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Jean Chesneaux: Asia Oriental en los siglos XIX y XX

CAPITULO IV
Japón, desde la era Meiji hasta 1937
Fundación del Estado japonés moderno

La apertura del Japón a los comerciantes occidentales, tras la expedición Perry, y las ventajas que
les concedió el gobierno del shogun, precipitaron la crisis que maduraba lentamente. La demanda
creada de este modo trajo como consecuencia una elevación de precios, particularmente del arroz,
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cuya exportación había estado prohibida hasta entonces (su precio se sextuplicó de 1859 a 1865).
La diferencia entre las relaciones oro-plata en el país y en el resto del mundo (1/6, frente a 1/15) dejó
al Japón sin sus reservas de oro y provocó una repentina inflación. La aguda agitación campesina se
hizo apremiante: 40 levantamientos de 1853 a 1859, 86 de 1860 a 1867.
Esta crisis económica fue acompañada de una crisis política, que aumentó la turbulencia de las
clases populares urbanas y campesinas. Desarrollósela hostilida hacia los extranieros,y hacia 1858-
1860 tomó la forma demuchos atentados individuales, que alcanzaron también a los políticos japone-
ses favorables a la política pro-occidental del shogun (asesinato, en 1868, de Li Naosuke, uno de los
principales consejeros de este ultimo). Dicha política de concesiones fue duramente criticada por los
adversarios tradicionales de los Tokugawa, en especial, por los grandes daimyo del Sur, cuyos feu-
dos, más evolucionados económicamente, se asfixiaban en el vetusto marco del antiguo régimen
japonés. El sobresalto nacional cristalizó alrededor del emperador y sus consejeros de Kyoto; fue el
movimiento «legalista», apoyado por jóvenes samurai, como Saigo Takamori y Okubo Toshimichi de
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Satsuma, Ito Hirobumi y Yamagata Aritomo de Choshu, y Sakamoto de Tosa. En sus espíritus había
una confusa mezcla de tradicionalismo conservador y sincera aspiración reformista. Las firmas co-
merciales sostenían este movimiento y proporcionaban fondos a los adversarios del shogun.
El programa de estos últimos se expresaba en la consigna sono jo-i (reverenciemos al emperador
y expulsemos a los bárbaros), muy popular en esta primera etapa. Pero cuando, en 1863, al desauto-
rizar abiertamente al shogun, el emperador ordenó la expulsión de los extranjeros, una intervención
militar francesa, holandesa, inglesa y americana contra Shimonoseki obligó a los legalistas a recono-
cer que habían de transigir con Occidente, por lo menos temporalmente. Renunciaron, pues, al se-
gundo motivo de agitación («expulsemos a los bárbaros») y dirigieron todos sus esfuerzos a derribar
el vetusto poder del shogun. La revuelta de los samurai de Choshu (1865) contra el shogun muestra
claramente la debilidad del bakufu, A la muerte del emperador Komei en 1867, los reformistas consi-
guieron que el joven emperador Mutsu-hito asumiera el poder y eligiera el nombre de Meiji («gobierno
de las luces») para designar su reinado. Las funciones del shogun fueron abolidas en 1868, y la resis-
tencia armada de los partidarios de los Tokugawa sólo duró algunos meses. Inglaterra y Estados Uni-
dos habían apoyado discretamente el movimiento de renovación, mientras que Francia había tratado
en vano de salvar el régimen del shogun por mediación del emprendedor León Roches, embajador de
Francia en el Japón desde 1864.
Para dar satisfacción a las distintas fuerzas sociales que habían contribuido a la revolución Meiji,
fortalecer al Japón frente a Occidente y ampliar las bases de la actividad económica nacional, había
que acabar por completo con el aparato feudal del Estado. La «Carta» de abril de 1868, dirigida a
toda la nación, prometíala abolición de las costumbres «absurdas», el fin del poder absoluto, el recur-
so a los conocimientos del resto del mundo. En los años siguientes se suprimieron los monopolios
económicos de los feudos y se reconoció la libertad de iniciativa comercial e industrial. Los derechos
señoriales, pagados por los campesinos a los daimyo en arroz, se transformaron en un impuesto so-
bre la tierra, pagado en especies. La venta de tierras se hizo libre.

1
Borton, H, [71]. P. 59
2
Para este último, cf. La excelente monografía de Jansesn M, [92]
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En el plano político se abolió la distinción entre los cuatro «estados» (daimyo, samurai, campesi-
nos y comerciantes); el servicio militar obligatorio acabó con la pretensión de los samurai de formar
una clase distinta. Los feudos de los daimyo (han) dejaron de ser unidades autónomas y se transfor-
maron en prefecturas (ken), administradas por el gobierno central. El emperador abandonó la vieja
Kyoto por Yedo, que se pasó a llamar Tokio, la capital moderna. Se introdujo el calendario occidental;
se instituyó una enseñanza moderna y obligatoria, con un intenso cultivo de la ciencia y la técnica.
¿Se trataba de una verdadera revolución, de una sustitución de las antiguas clases dirigentes por
nuevas fuerzas sociales, que organizarían la sociedad sobre unas bases distintas, como ocurrió en
Francia en 1789 y en Rusia en 1917? Por el contrario, el nuevo orden japonés fue instaurado por
aquellos mismos {daimyo del Sur, samurai} que participaron, con otros elementos, en la dirección del
antiguo régimen. Simplemente se desembarazaron de las formas de este antiguo régimen y de sus
atracados partidarios, al objeto de dar a su poder social una nueva base, más sólida, capaz de res-
ponder a las exigencias del mundo moderno y al «desafío» de Occidente. Los antiguos privilegios,
salvo los propios de los Tokugawa y sus irreductibles partidarios, no fueron realmente abolidos. Los
derechos «feudales» de los daimyo y las pensiones pagadas a los samurai no fueron abolidos; pero
en vez de pagarlas en arroz, se hacía en bonos del Estado, cuyos intereses cobraban en dinero.
La «revolución» Meiji fue una revolución desde arriba. La base social del Estado no se transformó
en modo alguno, sino que se amplió. Los antiguos señores feudales que permanecieron en el poder,
protegieron a firmas comerciales importantes, como Mitsui, sofocadas hasta entonces por el régimen
del bakufu, y a quienes las reformas de 1868 ofrecían perspectivas de expansión económica (sobre
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todo, por la abolición de las aduanas interiores y los monopolios).
Este carácter de «revolución desde arriba» aparece muy claramente en la lectura del rescripto im-
perial de 1868 sobre la Restauración:
«Acabamos de tomar la sucesión al trono imperial, y el Imperio esta sometido actualmente a una
reforma total. Ejercemos el poder de decidir de modo supremo y exclusivo a la vez en materias civiles
y militares. La dignidad y felicidad de la nación condicionan la ejecución de los deberes de Nuestra
alta función: constantemente y sin descanso, consagraremos a ella nuestros pensamientos. Pese a
no ser dignos de esta tarea, deseamos proseguir el trábalo iniciado por nuestros sabios antepasados
y aplicar la política que nos ha legado el difunto emperador, dando paz al pueblo en el interior y
haciendo brillar la gloria de la nación más allá de los mares en el exterior. Las desenfrenadas intrigas
del shogun Tokugawa Keiki han destrozado al Imperio, y el resultado ha sido una guerra civil, que ha
impuesto al pueblo los más grandes sacrificios. Por ello. Nos hemos visto obligados a enfrentarnos
personalmente a él.
Como ya hemos declarado, las relaciones con los países extranjeros plantean problemas muy im-
portantes. Por amor a nuestro pueblo, estamos dispuestos a arrostrar los peligros del abismo y a su-
frir las mayores dificultades, a jurar extender al extranjero la gloria de la nación y a satisfacer a los
manes de nuestros antepasados y del difunto emperador.
Así, que vuestros clanes, reunidos. Nos asistan en nuestras imperfecciones: que, uniendo vues-
tros corazones y vuestras fuerzas, cumpláis las tareas que se os han asignado y pongáis el máximo
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celo para bien del Estado». (Sello imperial.) 21 de marzo de 1868.

Japón en la órbita de Occidente (1868-1905)


El mecanismo del crecimiento económico del Japón durante la era Meiji ha interesado a los occi-
dentales desde hace mucho tiempo. Han buscado la explicación del ascenso del imperialismo japo-
nés y de la repentina fortuna de este peligroso rival. En la época en que todo el Tercer Mundo, eman-
cipado del régimen colonial, se enfrenta, al menos aparentemente, con los problemas del take off, el
proceso original a cuyo través la economía japonesa se modernizó súbitamente encuentra un aire de
actualidad y despierta más que nunca la atención de economistas e historiadores. Nuestros conoci-
mientos sobre la evolución económica del Japón desde hace cien años son, pues, mucho más am-
5
plios que los que poseemos acerca de los otros países del Asia Oriental.
Los «oligarcas» del Meiji, ricos en mano de obra y bien dotados de materias primas, al menos en
esta primera etapa, necesitaban esencialmente capitales y técnicos. El esfuerzo inicial lo realizó el

3
Para todas estas cuestiones, el análisis de Norman, E.H., [110] nos sigue pareciendo válido.
4
Texto traducido en McLaren , W.W., Japanese government documents (Transactions of the Asiatic Society of
Japan, 1914, p. 6-7)
5
Cf. Particularmente, Allen, G.C. [60] y [61], Locwood, W. [104], Schumpeter, E. [123], etc.
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propio Estado, constructor de las primeras líneas de ferrocarriles y las primeras fábricas. Los gastos
fueron cubiertos, en primer lugar, por la fiscalía, es decir, por el campesinado, sobre el que gravaba
muy pesadamente el nuevo impuesto sobre la tierra. A ello hay que añadir el fruto de la confiscación
de los bienes de los Tokugawa, el empréstito exterior y, sobre todo, el interior (la deuda pública se
elevaba, desde 1903, a 550 millones de yens) y, por último, la inflación, que acompañó a la sustitu-
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ción de la vieja moneda del bakufu por el yen.
Pero el Estado Meiji no fue más que el instrumento de la dominación de la nueva clase dirigente:
7
antiguos daimyos, antiguos samurai, firmas comerciales. Los intereses privados se ejercieron al prin-
cipio por mediación del Estado, es decir, de los fondos públicos, con el fin de crear las costosas ba-
ses de una economía moderna. Cuando estas nuevas empresas se hicieron rentables, en 1881 se
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transfirieron al sector privado en condiciones muy ventajosas —excepto aquellas que tenían un inte-
rés estratégico directo—. Desde 1893, los intereses privados se organizaron legalmente en cártels
(zaibatsu).
Los principales fueron Mitsui, Mitsubishi y Sumitomo, que siguieron beneficiándose del apoyo del
gobierno. La guerra con China de 1894-1895 afirmó los lazos entre el Estado y los zaibatsu, en espe-
cial, por los encargos oficiales hechos a estos últimos (transporte de tropas y de material...). La pesa-
da indemnización pagada por China se empleó esencialmente en nuevas subvenciones, en nuevas
demandas, lo cual dio un nuevo impulso a este movimiento de expansión económica.
El crecimiento del capitalismo japonés fue muy rápido. Su volumen, para la industria, el gran co-
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mercio y la banca se calcula en 253 millones de yens para 1894 y en 887 millones para 1903. La
producción de fundición pasó de 26.000 Tm en 1896, a 145.000 Tm en 1906; la de carbón, de
600.000 Tm en 1875, a 13 millones en 1905. En 1893 había 382.000 brocas de algodón; en 1903,
10
1.381.000. En 1904, las vías ferroviarias superaban los 7.000 km.
Hasta comienzos del siglo xx, Japón dependió de Occidente: le pedía técnicos y le enviaba sus
estudiantes y capataces; le compraba material de equipo y tomaba capitales a préstamo (pero en una
medida reducida, ya que en 1870 y 1873 sólo se realizaron en Londres dos préstamos). Los tratados
desiguales que le imponían la extraterritorialidad y las tarifas aduaneras no fueron abolidos hasta
1894-1899. Japón dependía también de Occidente en el mercado de la seda cruda, importante fuente
de ingresos: unos 5 millones anuales de 1868 a 1872, unos 70 millones anuales de 1899 a 1903. Sin
embargo, el comercio japonés dejó de tener, a comienzos del siglo XX, una estructura puramente
colonial: las exportaciones de materias primas disminuyeron en beneficio de las exportaciones de
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productos manufacturados, a la vez que aumentaron las importaciones de materias primas.

Período 1868-1872 Período 1903-1907

(%del total) (%)


Exportación de materias primas no alimenticias 23 9,1
Exportación de productos fabricados 1,9 31,1
Importación de materias primas 4,1 33
Importación de productos fabricados 44,5 25,5

Sin embargo, la producción capitalista influyó «negativamente» en el campo japonés. Los campe-
sinos pagaban los impuestos; pero la comercialización de la producción agrícola, estimulada por el
hecho de que en lo sucesivo los impuestos se pagarían en especies, enriquecía sólo a los propieta-
rios de la tierra (jinushi) y a los comerciantes de arroz; los pequeños propietarios (kosaku) seguían
viviendo miserablemente. La base social de la producción agrícola permaneció durante mucho tiempo
en una etapa precapitalista, en el marco de la pequeña explotación individual. Las tres cuartas partes
de las evicciones de los campesinos en esta época se debieron a la falta, de pago de los impuestos.

6
En 1881 se emitieron 153 millones de yens, y en 1903, 233 (Bornoton, H. [71], p.267)
7
Norman, E.H., [110], p.100
8
A menudo, a menos del 50% de su precio real, según Norman, E.H., que cita varios ejemplos ( [110] p. 131,
núm. 79)
9
Borton, H., [71], p.269
10
Allen, G.C. [61]. passim
11
Ibid, p. 181
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El fenómeno demuestra que el verdadero peso de este edificio, aparentemente prestigioso, del Japón
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de la era Meiji, fue soportado por el campesino. Desde los comienzos, el Japón quedó afectado por
un desequilibrio fundamental que lo diferenció de los países capitalistas occidentales cuyo ejemplo
seguía en apariencia. La economía rural no evolucionó jamás al mismo ritmo que la industria, la ban-
ca o el comercio. Los sectores modernos de la economía no disponían de la reserva que habrían
podido representar los campos: ni en mercados (el nivel de vida era demasiado bajo), ni en recursos
financieros (las tarifas agrarias extenuaban ya a los campesinos). Las necesidades de la guerra obli-
garon al gran capitalismo japonés a buscar en el exterior los mercados y fondos necesarios para pro-
seguir su expansión.
El período que separa la revolución de Meiji de la guerra ruso-japonesa se caracterizó también por
la aparición de un régimen político autoritario. La nueva clase dirigente gobernaba a través de los
«oligarcas» y los Genro (grupo de consejeros del joven emperador, a comienzos de la era Meiji), La
mayor parte de ellos eran samurai de los antiguos feudos de Satsuma y de Choshu (la banda «Sat-
Cho»).
Los samurai que añoraban las antiguas costumbres y los viejos tiempos fueron rápidamente elimi-
nados; organizaron en vano varias revueltas armadas. La principal estalló en Satsuma en 1877. Los
«oligarcas» podían entonces revolverse contra aquellos que, en el mundo intelectual, por ejemplo,
propugnaban por los «derechos civiles», tan numerosos como en Occidente. En 1880, una ley prohi-
bió toda reunión pública. En 1889 se promulgó una Constitución en nombre de la suprema autoridad
del emperador, que reducía notablemente los poderes de la Dieta —sus autores no disimularon mu-
cho su admiración por la Constitución prusiana—. En los años siguientes, los oligarcas siguieron im-
poniendo su voluntad, aún sin tener la mayoría en el Parlamento, pese a ser elegido por sufragio res-
tringido. Entre 1891 y 1894 pronunciaron cuatro veces su disolución.
Los «partidos» no representaron nunca una amenaza seria para los Genro. Eran formaciones muy
restringidas, que proporcionaban clientela a un político o un grupo de políticos, a menudo sobre una
base regional. Ellos mismos estaban ligados a miembros o a antiguos miembros del grupo de los
oligarcas: el Kaishinlo (partido progresista), ligado al conde Okuma o el Seiyukai (los «amigos de la
política»), ligado al marqués Ito. También se hallaban en estrecha relación con los grandes zaibatsu:
el partido liberal (Hyuto) y después el Seiyukai, con Mitsui, y el partido progresista, con Mitsu-bishi. Su
carácter poco representativo, el hecho de que no fueran la expresión de profundas y vigorosas corien-
tes políticas, se reflejaba también en su inestabilidad. Su historia, entre 1880 y 1905, está hecha de
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innumerables cambios de nombres, de fusiones y escisiones de toda especie . En efecto, estos par-
tidos sólo estaban en desacuerdo, entre ellos mismos y con los oligarcas, en cuestiones relativamen-
te insignificantes. Socialmente eran conservadores y partidarios de reforzar el poder militar con fines
expansionistas. Ellos fueron los que aprobaron la guerra con China.
La verdadera izquierda era muy débil. En 1900 se fundó una Liga en favor del sufragio universal.
Los primeros grupos sociales y los primeros sindicatos se crearon en los últimos años del siglo XIX.
Pero la aparición del dirigente socialista Sen Katayama en la tribuna del Congreso socialista interna-
cional de Amsterdam, en 1904, constituyó una manifestación aislada. En la vida política del país, el
socialismo contó menos que en Occidente.
Durante el último tercio del siglo XIX. Japón se afirmó en Extremo Oriente. Sin embargo, los oli-
garcas de la era Meiji supieron esperar. En 1873 rehusaron lanzarse a la conquista de Corea, recla-
mada por ciertos samurai impacientes, y se contentaron con afirmar la soberanía japonesa sobre los
archipiélagos vecinos: las Bonins, las Kuriles y las Ryukyu. Poco a poco fueron creando un ejército y,
sobre todo, una flota modernas. Atacaron súbitamente a China en 1894, pretextando rivalidades en la
Corte de Corea. La victoria del Japón, pese a que algunos de sus efectos fueron anulados en el curso
14
de la «batalla de las concesiones», lo convirtió en la gran potencia del Extremo Oriente. Tuvo tam-
15
bién sus concesiones en China. Participó, en un plano de igualdad con los occidentales, en la re-
presión del movimiento boxer y en las ventajas obtenidas por las potencias.

Japón, rival de Occidente (1905-1937)


La transformación del Japón en gran país industrial se intensificó durante el período que separa la
guerra ruso-japonesa de la segunda contienda mundial. La producción de fundición pasó de 15.000

12
Takahashi, H., [131]
13
Su estudio detallado se encuentra en Scalapino [122]
14
Cf, cap. III, p. 30
15
Hankow, (1898), Suzhu (1895), Chongquing (1901)
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Tm a 3.355.000 Tm; la de carbón, de 13 millones de toneladas, a 41.800.000 Tm; la longitud de las


vías férreas, de 7.000 km a 23.000 km. El comercio exterior registra un nuevo aumento de las impor-
taciones de materias primas y de las exportaciones de productos fabricados, que pasan, respectiva-
mente, de 3.3 % a 62 % y de 31 % a 58,4 % del total entre 1903-1907 y 1933-1936. Pero la produc-
ción agrícola, pese a ciertos progresos técnicos, no se desarrollaba al mismo ritmo. De un índice 100
en 1920, ascendió a 101 en 1934, mientras que la producción de productos minerales se elevó al
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índice 141, y la de pescado, al 151,4. El pequeño propietario rural permanecía subordinado a los
nobles rurales por lazos semi-feudales. Su miseria se traducía en súbitas explosiones, como los «le-
vantamientos del arroz», de 1918.
El hecho nuevo fue el súbito impulso expansionista en Asia Oriental. El Japón se convirtieren ex-
portador de capitales. La deuda pública extranjera, que en 1903 era de 93 millones de yens, pasó, en
17
1914, a 25 millones. En 1937 era aún de 1.317 millones. Las inversiones japonesas en China, casi
despreciables a comienzos de siglo, se elevaron en, en 1914, a 439 millones de yens, y en 1930, a
18
2.274 millones. Los grandes zaibatsu se hallaban particularmente interesados en esta insión, que
les abría mercados, les proporcionaba materias primas y aseguraba rápidos beneficios a sus capita-
les. Mitsui y Mitsu-bishi controlaban estrechamente los grandes organismos financieros de la expan-
sión colonial japonesa, como la Compañía del Sur de Manchuria, el Banco de Taiwan, la Naigai Wata
Kaisha, propietaria de numerosas algodonerías en China. Pero ensueño de un Dai Nippon (Gran Ja-
pón), señor de Asia Oriental, tenía raíces sociales mucho más amplias: en el ejército, en las clases
medias urbanas y en el campesinado. Reflejaba a la vez el deseo de una vida mejor y un sentimiento
confuso de solidaridad panasiática frente a las potencias coloniales blancas. El famoso plan Tanaka,
de 1927, anuncia explícitamente que el Japón las tendrá muy en cuenta.
El imperio colonial japonés propiamente dicho (cf. mapa 4) comprendía Formosa y las Pescado-
res; Corea, anexionada en 1910; algunos archipiélagos del Pacífico, arrebatados a Alemania por el
Tratado de Versalles, y Port-Arthur; en todos estos territorios practicaba una pura y simple política de
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explotación colonial, desde los puntos de vista económico y jurídico. A ellas hay que añadir las posi-
ciones conquistadas por el Japón en China a lo largo del primer tercio del siglo XX: minas, fábricas y
ferrocarriles, concesiones, derecho de estacionamiento de tropas... Estas posiciones fueron importan-
tes, sobre todo en el Nordeste, ya desde antes de la formación del Estado títere del Mandchukuo.
Esta región representaba el 60 % de las inversiones japonesas en China en 1930. Aunque el Japón
había chocado siempre con una cierta resistencia por parte de los occidentales, particularmente en
1896-1898 y en 1921-1922, al socaire de la primera guerra mundial y de la hostilidad de las potencias
hacia la Rusia soviética a partir de 1917, los forzó, en conjunto, a hacerle un lugar en China (cf. cap.
III). Sin embargo, las potencias lo obligaron en 1918, poco después de la intervención aliada contra el
poder soviético, a renunciar a sus proyectos de conquistar Siberia Oriental.
El problema de la expansión dominó también la política interior japonesa durante este período. La
izquierda y el movimiento obrero se habían reforzado (en 1900 había 400.000 obreros industriales; en
1937, cerca de 3.000.000). Pero seguían siendo débiles y esta. ban divididos. El partido comunista,
fundado en 1921, no sostenía muy buenas relaciones con los tres o cuatro partidos socialdemócratas
rivales que aparecieron hacía 1920. La izquierda consiguió, en 1925, la institución del sufragio univer-
sal; pero sus posibilidades de acción se hallaban muy limitadas por una severa «Ley sobre el mante-
nimiento del orden», promulgada el mismo año. En las elecciones de 1928, los partidos obreros sólo
tenían ocho diputados, y en 1936, dieciocho. No estaban en condiciones de oponerse realmente a la
política imperialista que reprobaban.
Quienes dominaban aún el juego político eran los partidos tradicionales, Seiyukai, Minseito y Ken-
seikai; seguían siendo facciones, a pesar de que el sufragio universal había ampliado su audiencia.
Hacia 1920 consiguieron que se formaran una serie de ministerios apoyados por una mayoría parla-
mentaria. Pero el conflicto que los opuso a la extrema derecha militarista y ultranacionalista se refería
sólo al ritmo y los medios de la expansión japonesa en Asia Oriental, no a los principios. Los grandes
zaibaísu, estrechamente ligados a estos partidos (el primer ministro y el ministro de Asuntos Extranje-
20
ros del ministerio Kenseikai, formado en 1924, eran yernos del jefe de la casa Mitsubishi) , preferían
una expansión progresiva que evitase choques demasiado bruscos.

16
Allen G.C., [61], passim
17
Ibid, p. 187
18
Remer, F.G. [222], cap. XVIII. Cifras convertidas en dólares al cambio de 50 dólares por 100 yens
19
Falta una buena monografía sobre las colonias japonesas y su subordinación a la metrópoli antes de 1937. Cf.
No obstante el estudio de Huno, J. [101 bis]
20
Scalapino [122], p. 282
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Los partidos burgueses tuvieron que ceder ineluctablemente al empuje nacionalista del Estado
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mayor y de las sociedades secretas como Kokuryukai. Al principio trataron de depurar el ejército y
reducir los gastos militares. Pero una serie de asesinatos políticos y levantamientos militares puso fin
a esta breve experiencia de gobierno parlamentario. Por otra parte, la crisis económica de 1929
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afectó muy duramente al Japón. Facilitó la demagogia anticapitalista y antiparlamentaria de la
extrema derecha. Desde 1932, los militares se mantuvieron en el poder. La guerra general contra
China deseada por el Estado mayor, recibió el apoyo, en 1937, de la gran mayoría de la opinión
japonesa.
Expansión territorias del Japón en Asia Oriental (1874-1945)

(No se indica el detalle de las zonas ocupadas por los partisanos chinosx detrás de las líneas ja-
ponesas en el norte de China)

21
Buscando fáciles efectos de exotismo, los autores occidentales la llaman a menudo “Sociedad del Dragón
Negro”. En efecto, la designan dos ideogramas que, tomados por separado significarían “dragón” y “negro”, pero
que en Geografía designan simplemente el Río Amuro (en chino, hei-long-jiang, que significa literalmente río del
Dragón Negro). Como ocurre con todos los nombres geográficos de China y Japòn, el sentido propio de los
ideogramas empleados es completamente secundario. La elección del nombre del Amur para esta socieda se-
creta reflema sus preocupaciones expansionistas en dirección al continente.
22
Las exportaciones de seda descendieron de 753 millones de yens en 1929, a 417 millones en 1930 y a 355
millones en 1931 (Allen, C.G. [61], p. 172). Los precios al por mayor, para un índice 100 en 1913, fueron de 170
en 1929, 122 en diciembre de 1930 y 110 en diciembre de 1931 (ibid, p. 98)
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