo la forma de pan y vino”.

Y así fue condenado y quemado.

(8). Escuche el discurso del Obispo Bonner a John Philpot: “usted ha ofendido y
traspasado el sacramento del altar, negando la presencia real del cuerpo y la sangre

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de Cristo en él, afirmando que el pan material y vino material permanecen en el
sacramento, y no la substancia del cuerpo y la sangre de Cristo”.

Y como el buen hombre se adhirió firmemente a esta opinión, fue condenado y


quemado.

(9). Escuche por último lo que dijo Cranmer casi en su último aliento, en la iglesia
de St. Mary, en Oxford: “En cuanto al sacramento, creo, como he enseñado en mi
libro contra el Obispo de Winchester, siendo que mi libro enseña una doctrina tan
verdadera que se mantendrá en el último día antes del juicio de Dios cuando la
doctrina papista contraria a ella se avergonzará de mostrar su rostro”.

Si alguien quiere saber lo que Cranmer dijo en este libro permítame tomar la
siguiente afirmación como una muestra: “Ellos (los papistas) dicen que Cristo está
corporalmente debajo o en la forma de pan y vino. Decimos que Cristo no está allí,
ni corporal ni espiritualmente; pero para aquellos que dignamente comen y beben
el pan y el vino Él está allí espiritualmente, y se encuentra corporalmente en el cielo”.

Y entonces fue quemado.

Ahora, ¿Tenían razón los reformadores ingleses en ser tan rígidos e inflexibles con
esta cuestión de la presencia real? ¿Fue un punto de vital importancia que justificara
primero morir antes de recibirlo? Estas son preguntas, sospecho, que son muy
desconcertantes para muchas mentes irreflexivas. Esas mentes, me temo, pueden
ver en toda la controversia sobre la presencia real, nada más que una contienda de
palabras. Pero son preguntas, me atrevo a decir, sobre las cuales ningún lector
bíblico bien instruido puede dudar por un momento en dar una respuesta. Tal
persona dirá de inmediato que la doctrina romana de la presencia real ataca la raíz
misma del Evangelio, y es el baluarte y fundación del papado. Los hombres pueden
no ver esto al principio, pero es un punto que debe recordarse cuidadosamente.
Arroja una luz clara y amplia sobre la línea que tomaron los reformadores, y la
inquebrantable firmeza con la que murieron.

Cualquier cosa que los hombres quieran pensar o decir, la doctrina romana de la
presencia real, si seguimos sus legítimas consecuencias, oscurece toda doctrina
principal del evangelio, ¡Y daña e interfiere con todo el sistema de la verdad de
Cristo! Concede por un momento que la Cena del Señor es un sacrificio, y no un
Sacramento; concede que cada vez que usen las palabras de consagración, el cuerpo
natural y la sangre de Cristo estén presentes en la Mesa de la Comunión bajo las
formas de pan y vino; concede que todo aquel que come ese pan consagrado y bebe
ese vino consagrado, realmente come y bebe el cuerpo y la sangre natural de Cristo;
concede por un momento estas cosas, y luego observa qué consecuencias
trascendentales resultan de estas premisas.

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Echas a perder la bendita doctrina de la obra terminada de Cristo cuando murió en
la cruz. Un sacrificio que debe repetirse, no es algo perfecto y completo.

Echas a perder el oficio sacerdotal de Cristo. Si hay sacerdotes que pueden ofrecer
un sacrificio aceptable a Dios además de Él, el gran Sumo Sacerdote es despojado
de su gloria.

Echas a perder la doctrina bíblica del ministerio cristiano. Exaltas a los hombres
pecaminosos a la posición de mediadores entre Dios y el hombre.

Le das a los elementos sacramentales del pan y el vino un honor y veneración que
nunca debieron recibir, y produces una idolatría que debe ser aborrecida por los
cristianos fieles.

Por último, pero no menos importante, derribas la verdadera doctrina de la


naturaleza humana de Cristo. Si el cuerpo nacido de la virgen María puede estar en
más de un lugar al mismo tiempo, no es un cuerpo como el nuestro, y Jesús no fue
“el segundo Adán” en la verdad de nuestra naturaleza.

No puedo dudar por un momento, que nuestros reformadores mártires vieron y


sintieron estas cosas aún más claramente que nosotros, y al verlas y sentirlas,
decidieron morir en lugar de admitir la doctrina de la presencia real. Sintiéndolas,
no cederían por sujeción ni por un momento, y alegremente dieron sus vidas. Que
este hecho quede profundamente grabado en nuestras mentes. Donde quiera que
se hable el idioma inglés en la faz del mundo, este hecho debe ser entendido
claramente por todos los ingleses que leen historia. En lugar de admitir la doctrina
de la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo de manera natural bajo la forma
del pan y el vino, ¡los reformadores de la Iglesia de Inglaterra estaban contentos de
ser quemados!

IV. A continuación debo llamar la atención especial de mis lectores


mientras trato de mostrar la relación de todo el tema en nuestra propia
posición y en nuestros propios tiempos. Debo pedirte que te apartes de los
muertos, a los vivos, que apartes la vista de Inglaterra en 1555, a Inglaterra en esta
era iluminada y avanzada del presente, y que consideres seriamente la luz que arroja
la quema de nuestros Reformadores sobre la Iglesia de Inglaterra en el día presente.

Vivimos en tiempos muy críticos. El horizonte eclesiástico en cada lado es oscuro y


descendente. El aumento constante y el progreso del ritualismo extremo, y los
ritualistas están sacudiendo a la Iglesia de Inglaterra en su propio centro. Es de
primera importancia comprender claramente lo que significa todo. Un diagnóstico
correcto de la enfermedad es el primer elemento de un tratamiento exitoso. El
médico que no ve cuál es el verdadero problema, nunca encontrará una cura
probable que funcione.

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Ahora, digo que no puede haber mayor error que suponer que la gran controversia
de nuestro tiempo es una mera cuestión de vestimentas y adornos, de más o menos
decoraciones en la iglesia, de más o menos velas y flores, de más o menos
genuflexiones o cruces, de más o menos gestos y posturas, de más o menos
espectáculo y forma. ¡El hombre que imagina que toda la disputa es meramente
estética, una cuestión de gustos, como una de moda y estilo de ropa, debe
permitirme decirle que está bajo un completo engaño! Puede sentarse en la orilla,
como filósofo epicúreo, sonriendo a las tormentas teológicas, y de halagarse a sí
mismo diciendo que solo estamos peleando por tonterías; pero debo decirle que su
filosofía es muy básica y que su entendimiento de la controversia de nuestro día es
muy superficial.

Las cosas de las que he hablado son insignificantes, lo reconozco completamente.


Pero son pequeñeces perniciosas, porque son la expresión externa de una doctrina
interna. Son la enfermedad de la piel que es el síntoma de una constitución
defectuosa. Son la peste que evidencia el veneno interno. Son el humo rizado que
surge de un volcán oculto de malicias. Yo, por mi parte, nunca causaría ningún
revuelo sobre la fábrica de iglesias, o inciensos, o velas, si pensara que no hay nada
significativo debajo de la superficie. Pero creo que significan una gran cantidad de
errores y falsas doctrinas, y por lo tanto, protesto públicamente contra ellos y digo
que los que los apoyan tienen la culpa.

Doy mi opinión deliberada de que la raíz de todo el sistema ritualista es la peligrosa


doctrina de la presencia real del cuerpo y la sangre naturales de Cristo en la Cena
del Señor bajo la forma del pan y el vino consagrados. Si las palabras significan algo,
esta presencia real es el principio fundamental del ritualismo. Esta presencia real es
lo que los miembros extremos del partido ritualista quieren traer de vuelta a la Iglesia
de Inglaterra. Y así como nuestros mártires Reformadores fueron a la estaca en
lugar de admitir la presencia real, también sostengo que debemos hacer cualquier
sacrificio y luchar hasta el final, en lugar de permitir que regrese una doctrina
materialista sobre la presencia de Cristo en la Cena del Señor en cualquier forma en
nuestra Comunión.

No cansaré a mis lectores con citas en pruebas de lo que afirmo. Pero le pido a
cualquier mente reflexiva que marque, considere y digiera lo que se puede ver bajo
cualquier análisis minucioso del lugar de culto público ritualista. Le pido que marque
la veneración supersticiosa y el honor idólatra con que se considera todo dentro del
santuario, y alrededor y sobre la mesa del Señor. Audazmente le pido a cualquier
jurado de doce hombres honestos y sin prejuicios que miren esa mesa de presbiterio
y comunión, y que me digan qué piensan que significa todo esto. Les pregunto,
¿Todo esto no tiene un sabor a la doctrina romana de la presencia real y el sacrificio
de la misa?

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Creo que si Bonner y Gardiner hubieran visto los santuarios y las mesas de comunión
de algunas de las iglesias de este día, habrían levantado las manos y se regocijarían;
mientras que Ridley, Obispo de Londres, y Hooper, Obispo de Gloucester, se habrían
alejado con justa indignación y habrían dicho, “Esta mesa de comunión no es para
la Cena del Señor, ¡sino una falsificación de la idólatra misa papista!”

Por un momento, no niego el celo, la seriedad y la sinceridad de los ritualistas


extremos, aunque se podría decir lo mismo de los fariseos o los jesuitas. No niego
que vivimos en un país singularmente libre, y que los ingleses, hoy en día, tienen
libertad para cometer cualquier necedad que no sea un delito. Pero sí niego que
cualquier clérigo, por celoso y ferviente que sea, tenga derecho a reintroducir el
papismo en la Iglesia de Inglaterra. Y sobre todo, niego que tenga derecho a
mantener el principio mismo de la presencia real, por ser esto opuesto al hecho por
el cual los Reformadores de su iglesia fueran quemados.

La verdad es que la doctrina de la escuela ritualista extrema acerca de la Cena del


Señor, nunca se puede conciliar con las opiniones moribundas de nuestros
Reformadores martirizados. Los miembros de esta escuela pueden protestar en voz
alta porque son eclesiásticos sanos, pero ciertamente no son eclesiásticos con las
mismas opiniones de los mártires marianos. Si las palabras significan algo, Hooper,
Rogers, Ridley, Bradford y sus compañeros, sostuvieron un punto de vista de la
presencia real, y los ultra ritualistas tienen otro muy diferente. Si ellos tenían razón,
entonces los ultra ritualistas están equivocados. Hay un abismo que no se puede
cruzar entre las dos partes. Hay una gran diferencia que no se puede conciliar ni
explicar. Si sostenemos el punto de vista de uno de los lados, entonces no podemos
sostenernos con el del otro. Por mi parte, digo, sin vacilar, que tengo más fe en
Ridley, Hooper y Bradford que en todos los líderes del partido ultra ritualista.

¿Pero qué vamos a hacer? El peligro es muy grande, mucho mayor, me temo, de lo
que la mayoría de la gente supone. Una conspiración lleva mucho tiempo
fraguándose para que la Iglesia de Inglaterra deje de ser protestante, y todas las
energías de Roma se concentran en esta pequeña isla. Un proceso de extracción y
minería ha estado sucediendo durante mucho tiempo bajo nuestros pies, de los
cuales finalmente comenzamos a ver un poco. Veremos mucho más poco a poco.
¡Al ritmo que vamos, nunca me sorprendería si dentro de cincuenta años la corona
de Inglaterra ya no estuviera en una cabeza protestante, y la misa se celebrara una
vez más en la Abadía de Westminster y en St. Paul! El peligro, en palabras simples,
es ni más ni menos que nuestra Iglesia deje de ser protestante y regrese a Babilonia
y Egipto. Estamos en peligro inminente de reencuentro con Roma.

Los hombres pueden llamarme alarmista, si lo desean, por usar ese lenguaje. Pero
a esto respondo, hay una causa. Las clases altas en esta tierra están ampliamente
infectadas con el gusto por una religión sensual, histriónica y formal. Las órdenes
inferiores se están familiarizando tristemente con todo el ceremonialismo que es el

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trampolín hacia el papado. Las clases medias se disgustan con la Iglesia de
Inglaterra y se pregunta para qué sirve. Las clases intelectuales dicen que todas las
religiones son igualmente buenas o igualmente malas. La Cámara de los Comunes
no hará nada a menos que se vean presionados por la opinión pública. Y todo este
tiempo, el ritualismo crece y se extiende. El barco se encuentra entre olas gigantes,
olas gigantes adelante y olas gigantes en la popa, olas gigantes a la derecha y olas
gigantes a la izquierda. Hay que hacer algo si queremos escapara del naufragio.

La vida misma de la Iglesia de Inglaterra está en juego, y nada menos. Quita el


Evangelio de una Iglesia, y esa Iglesia será indigna de ser preservada. Un pozo sin
agua, una vaina sin espada, una máquina de vapor sin fuego, un barco sin brújula
y timón, un reloj sin la manecilla principal, un cadáver disecado sin vida, será como
todas estas cosas inútiles. Pero no hay nada más inútil que una Iglesia sin Evangelio.
Y esta es la pregunta que se nos planta de cara, ¿La Iglesia de Inglaterra retiene el
evangelio o no? Sin él, en vano recurriremos a nuestros Arzobispos y Obispos, en
vano nos gloriaremos de nuestras catedrales e iglesias parroquiales. Icabod pronto
será escrito en nuestras paredes. El Arca de Dios no estará con nosotros.
¡Seguramente se debe hacer algo!

Una cosa, sin embargo, es muy clara para mi mente. No debemos abandonar a la
ligera a la Iglesia de Inglaterra. ¡No! Mientras sus Artículos y Formularios
permanezcan inalterados, sin revocaciones y sin cambios, siempre que sea así, no
debemos abandonarla. Cobarde y bajo es ese marinero que lanza el bote salvavidas
y abandona el barco, siempre y cuando exista la posibilidad de salvarlo. Cobarde
digo, es ese eclesiástico protestante que habla de separarse, porque las cosas a
bordo de nuestra iglesia están actualmente fuera de orden. ¡Qué pasa si algunos
miembros de la tripulación son traidores y otros están dormidos! ¡Qué pasa si el
viejo barco tiene algunas fugas y su aparejo ha cedido en algunos lugares! Aún
mantengo que hay mucho por hacer.

¡Hay aún vida en el viejo barco! El gran piloto aún no lo ha abandonado. La brújula
de la Biblia todavía está en cubierta. Aún quedan a bordo algunos marineros fieles
y capaces. Mientras los Artículos y Formularios no estén romanizados,
permanezcamos en el barco. Mientras ella tenga a Cristo y la Biblia, permanezcamos
junto a ella hasta el último tablón, enarbolemos nuestra bandera en el mástil, y
nunca las arranquemos. Una vez más, digo, no nos dejemos sonsacar, intimidar,
asustar, engatusar o provocar a abandonar la Iglesia de Inglaterra.

En el nombre del Señor, pongamos nuestras pancartas. Si alguna vez nos llegamos
a encontrar Ridley, Latimer y Hooper en el otro mundo que sea sin vergüenza,
“contendamos fervientemente” por las verdades por las que ellos murieron para
preservarlas. La Iglesia de Inglaterra espera que cada miembro cumpla su deber.
No seamos solamente palabras, sino que actuemos. No seamos nada más acción,
sino que oremos, “el que no tiene espada, venda su capa y compre una”.

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Hay una voz que clama en la sangre de los mártires. ¿Qué dice esa voz? Grita en
voz alta desde Oxford, Smithfield y Gloucester, ¡Resiste la doctrina papista de la
presencia real hasta la muerte!

Fin.

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Los Reformadores Mártires de la Iglesia de
Inglaterra2
John Rogers murió quemado en una hoguera en
Smithfield, Inglaterra, en horas de la mañana, el lunes
4 de febrero de 1555. Entre los espectadores que lo
animaban para no declinar estaban sus propios hijos.
¿Qué crimen monstruoso habría cometido para que le
dieran esta cruel muerte?

Nacido alrededor de 1500, Rogers se educó en


Cambridge. Se convirtió en sacerdote católico y aceptó
un puesto en la iglesia en el momento en que la
Reforma Protestante estaba en pleno apogeo. Su
John Rogers Ministro
del evangelio
conciencia le mostró que ciertas enseñanzas de su
Iglesia establecida estaban equivocadas, por lo cual
renunció mudándose a Amberes, Holanda, donde ministró a comerciantes ingleses.

En Holanda se hizo amigo de William Tyndale, un reformador que estaba traduciendo


la Biblia al inglés. Tyndale convirtió a Rogers a la fe protestante, por lo cual se casó.
Nueve meses después, Tyndale fue a prisión; sería ejecutado como un hereje. Pero
Tyndale dejó un precioso manuscrito en poder de John Rogers. Este era su
traducción de los libros de Josué a Crónicas que aún no se habían impreso.

Rogers estaba decidido a hacer que el valioso trabajo de Tyndale no se perdiera.


Durante los siguientes doce meses trabajó para armar una Biblia completa. Su texto
estaba basado en Tyndale y Coverdale, y sus dos mil notas fueron tomadas de doce
reformadores que estaban activos en el continente.

Tyndale había sido declarado hereje, y su nombre no podía aparecer en la Biblia.


Rogers no podía reclamar honestamente el trabajo como suyo, por lo que utilizó un
pseudónimo, “Thomas Matthews”. Cuando el Obispo Cranmer vio una copia de la
nueva Biblia, estaba tan emocionado que le pidió al canciller Thomas Cromwell que
verificara si el Rey la licenciaría. Enrique VIII lo hizo, y la Biblia de Matthews se
convirtió en la primera versión oficialmente autorizada en el idioma inglés.

Después de que Eduardo VI se convirtiera en el Rey de Inglaterra, John Rogers


regresó a la isla, y trajo a su esposa con él. Le dieron altos cargos en la Iglesia de
Inglaterra. Eduardo VI murió, y María la Católica Romana se convirtió en Reina. John
Rogers predicó un mensaje conmovedor, instando a su congregación a permanecer

2
Esta es una pequeña colección de Biografías que no pertenecen a los escritos de J. C. Ryle

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fiel a los principios de la Reforma. Los Obispos Católicos de María lo interrogaron
sobre este sermón, pero él respondió bien y fue liberado.

Sin embargo, cuando se nombró a un católico para hablar en la Cruz de San Pablo,
los feligreses se amotinaron. El alcalde estuvo presente y no pudo reestablecer el
orden. La multitud atacó al Obispo Bonner, un eminente partidario de la Reina María.
Rogers le gritó a la multitud que se calmara y ayudó a llevar a Bonner a un lugar
seguro. Aunque no le hicieron daño, el Consejo de la Reina estaba molesto. Le
ordenaron al alcalde que demostrara que podía mantener el orden, o de lo contrario
debía abandonar su oficina. El alcalde arrestó a Rogers, quien había salvado la vida
de Bonner. Rogers pasó más de un año en prisión, interrogado varias veces por Lord
Chancellor Stephen Gardiner sobre sus creencias.

Según el libro de los Mártires de Foxes, cuando se aprobó la sentencia de muerte,


Rogers le suplicó a Gardiner que le permitiera hablar algunas palabras con su esposa.
Gardiner se negó y le dijo a Rogers que no estaba legalmente casado porque antes
había sido sacerdote. Sin embargo, Rogers caminó hacia la estaca, cantando salmos,
vio a su esposa al costado del camino, sosteniendo a s su bebe más pequeño a quien
nunca había conocido.

En la hoguera, a Rogers se le ofreció un perdón si solo se retractaba de sus creencias


y retornaba a la Iglesia Católica Romana. Él se negó, el fuego estaba encendido y
Rogers se lavó las manos en las llamas como si no las sintiera. Fue el primero de
muchos mártires en el reinado de María.

John Hooper, (Nace aproximadamente entre 1495 y


1500, muere el 9 de Febrero de 1555). Fue un
eclesiástico inglés, obispo anglicano de Gloucester y
Worcester. Un defensor de la Reforma Inglesa, fue
martirizado durante las persecuciones marianas.

John Hooper parece haber sido en 1538 rector de


Liddington, Wiltshire, un beneficio otorgado por Sir
Thomas Arundell, aunque debe haber sido un titular no
residente. La crónica de los Greyfriars dice que Hooper
fue “alguna vez un monje blanco”; y en la oración
Obispo John Hooper pronunciada en su contra por Stephen Gardiner se lo
describe como “olim monachus de Cliva Ordinis
Cisterciensis”, es decir, de la Casa Cisterciense de la abadía de Cleeve en Somerset.
Por otro lado, no fue acusado, como otros Obispos casados que habían sido monjes
o frailes, de infidelidad al voto de castidad; y sus propias cartas a Heinrich Bullinger
son curiosamente cautelosas en esta parte de la historia. Él habla de sí mismo como
el único hijo y heredero de su padre y teme ser privado de su herencia si llegara a
adoptar la religión Reformada.

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Antes de 1546, Hooper consiguió empleo como mayordomo en la casa de Arundell.
Él habla de sí mismo durante este periodo como “un cortesano que ha vivido
demasiado en la corte del palacio de nuestro rey”. Pero, se topó con algunas de las
obras de Zwinglio y los comentarios de Bullinger sobre las Epístolas de San Pablo,
que provocaron en él una conversión al evangelio. Después de cierta
correspondencia con Bullinger sobre la legalidad de cumplir, en contra de su
conciencia, con la religión establecida, y después de algunos problemas en Inglaterra
entre 1539 – 1540, con Stephen Gardiner, Obispo de Winchester a quien Arundall lo
había reportado debido a su preocupación por sus nuevos puntos de vista, Hooper
decidió asegurar una propiedad donde pudiera refugiarse en el continente. Vivió en
París por un periodo de tiempo desconocido, y regresó a Inglaterra para servir a Sir
John St Loe, agente del Castillo de Thornbury, Gloucestershire, sobrino de Arundell.

Hooper consideró necesario partir nuevamente hacia el continente, probablemente


en 1544, y llegó a Estrasburgo en 1546, en medio de la guerra de Schmalkaldic.
Decidió mudarse permanentemente a Zúrich. Pero primero, regresó a Inglaterra
para recibir su herencia, y afirma haber sido encarcelado dos veces. En Estrasburgo
nuevamente, a principios de 1547, se casó con Anne de Tserclaes (o Tscerlas), una
belga en la casa de Jacques de Bourgogne, señor de Falais. Continuó por Basilea
hasta Zúrich, donde sus convicciones zwinglianas fueron confirmadas por una
relación constante con el sucesor del Zwinglio, Heinrich Bulliger, también hizo
conexiones con Martín Bucero, Theodore Bibliander, Simon Grinaues y Konrad
Pellikan. Durante este tiempo, Hooper publicó una respuesta a mi señor de los
Wynchesters Booke, intitulado, una Detección del Sofisterio Devyls (1547), Una
declaración de Cristo y su Oficio (1547), y Una Declaración de los Diez Santos
Mandamientos (1548).

No fue sino hasta mayo de 1549 que Hooper regresó a Inglaterra. Allí se convirtió
en el principal defensor del calvinismo suizo, tanto contra los luteranos como contra
los católicos romanos, y fue nombrado capellán de Edward Seymour, primer duque
de Somerset, el Lord Protector. Hooper participó en la formación de las iglesias
extranjeras holandesas y francesas de inspiración zwingliana en Glastonbury y
Londres. Él disfrutó en ese momento de una amistad con Jan Laski, y sirvió como
testigo de la acusación en el juicio del Obispo Bonner en 1549.

La caída del poder de Somerset puso en peligro la posición de Hooper, especialmente


porque había tomado una parte prominente contra Gardiner y Bonner, cuya
restauración a sus sedes ahora se podía anticipar. John Dudley, conde de Warwick
(posteriormente Duque de Northumberland), sin embargo, venció a los reaccionarios
en el consejo, y a principios de 1550, la Reforma Inglesa reanudó su curso.

La controversia sobre las vestimentas.

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Hooper se convirtió en el capellán de Warwick, y después de una serie de sermones
cuaresmales ante el rey, le ofrecieron el obispado de Gloucester. Esto condujo a una
prolongada controversia; en sus sermones ante el rey y en otros lugares, Hooper
había denunciado las “Vestimentas Aarónicas”, y el juramento de los santos,
prescrito en el nuevo ordinal, él se negó a ser consagrado de acuerdo a este rito.
Thomas Cranmer, Nicholas Ridley, Martin Bucero y otros lo instaron a someterse. El
confinamiento en su casa por orden del Consejo resultó igualmente ineficaz; y no
fue hasta que pasaron algunas semanas en la prisión de Fleet que el “padre de los
no conformistas” consintió en ajustarse, y Hooper se sometió a la consagración con
las ceremonias legales en aquel momento, el 8 de marzo de 1551.

Una vez instalado como Obispo, Hooper se dedicó con entusiasmo a sus deberes
episcopales. Su visita a su diócesis reveló una condición de ignorancia casi increíble
entre el clero. De trecientos once clérigos, ciento sesenta y ocho no pudieron repetir
los diez mandamientos, treinta y uno de ese grupo aun no sabía en qué parte de la
Biblia se encontraban. Había cuarenta de ellos que no sabía dónde estaba escrita la
oración del Señor, y treinta y uno de este grupo incluso ignoraba quién era su autor.

El mandato del Obispo Hooper en el Artículo 9 del Clero, era que ellos tenían el deber
de enseñar a los feligreses los Diez Mandamientos, el Credo y la Oración del Señor…
“palabra por palabra como se encuentran escritas allí…” y de nuevo, en el Artículo
X, “que cada párroco… enseñe los diez mandamientos del vigésimo capítulo del libro
de Éxodo, tal como están allí, y no de otra manera, sin omitir una palabra, letra o
sílaba de ellos…” Aparentemente, este estándar se hizo cumplir durante gran parte
de las visitas. Se hicieron anotaciones de cada clérigo, muchas de ellas dicen, “no
como lo contenía”, “no en orden”, “no de memoria”. En Stowe Deanery, 19 de ellos
no lo pudieron repetir y cada uno de ellos fue registrado como “mediocriter”. Como
sugiere el señor Gairdner, el significado de “no repetir” está abierto a interpretación.
Hooper hizo lo mejor que pudo; pero en no menos de un año, el Obispado de
Gloucester se redujo a un Archidiáconado y se agregó a Worcester, del cual Hooper
se convirtió en el Obispo sucesor de Nicholas Heath. Se opuso al complot de
Northumberland para la exclusión de María Tudor del trono, pero esto no le salvó
de un rápido encarcelamiento cuando ella se convirtió en reina.

Se dijo que le habían dado refugio en Sutton Court, antes de ser enviado a la prisión
de la flota el 1 de septiembre por un dudoso cargo de deuda. La verdadera causa
fue su firmeza hacia una religión, que todavía estaba establecida por ley. La
legislación de Eduardo VI fue derogada en el mes siguiente, y en marzo de 1554
Hooper fue privado de su Obispado como hombre casado. Todavía no había
estatuto, por el cual pudiera ser condenado a la hoguera, pero lo mantuvieron en
prisión. El renacimiento de los cargos por herejía en diciembre de 1554 fue seguido
rápidamente por la ejecución. El 29 de enero de 1555, Hooper, John Rogers,
Rowland Taylor y otros fueron condenados por Gardiner y degradados por Bonner.

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Hooper fue enviado a sufrir en Gloucester, donde fue quemado el 9 de febrero,
enfrentando su destino con firme coraje y convicción inquebrantable.

Hooper fue el primero de los Obispos en sufrir, porque representaba el partido


Reformado extremo en Inglaterra. Si bien expresó su descontento con algunos
escritos anteriores de Calvino, aprobó el Consenso Tigurino negociado en 1549 entre
los zwinglianos y los calvinistas de Suiza. Fue esta forma de religión por la que
trabajó para difundirla en Inglaterra, en contra de los deseos de Cranmer, Ridley,
Bucero, Pietro Martire y otros teólogos más conservadores. Habría reducido el
episcopado a límites estrechos; sus puntos de vista tuvieron una influencia
considerable en los puritanos del reinado de Isabel, cuando se publicaron muchas
ediciones de las obras de Hooper. Fue notable por su creencia de que un Obispo
debía observar un voto de pobreza y por esto renunció a las ganancias de la sede
de Gloucester de la corona. Habló elocuentemente sobre la angustia causada por la
crisis económica de principios de la década de 1550. Le escribió a William Cecil
pidiéndole al consejo que tomara medidas sobre el precio de los bienes esenciales,
ya que “todas las cosas aquí son tan queridas que la mayoría de las personas carecen
de ellas… sus pequeñas viviendas y sus pobres casas se deterioran a diario”.

Rowland Taylor, nacido alrededor de 1510 en Rothbury, Northumberland,


Inglaterra, casado con Margaret (Tyndale) Taylor alrededor de 1539 en Inglaterra.
Murió el 9 de febrero de 1555 en Aldham, Suffolk, Inglaterra.

Rowland Taylor ministro del Señor, mártir por causa del


evangelio.

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Taylor estudió derecho en Cambridge y obtuvo un título de Licenciado en Derecho
Civil en 1530 y un título de Doctor en Derecho Civil en 1534. De 1531 a 1538 fue
director del albergue Borden, un albergue estudiantil de la Universidad de
Cambridge. También dio conferencias sobre derecho.

En 1528 Rowland fue ordenado exorcista y acolito en Norwich, pero no llevó su


carrera eclesiástica más allá de aproximadamente una década, enfocándose en la
ley, y entre sus otros roles, trabajando para el Archidiaconado de Ely.

Después de escuchar los sermones de Hugh Latimer en Cambridge, Rowland se


asoció con los reformadores protestantes. Latimer fue instalado como Obispo de
Worcester en 1537, y Rowland se convirtió en su comisario general y uno de sus
capellanes. Él emprendió una gira de predicación en 1538. En marzo de 1539 Latimer
lo nombró para vivir en Hanbury, Worcestershire, aunque no era ordenado sacerdote
en aquella etapa.

Cuando Latimer renunció a su Obispado en 1539, Rowland se convirtió en capellán


de Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury. Así fue ordenado sacerdote y en
1544, Cranmer lo nombró Rector de Hadleigh, Suffolk. En 1547 se convirtió en
canónigo de la Catedral de Rochester; en 1548, Archidiácono de Bury St. Edmunds;
en 1551 uno de los seis predicadores de la Catedral de Canterbury; en 1553,
Archidiácono de Cronwall. También ayudó a supervisar las diócesis de Norwich y de
Worcester cuando estaba abierta la vacante Episcopal. Cranmer lo convirtió en uno
de los comisionados para la reforma de las leyes de la iglesia.

Rowland Taylor fue sorprendido en el intento de asegurar el trono para Lady Jane
Gray a la muerte de Eduardo VI. Como resultado, fue arrestado a fines de julio de
1553 y retenido en prisión durante varios meses. Su posterior libertad fue de corta
duración. El consejo de María I ordenó su arresto en marzo de 1554, esta vez por
sus opiniones religiosas, que incluían la denuncia del papa, la negación de la
transubstanciación y la oposición al celibato obligatorio de los sacerdotes. Fue
detenido en la prisión de King´s Bench, en Londres, y fue sometido a varios
exámenes por Stephen Gardiner. Fue condenado a muerte como hereje el 4 de
febrero de 1555. Fue quemado en la hoguera en Aldham Common, Suffolk, no lejos
de su parroquia de Hadleigh, el 9 de febrero de 1555.

Últimas palabras a su familia:

Digo a mi esposa y a mis hijos: vosotros me habéis sido dados por el Señor, y yo os
he sido quitado a vosotros, y vosotros me habéis sido quitados a mí. ¡Bendito sea el
nombre del Señor! Yo creo que son bienaventurados los que mueren en el Señor.
Dios cuida de las golondrinas y de los cabellos de nuestra cabeza. Siempre le he
hallado más fiel y favorable que ningún padre o marido. Confiad, por tanto, en Él
por medio de los méritos de Cristo nuestro querido Salvador. Creedle, amadle,

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temedle y obedecedle. Orad a Él, porque ha prometido ayuda. No me tengáis por
muerto, porque ciertamente viviré y jamás moriré. Yo voy antes y vosotros me
seguiréis a nuestro duradero hogar.

Últimas palabras a su hijo Thomas:

El Dios Todopoderoso te bendiga y te dé su Santo Espíritu para que seas un


verdadero siervo de Cristo, para que aprendas su palabra y constantemente
defiendas su verdad toda la vida. E hijo mío: procura temer a Dios siempre. Huye
de todo pecado y vida de maldad. Sé virtuoso y sirve a Dios cada día en oración. En
toda circunstancia, procura ser obediente a tu madre, ámala y sírvela. Rígete por
ella ahora en tu juventud y sigue su buen consejo en todas las cosas. Cuídate de la
lasciva compañía de los jóvenes, que no temen a Dios, sino que siguen sus lascivias
y concupiscencias y vanos apetitos. Huye de la prostitución y aborrece el lecho con
mancilla, recordando que yo, tu padre, muero en defensa del santo matrimonio. Y
el día de mañana, cuando Dios te bendiga, ama y estima a los pobres, y ten por
principal riqueza ser rico en limosnas. Y cuando tu madre envejezca, no la
abandones, sino provéele todo lo que esté a tu alcance, y procura que no carezca
de nada. Porque de este modo te bendecirá Dios, te dará larga vida sobre la tierra
y prosperidad, lo cual le ruego que te conceda.

Robert Ferrar, nacido dentro de la parroquia de


Halifax. Ferrar ingresó inicialmente a la universidad de
Cambridge, pero luego fue a Oxford. Aquí se convirtió en
un canónigo agustino. En 1528, formó parte de un grupo
de estudiantes que traficaban secretamente literatura
luterana, de lo cual tuvo que retractarse.

En 1535, acompañó a William Barlow, en una embajada


a Escocia, y más tarde se convirtió en Prior de Nostell,
Yorkshire, a tiempo para entregar la casa al rey, el 20 de
noviembre de 1540, por lo que recibió una pensión. Llegó
a ser un destacado y encumbrado reformador a favor de
Robert Ferrar, Obispo Somerset, fue nombrado predicador real y visitador en
1547. Su consagración como Obispo de St. Davids, el 9
de septiembre de 1548, fue la primera que se celebró según la forma del servicio en
inglés. En St. Davids entró en conflicto con un poderoso grupo de canónigos, que
aprovecharon la caída de Somerset para presentar una serie de graves acusaciones
contra su protegido.

Después del ascenso de María, Ferrar fue encarcelado en Southwark, y en marzo de


1554 fue privado de su obispado por herejía y matrimonio. Después de cierta
indecisión, Ferrer, fortalecido por Bradford y otros prisioneros reformados, se negó
a retractarse cuando fue examinado por el Obispo Gardiner y otros comisionados en

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febrero de 1555. Luego fue procesado ante su sucesor Henry Morgan, en
Carmarthen, y aun reusándose a retractarse de sus opiniones, encontró la muerte
en la hoguera con gran coraje en la plaza del mercado de Carmarthen el 30 de marzo
de 1555.

John Bradford, (1510-1555) fue un Reformador Inglés,


prebendado de St. Paul, y muerto como mártir. Fue
encarcelado en la Torre de Londres por presuntos delitos
contra María Tudor. Fue quemado en la hoguera el 1 de
julio de 1555.

Bradford nació en el pueblo de Blackley , Cerca de


Manchester en 1510. Fue educado en una escuela
primaria. Talentoso con los números y el dinero, por lo
cual más tarde sirvió al mando de Sir John
John Bradford Harington de Exton en Rutland como mayordomo. A
través de sus buenas influencias y habilidades en la
auditoría y la escritura, ganó el favor y la confianza con su empleador sirviendo en
el cerco de Montreuil en 1544, ocupó el cargo de pagador del ejército Inglés durante
las guerras de Enrique VIII . Más tarde, se convirtió en un estudiante de derecho en
el templo interno en Londres. A través del contacto y prédicas de un compañero de
estudios, entra en relación con y se convierte a la fe protestante. Esto le llevó a
abandonar sus estudios de derecho en 1548, y tomó la teología en Catharine Hall
(ahora St. Catherine College), Universidad de Cambridge . En 1549 fue galardonado
con su maestría y en ese mismo año fue designado para una beca en el Pembroke
College.

En esta institución fue conocido con el apodo de "Santo Bradford" no en forma


despectiva, sino por respeto a su dedicación a Dios y su actitud desinteresada. En
agosto de 1550 fue ordenado diácono por el obispo Nicholas Ridley y lo nombró
como su capellán personal. Comenzó a predicar en las iglesias en Londres bajo la
tutela de Ridley y Hugh Latimer . Sus dones en la predicación de la fe bíblica dieron
lugar a su nombramiento en 1551 como capellán de Eduardo VI y prebendado de la
catedral de San Pablo. Continuó como compañero de Pembroke y como predicador
itinerante, principalmente en Londres, Lancashire y Cheshire.

Después de la muerte de Eduardo en 1553, María Tudor ascendió al trono con lo


que vinieron las amenazas como represalias contra los oponentes del catolicismo.
En el primer mes del reinado de la nueva monarca, Bradford fue detenido y
encarcelado por el cargo de "tratar de agitar una turba" y fue hecho prisionero en
la Torre de Londres. Durante su tiempo en prisión, continuó escribiendo obras
religiosas y enseñando a todos los que quisieran escucharle. Durante un tiempo,
mientras se encontraba en la Torre, Bradford fue puesto en una celda con otros tres

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reformadores, el Arzobispo Thomas Cranmer , Ridley y Latimer. Su tiempo
transcurrió en un estudio cuidadoso del Nuevo Testamento.

El 31 de enero de 1555, Bradford fue juzgado y condenado a muerte. Fue llevado


a la prisión de Newgate para ser quemados en la hoguera el 1 de julio. Se le otorgó
una "camisa especial para las llamas” por parte de la señora Marlet, para quien había
escrito una obra devocional. Esta era una camisa limpia que se confeccionaba
específicamente para el martirio, hecha con el estilo de una camisa de boda. "Esta
prenda era una camisa nueva que se consumía en las llamas con la víctima y se
convirtió en una característica común en los condenados a la hoguera, se hacía con
el fin de que sirviera como una señal para honrar a la víctima, con ella se
representaba en sentido figurado la atención que recibe un novio para su boda".
Además, “la colocación ceremonial de la “camisa para las llamas” podría ser
interpretada como una similitud con el momento en el que el cura se pone sus
vestiduras ministeriales, perturbando de este modo el ritual católico…” “y así el
mártir podría orar y besar la camisa antes de ponérsela... subrayando su unidad con
Cristo y el hecho de que estaban dispuestos a morir por Él..."

Una gran multitud hizo que se retrasara la ejecución, que había sido programada
para las 4 de la mañana, ya que muchos de los que admiraban a Bradford llegaron
a ser testigo de su muerte. Estaba encadenado a la estaca en Smithfield con un
joven que tenía por nombre John Leaf. Antes de que el fuego se encendiera, pidió
perdón a cualquiera a quien él le hubiera hecho mal, y ofreció el perdón a los que
le habían hecho daño. Luego se volvió hacia su compañero y le dijo: "¡Ten buen
consuelo hermano! Porque tendremos una cena alegre con el Señor esta noche" Un
siglo más tarde, en sus Worthies de Inglaterra , Thomas Fuller escribió que tuvo que
soportar las llamas " como una nueva tormenta de viento en un caluroso día de
verano, confirmando con su muerte la verdad de la doctrina que había predicado
con diligencia y poder durante su vida ".

Bradford es conmemorado en el monumento a los Mártires de María en Smithfield,


Londres. También se conmemora con una de las seis estatuas en el exterior del
Ayuntamiento de Manchester señalado dentro de las personas importantes en la
historia temprana de la ciudad.

Nicolás Ridley, fue un destacado teólogo protestante del siglo XVI. Provenía de
una familia prominente en Tynedale, Northumberland, y nació alrededor de 1500.
Fue educado en la Royal Grammar School, Newcastle, y en el Penbroke College,
Cambridge, donde recibió su maestría en 1525. Poco después fue ordenado
sacerdote.

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Pasó un breve periodo en la Sorbona de París y en Lovaina
antes de regresar a Inglaterra probablemente en 1529. Se
convirtió en el supervisor principal de la Universidad de
Cambridge en 1534 y en 1537 fue nombrado por el
Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, como uno de
sus capellanes. En abril de 1538, Cranmer lo convirtió en
vicario de Herne en Kent. En 1540-41, fue nombrado
capelán del rey y maestro de Pembroke. En 1543 fue
acusado sin éxito de herejía, aunque justo después de su
exculpación terminó por abandonar la doctrina de la
Obispo Nicholas transubstanciación.
Ridley
Ridley fue nombrado Obispo de Rochester en 1547, y poco
después de llegar al cargo, ordenó que se retiraran los altares de las iglesias de su
diócesis y se pusieran mesas en su lugar para celebrar la Cena del Señor. Eduardo
VI estaba ahora en el trono y en 1548 ayudó a Cranmer a compilar el Libro de
Oración Común. Como antiguo capellán de Cranmer, Ridley fue trasladado de
Rochester a la entonces diócesis vacante de Londres en 1550.

Tras firmar las cartas de patente que establecían la corona inglesa sobre Lady Jane
Gray, Ridley, en su sermón predicado en la cruz de San Pablo el 9 de julio de 1553,
afirmó que las princesas María y Elizabeth eran ilegítimas y que la sucesión de ellas
sería desastrosa para los intereses religiosos de Inglaterra. Sin embargo, cuando se
perdió la causa de Lady Jane, fue a Framlingham para pedirle perdón a la reina
María, pero fue arrestado y enviado a la Torre de Londres.

Hugh Latimer, (1487 – 16 de octubre de 1555) fue


miembro del Clare College, Cambridge y Obispo de
Worcester antes de la Reforma, y más tarde capellán de
la Iglesia de Inglaterra ante el rey Eduardo VI. En 1555
bajo la reina María fue quemado en la hoguera,
convirtiéndose en uno de los tres mártires del
anglicanismo de Oxford.

Latimer nació en una familia de granjeros en Thurcaston,


Leicestershire. Su fecha de nacimiento es desconocida.
Los biógrafos contemporáneos, incluido John Foxe,
Obispo Hugh Latimer ubicaron la fecha en algún momento entre 1480 y 1494.
Comenzó sus estudios de gramática latina a la edad de
cuatro años, pero no se sabe mucho más de su infancia. Asistió a la Universidad de
Cambridge y fue elegido miembro del Clare College el 2 de febrero de 1510. Recibió
el título de Maestro en Artes en abril de 1514 y fue ordenado sacerdote el 15 de
julio de 1515. En 1522, Latimer fue nominado para los cargos de predicador
universitario, y capellán universitario. Mientras realizaba sus deberes oficiales,

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continuó con estudios teológicos y recibió el título de Bachiller en Divinidad en 1524.
El tema de su disputa por el título fue una refutación de las nuevas ideas de la
Reforma que surgieron en el Continente, en particular las doctrinas de Philipp
Melanchthon. Hasta este momento, Latimer se describió a sí mismo como “un
papista obstinado como cualquiera en Inglaterra”. Un converso reciente a las nuevas
enseñanzas, Thomas Bilney escuchó su disputa y luego acudió a él para confesarlo.
Las palabras de Bilney tuvieron un gran impacto en Latimer y desde ese día en
adelante aceptó las doctrinas reformadas.

Latimer se unió a un grupo de reformadores, incluidos Bilney y Robert Barnes, que


se reunían regularmente en la White Horse Tavern. Comenzó a predicar
públicamente sobre la necesidad de la traducción de la Biblia al inglés. Este fue un
movimiento peligroso ya que la primera traducción del Nuevo Testamento por
William Tyndale había sido prohibida recientemente. A principios de 1528, Latimer
fue llamado ante el cardenal Thomas Wolsey y recibió una amonestación y una
advertencia. Al año siguiente, Wolsey cayó del favor de Enrique VIII cuando no pudo
acelerar la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. En contraste, la
reputación de Latimer estaba en ascenso al tomar la delantera entre los
reformadores en Cambridge. Durante el Adviento en 1529, predicó sus dos
"Sermones sobre la Carta" en la Iglesia de San Eduardo.

Latimer predicó a una multitud, incluido Eduardo VI, en Westminster, esto fue
registrado en el libro de John Foxe (1563).

En 1535, fue nombrado Obispo de Worcester, en sucesión a un ausente italiano, y


promovió las enseñanzas reformadas y la iconoclasia en su diócesis. El 22 de mayo
de 1538, ante la insistencia de Cromwell, predicó el sermón final antes de que el
fraile franciscano John Forest fuera quemado en la hoguera, en un incendio que se
dice que fue alimentado en parte por una imagen galesa de San Derfel. En 1539, se
opuso a los Seis Artículos de Enrique VIII, con el resultado de que se vio obligado a
renunciar a su obispado y fue encarcelado en la Torre de Londres (donde estuvo
nuevamente en 1546).

Durante el reinado del hijo de Enrique, Eduardo VI, fue favorablemente restaurado
a medida que la iglesia inglesa se movía en una dirección más protestante,
convirtiéndose en predicador de la corte hasta 1550. Luego se desempeñó como
capellán de Katherine Duquesa de Suffolk. Sin embargo, cuando la hermana de
Edward VI, María I, llegó al trono, fue juzgado por sus creencias y enseñanzas en
Oxford y encarcelado. En octubre de 1555 fue quemado en la hoguera en las afueras
de Balliol College, Oxford.

El 14 de abril de 1554, los comisionados del partido papista (incluidos Edmund


Bonner y Stephen Gardiner) comenzaron un examen de Latimer, Ridley y Cranmer.
Latimer, apenas era capaz de sostener un debate a su edad, respondió al consejo

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por escrito. Argumentó que las doctrinas de la presencia real de Cristo en la misa,
la transubstanciación y el mérito propiciatorio de la misa no eran bíblicas. Los
comisionados trataron de demostrar que Latimer no compartía la misma fe que los
Padres eminentes, a lo que Latimer respondió: "Yo soy de su fe cuando dicen bien...
He dicho, cuando dicen bien, y traen la Escritura para ello, Yo soy de su fe, y además
Agustín exige que no se le crea a él".

Latimer creía que el bienestar de las almas le exigía defender la comprensión


protestante del evangelio. Los comisionados también entendieron que el debate
involucraba el mensaje mismo de salvación, por el cual las almas serían salvadas o
condenadas.

Después de pronunciar la oración, Latimer agregó: "Agradezco sinceramente a Dios


que haya prolongado mi vida para este fin, para que en este caso pueda glorificar a
Dios con ese tipo de muerte"; a lo que el prolocutor respondió: "Si vas al cielo con
esta fe, entonces nunca volveré aquí, ya que así estoy convencido".

Latimer fue quemado en la hoguera con Nicholas Ridley. Se le cita diciendo a Ridley:
“¡Que te sea de buen consuelo, Maestro Ridley, y juega al hombre; hoy, por la gracia
de Dios, encenderemos una vela en Inglaterra, que confío nunca será apagada!”.

Las muertes de Latimer, Ridley y luego Cranmer, ahora conocidos como los Mártires
de Oxford, se conmemoran en Oxford en el Memorial de los Mártires de Victoria,
que se encuentra cerca del sitio real de ejecución que está marcado por una cruz en
Broad Street. El salón Latimer en Clare College, Cambridge lleva su nombre.

Hugh Latimer dijo: "Puede venir en mis días, viejo como soy, o en los días de mis
hijos, más los santos serán tomados para encontrarse con Cristo en el aire, y así
descenderán con Él nuevamente" (cf. 1 Tesalonicenses 4).

John Philpot, (1516-1555) fue un archidiácono de


Winchester y un mártir protestante inglés cuya historia
está registrada en el Libro de los Mártires de Foxe. Era el
tercer hijo de Sir Peter Philpot y nació en Compton,
Hampshire, en 1516.

Fue educado en Winchester, donde tuvo como


contemporáneo a John Harpsfield, con quien apostó a
escribir doscientos versos en una noche sin cometer más
de tres faltas, lo cual hizo. A su debido tiempo fue a New
John Philpot Archidiácono College, Oxford, donde se graduó como Bacherlo en
Winchester derecho Civil (1534 a 1541).

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En la promulgación de los Seis Artículos en 1539 se fue al extranjero y viajó por
varios países. Discutió con un fraile franciscano entre Venecia y Padua, por poco no
logra escapar de la inquisición. A su regreso, fue a Winchester, donde leyó
conferencias en la catedral, y en una fecha incierta, se convirtió en archidiácono. No
estaba de acuerdo con su obispo, John Ponet, a quien el registrador Cook lo describe
como, "un hombre que odiaba la religión pura" este se había levantado contra él.
Cook incluso se plantó en el archidiácono con sus sirvientes con intenciones de
asesinarlo. Cuando María llegó al trono, Philpot pronto llamó la atención. Fue uno
de los que en la convocatoria de 1553 defendió las opiniones del catecismo,
especialmente con referencia a la transubstanciación.

En 1554 estaba en la prisión de King's Bench, e incluso allí encontró algo sobre lo
que discutir, ya que algunos de sus compañeros prisioneros eran pelagianos. En
octubre de 1555 fue examinado en la casa de sesiones de Newgate y, aunque el
obispo Bonner hizo todo lo posible por él, finalmente fue condenado.

No sabemos bien por qué. Sin embargo, el 18 de diciembre de 1555, se encontró


alegremente con los hombres del sheriff a las ocho y se dirigió a la hoguera en
Smithfield. El camino estaba embarrado y los hombres del sheriff se ofrecieron a
llevarlo. Él se negó y dijo: "Estoy contento de ir al final de mi viaje a pie".

Se arrodilló cuando llegó al lugar de la ejecución y besó la estaca. Luego recitó los
salmos 106, 107 y 108, fue encadenado a la hoguera y murió en la llama que se
cernió alrededor de su cuerpo.

Thomas Cranmer, (nacido el 2 de julio de 1489,


Aslacton, Nottinghamshire, Inglaterra, murió el 21 de
marzo de 1556, Oxford), el primer arzobispo protestante
de Canterbury (1533–56), asesor de los reyes ingleses
Enrique VIII y Eduardo VI. Como arzobispo, puso la Biblia
en inglés en las iglesias parroquiales, redactó el Libro de
Oración Común y compuso una letanía que sigue en uso
hoy en día. Denunciado por la reina católica María I por
promover el protestantismo, fue declarado culpable de
herejía y quemado en la hoguera.
Arzobispo Thomas
Cranmer Cranmer fue el segundo hijo de Thomas Cranmer y
Agnes (née Hatfield). Su padre parece haber pertenecido
al rango más bajo de la nobleza; en cualquier caso, solo tenía suficientes
propiedades para dotar a su hijo mayor, John, de modo que Thomas y su hermano
menor estaban destinados a la iglesia. Después de experimentar la enseñanza de
un "maestro de escuela maravillosamente cruel y severo", cuyos servicios
infundieron en Cranmer incertidumbre y flexibilidad permanentes, el niño se fue a
Cambridge en 1503. En 1510 o 1511 fue elegido para una beca en el Jesus College,

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pero pronto se vio obligado a desalojar porque se casó con un pariente de la casera
del Dolphin Inn. Durante este tiempo se ganó la vida enseñando en el Colegio
Buckingham (más tarde Magdalena), dejando a su esposa para alojarse en el
Dolphin; De este acuerdo surgió una historia posterior de que había comenzado en
la vida como anfitrión.

Sin embargo, su esposa murió en el parto poco después de su matrimonio, y Jesus


College restauró a Cranmer a su comunidad. Ahora ingresó a la iglesia y se lanzó a
sus estudios, convirtiéndose en uno de los más destacados teólogos de su tiempo,
un hombre de aprendizaje inmenso, aunque no muy original. Desde alrededor de
1520 perteneció a un grupo de eruditos que se reunían regularmente para discutir
los problemas teológicos planteados por la revuelta de Martín Lutero; Se sabe que
se inclinaban por la nueva forma de pensar, y se les denominó "Pequeña Alemania".
Entre el grupo que encabezaría la Reforma inglesa estaban William Tyndale, Robert
Barnes, Thomas Bilney y, sobre todo, Cranmer, que en 1525 incluía entre sus
oraciones una por la abolición del poder papal en Inglaterra.

Las ambiciones de Cranmer para la reforma se habrían mantenido académicas si no


hubiera sido por los eventos políticos en los que pronto se vio involucrado, sin
embargo, esto al contrario de lo que fue su educación y gustos personales. A partir
de 1527, Enrique VIII persiguió su deseo de ser liberado de su primera esposa,
Catalina de Aragón, para casarse con Anne Bolena, y en 1529 los conflictos de
"divorcio" se apoderaron también de Cranmer. En agosto, una plaga conocida como
la enfermedad del sudor barrió el país y fue especialmente grave en Cambridge.
Para escapar de la enfermedad, Cranmer dejó la ciudad con dos de sus alumnos,
hermanos que estaban relacionados con él a través de su madre, y se fue a la casa
de su padre en Waltham en Essex. El rey estaba de visita en el vecindario inmediato
en ese momento, y dos de sus principales consejeros, Stephen Gardiner y Edward
Fox, se encontraron con Cranmer en esos alojamientos poco después. Como era de
esperar, estuvieron discutiendo y meditando sobre el divorcio del rey.

Enrique, que estaba dispuesto a obtener la ayuda de cualquier cabeza y mano


posible, por oscura que fuera, convocó a Cranmer para una entrevista y le ordenó
que dejara de lado todas las demás actividades para dedicarse a la cuestión del
divorcio. Cranmer aceptó una comisión para escribir un tratado de propaganda en
interés del rey, indicando el curso que propuso y defendiéndolo con argumentos de
las Escrituras, los Padres y los decretos de los consejos generales. Fue elogiado con
la hospitalidad del padre de Anne Bolena, el conde de Wiltshire, en cuya casa en
Durham Place residió durante algún tiempo; fue nombrado archidiácono de Taunton;
se convirtió en uno de los capellanes del rey; y también celebró un beneficio
parroquial, cuyo nombre se desconoce. Cuando terminó el tratado, Cranmer fue
llamado a defender su argumento ante las universidades de Oxford y Cambridge;
pero al final los debates, que en general respaldaron su posición, tuvieron lugar en
su ausencia. Ya había sido enviado a defender la causa ante un tribunal más

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poderoso, por no decir que era uno superior. Una embajada, con el conde de
Wiltshire a la cabeza, fue enviada a Roma en 1530, y Cranmer fue un miembro
importante de la misma. Fue recibido por el Papa con marcada cortesía y fue
nombrado gran centro penitenciario de Inglaterra, pero su argumento, si se discute,
no condujo a ninguna decisión práctica de la cuestión del divorcio.

En 1532 fue enviado a Alemania, oficialmente como embajador ante el emperador


Carlos V, pero con instrucciones de establecer contacto con los príncipes luteranos.
En Nuremberg conoció a Andreas Osiander, cuya posición teológica a mitad de
camino entre Lutero y la antigua ortodoxia apeló al temperamento cauteloso de
Cranmer, mientras que la sobrina de Osiander, Margaret, apeló aún más a alguien
que había permanecido durante demasiado tiempo en un celibato poco agradable.
A pesar de las órdenes de su sacerdote, se casó con ella en 1532; Al mismo tiempo,
sus puntos de vista teológicos experimentaron un cambio adicional decidido en la
dirección de la opinión reformada.

El año 1532 resultó ser totalmente crítico, porque William Warham, el arzobispo de
Canterbury, falleció en agosto. Al principio, se siguió la práctica habitual de extender
la vacante en beneficio de las finanzas del rey, pero a finales de año era evidente
que la sede tendría que llenarse porque la cuestión del divorcio estaba llegando a
un punto crítico. La llegada de Thomas Cromwell al poder como asesor principal en
asuntos eclesiásticos había anunciado una política más enérgica, y en enero de 1533
se estaba redactando el acto contra las apelaciones a Roma, y Anne Bolena estaba
embarazada. Como Stephen Gardiner, el candidato obvio para el arzobispado,
estaba en desgracia, el rey eligió a Cranmer; en marzo de 1533 fue consagrado e
instituido en Canterbury, con la asistencia de las bulas papales confirmatorias y
después de una declaración de que prestó el juramento obligatorio al papa sin
sentirse obligado por él. Él procedió a hacer lo que se esperaba de él. En mayo
convocó a su corte en Dunstable, declaró nulo el matrimonio del rey con Catalina de
Aragón desde el principio y declaró válido el matrimonio con Anne Bolena.

En 1536, convencido por la dudosa evidencia de los supuestos adulterios de Anne,


él a su vez anuló ese matrimonio; en 1540 ayudó a liberar a Enrique VIII de su
cuarta esposa, Ana de Cleves; y en 1542 se vio obligado a ser prominente en los
procedimientos que resultaron en la ejecución de Catherine Howard por
deshonestidad traicionera. No hay duda de que en estas políticas matrimoniales hizo
lo que le dijeron, aunque es improbable que sus opiniones privadas sobre los temas
en cuestión de alguna manera contradijeran sus acciones públicas.

Más significativas son sus actividades como arzobispo en la iglesia reconstruida.


Cranmer no había buscado una alta promoción. Su matrimonio justo antes de su
ascenso al arzobispado es una prueba justa de que no esperaba tal carrera en el
sacerdocio, en el que una esposa necesariamente no reconocida no sería más que
una vergüenza. Hasta 1548 no pudo reconocerla públicamente. Sin embargo, la

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historia de que la llevaba consigo en un baúl con agujeros para que fluyera el aire
es parte de la leyenda escurridiza que creció a su alrededor. Sin embargo, una vez
que estuvo en el poder, no pudo evitar las consecuencias; un reformador convencido
con inclinaciones hacia una sucesión de cambios teológicos continentales, se
encontró ayudando en la conformación de la Iglesia de Inglaterra bajo un maestro
que en general no tenía gusto por el cambio. En cooperación con Cromwell,
promovió la publicación de una Biblia en inglés, obligatoria en las parroquias por las
órdenes judiciales de Cromwell de 1538.

Incluso antes de que Enrique VIII muriera (1547), Cranmer se había alejado mucho
en dirección al protestantismo. En 1545 compuso una letanía para la iglesia
reformada en Inglaterra, una de sus obras maestras, todavía en uso; y en 1538
había abandonado la creencia tradicional católica romana en la transubstanciación,
que Cristo es presentado sustancialmente por la Eucaristía (aunque las propiedades
del pan y el vino siguen siendo las mismas), pero retuvo su creencia en la presencia
real de Cristo en la Eucaristía. Ya en 1536 fue reconocido por los rebeldes religiosos
del norte como el principal reformador. Su posición estaba, en consecuencia, lejos
de ser cómoda después de la Ley de los Seis Artículos (1539), que atacó a quienes
abogaban por el matrimonio del clero y a quienes negaban la transubstanciación, y
la caída de Cromwell en 1540.

Durante los últimos años de Enrique, los enemigos de Cranmer establecieron al


menos tres complots elaborados para destruirlo al condenarlo por herejía, pero en
cada ocasión fueron frustrados por el curioso apego de Enrique hacia él. En Cranmer,
este rey, que por lo general se mantenía completamente libre de sentimientos
personales por sus sirvientes y asesores, encontró a un hombre en quien confiaba y
le gustaba. A diferencia del resto de ellos, el arzobispo no era codicioso ni tortuoso;
no buscó nada para sí mismo, solo estaba dispuesto a suplicar por aquellos que
cayeron en desgracia (un servicio que realizó con igual coraje y futilidad para Sir
Thomas Moro, Anne Bolena, Thomas Cromwell y otros), y retuvo milagrosamente la
buena voluntad de Enrique en todo momento. El rey lo miró con esa mezcla de
asombro y diversión que los mundanos y egoístas otorgan a aquellos que parecen
simples en los asuntos; le gustaba, lo escuchaba, lo protegía, pero no le permitía
influencia política alguna. No fue sorprendente que se volviera hacia Cranmer
cuando llegó la muerte.

En los trabajos doctrinales exigidos para estos cambios, Cranmer tomó la parte
principal y directora. En 1547 fue responsable de la publicación de un Libro de
Homilías diseñado para enfrentar la notoria queja de que el clero no reformado no
predicaba lo suficiente. El primer libro de oración, moderadamente protestante,
apareció en 1549, seguido en 1552 por el segundo, que era más abiertamente
protestante. Cranmer fue personalmente responsable de gran parte del trabajo, pero
contó con la asistencia de varios teólogos extranjeros para quienes la Inglaterra de
Eduardo VI actuó como un imán. El más influyente de estos fue probablemente

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Martin Bucero de Estrasburgo, cuya posición sobre la Eucaristía se refleja
especialmente en el servicio de Comunión del segundo libro de oración. Sin
embargo, no fue tanto Bucero quien persuadió a Cranmer de abandonar el vago
luteranismo, que parece haber sido su posición en 1547, como el polaco Jan Laski
el Joven o el inglés Nicholas Ridley, ambos hombres poseían una actitud más
determinada y decidida. El fermento de esos años también produjo los Cuarenta y
dos artículos de Cranmer (1553), un conjunto de fórmulas doctrinales que definen
la posición dogmática de la Iglesia de Inglaterra sobre las controversias religiosas
en boga. Todos los clérigos, maestros de escuela y candidatos a títulos en las
universidades se vieron obligados a suscribirse a los artículos, que luego se
redujeron a 39 y fueron aceptados oficialmente por la iglesia anglicana.

En este momento, Cranmer también intentó revisar la ley canónica de la iglesia


inglesa, una propuesta nunca promulgada, pero publicada en 1571 como Reformatio
Legum Ecclesiasticarum ("La Reforma de las Leyes Eclesiásticas"). Aunque todavía
privado de cualquier influencia seria en los asuntos de estado, Cranmer dominó y
guió la revolución religiosa del reinado por su enseñanza, autoridad y diligencia.
Estableció a su vez la doctrina, el ritual y la ley de su iglesia de una manera que
debía permanecer. Sobre todo, la Iglesia de Inglaterra le debía la belleza de su
liturgia, lo que demuestra que no solo fue un teólogo sino también un poeta.

La inminente muerte de Eduardo VI (julio de 1553) por fin implicó fatalmente a


Cranmer en política. Después de una resistencia prolongada, se dejó obligar por el
rey moribundo a suscribir el documento por el cual Northumberland esperaba alterar
la costumbre, la ley y la voluntad de Enrique VIII para transferir la sucesión de la
princesa María (la hija de Enrique con Catalina de Aragón) a su nuera, la sobrina
nieta de Enrique, Lady Jane Gray. Aunque proclamada reina, fue depuesta nueve
días después, y María I accedió al trono. El fracaso del plan trajo cargos de traición
contra Cranmer, y fue condenado por el gobierno de María en noviembre de 1553.
En cualquier caso, se hizo evidente antes de esto que su futuro no tenía más
promesas brillantes. La adhesión de María destruyó temporalmente la Reforma
inglesa; El enemigo amargado de Cranmer, Stephen Gardiner, fue inmediatamente
liberado de prisión y ascendido a la cancillería, y en noviembre de 1554 el cardenal
Reginald Pole llegó para ocupar Canterbury y dirigir la extirpación de la reforma.

El juicio de Cranmer por traición no fue más que un pretexto; la reina y sus asesores
no tenían la intención de que muriera por el delito técnico de haber apoyado la
conspiración loca de Northumberland, sino que pretendían destruirlo por su delito
de larga data en la promoción del protestantismo. Tuvieron que esperar hasta que
pudieran hacer que el Parlamento derogara los actos de Enrique VIII y Eduardo VI
y reintrodujera las leyes que permitieron que el brazo secular quemara a los herejes.
Con Ridley y Hugh Latimer, un protestante que anteriormente había sido obispo de
Worcester, Cranmer en marzo de 1554 fue trasladado a Oxford, donde la
Contrarreforma se sintió más segura que en la propia universidad de Cranmer. A

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finales de ese año, las leyes de herejía se revivieron, y en septiembre de 1555,
después de su debilitamiento debido al encarcelamiento, Cranmer fue sometido a
un largo juicio en el que se defendió con firmeza contra el cargo de haberse alejado
injustificadamente de su propia posición anterior sobre los sacramentos y el papado.
La conclusión inevitable se llegó después de una variedad de procesos técnicos; El
14 de febrero de 1556, en una ceremonia llena de humillaciones cuidadosamente
diseñada, fue degradado de sus oficios episcopales y sacerdotales y entregado al
estado.

Pero el gobierno de María aún no había terminado con él. La quema del archiherético
sería una acción aún más útil si pudieran obligarlo a renunciar a sus errores en
público, por lo que se intentaron varias formas de derribarlo. El octubre anterior se
había visto obligado a presenciar el martirio de Ridley y Latimer; ahora fue sacado
temporalmente de la prisión a un entorno más agradable mientras los agentes del
gobierno intentaban despertar sus dudas. De hecho, Cranmer firmó cinco llamadas
retractaciones, de las cuales las cuatro primeras no hicieron más que registrar su
creencia constante de que lo que el monarca y el Parlamento habían decretado debe
ser obedecido por todos los ingleses. Sus convicciones sobre este punto lógicamente
lo obligaron a aceptar la Contrarreforma Mariana como válida, y esta aceptación, a
su vez, en su estado débil e incierto, afectado por el retraso de la muerte y la leve
esperanza de misericordia, finalmente lo indujo a hacer una retractación abyecta (la
sexta) de todo su desarrollo religioso.

El gobierno tenía todas las razones para esperar que la publicación de la deserción
de Cranmer destruyera el protestantismo en Inglaterra. Aunque el vengativo
Gardiner había muerto, la Reina María y el Cardenal Polo estaban bastante decididos
a que la sentencia se cumpliera. Por lo tanto, el 21 de marzo de 1556, sacaron a
Cranmer para quemarlo, y se le exigió primero que hiciera pública su retractación.
La proximidad de la muerte, sin embargo, restauró tanto su fe como su dignidad.
Sin nada que perder y solo la paz del alma que ganar, sorprendió a sus enemigos al
negar su retractación y reafirmar enfáticamente que el poder del Papa es una
usurpación y la transubstanciación falsa. De un solo golpe, Cranmer deshizo toda la
propaganda del gobierno y devolvió el corazón a los reformadores sobrevivientes.
Luego fue a su muerte. Como había prometido, sostuvo firmemente su mano
derecha, que "había ofendido" al firmar las falsas retractaciones, en las llamas hasta
que se consumió. Su final valiente y digno causó una enorme impresión.

Cranmer era un hombre muy humano que, en consecuencia, ha atraído una gran
cantidad de obloquios de aquellos que no han tenido que compartir sus tribulaciones
y tentaciones. Esencialmente un erudito, carecía de la fuerza que la determinación
y el fanatismo infunden en los menos reflexivos. A veces se lo ha considerado como
débil en su propósito moral, pero esto es juzgarlo mal. Sus dudas al final fueron
ingeniosamente inducidas por la tortura mental, y su desarrollo gradual lejos de la
ortodoxia tradicional hacia puntos de vista protestantes en un aumento gradual

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durante la Reforma representa bastante bien la carrera espiritual de un hombre que
obedeció a la razón más que al instinto.

Cranmer siempre estaba aprendiendo y nunca se avergonzaba de admitirlo; el suyo


era esencialmente un genio humilde. No había buscado un alto cargo y no lo
disfrutaba particularmente, aunque valoraba su lugar por la oportunidad que le
brindaba para promover los cambios que consideraba esenciales para el
establecimiento de la verdad de Dios. Se negó a soportar la malicia o castigar a
quienes lo traicionaron. Cuando Cromwell le trató alguna vez, con cierta
exasperación, refiriéndose a él como dentro de los "bribones papistas", primero
tendrían sus ojos y se cortarían la garganta antes de que él hiciera algo al respecto,
Cranmer se encogió de hombros. En una época de persecución destacó por su
clemencia. Por la autoridad de la iglesia, Cranmer tenía un gran respeto, que, por
ejemplo, aparece en su revisión de la ley canónica.

Era parte de sus creencias religiosas que debía obediencia al rey; aunque no adoraba
al estado, lo sirvió como una cuestión de principios. Esta posición, como se alega a
veces, no lo hizo servil; de los consejeros de Enrique VIII, solo Cranmer habló una
y otra vez por la víctima impopular del momento, y su agria crítica de la teología y
gramática del rey en los debates sobre el Libro del Rey de 1543 habla bien de su
coraje. Cranmer solo se enfrentó al duque de Northumberland cuando todos los
demás se pusieron en marcha delante de él.

Estas disputas ocasionales solo subrayan el hecho de que con él la sumisión a la


autoridad real era un principio fundamental, de hecho doctrinal. Aunque quizás sea
más consistente en esto que la mayoría, solo enfatizó más fuertemente lo que casi
todos creían en ese momento. Su otra estrella guía fue su estudio de la teología, en
el que descartó las áridas secuelas del escolasticismo medieval tardío y se dirigió a
las Escrituras y a los primeros Padres de la Iglesia. Su creencia en el derecho divino
de los reyes a gobernar la iglesia, así como el estado y su teología bíblica lo
convirtieron en el anglicano característico de su época: el intelectual, y en parte, el
padre fundador espiritual de la iglesia reformada en Inglaterra.

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