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PRIMERA PARTE 18 DE OCTUBRE DEL 2022

Necesidad de la fe y de la predicación en general


La inteligencia del hombre, aunque puede, con mucho trabajo y actividad, conocer la existencia de Dios y
algunas de sus perfecciones a partir de la creación (Rom. 1 20.), no puede conocer la mayor parte de
aquellas cosas por las que se consigue la salvación eterna, a no ser que Dios le revele por la fe esos
misterios. Esta fe se recibe por la audición. Por eso, Dios no dejó nunca de hablar a los hombres por
medio de los profetas, para revelarles, según la condición de los tiempos, el camino recto y seguro que
conduce a la eterna felicidad. Es más, Dios quiso hablarnos por medio de su Hijo, mandando que todos le
escuchasen. Y, después de habernos enseñado la fe, el Hijo constituyó apóstoles en su Iglesia para que
ellos y sus sucesores anunciaran la doctrina de vida a todas las gentes. Por lo tanto, los fieles deben
recibir la predicación de sus pastores, no como una palabra humana, sino como la palabra divina del
mismo Jesucristo (Lc. 10 16.).

LA FE Y EL
Naturaleza y necesidad de la fe: Fe es la virtud por la que asentimos firmemente a las verdades que Dios
ha revelado. Esta fe es un conocimiento:
• necesario para alcanzar la salvación (Heb. 11 6.), ya que el fin que Dios ha designado al hombre para su
felicidad supera la agudeza de su inteligencia, y por eso le era necesario recibir de Dios este conocimiento;
• firme, de modo que ninguna duda pueden tener los fieles de las cosas reveladas por Dios.

Qué es el Credo: El Credo es la fórmula de fe cristiana compuesta por los Apóstoles para que todos los
cristianos piensen y confiesen la misma creencia. Lo primero, pues, que deben creer los cristianos, son
aquellas cosas que los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, pusieron distintamente en los doce
artículos del Credo. Los Apóstoles llamaron «Símbolo» a esta profesión de fe porque servía de señal y
contraseña con que se reconocían los verdaderos cristianos y se distinguían de los falsos hermanos
introducidos furtivamente y que adulteraban el Evangelio. El Credo nos enseña lo que como fundamento y
suma de la verdad debe creerse:
• sobre la unidad de la divina esencia;
• sobre la distinción de las tres Personas;
• sobre las operaciones que a cada una de ellas se atribuye por alguna razón particular, a saber: la obra de
la Creación a la persona de Dios Padre, la obra de la Redención humana a la persona de Dios Hijo, y la
obra de la Santificación a la persona de Dios Espíritu Santo. Todo ello nos lo enseña en doce sentencias o
«artículos».
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CAPÍTULO I:
DE LOS 12 ARTÍCULOS DEL SÍMBOLO
I. Qué contiene el Símbolo. La doctrina de tan alto misterio está brevemente comprendida en el Símbolo
de los Apóstoles.
II. Partes de que consta el Símbolo. Según observaron nuestros mayores que con toda piedad y
diligencia se ocuparon de este estudio, de tal manera está distribuido el Símbolo en tres partes, que en la
primera se trata de la primera Persona, de la naturaleza divina y la obra maravillosa de la creación; en la
segunda de la segunda Persona, y del misterio inefable de la redención humana; y en la tercera, de la
tercera Persona, origen y fuente de nuestra santidad.

Primer artículo del Credo


CREO EN DIOS PADRE OMNIPOTENTE,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO II

Con estas palabras se expresa: • la fe en Dios Padre, primera Persona de la Trinidad; • su poder
omnipotente, con que creó el cielo y la tierra, y todo cuanto contienen; • su providencia, que conserva y
gobierna lo creado; • el sumo afecto y piedad por el que debemos tender hacia El cómo al bien sumo y
perfectísimo.

«Creo» Creer no significa «pensar», ni «juzgar», ni «opinar», sino dar un asentimiento certísimo por el que
el entendimiento adhiere firme y constantemente a Dios y a las verdades y misterios que Él le manifiesta.
Por lo tanto, la fe es un conocimiento certísimo, pues, aunque los objetos que la fe nos propone para creer
no se vean, no por eso nos deja dudar sobre ellos.

«En Dios»
1º La excelencia de la fe se manifiesta en que nos concede el conocimiento de la cosa más sublime y
más digna de ser deseada, a saber, Dios. Sin embargo, el conocimiento que la fe nos da sobre Dios difiere
mucho del que nos da la razón.

2º Es preciso confesar, ante todo, que Dios es uno solo, y que no hay muchos dioses. Pues Dios es
sumo y perfectísimo, y lo que es sumo y perfectísimo no puede hallarse en muchos a la vez.

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«Padre» La fe cristiana confiesa a Dios: uno en naturaleza, sustancia y esencia; pero a la vez trino, como
se deduce de la presente palabra, «Padre». Dios es llamado «Padre» por varias razones

«Omnipotente»
1º este atributo conviene muy especialmente a la esencia divina. Entendemos por esta omnipotencia que
nada hay de perfecto, ni nada se puede pensar ni imaginar, que no pueda Dios hacer. Sin embargo, Dios
no puede mentir, o engañar, o pecar, o morir, o ignorar algo, porque estas acciones son propias de la
naturaleza imperfecta y débil, mientras que Dios es infinitamente perfecto y tiene el sumo poder.

2º Este artículo sólo nos propone para creer el atributo divino de la omnipotencia, por varias razones:
• porque este atributo engloba en cierto modo todos los demás, así, al decir que Dios todo lo puede,
reconocemos también que tiene conocimiento de todas las cosas, y que todo está sujeto a su poder y
dominio; • para confirmar nuestra fe: sabiendo que Dios todo lo puede, creeremos todos los misterios que
nos revele • para confirmar nuestra esperanza: todo podemos esperarlo de Dios, ya que El todo lo puede;
y se ha de tener muy presente esta verdad de fe cuando le pedimos por la oración algún beneficio (Mt. 17
19; Sant. 1 6 y 7.)

3º Adviértase, sin embargo, que la creación es obra común de las tres divinas personas, pues la
Sagrada Escritura afirma que la creación es también obra del Hijo (Jn. 1 3.) y del Espíritu Santo (Gen. 1 2;
cf. Sal 32 6.). Sin embargo, se atribuye especialmente al Padre por ser la fuente de todo principio, como
atribuimos la sabiduría al Hijo y la bondad al Espíritu Santo, a pesar de que la sabiduría y la bondad sean
también comunes a las tres divinas personas.

«Creador del cielo y de la tierra»

1º Creador. Dios creó el mundo: • no de materia alguna, sino de la nada; • no obligado por necesidad
alguna, pues siendo feliz por Sí mismo, de nada necesita; sino por voluntad suya libre

2º Por cielo y tierra debe entenderse todo lo que en ellos se encierra (Sal. 88 12.), toda criatura, lo visible
y lo invisible, esto es, el mundo material y el mundo espiritual o angélico.

3º Las cosas creadas por Dios no pueden subsistir, después de creadas, sin su virtud infinita. Por eso
mismo, Dios está presente a todas las cosas creadas por su Providencia, conservándolas en el ser con el
mismo poder con que las creó al principio, sin lo cual volverían a la nada (Sab. 11 26.). [22] En esta
providencia, Dios no impide la acción de las causas segundas, sino que, previniendo su acción, se sirve de
ellas, ordenándolo todo con fuerza y con suavidad (Sab. 8 1.).

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CAPÍTULO II
DEL 1° ARTÍCULO DEL SÍMBOLO
Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra.
I. Significado de estas palabras. Creo ciertamente y sin ninguna duda confieso a Dios Padre, es a
saber, a la primera persona de la Trinidad, que con su infinito poder hizo de la nada el cielo, la tierra y todo
cuánto contienen, y que después de creado lo conserva y gobierna. Y no solamente creo en él de corazón
y le confieso de boca, mas también le deseo y anhelo con suma ansia y piedad, como a sumo y
perfectísimo bien.
Esta es una breve declaración de este primer Artículo. Mas, porque casi todas las palabras contienen
grandes misterios.

He aquí varias de las formas con que algunas Iglesias particulares expresaban su fe sobre los principales misterios
de nuestra santa religión:
 Forma de la Iglesia Romana
 Forma de la Iglesia de Aquileya
 Forma de la Iglesia de Ravena
 Forma de la Iglesia de África
 Forma de la Iglesia de España
 Forma de la Iglesia de las Galias
 Otra forma entre la española y la francesa
 Forma de la Iglesia de Antioquía
 Símbolo Niceno
En todas ellas se hace mención explícita de las tres Personas de la Santísima Trinidad. En todas se atribuye la
omnipotencia al Padre; la obra de la redención al Hijo, y después de confesar la existencia del Espíritu Santo, casi
inmediatamente se pone la obra propia de la tercera Persona, esto es, la remisión de los pecados. En todas se
mencionan los doce artículos que forman el Símbolo Apostólico, excepto en la forma Romana, y; en la de Aquileya,
en las cuales nada se dice de ―La vida perdurable.
La Comunión de los Santos, que forma parte del artículo noveno, solamente la hallamos explícita en la profesión de
la fe de la Iglesia Gálica. Tan sólo en la forma de la Iglesia de África y en la Gálica se atribuye la creación al Padre;
en las otras no se menciona. Todas llaman a Jesucristo Señor Nuestro en el art. II, excepto la Iglesia Gálica. Las
formas Romana, Aquileya y Africana nada dicen del descenso de Jesucristo a los infiernos. Los artículos III, VI, VII,
VIII, X y XI expresan las mismas verdades y casi con las mismas palabras.

II. Qué significa la palabra Creo. Esta palabra creer no significa aquí lo mismo que pensar, sentir u
opinar, sino, como enseñan las santas Escrituras, tiene fuerza de un certísimo asentimiento, con que la
mente cree firme y constantemente a Dios que revela sus misterios.

III. Certeza de la fe.


Nadie debe pensar que es menos cierto el conocimiento que adquirimos por la fe, aunque no veamos las
cosas que nos propone para creer, pues la divina luz con que las percibimos, si bien no las aclara en sí, no
nos deja lugar para dudar de ellas; porque el Señor que hizo salir la luz de las tinieblas, él mismo iluminó
nuestros corazones, para que su Evangelio no esté encubierto a nosotros, como lo está para los que se
pierden.

IV. La fe excluye la curiosidad.


De lo dicho se sigue que quien está adornado con este conocimiento celestial de la fe, queda libre de la
curiosidad de inquirir. Porque cuándo Dios nos manda creer exige una fe inmutable, la cual hace que se
aquiete el alma en la noticia de la verdad eterna. “Dios es veraz, y todo hombre falaz”
¿No es verdad que sería muy temerario y atrevido quien oyendo la palabra Dios quisiera indagar las
razones de su celestial y saludable doctrina? Por tanto, se ha de conservar la fe, apartando no solamente
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toda duda, sino aún todo deseo de demostrar sus misterios.
V. Es necesario confesar públicamente la fe.
Quien dice creo, debe declarar públicamente lo mismo que tiene en el interior de su alma, y con gran
decisión confesarlo y predicarlo”
“Creí, y por esto he hablado”
“No podemos dejar de predicar lo que vimos y oímos”
“No me avergüenzo del Evangelio, porque es virtud de Dios para salud de todos los creyentes”
“Es necesario creer de corazón para justificarse; y confesar la fe con las palabras para salvarse”

VI. De la excelencia de la fe cristiana.


En esto se diferencian muchísimo la filosofía cristiana y la sabiduría de este siglo, porque esta,
procediendo poco a poco, guiada por la sola luz natural, por los efectos y por lo que perciben los sentidos,
apenas llega, por último y no sin grandes esfuerzos a contemplar las cosas invisibles de Dios y al
conocimiento de la primera causa y autor de todo; más la filosofía cristiana, de tal manera perfecciona la
potencia del humano entendimiento, que sin trabajo puede penetrar los cielos, e iluminado con la divina
luz, mirar y contemplar primeramente la misma fuente de toda luz y después lo que está debajo de ella.
“Experimentemos con sumo gozo del alma que somos llamados de las tinieblas a una admirable luz, y
creyendo, nos regocijemos con una alegría inexplicable”
Como Él dijo, hablando con Moisés: “No me verá el hombre y vivirá”. Y la razón de esto, es porque nuestra
alma para llegar a Dios, que es lo más sublime, es necesario que enteramente esté libre de los sentidos, lo
cual no podemos naturalmente hacer en esta vida.

VII. Como se manifiesta Dios.


Llamárosle también sabio, autor y amador de la verdad, justo, bondadosísimo… Pero mucho más alta y
esclarecidamente enseñan esto las divinas letras: “Dios es espíritu”.
–“Sed vosotros perfectos, como lo es vuestro Padre celestial”.
-“Todas las cosas están desnudas y descubiertas ante sus ojos”.
-“Oh alteza de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios!”.
-“Dios es veraz”. “Yo soy camino, verdad y vida”: “Tu diestra, está llena de justicia”
-“Abres tu mano, y llenas de bendición a todo animal”.
-“¿A dónde iré yo que me aleje de tu espíritu? ¿Y a dónde huiré que me aparte de tu presencia? Si subo al
cielo, allí estás Tú, si bajo al abismo, allí te encuentro. Si al rayar el alba me pusiere alas y fuere a posar
en el último extremo del mar, etc.”
-“¿Por ventura no lleno yo los cielos y la tierra, dice el Señor?”

VIII. La fe es más fácil y más digna que la ciencia .


En esto mismo conoceremos la necesidad de la doctrina revelada, si advertimos que la fe no sólo sirve,
para que los hombres rudos y sin letras conozcan fácil y prontamente lo que sólo los sabios llegaron a
descubrir después de un largo y porfiado estudio, sino que aprovecha también para que la noticia de las
cosas que se alcanza por la fe se comunique a nuestras almas mucho más cierta y más exenta de todo
error, que si las alcanzáramos instruidos por la ciencia humana.
Dios es el último fin del hombre, de quien ha de esperar la posesión de la celestial y eterna
bienaventuranza, según aprendimos del Apóstol, quien afirma “que Dios es remunerador de los que le
buscan”.
“Desde que el mundo existe, jamás nadie ha entendido, ni ninguna oreja ha oído, ni ha visto ojo alguno,
sino sólo tú, oh Dios, las cosas que tienes preparadas para aquellos que te están aguardando”.

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IX. Ha de confesarse que no hay más que un solo Dios.
Debemos confesar la existencia de un solo Dios, no de muchos, porque como atribuimos a Dios una
bondad y perfección suma, es imposible que lo que es sumo y perfectísimo se halle en más de uno, y todo
aquel a quien falta algo para ser sumo, desde luego es ya imperfecto, y, por consiguiente, no le conviene
la naturaleza y ser de Dios.
“Escucha, oh Israel: El Señor Dios nuestro, es el solo y único Dios y Señor”. “No tendrás otros dioses
delante de mí”. Además de esto, nos avisa por el Profeta muchas veces: “Yo soy el primero, y yo el
último, y fuera de mí no hay otro Dios”. “Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo”.
Ni nos debe extrañar que algunas veces las Santas Escrituras llamen con el nombre de Dios a las
criaturas; para dar a entender, con un modo acostumbrado de hablar, alguna virtud o ministerio excelente
que Dios les concedió graciosamente.
Y así cree y confiesa la fe cristiana que Dios es uno en naturaleza, sustancia y esencia. De tal modo
entiende ser Dios uno, que venera la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad.

X. Cómo conviene a Dios el nombre de Padre.


A semejanza de las cosas humanas, así como llamaban padre a aquel de quien desciende la familia, y con
cuya dirección y mando se gobierna, así también por este motivo quisieron llamar Padre a Dios, a quien
reconocían por autor y gobernador de todas las cosas.
A Él se le debía atribuir la creación, potestad y admirable providencia de todo lo que existe
“¿Por ventura es él tu Padre, que te poseyó, amo y creó?”.
“¿Por ventura no es uno el Padre de todos nosotros? ¿No nos crio un solo Dios?”.

XI. Dios es Padre principalmente de los cristianos.


Se llama Dios, mayormente en los libros del Nuevo Testamento, Padre de los cristianos, los cuales no han
recibido el espíritu de la antigua servidumbre en temor, sino el espíritu de hijos adoptivos de Dios, con que
claman: Padre, Padre, porque si somos hijos, somos también herederos, es a saber: herederos de Dios, y
coherederos de Cristo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, ni se avergüenza de llamarnos
hermanos.
A las otras criaturas les ha dado ciertos regalos, a nosotros nos ha confiado su heredad.
Al oír el nombre de padre se ha de elevar la mente a misterios más altos.
Se llama a Dios, Padre, dice Sto. Tomás, por razón del modo especial con que nos ha criado, es decir, a
su imagen y semejanza, la cual no imprimió a otras inferiores criaturas. “Él es tu Padre que te crió y te
hizo.” Aunque gobierna todas las cosas, a nosotros nos gobierna como a señores, a las otras criaturas
como a esclavos. “Tu Providencia, oh Padre, gobierna todas las cosas.” “Y nos gobiernas con suma
moderación.” Asimismo, se llama Padre, porque nos ha adoptado.

XII. El nombre de Padre indica pluralidad de personas.


Tres son las personas en la divinidad: la del Padre, que de ninguno procede, la del Hijo, que ante todos los
siglos es engendrado por el Padre, y la del Espíritu Santo, que igualmente procede desde la eternidad del
padre y del Hijo. Es el Padre, en una misma esencia de la divinidad la primera persona, quien con su Hijo
unigénito y el Espíritu Santo es un Dios y un Señor, no en la singularidad de una persona sino en la
Trinidad de una sustancia. Pero estas tres divinas Personas, siendo ilícito pensar alguna desemejanza o
desigualdad entre ellas, sólo se entienden distintas por sus propiedades; porque el Padre es no
engendrado, el Hijo engendrado por el Padre y el Espíritu Santo procede de ambos. Y así, de tal manera
confesamos una misma esencia y una misma sustancia en todas tres personas, que en la confesión de la
verdadera y eterna Deidad, creemos deber ser adorada piadosa y santamente la propiedad en las
Personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la Trinidad.

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