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Antropologia y espiritualidad

de los votos religiosos hoy


Lluís Serra Llansana, fms (llserrall@gmail.com)
CEVRE 2023 (marzo, abril y mayo)
2
PARTIR DE LA EXPERIENCIA DE JESUCRISTO
Cristo es el centro de la vida y de la experiencia cristiana (Col 1,15-29, Ef 2,20). Él, Hijo de Dios, se encarna
para revelarnos el designio del Padre y para comunicar-nos una vida nueva (Jn 1,18), la verdad de Dios y la
nuestra: Dios que se nos comunica, nosotros que somos hijos, llamados a la unión con él. Volver a los valores
esenciales del evangelio significa, ante todo, acercarnos a Cristo a través del Nuevo Testamento y abrirnos a
la acción del Espíritu. Cristo, movido siempre y en todo por el Espíritu, realiza la obra que el Padre le ha
encomendado, con autoridad y libertad, se mantiene fiel a su única respuesta a la voluntad del Padre: “He
aquí que vengo… para hacer tu voluntad” (Hb 10,7). A Jesús lo experimentamos también presente y cercano
en nuestra vida, caminante con nosotros por la fuerza de su Espíritu.

1. La persona de Cristo que nos ha fascinado


En Cristo Dios nos ha relevado todo. Nunca podemos decir que lo conocemos perfectamente. Hay que partir
siempre de Cristo. Él es el centro de nuestra vida y en él todo lo tenemos. Para cada generación, Jesús
aparece como el que revela el designio último de Dios sobre el ser humano y sobre el mundo. A cada persona
dirige su llamada de seguimiento para ser, como él, libre de toda esclavitud.

Jesús es el evangelio viviente. Toda la existencia de Jesús, todo acto humano de Jesús es revelador-liberador,
proclamación de la Buena Noticia de Dios. No sólo cuando proclama con su palabra la Buena Nueva, sino
también cuanto actúa a favor de los que sufren, de los pobres, de los pecadores; cuando denuncia todo
aquello que se opone al plan de Dios en la historia humana. “Ungido por el Espíritu”, “pasó haciendo el bien”
(Hch 10,18). De este modo Él es el libro abierto en el que todos podemos inspirarnos para orientar nuestra
existencia humana, cristiana y de vida consagrada.

La lectura atenta de los evangelios y su meditación en la oración nos permite captar los rasgos fundamentales
de Jesús. Él aparece como una persona libre frente a todo y frente a todos los que pueden obstaculizar su
misión de anunciar la Buena Nueva del Padre: la presión social y religiosa, los familiares y amigos, el poder
político y religioso, el legalismo. Es libre porque ama a todos y vive para servirlos, especialmente a los más
pobres y necesitados, para liberarlos de toda esclavitud. Él encuentra la fuerza en la comunión con el Padre-
Abbá y enseña a sus discípulos a orar al Padre con la confianza de los hijos. La oración es la marca de la
vida de Jesús. El aparece orando en todos los momentos importantes de su vida: en el bautismo (Lc 3,21),
en el desierto (Lc 4, 1-13), antes del gran milagro de Lázaro (Jn 11, 41-42), en una gran alegría "Padre, yo te
agradezco" (Mt 11, 25), antes de escoger a los apóstoles (Lc 6, 12-13). Ora por Pedro (Lc 22, 32), pasa
noches en oración (Lc 5,16; 5,12), bendice el pan (Mc 6, 41), participa en las romerías (Lc 2, 41-42). Mientras
ora se transfigura (Lc 9, 28). Suscita la voluntad de orar, que lleva a los apóstoles a pedirle "enséñanos a
orar" (Lc 11, 1). Ora incesantemente en la agonía (Mc 14, 32-39), en el sufrimiento de la cruz (Lc 23, 34), en
la hora de morir (Lc 23, 46; Mc 15, 34).

Jesús es una persona que vive para los demás. Se coloca siempre del lado de los excluidos de la sociedad.
Jesús se acerca a aquellos que no tenían lugar dentro del sistema social existente: publicanos (Lc 18, 9-14;
19, 1-10); leprosos: son acogidos y sanados (Mt 8, 2-3; 11, 5; Lc 17, 12); enfermos: son curados en día sábado
(Mc 3, 1-5; Lc 14, 1-6; 13, 10-13); mujeres: forman parte del grupo que acompaña a Jesús (Lc 8, 1-3; 23. 49-
55). Jesús tiene predilección por el pueblo humilde y afirma que éste entiende el misterio del Reino mejor que
los sabios y entendidos (Mt 11,25-26).

Jesús denuncia todas las divisiones y las combate a través de actitudes concretas. Las divisiones y oposicio-
nes existentes en aquel tiempo venían de las relaciones de producción, de la raza y de la religión. Todo
mezclado. Todas ellas contradecían la voluntad del Padre, ya que por medio de ellas mucha gente era
marginada, dejada de lado, sin esperanza de poder obtener una vida mejor. Y muchas veces esto era mal
comprendido y legitimado en nombre de Dios, a través de una interpretación errada de la Biblia. De este
modo, él libera al pueblo de la tiranía de la ley, de la tiranía de los intérpretes de la ley, de la tiranía que, en
nombre de su mayor saber, imponían pesadas cargas al pueblo ignorante (Mt 23, 4). Él propone un nuevo
orden: revela a Dios como Padre de todos que pide la fraternidad entre los seres humanos. Une el amor a
Dios con el amor al prójimo y pide que el poder sea ejercido como servicio. Jesús permanece fiel en el
cumplimiento de la voluntad del Padre, a quien se abre confiado en la oración, hasta la muerte.

Las cartas apostólicas Tertio Millennio Adveniente y Novo MilIennio Ineunte1 nos invitan a "contemplar el
rostro de Cristo” y a vivir en forma particular la dimensión cristológica de la vida cristiana 2. El Concilio Vaticano
II, al hablar de la vida consagrada, insistió en varios lugares en el aspecto fundamental del compromiso de
seguir a Jesús, diciendo "que la norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Jesús" 3.

2. El Espíritu guía nuestra vida al seguimiento de Jesús


Volviendo a lo esencial del evangelio nos encontramos con la presencia y la acción del Espíritu Santo que
está siempre cerca, con y en la comunidad cristiana, para guiarla a la verdad plena (cf Jn 14, 16-17; 16, 3).
Él es quien mueve la Iglesia en todos los tiempos para que dé testimonio de Cristo y vaya haciendo realidad
el proyecto de Dios sobre la humanidad (cf Hch 1, 4-8). En la perspectiva de los sinópticos, el Espíritu es
quien orienta a Cristo y a los creyentes (Mt 14, 1; Lc 4, 14; 2, 26) y ayuda a los discípulos en los momentos
de persecución (Mt 10, 20). En el libro de los Hechos de los apóstoles, el Espíritu guía continuamente la
Iglesia. Con su acción crea la comunidad (Hch 2, 42-47) y la impulsa a evangelizar con audacia (Hch 2, 29;
4, 13.29.31). Al mismo tiempo defiende la libertad ayudando a que se supere el apego al legalismo que
amenaza y oprime (Hch 15, 1-5.28). Para Pablo, el Espíritu es la nueva ley (Rom 8,1-17); es un Espíritu de
comunión en la diversidad de carismas que comunica (ICor 12, 1-13); habita en nosotros (ICor 3, 16); nos
transforma en hijos de Dios (Rom 8, 14-15) y produce frutos (Gal 5, 22). En el evangelio de Juan se subraya
sobre todo la cercanía del Espíritu en la comunidad cristiana (Jn 14, 16-17) como maestro que ayuda a
reconocer y penetrar las enseñanzas de Jesús (Jn 14, 25-26; 16, 12-15); como abogado que defiende a Cristo
y convence al mundo de pecado por no haber creído en Jesús; de justicia porque prueba que Él ha triunfado;
y de juicio porque el mal ha sido vencido por Cristo (Jn 16, 5-10).

El análisis del fundamento bíblico de la vida religiosa ayudó a redescubrirla como una forma de seguir a Jesús.
Mostró que le seguían diversos grupos mientras vivía. Esto mismo continuó después en la vida de la Iglesia,
concretizando en formas diversas el seguimiento de Jesús 4. Una de estas formas es la vida consagrada, que,
a semejanza del grupo de los apóstoles, pero con una propia interpretación, trata de vivir como Jesús y de
testimoniar que en él se halla la plenitud. La vida consagrada es un modo de seguir a Jesús. La entrega total
a Dios que expresamos por los votos representa una nueva forma de realizar la vocación personal y
comunitaria.

Una relectura del seguimiento de Cristo, guiada por la acción del Espíritu, es la que hizo brotar en el pueblo
de Dios la vida consagrada. Esta relectura se hace en la reflexión sobre la doctrina de Cristo con sus
exigencias de totalidad y en la contemplación de su ejemplo: nace y vive pobremente dedicándose al servicio
de los demás en una vida célibe y obediente a la voluntad del Padre. Todos los seguidores de Jesús deben
colocar el Reino de Dios por encima de la familia y de los bienes. Y todos son invitados a tomar la cruz del
cumplimiento de la propia misión discernida a la luz de la fe (Lc 14. 25-35). En la vida consagrada estas tres
exigencias se interpretaron de una manera particular que llevó a asumir la total entrega a Dios y al servicio
de los demás por medio de la castidad consagrada, la pobreza y la obediencia.

3. Características del seguimiento de Jesús en nuestra vida consagrada


En la vida cristiana como en la vida consagrada se tienen en el seguimiento de Jesús algunas experiencias
que llevan los matices de cada estado de vida.

La primera experiencia que se hace es la de un llamamiento gratuito de parte de Dios, fruto de su amor que
nos da la garantía de su fidelidad y de su misericordia. La toma de conciencia de nuestra condición de
seguidores de Jesús nos permite abrirnos simultáneamente a la experiencia de la gratuidad de Dios en un
mundo el que se pone el acento en el esfuerzo, la conquista, los propios méritos. Además, en la revelación
bíblica aparece la lógica diversa de las elecciones de Dios: Él elige lo que no es, lo despreciable (1Cor 1, 26-
29). Jesús rompe las reglas del juego presentes en el mundo rabínico. En él los discípulos eran los que
elegían a sus maestros. Cristo, en cambio, es quien elige y envía (Jn 15,16). Lo hace en forma inesperada.

1
Novo Millennio Ineunte, 16
2
Cf. Tertio Millennio Adveniente, 40
3
Cf. PC 2.
4
Ib.

2
Esto, unido a la constatación de las propias limitaciones y debilidades, hace aparecer el temor en la conciencia
de los llamados (Lc 5, 5-11).

Vivir la espiritualidad del seguimiento como experiencia de la gratuidad de Dios hace posible evitar la auto-
suficiencia y el desaliento. No hay lugar para la primera porque la elección es gratuita. El segundo puede ser
superado al constatar que Dios está siempre con el que llama para ayudarlo a asumir con humildad y
responsabilidad la misión que le encomienda.

Una segunda experiencia del seguimiento de Jesús es la de una ruptura con las seguridades humanas. Las
exigencias fundamentales del seguimiento: relativizar la familia, relativizar los bienes y llevar la cruz suponen
rupturas fuertes y profundas (Lc 14, 25-35) La única seguridad debe ser Dios, en una apertura a sus caminos
incomprensibles (Is 55, 8-9; Rom II, 32-35) y en un compromiso en el trabajo del Reino.

La espiritualidad del seguimiento exige desligarse del poder, del saber y del tener. Del poder que dan los
vínculos de la familia y de las relaciones en la sociedad. Estos con frecuencia se oponen a los valores del
Reino porque no admiten la disminución de situaciones de privilegio. Separarse del poder significa muchas
veces sufrir el rechazo e incluso la persecución. No poner la seguridad en el saber es ir contra la lógica
humana con el convencimiento de que los caminos del Reino no coinciden con los humanos. Es llevar la cruz
del aparente fracaso de los esfuerzos; la cruz de la pérdida de prestigio y de la contradicción. Renunciar al
tener, a la riqueza, que se utiliza para dominio en la sociedad y como llave que abre todas las puertas, es
perder un punto de apoyo humano para poner la confianza en el Dios providente que nos pide preocuparnos
del Reino y de justicia con la certeza de que todo lo demás nos será dado por añadidura (Mt 6,33).

La experiencia del seguimiento es también una experiencia de una creciente comunión con Jesús. Al llamar
a su seguimiento, Jesús explícitó que elegía para una relación de amigo con Él (Jn 15,14-16). El evangelio
de Marcos señala en la vocación de los apóstoles, que Cristo los eligió para que estuvieran con Él y para
enviarlos a predicar. Por el bautismo nos encontramos unidos a Cristo. Él vive en nosotros. La realidad de la
vida "en Cristo" llena toda la realidad del seguidor de Jesús. Los frutos de la redención, la libertad, los
esfuerzos por vivir como hijos de Dios, los sufrimientos en el servicio del Reino, la esperanza, todo se hace
presente en Cristo.

La vida "en Cristo" -como explica S. Pablo- se da aun en las más pequeñas circunstancias de la existencia
del cristiano. Éste, cimentado en Cristo (Col 2,7), permanece firme en todas las vicisitudes de la vida (Flp
4,1), porque en Él todo lo puede (Flp 4,13). Va caminando "en Cristo" (Col 2,6) y haciéndose perfecto hasta
llegar a la plenitud (Col 1,28; 2,10). Todos los trabajos y los esfuerzos del seguidor de Jesús se van realizando
"en Él" (Rom 16,2). En Cristo tiene su confianza y su esperanza (Gal 5,10; Flp 2,24). En una palabra, desde
el principio hasta el fin la existencia cristiana se desarrolla "en Cristo" (1 Cor 4,15; 15,18.22).

La espiritualidad del seguimiento exige una vida de comunión con Cristo (1 Cor 1, 9). En esta unión con Cristo,
su cruz actúa como un poder presente (Gal 6, 12.14). Se experimentan los padecimientos de Cristo (2 Cor 1,
5-7), sus tribulaciones (Col 1, 24), la muerte de Jesús (2 Cor 4, 10). En una palabra, toda la vida de Jesús (2
Cor 4, 10-11). Cristo se convierte, en cierto sentido, en sujeto de las acciones de sus seguidores: "vivo, pero
no yo, sino que es Cristo quien vive en mi" (Gal 2, 20).

La experiencia del seguimiento es una experiencia de ser discípulos de Jesús. La llamada de Jesús a su
seguimiento, cuando encuentra un eco de respuesta libre, transforma al llamado en "discípulo" (Me 1, 20). Se
nace de la Palabra de Jesús que exige vivir en actitud constante de atención activa a ella. El discipulado del
Nuevo Testamento se entiende mejor en la perspectiva de las relaciones maestro-discípulo en el mundo
rabínico de la época. Allí se insistía en la importancia de atender a las enseñanzas del maestro y a estar
dispuesto a transmitirlas. Esas enseñanzas se referían especialmente al comportamiento en la vida, a lo que
se conocía con el nombre de "sabiduría". Así aparece Cristo como la verdadera Sabiduría de Dios que hay
que seguir, de la misma manera como se pedía seguir a la Sabiduría en el Antiguo Testamento, prestando
atención a sus caminos; saliendo tras ella, mirando por sus ventanas y poniendo su tienda junto a ella (cf Eclo
14,20-25).

La espiritualidad del seguimiento de Jesús nos coloca frente a Él, Palabra que se hizo carne y habitó entre
nosotros, en una actitud de atención a sus enseñanzas en la Escritura y en la vida: "ustedes para ser de
verdad mis discípulos, tienen que atenerse a ese mensaje mío: conocerán la verdad y la verdad los hará
libres" (Jn 8,32). Como creyentes somos discípulos y Jesús es el Maestro que habla y señala los planes de
Dios. A nosotros nos toca aceptar su testimonio, seguirlo y manifestarlo.

3
La Iglesia es una comunidad de seguidores de Jesús. El seguimiento tiene un sello fuertemente comunitario.
Es en la comunidad eclesial donde se recibe, a lo largo de la historia, el llamamiento a seguir a Jesús. Él,
presente en medio de los creyentes, repite ese gesto de convocar y comunica a sus seguidores diversos
carismas para servicio de la comunidad. En la multiplicidad de los carismas se da una estructura armónica.
Todos deben ser una concretización del amor cristiano, primer fruto y meta, a la vez, del seguimiento de
Jesús. La comunión en Cristo y la vocación a formar la comunidad eclesial crean vínculos fraternos entre sus
seguidores. La comunión de corazones y el compartir los bienes aparecen como ideal para los cristianos de
todos los tiempos. El amor al prójimo-hermano debe ser como el de Jesús. La fraternidad cristiana, que se
origina en el llamado al seguimiento, encuentra en el Maestro-Cristo y en sus enseñanzas la expresión
concreta de la gratuidad, la universalidad y la entrega total que deben caracterizarla.

La llamada de Jesús a seguirlo es, al mismo tiempo, una llamada a la misión de testimoniar y anunciar ¡a
Buena Noticia, y a interpelar, desde ella y sus exigencias, la vida personal y social. Al narrar Juan la vocación
de los primeros discípulos (Jn 1, 35-51), pone de relieve que ellos, invitados por Jesús a ir y a ver dónde vivía,
tuvieron una experiencia profunda que llevó de inmediato a Andrés a llamar a otros al seguimiento del Señor.
Da testimonio a Pedro de lo que ha visto y le sugiere que haga personalmente esa misma experiencia directa
de Jesús que le permita conocerlo y seguirlo (Jn 1, 40-41).

Jesús propone su seguimiento como un servicio que lleve al sacrificio de sí mismo hasta la muerte. Por eso
pide que uno esté dispuesto a abandonar todo: familia, bienes, prestigio, seguridades para estar disponibles,
para seguirlo hasta la cruz en comunión de vida con Él. Cristo resucitado sigue presente en la historia. Sus
seguidores estamos llamados a testimoniar su vida y su resurrección (LG, 38); a descubrir a los demás los
signos de esperanza presentes en la vida de los hombres. La comunidad de seguidores es enviada como
"pueblo profético que anuncia el evangelio o discierne las voces del Señor en la historia; anuncia dónde se
manifiesta la presencia de su Espíritu, denuncia dónde opera el misterio de iniquidad mediante hechos y
estructuras que impiden una participación más fraternal en la construcción de la sociedad y en el goce de los
bienes que Dios creó para todos"5.

La espiritualidad del seguimiento de Jesús es la síntesis de toda espiritualidad entendida como estilo o forma
de vivir la vida cristiana. Por eso mismo es el punto de referencia necesario de todo camino de renovación.
En la vida consagrada, las diversas experiencias espirituales en el esfuerzo por seguir a Jesús han sido
asumidas de muchas maneras y actualizadas en los diversos carismas de los Institutos: el desasimiento de
todo lo que impide ir detrás de Jesús; el vivir en comunión con Jesús y penetrar en su misterio; el ponerse
con total disponibilidad al servicio del Reino; el experimentar y testimoniar la fraternidad de los discípulos.

Al buscar personal y comunitariamente el nuevo rostro de la vida consagrada hoy en la Iglesia, hay que tener
siempre como telón de fondo y punto de referencia central que "la norma última de la vida religiosa es el
seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio". En Jesús, camino, verdad y vida, descubrimos
el verdadero rostro de Dios Padre-Madre que nos ama y que nos ha dado una responsabilidad y, por medio
del Espíritu, un carisma y una misión. También Él aparece como el único absoluto frente a los desafíos de la
nueva ética que quiere edificarse al margen de Dios y sin respetar la dignidad de la persona humana que Él
le ha comunicado.

Camilo Maccise (2004), Un nuevo rostro de la vida consagrada. Gasteiz/Vitoria: Instituto Teológico de la Vida
Consagrada, Frontera Hegian, 45 (pp. 15-22)

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL O EL DIÁLOGO EN GRUPO


1. ¿Experimento a Jesucristo realmente como el centro de mi vida, de mi vocación y de misión?
2. ¿Cómo testimonio en mi vida la centralidad de Jesús: en mi comunidad, en mi servicio apostólico?
3. En mi seguimiento de Jesús, ¿vivo conscientemente las exigencias fundamentales que Él propone
para mi consagración?

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1. ¿Cuáles son las cinco ideas que me impactan más de esta lectura?
2. Comento los dos puntos de este texto que considero más significativos para mi
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Documento de Puebla, 267

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