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Ponencia presentada en el Congreso de Carnaval 2021

Lo festivo y la cultura popular,


25 y 26 de marzo, 2021.
Valparaíso / Formato Virtual.

La música en la fiesta popular callejera y la construcción del espacio público urbano


Natalia Bieletto Bueno

Resumen

La fiesta popular en las calles es un espacio de encuentro social en el que aprendemos a


reconocernos. Por su parte, la música cumple importantes funciones en este tipo de celebraciones
festivas. Este breve texto ofrece un ejemplo de tales aportes. La música en la fiesta nos brinda
oportunidades de gozo e intervinculación social por medio de la escucha compartida; expande
nuestros límites de tolerancia a lo que se considera admisible en términos de conductas corporales,
y puede también ampliar nuestros horizontes afectivos, transformando los marcos éticos de la
escucha del otro. Además de ello, la música en el contexto de fiesta puede tener importantes efectos
en la construcción del espacio urbano, tanto social como materialmente. A través de sonoridades
y de experiencias aurales, la música puede crear nuevas jerarquías socio-espaciales que conducen
a la resignificación tanto de determinados territorios como de las personas que los habitan y usan.
Por ello se puede decir que la música en la fiesta callejera da forma a la ciudad, da sentido a la
experiencia urbana y contribuye a moldear nuestros afectos.

Palabras Clave: Fiesta callejera, Música Popular, Espacio público, Cultura Popular, Carnaval.

Natalia Bieletto-Bueno
Es profesora asociada a Investigadora en el Centro de Investigación en Artes y Humanidades de
la Universidad Mayor (Chile).Ph.D en Musicología Cultural (UCLA), M.A. en Musicología
Histórica (UNAM) y B.A. Interpretación instrumental (UNAM). Autora e investigadora en las
áreas de la música popular, culturas de escucha y estudios sensoriales. Recientemente desarrolla
una línea de investigación sobre la música callejera, las culturas de la escucha y su relación con
las subjetividades urbanas y las ideologías, tema sobre el que ha publicado en revistas nacionales
e internacionales. Fue ganadora del Premio de Musicología Latinoamericana Samuel Claro en el
2018. Es coordinadora y editora académica de Ciudades Vibrantes: sonido y experiencia aural
urbana en América Latina, una colección de textos sobre música en espacios públicos en distintas
ciudades de Latinoamérica.
Ponencia presentada en el Congreso de Carnaval 2021
Lo festivo y la cultura popular,
25 y 26 de marzo, 2021.
Valparaíso / Formato Virtual.

La música en la fiesta popular callejera y la construcción del espacio público urbano

Natalia Bieletto-Bueno
Centro de Investigación en Artes y Humanidades,
Facultad de Artes, Universidad Mayor (Chile)

Las celebraciones festivas en los espacios públicos –tales como el carnaval, fiestas populares,
fiestas patronales, etc. – han estado presentes desde que las ciudades existen. Lo anterior es verdad
incluso en las ciudades modernas las cuales, aunque puedan mostrar tendencias crecientes hacia el
control social y la privatización de los espacios públicos, preservan prácticas múltiples practicas
festivas comunitarias, bien en carnaval o de naturaleza carnavalesca.

Sin ser yo una especialista en Carnaval, ni en las prácticas festivas de Chile, supongo que la razón
por la cual he sido invitada a este evento, es porque en los últimos años me he dedicado a investigar
sobre las prácticas musicales en el espacio público en las ciudades, y como este tipo de prácticas,
además de dar forma a la vida social, también acaban por configurar la materialidad del espacio
mismo. Resulta extraño – dirán ustedes – que una musicóloga hable de un tema habitualmente
asociado a áreas como la arquitectura, el urbanismo y la geografía social. Ahí la gracia entonces
de explorar como prácticas artísticas como la música, el baile o el teatro, –toda ellas asociadas a
lo festivo–, van consagrando ciertos espacios urbanos que, por fuerza del hábito, se convierten en
centros de convergencia social, de encuentro y de participación social. Por supuesto, este tipo de
convergencias no está nunca exenta de conflictos, sea con las autoridades que gestionan los
espacios públicos o bien entre los propios usuarios de estos espacios. Este ha sido uno de los temas
centrales de quienes nos hemos dedicado al estudio de la música callejera. Parte de mi interés ha
sido identificar qué es lo que en esos espacios suena: tipos de músicas, géneros, estilos; pero más
allá del tipo de sonoridades, lo que me parece acaba por determinar el origen del conflicto – y
eventualmente el desplazamiento de ciertas praxis sonoras a determinados espacios urbanos–, no
ha sido tanto lo que suena, si no quién lo hace sonar y para qué. Entonces, hay una interesante
relación entre el tipo de prácticas musicales que se escuchan en los espacios de las ciudades y las
personas practicantes de esas culturas musicales, bien como ejecutantes o como sus públicos.

Un cúmulo de preguntas se puede abrir en la convergencia del tema del espacio público y de las
tradiciones musicales que ocurren en el mismo. Por ejemplo; ¿qué lugar ocupa la ritualidad festiva
en las ciudades contemporáneas? ¿cómo las nociones dominantes de “orden” rigen las políticas
públicas sobre el uso de los espacios?, ¿cómo las tendencias privatizadoras del espacio público
ponen en riesgo las prácticas festivas tradicionales? O mejor, dicho, dando por hecho que estas
prácticas populares no van a desaparecer, ¿qué es lo que se arriesga en estas prácticas, o lo que
arriesgan sus practicantes, en un contexto en el que crecen las tendencias por la privatización del
espacio público? Más aún, ¿cómo los discursos patrimonializantes en torno a la arquitectura, el
urbanismo y lo “inmaterial”, se cruzan con intereses turísticos que impactan el desarrollo de
determinadas prácticas festivas tradicionales?; finalmente, ¿qué funciones cumple el carnaval y lo
carnavalesco en ciudades que adolecen de una profunda segregación socio-territorial?
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25 y 26 de marzo, 2021.
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El importante papel que la fiesta y lo festivo, ha sido analizado desde distintas perspectivas
disciplinares, y cada una de ellas destaca aspectos que son relevantes para la sociedad, la cultura
y los individuos. Como hemos podido vivir y atestiguar ante la crisis sanitaria por COVID 19, la
ausencia de fiesta, y de oportunidades de congregación social en torno a una celebración
comunitaria es una situación por demás anómala. Al mismo tiempo, esta situación indeseable pero
innegable, nos brinda inadvertidamente una situación de observación inédita: la fiesta no había
estado ausente de nuestras vidas como ahora lo está, lo que facilita percatarse de sus aportes a
nuestras vidas. Ente los efectos sociales adversos de esta ausencia se pueden destacar,
disgregación social y alienación laboral, una mayor tendencia social hacia el conflicto y la
intolerancia por los desencuentros; indiferencia por las necesidades ajenas, o falta de consciencia
sobre los diferentes grupos que conforman la sociedad en el espacio que se habita.

Si bien permanecen a un mismo campo semántico, la fiesta y lo festivo, el carnaval y lo


carnavalesco no son términos equivalentes. Por el contrario, el significado de cada uno de ellos se
de por una serie de consideraciones temporales, contextuales y pragmáticas. El carnaval se refiere
en específico a una fiesta pagana y que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana,
cuyos eventos de inicio y término son el miércoles de ceniza y el domingo de resurrección,
respectivamente. Sobre los orígenes paganos de esta fiesta, sus variaciones históricas, así como la
especificidad de esta práctica en cada contexto cultural, hay un universo de literatura publicada
que no viene al caso mencionar. Baste por el momento decir que la perspectiva estructuralista
proporcionada por el teórico cultural ruso Mijail Bajtin (2005), se ha convertido en un referente
obligado para estudios tanto de carnaval, como de lo carnavalesco. Como lo explica Bajtin, el
carnaval tradicional (el que se celebraba en la Edad Media y el Renacimiento), supone un momento
de excepción a la normativa cristiana. Para él no es una forma artística de teatralidad, si no que es
una forma de vida que se experimenta durante el tiempo en que se le celebra. En el carnaval, el
humor y la risa cobran importancia y los conflictos de diferencias de clases sociales, o estatutarias
pierden poder. Es un momento de inversión del orden, por lo que durante estos días hay una mayor
tolerancia a la violación a los cánones de conducta impuestos por la sociedad así como a la sátira
de las figuras públicas, la Iglesia y los representantes del poder. En el carnaval se subraya el
escándalo y todo lo extravagante, situación que permite que las normas y principios que gobiernan
en la sociedad sean cuestionados. Por su parte, lo carnavalesco refiere a formas performáticas de
la cultura que, derivadas de la práctica del Carnaval, también incitan a la admisión del desorden,
el quebrantamiento de las normas y la crítica social. Sin embargo, lo carnavalesco no está sujeto a
la calendarización que marca la cuaresma, por lo que tampoco sus duraciones coinciden.

La fiesta y lo festivo han sido objeto de profuso análisis por parte de la antropología, disciplina
que ha destacado la relación profunda que la fiesta tiene con la concepción del tiempo (cósmico),
biológico e histórico. Las fiestas, además, han estado ligadas a períodos de crisis, de trastorno, en
la vida de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. Son oportunidades para la superación de
traumas colectivos causados, por la muerte, los desastres naturales, la destrucción, de tal suerte
que la resurrección, las sucesiones y cumplimiento de los ciclos naturales que fortalecen la idea de
la renovación conducen necesariamente a la celebración, a la fiesta. La perspectiva antropológica
sobre la fiesta también ha destacada su utilidad para la generación, renovación o renegociación de
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los símbolos de la cultura. Y también ha destacado su importante rol en el fortalecimiento de
relaciones comunitarias. Si bien las fiestas coinciden con el Carnaval en que cumplen un rol
importante en el procesamiento y renegociación de las cosmogonías y los tiempos, estas últimas
no necesariamente sacan al pueblo del orden existente, ni son capaces de crear la segunda vida que
el carnaval supuestamente crea. Bien por el contrario; la fiesta tiende a fortalecer los principios de
los marcos culturales en que ocurre. Lo festivo, en tanto, puede entenderse como una forma
performática de la cultura que puede emerger de manera espontánea, y en dónde se suspende
momentáneamente la rutina cotidiana, a razón de que algo requiere celebración.

Así pues, considerando diferentes perspectivas de análisis, podemos inferir que, en términos
antropológicos, la fiesta carnavalesca, permite renovar los vínculos sociales, reforzar las
identidades culturales y afianzar los lazos comunitarios. En términos sociológicos, además, la
fiesta abre oportunidades para la convergencia social, el encuentro, la aparición del conflicto y su
posible resolución, así como el libre ejercicio de la ciudadanía. En términos de psicología social:
se puede hablar de un procesamiento de los afectos a través del gozo (sanación del trauma,
reconocimiento del dolor, liberación de las corporalidades. La geografía social, por otra parte,
entiende que estas instancias de festividad colectiva permiten “construir socialmente el espacio”
(Lefevbre, [1968] 2017), le dan forma material al usarlo, renovarlo, adaptarlo e incluso profanar
sus símbolos y transgredir las jerarquías espaciales preexistentes.

Una vez reconocidas las diferencias entre los términos aludidos, me interesaré en adelante en
destacar el papel que la música juega de manera indistinta en este tipo de celebraciones festivas,
sobre todo en consideración al hecho de que estas fiestas ocurren en el espacio público.

El papel de la música en la fiesta

En su entrada sobre el Carnaval en Chile, el Diccionario de la Música en España e Hispanoamérica,


dice que este

“coincide con el cierre del ciclo anual agro pastoril (la cosecha y a trashumancia estacional
del ganado, al inicio del otoño). En concordancia con la tradición Andina precolombina, este
periodo actualiza e incentiva la fertilidad de la Pachamama. Esto se hace plausible a través
de múltiples símbolos legados por los paradigmas andinos del orden cósmico y de la
fertilidad (por ejemplo, la figura del Carnavalón). Sus actividades rituales implican derechos,
reciprocidades de los líderes rituales, los aldeanos, sus parientes y amigos” (DMEH, vol. P.)

Como es de suponer, en el contexto del Carnaval, la música, contribuye a la producción de estados


celebratorios a través de ritmos, repeticiones y patrones de reverberación. En el momento de
ocurrencia del evento, estructuras musicales específicas suscitan respuestas fisiológicas que a su
vez inciden en la generación de afectos, mismos que circulan socialmente entre las personas que
participan del evento mediante la escucha y el baile. Además, la música tiene la capacidad de
sincronizar los ritmos corporales de quienes asisten al evento, por lo que puede condicionar
también ciertas performances socio-culturales.
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Lo que deseo destacar al conducir este argumento haciendo converger la fiesta del Carnaval y
música es que esta ocasión celebratoria, igual que la fiesta popular en la calle, supone un momento
de encuentro social en dónde la comunidad se reconoce a sí misma y puede transformarse. Además,
en tanto materia vibratoria, el sonido tiene la capacidad de vincular seres y entidades (Feld, 2015).

Debido a lo anterior, el sonido en el espacio público habilita procesos de reconocimiento y


desconocimiento social (Domínguez Ruiz, 2015). Yendo más allá de lo sonoro, y considerando lo
musical, la música, por efecto de sus ritmos y estilos, puede convertir en festiva una situación que
de otro modo no sería conceptualizada como tal. Tal naturaleza festiva, confiere múltiples
oportunidades de modificar las modalidades de interacción social: por ejemplo, de inversión del
orden, tolerancia, etc. (como el disfraz, también lo hace). Por ejemplo, al crear desde lo sonoro un
contexto festivo, la música incrementa el grado de admisibilidad de ciertas conductas corporales y
sociales. Esto incluye ciertos movimientos o usos del cuerpo que, vetados en circunstancias no-
musicales, son celebrados en una situación festiva. Así mismo, el contacto físico entre ciertas
personas de diferente estatus, rango etario, o que viven bajo distintas expresiones de género,
también pueden ver oportunidades de encuentro en la fiesta musicalizada. Así, en múltiples
sentidos, la música contribuye al relajamiento de los límites de conducta, y de los marcos de
interpretación en los que un evento determinado tiene lugar. Otro ejemplo ilustrativo lo
proporciona la intensa presencia de música en las protestas del 2019, que demuestra el modo en
que ciertos estilos y géneros musicales, al ser asociados con prácticas lo festivo, tuvieron un gran
impacto al posicionar la música, el baile, la alegría y la unidad social, como formas de resistencia
política. Además, al envestir de un aire festivo un evento tan beligerante y violento, se produjo
entre los manifestantes una sensación de comunidad y (entereza) que daban propósito a la lucha
en las calles (Cortés, 2020).

Apropiación sonora del espacio público

Como lo hace evidente el carnaval de Valparaíso, esta celebración ocurre en barrios y colonias
gracias a la acción conjunta de sus habitantes quienes socialmente construyen el espacio,
rompiendo momentáneamente la cotidianeidad de sus vidas. Esto no es exclusivo a esta localidad,
más bien, una importante característica de una fiesta organizada tal como lo es el Carnaval. A
través de la acción sobre el entorno, las personas, los grupos y las colectividades transforman el
espacio, dejando en él su “huella”, es decir, señales y marcas cargadas simbólicamente. Mediante
la acción, la persona incorpora el entorno en sus procesos cognitivos y afectivos de manera activa
y actualizada. Las acciones dotan al espacio de significado individual y social, a través de los
procesos de interacción (Pol, 1996, 2002a).

Sobre la apropiación del espacio urbano el sociólogo mexicano Gilberto Giménez (2004), aduce
que se puede manifestar en dos vertientes: “utilitaria-funcional” y “simbólico-cultural”. En el
primer caso, el uso “utilitario” implica usar el espacio para una función directa y específica, por
ejemplo, vender, trabajar, desempeñar un oficio en particular, etc. La venta de productos o
alimentos asociados a la fiesta, o simplemente dirigidos al deleite de los participantes en la misma
es ejemplo de un uso utilitario del espacio. Lo mismo ocurre con músicos y actores que participan
en el festival, como una manera de granjearse un ingreso económico. Por el contrario, el uso
“simbólico cultural” del espacio es cuando ocurre cuando en dicho espacio se aloja un repertorio
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de connotaciones de significados culturales, como puede ser cuestiones políticas, sociales,
tradicionales o inclusive costumbres. Como se puede inferir, en ciertos oficios necesarios para la
realización de la fiesta y/o el carnaval, hay una multitud de oficios que participan de las dos
vertientes. Artesanos de objetos asociados a fiestas específicos, actores, bailarines o músicos
pueden estar dentro de los practicantes de oficios que al mismo tiempo que hacen un uso utilitario,
permiten condensar los símbolos culturales que confieren a la fiesta sus elementos distintivos.

Más aún, el sonido en el espacio público solventa formas de acción política. De tal modo, al
vincular el sonido al carnaval, o los carnavales, se puede identificar su importante papel en la
recuperación del espacio público en ciudades que por causas diversas han sufrido la gradual
privatización de sus espacios públicos. Una creciente tendencia hacia la turistificación se ha
identificado como causal de estos procesos, pero no como la única. La gestión socio-territorial
debido a intereses políticos y electorales también es una causa importante que ha decidido qué
eventos festivos, cuándo y en qué formatos pueden ocurrir en el espacio público. Por ello, no es
una casualidad que los movimientos sociales que por múltiples latitudes del mundo se han
suscitado durante las dos primeras décadas del siglo veintiuno, y en especial desde el año 2011,
hayan reavivado antiguos reclamos los espacios públicos como un derecho ciudadano. Y ello
ocurre porque en tales reclamos se dirime no sólo el acceso a lo público (como un bien y como un
recurso), sino además el derecho a ser juntos. En la ciudad de Santiago de Chile, la lucha por el
derecho a la ciudad y por el acceso a la vida colectiva quedoaron también claramente ilustrada con
la masiva cena de año nuevo que se celebró en la recientemente renombrada “Plaza Dignidad” de
la ciudad capital.1 Pese a las álgidas advertencias del gobierno local y las fuerzas represivas del
estado esa última noche del año, músicos, bandas, bailarines y manifestantes en general, bailaron
y festejaron la llegada de lo que anunciaban como una nueva era (Aceituno 2020) .

Como se puede notar, las luchas por la preservación de fiestas en espacios públicos y abiertos, no
es solamente una disputa en contra de las fuerzas que privatizan el espacio. Es además una lucha
por la idea y la vivencia de lo público. En estas batallas, el sonido, el baile la fiesta, y lo
carnavalesco, son todas herramienta de acción social “no-violentas” (Butler 2020) que además de
permitir la reproducción de tradiciones y costumbres, pueden ejercer un importante rol en criticar
los estatutos vigentes, cuestionar el orden establecido y señalar la necesidad de realizar cambios
necesarios para una convivencia más justa, tanto como para una mejor distribución de los recursos
materiales necesarios para la vida cotidiana. Dicho de otro modo: la fiesta en el espacio público
es una forma de ejercer ciudadanía.

Los espacios son resignificados por efecto de la fiesta y la música

Una importante función de la música en el contexto de la fiesta callejera tiene que ver con cómo
las jerarquías musicales preexistentes, articuladas en conjunto (o en oposición) a las jerarquías

1
Realizada en pleno auge de un movimiento social que desde octubre del 2019 ha denunciado un régimen económico
abusivo y un gobierno autoritario, esta cena comunitaria contestó el decreto del intendente Felipe Guevara que
limitaba por la fuerza el derecho a reunión pública. Días antes, el control de la plaza se venía disputando entre el
gobierno local y los manifestantes mediante el uso de vehículos lanza aguas, mutilaciones oculares y diversas acciones
represivas por parte del cuerpo de carabineros, quienes incluso llegaron a considerar el uso de armas acústicas para la
dispersión de masas.
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socio-espaciales también preexistentes, pueden contribuir a la resignificación simbólica de los
espacios urbanos. Es decir: las ocupaciones festivas del espacio público usan a su favor las
jerarquías preestablecidas de los espacios y territorios, como lo que dotan de significaciones
sociales a los espacios convirtiéndolos en lugares. Todos sabemos que en cada ciudad, hay
espacios que se consideran más emblemáticos que otros. Sin embargo, gracias a las formas sociales
de construir el espacio, determinadas calles, plazas y recintos, se significan como zonas que
enmarcan formas particulares de participación ciudadana, tanto por cómo han sido planeados,
diseñados y construidos, cuanto por el modo en como son, de hecho, utilizados. El uso recurrente
de una plaza o esquina particular para un evento festivo o musical, puede contribuir a que espacios
que no se consideraban importantes, se conviertan en lugares espaciales para los habitantes de un
barrio, un sector o de la ciudad entera. Estas mutaciones permiten reactivar territorios y
resignificarlos, poniéndolos al servicio de prácticas sociales (como la música y la danza) que bien
pueden ser recuperadas o novedosas. A fuerza del uso, estos espacios comienzan a cobrar una
vida activa. A la postre, esto necesariamente conduce a que los usuarios identifiquen las
necesidades materiales para poder seguir aprovechando dichos espacios. Entre tales necesidades
se incluyen, actualización del equipamiento urbano, conservación de inmuebles, limpieza de
espacios verdes y fuentes, infraestructuras de seguridad, entre muchas más. En algunos casos, la
apropiación de los espacios públicos conduce a los habitantes a gestionar de manera autónoma
soluciones a las necesidades detectadas, lo cual refuerza los lazos sociales al tiempo que fortalece
las nociones locales de identidad barrial o cultural. Así, la realización de un carnaval o alguna
fiesta callejera similar, suele incentivar el embellecimiento, remozamiento o mejora de espacios
urbanos que se consideran centrales para el buen desarrollo del evento. Como lo han demostrado
ya múltiples autores (Cohen, 2007; Sanchez-Fuarros, 2016; Sakakeeney 2013), las músicas
vinculadas a festivales, o tradiciones locales pueden llegar a jugar un papel fundamental en la
(re)significación, y recuperación de los espacios públicos.

Se puede decir que la fiesta en el espacio público contribuye a incrementar la deseabilidad por
determinados espacios, en tanto estos se perciben como repositorios de experiencias particulares
y no accesibles en otros barrios. Respondiendo a una de las preguntas formuladas antes sobre
funciones cumple el carnaval y lo carnavalesco en ciudades que adolecen de una profunda
segregación socio-territorial, tal efecto de deseabilidad incrementada puede incidir también en
aumentar las oportunidades de encuentros sociales entre personas de clases sociales distintas,
quienes de otro modo no se verían.

La fiesta en el espacio público dinamiza las interacciones sociales.

Bajo la misma lógica, la fiesta callejera cumple además una importante función de integración,
necesaria para dinamizar las interacciones sociales en cualquier comunidad. En su origen
conceptual y material, las ciudades son espacios que por vocación centralizan el comercio y las
instituciones, por ende condensan colectividades diversas en aéreas reducidas. Esas materialidades
urbanas acaban por crear, desde la acción social, lugares que acogen los mecanismos performativos
de la cultura; mecanismos que a su vez dan la oportunidad a los grupos sociales de situarse en un
territorio y enunciarse; pero también reconocerse en sus diferencias. Si pensamos, por ejemplo, en
el tipo de beneficios que la migración aporta a una sociedad antiguamente aislada, como lo fue
hasta hace poco la sociedad chilena (que no la porteña), la fiesta es fundamental para hacer
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partícipes de la festividad a los nuevos miembros a la comunidad. No únicamente por que ahí se
les hace partícipes de las formas culturales propias a la cultura que los acoge, si no porque además
la fiesta abre oportunidades para que los “extraños” integren sus prácticas culturales a la sociedad
a la que buscan integrarse.

Es así como la sonoridad misma de la cultura también se transforma. Si pensamos que cada
sociedad cuenta con repertorios musicales más conocidos que otros, la fiesta en el espacio público
brinda oportunidades para que las músicas periféricas; es decir, las que no se reconocen localmente
debido a su novedad contextual, comiencen a integrarse a la “sonósfera” local (Camacho 2006).
La introducción de nuevos instrumentos, estilos y formas de sonar y cantar, son todos elementos
que transforman la sonoridad de la cultura. Al mismo tiempo, contribuyen a incremental el umbral
de goce estético de la sociedad en cuestión y suscitan oportunidades para la mezcla, hibridación,
fusión, etc.

Los sentidos y afectos también se resignifican por efecto de las músicas y sonidos que se
escuchan en el espacio público

La música puede además tener efectos imprevistos en los cuerpos de las personas que escuchan,
pues no sólo lo hacemos con el oído, si no con el cuerpo todo. En efecto, en tanto materia que viaja
por el espacio, el sonido incide en la conformación de los lugares, los cuerpos, las comunidades,
los afectos y las maneras de comprender cómo se ejerce el poder. Karla Berrens (2016) por
ejemplo, sostiene que “los sonidos son parte de los procesos de dotar de sentido al espacio (y la
vida social) de las personas y moldean las relaciones de las personas con los espacios [...], esta
vivencia de los lugares contextualiza de manera muy aguda las maneras en las que las personas
constituyen sus identidades”; por ello, juegan un papel importante en la elaboración de las
subjetividades. Así, desde los patrones de resonancia, se pueden construir nuevas “cartografías
afectivas” Es decir, espacios que son significativos para quienes los habitan, debido al o que ahí
vivieron y sintieron, y que por tanto se integran a sus mapas experienciales.

Por su parte, Michael Gallagher (2016) ha propugnado a favor de comprender el sonido no sólo
como vibración que al propagarse vincula los cuerpos que son partícipes activos de un mismo
evento social; además, el sonido debe ser comprendido como un “impulso que moviliza afectos, y
al hacerlo, no sólo interconecta entidades; sino que además las modifica”. De lo anterior se
entiende que el sonido en el espacio público y en el contexto festivo puede activar afectos que
induzcan a su vez a la transformación de actitudes, en dónde se reconocen nuevas formas en como
el yo se relaciona con el otro. Por ello, la música en el espacio público tiene un potencial ético
para transformar los imaginarios sociales de lo que antes parecía ajeno (Doughty y Lagerqvist
2016). Ahí, en la calle, que es la “quintaesencia del espacio público” (Mehta 2019), es en dónde
por excelencia la gente diferente se encuentra entre sí, es en dónde la sociedad tiene la oportunidad
de convertirse en una más inclusiva.

La fiesta en el espacio público hace visible a los sectores del pueblo que suelen estar ocultos. En
tanto, los modos en como algo se festeja, o mejor dicho, la manera en como las élites perciben y
nombran los modos de festejar, han ayudado a través de la historia a dividir entre la “gente decente”
y la ínfima plebe” (Viqueria Alban 1987). Claro es el hecho de que la presencia de ciertas músicas
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en las calles – y su denostación mediante la invocación dela categoría “ruido”– ha gatillado
siempre el deseo por controlar lo que suena, cuándo suena y por qué suena, lo cual es sólo el índice
de un afán por el control socio-territorial con fines de gobernabilidad.

En todo caso, si admitimos entonces que la fiesta popular callejera, puede ampliar nuestros
panoramas de experiencias estéticas y senso-afectivas, entonces es válido preguntarse ¿cómo la
fiesta podría repercutir en cambios sociales mayores, por ejemplo, transformando las ideas sobre
ciertos grupos sociales, y/o cambiando las mentalidades de lo posible o aceptable, a través de
instaurar, aunque sea momentáneamente, tipos particulares de interacciones sociales que resulten
gozosas? Otro modo de formularlo es: ¿qué es lo que la fiesta en la calle le hace a los prejuicios
sociales y raciales de los sectores dominantes, y que suelen ser los más inflexibles al cambio?

A manera de epílogo cabe sólo preguntarse por el futuro desarrollo que podrán tener las
festividades públicas y callejeras, considerando los tiempos que corren. La crisis sanitaria de los
años 2020 y 2021 ha conducido a una mayor vigilancia tanto oficial como ciudadana por el uso de
los espacios públicos tanto como por las conductas públicas. Es posible que como efecto de las
medidas restrictivas implementadas por los distintos gobiernos, así como por la insistencia de los
medios de comunicación en el tema COVID 19, algunos sectores de la sociedad chilena, hayan
visto incrementar su sensación de riesgo al contagio. Esto implica una mayor reticencia a participar
en festividades públicas, así como a interactuar unos con los otros. Más aún, cuando – como es el
caso de Chile– a las medidas sanitarias se suman intereses gubernamentales directamente
relacionados con el deseo control social por efecto del Estallido social del 2019, los ciudadanos
estamos obligados a preguntarnos sobre nuestra capacidad para reapropiarnos de nuestros espacios
públicos, así como sobre nuestras capacidades de disfrutarlos de la manera en que solíamos. Lo
vivido estos últimos meses, tiene relevantes implicaciones que conciernen al bio poder y la
necropolítica. Entonces, es posible que la fiesta y la música en ella, contribuyan una vez más a la
subsanación de los daños psico-sociales que esta situación anómala nos ha ocasionado. Es
probable, y deseable, que la música, una vez más nos ayude a relajar el cuerpo y perder el miedo
por el encuentro, incitándonos a gozar nuevamente los espacios de las ciudades que habitamos.

Referencias

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