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Auerbach - Filologia de La Weltliteratur
Auerbach - Filologia de La Weltliteratur
FILOLOGÍA DE LA WELTLITERATUR
Por Erich Auerbach.
Traducción de Pablo Gianera, en Diario de Poesía nº 81, pp. 13-15
Si no me equivoco, esta situación, derivada de la coacción de lo inevitable y de
los movimientos de masas, es escasamente goetheana. Goethe evitaba ese
tipo de ideas. Muy de vez en cuando acudían pensamientos que iban un poco
en esa dirección; pero solamente un poco, porque él no pudo a sospechar la
rapidez y el desagradable radicalismo con el que llegaría su realización. ¡Qué
breve fue la época a la que perteneció y cuyo final presenciamos quienes
somos ya viejos! Alrededor de cinco siglos transcurrieron desde que las
literaturas nacionales europeas ganaron primacía sobre la latina y se volvieron
conscientes de sí mismas; apenas dos desde el nacimiento del sentido de
historicidad, que permitió la aparición de un concepto como el de la
Weltliteratur. Por intermedio de la influencia y el estímulo contenidos en su
obra, Goethe mismo, que murió hace 120 años, contribuyó decisivamente a la
formación de un sentido de historicidad y a la actividad filológica que procede
de éste. Y nosotros vemos ya nacer un mundo para el cual este sentido no
puede tener ningún significado práctico.
La época del humanismo goetheano fue breve, pero tuvo efectos poderosos e
inició un impulso que no ha dejado de expandirse y de ramificarse. La parte de
la literatura del mundo pasada y presente que Goethe tenía a su disposición
hacia el fin de su vida era mucho mayor que aquella conocida en el momento
de su nacimiento; si la comparamos con nuestra posesión actual de esa
literatura, resulta sin embargo pequeña. Debemos esa posesión al impulso del
humanismo histórico de aquella época. No se trataba solamente del descu-
brimiento de materiales y del desarrollo de métodos de investigación, sino
también de su aprehensión y aprovechamiento para la escritura de una historia
de la humanidad, para la creación de una representación unificada del hombre
en su diversidad. Tal era, desde Vico y Herder, el verdadero propósito de la
filología, y fue debido a este propósito que la filología se convirtió en una rama
dominante de la humanística. Arrastró también consigo las historias de las
otras artes, de las religiones, el derecho y la política, y se entretejió
repetidamente con ellas en ciertas metas comunes y conceptos de orden
compartidos. El lector seguramente no necesitará que se le recuerde el
Se dijo más arriba que somos capaces de realizar la tarea de una filología de la
Weltliteratur dado que disponemos de un material infinito que crece a un ritmo
estable, y que poseemos además un sentido histórico que heredamos del
historicismo [Historismus] del tiempo de Goethe. Aunque el panorama parezca
esperanza-dor, las dificultades prácticas son grandes. Para la organización del
material, debe contarse con alguien que domine la totalidad de la Weltliteratur a
partir de su propia experiencia e investigación. Pero esto se ha vuelto casi im-
verdad científica: los objetos históricos, tal como se presentan hoy en día,
ofrecen a la imaginación bastante libertad en la elección, en la presentación del
problema, en la combinación y en la formulación. De hecho, puede decirse que
la verdad científica es una buena restricción para el filólogo. Al ser tan grande
la tentación de retirarse de la realidad, ya sea por la glosa trivial o la
desfiguración fantasmal, la verdad científica preserva y garantiza lo probable en
lo real, dado que lo real es la medida de lo probable. Además, nos agita la
necesidad de una escritura de la historia internamente sintética como genos del
arte literario dentro de la tradición europea. La historiografía antigua era un
genos literario; y la crítica alemana clásica y romántica, fundada en bases
filosóficas e históricas, buscaba su propia expresión artística.
Volvemos entonces al individuo: ¿cómo puede llegar a la síntesis?
Ciertamente, me pare-re que no puede hacerlo por el camino de la recopilación
enciclopédica. Un horizonte que vaya más allá de mero acto de la compilación
constituye una condición imperiosa, pero debería ser adquirido tempranamente,
sin intención, con la única guía del instinto de los intereses personales. Sin
embargo, la experiencia de las últimas décadas nos ha demostrado que la
acumulación de material en un campo, como se ve en los grandes manuales
(por ejemplo, el tratamiento de una literatura nacional, de una gran época, de
un genos literario), difícilmente conduce a una síntesis. Esto se debe no solo a
la profusión de material -que excede a un individuo, por lo que en tales casos
se recomienda el trabajo en grupo- sino también a la estructura del material
mismo. Las convencionales clasificaciones cronológicas, geográficas o
tipológicas del material son ya inadecuadas y no pueden asegurar ninguna
clase de avance energético unificado. Los campos de esas clasificaciones no
coinciden con los campos de problemas de la síntesis. Tengo dudas sobre si
las monografías dedicadas a figuras y personajes significativos, de las que
poseemos muchas excelentes, son puntos de partida adecuados para el tipo de
síntesis que tengo en mente. Cierto que la figura individual presenta una unidad
de vida concreta y completa, que en cuanto objeto es siempre mejor que lo
imaginado; pero al mismo tiempo esa unidad es inconcebible y carga con la
insolubilidad ahistórica en la que lo individual desemboca finalmente.
estas opciones puede ser un punto de partida, pero debe irradiar, de tal modo
que a partir de él pueda abordarse la historia del mundo. Tomemos como
ejemplo a alguien que quiera investigar la posición del escritor en el siglo XIX,
ya sea en un determinado país o en toda Europa; la investigación produciría, si
contuviera todo el material necesario para semejante estudio, un útil libro de
referencia por el cual estaríamos siempre muy agradecidos. Pero sería más
probable que se lograra la síntesis de la cual estamos hablando si se empezara
con unas pocas declaraciones que determinados escritores hubieran hecho
acerca del público. Lo mismo pasa con ciertos objetos como la reputación y la
supervivencia (la fortuna) de los poetas. Escritos pormenorizados como
aquellos con los que contamos sobre la reputación de Dante en varios países
son ciertamente imprescindibles; pero resultaría quizás más interesante (le
agradezco a Erwin Panofsky esta sugerencia) rastrear la interpretación de
determinadas partes de la Commedia desde sus comentaristas más tempranos
hasta el siglo XVI, y luego nuevamente desde el romanticismo. Eso sería un
tipo exacto de historia espiritual.
Un buen punto de partida debe ser exacto y objetivo; las categorías abstractas,
cualquiera sea su clase, no servirán. Son entonces peligrosos conceptos como
"el barroco" o "lo romántico", lo mismo que "lo dramático" o "la idea de destino",
"intensidad" o "mito", también "el concepto de tiempo" o "el perspectivismo".
Estas palabras pueden ser usadas cuando su sentido se deriva del contexto,
pero tomados como puntos de partida resultan demasiado ambiguas para
designar algo preciso y aprensible. El punto de partida no debería ser algo
general que se le impone al objeto desde afuera, sino una parte íntima y
orgánica del tema. Las cosas deberían hablar por sí mismas; pero eso no
puede ocurrir cuando el punto de partida no es concreto y estrictamente
acotado. De todos modos, hace falta arte, aun cuando se disponga del mejor
punto de partida posible, para no perder nunca de vista el objeto. Conceptos ya
acuñados pero rara vez exactos y justos, seductores por su sonido o porque
están de moda, acechan, listos para saltar sobre el escritor que ha perdido la
energía del objeto de estudio. Así, el escritor, y seguramente también muchos
lectores, aceptará, seducido, en lugar de la cosa un cliché accesible; y son
realmente muchos los lectores inclinados a tales sustituciones. Se debe hacer
*
Grande y virtuoso es el principio según el cual el ánimo instruido poco a poco ha de aprender a cambiar estas cosas visibles y
transitorias, para que después pueda incluso abandonarlas. El hombre al que su tierra natal le parece dulce es todavía un tierno
principiante; aquel para quien t oda tierra es su tierra natal es ya fuerte; pero el hombre perfecto es aquel para quien el mu ndo entero
es una tierra extraña.