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El modelo empresarial

japonés
El éxito del sistema económico japonés se debe, según los
numerosos estudios realizados, a su peculiar filosofía
empresarial, basada en la armonía en los centros de trabajo
y en la lealtad a la compañía
Ramiro Reig | A Coruña 25.01.2009 | 01:00

La empresa de automóviles Toyota consiguió en 2007, por primera vez en la


historia, desplazar del primer puesto en ventas a General Motors y Ford. No es
un caso aislado. Los aficionados a las motos saben que los campeones pilotan
Honda o Yamaha. Éstas están equipadas con neumáticos Bridgestone, que, a
pesar de su nombre, proceden de una empresa japonesa. A la hora de comprar
audiovisuales hay que elegir entre Sony, Panasonic, Sanyo o Phillips, todas
ellas, menos la última, japonesas. El país nipón se ha convertido, en los
últimos años, en una de las potencias económicas mundiales, merced a un
modelo basado en la armonía y la cooperación.

Los fanáticos de Play Station están en manos de Sony. Numerosos estudios han analizado las
razones del éxito de Japón, y todos concluyen que se debe a un modelo peculiar de empresa y
de organización del trabajo que tienen su raíz en la singularidad de su historia y de su cultura.

La tardía revolución Meijí


Japón es el único país donde la revolución industrial no estuvo protagonizada por la burguesía,
sino por la nobleza. En el caso europeo, la presencia de una nueva clase de comerciantes y
hombres libres impulsó los procesos de transformación del mercado y el cambio de las
estructuras sociales. Mientras en Europa, a partir del siglo XVI, se afianzaban los estados
nacionales y, merced a las políticas mercantilistas, se iban perfilando las distintas economías en
interrelación con la economía mundial, en Japón ocurrió lo contrario. El país permaneció dividido
en grandes señoríos feudales (los daimios) que vivían de la renta de los siervos campesinos,
bajo el patrocinio puramente simbólico del emperador. El desarrollo comercial se encontraba
limitado a un mercado interior fragmentado y débil. Japón no sólo quedó aislado, sino
voluntariamente cerrado a toda relación con el exterior tras el violento rechazo de los
comerciantes portugueses y holandeses en el siglo XVI.

Esta situación se hizo insostenible en el momento en que la expansión británica y


norteamericana, que había alcanzado la costa china y las islas del Pacífico, intentó penetrar en
el Japón. En 1868, un hecho fortuito, el bombardeo de un puerto nipón por una pequeña
cañonera americana, descubrió a los nobles más poderosos la debilidad en que se encontraba
el país. Se produjo entonces la revolución Meijí ("iluminación") o revolución de los nobles
ilustrados contra los inmovilistas, representados por el clan de los Tokugawa que tenía dominado
al emperador y paralizado al país. El objetivo de los insurrectos, que acabaron por triunfar, quedó
sintetizado en una frase: "Modernización occidental, modo de vida oriental". Las medidas
tomadas por los nobles rebeldes fueron las clásicas de la revolución burguesa, y tenían como
objetivo impulsar un rápido desarrollo económico y asentar el poderío nacional. Crearon un fuerte
aparato del Estado, con un gobierno centralizado y una administración eficiente, y suprimieron
los derechos señoriales sobre la tierra y las personas, lo que suponía la desaparición jurídica (no
de facto) de los daimios (alta nobleza) y los samuráis (hidalgos o nobleza baja).

Los daimios que habían impulsado la revolución estaban dispuestos a ceder sus prerrogativas,
pero, por muy japoneses y patriotas que fueran, no deseaban hacerse el harakiri económico.
Hicieron lo siguiente: el Estado expropió las tierras de amigos y enemigos, pagando a los amigos
con bonos, y luego reconvirtió los bonos en dinero con el cual podían dedicarse a la industria y
los negocios. De esta manera, un grupo de nobles daimios se convirtieron en magnates
económicos y constituyeron los zaibatsu, conglomerados industriales de los que luego
hablaremos. Los samuráis (nobleza menor), por su parte, obligados a dejar la profesión militar,
encontraron en el servicio a su antiguo señor en las nuevas tareas la única vía de promoción.
Con la misma devoción con que habían empuñado la espada asumieron las responsabilidades
administrativas. La nueva situación contó, pues, desde el primer momento, con una clase
dirigente enraizada en la cultura tradicional.

Japón abrió las puertas al capital foráneo, y técnicos británicos participaron como consejeros en
la construcción del ferrocarril. Los jóvenes más brillantes fueron enviados a universidades
extranjeras. Pero los usos y costumbres de la población apenas variaron. A principios del siglo
XX, Japón era un país económicamente avanzado con una cultura tradicional.

La tradición cultural

La cultura japonesa ha estado moldeada por el sintoísmo, la religión más extendida en el país.
Se trata de una religión con muy pocos elementos dogmáticos, pero con rituales sociales muy
definidos, como el culto al emperador, la memoria de los antepasados y el respeto a los mayores.
Su capacidad cohesionadora salta a la vista. Junto al sintoísmo ha tenido también una notable
influencia, entre las clases medias y superiores, la moral confuciana. El confucianismo fue
importado de China, donde constituía la ideología de la élite funcionaria formada por los
mandarines. Al implantarse en Japón, conservó algunos de sus rasgos característicos, pero se
adaptó a las necesidades de un pueblo que se consideraba amenazado desde el exterior y vivía
en una actitud defensiva.

Mantuvo el carácter de moral elitista, sólo que en vez de dirigirse a los sabios mandarines lo
hacía a los guerreros samuráis. Por ello abandonó la insistencia en el estudio y la benevolencia,
propias del sabio, y acentuó la importancia de la entereza y la lealtad, necesarias para el
guerrero. La virtud del samurái no sólo debía mostrarse en la guerra, sino, en todo momento,
mediante el cumplimiento del ceremonial propio de su rango. Los samuráis tenían un código
detallado que garantizaba el respeto y la lealtad al grupo al que pertenecían y que debían cumplir
con estricta fidelidad. El samurái que, por alguna traición o felonía, era expulsado del daimio al
que pertenecía, no tenía sitio en la sociedad japonesa, quedaba marcado de por vida y ya nadie
le acogía.

Los revolucionarios Meijí creyeron que este bagaje ideológico y cultural no era incompatible con
la transformación económica, antes al contrario, podía contrapesar los efectos disgregadores de
la modernización. Así, mientras el capitalismo occidental se basa en el individualismo, la
búsqueda del propio interés y la competencia entre personas, el japonés se asienta sobre la
moral comunitaria, el respeto a un complicado código de conducta y la colaboración en el interior
del grupo. Como hemos podido ver en la televisión, cuando un banquero es pillado en falta no
sólo sufre las penas correspondientes, sino que pide perdón públicamente con grandes
reverencias.

No obstante, no idealicemos más de lo justo. En la historia del Japón moderno ha habido también
épocas de una gran tensión social, con huelgas salvajes y luchas callejeras violentas, que
contradicen la imagen complaciente del "país de los crisantemos". Pero no cabe duda de que es
un país con una tendencia a la cohesión grupal o comunitaria, profundamente enraizada en su
cultura, que facilita las prácticas empresariales que veremos a continuación.
Americanización a la japonesa

A principios del siglo XX, Japón se consolidó como una potencia económica y militar, y quiso
afianzar su hegemonía en Extremo Oriente mediante una serie de conquistas de territorios del
entorno que llevaron a un trágico y desventurado final. La derrota en la II Guerra Mundial dejó al
país postrado económica y moralmente. Los americanos, llevados de la mejor buena voluntad,
querían borrar los vestigios de una cultura que ellos consideraban basada en el fanatismo y la
ciega obediencia, e intentaron que el país se normalizara con rapidez y entrara por el camino de
la democracia. En el terreno económico disolvieron los zaibatsu (grandes conglomerados
financiero-industriales pertenecientes a los antiguos clanes) para convertirlos en sociedades por
acciones. En el campo de las relaciones laborales, apoyaron la formación de fuertes sindicatos
de industria para establecer el diálogo entre trabajadores y empresarios. Este esfuerzo de
reconstrucción política e institucional fue acompañado de una considerable ayuda económica,
concretada en el plan Dodge, ya que los vencedores tenían la amarga experiencia de las
negativas consecuencias de hacer pagar las deudas a los vencidos en la anterior guerra del 14.

Sin embargo, estos buenos propósitos no dieron el resultado esperado. El vacío moral creado
por la derrota, unido al hambre y a la miseria de la población, provocó intensos movimientos de
protesta que se tradujeron en violentas huelgas, en algunos casos con un sesgo revolucionario
y procomunista. Tengamos en cuenta que en la cercana China el régimen proamericano de
Chiang Kai Sheck estaba siendo derrotado por las milicias comunistas de Mao y que en Europa
se estaba gestando el comienzo de la guerra fría. Los americanos temieron que la situación se
les fuera de las manos y buscaron la manera de convertir al Japón en el bastión anticomunista
de Oriente. Bajo otra fórmula jurídica, los zaibatsu fueron reunificados y devueltos, en parte, a
los antiguos propietarios y se reprimieron con dureza los movimientos de protesta.

El proceso de occidentalización fue frenado, y los americanos pensaron que la cultura japonesa,
equilibrada con una cierta dosis de democracia y asentada sobre el desarrollo económico, era la
mejor fórmula para que el país recuperara la estabilidad necesaria. De nuevo se produjo, aunque
motivado por otras circunstancias, el mismo fenómeno que ya vimos en la revolución Meijí:
modernización a la americana, conservando la tradición japonesa. El comunitarismo, la lealtad
al propio grupo, el respeto al ceremonial (entendiendo por tal el conjunto de normas sociales no
escritas) volvieron a pautar la vida japonesa y entraron en la empresa.

Las peculiares circunstancias de la posguerra llevaron también a que el Estado, que los
americanos habían querido reducir al mínimo, recuperara un papel central como impulsor de la
reconstrucción. La puesta en marcha de las empresas tropezaba con la escasez de capital, lo
que obligó a un proceso selectivo de inversiones. La ayuda americana fue canalizada por el MITI,
una especie de superministerio de industria y comercio con amplias facultades interventoras.

Asimismo, los pedidos de la guerra de Corea, que constituyeron la rampa de despegue de la


industria japonesa, fueron asignados de una forma selectiva por este organismo, que continuó
reteniendo funciones importantes cuando ya el mercado se había normalizado. Los grandes
zaibatsu, ahora llamados keiretsu, y algunas nuevas empresas prometedoras por su capacidad
tecnológica, fueron los beneficiados de esta política selectiva y mantuvieron una estrecha
colaboración con el MITI en orden a preparar la infraestructura comercial necesaria para la salida
al mercado exterior. En resumidas cuentas, el papel del Estado fue decisivo en la expansión de
la industria japonesa y de sus empresas. Pasemos, ahora, a explicar algunos de sus rasgos más
característicos.

El sistema Keiretsu

El primer aspecto que salta a la vista, a juicio de los comentaristas, es que una buena parte del
sector industrial se encuentra vertebrado por grandes conglomerados, los antiguos zaibatsu
(Mitsubishi, Mitsui, Sumimoto, Yasuda, Fuji), cada uno de los cuales comprende un amplio grupo
de empresas. Aunque en teoría son abordables por agentes externos, en la práctica resulta
imposible, teniendo en cuenta el entrecruzamiento de acciones existente entre ellas. La
financiación procede primordialmente de un banco que pertenece al propio grupo. Éste es un
aspecto muy importante que distingue el sistema japonés del occidental, con sus ventajas e
inconvenientes. En Alemania, por poner el ejemplo más clásico, la banca posee participaciones
en empresas industriales que le otorgan un notable control sobre las mismas, pero mantiene su
autonomía y, en último extremo, puede desentenderse, salirse e invertir en otro sitio que le resulte
más rentable.

Pues bien, en Japón ocurre todo lo contrario. El banco no es una entidad autónoma, sino que
pertenece al conglomerado de empresas (keiretsu). Esto quiere decir que es el grupo el que
dispone de los fondos bancarios y determina su asignación. La ventaja evidente es que las
empresas del keiretsu disponen de una fácil financiación, que casi podríamos llamar
autofinanciación. El inconveniente, como se puso de manifiesto en la crisis asiática de los años
90, es que el banco, al no gozar de autonomía, puede verse arrastrado a aventuras inversoras
motivadas por el afán expansionista del grupo.

En el plano laboral, el keiretsu se concibe a la manera de las antiguas comunidades que


dependían de un señor feudal. La empresa, como el daimio o señor, tiene un deber de protección
sobre sus trabajadores, y estos están ligados a una prestación de servicios que tiene un carácter
moral más que jurídico. Un contrato implícito de lealtad une a las dos partes. Evidentemente, en
una sociedad industrial y moderna hay que relativizar la fuerza de estos lazos, y es de suponer
que, entre los 300.000 trabajadores de Mitsubishi, un buen número estará hasta el gorro de la
empresa. Ya hemos dicho que en los primeros años de la posguerra se produjeron fuertes
enfrentamientos y que fue esta experiencia, ayudada por una dura represión, la que llevo a las
empresas a montar mecanismos integradores en los que se combinan los aspectos ideológicos
con las concesiones prácticas. Por muy japonés que uno sea no hace gimnasia cada mañana a
la puerta de la empresa ni se mata a trabajar sin recibir algo a cambio. Dos aspectos merecen
destacarse: el empleo de por vida y el régimen salarial.

Como es habitual en las relaciones sociales japonesas, el empleo de por vida no es una norma
legal, sino un compromiso moral de la empresa. El despido está previsto en el ordenamiento
jurídico y puede realizarse mediante las formalidades típicas del caso (juicio, indemnización). En
ocasiones, algunas empresas han echado mano de drásticas reducciones de personal, como
Toyota en 1958. Pero es algo que procura evitarse porque supondría romper un compromiso
moral. A mediano plazo, deterioraría la imagen no sólo de esta empresa, sino de todo el sistema
de protección sobre el que se asientan las relaciones laborales. Es decir, las empresas no solo
se sienten comprometidas con sus trabajadores, sino que también lo están con el resto de
empresas en orden a no romper las reglas de juego del sistema. Por ello, en caso de sobrecarga
de empleo en una planta, se recurre al mercado interno configurado por el conjunto de fábricas
del keiretsu, trasladando a los trabajadores de una a otra. Esta movilidad interna es aceptada
por los obreros como contrapartida a la garantía del empleo.

Con un sistema de empleo garantizado, lo lógico, de acuerdo con nuestra mentalidad, sería que
la retribución salarial estuviera montada sobre un sistema de incentivos para evitar el desinterés.
En el sistema japonés ocurre precisamente lo contrario, ya que se recompensa lo que nosotros
consideramos más gravoso, la antigüedad. De nuevo nos encontramos con que, desde el punto
de vista de una rentabilidad inmediatista, no tiene sentido y hay que entenderlo como parte de
un sistema cultural del que se esperan mayores rendimientos económicos. A la empresa no le
interesa que un trabajador compita con otros por alcanzar una prima mayor o un mejor puesto,
pues esto erosiona el clima de colaboración y armonía, que es lo prioritario para el buen
funcionamiento de la fábrica. Con el aumento y promoción por antigüedad, todos los trabajadores
saben que, a su debido tiempo, la empresa les recompensara si han cumplido como cabe
esperar.

Los círculos concéntricos

Las prácticas que hemos citado se aplican en las fábricas que constituyen el núcleo duro de los
keiretsu y que vienen a representar un 30% de la población trabajadora japonesa. Una gran parte
queda excluida de sus ventajas. De ahí que algunos autores hablen de una economía dual: por
una parte, grandes empresas con tecnología avanzada, empleo estable y producción acreditada
en el mercado internacional, por otra parte, medianas y pequeñas empresas que, al estilo de
Taiwán, piratean la tecnología de las otras y utilizan los bajos salarios y la inestabilidad en el
empleo como bases de su rentabilidad. Algo de eso hay, pero no es del todo exacto, ya que una
buena parte de "la otra economía" no tiene un carácter marginal, sino que está integrada a los
grandes grupos. El origen de este modelo, organizado en círculos concéntricos, se encuentra en
las medidas impuestas al terminar la guerra. Como los créditos americanos eran canalizados por
el MITI hacia las grandes empresas, las medianas y pequeñas vieron que su única posibilidad
de supervivencia estaba en trabajar para las grandes. A éstas les venía muy bien, dado que las
leyes antitrust de los americanos les impedían avanzar por el camino de la integración.

De esta forma se configuró un modelo, típicamente japonés, de empresas matriz y empresas


colaboradoras basado en la dependencia y la protección. Según Coriat, las notas distintivas son:
1) la relación de subcontratación es una relación a largo plazo, 2) la relación está
institucionalizada y jerarquizada, pues el subcontratista asociado recibe apoyo financiero de la
empresa, ayuda técnica y está sometido a un cierto grado de control, y 3) lo que se busca con la
estabilidad de la relación es poder transmitir con agilidad las innovaciones y garantizar la calidad,
cosa que no se consigue cuando lo que se pone en primer término es cambiar de subcontratista
para conseguir costes de producción más bajos. El subcontratista japonés participa de los
avances de la empresa matriz y está integrado, en mayor o menor grado, a la comunidad formada
por el keiretsu. La existencia de una relación de subcontratismo tan estrecha y dinámica es lo
que sugirió y posibilitó a Taiichi Ohno, director de Toyota, la implantación de un sistema de
organización del trabajo conocido como producción ajustada.

El Toyotismo

Sakichi Toyoda (no Toyota, eso vino después) fue el hijo de un honrado carpintero japonés que
vivió en los años inmediatamente posteriores a la revolución Meijí. Aficionado a las máquinas,
desarrolló un ingenioso procedimiento que perfeccionaba el sistema de tejer y, bajo la protección
del zaibatsu de los Fuji, se estableció como fabricante en 1891. En un viaje a los Estados Unidos
quedó impactado por su industria automovilística y decidió dedicarse a esta nueva tarea, pero
murió y fue su hijo Kiichiro Toyoda quien, en 1933, puso en marcha la empresa. No hay mucho
que reseñar de esta primera etapa, ya que, con el estallido de la guerra, la empresa tuvo que
dedicarse a fabricar vehículos militares.

Al terminar la guerra, Toyoda fue una de las 82 compañías en las que se descompuso el zaibatsu
Fuji. Al reconstruirse éste, en 1949, Toyoda Textil se reincorporó al mismo, mientras que Toyoda
Automóviles prefirió mantenerse independiente con el nombre de Toyota. En la etapa de
reconstrucción económica, las empresas automovilísticas, consideradas empresas de futuro,
gozaron de la protección del MITI y consiguieron levantar cabeza adaptando la tecnología
americana, que copiaban descaradamente, a las limitaciones del mercado interno. Coches de
gama media y bajo consumo, sólidos y baratos. Los intentos de penetrar en los mercados
americano y europeo con estos modelos tuvieron escaso éxito. Pero la situación cambió por
completo cuando, en 1973, se produjo la crisis del petróleo. Los coches japoneses habían
mejorado su calidad, eran más baratos y consumían menos. En un estudio que causó gran
revuelo, realizado por el MIT, de Harvard, y publicado con el título La máquina que cambió el
mundo, se mostraba que la productividad de las fábricas de Toyota doblaba la de las fábricas
americanas.

El sistema de producción de Toyota se fue articulando poco a poco a partir de la experiencia, del
aprovechamiento de elementos culturales de la tradición japonesa y, en su última fase, de la
incorporación de la tecnología informática. La innovación fundamental, ajustar los stocks a lo que
se necesita producir, fue posible por la relación de dependencia que la empresa mantenía con
los proveedores. Cuando en 1960 comenzó a construirse la nueva fábrica se concibió como una
ciudad industrial en la que las instalaciones de la empresa matriz ocuparían el lugar central,
rodeadas del parque de proveedores. De esta manera, en lugar de recibir el aprovisionamiento
de stocks con mucha anticipación, los proveedores irían proporcionando los componentes de
acuerdo con las necesidades inmediatas. Para conseguirlo, Taiichi Ohno, el artífice de todo este
tinglado, concibió un sistema de tarjetas, llamadas kanban, en las que las distintas secciones
realizaban los pedidos de acuerdo con previsiones ajustadas a cortos plazos de tiempo. De aquí
que el sistema se llamara just-in-time.

El sistema kanban, o de tarjetas de pedido (cuando todavía no existía la informática), resultaba


bastante complicado y requería una intensa implicación de los trabajadores. Para solucionarlo,
Ohno echó mano del espíritu comunitario propio de la cultura japonesa. En lugar de permanecer
pasivo y viéndolas venir, el trabajador toyotista, como el fordista, debía trabajar en equipo para
prevenir las necesidades y corregir los fallos. A esto se le llamó kaizen -mejora continua-, y su
objetivo es producir con cero defectos. Existe una amplia bibliografía dedicada a glosar esta idea,
en la que no suele citarse el libro de Satoshi Kamata Toyota y Nissan, la otra cara de la
productividad. Recoge opiniones de los trabajadores de las que se deduce que el camino de
perfección trazado por el kaizen no es tan placentero ni tan estimulante como lo pintan los libros.

El engranaje toyotista se amplió y mejoró con la aportación de las nuevas tecnologías que
permiten recoger, procesar y transmitir la información con suma rapidez. Los ordenadores
periféricos recogen las demandas de los clientes y las transmiten a un ordenador central que, de
acuerdo con ellas, realiza los pedidos a los proveedores. Se produce, de este manera, justo lo
que se demanda con justo lo que se necesita, ni un tornillo de más o de menos. Estos elementos
han conformado un modelo productivo que los estudiosos llaman paradigma toyotista, por
oposición al paradigma fordista y que podría sintetizarse en los siguientes puntos: externalización
de partes del proceso productivo versus integración, variabilidad del producto versus
estandarización, series cortas versus series largas, trabajador polivalente versus trabajador
descualificado.

M. Morishima: '¿Por qué ha triunfado el Japón moderno?'; J. Liker: 'The Toyota way'; J. Womack:
' La máquina que cambió el mundo.

Preguntas
1. Actualizar la información del texto, en lo relacionado con Toyota, Panasonic, Sanyo,
Sony. ¿Siguen siendo líderes? ¿Qué factores han influido para sus situaciones actuales?

2. Utilice la herramienta de Hofstede para comparar Japón, EE. UU. y Perú. Señalen las
diferencias más relevantes. ¿Qué dimensión de la cultura japonesa tiene mayor
protagonismo en el relato de la evolución de la industria en el texto?

3. Comenten cómo pudo surgir la Yakuza dentro de una sociedad tan estructurada como
la japonesa.

4. Comenten sobre la situación en influencia de Japón en el panorama global actual. ¿Qué


ha cambiado en los años transcurridos desde el 2009?

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