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Jueves Santo Gracia para Pedir Hoy: Señor, Dame La Libertad Interior El Escándalo Del Amor
Jueves Santo Gracia para Pedir Hoy: Señor, Dame La Libertad Interior El Escándalo Del Amor
Ponte en el lugar de Pedro. Descálzate. Pon encima de la mesa todo aquello que te da vergüenza.
Tus errores pasados, tus pecados inconfesables, aquello que no te gusta de ti. De todo esto están
tus pies manchados. Normalmente no dejamos a nadie que se acerque a estos episodios que son
como heridas en carne viva. Hacemos todo lo posible para mantenerlos en la oscuridad. Creemos
que, si los demás conocieran esas faltas, nos dejarían de amar, experimentarían en mismo rechazo
que nosotros sentimos cuando los recordamos. En el fondo no somos tan distintos de Pedro. Aquel
que negará tres veces a su amigo, ahora no quiere dejarse lavar los pies. ¿Cómo va a permitir que
su maestro se rebaje a limpiarle los pecados a él? No lo permitirá.
Nosotros hacemos lo mismo. Creemos que nuestro pecado no es digno de Dios y rechazamos la
idea de que Dios quiera limpiarnos. Como si Dios se escandalizara de nuestra debilidad.
Pero Jesús insiste: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo.” ¡Qué
contundente! Contienen una tremenda dureza: si no te dejas lavar, no tienes nada que ver conmigo.
Es como si dijera: si no me dejas entrar hasta lo más oscuro de ti, aquello que rechazas
profundamente en tu interior, no descubrirás nunca quien soy.
Dios no es, como creemos, ese ser absoluto que domina todo lejanamente. Es el Dios que se
encarna, que se abaja, se hace pequeño, se humilla, hasta el extremo, como nos muestra la Carta
a los Filipenses: “Quien, siendo Dios, no tuvo como algo codiciable el mantenerse igual a Dios, sino
que se anonadó (se hizo nadie), tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los
hombres” (Fil 2, 16).
en el cuadro, Jesús está encorvado de una manera exagerada, completamente volcado en la misión
de llegar cuanto más abajo mejor. Esa es la razón de su vida, su manera de ser, el objetivo que
desde siempre ha deseado Dios: llegar a lo más bajo del hombre y una vez allí, amarlo
profundamente.
Por eso, el verdadero rostro de ese Dios que se hace pequeño para encontrarnos solo se puede
ver con autenticidad, si lo miras reflejado en el agua sucia de tus heridas personales.
Míralo de frente, ¡cómo te ama incluso en tus fracasos! Fíjate en el camino de vaciamiento, de
anonadamiento, que ha hecho para bajar a tu miseria. Y todo para decirte: “déjame amarte ahí,
donde te duele. Porque me hice hombre y pasé por la cruz, para encontrarme contigo precisamente
aquí, en el agua sucia de tus errores”.