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La vida tras el tratado de Versalles prosiguió en un intento de volver a esa calma y cotidianidad que

se vivía antes de la WWI (siglas en inglés de primera guerra mundial). Pero se empieza a observar
algunas consecuencias surgidas por este evento. Finalizada la Gran Guerra, Alemania sufre un
déficit presupuestario por las sanciones que le son impuestas, principalmente en el ámbito
económico. Es un “karma” que, si por un lado es bien merecido, por otro no representa que todos
los habitantes de este territorio, tengan que sufrir las consecuencias de los errores de los líderes que
destinaron a la nación a este limbo denigrante en el que se deben tomar decisiones inteligentes para
evitar la caída total de la nación. Sin embargo, ellos no se quedan de brazos cruzados ante la crisis,
y transformando los objetivos de diversas industrias nacionales que tambaleaban por la situación,
logran un progreso desmesurado en lo referente al desarrollo de la química.
Para ser precisos, estas industrias se enfocaban en la producción de tintes y colorantes para la ropa.
Este hecho impulsó la creación en el año de 1925 de un enorme conglomerado industrial
denominado “I.G.Farben” en la que se anexaron empresas como BASF, Bayer, Hoechst o AGFA de
gran reconocimiento en Alemania. Está empresa se empieza a relacionar con el partido nazi,
financiando gran parte de la campaña política de Adolf Hitler. La gran empresa sintetizó diversos
agentes que apuntan a la parte cognitiva de un ser de forma letal. Los profesores Romero Martínez y
López-Muñoz (2020), de las universidades Complutense de Madrid y Camilo José Cela
respectivamente, exponen a detalle tras una investigación profunda, estas nuevas sustancias tóxicas:
I.G. Farben, una de cuyas líneas de investigación eran los insecticidas organofosforados,
como el paratión y el malatión, envió sendas muestras de dos nuevos insecticidas, al
descubrirse por una intoxicación causal su capacidad para inhibir la colinesterasa, por lo
que su aplicación fue declarada secreto militar bajo el nombre codificado N-Stoff. Se
trataba del tabún (etil-N,N-dimetil-fosforamidocianidato), sintetizado en 1936, y del sarín,
sintetizado en 1938 […] Los efectos tóxicos de estas sustancias en humanos fueron
ensayados, bajo la dirección de Wolfgang Wirth, en la Academia de Medicina Militar de
Berlín, incluyendo prisioneros de campos de concentración […] Afortunadamente, estos
gases nerviosos no fueron empleados durante el conflicto bélico, aunque Hitler estuvo
tentado a hacerlo en varias ocasiones, como tras el desastre de Stalingrado y tras la
invasión continental por los aliados en junio de 1944 […] Algunos estudios sobre la
relación entre la vitamina B1 y el metabolismo cerebral condujeron al descubrimiento, en
1944, de un nuevo agente neurotóxico, el somán (pinacolil-metil-fosfonofluoridato). Este
nuevo agente químico demostró ser más efectivo que el tabún y el sarín. En estas
investigaciones se utilizaron preparaciones de cerebro humano, cuya procedencia es
controvertida, pero podría vincularse a sujetos ejecutados por el sistema judicial nazi.
Afortunadamente, durante el transcurso del conflicto bélico no se pudo proceder a la
fabricación industrial de somán. Su descubrimiento fue tan tardío que sólo dio tiempo a
construir una pequeña planta de fabricación en Ludwigshafen, que comenzó a funcionar en
el verano de 1944 y únicamente fabricó unos 70 Kg del producto.
A pesar de los increíbles avances de los alemanes en tan horrendas herramientas de devastación, el
paradigma en el que se encontraron a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, afortunadamente no
les hizo considerar el uso de estos agentes neurotóxicos (porque las consecuencias hubieran sido
peor de nefastas de lo que fueron).
Romero Martínez, López-Muñoz (2020). Los nazis descubrieron los agentes neurotóxicos como
armas de guerra química. Recuperado de https://theconversation.com/los-nazis-descubrieron-los-
agentes-neurotoxicos-como-armas-de-guerra-quimica-146437

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