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FILOLOGÍA DE LA WELTLITERATUR 
Por Erich Auerbach.
Traducción de Pablo Gianera, en Diario de Poesía nº 81, pp. 13-15

Ninnulla pars inventionis est nosse quid quaeras.


 Agustín, Quaest. En Pet. Proem.

Es hora de preguntarse qué sentido puede tener todavía la palabra Weltliteratur


si la vinculamos, en el presente, con el pasado y con el futuro. Nuestra Tierra,
que es el mundo de la Weltliteratur, se empequeñece y pierde diversidad. Pero
la Weltliteratur no se refiere meramente a lo común y a lo humano entendidos
en un sentido muy general, sino que considera la humanidad como resultado
de la mutua fecundación en el interior de lo diverso. Su condición de posibilidad
es justamente la felix culpa del despedazamiento de la humanidad en un
cúmulo de culturas. ¿Y qué ocurre hoy en día? Por miles de razones que
cualquiera conoce, la vida de los hombres tiende a estandarizarse. El proceso
de uniformidad, que partió originalmente de Europa, sigue activo y socava la
singularidad de todas las tradiciones. Sin duda, la voluntad nacional es más
poderosa y más estridente que nunca, pero en cualquier caso promueve las
mismas formas estandarizadas de la vida moderna, y el observador imparcial
puede advertir con nitidez que los fundamentos internos del ser nacional se
encuentran en franca descomposición. Las culturas europeas, que han gozado
de un productivo tráfico entre ellas y que se han sostenido además en la
conciencia de su valor y de su actualidad, conservan aún su autonomía
[Eigenständigkeit], aunque también aquí el proceso de nivelación avanza con
mayor rapidez que nunca. Dicho en pocas palabras, la estandarización domina
en todas partes, ya sea según el modelo europeo-norteamericano o según el
ruso-soviético. Y por más grandes que puedan parecemos, las diferencias
entre ambos modelos resultan insignificantes en comparación con los
fundamentos de las tradiciones china, islámica o hindú. Si la humanidad
pretende superar con éxito la conmoción que implica un proceso de
concentración tan poderoso, tan veloz y para el cual la preparación ha sido tan
pobre, entonces deberá acostumbrarse a la circunstancia de que en un mundo
organizado estandarizadamente no quedarán sino un única cultura literaria, y
en poco tiempo pocas, quizás una sola lengua literaria. Y de este modo, la idea
de la Weltliteratur se realiza y se destruye simultáneamente.
 

 
Si no me equivoco, esta situación, derivada de la coacción de lo inevitable y de
los movimientos de masas, es escasamente goetheana. Goethe evitaba ese
tipo de ideas. Muy de vez en cuando acudían pensamientos que iban un poco
en esa dirección; pero solamente un poco, porque él no pudo a sospechar la
rapidez y el desagradable radicalismo con el que llegaría su realización. ¡Qué
breve fue la época a la que perteneció y cuyo final presenciamos quienes
somos ya viejos! Alrededor de cinco siglos transcurrieron desde que las
literaturas nacionales europeas ganaron primacía sobre la latina y se volvieron
conscientes de sí mismas; apenas dos desde el nacimiento del sentido de
historicidad, que permitió la aparición de un concepto como el de la
Weltliteratur. Por intermedio de la influencia y el estímulo contenidos en su
obra, Goethe mismo, que murió hace 120 años, contribuyó decisivamente a la
formación de un sentido de historicidad y a la actividad filológica que procede
de éste. Y nosotros vemos ya nacer un mundo para el cual este sentido no
puede tener ningún significado práctico.

La época del humanismo goetheano fue breve, pero tuvo efectos poderosos e
inició un impulso que no ha dejado de expandirse y de ramificarse. La parte de
la literatura del mundo pasada y presente que Goethe tenía a su disposición
hacia el fin de su vida era mucho mayor que aquella conocida en el momento
de su nacimiento; si la comparamos con nuestra posesión actual de esa
literatura, resulta sin embargo pequeña. Debemos esa posesión al impulso del
humanismo histórico de aquella época. No se trataba solamente del descu-
brimiento de materiales y del desarrollo de métodos de investigación, sino
también de su aprehensión y aprovechamiento para la escritura de una historia
de la humanidad, para la creación de una representación unificada del hombre
en su diversidad. Tal era, desde Vico y Herder, el verdadero propósito de la
filología, y fue debido a este propósito que la filología se convirtió en una rama
dominante de la humanística. Arrastró también consigo las historias de las
otras artes, de las religiones, el derecho y la política, y se entretejió
repetidamente con ellas en ciertas metas comunes y conceptos de orden
compartidos. El lector seguramente no necesitará que se le recuerde el
 

provecho de este fenómeno, tanto en términos de investigación como de


síntesis.
¿Tiene sentido proseguir con esta actividad ante un panorama y unas
circunstancias tan cambiantes? El simple hecho de que haya proseguido, e
incluso se haya difundido, no quiere decir mucho. Aquello que se convirtió en
hábito e institución suele persistir durante largo tiempo, sobre todo si quienes
advierten el cambio radical en las condiciones de vida y reconocen su
significado no son capaces ni están dispuestos a sacar las conclusiones
prácticas de tal corroboración. Queda la esperanza de que un pequeño grupo
de jóvenes que se distingue por su talento y originalidad se comprometa
apasionadamente con la actividad filológica e histórica, que su instinto no los
engañe y que esta actividad siga teniendo sentido ahora y en el futuro.

La investigación de la realidad ejercida con métodos científicos colma y domina


nuestra vida. Ella es, se diría, nuestro mito, dado que no contamos con ningún
otro de semejante validez general. Entre las ciencias de la realidad, la historia
es aquella que nos afecta de la manera más inmediata, que nos conmueve
más profundamente y que nos impele enérgicamente a tomar conciencia de
nosotros mismos. Es la única ciencia en la que los hombres se presentan ante
nosotros en su totalidad. Bajo el concepto de "la historia" debería compren-
derse aquí no solamente el pasado sino sobre todo la progresión de los
acontecimientos [Ereignisse] con la influencia del presente. La historia interior
de los últimos milenios -de la que se ocupa la filología en cuanto disciplina
histórica- es la historia de la humanidad que llega a la expresión de sí misma.
Contiene los documentos del avance poderoso y arriesgado de los hombres
hacia la conciencia de su condición y hacia la realización de sus posibilidades;
un avance cuya meta (aun en la forma ciertamente fragmentaria en la que se
presenta ahora) fue apenas imaginable durante largo tiempo y que sin
embargo, en las intrincadas sinuosidades de su curso, parece haber sido
regida por un plan. Allí residen todas las ricas tensiones de las que nuestro ser
es capaz; se despliega un drama cuya abundancia y profundidad ponen en
movimiento todas las fuerzas del espectador y le permiten a la vez encontrar la
paz por medio del enriquecimiento que obtiene. La pérdida de ese drama -cuya
aparición demanda representación e interpretación-implicaría un
 

empobrecimiento para el cual no existe compensación posible. Desde luego,


experimentarían esa privación sólo aquellos que no la han padecido del todo
aún. Debemos hacer todo lo que se encuentre a nuestro alcance para evitar
una pérdida tan grave. Si las consideraciones sobre el futuro con las que
empecé este texto tienen una alguna validez, resulta entonces urgente la tarea
de reunir el material y buscar un efecto unívoco. Somos todavía capaces de
llevar a cabo esa tarea no sólo porque tenemos a nuestra disposición una
enorme cantidad de material sino también porque heredamos cierto sentido de
la perspectiva histórica que es imprescindible para este trabajo. Poseemos este
sentido porque vivimos la experiencia de la diversidad histórica, sin la cual, me
temo, aquel sentido perdería rápidamente su carácter vivo y concreto. Me
parece asimismo que vivimos en un kairos de la historiografía reflexiva. Es
incierto si muchas generaciones serán parte de él. Estamos ya mismo
amenazados por el empobrecimiento que deriva de una formación ahistórica.
 Aquello que somos, llegamos a serlo en nuestra historia, y únicamente en ella
permanecemos y nos desarrollamos. La tarea de la filología de nuestra época
consiste en mostrar esta evidencia y conseguir que se torne inolvidable. Hacia
el final del capítulo "Die Annáherung" [El acercamiento] de Nachsommer,
 Adalbert Stifter pone la siguiente frase en boca de uno de los personajes: "El
deseo supremo es imaginar que después del fin de lo humano un espíritu
podría estimar y reunir todo el arte de la especie humana desde su nacimiento
hasta su muerte". Stifter piensa aquí solamente en las artes plásticas. Y no
creo que sea posible ahora hablar acerca del fin de lo humano. Pero parece en
cambio posible hablar de un período de fin y de cambio en el cual se ha vuelto
accesible, como nunca antes, la estimación y la compilación.

Esta concepción de la Weltliteratur y de su filología parece menos activa,


menos práctica y menos política que la anterior. Ya dejó de hablarse del
intercambio espiritual, del refinamiento de las costumbres y de la reconciliación
de los pueblos. En parte, estas metas no pudieron alcanzarse, y en parte han
sido superadas por el desarrollo histórico. Ciertos individuos sobresalientes,
pequeños grupos altamente cultivados han gozado siempre, bajo los auspicios
de esa meta, intercambios organizados de bienes culturales, y siguen
haciéndolo todavía en gran escala. Sin embargo, semejante acercamiento tiene
 

poco efecto sobre el refinamiento y la reconciliación. Sus resultados se


pulverizan instantáneamente ante la tempestad de intereses enfrentados y la
intensa propaganda. Efectivo es el intercambio en el que el desarrollo político
ha llevado de todos modos al acercamiento y la formación cultural de los
grupos: actúa en el interior del grupo, acelera el entendimiento mutuo y sirve a
un propósito común. Pero por lo demás, según se dijo al principio, la igualación
de las culturas prosperó ya ampliamente, como podría haberle gustado a un
humanista de cuño goetheano, sin que emerja una perspectiva razonable que
resuelva las antinomias de otra manera que por medio de una exhibición de
fuerza y poder. La concepción de la Weltliteratur sostenida en este ensayo -
trasfondo de diversidad de un destino común- no pretende alterar lo que ya
ocurrió, aunque no de la manera esperada; acepta como hecho inevitable que
la cultura mundial está siendo estandarizada. Pero, en el caso de los pueblos
que se encuentran en la fase final de una fructífera diversidad, busca precisar y
conservar la conciencia de esa fusión. Así, la riqueza y la profundidad de los
movimientos espirituales de los últimos miles de años no se atrofiará en el
interior de esos pueblos. No se puede especular con demasiado fundamento
acerca de los efectos de esta tentativa. Nuestra tarea consiste en crear la
posibilidad de ese efecto, y lo único que estamos en condiciones de decir es
que, para la época de transición en la que vivimos, el efecto puede ser muy
significativo. Bien podría suceder que este efecto nos ayudara a aceptar lo que
nos ocurre y a no odiar a nuestro oponente, aun cuando estemos obligados a
combatirlo. De este modo, nuestra concepción de la Weltliteratur y de su
filología es no menos humana y no menos humanista que la precedente. La
concepción de la historia en la que se funda no es idéntica a la anterior, pero
resulta de ella y sería impensable sin ella.

Se dijo más arriba que somos capaces de realizar la tarea de una filología de la
Weltliteratur dado que disponemos de un material infinito que crece a un ritmo
estable, y que poseemos además un sentido histórico que heredamos del
historicismo [Historismus] del tiempo de Goethe. Aunque el panorama parezca
esperanza-dor, las dificultades prácticas son grandes. Para la organización del
material, debe contarse con alguien que domine la totalidad de la Weltliteratur a
partir de su propia experiencia e investigación. Pero esto se ha vuelto casi im-
 

posible debido a la sobreabundancia de material, métodos y puntos de vista.


Poseemos material de seis milenios, de todas partes del mundo, en alrededor
de cincuenta lenguas. Varias de las culturas que conocemos hoy no se habían
descubierto hace cien años; de otras conocíamos solamente una fracción. E
incluso en aquellas épocas conocidas desde hace siglos, se han encontrado
tantos datos nuevos que el concepto mismo de ellas se ha modificado
fuertemente y ha deparado asimismo nuevos problemas. A todo esto debe
agregarse que no es posible ocuparse solamente de la literatura de una época;
se deben estudiar las condiciones en las que ella se desarrolló; se deben tomar
en consideración las relaciones filosóficas, políticas, económicas, religiosas, las
artes plásticas y también la música, y en todas estas disciplinas se debe seguir
una investigación activa y constante. La abundancia del material impone una
especialización cada vez más precisa; se producen métodos especiales, lo cual
genera en cada uno de los campos -aun para cada uno de los puntos de vista
un tipo particular de lenguaje esotérico. Esto no es todo. Ciencias y corrientes
no-filológicas introducen en la filología nuevos conceptos y métodos: son la
sociología, la psicología, muchas corrientes filosóficas y ciertas zonas de la
crítica literaría contemporánea. Estos elementos reclaman ser asimilados y
ordenados, aunque más no sea para demostrar, con buena conciencia, la
inutilidad de algunos de estos métodos para los fines que persigue la filología.
Quien no se limita consecuentemente a un estrecho campo de especia-lización
y a un mundo conceptual compartido con un pequeño círculo de colegas vive
en un barullo de impresiones y exigencias a las que es casi imposible hacer
 justicia. Y sin embargo la especialización tiende a volverse cada vez más
insatisfactoria. Por ejemplo, aquél que quiera hoy especializarse en literatura
provenzal y dominar únicamente los hechos lingüísticos, paleográficos e
históricos relativos al provenzal, difícilmente sea un buen provenzalista. Por
otro lado, hay campos de especialización que se han vuelto tan variados que
su dominio es la tarea de una vida; un ejemplo podría ser Dante -que apenas
puede llamarse un campo de especialización puesto que Dante irradia hacia
todas partes- o la novela cortesana con sus tres subgrupos de problemas, el
amor corles, el asunto celta y el Grial. ¿Cuántos son los hombres que han
dominado enteramente uno de estos campos, con todas sus ramificaciones?
 

¿Cómo, en estas circunstancias, puede pensarse en una filología de la


Weltliteratur científica y sintética?

Hay todavía algunas personas que dominan el material europeo en su


conjunto; pero, hasta donde sé, proceden una de una generación que creció
antes de las guerras. Será difícil reemplazarlos, puesto que, entre tanto, la
cultura humanística tardo-burguesa, cuya educación incluía conocimiento de
latín, de griego y de la Biblia, se derrumba velozmente en todas partes. Si se
me permite extraer algunas conclusiones de mis experiencias en Turquía,
entonces no es difícil notar cambios en otras culturas igualmente antiguas.
 Aquello que antes podía darse por supuesto antes de ingresar en la
universidad (o, en los países de habla inglesa, en los gradúate studies) debe
ser ahora adquirido allí mismo, y por lo general muy tardíamente y de manera
inadecuada. Además, el centro de gravedad intelectual en la universidad o las
gradúate schools se ha desplazado: se enseñan mucho más la literatura y la
crítica modernas, y cuando se les presta atención a épocas más antiguas, se
trata de períodos como el barroco, que han sido redescubiertos recientemente
y que integran la órbita de la literatura moderna. Es obviamente desde dentro
de la situación y convicciones de nuestro tiempo que debemos comprender la
totalidad de la historia, si está llamada a tener algún significado para nosotros.
Pero el espíritu de su tiempo gravita de todos modos sobre cualquier estudiante
dotado, y, me parece, ese estudiante no necesita ninguna instrucción
académica para apropiarse de Rilke, Gide o Yeats. En cambio, sí la necesita
para entender las formas verbales y las condiciones de vida de la antigüedad,
la Edad Media, el Renacimiento, y para conocer los métodos y recursos
necesarios para la investigación de esos períodos. Las problemáticas y
categorías ordenadoras de la crítica literaria contemporánea son siempre
significativas como expresión de la voluntad de una época, y suelen resultar
también ingeniosas e iluminadoras. Pero apenas algunas pocas de ellas tienen
una utilidad inmediata en la filología histórica o como sustituto utilizable de
conceptos transmitidos. La mayoría son enteramente abstractas y ambiguas, y
no pocas veces tienen también un matiz privado. Confirman la tentación a la
que muchos principiantes, y no solo principiantes, suelen sentirse inclinados; la
tentación de conjurar la abundancia de material por medio de la introducción
 

hiposta-siada de conceptos abstractos para ordenarlo todo, lo cual deriva en la


dilución del objeto, la discusión de problemas ilusorios, y lleva finalmente a la
nada lisa y llana.

Con todo, estas tendencias, aunque en ocasiones perturbadoras, no me


parecen verdaderamente peligrosas, por lo menos no para los estudiantes
dotados y responsables. Más todavía, hay algunos que consiguen adquirir por
sí mismos aquello que resulta indispensable para la actividad histórico-filológica
y se mantienen en una posición de independencia y apertura respecto de las
corrientes de moda. En muchos aspectos, tienen una ventaja sobre sus
predecesores. Los acontecimientos de los últimos cuarenta años han
ensanchado el círculo de la historia, revelado la perspectiva histórica y mundial,
y renovado y enriquecido la visión concreta de la estructura de fenómenos
interhumanos. Hemos participado, y participamos todavía, en un seminario
práctico de historia mundial, y por lo tanto nuestro discernimiento de los
asuntos históricos se ha desarrollado considerablemente. Así, incluso muchas
obras extraordinarias que nos parecían logros filológicos sobresalientes del
tardío humanismo burgués se nos antojan ahora irreales y restringidos. En este
sentido, todo es hoy más fácil.
¿Pero cómo resolver el problema de la síntesis? Una sola vida parece
demasiado corta para crear aun las condiciones preparatorias. La tarea
organizada de un grupo no constituye una respuesta válida, incluso cuando ese
grupo podría ser sumamente útil para otros fines. Si bien puede encontrar su
sentido sólo sobre la base de una aprehensión científica del material, la síntesis
histórica en la que pienso es producto de la intuición personal, y por lo tanto
sólo puede esperarse de un individuo. Si se cumpliera, sería al mismo tiempo
un trabajo científico y una obra de arte. Ya el descubrimiento del punto de
partida, del que hablaré luego, es intuición; la realización de la síntesis es una
forma que, para cumplir con lo que se espera de ella, debe ser unificada y
sugestiva. Sin duda, el logro de ese trabajo debe agradecerse a una intuición
combinatoria; para alcanzar su efecto, la síntesis histórica debe presentarse al
lector como obra de arte. No puede alegarse la objeción tradicional de que el
arte literario debe poseer libertad, lo que quiere decir que no se subordina a la
 

verdad científica: los objetos históricos, tal como se presentan hoy en día,
ofrecen a la imaginación bastante libertad en la elección, en la presentación del
problema, en la combinación y en la formulación. De hecho, puede decirse que
la verdad científica es una buena restricción para el filólogo. Al ser tan grande
la tentación de retirarse de la realidad, ya sea por la glosa trivial o la
desfiguración fantasmal, la verdad científica preserva y garantiza lo probable en
lo real, dado que lo real es la medida de lo probable. Además, nos agita la
necesidad de una escritura de la historia internamente sintética como genos del
arte literario dentro de la tradición europea. La historiografía antigua era un
genos literario; y la crítica alemana clásica y romántica, fundada en bases
filosóficas e históricas, buscaba su propia expresión artística.
Volvemos entonces al individuo: ¿cómo puede llegar a la síntesis?
Ciertamente, me pare-re que no puede hacerlo por el camino de la recopilación
enciclopédica. Un horizonte que vaya más allá de mero acto de la compilación
constituye una condición imperiosa, pero debería ser adquirido tempranamente,
sin intención, con la única guía del instinto de los intereses personales. Sin
embargo, la experiencia de las últimas décadas nos ha demostrado que la
acumulación de material en un campo, como se ve en los grandes manuales
(por ejemplo, el tratamiento de una literatura nacional, de una gran época, de
un genos literario), difícilmente conduce a una síntesis. Esto se debe no solo a
la profusión de material -que excede a un individuo, por lo que en tales casos
se recomienda el trabajo en grupo- sino también a la estructura del material
mismo. Las convencionales clasificaciones cronológicas, geográficas o
tipológicas del material son ya inadecuadas y no pueden asegurar ninguna
clase de avance energético unificado. Los campos de esas clasificaciones no
coinciden con los campos de problemas de la síntesis. Tengo dudas sobre si
las monografías dedicadas a figuras y personajes significativos, de las que
poseemos muchas excelentes, son puntos de partida adecuados para el tipo de
síntesis que tengo en mente. Cierto que la figura individual presenta una unidad
de vida concreta y completa, que en cuanto objeto es siempre mejor que lo
imaginado; pero al mismo tiempo esa unidad es inconcebible y carga con la
insolubilidad ahistórica en la que lo individual desemboca finalmente.
 

Entre las obras histórico-sintéticas de literatura de los últimos años debe


contarse Literatura europea y Edad Media latina, el impresionante libro de Ernst
Robert Curtius. Me parece que este libro debe su éxito al hecho de que, a
pesar de su título amplio y general, parte de un fenómeno singular acotado y
casi estrecho: la supervivencia de la tradición retórica escolástica. Por eso, en
contra de las monstruosas masas de material que moviliza, la obra no es en
sus mejores partes una aglomeración de muchos elementos sino una
irradiación hacia fuera de unos pocos. Su tema general es la supervivencia de
la Antigüedad en la Edad Media latina, y el efecto de ella, en sus formas
medievales, sobre la nueva literatura europea. Ante intención tan general, no
se puede empezar por nada. El autor, que no se propone otra cosa que la
presentación de un objeto tan amplio, se encuentra ante una inabarcable
cantidad de materiales heterogéneos que desafían el orden, y cuya compilación
según un punto de vista mecánico (por ejemplo, la supervivencia de
determinado escritor, o la supervivencia de todo el mundo antiguo de un siglo
medieval a otro) impediría -ya por el mero perímetro del material- la
organización del propósito. Sólo el descubrimiento de un fenómeno central y
acotado como punto de partida (es decir, la tradición retórica y especialmente
los topoi) hicieron posible la ejecución del plan. No se discute aquí si en este
caso la elección del punto de partida fue satisfactoria o si fue la mejor de todas
las posibles para la intención del autor; precisamente porque podría alegarse
que el punto de partida resulta inadecuado respecto de las intenciones es que
debe uno admirarse del logro. Semejante logro se debe al principio metodoló-
gico que dice lo siguiente: para la realización de un gran propósito sintético hay
que encontrar primero un punto de partida [Ansatz], en cierto modo un pretexto,
que permita abordar el objeto. El punto de partida debe ser la elección de un
conjunto de fenómenos firmemente circunscrito y fácilmente abarcable; y la
interpretación de estos fenómenos debe poseer una fuerza de irradiación tal
que lleve a la interpretación de una región más amplia que la del punto de
partida.
Este método se conoce desde hace mucho tiempo; la estilística, por ejemplo, lo
aprovechó siempre para describir la individualidad de un estilo en unas
características determinadas. Sin embargo, me parece necesario subrayar el
significado general del método, y destacar que es el único método que nos
 

permite hoy representar sintética y sugestivamente sobre un vasto fondo los


acontecimientos significativos de la historia interior. También ayuda al
investigador joven, incluso al principiante; un conocimiento general
comparativamente modesto puede ser suficiente en cuanto la intuición ha
encontrado un punto de partida afortunado.
En la elaboración de este punto de partida, el horizonte se ensancha de
manera natural, puesto que la selección de lo atractivo viene determinada por
el punto de partida. La expansión es tan concreta y sus componentes se
relacionan con tal grado de necesidad que lo ganado no puede perderse
fácilmente; y el resultado posee, en sus secciones ordenadas, unidad y
universalidad.

Naturalmente, en la práctica no siempre deber ser hallado primero el problema


general y luego el punto de partida. A veces ocurre que se descubre un
fenómeno de partida singular [Ansatzphanomen] que desencadena el
reconocimiento y la formulación del problema general, algo que sólo puede
suceder cuando ya existe una predisposición para el problema. Resulta
esencial subrayar que no bastan un problema general o una intención general y
sintética. Hay que encontrar además un fenómeno que sea acotado y concreto,
y por lo tanto descriptible con medios técnico-filológicos, del que luego se
desplegarán los problemas haciendo factible la organización formal de la
intención. Otras veces, no será suficiente un único fenómeno de partida, y
serán necesarios varios más. No obstante, si el primero existe, los otros
aparecen más fácilmente, en la medida en que ellos deben ser de una variedad
que no sólo se vincula con las otras sino que converge con la intención central.
Se trata entonces de una espe-cialización, pero no una espe-cialización
tradicional en la clasificación de los materiales, sino en el objeto adecuado; por
eso mismo, demanda un permanente redescubrimiento.
Los puntos de partida pueden ser muy distintos. Enumerar todas las
posibilidades sería impracticable. La particularidad de un buen punto de partida
es, por un lado, su concreción y su concisión, y, por el otro, su potencial fuerza
de irradiación. Puede ser una interpretación semántica, un tropo retórico, una
forma sintáctica, la interpretación de una frase o una serie de expresiones
hechas en un determinado tiempo y en un determinado lugar; cualquiera de
 

estas opciones puede ser un punto de partida, pero debe irradiar, de tal modo
que a partir de él pueda abordarse la historia del mundo. Tomemos como
ejemplo a alguien que quiera investigar la posición del escritor en el siglo XIX,
ya sea en un determinado país o en toda Europa; la investigación produciría, si
contuviera todo el material necesario para semejante estudio, un útil libro de
referencia por el cual estaríamos siempre muy agradecidos. Pero sería más
probable que se lograra la síntesis de la cual estamos hablando si se empezara
con unas pocas declaraciones que determinados escritores hubieran hecho
acerca del público. Lo mismo pasa con ciertos objetos como la reputación y la
supervivencia (la fortuna) de los poetas. Escritos pormenorizados como
aquellos con los que contamos sobre la reputación de Dante en varios países
son ciertamente imprescindibles; pero resultaría quizás más interesante (le
agradezco a Erwin Panofsky esta sugerencia) rastrear la interpretación de
determinadas partes de la Commedia desde sus comentaristas más tempranos
hasta el siglo XVI, y luego nuevamente desde el romanticismo. Eso sería un
tipo exacto de historia espiritual.

Un buen punto de partida debe ser exacto y objetivo; las categorías abstractas,
cualquiera sea su clase, no servirán. Son entonces peligrosos conceptos como
"el barroco" o "lo romántico", lo mismo que "lo dramático" o "la idea de destino",
"intensidad" o "mito", también "el concepto de tiempo" o "el perspectivismo".
Estas palabras pueden ser usadas cuando su sentido se deriva del contexto,
pero tomados como puntos de partida resultan demasiado ambiguas para
designar algo preciso y aprensible. El punto de partida no debería ser algo
general que se le impone al objeto desde afuera, sino una parte íntima y
orgánica del tema. Las cosas deberían hablar por sí mismas; pero eso no
puede ocurrir cuando el punto de partida no es concreto y estrictamente
acotado. De todos modos, hace falta arte, aun cuando se disponga del mejor
punto de partida posible, para no perder nunca de vista el objeto. Conceptos ya
acuñados pero rara vez exactos y justos, seductores por su sonido o porque
están de moda, acechan, listos para saltar sobre el escritor que ha perdido la
energía del objeto de estudio. Así, el escritor, y seguramente también muchos
lectores, aceptará, seducido, en lugar de la cosa un cliché accesible; y son
realmente muchos los lectores inclinados a tales sustituciones. Se debe hacer
 

todo lo que esté al alcance para cortarles esa posibilidad de evasión. El


fenómeno tratado por el filólogo cuya intención es la síntesis contiene su propia
objetividad, y esta objetividad no debe desaparecer en la síntesis: esto es lo
más difícil de lograr. Por cierto, uno no podría aspirar a encontrar alegría en lo
particular sino más bien al ser excitado por el movimiento del todo; pero este
movimiento puede ser visto en toda su pureza cuando se comprenden las
partes en su singularidad.
Hasta donde sé, no contamos todavía con ninguna tentativa de filología
sintética de la Weltliteratur, sino sólo con algunos pocos preliminares en la
cultura occidental. Pero cuanto más se junta y se aproxima el planeta tanto
más debe expandirse la tarea sintética y perspectivista. Constituye una gran
misión conseguir que los hombres sean conscientes de sí mismos en su propia
historia; y no obstante esta misión es pequeña, una especie de renuncia,
cuando se recuerda que estamos no solamente en la Tierra sino en el mundo y
en el universo. Pero aquello que épocas anteriores se atrevieron a hacer,
determinar el lugar del hombre en el universo, parece ahora muy lejano.
En cualquier caso, nuestra patria filológica es la Tierra; la nación ya no
puede serlo. Sin duda, la parte más preciosa e indispensable de la herencia del
filólogo sigue siendo la lengua y la cultura de una nación. Pero solo cuando se
separa se ella y la trasciende se vuelve eficaz. En las cambiantes
circunstancias en las que vivimos, debemos regresar a la cultura medieval
prenacional que ya poseemos: el reconocimiento de que el espíritu [Geist] no
es nacional. Paupertas y terra aliena: esto, o algo parecido, se lee en Bernardo
de Chartres, en Juan de Salisbury, en Jean de Meun y en muchos otros.
Magnum virtutis principium est, escribe Hugo de San Víctor (Didascalicon III,
20), ut discat paulatim exercitatus animus visibilia haec et transitoria primum
commutare, ut postmodum possit etiam derelinquere. Delicatus ille est adhuc
cui patria dulcis est, fortis autem cui omne solum patria est, perfectus vero cui
mundus totus exilium est...*   Hugo destinó estas líneas a quienes pretenden
liberarse del amor al mundo. Pero es también un buen camino para quien
quiera ganar un justo amor al mundo.

*
  Grande y virtuoso es el principio según el cual el ánimo instruido poco a poco ha de aprender a cambiar estas cosas visibles y
transitorias, para que después pueda incluso abandonarlas. El hombre al que su tierra natal le parece dulce es todavía un tierno
 principiante; aquel para quien t oda tierra es su tierra natal es ya fuerte; pero el hombre perfecto es aquel para quien el mu ndo entero
es una tierra extraña.  

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