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DERECHO GLOBAL
Luigi Garofalo
(Director)
DERECHO ROMANO
PRIVADO
Edición al cuidado de
Carlos Antonio Agurto Gonzáles
Sonia Lidia Quequejana Mamani
Benigno Choque Cuenca
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
§ 1. Desenvolvimiento y significación del Derecho romano privado
(D.r.pr. 1, 2, 3 I, IV 46, 47, 192-195)
I. Generalidades
El Derecho privado es, entre las materias que son parte del Derecho romano,
el elemento, por así decirlo, nuclear que por su valor y eficacia supera a los Dere-
chos de aquella época y a los de épocas posteriores. La magnitud del Derecho
romano privado y su importante misión histórica se deben a las dotes del pueblo
de Roma para el Derecho, a su constante atención a las realidades vitales y a un
sentimiento jurídico educado, depurado con el transcurso del tiempo.
Estas cualidades alcanzan su perfección con las geniales creaciones de los ju-
ristas, pertenecientes a la república tardía y al principado, sobre todo en la época de
la jurisprudencia clásica (durante los dos siglos y medio d. de J.C.). Estos juristas
elevaron el Derecho privado a un alto grado de perfección y lograron que fuese, en
el pensamiento jurídico de la humanidad, una indeleble fuerza espiritual, la cual, a
través de la historia del pueblo romano, subsiste aún en la actualidad. Aún hoy, los
ordenamientos jurídico-privados de los distintos países europeos y de aquellos otros
ultramarinos, influenciados por los Derechos europeos, se apoyan en buena parte
en el Derecho romano. Las formas de pensamiento de este Derecho se han trasvasado
también a los modernos códigos, los cuales, a partir de fines del siglo XVIII, privan
al Derecho romano de su anterior e inmediata vigencia.
II. Historia
El Derecho romano privado de los antiguos experimentó, con el pueblo roma-
no que lo creara, un desarrollo cuya exposición constituye el objeto de la «Historia
del Derecho romano». Nos referiremos someramente ahora a lo que es tema de la
mencionada disciplina y distinguiremos varios períodos.
1. Un primer período, que llamaremos de Derecho romano antiguo y que se
extiende desde los oscuros tiempos primitivos hasta el comienzo de las guerras
púnicas, por consiguiente hasta el siglo III a. de J.C. Era Roma en esta época un
pueblo de labradores, rodeado de otros Estados, sobre los cuales y al final del
indicado período, consiguió una indiscutible hegemonía. La agricultura y la gana-
dería son el fundamento económico vital del pueblo de Roma, así como la base de
su estructura social. Un sentido rural, agrícola, impregna toda la vida espiritual de
este pueblo, su religión, sus costumbres, lenguaje, arte, Política y Derecho. Este
sentido rural, esta estructura agraria, explican la posición e importancia de la socie-
dad familiar (familia) como unidad que inspira y domina todo el Derecho privado
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de esta época. Esta sociedad familiar comprende la pequeña familia, el pater familias
con su potestad soberana y los sometidos a él: la mujer, los hijos, los clientes y
esclavos; una asociación de personas que vive en su heredad, con su tierra, su
ganado y los demás elementos patrimoniales, y halla en esta heredad el fundamen-
to y el contenido de su existencia. El antiguo Derecho privado romano es concebido
como un Derecho de la familia, de la interna constitución de esta y de sus relaciones
jurídicas con las demás familias. No es posible precisar paralelismos del Derecho de
esta época con los Derechos griego y germánico.
La fuente principal de que disponemos para el estudio del Derecho privado de
este período son las XII Tablas (alrededor del 450 a. de J.C.), cuyas normas son
desarrolladas ulteriormente mediante la interpretatio. Este Derecho de las XII Tablas
revela ya un indudable progreso en relación con los tiempos precedentes, en los
que no hay fuente jurídica alguna. Sobre las fases históricas primitivas del Derecho
romano nos hallamos más deficientemente informados que en lo referente al Dere-
cho germánico.
2. Con las guerras púnicas, la vida del pueblo romano comienza a revelar un
fuerte impulso que lo conduce, en lo exterior, hacia la conquista de la hegemonía
mundial y en lo interior hacia el florecimiento de la cultura romana. Pueden distin-
guirse dos períodos, que cabe concebir como preparación y cumplimiento.
a) Los siglos de la república tardía (desde el siglo III hasta el I a. de Jesucristo)
se llenan con la progresiva expansión del poderío de Roma, el cual llega a dominar
todo el mundo antiguo: Europa occidental y meridional, Asia Menor, próximo
Oriente, Egipto y Norte de África. En esta época, la forma vital agrícola cede a la
vida de la gran urbe, con su compleja estructura económica y social, de comercio,
industria, moneda. La cultura romana entra en relación con el helenismo, con una
cultura tardía cuyos principales ingredientes son griegos y orientales, surgida en el
solar del antiguo imperio de Alejandro Magno, el Mediterráneo oriental y su hin-
terland. Roma unifica poderosamente el resultado cultural de estas relaciones. El
contacto con Grecia y con lo griego proporciona a la cultura romana su fuerza y
también su peculiaridad.
Todos estos factores coadyuvan en el desarrollo de la cultura jurídica romana. Si
hasta entonces los romanos se contentaron con un Derecho elemental, apto para aten-
der unas necesidades rudimentarias, el contacto de Roma con la filosofía griega, pro-
curó a los romanos el campo abonado para el desarrollo de la ciencia del Derecho,
pues con el análisis y la síntesis, pudo Roma elaborar los conceptos jurídicos y orde-
narlos en un sistema. Descubierto por los griegos, este método lógico fue aplicado
por vez primera al Derecho por los romanos, pero con todo, la jurisprudencia de
Roma posee un típico cuño autóctono. Quiere esto decir que Roma ha preservado su
práctico buen sentido prescindiendo de exageraciones y de estériles elucubraciones
teóricas. Su genio jurídico consiguió elevar la ciencia del Derecho a gran altura, for-
mular principios jurídicos y crear instituciones de valor imperecedero.
El mérito de haber conseguido una perfecta adaptación del Derecho a las
nuevas relaciones culturales, económicas y sociales corresponde a los juristas de los
dos siglos anteriores al cristianismo y que se comprenden en la tradicional denomi-
nación de juristas preclásicos.
Juntamente con el método del pensar lógico, el Derecho romano adoptó en
este período, inspirándose en modelos griegos, el uso del documento (Infra § 7 IV).
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sustancia Derecho romano, pero tan deformado y adulterado que constituye una
fase decadente en el proceso de la cultura jurídica. Como Derecho romano que es,
distínguese de los Derechos helenísticos populares, los cuales, como sabemos —
especialmente en relación con los papiros greco-egipcios—, a pesar de la domina-
ción romana y a pesar de la general concesión de la ciudadanía de Roma con la
Constitutio Antoniniana (212 d. de J.C.), conservaron su vigencia en la mitad orien-
tal del imperio (infra § 3 III 4). El influjo del helenismo en el desarrollo del
Derecho postclásico aumenta en intensidad, pero se mantiene dentro de estrechos
límites. Se manifiesta sobre todo en la difusión de la forma escrita y en la conser-
vación de instituciones de origen griego u oriental (manumissio in sacrosanctis
ecclesiis, arra sponsalicia, donatio ante nuptias; y bajo Justiniano la llamada adoptio
minus plena).
La vulgarización, afecta de modo especial al Derecho romano en Occidente; en
Oriente es frenada por los aludidos Derechos helenísticos populares, los cuales
influyen ahora en el Derecho del imperio. Cuando —con precedentes en el siglo
IV— el imperio, tras la muerte de Teodosio el Grande (395), se divide en parte
oriental y parte occidental, la evolución del Derecho sigue su camino en cada una
de estas partes.
Las leyes imperiales rigen en la parte en que (según su fecha y lugar) fueron
dadas, aunque en sus respectivas inscripciones designen, para dar una impresión de
unidad, a ambos emperadores. Ciertas leyes promulgadas para una mitad de impe-
rio son en ocasiones adoptadas por la otra. El Código Teodosiano (438), publicado
en las dos mitades del imperio, contiene leyes de la parte oriental y de la parte
occidental. Solo esporádicamente se adoptaron después por el occidente leyes orien-
tales, nunca inversamente.
a) En el imperio romano de Occidente prosigue incesante la vulgarización.
Después de su disolución (476), el Derecho romano vulgar de occidente, continúa
rigiendo por el principio de la personalidad (infra § 3 III 2) para los súbditos
romanos de los creados Estados germánicos.
En el reino de los visigodos y burgundos se recopila en varias colecciones.
Para el reino de los visigodos conviene mencionar el código de Eurico (codex
Euricianus, alrededor del 475) y la lex romano visigothorum (o Breviarium Alaricianum,
506) y probablemente también el Edictum Theodorici (de mediados del siglo V. Para
el reino de los burgundos la lex romana Burgundionum (final del siglo V).
b) En el imperio romano oriental el proceso de vulgarización es detenido
merced a una dirección clasicista tendente a la conservación y utilización de la
literatura jurídica clásica. Esta dirección arranca de las escuelas de Derecho; de entre
estas descuellan la de Berito (Beirut en el Líbano) y más tarde la de Constantinopla.
Estas escuelas no trabajan como los clásicos, sobre casos tomados de la práctica y
regulados en consideración a su trascendencia real. Tienen más bien la misión de
ordenar teóricamente la ingente materia jurídica que se les ofrece; tarea esta de la
que se mantuvo alejada la época clásica. Aceptan toda la materia jurídica que les ha
sido legada y se esfuerzan por elaborar conceptos y aclararlos, y recurriendo a
generalizaciones y divisiones, ordenan sistemáticamente la masa del antiguo y
casuístico Derecho. La doctrina de las escuelas acusa, especialmente en lo que se
refiere a teoría de la culpa y de la voluntad, el influjo de la filosofía y de la teología
contemporáneas.
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gen germánico o romano, valiéndose de los métodos que de los romanos aprendie-
ron. Por eso desfiguran y alteran, a veces caprichosamente, las ideas romanas.
Ambas escuelas influyeron decisivamente en la cultura jurídica continental
europea. Solo Inglaterra, que a la sazón había conseguido un alto nivel en lo que se
refiere a la ciencia del Derecho, y también, en parte, los países escandinavos, se
mantuvieron libres de su influjo. Luego que el Derecho del Corpus iuris produjo en
los países románicos un amplio desarrollo jurídico, con la llamada recepción del
Derecho romano, ocurrida en los siglos XV y XVI, penetró este en Alemania. Los
fundamentos, evolución y consecuencia de este fenómeno, lo mismo que la historia
del Derecho privado de los tiempos modernos, requieren una cumplida exposición.
Nos limitaremos aquí a consignar que el Derecho romano recibido, en contraposi-
ción a los heterogéneos Derechos particulares de carácter territorial y estamental,
tan variados, fue llamado Derecho común. Este no ha podido eliminar totalmente
al Derecho alemán.
Respondiendo a la necesidad de un Derecho desarrollado y adecuado al tráfi-
co jurídico, el Derecho común es fundamento del Derecho moderno de obligaciones
y también, parcialmente, del relativo a los derechos reales y al sucesorio. Los Dere-
chos alemanes conservaron, sin embargo, su preponderancia en materia de Derecho
de familia e inmobiliario. Con el Corpus iuris, Alemania se familiarizó con los
métodos científicos (usus modernus pandectarum) y se aplicaron estos también a los
Derechos particulares, preservándoles de una total inundación de Derecho común
romano.
Con la codificación del Derecho civil llevada a cabo en el momento de la
transición del siglo XVIII al XIX, esto es, con el Allgemeines Landrecht (Prusia 1794),
el Code civil (Francia 1801-4), el Badisches Landrecht (traducción del code civil 1809), el
Allgemeines burgerlichen Gesetzbuch für das Kaisertum Österreich (1.811), por no citar
más que los principales, perdió el Derecho romano común, en estos territorios, su
vigencia, lo mismo que la perdieron también los respectivos Derechos particulares.
Estas legislaciones adoptaron por regla general el Derecho hasta entonces vigente
en su forma mixta, integrada por elementos romanos y germánicos. En cuanto al
método científico empleado, estas viejas codificaciones muestran, además del influ-
jo del Derecho común, el de las doctrinas de Derecho Natural del tiempo de la
Ilustración, las cuales, desarrollando principios de la antigua filosofía griega y de
las doctrinas cristianas, postulan un Derecho válido para todos los hombres y para
todos los tiempos.
Desde los comienzos del siglo XIX, la Escuela histórica, con su fundador Fede-
rico Carlos de Savigny (1779-1861), dio al Derecho romano fuerte impulso. Partien-
do de la idea del «espíritu del pueblo» fraguado históricamente, con la que se
enfrenta la idea de un Derecho natural, la nueva dirección postula la vuelta al
Derecho romano concebido como el más esplendido exponente de la cultura jurídi-
ca occidental, pero la vuelta al Derecho romano «puro» del Corpus iuris, que es el
Derecho clásico. Fueron recusados por esta escuela los trabajos de los postglosadores
y del usus modernus para adaptar el corpus iuris a las necesidades de la época,
actualizándolo. Si esta vuelta —anacrónica— es impracticable, debe reconocerse en
la Escuela histórica, por lo menos, el mérito innegable de haber profundizado
científicamente en el estudio del Derecho privado en todas sus partes. Y muy espe-
cialmente en la parte general y concretamente, en lo que se refiere a la sistemática
y a los conceptos fundamentales, desarrollando los trabajos iusnaturalísticos, consi-
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guió esta escuela unos conocimientos o ideas básicos derivados todos de fuentes
romanas. En esta ciencia del siglo XIX, llamada también por la fuente en que prin-
cipalmente se inspira, Escuela del Derecho de Pandectas o Pandectística, se apoyan
las más recientes codificaciones del Derecho civil, en especial la del Derecho suizo
(Derecho de obligaciones de 1881, Código civil de 1907 y Código civil alemán de
1896).
IV. Literatura
En la literatura sobre Derecho romano precisa distinguir las obras que tienen
por objeto la exposición del Derecho romano antiguo y aquellas otras que se pro-
ponen exponer el Derecho romano común del siglo XIX.
a) Estas últimas estudian el Derecho romano como un Derecho vigente en su
época, plantean la cuestión de si y cómo puede el Derecho romano ser utilizable
por la moderna cultura jurídica y excluyen aquellas partes de este Derecho que
(como las que tratan del matrimonio pagano, de los esclavos y de los libertos)
carecen de objeto en nuestra época.
b) Con la preparación de las modernas codificaciones que sustituyen el Dere-
cho común (y el particular) por códigos modernos, fue relevado el Derecho de
Roma del servicio que pudiera prestar a la cultura jurídica actual y convertido en
objeto de mera investigación histórica. A partir del año ochenta del siglo XIX,
prescindiendo de los precedentes del humanismo francés del siglo XVI (y de sus
continuadores holandeses y alemanes del XVII), se inicia la investigación histórica
del Derecho romano. Ayudada con los medios auxiliares de la Filología, la
Papirología, la Epigrafía y otras ramas de la ciencia de la antigüedad, actualmente
la ciencia romanística estudia en todo el mundo el Derecho romano en su dimen-
sión histórica, sistematizándolo en los diversos períodos de su desarrollo y escru-
tando las fuerzas internas y exteriores determinantes de su evolución así como sus
relaciones con otros Derechos históricos.
Las exposiciones modernas tratan el antiguo Derecho romano como objeto de
un estudio histórico. Hacen especial hincapié en el Derecho clásico como el más
rico y ejemplar, relacionándolo también con el Derecho primitivo y con el postclásico,
especialmente en la síntesis que nos presenta el Corpus iuris civilis. Con la investiga-
ción centrada en la crítica de textos (crítica interpolacionística), mediante un fino
análisis de los hechos que nos han sido históricamente transmitidos y con el estu-
dio comparativo del Derecho romano con otros Derechos antiguos (griego greco-
egipcio, Derecho derivado de fuentes jurídicas cuneiformes, etc.), la ciencia
romanística ha adquirido en los últimos tiempos un impulso y un esplendor que
son fruto de la dirección historicista. Las obras de la literatura romanística antigua
que no recogen estos brillantes resultados, son indudablemente anticuadas.
1. Exposiciones modernas de Derecho romano.
a) En lengua alemana:
P. F, Girard-R. V, Mayr, Geschichte und System des romischen Rechts, 1908 (tra-
ducción del manual más abajo citado Manuel élémentaire de Girard).
P. Jörs-W. Kunkel, Romisches Privatrecht, 3.ª ed, 1949 (reimpresión de la 2.ª ed.
de 1935 con apéndice bibliográfico).
M. Kasser, Das romische Privatrecht, 2 vols., 1955-1959, base del presente manual.
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Th. Kipp., Das Romische Recht (en Das Gesamte deutsche Recht in system Darst,
editado por Stammler), 1930.
H. Kreller, Romische Rechtsgeschichte, 2.ª ed., 1948.
E. Rabel, Grundzüge des romischen Privatrechts, 2.ª ed., 1955 (reimpresión de la
1.ª ed. de 1915 aparecida en la Holzendorff-Kohler, Enzyclopadie der Rechtswiss, 7.ª ed., I
399-540.
H. Siber, Römisches Recht in Grundzügen für die Vorlesung II: Romisches Privatrecht,
1928.
Fr. Schwind, Romisches Rcht I: Geschichte, Rechtsgang, System des Privatrechts,
1950; —H. Kreller— Romisches Recht II: Grundlehren des gemeinen Rechts, 1950.
E. Weiss, Institutionen des romischen Privatrechts, 2.ª ed., 1948.
Solo parcialmente utilizables son:
O. Karlowa, Romische Rechtsgeschichte, 2 vols., 1885-1901. Por las razones antes
aducidas, han quedado superados manuales que en su tiempo gozaron de gran
aceptación.
K. V. Czyhlarz-M. San Nicoló, Lehrbüch der Institutionen des romischen Rechts,
19 ed., 1933.
R. Sohm-L. Mitteis-L. Wenger, Institutionen, Geseckichte und System des romischen
Rechts, 17 ed., 1930, reimpresión 1949.
b) En lengua italiana:
V. Arangio Ruiz, Istituzioni di Diritto romano, 14 ed., 1960.
B. Biondi, Istituzioni di Diritto romano, 4 ed„ 1965.
P. Bonfante, Istituzioni di Diritto romano, 10 ed., 1946.
A. Burdese, Manuale di Diritto privato romano, 1964.
C. Ferrini-G. Grosso, Manuale di Pandette, 4 ed., 1953.
A. Guarino, Diritto privato romano (Lezioni istituzionali, 2.ª ed., 1963).
S. Perozzi, Istituzioni di Diritto romano, 2 vols., 2.ª ed., 1928; reimpresión 1949.
C. Sanfilippo, Istituzioni di Diritto romano, 4 ed., 1960.
P. Voci, Istituzioni di Diritto romano, 3 ed., 1954.
E. Volterra, Istituzioni di Diritto privato romano, 1961.
c) En lengua francesa:
P. Fr. Girard, Manuel élémentaire de droit romain, 8 ed., 1929.
R. Monier, Manuel élémentaire de droit romain, 2 vols., I: 6 ed., 1947; II: 5 ed., 1954.
P, Ourliac-J. de Malafosse, Droit romain et ancien Droit, I (Les obligations), II (Les
biens) 1957-1961. III (Le droit familiae) 1968.
d) En lengua inglesa:
W. W. Buckland-P. Stein, A Textbook of Roman Law, 3 ed., 1963.
J. K. B. M. Nicholas, An introduction to Roman Law, 3 ed., 1961.
R. W. Leage-A. N. Prichard, Roman Privat Law, 3.ª ed., 1961.
F. Schulz, Classical Roman Law, 1951.
e) En lengua holandesa:
J. C. Van Oven, Leerbock van Romeinsch privatrecht, 3 ed., 1948.
f) En lengua griega:
G. A. Petropoulos, Ιστορία και εισηγήσεις τοδ ρωμαΐ κοΰ δικαίου.
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g) En lengua española:
J. Arias Ramos, Derecho romano, 3 vols., 6.ª ed., 1954.
J. Iglesias, Derecho romano, 5 ed., 1965.
A. D’Ors, Elementos de Derecho privado romano, 1960.
h) En lengua portuguesa:
S. A. B. Meira, Instituiçôes de Direito romano, 1963.
2. Tratados amplios de partes especiales:
E. Betti, Diritto romano I Parte generale, 1935.
E. Betti, Istituzioni di Diritto romano I (Parte generale y Parte speciale
I Rapporti di diritto reale), 2.ª ed., 1942; (II: Rapporti di obligazione), 1962.
P. Bonfante, Corso di Diritto romano, 1925-1933; I Diritto di famiglia, II 1/2: La
proprieta, IIÉ Diritti reali, VI: Le successioni, Parte generale. Reimpresión de I y II 1:
1963-66.
L. Mitteis, Romisches Privatrecht bis auf die Zeit Diokletians (Grundbegriffe und
Lehre von den Juristischen Personen), 1908.
3. Exposiciones de Derecho común (Pandectas):
L. Arndts, Lehrbuch der Pandekten, 13 ed., 1886.
A. Brinz, Lehrbuch der Pandekten, 4 vols. 2/3 ed., 1873-92.
H. Dernburg, Pandekten, 3 vols., 7 ed., 1902-03 (8.ª ed, de Sokolowski, System
des romischen Rechts, 1912).
F. Regelsberger, Pandekten (solo el vol. I), 1893.
F. C. V. Savigny, System des heutigen romischen Rechts, 8 vols. 1840-49.
K. A. Vangerow, Lehrbuch der Pandekten, 3 vols., 7 ed., 1865-76.
B. Windscheid-Th. Kipp, Lehrbuch des Pandektenrechts, 3 vol., 9 ed., 1906.
4. En cuanto a los compendios de Historia del Derecho romano cuyo conoci-
miento es fundamental para el estudio del Derecho privado romano, citaremos aquí
solo algunos y remitimos para la más amplia bibliografía a la citada en ellos:
G. Dulckeit-Schwarz, Römische Rechtsgeschichte (publicada en la serie de ma-
nuales en las que figura el que es objeto de la presente traducción) 4.ª ed., 1966.
M. Kaser, Römische Rechtsgesckichte, 1950. 2.ª ed., 1967.
W. Kunkel, Rômische Rechtsgesckichte, 4.ª ed., 1964. 5.ª ed., 1968.
5. Exposiciones del Derecho procesal civil romano:
M. Kaser, Das rômische Zivilprozessrecht, 1966.
Véanse además:
M. A. Bethmann Hollweg, Der romische Zivilprozess, 3 vols., 1964-66, reimpresión
1959.
F. H. v, Keller-A. Wach, Der rômische Civilprozess, 6.ª ed., 1883.
L. Wenger, Institutionen des römischen Zivilprozessrechts (1925), traducción ital.
1938; trad. inglesa 1940 (reimpresión 1955).
L. Wenger, Abriss des rômischen Zivilprozessrechls, 3.ª ed. (figura como apéndice
en la citada obra Rômisches Privatrecht de Jörs-Kunkel.
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civile integrado por un complejo de leyes y de normas que desarrollan estas leyes.
El Derecho honorario, que se extiende a todas las ramas del Derecho privado y del
procesal civil, no desplazó a este último, sino que únicamente limitó su aplicación,
y en cierto modo contribuyó a su desarrollo, dado que no pocas novedades del
Derecho honorario, reconocen por base y origen al Derecho civil. La coexistencia de
ambas masas jurídicas ofrece una especial y a primera vista difícil concatenación
que no crea, sin embargo, dificultades prácticas.
Pap. D. 1, 1, 7, 1: Ius praetorium est, quod praetores introduxerunt adiuvandi vel
supplendi vel corrigendi; iuris civilis gratia propter utilitatem publicam. Adiuvandi, el pretor
en este aspecto cumple el Derecho civil sin alterar nada del mismo; supplendi, el
pretor colma las lagunas que el Derecho civil ofrece; corrigendi sustituye viejas
organizaciones con otras por él creadas. Vide para la Sucesión infra § III 2.
cc) En su origen histórico, que se remonta a los tiempos más antiguos de la
república, el Derecho honorario se aplicó en parte a la regulación de relaciones
jurídicas creadas entre ciudadanos romanos y extranjeros (peregrini) no siendo
aplicable para los últimos el Derecho civil. Primicias del Derecho honorario son
los interdictos posesorios prohibitorios y la actio furti manifesti. Añádase un im-
portante grupo de relaciones jurídicas cuya exigibilidad mediante los bonae fidei
iudicia no se fundaba en ley alguna ni podían incluirse en el ámbito propio del
ius civile. Estas relaciones generaban una obligación en virtud de un Derecho no
escrito, obligación que tenía su fundamento en la buena fe (oportere ex fide bona).
Figuran en este grupo los contratos que se perfeccionan por el mero consenti-
miento (compra-venta, arrendamiento de cosa, obras y servicios, sociedad, man-
dato, gestión de negocios sin mandato, tutela, fiducia, depósito; más tarde esta
lista se amplía; vide infra § 33 IV 3). Como estas obligaciones no fueron exclusi-
vamente accesibles a los ciudadanos romanos, la compra-venta (negocio funda-
mental en las transacciones comerciales) y más tarde la sociedad y otras relacio-
nes similares (excepto la tutela y la fiducia) fueron también utilizables por los no
ciudadanos. El fundamento de su validez, estriba en que son negocios bonae fidei
de Derecho honorario, si bien en los comienzos del período clásico fueran recibi-
dos por el Derecho civil. Relativamente a las instituciones romanas accesibles a
los peregrinos como ius gentium vide infra § 3 III 3.
dd) La materia sobre que versa el Derecho honorario es creación de los juris-
tas, de quienes los magistrados dependían para sus creaciones institucionales y su
labor reformadora del Derecho. A los juristas incumbía principalmente, en el cam-
bio anual de magistrados, velar por la seguridad del Derecho y por la continuidad
renovadora de la evolución jurídica. Prescindiendo de su colaboración en el consilium
de los magistrados, favoreció la continuidad evolutiva del Derecho la institución
del Edicto. En su elaboración influyeron los juristas de modo decisivo.
El edicto del pretor es un documento programático que el magistrado publica
al iniciar sus funciones. La materia principal del mismo son las actiones, las exceptions
y otros medios jurídicos. Para cada pretensión (p. ej., para la que se refiere a la
propiedad, reivindicatio; para las que derivan de la compra-venta, la actio empti para
el comprador y la actio venditi para el vendedor; para la derivada del hurto, la actio
furti) contiene el edicto un modelo de fórmula (infra § 83) del que las partes se
sirven en cada caso concreto. Del texto mismo de estas fórmulas se deducen no solo
sus supuestos procesales, sino también los de índole jurídico civil; el edicto igual-
mente enunciaba los supuestos propios de las excepciones y de los demás medios
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III. Sistema
1. La estructuración de la materia jurídico privada y su ordenación en un
sistema inspirado en determinados principios jurídicos, es en Roma desconocida.
Las XII Tablas siguen, en la medida en que nos es dable apreciarlo, el método
asociativo, con transiciones de unas materias a otras inspiradas en la relación (asocia-
ción) que entre ellas existe. Algo semejante sucede con las viejas exposiciones del ius
civile (Q. Mucius Scaevola, comienzos del siglo I a. de J.C.; Masurio Sabino, 1.ª mitad
del siglo I d. de J.C.), las cuales comienzan ocupándose de la sucesión testamentaria e
intestada, luego del Derecho de las personas y posteriormente, en orden variado, de
otras materias. El edicto pretorio está construido sobre la base del Derecho procesal
(ordenamiento y seguridad de la introducción del proceso; protección jurídica; pro-
tección jurídica rápida; ejecución; apéndice: interdictos, excepciones, estipulaciones
pretorias). El ordenamiento de las pretensiones jurídico-privadas se inspira, eviden-
temente, también en el método asociativo, pero no debe olvidarse que a lo largo de
los tiempos, el contenido del edicto sufrió muchas manipulaciones. La gran masa de
la literatura jurídica clásica sigue la pauta del edicto (completado a modo de anexo con
el contenido de leges, senactus consulta, etc.) o de las exposiciones del ius civile. La
cuestión del sistema no preocupó a los romanos, y buena prueba de ello es el carácter
casuístico del Derecho de juristas (supra II 1).
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PRIMERA PARTE
FUNDAMENTOS Y CONCEPTOS FUNDAMENTALES
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§ 3. Concepto y especies de Derecho. El ordenamiento jurídico
(D.r.pr, §§ 5, 6, 13 II, 48-50, 52, 54, 66 II, III, 196 III-VI, 197, 198, I).
I. Ius
1. La palabra ius, lo mismo que la nuestra «Derecho», tomada en sentido
objetivo equivale a normas jurídicas e instituciones, esto es, al ordenamiento jurídi-
co y a sus fundamentos; en sentido subjetivo significa las facultades o poderes
otorgados al individuo por el ordenamiento jurídico, llamados titularidades.
Consiguientemente, el ius quo populus Romanus utitur se contrapone a alicui ius esse
utendi fruendi. Los romanos emplean también la palabra ius en la acepción de situa-
ción o posición jurídicas, bien entendido que la contraposición de derecho objetivo
y derecho subjetivo no es tan absoluta y tajante como resulta en la moderna teoría.
Iustum, aequum y legitimum son simples matices del concepto unitario de lo
que es conforme al Derecho; iustum indica más bien la conformidad con el Derecho
y las instituciones positivas y vivas; aequum es lo que es conforme con el sentimien-
to jurídico, y legitimum lo que se halla de acuerdo con las leyes populares. También
esquitas significa en la época clásica la justicia, especialmente la que el pretor aplica
para superar las asperezas y rigideces del Derecho civil, con su Derecho honorario.
Solamente en la doctrina tardía de la escuela oriental, la palabra aequitas expresa
una equidad sin trabas, que solo resulta débilmente enmarcada por las concepcio-
nes ético cristianas. Cuando el riguroso Derecho positivo (ius strictum) se opone al
ius aequum, el juez debe otorgar la preferencia a este último.
2. a) Ius y mores, Derecho y costumbres, son conceptos distintos desde antiguo
para los romanos. El concepto de mos comprende los preceptos morales cuya obser-
vancia es al hombre prescrita por su conciencia (ética, moral) y también los usos de
observancia no coercible. En el respeto a las mores maiorum, a la buena tradición de
los antepasados, se manifiesta el espíritu conservador de los romanos. En las mores
se incluyen también ciertas instituciones jurídicas muy antiguas y arraigadas, de
origen legal o desconocido. La concepción de que el uso continuado genera Dere-
cho consuetudinario es totalmente extraña a los juristas clásicos. Solamente la doc-
trina del siglo V concibe la continuada vigencia provincial del Derecho vulgar, y en
Oriente la de los Derechos populares helenísticos, como Derecho consuetudinario
designado con las palabras mos o consuetudo (vide C. 8, 52, 3). La escuela romano-
oriental de acuerdo en esto con la filosofía griega (vóμοι έγγραφοι y αγραφοι) distin-
gue entre ius ex scripto y ius ex non scripto (Ulp. D. 1, 1, 6, 1 = Inst, 1, 2, 3).
b) Las mores maiorum se invocan también para limitar la esfera de los derechos
subjetivos. Ciertos abusos de estos derechos son concebidos como violación de los
deberes morales con la comunidad. Especialmente el abuso del poder que el orde-
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namiento jurídico concede al pater familias y que implica una amplia facultad de
disposición sobre los hijos. En la antigüedad estos abusos fueron concebidos como
ofensas a las divinidades y castigados como tales sacrilegios. En la antigua repúbli-
ca interviene en estos casos el censor con su específica jurisdicción relativa a las
costumbres (régimen morum). Puede declarar al autor del abuso, la pública desapro-
bación de que ha sido objeto su conducta mediante la nota censoria y puede, además,
imponerle ciertas sanciones de carácter social y político (expulsión de la clase de los
caballeros, desplazamiento a una tribu menos prestigiosa) o penas tributarias. Esta
vigilancia de las costumbres se distingue netamente de la jurisdicción (iuris dictio)
propiamente dicha.
Con la mengua creciente de esta función del censor en la república tardía, se
relajan también los vínculos morales. A partir del principado son los emperadores
quienes toman sobre sí la vigilancia y cuidado de estos deberes con la comunidad,
con indudable celo. Los abusos del poder paterno y de otras facultades, son conce-
bidas ya como infracciones jurídicas y sancionadas con penas por el Derecho impe-
rial. Muchas violaciones morales pasan a ser violaciones de Derecho.
En ocasiones el Derecho se remite a las costumbres anulando los negocios
jurídicos contra bonos mores (infra § 9 II 2) o derivando de la turpitudo de las personas
o de los actos, consecuencias de orden jurídico (infra § 48 II 2 d, § 70 I 2 a).
II. Ius publicum-Ius privatum
La ciencia continental del Derecho suele distinguir entre Derecho público y
Derecho privado. El primero es el que regula las relaciones de las comunidades
jurídicas (Estado, municipio, etc.) interviniendo estas como sujetos de poder sobera-
no, al que se halla sometido al particular. El Derecho privado ordena por el contra-
rio las relaciones jurídicas de las personas (que actúan no como sujeto de poder,
sino en plano de igualdad) entre sí. Esta división en términos tan absolutos y
tajantes es extraña a los Derechos anglosajones.
a) Las expresiones ius publicum y ius privatum no abarcaron originariamente
todo el Derecho. Designan más bien, de una parte, el Derecho del Estado y de su
patrimonio (publicus, de populus), y de otra, el Derecho del particular y de su familia
(privatus de privus = singular, privatus el privado). Ius publicum es todo el Derecho
creado por el Estado y obligatorio en virtud de lo imperativo de sus preceptos; ius
privatum, por el contrario, es el conjunto de relaciones y de vínculos creados por
efecto de actos y negocios jurídicos, y en virtud de la autonomía del individuo.
Conforme a lo expuesto es ius publicum, por imponer el Estado su obligatorie-
dad, la rama del ordenamiento que llamamos Derecho privado. El principio publicum
ius privatorum pactis mutari non potest (Papiniano D. 2, 14, 38), expresa que el particu-
lar no puede alterar el Derecho del Estado. Algo diferente es la distinción entre
Derecho forzoso (ius cogens) y Derecho dispositivo (ius dispositivum). Las normas del
primero se aplican siempre; las del segundo, cuando no se establece algo distinto
de lo ordenado por sus disposiciones, en virtud de un negocio jurídico privado.
b) Junto a esta concepción, Cicerón y los juristas del período clásico distin-
guían el Derecho público y el privado tomando en consideración sus ámbitos res-
pectivos. Según esto el Derecho público se refiere a los asuntos del Estado y el
privado a los del particular (Ulp. Ints. D. 1, 1, 1, 2 = 1, 1, 4: publicum ius est quod ad
statum rei Romanae spectat, privatum quod ad singulorum utilitatem. Esta distinción des-
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divina. En la fides se fundan la fidepromissio (supra a infra § 7 III 1) y sobre todo los
bonae fidei iudicia (infra § 33 IV 3), esto es, las acciones dimanantes de las relaciones
obligatorias creadas sin observancia de forma alguna (compraventa, arrendamien-
to, sociedad, mandato, gestión de negocios, etc.). Los bonae fidei judicia fueron crea-
dos ante todo para servir a las relaciones entre ciudadanos romanos. Pero como no
se basan en las leyes, sino en la obligación derivada de la buena fe (oportere ex fide
bona), son también utilizables por los peregrinos. Algunas de estas relaciones como
la fiducia y la tutela se dan solamente entre ciudadanos romanos. Los demás bonae
fidei iudicia pertenecen al ius gentium, y por su carácter progresivo contribuyeron
poderosamente a la modernización y desnacionalización del Derecho privado, así
como a facilitar su aplicación a todo el imperio mundial.
En otros casos, como en el de las acciones penales basadas en la ley (como las
acciones furti y legis aquilae) se extendió la aplicación de estas a los peregrinos, fingien-
do que se daba el requisito de la ciudadanía exigido por el Derecho civil. La fórmula
de la acción contenía (como fórmula ficticia, infra § 83 II 6) la cláusula si civis esset (Gayo
4, 37). En otros supuestos (como en el de la condictio), los clásicos, mediante una
interpretación extensiva, ampliaron su obligatoriedad civil a los peregrinos.
d) El concepto de ius naturale se aproxima al del ius gentium y entronca con la
filosofía griega. Aristóteles llama δίκαιον φυσικόν al Derecho que está por encima
del Derecho de los Estados, a un Derecho ideal al que deben aspirar todos los
hombres. Frente a este Derecho se halla el Derecho positivo de los Estados δίκαιον
νομικόν. Cicerón y las escuelas de los juristas, comprenden bajo la denominación ius
naturale, bien el ius gentium, por basarse este en la naturalis ratio, o bien principios y
normas válidas para todos los hombres (según este concepto del Derecho natural,
los esclavos debían ser libres) y aun para los mismos animales (relaciones
intersexuales, procreación y educación de la prole). Vide Ulp. inst. D. 1, 1, 1, 3 = Inst.
1, 2, pr. La doctrina postclásica ve en el ius naturale no ya un Derecho ideal, sino el
ordenamiento válido, en el que por la divina providencia (en el sentido cristiano)
se concreta y desarrolla la justicia (aequitas, institia, vide supra I 1) Inst. 1, 2, 11.
4. a) Con la creciente extensión del derecho de ciudadanía se amplió más y
más el ámbito de aplicación del Derecho romano (incluido el ius civile). Después de
la guerra social (90-88 a. de J.C.), la ciudadanía romana se extendió a toda la penín-
sula italiana. César y Augusto, en tiempos posteriores, concedían con generosidad
este derecho, en parte, a numerosos municipios hasta entonces autónomos (munici-
pios y colonias con su Hinterland), en parte también en favor de determinadas
personas, para premiar sus servicios militares una vez estos terminados (veterani).
Esta evolución se cierra con la llamada constitutio Antoniniana, un edicto del año 212,
con que el emperador Antonino Caracalla concedió la ciudadanía romana a todos
los súbditos libres del imperio.
Para el estudio de este documento (traducción griega del papiro de Giessen
40), muy mutilado, vide también Ulp. D. 1, 5, 17) nos remitimos a un manual de
historia del Derecho romano.
b) La efectiva aplicación de las instituciones jurídicas romanas quedó muy
atrás de lo dicho. Ciertamente que en Italia y en las provincias occidentales en que
la cultura romana no sufrió la competencia de otra alguna, el Derecho romano fue
aplicado desde antiguo. Es muy probable que cuanto más lejos de la urbe romana,
más se falseara y vulgarizara el Derecho de Roma, debido ello a que los órganos de
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2. Pretensiones son los derechos por los que el titular puede exigir del obliga-
do una determinada prestación. Las pretensiones son derechos relativos, van dirigi-
das contra determinada persona. En Roma coincide el concepto de las pretensiones
con el de los derechos de crédito (obligationes), los cuales otorgan al acreedor un
derecho a exigir del deudor la prestación; p, ej., la devolución de la cantidad de
dinero prestada, en la compra-venta la entrega de la cosa y el pago del precio, en el
hurto, la restitución de lo hurtado y el pago de una multa, etc. Para la efectividad de
estas pretensiones sirven las actiones in personam ejercitables contra el obligado y
generalmente contra los herederos de este.
La expresión actio in personam es tomada en la antigüedad, literalmente, como
ataque a la persona, al cuerpo del responsable. El responsable (deudor) cuando
consta su responsabilidad, por regla general cuando la pretensión ha sido reconoci-
da por sentencia recaída en un proceso civil, a instancia del acreedor, es expuesto a
la ejecución. Esta ejecución puede implicar, en el antiguo Derecho romano, para el
ejecutado, la muerte o la pérdida de la libertad. Por la amenaza del empleo de este
medio puede el deudor ser inducido a cumplir su obligación frente al acreedor y de
esta manera satisfacer el crédito de este. Más detalles infra § 32 II, § 81 III.
La moderna distinción entre pretensiones independientes (créditos) y depen-
dientes, las cuales últimas sirven solamente para proteger derechos de señoría (p.
ej., las que derivan de la propiedad o del poder paterno) es extraña al Derecho
romano, en tanto que de estos derechos de señoría solo dimanan derechos de ata-
que o asimiento pero no obligaciones. Vide 1.
II. «Actio» y «exceptio»
1. a) El medio para que el titular de un derecho subjetivo pueda conseguir la
efectividad de este, es la actio. Su Concepto deriva del Derecho procesal civil. Origi-
nariamente significó, la «acción jurídica», la actuación del acreedor por la que este
hace su derecho objeto de una contienda judicial. Del acto de demandar (el cual
difiere de la moderna acción) deriva la expresión «tener una acción», equivalente a
tener un derecho cuya efectividad puede conseguirse mediante el proceso. La signi-
ficación de la palabra actio oscila entre el significado jurídico procesal de acción y el
jurídico-privado de pretensión, esto es, de derecho privado, que se hace valer por
vía procesal.
Este concepto de pretensión que corresponde al aspecto jurídico privado de la
actio, es algo más amplio que el que se dio al ocuparnos anteriormente (1, 2) de la
clasificación de los derechos subjetivos. Como la acción actual, la actio romana
puede tener por objeto no solo una prestación, sino también la configuración o la
fijación de un derecho (ejs., vide infra § 83 II 9 y 10). De quien se dice que «tiene una
actio, sea esta in rem o in personam, se proclama que tiene un derecho privado cuya
realización o efectividad pretende mediante la correspondiente sentencia judicial
que imponga la prestación correspondiente o configure o fije tal derecho. Este
amplio concepto de pretensión se aproxima al que es propio de nuestro Derecho
procesal actual. Deficiente por su limitado alcance es el texto de Celso D. 44, 7, 51
(=Inst. 4, 6, pr.). Nihil aliud est actio quam ius quod sibi debeatur iudicio persequendi.
La pretensión jurídico privada que sirve de base o fundamento a la actio, es en
la concepción romana un concepto reflejo del hecho que el ordenamiento jurídico,
en determinados supuestos, otorga una protección jurídica mediante un proceso, el
cual ha de ser incoado con el ejercicio de una acción. Como quiera que este concep-
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distinguen entre exceptiones peremptoriae (perpetuas, p. ej., las que derivan del contrato
de remisión no formal) y dilatoriae (temporales, moratoria, p. ej.); Gayo IV 120-125. A
la exceptio del demandado puede oponer el actor una contra-excepción (replicatio), y el
demandado a esta una duplicatio, etc. Gayo 4, 126-128.
En el Derecho procesal postclásico ocupa la praescriptio, en parte, el lugar que
ocupaba la exceptio (infra § 87 II 4). En el Derecho de esta época y también en el
Derecho vulgar, lo mismo que en el justinianeo, se priva de eficacia a las acciones
mediante la exceptio doli y la exceptio de nulidad. Cuando a la acción nacida de un
negocio jurídico se opone esta exceptio, se considera nulo el negocio y el deudor
puede hacer valer esta nulidad.
III. Prescripción
Las acciones de Derecho clásico no se hallaban sujetas a un plazo y podían
ejercitarse en cualquier tiempo, si bien no puede desconocerse que por la probable
pérdida de los medios de prueba (p. ej., muerte de testigos), a medida que transcu-
rre el tiempo se va dificultando la defensa para el demandado. Solamente las accio-
nes pretorias de multas (infra § 50 II 5), por su carácter penal, que exige un castigo
pronto, son ejercitables en el término de un año y transcurrido el término se extin-
gue la acción. Lo mismo puede decirse, si bien en términos diferentes, de las accio-
nes edilicias por vicios materiales ocultos, en la compra-venta (infra § 41 VI 4 a).
Teodosio XI, por una ley del año 424, estimulado por algunos modelos pro-
vinciales, estableció una prescripción general de las pretensiones tanto reales como
personales (C. Th. 4, 14, 1 = C. 7, 39, 3). El plazo es de treinta, y excepcionalmente de
cuarenta años y algunas pretensiones quedan exceptuadas de la prescripción. La
prescripción es llamada longi temporis praescriptio y aparece mezclada en la defectuo-
sa técnica del Derecho vulgar, con la usucapión (prescripción) adquisitiva de dere-
chos (infra § 25 IV). Las consecuencias de la prescripción, extinción de la pretensión
o simple impedimento a su ejercicio por efecto de la exceptio, no son tampoco
suficientemente claras.
IV. El ejercicio de los derechos por el particular queda también limitado por
un precepto que prohíbe el abuso del Derecho, esto es, su ejercicio cuando este
cause perjuicio a otros sin reportar ventaja al que lo ejerce. Esta prohibición de la
«chicane» es aplicada caso por caso y se consigue su efectividad por medio de la
exceptio doli. En la jurisprudencia de escuela se llega, por virtud de influencias filo-
sóficas, a formular este precepto prohibitivo con un alcance general. Vide Gayo 1,
53 male enim nostro iure uti non debemus; Celso D. 6, 1, 38 neque malitiis indulgendum
est frente a la afirmación de Gayo 50, 17, 55 nullus videtur dolo facere, qui suo iure
utitur. Vide también Ulp. D. 39, 3, 1, 12 final interp.
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cantidad de dinero cuyo importe debía ser pesado en la balanza a la vista del
portador de este. Por tal razón la mancipatio de los antiguos tiempos es concebida
como una permuta en la que el adquirente, a cambio del poder que recibe sobre la
persona o la cosa, entrega un precio en dinero como contraprestación. Por la fun-
ción económica que esta antigua mancipatio cumplía, era esta equiparable a una
compraventa manual en que el objeto y el precio eran simultáneamente
intercambiados.
La formalidad hace que la mancipatio difiera de la compra-venta porque en
aquélla solo el adquirente habla y actúa y el transmitente cumple solamente la
función de mudo espectador y de receptor del dinero. El comienzo de la fórmula
hunc ego hominem ex iure Quintium meum esse aio coincide con la fórmula de la vindicatio,
y cabría pensar que al crear la fórmula de la mancipatio se tuvo muy en cuenta el acto
unilateral y privado de la aprehensión, y que la recepción del dinero fue originaria-
mente el medio con cuya aceptación el transmitente renunciaba a oponerse a la
aprehensión realizada por el adquirente. Económicamente la antigua mancipatio fue
estimada como una compra-venta.
El transmitente no es parte del contrato, sino auctor, que autoriza y otorga
validez a los actos de aprehensión realizados unilateralmente por el adquirente,
como ocurre en la actualidad con la anuencia que presta el titular a los actos dispo-
sitivos llevados a cabo por el no titular (§ 185 del C. civil alemán).
c) Objeto de la mancipatio pueden ser solamente los hijos de familia y determi-
nados bienes llamados res mancipii: predios itálicos, esclavos, ganado mayor y ser-
vidumbres rústicas (infra § 18 I 3 a).
d) aa) La mancipatio de res mancipi, cuando es su dueño quien las enajena,
produce como efecto, la adquisición de la propiedad (o de las mencionadas servi-
dumbres); sobre los hijos de familia, un poder semejante al poder sobre los escla-
vos y que es llamado mancipium (infra § 16 III 1, § 60 I 3 b).
bb) Si la mancipatio se realiza sobre la base de una compra-venta (en los tiem-
pos antiguos siempre), produce, además del efecto de derecho real, otro que cae
dentro del campo de las obligaciones por cuanto genera una responsabilidad de
garantía en el transmitente. Si un tercero por vía procesal se dirige contra el objeto
adquirido, reivindicándolo por considerarse dueño del mismo, el transmitente de-
berá asistir al adquirente en la defensa de este. Si no presta tal asistencia, o si a
pesar de prestarla el adquirente sucumbe en el proceso entablado por el tercero,
responderá abonando al adquirente el doble del importe del precio.
e) Cuando en la mancipatio se sustituyó el pago del precio real de compra por
el símbolo consistente en la entrega de una moneda de cobre, la esfera de aplicación
de la mancipatio, no siendo ya su posibilidad reducida a la simple compra-venta
manual, experimentó una notable ampliación. Se emplea ahora para la transmisión
de la propiedad (o del mencionado poder mancipium) en las cosas susceptibles de
mancipatio y para todos los fines permitidos: compra de créditos, donación, constitu-
ción de dote, noxae deditio, fiducia, extinción de responsabilidad, etc. La mancipatio
nummo uno fue probablemente conocida por las XII Tablas.
Su efecto es menor cuando no se aplica a la compra-venta. En este caso otorga
al adquirente la propiedad (o el mancipium), pero la responsabilidad por auctoritas
(vicios jurídicos de la cosa), solamente se da, cuando el acto tiene su base en una
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ñada de juramento, que no era ejecutable por vía procesal; su incumplimiento aca-
rreaba sanciones de carácter sacro. Quien quebranta su juramento incurre en la
venganza de la divinidad por la que se había jurado. Por otra parte habían negocios
creativos de responsabilidad meramente temporal, como la promesa de compare-
cencia en el antiguo proceso romano, con la que en caso de aplazamiento del juicio
responde con su propia persona, p. ej., de que una de las partes del litigio o una
cosa, cumplido el término del aplazamiento, estarán presentes ante el Tribunal.
Estos fiadores o garantes de comparecencia son llamados vades (infra § 82 I 2) y
praedes (de prae vades). La stipulatio del Derecho ya desarrollado (el origen de su
denominación es muy discutido) podía ser el resultado de la secularización de la
sponsio y de la mezcla de esta con la garantía de comparecencia.
La stipulatio clásica tuvo un ámbito de aplicación extraordinariamente amplio.
Con ella toda prestación lícita, con las condiciones permitidas, podía ser objeto de
una promesa cuyo cumplimiento era exigible mediante una acción. De todos los
múltiples casos de aplicación de la stipulatio en Derecho privado y en Derecho
procesal, se tratará en la parte concerniente a las obligaciones (infra § 40 I 4). La
stipulatio sirve frecuentemente como cautio, esto es, como una promesa hecha para
asegurar el cumplimiento de una prestación, especialmente la de indemnización,
para el caso de que una de las partes, por efecto de alguna circunstancia expresa-
mente prevista, sufra un daño. La cautio puede ir acompañada de una prenda o
(como satisdatio) de una fianza. En algunos casos el Pretor obliga a prestar una cautio
(vide infra § 86, IV). En previsión de los mismos, el pretor insertó en su edicto
algunos modelos de fórmulas de cauciones estipulatorias.
2. En el período postclásico la estipulación se transforma casi completamente
en promesa escrita de obligación. El Derecho clásico no exigió para la validez de la
stipulatio ni la observancia de forma escrita ni la intervención de testigos. Sin em-
bargo, ya en los comienzos de la república fue usual, con el fin de asegurar la
prueba, al celebrar una stipulatio consignar está en un documento, Al final del perío-
do clásico, el Derecho vulgar tanto en Oriente como en Occidente, influenciado por
la práctica documental helenística, no estima ya esenciales en la stipulatio la pregun-
ta y la respuesta orales, sino que considera imprescindible su consignación en docu-
mento. Como prueban los papiros egipcios, en el siglo III d. de J.C, se arraiga el uso
de unir a todos los contratos lo cláusula estipulatoria (interrogantus spopondit, έπερωτ
ηθεις ωμολoγησεν) con objeto de dar al contrato el carácter de stipulatio romana. Más
tarde caen en desuso la pregunta y la respuesta orales, y en Occidente también las
palabras propias de la stipulatio. En Oriente, el emperador León atribuye validez de
stipulatio, al contrato concebido en cualquier forma escrita (C. 8, 37, 10; 472 d. de
J.C.). La promesa de obligación en forma escrita (pagaré), consiguió eliminar casi
completamente la antigua forma. (Vide Pauli, Sent. 5, 7, 2; 2 postclásico.)
El clasicismo de Justiniano intentó volver a la forma oral de la stipulatio con
resultado poco feliz, viéndose forzado a una solución de compromiso.
Se contentó con la prueba de que las partes, el día de la celebración del contra-
to, se hallaban en el lugar indicado en el documento. Si no se puede probar este
extremo, el contrato, no obstante, puede ser válido considerándolo como litterarum
obligatio. Vide C. 8, 37, 14; Inst. 3, 19, 12; 3, 21.
Sobre la situación de la stip. en el cuadro de los contratos obligatorios, vide
infra § 40 I.
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escribe dos veces. Las tablillas se mantienen unidas mediante unos cordeles, de
suerte que uno de los textos permanece cerrado y el otro a la vista. Quien otorga el
documento y los testigos ponen sus sellos en los cabos de los cordeles, consignan-
do, además sus respectivos nombres. En caso necesario, en un proceso, p. ej., se pide
de los testigos que reconozcan sus sellos, se abre la parte del texto que permanecía
oculta para ver si concuerda con la que figura en la parte exterior y comprobar si ha
habido o no falsificación. El texto tiene un sentido objetivo (redactado en tercera
persona) y el número de testigos es, por lo común, de siete. En la parte oriental del
imperio, hallamos documentos de testigos semejantes a los descritos (dípticos),
extendidos en papiros, pergaminos y otros materiales (los llamados diplomas mili-
tares, copias de privilegios otorgados por licenciamiento honroso, muchas veces
con concesión de ciudadanía, se consignan en metal).
Objeto de la testatio pueden ser negocios jurídicos de toda especie (compraven-
ta con y sin mancipatio, arrendamiento, sociedad, préstamo, estipulación, contrato
literal, testamento, etc., y también recibos). Además, otros actos jurídicos importan-
tes de cualquier índole pueden ser probados por su consignación en la testatio; así
declaraciones del más variado contenido (denuntiationes), el nacimiento de un hijo
legítimo o ilegítimo, deposiciones de los testigos, copias de documentos. Testationes
de contenido jurídico privado nos han sido conservadas en las tablillas de Pompeya
y Herculano (siglo I d. de J.C.), de Transilvania (Provincia de Dacia, siglo II) y de
Egipto. En la época postclásica desaparece la testatio y ocupa el lugar de esta el
documento firmado por siete testigos. Justiniano requiere por ley el otorgamiento
de este documento en múltiples casos.
b) Al lado del documento de testigos y a partir de la república tardía, adquiere
carta de naturaleza el modelo griego del chirographum (pagaré) en el que no figuran
testigos, está escrito de propia mano y firmado con firma también manuscrita. La
declaración que contiene es hecha en primera persona.
También en Pompeya y Egipto nos ha sido conservado un gran número de
chirographa. Los de Pompeya (tablillas enceradas) se nos muestran como tipos híbridos
de testatio y chirographum; las de Egipto, extendidos en papiro, se ofrecen como una
mezcla con modelos griegos. De origen griego es la firma (subscriptio) de quien
emite el documento, la cual hallamos también, a veces, en las testationes. Consiste
en toda una frase.
c) En la época imperial, especialmente en la postclásica, se generaliza la prác-
tica de que extiendan los documentos ciertos profesionales o escribanos (tabelliones),
con lo que van creándose formularios adaptables a los negocios más frecuentes. En
el proceso postclásico los documentos extendidos por tabelliones (instrumenta publice
confecta) tienen una gran fuerza probatoria. Justiniano equipara a estos documentos
los suscritos por tres o más testigos (no técnicamente: instrumenta quasi publica confecta.
Vide C. 4, 21, 17; 4, 2, 17.
En el proceso postclásico es abandonado el principio de la libre estimación de
la prueba, de suerte que los documentos son más fehacientes que los testigos y que
otros medios probatorios (infra § 87 II 5). La fuerza probatoria de un documento
solo puede ser anulada mediante la prueba de su falsedad. Esta prueba puede con-
sistir en declaraciones de testigos, cotejo de escrituras, etc., en un proceso criminal.
d) Mayor fuerza probatoria que los documentos extendidos por escribano o
tabellio poseen los otorgados con la cooperación de un funcionario; ya sea que la
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declaración de las partes que intervienen en un negocio jurídico sea hecha ante un
funcionario (apud acta) y luego protocolizada en la correspondiente oficina, ya sea
que las partes soliciten inscribir en el registro un documento privado o extendido
por un tabellio (insinuatio). Esta segunda forma es, como ya hemos dicho, la prescrita
por Constantino para las donaciones.
Nos han sido transmitidos documentos del período postclásico procedentes de
Oriente, numerosos papiros de Ravena (mitad del siglo V a comienzos del VII) y
tablillas enceradas del imperio vandálico (fines del siglo V).
En cuanto a ediciones modernas de documentos jurídicos romanos citaremos
como más importantes, las colecciones de Bruns-Gradenwitz, Fontes iuris romani
antiqui I (7.ª ed. 1909; reimpresión 1958); Arangio-Ruiz Fontes iuris romami anteiustiniani
III: Negotia (2.ª ed. 1943).
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bona fides y que por lo mismo otorgan al juez una gran libertad de apreciación. En
estos negocios, la interpretación no está sojuzgada por la forma.
c) Por el contrario, en los negocios formales, especialmente en la estipulación
y en el testamento, la esclavitud a la forma, produce como consecuencia que las
palabras que se emplean en estos negocios sean tomadas en su acepción típica, y se
les atribuye el sentido que tienen en el lenguaje ordinario.
En los comienzos de la república, y en lo que se refiere a los negocios forma-
les, se llegó a atribuir a las palabras el sentido concreto que en determinado caso
les dio el declarante. Se parte de una interpretación objetiva de los verba para llegar
en un proceso de desarrollo a la indagación de la voluntas individual. Este desarro-
llo resulta favorecido por el efecto influyente de los negocios jurídicos libres de
forma de una parte y de otra, por el influjo de la retórica helenística, formada en las
doctrinas de la voluntad, propias de la filosofía griega. La oratoria griega conquistó
en Roma, entre los años 150 y 50 a. de J.C., un elevado prestigio y fue Cicerón la
encamación romana más conspicua de esta oratoria. Mientras los juristas romanos
de la época defendieron la rigurosa sumisión al valor objetivo de las palabras, no
solo en garantía de la seguridad del tráfico jurídico, sino también por su creencia en
el valor educativo de la forma, los oradores forenses se erigen en paladines de la
interpretación de la voluntad. El éxito que a estos estaba reservado contribuyó a la
relajación de los rígidos principios sustentados por los juristas.
En un famoso pleito sucesorio, la causa Curiana (93 a. de J.C.), el orador más
destacado de su tiempo, L. Licinio Craso, defendiendo la interpretación de un testa-
mento según la voluntad del testador, triunfó sobre el jurista Q. Mucius Scaevola
(para el caso en este pleito discutido, vide infra § 68 II 5 b).
Como resultado de este desarrollo ya en los comienzos de la república, se
advierte en el testamento, a pesar de su formalismo, una creciente consideración de
la voluntad del testador. Se comprende esto fácilmente, si se tiene en cuenta que el
testamento contiene atribuciones gratuitas y no está en juego la seguridad del trá-
fico jurídico (esto es, la confianza de quien recibe la declaración).
Pero también en los contratos formales, especialmente en la estipulación, los
juristas propenden, durante todo el período clásico, a una interpretación de la vo-
luntad de las partes. Se preguntan quod actum est, esto es, cuál es el fin que persigue,
la concorde voluntad de las partes, aunque no pueda tal fin conocerse por el tenor
literal del negocio jurídico. Es palmario el influjo que en esta Ubre interpretación
ejercen los contratos libres de forma.
Ejemplos de contratos libres de forma: Alf. D. 19, 2, 29; Pando D. 18, 1, 21;
Pomp. cod, 33; respectivamente a la stipulatio Pomp. D. 45, 1, 12; Ulp. cod. 41, 1; para
el desenvolvimiento del testamento Celso D. 33, 10, 7, 1 y sgs.; 30, 63; muy intere-
sante Ulp. D. 37, 14, 17 pr. y Pap. D. 35, 1, 101, pr. (para los contratos Pap. D. 50, 16,
219).
d) En la época postclásica, sobre todo en la escuela romano oriental, adquiere
indudable preponderancia la doctrina helenística de la voluntad, apoyada por los
estudios teológicos. A esto hay que añadir que relativamente a los contratos forma-
les, como la estipulación y el testamento, se prescinde en esta época del requisito
del empleo de determinadas palabras, de suerte que las partes, como en los nego-
cios jurídicos libres de forma, pueden emplear las palabras que prefieran para hacer
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sus declaraciones de voluntad. La voluntad del declarante es, como acreditan varios
textos interpolados, tomada en consideración hasta el exceso; el interés de la otra
parte, la cual no puede conocer tal voluntad, queda en los contratos totalmente
desatendido. Esta sobrevaloración de la voluntad influyó en las doctrinas de Dere-
cho común del siglo XIX en favor de la teoría voluntarista (núm. 1).
Esta teoría de la voluntad del período postclásico repercute, aun fuera del
campo de la interpretación, en la fijación del concepto del animus. Los clásicos
entienden como animus la voluntad que es precisa, p. ej., en la adquisición y aban-
dono de la posesión y en las donaciones. Esta voluntad no es concebida como un
hecho subjetivo independiente, contrapuesto actualmente al hecho externo y objeti-
vo, sino que es considerada como el elemento voluntario de un hecho total y
unitario. La doctrina postclásica de las obligaciones hace del animus un requisito
independiente de gran trascendencia en todo el Derecho privado. Por el fin que la
voluntad persigue se determina si hay una relación jurídica y cuál es la que se crea,
modifica o extingue. Los contratos obligacionales, sobre todo, plantean la cuestión
de si las respectivas intenciones de las partes son entre sí concordantes y la de cuál
es el fin que ambas persiguen. Así, p. ej., la simple intención de hacer, mediante un
negocio jurídico cualquiera, una liberalidad, puede convertir este negocio en dona-
ción (animus donandi en sentido postclásico). La intención, en cambio, de exigir una
contraprestación hace del negocio un contrato innominado; la voluntad de reclamar
indemnización por los gastos efectuados, convierte la actividad del que los reclama
en una gestión de negocios sin mandato (negotiorum gestio). También en la novación
y en la adición de herencia se considera el animus momento decisivo.
Por influjo de la doctrina romano oriental de las obligaciones es suficiente a
veces una voluntad tácita, y cierta conducta de las partes, equivale a la conclusión
del contrato; así ocurre en la constitución de prenda o hipoteca (infra § 31 III 2 a bb).
II. Error
Estrecha conexión con el desarrollo que, según hemos visto, experimentaron
los principios de la interpretación, mantiene el tratamiento jurídico de que hicieron
objeto los romanos a los vicios de la voluntad. Muy especialmente en lo que se
refiere a la doctrina del error (error).
La concepción moderna sigue las huellas de la Pandectística descomponiendo la
declaración de la voluntad en sus dos elementos constitutivos: voluntad y declaración
(supra I 1). Mediante la interpretación, examina el contenido de la declaración y
comprueba si esta coincide con la voluntad, Solamente cuando llega a una conclusión
negativa, cuando voluntad y declaración no son coincidentes, se da el llamado error
negocial jurídicamente trascendente (§ 119 I Cód. civ, alemán). Sí, por el contrario,
voluntad y declaración coinciden, pero la voluntad se ha formado en virtud de repre-
sentaciones erróneas, se da un simple error en los motivos, por regla general jurídica-
mente intrascendente. Solo cuando este error en los motivos se refiere a cualidades
esenciales de una persona o de una cosa, es considerado por la evolutiva casuística
romana (vide inmediatamente) equiparable al error negocial (§ 119 II). Por lo que se
refiere a los contratos, diremos que cuando las declaraciones sobre las que se constru-
ye el contrato (oferta y aceptación) son, según los principios interpretativos, diver-
gentes entre sí (disenso), no puede haber contrato aunque ambas partes crean errónea-
mente que sus voluntades son concordantes. Cuando tal vicio (oculto) de consenti-
miento se produce, no hay lugar para el error jurídicamente trascendente.
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Vide D. 28, 5, 9 pr. 8 y 30, 4 pr. (ambos parcialmente manipulados Pailo D. 30,
15 pr.; Pomp. D. 28, 5, 42; Paulo cod. 93).
3. La doctrina postclásica, exenta del formalismo clásico, generaliza los princi-
pios de la libre interpretación, apoyados, en parte, en la regla (de base filosófica y
solo ocasionalmente aplicada por los clásicos) errantis nulla voluntas est; p. ej., Pomp.
D. 39, 3, 19 y sgs.; Diocl. C. 1, 18, 8 y sgs.
III. Negocios aparentes
En los negocios aparentes (negocios simulados) las partes acuerdan que los
efectos de esta especie de negocios, dejen de producirse total o parcialmente. El
negocio aparente, como negocio típico, es desconocido de los clásicos. En los nego-
cios formales, el acuerdo de las partes de que el negocio no valga, es ineficaz. En
cambio, los contratos libres de forma, como la compraventa, el arrendamiento,
cuando el precio o la pensión no han sido satisfechos efectivamente, no son válidos,
porque la contraprestación, es elemento esencial de tales contratos. La mayor parte
de las veces estos contratos se utilizan para encubrir donaciones legalmente prohi-
bidas (infra § 47 II 1, 2). La doctrina postclásica, ateniéndose al dogma de la volun-
tad por ella profesado, considera el negocio aparente siempre nulo por no ser
realmente querido.
Vide Ulp. D. 18, 1, 36; cod. 38 (parcialmente interpolado); 19, 2, 46 (parcial-
mente interp.).
Los negocios imitados no son negocios aparentes (supra § 6 II). El negocio
celebrado en un escenario o por broma, como simple remedo de un negocio, es
ineficaz. La reserva mental (reservatio mentalis) en que solamente una de las partes
decide mentalmente que lo por ella declarado no produzca efectos, es desconocida
en el antiguo Derecho romano. Solo el Derecho matrimonial canónico de la Edad
Media (C. 26 X 4, 1) la tomó en consideración.
IV. Violencia
El negocio celebrado bajo la violencia, contraria al Derecho o a la moral (vi
metusve causa), es, independientemente de que el negocio sea formal o libre de
forma, en Derecho civil, regularmente válido Según el Derecho pretorio estos ne-
gocios son invalidados. El pretor otorga:
1. Una in integrum restitutio (infra § 86 II) por cuya virtud los efectos que el
negocio produjo deben ser excluidos mediante acciones especiales; así que, p. ej., lo
que se transmitió bajo la presión de la violencia debe ser restituido, la deuda
remitida por la misma causa debe ser restablecida. Vide Ulp. D, 4, 2, 9, 4 (trabajado).
2. El pretor otorga por todo acto de violencia (Ulp. Paulo D, 4, 2, 1, pr. y sgs.) una
acción penal, actio quod metus causa por el cuádruplo, y transcurrido un año por el
simplum del valor del perjuicio sufrido, y probablemente, ya en la época clásica, no
solo contra quien ejerció la violencia, sino también contra el tercero de buena fe que
consiguió algo de la cosa violentamente arrebatada. La acción era una actio arbitraria,
en la que es dable eludir la condena, mediante la reparación in natura efectuada con
anterioridad a la sentencia (infra § 27 I 6). Vide Ulp. D. 4, 2, 9, 8, cod. 14, 1.
3. Quien por efecto de un negocio viciado de violencia se halla obligado a
realizar una prestación, dispone contra la acción del acreedor (aun cuando este no
sea quien ejerció la violencia) de una exceptio metus (Ulp. D. 44, 4, 4, 33).
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Los contratos bonae fidei y los negocios que producen efectos propios del Dere-
cho honorario son, si se hallan viciados de violencia, ineficaces, y no se requiere
para hacer valer esta ineficacia excepción alguna.
El Derecho postclásico vulgar, en caso de negocios viciados de violencia, con-
cede una acción de indemnización derivada de la in integrum restitutio. Justiniano
trasfunde la in integrum restitutio en la actio quod metus causa. Con esta acción, el
perjudicado puede exigir de cualquiera lo que este obtuvo por efecto del negocio
viciado de violencia, y del autor de esta, además, la pena del triplo. La acción es
también arbitraria. Subsiste la exceptio metus.
V. Dolo
El negocio viciado de dolo (dolo malo) es tratado de modo semejante al viciado
de violencia. Por Derecho civil el negocio es válido, pero el pretor concede:
1. Por instigación del jurista Aquilio Galo (siglo I a de J.C.), a quien por
engaño o fraude resultó perjudicado, una acción penal contra el autor, en defecto de
toda otra (acción, por tanto, subsidiaria), llamada actio de dolo, por el simple importe
del daño sufrido. También es esta acción arbitraria.
Vide UIp. D. 4, 3, 1, 1-3; Paulo cod. 18 pr. (hasta est léase erit).
2. Quien por efecto del engaño ha sido inducido a obligarse a realizar una
prestación dispone de la exceptio doli, la cual, por lo demás, tiene un carácter o
alcance general (infra § 33 IV 4).
3. Es probable también aquí la existencia de una in integrum restitutio.
El desarrollo postclásico corresponde al que se produce en relación con los
negocios viciados de violencia (supra IV final). Justiniano admite la actio de dolo y la
exceptio doli.
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anulabilidad puede ser considerada como una ineficacia, que se produce cuando el
que resulta perjudicado por el negocio la hace valer. Esta forma de ineficacia tuvo
mucha difusión y los casos en que procedía la in integrum restitutio fueron absorbi-
dos por la anulabilidad.
b) Distinta de la anterior es la llamada ineficacia relativa. Se da (incluso sin
hacerla valer) en favor de determinadas personas. Así la enajenación de un inmue-
ble dotal por el marido, prohibida por la lex Iulia, es ineficaz solamente en relación
con la mujer, no en relación con los terceros (infra § 59 II 5).
2. El pretor invalida negocios válidos según el Derecho civil, bien denegando la
acción otorgada por este Derecho (non dare actionem, denegación), concediendo una
excepción oponible a esta acción o también una in integrum restitutio (reposición en el
anterior estado). En este último caso, cuando es necesario, se dan ciertas acciones
pretorias para excluir los efectos que el negocio hubiera producido (infra § 86 II).
La concepción postclásica, superando como superó la contraposición de ius
civile y ius honorarium, incluye los casos en que procede la exceptio y la restitutio in
integrum, en la ineficacia, la cual solo puede hacer valer la persona legalmente
protegida (anulación), supra núm, 1.
3. La ineficacia es por regla general definitiva. Solo excepcionalmente se con-
cede una convalidación (convalecencia) (p. ej., infra § 47 II 1, § 59 I 3 a). A veces la
convalidación se produce según el Derecho pretorio. Si una persona enajena una
cosa de la que no es dueño y posteriormente llega a serlo, el adquirente adquiere
solamente una propiedad pretoria fin bonis habere), La conversión de un negocio
ineficaz en otro distinto que cumple los requisitos para su eficacia (conversión)
tiene lugar con frecuencia, p. ej., infra § 86 V 16, § 76 II 4 a.
II. Ilicitud e inmoralidad
1. Ciertos negocios jurídicos pueden ser prohibidos en virtud de normas de
Derecho escrito o no escrito. Los romanos clasifican las leyes en leges perfectae, que
declaran nulo el negocio jurídico prohibido, leges minus quam perfectae, que sancio-
nan con penas la celebración o ejecución de ciertos negocios jurídicos, y leges
imperfectae, que no establecen nulidad ni penas. Vide Ulp. Ep. 1, 1/2. Para determi-
nar a cuál de estos tres grupos pertenece una norma, habrá que fijarse en la sanctio
que la ley asocia al acto que la infrinja e interpretar esta. Las leges imperfectae son
ejecutadas mediante recursos pretorios; la mayor parte de las veces con la concesión
de una exceptio. Leges perfectae (p. ej., la lex Aelia Sentia, infra § 61 I 2) se dan desde los
comienzos del período clásico.
Fraus legi facta (fraude de la ley) es, desde principios de la república, toda
conducta que ajustándose a la letra de la ley infringe el sentido y la finalidad de
esta. Estos fraudes o son prohibidos expresamente o mediante una interpretación
extensiva de la ley prohibitiva (Paulo D. 1, 3, 29; Ulp. cod. 30).
2. Negocios inmorales (turpia) que violan las costumbres de los antepasados
(contra bonos mores) son repudiados por los juristas y los emperadores. La medida
para estimar estos negocios no es tomada de doctrinas religiosas o filosóficas, sino
que responde a los dictados de la sana moral del pueblo.
Ejemplos: la pena contractual establecida para la celebración o mantenimiento
de la unión conyugal (Paulo P. 45, 1, 134 pr.), la adopción por tiempo limitado (Lab.
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§ 11. La representación
(D.r.pr. §§ 62, 204)
I. Generalidades
La representación directa o inmediata que la moderna concepción denomina en
un sentido técnico «representación», consiste en la celebración de un negocio jurídico
en nombre de otra persona independiente, con el resultado de que los efectos de este
negocio se den en la persona del representado. Esta modalidad es relativamente
reciente. La idea de que los efectos de un negocio jurídico se den en otra persona
independiente y distinta de la que participó en la celebración, presupone una muy
desarrollada capacidad abstractiva. Esta auténtica representación reviste su forma
actual en la dogmática del siglo XIX. Los Derechos antiguos, entre ellos el romano,
para hacer posible la actuación jurídica de una persona por otra, se sirvieron de otros
medios, especialmente de la actuación por órganos dependientes, esto es, de la repre-
sentación mediata y de la fiducia. Los romanos solamente dentro de angostos límites
admiten en su Derecho privado la actuación jurídica de una persona por otra.
II. Órganos
La actuación por órganos dependientes es conocida en el Derecho romano
desde antiguo, pero ocupa en el Derecho privado un reducido espacio.
Sirve de fundamento a esta concepción la idea de que quien para actuar jurídica-
mente se sirve de una persona que de él depende, procede de modo semejante al
hombre que se sirve de sus miembros corporales. El órgano es un «instrumento
animado», un «brazo prolongado», como es el nuncio en los Derechos antiguo y
moderno, pues el nuncio (nuntius), transmite una declaración ajena. Pero la concep-
ción romana no se ciñe al caso del nuncio, pues considera también órgano, al que
hallándose en situación de dependencia, está facultado para adoptar una decisión de
modo más o menos autónomo. Fuera del campo del Derecho privado, la actuación de
una persona por otra se halla muy extendida: el Estado romano (populus romanus),
infra § II 1 a) actúa por medio de un magistrado, las divinidades, en ciertos supuestos,
por sus sacerdotes.
Para actuar mediante órganos en Derecho privado, es preciso distinguir la
adquisición de derechos y la asunción de obligaciones para otro o a cargo de otro.
Los negocios dispositivos con efecto para otro no se rigen por la doctrina del
órgano (vide IV).
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eficacia no se basa en la idea de órgano. Lo mismo cabe decir de los actos disposi-
tivos realizados por los sometidos a potestad sobre derechos pertenecientes a quie-
nes tienen esta (Vide infra § 15 I 4 b).
Los negocios formales del ius civile (mancipatio, in iure cessio, acceptilatio, etc.)
exigen que sean celebrados por el titular, así que solo los negocios libres de forma
pueden ser objeto de nuestra consideración. (Excepcionalmente, la manumissio so-
lemne en forma de manumissio vindicta, puede ser realizada por el hijo de familia,
Paulo D. 40, 9, 15, 1.) Los actos dispositivos libres de forma (como la traditio, la
pignoración, la remisión no formal, etc.) son accesibles a quien no es titular aun
cuando este no tenga relación alguna de dependencia con quien lo es; pero el titular
debe haber prestado su asentimiento sin sujeción a forma previamente, o con pos-
terioridad, ratificarlo (ratum habere, ratihabitio). Vide Gayo D. 41. 1, 9, 4. Inst. 2, 1, 42;
Paulo D. 13, 7, 20. pr. Para la actuación en nombre del titular, actualmente es impor-
tante lo establecido en el § 185 del Cód. civ. alemán.
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SEGUNDA PARTE
DERECHO DE PERSONAS
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c) La uxor in manu y los hijos son libres (de condición distinta a la de los
esclavos), pero se hallan sometidos al poder del pater familias, poder que se extien-
de hasta comprender el derecho de vida y muerte. Los abusos graves de este
poder son reprimidos en parte por leyes prohibitivas y en parte por las facultades
que incumben al censor relativas a la vigilancia de costumbres (supra § 3 I 2 b). La
uxor in manu y los hijos de familia no pueden tener patrimonio propio. El patri-
monio fue considerado primeramente como patrimonio de la familia, pero el
poder de disposición sobre el mismo correspondía al pater familias: Esta sumisión
de los hijos de familia al poder del padre, asemeja estos a los esclavos, pero de los
esclavos se distinguen no solo en el reconocimiento social de su condición de
libres, sino también en su jurídica expectativa de alcanzar la independencia, a la
muerte del pater familias, y hasta de llegar a ser jefes de una casa; los esclavos, en
cambio, carecen de toda expectativa de ser manumitidos. (Para todo lo dicho vide
§ 58 II, § 60 I, II.)
d) Se hallan bajo el poder del pater familias, en virtud de la descendencia, los
hijos legítimos y por el principio patriarcal, que inspira la estructura toda de la
familia romana, los demás descendientes del padre que lo sean por línea de varón:
los hijos legítimos de los hijos, los hijos de estos hijos, etc. Además, por efecto de un
acto jurídico, pueden las personas extrañas ingresar en la familia: por adopción en
lugar de hijos (adrogatio y adoptio), las mujeres, por sumisión a la manus del pater
familias o a la de uno de los hijos. Los hijos mayores de edad continúan sometidos al
poder paterno mientras el padre vive, y en tanto, por efecto de un acto jurídico
especial, no sean excluidos de la familia [por abdicación o renuncia del poder pater-
no (emancipatio), por pasar el hijo a formar parte de otra familia (adoptio)]. Las hijas
por sometimiento a la manus de su marido.
e) También el parentesco se determina primeramente no por el vínculo de
sangre (cognatio), sino por la pertenencia a la casa, a la asociación doméstica. Adgnati,
agnados son todas las personas libres que pertenecen a la misma domus o que
pertenecerían si el pater familias viviese todavía.
La proximidad de grado (agnaticio o cognaticio) se fija por el número de
generaciones que median entre los parientes. Padres e hijos son parientes en primer
grado, los hermanos en segundo grado, etc. Para la afinidad, es fundamental la
relación de un cónyuge con los parientes del otro, vide infra § 58 IV 5 c.
3. No sometidos a potestad (sui iuris, suae potestatis) son los que no se hallan
sujetos al poder de otro, el pater familias, el hombre y la mujer que son solos. Los
demás están sujetos a potestad (alieno iuri subiecti, alieni iuris); no solo la uxor in
manu y los hijos e hijas de familia, sino también los esclavos. No es en cambio
alieni iuris el pupilo que se halla bajo tutela o quien está sujeto a curatela. Vide
Gayo 1, 48 y sgs.
Si el pater familias muere (o pierde la libertad o la ciudadanía) resultan tantas
familias como personas se hallasen inmediatamente sometidas al poder de aquél:
su mujer, in manu, sus hijos e hijas, los hijos y la mujer in manu del hijo premuerto
quedan libres del poder paterno (Gayo 1, 127). Esta desmembración en varias fami-
lias, se produce ipso iure, independientemente de que estas quieran seguir viviendo
en una continuada comunidad doméstica (infra § 73 I). Los hijos del premuerto (y
los nietos de hijos premuertos, etc.) se convierten en patres familias siempre que
tengan mujer in manu o descendientes agnaticios propios, los cuales desde ese mo-
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mento caen bajo su poder marital o paterno. Las mujeres sui iuris, esto es, la mujer
in manu del marido premuerto, las hijas, constituyen cada una familia porque la
mujer no tiene poder familiar alguno. Vide Ulp. D. 50, 16, 195, 2/5.
II. Gens
Sobre las asociaciones domésticas hay, como inmediatamente superiores a
estas y más amplias, las gentes, las cuales guardan relación con las parentelas
germánicas (griego γένος y celta clan). Descienden estas gentes de un legendario
ascendiente común (pater gentis) y constan de varias familias que forman una
unidad orgánica, con una jefatura que cumple distintos cometidos. Las gentes en
la antigüedad son probablemente comunidades coloniales, titulares de poder po-
lítico, el cual va perdiéndose progresivamente hasta desaparecer, cuando se vigoriza
el poder del Estado. En el terreno del Derecho privado corresponde a las gentes
hasta el fin de la república, un derecho subsidiario de sucesión intestada (una
especie de derecho de reversión, infra § 66 II 1) y un derecho también subsidiario
de tutela (infra § 62 II 1 a).
No es improbable que existiese un derecho de soberanía en favor de las gen-
tes sobre el suelo, especialmente sobre la tierra de labor, infra § 22 II 1 c. La
descendencia de la gens, de una gran familia, es comprobada en cierto modo por el
uso del nomen gentile entre el praenomen y el cognomen, p. ej., Caius Iulius Caesar,
miembro de la gens Iulia.
III. La debilitación de la familia
El fundamento del pueblo romano, las asociaciones domésticas antes reseña-
das, subsiste aún en tiempos muy avanzados. Toda la historia de la familia romana
a partir del final de la época agraria, se caracteriza por su progresiva desmembración.
El hombre libre va desligándose de ataduras y adquiere poco a poco su indepen-
dencia; la realidad social precede al desenvolvimiento del Derecho. Esta progresiva
individualización se explica con el tránsito de la economía agraria a las formas
económicas creadas por el comercio, la industria y la introducción del dinero, y con
el progresivo afinamiento cultural producido por el influjo helenístico. En el perío-
do postclásico se acentúa la independización de los hijos de familia debido a in-
fluencias cristianas; subsisten, sin embargo, ciertos vestigios del antiguo poder pa-
terno hasta muy tarde.
Damos a continuación un cuadro general, pues las particularidades se estu-
dian en la parte referente al Derecho de familia. El ingreso de la mujer bajo la
manus del marido cae en desuso, salvo contadas excepciones, en los comienzos del
principado. El poder paterno sobre los hijos de familia va menguando progresiva-
mente, El atroz derecho de vida y muerte sobrevive con fuertes restricciones y en el
siglo IV desaparece definitivamente. Algo semejante ocurre con otras facultades del
pater familias que entrañan una grave lesión de la personalidad del hijo (p. ej., la
noxae deditio, esto es, la entrega del hijo de familia autor de un delito a quien ha sido
víctima de este). En lo concerniente al patrimonio, ya en la antigua república se va
extendiendo el uso de que el pater familias segregue de sus propios bienes una
porción y la entregue al hijo (o también al esclavo) a título de peculio, con carácter
revocable, para que el filius familias o el esclavo la administren libremente. El pecu-
lio independiza económica y socialmente a quien lo recibe, si bien la propiedad de
los bienes peculiares corresponde jurídicamente al pater familias y al poder de este se
hallan sometidos el hijo o el esclavo. El peculio es el punto inicial de un proceso
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da y los dediticii son de una condición peor), vide supre § 3 III 1 2. Libertad y
derecho de ciudadanía aparecen en la antigüedad íntimamente unidos, pues el pri-
mitivo ordenamiento ciudadano, deriva los derechos de libertad del derecho de
ciudadanía. La ley romana en general protege solamente al civis romanus, no al
extranjero. Pero en realidad y prácticamente, el extranjero carente de protección
legal se halla expuesto al arbitrio del Estado romano y al de los ciudadanos roma-
nos, solamente en caso de guerra. Los extranjeros cuya nación no esté en guerra con
Roma son reconocidos por los romanos desde antiguo y de hecho como libres. Si el
extranjero se sitúa como huésped bajo la protección de un romano o del Estado
romano, disfruta en tal caso, como cliens (cliente), de una mayor seguridad, porque
la persona bajo cuyo patrocinio se situó el extranjero (patronus) se halla sacramente
obligada a guardar la fides a su patrocinado (infra § 16 II 1). Esta relación de clien-
tela puede desde antiguo entablarse con determinados extranjeros y también, me-
diante tratados, con otros Estados, Con la creciente frecuencia de los tratados de
alianza entre Roma y otros Estados se abrió paso la idea de libertad sin ciudadanía
como principio válido para los peregrinos.
c) Para la graduación de la capacidad jurídica según la posición que se ocupa
en la sociedad familiar (personae sui iuris y alieni iuris), véase lo dicho en § 12.
3. Respecto a esta misma capacidad de las personas jurídicas, el Derecho roma-
no solo algunos antecedentes ofrece; vide infra § 17.
II. Comienzo y fin de la capacidad jurídica
1. a) La capacidad jurídica de los hombres libres comienza con su nacimiento.
El concebido todavía no nacido no tiene derecho alguno, pero es ficticiamente con-
siderado como nacido, en orden a ciertos fines que le sean favorables (Paulo D. 1, 5,
7; 50, 16, 231).
El hijo nacido después de muerto el padre (postumus) es tomado en considera-
ción a efectos sucesorios. Para asegurar la expectativa de una adquisición futura de
derechos en favor del hijo todavía no nacido es nombrado un curador especial
(curator ventris). (Ulp. D. 37, 9, 1, 17).
b) La situación jurídica del hijo, en orden a la libertad, la ciudadanía y la
pertenencia a la familia, se determina en la época clásica relativa a la descendencia
legítima, teniendo en cuenta el momento de la concepción (paternidad) y en la
descendencia ilegítima, el momento del nacimiento (maternidad). Ulp. Ep. 5, 10;
Gayo 1, 89.
Excepciones en obsequio del favor Ubertatis se establecen ya por los clásicos (se
nace libre cuando la madre durante la gestación ha sido libre, aunque solo lo
hubiera sido un instante) Marci, D, 1, 5, 5, 3; Paulo Sent. 2, 24, 1-3).
c) Justiniano fija la condición jurídica del hijo de familia por el nacimiento, a
no ser que fuese más ventajoso para el hijo tomar en cuenta, para fijar su condición,
el tiempo del embarazo (C. 5, 27, 11, 4).
Las presunciones y declaraciones de muerte son desconocidas de los antiguos. Solo
los glosadores sientan, en caso de ausencia, la presunción, con posible prueba en contra-
rio, de que el ausente ha vivido 100 años. Más tarde, esta presunción (en consonancia con
el salmo 90), se rebaja a los 70 años. El Derecho común exige para la presunción de muerte
la previa declaración de ausencia mediante un procedimiento público.
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V. Prodigalidad
El pródigo (prodigus) tiene capacidad negocial y delictual, pero la primera de
estas, según las XII Tablas (5, 7 c), puede ser limitada en virtud de una interdección
(interdictio). Queda de esta suerte el pródigo, excluido (de modo semejante a lo que
sucede con el impúber) de la posibilidad de contraer obligaciones y de celebrar
negocios dispositivos, y solo puede participar en aquellos negocios que supongan
para él un enriquecimiento. También el pródigo está sometido a un curator (infra §
64 IV).
La antigua fórmula de la interdicción pretoria reza así: Quando (porque) tibi
bona paterna avitaque nequitia tua disperdis liberosque tuos ad egestaten perducis, ob eam
rem tibi aere commercioque interdico. (Paulo Sent. 3, 4 a 7; vide también Ulpiano Ep. 12,
2.) Esta interdicción se fundamenta en la disipación de los bienes, en la indignidad
y en el peligro de empobrecimiento que amenaza a los hijos. La prohibición se
refirió primeramente a los actos disponibles librales de bienes heredados ab intestato,
pero ya en la época clásica se extendió la prohibición a todos los negocios que
perjudicasen al patrimonio.
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dos esclavos. Pero los casos de este trato especial son desde luego excepcionales.
Una protección contra los abusos de poder dominical se concede durante el imperio
por influjo de las ideas humanitarias de la filosofía griega. De esta fuente proviene
la idea de que la esclavitud es contraria a la naturaleza porque por naturaleza todos
los hombres son libres. Sin embargo, estas concepciones, contrarias a la realidad
social, no penetraron en las mentes de los juristas. En la época postclásica las ideas
cristianas determinan una suavización del trato del esclavo, sin abolir la esclavitud
como institución. Por otra parte, la mala situación económica general influye
perjudicialmente en la situación de los esclavos, si bien el número de estos decrece.
2. Jurídicamente los esclavos son res (objeto de derechos) y al mismo tiempo
personae. Carecen de capacidad jurídica y son (salvo el caso en que excepcionalmen-
te carezcan de dueño) como res mancipi, propiedad de su dueño. Son partícipes de
hecho, no de derecho, en las relaciones familiares. El matrimonio entre esclavos
(contubernium) es un simple hecho no reconocido jurídicamente. El hijo nacido de
una esclava (partus ancillae) pertenece al dueño de la madre (infra II 1) y no le une
con quien lo concibió relación alguna jurídica. El parentesco entre esclavos es, sin
embargo, tenido en cuenta por Justiniano (en lo que se refiere a la sucesión intestada
del liberto).
Durante la república, el censor castiga los abusos del poder de los dueños de
esclavos. Bajo el principado, partiendo de medidas aisladas, se otorga al servus
protección. Se castiga la muerte causada al servus; Constantino (C. Th. 9, 12, 1. C. 9,
14, 1) la castiga como homicidium (con excepciones). Sobre la concesión de libertad a
los esclavos abandonados, vide infra III 1. El esclavo participa en el Derecho sacro,
tanto en la época pagana como en la cristiana. Tiene capacidad para prestar jura-
mento.
3. Tampoco el Derecho privado desconoce que el esclavo es un hombre, el
cual, como persona alieni iuris se halla bajo la potestad (en este caso equivalente a
propiedad) de su dueño. Aunque el esclavo carece de capacidad jurídica y de capa-
cidad patrimonial, el dueño puede desde antiguo, concederle un peculium para que
el esclavo lo administre con independencia. Esta masa de bienes confiere al esclavo
una cierta autonomía económica y es considerada de hecho no de derecho, patrimo-
nio propio del esclavo que permite a este gozar de un cierto margen de crédito, El
peculio pertenece ciertamente al dueño, el cual puede en todo momento revocar la
concesión. Relativamente a las relaciones jurídicas entre el dominus y sus esclavos
en la actio de peculio, vide infra § 49 II 1 a.
Por su denominación (proviene de pecus ganado) el peculio fue primero un
hato de ganado menor, pero más tarde se constituyó con valores patrimoniales de
toda especie. Cuando el esclavo es manumitido, el peculio le es donado o legado.
4. En un ámbito limitado, puede el esclavo actuar jurídicamente. Los efectos
de esta actuación son determinados por la sumisión a su dueño.
a) Todo lo que el esclavo adquiere, por ser el esclavo patrimonialmente incapaz
y al propio tiempo un órgano de su dueño, lo adquiere para el dominus (supra § 11, 1
a). El esclavo puede adquirir por hechos naturales como la ocupación, adquisición de
frutos, y si tiene capacidad negocial, también en virtud de negocio jurídico.
Al esclavo pueden serle transmitidas cosas por negocio no formal o formal
(como la mancipatio), Mediante la stipulatio o la concesión de un préstamo, puede
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clienti fraudem fecerit, sacer esto. El patrono que quebrante su deber de lealtad con su
cliente queda expuesto a la venganza de los dioses, Los manumitidos forman origi-
nariamente parte, lo mismo que los extraños aceptados como huéspedes, del grupo
de los clientes, los cuales se hallan también en situación de protegidos por el patro-
nato. Esta relación de protección va perdiendo vigor y de una dependencia jurídica
se convierte, a principios de la república, en una dependencia social. El patronato
conserva en relación con los manumitidos un contenido jurídico, pero desde el
momento en que la manumisión concede la ciudadanía romana, se transforma aquél
en un poder de protección del patrono con derechos de lealtad y de honor precisa-
mente reglamentados, y a los que corresponden los deberes de obediencia y de
asistencia que al liberto incumben. En la época del principado todavía es objeto de
mención el derecho del patrono de matar al liberto que vive con él.
Una revocación de la manumisión (revocatio in servitutem) por causa de grave
ingratitud es admitida en el Derecho postclásico desde Constantino, Tiene prece-
dentes clásicos y es debida a influjo helenístico. Vide C. 6, 7, 2 pr.
2. a) El patrono es llamado por la ley al desempeño de la tutela sobre los hijos
del liberto (infra § 62 II a b) y también a la sucesión intestada cuando el liberto
muere careciendo de herederos suyos (heredes sui) (§ 66 II 2). Si el patrono muere,
sus derechos pasan a sus descendientes agnaticios y desde Justiniano también a sus
extranei heredes.
b) El manumitente suele antes de la manumisión hacerse prometer con jura-
mento, la prestación por el liberto de ciertos servicios diarios (operae). Para conse-
guir su efectividad dispone de una actio operarum semejante a la condictio (Vide Ulp.
D. 38, 1, 2, 1; cod. 7 pr.). Si los servicios fueron estipulados después de la manumi-
sión, la acción procedente será la actio ex stipulatu.
El patrono antiguamente podía exigir el cumplimiento de las operae con me-
dios constrictivos privados. Pero cuando este poder constrictivo del patrono fue
debilitándose, resultó necesaria la acción.
Por concesión graciosa del emperador puede ser atribuida a un liberto la
condición jurídica de un ingenuo (natalium restitutio). Efectos más leves, circunscritos
a la esfera social, produce la concesión del derecho (reservado solamente a los
ingenuos) de llevar el anillo de oro (ius anuli aurei). En el Derecho postclásico se
admiten muchos casos de liberación del patronato por disposición legal.
III. Otras relaciones de dependencia
1. En el Derecho antiguo y en el clásico hubo también la libertad disminuida
del hijo de familia in mancipio. Si el pater familias mancipa a un hijo suyo, este
permanece personalmente libre, puede vivir en matrimonio válido y tener hijos
legítimos, pero se halla, en relación con el adquirente, en una sumisión semejante a
la del esclavo y, como el esclavo, solo puede ser liberado de esta sumisión median-
te la manumissio. Vide Gayo 1, 116, 118; 138. Más detalles infra § 60 I 3 b.
2. El Derecho postclásico conoció muchas situaciones intermedias entre la escla-
vitud y la libertad de muy diversa especie. Ente estas situaciones ofrece singular relie-
ve la del colonato. Los coloni, cuyo origen es objeto de viva discusión, son arrendatarios
de tierras en situación de dependencia, que se hallan adscritos a la gleba: No pueden
abandonar la tierra en que están asentados y tampoco el propietario puede separarlos
de ella, ni puede vender el predio sin los colonos o estos sin el predio.
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