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Historias orales

Narración, imaginación y diálogo


Alessandro Portelli
Introducción

Un día, Lucía Abbattista y otros estudiantes de la Universidad de La Plata me llevaron a


conocer un doloroso lugar de memoria: la casa Mariani Teruggi, todavía impactada por las
armas que asesinaron a sus residentes clandestinos el 24 de noviembre de 1976, un lugar
herido, sobre todo, por una ausencia que pertenece al presente, la de la pequeña Clara Anahí,
secuestrada ese día por los militares y nunca (hasta ahora) encontrada. Fue el momento más
intenso, para mí, de mi relación con la ciudad de La Plata, con su historia y con su
universidad. Gracias a Patricia Flier, a sus colegas y a sus estudiantes tuve la oportunidad de
encontrarme con esta realidad fascinante y compleja; al mismo tiempo recibí de aquella
universidad un inesperado y emocionante reconocimiento del cual nunca voy a poder estar
lo suficientemente agradecido. Sin embargo, el encuentro con la casa Mariani Teruggi me
llevó a algo más profundo, me permitió entrar en los pliegues de la memoria, en los
sentimientos, en las pasiones. Un tiempo después de esta visita escribí: “esta ciudad
aparentemente anónima, donde las calles no tienen nombre, sino números, perpendiculares y
diagonales, es un poco como Roma: no se puede dar un paso sin sentir la historia bajo los
pies. Aquí, una historia reciente todavía está sangrando”. –Como todavía sangra Roma la
historia y la memoria de la masacre nazi de las Fosas Ardeatinas o como ha sangrado por
décadas Terni la memoria del asesinato del obrero Luigi Trastulli– son las historias que llegan
y parten, esas mismas historias que componen este libro.

Después de este siguieron encuentros increíbles. Bajo un fuerte aguacero, envuelto en un


improbable impermeable de plástico, seguí la marcha de los estudiantes que recordaban a los
chicos desaparecidos el 16 de septiembre de 1976, en la Noche de los Lápices, ese día
también reivindicaban el derecho actual a la educación y a la escuela. Conocí a Adelina
Dematti Alaye, de 87 años. Su hijo Carlos Esteban había sido líder de la unión de estudiantes
de secundaria. Fue capturado y asesinado en mayo de 1977. Adelina me narró la historia de
su familia, empezando por sus abuelos italianos que emigraron a la Argentina alrededor de
1870. Y luego, me contó cómo, buscando los rastros de su hijo, descubrió que el cementerio
de La Plata está lleno de fosas donde la policía enterraba sin nombre alguno a sus víctimas.
Se lo revelaron los carpinteros y ebanistas a quienes la policía les ordenaba hacer los ataúdes
más rápido de lo que ellos podían fabricarlos.
Fui a conocer y a entrevistar a Estela de Carlotto, dos días después del haber encontrado a su
nieto Guido. Laura Carlotto, la hija asesinada de Estela y madre de Guido, y su compañero
desaparecido Oscar Montoya eran estudiantes de esta universidad. Vi sus nombres junto al
de otros ciento cincuenta estudiantes asesinados, torturados y desparecidos en una placa sobre
una pared blanca de la facultad. Me narraba Estela: “Cuando se llevaron a mi hija ya sabía
que esperaba un niño y empecé a buscarlo. Treinta y siete años de camino por todo el país,
por todo el mundo, buscando a todos los nietos, porque las Abuelas no buscan el nieto de
cada una, buscan a todos los nietos. Es un trabajo difícil, una lucha de mujeres que se
rebelaron”.
Y conocí a la más obstinada y rebelde de todas, Chicha Mariani, la abuela de la pequeña
Clara Anahí: “Tengo pruebas claras de que a Clara Anahí se la llevaron viva. La he buscado
en todo el mundo. Buscándola, formamos las Abuelas de Plaza de Mayo. Fue un trabajo de
muchos años, de mucho caminar, de mucho esfuerzo. Y todavía busco a Clara Anahí, día tras
día”. Más tarde supe de un reencuentro que después se comprobó que no era cierto, e imaginé
el dolor de esta mujer extraordinaria, sensible y fuerte.
Hubo otros encuentros en La Plata: los libros y la conversación de Leopoldo Brizuela, la
música de Claudia Salomone, los colores y los sonidos de la fiesta boliviana de la Aparecida,
la visita con los estudiantes a lo que queda de la industria de Berisso y de la memoria obrera
contada a través de sus murales. Pero, sobre todo, la amistad, la hospitalidad y el rico diálogo
cultural con Patricia Flier, con sus colegas, con sus estudiantes –recuerdo a Florencia Matas,
Nadia Gisele Nieto, Laura Monacci, Eleonora Bretal y a Lucía Abbattista– y con la valiente
e incansable traductora, la admirable Lorena Cardona, sin la cual este libro no existiría.

Es verdad que casi todos los capítulos de este libro –quizá la colección más completa jamás
hecha de mis ensayos sobre historia oral– fueron escritos antes y en otras partes (el único
capítulo escrito específicamente para un proyecto preciso y editado en Argentina por Patricia
Flier es el de “Los usos del olvido”). Sin embargo, debo advertir, releyéndolos en su nueva
apariencia lingüística, que cada uno de ellos está atravesado por la experiencia de haberlos
compartido, repensado y contrastado en muchos seminarios, lecciones, conversaciones y
entrevistas que tuve en La Plata como en otros viajes latinoamericanos: en Chile o en Brasil,
en México y en Uruguay. De este modo, reviso los capítulos sobre la violencia fascista y nazi
en Italia o en los Estados Unidos, en relación con las memorias de la dictadura argentina o
con las del golpe en Chile; las historias de las luchas obreras en Terni y Harlan dialogan junto
a las de Berisso; los capítulos sobre Génova, sobre la memoria juvenil y las luchas
estudiantiles evocan las imágenes de una militancia estudiantil aún activa e impetuosa en la
histórica sede de la Universidad, en el centro de La Plata o en las calles de Santiago; los
sonidos de las músicas migrantes de Roma armonizan con aquellos de los bolivianos en los
confines de la ciudad (y con la murga de protesta con la que mis amigos argentinos de Roma,
casi todos exiliados políticos, “saludaron” al presidente Macri a su llegada a Italia).
En este libro hay casi cuarenta años de mi trabajo y de mi vida: las voces, los acontecimientos,
las personas que me han dado forma. Que también es el desarrollo y la trasformación de la
historia oral, de pariente pobre y marginal de la historiografía “seria” a convertirse en un
instrumento de conocimiento articulado y reconocido, que ya no tiene que defender su
dignidad de los prejuicios y las críticas positivistas, sino que ha sabido servirse de ellas para
elaborar una metodología cada vez más sofisticada y consciente, sumando a la credibilidad
referencial la centralidad del diálogo y de la subjetividad. En esta evolución ha sido
fundamental el desplazamiento gradual del eje del discurso de la historia oral del ámbito
noroccidental (Estados Unidos y Europa) hacia una dimensión global en la que justamente
América Latina –México, Brasil y Argentina, sobre todo– ha tenido un papel clave. No olvido
que la primera traducción de mi artículo “Sobre la diferencia de la Historia Oral” salió en
1984 en una revista de un movimiento peruano llamada Tarea. El artículo fue posteriormente
retraducido en 1991 en un libro editado por la inolvidable Dora Schwarzstein (una amiga y
una estudiosa sin la cual, quizás, todas las historias y los encuentros que relato en esta
introducción no se hubieran dado); y fue gracias a Dora que mi libro sobre las Fosas
Ardeatinas fue traducido en Argentina en 2004, casi simultáneamente con la primera
traducción en los Estados Unidos.

Hoy la historia oral es uno de los pocos ámbitos de investigación que se puede decir realmente
policéntrico y global, sin jerarquías: en 2016, la International Oral History Association
realiza su congreso en la India, después de haberse llevado a cabo en Brasil, en Turquía, en
Argentina, en México y en Suráfrica. Las culturas del sur y del este del mundo refuerzan en
la historia oral algunos temas y modalidades que se encuentran en las fibras mismas de los
trabajos recogidos en este libro: la relación (tensión, diálogo, confrontación, conflicto) entre
rigor metodológico y radicalidad política todavía en pie de lucha; el enriquecimiento de la
investigación histórica con los aportes de las culturas orales (tradicionales y modernas,
rurales y urbanas, indígenas y migrantes, arcaicas y nuevas) todavía vivas y funcionales; el
cruce entre la memoria de los acontecimientos y la reconstrucción de su significado a través
de la creatividad de la imaginación y la vívida poética oral del lenguaje.

Finalmente, hay un tema que me importa sobremanera, y es el de la historia oral como


diálogo. La historia oral nace del encuentro entre personas, de la entre/vista como el
intercambio de miradas. Pero en un nivel más amplio y profundo nace del deseo de la
diferencia, de la búsqueda de una diversidad que desafía la identidad y la trasforma. Estas
páginas son, en última instancia, el resultado de un largo diálogo, a través del océano y de un
continente a otro, de escuchas recíprocas y de un crecimiento común que le debo a mis
amigos, colegas y compañeros de La Plata. Por esta razón, este libro argentino e italiano está
dedicado a dos mujeres argentinas e italianas: a Chicha Mariani y a su nieta Calara Anahí,
donde quiera que esté.
CAPÍTULO 1

Sobre la diferencia de la historia oral1

Sí. Recordando el episodio muchos años después,


cada quien llega a conclusiones distintas. Es reconfortante, ¿verdad?
Por el contrario, las informaciones nos pueden ser útiles de igual modo…
Es importante conocer ciertos hechos que permanecen
prendidos en la memoria de las personas, incluso si las personas no recuerdan
con exactitud cómo fueron las cosas. En compensación
tal vez conoceríamos detalles que ni siquiera sospechamos.
Agatha Christie, Los elefantes pueden recordar2

Sus investigaciones, sin embargo, no se desarrollaban tanto entre los libros


como entre las personas: porque los libros están deplorablemente
desprovistos de los temas que prefería, mientras que los ancianos holandeses,
y mejor aún sus esposas, eran particularmente ricos en aquella sabiduría legendaria
que es tan valiosa para la verdad histórica. Por lo tanto, cada vez que encontraba
una auténtica familia holandesa, cómodamente reunida
bajo el techo de su casa y protegida por las grandes ramas de un sicomoro,
la trataba como si fuera un libro antiguo en caracteres góticos,
y la hojeaba con el entusiasmo de un ratón de biblioteca.
Washington Irving, “Rip Van Winkle”3

1. Personas que parecen cosas

Un fantasma recorre los corredores de la academia: es el fantasma de la historia oral. Nuestra


comunidad intelectual, siempre desconfiada de las novedades que cree provenientes del
exterior y de quienes le proponen por un momento levantarse del escritorio, se preocupa más
por redimensionarla que por saber para qué sirve, y le atribuye pretensiones que no tiene para
poderse tranquilizar negándolas. Así, el más culto y cosmopolita de nuestros diarios se puso
apresuradamente en contra de “las representaciones desde abajo” y de las artificiosas
confecciones de la “historia oral”, donde se presume que las cosas se mueven y hablan por sí
solas –evidentemente ignorando el hecho de que en la historia oral se asume que quienes
1
“Sulla diversità della storia orale”, en Primo Maggio, nro. 13, 1979, pp. 54-60; “On the peculiarities of oral
history”, en History Workshop Journal, nro. 12, 1981, pp. 96-107; “Las peculiaridades de la historia oral”, en
Tarea, nro. 11, 1984, 21-29; “De Bijzondere Eigenschappen van Oral History”, en Raster, nro. 36, 1985;
“Peculiaridades de la historia oral”, en Christus, vol. LIII, nro. 616, 1988, pp. 35-44; “Lo que hace diferente la
historia oral”, en Dora Schwarzstein (comp.), La historia oral, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1991; “Las peculiaridades de la historia oral”, en Cuadernos de Ciencias Sociales, 1988; “O que faz a história
oral diferente”, en Projeto História, nro. 14, 1997, pp. 25-40; “What Makes Oral History Different”, en Robert
Perks y Alistair Thomson (eds.), The Oral History Reader, London y New York, Rutledge, pp. 63-74; “Sulla
diversità della storia orale”, en Cesare Bermani, Introduzione alla storia orale, Roma, Odradek, 2001, pp. 139-
64; trad. rusa en Marina Laskoutova, Oral History Reader, European University at St. Petersburg, 2003;
Muistitietotutkimus. Metodologista kysymisksia, en Outi Fingeroos et al., Helsinki, Suonalaisen Kirjallisuuden
Seura, 2006, pp. 49-65.
2
Agatha Christie, Gli elefanti hanno buona memoria, Milano, Il Giallo Mondadori, 1987, n. 1278, p. 70.
3
Washington Irving, “Rip Van Winkle”, en The Sketch Book (1819), London, Dent, 1993, p. 26.
hablan por sí solas no son las cosas, sino las personas, aunque a veces sean tratadas como
cosas–.4

El miedo irracional de que una oralidad triunfante termine por sumergir la escritura (como
se sabe, única sede de la racionalidad) cubre el hecho de que la sacralidad de la escritura
ignoró hasta ahora a la oralidad, lo que provocó una visión y un uso distorsionado de la
escritura misma.5

La escritura y la oralidad no se excluyen entre sí. Tienen características comunes, como


también particularidades autónomas y específicas, funciones que la una y la otra asumen más
eficazmente y que requieren herramientas específicas de interpretación. Tanto la
subestimación como la sobreestimación de las fuentes orales terminan por anular su
especificidad, transformándola en un simple subsidio o en una ilusión que sirve de remedio
para todos los males. Por consiguiente, este capítulo intentará sugerir algunos elementos
sobre las diferencias implícitas en las fuentes orales, con el fin de emprender una búsqueda
tanto de su utilidad como de su especificidad.

2. La oralidad de las fuentes orales

Las fuentes orales son fuentes orales. Todos los que se ocupan de ello se apresuran a declarar
que el documento verdadero es la grabación (no la trascripción), pero luego trabajan
esencialmente sobre las trascripciones y son estas las que finalmente se publican. La
experiencia de los archivos sonoros del Instituto Ernesto de Martino, iniciada a finales de los
años 60, no parece haber sido tomada en cuenta por los primeros académicos de la historia
oral. Incluso, como sucedió durante mucho tiempo, en el Oral History Program de la
Universidad de Columbia de New York se llegaron a destruir todas las cintas archivando
solamente las trascripciones.

La trascripción convierte los materiales sonoros en visuales, con inevitables efectos de


reducción, manipulación y trasformación. Pretender que la trascripción pueda sustituir al
documento original para los fines de un análisis científico es como intentar hacer historia del
arte con fotografías, o crítica literaria con traducciones. Por esto, me parece que solo hasta
cierto punto vale la pena esforzarse por encontrar mejores sistemas de trascripción que
“reproduzcan” exactamente el documento oral. Como en la traducción, la trascripción no es
una reproducción, y por tanto no es un sustituto del documento inicial: es una representación
con otros medios, con otros sujetos y con otras gramáticas que deben tenerse en cuenta. No
siempre la traducción más literal es la más fiel; una traducción fiel siempre contiene un
mínimo de invención, y esto mismo se aplica en las trascripciones. Una trascripción
mecánicamente minuciosa puede convertir una elocuente performance oral en una ilegible
página escrita, en la medida que destruye la dimensión estética que es constitutiva del sentido
mismo de la palabra hablada.

4
Beniamino Placido, en La Repubblica, 3.10.1978. El término “historia oral” es esencialmente un estenograma,
porque gran parte de los productos de esta práctica investigativa son libros o artículos escritos. Una expresión
más precisa sería la de Gianni Bosio, “uso de las fuentes orales en la historiografía” (L’intellettuale rovesciato,
Milano, Bella Ciao, 1975). “La historia oral” comenzó a utilizarse para referirse a un modo de hacer historia en
el que las fuentes orales tienen el rol más importante (mas no exclusivo).
5
Eric Havelock, Cultura orale e civiltà della scrittura, Bari, Laterza, 1973.
La escasa atención dada a las fuentes orales se refleja incluso dentro de la teoría
interpretativa. El primer aspecto acerca del cual se suele insistir tiene que ver con que las
fuentes orales nos permiten recoger información sobre poblaciones o clases sociales sin
escritura, de colectivos excluidos o subrepresentados en la documentación escrita disponible.
El segundo aspecto generalmente señalado es el hecho de que las fuentes orales informan no
solo sobre los “grandes” hechos históricos, sino también sobre la vida cotidiana y privada. 6
No obstante, esto no basta para caracterizarla. Existen fuentes de similar origen y contenido
(por ejemplo, las cartas de los inmigrantes y el gran repertorio de los escritos populares) que
sin embargo no son orales; o pueden existir fuentes orales que permanecen en el interior de
los grupos sociales dotados de escritura o que se ocupan de los mismos temas de los que se
encarga la mayor parte de la documentación escrita (pienso en los programas del Oral History
Program de la Universidad de Columbia, en nuestra Discoteca del Estado o en el Programa
de Historia Oral de la Fundaçao Getulio Vargas de Río de Janeiro).

Si bien es importante conocer el origen y el contenido de las fuentes orales, estos no son
suficientes para indicarnos su modalidad interpretativa o su uso diferenciado con relación a
la totalidad de fuentes sobre las cuales se basa la historia social (los objetos, las imágenes, la
arquitectura…). De hecho, el privilegio dado a la trascripción parece subyacer al proyecto de
querer asimilarla dentro de las convencionales fuentes de archivo. Incluso los primeros
análisis teóricos sobre la historia oral fueron, más que todo, análisis generales sobre la
historia social en su conjunto.

El factor decisivo, descuidado en la mayoría de estos enfoques sobre las fuentes orales, es su
forma. Se sabe que la escritura se dirige exclusivamente a los elementos segmentarios y
discretos como los grafemas, los fonemas, las letras, las sílabas, las palabras claves y las
frases; un fenómeno como el lenguaje, por el contrario, se caracteriza por tener una gama de
rasgos que no solo se expresan plenamente al interior de un segmento, sino que también son
igualmente portadores de significado. El tipo de emisión, la gama de volúmenes o el ámbito
tonal del habla popular contienen atributos culturales con valores de connotación social que
no son reproducibles en las trascripciones (si no a veces, de modo incorrecto, en un
pentagrama).7 La entonación, que puede dar a un mismo enunciado dos significados
opuestos, se pierde al momento de hacer el pasaje del discurso hablado a la página escrita.

Doy un ejemplo. Para hacer más legible la trascripción se suelen insertar signos de
puntuación, que siempre son una intervención del trascriptor basada en las percepciones y la
cultura de este último. La puntuación, de hecho, representa las pausas dispuestas según las
normas gramaticales que establecen su ubicación y atribuyen un sentido y una duración
convencional, que rara vez coinciden con el ritmo y las pausas reales de quien habla. Como
se ha señalado, los signos de puntuación indican una organización espacial del texto, mientras
que las pausas en el discurso tienen una (variable) dimensión temporal. 8

6
Luisa Passerini (coord.), Storia orale. Vita quotidiana e cultura materiale delle classi subalterne, Torino,
Rosenberg & Sellier, 1978.
7
Giovanna Marini, “Musica popolare e parlato urbano”, en I Giorni Cantati. Cultura operaia e contadina a
Roma e nel Lazio, Milano, Mazzotta-Istituto Ernesto de Martino, 1978, pp. 33-34.
8
Walter J. Ong, “African Talking Drums and Oral Noetics”, en New Literary History, vol. VII, nro. 3, 1977,
pp. 411-29; Dennis Tedlock, “Toward an Oral Poetics”, en New Literary…, óp. cit., 506-19.
La dimensión y la ubicación de las pausas son de gran importancia al momento de darle un
significado al habla: un discurso en el que hay pausas regulares y gramaticales suele tener un
carácter más expositivo y referencial; las pausas irregulares en la duración y en la ubicación
tienden a acentuar los contenidos emocionales; las pausas rítmicas y marcadas (“métricas”)
tienden a desvanecerse en la narración épica. La mayoría de las entrevistas contienen
momentos de los tres tipos fundiéndose unos con otros, expresando la diversidad de las
actitudes de los narradores con relación a los diferentes momentos de su historia. Pero todo
esto se percibe de forma plena en la escucha.

Un discurso análogo se puede hacer con relación a la velocidad de la emisión y de variaciones


al interior de una narración. Una desaceleración puede significar un énfasis o una
incertidumbre; una aceleración puede sugerir el deseo de pasar por alto algún punto, como
también familiaridad y facilidad de expresión. En cada caso, estos aspectos son observados
y señalados en el habla; todo el significado que posee se pierde en la regularidad isocrónica
e isomórfica de la escritura impresa.

No se trata de una simple pureza filológica. 9 Los rasgos suprasegmentales son la sede, no
única pero esencial, de fundamentales funciones narrativas que representan la participación
del narrador en la historia y el efecto que la historia tiene sobre él mismo. A menudo se trata
de actitudes que los narradores intentan expresamente comunicar, pero no logran hacerlo de
otra forma; otras veces expresan significados implícitos que el hablante no controla
plenamente. Perder la esencia de los rasgos suprasegmentales significa nivelar la afectividad
contenida en el discurso para redirigirla a la presunta objetividad del documento escrito. Esto
es especialmente cierto cuando se trata del habla popular, que puede parecer lexicalmente
pobre o gramaticalmente incierta, pero que es más rica en tonos, volúmenes, entonaciones y
musicalidad, a diferencia de un habla medioburguesa que ha aprendido a adecuarse y a imitar
el tono plano de la escritura.10

3. La narratividad de las fuentes orales

Las fuentes orales son fuentes narrativas. Por esta razón, su interpretación no puede
prescindir de las categorías generales del análisis del discurso (me refiero sobre todo a las
entrevistas abiertas y no estructuradas. Sin embargo, para las formas fijas y no narrativas,
como por ejemplo las canciones o los proverbios, la cuestión de la forma es aún más central).
Para dar un solo ejemplo, se trata de discursos en los que hay grandes variaciones de la
“velocidad” narrativa, es decir, de la relación entre la duración de los acontecimientos y la
duración de la narración.11 Un narrador puede referir en pocas palabras hechos y situaciones
que duraron mucho tiempo, para luego detenerse ampliamente en episodios de breve
duración. Incluso en este caso no se puede establecer una norma interpretativa a priori: es

9
Véase el capítulo 19 de este libro, “La forma oral de la ley: el proceso 7 de abril y la historia”. La importancia
que el uso de una mayúscula o de una minúscula en la traducción puede tener en la interpretación y en el uso
de un interrogatorio judicial.
10
William Labov, “The Logic of Non-standard English”, en Louis Kampf & Paul Lauter, The Politics of
Literature, New York, Pantheon, 1970, pp. 194-239.
11
Aquí, como en otros documentos, véanse las categorías propuestas por Gérard Genette, Figures III. Il discorso
del racconto, Torino, Einaudi, 1972.
posible que el narrador se extienda en episodios que le parecen inocuos para distraer la
atención de los aspectos más delicados. Lo mismo se aplica a otras categorías propuestas por
Genette, tales como la “distancia” y la “perspectiva”, que definen la relación entre el narrador
y la historia que relata.

Las fuentes orales pertenecientes al mundo de las clases no hegemónicas están más
relacionadas con la tradición narrativa popular, en la que las distinciones entre géneros
narrativos son más difusas que en la tradición intelectual de las clases “cultas”; en esta última,
por ejemplo, es más frecuente que las tareas cognoscitivas sean asignadas dentro de un relato
fantástico o dentro de una composición poética. 12

Como no existen formas narrativas específicamente destinadas a trasmitir información


histórica, las narrativas históricas –como la leyenda y la poética– tienden a intersectarse,
produciendo relatos en primera persona en los cuales “invención” e información se alternan
y se sobreponen, haciendo muy incierto el límite entre lo que sucede por fuera del narrador
y lo que sucede dentro del mismo, de modo que la “verdad” personal puede coincidir con la
imaginación social.

Cada uno de estos aspectos puede ser señalado por elementos formales y estilísticos. La
mayor o menor presencia de elementos de formalización (lenguaje redundante, estereotipos,
proverbios, canciones) puede dar testimonio de una relación diversa entre un punto de vista
social y uno personal. La oscilación entre lengua y dialecto, o entre diferentes registros de la
lengua, marca a menudo el tipo de control que el narrador posee sobre los materiales del
relato.

Una estructura recurrente, por ejemplo, es aquella en la que la lengua es usada para establecer
un hilo conductor, mientras que el dialecto interviene en digresiones o en episodios
específicos, especialmente si ya está estructurado en la memoria social o si está íntimamente
ligado a la experiencia del narrador. A menudo la lengua toma el lugar del dialecto en
términos y temas relacionados con la esfera pública y “política”: esto puede indicar una
persistente extrañeza con algunas temáticas respecto a la experiencia personal del hablante;
pero también un proceso de conquista de la lengua (y de la esfera pública) que se afirma, por
ejemplo, a partir de la participación política o de una sanción cultural sobre las posiciones y
las vivencias personales. Todos estos elementos se mezclan en el razonamiento de un anciano
militante del PCI y expartisano entrevistado en el barrio romano de San Lorenzo, donde no
es claro si el pasaje de la lengua al dialecto significa un otorgamiento de autoridad en las
opiniones expresadas, o una persistente –e inconfesada– vacilación para aceptarla, o las dos
cosas al mismo tiempo (aceptada porque está dotada de una autoridad que viene de otra
parte):

Tú no puedes hacerte el revolucionario hoy en día, a la gente le dan miedo los grupetes cuando
los ven dando vueltas con las banderas rojas, y con las consignas, y que luego se enfrentan con
la policía. La gente, el pueblo, siempre ha tenido miedo. Por el contrario, mira, el tiempo el dio

12
Don Ben-Amos, “Catégories analytiques e genres populaires”, en Poétique, nro. 19, 1974, pp. 265-93; Eric
Havelock, Cultura orale e civiltà della scrittura, óp. cit., cap. IV y ss.; Aurora Milillo, La vita e il suo racconto.
Tra favola e memoria storica, Roma - Reggio Calabria, Casa del Libro, 1983.
la razón a Palmiro Togliatti… hoy los tiempos han cambiado, han madurado de forma distinta,
con la democracia, ahora se dice que el PCI se ha aburguesado, el PCI es lo que es, solo que se
adecuó a los tiempos. Te debes adecuar a los tiempos si quieres que todo vaya bien,
democráticamente, hay que ser democráticos hoy.13

Por el contrario, la dialectización de los términos de la “alta” cultura, de la política y de la


técnica es a menudo el signo de la vitalidad de la cultura popular, de la habilidad que tiene el
hablante de ampliar la capacidad expresiva asimilando otros lenguajes. O simplemente –
como en el caso de los habitantes de los montes Apalaches que retraducen Alzheimer’s
disease (enfermedad de Alzheimer) a un dialectal auld timer’s disease (enfermedad de los
viejos)– llevándolo todo a una forma concreta en la experiencia propia.

4. El significado de las fuentes orales

El primer aspecto que hace diferentes a las fuentes orales es su capacidad de informarnos,
más que de los acontecimientos, de sus significados. Esto no quiere decir que estén
desprovistas de intereses en un plano puramente referencial: desde este punto de vista, el
único problema que revisten, como todas las otras fuentes, es el de su verificabilidad y el de
su fiabilidad (sobre esto volveremos). Pero el dato insustituible es que las fuentes orales
imponen a la historia, con una intensidad más acentuada que las otras, la subjetividad del
narrador.14 Puede suceder que las entrevistas no añadan mucho a lo que ya sabemos, por
ejemplo, de los costos materiales ocasionados por la clase obrera en una determinada huelga;
pero sí nos pueden decir más acerca de los costos psicológicos ocultos. Informan no solo los
hechos, sino lo que estos significaron para quien los vivió y los relata; no solo respecto de lo
que las personas han hecho; sino sobre lo que querían hacer, lo que creían hacer, o sobre lo
que creían haber hecho; sobre las motivaciones; sus reflexiones, sus juicios y
racionalizaciones. Al respecto, explica un obrero de Terni:

Si uno narra un hecho diferente a como sucedió, tal vez inconscientemente lo haya querido; era
un deseo que tenía y en el cual trabajó, probablemente. Si luego no sucedió como hecho
histórico, porque no se logró, como punto material, pero él seguramente, el que relata lo quería,
quizás.15

Tomando prestada una categoría literaria de los formalistas rusos, podemos decir que las
fuentes orales son la integración insustituible de otras fuentes, con respecto a la “fábula” –la
sucesión temporal, lógica y casual de los acontecimientos– adquieren su unicidad a través de
la “trama” –la forma, el orden, la relación con la que diferentes motivos son organizados en
el relato–.16 En esta actividad de organización narrativa, así como en los rasgos menos
explícitos del discurso, es que se expresa (utilizando en su mayoría modalidades y cánones
socialmente elaborados) la subjetividad del narrador dentro de la subjetividad de clase.

13
Gaetano Bordoni, Roma (San Lorenzo), en I Giorni Cantati, óp. cit., p. 65.
14
Véase Luisa Passerini, Storia e soggettività. Le fonti orali, la memoria, Firenze, La Nuova Italia, 1988, p. 226.
15
“Mario Conti” (pseudónimo), obrero, Terni, en Alessandro Portelli, Biografia di una città. Storia e racconto:
Terni 1830-1985, Torino, Einaudi, 1986, p. 18.
16
Boris Tomasevskij, “La costruzione dell’intreccio”, en Tzvetan Todorov (coord.), I formalisti russi, Torino,
Einaudi, 1968, pp. 305-50.
La subjetividad también es asunto de la historia como los acontecimientos de su materialidad;
lo que las personas creen es tan importante para la historia como lo es el suceso. Si la mitad
de los obreros de Terni desplazan el asesinato de un compañero por parte de la policía de
1949 a 1953, de las protestas contra la OTAN a la lucha contra los despidos, 17 esto no pone
en discusión la cronología disponible, sino que revela algo referido a (trasciende) los
procesos de simbolización dentro de la cultura obrera y el significado de esos
acontecimientos. Si un viejo partisano y militante comunista de Terni –enfermo,
desilusionado y cansado– nos narra como verdadero un sueño en el que él habría estado a
punto de reducir a Togliatti en los tiempos de la revuelta de Salerno, nosotros sabemos
perfectamente que esto no es cierto; pero su relato nos hace enfrentarnos con el hecho de que
la eliminación de la perspectiva socialista después de la Resistencia fue pagada por muchos
militantes con precios psicológicos, cuya memoria terminó en el inconsciente. Un
inconsciente que también es compartido si después nos encontramos con que un “sueño”
análogo es narrado por un anciano exobrero comunista de Genzano, provincia de Roma:
quiere decir que no se trata de divagaciones seniles, sino de un complejo legendario en
formación, que narra como verdaderos acontecimientos que jamás sucedieron, pero que una
porción de la clase obrera y de la Resistencia habría deseado que así fuera. El error, de hecho,
nos revela tanta verdad como un testimonio minucioso y preciso, y tiene un valor histórico
comparable con la copiosa y lucidísima memoria, por ejemplo, de un Giorgio Amendola. 18

5. La fiabilidad de las fuentes orales

Las fuentes orales son creíbles, pero su credibilidad es diferente. El interés del testimonio no
consiste solo en su adhesión a los hechos, sino en su alejamiento de ellos, porque es en este
desvío que se insinúa la imaginación, lo simbólico y el deseo. Por tanto, no existen fuentes
orales “poco fiables”: ya se ha dicho que deben ser examinadas como cualquier otra fuente.
Su diferencia radica en el hecho de que lo que es actualmente “no fiable” nos pone en serios
problemas (y al tiempo nos ofrece una serie de oportunidades) de interpretación histórica –si
no otros, el problema de las razones del error–. Estos irremplazables y preciosísimos
“errores” revelan a veces cosas más importantes que si dijeran la “verdad”, puesto que
encarnan aquello que Nathan Wachtel llama, a propósito de la conquista española de los
imperios americanos, “la visión de los vencidos”:

Si se comparan los bailes actuales con las crónicas, se verifican –en conjunto– convergencias
y divergencias. No es extraño que hechos históricos tan lejanos aparezcan hoy deformados:
¿pero estas deformaciones son arbitrarias y fruto de puras fantasías? O, por el contrario,
¿obedecen a una cierta lógica? Y en este caso, ¿cuál es la lógica? ¿Por qué una interpretación

17
Véase el capítulo 2, “La muerte de Luigi Trastulli (Terni, 17 marzo 1949). La memoria y el acontecimiento”.
18
Alfredo Filipponi, 1897, extranviario, comisario político de la Brigada Gramsci, activa en los límites de
Umbro y Lacio; Terni, 6.7.1973. Cfr. Alessandro Portelli y Valentino Paparelli, “Terni: materiali per una storia
operaia”, en I Giorni Cantati, boletín del Circolo Gianni Bosio de Roma, nro. 10, 1977; Alessandro Portelli,
“Una storia sbagliata: memoria operaia e mondi possibili”, en I Giorni Cantati. Storia - Memoria - Immaginario,
Firenze, La Casa Usher, 1981, pp. 13-31; Giorgio Amendola, Un’isola, Milano, Rizzoli, 1980. El narrador de
Genzano al cual hago referencia es Dandolo Spinetti (1909), exobrero de Genzano (pero grabado en Roma),
13.4.1970 (Archivo Sonoro “Franco Coggiola” del Circolo Gianni Bosio, REL 40_c.03).
es preferible sobre otras?19

Por supuesto, esto no significa aceptar el prejuicio que atribuye fiabilidad a priori a las
fuentes de archivo. El informe de policía sobre el asesinato del obrero de Terni –al cual he
hecho referencia arriba– empieza así: “A partir de la información verbal tomada…”; se trata
de una típica fórmula de apertura de documentos análogos, que muestra cómo gran parte de
las fuentes escritas no son otra cosa que una incontrolada trascripción de fuentes orales
perdidas. Muchos de los documentos a los que atribuimos un certificado de fiabilidad son el
resultado de procedimientos análogos, realizados sin criterios científicos: ¿quién dio la
“información verbal”?, ¿quién la “tomó”?, ¿quién la trascribió y reformuló al lenguaje
forense? Si un historiador oral tratara estas fuentes, lo reprobarían brutalmente; pero en
fuentes así tratadas se basa inconscientemente gran parte de la investigación histórica, incluso
la más acreditada. 20

Un curioso subproducto del prejuicio sobre las fuentes orales se relaciona con el hecho de
que estas se distancian de los acontecimientos y sufren distorsiones debido a las
imperfecciones de la memoria. 21Ahora bien, por definición, el único acto en el que la
escritura puede ser contemporánea es la escritura misma: de hecho, entre el documento
escrito y el acontecimiento al cual se refiere transcurre siempre un lapso mayor o menor de
tiempo, no es otro que el necesario para ponerlo en un papel: esto se aplica tanto para los
informes de policía como para los diarios personales. El documento oral, sin embargo, puede
ser registrado también durante el desarrollo de los hechos: es el caso de la investigación sobre
la ocupación de las casas de Roma en 1969-70, que contiene las palabras de los ocupantes y
de la policía en el mismo momento del desalojo forzado.22

Por otra parte, es cierto que a menudo se trabaja con narraciones orales que tienen por
argumento un pasado más o menos lejano. Por supuesto, no es claro por qué, si un obrero
relata la ocupación de las fábricas o un partisano narra la Resistencia, su memoria debe a
priori ser considerada como menos precisa que la de Ugo La Malfa cuando escribe sus
memorias de la posguerra o la de Giorgio Amendola cuando escribe sus recuerdos del exilio.
En este caso no se trata tanto de una cuestión de prejuicios de clase como de la sacralidad de
la escritura. Un excelente historiador norteamericano ironizaba en un congreso sobre la
inutilidad de recoger el testimonio de Earl Browder (exsecretario del Partido Comunista de
los Estados Unidos), por considerarlo poco fiable debido al tiempo transcurrido; pero luego

19
Nathan Wachtel, La visione dei vinti, Torino, Einaudi, 1977, p. 47.
20
Sobre la trascripción y traducción al lenguaje forense de los actos procesales, véase el capítulo 19 de este
libro (“La forma oral de la ley: el proceso 7 de abril y la historia”). También pienso que la historiografía del
movimiento obrero está basada sobre trascripciones de las actas de los congresos, sobre los actos parlamentarios
y las entrevistas periodísticas.
21
Para una reciente actualización de esta tesis, cfr. Aurelio Lepre, Via Rasella. Leggenda e realtà, Bari, Laterza,
1996. Lepre trata de “leyenda” a las narraciones memoriales y atribuye valor de “realidad” a las trascripciones
de las interceptaciones telefónicas por parte de la policía (relativas a una época en la que los teléfonos estaban
notoriamente interceptados). Por otra parte, las trascripciones de interceptaciones telefónicas son documentos
escritos de origen oral, de los cuales no conocemos ni los autores ni los criterios de la trascripción.
22
Sobre la distancia entre evento y escritura, cfr. Gérard Genette, Figure III…, óp. cit., p. 265; las grabaciones
de las ocupaciones de las casas están en Alessandro Portelli, Roma. La borgata e la lotta per la casa, Milan,
Instituto Ernesto de Martino Archivi Sonori, SDL/AS10, 1970.
admitía que, si Earl Browder hubiera escrito su historia en forma de memorias o
autobiografía, la habría considerado fiable hasta que se probara lo contrario. No obstante, la
distancia temporal habría sido la misma (y habría faltado el filtro y el cotejo que de todos
modos la presencia del entrevistador inserta en el relato del narrador oral).

La escritura disfraza su dependencia del tiempo presentando un texto inmutable (scripta


manent) y nos da la ilusión de que las modificaciones que son impensables para el futuro del
texto lo son también para su pasado. En realidad, la “prehistoria” del escrito, la fase entre el
evento y su escritura, es para nosotros tan incontrolable como la memoria de las fuentes
orales. Por lo tanto, la cautela con respecto a la fiabilidad de las fuentes orales es la de
compartir el criterio de tener una actitud crítica hacia todas las fuentes.

Por otra parte, no debemos cometer el error de considerar a los narradores orales del todo
privados de escritura, incluso cuando no pertenezcan a las elites. Tal vez el caso del anciano
dirigente obrero de Genzano, que, además de recordar con gran lucidez los hechos en los que
había participado, también se había documentado en los archivos locales, pueda ser insólito. 23
Pero la mayoría de las personas que entrevistamos saben leer, han leído diarios y a veces
libros, ven y escuchan la televisión y la radio, han oído hablar a personas que han leído
(dirigentes de partido, sindicalistas, sacerdotes); tienen diarios o apuntes, conservan cartas y
periódicos. De unos siglos para acá, a pesar del analfabetismo en masa, la escritura y la
oralidad no existen más en universos separados e incomunicados. En todo caso, la situación
contemporánea es la que ha puesto el vado para pasar de un analfabetismo a la escritura, que
todavía resulta precario y laborioso; muchos narradores han sufrido una desestructuración de
sus técnicas de memoria oral, las cuales fueron destruidas por el contacto con una escritura
que aún no dominan completamente.24 Así, mientras gran parte de la memoria escrita en
documentos es poco más que un barniz esparcido sobre una oralidad de base, asimismo los
analfabetos están ahora impregnados de una cultura de origen escrito. Por lo tanto, los
discursos sobre la mayor o menor fiabilidad de las fuentes orales y escritas terminan siendo
poco más que una defensa instrumental de métodos consolidados que no quieren entrar en
discusión.

Queda, sin embargo, el hecho de que el narrador de ahora es diferente al que era cuando
formaba parte de los acontecimientos de los cuales habla o de los que tiene conocimiento. A
menudo se ha producido una evolución en su conciencia subjetiva y en sus condiciones
sociales, que lo llevará a modificar, si no los hechos, al menos el juicio que da sobre ellos y
por tanto a la forma de su relato. Por ejemplo, la renuencia a referir determinadas formas de
lucha, como el sabotaje, no deriva tanto del deterioro de la memoria como del cambio de
opinión por parte del narrador (o de su organización política). Acciones tomadas en un tiempo
como lícitas y necesarias pueden ser luego consideradas “extrañas en la tradición del
movimiento obrero” y borradas de la memoria colectiva. Algunos datos quedan por fuera del
relato no porque hayan sido olvidados, sino porque son “demasiado” recordados. Una vez

23
Tiberio Ducci (1890), obrero, sindicalista, Genzano, 24 y 29.4.1975, 15.4.1976.
Véase mi texto “An Education for Survival. Literacy and Orality in Eastern Kentucky”, presentado en el
24

World Congress of Sociology, Madrid, julio de 1990.


más, los conocimientos más valiosos se encuentran en los silencios, en las reticencias y en
las deformaciones. 25

Por otra parte, las cosas no siempre son así. El narrador puede estar dispuesto, aunque con
un punto de vista diferente, a reconstruir sus actitudes pasadas, sus opiniones y sus juicios de
entonces. Es el caso, por ejemplo, del obrero de Terni, quien admite que ciertas iniciativas
de represalia violenta y personal contra los dirigentes responsables de los despidos también
podían ser contraproducentes; pero no por ello es incapaz de reconstruir lúcidamente los
procesos mentales que le parecían plausibles un cuarto de siglo antes.26 Este también es el
caso de uno de los documentos más importantes de la historia oral de nuestro tiempo, la
Autobiografía de Malcolm X, en la que el narrador describe cómo funcionaba su conciencia
antes de su conversión al Islam y de que adquiriera una conciencia política. Si la entrevista
es manejada con competencia y el entrevistado tiene objetivos claros, no es imposible que
pueda distinguir entre su yo de ahora y su yo de entonces, de objetivarse y mirarse como otro
desde el yo-otro de hoy. En estos casos, y Malcolm X es un ejemplo, el instrumento narrativo
adecuado es el de la ironía, en el que dos pautas éticas y políticas (la del presente y la del
pasado) interfieren y se solapan, y desde su tensión toma forma el relato. 27

Nos encontramos, sin embargo, con actitudes diferentes, en las que la conciencia del narrador
parece haberse detenido en un momento culminante de su experiencia personal (como es el
caso de algunos de los veteranos de la Primera Guerra Mundial, de la Resistencia o del 68).
Estos narradores tienden a expresarse como si estuvieran enteramente absorbidos en la
totalidad del evento histórico: en el narrador actual desaparece, como diría Lukàcs, la
“objetividad normativa del autor épico”. La prevalencia de un estilo épico o de uno irónico
tiene que ver con las diferentes perspectivas históricas desde las cuales se instala el narrador.

6. La parcialidad de las fuentes orales

Las fuentes orales no son objetivas. Por supuesto, esto se aplica a todas las fuentes, pero en
el caso de las orales la no objetividad es un dato constitutivo: se trata, de hecho, de fuentes
contemporáneas a la investigación más que al evento, son construidas, variables y parciales.

La introducción de Alex Haley en la Autobiografía de Malcolm X muestra que el proceso


arriba descrito no se produjo de forma espontánea, sino que fue estimulado por la habilidad
del entrevistador, quien supo introducir en el diálogo los temas personales, distanciándose de
la imagen pública y propagandística que Malcolm X tendía a dar de sí mismo y de la Nación
del Islam. De hecho, las fuentes orales siempre son el resultado de una relación de dos, de un
trabajo en común del que toman parte entrevistado y entrevistador (por esta razón, es
importante que el historiador conduzca personalmente al menos la mayor parte de las
entrevistas). El documento escrito tiene una forma inmutable y existe incluso antes de ser
hallado y utilizado por el historiador; la narración oral, por el contrario, es solo una fuente

25
Luisa Passerini, “Work Ideology and Consensus under Italian Fascism”, History Workshop, nro. 8, 1979.
26
Antonio Antonelli (1923), obrero, Arrone (Tr), 7.6.1973.
27
Sobre la ironía, véase Gyorgy Lukàcs, Teoria del romanzo, Roma, Newton Compton, 1975, p. 102. Sobre el
uso de la ironía en las narraciones orales de los exmilitantes del 68, véase mi texto “I’m Going to Say It Now:
Interviewing the Movement”, en The Battle of Valle Giulia. Oral History and the Art of Dialogue, Madison,
University of Wisconsin Press, 1997, pp. 183-98.
potencial que surge en el momento en que el investigador provoca su existencia dando inicio
a una entrevista.

El contenido de la fuente oral depende en gran medida de lo que el investigador ponga bajo
la forma de preguntas, estímulos, diálogo, relación personal y actitudes implícitas. Su sola
presencia ya es fuente de posibles cambios: los entrevistados pueden decirle lo que creen que
él quiere escuchar (y con ello expresan un juicio implícito sobre el investigador, respecto de
lo que valdría la pena profundizar),28 o bien el entrevistador puede estructurar el relato en
una forma tan rígida que el entrevistado no puede expresar los datos de los que el investigador
ignora su posible existencia o relevancia. Por lo tanto, se trata ante todo de “aceptar” a la
persona entrevistada, dando prioridad a lo que esta quiere contar y dejando para una segunda
fase de la entrevista las preguntas sobre aspectos que quedaron pendientes o en suspenso. La
comunicación funciona siempre en ambas direcciones, y el entrevistado de alguna manera
busca siempre estudiar al entrevistador que lo está estudiando a él; el investigador puede
tomar nota de esta situación y sacar de ella todas las ventajas posibles, en lugar de tratar de
ignorarla para instituir una imposible neutralidad.

Si la entrevista es el producto de dos autores, esto debe ser evidente al momento de la


publicación. Gran parte de los testimonios escritos o audiovisuales organizan los textos con
el fin de dar la impresión de que se trata de un flujo ininterrumpido de narración espontánea,
haciendo desaparecer las preguntas y las intervenciones del investigador. De este modo,
llevan a cabo una seria manipulación, porque brindan las respuestas del narrador, pero no las
preguntas a las cuales responde, y tienden a dar la impresión de que esa persona siempre
daría ese relato con esas palabras y de esa manera (es decir: tratan de atribuir a la performance
oral la misma semblanza de inmutabilidad del texto escrito).

Precisamente porque es oral, la narración nunca será la misma dos veces seguidas. Esta es la
característica de la expresividad popular: ni siquiera el más consumado de los cantores
populares podría ejecutar dos veces la misma canción de idéntica forma. Con mayor razón
esto se aplica a las formas poco estructuradas, como los relatos históricos y autobiográficos,
sobre todo si se hacen en respuesta a otras preguntas (dos entrevistadores diferentes nunca
harán las mismas preguntas, ni tendrán la misma presencia ni la misma relación). Por esto es
que vale la pena repetir las entrevistas con la misma persona, con alguna distancia de tiempo:
es a medida que se modifica la relación interpersonal que se aclaran la naturaleza y los fines
de la investigación; por un lado, puede disolverse la reserva personal o atenuarse lo que se
llama la “vigilancia revolucionaria” (no revelar ciertas cosas a un interlocutor desconocido y
de clase social diferente) y, por otro lado, también puede aligerarse la subalternidad que
induce al narrador a manipular el relato para complacer al entrevistador.

La utilidad de repetir las entrevistas introduce la cuestión de la parcialidad de las fuentes


orales. Nunca será posible agotar toda la memoria histórica de una persona, por lo que su

28
Por ejemplo, sin que yo me diese cuenta (me lo explicaron después), personas que he entrevistado han inferido
cosas sobre mí por el periódico que descansaba sobre el asiento trasero de mi auto (Rocca di Papa, Roma,
diciembre 1969), por la preguntas que (no) hacía (“de los curas no me preguntó”: Greve in Chianti, Florencia,
1980) o, incluso, por la desenvoltura con la que, en una habitación no aseada durante años, me senté sin buscar
“un lugar limpio donde apoyar el trasero” (Cranks Creek, Kentucky, 1986).
resultado siempre será el fruto de una selección producida a partir de la relación que se ha
establecido. Por otra parte, una selección a priori ya ha sido hecha en el momento en que el
investigador elige los temas de la investigación y las personas a entrevistar; otra selección se
dará al momento de la publicación. Por lo tanto, la investigación llevada a cabo con fuentes
orales siempre será un trabajo en progreso, nunca finito, y en esto se distancia del requisito
ideal de la investigación histórica, que consiste en consultar todos los archivos, leer todas las
publicaciones, agotar toda la documentación disponible. Querer consultar todas las posibles
fuentes orales sobre las huelgas de Terni entre 1949 y 1953 habría requerido entrevistar a
más de cien mil personas (y cada una habría tenido que ser entrevistada un número indefinido
de veces); cada muestra será fiable solo dentro de los límites del método adoptado y –dado
que se trata de investigación cualitativa– nunca se podrá discernir cuál experiencia particular
es más significativa, o cuál entre todos los posibles narradores extraordinarios y elocuentes
se queda afuera.

Esta parcialidad de las fuentes orales se refleja en todo el orden de las fuentes. Más allá del
hecho de que ni siquiera el más escrupuloso de los historiadores puede excluir la existencia
de documentos desconocidos pero relevantes, la verdad es que ninguna investigación puede
considerarse completa si no se tienen en cuenta (cuando existen) las fuentes orales
disponibles; y dado que estas son por definición inagotables, la historia oral trasmite su
carácter incompleto y parcial a toda la investigación histórica.

7. Quién habla

A través de la historia oral no habla, como se solía afirmar en los años 60 y 70, “la clase”.
No se trata de una afirmación carente de fundamento: narrar una huelga con las palabras de
los obreros que la han hecho antes que con los informes de la policía o de los periódicos
contribuye sin duda (aunque no de forma automática) a corregir las distorsiones implícitas
de las fuentes institucionales y hegemónicas. Las fuentes orales son, por lo tanto, condición
no suficiente pero necesaria para la historia de las clases no hegemónicas; son tal vez menos
esenciales para la historia de los grupos dominantes que, teniendo el dominio de la escritura,
le han confiado a esta gran parte de la memoria que procuran conservar.

Sin embargo, las riendas del discurso, incluso en la historia oral, están en las manos del
historiador. Aun suponiendo que en estas fuentes habla “la clase”, es evidente que esta no lo
hace en abstracto, sino que habla de lo histórico con el historiador. Por consiguiente, en lugar
de desaparecer frente al discurso autónomo de sus fuentes de clase, el historiador permanece
presente como interlocutor, y en la mayoría de los casos con una función de “director” de
selección y de organización –como dice un viejo proverbio, la organización es una cuestión
política, no técnica–.

Por lo tanto, el hecho de que el historiador oral construya su discurso con palabras ajenas no
impide que el discurso siga siendo suyo: en vez de anularse en las fuentes, el historiador se
inscribe en ellas, y su subjetividad queda al desnudo. Lejos de transformarse en un simple
medio neutral de una historia narrada desde abajo, el historiador ve de hecho aumentada su
esfera de responsabilidad.
Mientras el documento histórico es a menudo invocado como sostén de la objetividad del
relato, la fuente oral involucra totalmente el relato en la propia subjetividad. Al lado de la
primera persona de la fuente está la primera persona del historiador que ha contribuido a
crear el relato. Esta relación se acentúa por el hecho de que ambos son narradores: incluso
los narradores orales son de algún modo historiadores, así como el historiador está adentro
de sus relatos.

El historiador tradicional ama presentarse bajo la apariencia de lo que la teoría literaria


denomina “narrador omnisciente”: no porque lo sabe todo, sino porque relata en tercera
persona hechos en los cuales él no participa personalmente, domina desde lo alto una materia
que conoce por completo y se ubica distanciado e imparcial hasta el punto de no aparecer
nunca personalmente de forma explícita en el relato. 29

No se trata solo de un pasaje gramatical de la primera a la tercera persona, sino de una actitud
narrativa diferente: cuando el narrador es también uno de los personajes, se realiza implícita
y estructuralmente aquella participación política que busca la historiografía militante. La
historia militante, de hecho, no significa hacer declaraciones programáticas, alineaciones
subjetivas, y ni siquiera elegir un tipo de fuente en lugar de otra; significa la presencia del
historiador en la historia, asumiendo la responsabilidad que lo inscribe en la narración –
aunque no emita juicios– y que le impone elecciones políticas menos visibles, pero tal vez
fundamentales en el momento en que pone en evidencia a la narración histórica como un acto
autónomo del narrar (en el momento en que, junto con el relato de la historia, está también
la historia del relato). La idea de la desaparición del historiador como sujeto correspondía a
una militancia intensa, a una anulación de los roles personales y con ello retornaba a la
neutralidad del historiador tradicional, y así se negaba su presencia y su responsabilidad; de
esta manera, la historia oral parecía haber sido diseñada para lograr el objetivo de hacer hablar
a los otros en lugar del historiador. En realidad, sucede todo lo contrario: el historiador nunca
es un medio trasparente, siempre será un protagonista engorroso. Si otros hablan en su lugar,
hablan a través de él, y ese “lugar” sigue siendo suyo por más que se apresure a negarlo.

Pero en la historiografía como en la literatura, la acentuación y el develamiento de la función


autónoma del narrador provocan su misma fragmentación. En una novela como Lord Jim de
Joseph Conrad (1900), el personaje-narrador Marlow puede referir solamente aquello que él
sabe y ha visto; y para hacer un relato completo de los acontecimientos se ve obligado a dejar
entrar en su narración el relato de otros “informantes”. Del mismo modo el historiador oral,
entrando en el relato, asume y mantiene su dirección, y al mismo tiempo comparte la
autoridad narrativa dejando que la fuente contamine sus palabras y que sus palabras
contaminen a la fuente.30

Como resultado, en lugar de la imparcialidad del narrador omnisciente del siglo XIX que
mira para otro lado, el moderno punto de vista está circunscrito tanto a la parcialidad de las

29
Véase Hyden White, Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore,
Johns Hopkins University Press, 1973.
30
Michael Frisch, A Shared Authority: Essays on the Craft and Meaning of Oral and Public History, Albany,
New York, State University of New York Press, 1990; Tzvetan Todorov, “Les homes-recits”, en Poétique de
la prose, Paris, Seuil, 1971.
fuentes como a la del narrador –donde parcialidad es entendida bien como carencia, bien
como toma de posición–: la parcialidad de la historia oral se realiza más desde el plano
político que del narrativo, no puede nunca ser narrada “por encima de las partes” porque las
partes están adentro. Naturalmente, el historiador y sus fuentes no están en la misma “parte”,
cualquiera que sea la posición política subjetiva. La comparación, como conflicto o como
búsqueda de unidad, hace de estas dos parcialidades diversas el más significativo de los
elementos que constituyen la historia oral como campo de investigación inagotable y
permanente.

8. Apéndice: una historia equivocada y sus trascripciones31

8 de septiembre de 1943: anunciaban el armisticio; la derrota del fascismo y del nazismo. La


batalla de Stalingrado marcó el fin de los alemanes. Von Paulus, el comandante de la armada
alemana, se rinde después de un mes de combates. Y la guerra terminó. Pero reorganizaron la
republiqueta de Saló. Y nosotros, antifascistas, de inmediato nos organizamos para tomar las
armas. La fábrica de armas de Terni. Fuimos miles de obreros, rompimos la puerta, la abrimos
de par en par, tomamos las armas –una parte–, luego partimos hacia las montañas.

Dante Bartolini era cantante, poeta y narrador; fue obrero de las acerías de Terni, comandante
partisano; tenía un bar, cultivaba la tierra, sabía matar cerdos y conocía todas las hierbas. Fue
él quien me hizo descubrir el poder de la historia oral. La primera vez que lo encontré, cantó
una canción partisana escrita por él y la introdujo con una breve reseña histórica. Los hechos
–la prosa, como en la trascripción anterior– estaban todos equivocados. Pero los tonos
hieráticos, las pausas cuidadosamente calculadas y el ritmo solemne le conferían al relato la
cualidad y la función de la poesía épica. Miremos:

Ocho de septiembre de mil novecientos cuarenta y tres


Anunciaban el armisticio
La derrota del fascismo y del nazismo
Marcó el fin de los alemanes
Von Paulus el comandante de la armada alemana
Se rindió después de un mes de combates.
Y la guerra terminó.

Pero
Reorganizaron la republiqueta de Saló
Y nosotros
Antifascistas,
De inmediato nos organizamos para tomar las armas.

La fábrica de armas de Terni


Fuimos
Miles de obreros,
Rompimos la puerta,

31
Esta sección es parte constitutiva del artículo “Oral History as Genre”, en The Battle of Valle Giulia, óp. cit.,
pp. 20-23. La grabación del relato de Dante Bartolini (1912), Castel di Lago, Terni, 29.4.1973, se encuentra en
el disco La Sabina. Una tipica area di transizione, a cargo de Alessandro Portelli, Milan, Dischi del Sole, 1973.
La abrimos de par en par
Tomamos las armas
Una parte
Luego partimos
Hacia las montañas.

8 de septiembre de 1943 no es la fecha de la rendición de los nazis en Stalingrado, sino la del


armisticio con los aliados, la disolución del ejército y del Estado en Italia. La Resistencia,
también en Terni, efectivamente comenzó poco después, pero los obreros no consiguieron
las armas saqueando la fábrica de Armas del ejército. Si buscáramos información factual,
este relato sería inútil (también lo sería si fuese exacto: no necesitamos el testimonio de Dante
Bartolini para saber sobre Stalingrado). Sin embargo, podemos aprender muchas cosas si lo
escuchamos como una representación simbólica de los significados de una experiencia
histórica fundada sobre un preciso procedimiento poético: la materialización de dos
metáforas.

La primera metáfora es “tomar las armas”, repetida dos veces. El nacimiento de la Resistencia
es, en efecto, el acto de tomar las armas: la escena descrita/inventada/imaginada por Dante
Bartolini es la encarnación material de una fórmula lingüística. Sin embargo, no es solo
invención: Dante Bartolini fue de hecho uno de los obreros (un pequeño grupo, no “miles”)
que irrumpieron en las habitaciones de los guardianes de la acería y se apoderaron de sus
armas –no en 1943, sino en 1949– después del atentado a Togliatti. Al sobreponer los dos
eventos, el narrador sugiere una continuidad simbólica y subjetiva, pero real, entre la
Resistencia de 1943 y la cuasi insurrección de 1949: como si el atentado a Togliatti
demostrara que la Resistencia no estaba acabada y que aún necesitaba el uso de las armas; o,
tal vez, que la Resistencia está acabada y que el acto de tomar las armas debe ser remontado
a un momento en el que se lo consideraba legítimo.

En segundo lugar, situando el primer gesto de la Resistencia en el espacio de la fábrica,


Bartolini evoca la naturaleza de la lucha antifascista en Terni: aunque la Brigada Gramsci
operó sobre todo en las montañas, en la frontera entre Umbría y Lacio, sin embargo, estaba
compuesta en su gran mayoría por obreros, cuyas “armas” –conciencia y solidaridad– venían
directamente de la fábrica.

La segunda metáfora es más compleja y ambigua: “Rompimos la puerta / La abrimos de par


en par…”. Romper las puertas es una clásica imagen de liberación; no obstante, está
principalmente representada como el acto de salir de un espacio cerrado, en lugar de entrar
en él. Como salida, la ruptura de las puertas representa a la Resistencia como liberación
política y democrática; pero en tanto entrada, la irrupción en la fábrica es representada como
liberación social y económica, como la toma de posesión de los medios de producción. La
épica de la Bastilla se entrelaza con la del Palacio de Invierno. Libertad y socialismo, en
resumen, son dos caras de la misma metáfora: es este el significado que podemos interpretar
en el relato de Dante Bartolini si solo lo escuchamos.

Cómo lo interpretamos depende de cómo lo escuchamos, y el modo en que lo escuchamos e


interpretamos define cómo lo representamos en la página. Atendiendo las indicaciones de
Dennis Tedlock, lo trascribí siguiendo la cualidad rítmica de su voz: si la página se asemeja
a una poesía, por lo que Dennis Tedlock enseña, es porque hay una estrecha relación entre
historia oral y poesía. 32 Es por ello que la trascripción atrae la atención sobre la cualidad
sonora de la performance y sobre las implicaciones metafóricas.

Por otra parte, el tema profundo de este relato es la memoria, la cual conserva y trasmite una
imagen del pasado, y la misma solemnidad de las palabras y de tono tienden a congelarlo. En
un nivel, Bartolini sugiere que la Resistencia no se ha acabado y que debemos continuarla;
en otro nivel, la proyecta en un tiempo aparte y sugiere conmemorarla. Si quisiéramos
evidenciar esta segunda modalidad en la trascripción, podríamos escribirla así, como en una
placa dedicatoria:

Ocho de septiembre de mil novecientos cuarenta y tres


Anunciaban el armisticio
La derrota del fascismo y del nazismo
Marcó el fin de los alemanes…

Es la responsabilidad de quien trascribe. Solo cambiando el alineamiento de las líneas, sin


tocar una sílaba, hemos trasformado la performance de Bartolini de (inexacta) prosa histórica
en sugestiva poesía épica, y ahora la convertimos de poesía a epígrafe: un monumento hecho
de palabras a la memoria de la Resistencia (estuve tentado de trascribir la fecha en números
romanos, como en tantos epígrafes de posguerra –“VII Septiembre MCMXLIII…”–). El
hecho es que esta interpretación oscila entre la historia, la épica y el monumento; dónde la
ubiquemos depende en gran parte de cómo elijamos trascribirla. Pero el hecho de que todos
estos géneros coexistan en tensión recíproca en las mismas palabras es un tributo a la
complejidad de la historia oral (y a la genialidad de este narrador); el hecho de que estemos
llamados a elegir uno es señal de la responsabilidad que asumimos cuando comenzamos a
escribir historia oral.

32
Dennis Tedlock, “Learning to Listen: Oral History as Poetry”, en The Spoken Word and the Work of
Interpretation, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1983, pp. 107-23.
CAPÍTULO 2
La muerte de Luigi Trastulli (Terni, 17 de marzo de 1949)
La memoria y el acontecimiento1
1. Acontecimiento vivido y acontecimiento recordado
“Un acontecimiento vivido –escribe Walter Benjamin– está consumado, o por lo menos está
cerrado únicamente en la esfera de la experiencia vivida, mientras que un acontecimiento
recordado no tiene límites, puesto que este es la clave de todo lo que sucedió antes y después
del mismo”.2 Luigi Trastulli, de veintiún años, obrero de las acerías de Terni, murió en un
enfrentamiento con la policía antidisturbios el 17 de marzo de 1949, mientras los obreros
salían de la fábrica a las 10.30 de la mañana para participar en una manifestación en contra
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La salida de los trabajadores, el enfrentamiento, la
muerte de Trastulli no tuvieron una duración mayor a media hora: sin embargo, a partir de
ese momento, este “acontecimiento” de muy corta duración no ha dejado de actuar en la
memoria colectiva.
El modo en el cual el hecho ha sido elaborado, trasformado e interpretado en la “larga
duración” de la memoria es el objetivo de este capítulo, basado sobre todo en materiales
recogidos en el marco de un trabajo sobre la historia de la clase obrera de Terni, a partir del
uso de fuentes orales. El episodio es particularmente significativo no solo por su contenido
trágico –Terni ha tenido en su historia momentos de tensión y drama demasiado agudos,
desde los bombardeos de la guerra hasta los despidos en masa de 1952-53–, sino porque
constituye el terreno sobre el cual la memoria colectiva condensa una singular convergencia
de relatos errados, invenciones y leyendas que van desde la reconstrucción imaginaria,
pasando por la dinámica del acontecimiento hasta –incluso– el desplazamiento de un
contexto histórico a otro (en particular, de la lucha por la paz de 1949 a los despidos de 1952-
53). Se trata de un fenómeno demasiado coherente y difuso como para poderlo atribuir al mal
funcionamiento de la memoria de las personas.
Encontrar las leyes, o al menos algunos de los modos de proceder, de esta coherencia de la
memoria colectiva obrera, reconstruir el modo en que al acontecimiento se le asigna la tarea
de representar en términos simbólicos los procesos articulados y subterráneos, es el fin de
este capítulo. Y es para este fin que los relatos “equivocados” son de gran valor: “la historia
–escribe Hans Magnus Enzensberger– es una invención a la cual la realidad acarrea sus
propios materiales. No es una invención arbitraria, pero el interés que ella revela son los
intereses de aquellos que la relatan; y ella le permite al oyente reconocer y precisar mejor los
intereses propios, como también los de sus adversarios”.3 Al lado –o más bien debajo– de los

1
“La memoria e l’evento. L’assassinio di Luigi Trastulli”, en Segno Critico, vol. II, nro. 4, 1981; “Historia y
memoria: La muerte de Luigi Trastulli”, en Historia y Fuente Oral, nro. 1, 1989, pp. 5-32; “The Death of Luigi
Trastulli: Memory and the Event”, en The Death of Luigi Trastulli and other Stories. Form and Meaning in
Oral History, Albany, New York, State University of New York Press, 1991; L’assassinio di Luigi Trastulli.
La memoria e l’evento, Provincia de Terni, Terni, 1999; en Cesare Bermani, Introduzione alla storia orale,
Roma, Odradek, 2001; “La mort de Luigi Trastulli”, en Mercedes Vilanova y Luis Ubeda (eds.), El repte de les
fonts orals, Barcelona, Memorial Democratic, 2006, pp. 245-76.
2
Walter Benjamin, “Per un ritratto di Proust”, en Avanguardia e rivoluzione, Torino, Einaudi, 1973, p. 28.
3
Hans Magnus Enzensberger, La breve estate dell'anarchia, Milano, Feltrinelli, 1978, pp. 11-12.
intereses removidos y escondidos están los deseos: si uno relata un hecho de forma diferente
a como sucedió –observa un obrero de las acerías en un seminario de 150 horas en el que se
pusieron en discusión los relatos imaginarios sobre la muerte de Trastulli–, “tal vez
inconscientemente lo que quería era un deseo que tenía y en cual trabajó, probablemente. Si
después […] no sucedió como hecho histórico, él, inconscientemente sostuvo algunos
comportamientos que lo llevaron a lograr lo que finalmente terminó por mitificar, porque no
se logró como punto material; pero él, seguramente, cree lo que cuenta. ¡Tal vez!”.4
Si, por lo tanto, las fuentes orales utilizadas en esta investigación no siempre son fiables a
efectos de una rigurosa reconstrucción de los hechos, este dato nos servirá no para
descartarlas, sino para ayudarnos a ir más allá de la materialidad visible del acontecimiento,
y atravesar los hechos para descubrir su significado.
2. Estrategias de la memoria oficial
Para facilitar la comparación entre las fuentes orales y hacer una reconstrucción acertada del
acontecimiento, voy a esbozar unas líneas esenciales sobre lo que es posible relevar con base
en las tradicionales fuentes escritas: los diarios y las actas judiciales. Parto de un artículo de
Il Messaggero del 18.3.1949, que se refiere a la muerte de Trastulli bajo el título “Comicios,
manifestaciones y enfrentamientos con la policía” junto con otros episodios que se
produjeron el mismo día en toda Italia, en el marco de las protestas en contra de la aprobación
de Tratado del Atlántico Norte que por aquellos días se debatía en el Parlamento.
… habiendo la policía procedido a la detención de seis jóvenes quienes fueron sorprendidos
mientras pegaban carteles no autorizados, las Comisiones Internas decidieron organizar un
mitin en el Teatro Politeama y con ese fin, sabiendo que no estaban autorizadas las
manifestaciones, daban órdenes a los obreros para que se formaran en el teatro.
Cuando la policía antimotines se aproximaba a las acerías, se estacionó a unos 60 metros de
los manifestantes, dos funcionarios bajaron de los autos y trataron de convencer a los dirigentes
obreros que debían dispersarse e ir al Politeama de uno en uno.
Después de la negativa por parte de algunos elementos, que ya se dirigían a la ciudad,
arrastrando con ellos a otros manifestantes, los funcionarios seguían tratando en vano de evitar
un choque con la policía. Poco después, se iniciaron los disturbios, se les dio la orden a los
agentes que se encontraban en un jeep grande de disparar algunos tiros al aire.
Al mismo tiempo se escucharon explosiones de armas de fuego que se presume provenían del
comedor de las acerías y del segundo piso de un edificio cercano. En ese momento, caía cerca
al jeep principal una botella que contenía un líquido incendiario que produjo una detonación y
una llamarada.
Fue en este punto que los autos de la policía antidisturbios comenzaron una roda. Persistiendo
la resistencia, se hizo uso de gases lacrimógenos como del disparo de algunos tiros.
En el balance del enfrentamiento se registra una muerte, un tal Alvaro Trastulli de 21 años,
nueve heridos entre los manifestantes y diez agentes con contusiones por el lanzamiento de
piedras.
El cuerpo de Trastulli, por su parte, será sometido a una autopsia para determinar si fue
4
Intervención de un obrero, no identificado, en un seminario de historia para los obreros de Terni, 11.5.1979
(a menos que se indique lo contrario, todas las grabaciones han sido efectuadas por Alessandro Portelli).
asesinado por las armas de la policía o por las de los demás. En la noche, se restableció la
calma, sin embargo, los dirigentes de la Cámara del Trabajo se reunieron con carácter de
urgencia, deliberaron para hoy una huelga general de 24 horas.

El mismo día se lee un reportaje paralelo, frase a frase, en el Corriere della Sera. La
coincidencia de los dos artículos es tal que se puede demostrar que se trata de la paráfrasis
de un único texto original, probablemente de una copia de la policía. Aunque no existiera en
ambos diarios el error sobre el nombre de la víctima (Alvaro en lugar de Luigi), esta
reproducción de las fuentes de la policía es ya un buen ejemplo de cómo ciertas fuentes
escritas son poco “fiables” para los fines de la investigación histórica. Confrontamos, por
tanto, esta versión de los hechos con la dada el mismo día por el diario comunista L’Unità,
en un artículo firmado por Paolo Pavolini, bajo el título “Terni y Perugia en huelga por la
masacre llevada a cabo por la Policía Antidisturbios”
… Las sirenas de las Acerías sonaron a las 10,30. Entonces miles de trabajadores y empleados
que ya se habían reunido en los patios salieron en masa rumbo al centro de la ciudad: iban a
manifestarse a favor de la paz contra el pacto bélico.
Habían recorrido apenas 300 metros cuando llegó la Policía Antidisturbios: una decena de
jeeps, el típico alboroto, las habituales palizas. Los trabajadores continuaban avanzando cada
vez más; un grupo se acercó al auto del Comisario Pezzolan: “sean inteligentes, muchachos –
afirmaba este–, se necesita autorización para las manifestaciones”.
Aquello no era una manifestación, le explicaban. ¿Entonces, todos los días, cuando los
trabajadores salgan juntos de la fábrica será necesaria una autorización? Pero el conductor del
jeep del comisario no los quiso escuchar; avanzó con el auto hacia adelante, y después de un
golpe dio reversa. Primer herido: el obrero Ettore Scatolini, partisano, está en el piso con una
pierna rota, le pasó por encima una rueda.
Los obreros protestan, gritan. No atacan, se limitan a gritar su indignación. Y entonces la
policía abre fuego contra ellos, dispara a tiro rasante sobre los hombres. Los vidrios de las
ventanas de la planta baja se quiebran por los tiros. La ráfaga de disparos dura unos pocos
minutos. Y estallan dos bombas lacrimógenas…
Es interesante observar que mientras los diarios gubernamentales confunden el nombre del
obrero, el diario comunista hace lo propio con el del comisario (se llamaba Pessolano, no
Pezzolan): otra prueba de cómo los errores son representativos de los “intereses” de quien
relata, de las alineaciones en el campo. Pero la simetría de los dos testimonios periodísticos
es más compleja que lo evidente, porque ambos contienen lo que el Estado y el movimiento
obrero conservarán del evento en sus respectivas memorias.
Pienso en el título de L’Unità: “masacre llevada a cabo por la Policía Antidisturbios”.
Técnicamente, masacre significa que fueron asesinadas no una, sino muchas personas: la
hipérbole anticipa el desplazamiento de la muerte de Trastulli de la crónica a la épica, que
luego estará presente en muchos de los testimonios orales, y que aquí ya está reforzado en el
texto con el rápido pasaje del tiempo imperfecto al presente histórico. El artículo prefigura
también la versión oficial que el partido y el sindicato presentarán a la sede judicial para
defenderse de las imputaciones de manifestaciones no autorizadas: no existía ninguna
manifestación, era una salida normal de la fábrica. Es una versión que encontramos en
numerosos testimonios orales:
Ambrogio Filipponi:5 Puesto que salían los obreros de la fábrica, por supuesto eran numerosos,
por tanto, toda la calle en cuestión, era una corriente de personas que partía, que se desplazaba;
hoy en día, cuando salen de la fábrica los obreros colman la avenida Brin. Esto, según la policía,
según la comisaría […] significaba para ellos una manifestación. No de obreros que salían y
que por tanto se veían obligados a salir juntos y a caminar codo a codo, por razones prácticas
y logísticas, inevitables; esto era el pretexto para poder entrever la puesta en escena de una
manifestación no autorizada. Esto significaba, según ellos, poder disparar en contra de la
marcha.
En otro testimonio se repite que no había una manifestación; la hora del episodio es
desplazada hasta el final del turno: “se trataba de tres mil, cuatro mil obreros que escapaban
en masa. Después de todos los turnos, comprendes; porque se encontraba el primer, el
segundo y el tercer turno, es decir, dos turnos más el turno partido que hacían” (Trento
Pitotti).6 Resulta difícil atribuir a la falta de memoria de los narradores orales las distorsiones
que son parte de una estrategia imaginaria como de una estrategia judicial que ya está
presente en el artículo escrito del día siguiente.
A su vez, el artículo de Il Messaggero contiene toda la táctica procesal de las instituciones –
en particular, la tentativa de atribuir la muerte de Trastulli a hipotéticos disparos efectuados
por los mismos obreros y la insistencia en el hecho de que los trabajadores salían “formados”
bajo las “órdenes” de los dirigentes–. Para completar esta mirada a las fuentes escritas,
valdría la pena examinar brevemente las actas del proceso, a partir de la primera “notificación
del crimen” que el fiscal de la República de Terni le trasmitió al fiscal general de Perugia el
18 de marzo de 1949:
… como resultado del telegrama de ayer le informo que no se ha recibido aún de parte de la
comisaría local ninguna relación sobre los incidentes producidos ayer en la mañana en Terni.
Por información oral recibida se indica que, en la mañana de ayer, los obreros de la acería local
se abstuvieron de trabajar para protestar en contra del Tratado del Atlántico, salieron formados
del establecimiento, llevando pancartas, en dirección a la plaza. Elementos de la policía
antidisturbios montados en camionetas enfrentaban a los manifestantes sobre la vía Brin a
menos de cien metros del establecimiento obligándole a la marcha dispersarse porque no estaba
autorizada. Los manifestantes trataban de eludir las intimaciones.
Se produjeron algunas escaramuzas, durante las cuales hubo numerosas explosiones de
disparos de arma de fuego que dieron como resultado la muerte del obrero Trastulli Luigi y
lesionados los obreros Dionisi Leonello y Crostella Raul que fueron hospitalizados donde aún
se encuentran con pronóstico reservado.
Al parecer había otros obreros y agentes de la fuerza pública con contusiones, pero aún no se
ha comunicado sus nombres ni la gravedad de las heridas. La manifestación se disolvió y la
calma fue restablecida de inmediato.
Se están realizando investigaciones para determinar la modalidad precisa de los hechos. Esta
mañana se realizó la autopsia del cadáver de Trastulli encontrándose que fue asesinado por un
disparo por arma de fuego automática a poca distancia que le atravesó el cuerpo
transversalmente de derecha a izquierda cortando la arteria aorta.

5
Ambrogio Filpponi (1930), geómetra, dirigente del movimiento cooperativo, partisano, Terni, 11.5.1979.
6
Trento Pitotti (1919), zapatero, exobrero despedido en 1953, grabada en Labro el 2.11.1974. “Escapar” en
Terni significa “salir”.
Tan pronto reciba el informe de la Comisaría con el resultado de la investigación lo comunicaré
debidamente.
Este documento es más interesante de lo que parece por su prosa burocrática. En primer lugar,
llama la atención la fórmula con la que abre la parte narrativa: “por información oral
recibida”. Estamos frente a una típica “fuente escrita” que pregona de manera clamorosa el
hecho de no ser otra cosa que un resumen de “fuentes orales” preexistentes, recogidas y
puestas por escrito, a su modo, por cualquier burócrata, con la fiabilidad que podamos
imaginar. Por otra parte, casi todo el material oficial sobre el caso Trastulli es de origen oral:
testimonios tomados oralmente y verbalizados por escrito, con abundantes errores
ortográficos, por comisarios y escribanos. El fiscal de la República de Terni, por tanto, nos
dice que la oralidad y la escritura están inextricablemente unidas en el tejido de las fuentes.
En términos de contenido, parece como si la fiscalía de la República no fuera plenamente
consciente de la estrategia que la policía venía desarrollando para dar cuenta de los hechos y
de las reflexiones que ya se leían en los periódicos ese mismo día. Como afirma la carta, el
fiscal aún no había recibido “ninguna relación” de la policía antidisturbios: por tanto, dice
que “se produjeron algunas escaramuzas”, pero no quién las comenzó; que “hubo
explosiones” de disparos de arma de fuego, pero no de quién ni desde dónde. Il Messaggero,
por el contrario, sabe muchas más cosas que la propia magistratura: “sabe” que la policía
disparó al aire y que los manifestantes tiraron desde los edificios cercanos; “sabe” que fue
lanzada una botella incendiaria. De hecho, el diario recibió una copia del informe de la
policía. La única cosa que sabe el magistrado con certeza es que se trataba de una
manifestación, con los obreros “en formación”, y lo que se revela como particularmente
importante es que llevaban carteles.
Siguiendo las actas, vemos cómo la magistratura acoge gradualmente la estrategia de la
policía, a partir de los primeros interrogatorios –en su mayoría de policías, empleados (en
aquel momento el contraste entre obreros y empleados era muy evidente), funcionarios de
las oficinas sobre la avenida Brin, etcétera–. El 23 de marzo, el fiscal da una versión más
“completa” de los hechos, introduciendo la responsabilidad de los obreros en el inicio de los
enfrentamientos, el episodio del jeep referido por L’Unità, los disparos provenientes de los
edificios cercanos, la botella incendiaria y las tentativas de conciliación del comisario:
Mientras [el comisario] conseguía el consenso de algunos obreros cercanos a él [para disolver
la manifestación], varios grupos, evidentemente los más facinerosos, entre los cuales se
notaban algunos individuos armados con garrotes y palos que llevaban escondidos y que hasta
ese momento se habían limitado solo a gritar y a lanzar insultos (¡hijos de puta! ¡Muertos de
hambre! ¡Vendidos a Scelba!), tratando de romper la barrera, rodearon un jeep intentando
volcarlo.
Los conductores de estos vehículos eludieron estos intentos haciendo una ronda, dando marcha
adelante y atrás.
A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron: mientras un jeep marchaba para
impedir que literalmente un grupo de manifestantes se insertaran entre la fila de los jeeps uno
de ellos golpeaba violentamente con un tablón de lámina a los agentes del mencionado auto,
que, protegidos por los cascos y haciendo un escudo con sus codos, paraban los golpes
resultando contusionados. Al guardia Branca Angelo le fue además arrancado y arrebatado el
casco. Al mismo tiempo, otro vehículo, que realizaba una maniobra similar, estaba rodeado por
otro grupo de manifestantes que intentaba desarmar a los hombres, tanto así que el conductor
se vio obligado a embragar como los otros, la marcha adelante y atrás para sustraerse de la
agresión de los hombres.
El Dr. Pessolano, quien también estaba en peligro, instaba a que los manifestantes se
dispersaran. En respuesta, estos comenzaron a lanzar contra las fuerzas del orden ladrillos,
piedras y botellas, de las cuales una contenía líquido inflamable, que afortunadamente no se
encendió, pero se pudo advertir su naturaleza por la emanación de vapores de un ácido
impreciso. Fue en esta violenta confusión que algunos disparos secos de pistola resonaron del
lado del quiosco de frente a la entrada de las acerías y desde una ventana que da luz a la escala
del establecimiento marcado con el número 26, ya invadida por manifestantes, de la cual
algunos agentes vieron salir pequeñas humaredas. A estos disparos respondieron los agentes,
desde uno de los vehículos, efectuando disparos al aire, con fines intimidatorios, y al mismo
tiempo lanzando gases lacrimógenos que dispersaron la calle de los manifestantes.
Estaría fuera de lugar seguir en detalle la causa procesal, a través de imputaciones de
homicidio y lesiones voluntarias contra personas desconocidas y de manifestaciones no
autorizadas en contra de algunos miembros de la comisión interna (Arnaldo Menichetti,
Giuseppe Catoni, Bruno Galigani, Rolando Ponti, Guglielmo Ramozzi, Paolo Grassi) hasta
su absolución por no haber cometido los delitos –con la aceptación por parte de la
magistratura de la versión según la cual no se trataba de una manifestación organizada–. Vale
la pena detenerse brevemente sobre los dos puntos más significativos y controversiales del
procedimiento: la responsabilidad de los disparos y la espontaneidad de la manifestación.
Sobre el primer punto, la acusación reúne testimonios de policías y de testigos presenciales
que declaran, con abundancia de detalles, haber visto salir disparos del famoso
establecimiento de la calle Brin, del quiosco y del comedor. Otros testigos afirman haber
visto a los obreros armados con palos, botellas rotas, un puñal (que fue encontrado más tarde,
detrás de las puertas de la fábrica).7 En una etapa posterior, la estrategia de las instituciones
se ve enriquecida por una increíble secuencia de descubrimientos de armas en las acerías y
en el establecimiento de Papigno muy cerca del lugar de los hechos: del 19 de julio al 25 de
agosto, la comisaría de Terni comunica no menos de cinco hallazgos de este tipo, que
evidentemente contribuyen a acentuar la imagen de los obreros como agresores. El testimonio
más puntual por parte de los trabajadores sobre la responsabilidad de la policía fue hecho por
uno de los heridos más graves, Raul Crostella:
El día que murió el pobre Trastulli, yo también estaba entre los obreros de la acería que salían
del establecimiento para la manifestación de protestas en contra el Tratado del Atlántico. Fui
herido cuando me encontraba a la altura de la casa de vivienda civil que está debajo del edificio
de la marina. Me hirieron en la espalda. Tuve tiempo de mirar hacia atrás, incluso antes de
recibir el disparo vi que los agentes que estaban en el camión de la policía disparaban en
dirección mía. Ni siquiera tuve tiempo de darme vuelta.
No sé quién me disparó. Sin embargo, sé que disparó la policía. Los agentes estaban
irreconocibles porque tenían las máscaras antigás y los cascos. El camión del cual salió el
disparo distaba de mí unos veinte metros. Salí espontáneamente de la fábrica, porque sé cuáles
son las consecuencias de la guerra. Nadie me advirtió que la manifestación no estaba

7
Sobre el hecho de que los trabajadores tuvieran o no armas, los testimonios orales son, comprensiblemente,
negativos. Sin embargo, no faltan versiones opuestas: “Cuando le sucedió aquello a Crostella, hubo una gran
confusión; nosotros fuimos a recoger las armas… sí, teníamos las armas de los guardianes” (exobrero no
identificado, 1896, grabada en la sección del PCI en el barrio Borgo Rivo por Valentino Paparelli, el 17.2.1974).
autorizada. La policía inició la cacería sin previo aviso.
Sobre el segundo punto, el hecho de que se tratara de una manifestación organizada o de una
salida en masa espontánea, la policía aduce que los obreros llevaban pancartas de protesta
hechas con láminas, declara también que los obreros recibieron panfletos la noche anterior.
De hecho, que se trataba de una manifestación organizada o de un mitin no parecía estar en
duda: “sí, hicimos huelga, había una manifestación y nosotros organizamos esa
manifestación” (Bruno Zenoni).8 Sin embargo, la línea defensiva de las organizaciones
obreras es la de negarlo todo. Como afirma Zenoni, “de todos modos, en el proceso […] los
compañeros a los que interrogaron tuvieron miedo; esto es verdad, y si tienes las actas del
proceso verás cómo respondieron […]. No tomaron una posición clara, tal como hicimos
nosotros”. Se trata, después de todo, de una elección comprensible, debida al clima político
de entonces, y que de hecho les sirvió para obtener la absolución. Sin embargo, algunos
testimonios –como el de Menichetti– nos dejan efectivamente desconcertados, por el celo
con el cual sostiene no solo el haber caído dentro de la confusión por la iniciativa incontrolada
de los obreros, sino ante todo de haber ingeniado, junto con técnicos y directivos, una
estrategia para disminuir los efectos:
… apenas llegué [a la fábrica] me di cuenta de que había unos grupos de obreros en la plaza.
Dado el inusual movimiento, me dirigí de inmediato a la oficina de la comisión interna para
saber qué sucedía. Me respondieron que al final de la mañana algunos obreros habían
manifestado la intención de salir del establecimiento y dirigirse a la ciudad para manifestarse
en contra del Tratado del Atlántico y que ningún miembro de la misma comisión había tomado
la iniciativa […]
Mi inmediata preocupación fue la de que los puntos vitales de la fábrica no quedaran
abandonados; y, de hecho, coadyuvé personalmente para esos efectos al ingeniero Bozzolino,
jefe de servicio de las acerías, para hacer que determinados obreros que trabajan en los hornos
regresaran a su lugar de trabajo.
Poco después, acompañado por otro miembro de la comisión interna –precisamente del
compañero Bertini Ivo–, fui al departamento de los gasógenos, y constaté que los obreros
estuvieran en su lugar de trabajo; por lo tanto, me dirigí donde el señor Santi, jefe del
departamento de gasógenos, el cual me aseguró que los obreros de su sección permanecían en
su lugar de trabajo.
Obviamente, Menichetti no está en el lugar de los hechos en el momento del asesinato de
Trastulli: cuando llega a la puerta de la fábrica (“después de haber invitado a los obreros que
se encontraban en la portería que entraran”) la masa ya está entrando, por el rechazo a los
disparos y a los gases lacrimógenos.
3. El trabajo simbólico colectivo
Ahora podemos pasar a examinar las fuentes orales, partiendo de las que fueron hechas por
los cuadros de las organizaciones obreras, que parecen presentar una mayor carga de
fiabilidad y veracidad,
Ambrogio Filipponi: el ataque, las acciones de la policía antidisturbios, que estaba
organizando Scelba [Mario, Ministro de Asuntos Interiores], quien disfrutaba el hecho de

8
Bruno Zenoni (1908), barbero, partisano, dirigente del ANPI, exmiembro de la Secretaría Provincial del PCI,
Terni, 6.7.1979.
haber descubierto esta posición de privilegio al estar encima del jeep, el cual se encontraba
más arriba que las cabezas de los obreros –gran descubrimiento científico de Scelba– y que,
por tanto, podía fácilmente golpear las cabezas de los obreros. Los enfrentamientos en Terni
eran frecuentes y furiosos. Lo recuerdo porque participé en ellos. Creo que nunca falté a
ninguno de estos enfrentamientos. […] en los disturbios posteriores en Terni hubo tiroteos,
como el caso de Trastulli, de Luigi Trastulli y de otros heridos sucesivamente.
Alessandro Portelli: ¿cuándo fue lo de Trastulli?
Filipponi: Fue en el 49, el 17 marzo.
Portelli: ¿y…, como sucedió?
Filipponi: y…, se trataba, se manifestaba en contra del Tratado del Atlántico. Los obreros
salieron de la fábrica para participar de una manifestación, una asamblea que se iba a celebrar
[…]
Portelli: ¿No tenían carteles, los obreros, para la asamblea?
Filipponi: yo no recuerdo que llevaran carteles. Yo me encontraba en la escuela en aquel
momento. Y se supo, llegó la noticia, que se había producido un tiroteo, salí inmediatamente
de la escuela, la manifestación aún descendía diseminada. Los camiones iban de allá para acá,
y luego se supo de la muerte de Trastulli y de que habían herido a otra cantidad de obreros.
[entrevista citada]
Este testimonio se atiene escrupulosamente a la versión dada en el tribunal, de la
manifestación espontánea (niega, por ejemplo, la presencia de carteles). Por el contrario,
Álvaro Valsenti, otro cuadro del partido, habla en términos de una iniciativa organizada,
vinculándola más a la campaña nacional por la paz que a la situación local de tensión entre
obreros y policías a la cual se refiere Filipponi:
La manifestación tuvo lugar, por aquellos días se discutía en el parlamento la adhesión de Italia
al Tratado del Atlántico. En aquel momento existían en toda Italia el movimiento democrático
por la paz, de los cuales existían comités por la paz en cada fábrica y barrio, a nivel provincial,
etcétera. Organizaron manifestaciones de protesta en todo el territorio nacional. También en
Terni en aquella ocasión el comité por la paz de la fábrica, de todas las fábricas de Terni,
etcétera, habían convocado a una jornada de protesta, con huelgas y manifestaciones. Entonces,
mientras los obreros salían de la fábrica, de la acería y de las otras fábricas, la acería… a la
altura de la puerta cerca al estadio, es decir a doscientos o trecientos metros de la salida de la
fábrica, un despliegue de la policía intentaba bloquear la calle. Fue un intercambio, una
confusión, etcétera; después, en algún momento comenzaron a disparar. Esta es la historia de
la muerte de Trastulli y de las heridas de Crostella y de Dionisi; esto ocurrió en aquella ocasión.
Después hubo más heridos, porque también hubo contactos, diría yo, entre policías y obreros,
con lanzamientos de objetos y tratando de defenderse, etcétera.9
A medida que nos acercamos a los testimonios de militantes y trabajadores de base, el relato
parece ir subiendo de nivel; en relación al tono, adquiere una cadencia épica, que se va
enriqueciendo de materiales imaginarios y que, aun a treinta años de distancia, se sigue
inflando de rabia como si los hechos hubiesen ocurrido hace poco tiempo:
Rocco Bianchi:10 Porque, verás, Scelba, “el poli” llenó a Terni de antidisturbios, toda la
escoria, puros exconvictos de la cárcel, a todas las bandas de Calabria, y de Sicilia las
reclutaron. Y llenó a Terni de “polis”. Llegaban en camiones y en trenes a todas horas, y cada
habitante de Terni tenía a cuatro de esos secuaces pisándole los talones. Los antidisturbios

9
Álvaro Valsenti, exobrero, asesor comunal, entrevistado por Valentino Paparelli, Terni, 1.4.1974.
10
“Rocco Bianchi” (pseudónimo), 50 años, exobrero de los talleres Bosco, despedido en 1951; inmigró a Terni
desde Abruzzo poco después de la guerra, Terni 4.1.1976.
eran espías de la comisaria, etcétera. Terni era llamada la segunda Stalingrado. Estos recorrían
la ciudad en camionetas, con metralletas, porras y otras armas […] los obreros al ver estos
camiones que recorrían de arriba abajo la calle Brin, mirando cómo hacían rondas por las
plazas de Terni, sabe, gente pagada por los mismos trabajadores, una policía inventada por
Scelba, se fueron exasperando. […] parece ser que, de alguna parte, de los barrios lejanos,
hicieron estallar una botella, algún obrero lanzó una botella.
Alessandro Portelli: ¿Desde el quiosco?
Bianchi: Sí, el quiosco ya estaba. Era diferente, pero ya estaba. Una botella fue lanzada contra
las ruedas de la camioneta, una botella de cerveza, o una botella de gaseosa, de Coca Cola,
vacía. Y estos, que no son más que carne de cañón, con las armas en la mano disparan y matan
a Trastulli.

El uso del presente histórico, introducido en la última frase citada (y que ya habíamos
señalado en el relato de Pavolini en el diario L’Unità), es un indicador de la tendencia a la
épica. Se observa incluso en otro testimonio, caracterizado por el uso de esta forma verbal,
así como de la articulación de una rítmica particularmente solemne:

Ivano Sabatini11

He aquí
Cuando salíamos de la fábrica
Nos encontramos de frente
Seis siete camiones antidisturbios
Y una de estas camionetas se dirigía en contra de los obreros
De una forma bestial.
Algunos obreros
Lograron esquivar
La trayectoria de esta camioneta,
Pero el compañero Luigi Trastulli
Se trepaba a un muro
Y una ráfaga de disparos
Lo dejó helado.
Y vimos a Luigi Trastulli
Resbalar su mano por el margen del muro
Mientras otro
Quizás el más humano
De los antidisturbios
Bajaba el arma.
Pero Luigi Trastulli
Cayó al suelo
Y fue herido de muerte

El episodio (completamente imaginario) del antidisturbios que baja el arma nos llega
magnificado en una dimensión casi cinematográfica (y acompañado de la idea de que
Trastulli fue asesinado directamente desde la camioneta) en el relato de uno de los más
grandes narradores populares entre los obreros de Terni, Dante Bartolini:

11
Ivano Sabatini (1928), pensionado por invalidez, exobrero, Vallecaprina (Tr), 26.12.1976, entrevistado por
V. Paparelli.
De Trastulli te cuento. Bajábamos todos de la fábrica a protestar en contra de la guerra, ¿no?
En contra del Tratado del Atlántico. Y entonces, ahí estaba Scelba, y justo ahí, estimado
amigo, las camionetas empezaron a atacar a los obreros, aquí, mire donde está la cruz, la vio,
fue donde lo mataron, justo ahí en la acería, en la puerta, o un poco más arriba. Y él cuando
se acababa de caer fue y lo atacó con la camioneta, lo dejó hecho una “pizza”. Lo arrolló.
Alessandro Portelli: ¿Qué hicieron los obreros después de esto?
Bartolini: Bueno, los obreros hicieron huelga, no podían hacer nada más. Nosotros nos
fuimos a los golpes en la plaza. Con la policía. A ladrillazo limpio. Había un policía que
estaba allí, y [un obrero] un jovencito de bigotes, tenía unos veinticinco años –Tarzán le
llamaban–. Si te agarraba ese hombre, ¿no te imaginás a dónde te podía lanzar? A veinte
metros. Saltó sobre la camioneta, y a cada uno de los antidisturbios que agarraba lo lanzaba
a la mitad de la plaza. Después a uno, le agarró el mosquete, y le dio un golpe en la cabeza,
le cogió el casco e hizo un ruido extraño –como así, brrr– y luego agarró la camioneta, la
empujó y la lanzó allá.
Portelli: Esas sí que eran agitaciones, ¿eh?
Bartolini: ¿Agitaciones? ¿Estás loco? El pueblo cuando ve que todo pasa de esa manera, todos
encima, no. Nadie se podía escapar, ni siquiera ellos, el ejército. Habían movilizado al
ejército, los habían hecho apuntar con los mosquetes; cuando les dijeron “fuego”, botaron los
fusiles al suelo, no. Fue una bella demostración esa. “Fuego” dijeron. Y brrrm, los fusiles. Al
suelo.12

El relato de Dante Bartolini contiene, en la plenitud de su función simbólica, tres de los


motivos legendarios y más significativos que recorren los relatos orales: la negativa a
disparar, el muro y la camioneta. El motivo de negarse a disparar, presente en el testimonio
de Sabatini, es retomado incluso en un discurso pronunciado en el Parlamento por Tito Oro
Nobili; según este, en el momento en que uno de los antidisturbios se disponía a disparar
desde un nido de metralleta ubicado en una ventana del cuartel al inicio de la calle Brin, la
multitud aterrorizada vio que uno de sus colegas lo agarraba y lo detenía. 13 De otro lado, el
relato de Bartolini condensa otros dos episodios que la memoria obrera de Terni ubica entre
1949 y 1950. Según Raul Crostella (uno de los heridos en el episodio de Trastulli), un pelotón
del ejército, llamado para apoyar a los antidisturbios durante una manifestación, bloqueó la
calle frente a la [pastelería] Pazzaglia. Cuando el comandante de los antidisturbios ordenó
abrir fuego, según este relato, el oficial del ejército dijo que ellos estaban ahí únicamente para
mantener el orden: “y formó a los soldados para que le hicieran frente a los antidisturbios.
En tres filas. Y aquello fue una escena increíble, las mujeres abrazaban a los soldados, ‘viva
el ejército…’, y la policía se regresó melancólicamente al cuartel”.14

La memoria obrera establece una especie de gradación entre las fuerzas represivas del Estado:
los peores serían los carabineros, seguidos de la policía, mientras que el ejército (compuesto
por reclutas) –vale la pena aclarar que muchos de los obreros narradores fueron parte de este,
principalmente en la guerra– sería el cuerpo menos dispuesto a agredir a los obreros. Existe,

12
Dante Bartolini (1909), exobrero, despedido en 1952 de las acerías, comandante partisano, Castel di Lago
(Tr), 29.4.1973. El episodio del casco es también la amplificación de un suceso efectivamente ocurrido; véase
el testimonio del agente Angelo Branca: “yo estaba sobre un jeep. El casco me lo quitaron de un golpe con un
cartel que habían hecho de lámina sostenido por un palo […] los exaltados nos agredieron en el auto”.
13
Tito Oro Nobili, discurso parlamentario del 2 de abril de 1949, en Francesco Bogliari, Tito Oro Nobili,
Perugia, Quaderni Regione dell’Umbria, 1977, pp. 219-28.
14
Raúl Crostella (1926), obrero, Terni, 14.12.1983.
por tanto, en el relato imaginario de Bartolini una intención implícita de contraponer a los
antidisturbios de Scelba con una “parte sana” y popular de las instituciones –en esta
confrontación se puede, de hecho, ejercitar una hegemonía obrera que los ubica por fuera del
control de los oficiales–.

La contraposición antidisturbios-ejército es acentuada por el papel atribuido en todos los


testimonios a las camionetas: estas, de hecho, son el símbolo del brazo represivo del Estado
demócrata-cristiano. De testimonio en testimonio, vemos cómo su papel se va inflando: en
el artículo de L’Unità ya existe una imprecisión que apunta en esta dirección, cuando hace
referencia a la torcedura sufrida por el obrero Scatolini, embestido por la maniobra del jeep,
el cual le provocó una fractura. Poco a poco, los jeeps van asumiendo un rol cada vez más
central, desplazándose desde Scatolini a Trastulli: a este último le dispararon, según algunos,
cuando trataba de huir de la embestida; incluso en el relato de Bartolini, Trastulli fue
aplastado por la misma camioneta. De esta manera se subraya el carácter político del
asesinato, haciendo mucho más directo el vínculo entre la víctima y el símbolo del poder
demócrata-cristiano.

Por otra parte, en su intervención en el Parlamento, Tito Oro Nobili describe en dos ocasiones
la acción del jeep como “casi anglosajón” haciendo una probable alusión al hecho de que los
jeeps fueron introducidos en Italia por los Aliados y que, por tanto, eran un símbolo del
dominio americano ratificado con el Tratado del Atlántico, al cual los socialistas se oponían.
Incluso, con respecto a los antidisturbios, Nobili se preguntaba si realmente esta era una
institución italiana o más bien algo que fue “organizado e impuesto por los vencedores”.

Finalmente, el muro está presente con un papel también importante en numerosos relatos.
Por ejemplo:

Amerigo Matteucci:15… Este muchacho, veintiún años, fue abatido por una ráfaga de
metralla, ráfaga que abatió todo el muro.
Trento Pitotti: Si miras allá, el muro, verás los veinte proyectiles.
Matteucci: … esta ráfaga de metralleta, fue una fortuna que solamente saltó el. Él saltó el
muro, porque no podías escapar por las puertas, las puertas estaban bloqueadas por la policía.
Pitotti: Sabes qué muro, de qué manera, él saltaba…

La imagen de Luigi Trastulli asesinado por la camioneta o por los disparos, recostado en el
muro, tiene sus raíces en la iconografía religiosa del martirio, de la crucifixión. En este
sentido, también la figura del antidisturbios que baja el arma es una variante del personaje,
presente en los relatos populares de la crucifixión, del centurión que ofrece una bebida a
Jesús en la cruz.

Es probable que la voluntad de responder a esta construcción mitológica iniciada


inmediatamente después de los hechos explique la existencia de versiones que tienden a
desmitificar el acontecimiento a través de un “redimensionamiento” político de la víctima.
Ejemplo de ello son los dos relatos a los que hace referencia Lucilla Galeazzi, que son

15
Amerigo Matteucci (1923), obrero de la construcción, alcalde de Polino (Tr) y Trento Pitotti (cfr. nota 6),
entrevista hecha durante un viaje en tren de Terni a Parma, 14.12.1974.
interesantes porque vuelve a aparecer, aunque con un significado diferente, el motivo del
muro:
De estas dos versiones, la primera creo que es la más creíble porque me la contó alguien que
lo vivió, que es mi tío. La segunda no sé, absolutamente, si es creíble y tampoco sé quién la
haya contado. La primera versión la contó mi tío y decía que ellos salían de la fábrica, porque
querían ir a la manifestación de la OTAN. Pero también había personas que salían, no para ir
a la manifestación, gente que salía para irse a sus casas. En un momento dado, llegó la policía
para contener la tentativa de protesta y empezó a hacer una ronda con los jeeps. Y empezaron
a dispararle a la gente. Y Trastulli que quería protegerse, quería huir porque se sentía apuntado,
intentó treparse al muro para saltar sobre las cornisas de la acería y lo dejaron frío mientras lo
hacía. La otra versión, que me la dio un profesor de filosofía cuando yo estaba haciendo el
cuarto curso de formación magistral, es decir en 1968. Él decía que Trastulli no era de ninguna
manera un militante comunista, que incluso era demócrata-cristiano o por lo menos
simpatizante, de cualquier manera, este no tenía el carnet del partido comunista en el bolsillo,
seguramente, él estaba saltando el muro de la acería porque no quería ir a la manifestación, o
sea evitar, no lo sé, los piquetes, cosas por el estilo. Salta el muro y lo asesinan. E
inmediatamente se convirtió en un mártir comunista, aunque según él, este no era comunista ni
siquiera.16

También Giuseppe Laureti afirma que tal vez Trastulli era uno de los tantos que “seguía la
corriente”. No obstante, no hay duda de que estaba inscrito en el Partido Comunista; su
esposa apareció junto a Palmiro Togliatti en al menos una ocasión después de su muerte.

Sin embargo, Tito Oro Nobili, socialista, reiteró en su discurso en el Senado que Trastulli se
dedicaba solo a su familia y al trabajo, y que no podía soportar el hecho de estar alejado de
su casa; por lo tanto, era uno de los obreros que había expresado la intención de irse a su casa
y no participar en la manifestación. De este modo, el socialista Tito Oro Nobili, por un lado,
le confiere a la víctima un aura de “inocencia” y, por el otro, trata de quitarles a los
comunistas su mártir simbólico. Tal vez el profesor de Lucilla Galeazzi, en una época de
profunda desacralización como el 68, haya tenido una intención análoga. Queda, sin
embargo, el hecho de que al menos dos de los desmitificadores –el tío de Lucilla Galeazzi y
Menotti Zocchi–17 eran militantes del Partido Comunista.

4. Desplazamiento y condensación

El fenómeno más destacable en la memoria colectiva del asesinato de Trastulli no tiene tanto
que ver con la dinámica de los hechos, sino con el desplazamiento cronológico y contextual
del acontecimiento. Una parte significativa de los narradores lo identifica con los despidos
de 1952 y 1953, después de los cuales se siguieron varios días de enfrentamientos en las
calles y barricadas, con tiroteos (sin víctimas o heridos de gravedad) de la policía. Es un
“error” tan difundido que ha terminado incluso por infiltrarse en un libro minucioso y
documentado como es el de Federico Butera sobre las acerías de Terni:

16
Lucilla Galeazzi (1952), música, hija de un obrero despedido en 1953, Roma, 6.6.1979.
17
Menotti Zocchi, obrero de Polymer, Collescipoli (Tr), 29.12.1982.
Entre 1946 y 1953 el sector siderúrgico retiró a 3500 trabajadores; 2000 son despedidos entre
el 52 y el 53.
La respuesta se concretiza en una fuerte movilización con enfrentamientos políticos y de
calle, en los cuales fue asesinado un obrero.18

La fuente de este error se encuentra, evidentemente, en el hecho de que este libro utiliza
información suministrada por los obreros, que tienden en su mayoría a fundir los dos
episodios principales de la historia de clases de Terni en la posguerra. El mejor ejemplo de
esta síntesis, así como una muestra notable de la narrativa obrera, es el relato de Amerigo
Matteucci:

Bueno, el hecho de Trastulli. Yo me encontraba en Terni por razones políticas, siempre puesto
en el medio. La cuestión de Terni eran los famosos despidos. También allí se habló de los
despidos para reestructurar la fábrica. Y se empezó a decirle a la gente que se iban a despedir
a 200, y después a 2000. Y los obreros se comenzaron a alarmar. En ese momento, gran parte
de la lucha política se hacía porque estábamos afiliados al partido, porque habíamos salido hace
poco de la guerra. Había una reivindicación entre las partes, de hecho, justamente ese
enfrentamiento era vital. También escuchabas que muchos decían que era justo que hubiera
despidos: esta gente estaba del lado de los patrones. Gente infiltrada dentro de la fábrica;
estaban adentro para contaminar el ambiente: “pero tú no te debes preocupar si te despiden,
serás readmitido dentro de poco tiempo porque la fábrica se va ampliar…”. Pero ya sabes, los
obreros de Terni siempre han tenido conciencia política, la gran mayoría, y se alarmaron, tanto
es así que empezaron las grandes huelgas […] en aquel tiempo la policía era obstinada, era la
sierva de los patrones, dependía de los patrones. Pienso que, si el patrón de la fábrica hubiera
llamado directamente a un grupo de policías sin el consentimiento del comisario, ellos habrían
venido igual.
Prácticamente, cuando se ha hablado de esta huelga, de esta gran huelga, lo recuerdas, ¿no?,
en Terni se vivieron horas dramáticas. Los comerciantes bajaron las persianas, aunque ellos no
fueran llamados a la lucha: porque no era que los obreros iban y le decían al comerciante
“cierra”, no. Pero ellos hacían este razonamiento: “dos mil setecientos obreros despedidos:
¿nuestra economía para dónde va?, ¿nosotros qué vamos a comer?”. En fin, fue por este
resentimiento que cerraron todo, bloquearon todo. Cuando los obreros salieron de la fábrica,
salieron escalonados, porque afuera estaban las camionetas de la policía. Hoy en día las cosas
no son así. Pero en la calle Brin, la tienes presente: en la puerta Valnerina había un grupo de
camionetas, los policías con las porras en las manos y si tú caminabas por tu cuenta por la
acera, uno de estos llegaba y te pegaba un porrazo que te rompía la oreja. Y luego te preguntaba
“¿qué haces en la calle?”. Salí como salían los demás obreros, exasperados por el miedo de
perder el trabajo, pero con cierta disciplina, pensaban ir a la manifestación: porque los obreros
estaban convencidos de ir a la manifestación con el discurso que se hacía en la plaza, para
mostrar lo que estaba pasando, para enseñarle a la opinión pública lo que estaba sucediendo.
Por el contrario, las cosas fueron diferentes. Salió un grupo, dos, tres grupos, y en algún
momento comenzó el tiroteo. Sucedió el tiroteo mientras escapaba este desgraciado muchacho,
veintiún años, y fue segado por una ráfaga de metralla que también segó el muro… que por
fortuna él fue el único que saltó, porque no te dejaban escapar por la puerta, las puertas estaban

18
Federico Butera, Lavoro umano e prodotto tecnico. Una ricerca sulle acciaierie di Terni (en colaboración
con Rita D’Andrea), Torino, Einaudi, 1979, p. 49. En otras partes (p. 43) se lee: “estos despidos, de hecho,
acaban con los cuadros más politizados […] huelgas memorables, violencia en las calles, un obrero asesinado,
no impiden que la clase obrera […] sea abatida”.
bloqueadas por la policía… y estos dispararon. Afortunadamente fue solo él, porque hubieran
podido matar a veinte, treinta personas… no sé qué habría sucedido. Pero fue un arma de doble
filo, porque vimos la sangre, la sangre. En Terni hombres como nosotros, como otras personas
más, gritaron “¡mataron a los obreros!”, cuando escucharon los disparos –todavía vivo el eco
de los disparos de la guerra, porque Terni fue muy martirizada por los bombardeos– la gente
no aguantó más. Desde las ventanas, había quienes lanzaban –incluso las mujeres– platos y
sartenes cuando pasaban las camionetas de la policía. Digo, aquello parecía el día del juicio
final. Cuando marchábamos por la calle Brin para ir hacia la plaza, esto era cosa del otro
mundo: la gente por calle Tacito, la nueva vía de la calle Tacito que también conduce a la plaza,
cientos de personas en los techos, listas a lanzarles tejas a la policía… era una cosa tremenda,
una cosa terrible: bombas de agua, maderas para hacer las barricadas porque decían que de
Roma venían los refuerzos, madera sacada de las construcciones puestas allí para no dejarlos
pasar… en fin, fue un momento de… esta lucha se llevó a cabo y se consiguió. Pero se
consiguió mediante negociaciones. Esa es la realidad. Porque entiéndeme, para lograr esta
lucha debía estallar la revolución.19

La ubicación de la muerte de Trastulli en el contexto de los despidos se repite en muchos


otros narradores: “fue por los 2000 [despidos], cuando cargaron los antidisturbios, mataron
a uno” (Laureti); “Trastulli fue el día de la huelga, por los despidos” (Zocchi). 20
Naturalmente, en varias ocasiones les señalé a los entrevistados que estaban equivocados;
pero seguían hablando sin alterarse mínimamente, continuaban el relato como si nada hubiera
pasado:

Rocco Bianchi: Fue el despido de 2000, 2500. Los obreros tenían que ser despedidos.
Valentino Paparelli: Pero el hecho de Trastulli ¿no fue en el 49?
Rocco Bianchi: El hecho, las cifras no las recuerdo, pero fueron dos grupos de despedidos,
primero ochocientos y después dos mil quinientos, dos mil setecientos.
Alessandro Portelli: Él dice que a Trastulli lo asesinaron durante las huelgas de la OTAN, no
por los despidos.
Rocco Binchi: No estoy seguro, no puedo decirlo. Sé que había huelgas, los obreros estaba
allí, yo estaba en medio de ellos.
Portelli: Cuando Trastulli fue asesinado, ¿por qué razón estaban manifestando?
Antonina Colombi:21 Era por los despidos en la acería. Bajaban por la calle Brin, los obreros
habían salido en huelga porque habían despedido a 600, eran los primeros, me parecen que
eran 600. Luego despidieron a 2000. Creo que fue la vez de los 600. Después de un tiempo,
tiempo para que se calmaran las aguas, despidieron a los otros, en el 52-53. Fue justo antes,
cuando despidieron a los 600; los primeros despidos fueron tres años antes. Era por aquella
época entre el 50 y el 53.
Portelli: Creo que fue diferente, la historia de Trastulli fue en el 49, por la paz.
Colombi: Todos salían de la acería, porque en la calle Brin ya se había desatado todo este
asunto. Entonces dispararon a la gente. Pero, si yo hago una manifestación por la paz, ¿me

19
Una parte de la grabación de esta entrevista, de la cual surge el notable estilo de Matteucci como narrador
oral, se puede escuchar en el disco La Valnerina Ternana. Un’esperienza di ricerca-intervento, a cargo de
Valentino Paparelli y Alessandro Portelli, I Dischi del Sole, DS 532/34.
20
Giuseppe Laureti, artesano, obrero de las acerías, Terni, 16.9.1980.
21
Antonina Colombi (1913), exobrera, Terni, 26.6.1979. En la misma ocasión, la cuñada y el sobrino de la
entrevistada dieron la misma versión de los hechos. Los esposos de ambas mujeres habían sido despedidos en
1953.
matan? Tal como está pasando ahora, que mataron a un montón de gente, leí el otro día, que
estaban haciendo una manifestación pacifista.

Como hemos visto, todos los narradores le confieren una enorme importancia al episodio;
sin embargo, saber que lo recuerdan de forma imprecisa los deja sustancialmente
indiferentes. Existe una sola manera de explicarlo: el significado del acontecimiento tiene
relativamente poco que ver con las circunstancias exactas en las cuales tuvo lugar, que haya
sido asesinado por la paz o por los despidos. Trastulli sigue siendo una víctima de la violencia
antiobrera y de clase: su muerte es la culminación de años de violencia constante y difusa por
parte del Estado y de los patrones. Aunque la historiografía considera este período como una
secuencia de eventos discretos, los obreros lo recuerdan (y lo vivieron) como una sola lucha,
sin solución de continuidad.

Además, este papel simbólico del mártir impone circunstancias adecuadas y una causa
adecuada (tanto en el sentido de “motivo” como en el de la “causa eficiente”). Una muerte
importante como la de Trastulli no puede ser un hecho accidental ocurrido en un
enfrentamiento de poca monta, en una manifestación política de rutina: debe ser precedida y
continuada por hechos de similar importancia. Un primer paso en esta dirección es la
insistencia en el hecho de que se trató de un homicidio intencional: según L'Unità, “la policía
disparó ráfagas de metralla a la altura de los hombres”; según Bruno Zenoni, “lo hicieron de
forma metódica, no sucedió por casualidad”. Ahora bien, los despidos y las barricadas
constituyen precisamente el contexto “adecuado” para imprimirle dramatismo al
acontecimiento; de manera complementaria, situar en este contexto el asesinato de Trastulli
confiere a las luchas de 1953 la fuerza necesaria para que el relato se perciba como completo
y satisfactorio.22

El concepto de causa adecuada también es pertinente en otro sentido. La batalla en contra de


la entrada de Italia a la OTAN, y luego por la salida del Tratado del Atlántico, pertenece a
otra época de la historia del Partido Comunista. En la actualidad [años 70], desde la cúpula
del partido llegan directrices que defienden a la OTAN como un “instrumento de paz”, por
lo que llega a ser casi insensato hacerse matar por oponérsele. Con mayor razón si es verdad,
tal como se ha afirmado, que la OTAN constituye una garantía para el desarrollo del
socialismo en Italia; quiere decir que en aquel momento quienes defendían la causa de la paz
y del socialismo no eran los obreros, sino los antidisturbios. Aunque, marginalmente, el deseo
de evitar esta contradicción pudo haber alentado el desplazamiento del episodio a un contexto
como la lucha por la defensa del lugar de trabajo, que puede ser todavía considerada como
una “causa” aceptable.

5. Una cuenta pendiente

Poco después de los hechos, un obrero de los talleres Bosco, Sante Carboni, compuso una
canción acerca del asesinato de Trastulli. En una de sus estrofas hay otro motivo, más
profundo y escondido, del desplazamiento que el acontecimiento sufre en la memoria
colectiva:

22
Sobre el concepto de “causación adecuada” y “causación accidental”, cfr. Max Weber, Il metodo delle scienze
storico-sociali, Milano, Mondadori, 1974, pp. 207-38.
Oh joven esposa
A ti y a tu niño
Juramos que el asesino
No morirá en su lecho23

El asesinato de Trastulli abre una cuenta que quedó pendiente por cuatro años. La clase obrera
de Terni venía de la experiencia de la guerra partisana; apenas un año atrás había respondido
de manera militante al atentado a Togliatti. No acobardarse frente a las agresiones de la
policía constituye un factor importante de la identidad colectiva: “porque nosotros, después
de haber llevado a cabo algunas luchas, bajamos a la plaza, y tuvimos luchas de cierta
importancia” (Antonio Antonelli);24 “nos fuimos a los golpes, sabes, nosotros en la plaza”
(Dante Bartolini); “creo que nunca falté a ninguno de estos enfrentamientos” (Ambrogio
Filipponi). La correlación y la simetría entre la ofensa de la policía y la respuesta popular
constituye un código colectivo de comportamiento que recorre en forma análoga a muchos
de los testimonios: “el pueblo cuando ve que todo pasa de esa manera, todos encima”
(Bartolini); “el obrero, que ve a toda esta gente… se exaspera” (“Rocco Bianchi”); “cuando
se vio la sangre y cuando por Terni […] gritaron ¡mataron a los obreros! […] la gente no
aguantó más” (Amerigo Matteucci).

La ofensa sufrida plantea de inmediato el problema de la venganza. También lo encontramos


en las actas del proceso, donde un testigo de la acusación, Francesco Ciuffoletti, afirma:
Me dijeron poco después de los incidentes conocidos, que el comunista Menichetti –secretario
de las comisiones internas de las acerías– arengó a los obreros dando un discurso muy violento
que tenía por argumento el odio y la intención de venganza en contra de la policía, en contra
del gobierno y en contra de los partidos que lo rodeaban. De la masa asistente, pocos
aplaudieron sus palabras.

Por supuesto, Menichetti lo niega:


… descarto el hecho de haber incitado a la violencia a los obreros. De hecho, me dirigí a ellos
invitándolos a salir de manera separada para que se fueran a sus casas, con la esperanza de que
la policía no los molestara.

De tono opuesto es la acción que Bruno Zenoni recuerda haber desarrollado inmediatamente
después del hecho, con la evidente intención de asegurarse de que la cosa no terminara ahí:
“Estaban estos compañeros, exponentes del sindicato, del partido en realidad, como tenía que
haber una reunión en el Politeama, debíamos salir los obreros para una reunión al Politeama,
yo insistí para que bajaran. Pasamos por dentro de la acería, saltando el muro desde otra parte,
pasando el río hacia Campomicciolo. Especialmente los de Marmore y de Campomicciolo
me siguieron y lo hicieron. Después cuando llegamos al Politeama, el Politeama había sido
bloqueado, había poca gente, mientras tanto los dirigentes del partido y los de los sindicatos
estaban discutiendo en la prefectura...”.

23
Cantada por Iole Peri, ama de casa, Terni, 1.4.1974, grabada por Valentino Paparelli.
24
Antonio Antonelli (1925), obrero despedido en el 53, contratista de construcción, Castiglioni (fraz. Arrone,
Tr), 7.7.1973.
La voluntad obrera de hacerle un seguimiento al episodio también se manifiesta en otra
acción, recordada por Remo Righetti, que fue el motivo de un conflicto entre la
administración municipal de izquierda y la prefectura: “el día siguiente los obreros fijaron
sobre la placa de la avenida Benedetto Brin una matrícula de papel que decía ‘avenida Luigi
Trastulli’. El mismo día o la mañana después, no recuerdo con exactitud, el prefecto mandó
un fonograma al municipio de Terni con instrucciones para que la guardia urbana quitara
aquella placa que los obreros habían puesto encima… yo como comisionado de la policía
municipal estaba reemplazando al alcalde Michiorri, que no se encontraba en Terni… ‘Le
dices al prefecto que puesto como fue la policía la que disparó en la calle Brin, que levanten
ellos el manifiesto si es que les molesta. Finalmente fue él el quien mandó a la policía a
disparar, entonces que mandé él a la policía’”.25

La matrícula de papel en la calle expresa, simbólicamente, la necesidad obrera de tener


abierta la cuestión de Trastulli y en todo caso garantizar su recuerdo. Por tanto, hubiese sido
pronunciado o no el discurso de Menichetti sobre la venganza, el texto mismo de la canción
demuestra que en el orden del día estaba la necesidad de impedir que el delito quedara
impune. Por otra parte, las organizaciones obreras llevaron a cabo una investigación para
averiguar cuál de los antidisturbios fue el que disparó a Trastulli, pero no obtuvieron
resultados concretos: “Dicen, de hecho, el nombre de uno que comandaba el pelotón, pero
no se consiguió más…” (Zenoni). Pero, aunque se hubiera identificado y detenido al culpable,
lo que la dignidad herida de los obreros de Terni reclamaba era algo distinto, más inmediato
y directo.

Alessandro Portelli: Después de que lo hirieron, ¿qué sucedió?


Calfiero Canali: ¡Nada! No sucedió nada. No sucedió nada porque… no sé por qué. Yo no
sé por qué. Porque el pueblo, los obreros habrían estado dispuestos a hacer cualquier cosa,
pero nos frenaron a todos los dirigentes. Cuando pasó lo de Togliatti; el atentado a Togliatti,
parecía que desde la base iba a estallar la revolución; por el contrario, no se hizo nada porque
¿qué podías hacer en aquel tiempo? No se podía hacer nada, porque nos inflaban como gaitas
[…] y tú con todo ese ácido en el cuerpo, ¡con todo ese odio!26

La rabia con la que los trabajadores, a treinta años de distancia, repiten por tres veces que no
hicieron “¡nada!” después de la muerte de Trastulli es simétrica a la satisfacción con la cual
las fuentes patronales confirman la misma observación: “la calma inmediatamente fue
restablecida y no fue turbada de nuevo” escribió el magistrado; y Il Messaggero hizo eco: “a
la tarde la calma retornaba a la ciudad”.

Fue una calma impuesta, producto de relaciones de fuerza, como justamente nos lo hace notar
Canali y como lo confirma Filipponi:

Alessandro Portelli: ¿Qué respuesta hubo por parte de los obreros?


Ambrogio Filipponi: Por parte de los obreros, recuerdo que la respuesta fue la de proceder
por las vías de hecho. Y en el funeral de Trastulli, si bien había miedo, se sentía terror porque
se veían sobresalir por las torretas del edificio del gobierno las metralletas. El funeral pasó

25
Remo Righetti (1901), obrero, dirigente de la ANPI, Terni, 12.9.1979.
26
Calfiero Canali (1916), comerciante, obrero despedido en 1953, Terni, 1.5.1979.
por la calle Tacito, ese día llovía. Al funeral fue una masa desbordante de ciudadanos que nos
acompañaron. Por parte de la masa hubo una reacción inteligente, aunque bastante intensa.
Portelli: Es decir, estaba el deseo de pasar a las vías de hecho, pero no lo hicieron.
Filipponi: No, no, no; no se hizo. Era tanta la rabia de la masa que no se hubiera necesitado
nada para pasar a las vías de hecho, pero, obviamente hubiera habido consecuencias nefastas;
no estábamos en un clima, en un terreno favorable, revolucionario, me parece.

Todos los testimonios confirman la intranquilidad, el fermento y la confusión en la ciudad:


“llegué delante de las puertas de la acería después del hecho, estaban todos los obreros, un
poco deprimidos y abatidos” (Zenoni); “personas que en el hospital venían en tropel a ver los
heridos, grupos de personas que hablaban por las calles se convirtieron en un tropel, ¿te
acuerdas? En el hospital, por todos lados, gente agrupada” (Iole Peri). Entre esta gente
“agrupada”, “abatida” y “desbandada” circulaba un único discurso: “recuerdo a la gente
agolpada alrededor del edificio Mazzancolli donde tenía sede la federación comunista; la
gente, el pueblo entró en el edificio Mazzancolli, el patio estaba lleno, aquel espacio, aquella
plaza llena, la calle Cavour llena, y la gente: “¿Qué hacemos? ¿Qué no hacemos?, ¡no se
puede tolerar esto!”, etcétera” (Filipponi).

No se puede tolerar, pero las relaciones de fuerza (“en aquella época”, “en aquel clima”)
imponen tolerarlo. Es un sapo difícil de tragar para cualquier persona, pero más amargo aún
para quien tiene una tradición combativa en torno a la cual ha construido toda su autoestima.
El asesinato impune y sin respuesta de un compañero no es solo una intolerable violencia
física: es también una humillación, una pérdida de prestigio. De golpe, a menos de cuatro
años de la victoria partisana, los obreros descubren que entre el deseo de acción directa de la
base y el realismo de los dirigentes se encuentran nuevas relaciones de fuerza. En el trascurso
de muy pocos años desde la liberación fueron derrotados, privados del poder y ahora también
humillados. Relata Zenoni: “Y este prefecto, pero el episodio de Trastulli, se había jactado
unos días antes, dijo que a los obreros comunistas de Terni los iba a poner en su sitio, dejaba
tendido a alguno en la calle y de inmediato terminaba con las manifestaciones”.

La memoria colectiva asume la tarea de sanar la herida hecha a la dignidad de la clase obrera
de Terni de dos formas: algunos narradores modifican la secuencia de los hechos con el fin
de producir una reacción obrera inmediata en el lugar de los hechos; otros –y son la mayoría–
desplazan el hecho a un momento posterior, en el cual la reacción efectivamente sí se dio. La
primera estrategia podría también responder a una exigencia defensiva, para demostrar que
el tiroteo se produjo fríamente y que los obreros no habían hecho nada hasta después de los
disparos; pero el modo en que los narradores sobredimensionan los enfrentamientos hace que
una interpretación de este tipo sea contradictoria si se piensa en el ya citado relato de Dante
Bartolini27 o bien en el de Trento Pitotti, tan atento en subrayar el “después”: “Las
camionetas, digo, que estaban en este lado de la calle fueron a parar hasta… ¿sabes, donde
está el viejo campo deportivo? Piensa, todas volcadas en desorden, la volcamos después de
aquella masacre, después de que la policía disparó, matando a Trastulli […] después, las

27
En realidad, Bartolini comparte, de forma embrionaria, ambas estrategias. De hecho, aunque recuerda
correctamente la fecha y las motivaciones del episodio de Trastulli, desplaza los enfrentamientos y el
volcamiento de las camionetas desde la calle Brin a la Plaza, es decir, al lugar en el que se dieron los
enfrentamientos del 53. Los dos episodios se funden, por tanto, en el plano espacial antes que en el temporal.
camionetas, en desorden, las volcamos, ¿me entiendes? Como si hubiese sucedido un
accidente”.

La estrategia dominante prefiere actuar, antes que, sobre la dinámica del acontecimiento,
sobre su ubicación, y desplazarlo a un contexto en el cual la reacción obrera ante la violencia
de los despidos fuese inmediata y durísima. A pesar de que fueron materialmente derrotados,
los obreros de Terni recuerdan todavía los hechos del 53 con orgullo. Las barricadas que
surgieron en aquellos días fueron vistas entonces no solo como una respuesta a los despidos,
sino también a todo lo que había sucedido antes: son un modo de cerrar las cuentas pendientes
(más consigo mismos que con los patrones). También por la impunidad en el asesinato de
Luigi Trastulli, y recuperar, si no el lugar de trabajo, al menos el sentido de la propia dignidad
de clase.

El modo en el que la memoria ha actuado para sanar esta herida emerge de los relatos de los
obreros de la generación siguiente. Carlo Martinelli rememora que el nombre de Trastulli se
repetía en las primeras conversaciones políticas que recuerda haber escuchado en la familia
cuando tenía 12 años –es decir, visto que es de 1940, entre 1952-53–. Mario Vella, quien
entró a la acería en 1954 –a los 17 años–, recuerda que a la salida del turno los obreros más
ancianos le señalaban la corona de flores en el lugar de la muerte de Trastulli y le decían:
“murió también por ti, si tu estas aquí tal vez se lo debas a él”. Por lo tanto, Trastulli era
actual cuatro o cinco años después de su muerte, y su nombre y su historia formaban parte
del proceso de iniciación de las nuevas generaciones en la fábrica. Los obreros más viejos,
afirma Vella, les decían a los obreros “que iban a ser asesinados en las calles por la policía”:
no “que fueron asesinados”, como si aquello estuviera pasando en ese momento. La corona,
la lápida (que tal vez contribuyen a reforzar la figura del muro como lugar de su muerte) y
los artículos frecuentes en las páginas locales de L’Unità favorecieron el hecho de que,
aunque Trastulli no murió en 1953 luchando en contra de los despidos, los obreros de Terni
lo tenían en mente cuando construyeron las barricadas.28

6. La descomposición del tiempo

El desplazamiento cronológico del asesinato de Trastulli depende, finalmente, de los


mecanismos generales del funcionamiento de la memoria, que habría sido demasiado
complejo exponer aquí en un modo más esquemático. Simplificando, podemos decir que para
situar un acontecimiento en el tiempo es necesario que el “continuo” temporal sea
trasformado en un “discreto” subdividido en unidades separadas. El nivel más elemental es,
evidentemente, el de la descomposición horizontal, la periodización que consiste en
individuar los bloques temporales homogéneos (casi siempre marcados por un
acontecimiento clave), respecto a los cuales los acontecimientos se disponen en un “antes” y
un “después” –“antes de la guerra”, “después de los despidos”, “cuando era militar”–. Sin
embargo, también existe una descomposición vertical, que no tiene tanta relación con la
secuencia del tiempo como con la contemporaneidad y que descompone la unidad del tiempo
de una manera similar a como se descompone un fonema en rasgos distintivos o una nota en
armónicas, todos emitidos de modo contemporáneo e inseparables del conjunto, pero

28
Carlo Martinelli (1941), obrero, carta del autor, 1980; Mario Vella, 1938, representante de comercio,
29.4.1984.
lógicamente distintos. Esta subdivisión vertical se organiza alrededor de tres modalidades de
relación con los acontecimientos:

a) La modalidad “ético-política” (la actividad de los grupos dirigentes y de las


instituciones; acontecimientos cuyo alcance trasciende la comunidad).
b) La modalidad “colectiva” (hechos naturales catastróficos o políticos –
bombardeos, huelgas– que involucran al grupo en su conjunto. Y también, por
supuesto, la participación colectiva, de base y de masas, en los hechos “ético-
políticos”, como, por ejemplo, la resistencia obrera al fascismo de Terni).
c) La modalidad “personal” (la esfera individual y familiar –trabajo, matrimonios,
nacimientos, muertes, servicio militar– y el involucramiento personal en los
hechos que tienen relevancia “ético-política” o “colectiva” –el despido o los
arrestos por razones políticas–).

Estas tres modalidades identifican una secuencia de eventos que se superponen, se siguen y
se entrelazan en la memoria individual y colectiva y que luego se vierten en la
descomposición horizontal, ya que cada secuencia, aunque deslizándose
contemporáneamente en las otras, puede ser periodizada en acontecimientos que caen en
momentos diferentes (por el contrario, un mismo acontecimiento –por ejemplo, la guerra–
puede estar relacionado con las tres modalidades y ser un punto de inflexión complejo en la
vida de una persona). Datar un acontecimiento significa no solo referirlo en una periodización
horizontal, sino elegir en qué modalidad situarlo: el tiempo se convierte en una especie de
retícula, donde las modalidades y la periodización influyen unas sobre otras.

Ahora bien, el asesinato de Luigi Trastulli es un acontecimiento problemático desde este


punto de vista. Escapa a la esfera ético-política en cuanto los grupos dirigentes y las
instituciones como tales aparecen escasamente reflejados, y de cualquier manera este no
influyó de ninguna forma en los grupos dirigentes y en las elites, no provocó la caída de las
mayorías, cambios de secretarías o resultados electorales. El único efecto institucional fue
alguna interrogación parlamentaria. En las memorias “ético-políticas” del PCI de la región
de Umbría se habla poco o nada de ello. 29 Escapa también a la modalidad personal (salvo por
los familiares de la víctima y los heridos): no señaló un cambio significativo en la vida de
nadie, no dejó otras huellas en la memoria. También escapó, de manera más sutil, de la
modalidad colectiva. Es evidente que la conciencia colectiva le atribuye una gran
importancia; sin embargo, por un lado, no tuvo el efecto de periodización que tienen, por
ejemplo, los despidos; por otro lado, sobre el plano colectivo su único significado posible es
justamente la desagradable impotencia y la derrota que la memoria colectiva tiende a invertir.
Para confirmar esta dificultad de ubicación se encuentra el hecho de que en ningún caso el
asesinato de Trastulli sirve para ser usado como referencia en la datación de otros
acontecimientos, mientras –como veremos– sí se da en el sentido contrario.

29
Raffaele Rossi habla solo de escapada en su artículo “Storia dell’ultimo trentennio in Umbria: gli anni difficili
1947-53”, en Cronache Umbre, vol. II, nro. 1, 1977, pp. 63-76, y menos aún en su libro Il PCI in una regione
rossa. Intervista sui comunisti umbri, a cargo de Renzo Massarelli, Perugia, Editrice Grafica, s/f. Lo mismo
vale para el volumen I comunisti umbri. Scritti e documenti (1944-1970), Perugia, Edciones de “Cronache
Umbre”, s/f. Sobre el concepto de “storia ético-politica del PCI”, cfr. Cesare Bermani, “Dieci anni di lavoro
con le fonti orali”, en Primo Maggio, nro. 5, 1975, pp. 35-50.
Pero este hecho que parece huir de la organización formal de la memoria ocupa en ella un
incómodo espacio: la memoria social se lo encuentra entre las manos y no sabe qué hacer
con él. Para tenerlo en cuenta, se recurre a una compleja estrategia de desplazamiento
horizontal y vertical.

a) La estrategia del desplazamiento vertical tiende a atraer el evento hacia arriba (la
modalidad ético-política) y hacia abajo (la modalidad personal), alejándolo de la
modalidad colectiva, donde asumiría un significado inquietante. El desplazamiento
hacia la modalidad ético-política es operado, en modo sustancialmente correcto, en
una canción de Dante Bartolini, que escribió después de 1952 y de los despidos, en
la cual el asesinato de Trastulli se vuelve a ligar con una política general de represión
antiobrera llevada a cabo por el Partido Demócrata Cristiano a nivel nacional (se
recuerda cómo Bartolini efectúa la misma operación, sobre el plano simbólico,
haciendo caer a Trastulli bajo las ruedas de una camioneta):

Mataron a Luigi Trastulli


Trabajador joven y fuerte
En la flor de sus años ha encontrado la muerte
Pero no murió el grande ideal.
María Margotti y Giuditta Levato
Fueron asesinadas por los mismos asesinos
Los secuaces del que fuera Mussolini
De quien trabajan no tienen piedad.30

Otros narradores (sobre todo cuadros) subrayan el papel desarrollado en aquellos momentos
por el Partido Comunista y por sus dirigentes: “Recuerdo […] justamente la intervención de
los exponentes políticos de izquierda, con mítines volantes para frenar los ánimos, para tratar
de contener y controlar la situación, que estaba asumiendo por el peligro de un
enfrentamiento” (Filipponi). También la investigación que se llevó a cabo para identificar al
antidisturbios que había disparado entra en esta modalidad:

Portelli: Después del hecho de Trastulli, ¿decías que los compañeros inmediatamente sabían
quién había sido?
Rocco Bianchi: Mira cómo es, allí había gente con cojones. [Alfredo] Filipponi,31 a quien yo
conocía, y nos decía muchísimas cosas. Había otro con unos cojones de acero, que aún vive.
Gildo Bartolucci…
Portelli: ¿Quién llevó adelante las indagaciones?
Rocco Bianchi: No recuerdo bien. Fue el abogado Guidi, fue la federación del partido
comunista, Filipponi...

La necesidad de que un acontecimiento excepcional tenga una respuesta excepcional queda


demostrada por el despliegue de la capacidad dirigente del partido, que en un momento de
derrota demuestra tener todavía “cojones de acero”. Una singular confirmación (desde el
interior de las instituciones) del mismo procedimiento se encuentra en el testimonio de un

30
Grabado en Castel di Lago, 8.4.1972. Grabación efectuada por V. Paparelli el 7 diciembre de 1973, se puede
escuchar en el disco La Valnerina Ternana, óp. cit.
31
Alfredo Filipponi (el padre de Arnaldo Filipponi, quien fue muchas veces mencionado), comandante
partisano, dirigente comunista.
funcionario de la prefectura; aquí un gesto excepcional (e imaginario) atribuido al prefecto
en un momento en que el Estado está acusado de homicidio sirve para salvar la “cara humana”
de las instituciones:

Salvatore Portelli:32 Justamente en el 48 la situación ocupacional, especialmente la de Terni,


estaba en crisis y fue preanunciada, al menos eso es lo que yo recuerdo […], la posibilidad de
los despidos. Las masas obreras se agruparon y bajaron a la plaza, hicieron manifestaciones, y
desgraciadamente, en la intervención de la policía, se dio aquel incidente clamoroso que le
costó la vida a un obrero, Trastulli. Las cosas, después de la muerte de Trastulli, se precipitaron,
y se habían convertido en una gran amenaza. La policía enfrentaba a los obreros, parecía que
el enfrentamiento era inminente. Me parece a mí que, en ese momento, el prefecto –era el
prefecto Mauro, Francesco Mauro– [...] bajó él mismo a la plaza y se puso entre las dos partes,
digamos, entre la policía y los revoltosos, logró calmarlos, y luego dijo: “pero ¿qué queremos
hacer? ¿Queremos que haya una tragedia para ambas partes?”. Y entonces comenzaron los
contactos para que la policía, me parece, se retirara de los cuarteles; por parte de las
organizaciones obreras y sindicales se concedió una tregua a la agitación. Me parece, ahora no
recuerdo bien, pero me parece que los despidos fueron parcialmente suspendidos. Al menos,
eso es lo que recuerdo yo.

b) Una parte considerable de los narradores tienden a desplazar el acontecimiento hacia


abajo, acentuando la propia participación y atrayéndolo de este modo a la modalidad
personal: “¿y no estaba también yo?” (Calfiero Canali), “estaban mis hijas”
(Antonina Colombi), “y bueno, ese es el episodio mío con la cuestión de Trastulli”
(Bruno Zenoni). La acentuación de la modalidad personal se produce mediante el uso
del “punto de vista circunscrito” en el que el narrador no se refiere al hecho en sí, sino
a su percepción del mismo, cómo tuvo conocimiento de él, cómo lo vivió: “cuando
llegó la noticia a la federación…” (Zenoni); “yo estaba en la escuela en aquel
momento” (Ambrogio Filipponi). Algunos relatos de personas que no estaban
presentes en el momento culminante, al referir únicamente la propia visión y además
desde la retaguardia, se asemejan a la descripción que el protagonista de La Cartuja
de Parma de Stendhal hace sobre la batalla de Waterloo.

32
Salvatore Portelli (1913), funcionario de Prefectura (en Terni 1946-1963), Gaeta (Lt), 31.8.1979. No hace
falta subrayar que también este informador condensa el asesinato de Trastulli y los despidos, aunque
manipulando el tiempo de una forma diferente a los demás. Que el episodio referido nunca se haya verificado
es negado por los informadores obreros más confiables: de hecho, como hemos visto, Zenoni atribuye al
prefecto la intención premeditada de dar una lección a los obreros buscando una muerte. En efecto, mucho antes
de la muerte de Trastulli habían aparecido en L’Unità algunos artículos que atribuían al prefecto intenciones
similares: L’Unità en su página local, el 13 y 20 de febrero de 1948. Asimismo, Filipponi afirma que “el
prefecto… había amenazado, había dicho que él lograría ordenar a Terni”. Un encuentro entre el prefecto, los
dirigentes del PCI y del sindicato tuvo lugar, poco después del hecho, en la Prefectura, pero sin consecuencias.
Un episodio en el que un enfrentamiento entre manifestantes y policías se evitó porque los dirigentes obreros
aceptaron cancelar la manifestación luego del encuentro con el prefecto en 1953 es mencionado por Zenoni.
También es posible que el episodio referido por Portelli sea una amplificación de la escena, descrita en varias
ocasiones en las actas oficiales del proceso, en la que el comisario Pessolano se separa de las camionetas para
ir a parlamentar con los dirigentes obreros antes del tiroteo.
Alfredo Vecchioni:33 Recuerdo que hubo un mitin en la ciudad, yo estaba justo enfrente del
Banco de Crédito Italiano, que tiene dos entradas, en aquella esquina. Estaba ahí,
pacíficamente, ¡quién se lo iba a esperar! Todos juntos pusieron en movimiento las motos y
las camionetas, y se subieron a las aceras. En ese momento sentí que me iban a aplastar ahí.
Tuve tiempo de meterme [por una puerta] y me escapé de ahí, por donde está esa columna.
En fin, se precisaba algo. “Pero ¿qué hacen?”, dije, “¿están locos? Por caridad, ¡no sean tan
locos!”. Se les veía venir con sus bastones y porras a estos policías, todavía se les ve paseando
por ahí.

Desde esta técnica, meramente inherente a la trama del relato, se pasa a la esfera de lo
imaginario cuando la personalización se realiza por medio de la invención o de la
amplificación de la relación personal del narrador con la víctima: “este pobre muchacho…
trabajaba allí conmigo en el taller de mecánica, estábamos juntos, él trabajaba en la
fresadora” (Calfiero Canali). O aun:

Ivano Sabatini: Era un compañero serio, un compañero honesto que a nadie molestaba. Solo
llevaba a la fábrica, en aquellos momentos, algunos diarios, como L’Unità o Pattuglia, el
periódico de los jóvenes, también traía Vie Nuove y Noi Donne, y nos los metíamos dentro
de los pantalones para que no nos los vieran los guardianes y los distribuíamos a los obreros
adentro. Pero los guardianes hacían caza de brujas y, por desgracia, yo mismo fui despedido.

Él asesinado y yo despedido: una vez más, los despidos y la muerte de Trastulli se unifican
en el plano de los destinos individuales.
Un tipo de relato en la modalidad personal se afinca en el punto de vista circunscrito a una
conexión de tipo hipotético, al “hubiera podido sucederme a mí”:

Trento Pitotti: Cuando fue lo de Trastulli, ¿no? Cuando pasó lo de Togliatti, no tuve miedo
de nada; pero ese día sí. Las balas te silbaban al rededor las orejas –zzzzz, zzzzz–. Digo, casi
nos matan. […] Mientras escapaba, se estaba haciendo huelga; entonces intervino la policía.
La policía nos bloqueó, los obreros estaban amontonados. Pero ella no nos dejaba salir.
Entonces la policía agarró a Trastulli. Me pudo haber agarrado a mí o pudo haber agarrado a
cualquier otro, porque estábamos solamente diez personas. [...] ¿Sabes de qué tuve miedo?
Yo estuve en la guerra, y no debí haber sentido miedo; sin embargo, ese día de lo de Trastulli
yo estaba, yo estaba aparte, pero trataba de… sentía todas esas balas que me pasaban por la
oreja, digo, creí que nos iba a matar a todos, ¡puta mierda! Al final la cosa se calmó.

Este relato introduce un tercer factor de desplazamiento en la modalidad personal: la analogía


que consiste en asimilar el acontecimiento narrado con otros sucesos, en los que el narrador
experimentó una participación personal particularmente intensa. Así, Pitotti compara este
hecho con la guerra (también con el uso de términos militares, “amontonamiento”) y con el
atentado a Togliatti, que (como se muestra en las demás entrevistas que tuve con él)
constituyen los episodios más destacados de su biografía. Del mismo modo, Amerigo
Matteucci instituye una analogía con una experiencia colectiva, los bombardeos: “sigue vivo
el eco de los disparos de la guerra…”; la guerra sigue siendo una referencia, como se nota en

33
Alfredo Vecchioni (1919), comerciante, exobrero despedido en el 53, Terni, 1.5.1979. Se nota cómo
Vecchioni tiende a personalizar también a los policías (quienes, por el contrario, como observa Crostella en su
testimonio verbal, eran irreconocibles).
Canali: “vengo de nueve años de ser militar”, explicando “el odio” que él personalmente
acumula en contra de los asesinos de Trastulli.

c) De la analogía se pasa finalmente a la estrategia del desplazamiento horizontal, sobre


el plano cronológico. De decir “como cuando estaba yo” se pasa fácilmente a decir
“sucedió cuando yo también estaba”, es decir, al episodio que involucra directamente
–en los despidos y en las barricadas– a toda la clase obrera sobre el plano tanto
colectivo como personal. La analogía entre los disparos hechos a Trastulli y los de la
guerra se convierte en la identificación entre estos y aquellos del 53. De este modo,
la muerte de Trastulli adquiere su “justa” dimensión como acontecimiento
periodizado porque entra a formar parte del suceso que efectivamente divide en dos
bloques a la historia obrera de la ciudad, así como divide el tiempo colectivo (y el
personal de al menos 2700 familias) en un “antes” y un “después”.

Este desplazamiento horizontal, sin embargo, tiende a crear problemas de enlace con otros
episodios periodizantes de las biografías personales. Si de hecho se hace coincidir la muerte
de Trastulli con los despidos (acontecimiento periodizante a nivel colectivo), se arriesga a
perderse el enlace con los acontecimientos periodizantes en la secuencia de lo personal, por
tanto, llega a ser necesario reorganizar toda la estructura global de los acontecimientos. Por
ejemplo, para reconstruir la fecha del episodio, Antonina Colombi recurre a un
acontecimiento periodizante de la esfera privada: “Recuerdo que mi hija se había
desarrollado en ese momento, estuvo muy enferma y luego empezó a recuperarse… mi hija
ahora tiene 44 años; cuando volvimos [de la evacuación] tenía unos diez años, cinco años
después…”.34 Su conclusión es que debe haber sido alrededor de 1950. Esto, sin embargo,
no coincide con el hecho que atribuye como causa de los enfrentamientos y de los despidos.
Sabe –también sobre el plano personal, ya que fue despedido su marido– que estos ocurrieron
en el 53. Aquí la asiste el hecho de que los despidos se llevaron a cabo en dos fases: una parte
en diciembre del 52 y el resto en octubre del 53. Por tanto, le basta alargar el intervalo entre
las dos fases de los despidos, anticipando la primera oleada a 1950, para recomponer toda la
secuencia, colectiva y personal, manteniendo su lugar en los acontecimientos periodizados.
Este es el mismo dispositivo al que recurren otros narradores, que recuerdan bien que
Trastulli murió antes de los despidos: “yo debía hacer el segundo turno y estaba en casa
cuando sucedió el hecho. Y pasó un poco antes, me parece entre los setecientos, a caballo
entre los setecientos y los dos mil” (Vecchioni).

Lo que está en juego aquí es la definición de “acontecimiento”. La cronología estándar


contempla las primeras amenazas al empleo en 1947, los setecientos despidos de 1952, los
dos mil de 1953 y las protestas en contra de la OTAN de 1949 como acontecimientos
distintos, aunque conectados. La cronología subjetiva de la cultura obrera los observa, por el
contrario, como una secuencia única –sobre todo por los acontecimientos de 1952-53, todos

34
Puede ser no del todo casual el hecho de que, mientras una mujer periodiza sobre la base de la pubertad y de
la salud de la hija, un entrevistado del otro sexo divida su vida con referencia al nombre del jefe de oficina y
del automóvil. Reconstruyo aquí un párrafo de la conversación con Salvatore Portelli:
Alessandro Portelli: ¿Pero no te refieres quizás al encuentro entre el prefecto y los dirigentes del CGIL que fue
en el 53?
Salvatore Portelli: No, porque era el prefecto Mauro, y en el 53 el prefecto era otro. Y, además, cuando sucedió
este hecho nosotros no habíamos comprado todavía el auto.
subsumidos bajo una única etiqueta, “los tres mil”– que es simbolizada y unificada por la
datación incierta de la muerte de Luigi Trastulli.

En conclusión, la manipulación del tiempo es posible por la convergencia de características


que se complementan en la estructura de dos acontecimientos que se unifican entre sí: la
incertidumbre en la ubicación de la muerte de Trastulli y la existencia de un espacio vacío,
indeterminado, al interior del acontecimiento general que se conoce con el nombre de
“despidos”.

7. La memoria es la historia

Podemos afirmar que la memoria colectiva manipula tanto los materiales del acontecimiento
como su disposición en el relato con el fin de responder a tres funciones principales:

–Simbólica: la muerte de Luigi Trastulli representa la experiencia coyuntural de la lucha de


clases en Terni en el primer decenio de la posguerra. Alrededor del símbolo central
constituido por el protagonista, se forman otros símbolos marginales (el fusil, las camionetas,
el muro). El acontecimiento se trasfiere a otro contexto para que se pueda adherir al principio
de la causación adecuada.

–Psicológica: la dinámica del acontecimiento, su causa y su ubicación cronológica son


manipuladas con el fin de sanar la humillación y la pérdida de la autoestima provocadas por
la falta de respuesta al asesinato de un compañero.

–Formal: el asesinato de Trastulli es desplazado horizontalmente para conferirle una función


periodizante que pone de relieve su importancia; es desplazado verticalmente con el fin de
encontrar una modalidad de relación que le dé un significado aceptable. El acontecimiento
sucesivo, con el cual es identificado, se modifica a su vez con el objetivo de reconstruir la
relación problemática entre periodización colectiva y periodización personal.

La bifurcación entre hecho y memoria no puede ser atribuida al deterioro de los recuerdos,
al tiempo trascurrido o incluso a la edad avanzada de algunos de los narradores. Es más bien
producto del funcionamiento activo de la memoria social, de procedimientos coherentes que
organizan tendencias de fondo subyacentes, incluso en las fuentes escritas contemporáneas a
los hechos. Podemos agregar una última observación: sabríamos mucho menos sobre el
significado de este acontecimiento si las fuentes orales lo hubiesen referido de forma más
precisa y “verídica”. Más allá del acontecimiento como tal, el hecho histórico relevante aquí
es la memoria misma.
CAPÍTULO 3
Siempre hay un límite: memoria histórica, diálogo y relato colectivo 1
1. Un arte multivocal
En este capítulo analizaremos, por medio de una experiencia de entrevista en trabajo de
campo, el modo en que la relación entre historia y memoria toman forma en la narración oral.
El ejemplo elegido es particularmente rico en implicancias, porque a la diferencia social y
cultural se suman otras: narradores proletarios afroamericanos relatan oralmente su historia
a un intelectual blanco, extranjero. Además de la línea entre oralidad y escritura, se trazan
también los relatos con la línea del color. Por lo demás, se trata de un diálogo con muchas
voces. Los narradores son dos, un hombre y una mujer, por lo que el diálogo con el
entrevistador se enlaza a la conversación entre ellos, dando forma a otra línea, aquella entre
las diversas identidades y los roles de género.
Narrar la historia (History-telling) es un arte narrativo afín pero distinto de contar historias
(Story-telling). Las historias personales como las que se entrelazan en Beloved de Toni
Morrison, o folklóricas como las que son relatadas por Zora Neale Hurston en Mules and
Men, tienen una existencia autónoma en la memoria de los individuos o de los grupos
sociales, que las recuerdan y las trasmiten dialógicamente. Pero la narración oral de la historia
se concreta solamente en un encuentro personal generado por la investigación en campo. Los
contenidos de la memoria son evocados y organizados verbalmente en el diálogo interactivo
entre fuente e historiador, entrevistado y entrevistador. Este último asume, por tanto, un papel
diferente del habitualmente reconocido a quien hace un trabajo de campo: antes que
“recoger” la memoria y las performances verbales, el entrevistador debe provocarlas y
literalmente contribuir –con su presencia, sus preguntas y sus reacciones– a crearlas. La
diversidad cultural entre el investigador y el narrador somete a este último a estímulos
imprevistos y lo obliga a explorar áreas y aspectos de su experiencia que a menudo no son
puestos en discusión cuando son relatados en sus círculos inmediatos y familiares.
Finalmente, en la historia oral el relato de la historia no es un fin en sí mismo, pero, al menos
de parte del entrevistador, concluye en la producción de otros textos: una cinta, un video y –
sobre todo– un texto escrito, un libro. Esto cambia a su vez la disposición del espacio: antes
que el “círculo” de los oyentes, la situación de entrevista instituye una bipolaridad dialógica,
un cara a cara entre dos individuos mediado por la ubicación estratégica de un micrófono. En
torno a este objeto, los dos se miran: la idea de que existe un “observado” y un “observador”
es una ilusión positivista, porque todo el tiempo, mientras el investigador observa al narrador,
el narrador observa al investigador para comprender quién es y qué quiere, y para modular
sobre la base de esta percepción la forma del propio discurso. Después de todo, una
“entre/vista” es un intercambio de miradas: mucho más que otras formas de arte verbal, la

1
“History-Telling and Time: An Example from Kentucky”, en The Oral History Review, vol. 20, nros. 1-2,
1992, pp. 51-66; revisada y ampliada, en Genevieve Fabre & Robert O’Meally, History and Memory in African-
American Culture, New York-Oxford, Oxford University Press, 1995, pp. 164-77; “C’è sempre un confine”, en
Alessandro Portelli, La Linea del Colore, Roma, Manifesto libri, 1994; “There’s Always Gon’ Be a Line:
History-Telling as a Multivocal Art!”, en The Battle of Valle Giulia. Oral History and the Art of Dialogue,
Madison, University of Wisconsin Press, 1997, pp. 24-39.
historia oral es un género plurivocal, resultado del trabajo común de una multiplicidad
dialogante de autores.
2. “Graba lo que quieras”
Los protagonistas de la entrevista analizada en este capítulo son el reverendo Hugh Cowans
(predicador bautista, sindicalista, exminero) y su esposa Julia. Fui a buscarlos a Lexington,
Kentucky, en octubre de 1983, porque me habían dicho que ambos eran excelentes
narradores, oradores, cantantes de góspel y activistas del sindicato, así como del movimiento
por los derechos civiles. Y de hecho relatan su vida y la historia de la región minera de Harlan
County, Kentucky, desde los años 30 hasta hoy, con una riqueza de detalles, un dominio del
lenguaje y del relato, una complejidad y una articulación que no tienen nada que envidiarles
a los textos literarios reconocidos.
Me recibieron un domingo a la tarde en una casa confortable en un suburbio de Lexington,
en donde eran la única familia negra (cuando volví a buscarlos, años después, habían
regresado a vivir en el gueto). Al menos tres generaciones de hijos, nietos y bisnietos iban y
venían por la sala de estar. Conmigo estaban mi esposa Mariella Eboli y Cristina Mattiello,
una estudiante de la Universidad de Roma. El contexto estaba a medio camino entre una
entrevista formal y una visita social, concluida con una cena a base de pollo frito.
Era mi primera entrevista en un proyecto de historia oral sobre los mineros de los Apalaches
y una de las primeras veces que entrevistaba a negros. Yo estaba muy aprehensivo, y de todos
modos no sabía lo suficiente como para hacer muchas preguntas. Estaba allí ante todo para
escuchar; por ello, fue el reverendo Cowans quien hizo la primera pregunta: “¿estás inscrito
en la United Mine Workers [el sindicato minero]?”. Le expliqué que no, pero en Italia estaba
afiliado al sindicato de educadores, y solo a partir de este punto pudo iniciarse el relato de
una historia.
Entonces eres libre de grabar todo lo que quieras. En fin. En primer lugar, les digo mi nombre.
Me llamo reverendo Hugh Cowans Junior y vivo en el 3753 Marriot Drive. Ustedes han venido
en busca de información y con gusto se las daré. Entonces, en los años treinta cuando comencé
en la minería, era solo un chico. No había cumplido trece años, catorce, mejor dicho, porque
en aquel tiempo podías ir a la minería y te tomaban a cualquier edad.
Desde este momento, el reverendo Cowans habla por tres cuartos de hora, sin pausas ni
interrupciones; la entrevista continuó y pasó a lo largo de la tarde (cinco años después,
entrevisté a su esposa durante varias horas). La forma monológica de esta primera parte del
relato surge de varios factores: el narrador tenía una larga experiencia oratoria como
predicador y sindicalista; era ciego (a consecuencia de una herida de guerra), por eso le
resultaba más fácil abstraerse de las reacciones de los oyentes; nosotros no lo interrumpimos
haciéndole preguntas. Expone por tanto un discurso en gran medida experimentado, una
performance pública que se transforma en un discurso más personal solo después de que su
esposa toma la palabra.
En este monólogo, sin embargo, el reverendo Cowans no narra la historia de su vida en forma
linealmente cronológica, sino cíclicamente, yendo y viniendo dos veces entre el pasado (back
in the thirties, en los años treinta) y el presente, dividiendo el segundo ciclo en dos secciones
distintas: antes y después del fin de su trabajo en la minería. De allí que su discurso pueda
ser repartido en tres secciones, en las cuales diferentes modalidades narrativas designan las
múltiples estratificaciones de la experiencia. De hecho, el narrador comienza en una
modalidad “institucional” contada impersonalmente o en tercera persona, con referentes
espaciales y sociales pertenecientes a las esferas públicas de la política y de los grupos
dirigentes; repite después todo el relato en una modalidad “comunitaria” narrada en la
primera persona del plural, con referentes espaciales relativos a la comunidad del lugar de
trabajo y a la comunidad circundante inmediata, y concluye retornando a una modalidad
“personal”, en la primera persona del singular, con referentes sociales y espaciales atinentes
a lo privado, a la familia y a la casa.
En el relato de historia oral, estas modalidades no están nunca explícitas y netamente
separadas, o son separables; de hecho, el arte de contar historias es precisamente el arte de
combinarlas creativamente en una estructura significativa, y en esto el reverendo Cowans
sobresale. Un ejemplo es la manera como alterna formas verbales iterativas y singulativas
para construir un vínculo entre la larga duración y los eventos singulares, las condiciones
generales y las experiencias individuales, y entre las esferas institucionales, colectivas y
personales.
Escuchando la primera sección, se capta de inmediato la interacción entre formas verbales y
pronominales que caracterizan la modalidad institucional:
Y trabajabas en todo tipo de, de condiciones opresivas. Digo, no había sindicato, y ellos tenían
las guardias armadas. Quiero decir, donde el sheriff del condado, él les nombraba sus
delegados, y la compañía les pagaba el salario. Esto era con la finalidad de tener a los United
Mine Workers por fuera.
La forma iterativa (they would go) y los pronombres impersonales de tercera y segunda
persona (they, you) sirven para designar una condición representada como general y
permanente. La primera persona y los verbos singulativos se introducen solo en anécdotas
intercaladas con el fin de funcionar como ejemplos, para después regresar al iterativo
impersonal. En el episodio siguiente, la segunda cláusula, con verbos singulativos y una
tercera persona individual, es intercalada entre dos cláusulas de tipo iterativo-impersonal:
Y si te inscribías, venían allí y te golpeaban en la cabeza y te echaban la familia de la casa y te
echaban del trabajo y todo lo demás. Me acuerdo una vez en el trabajo que agarraron a mi tío,
le hicieron bajarse los pantalones y lo azotaron delante de mis ojos. Y si había una suspensión
del trabajo, debías esperar dentro de la mina, no te podías ir a la casa.
Los referentes sociales son el sindicato y las instituciones políticas, con particular atención
en los grupos dirigentes. El narrador deriva su autoridad de la contigüidad con el mítico líder
de la United Mine Workers, John L. Lewis (“y fuimos felices cuando vino John L. Lewis y
Dios nos mandó a aquel hombre, en el 37, 38, porque yo participé en la campaña, fui uno de
los líderes de la organización”), y concluye con una reflexión sobre la política sindical y
gubernativa a nivel nacional:
No me gusta que haya tanta corrupción en el sindicato, pero pasa en todas partes, mira como
están ahora las cosas en Washington. La cabeza de la corrupción está propiamente allí, la fuente
está también en el Despacho Oval [Oficina del presidente de los Estados Unidos]… y me da
lástima por nuestro presidente [del sindicato] Rich Trumka… no sé qué pasará, porque desde
que Reagan llegó al poder comenzó a destrozar los sindicatos… Digo, le importan solo los
ricos, ¿me comprendes? Y estamos, más o menos, al final. Está por acabar con todo. Si Dios
no nos ayuda, nos venden.
Junto al tiempo presente, el reverendo Cowans regresa al inicio en el giro de una frase, y
reemprende el relato en primera persona: “Yo he estado en las minas. Escúchame
atentamente”. Desde ese momento, la primera persona prevalece sistemáticamente, el tiempo
y los verbos pasan de la síntesis iterativa a la linealidad singulativa: “a medida que avanzo,
son muchas las cosas que me han pasado… Dejé Harlan County, donde ayudé a organizar el
sindicato… Me fui de Harlan County en los 40, y fui a Gary, West Virginia, en junio –no
recuerdo exactamente–, junio de 1940. Y empecé a llevar las mulas a la mina”.
Esta segunda sección es una fascinante combinación de la modalidad personal en primera
persona, con referentes espaciales y sociales colectivos (la sección sindical, el lugar de
trabajo). Combinando estas dos modalidades, el reverendo Cowans se presenta –usando un
término que Ralph Waldo Emerson acuñó con referencia a Shakespeare y Montaigne– como
un “hombre representativo”, un individuo que resume en sí las posibilidades de la experiencia
de todos y las trasfiere en un grado más alto de articulación y conciencia.
En primer lugar, es un trabajador “típico”, que conoce y controla todos los aspectos del
trabajo, incorporando en sí el saber general de su clase: “Le dije que sabía hacer de todo en
minería. Y es verdad. Sabía trabajar en el sistema eléctrico, alargar los carriles, plantar los
palos de apoyo, ayudar con los motores y las máquinas, hacer todo lo que era preciso”. En
segundo lugar, es un “representante” de los trabajadores: cuando relata su papel protagónico
en las negociaciones sindicales y sus enfrentamientos con la parte patronal, introduce un
verdadero y propio género narrativo que se encuentra muy a menudo en relatos obreros. 2
También en esta sección concluye con una comparación entre el pasado y el presente,
reuniendo el tiempo de la historia con el tiempo de la narración.
Hasta aquí, el relato está basado en el trabajo, una actividad pública o por lo menos
compartida; como muchos de los narradores obreros, el reverendo Cowans comienza por
contar su vida no desde el nacimiento, sino desde el primer día de trabajo. 3 Pero en la segunda
sección la working life llega a su fin: “el último turno de trabajo que hice fue el 31 de agosto
de 1956”. Desde ese momento, si bien el relato prosigue cronológicamente, la modalidad
cambia de nuevo y de modo radical. Narrando la pérdida de la vista, el abandono de las minas,
la fatiga por obtener el reconocimiento de la invalidez, la vocación religiosa, el reverendo
Cowans no habla más de luchas políticas y sindicales; por el contrario, habla de una lucha
personal por la identidad y la supervivencia. Los referentes espaciales se desplazan hacia la
modalidad de lo personal: la hospitalización, la casa (“en Harlan teníamos una casa, una casa
en alquiler”); sus luchas ya no son más con los dueños de la mina, sino con los dueños de la
casa, que son racistas. No es más la historia de John L. Lewis o la de Ronald Reagan, del
sindicato o del gobierno; es la historia de sus ojos y de su Dios: “y desde entonces continué
moviéndome, y no había aceptado la vocación al sacerdocio. Pero al final la presión del Señor
es demasiado fuerte. Y un día estaba –era en los 60–, estaba haciendo maniobras con el auto
frente a la casa. Los doctores habían pronosticado que iba a perder la vista. Entré en reversa

2
Para el motivo narrativo de la confrontación/enfrentamiento con los “superiores”, véase el capítulo 12 de este
libro: “Tener razón en frente del patrón”.
3
Para otro afroamericano de Harlan County, véase la entrevista con James H. Hall (1917, minero, Lynch,
Harlan, 8.10.1986). “Entré a la minería a los dieciséis años”. Portelli: “¿Cuándo nació?”. Hall: Nací en 1917.
Cuando entré a la minería…”.
en la vía y a la mañana siguiente después de que me desperté estaba ciego como un topo.
Pero el Señor ha sido bueno conmigo. Nos ha traído hasta aquí”.
3. “Ahora no te vas a poner a predicar”
“Y ahora a qué punto hemos llegado hoy”, concluye por tercera vez el reverendo Cowans.
Después, dirigiéndose a su esposa: “¿Cierto, cariño? Cierto. Y ella lo sabe. Porque creció en
los barrios pobres que rodean la mina. A lo mejor quiera agregar algo. ¿Tienes algo que
agregar, bebé?”.
Llegado este punto, encontré el coraje suficiente para hacer la primera pregunta: ¿es verdad
lo que cuentan, que ustedes se conocieron durante una huelga, en los lados opuestos de la
línea de un piquete? Esto le da al reverendo la oportunidad de retomar la palabra y relatar el
episodio; después de esto, de nuevo: “¿tienes, tienes alguna cosa que agregar? “Bue’, no,
creo que no”, responde la señora Cowans. Y habla a su vez, sin interrupción, por casi una
hora.
Es decir, yo, yo, yo nací y crecí en esas partes, en Cardinal, Kentucky, en el sur, en las montañas
de Bell County. Y la única vida, comprendes, que conocía eran las minas. Mi padre, mi abuelo,
mi bisabuelo –todos eran mineros–. Y, como ha dicho mi marido, cuando era niña las minas
eran un desastre. No vivías, existías y punto, existías y punto.
Los referentes espaciales y temporales de la señora Cowans son muy diferentes a los de su
marido. El relato de su vida no comienza con el primer día de trabajo, sino con el nacimiento,
y no conoce ninguna ruptura comparable con el último día en la mina. En su experiencia,
vida personal y vida laboral jamás están realmente separadas: nunca ha tenido un empleo
fuera de la casa, con excepción de algunas actividades temporales e informales. Desde niña
recogía moras para venderlas, y hoy que es vieja continúa ocupándose de nietos y bisnietos.
Su único trabajo formal fue el doméstico, una continuación de lo que hacía en casa:
A los catorce años, me tocó dejar la escuela y ocuparme de mi madre y de cuatro hermanas y
hermanos. Y nadie me había enseñado nada, solo las tareas domésticas. Sabía mantener la casa.
Y así mantuve a mi madre, a mis hermanas y a mis hermanos: de rodillas, fregando pisos,
trepándome por las paredes, haciendo todo lo que podía. Trabajaba una jornada entera por un
dólar. Un dólar. Y trabajaba todo el día.
En esta parte del relato aún prevalece la modalidad comunitaria, y el referente espacial es
más el pueblo minero que la casa: de hecho, los pronombres plurales e impersonales paso a
paso van tomando ventaja. Pero el espacio comunitario que describe no es la mina, como sí
lo es para su marido, sino el pueblo: la simetría de los referentes espaciales masculinos y
femeninos corresponde a la división de la experiencia en la comunidad minera, en la cual los
hombres pasan casi todo el tiempo bajo tierra, mientras que las mujeres deben enfrentarse a
la cotidianidad de las relaciones sociales.
Mi madre me mandaba a hacer las compras, al almacén de la compañía, y no recuerdo de haber
pedido jamás más de un dólar de cosas por vez. Un dólar. Jamás fui a la ventanilla por dos
dólares, tres, cinco dólares… Lo que te servía, ibas a la tienda de la compañía y lo comprabas.
No salías de la propiedad de la compañía para ir a la ciudad a comprar cualquier cosa y traerlo
de vuelta. No, no se podía hacer. Y así las personas se mantuvieron más o menos, especialmente
si tenías familia, te mantenían endeudado, siempre, estabas endeudado y punto. Trabajar una
vida y estar en deuda con la compañía, ¿comprendes? Y algunos de estos pueblos mineros
tenían cercas. Había guardias que te hacían entrar y guardias que te hacían salir… como en un
campo de concentración, una especie… y crecimos en esas condiciones.
La señora Cowans no suministra (ni yo tenía el valor de pedirla) mucha información sobre
su vida privada, los hijos, el matrimonio (en la segunda entrevista, en ausencia del marido y
conociéndome mejor, relata que el reverendo Cowans no es su primer esposo). Este
acercamiento es menos comprometedor, y en todo caso parece responder a las exigencias
cognoscitivas de tipo histórico-social general con las cuales me había presentado. Hay, sin
embargo, un elemento personal implícito en su descripción de la comunidad: al explicar las
relaciones de poder en el pueblo minero, responde también a mi pregunta sobre el encuentro
con su marido, haciéndome entender que se encontraba alineada en el campo opuesto durante
la huelga: “lo que decían los funcionarios de la compañía, esa era la ley y nosotras sabíamos
que [los huelguistas] venían a sacar a los hombres del trabajo, no sabíamos nada más.
Entonces yo reuní una banda de chicos, nos pusimos en línea con un montón de piedras, los
veíamos venir y les empezábamos a tirar piedras, ¿comprendes?”. Mientras el reverendo
Cowans usa una historia personal como ejemplo de una situación colectiva, la señora Cowans
usa la situación colectiva como base explicativa de sus vivencias personales, que es el
verdadero eje de su discurso. Es un acercamiento mucho más próximo a lo que yo buscaba:
la historia oral es, ante todo, una forma de hacer viva y tangible la política y las condiciones
sociales, mostrando con ello el impacto sobre la vida de personas específicas.
Desde el momento en que toma la palabra, la señora Cowans asume el control de la
conversación. Trata al marido con abierta y sincera deferencia y le delega todos los discursos
de tipo institucional, bien devolviéndole la palabra, bien relatando episodios en los cuales él
es el protagonista. No obstante, resiste eficazmente todas las tentativas que él hace para
retomar el control del discurso. Se deja interrumpir, lo invita a hablar, pero es ella quien
dirige y estimula sus recuerdos, quien sugiere los temas y los episodios, quien da el tiempo a
sus intervenciones:
Rev. Cowans: Cariño, déjame decir una cosa.
Mrs. Cowans: Ahora no te vayas a poner a predicar. Escuchamos.
Rev. Cowans: No quiero predicar. Les quiero decir solo…

El control de la señora Cowans es facilitado por el hecho de que los entrevistadores están
más alineados con ella y fascinados con su palabra, y que las preguntas tienden a dirigirse
sobre todo a ella. El resultado es un discurso mucho más interactivo y plurivocal, con la
participación de todos los presentes. De dos monólogos de la memoria, hemos pasado al
history-telling colectivo y dialógico.

4. Lugar de la memoria
En este punto, el tiempo narrativo llega a ser más móvil e ilusivo: la combinación inicial de
estructuras cíclicas y lineales da lugar a un flujo libre de asociaciones anacrónicas
determinadas por procedimientos análogos de la memoria y del vínculo de las respectivas
agendas de los narradores y los oyentes. Así, la señora Cowans va y viene entre la huelga de
1939 y la huelga de Brookside de 1973, y el reverendo Cowans hace lo mismo entre la
campaña organizativa sindical de 1938 y la huelga nacional de mineros de 1978.
A las asociaciones de los narradores se enlazan las interferencias de los entrevistadores. Por
ejemplo, el relato de un memorable discurso hecho en Detroit por el reverendo Cowans me
hace venir a la mente una pregunta sobre la oratoria religiosa, a la cual él responde evocando
memorias de infancia en la Alabama rural: “y mira, para ser un buen ministro, debes
conservar las cosas en la memoria de la gente. Recuerdo que cuando trabajábamos en las
plantaciones de chicos, debíamos ir donde el propietario...”. Aquí el relato se trasforma
primero en el fragmento de un sermón, después se convierte en un discurso sobre los derechos
civiles y sobre sus experiencias en el movimiento –lo que recuerda la señora Cowans son
otros memorables discursos de su marido hasta regresar a Detroit, desde donde habíamos
partido–.
En toda esta asociación libre queda, sin embargo, una estructura estable: la historia es
representada sobre todo en términos de contraste entre un genérico “entonces” y un genérico
“hoy”. El hito entre estas dos épocas es el nacimiento del sindicato: el pasado es before they
became organized [antes que se organizaran]. Los relatos sobre la campaña organizativa de
1938, la posterior y dramática huelga de 1939, son, por tanto, los puntos cardinales de la
conversación, sobre los que convergen las tres modalidades narrativas –institucional,
colectiva, personal–. En el relato del reverendo Cowans sobre la campaña de 1938 se cruzan
el punto de vista en primera persona, el referente comunitario del pueblo y del lugar de
trabajo, el referente institucional del sindicato y del gobierno. La primera frase concentra las
tres formas pronominales:
… llegaron ellos [they came], y la primera reunión que hicimos [we had] fue en Verda,
Kentucky. Y allí trabajaba yo [that’s where I worked]. Había un tal Chester Smith. Tenía un
pastizal por aquellos lados, y construyó una plataforma y hubo discursos. Y nosotros íbamos
a buscar las personas para hacerles firmar los formularios para la recaudación de la cuota.
Esto era con el fin de establecer una sección. Y me arrastraba, y me arrastraba donde estaban
trabajando las personas [en la mina] de rodillas, y les imploraba que firmaran. Y ellos me
insultaban. Pero finalmente salimos victoriosos después, ¿te acuerdas? Aquella vez que Mr.
John L. Lewis fue a Washington…
También la señora Cowans entrelaza, en el relato de aquellos momentos, la modalidad
personal (la casa, la madre) con la colectiva (los mineros, el pueblo) y con la institucional (la
Guardia Nacional, el gobernador de Kentucky):
Eran cosas de no creer… pero antes de que se organizaran la sangre de Harlan County corría
como el agua. Más de un hombre perdió la vida, ah, los mataban como cerdos en el matadero.
Recuerdo aquí mismo en Cardinal, cariño, cuando el gobernador Chandler, Happy Chandler,
envió a los cabezas de lata [tin horns, la Guardia Nacional] a protegerlos a ellos, aquí les
llaman esquiroles, adentro y fuera de la mina. Mi madre les hacía lavado y planchado; les
lavaba también la ropa interior, ¿sabes?, le lavaba la ropa interior a la Guardia Nacional.
Al contar este lugar de la memoria, las voces de los dos narradores se enlazan y se
sobreponen, intercambiándose la batuta y los recuerdos, confirmando desde diferentes puntos
de vista el testimonio recíproco. “Me enfrenté a las ametralladoras aquella mañana”,
interrumpe el reverendo Cowans. Y continúa: “¿Sabes?, teníamos una sección femenina en
Cardinal, Kentucky. Y el hijo de una estaba [en la Guardia Nacional] con las ametralladoras.
Entonces [las mujeres] venían por la calle con palos en la mano cantando “Amazing Grace”,
y otras canciones espirituales de esas. Y una mujer alzó los ojos del canto y le dijo ‘¿Qué
haces allá arriba?’. Y lo hizo abandonar la metralleta”. Dicho esto, le restituye la palabra a la
mujer: “lo siento, yo solo quería… prosigue”. Y ella retoma, adelante y atrás, regresando a
los tiempos de la infancia, antes de que el sindicato viniera a proteger y garantizar a los
mineros, remontándose para comparar el papel de las mujeres de entonces y en la más
reciente huelga de Brookside en los años 70: “tuvimos piquetes realizados por mujeres. Yo
comencé a participar en los piquetes, ya ves, después de que había crecido y había
comprendido cómo estaban las cosas… y les llevábamos café y rosquillas a los hombres…”.
5. “Siempre habrá una línea”
Al contar historias, las modalidades narrativas convergen con frecuencia no solo en
acontecimientos fundamentales, sino también en temas cruciales. En el encuentro con los
Cowans, esta función se desarrolla por la cuestión del racismo. Ya en el monólogo inicial del
reverendo Cowans cada sección contiene una referencia a la discriminación racial. La
primera es una anécdota personal encuadrada en el discurso político-institucional, y tiene que
ver con la relación entre los negros y el sindicato:
Mi padre, no está más ahora, me dijo: “estás loco para ir a esos piquetes. Te harás matar”. Y
decía: “el único que se va aprovechar de esto es el hombre blanco”. Digo, sé que va a haber
más ventajas para ellos que para mí, pero veo algo bueno también para mí. De viejo, percibió
la asistencia médica, percibió la pensión, y todo lo demás. Digo, sé que hay discriminación en
el sindicato, pero es mejor esto que tenemos ahora que estar trabajando en esos huecos llenos
de agua en condiciones de esclavitud. De hecho, cuando llegó a la edad de la jubilación tenía
asistencia médica y tuvo pensión hasta el día que murió. Ahora también yo he vivido hasta la
edad de tomar la pensión. Y la United Mine Workers es la mejor cosa que hay.
Al fin de la segunda sección, la reconstrucción de su vida de trabajo, el narrador se detiene
de nuevo en el debate entre el “entonces” y el “ahora”. Esta vez, en armonía con la modalidad
comunitaria del relato, la comparación tiene que ver tanto con él y con su padre como con la
presencia de los negros en las minas en general:
Entonces, si eras negro, en el momento en que yo fui a la mina, si había que cavar fosas, tenías
un trabajo. No les importa más: eras negro, te daban trabajo. Si eras blanco, probablemente te
ponían a extender los carriles o a llevar la locomotora. Muy pocos negros llevaban la
locomotora en aquel tiempo. Lo máximo, y si trabajabas allí, podías ser el guardafrenos. Y mi
padre, él era un operador de locomotoras, le ponían a cargo a los blancos para que les enseñara
a llevar las máquinas, y después que les había enseñado estaba listo para ser despedido. Y
cuando se elevaba el montacargas de la mina, lo creas o no, ese montacargas parecía un vuelo
de cuervos. Pero ahora, cuando llega, parece un vuelo de patos –todos blancos–. A lo sumo hay
en medio un negro, que parece una mosca.
Finalmente, el reverendo Cowans concluye con otra comparación entre el racismo de hoy y
el del pasado, en términos todavía político-institucionales: “pero, aunque hay prejuicios en
las filas de la United Mine Workers, es lo mismo, la mejor cosa que hay para quien trabaja,
porque todos estos problemas se pueden resolver, y las cosas están mejor a como eran hace
mucho tiempo”. En todo su monólogo, el narrador nunca afronta el racismo de modo
personal, evitando hablar del impacto del mismo en su vida y en sus sentimientos. Solo
mucho más tarde, después de que su mujer ha desplazado el eje de la conversación, relata un
episodio personal: la historia de una señora blanca que rechazó alquilarles una casa cuando
se dio cuenta de que eran negros.
Al inicio, también la señora Cowans habla en términos abstractos y generales: el Ku Klux
Klan, el movimiento de los derechos civiles, las organizaciones integracionistas (la NAACP,
National Association for the Advancement of Colored People) de las cuales formó parte.
Después, un cambio repentino de registro: “y nosotros fuimos –te diré otra cosa–. Fuimos,
nosotros como raza, fuimos oprimidos”; el cambio es enunciado sobre el plano semántico
(“Te diré otra cosa”), pero sobre todo sobre el plano lingüístico. El pasaje dramático del
inglés estándar con el cual comienza la frase (we’ve been) al Black English con el cual la
concluye (we been, con la sistemática omisión del auxiliar) señala una intensidad nueva, otro
nivel de involucramiento. A partir de ahora, el lenguaje se vuelve menos formal. Los
referentes y las formas verbales son los de la modalidad colectiva, pero el revoltijo afanoso
de las palabras y la urgencia del tono revelan una dramática carga de implicación personal:
Y si debo morir por haber luchado por las cosas en las que creo, significa que debe ser así.
Porque, el miedo se, se… mire, el hecho es este, te dominan con el miedo, esto es lo que hacen,
amenazas y miedo. Porque yo, yo, yo, yo preferiría estar muerta que vivir con esa opres… yo
no quiero que mis hijos y mis nietos crezcan bajo eso que yo sufrí, bajo lo que pasé yo.
Por último, como decidiendo conscientemente subir otro peldaño, la señora Cowans mete el
dedo en la llaga más dolorosa, en un nivel profundamente personal, el de la política sexual,
del linchamiento, de la mezcla interracial, del miedo al blanco, del estupor: “y te digo, cada
vez que querían crear problemas, crear líos con las minorías, usaban a un hombre negro y a
una mujer blanca”. Relata cuando su familia fue amenazada porque su nieto se había
involucrado con una chica blanca:
Yo les dije, en la asamblea, les dije: “se los diré, si ustedes creen tener prejuicios, nosotros
somos capaces de tener más que ustedes. Porque yo no quiero que mi hija se case con un hijo
suyo, más de lo que ustedes quieren que su hijo se case con mi hija”. Les dije: “yo crecí así.
Yo, yo soy negra. Dios no se equivocó cuando me hizo, me hizo como me quería. Pero ahora
les digo, no quiero que mi hijo tenga a su hija más de lo que ustedes quieren que su hija tenga
a mi hijo. Y nadie va a llevarse a mi hijo o a mi hija, como hacían en el pasado, para, para, para
colgarlos en cualquier parte”. Digo, hubo un tiempo en que sucedían cosas de este tipo, no
había muertos, sino negros. “Pero escúchenme: esta vez, si entierran a un negro, enterrarán
entonces a un blanco”. Lo pueden contar, se los dije.
Habíamos comenzado con una débil perspectiva institucional de evolución gradual sobre las
relaciones raciales en el sindicato y llegamos a este dramático enfrentamiento personal con
la amenaza de un linchamiento. A este cambio contribuye de manera determinante la
evolución en la relación con los entrevistadores blancos. La fórmula con la cual la señora
Cowans anuncia estos pasajes –I’ll tell you [Voy a decirte]– señala cada vez un nuevo
desplazamiento en la relación entre ella y nosotros, como si cada vez decidiera que ciertas
cosas se pueden decir. O bien que hay que decirlas de todas maneras. De hecho, en el
momento en el que la señora Cowans entra en relación con las raíces profundas de su postura
hacia los blancos, el discurso histórico se enlaza con un metadiscurso, una dramática
declaración sobre la entrevista en sí.
Mi abuela, ellos, ellos, –ella era hija de es-es-esclavos–. Sus padres eran esclavos. Y se ponían
allí y narraban, ¿sabes?, las cosas que pasaban cuando eran pequeños, y lo que les habían
contado sus padres a ellos. Y te digo que el efecto hace algo así, aunque tú no me has hecho
nada, solo porque eres blanco, a causa de lo que me han dicho mis padres… no confío en ti,
¿me entiendes? Cuando has sido maltratado por un blanco, a mí nunca me pasó. Pero he visto
las condiciones de otros, ¿comprendes?, los negros en general. Así crecí: mi abuela nos decía
siempre: “no importa lo amables que parecen, no importa lo bien que hablan, tú siempre serás
negra. Siempre habrá una línea”.
I don’t trust you: no confío en ti. En el uso lingüístico inglés, you es la forma del pronombre
impersonal; pero para nosotros que la estábamos escuchando era imposible disociar aquel
“tú” de nuestra presencia en aquel lugar y en aquel momento. La Señora Cowans hablaba en
términos históricos generales, pero nos hablaba también directamente a nosotros.
No es sorprendente que en el resto de la entrevista intentara varias veces atenuar el impacto
de estas palabras, historizándolas: “Así que, esto es lo que siempre tuve en mente, toda mi
vida. Okey, pero uno vive y el tiempo cambia, ¿comprendes? Así, cuando Dios cambió mi
corazón hacia tantas cosas, entonces pude ver mejor. Y aprendí a querer a la gente porque
eres tú, no porque eres negro”. Cinco años después, cuando volví a verla, fue hospitalaria,
locuaz y elocuente. Pero estas palabras habían sido dichas y permanecían dichas. Y fue la
lección más importante que aprendí aquel día.
En primer lugar, era una lección política: ¿por qué, pensándolo bien, debía confiar en mí?
¿Solo porque me comportaba educadamente y expresaba solidaridad? Como dice un
personaje de Toni Morrison en Beloved, “No hay nadie en el mundo más peligroso que un
maestro de escuela blanco”.4 Siempre habrá una línea, siempre habrá un límite, dice la señora
Cowans, y no bastan los buenos modales y la buena voluntad para autorizarte a pasarlo. La
culpa más grave de los blancos, dice la protagonista de Beloved, es que no tienen un límite:
they don’t know where to stop [ellos no saben dónde detenerse], e invaden las casas y las
almas de los negros como si fuesen aún de su propiedad. Poco importa si lo hacemos por
benevolencia: es por benevolencia que, en Native Son de Richard Wright, la rica joven blanca
Mary Dalton invade el espacio de su conductor negro Bigger Thomas, hasta que él, en una
incontrolada y desesperada defensa, literalmente la ahoga, matándola. Incluso Malcolm X,
aún evolucionando en un sentido menos separatista, mantiene hasta lo último las distancias:
los blancos pueden colaborar con el movimiento, pero no constituyen parte de él.5 No es su
derecho, es el nuestro revisar cuándo está permitido pasar la línea, el límite histórico que se
ha creado entre blancos y negros. Tal vez lo que le producía confianza a la señora Cowans
era el hecho de que escuchábamos mucho y preguntábamos poco, no mostrábamos querer
invadir su territorio. Era ella quien decidía (I’ll tell you) cuándo admitirnos y hasta dónde.
En segundo lugar, era una lección de método. Después de todo, en la empresa iniciada con
la entrevista, mi papel era también el de trascribir y publicar las palabras de la señora Cowans
y de su esposo. Desde este punto de vista, es imposible escapar de las conexiones entre
“límite” y “escritura” implícitas en la palabra “línea”. En un ensayo sobre la resistencia de
los negros surafricanos al cercamiento de las tierras, Isabel Hofmeyr pone en relación la
imagen de la “empalizada” (fence) con los presupuestos de la escritura:
Las empalizadas, por ejemplo, “escriben” en el territorio ciertas formas de autoridad, trazan
sobre la tierra la sutil línea fija del límite e imprimen sobre el paisaje el mundo textual de los
mapas, de los tratados, de las fichas catastrales. También las sociedades orales o
semialfabetizadas, naturalmente, reconocen y marcan los limites, pero estos son siempre
fluidos, sin la fijeza de las sutiles líneas del lápiz o de las líneas de la cerca. Los límites [en las
culturas orales] nunca son rígidos, deben adaptarse a la forma del paisaje, por lo tanto, siempre

4
Toni Morrison, Beloved (1985), London, Picador, 1988, p. 266.
5
Malcolm X Speaks, New York, Grove Press, 1985, p. 70.
están sujetos a algún tipo de negociación.6
Si uno toma el mapa de Harlan County, situado en el margen de Kentucky que limita al sur
con Tennessee y al este con Virginia, se reconocen de inmediato los dos tipos de límites
descritos por Hofmeyr. La “línea Kentucky-Tennessee” es rectilínea, un tramo de pluma
trazado sobre el mapa sin siquiera mirar el territorio; el límite con Virginia, por el contrario,
se adapta al territorio siguiendo las cumbres, las montañas y los cursos de los torrentes. Pero
ahora el límite “escrito” entre Kentucky y Tennessee no es menos real que el límite “natural”
entre Kentucky y Virginia, y constituye del mismo modo y con el mismo título el factor de
organización y administración de la vida.
Lo mismo se aplica para la “línea” de la señora Cowans: “No te das ni siquiera cuenta de este
prejuicio”, dice en una espléndida construcción de inglés afroamericano (You don’t even be
aware of this prejudice), “hasta que los padres no se ponen a separar”. Cómo decir que la
línea de separación, la “línea del color” de la cual habla Du Bois,7 es artificial e impuesta;
pero una vez que está, no es posible ignorarla, no basta con desearlo para hacerla desaparecer.
En algunos aspectos y en determinados momentos, no es del todo seguro que se desee.
La relación entre línea, límite y escritura se pone en juego tanto en el curso de la entrevista
como en la elaboración de sus resultados. En la situación de diálogo oral, los límites son
siempre tangibles, pero más fluidos y móviles, renegociados y desplazados continuamente
en la interacción con los interlocutores. Pero una vez que el diálogo oral del history-telling
se trasfiere a la monológica y estable textualidad de la escritura histórica y literaria, este
fluido límite “oral” se trasforma en una separación clara. La escritura tiene precisamente la
función de distanciar las palabras de aquellos que las han emitido y, por tanto, sustraerlas de
su control. El resultado es que, a la línea de clase, de género, de etnia (entre la mujer negra
del minero americano y el intelectual blanco italiano), se suma también una línea semiótica:
el límite entre oralidad y escritura, registro escrito del distanciamiento de la voz.
El sentido común afirma que quien hace investigación en campo debe obtener la confianza
del entrevistado, induciéndolo a descubrirse y a abrirse. En cierta medida, esto fue sin duda
lo que sucedió con los Cowans: de lo contrario, no estaríamos aquí hablando de ellos (o más
bien, escribiendo y leyendo sobre ellos). Pero la historia oral es un arte que necesita de
muchos autores, y por ello la diferencia es tan necesaria como la consonancia. Esta
conciencia de la separación y de la diferencia que subsiste entre nosotros es la fuente principal
de la dramaticidad y de la elocuencia de esta entrevista. Diciendo “I don’t trust you” la señora
Cowans reescribe y borra la línea con un solo gesto: por una parte, afirma que el límite no se
puede deshacer; por el otro, eligiendo hablar de ello con alguien que está, si no de la otra
parte, al menos del otro lado, implícitamente comienza a hacerla más matizada, más móvil,
más provisoria, con el flujo de su voz.

6
Isabel Hofmeyr, “‘Nterata/The Wire’: Fences, Boundaries, Orality, Literacy”, en International Journal for
Oral History, New York, Greenwood Press, 1990, pp. 69-91.
7
W. E. B. Du Bois, The Souls of Black Folks, 1903.
CAPÍTULO 4
La entrevista de historia oral y sus representaciones1

Y si pides con paciencia y contienes la curiosidad, tal vez te puedan decir lo que afirman
saber, aunque su precisión es algo que tienes que determinar por tu cuenta.
Elizabeth Strout, Abide with Me, 2007

“¿Por qué quieres conocer a Miss Jane?”, dijo Mary.


“Enseño historia”, le dije, “estoy seguro de que la historia de vida puede ayudar para que mis
estudiantes la entiendan mejor”.
“¿Qué hay aquí que no esté en los libros que ya tiene?”, dijo Mary.
“En esos libros Miss Jane no está”, dije yo…
Ernest J. Gaines, The Autobiography of Miss Jane Pittman, 1971

1. Encuentros
Volvamos a la cita de Washington Irving con la cual comienza este libro: Diedrich
Knickerbocker y su investigación sobre las familias holandesas tradicionales, a las cuales
comparaba con libros antiguos, que ojeaba con el celo de un ratón de biblioteca. Como
sabemos, las personas no son libros, no se pueden estudiar como libros, y no se pueden ni
siquiera meter en los libros. Hay una relación complicada entre las personas, las historias que
relatan y los libros que leemos, que estudiamos y que escribimos.
Para reflexionar sobre ello, debemos adentrarnos en un territorio relativamente inexplorado
que está en el cruce entre historia, antropología, lingüística y literatura. El nombre de este
territorio es historia oral, una narración dialógica que tiene por argumento el pasado y que
deriva del encuentro entre un sujeto que llamaré narrador y otro sujeto que llamaré
historiador, generalmente mediado por un grabador o un cuaderno de apuntes: el encuentro
entre Diedrich Knickerbocker y las familias holandesas, la conversación entre el “curador”
del libro de Gaines y Miss Jane Pittman. O bien, el inicio de Little Big Man, el clásico western
de William Penn (1970): el encuentro entre un antropólogo y un veterano de la batalla del
Little Big Horn, a los lados de una mesa sobre la cual sobresale un grabador.
Mr. Crab: Me llamo Jack Crabb y soy el único sobreviviente blanco de la batalla del Little
Big Horn, mejor conocida con el nombre de Última Defensa de Custer.
Entrevistador: Ehm, Mr. Crabb, a mí me interesa más el modo de vida de los primitivos que
las fanfarronerías sobre Custer.
Mr. Crabb: ¿Fanfarronerías? ¿Me está diciendo mentiroso?
Entrevistador: No, es solo que yo me intereso en la vida de los indígenas y no en –cómo
decirlo– aventuras.
Mr. Crab: ¿Y según usted la batalla del Little Big Horn sería una aventura?

1
“The Oral History Interview and Its Literary Representations”, en RSA. Rivista di studi angloamericani,
vol. X, nro. 12, 2000, pp. 22-55.
Entrevistador: El Little Big Horn no es un ejemplo típico de los encuentros entre blancos e
indígenas, Mr. Crabb.2

Naturalmente, esto es comedia. No todos los antropólogos son así de ridículos y no todos los
“informantes” son así de irritables. Sin embargo, los encuentros en campo son a menudo de
verdad difíciles y conflictivos: aquello que al investigador le “interesa” escuchar no coincide
necesariamente con aquello que el narrador tiene intención de narrar. En este diálogo, por
ejemplo, el investigador está interesado en lo “típico”, mientras que el narrador quiere hablar
de lo que lo hace “único” –ser el “único” sobreviviente del Little Big Horn–.
Por otro lado, Jack Crabb cree que su historia debe ser contada porque es parte de un
acontecimiento histórico. Más allá de las diferencias, ambos están en la búsqueda de una
relación entre la vida y la experiencia individual, y de un más vasto contexto histórico o
cultural. En este terreno compartido, la contextualización de lo único, define la diferencia
entre narrar historias (storytelling) y narrar Historia (History-telling).3
Para entender mejor esta distinción, escuchemos un ejemplo de storytelling dentro de una
entrevista de historia oral. La narradora, Annie Napier, es una conductora de bus escolar,
exempleada, activista comunitaria y esposa de un minero discapacitado, de Harlan County,
Kentucky.
Napier: Mira, en aquel tiempo [back then] no teníamos TV, no teníamos radio, etcétera, y en
la noche cuando se hacía oscuro te debías encerrar a causa de las serpientes.
Portelli: ¿Hay tantas?
Napier: Sí. Aquí tenemos serpientes de cascabel y copperheads, pero por la noche cuando
regresábamos a casa y encendíamos el fuego en la chimenea, mamá y papá se sentaban allí y
nos narraban historias de cuando eran pequeños. E historias que sus padres les habían contado
de cuando ellos eran pequeños. Y cuando vas a ver, es todo verdad [it’s all fact]. Es desde
aquí que ha comenzado todo esto de contar historias [that’s where the storytelling started
from]. Y es verdad, era verdad desde el principio.

Annie Napier describe una cultura de storytelling, la trasmisión oral de los relatos al interior
de la familia y de la comunidad, “reunida” –como diría Diedrich Knickerbocker– en sus
casas de madera en la cima de la montaña. Pero su descripción llega a ser un acto de History-
telling o, si queremos, meta-storytelling: un relato sobre el relatar. Al menos tres elementos
indican este desplazamiento:
- Enmarca los relatos históricamente, colocándolos en el tiempo (back then) y
reivindicando su confiabilidad referencial (it’s all fact). De este modo, representa
al storytelling como una práctica histórica, fundada sobre determinadas
condiciones de vida que existían en el pasado.
- Combina las diferentes historias, que se relataban anecdótica y separadamente,
en una narración completa y unificada.

2
Transcribo y retraduzco directamente del diálogo original. Todas las traducciones del inglés son mías.
3
Para una definición de history telling, véase mi “Oral History as genre”, en The Battle of Valle Giulia. Oral
History and the Art of Dialogue, Madison, Wisconsin, 1997, pp. 3-23.
- Proyecta los relatos más allá del círculo de su familia y comunidad hablándole a
un extraño (¡de tal manera que el extraño se espanta cuando oye que hay
serpientes!).
La History-telling, como la denominada “historia de vida” (life history), es una forma
narrativa que no existe en estado natural. Como dice el protagonista de Dessa Rose de Sherley
Anne Williams, “No es que Dorcas se haya puesto allí a contarle a la gente historias de su
vida”; o, como dice el narrador en la novela de Thomas Berger Little Big Man, “sin mi
función catalítica estas memorias extraordinarias nunca habrían visto la luz del día”.4
Este tipo de relatos es, de hecho, el producto de la intervención de un oyente e “interrogador”
especializado, un historiador oral con un proyecto, que da inicio al encuentro y crea el espacio
narrativo para un narrador que tiene una historia que contar, pero que no la contaría de aquella
manera en otro contexto o a otro destinatario. Annie Napier no hablaría así, con estas
palabras, si no hubiese ido yo a entrevistarla; y usaría palabras diferentes si fuese entrevistada
por otra persona. “Cada entrevista documentada –escribe C. Vann Woodward– tiene dos
autores: la persona que hace las preguntas y la persona que las responde”; a lo que yo
agregaría solo que, una vez encaminado el diálogo, la distinción entre estas dos funciones no
es nunca rígida ni absoluta.5
Los sujetos de la entrevista comparten, por tanto, un espacio narrativo y también un espacio
físico, y es esto lo que hace posible la entrevista. Pero lo que la hace significativa es que hay
aún un espacio entre ellos, ocupado y representado por el grabador o por el cuaderno de
apuntes. Una entrevista en campo es en primer lugar una confrontación con la diferencia, con
la alteridad. Dice Dennis Tedlock:
El diálogo antropológico crea un mundo, o una comprensión de la diferencia entre dos mundos,
que existe entre personas que cuando comenzaron su conversación eran indefinidamente
lejanas en género y modo. Esta intermedialidad [betweenness] del mundo del diálogo es
aquella que debemos tener siempre delante de nosotros.6
Tedlock observa que diálogo significa hablar entre, hablar más allá de (speaking across),
del mismo modo que entrevista significa mirar entre –un intercambio de miradas–.7 Se habla
siempre de empatía y de confianza entre entrevistado y entrevistador, pero al final aquello
que hace significativa a la historia oral es el esfuerzo de conducir un diálogo entre y más allá
de la diferencia: es el caso de la entrevista con la señora Julia Cowans, analizada en el tercer
capítulo de este libro: su “no confío en ti”, su “habrá siempre un límite” señalan que la propia
distancia y la separación son los argumentos de este diálogo entre una mujer americana,
negra, proletaria, bautista y un hombre italiano, de clase media, católico/agnóstico. Para
hablar de los límites que existen entre nosotros, se debe hacer un compromiso para hablar

4
Sherley Anne Williams, Dessa Rose (1986), New York, Berkley Books, 1987, p. 146; Thomas Berger, Little
Big Man, New York, Dial Press, 1964, p. ix.
5
C. Vann Woodward, en Charles T. Davis and Henry Louis Gates, Jr. (eds.), The Slave’s Narrative, Oxford y
New York, Oxford University Press, 1985, p. 6. Véase también el capítulo 3 en este libro, “Siempre hay un
límite: memoria histórica, diálogo y relato colectivo”; y “Deep Exchange: Roles and Gazes in Multivocal and
Multilateral Interviewing”, en The Battle of Valle Giulia, óp. cit., pp. 24-39, 72-78.
6
Dennis Tedlock, The Spoken Word and the Work of Interpretation, Philadelphia, University of Pennsylvania
Press, 1983, p. 323.
7 Véase mi texto “Research as an Experiment in Equality”, en The Death of Luigi Trastulli and other Stories,
Albany, New York, State University of New York Press, 1991, pp. 29-44.
más allá de los mismos: con un único gesto, se traza una línea y se la salta, trasformando la
entrevista en un espacio utópico, un experimento de igualdad en el cual dos sujetos,
separados por jerarquías sociales y culturales, ponen en el campo la desigualdad y la ajustan
temporalmente para hacer del mismo un terreno implícito del intercambio.
No todos los experimentos tienen éxito. A veces la distancia y el conflicto de ambas agendas
terminan por reducir al silencio a uno de los dos sujetos. El investigador, como en Little Big
Man, puede no tener respeto por la agenda del narrador y el narrador puede estar poseído
por un impulso narrativo tan idiosincrático que nunca logra captar la escucha del
investigador. Por lo tanto, es necesario tener en cuenta el hecho de que la entrevista es una
experiencia de aprendizaje: el investigador puede tener una sarta de títulos y el narrador
puede ser un analfabeto, pero es el narrador quien posee el conocimiento de lo que estamos
buscando. Tenemos todo por ganar si nos disponemos a escuchar.
En los Apalaches subsiste una arraigada intolerancia y sospecha respecto de los encuentros
con visitantes tales como misioneros, agitadores, asistentes sociales, sociólogos y
antropólogos. Durante mucho tiempo, los apalachianos fueron tratados como montañeros e
ignorantes (hillbillies) que debían ser estudiados, instruidos y civilizados. El resentimiento
se ha traducido a veces en verdadera violencia. 8 Después de varios años de trabajo en la
región, le pregunté a Mildred Shackleford –minera y poeta de Harlan– por qué parecía que
yo no tenía ningún problema de este tipo. ¿Qué cosa estaba haciendo bien? Ella me dio dos
respuestas: mi distancia geográfica (no venía de Nueva York o de Chicago, los lugares del
poder y del prejuicio) y mi ignorancia:
Si vinieras de Gales y trabajaras en minería y vinieras a Harlan County y hablaras con la gente
del trabajo en las minas, no tendrían problemas. Es más, buscarían ayudarte. Pero tú no estás
buscando influenciar a la gente o algo así. Simplemente estás tratando de recoger un poco de
información, de aprender cosas, de hacerte contar historias, y esto a la gente no le da fastidio. 9
Es decir, los mineros de Gales –donde la seguridad en las minas es más avanzada que en los
Estados Unidos– tendrían algo que enseñar, y la gente estaría dispuesta a escuchar; pero yo
solo tengo que aprender, soy yo quien escucha, son ellos los que me enseñan a mí. De hecho,
Mildred Shackleford y Julia Cowans me hablaron porque yo reconocí que eran ellas las que
controlaban el diálogo: la historia oral, como toda forma de trabajo de campo, difiere de las
ciencias naturales porque es una observación recíproca entre sujetos humanos a quienes no
les gusta ser estudiados u observados como si fuesen libros o fenómenos naturales. Los
investigadores que saben preguntar con paciencia y contener su curiosidad son a menudo
recompensados de manera inesperada.
En Harlan había buscado a William Jint, veterano de Vietnam, porque esperaba que me
hablara sobre su experiencia en esa guerra. Sabía, sin embargo, que no le gustaba hablar de
esto en presencia de su madre, porque los nervios de ella eran demasiado frágiles. Así, en el
curso de la entrevista le pregunté de pasada si él había hecho el servicio militar, me dijo que
no, y pasé de largo. Pero él sabía que yo lo sabía, y apreciaba el hecho de que no hubiese

8
Véase el documental de Elizabeth Barret, Stranger with a Camera (Appalshop, Whitesburg, Ky, 2000); o el
texto teatral de Jo Carson, Preacher with a Horse to Ride (1993).
9
Mildred Shackleford (1950), minera; Entrevistada en New Market, Tennessee, 11.2.1990.
insistido; por tanto, más tarde me llevó aparte y, sentados en el auto bajo un dramático
temporal, me relató su guerra:
Portelli: Pero ¿formaste parte de las acciones en las que te ha tocado matar a alguien?
Jint: Aparte de […] la cantidad que maté, he perdido la cuenta.
Portelli: ¿Hay alguien que recuerdes más?
Jint: Alguien. Pero en general, durante el entrenamiento, no puedes bloquearlo todo, pero
puedes bloquear el pensamiento, eliminarlo mientras lo haces. Después de las primeras veces
que matas, por decir algo, llega a ser un poco más fácil, no es que llegue al punto de gustarte,
pero es más fácil tirar del gatillo, cortar una garganta, o lo que es, de hecho. Y apagas todo.
Para mantenerte con vida, ¿comprendes? Haces lo mejor que puedes y lo que te han adiestrado
hacer. Así es.
Portelli: Supervivencia…
Jint: Supervivencia. […]
Portelli. Pero ¿es verdad que arrancaban los dientes, las orejas, y pedazos de cuerpos de los
enemigos?
Jint: Sí.
Portelli: ¿Y tú lo hiciste?
Jint: Sí. Lo hice. Hay varios episodios en los que capturábamos a los prisioneros… y yo
estaba ahí, pero no participé, pero de todos modos los hemos desmenuzado, deshojado…
Portelli: Deshojado, ¿cómo?
Jint: Se toma el cuchillo, se cortan las bolas, se tiran, una bota sobre las tripas, se ensarta en
la boca, se les hace tragar. Se le cortan las orejas, y se les cortan las costillas desde la espina
dorsal, se les arranca desde la carne, y ellos estaban vivos, tortura, pesada, ¿comprendes?
Esto lo hice. Pero no me gustaba, para nada. No me gusta tampoco ahora. Muchas veces
regresaba a casa y tenía pesadillas…

2. Trascripciones
Habíamos dicho que es necesario un oyente especializado para poner en marcha el proceso
de History-telling; es preciso un escritor/escribiente especializado –a menudo es la misma
persona– para completarlo. El papel del investigador como coautor comienza en el campo y
continúa en la trasformación de la performance dialógica oral en un texto escrito:
trascripción, redacción, publicación y análisis.
La historia oral es hoy plenamente consciente de los problemas que se ponen en juego en el
pasaje de una performance oral a un texto escrito. Cada historiador tiene sus propias
soluciones, pero todos tienen los mismos problemas: la poética y la política de la historia oral
se rigen por el reconocimiento específico de la formación dialógica de la fuente y del texto.
La historiografía basada en fuentes orales es una forma de escritura, pero no puede olvidar
sus orígenes orales; es un texto, pero no puede olvidarse de haber nacido como performance.
Por ello, los historiadores orales citan ampliamente las palabras de sus fuentes, y mantienen
lo más posible la sintaxis y el estilo; cuando es posible, indican el nombre y el apellido de
los narradores, como un modo de reconocerlos en su carácter de autores de sus relatos,
responsables de sus palabras, y de incluir su subjetividad, su imaginación, su arte verbal en
el tejido mismo de un texto dialógico, en el cual la voz del historiador es solo una voz entre
muchas y no necesariamente la más autorizada. La calidad oral, dialógica e imaginativa de
estas narraciones no es una impureza de la cual liberarse en la búsqueda de los hechos puros;
por el contrario, esta es un hecho histórico, aunque de otro tipo.
Por esto, la historia oral trata al relato como referencia tanto como autorreferencia. La
cuestión de la fiabilidad referencial de las fuentes orales ha dominado largamente el debate;
aquí quisiera solo poner el acento en dos prácticas discursivas que son adyacentes a la historia
oral, en tanto ambas se basan en narraciones dialógicas: el psicoanálisis y la novela policíaca.
En In the Last Analysis, novela policíaca de Amanda Cross (seudónimo de Carolyn Heilbrun,
una importante crítica literaria e historiadora feminista), un personaje –un psicoanalista que
habla a una detective aficionada– propone una distinción, tal vez demasiado esquemática,
pero, de todos modos, útil: “la grabación en una cinta de un análisis, por ejemplo –empezó–
, estaría privada de significado, o al menos de un significado importante, para una persona
no idónea en analizarla… Para el analista, no es importante si algo realmente sucedió o si el
evento sea solo una fantasía del paciente. Para el analista, no existe una diferencia esencial.
Para el policía, naturalmente, existe toda la diferencia del mundo”.10 Un crítico literario
deconstruccionista podría tal vez reconocerse en el psicoanalista, y un historiador positivista
podría identificarse con el policía. Un historiador oral, por otra parte, debe trabajar
contemporáneamente sobre ambos planos y, ante todo, en el espacio intermedio.
Por esto, la historia oral difiere de los escritos en campo de las ciencias sociales que buscan
atribuirse autoridad haciendo desaparecer la función del investigador en la formación de las
fuentes, como si estas hubiesen nacido solas en vez de constituirse en el encuentro dialógico.
Esta es una consecuencia tanto de la calidad tendencialmente monológica de los textos
escritos como de las convenciones que se refieren al concepto romántico de la unicidad del
autor (o del científico), al privilegio de la investigación archivística en la cual las fuentes
preexisten a la investigación y al fetiche de una objetividad que se escenifica,
paradójicamente, suprimiendo una parte esencial de los datos. Como escribe Dennis Tedlock:
“aquellos que crean documentos sobre la base de discursos grabados tienen una fuerte
tendencia a dejarse atravesar por la corriente monológica de la escritura”.11
Para llevar a la ciencia humana a un modelo abstracto de las ciencias naturales “en donde no
es posible ninguna relación dialógica” (Tedlock), las performances dialógicas son de este
modo dirigidas a ser una especie de “manuscrito reencontrado” que se pretende existente,
como los diarios de Diedrich Knickerbocker o como los documentos de archivo, en la misma
inmutable forma antes de ser “recogidos” o “encontrados” y que continuarán repitiendo
exactamente las mismas palabras a cualquiera que se encuentre para interrogarlo. Una
narración intersubjetiva es representada como objetiva “a modo de testimonio”, fingiendo
que fue emitida sin un contexto y sin un interlocutor empírico. Es el caso de las entrevistas
que se intercalan en la película Reds de Warren Beatty (1981), o como el de las entrevistas
sobre la Shoah del archivo Fortunoff de Yale: los narradores hablan sobre un fondo
totalmente negro y sin un interlocutor visible, como sugiriendo una memoria que existe
independientemente del diálogo o, incluso, una memoria que “separa [el narrador] de los
otros” al punto de hacer cada diálogo virtualmente imposible.12

10
Amanda Cross, In the Last Analysis (1964), New York, Avon, 1966, pp. 52-3.
11
Dennis Tedlock, The Spoken Word, p. 288, nota 2.
12
“Auschwitz está allí, fijo e inmutable, pero envuelto en la piel impenetrable de la memoria que se segrega del
‘yo presente’”; “esta experiencia, puedes convivir con ella –es como un dolor fijo, no se olvida nunca, no te
libera nunca, pero aprendes a convivir con ella–. Y es esto lo que te separa de los demás”: Lawrence Langer,
Holocaust Testimonies. The Ruins of memory, New Haven and London, Yale University Press, 1991, pp. 5, 35.
3. Fronteras
¿Qué sucede cuando se busca dar una representación literaria de estos eventos narrativos?
Una generación antes del nacimiento de Washington Irving, las narraciones dialógicas
basadas en entrevistas eran ya difundidas y populares en los Estados Unidos. El primer siglo
de la autobiografía americana, de hecho, se basa casi enteramente en entrevistas trascritas y
obras hechas en colaboración: los reportajes de los cautivos raptados por los indígenas, las
primeras autobiografías afroamericanas y, más tarde, las primeras historias de vida de los
indígenas.13
Como sabemos, es a causa de estos orígenes dialógicos que generaciones de historiadores
han podido darse el lujo de ignorar los testimonios de los exesclavos como fuentes históricas:
dado que las palabras en las páginas habían sido escritas por una persona diferente al
protagonista del relato, esto no podía ser considerado como una verdadera autobiografía,
confiable y con autoridad. Los historiadores y los críticos literarios han buscado durante
mucho tiempo y en todos los sentidos identificar “la verdadera autoridad autoral” 14 y rescatar
la “auténtica” e incontaminada voz del esclavo de la espuria presencia del interlocutor o del
escribiente, sin la cual –de todas maneras– aquella “voz” nunca habría llegado hasta nosotros.
No obstante, textos diferentes, generados por diferentes modos de producción, poseen
distintos tipos de credibilidad y responden a distintos criterios de juicio. En vez de excluirlos
porque no responden al principio de la autor/idad personal y textual única e indivisible –
cuestionada ampliamente por la crítica posestructuralista–, haríamos mejor en individuar sus
orígenes dialógicos, su ser entre, como fundación de una autoridad diferente. Arnold Krupat
lee las autobiografías compuestas en colaboración entre narradores nativos americanos y
escritores blancos (que fungen como traductores, intérpretes, trascriptores, compiladores,
curadores) como “esfuerzos conjuntos” para lograr una “original composición bicultural”:
“como el resultado no solo de un cara a cara entre dos individuos, sino, como diría Frederic
Jameson, un cara a cara entre dos distintas formas sociales y modos de producción… un
encuentro colectivo más que un encuentro individual”.15 Basta con mirar las imágenes que
acompañan, por ejemplo, la autobiografía de Yellow Wolf: por un lado, un narrador indígena,
un oyente/escritor blanco por el otro, y en medio, como el grabador en Little Big Man, el
intérprete, encarnación de la intermedialidad, de la betweenness de la cual habla Tedlock.
Esto, afirma Krupat, es “el terreno en donde dos culturas se han encontrado”, es decir, “el
equivalente textual de la frontera”: no en una cena de gala, sino en una frontera desigual,
signada por la guerra y el genocidio. No es casualidad, señala Krupat, que los narradores de
estas historias sean derrotados, como Yellow Wolf o Black Elk, o prisioneros, como Black
Hawk o Gerónimo.

13
Constance Rourke, Roots of American Culture, New York, Harcourt Brace, 1931; William L. Andrews, To
Tell a Free Story. The First century of Afro-American Autobiography: 1760-1860, Urbana and Chicago,
University of Illinois Press, 1986; Arnold Krupat, For Those Who Come After. A Study of Native American
Autobiography, Berkeley, University of California Press, 1985.
14
James Olney, “‘I Was Born’: Slave Narratives, Their Status as Autobiographies and Literature”, en Davis &
Gates, The Slave’s Narrative, óp. cit., p. 173, nota 14
15
Arnold Krupat, For Those Who Come After, óp. cit., pp. 31 y 9.
También las autobiografías de los esclavos son un producto bicultural –el equivalente textual,
tal vez, de la miscegenation–, un encuentro ilícito en donde la “sangre” blanca y negra se
mezclan, con el horror de quienes tienen interés en evitar cualquier contacto entre las “razas”
y entre sus discursos. Una vez más, no se trata de un encuentro entre iguales: como los
indígenas, los narradores negros son esclavos o, como mucho, ciudadanos de segunda clase.
Pero, si en verdad la entrevista es un experimento de igualdad, la escena de estos encuentros
es aquella en la cual uno de los vencedores escucha al vencido, o en la que alguien
perteneciente a la cultura de los propietarios escucha a sujetos que fuera de ese contexto no
tendrían derecho ni a hablar ni a ser escuchados.
Si reconocemos la hibridación como multiplicidad y complejidad más que como impureza y
contaminación, surgen entonces una serie de cuestiones fascinantes. Cuando el esclavo John
Marrant y el reverendo W. Aldridge escriben su libro, ¿es Marrant quien habla a través de
Aldridge, o es Aldridge quien “se escribe” al lado de Marrant, usándolo como material en su
deseo frustrado de escritura –como aquella “elegante… joven señora” que “confía en el
papel” el relato de Albert Ukasaw Gronniosaw para su satisfacción privada–?16 ¿O son tal
vez las dos cosas juntas?, ¿los siervos negros prisioneros y los señores blancos que se utilizan
unos a otros, en un intercambio recíproco y por tanto desigual? Y si es así, ¿quién manipula
a quién? ¿Hasta qué punto los curadores blancos manipulan las palabras de los narradores
esclavos, y hasta qué punto los siervos negros manipulan las expectativas y la credulidad de
los oyentes blancos?
Entonces, en vez de buscar una imposible autoridad individual, haríamos mejor en leer estos
textos como el terreno en disputa de otro tipo de autenticidad –una autenticidad de diálogo y
tensión, de cooperación antagonista que continuamente rearticula las relaciones de poder–.
Algunos capítulos de Louisa Picquet, the Octoroon (1861) se presentan como una verdadera
entrevista, con preguntas y respuestas. Por tanto, tenemos acceso no solo a la historia de la
esclava afroamericana, sino también a la imaginación y a las expectativas del hombre blanco
que la interroga, como en un complejo juego de espejos cruzados que reflejan los modos en
los que ambos se imaginan y se usan entre sí. Como indica el título, la miscegenation es el
argumento del libro,17 pero también es la forma: un personaje de descendencia incierta, negra
con piel clara, nacida de encuentros sexuales ilícitos, relatando con palabras de incierta
descendencia, palabras negras a través de una pluma blanca, generadas en el encuentro
interracial sobre el plano personal y textual.
El reverendo Mattison pretende escandalizar a los lectores con los horrores morales y
sexuales de la esclavitud, pero a su vez está obsesionado con el cuerpo de la esclava y
continúa haciéndole preguntas intrusivas, voyeuristas, sobre sexualidad y violencia. Por su
parte, Louisa Picquet ejecuta un hábil juego de revelación y sustracción, obediencia y
enmascaramiento. Relata su historia con el fin de recaudar el dinero necesario para comprar
la libertad de su madre: en cierto sentido, se pone en venta como texto, así como había sido
16
John Marrant, A Narrative of the Lord’s Wonderful Dealings with John Marrant, a Black… (1785); James
Albert Ukasaw Gronniosaw, A Narrative of the Most Remarkable Particulars in the Life of James Albert
Gronniosaw, An African Prince (1770). Cfr. También William L. Andrews, To Tell a Free Story, óp. cit., p. 33;
y Libri parlanti. Scritture afroatlantiche 1760-1833, a cargo del Progetto Equiano dell’Università di Roma “La
Sapienza”, Torino, Paravia Scriptoriun, 1999.
17
Un octoroon es una persona que tiene una octava parte de “sangre” negra –es decir, un tatarabuelo negro y
siete antepasados blancos– y es considerada legalmente negra.
esposada y puesta en venta como cuerpo. Pero ella es quien dirige el juego: revela lo
suficiente para mantener la atención de su oyente empírico y de los lectores implícitos, pero
también relata una historia de devoción filial que Mattison, en la ansiosa búsqueda de detalles
escabrosos, ni siquiera reconoce. Y defiende lo que puede de su propia intimidad con lo que
Mattison paternalistamente llama “una cierta desconfianza servil”.18
Sin embargo, al considerar las limitaciones y las obsesiones del reverendo Mattison, sería
bueno recordar que es él quien se expone a nuestra mirada crítica, dejándonos entrever partes
del diálogo con Louisa Picquet (en todo caso se ha interesado lo suficiente en ella como para
escucharla). Por el contrario, en la mayor parte de las slave narratives se suprime cualquier
vestigio del diálogo, separando las palabras del esclavo de las del curador como para
protegerse a sí mismo de un contacto contaminante: por un lado, aparece la narración del
esclavo como monólogo en primera persona; por otro lado, figura una narración enmarcada
que certifica la existencia del narrador, la verdad del relato y la fidelidad de la trascripción.
El propósito declarado de esta separación es el de reforzar el efecto de autenticidad factual
de las narraciones negras o indígenas, minimizando la interferencia visible del curador. Pero
la separación del relato del marco narrativo suprime también el contacto entre la alteridad
(claramente desigual) con la colaboración interracial desde donde se originó el texto.
Ahora bien, el choque con la alteridad era una apremiante preocupación para una América
que todavía estaba en la búsqueda de su propia definición. No es casual que los años
posteriores a 1830 coincidan con “la edad de oro” de las slave narratives abolicionistas, con
el desarrollo del humor de frontera y con los orígenes de la “autobiografía” indígena. En el
lapso de tres años se publican tres textos fundantes: la autobiografía de Black Hawk (1833),
la slave narrative abolicionista de Charles Ball (1836) y Georgia Scenes de Augustus B.
Longstreet (1835). Estos tres géneros implican encuentros con la alteridad; así como, en los
tres, la alteridad tiene la forma de una oralidad incorporada en el espacio de la escritura, pero
segregada y recluida en un espacio discursivo separado. También la forma típica del relato
cómico de frontera es la del marco narrativo: un inicio y eventualmente una conclusión
planteada por un narrador culto e instruido, que introduce y envuelve el relato dialectal de un
pionero o de un backwoodsman. El caballero y el pionero, como el curador blanco y el
narrador indígena o negro, están dentro de las mismas portadas, pero hablan uno después del
otro, casi nunca el uno al otro. En el relato que da el título a Georgia Scenes, las únicas
palabras que el escritor le dirige al frontiersman son Come back, you brute [¡Vuelve aquí,
¡animal!].19
En el humor de frontera, sin embargo, el narrador culto del marco introductorio no busca
limpiar el lenguaje del backwoodsman para asimilarlo a los modelos de la escritura
respetable, sino que acentúa la diferencia dialectal en el acto mismo de reconocerla:
afirmando que si en la naciente democracia no es posible silenciar al hombre común, se puede
al menos cercar su palabra y mantener el derecho de definirla y dominarla. 20 No es nunca el
escritor quien busca al narrador dialectal, pero es siempre este último quien invade

18
Rev. H. Mattison, A. M., Louisa Picquet, the Octoroon. A Tale of Southern Slave Life (1861), en Anton G.
Barthelemy (ed.), Collected Black Women’s Narratives, New York, Oxford University Press, 1961, cap. 1.
19
Augustus B. Longstreet, Georgia Scenes (1835), Gloucester, Mass., Peter Smith, 1970, p. 3.
20
Véase mi documento Il testo e la voce. Oralità, letteratura e democrazia in America, Roma, Manifestolibri,
1994, p. 189-92.
ruidosamente el espacio de la escritura: en lugar de un narrador prisionero, tenemos un oyente
prisionero, una captive audience puesta en una esquina y reducida al silencio por un narrador
incontrolable. “Simon Wheeler me arrinconó y me bloqueó con la silla, después se sentó y
soltó el monótono relato que sigue”.21
Sin embargo, es la presencia de este oyente involuntario lo que permite a los narradores
relatar. Y serán estos oyentes reluctantes quienes escriban el relato y quienes nos permitan
leerlo. A medida que se haga el esfuerzo por exorcizarlo, el diálogo seguirá siendo la base de
la historia.

4. Representaciones

Pasemos ahora a examinar algunos textos literarios contemporáneos que utilizan la entrevista
como procedimiento estructurante. La mayor parte de estos textos se ubican en el margen del
canon literario, en una tradición literaria como la americana, que está atravesada por parejas
interraciales e interculturales (Natty Bumppo y Chingachgook, Ishmael y Queequeg,
Huckleberry Finn y Jim, Ike McCaslin y Sam Fathers).22 En realidad, el contacto se ha a la
vez evocado y exorcizado: Natty Bumppo fue criado por los indígenas Delaware, y por esto
insiste obsesivamente en decir que él es “un hombre blanco sin ninguna mezcla”. También
Jack Crabb en Little Big Man, otra historia de convivencia de un blanco entre los indígenas,
comienza diciendo: “yo soy un hombre blanco y nunca lo he olvidado, pero crecí con los
Cheyenne hasta cuando tuve diez años”.23
Ralph Fielding Snell, la voz narradora en la novela Little Big Man, es muy diferente del
obtuso antropólogo que toma su lugar en la película: está dotado de mayor capacidad
empática y es “un hombre de letras”, un profesional de la escritura, en vez de un antropólogo.
Así como los personajes que vivieron entre los indígenas (Jack Crabb, Natty Bumppo) tienen
siempre la necesidad de reafirmar su diferencia de los nativos, del mismo modo los autores
que escriben en contacto con la oralidad sienten la necesidad de reafirmar su distancia de la
oralidad de sus fuentes. De aquí la ambigüedad con la que el hombre de letras Snell da cuenta
de su relación con el narrador oral Crabb: por un lado, si no fuese por Crabb no habría nada
que escribir; por el otro, debe distanciarse del contacto contaminador con un hombre de
frontera “ignorante”, “mal hablado”, “cínico… basto, desconsiderado y sin escrúpulos”. 24
Jack Crabb se crió con los indígenas, pero sigue siendo un hombre blanco; Ralph Fielding
Snell recoge un relato oral, pero sigue siendo un “hombre de letras”. En el cuerpo del texto,
habla uno a la vez: como Natty Bumppo y Jack Crabb, Little Big Man es realmente un libro
sin mezclas.
En The Autobiography of Miss Jane Pittman de Ernest Gaines encontramos la misma
separación entre el relato autobiográfico de Miss Jane Pittman, una mujer anciana que

21
Mark Twain, “The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County”.
22
Respectivamente, en la serie de los Leatherstocking Tales de James Fenimore Cooper, Moby Dick de Herman
Melville, The Adventures of Huckleberry Finn de Mark Twain, “The Bear” de William Faulkner.
23
Thomas Berger, Little Big Man, óp. cit., p. 1.
24
Arnold Krupat, For Those Who Come After, óp. cit., pp. 31, 9: pp. 31 y 9
recuerda la esclavitud, y un marco narrativo en donde un “curador” sin nombre relata cómo
recogió su historia. Sin embargo, como en muchas de las denominadas neo-slave narratives 25
–novelas contemporáneas sobre la memoria de la esclavitud (Jubilee de Margaret Walker,
1966; The Chaneysville Incident de David Bradley, 1981; Dessa Rose de Sherley Anne
Williams, 1986)–, la relación entre marco narrativo y relato es diferente: no se trata de un
encuentro con la alteridad, sino de una exploración sobre las raíces y sobre la identidad del
curador, que también es afroamericano. El “curador/personaje” pretende “contaminar” los
libros de historia con la voz de Miss Pittman, y a través de ella afirmar la presencia de sus
antepasados, que han sido ignorados hasta ahora.
El autor Ernest Gaines, sin embargo, continúa la convención de situar las voces de forma
separada: el “curador” puede tener la autoridad de corregir los libros de historia solo si se
presenta como un historiador profesional. Por lo tanto, trasforma el relato de Miss Pittman
en un monólogo, sacando no solo su propia voz, sino también la de otros narradores
colaterales. Miss Pittman es la única que habla en el cuerpo del libro, pero no es la única que
habla en la entrevista: “a pesar de que he usado la voz de Miss Pitman en todo el relato –
explica el “curador–, en algún momento han sido otras personas las que han llevado a cabo
la historia en su nombre” cuando ella estaba demasiado cansada o cuando necesitaba de otros
testimonios que corroboraran su relato. Un texto puede tener un solo autor; una autobiografía,
un solo narrador, y en tributo a esta convención, las otras voces desaparecen del texto. 26
A causa de esta segregación y supresión de voces, muchas cosas se han perdido. No sabemos
si el relato de Jane Pittman tuvo algún efecto sobre el curador, o si relatando su historia la
misma Miss Pittman cambió de alguna manera. ¿Aprendieron algo? ¿Salieron cambiados de
este encuentro? Las culturas orales y populares –al igual que otras disciplinas tales como la
historia oral, el folklore y la antropología– reconocen que los relatos son ellos mismos
eventos, y que por lo tanto relatar una historia o escucharla, o incluso crear una en conjunto,
no puede no tener consecuencias trasformativas sobre el mundo “real” o sobre las personas
involucradas y sus culturas. En Miss Pittman o en Little Big Man no sucede nada similar: las
historias son relatadas, y después narradores y oyentes son exactamente los mismos de antes,
salvo por alguna información de más en los segundos. De hecho, para mayor comodidad,
ambos narradores mueren poco después de la entrevista, como si su utilidad se hubiese
agotado en el momento en que sus voces son convertidas en texto –y de este modo dejan a
los oyentes como únicos custodios del relato–. Si Miss Jane o Jack Crabb estuviesen todavía
vivos (como por fortuna es el caso de la mayor parte de los entrevistados en las
investigaciones de historia oral), podrían querer cambiar el relato, relatar otra historia o
controvertir el uso que hacen de ella los “curadores” y “los hombres de letras”. Pero un texto
debe ser definitivo, y nada lo hace más definitivo que la muerte de la fuente.

25
Bernard Bell, The Afro-American Novel and Its Tradition, Amherst, University of Massachusetts Press, 1967;
Annalucia Accardo, Il racconto della schiavitù negli Stati Uniti d’America, Roma, Bulzoni, 1996.
26
Este enfoque multivocal se encuentra frecuentemente en las narraciones indígenas. La costumbre era que
otras personas ayudaran a los narradores a relatar su propia historia, verificándola e integrándola con más
detalles e información. Sin embargo, esta multivocalidad desaparece en su representación escrita: basta pensar
en Black Elk Speaks (New York, W. Morrow, 1932), escrito por John G. Neihardt como si solo estuviera
hablando el protagonista y no otros conarradores de soporte… El único libro que hace un buen uso de esta
modalidad de storytelling multivocal es la autobiografía de Yellow Wolf escrita por Lucullus Virgil McWhorter
(Yellow Wolf: His Own Story, 1940, Caldwell, Idaho, The Caxton Printers, 1991), en el que las contribuciones
de los narradores colaterales son reconocidas y valoradas.
Para encontrar una representación de la entrevista como experiencia vivida más que como
una simple ocasión para la creación de un texto monológico, debemos apartarnos aún más
del centro del canon literario e ir en búsqueda de una novela regional apalachiana como Oral
History de Lee Smith (1983), o una historia gótica de horror como Interview with the Vampire
de Anne Rice (1973). En ambos casos, el título sugiere que el tema no es tanto el contenido
de la historia oral como su proceso: son historias de alteridad, pero también son historias de
la confrontación con la alteridad y de su fracaso.
En Oral History, Jennifer busca a sus casi olvidados familiares en los montes Apalaches para
escribir una tesina de historia para la universidad. Pero la distancia generacional, así como la
distancia entre cultura urbana y cultura rural, resultan en última instancia insuperables. Tal
vez la historia que Jennifer cruza es demasiado personal, no lo suficientemente “histórica”
como para poder ser escuchada y dirigida objetivamente. De este modo, leemos la historia a
través de los recuerdos de distintos personajes, pero Jennifer no es capaz de recoger esos
relatos y no se da cuenta siquiera de su existencia.
Jennifer ha llevado consigo las herramientas de investigación, un cuaderno de notas y el
grabador, pero también los estereotipos y la arrogancia de la academia. Mira a sus parientes
como “gente folk, colorida, interesante” que vive “en la pintoresca casa ancestral”, y le
interesa más tratar de verificar fehacientemente la existencia de un fantasma en una casa
abandonada que escuchar los relatos que explican por qué el fantasma existe y qué significa.
Sin embargo, su sola presencia pone en movimiento las memorias de quienes la rodean: no
la reconocen como oyente y no le relatan nada; sin embargo, evocan el pasado en un mosaico
de silenciosos monólogos interiores. Cuando le dicen “no regreses aquí con esa cosa” (el
grabador), Jennifer se va deshecha en lágrimas; pero al final retoma, y explica todo con la
ayuda de los estereotipos que había traído tras de sí desde el inicio: “son gentes realmente
muy primitivas, una especie de tribu ligada a la tierra, groseros y con instintos animales.
Todo lo contrario de la imagen de lo pastoral”.27 No volverá nunca.
También en Interview with the Vampire se comienza con las herramientas del oficio: “pero,
¿cuántas cintas tienes? –pregunta el vampiro–, ¿suficientes para la historia de una vida?”. Al
inicio, el “chico” sin nombre que conduce la entrevista busca comportarse de manera
profesional, hace preguntas puntuales, no acepta la visión propia del entrevistado (“me
interesa mucho saber por qué usted cree esto, porque…”). Muy pronto, sin embargo, el
narrador toma el control del espacio narrativo: “No –dijo el vampiro, bruscamente–. No
podemos empezar así. ¿Estás listo para grabar?”. Como Simon Wheeler en la historia de
Mark Twain, el vampiro Lestat tiene una historia que contar, y el chico con su grabador le
sirve no solo como captive audience, sino como intermediario con el mundo: “No quiero
perder esta ocasión. Para mí es más importante de lo que tú puedes comprender ahora”.
Anne Rice, sin embargo, conoce bien el recíproco juego de seducción que rige la entrevista
y agrega un nuevo giro a la figura de la captive audience. En lugar de borrar la presencia del
entrevistador y dejar simplemente el espacio al monólogo del protagonista, nos lleva a través
del proceso en el cual el entrevistador es gradualmente sumergido en el mundo del
entrevistado (invirtiendo el ocasional sentido de culpa del investigador como “vampiro”). A
medida que el chico es “casi hipnotizado”, los reflejos bajan, se queda “congelado” y
“agazapado” en posición casi prenatal y, aunque se acuerda de voltear fatigosamente el
27
Lee Smith, Oral History. A Novel, New York, Ballantine, pp. 6, 8, 291.
casete, es finalmente reducido al silencio. 28 Por último, cuando el flujo de la voz del vampiro
se detiene, se sacude de su torpeza y pide: “¡conviérteme en un vampiro entonces!”. La cinta
sigue corriendo, pero la entrevista ha terminado: el investigador se ha trasformado en el
objeto de su investigación.
La figura del narrador prisionero vuelve en su forma tradicional en los últimos dos textos que
quiero examinar. The Confessions of Nat Turner de William Styron está construida sobre la
base de una entrevista auténtica: el relato hecho en la cárcel por Nat Turner, líder de una
insurrección de esclavos en Southampton, Virginia, en 1831, recogido por T. R. Gray y
publicado como “Confesiones” de Nat Turner. Styron comienza con el encuentro entre los
dos, pero invierte los papeles: el punto de vista es el de Nat que observa a Gray, y “trascribe”
a su trascriptor al punto que la escritura de Gray parece casi prisionera de la voz autorizada
del esclavo encarcelado.
Aquí no se trata de un proyecto narrativo compartido: el encuentro es representado y vivido
como un conflicto, a lo sumo como una negociación entre adversarios. Incluso las palabras
están en disputa: cuando Nat dice que tiene la intención de “confesar”, Gray piensa que quiere
confesar sus culpas, mientras que Nat entiende la palabra en sentido bíblico: “confiesa, que
todos los pueblos sepan. Confiesa, que tus acciones sean conocidas por todos los hombres”.
Será él quien se sirva de Gray porque, trascribiendo su mensaje, lo trasmitirá al mundo entero.
Pero cuando Gray le relee la propia trascripción de sus palabras, Nat se siente como “vaciado
de toda la energía”: su voz se ha trasformado en un texto ajeno, y el Nat que el mundo
conocerá será el reconstruido por Gray.
Y, de hecho, los últimos capítulos del libro de Styron –violentamente atacados por toda la
crítica afroamericana– se basan propiamente en el escrito de Gray. Leyéndole su trascripción,
Gray hace dos preguntas a Nat: por qué no fue capaz de matar a su amo y por qué la única
persona que mató fue una joven blanca. Styron parte desde aquí para imaginar un Nat Turner
ambivalente respecto de un amo no del todo malo, y su atracción por una mujer blanca. El
texto de Styron es, entonces, la continuación y la culminación del texto en donde Gray fija
su versión de la voz de Nat.
Una de las escritoras afroamericanas que reaccionaron críticamente a The Confessions of Nat
Turner fue Sherley Anne Williams, autora a su vez de una neo-slave narrative, Dessa Rose,
que es también una respuesta implícita al libro de Styron.
En primer lugar, Sherley Anne Williams invierte la relación entre el marco narrativo y el
texto. El prólogo y el epílogo, de hecho, no están escritos por un curador o por un historiador,
pero son la trascripción del flujo de conciencia de la heroína esclava, Dessa Rose. La
situación narrativa está claramente inspirada en la obra de Styron: Dessa Rose, líder de una
rebelión de esclavos, es interrogada/entrevistada en la cárcel por un escritor, Adam
Nehemiah, quien está desarrollando un libro sobre la prevención y el control de las revueltas
de los esclavos.
Toda esta parte de la novela se basa en la tensión entre la voz femenina negra de Dessa y la
escritura masculina blanca y patronal, que escribe sobre ella tanto con la pluma como con el
látigo que le signa el cuerpo y con la marca que le graba la letra R en las partes íntimas. 29
28
Anne Rice, Interview with the Vampire (1976), New York, Ballantine, 1977, pp. 95, 127, 149.
29
Sherley Anne Williams, Dessa Rose, óp. cit.
También aquí la entrevista es un proceso de trasformación. Nehemiah busca informaciones
específicas, pero a Dessa le interesa relatar su propia historia, sobre todo a sí misma, para
reconstruir el sentido de su pasado.30 Como las preguntas del reverendo Mattison a Louisa
Picquet, también las de Nehemiah a Dessa revelan una incapacidad de reconocer la agencia
y la subjetividad de la esclava. Gradualmente, sin embargo, Nehemiah se convence de estar
conquistando un poco su confianza; en realidad, está ocurriendo lo contrario, son las defensas
de Nehemiah las que se debilitan, él es poco a poco capturado en la telaraña del discurso de
ella. Dessa se esconde detrás de silencios, evasivas y una expresión “vacía”, y las aprovecha
para ser ella quien lo estudia a él y le arrebata información. Por otra parte, Dessa está a su
vez intrigada por el proceso de la entrevista (“¿pero tú escribes lo que digo yo? Y ¿por qué?”).
Y por sus propias palabras cuando Nehemiah las relee (“¿realmente he dicho esto?”).31
Finalmente llega a ver en los encuentros con Nehemiah al menos una interrupción de la
monotonía de la cárcel y además un espacio narrativo del cual puede aprovecharse. Cuando,
después de semanas de silencio, comienza a hablar, es sorprendida por el sonido de su propia
voz: “presa de su propia corriente, se escuchó y siguió”. El fracaso del diálogo interpersonal
da lugar a un monólogo tan intenso que Nehemiah –como el chico en Interview with the
Vampire– es capturado y seducido: “su voz prevalece sobre la mía”.32 Y al fin, cuando quiere
hacerla desnudar para leer en la marca de su cuerpo su identidad, busca reapropiarse de ella
en nombre de la escritura: “La conozco… la he puesto en mi libro”.
Todo esto, sin embargo, no esconde una curiosa aporía. La primera sección de la novela
comienza con la que parece ser la voz de Dessa, pero en realidad es la trascripción de
Nehemiah: “sin embargo, recordaba la escena muy vívidamente, mientras reconstruía el
relato de la negra descifrando los apuntes que había anotado de prisa, y lo reconstruía en su
diario como si lo recordara palabra por palabra”. La sintaxis, el léxico, la fonética de Dessa,
son esencialmente un Black English filtrado por el oído y la memoria de un observador
blanco. Williams nos hace creer que Nehemiah es capaz de representar de manera precisa e
indistinguible la voz de ella –cosa obviamente inverosímil, a menos que le atribuyamos a él
una capacidad de memoria total, una altísima competencia filológica y, sobre todo, un
apasionado deseo de respetar no solo lo que Dessa dice, sino también cómo lo dice–.
Y en todo caso: ¿cómo hace para saber que el nombre del compañero de Dessa se escribe
Kain y no Cain, o Cane? Existe una sola persona que conoce la ortografía exacta de este
nombre: no Nehemiah, que lo escucha solo oralmente; no Dessa, que no escribe; solo el
narrador omnisciente y, a través de esta figura, la autora. ¿Quién es, entonces, el responsable
de estas palabras? ¿Dessa, que las ha dicho? ¿Nehemiah, que las trascribe? ¿El narrador
omnisciente que está detrás de Nehemiah y describe la escena, y resume el resto del relato de
Dessa? ¿O Sherley Anne Williams, que los imagina a todos?
De hecho, Nehemiah, el narrador omnisciente y la autora tienen una cosa en común: escriben.
En la tensión entre la voz de Dessa y la escritura de Nehemiah, Sherley Anne Williams se
encuentra del mismo lado de Nehemiah. Finalmente, es ella quien la pone “en su libro”.
Después de una sección central relatada en tercera persona por un narrador omnisciente, la
contradicción resurge en la tercera sección y en el epílogo, narrado por Dessa a un oyente

30
Annalucia Accardo, Il racconto della schiavitù, óp. cit., p. 153.
31
Sherley Anne Williams, Dessa Rose, óp. cit., p. 40.
32
Ibíd., pp. 51, 55 y 31
adulto que ella llama “hijo mío” y “querido”. No es la primera vez que relata a sus propios
descendientes; pero esta vez es diferente. Como los padres de Annie Napier habían relatado
episodios y anécdotas, dependiendo de la ocasión y de los requisitos; esta vez, como en la
entrevista de Annie Napier conmigo, cuenta toda su vida, en orden cronológico, a un oyente
que la trascribe. En otras palabras, pasa del storytelling al history-telling.
Esta conclusión, sin embargo, es ideológicamente inaceptable para la autora. En el prefacio,
Williams escribe que la escritura a menudo ha “traicionado” a los afroamericanos, y no hace
nada para prepararnos para otro tipo de escritura, para un trascriptor que no sea un traidor.
Pero si el destino de Dessa es el de terminar de todos modos en un libro, es la escritura la que
triunfa sobre la voz. Williams busca liberarse de esta contradicción, afirmando en las últimas
líneas del libro que en realidad este ha sido escrito desde la primera línea por la misma Dessa
Rose:
Es por eso que lo escribí, porque lo repito a este hijo. No olvidaré nunca cuando Nemi trataba
de leerme, sabiendo que me había puesto en sus manos. Esto, al menos, los hijos lo han
escuchado directamente de nuestros labios.33
Por lo tanto, Dessa Rose escribe, como Huckleberry Finn. Pero que Huck escribe lo sabemos
desde la primera página; que Dessa escriba lo venimos a saber en la última línea, y no nos
convence. Las partes relatadas en primera persona son indiscutiblemente una representación
escrita, incluso fonética, de una performance oral; y nadie escribe así, mucho menos una
persona que creció en una cultura oral. La fidelidad en el sonido de las palabras es la
obligación de los investigadores y estudiosos que referencian las palabras de otros; pero los
escritores populares no tratan de reproducir su propia oralidad, sino de crear su propia
escritura. Cuanto más un texto se presenta como hablado, más se trata de una representación
literaria o literada de lo hablado. Solo una escritora como Alice Walker en The Color Purple
puede imaginarse que la semianalfabeta Celie escriba “Ah” en vez de “I”.
El libro se presenta como una lucha entre la voz de Dessa y la escritura patronal del látigo y
la pluma. Pero más allá de esta oposición está el hiato entre la “mujer de letras” Sherley Anne
Williams y su personaje. Williams se encuentra del mismo lado de Nehemiah, y no puede
tolerar ni la cercanía con su enemigo ancestral ni la distancia con su antepasado ideal. La
diferencia entre Dessa y Nehemiah, como la que existe entre Jennifer y sus antepasados vivos
de los Apalaches, es insuperable; pero la distancia entre Sherley Anne Williams y Dessa,
como la que existe entre el chico y el vampiro, es insoportable. O Williams se convierte en
Dessa y escribe en la voz de Dessa, o Dessa se convierte en Williams y habla en las letras de
Sherley Anne. La única manera de evitar que Dessa sea puesta en el libro de otra persona es
pretender que el libro sea suyo.

33
Ibíd., p. 260, la cursiva en el texto es mía.
CAPÍTULO 5
¡Absalón, Absalón! Historia oral y literatura 1

1. Un experimento
Esta historia comienza en 1981 con un ejercicio llevado a cabo en dos seminarios paralelos
–en la Facultad de Letras de Roma y en la Facultad de Educación de Arezzo–, que se hizo
para superar algunas resistencias de los estudiantes hacia la literatura, percibida como algo
ajeno a sus intereses y como una prueba abstracta en el curso de los obstáculos para llegar a
la graduación, sin ninguna relación con la experiencia cotidiana. El experimento consistía en
acercarse a los estudiantes no con un texto plano, accesible y quizás socialmente
comprometido (lo había hecho el año anterior con Las uvas de la ira de John Steinbeck y con
El talón de hierro de Jack London, con éxitos desdeñables), sino con un libro desagradable,
casi incomprensible y de poca o nula “actualidad”: ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner
(1936).2
Esta novela narra el ascenso y caída de Thomas Sutpen, de blanco pobre a rico plantador del
sur y después nuevamente su cuesta abajo, reconstruida a 43 años de distancia en la memoria,
conjetura e ilación del joven Quentin Compson, a su vez un descendiente de una familia del
sur en decadencia. La estratificación de los planos temporales, las mezclas y los narradores,
la oscilación continua entre “hecho” y conjetura, las lagunas y las duplicaciones hacen de
este un libro en el cual simplemente comprender lo que sucede es ya una hazaña. Por otra
parte, está situado en un ambiente –el sur de los Estados Unidos entre 1830 y 1910– de difícil
acceso para los estudiantes. Por último, el tono de la escritura, los largos períodos llenos de
digresiones y de paréntesis, acentúan el desafío al lector.
Esperaba mostrar a los estudiantes que la dificultad no derivaba tanto de la diferencia
existente entre esta novela y el lenguaje ordinario, de todos los días, sino del hecho de que se
le parecía demasiado. Donde ellos esperaban el orden discursivo de la secuencia cronológica
y del narrador omnisciente, encontraban, por el contrario, un mar aparentemente caótico que
se asemejaba a los discursos cotidianos, extraño a sus ojos, puesto que modificaba el medio
y el contexto. Esperaba con esto atraer su atención también sobre la especificidad de la
literatura, recuperando por tanto la reflexión sobre el lenguaje literario como resultado de
una lectura y no como un dogma a priori.
Para hacer esto, utilicé algunas de las entrevistas de historia oral recogidas en el curso de una
investigación que estaba llevando a cabo sobre la historia de la clase obrera y de la ciudad de
Terni. Empezamos entonces a verificar si la confusión de los planos temporales era una
maligna maquinación del escritor o, por el contrario, una característica normal del modo de
narrar de parte de la gente común. Así, comenzamos con el relato de Alberto Petrini, obrero.
1
“Il discorso quotidiano e il discorso letterario”, en Franca Mariani (ed.), Letteratura: percorsi possibili,
Ravena, Longo, 1983, pp. 100-115; “Absalom, Absalom! Oral History and Literature”, en The Death of Luigi
Trastulli and other Stories, Albany, New York, State University of New York Press, 1991, pp. 270-81;
“¡Absalón, Absalón! la historia oral y la literatura”. Taller, vol. 5, nro. 13, 2000, pp. 9-24.
2
Para esta edición se respeta la referencia realizada por el autor del libro sobre el cual trabaja. La edición a la
cual haré referencia es la de Penguin (Harmondsworth, Midds., 1978), con los números de página indicados
entre paréntesis en el texto.
Estamos hablando del trabajo de su padre en la planta química de Terni en Papigno, en los
años 30.3
Portelli: ¿Nunca te contaba cómo se trabajaba allí?
Petrini: Sí, pero, él sufrió un accidente serio, y se salió, se salió porque después estuvo en
coma, y estuvo hospitalizado más de un año.
Portelli: ¿Cuándo fue?
Petrini: Y bien, yo era niño; era niño.
Portelli: ¿Cómo sucedió?
Petrini: Bien, explotó un horno, le explotó. Yo después, en ese lugar de trabajo, estuve
trabajando, porque cuando estaba en la acería y era el responsable de fábrica del partido, me
enviaron allí de castigo. O sea, para alejarme de las cosas, ¿no?, hacerme perder el contacto,
disminuir las posibilidades de encuentro, de contacto con los compañeros activos, con los
compañeros de base, me enviaron allí por un período de tiempo. Y, trabajé allí; luego cuando
era –tenía treinta años, tenía– y allí vi, eh, el punto donde tuvo el accidente papá. Todavía lo
recuerdo porque [era pequeño], empezaba apenas a andar, en fin; después, así, sacó adelante
a la familia como mejor pudo.
Portelli: ¿Cómo sucedió el accidente? ¿Cómo pudo explotar un horno?
Petrini: Porque aquellos eran hornos donde se hacía el carburo del calcio. Es decir, venía de
arriba la piedra de la montaña, piedra sílica; venía enriquecida con otras mezclas, etcétera, y
luego se le ponía en el fuego, ¿no? Estos hornos en algún momento advertían estas
explosiones, con soplos; y dado que allí se estaba trabajando en esta mezcla [continúa una
detallada descripción del proceso de trabajo, que salto por razones de espacio] era peligroso,
porque pasaban estas… sí, se hacían los arreglos, pero los arreglos posibles, pero no
aseguraban al trabajador. Vi arder personas como antorchas humanas, los vi arder. Una
mañana entraba a las seis, puesto que me habían transferido allá arriba –se acercaba el primero
de mayo, entonces la subscripción [al sindicato] al Cgil, se hacía–. Porque antes nos sacaban
las cuotas del libro de paga, para financiar al sindicato. Antes, recogíamos cien liras,
quinientas liras, mil liras, de los compañeros. Y me detuve al pie de la escalera de los
vestidores, antes de atravesar, yo trabajaba abajo. Y estuve allí dos minutos, me salvé porque
justo hablaba con estos compañeros, les pedía a ellos su contribución; esperaba de pie a las
escaleras, ellos iban arriba uno por vez, entonces allí pasaban todos: de otra manera, hubiera
tenido que dar una vuelta más larga. Justo me detuve allí, y pasa este estallido enorme, había
dos compañeros del trabajo que –estaban vestidos con prendas de lana, ¿no? –; pero cuando
te embiste esa masa incandescente, prende fuego todo, prende fuego. Y se arrastraban por el
suelo, para apagarse. Gritaban, pedían ayuda; pero cuando eso [el fuego] todavía golpea, ir
allí, es como estar dentro de un horno. Esperas que quizás se calme, pero mientras tanto ellos
arden. Y, hubo gente que murió, gente que quedó inválida permanentemente, gente que quizás
no sufrió tanto, ¿no?, el golpe, el choque de la masa incandescente fue menor, gente que tal
vez estuvo convaleciente por seis meses, por ocho meses. Entonces, después permanecieron
quemados toda la vida, pero, en fin, no es que fueran mortales todos los accidentes. Mi padre
fue un caso no mortal, pero estuvo un año, un año…
Portelli: Decías que lo agarró el fuego.
Petrini: Sí, después fue llevado al hospital, puesto que tuvo una luxación en la pierna –no,
una fractura, mejor–. Fue llevado al hospital. Los médicos creían que iba morirse, lo vieron
muerto, y no se ocuparon de él. Creían que iba morir, entonces... la pierna que sirve que se la
pegamos, se la pusimos en su lugar, este va morir de todas maneras. Pero él no se murió. Al
contrario, no se murió. Se dieron cuenta que este hombre, este desgraciado, estaba en cama,
que había pasado el período crítico y que permanecía con vida; entonces volvieron para

3
Alberto Petrini (1925), obrero Terninoss, Terni, 30.12.1980.
romperle la pierna de nuevo y poder arreglarla de nuevo. Y él, con la pierna buena, la que no
estaba rota, le dio una patada al doctor, que lo empujó hasta el final del pasillo. No dejó que
le rompieran la pierna otra vez. Se quedó cojo toda su vida, pero el dolor que había soportado
fue tanto que no aceptó nunca más dejarse romper la pierna, así, a sangre fría, para
arreglársela, empezar a sufrir otra vez. En fin, el había visto a la muerte.

2. Repetición y variación

Nos damos cuenta enseguida de dos cosas: la narración hace un uso muy intenso y elocuente
de la repetición (“explotó un horno, le explotó”, “con los compañeros activos, con los
compañeros de base”, “los arreglos, pero los arreglos posibles”) y se articula sobre tres planos
temporales que se intersectan: los años 30, época del accidente del padre; los años 50, período
en el que el narrador trabaja en el mismo lugar; el presente, sugerido por el contraste entre la
militancia sindical de los años 50 y la de los años 80. Dejando por el momento de lado la
función de las repeticiones, pasamos a advertir cómo la multiplicación de los planos
temporales se debe al hecho de que el narrador no está simplemente haciendo referencia a
los eventos, sino reconstruyendo su relación con ellos, lo que distingue un relato en sentido
pleno de un simple “testimonio”. Como Quentin Compson por medio de Sutpen, Alberto
Petrini da un sentido a la experiencia de la fábrica y del sindicato a través de su padre, y por
eso está obligado a alejarse del orden cronológico.

Retomando a Labov por una parte y a Todorov por otra, concluimos que el relato “natural”
nunca es riguroso en el orden cronológico: la manipulación de la cronología es la operación
mediante la cual se ejerce la subjetividad del narrador, su reflexión sobre los hechos narrados.
Esta función puede ser suprimida y enmascarada solo de modo artificial: en otras palabras,
cuanto más cronológicamente ordenado está el relato –y rigurosamente separados los
“hechos” de las “opiniones”–, contiene mayor manipulación.4

En este caso, el narrador sugiere una continuidad (las condiciones de trabajo sin
modificaciones entre los años 30 y los 50) y un cambio (la crisis de la democracia sindical
entre los años 50 y 80). La filosofía implícita era una crítica a la ideología del progreso –que
contradice la filosofía de la historia de su partido, pero que se parece en mucho a la de
William Faulkner–.

Después de esto, atraía la atención de los estudiantes hacia el intercambio inicial de preguntas
y respuestas. Como profesional de la palabra, yo esperaba ingenuamente que Alberto Petrini
tuviera conocimiento de las condiciones de la fábrica en los años 30 porque su padre se las
habría contado verbalmente –quizás sentado delante de una chimenea con el niño sobre las
rodillas–. En realidad, el niño tiene conocimiento de las cosas captando fragmentos de

4
Tzvetan Todorov, “Primitive Narrative”, en The Poetics of Prose, Ithaca, New York, Cornell University Press,
pp. 53-65; William Labov & Joshua Waletzky, “Narrative Analysis: Oral Versions of Personal Experience”, en
June Helm (ed.), Essays on the Verbal and Visual Arts: Proceedings of the 1966 Annual Spring Meeting of the
American Ethnological Society, Seattle - London, American Ethnological Society and University of
Washington Press, 1967, pp. 12-44. Véase también Alessandro Portelli, “‘The Time of My Life’: Functions of
Time in Oral History”, en The Death of Luigi Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral History,
Albany, New York, State University of New York Press, 1981, pp. 59-76.
conversaciones, viendo sin mirar el estado en que su padre regresa a casa en la noche,
respirando (y esta metáfora la tomo de ¡Absalón, Absalón!) el aire de la fábrica en el aire de
la casa.

De esto precisamente habla ¡Absalón, Absalón! La novela describe el modo en que Quentin
tiene conocimiento de la historia de Sutpen según cómo es relatada en la ciudad de Jefferson,
sin que nadie se haya puesto a contársela ordenadamente de inicio a fin:

Era parte de sus veinte años de herencia, respirando el mismo aire y escuchando a su padre
hablar de un tal Sutpen: una parte de los ochenta años de herencia de la ciudad –de Jefferson–
del mismo aire que el propio Sutpen había respirado entre esta tarde de septiembre de 1909 y
ese domingo por la mañana de junio en 1833 cuando por primera vez llegó a la ciudad sin un
pasado que se pudiera discernir y se procuró la tierra y nadie supo cómo, y se construyó la casa,
su mansión, aparentemente de la nada y se casó con Ellen Coldfield y engendró a sus dos hijos
–el hijo que dejó viuda a su hermana que todavía no estaba casada– y así cumplió lo que estaba
destinado hasta su violento (Miss Coldfiel habría dicho justo) fin. Quentin había crecido con
estas cosas: los nombres eran intercambiables e innumerables. Su infancia estuvo llena de ellos;
su propio cuerpo era un cuarto vacío en el que resonaban sonoros nombres derrotados; él no
era un ser, era una entidad, era una comunidad. (8-9)

Faulkner subraya esta modalidad de aprendizaje a través de los olores, los sonidos y las
historias repetidas, precisamente porque el lector ya las conoce: “fue, entonces, un día de
escuchar…, de oír en 1909 todo aquello que ya sabía, porque había nacido en medio de ello
y respiraba el mismo aire en que las campanas sonaban ese domingo por la mañana en 1833
y, cada domingo, oía repicar una de las tres campanas originales en aquel mismo
campanario…” (5-6). Es este “respirar” el mismo aire lo que llamamos “tradición”.

En este punto llamé la atención de los estudiantes sobre la repetición. Todos aprendemos
desde la primaria que la repetición en un escrito es un grave error; la escritura requiere
innovación. Al mismo tiempo, la repetición es una práctica habitual en la conversación
ordinaria. Y aquí tenemos un texto hiperliterario que no solo habla de una historia que
siempre se repite, sino que a su vez reitera palabras, frases, párrafos y episodios enteros, una
página tras otra.

La extraordinaria pretensión de Faulkner, de hecho, es la de no limitarse a describir una


tradición, sino reproducirla: poner al lector en relación con su texto en las condiciones del
niño que nace dentro de una tradición (o del extranjero que se debe adaptar a ella) y se orienta
captando o robando fragmentos de información dispersa, arrebatando discursos no dirigidos
a él de los que al inicio comprende solo una pequeña parte, reuniendo indicios y rastros,
formando hipótesis y desechándolas.

Les pedí a los estudiantes que pensaran cómo ellos mismos habían aprendido la historia de
sus respectivas familias, y que luego lo confrontaran no tanto con el modo en que Quentin
aprendió la historia de la suya, sino con la manera en que ellos como lectores aprendían la
historia de Sutpen y de Quentin, pasando de la desorientación integral a la inmersión plena,
obligados a escuchar discursos no dirigidos a ellos (Miss Rosa le habla a Quentin, Quentin
le habla a su amigo Shreve, nadie habla con el lector) y a leerlos entre líneas, dando forma a
la historia a través de la acumulación de detalles, de repeticiones y de microvariantes

Por ejemplo, en la primera cita hecha anteriormente se resume en pocas líneas una versión
de la historia de Sutpen (desde “el domingo por la mañana” hasta “fin”). En realidad, ya había
sido narrada dos páginas antes, prácticamente con las mismas palabras (en forma de furioso
diálogo mental antifonal entre la memoria nostálgica de Quentin y los discursos ofendidos
de Miss Rosa):

Parece que este demonio –Sutpen se llamaba (coronel Sutpen)– coronel Sutpen. Que llegó
de la nada y sin previo aviso a la tierra con una banda de negros extraños y construyó una
plantación (arrancó con violencia una plantación, dice Miss Rosa Coldfield) –la arrancó
violentamente–. Y se casó con su hermana Ellen y engendró un hijo y una hija que (sin
dulzura los engendró, dice Miss Rosa Coldfield)– sin dulzura. Que debieron ser las joyas de
su orgullo y su descanso en la vejez, solo que (solo que lo destruyeron o algo parecido o el
los destruyó a ellos o algo parecido. Y murió) y murió. Sin añoranzas, dice Miss Rosa
Coldfield (excepto por ella). Sí, excepto por ella. (Y Quentin Compson). Sí, y Quentin
Compson. (6-7, la cursiva es del texto original)

Si comparamos los dos fragmentos nos damos cuenta que la segunda versión (citada aquí en
primer lugar), más sucinta y menos emotivamente participativa, contiene, sin embargo, una
información adicional respecto a lo que ya sabíamos: aun en forma críptica, comienza a
explicarnos de qué modo los hijos de Sutpen se destruyen a sí mismos y a él. Este
procedimiento, que consiste en introducir un elemento nuevo en un texto repetido, se refiere
a la práctica de la incremental repetition, la iteración acumulativa, muy utilizada en la
canción popular –y en particular en la ballad narrativa angloamericana– para generar efectos
de suspenso.5 Es este, entre muchos ejemplos posibles (en el seminario se hizo un inventario
completo), el modo en que se relata una historia secundaria, el escape de la casa de la tía
Rosa Coldfield.

En primer lugar (49) supimos que, diez años más tarde, la tía “aún estaba hablando de
venganza” en contra de sus conciudadanos porque habían despreciado el matrimonio de su
sobrina Ellen con Sutpen. Poco después, por casualidad, nos enteramos de que una noche “la
tía saltó por la ventana y desapareció”. Unas diez páginas más, siempre de paso, nos
enteramos del por qué: “escapó con el comerciante de caballos y mulas”. Finalmente (69), la
última noticia que tenemos es que fue vista mientras trataba de pasar las líneas del norte para
acercarse a la prisión donde su marido estaba detenido por robar caballos. La historia nunca
es relatada en detalle; en el arco de una veintena de páginas la vamos conociendo, entre
repeticiones y variantes, del mismo modo en que Quentin la llegó a conocer y de la misma
forma en que nosotros alcanzamos a conocer la historia de nuestras tías. La repetición
iterativa acumulativa, de hecho, desarrolla en el texto la misma mecánica osmótica de
5
En el seminario, lo verificamos con la escucha de la canción escocesa “The Bonny Earl of Murray” (Child
181): “Era un galante caballero y corría en el ring, y el apuesto Conde de Murray podría haber sido un rey / Era
un valiente caballero que jugaba con la pelota, y el apuesto Conde de Murray era una flor entre todos / Era un
galante caballero y jugaba al guante, y el apuesto Conde de Murray de la reina era el amante”: Francis James
Child, The English and Scottish Popular Ballads, Vol. III (1882-89), New York, Dover, 1965, pp. 447-9. Sobre
la incremental repetition, Albert B. Friedman, Folk Ballads of the English-Speaking World, New York, Viking,
1956.
variancia/invariancia que en la tradición oral es desarrollada por la repetición, infinitas veces,
por muchas personas diferentes, en infinitas variantes, de la misma balada o del mismo relato.

Para verificar este procedimiento propuse otra entrevista, en la que se corrobora un uso
marcado de la incremental repetition. Entre otras cosas, las similitudes con ¡Absalón,
Absalón! son desconcertantes. En la novela, Rosa Coldfield narra a Quentin la historia de su
propio matrimonio fallido con Sutpen, retornando a esto con insistencia y furor. En la
entrevista, la señorita Maggiorina Mattioli construye, un fragmento tras otro, la historia de
su propio matrimonio fallido. Rosa Coldfield narra el hecho 43 años después; Maggiorina lo
hace pasados 44 años. Ambas son costureras y modistas. En los dos casos, el relato tiene
lugar por voluntad de las narradoras: Rosa Coldfield busca a Quentin Compson para
narrárselo, sin que él sepa la razón; Maggiorina Mattioli introduce esta historia a la fuerza en
una entrevista en la que yo busco insistentemente hablar de otra cosa.

Por tanto, tenía diecinueve años y me comprometí. Con un hombre que me hizo sufrir mucho,
solo Dios lo sabe. Me sacrifiqué diecisiete años. Piensa, diecisiete años. Toda una vida. Antes
era una jovencita, después estaba vieja.6

Un poco por discreción, otro poco porque yo tenía una agenda diferente, traté de llevar la
conversación hacia el tema de mi interés, la historia de su hermano –integrante de los Arditi
del Popolo (Escuadrón del Pueblo)– exiliado antifascista en los años 30:

Era un jovencito, venía a casa, llevaba los diarios antifascistas, es cierto. ¡Y yo hacía el amor
con ese que era fascista! Pero mira, yo hija de un antifascista, no los podía ver, me había
enamorado de un fascista. Lo quise tanto. Diecisiete años. Toda la vida. Era una jovencita,
después estaba vieja. A los treinta y seis nos dejamos.

A esta altura, ella había ganado y el tema de la entrevista cambia. El asunto del noviazgo y
el matrimonio se repite una y otra vez, más ampliado y con más detalle; al final de una larga
entrevista, Maggiorina Mattioli lo relata por cuarta vez. En las cuatro variantes marca otro
rasgo distintivo de la tradición oral, es decir, de las historias que se cuentan muchas veces: la
repetición variada de elementos formulados –“diecisiete años. Toda una vida. Antes era una
jovencita, después estaba vieja”–. Entre este episodio y su relato existe la misma relación que
hay entre las variantes de la historia de Sutpen en la novela de Faulkner: en diferente duración
(desde pocas frases a toda la novela), expresiones redundantes agregan información en cada
repetición. Solo en la segunda variante Maggiorina Mattioli introduce una información clave,
la diferencia –existencial más que política– entre ella y el novio, así como solo en el segundo
fragmento Faulkner nos hace saber que los hijos de Sutpen se destruyeron entre sí. Por otra
parte, Maggiorina Mattioli revela un consumado talento como narradora y conversadora:
sabe bien que la dimensión política está destinada a capturar la atención de un interlocutor
que vino a hablar de Arditi del Popolo y se sirve de ello para desplazar el eje de la entrevista
de la política a los sentimientos, de su hermano a sí misma. De hecho, resultó que el contraste

6
Maggiorina Mattioli (1899), costurera, Terni, 20.2.1980.
político fue solo una, y ni siquiera la más importante, de las razones por las que su
compromiso no se concretó.

3. El lago congelado

Ahora bien, la identificación de analogías entre los “textos” (en realidad, un texto y una
performance) –pertenecientes a géneros, tradiciones y medios de comunicación diferentes
como los de William Faulkner y Maggiorina Mattioli– no es la solución, sino el corazón
mismo del problema. Mi intención no era probar que todos los récits son lo mismo; lo que
me interesaba era la diferencia, la diferencia que hace la literatura.

Por lo tanto, comenzamos a preguntarnos cuáles eran las funciones de la repetición


incremental en el relato de Maggiorina Mattioli. La función principal era, claramente, la de
controlar: controlar la recepción y la atención del destinatario; la integridad y la precisión del
propio relato. Por un lado, se repetía para controlarme, asegurándose de que la estuviese
escuchando; por otro lado, lo hacía porque no estaba segura de controlar su relato y se repetía
para llenar eventuales lagunas y corregir imprecisiones (“¿ya le dije esto?”). En cierto
sentido, es la función de algunas repeticiones de Petrini: “he visto arder personas como
antorchas humanas, las he visto” es un recurso para estar seguro de que el oyente reciba
plenamente el dramatismo del relato. Como Maggiorina Mattioli, quien con su consumado y
obsesivo uso de la repetición conquistaba el derecho a ser escuchada, para hablar de sí, y
conquistaba el tiempo: la repetición le ayudaba a prolongar el diálogo y postergaba el tiempo
en el que la entrevista terminaría y ella quedaría sola nuevamente.

La repetición incremental, entonces, desarrolla esencialmente dos órdenes de funciones, de


tipo fáctico y de tipo mnemónico, a su vez duplicados con respecto al narrador y al oyente.

a. Función fáctica
a1. Con respecto al narrador: prolongar el relato.
a2. Con respecto al oyente: sondear la recepción.
b. Función mnemónica
b1. Con respecto al narrador: colmar omisiones, rectificar
imprecisiones.
b2. Con respecto al oyente: asegurarse de que el relato sea
comprendido y recordado.

En el relato de Maggiorina Mattioli, la repetición es el vehículo de estas funciones porque la


fuente es la oralidad. El discurso oral está siempre a punto de perder y recuperar el control.
La palabra oral se sitúa en el tiempo y se desvanece en el aire apenas es pronunciada; puede
ser recuperada y se hace de algún modo estable en la medida que sea dicha y repetida varias
veces. La repetición, en definitiva, es una necesidad técnica de la comunicación oral.

Por otra parte, se presume que el autor y el lector de un texto escrito siempre tienen un pleno
control. Desde el punto de vista de la memoria, el escritor puede corregir lagunas y errores
simplemente enmendando el texto antes de su publicación, en el manuscrito o en el boceto;
el lector puede volver atrás y releer pasajes que no comprendió o que olvidó. Ambos pueden
variar la relación del texto con el tiempo cambiando el paso de la escritura y de la lectura.
Desde el punto de vista de la función fáctica, la repetición en la escritura corre el riesgo de
aburrir y de romper con un contacto que se supone se establece al momento de comprar el
libro.

Podemos afirmar que la performance oral es irrepetible y, por tanto, solo sobrevive si se
incorpora la repetición en su interior. Por el contrario, la repetición es intrínseca a la
tecnología misma del texto escrito: miles de copias idénticas del mismo libro, un número
indefinido de lecturas de la misma copia. Por supuesto, cada lector y cada lectura abstraen
del texto cosas distintas; pero el texto mismo es inmutable. Una vez que la “tecnología de la
palabra”7 ha fijado este grado de estabilidad, el texto no tiene necesidad de incluir
reiteraciones en su interior; quien desea repetir, puede releer. Por tanto, la repetición aparece
como una necesidad en el discurso oral; en el texto escrito (de un autor competente) está
presente esencialmente por elección.

Diferentes orígenes indican diferentes propósitos. La oralidad y la escritura están sujetas a


riesgos opuestos y complementarios: la voz está amenazada por el cambio y por la labilidad,
la escritura está amenazada por la permanencia y por la fijeza. El discurso oral se nos escapa
entre los dedos y debe ser consolidado; “congelado” de manera que podamos retenerlo,
aunque sea precariamente. La escritura, por otra parte, nos pone en la mano un objeto hecho
de palabras tangibles, congeladas, donde no se pierde nada y parece que nada se mueve.

El resultado es un doble oxímoron: cada fuente considera un valor lo que la otra considera
una amenaza. Coherentemente con el principio económico que da valor a lo que es escaso,
cada fuente valoriza el aspecto que le falta. La oralidad se sitúa en el tiempo y trata de
controlarlo; su práctica es definida por la dificultad –tal vez por la imposibilidad– de repetir
la misma performance, de conservar, recordar y duplicar exactamente alguna cosa, por esto
considera valores todos los procedimientos –la memorización, la tradición, la conservación
y la repetición– que tratan de detener o al menos de controlar el tiempo, sin nunca lograrlo
del todo. La escritura se sitúa en el espacio; su práctica está hecha de textos inmóviles en el
tiempo, de impresiones, bibliotecas, archivos, una cultura tipográfica que es difícil de olvidar
y de tirar; por tanto, sus valores –la innovación, la vanguardia, la experimentación– se
relacionan con los cambios temporales. 8 No es de extrañar, entonces, que estas dos
modalidades de la palabra, expuestas a amenazas opuestas, recurran a la estrategia de
intercambiarse las armas.

La repetición, por tanto, puede ser considerada como el modo implícito en el que la oralidad
busca, en sentido figurado, “escribirse”; es decir, luchar con el tiempo para adquirir la
autoridad y la estabilidad de la escritura. Los artistas de la oralidad buscan una estética basada
en los límites mismos de su fuente, en la interacción entre la repetición necesaria y el cambio
inevitable, entre el olvido y la memorización. 9 A medida que la conservación de la palabra
se le confía a las nuevas “tecnologías”, esta dimensión estética se independiza de las

7
Walter J. Ong, Orality and Literacy. The Technologizing of the Word, London, Methuen, 1982.
8
Sobre la imposibilidad del olvido en las culturas escritas, cfr. Jack Goody e Ian Watt, “The Consequences of
Literacy”, en Jack Goody (ed.), Literacy in Traditional Societies, Cambridge University Press, 1968, pp. 28-
68.
9
Véase mi “La tarantella dei baraccati e il blues di Robert Johnson: l’io lirico e l’improvvisazione poetica nella
cultura popolare”, Critica del testo, vol. V, nro. 1, 2002, pp. 339-52.
exigencias técnicas que la han producido y se convierte en marcas intrínsecas de la oralidad.
En este punto los procedimientos que la oralidad inventó para “escribirse” son adoptados por
la escritura para “oralizarse”, es decir, para liberarse del control y dotarse de la fluidez
temporal improvisada de la que el discurso oral busca defenderse pero que nunca puede evitar
del todo. Disolver la rigidez material de la escritura es solo una de las funciones de la
literatura. Paradójicamente, la repetición (que la oralidad usa para parecerse a la escritura) se
convierte en una forma de simular un texto que parece moverse como si tuviera con el tiempo
la misma relación que tiene la oralidad.

Una modalidad característica en este sentido es el uso de la denominada repetición


paratáctica, el procedimiento por el cual un enunciado es modificado (corregido, integrado)
con la adición de una cláusula complementaria. Alberto Petrini hace un uso sistemático de
esto: cuando dice que su padre tuvo “una luxación en la pierna –no, una fractura, de hecho–
”, como asimismo en “venía de arriba la piedra de la montaña, piedra sílica” o “la pierna que
sirve se la pegamos, se la pusimos en su lugar”. También encontramos esto en Faulkner: la
historia de Sutpen era “parte de los ochenta años de herencia de la ciudad –de Jefferson–”.
El procedimiento es aparentemente el mismo, y similar es la superficie de los respectivos
constructos verbales. Pero la historia y las funciones son opuestas. Petrini apunta a la
precisión y al control: quiere que su relato sea puntual y auténtico, así que cuando se da
cuenta de haber dicho una cosa imprecisa o genérica se corrige agregando la información
exacta (qué accidente sufrió su padre, qué tipo de piedra se usa en el proceso, qué cosa
probablemente dijeron los doctores). Faulkner, por el contrario, está plenamente en control,
y si hubiera pensado que “ciudad” era demasiado genérico, habría podido borrarlo y
sustituirlo con el nombre preciso (Jefferson) en el manuscrito o en el boceto. Pero la
impresión que quiere dar es que el control, por el contrario, está a punto de escapársele:
requiere imaginar que, después de haber escrito “ciudad”, se dio cuenta de que el lector podía
no saber de qué ciudad se hablaba y por tanto agregó el nombre. Él quiere que nosotros
intuyamos, detrás del tiempo inmóvil del texto, el tiempo en movimiento de la performance
–como si su texto estuviese contaminado por la elusiva temporalidad de la voz–. Petrini
recupera el control que se le ha escapado; Faulkner finge una pérdida de control del narrador
que está perfectamente controlada por el escritor.

Naturalmente, ni la literatura ni la oralidad desean o pueden abolir por completo sus


características intrínsecas. Solo pueden integrar, explorar sus límites y sus posibilidades,
experimentando modos alternativos. Dan como resultado formas híbridas, en las cuales la
oralidad y la escritura pueden expresar secuencias verbales parecidas, pero profundamente
diferentes en historia y función. Observar estas formas –las dos correcciones paratácticas de
Faulkner y Petrini, por ejemplo– es como mirar la fotografía de un lago parcialmente
congelado: puede ser una imagen de la primera helada de invierno o del inicio del deshielo
de verano, pero solo podemos saberlo si del texto/imagen extraemos su historia y su modo
de formación.

De hecho, esta ambigüedad es implícita en el texto de Faulkner. Mientras introduce el tiempo


por medio de la dinámica de la oralidad, lo sustrae apelando a la oralidad como matriz del
mito. Como hemos dicho, la oralidad trata de sobrevivir sustrayéndose del tiempo, se
autorrepresenta de hecho como atemporal, y como tal es imaginada por las culturas: antes
que la historia tuviera inicio con la invención de la “escritura” (en todos los sentidos de la
palabra), existía solo el mito sin tiempo. 10 Faulkner está en la búsqueda constante de este
tiempo antes del tiempo, en ¡Absalón, Absalón! y, más aún, en The Bear. El uso consciente
e instituido de la repetición y de las fórmulas le sirve para introducir y sustraer el tiempo con
el mismo gesto, conjurando el tiempo a través del movimiento del discurso oral y a la vez
reproduciendo las intenciones de la oralidad para sustraerse del tiempo. 11

Echemos un vistazo a la escena final de ¡Absalón, Absalón!. Es un funeral y nos recuerda


otra dualidad, el contradictorio movimiento de la escritura y de la voz, en la relación recíproca
con el cuerpo y la muerte. La voz está asociada al cuerpo metonímicamente, porque proviene
de él; y es opuesta al cuerpo metafóricamente porque no tiene consistencia tangible. La
escritura es metonímicamente opuesta al cuerpo porque se separa de la presencia del escritor;
se asocia al cuerpo metafóricamente, porque tiene el soporte material del papel y de la tinta.
En su mutua búsqueda, escritura y oralidad producen símbolos complementarios: el
fantasma, cuerpo ausente que se materializa; el cadáver, cuerpo presente que se disuelve
(como Addie Bundren en As I Lay Dying). En el centro está el borde sobre el cual se apoyan
precariamente: la muerte, que la voz niega con su movimiento y reproduce en su desvanecer;
que la escritura niega con su durabilidad y reproduce en su inmovilidad. Así, Miss Rosa
Coldfield puede finalmente esperar (como escribe el padre de Quentin) no ser un fantasma
solo porque se ha convertido en un cadáver.

Era un hermoso día, pero frío y fue necesario emplear picos para cavar la tumba, sin embargo,
en uno de los terrones más profundos vi un gusano que estaba vivo, cuando la tierra estaba
volcada, aunque en la tarde estaba congelado todo de nuevo. (472-73)

Como el texto literario contaminado por la oralidad, el campo helado (cold field) en donde
Miss Rosa es sepultada se abre solo para recluirse, revela vida (el gusano) para recibir muerte
(el ataúd), se descongela para volverse a congelar. Pero en este movimiento lo que cuenta es
que la inmovilidad espacial de la escritura está, al menos por un momento, atravesada por el
tiempo móvil de la voz.

4. Un fracaso

Del experimento didáctico salí con todo un repertorio de ideas nuevas. Pero en comparación,
para los estudiantes este no fue un éxito. Ellos emplearon meses para encontrar y leer el libro,
no disponible en las librerías de Roma, Arezzo y Florencia (la traducción italiana estaba fuera
de impresión, las respectivas bibliotecas tenían una sola copia). A la espera de que lo leyeran,
terminé por explicar todo yo, suprimiendo con ello la dimensión interactiva e investigativa
del seminario; el resultado fue que cuando finalmente tuvieron el libro en la mano
encontraron más o menos lo que yo les había dicho que iban a encontrar. Al final escribieron
algunos buenos ensayos, pero la mayor parte confirmó un conocimiento preexistente más que
una elaboración autónoma de un conocimiento al menos parcialmente original.
10
Mirella Martino, “The Metafictional Masks of Orality and Time in Absalom, Absalom! and ‘The Bear’”, en
Agostino Lombardo (ed.), The Artist and His Masks. William Faulkner Metafictions, Roma, Bulzoni, 1991,
pp. 313-26.
11
Jacques Derrida, De la grammatologie, Paris, Minuit, 1967.
Pero el problema de fondo era otro. Había proyectado los seminarios como un acercamiento
a la literatura y a sus relaciones con otros tipos de discursos. Descuidaba el hecho de que no
se trataba de estudiantes con formación desde cero, sino de alumnos cuya relación con la
literatura ya estaba formada por años y años de escuela. Quería que ellos aprendieran que
verdaderamente todos hablamos en prosa y algunas veces en forma poética. Pero las
instituciones escolásticas y críticas tienen fuertes y rígidas barreras en torno a la prosa y a la
poesía: son cosas destinadas a los artistas y a los especialistas, cosas a las que la gente normal
se acerca raramente, con prudencia y por obligación. Y tal vez tienen razón: a fuerza de
separar la literatura del resto del mundo de la palabra, quizás ahora la literatura realmente se
perdió para nosotros, la gente común.

Los estudiantes estaban dispuestos a aprender cosas nuevas acerca de la literatura, pero no
creían poder hacer algo con la literatura. Comprendieron perfectamente el uso de la iteración
acumulativa y de la corrección paratáctica, pero no sabían qué hacer con ellas cuando
hablaban en la mesa con sus padres o en el bar con sus amigos –y ni siquiera cuando leían
otra novela, al menos que alguien no advirtiera estos elementos antes que ellos–.
Sobre todo, habían interiorizado la separación entre los grandes conceptos abstractos y el
humilde objeto de papel que tenían entre las manos. La modista y el obrero les parecieron
una curiosidad bien hallada, o una extravagancia que cada profesor tiene y que necesita dejar
salir.

El punto de ruptura se produjo cuando les propuse comparar la escritura de Faulkner con sus
usos lingüísticos, en su habla cotidiana. Toda su formación les había enseñado que la lengua,
la cultura y la literatura no son cosas que nosotros producimos, sino unas entidades que
existen fuera de nosotros, en otros lugares y en otros tiempos, y a nosotros nos compete
aprenderlas e ingerirlas. Por lo tanto, si tomaron las analogías entre la escritura de Faulkner
y sus discursos cotidianos no fue para valorar su propio discurso, sino para devaluar a
Faulkner. Y es justo que parezca así, siempre y cuando la dignidad de la cultura continúe
residiendo en la sideral distancia entre sus leyes universales y abstractas, y nuestras humildes
y empíricas personas.
CAPÍTULO 6
Luto, sentido común, mito y política en la memoria de la masacre de Civitella Val di
Chiana (Toscana, 29 de junio de 1944)1

1. Luto y sentido común

El 21 de agosto de 1995 comencé a trabajar en el borrador de este ensayo.2


Ayer, por segunda vez en este mes, a pocos metros de mi casa, una mano anónima
ha pintado una esvástica negra sobre la placa que conmemora a los “mártires de la
Storta”. En aquel lugar, en junio de 1944, en su retirada de Roma, los alemanes
asesinaron a trece prisioneros, soldados y civiles (incluyendo a Bruno Buozzi, uno
de los fundadores del movimiento sindical italiano). Pocas semanas después, la línea
del frente alemán se fijaba en Arezzo.
El 29 de junio de 1944 en Civitella Val di Chiana, un pequeño pueblo en las sierras cerca de
Arezzo, en Toscana, las tropas de ocupación alemanas ejecutaron a 115 civiles, todos ellos
hombres. El mismo día, 58 personas –incluidas mujeres y niños– fueron asesinadas en la
aldea cercana de La Cornia y 71 en el pueblo de San Pancrazio. Aparentemente, estas
acciones fueron realizadas en represalia por el asesinato de tres soldados alemanes en manos
de los partisanos el 28 de junio en Civitella.
Escuché un fuerte disparo, golpes de rifles en las puertas y gritos que daban órdenes. De repente
nuestra puerta fue sacudida por un violento golpe. Cuando fui a abrir, dos alemanes ingresaron
a la casa apuntándonos con los rifles; inspeccionaron cada cuarto y nos ordenaron salir.
Abandoné con mis hijos el pueblo, acompañada por disparos y gritos. ¡Qué espectáculo más
perturbador se desarrolló ante mis ojos! Muchos hombres ya eran cadáveres, empapados en su
propia sangre. Las casas en llamas, mujeres y niños semidesnudos salían de sus hogares
empujados por los alemanes. Nos refugiamos en los bosques, con otras mujeres, cuyos esposos,
hermanos o padres habían sido asesinados”. (Anna Cetolini, viuda de Caldelli)3

1
Traducción hecha por Virginia Sampietro y Lucía Abbattista. Aclaración: en este trabajo hemos conjugado
dos versiones ligeramente diferentes del mismo artículo y para ello contamos con la aprobación de su autor.
Nos referimos a la publicación en italiano: “Lutto, senso comune, mito e política nella memoria della strage di
Civitella”, en Leonardo Paggi (ed.), Storia e memoria di un massacro ordinario, Roma Manifesto libri, 1996,
pp. 85-110, y a la publicación en inglés “The Massacre at Civitella Val Di Chiana (Tuscany, June 29, 1944):
Myth and Politics, Mourning and Common Sense”, en The Battle of Valle Giulia. Oral History and the Art of
Dialogue, Madison, University of Wisconsin Press, 1997, pp. 140-60.
2
Este trabajo surgió de las observaciones realizadas en la conferencia internacional “In memory: For a European
Memory of Nazi Crimes after the End of the Cold War” en Arezzo, del 22 al 24 de junio de 1994. Y fue escrito
a pedido y por sugerencia del organizador de la conferencia, Leonardo Paggi. Asistí, como cualquier persona,
a la conferencia y celebré la extraordinaria oportunidad de poder contribuir al enfoque de la historia oral a través
del diálogo entre antropólogos e historiadores. En vez de presentar un trabajo, mi tarea consistió en participar
de las discusiones. Por lo tanto, este capítulo refleja los artículos y documentos como fueron presentados en la
Conferencia y se utiliza la documentación que se encontraba disponible allí.
3
En Romano Bilenchi, Cronache degli anni Neri, Roma, Editori Riuniti, 1984, p. 254. Los testimonios escritos
de las viudas y sobrevivientes de Civitella fueron reunidos por Romano Bilenchi en 1946 y originalmente fueron
publicados en Società, nro. 2, 1946. En adelante, haré referencia a esta colección dentro del texto con la fecha
1946 y el número de página. Las mujeres de Civitella emplean orgullosas la antigua costumbre de agregar el
Cuando llegamos a la plaza cerca de la iglesia, lo que vimos fue escalofriante. ¡Qué dolor!
¡Desde las puertas de las casas surgían filas de hombres masacrados! Era una verdadera
matanza, por todas partes había restos de cerebros y sangre derramada. Las casas incendiadas
comenzaron a derrumbarse, el polvo y el humo eran insoportables. Habían sido asesinados mi
cuñado y uno de mis tíos. (Rina Caldelli, 1946, 256-7)
[Al día siguiente] Junto con otras mujeres, entre gritos y llantos, volvimos al pueblo en
búsqueda de nuestros esposos. Cuando llegamos a la plaza, hallamos sangre y sombreros
tirados y dentro de las casas encontramos a nuestros seres queridos, en muy mal estado, todos
ellos con disparos en la cabeza. A algunos de ellos les habían volado la cabeza. A nosotras,
siendo mujeres, no sé quién nos dio el coraje para hacer todo lo que hicimos, todas juntas y
ayudándonos las unas a las otras llevamos nuestros muertos a la iglesia. Después de hacerlo,
no sabíamos dónde quedarnos porque el pueblo estaba en un estado terrible. Volvimos al
bosque. Al día siguiente, juntamos coraje nuevamente, volvimos al pueblo todas juntas,
ayudándonos entre todas, construimos los ataúdes, depositamos a los muertos y los cargamos
hasta el cementerio. Allí cavamos sus tumbas, enterramos los féretros y echamos tierra sobre
ellos. (Lucia Tippi, viuda de Falsetti, 1946, 286)
La masacre de Civitella Val di Chiana ha generado, como describe correctamente Giovanni
Contini, una “memoria dividida”.4 Contini identifica, por un lado, una memoria “oficial” que
conmemora la masacre como un episodio de la Resistencia, que asemeja a las víctimas con
mártires caídos por la libertad; y, por el otro, una memoria creada y sostenida por los
sobrevivientes –viudas y niños– que se concentra principalmente en sus pérdidas y lutos
particulares y compartidos. No solo esta memoria niega cualquier conexión con la
Resistencia, sino que además responsabiliza a los partisanos por causar, a raíz de un ataque
irresponsable, la represalia alemana: “Hoy en día toda la culpa se hace recaer sobre los
alemanes… Pero nosotros culpamos a los partisanos porque si ellos no hubiesen hecho
aquello esto no habría sucedido. Ellos mataron en represalia” (M. C.).5
El actual párroco de Civitella y sobreviviente de la masacre, padre Daniel Tiezzi,
posiblemente esté en lo cierto cuando juzga que las acciones de los partisanos fueron
realizadas con “extrema irresponsabilidad”. 6 Los partisanos que actuaron en torno a Civitella
no estaban muy organizados ni preparados políticamente y la utilidad de su acción es incierta.
No está claro si ellos tenían la intención de matar a los militares alemanes o solamente
desarmarlos, tampoco si actuaron a sangre fría o en legítima defensa. Empeoraron las cosas
al actuar dentro del pueblo, fracasaron al esconder los cuerpos, y otros rastros de su acción
inevitablemente involucraron a la población y después fueron incapaces de defenderla o

prefijo “viuda de” con el apellido de sus esposos fallecidos. Además de mantener viva su memoria, las identifica
inmediatamente como sobrevivientes de la masacre. Se mantiene esa denominación en este artículo.
4
Giovanni Contini, “La memoria divisa. Osservazioni sulle due memorie della strage del 29 giugno 1944 a
Civitella Val di Chiana”, ponencia presentada en la Conferencia internacional “In memory: For a European
Memory of Nazi Crimes after the End of the Cold War” en Arezzo, del 22 al 24 de junio de 1994. En este
capítulo hago referencia a los materiales y documentos como fueron presentados en la Conferencia: borradores
de escritos; varias entrevistas realizadas en 1993 (me referiré a aquellas registradas por Paola Calamandrei y
Francesca Capelletto con las iniciales de los entrevistados, indicando en las notas al pie sus datos); los
testimonios reunidos por Romano Bilenchi (véase la nota 3) y los testimonios escritos compilados por Ida Balò
Valli, Giugno 1944. Civitella racconta, Cortona, Editrice Grafica L’Etruria, 1994, publicados inmediatamente
después del Congreso (designados en el texto con las iniciales CR y el número de página).
5
M. C., mujer, 66 años, 7.7.1993.
6
Entrevista de Giovanni Contini, Civitella Val di Chiana, 27.8.1993.
ayudarla. Sin embargo, quienes ejecutaron la masacre fueron los alemanes: ellos apretaron el
gatillo. La posible irresponsabilidad de los partisanos no puede poner en segundo plano o
justificar la premeditada responsabilidad de los nazis.
Más de una vez, estas dos memorias –aquella de las instituciones y conmemoraciones
inspiradas en la Resistencia y la de la comunidad– entran en conflicto, incluso físicamente,
cuando la población local percibe las celebraciones oficiales realizadas en nombre de la
Resistencia como una falsificación de los hechos y una violación a su luto. La conferencia
internacional “In Memory” (Arezzo, 22 al 24 de junio de 1994), de donde surgió este
capítulo, fue pensada como un resarcimiento de parte de los investigadores cercanos a la
izquierda hacia aquella memoria ignorada y vulnerada de Civitella, así como una oportunidad
de reflexión sobre los límites de la memoria de la Resistencia.
Sin embargo, esta reparación tuvo ocasión en un contexto histórico ambiguo. Al momento
de la Conferencia, por primera vez en Europa un partido directamente derivado del fascismo,
Alleanza Nazionale, integraba el gobierno italiano. La izquierda, vacilante en sus razones,
cautelosa de toda ideología y golpeada por la derrota, adoptó, a menudo acríticamente, los
razonamientos y las ideologías ajenas, inclusive la de sus antiguos adversarios. A esto se
presta de modo particularmente riesgoso el caso de Civitella, debido a la naturaleza dramática
de los hechos, la seriedad de los errores del pasado y el firme resentimiento de los
sobrevivientes.
Las narraciones de Civitella quitan el aliento. Sin embargo, es tarea del investigador, luego
de haber recibido el impacto, retroceder, respirar profundo y comenzar a pensar de nuevo.
Con todo respeto por las personas involucradas, sus sentimientos, la autenticidad de su dolor
y la seriedad de sus razones, se trata de interpretar críticamente todos los documentos y los
relatos, incluidos los suyos. Como intentaré demostrar, de hecho, cuando hablamos de
memorias divididas no debemos pensar solo en la oposición entre una memoria comunitaria
“espontánea” y “pura”, y una memoria “oficial” e “ideológica” (por lo que una vez
deconstruida esta última podríamos implícitamente dar por válida la autenticidad de la
primera, al considerarla fruto de la experiencia directa). En realidad, estamos trabajando con
una multiplicidad de fragmentos y memorias divididas internamente, y todas ellas están, de
alguna manera, ideológica y culturalmente mediadas.
Sin embargo, en muchos de los trabajos expuestos en esta Conferencia prevalece la
contemplación respetuosa –justificada sin duda alguna por el dramatismo de los
acontecimientos, la emoción y el dolor de los testigos– antes que el trabajo de análisis y la
interpretación. Mientras Giovani Contini rastrea las contradicciones de los testimonios de los
partisanos,7 ninguno hizo lo mismo con los testimonios de los sobrevivientes –no tanto por

7
En las reconstrucciones del episodio incriminado –el asesinato de tres alemanes en un círculo recreativo dentro
del poblado de Civitella–, el eje moral y narrativo gira en torno a la pregunta “¿quién ha disparado primero?”
(CR, 35): una construcción autojustificativa a la que se recurre tanto en la literatura y en el cine western como
en narraciones de la Resistencia también en otras partes de Italia. Tanto el comandante partisano Edoardo
Succhielli como el partisano Vasco Caroti, que participaron en la acción, describen –de manera contradictoria–
una escena en la que un alemán iba a tomar las armas, pero los partisanos lo hicieron antes que él. Las diferentes
versiones se encuentran todas compiladas en el libro de Ida Balò; para una discusión, cfr. Giovanni Contini,
“La memoria divisa…”, óp. cit. Por ejemplo, por ser mucho más complejo, con la misma estructura narrativa
acerca de la guerra partisana en Umbría y en el Lacio, me refiero aquí al capítulo “La batalla de Poggio
Bustone”, que está en este libro.
poner en duda la fiabilidad como para reconocer la construcción narrativa de acontecimientos
y significados–. Por ejemplo, Valeria Di Piazza se identifica plenamente con los dilemas de
los sobrevivientes entre lo “expresable/inexpresable”, entre el deseo de guardar silencio y el
impulso de hablar y de saber, y dedica su investigación al dilema de “lo dicho/lo no dicho”
y a la dificultad de comunicar y compartir el luto y la pérdida: “Aquello que dicen todos los
civitelinos es cierto: no lo puedes contar, no se puede explicar, no es comprensible para otro.
Alguien que nunca ha experimentado hechos similares nunca será capaz de sentir lo que la
gente de Civitella lleva dentro”. 8 Como sostiene Pietro Clemente: “Pareciera que los
investigadores que entran en relación con un luto que el pensamiento no puede controlar
resultasen invadidos y necesitasen buscar sus propios procedimientos de elaboración de esta
pérdida histórica”. 9
Clemente coincide con la “evaluación histórica” que sostiene que el error de los partisanos
no mitiga la culpa de los alemanes; sin embargo, señala que desde el punto de vista
antropológico le preocupan más “las representaciones que la comunidad construye que la
veracidad de los hechos o la orientación de sus valores”. Para este autor, el atrincheramiento
de Civitella en torno al propio luto es un acto de resistencia contra el individualismo
atomizado del pensamiento moderno, así como un “escándalo” contra la “incapacidad del
pensamiento laico y de la Resistencia para comprender experiencias diferentes al propio
modelo”.
No estoy seguro de que esta incapacidad de comprender las experiencias y formas de
pensamiento diferentes a las propias sea una prerrogativa del pensamiento laico y progresista
(el cual, por otra parte, es bastante consciente del problema). 10 Tal vez el pensamiento
religioso, especialmente el católico, no esté tampoco exento. Además, confrontar vivencias
diferentes a las propias debería ser uno de los principales fundamentos de la experiencia,
eminentemente laica, de la antropología. Es cierto, de hecho, que la muerte, el luto y la
pérdida son experiencias indecibles, en parte por ellas mismas y en parte por los límites
intrínsecos del lenguaje; sin embargo, es incierto que alguna experiencia pueda ser realmente
contada; es finalmente un lugar común que nadie puede compartir la experiencia ajena,
dolorosa o no. La cuestión sigue siendo que, en Civitella y en cualquier lugar, lo indecible es
dicho. Del esfuerzo por narrar lo inenarrable se obtienen narraciones interpretables,
construcciones culturales, palabras e ideas. Así, Francesca Cappelletto y Paola Calamandrei
encuentran en Civitella una “memoria grupal… conformada en el transcurso de innumerables
ocasiones narrativas” formalizadas en relatos dotados con “una forma profundamente
cohesiva, estructurada y bien focalizada en torno a la cuestión política”:
Hay voceros reconocidos, e incluso algunos especialistas “del tema”, expertos en porciones
específicas o episodios de la historia. A su vez, uno puede claramente percibir en las situaciones
narradas, un elemento tangible de control social sobre el modo en que estos eventos deben ser

8
Valeria Di Piazza, “Civitella della Chiana 50 years after the massacre”, ponencia presentada en la Conferencia
de Arezzo.
9
Pietro Clemente, “Ritorno dall’apocalisse”, ponencia presentada en la Conferencia de Arezzo.
10
Por ejemplo, la periodista y política comunista Rossana Rossanda escribe: “La irracionalidad de la maldad y
de la muerte, de la ilusión de felicidad, de la soledad [son] todas cosas que el movimiento obrero, revolucionario,
pone entre paréntesis… Duro, pero adulto, sería reconocer que la condición del hombre, colgado entre vida y
muerte, que su dato biológico, ahistórico, el residuo indestructible de individualidad de su sufrimiento, es el
límite oscuro que encuentra, al final de su camino, una emancipación política”, en “Bergman: un dolore senza
storia”, Il Manifesto, 8.11.1973.
contados.11
La contradicción entre estas narraciones estructuradas y socialmente controladas y lo
“inexpresable” descrito por Valeria Di Piazza es llamativa, pero a la vez superficial.
Precisamente porque las experiencias son indecibles, pero, pese a ello, deben ser contadas,
los narradores se apoyan en las estructuras del lenguaje, los discursos, el medio social, la
religión y la política. Los discursos resultantes –no el dolor que describen, sino las palabras
y las ideologías mediante los cuales se representan– no solo pueden, sino que deben ser
críticamente comprendidos.
Como escribe Pietro Clemente, “El ‘escándalo’ inicial fue el descubrimiento de que la
memoria colectiva de los sobrevivientes no solo se niega a considerarse ella misma como
parte del movimiento de la Resistencia, sino que se declara abiertamente en contra culpando
a los partisanos locales de ser la causa de la masacre”. A mí me parece, sin embargo, que este
“escándalo” se traduce en una construcción político-narrativa que participa plenamente en el
sentido común de la “zona gris” de la ideología italiana –el área de la “normalidad“, la “no
responsabilidad e inocencia” entre las víctimas y sus perpetradores.12 Por ejemplo, en Roma,
solo dos días después de la masacre de las Fosas Ardeatinas, en donde fueron asesinados 335
civiles en represalia por el asesinato de 32 soldados alemanes, el Osservatore Romano,
periódico oficial del Vaticano, calificó a los partisanos de “culpables”, a los alemanes como
“víctimas”, y como “personas sacrificadas” 13 a las víctimas masacradas en las Ardeatinas.
Quizás el “escándalo” comienza en este punto. 14
El hecho de que se traduzca en un cliché conservador no menoscaba la dignidad y el dolor
de los sobrevivientes de Civitella. En realidad, es una debilidad de la historiografía de la
Resistencia no haber tomado a este sentido común con suficiente seriedad. Encontrarlo en
estado tan “puro” y así justificado debería constituir una oportunidad para tratar de entender
las limitaciones éticas de la Resistencia y el poder de las construcciones ideológicas que
apuestan a su demolición en la arena política contemporánea.
El luto y la memoria no son núcleos compactos e impenetrables de pensamiento y lenguaje,
sino que toman forma, se elaboran y adaptan en el tiempo histórico. Así como los testimonios
de los partisanos varían con el tiempo, lo mismo sucede con el testimonio de las víctimas.
Por ejemplo, en las declaraciones ofrecidas ante la comisión británica de investigación en
1945 y en los testimonios reunidos por Romano Bilenchi en 1946, la cuestión de la culpa de
los partisanos aparece esporádicamente y de modo indirecto, pero no era el elemento
estructural y dominante que será en las narraciones reunidas medio siglo más tarde. De
acuerdo a Contini: “El conflicto con los partisanos es menos un punto de partida que un punto

11
Paola Calamandrei y Francesca Cappelletto, “La memoria lontana di paesi diversi: i massacri nazi-fascisti
nei racconti”, ponencia presentada en la Conferencia de Arezzo.
12
La expresión “zona gris” fue elaborada por Primo Levi para describir a los prisioneros de los campos de
concentración que colaboraron o mediaron con las autoridades nazis: ver “La zona grigia”, en I sommersi e i
salvati, Turín, Einaudi, 1991, pp. 25-52. Recientemente, el escritor Stefano Levi Della Torre (a quien cito aquí)
ha utilizado este concepto para referirse a una parte de la sociedad italiana “que no tomó partido” entre el
fascismo y la Resistencia. Véase Stefano Levi Della Torre, Mosaico, Attualità e inatualità degli ebrei, Turín,
Rosemberg & Sellier, 1992, p. 66.
13
Giorgio Bocca, Storia dell’Italia partigiana, Bari, Laterza, 1970, p. 288.
14
Ver Alessandro Portelli, La orden ya fue ejecutada: Roma, las Fosas Ardeatinas, la memoria, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2004.
de llegada”. Lo que prevalece claramente en 1946 es el resentimiento frente a los alemanes:
“y entonces lloramos todos juntos, pensando en la desgracia que nos había golpeado, y
maldecíamos a los alemanes” (Ada Sestini viuda de Caldelli, 1946, 255). Muchos testimonios
insistían en el sadismo y la falta de humanidad de los alemanes con que se ensañaron sobre
las víctimas y sobre el poblado: “Eran las diez en punto, las ametralladoras casi habían
parado, pero escuchábamos las voces de aquellas bestias sedientas de sangre inocente,
cantando, riendo y tocando sus instrumentos”; “La matanza había terminado, los alemanes
aún tenían sus manos y ropas cubiertas con la sangre de nuestros muertos, mientras el pueblo
se derrumbaba, comían con buen apetito pan con queso” (Rina Caldelli, Zaira Tiezzi, 1946,
256, 280). Con el tiempo, estas imágenes desaparecen de los relatos, saturados por un rencor
antipartisano, y el propio tono de los relatos cambia de lo concreto de los detalles de 1946 a
los acentos un poco más abstractos y genéricos de hoy (1993-1994).
Diversos factores pueden haber inducido estos cambios: la autocensura de los testigos pudo
haber llevado a callar las críticas a los partisanos en el período inmediato de la posguerra,
cuando estos gozaban de un prestigio alto y algo de poder político; o el resentimiento por los
abusos posteriores de los partisanos, cuando “castigaron” y humillaron a personas respetadas
por la comunidad y que no habían sido más fascistas que otros, puede haber acrecentado la
hostilidad de los habitantes de Civitella. Además, la ola de juicios a los partisanos, como el
proceso por Vía Rasella y las controversias acerca de las responsabilidades por la masacre
de las Fosas Ardeatinas y la consolidación del sentido común descrito anteriormente, pueden
haber suministrado aparatos discursivos e ideológicos al resentimiento de los sobrevivientes,
que no había cobrado forma al momento de los primeros testimonios. La cuestión sigue
siendo que la memoria y el luto supuestamente impenetrables están en realidad intensamente
relacionados con la historia y el tiempo.15
Aquello que vale para el tiempo vale también para el espacio. En Vallucciole, a pocos
kilómetros de Civitella, el 15 de abril de 1944 los alemanes asesinaron a 108 personas,
incluyendo hombres, mujeres y niños, de nuevo en una aparente represalia. Pero en las
entrevistas realizadas en Vallucciole, “la cuestión de la culpa [de los partisanos]... parece
verse atenuada o incluso completamente ausente... El tema central y la referencia de todos
los entrevistados es la responsabilidad de los nazis y los fascistas” (Cappelletto-
Calamandrei). Más allá de las diferencias de los casos (diferentes estructuras sociales y
distinta organización de los hechos), esta discrepancia confirma que el “escándalo” de
Civitella no es eterno y universal, sino más bien histórico y específico. Esto no disuelve su
significado ni su impacto, sino que lo enfoca y especifica, sustrayéndolo de un universalismo
genérico y poniéndolo en el plano problemático de los relatos y representaciones
contrapuestas.
La distinción que Clemente realiza entre los “hechos” históricos y las representaciones
“antropológicas” es correcta. Sin embargo, solamente al considerarlos conjuntamente
podemos ser capaces de distinguirlos. 16 Las representaciones y los hechos no existen en

15
Ibíd., p. 51, 55, 3.1.: Un capítulo del libro de Ida Balò se titula “Il triangolo della norte”. Tampoco se refiere
a crímenes partisanos, sino a las masacres nazis; la expresión indica que la autora tiene la atención puesta en la
controversia actual en que con “triángulo de la muerte” se designa hoy una zona de Emilia donde los partisanos,
después de la guerra, mataron a centenas de exfascistas.
16
Cuando estudié las narrativas de los trabajadores de Terni (Umbría), quienes situaban la fecha del asesinato
de su compañero Luigi Trastulli en 1953, pude reconocerlas como “representaciones” (o, al menos, reconocer
esferas separadas. Las representaciones operan sobre los hechos y aspiran al estatus de
hechos; los hechos son reconocidos y organizados de acuerdo a las representaciones; los unos
y las otras convergen en la subjetividad y se disfrazan con el lenguaje. A alguien le
corresponderá la tarea de investigar la interacción entre esos dos niveles –tal vez a la historia
oral, que, como la historia, debe encargarse de la reconstrucción de los hechos y, además,
como la antropología, examina las representaciones, por lo que la historia oral investiga la
inexplorada tierra que existe entre los dos–.

2. Inocencia

22 de agosto. Cerca de la placa, tres o cuatro voluntarios, artesanos y


mecánicos del barrio, con lijas y esponjas, discuten qué herramienta utilizar
para restaurar los nombres de las víctimas sobre la piedra. Tal vez los
recuerdan los ancianos sobrevivientes del viejo vecindario, hoy convertido
en un barrio de lujo para las clases medio-altas.

M. C.: ¡Allí! ¡Ahí es donde comenzó esta dolorosa historia!


Entrevistadora: ¿Qué fue lo que sucedió?
M. C.: Los partisanos asesinaron a los alemanes.

Casi todos los relatos sobre la masacre de Civitella, a partir de aquellos de 1946, comienzan
con el asesinato de los alemanes: “El día 18 de junio... fueron asesinados dos soldados
alemanes a manos de los partisanos. Ese fue el comienzo de la agonía de toda la gente de mi
pueblo y de la mía”; “En el atardecer del día 18 de junio, no recuerdo exactamente la hora,
la relativa calma que reinaba en el poblado, a pesar de la cercanía del frente de batalla, fue
súbitamente destrozada por el sonido de los disparos”.17
En términos narrativos, el íncipit –el comienzo de un relato– señala la ruptura del equilibrio
y el silencio, de la tranquilidad, el evento brusco que genera movimiento, del orden al
desorden, el conflicto y la acción. Antes de que el relato comience, por definición, no ha
sucedido nada, al menos nada que valga la pena contar. Así, los comienzos habituales de las
narraciones de Civitella plantean que allí nada había pasado antes de la acción de los
partisanos del 18 de junio de 1944: “Nosotros en Civitella [estábamos] tranquilos... porque
hasta al 18 de junio nosotros apenas habíamos sentido la guerra” (M. C.); “En Civitella
vivíamos tranquilos y felices” (P. F.).18 Civitella era un pueblo “rodeado por un perfumado

qué tipo de representaciones eran) porque yo sabía que de hecho ese evento había ocurrido en 1949. Véase el
capítulo 2 en este libro.
17
Uliana Merini, viuda de Caldelli, en Società, 1946, citado en Clemente, “Ritorno dall’apocalissi”; Lara
Lammioni Lucarelli (CR, 271). He seleccionado intencionalmente ejemplos de diferentes épocas (los años de
la posguerra y el presente) y de diferentes soportes (narrativas orales y testimonios escritos) con la finalidad de
mostrar la omnipresencia de este enfoque. Contini, en “La memoria divisa”, también comenta (críticamente)
sobre la matanza de los alemanes como una narrativa de origen.
18
Hombre, 67 años, 7.7.1993.
bosque verde”, un “mundo pequeño y antiguo, con un ambiente lleno de intimidad y encanto”
donde “nunca había existido la extrema facciocidad política, que divide los espíritus y aviva
los odios”. Ni los fascistas ni los alemanes habían molestado a nadie: “Aquellos que de buena
fe creyeron en las políticas [fascistas] no cometieron ninguna acción atroz”. En cuanto a los
alemanes, “no dieron ningún problema” (M. C.):19 “Algunas veces, visitaban nuestras casas
pidiéndonos algo de beber o alguna cosa, pero nunca nos molestaron”. Calamandrei y
Cappelletto describen esas imágenes como un “paraíso perdido” y una edad de la
“inocencia”.

Yo tenía ocho años y se suponía que era un niño feliz.


Durante el tiempo que duró la guerra, vivimos todos juntos en la casa familiar del pueblo, con
mis padres, abuelos, mis dos hermanas, mi hermano y muchas otras personas que eran cercanas
a nosotros. (María Teresa Paggi Massi, CR, 303)

“Paraíso” e “inocencia” son extrañas representaciones para un pueblo que había atravesado
el fascismo, había estado en guerra y ahora, bajo ocupación nazi, ya ha visto producirse otras
masacres en poblados vecinos como Vallucciole. Mientras que debemos aceptarlas como
representaciones, necesitamos cuestionarnos respecto a su relación con los “hechos” y cómo
operan sobre ellos.
Tomemos, por ejemplo, el relato de Alberto Rossi, quien tenía entonces quince años. Él
describe un “tiempo de guerra y de tristeza”, pero también –es comprensible– momentos de
juego y satisfacción, de experiencia adolescente. Sitúa ocasiones de goce precisamente en la
experiencia de la guerra:
La ocasión de cumplir nuestros deseos se presentó en los primeros meses del año, cuando,
vecino al poblado, los alemanes instalaron un depósito de combustible y uno de municiones.
Nuestras excursiones comenzaron entonces hacia aquellos parajes y, eludiendo la estricta
vigilancia, a menudo podíamos arriesgarnos a robar algo, lo que nos llenaba de entusiasmo
(CR, 229).
Por supuesto, no hay nada de malo en esta memoria infantil, reminiscencia de travesura a lo
Tom Sawyer. En verdad, nos advierte que la mayoría de los recuerdos que tienen actualmente
los sobrevivientes sobre aquel tiempo son memorias de hombres y mujeres que fueron niños
y adolescentes por entonces, y que vieron la masacre como el fin de su niñez y su juventud.
El problema surge, en cambio, cuando este recuerdo de la infancia se repite intacto en un
entrevistado adulto, contribuyendo a dar forma a la memoria contemporánea. Por ejemplo,
Alberto Rossi no recuerda que, en abril de 1944, por un intento de robo en aquel depósito de
municiones, los alemanes ejecutaron a un joven de diecisiete años llamado Giulio Cagnacci.
Él tiene el derecho de no recordar; pero nosotros –como historiadores y antropólogos–

19
Ida Balò (CR, 3, 9-10); Don Daniele Tiezzi, “Paese mio”, poesía (CR, s/n); Teresa Milani, viuda de Bernini
(CR, 365).
tenemos el deber de considerarlos a ambos: a la muerte de Cagnacci como un hecho y a su
omisión en el testimonio de Rossi como una representación, y cómo se articulan. 20
Lo mismo vale para representaciones más generales de Civitella en la preguerra. El pueblo
no era ajeno a expresiones de clase, tensiones y problemas territoriales. Los antiguos muros
separaban jerárquicamente a los habitantes del pueblo (propietarios, artesanos y
profesionales) del campo y las aldeas de la periferia: “Este pueblo era la envidia de los
poblados vecinos... porque era un poblado señorial” (V. L.); “¡Éramos nobles! No nos
llevábamos bien con los campesinos... ¡Pretendíamos ser gente de ciudad! Creíamos que
éramos un poco mejor que ellos” (M. C.). De un modo más burdo o crudo, S. M. habla de
“odio” entre Civitella y el condado Badia al Pino. Relata que, en la posguerra, cuando se
abrió el camino entre Civitella y la aldea de Cornia, “comenzaron a llegar grupos de
trabajadores del Tegoleto al pueblo, y esta masa de trabajadores era verdaderamente una
masa de mierda. [Edoardo] Succhielli [jefe de los partisanos] vive allí en los alrededores”. 21
Con esta afirmación final, S. M. injerta el conflicto entre los sobrevivientes civitelinos y los
partisanos en un contexto de tensiones precedentes entre “nobles” y “campesinos”, entre
“artesanos” y “obreros”. El enojo contra los partisanos por el asesinato irresponsable de los
alemanes dentro de la muralla (intra moenia) también remite a la sensación de que están
siendo invadidos por las clases bajas del campo. Este sentido de invasión continuó después
de la guerra, cuando los “jóvenes comunistas” del campo pretendieron mandar sobre la gente
del pueblo, tal vez, en parte, como revancha por humillaciones del pasado (Duilio Fattori,
CR, 448).
Aquí hay, por lo tanto, un doble desplazamiento, en el espacio y en el tiempo. En el espacio,
porque los invasores son los partisanos y no los alemanes. En el tiempo, porque la historia
no comienza con la guerra, ni siquiera con la primera víctima de los alemanes, sino con la
primera acción (justa o no) de los partisanos. Este doble desplazamiento revela el sentido
profundo del conflicto entre el sentido común de Civitella y la identidad de la izquierda. La
propia existencia de la izquierda es una invasión, una interferencia, introduciendo conflicto
e historia dentro de la tranquila naturaleza. Es la izquierda la que produce un escándalo,
porque pretende ir contra el orden inevitable de las cosas: la naturaleza, la desigualdad
humana, el mercado.22 Y porque el orden natural coincide con el poder de los más fuertes, la
hybris escandalosa de la izquierda (como se subraya en los relatos de Civitella: “Me refiero
a que cuando no tienes fuerza suficiente, ¿cómo te atreves a atacar a los alemanes?” [P. C.])
es agravada por la culpa de ser débil: no solo porque intenta siempre el asalto al cielo, sino
porque no logra conquistarlo.

20
Uno de los pocos testimonios que recuerdan a Cagnacci es también uno de aquellos que no confirman el
clima de idilio despreocupado: “Al final de los primeros meses del año 1944, se vivía en Civitella la espera
ansiosa de un inminente amenazante futuro de guerra…”. Esta ansiedad es trasmitida al narrador (que tenía
once años en ese entonces) por su padre, quien debía atravesar la zona del depósito para ir al trabajo, y mostrar
en cada vuelta el pase a los alemanes. “Unos meses antes de que fuera asesinado en esta zona Gino Cagnacci...”:
Dino Tiezzi (CR, 292).
21
Hombre, 62 años, 11.9.1993.
22
La figura del paraíso perdido sirve también para deslegitimar a los partisanos: “No lo deberían haber hecho,
porque debían comprender que si eran alemanes no eran personas que molestaran” (A. M., hombre, 64 años,
9.9.1993). Más de un narrador piensa en menoscabar el sentido de su elección atribuyendo a los partisanos
motivaciones no idealistas, del robo a la “resistencia a la leva” (esto es, evitar combatir por los fascistas y por
los alemanes). También estas valoraciones se corresponden con un difuso sentido común.
Los relatos de Civitella no intentan cuestionar orden alguno. Sus ataques feroces a los
partisanos nunca son realizados en el marco de una explícita alternativa ideológica contraria
a estos. Los narradores no se molestan en confrontar la ideología general que postula a Italia
como una “república fruto de la Resistencia” (como la frase rezaba, o solía decirse), pero la
moldean con su resentimiento específicamente contra la Resistencia más próxima: “Había
odio contra los partisanos –no contra aquellos en el Norte, sino contra los pseudo partisanos,
los locales–” (V. C.);23 “¡yo rescataría como partisanos a aquellos en el norte, quienes
protegían las fábricas, no a estos!” (P. F.); “Admiro a los partisanos norteños, quienes pueden
haber hecho algunas cosas buenas. ¡Pero estos, lo de nuestra zona, no!” (B. B.).24 Es una
actitud que en los Estados Unidos llaman NIMBY, Not In My Backyard –puede ser pura
vuestra resistencia, pero no en mi casa–. Para la “zona gris”, todos los actos de la Resistencia
están bien en lo abstracto y en la distancia, nunca en lo concreto y cercano. Por supuesto,
como todo sentido común, este discurso se sostiene porque contiene cierta dosis de verdad:
los partisanos del centro de Italia tuvieron menos tiempo para organizarse, a menudo tuvieron
menos sentido de la dirección y de la estrategia que sus hermanos del norte. Sin embargo, la
función ideológica de este discurso es distinta de su verdad referencial. Relatos análogos
sobre la inutilidad y nocividad de los partisanos locales existen en todas partes de Italia,
inclusive en el norte, y alaban a la Resistencia en sentido amplio, pero la culpabilizan en lo
específico. Algunas de las suposiciones de este discurso, por lo tanto, merecen una mirada
atenta.
En primer lugar, preguntar por la utilidad inmediata de la acción de los partisanos es aún un
tema controversial y parcial. En una guerrilla, ninguna acción o episodio singular puede
decirse que sea determinante; sin embargo, la guerra de desgaste sostenida por los partisanos
ocasionó suficientes problemas en la retaguardia de las líneas alemanas, provocando el
costoso desvío de tropas para las constantes y sanguinarias “limpiezas del territorio”. 25
Aunque aparentemente ejecutadas como represalia contra acciones individuales de los
partisanos, las innumerables masacres perpetradas por los alemanes –Civitella, Cornia y San
Pancrazio– en la región de los Apeninos de Toscana sirvieron mayoritariamente para proteger
el frente de batalla de los disturbios, que incluían la falta de colaboración de grandes sectores
de la población en general. En sus primeros testimonios, las mujeres de Civitella señalaban
que los alemanes dejaron pasar diez días antes de ejecutar la represalia: “La vida había vuelto
a ser tranquila como antes”, “Mientras tanto los alemanes perfectamente jugaron su
vergonzoso engaño” (Corinna Stopponi, viuda de Caldelli; Elda Morfoni, viuda de Paggi,
1946, 260, 278). Esto implicaría que la conexión entre la acción de los partisanos y la masacre
podría ser menos directa de lo que hoy se propone que sea: tres días después de la masacre,
Civitella fue elegida como una línea de defensa para la retirada de las tropas alemanas. Para
el 2 de julio, cuando el frente retrocede y los alemanes se desplazan, el territorio había sido
efectivamente “limpiado”.
En segundo lugar, la importancia de los partisanos es menos militar que moral: el Eje hubiera
perdido la guerra de todas formas, incluso sin su intervención, pero es gracias a que los

23
Hombre, 63 años, 4.10.1993.
24
Mujer, 86 años, 9.7.1993.
25
Enzo Droandi, “I massacri avvenuti attorno ad Arezzo dei documenti della Wehrmacht”, ponencia presentada
en la Conferencia de Arezzo.
partisanos existieron que los italianos podemos decirnos protagonistas y no objetos de nuestra
liberación. Quizás la utilidad de los partisanos yace donde otros ven su culpa: en el hecho de
que existan. Si tenemos esto presente, tal vez podamos comprender la necesidad psicológica
detrás del desprolijo atentado en Civitella: más allá de muchos otros motivos ocasionales y
menos nobles, los partisanos necesitaban demostrar que existían, porque en su existencia
estaba en juego el rescate del país entero. 26
La presencia histórica de los partisanos ilumina por contraste la tendencia de los civitellinos
a disminuir la propia. V. C., por ejemplo, elogia a los “mártires” [de Civitella]: “que no
habían hecho nada contra los fascistas, habían peleado en la Primera Guerra Mundial, le
habían dado a la patria lo que se esperaba de ellos”. El narrador reivindica para las víctimas
las grandes virtudes de la obediencia y de la docilidad propias del cristianismo y sus
derivados. Pero al describirlos como “mártires” no solo los incluye en el gran relato del
cristianismo, sino que precisamente viola el significado de sus muertes del mismo modo que
lo hacen los partisanos cuando los llaman “mártires de la Resistencia”, “mártires de la
libertad”. Los mártires siempre son “culpables” de una desobediencia militante y son
completamente conscientes de sus consecuencias; en cambio, las víctimas de Civitella “eran
inocentes”: los muertos de Civitella (con una excepción) no son “mártires” –sujetos que
asumen las consecuencias de sus conscientes trasgresiones–, sino sobre todo víctimas:
“Somos muertos inocentes”, “Nosotros no habíamos hecho ningún mal, solo nos
preocupábamos por el trabajo, por la familia”. Los masacrados en Civitella no habían
realizado ningún gesto que diera sentido a sus muertes: son muertos inexplicables, que
generaron un luto insoluble, una pérdida mucho más difícil de elaborar y comprender.
Lo incomprensible de estas muertes también depende de la pureza negativa de la definición
dada al término inocencia como ausencia de culpa, en su sentido etimológico, que no causa
daño (non nocere). Sin embargo, no tener culpa no significa no tener responsabilidad: no
haber hecho ningún mal a nadie es una cosa, no haber hecho nada contra el mal es otra cosa.
En la formulación de V. C., no haber “hecho nada contra los fascistas” y contra la ocupación
alemana se convierte casi en una virtud: esta es la inocencia de la “zona gris”, del llamado
attesismo en Italia, aquellos que no se involucran, quienes “no se mezclan en política” y
tratan de mantenerse fuera de la historia, hasta que tienen que vérselas brutalmente con un
hecho que los arroja repentinamente a ella.27
Este enfoque ahistórico, esta sustracción a la historia, modela también los juicios sobre los
alemanes. En Moby Dick, cuando el capitán Ahab anuncia sus intenciones de perseguir y

26
Vasco Caroti sostiene (pero los sobrevivientes lo niegan) que el atentado fue realizado también porque la
gente del poblado se quejaba de que los partisanos no estaban haciendo nada.
27
Como relata un colaborador de los nazis, precisamente ese esfuerzo por representar un poblado inocuo y
pacificado acentúa en los alemanes la sensación de haber sido traicionados (Costantino Civitelli, CR, 265).
V. C. declara: “ellos no habían hecho nada”, del mismo modo que los trabajadores de Terni repetían con un
enojo frustrado que ellos “no habían hecho nada” cuando uno de sus camaradas, Luigi Trastulli, fue asesinado
por la policía (véase cap. 2). Terni es una gran ciudad industrial; Civitella, una pequeña comunidad rural, y sería
absurdo esperar las mismas reacciones. Pero es irónico que aquello que es vergonzoso en un lugar se convierte
en una virtud en otra parte. No puedo más que preguntarme (aunque no haya rastro de ello en las entrevistas) si
acaso el resentimiento antipartisano de Civitella no incluye también cierto malestar por no haber hecho nada
contra el fascismo y los alemanes. Los únicos rastros que encuentro están en los pasajes en donde los
sobrevivientes señalan que “hubiera defendido el pueblo” si solo los partisanos hubiesen ayudado (MI. C.,
M. C.).
castigar a la ballena blanca que lo ha mutilado, su primer oficial Starbuck objeta que es
blasfemo culpar a una bestia “tonta bruta”, a un animal que “te atacó producto del instinto
ciego”.28 La ballena, criatura de la naturaleza, no es moralmente responsable. Si despedaza a
Ahab, si hunde su barco y ahoga a toda su tripulación, la culpa es únicamente de Ahab por
haberla atacado.
M. C.: Si se sabe que los alemanes son una raza mala [...] se sabe que son crueles [...]
¿Por qué debían meterse con ellos? Perdone... si hay un león, allí, y es feroz... aunque
haya comido, si va a molestarlo, ¿qué va hacer? ¡Lo va a comer también! ¡Es un
animal salvaje!
V. C. también señala lo mismo: los partisanos sabían que los alemanes eran crueles y salvajes
(feroci), no deberían haberlos provocado. Cuanto más hablan los entrevistados de Civitella
sobre los alemanes como “bestias salvajes” (bestie, belve), más me parece que estas
expresiones, originalmente introducidas para denunciar la crueldad maligna de los alemanes,
han mutado de una forma que los absuelve al sustraerlos de la esfera del juicio moral: la
ferocidad de esta “raza mala” remite a todo lo inevitable de un hecho natural. 29 Ni una sola
vez, en los escritos y testimonios orales contemporáneos, alguien cuestiona la “ley” que
establecía el número de vidas de los civiles italianos necesarias por cada muerte de un soldado
alemán, ningún testimonio discute la “ley” de los “diez italianos por cada alemán”:
V. C.: Ellos lo habían difundido en la gobernación municipal: por cada alemán muerto serían
asesinados diez civiles –así que la población estaba avisada–. Si ellos han venido a ejecutar
esta represalia... ¡hay quienes los han empujado a hacerlo!30
Los partisanos “sabían que la regla del diez por uno estaba vigente” (V. C.). La forma pasiva
e impersonal (“los civiles serían ejecutados”) sustrae a los alemanes del rol de sujetos
gramaticales y morales. La ley existe y eso es todo. Nadie se pregunta quién la ha establecido,
con qué consenso y legitimidad, ni acaso si la aplicación es siempre inevitable.
Las únicas leyes que se aplican sin el consenso de los gobernados, que tienen una fuerza
inevitable y que se cumplen sin mediaciones son las leyes de la naturaleza. Si uno mete la
mano en la jaula, el león lo morderá; si uno sale a cazar a Moby Dick, la ballena destruirá la
nave; si uno agrede a los alemanes, los alemanes masacrarán en represalia. Quizás también
por esto ninguno se pregunta cómo es que, si la “ley” exigía diez italianos por cada alemán,
en Civitella la tasa fue de cuarenta a uno.

28
Herman Melville, Moby Dick, Harmondsworth, Midds., Penguin, pp. 261-62.
29
Véase 1946, p. 256, 258, 268, 276, 279-281. “Si nosotros recurrimos a trazar una separación casi en términos
de especies entre ‘ellos’ y ‘nosotros’, como si el nazismo fuera un fenómeno ajeno, solo estaríamos practicando
un exorcismo tranquilizador”: Stefano Levi Della Torre, Mosaico, óp. cit., p. 72.
30
Mujer, 68 años, 7-8.7.1993. La narradora insiste en que “eran controlados” y se sentían “traicionados”. Estas
justificaciones están del todo ausentes en los testimonios de 1946.
3. Mito, rito y política

23 de agosto. El monumento está limpio, los nombres han sido restaurados. En


agradecimiento a aquellos que hicieron el trabajo, en vez de conmemorar la muerte,
ligeramente avergonzado y esperando que nadie me vea, compré unas flores y las
puse junto a la placa.

El momento más conmovedor de la Conferencia de Arezzo fue cuando, en la plaza de


Civitella, Ida Balò –voz reconocida de la memoria local– hizo tangible la tragedia montando
una única historia uniendo los retazos dramáticos de las narrativas de sus vecinos y amigos,
señalando además los lugares donde cada escena había tenido lugar. Más tarde, un oratorio
en la iglesia del poblado (“Voces de la memoria”, a cargo de Paola Balò) daba a esos relatos
la forma de la sagrada representación.
En la narración y en la ceremonia religiosa, tres episodios que yo nunca había escuchado
antes, asumían la centralidad y trascendencia del mito: el sacerdote Alcide Lazzeri se ofrece
a los alemanes a cambio de la vida de los otros rehenes; “un soldado alemán se negó, pagando
con la vida, a participar en la masacre; años más tarde dos alemanes, uno de ellos veterano
que había participado de los hechos de Civitella, regresan al pueblo para obtener el perdón
del párraco”.
La historia del ofrecimiento de sacrificio del padre Lazzeri aparece en un solo testimonio de
1946, y es contradicha por otros. De acuerdo a Maria Assunta Menchetti, el sacerdote dice a
los alemanes: “Mátame a mí, pero perdona la vida a mi pueblo”. Parece cierto que el
sacerdote habría podido salvarse, pero en cambio regresó para morir con los otros. Sin
embargo, Corinna Stopponi y Gino Bartolucci, quienes estaban más cerca de los
acontecimientos (estaban entre los rehenes y vieron matar al padre Lazzeri), dijeron solo que
el sacerdote “murió como héroe, después de haber bendecido a su pueblo” (RB, 268, 261,
277). La koiné contemporánea, sin embargo, se identifica totalmente en la versión de Maria
Assunta Menchetti (CR, 95, 285, 211).31
Los otros dos episodios son relatados por un solo testigo cada uno:
… el sargento dictó la orden de fuego a un soldado que empuñaba un arma. Pero sucedió una
cosa inusual: el soldado que había recibido la orden miró a los condenados y permaneció
inmóvil. El comandante lo reprendió […] y nuevamente le ordenó que disparase, mientras este
permanecía indeciso. Entonces el sargento lo empujó a un lado y con el arma que sostenía
disparó personalmente sobre cinco hombres […]. [Entonces] habiendo empujado al soldado

31
Ida Balò considera el ofrecimiento del sacrificio del sacerdote como un hecho. La historia es confirmada por
el obispo Luciano Giovanetti, quien permaneció cerca del sacerdote como monaguillo, y por la sobrina del
sacerdote, Lina Rossi, aunque las secuencias temporales de estas narrativas no coinciden. En el testimonio
realizado por Bartolucci a la comisión de investigación inglesa de 1944 y en aquella escrita recientemente por
su hija no se dice ni una palabra sobre el episodio (CR, 100, 323). Por otra parte, ofrecerse a cambio de su
rebaño tenía poco sentido, dado que los alemanes tenían visibles intenciones de matarlo tanto a él como a los
otros. Lina Rossi y don Daniele Tiezzi testificaron que el sacerdote podría haber escapado, pero que regresó
dispuesto a morir; aunque sus versiones difieren en que según Tiezzi fue un soldado alemán quien le indicó la
forma de escapar, lo cual Rossi no confirma.
“traidor” a un costado y, pronunciando en voz alta y con tono aireado palabras para mí
incomprensibles, lo hizo volver de espalda y con un golpe seco en la cabeza lo dejó ahí tirado.
(Luigi Bigiarini, CR, 259-60)
Una dulce mañana de julio de 1983 se presentaron ante mí en la rectoría de Civitella della
Chiana dos hombres bastante mayores. Preguntaron por el párroco. Dijeron inmediatamente
que eran alemanes, uno de ellos había sido parte del grupo armado que la mañana del 29 de
junio de 1944 subió a Civitella, para sembrar muerte y ruina.
[Él me dijo:] “Yo soy un alemán que estuvo aquí aquel día para ejecutar la represalia. Diga,
padre, al pueblo de este lugar que yo he trabajado mucho en mi vida y que tengo mucha pena,
que éramos muy jóvenes y que Hitler había envenenado nuestra juventud. Yo le pido perdón
por todos nosotros [...]”. (Padre Enrico Biagini, CR, 453)
No hace falta que dudemos de la veracidad de estos tres episodios para reconocer su
dimensión mítica. Un mito, de hecho, no es necesariamente un relato falso o un cuento
inventado; más bien es un relato que, verídico o no, extiende el significado simbólico de un
evento individual para darle forma narrativa a las autorrepresentaciones compartidas de una
comunidad y una cultura. En este caso, a través del relato del sacrificio, de la piedad y del
perdón, Civitella formaliza su relación con el evento más dramático de su historia y define
su propia identidad como comunidad fundada sobre valores cristianos: también por esto
atribuye al párroco la autoridad de perdonar sin consultar a ninguno.
Lo que continúa siendo extraño es que los visitantes alemanes insisten en disminuir su propia
responsabilidad, culpando a Hitler, y que el sacerdote no les pregunta sus nombres, su
dirección o su unidad militar (en ese momento sin identificar). Aunque el aspecto más directo
del componente mítico de la historia consiste en su función clásica de reconciliar a los
opuestos: la imagen de Civitella como una comunidad cristiana e indulgente con una actitud
imperdonable hacia los partisanos.
V. L.: Aún soportamos, incluso después de cincuenta años, esta hostilidad, ¿no es así?,
hacia los partisanos. Aún nos sentimos de ese modo, ¿no es así?... A pesar de nuestra
fe religiosa.
I.: Porque ellos alguna vez podrían haber venido, y decirnos: “Estábamos
equivocados”.32
V. L.: Todavía no tenemos una disposición a perdonarles.
I.: Vamos a la iglesia…
V. L.: Pero deberíamos. Tenemos que cambiar.
M. C.: Creyendo en Dios como nosotros lo hacemos, debemos perdonar.
V. L.: Perdonar porque ellos, también, cometieron un error, eran solo niños, vieron las
armas e hicieron lo que les pareció más fácil…
I.: Sin pensar en las consecuencias… eran jóvenes…
V. L.: Tendríamos que ver las cosas de otro modo después de cincuenta años.
I.: Deberíamos pedirle al Señor, no tenemos la fuerza…

32
Mujer. No hay datos suministrados por los entrevistadores
M. C.: No es algo que lo podamos controlar… ¡Lo tenemos dentro nuestro!
El factor crucial en las declaraciones de I. es que al menos los alemanes pidieron perdón por
todo, en cambio los partisanos nunca lo hicieron. (V. L. vuelve sobre este punto después: “En
todos estos años, ni una sola vez los partisanos dijeron ‘esa acción nuestra fue un error’”). Al
perdonar a los alemanes, Civitella despeja sus dudas respecto a perdonar a los partisanos: los
alemanes se arrepintieron, los partisanos no. De este modo, Civitella puede conservar ambos:
su imagen de comunidad cristiana y su resentimiento hacia los partisanos. 33
También el relato del soldado reacio tiene raíces cristianas. El “mito” del “buen alemán”,
difundido en toda Europa e incluso en la masacre de las Fosas Ardeatinas, 34 es asimismo
variante de un mito mucho más antiguo y difuso. Los trabajadores de la acería de Terni, por
ejemplo, narraban así el asesinato de un compañero en medio de los disturbios: “Luigi
Trastulli se subía a un muro y una ráfaga de disparos lo dejó seco. Y vimos a Luigi Trastulli
perder el equilibrio en el filo del muro, mientras veíamos a otro policía, quizás más humano,
que en medio de los disturbios bajaba el arma. Pero Luigi Trastulli cayó por tierra
fulminado”.35
En realidad, el hecho ocurrió en el centro de la calle. Situar la escena sobre y en el muro lo
vincula con la iconografía de la Resistencia (las imágenes de las ejecuciones de los
partisanos) y sobre todo con la crucifixión. Las raíces del mito, de hecho, se encuentran allí,
en los relatos populares inspirados en los Evangelios apócrifos, en los que un centurión
romano frena a otro que está a punto de golpear con la lanza a Jesús en la cruz.
Como todos los relatos míticos, este no es unívoco, sino una matriz de significados, una red
de oposiciones: en última instancia, depende de si la persona que es destacada es percibida
como una representación de, o si es vista como una alternativa al resto. El “buen alemán” y
el centurión piadoso pueden o bien confirmar nuestra fe en el resto de la humanidad que
sobrevive incluso en los tormentos más crueles, o subrayar mediante la humanidad de uno lo
inhumano de todos los demás; puede significar que los soldados fueron forzados a disparar
o a perder sus vidas,36 o que la resistencia era posible, y que, si más de uno hubiese resistido,
tal vez podría haberse evitado la tragedia. Como Primo Levi afirma sobre un incidente en

33
El padre Daniele Tiezzi dice que él “con gran dificultad” ha perdonado a los partisanos.
34
El oficial a cargo del pelotón alemán que fue atacado en Roma por los partisanos fue exonerado por razones
religiosas de participar en la represalia. Un soldado se desmayó durante las ejecuciones masivas de las 335
víctimas; “acerca de él se dijo”, escribe Giorgio Bocca, “que se negó a disparar por razones religiosas. Esto es
falso: ningún alemán vaciló” (Storia dell’Italia partigiana, p. 285). Erich Priebke, uno de los oficiales que llevó
a cabo la masacre, afirma que, cuando la guerra terminó, el Vaticano lo ayudó a escapar de Italia: La Repubblica,
9 y 19. 5. 1994.
35
Ivano Sabatini, Terni, 25.1.1976, entrevistado por Valentino Paparelli; citado en Alessandro Portelli, cap. 2
del presente libro. En un discurso al Parlamento (2.4.1949) el representante socialista Tito Oro Nobili afirmó
que un policía estaba por dispararle desde una ventana a la multitud y que otro policía lo detuvo; véase
Francesco Bogliari, Tito Oro Nobili, Perugia, Quaderni Regione dell’Úmbria, 1977, pp. 219-28.
36
Gennara Magini Gualdani (CR, 433-34) menciona al alemán que ayudó a su padre a ponerse a salvo de la
masacre de Corcia: sugiere que el “buen alemán” pagó el gesto con la vida. Otras variaciones del tema del buen
alemán están presentes en la entrevista de M. C. (ella se salvó por un soldado alemán a quien su padre había
pedido piedad de rodillas) y en la versión del padre Daniele Tiezzi sobre la historia del alemán que invitó a don
Lazzeri a fugarse. La idea del individuo justo que, literal o figurativamente, redime toda una maldad colectiva
tiene también raíces bíblicas: cfr. Génesis 18, 23-33.
Auschwitz, “Si alemanes excepcionales, capaces de este modesto coraje, hubieran sido más
numerosos, la historia del pasado y la geografía del presente serían diferentes”. 37
Reducido al mínimo término, el mito afirma que, cuando una violencia colectiva produce una
víctima inocente (Cristo, Trastulli, las Ardeatinas, Civitella), siempre hay quienes se resisten
a ser asesinos. Quizás sea cierto, quizás necesitamos creerlo. En su Il disperso di Marburg,
Nuto Revelli se pregunta si la figura de un posible “buen alemán” no será producto de su
propia irresistible necesidad de creer en ella e identificarla. Al final, Revelli y sus
colaboradores pueden darle un nombre y una historia, pero no confirmar la inocencia. Escribe
un corresponsal de Revelli:
La imagen del “caballero solitario” que acaricia a los niños y que escucha Bach en su tiempo
libre se esfuma. Me parece más probable que fuese un explorador patrullando en la región. Es
mejor observar la realidad, y no las imágenes que nacen de nuestra cabeza. ¿Pero qué haríamos
sin aquellas imágenes?38
La imagen del nazi amante de la música, familiar en la iconografía de los campos de
exterminio, así como la imagen clásica de los soldados que distribuyen caramelos (repetida
en tantas películas estadounidenses), ambas son proyectadas por el corresponsal de Revelli,
pero en Civitella tienen una constatación fáctica. El padre Tiezzi recuerda que cuatro
soldados católicos austríacos vinieron a ayudarle a cantar la misa en la parroquia; los
alemanes que regalaban caramelos son los mismos que pronto serían asesinados por los
partisanos (Rossi, CR, 231). Los primeros “buenos alemanes” de Civitella son ellos, los
ocupantes que atravesaban las calles del pueblo con un séquito de niños, distribuyendo
regalos. En 1946, estos soldados eran descritos como “ebrios” y “borrachos”, y los soldados
nazis musicales son aquellos que rieron, cantaron y se hicieron escuchar después de la
masacre (1946, 272, 278, 256).
El hecho de que en estas imágenes haya un probable fundamento fáctico no significa que
sean menos míticas, en la medida en que adquieren valor simbólico general. No cuenta solo
si los alemanes buenos existieron o no, si regalaron los caramelos, si fueron reacios a matar,
sino también la necesidad profunda, incluso en las víctimas, de creer que existieron: “¿Cómo
haremos sin aquellas imágenes?”.
El relato de Ida Balò me dejó tan impresionado que el día después aprovechamos una pausa
de la Conferencia para pedirle que me relatara de nuevo los episodios del perdón y del buen
alemán, y para hacerle algunas preguntas. La cosa más sorprendente que me dijo fue que por
muchos años la gente de Civitella no daba crédito al relato del soldado bueno, porque el
testimonio no era de Civitella: cierta o no, su historia no podía evidentemente ser aceptada
en la memoria del pueblo. 39 Solo “desde hace una decena de años”, explicó la señora Balò,
había empezado a ser tomada por buena e incluida en la narración local. 40

37
Primo Levi, “Lettere di tedeschi”, en I sommersi e i salvati (1986), Turín, Einaudi, 1991, p. 139.
38
Nuto Revelli, Il disperso di Marburg, Torino, Einaudi, 1994, p. 165.
39
No hay ninguna mención del “buen alemán” en los testimonios de Gino Bartolucci a la comisión británica de
investigaciones de 1944; a Bartolucci le dispararon con los otros hombres, pero solamente fue herido y
sobrevivió fingiendo su muerte. Él estaba en posición de presenciar todas las ejecuciones. El testimonio de su
hija tampoco hace mención a la historia (Ilva Bartolucci Saletti, IB, 323).
40
Dado el carácter de conversación informal, ni siquiera pensé en poner un grabador. Me baso en mis apuntes,
realizados inmediatamente después. Además, las consideraciones que aquí siguen las he hecho el mismo día
En la historia del perdón, Ida Balò introduce dos variantes: que los visitantes llegaron por la
noche, ninguno los había visto; y este otro relato “mítico” producido “una decena de años
atrás”.41 Nuestro coloquio se produjo en 1994, durante las manifestaciones por el
cincuentenario; “una decena de años antes”, en 1984 evidentemente, se celebraba el decenal
anterior, y es en torno de esta fecha ritual que Ida Balò coloca la emergencia de estas dos
narraciones míticas.
Por mucho tiempo, las celebraciones civiles en nombre de la Resistencia eran contrapuestas
solo por algunas religiosas en la iglesia y en el cementerio: “Nunca, en estos quince años,
pasé el 29 de junio sin conmemorar ese día… me refiero a las ceremonias religiosas,
¿comprende? Porque nunca participamos en otras ceremonias” (V. L). A medida que pasa el
tiempo, la protesta da lugar a celebraciones alternativas, articuladas con sus propios mitos y
valores y encomendadas a sus propias instituciones, también civiles. De esta manera, P. C.
recuerda aquella del 84 como “la primera” conmemoración, porque fue la primera ceremonia
pública en la que se sintió representado:
P. C.: La primera conmemoración fue realizada cuando fue hecha la capilla, la inauguración
de la capilla del cementerio, en que estuvo Fanfani.
V. L.: En el 84...42

El nombre de Amintore Fanfani, un político católico conservador, quien detentó casi todos
los cargos en el gobierno italiano por casi medio siglo (incluyendo varias veces el cargo de
primer ministro), aparece sistemáticamente en los testimonios como aliado “providencial” de
Civitella.43 Esto no invalida ciertos relatos y sentimientos: es posible que, en aquel contexto,
Fanfani haya sido realmente el más cercano a las necesidades materiales y emocionales del
pueblo. Pero su presencia, evocada en conexión con la crucial celebración de 1984, confirma
la existencia de una segunda memoria pública y “oficial” así como una segunda serie de
rituales institucionales. Esta otra memoria es portadora de valores importantes (inocencia,
docilidad, obediencia, piedad, perdón, solidaridad de familia y de grupo) y funda su
experiencia vivida y sentimientos profundos; lo que no impide que se trate sin embargo de
una construcción ideologizada e institucional. No se puede hacer la historia de la memoria
de Civitella sin hacer también la historia de sus manifestaciones públicas.

interviniendo en las discusiones, en presencia de la señora Balò y otros declarantes de Civitella; les he
preguntado si había distorsionado su información y me han dicho que no.
41
En realidad, el padre Biagini data lo acontecido en 1983, esto es once y no diez años antes de la Conferencia.
Pero el hecho de que Ida Balò use esa fórmula para los dos episodios sugiere que, en su memoria autorizada,
los percibe como contemporáneos, parte de un mismo proceso.
42
Mujer, 55 años, 7.7.1993.
43
“Providencial fue la ayuda del entonces joven diputado Amintore Fanfani, que puso el corazón a la situación
del poblado y realizó esfuerzos, entre otras cosas, por el acueducto y las casas populares y por la asignación
rápida de pensiones a las viudas”: Ida Balò (CR, 167). No sé si, en una narradora sinceramente religiosa, la
palabra “providencial” debe ser tomada solo en sentido metafórico y coloquial. Por otra parte, la siguiente frase
fue “Civitella lentamente resurge” (cursiva mía). Ver también M. C.: “Después hicieron las casas populares,
casas Fanfani […] entonces había mandado […] habrá sido en el 48 […] cuando se realizó la fiesta del agua de
Fanfani”. A. M. recuerda que Fanfani fue “el único que estuvo allí [en Civitella], realizó todas las contribuciones
para el mausoleo tramitado por la asociación, él es de Arezzo”. También en este caso, los narradores de Civitella
prefieren presentarse como históricamente pasivos: las casas de Fanfani y el agua de Fanfani no son ni un
derecho suyo ni el resultado de una acción propia, sino el éxito de la intermediación de un poderoso.
A propósito de Civitella se habla de “memoria colectiva” (Clemente), memoria “del poblado”
(Contini), “memoria de grupo” (Calamandrei y Cappelletto): términos legitimados para el
uso científico al menos a partir de Halbwachs. Sin embargo, el proceso de la memoria y el
acto de recordar son siempre individuales: los individuos recuerdan, no los grupos; también
cuando afirma que la memoria individual no existe, Halbwachs escribe siempre “Yo
recuerdo”, y describe como individual, incluso solitaria, una actividad crucial de la memoria
–el olvido–. 44
Si todas las memorias fuesen colectivas, bastaría un solo testimonio para cada grupo social,
pero sabemos que no es así: cada individuo recuerda de manera distinta. Especialmente en
tiempos y sociedades modernas, cada individuo es el cruzamiento de memorias de una
multiplicidad diversa de grupos, y las organiza de manera diversa. Como cualquier actividad
humana, la memoria es social y puede ser compartida (es por ello que cada individuo
participa en algo con la historia “social”); sin embargo, como la langue [lenguaje] respecto
a la parole [palabra] en la lingüística de Ferdinand de Saussure, este hecho social se
manifiesta solamente a través de las memorias y los relatos de los individuos. Se convierte
en memoria colectiva solo cuando se abstrae y se separa del individuo: en el mito y en el
folklore (un relato para muchas personas: el “buen alemán”), en la representación (una
persona para muchos relatos: Ida Balò), en la institución (un sujeto abstracto que organiza
memorias y ritos en un todo mayor que la suma de las partes –la escuela, la iglesia, el Estado
y el partido–). Estos tres procesos –mito, representación, institución– actúan en Civitella,
donde la presión por no olvidar y para derivar la memoria de un grupo solo –el círculo muy
cerrado de los sobrevivientes– constituyen precisamente el “control social” del que hablan
Cappelletto y Calamandrei como la presión del “colectivo” sobre la memoria “individual”.
Pero si la memoria “colectiva” es diferente de las memorias personales, no podemos hablar
de ella como expresión directa y espontánea de dolor, luto o escándalo, sino (sin con esto
disminuirla) como formalización igualmente legítima y coherente mediada por ideologías,
idiomas, sentido común e instituciones. Entonces las oposiciones se encuentran no solo entre
las memorias, sino también dentro de ellas: la feliz definición de memoria dividida debe
ampliarse y radicalizarse para definir no simplemente la dicotomía (y su jerarquía implícita)
entre la memoria institucional de la Resistencia y la memoria colectiva de la comunidad, sino
una multiplicidad fragmentada de memorias diversas.
Ya la “memoria del poblado” no es un conjunto compacto. El deseo individual de olvidar
coexiste con el compromiso social de recordar, a menudo dentro de las mismas personas:
“No quería escribir nada porque es un esfuerzo... doloroso para mí y también porque le he
prometido a mi hermano que no lo haría y por esto le pido me perdone, pero debía porque a
mamá le hubiese gustado...” (Giuliana Sabatini Migliorini, CR, 322; cursivas del autor).45
La “memoria del poblado” está también socialmente dividida, al menos si miramos Civitella
como es hoy y a las personas que viven en él, y no como si fuera una imagen congelada en
1944. Muchos de los habitantes actuales han llegado después; entre ellos están también los

44
Maurice Halbwachs, en Paolo Jedlowski (ed.), La memoria collettiva, Milano, Unicopli, 1987. Sobre el olvido
como trabajo de la memoria, cfr. Jurij M. Lotman y Boris A. Uspenskij, “Sul meccanismo semiotico della
cultura”, en íd., Tipologia della cultura, Milano, Bompiani, 1973, p. 46-47, trad. it. de Remo Faccani.
45
Agregamos que, como mostraron Cappelletto y Calamandrei, la memoria del poblado está también
estratificada por generaciones, y diferenciada de las diversas historias de la emigración de individuos y familias.
descendientes de los “campesinos” y del “montón de mierda”, marginados un largo tiempo
tras los muros y hoy fuera del relato: “con las otras personas [que] no habitaban en Civitella,
con ellos no hablábamos, eran todos campesinos” (S. M.). Pero también ellos tienen
memorias, que confluyen en la memoria actual de aquello que es hoy su poblado y que
también merecerían ser escuchadas.
La memoria de las instituciones está asimismo dividida. Una de las paradojas de la
Conferencia de Arezzo era que por momentos parecía que la única “memoria oficial” era la
de la Resistencia y la única “ideología” la de la izquierda. Es verdad que estamos viviendo
en tiempos en que los formadores de opinión y los políticos hablan impunemente de una
cuarentenal “hegemonía marxista” o “dictadura comunista”, y que las instituciones locales
de Arezzo y de la Toscana han estado regidas por la izquierda. Pero quien ha trabajado en
Arezzo reconoce también en las conmemoraciones contrapuestas de la masacre de Civitella
la larga tensión entre las instituciones locales y la influencia de una figura institucional como
Fanfani.46 También en la Toscana roja los prefectos son nombrados por el Ministerio del
Interior, los bancos son controlados por el capital y el diario más importante es el conservador
La Nazione.
La memoria partisana no ha coincidido ciertamente con el discurso profundo de las
instituciones del Estado. La Resistencia deviene tardíamente en memoria “oficial”, y al
precio de convertirse en un ritual de placas conmemorativas y coronas, una ceremonia inocua
y acordada que le pertenece a la esfera política, donde la gente común se siente cada vez más
ajena. Incluso entonces, la memoria oficial de la Resistencia es una cosa si es celebrada por
un presidente que antiguamente fue partisano, como Sandro Pertini, o por uno corrupto y
reaccionario, como Giovanni Leone. De hecho, V. C. insinúa que el actual presidente
católico, Oscar Luigi Scalfaro, puede asistir a las conmemoraciones en Civitella, pero
sostiene que si Pertini hubiese dado la cara habría sido increpado y corrido de la ciudad.
Finalmente, también las memorias partisanas locales y personales están divididas. Ya las
versiones contradictorias sobre el atentado indican una conciencia incierta; son también una
consecuencia de la fragmentaria percepción y evaluación de un hecho tan crucial. Pero pienso
en el comandante partisano Succhielli, que defiende sus razones con escritos y procesos, pero
admite, con el historiador Giovanni Contini –tal vez demasiado tarde–, que el atentado fue
un error y condujo a la ruina del pueblo y su gente. 47 O en el médico Gambassini, aliado de
los partisanos, quién vivió toda la vida con un profundo sentido de culpa –y lo ha tenido
dentro, sin que haya aflorado en la autobiografía–.48
La Conferencia de Arezzo fue importante porque ofreció una escucha a estas otras memorias,
dio respeto a sus portadores, estableció un diálogo con ellos (espero que también ellos nos
hayan escuchado a nosotros) y colocó a los acontecimientos de Civitella en la perspectiva de
una historia que involucra a todo el continente. Aunque sería un error tomar las memorias de
Civitella como un núcleo sólido, impenetrable al pensamiento, inmune a la historia o la

46
Enseñé en el campus de Arezzo de la Universidad de Siena desde 1975 hasta 1981.
47
Véase el pasaje de la entrevista de Succhelli citada en la introducción del libro The Battle of Valle Giulia.
Oral History and the Art of Dialogue, Madison, University of Wisconsin Press, 1997.
48
Contini, “La memoria divisa”, óp. cit.
política e inaccesible al análisis crítico. Confrontar con las memorias de los otros y cambiar
tras ese encuentro es un diálogo; ceder acríticamente el punto de vista propio es rendirse.
24 de agosto. Llueve, pero las flores todavía están allí. La Repubblica informa que
“hace cerca de dos meses algunas esvásticas desfiguraron el monumento a los caídos
de la resistencia de Ostia sin que la Circoscrizione [presidida por Alleanza
Nazionale] intervenga”. Un tribunal argentino se ha negado a extraditar a Italia a
Erich Priebke –torturador nazi y ejecutor de la masacre de las Fosas Ardeatinas que
no ha pedido perdón a nadie–.49 Me pregunto qué instrumentos tengo yo para borrar
aquella esvástica, y pienso en la historia oral.

49
La Repubblica, 4.6.1996, p. 17; Il Messaggero, 5.6.1996, pp. 1, 9; La Repubblica, 8.6.1996, p. 3.
CAPÍTULO 7

La batalla de Poggio Bustone. Violencia, memoria e imaginación en la guerra


partisana1

1. Nos buscan

Vero Zagaglioni, obrero en la acería de Terni y comandante partisano de la Brigada Gramsci


–activa en la frontera entre Umbría y Lacio en 1943-44–, relata:

La noche del nueve de marzo [1944], cuando llegamos a Cepparo, vino uno, y dijo: “mira, hay
fascistas en Poggio Bustone; y los buscan. Están diciendo –dice– ‘Eh, ¿los partisanos dónde
están? No se ven…’”.2

El 10 de marzo de 1944, los fascistas de Reti llegaron a Poggio Bustone, una ciudad sobre
las colinas de Sabina a pocos kilómetros de la capital, para rastrillar a los desertores y arrestar
a los disidentes y simpatizantes de la Resistencia. Al comando estaban el capitán de la milicia
Tanturi y el jefe de la policía de Reti, Pannaria. Una canción compuesta por el partisano
Dante Bartolini después de los hechos los imagina entrando a la ciudad al paso del jefe:
“cuánta importancia / con tu modo de actuar / parecías el jefe / de toda la humanidad”. 3
Continúa Zagaglioni:

Así que cuando me lo dijo de esta manera, comencé a llamar a los que ya se habían arrojado,
cansados de la acción durante la noche, ¿no? Sabe, las malas palabras no se desperdician en
este punto, nunca son pocas. Pero cuando dije “miren allá están los fascistas en Poggio Bustone
que nos buscan”, entonces, cuando escucharon la palabra “fascista” todos se reanimaron. Una
vez todos despiertos les dije: “ahora hagamos un discurso serio”.

Los fascistas rodearon el pueblo con tanques blindados y asesinaron a un chico que se creía
iba a ir a informales de su presencia a los partisanos. “Así comenzó la trágica persecución de
casa en casa, en los graneros, en los establos y en los pajares; los jóvenes fueron arrancados
a la fuerza, y luego los demás, los padres y los ancianos. Quien opusiera resistencia lo

1
Una síntesis inicial en Biografia di una città. Storia e racconto: Terni 1830-1985, Torino, Einaudi, 1985,
pp. 277-82; “Nosotros queríamos la piel de los fascistas. Violencia, imaginación y memoria en un episodio de
la guerra partisana”, en Cuahumotec Velasco Avila (ed.), Historia y Testimonios Orales, México, INAH, 1996,
pp. 105-122; “La battaglia di Poggio Bustone: violenza, memoria e immaginazione in un episodio della guerra
partigiana”, en Nicola Gallerano (ed.), La Resistenza fra storia e memoria, Milano, Franco Angeli, 1999; “The
Battle of Poggio Bustone: Violence, Memory, and Imagination in the Partisan War”, en The Battle of Valle
Giulia. Oral History and the Art of Dialogue, Madison, Wisc., University of Wisconsin Press, 1997, pp. 114-
25.
2
Vero Zagaglioni, 1913, obrero, Terni, 21.6.1981. A menos que haya una indicación diferente, las entrevistas
fueron hechas por mí.
3
Dante Bartolini, “Il traditore Tanturi”, 8.4.1972; en el disco La Sabina, a cargo de Alessandro Portelli, Milano,
Dischi del Sole, DS 517/19.
golpeaban con puñetazos, salvajemente, con los fusiles”. 4 Cuando el destacamento de Vero
Zagaglioni llegó a la aldea, partisanos y fascistas libraron una de las batallas más sangrientas
de la guerra partisana en el centro de Italia.

2. Tres guerras

En este capítulo analizaré los relatos de la batalla de Poggio Bustone como ejemplos de la
relación entre significado y memoria de la Resistencia. La idea de la Resistencia como
fundación de la democracia en Italia ha estado sometida en los últimos años a ataques cada
vez más violentos, en los que la izquierda –incómoda por el “redescubrimiento” de la
violencia inherente a la guerra partisana y sus consecuencias– no ha sabido más que
responder con excusas avergonzadas o silencios.

El consenso antifascista había en parte domesticado a la Resistencia, prefiriendo olvidar que


se había tratado de un movimiento armado que había combatido en una guerra en la cual no
solo los partisanos morían, sino donde ellos mismos también mataban. Hoy en día este
conocimiento sirve, en el mejor de los casos, para equiparar a partisanos y fascistas en
nombre de una piedad común hacia los muertos que se expresa en el rechazo general hacia
cualquier tipo de violencia (sobre todo si es ideológica) y, en el peor de los casos, para
estigmatizar a la Resistencia como una organización subversiva comunista, haciendo ver a
los partisanos no como héroes patriotas, sino como comunistas asesinos.

La imagen pacificada de la Resistencia le fue funcional a una izquierda que buscaba


acreditarse como fuerza democrática y nacional a la que le incomodaba la violencia partisana.
El énfasis en este aspecto de la Resistencia parece compensar parcialmente una violencia
mucho más grave cometida por los fascistas y nazis, y lanzar una mancha sobre el inmaculado
movimiento patriótico del pueblo. La idea de que la Resistencia había sido una guerra civil
o una división entre italianos fue impulsada sobre todo por la derecha, ya fuese para denigrar
a los partisanos o bien para acreditar la herencia del fascismo como una parte legítima del
pueblo italiano. Solo con el trabajo de Claudio Pavone esta imagen parece haber sido
corregida. Como sabemos, Pavone definió a la Resistencia como el entrecruzamiento de tres
guerras, claramente distintas, aunque entrelazadas y superpuestas: guerra patriótica, guerra
de clase y guerra civil. 5

Trataré de explorar aquí algunos de los modos en que la naturaleza de la Resistencia y el


papel de la violencia fueron elaborados en un contexto específico por los mismos partisanos,
a lo largo de un período que va desde la negación de la violencia ocurrida hasta la
reivindicación de la misma como una expresión de experiencia e identidad. La batalla de
Poggio Bustone se presta a este tipo de análisis puesto que fue objeto de numerosos relatos
en los cuales el evento fue representado de forma contradictoria, distorsionada y a veces
inventada –siempre de manera creativa–. En lugar de liquidar estos relatos como
históricamente poco fiables, podemos por el contrario encontrar en ellos qué cosas se

4
Silvio Micheli, “A Poggio Bustone partigiani e popolo fermarono la Hermann Goering e le SS”, en Sergio
Bovini (ed.), L’Umbria nella Resistenza, Roma, Editori Riuniti, 1972, p. 340.
5
Claudio Pavone, Una guerra civile. Saggio sulla moralità nella Resistenza, Milano, Bollati Boringhieri, 1992.
descartan de los sucesos y cómo se contradicen entre sí, para poder hallar valiosos indicios
que nos sirvan para trabajar la memoria, la imaginación y la interpretación.

3. Queríamos la piel de los fascistas

Comencemos con la canción de Dante Bartolini, bien para subrayar la dimensión creativa de
estas narraciones, o bien porque se trata de la reconstrucción más formalizada (pero no la
más fiable) de los eventos de Poggio Bustone. Si bien Dante Bartolini –cantor, narrador y
poeta laureado de la Resistencia– formaba parte de la Brigada Gramsci, no estaba presente
el día de la batalla. Compuso esta canción sobre la base de los relatos que había escuchado e
intercambiado con sus compañeros. Por tanto, no se trata de una sola narración, sino de un
relato hecho de relatos.

No te acuerdas del 10 de marzo


De lo que tú le hiciste a Poggio
Nos querías fusilar a todos
Mientras esto no sucedía más
Vil Tanturi
La condena se acerca
Y tus matanzas
Las deberás pagar.

Hoy estás encerrado en la prisión


Un remordimiento te lacerará
Seguro te arrepentirás de lo que has hecho
Pero el arrepentimiento nunca ayudará.

Oh perverso
Traidor de los italianos
Defendiste a los tiburones
Para aumentar la esclavitud.

Mientras te paseabas por las calles


La mañana del 10 de marzo tú
Íntimo compañero nos mataste
Oh cobarde qué hiciste tú.
Tres de los nuestros han desaparecido
También ellos desde sus tumbas
Clamarán venganza a ti.

Eran las diez y veinte de la mañana


De los partisanos se hablaba
Tú valientemente te fuiste
A pedir refuerzos a la ciudad
En tu partida
Al comando fue el cuestor
Aquel villano sin corazón
Ese día tuvo que morir.

En la plaza principal de la aldea


A los rastrillados los guiabas tú
Entre estos a otros tantos llamaste
Y el suplicio lo llevaste tú
Cuánta importancia
Con tu modo de actuar
Parecías el jefe
De toda la humanidad.

Por fortuna alguien de la aldea


A los partisanos les quiso avisar
Que en mal estado se encontraba la ciudad
Y que pronto la vinieran a salvar.
Los partisanos
Como lobos llegaron
Furiosos y sedientos
De la sangre del traidor.

Una hora de terrible tempestad


Les dio la victoria a los partisanos
Dieciocho fueron los fascistas que mataron
Entre ellos el cuestor al mando
Los fascistas
Superaban los doscientos
Solo dieciocho partisanos
Los asustaron...

Había tres famosos comandantes


Entre los fascistas y los gendarmes
Que hicieron venir la gran masacre
Y ante el tribunal deberán presentarse

Me perdonarán
Yo no soy compositor
Hijo de un trabajador
No lo pudo decir mejor.

Mario Sabatini, quien participó en la batalla de Poggio Bustone, relata:

En un determinado momento nos fuimos, éramos veintiséis, con veintiséis mosquetes. Subimos
y nos encontramos una bandada de fascistas, tal vez más de ciento ochenta, doscientos.
Entonces fue de este modo, los fascistas dijeron “miren, nosotros les vamos a dar lo que
quieran, lo único es que ustedes no nos ataquen”. Por el contrario, ¡sí, nosotros queríamos la
piel de los fascistas! ¡Todos nosotros queríamos la piel de los fascistas! Ahora todo ya está
hecho: pero ¡cómo no!, si ellos venían a fusilar a nuestros compañeros, ¿y nosotros teníamos
que detenernos? Pero nosotros no les escuchamos nada y atacamos. Una mujer, una anciana
dijo: “mira, se mueve la madera, se mueve por el bosque, de tantos partisanos que vienen por
allí”. Por el contrario, habrán sido veintidós. Y recuerdo, particularmente, que un fascista de
ellos cantaba: “Y la metralleta no la dejó”, esa canción fascista famosa; tenía el dedo sobre el
gatillo y ametrallaba nuestra zona, entonces yo di una vuelta por la ciudad, un golpecito en el
melón, y no se dijo nada más.6
Vero Zagaglioni: Y luego se libra la batalla dentro de la aldea. En un momento me regreso a la
plaza de arriba, y en su lugar vi que toda la multitud de milicianos iban hacia [el pueblo de]
San Pietro. Entonces tomé el fusil, lo levanté abatido y disparé. Pensaba que cuando llegaran
las balas algún daño les haría… y luego al entrar al pueblo les dijimos que se rindieran, porque
nosotros combatíamos por una Italia libre, los habituales discursos. Pero estos, nada.

La canción de Bartolini y los relatos de Sabatini y Zagaglioni contienen todos los elementos
de las “tres guerras” de las que nos habla Pavone. La guerra patriótica se expresa de manera
lingüística: Tanturi es “el traidor de los italianos”; Zagaglioni les dice a los fascistas
“combatíamos por una Italia libre” (pero agrega que eran “los habituales discursos”,
sugiriendo que se trataba de un lugar común). La guerra de clase está implícita en la identidad
de los narradores –todos son obreros de fábrica– y subrayada por Bartolini cuando se afirma
como “hijo de un trabajador” e imagina al arrogante fascista con la apariencia de ser “el jefe
de toda la humanidad”. La guerra civil, finalmente, es representada en las vívidas
descripciones de odio y de violencia: el placer con el que Zagaglioni siente el efecto de las
balas, el crudo golpe de Sabatini en el “melón” del enemigo. Generaciones de sentimientos
patrióticos surgen cuando Bartolini describe a los partisanos como “lobos” sedientos de
sangre o cuando Sabatini insiste en que “nosotros queríamos la piel de los fascistas”. Estos
narradores no tienen dudas: la Resistencia no era una cena de gala. Era una guerra, con todas
las consecuencias objetivas y subjetivas que esta comporta.

Por lo tanto, estos relatos proponen una interpretación de la batalla que es coherente con la
más avanzada historiografía contemporánea. Su exactitud histórica, sin embargo, está
acompañada por una dimensión imaginativa que expande la performance en una dirección
épica y mítica. En el relato de Sabatini, la imagen de la mujer que describe el acercamiento
de los partisanos como un bosque en movimiento es idéntica a la batalla final de Macbeth,
cuando, según las profecías de las brujas, Birnam wood comes to Dunsinane (acto V, esc. 7)
[el bosque de Birnam avanzaba hacia Dunsinane]. En un bar de Poggio Bustone, en 1982,
escuché la narración de una historia que me hizo evocar otro precedente mitológico: para
parecer más numerosos, los partisanos se habrían mezclado con un rebaño de ovejas que
bajaba de la montaña, como Ulises y sus compañeros escondidos debajo de las ovejas para
salir de la caverna de Polifemo en la Odisea.

No es necesario suponer que existe una relación directa entre los relatos y estos precedentes
literarios (aunque, a diferencia de Shakespeare, Homero es bien conocido entre los poetas
populares de la Sabina). Lo que interesa es que el paralelo atrae nuestra atención sobre el
nivel simbólico de los relatos. Por un lado, estas narraciones míticas subrayan la astucia con
la que los partisanos disimularon su inferioridad numérica; por otro lado, y con mayor acento,
las dos imágenes muestran a los partisanos literalmente inmersos en la naturaleza del
territorio, defendiéndose de unos fascistas que no solo vienen de afuera, sino que están
aliados con extranjeros (aunque incluso había nativos locales entre ellos).

6
Mario Sabatini (1925), obrero, Marmore (Tr), 7.7.1973. El “melón” es una forma ofensiva de decir “la cabeza”.
Como veremos, la presencia de motivos y de temas imaginarios no contradice la exactitud de
la interpretación histórica. En efecto, es por medio de estos motivos imaginarios que podemos
entrever la memoria y la imaginación en el campo y, al mismo tiempo, rastrear lo que era la
subjetividad de los narradores en el momento de los hechos.

4. Disparar primero

Con la llegada de los partisanos a la ciudad, los relatos comienzan a desmoronarse, a


fragmentarse y a contradecirse. Se vuelven cada vez más confusos al momento de acercarse
al clímax de la historia: el asesinato de los comandantes fascistas. Tomamos dos testimonios
escritos, recopilados en el mismo libro; cada uno de ellos describe los eventos de forma muy
distinta. Escribe Enzo Ottaviani:

El comandante fue invitado a rendirse para evitar un inútil derramamiento de sangre. Pero sus
hombres respondieron con fuego. Entonces los partisanos lanzaron por la chimenea dos
bombas de mano. Después de este elocuente aviso el comandante decidió rendirse. Pero salió
de la casa disparando y los partisanos los mataron.7

Lo confrontamos ahora con la versión escrita de Silvio Micheli:

El comando resistía atrincherado en una casa. Algunos partisanos, entre ellos el estudiante Emo
Battisti de Poggio Bustone y Huracán [Enzo Cerroni], se subieron al techo e hicieron explotar
varias bombas en la campana de la chimenea para hacer que los repubblichini8 se rindieran.
Pero ni siquiera esto sirvió. El capitán Tanturi, el comandante Panaria y otros oficiales
respondieron con disparos. La lucha se reanudó. De repente, se bajaron como un desplome de
la chimenea ordenando a los jerarcas que tiraran las armas. El comandante trató de segarlos
girándose bruscamente, pero se fue antes de la ráfaga de los partisanos.9

Encontramos en estas dos versiones las contradicciones principales: si los fascistas fueron
asesinados dentro de la casa o en la plaza; si se habían rendido o no antes de ser asesinados.
La mayor parte de los relatos confirman la versión de Ottaviani, según la cual los fascistas
murieron en una desesperada huida de la casa. Vero Zagaglioni afirma que los fascistas se
habían atrincherado en la casa y que se les ofreció la oportunidad de rendirse (“vayan afuera,
salgan con las manos en alto, no les haremos nada”). Luego, alguien deja caer una granada
de mano por la chimenea para hacerlos salir, pero “entonces se escaparon, pero no se
escaparon con las manos en alto, se escaparon con las armas y las granadas de mano” y
murieron en la plaza: “entonces alguno de nosotros, de seguro el más ágil, los hizo salir, de
hecho”.

7
Ezio Ottaviani, “Ferro e fuoco a Poggio Bustone”, en Sergio Bovini (ed.), L’Umbria nella Resistenza, p. 349;
Silvio Micheli, “A Poggio Bustone partigiani e popolo”, óp. cit., p. 349.
8
“Ciudadanos de la republichetta”, “la pequeña república”, como los antifascistas en sentido peyorativo
llamaban a la Republica Social Italiana encabezada por Mussolini.
9
Silvio Micheli, “A Poggio Bustone partigiani e popolo”, óp. cit., p. 342.
Existe también una versión de la parte fascista, recogida por Giorgio Pisanò. Si bien niega el
hecho de que los fascistas se hubieran rendido, describe de igual manera la secuencia de
eventos:

El núcleo más numeroso [de fascistas], que comprendía también al comandante, se atrincheró
en la casa de la señora Cecilia Desideri y continuó combatiendo valientemente hasta que se
agotaron todas las municiones. Cuando el fuego de los fascistas menguó, algunos partisanos se
dirigieron hacia el techo de la casa y dejaron caer unas granadas de mano por dentro de la
chimenea, gritando a los asediados que se rindieran. Los fascistas rechazaron las intimaciones
a rendirse e intentaron una salida desesperada, pero fueron acribillados de uno en uno cuando
salían de la casa.10

La versión de Micheli, según la cual los fascistas murieron dentro de la casa, se confirma con
el relato de otro partisano; la historia de las bombas lanzadas por la chimenea se encuentra
tanto en el relato de Zagaglioni como en el de Pisanò. Según otro partisano –Mario Filipponi–
, fue un carabinero que luchaba con los partisanos, un tal Angelini, quien “tiró una bomba,
adentro, luego entró por el techo, mató a seis o siete, de los grandes”. Todas estas versiones
están contaminadas con otro episodio de la batalla, en el que el partisano Enzo Cerroni
(“Huracán”) le escucha decir a una mujer que unos fascistas heridos se habían refugiado en
una casa: “sube, encuentra un fascista: lo encuentra, tac y lo mata –de inmediato porque él
estaba con el arma en la mano–. Mientras tanto escucha un ruido detrás de él. Su inteligencia
–¡afuera todos!–. Había una docena de “jerarcas”: “los atrapó, y los fusiló allí mismo”.11

La doble contradicción –el lugar de la muerte y la cuestión de la rendición– está reforzada


por la presencia en casi todos los relatos de un motivo aparentemente superfluo y, por tanto,
particularmente interesante: la afirmación de que los fascistas siempre tratan de disparar
“primero” y la de que los partisanos son más veloces que ellos. En una versión, cuando Enzo
Cerroni cae dentro de la casa en busca de fascistas heridos, un hombre le apunta con un arma,
pero él es más rápido y lo mata; en otra, el partisano que bajó por la chimenea siente un ruido,
gira y mata a un grupo de fascistas que estaban por dispararle por la espalda. Es un relato
muy cinematográfico, similar a aquellos momentos en los que –también en los relatos de
Zagaglioni y Filipponi– los fascistas están por tomar las armas, pero los partisanos son “más
ágiles” o “inteligentes”. Incluso el hecho del descenso de los partisanos a la ciudad como
respuesta a un desafío de los fascistas (“¿Dónde están los partisanos? No se ven…”) forma
parte de este cuadro narrativo.

Una vez más, podemos trazar paralelos literarios y de la cultura de masas, con las novelas de
James Fenimore Cooper y las películas del Oeste donde aparece el mito de la frontera. 12 En
la escena arquetípica –el duelo entre el héroe y el bandido o el indio–, el héroe nunca pone
primero su mano sobre el arma; solo dispara en legítima defensa, superando al malo gracias
a su habilidad y rapidez y, al mismo tiempo, legitimando la conquista del Oeste. Aunque los

10
Giorgio Pisanò, Storia della guerra civile in Italia, citado en Bovini, L’Umbria nella Resistenza, p. 398.
11
Mario Filipponi (1924), obrero, 3.9.1982. Una señal de la contaminación es que Micheli indica que Enzo
Cerroni fue el partisano que se había desplomado en la casa donde estaban atrincherados los jerarcas.
12
Beniamino Placido, “La storia americana dalla ‘Tesi della frontiera’ (1893)”, en Birth of a Nation (1915), en
Materiali di documentazione, Venezia, Biennale Cinema, 1975.
partisanos combatían para liberar su tierra y no para apoderarse de ella, este tipo de
justificaciones son recurrentes en sus relatos.

Por ejemplo, el asesinato de tres alemanes en un bar de Civitella val di Chiana (Arezzo) –
seguido por la represalia nazi y la masacre de más de ciento cincuenta civiles el 29 de junio
de 1944– fue justificado por los partisanos en términos de una autodefensa;13 a primera vista
esta explicación es muy parecida a la que encontramos en los relatos de Poggio Bustone. La
diferencia, no obstante, es que, de no haberse tratado de una autodefensa, la acción partisana
habría sido un asesinato a sangre fría, como de hecho lo describen algunas memorias
alternativas;14 mientras que en Poggio Bustone había una batalla abierta, las dos partes se
estaban disparando entre sí, y en un contexto de este tipo no tiene ningún sentido insistir con
que en cierto momento los fascistas habían disparado primero. Estaban disparando todos. A
menos que, oscuramente, los narradores no estén buscando justificar algo –que puede ser, en
última instancia, el hecho de que el estado de guerra hacía inevitable cumplir acciones con
las cuales aún les es difícil confrontarse– que era inevitable, como el acto de matar.

5. Debían morir con los demás

Las implicancias de las contradicciones entre relatos han sido corroboradas dentro de los
mismos. Por ejemplo, Ottaviani escribe que el comandante “decidió rendirse”, pero luego
agrega que “salió de la casa disparando”. Zagaglioni subraya que “se escaparon, pero
escaparon con las manos en alto” como él había ordenado. Sabatini incongruentemente señala
una oferta de rendición por parte de los fascistas, la cual rechazan los partisanos (“nosotros
les vamos a dar lo que quieran, lo único es que ustedes no nos ataquen”). La canción de
Bartolini dice que Tanturi y Pannaria están en prisión y deben comparecer en el juicio,
aunque sabe muy bien que ellos están muertos. 15

Si el tema de la autodefensa indica un malestar con respecto al modo en que fueron asesinados
los fascistas, estas oscilaciones sobre el tema de la rendición parecen sugerir algún tipo de
intercambio: ¿hubo, en lugar de un conflicto armado, una negociación, un “juicio” o una
ejecución?

No es sencillo reconstruir los hechos. Pero es necesario tener en cuenta que incluso en la
versión fascista se niega que los asesinatos hayan ocurrido a sangre fría. Según Pisanò, los
fascistas salieron disparando de la casa y murieron con las armas en la mano, imagen más
coherente con la figura “heroica” del mártir fascista. Pisanò, por supuesto, también afirma
que un prisionero fascista fue ajusticiado sumariamente en la plaza. Sin embargo, su
descripción de la muerte de los jerarcas confirma la versión de Ottaviani y Zagaglioni, que
es, por lo tanto, la más probable: los fascistas fueron asesinados en combate, mientras
trataban de hacer una salida desesperada de la casa, en donde estaban rodeados.

13
Véase el capítulo 6 de este libro: “Luto, sentido común, mito y política en la memoria de la masacre de
Civitela val di Chiana”.
14
Véase el testimonio del comandante partisano Edoardo Succhielli en Ida Balò, Giugno 1944. Civitella
racconta, Cortona, Etruria, 1994, pp. 174-75.
15
Existe también una contradicción interna en la versión de Pisanò: si se habían agotado las municiones, ¿cómo
hicieron los jerarcas fascistas para intentar una salida?
Pero si las cosas sucedieron de este modo, ¿por qué tanta ambigüedad en los relatos de los
partisanos? Tal vez lo que los símbolos y las contradicciones esconden y revelan al mismo
tiempo no es tanto la oscuridad de los acontecimientos como la oscuridad de la subjetividad;
no tanto lo que los partisanos hicieron, sino lo que sintieron en su interior.

Podemos comprender mejor todo esto escuchando un relato, sin duda inventado y poco fiable
de los hechos. Fue improvisado por Dante Bartolini en Roma, durante un espectáculo en el
Círculo Gianni Bosio, para un público, en su mayoría jóvenes cercanos a la izquierda
extraparlamentaria. No es un relato “auténtico”, pero, como muchos otros relatos de Dante
Bartolini, indica otro nivel de autenticidad y de verdad.

Entonces el prefecto, el comandante y toda la jerarquía, como los que estaban al mando, se
escondieron dentro de una habitación. Entonces una mujer que los había visto dijo: “están allá,
allá dentro, inmundos bribones” decía la mujer. Entonces había un partisano cerca de mí y
escuchó este drama, y dijo desde afuera: “¡salgan! Si salen por las buenas –quizás– se salvan.
Si no los quemo a todos adentro”. Y entonces aquellos abren y alzan las manos y vienen.
Vienen adelante, avanzan hacia la plaza donde estaban los muertos, ¿no? Entonces ellos
estaban ahí adelante, entonces –drrr, todo el mundo por tierra–. Debían morir con los demás.

Repito: las cosas no fueron así. Pero repito también: es por esto que esta es una historia
importante. ¿Por qué, entre todas las versiones posibles, Bartolini elige la que menos honra
a los partisanos, la que trasforma un enfrentamiento en campo abierto en una ejecución
sumaria después de una ambigua (“tal vez”) oferta de rendición? Subvirtiendo las narraciones
de autodefensa, Bartolini ilumina las razones de su existencia.

“Debían morir con los demás” afirma Bartolini. En la canción anuncia que deberán
comparecer ante el tribunal y afrontar el juicio. En ambos textos se describe la muerte de los
jerarcas como un acto de justicia. Inventar una ejecución sumaria en la plaza pública significa
sugerir que, cualquiera hubiera sido la forma en que se comportaran los fascistas, los
partisanos –“lobos… sedientos de la sangre del traidor”– los habrían matado igual. Con
rendición o sin ella, como dice Sabatini, “nosotros queríamos la piel de los fascistas”. Lo que
es realmente difícil de decir es esto, no lo que hicieron, sino lo que sintieron; lo que debe ser
justificado no es el asesinato de los fascistas en batalla, sino la rabia, el odio y el deseo de
matarlos, lo que los partisanos sentían crecer adentro y que, aparentemente, compartían con
la gente del lugar. Basta con escuchar lo que sucedió después:

Mario Filipponi: La población, en el momento en que ellos se dieron a la fuga, intervino. Todos
con los rastrillos, era una cosa que no se puede describir. Recuerdo que mientras, si bien yo
llegué tarde, mientras entraba a la ciudad con mis hombres, veía a la gente ensartando a los
fascistas en los rastrillos, y los alineaban sobre las plantas, uno por cada planta. En la entrada
de la ciudad, habían hecho un desfile, alineados así, como la paja. Enfurecidos. Era una cosa
que te daba miedo.

Mario Sabatini: Ah, esto es importantísimo, para que lo grabe en su cinta… Cuando los
muchachos de la ciudad veían a los fascistas caer por tierra iban con palos, y les sacaban los
ojos después de muertos. Una inmundicia, una manifestación nunca vista, ¿me entiendes?
Muchachos que aún no sabían nada del fascismo o del movimiento partisano, nada. En
conclusión, para mí fue una batalla que se puede poner en una historia junto a las otras.

La muerte de los jerarcas fascistas pudo haber sido necesaria por razones de autodefensa o
como un acto de justicia. Pero estaba acompañada de estados de ánimo oscuros y tal vez de
acciones oscuras, que son difíciles de admitir como también de negar. Tuvimos que matarlos,
y esto se puede quizás comprender; pero queríamos matarlos (algunos pudieron sentirse
contentos de hacerlo), esto no es fácil de reconocer. Esta doble reticencia es la que genera las
distorsiones, las contradicciones, los símbolos, las invenciones, las negaciones no pedidas,
las cuales se convierten en los vehículos de la revelación.

6. Justicia y violencia

Describiendo la escena de Poggio Bustone, Bartolini utiliza una expresión elocuente:


“drama”. Su relato de la batalla tiene, en efecto, una dimensión teatral, casi como una
representación sagrada; no es tanto una reconstrucción histórica como una interpretación
dramatizada de su significado. No hubo ejecuciones públicas sumarias en Poggio Bustone
(las fuentes partisanas no confirman lo que dice Pisanò, y en todo caso se trataría de otra
persona), sino escenas similares que sucedieron en otras partes, durante la guerra partisana.
En una de estas, Bartolini se hallaba presente: el 4 de diciembre de 1943, en Polino, los
jerarcas fascistas locales fueron ajusticiados –según la descripción dada en la edición
clandestina Umbra de la L’Unità– “en pleno día y en la plaza de la ciudad”.16

Como forma parte de otros contextos, Bartolini condensa dos episodios, situando una escena
calcada de la ejecución de Polino en el apogeo de la batalla de Poggio Bustone. De esta
manera, crea un símbolo unitario enriqueciendo ambos eventos, poniéndolos recíprocamente
en contexto (y de paso, desplazándose al centro de su experiencia, no en la batalla, de la cual
no formó parte, sino en la ejecución en la que sí había participado). 17 Polino y Poggio Bustone
fueron los momentos en los que los partisanos estuvieron más cerca de dar la muerte antes
que de arriesgarla. Fue el tiempo en que estos jóvenes estaban dispuestos a morir por la
libertad y por la patria, y luego descubrieron que también estaban dispuestos a matar por
conseguirlas.

En este sentido, entonces, los relatos de Poggio Bustone también se refieren a la difícil
cuestión de la justicia partisana y de las sentencias de muerte impuestas a los “criminales”
fascistas, espías y traidores. También aquí nos encontramos con el mismo entramado entre
la autodefensa y la cuestión de la legitimidad.

Legitimación es el tema de la descripción que el diario comunista hace de la ejecución pública


de Polino: llevada a cabo como acto público y formal, este declara que los partisanos ejercitan

16
L’Unità (Edición dell’Umbria), 1.10.1944. Una de las víctimas fue el padre de un compañero mío de escuela,
convertido luego en dirigente local neofascista. Hasta muy joven, se le veía afectado por la marca que tal evento
dejó en él.
17
Véase en este libro el capítulo 1, “Sobre la diferencia de la historia oral”, y el capítulo 2, “La muerte de Luigi
Trastulli”.
un poder estatal, aunque temporal, en un territorio que han liberado de traidores y de
invasores.
A medida que avanzaba la guerra, los partisanos perdían el control del territorio, y la
legitimación que de ella se derivaba se volvía cada vez más difícil de afirmar: el poder
político se puso en segundo plano con relación a la autodefensa.

Sobre todo, después de Poggio Bustone, los fascistas y nazis llevaron a cabo redadas que
obligaron a los partisanos a refugiarse en las montañas y en la clandestinidad. La justicia
partisana, en tales condiciones, no podía ser administrada con las mismas formalidades
públicas de antes; por otra parte, la liquidación de los traidores y de los espías era una urgente
cuestión de autodefensa. En este tipo de emergencias, explica Comunardo Tobia, “tenga en
cuenta que no existían las condenas a seis u ocho meses de cárcel: o la absolución, o la
condena a muerte”.18 En el espectáculo en Roma donde se relata la historia de Poggio
Bustone, Dante Bartolini dio una dramática descripción de ejecuciones llevadas a cabo en la
noche, con armas blancas (“usaban el puñal porque el puñal es mejor que la pistola. Porque
no se oye nada con el puñal…”). Bruno Zenoni, comisario político de la brigada, explicaba:
“Eh, las sentencias se llevaban a cabo según los casos que se presentaban, no era que se
arrestara a alguno y se lo metía en la cárcel, dependía de cómo podías hacerlo; todos los
medios eran buenos. El que menos ruido producía era el mejor, no se podía disparar, no”.19
En la reacción antipartisana de posguerra, Zenoni tuvo que “comparecer en un juicio” delante
de un tribunal civil que equiparaba los veredictos partisanos con crímenes de guerra:

De hecho, a los procesados, también cuando nos culpaban de estas cosas, que se habían llevado
a cabo de una manera un poco bárbara, yo le dije al juez: “ustedes debían estar con nosotros,
defendiendo a Italia; entonces les habríamos confiado el juicio a ustedes, que habría sido
documentado, y habríamos hecho las cosas de manera más regular”.

El problema de la justicia, por una parte, es solo un aspecto del problema de la violencia.
Aun cuando se trata de una guerra “justa”, la memoria de la violencia, la memoria de lo que
se llegó a hacer para cometerla, es difícil de gestionar en tiempos de paz. Incluso a los
partisanos no les resulta fácil, en el tiempo del recuerdo y del relato, reconciliar la necesidad
urgente y el estado de ánimo de entonces con los sentimientos y valores de ahora; reconciliar
la memoria de la violencia, del odio y del exceso con los ideales de democracia y civilidad
que luego, y para complicar aún más las cosas, eran los ideales por los cuales combatían en
aquel momento.

Cabe aclarar que, fuesen o no los primeros en atacar, gran parte de esta violencia y odio era
una reacción a las atrocidades de los fascistas: “comprende que los partisanos se enfurecían
en la montaña, porque quizás a alguno ya le habían fusilado a su padre, o al otro le había
sucedido otra cosa…” (Bruno Zenoni); “Nosotros, con estos gestos [la tortura o el asesinato
de un partisano] nos envilecíamos… aparte que... nos envilecíamos mucho, después de esos
hechos” (Mario Sabatini). Lo que “envilece” a seres humanos movidos por sentimientos de
solidaridad e igualdad y los transforma en “animales” es, de hecho, la guerra misma:

18
Comunardo Tobia (1920), obrero, 29.12.1982.
19
Bruno Zenoni (1908), barbero, 24.6.1980.
Mario Filipponi: Cuando tú has estado ocho o nueve meses, un año en la montaña ya eres
prácticamente una bestia. No hay nada que hacer. No eres un hombre normal. Hoy lo digo: era
una bestia. Me doy cuenta de que en aquel tiempo no razonaba mucho. Bajabas de la montaña,
con un odio continuo, seguía la guerra y las armas te esperaban siempre para el disparo en la
espalda: entonces siempre estás cargado de tal forma que te puedas poner en línea, no es fácil,
no es fácil.

Poggio Bustone, el episodio más sangriento de la Resistencia en la frontera entre Umbría y


Lacio, es el recuerdo que obliga a los narradores a mirar de frente el hecho de que la suya era
una guerra, y que una guerra, así sea una de liberación, no está hecha tan solo de acciones
crueles que pueden comprenderse tal vez en un contexto histórico, sino también de
condiciones subjetivas, de sentimientos y de estados de ánimo que son indisociables de
aquellas acciones, pero en los que es difícil reconocerse después. “Envilecidos”,
“enfurecidos”, “bestias”, “lobos” y “bárbaros”: son los términos con los que los narradores
toman distancia de lo que algún día llegaron a ser, pero también son las palabras con las que
lo recuerdan. Claudio Pavone habla del “disgusto” por la violencia en la que estuvo inmerso,
pero al lado del disgusto permanece la necesidad de preservar la integridad de lo que se fue,
de la propia existencia y de la identidad.

La eliminación de la violencia del discurso oficial sobre la Resistencia ha aparecido en más


de uno de los que combatieron como una negación de su propio rol, como una expropiación
de la memoria. Al tratar de crear un espacio para la violencia en sus relatos –de justificarla
como una necesidad de la época, a veces (como Bartolini en Roma) para redimirla como un
valor revolucionario–, intentan rescatar la memoria de la Resistencia como una guerra de
clases y como una guerra civil bajo el peso sofocante de la guerra patriótica oficial.

Por esto, si los escuchamos, ellos son historiadores más articulados y creíbles que todos los
gestores oficiales de la historia, quienes construyeron el mito de una Resistencia
domesticada, pacificada y casi no violenta. Y es que, cuando la guerra y la violencia fueron
sacadas a la luz, incluso en las distorsiones del revisionismo de derecha, no fueron capaces
de ver en ellas otra cosa que un espectro incomprensible del cual no se puede extraer
significado y conocimiento, tan solo horror, excusas balbuceantes y silencio.
CAPÍTULO 8
Al borde del genocidio: los dos días de los deportados judíos romanos en el Colegio
Militar de Piazza della Rovere

1. Tiempo suspendido1
La noche del 16 de octubre de 1943, el SS Obersturmfürer Herbert Kappler, jefe de la policía
alemana en la Roma ocupada, informa a sus superiores:
Hoy comenzó y concluyó la acción antijudía siguiendo el plan predispuesto en la oficina, que
consistía en sacar el mayor provecho de las eventualidades […] En el curso de las acciones que
duraron desde 5:30 hasta las 14:00 horas fueron arrestados en hogares judíos 1259 personas, y
llevadas al centro de recepción de la Escuela Militar.2

Lello Di Segni:3 La noche del 16 –digamos– de octubre me llevaron preso, ¿no? La noche
anterior, para ser exacto. Estábamos en el gueto donde yo vivía, los estruendos, las bombas,
los disparos, tanto es así que en la casa que yo habitaba las persianas estaban marcadas con
tiros de metralleta, o algo así, ¿no?, para asustar a las personas que permanecían en las casas.
Servía exclusivamente para eso. Por la mañana –en la madrugada, apenas despuntaba el día–
tenían ya los nombres en la mano, y yo, mi familia y mi abuela que ya era de edad –grande–
fuimos arrestados, digamos, rastrillados; nos llamaron por el nombre exacto; tenían la
información de la fecha de nacimiento, tal vez la habían tomado cuando hicieron la irrupción
a la comunidad.4 Y –nos encontrábamos allí, nos llamaban por el nombre; nos hacían salir,
vestidos, por supuesto– y nos metieron en un camión. De allí nos llevaron al Colegio Militar.
En el Colegio Militar estuvimos unos días, nosotros…
A las 14 horas la gran redada había terminado. Habían capturado a 1259 personas: 363
hombres, 689 mujeres y 207 niños. Había judíos del barrio antiguo, así como otros que habían
sido llevados provisoriamente a las instalaciones del Colegio Militar, el grande y macizo
edificio en Vía de la Lungara, dominado por el Janículo.5
Lo que sigue es un breve recordatorio de un tiempo suspendido y largo de transición, casi
olvidado por la historia y sin embargo crucial: los días comprendidos entre el 16 y el 18 de
octubre de 1943 en los cuales los judíos víctimas de la redada de Roma fueron detenidos en
el Colegio Militar de Palazzo Salviati, a la sombra del Janículo y a pocos metros del Vaticano.

1
Luigi Fiorani y Adriano Prosperi, Roma, la città del papa. Vita civile e religiosa dal giubileo di Bonifacio VIII
al giubileo di papa Wojtila. Storia d’Italia, Annali 16, Torino, Einaudi, 2000, 585-604.
2
Herbert Kappler, informe al general de las SS Karl Wolff, citado en Renzo de Felice, Storia degli ebrei italiani
sotto il fascismo (1961), Torino, Einaudi, 1993, p. 469. Los detenidos fueron 363 hombres, 689 mujeres y 207
niños. La persona más anciana había nacido el 15 de junio de 1853; la más joven tenía alrededor de 15 días de
nacida. Cfr. Liliana Picciotto Fargion, L’occupazione tedesca e gli ebrei di Roma, Roma, Carucci, 1979.
3
Lello Di Segni (1926), comerciante, deportado a Auschwitz; la madre, dos hermanas y un hermano fueron
asesinados en campos de exterminio; entrevistado en Roma, 30.12.1999. Todas las entrevistas usadas en este
documento fueron recogidas por mí.
4
Probablemente, los alemanes cruzaron diferentes fuentes: “el fichero anagráfico de la Oficina de Demografía
y Raza del Ministerio del Interior, confrontado con las listas suministradas por la Federación de Fascistas del
Urbe y con la Cartoteca decomisada de las Oficinas de la Comunidad por las SS” (Michael Tagliacozzo, “La
persecuzione degli ebrei a Roma”, en Liliana Picciotto Fargion, óp. cit., p. 154).
5
Fausto Coen, 16 Ottobre 1943. La grande razzia degli ebrei a Roma, Firenze, La Giuntina, 1993, p. 89.
Settimia Spizzichino:6 Pero, fue una cosa simple, [lo he] repetido muchas veces. Después de
que entraron los alemanes a la casa –yo vivía en Vía de la Reginella, justo en el corazón del
gueto– y, a cien, doscientos metros del gueto, en Portico de Ottavia, estaban listos los
camiones… subían, nadie nos decía para dónde íbamos, el por qué, el cómo, nada. Nosotros
estábamos todavía atontados, bien atontados, eh –porque no comprendíamos el peligro–. No
estábamos politizados, quizás también por eso. Así también fue en el campo. Y –el camión
partió, yo no…– cuando vi que giraba hacia Regina Coeli comencé a llorar, tuve miedo –“¿pero
por qué nos llevan a prisión?”– y madre mía, “¡pero, que íbamos a hacer, nada, nos van a
matar!”.
La unidad de la Waffen SS, comandada por Theo Dannecker, se componía de 14 oficiales y
suboficiales y 30 soldados; había sido apartada del frente oriental y enviada a Italia
específicamente para esta acción. A la unidad se sumó en la redada el departamento de policía
comandado por Herbert Kappler; en la preparación, Dannecker aprovechó también “la
colaboración de los funcionarios de la Policía italiana Gennaro Cappa y Raffaele Alianello y
sus escuadras especiales”. Los hombres de Dannecker estaban acuartelados en el Colegio
Militar.7
Settimia Spizzichino: Luego, pasó por Regina Coeli, a veinte metros estaba el Colegio militar.
Estuvimos dos días allá. Te podrás imaginar lo que era, porque éramos mil noventa personas,
sentadas en sillas de escuela, sillas viejas de madera, ¿sabes?, todos sentados allí, niños que
lloraban, sin comer, el baño estaba atascado, un caos. Comenzaron entonces las primeras
dificultades, los primeros desastres de hecho.
Claro, es poco con relación a lo que vendría después; en la memoria y en el relato, este tiempo
suspendido, este lugar intermedio, son minucias en comparación con otros lugares y a otros
dramas. Settimia Spizzichino es la única mujer, entre los deportados de ese día, que regresó
de Auschwitz, donde fueron asesinados su madre, dos hermanos y tres sobrinos. Tanto en su
entrevista concedida en Roma ciudad prisionera de Cesare De Simone como en una anterior
que mantuvo conmigo, el episodio del Colegio Militar no se menciona: describe la redada y
luego pasa directamente a “A mí, a mi mamá y a Giuditta nos llevaron a Auschwitz”.8
Sin embargo, esta omisión se debe ante todo a que yo no le pedí que hablara de esto (y creo
que lo mismo también se aplica para De Simone): de hecho, en su autobiografía, Settimia
Spizzichino describe en detalle esos días.9 Yo no se lo había preguntado, además, porque en
el momento de aquella primera entrevista ni siquiera estaba al tanto: la imagen del 16 de
octubre, en la memoria difusa de la ciudad, es que los arrestados fueron llevados de modo
inmediato a la estación Tiburtina y de allí a los campos de exterminio. Ni la historiografía
más acreditada da cuenta de ello: por ejemplo, Renzo de Felice menciona al Colegio Militar
cuando cita el informe de Kappler, pero no analiza su significado. 10

6
Settimia Spizzichino (1921), empleada jubilada; deportada a Bergen Belsen; entrevistada el 28.12.1999.
7
Michael Tagliacozzo, “La persecuzione degli ebrei a Roma”, óp. cit., p. 155; íd., “La comunità di Roma sotto
l’incubo della svastica. La grande razzia del 16 ottobre 1943”, en Guido Valabrega (ed.), Gli Ebrei in Italia
durante il fascismo, Quaderni del CDEC, (Milano) 3, noviembre 1963, pp. 8-37; Giacomo Debenedetti, 16
ottobre 1943 (1944), Palermo, Sellerio, 1993, p. 59.
8
Cesare De Simone, Roma città prigioniera, Milano, Mursia, 1994, p. 34; entrevista con Settimia Spizzichino,
22.11.1997.
9
Settimia Spizzichino e Isa di Nepi Olper, Gli anni rubati, Comune di Cava dei Tirreni, 1996, pp. 22-24.
10
Renzo de Felice, Storia degli ebrei italiani sotto il fascismo, óp. cit., pp. 469-70. De Felice referencia solo de
modo general que el ataque continuó “en los días siguientes” y que en “esos días siguientes más de mil judíos
Existe, por tanto, una doble presión que comprime o suprime el relato de este episodio. Por
un lado, como en todos los tiempos y lugares intermedios (la detención en el III Patio de
Regina Coeli, donde los judíos fueron retenidos y luego llevados al campo de Fossoli), el
suceso tiende a caer en los intersticios del relato, abrumado por la tragedia que vendría
después. Por otro lado, queda fuera de los testimonios por la no captación por parte de
interlocutores poco informados o que desconocen su importancia. No es casual, entonces,
que se dedique mayor atención a este episodio solo en las reconstrucciones históricas,
memoriales y en las narraciones orales más internas que en la memoria de los deportados y
de la comunidad judía: “[De] la Piazza della Rovere a la salida del túnel de Porta Cavalleggeri
–el Colegio Militar, donde todos los judíos del 16 de octubre fueron llevados y apresados por
dos días y medio– del Vaticano se va a pie… (Claudio Fano).11

2. La pausa
Los judíos fueron agrupados en el Colegio Militar. Los camiones entraban, iban y se detenían
en el pórtico del fondo. La operación de descarga se desarrollaba con la misma aspereza y
brevedad con la cual se hacía en la carga. A los recién llegados se les formaba de a tres, a cierta
distancia de los grupos semejantes, que ya se encontraban estacionados bajo la vigilancia de
numerosos centinelas alemanes armados hasta los dientes.12
Erminia Ricci, ama de llaves “aria” del abogado Riccardo Artom, fue apresada junto con su
empleador y llevada al Colegio. Escribe “… fui conducida a la Academia, metida en una
habitación apretada como las bestias, sin un banco para sentarse cada uno se ubicaba como
podía sobre sus maletas, les negaban incluso ir al baño, no había agua, lo trataban a uno mal
si uno hablaba, fueron horas infernales”.13 Dispuestos de a tres, de cara a la pared, los
detenidos fueron registrados y distribuidos en las aulas; cuando estas se llenaban,
desbordaban los pasillos, los pórticos y los patios.
Settimia Spizzichino: Trataban de tener orden, de que todo estuviera bien, y luego nos
registraban todo. Nos decían, deben meterse en fila aula por aula, porque había muchas aulas.
En el medio, adentro, había un ruido enorme, ¿no? Nos registraron,14 decían que si aún

fueron capturados y llevados al Norte”. Acerca de la creencia del pasaje inmediato del gueto a los trenes, más
allá de mi experiencia personal, me baso en una encuesta informal realizada por medio de entrevistas y correos
electrónicos entre diciembre de 1999 y enero de 2000: literalmente, todos los interlocutores (a excepción de
algunos que habían leído sobre el tema) confirmaron esta versión. Sin embargo, no existen investigaciones
sistemáticas sobre el tema.
11
Arminio Wachsberger, “Testimonianza di un deportato da Roma”, en Liliana Picciotto Fargion,
L’occupazione tedesca e gli ebrei di Roma, óp. cit., pp. 176-77; Michael Tagliacozzo, “La comunità di Roma
sotto l’incubo della svastica”, óp. cit.; Giacomo Debenedetti, 16 ottobre 1943, cit., pp. 59-62; Fausto Coen, 16
ottobre 1943, óp. cit., cap. 12, pp. 89-94; Claudio Fano (1935), abogado, presidente de la Comunidad Judía de
Roma, entrevista realizada el 16.12.1997.
12
Giacomo Debenedetti, 16 ottobre 1943, óp. cit., p. 60.
13
Elena Ricci, “16 de octubre 1943”, testimonio escrito y conservado en el Archivo del Centro de Cultura Judía
de Roma (al que agradezco la ayuda que me brindó para este trabajo). Riccardo Salomone Isacco Artom,
abogado, nacido en Asti en 1866; fue asesinado poco después de su llegada a Auschwitz, el 23 octubre de 1943;
Cfr. Elena Rossi Artom, Gli Artom. Storia di una famiglia della Comunità ebraica di Asti attraverso le sue
generazioni (XVI-XX secolo), Torino, Zamorani, 1997, p. 201.
14
En realidad, la requisa de las cosas de los capturados no tuvo lugar en el momento del arribo, sino más tarde.
Probablemente, Settimia Spizzichino trae al Colegio Militar el procedimiento llevado a cabo en Auschwitz.
Escribe en su autobiografía: “nosotros no teníamos nada, lo poco que quedaba estaba escondido en casa, en una
botella. Muchos entregaron todo, algunos trataron en vano de esconder algo. Un hombre –lo llamaban
teníamos dinero, que si todavía teníamos oro –teníamos poco, muy poco porque ya había
pasado lo del oro en Roma–.15 [Nos pusieron en un aula grande]; era un aula con todas las sillas
de escuela, como cuando yo iba a la escuela –con el banco y el escritorio de madera…–. No
sabíamos que adentro [en otra] aula estaba una hermana de mi mamá que vivía en Pietralata,
después del cementerio; [la vimos] cuando llegamos a Auschwitz, cuando bajó de un vagón
que estaba al lado del nuestro. Y estaba también un hermano de mi mamá que luego supe que
había sido detenido con la familia. No era que yo pudiera, desde la habitación en la que estaba,
no es que pudiera ir de un aula a otra. Estábamos allá. Para impedir una eventual comunicación
con el exterior todos los postigos fueron herméticamente cerrados y, desde el interior,
bloqueados con tablones de madera clavados. Centinelas armados con metralletas rodeaban las
inmediaciones, gritando de tanto en tanto a los reclusos incomprensibles órdenes en alemán.
Durante el tiempo de la detención reinó, acompañada del llanto incesante de mujeres y niños,
la máxima confusión.
La modalidad de la redada, la atmósfera del Colegio, como más tarde los “errores” en el
conteo en las Fosas Ardeatinas, vendrán a desmentir el mito del orden germano y de la
disciplina alemana. “En el cuartel, la atmósfera era terrible”, escribe Arminio Wachsberger,
uno de los detenidos, que, por su conocimiento del alemán, sirvió de intérprete en aquellos
días: “Las SS golpeaban y gritaban y lo peor era que nadie, aparte de mí, comprendía lo que
decían”.

Algunos suboficiales italianos, retenidos en el Colegio por haberse negado a enrolarse en el


ejército de Saló, trataban de suavizar las condiciones de los detenidos, pero podían hacer muy
poco. Uno se acercaba a los prisioneros para darles un pedazo de pan, y era bruscamente
apartado por las SS.16
Settimia Spizzichino: No había nada que comer, nada. No, no, nada. Ellos nos habían dicho que
lleváramos víveres. Pero nosotros –no teníamos nada–. Recuerdo que pocos días [antes] del,
del dieciséis de octubre, nos habían dado una ración de medio queso de cabra por persona… y
nos llevamos un poco. Luego nos llevamos dos latas de pimientos que mi madre había
comprado en el mercado negro –se defendía con el mercado negro…–. Los pimientos no los
pudimos comer porque no teníamos abrelatas.17 Queso y punto. No era que tuviéramos…

‘Chichino’– se sacó del bolsillo las monedas y los billetes del banco, y arrugó los billetes uno a uno para hacerlos
pasar entre las barras de la ventana. Cayeron en el patio donde estaban los barrenderos. ‘En lugar de los
alemanes prefiero que el dinero lo disfruten ellos’, dijo el hombre” (Gli anni rubati, óp. cit., p. 22-23).
15
La frase “el oro de Roma” se refiere al pedido hecho por el mismo Kappler a la comunidad judía de entregar
50 kilos de oro. De lo contrario, Kappler amenazaba con deportar a 250 cabezas de familia judías. Aunque la
comunidad judía logró entregar el oro solicitado, veinte días después los nazis deportaron no solo a las cabezas
de familia, sino a más de mil personas.
16
Michael Tagliacozzo, “La comunità di Roma sotto l’incubo della svastica”, óp. cit.; Arminio Wachsberger,
“Testimonianza di un deportato da Roma”, en Liliana Picciotto Fargion, óp. cit., p. 177. Subrayaré el nombre
de Wachsberger, “Arminio”, todavía más “germánico” que su apellido, como un indicio de lo poco separadas
que se sentían algunas familias judías, antes de la Shoah, de su contexto nacional.
17
“[En Auschwitz] cuando se hablaba, se hablaba solo de comer: ¿si lo tuvieras que comerías? Y cada uno
elegía un plato, y para mí eran los pimientos. Porque probé los pimientos comprados por mi madre en el mercado
negro de Roma. Abrimos la lata de pimientos y era como la de tomates. ‘Estas latas sí que son buenas’, le dije
a mamá, ‘¿por qué no las comprabas antes?’. ¿Por qué no habíamos probado antes estos pimientos? Decía mi
madre que le hacía mal al hígado. Y cuando nos fuimos, nos llevamos estas dos latas de pimientos, porque las
habíamos comprado en el mercado negro, junto con el queso de cabra. Piensa, una lata que es para seis, siete
personas… cuando mi madre la iba a abrir sacó una ensaladera porque estaban apelmazados, mama dijo:
‘¿Dónde los ponemos? Si se abren no sabremos dónde ponerlos porque son muchos estos…’; entonces nos
sobrevivimos.
“Al medio día –escribe Erminia Ricci– un oficial italiano interrogó a todos los arios y poco
después los puso en libertad”. El oficial italiano era en realidad el intérprete, Arminio
Wachsberger: “‘aquellos que no sean judíos pónganse aparte’ me hizo traducir el jefe de las
SS, ‘y si entre esos –agrega– encuentro un judío que se atreva a declarar no serlo, tan pronto
como sea descubierta la mentira, este será fusilado inmediatamente, ¡ya saben que nosotros,
los alemanes, no hablamos en broma!”.18 Sin embargo, hay quienes afirman que “muchos se
declararon no judíos. De hecho, yo… Porque no te pedían nada, ¿eh? Se declararon no judíos,
y los dejaban ir. Yo lo quería hacer como los demás. A muchos les salió bien… Mi madre
dijo ‘no, estás loca, estás loca. ¿Qué haces?, ¿qué haces?’. Desgraciadamente mi madre tuvo
miedo y las cosas salieron así” (Settimia Spizzichino). En realidad, solo siete lograron “pasar”
–tal vez como Giuseppe Dureghello y su familia, quienes sustentaron su reivindicación sobre
la base de un apellido no judío y del dominio del dialecto del Véneto–.19 Augusto Capon,
almirante veneciano en retiro, exhibe una carta de Mussolini que ha llevado consigo; sin
embargo, no sirve de nada: será asesinado al arribo a Auschwitz. 20 Concluye Kappler:
“después de la liberación de los mestizos y de los extranjeros (incluyendo un ciudadano del
Vaticano), de las familias de matrimonios mixtos, incluyendo el cónyuge judío, más el
personal de la casa ario y de sus subarrendatarios, permanecieron presos 1007 judíos”.
En realidad, permanecieron allí 1022; a los que hay que agregar otra persona: la niña que
Marcella Di Veroli, –de 23 años, apresada con sus dos hijos de 5 y 6 años– dio a luz la noche
del domingo en el pórtico del Colegio, asistida por un médico llamado por los nazis, que se
negaron a llevarla a un hospital. Entre los que se quedaron estaba una mujer no judía, una
enfermera, que optó por seguir el destino de un chico epiléptico que le había sido confiado;
ninguno de los dos regresará.21 Escribe Erminia Ricci:
Me regresé y le entregué [al abogado Artom] una tarjeta que me había dejado para saludarlo,
pero fue tan terrible la reacción del oficial que me hubieran llevado también con él, lloraba
tanto que nunca lograré olvidar ese triste día.
La noticia se propagó por toda Roma, la gente acudía para saber noticias y para ayudar como
podía a las personas encerradas allí adentro. “Tan pronto como le dijeron, mi marido tomó
una botella de leche para la bebé de diez meses y trajo unos panes con otras cosas que tenía…
él dijo ‘pusieron los alemanes una [canasta] afuera, justo en la puerta trasera del Colegio
Romano’, y entonces la gente iba allí y ponía adentro cosas para comer” (Fortunata

quedamos con los pimientos. Todos pensaban en pasta, pollo, en esto, en aquello, y yo solo pensaba en los
pimientos. Se hablaba solo de comer” (Settimia Spizzichino, entrevista relizada el 22.11.1997).
18
Sin embargo, según Liliana Picciotto Fargion, Bianca y Piera Levi fueron puestas en libertad la misma noche
del sábado 16.
19
Además de Giuseppe Dureghello, su esposa Bettina Perugia y su hijo Angelo, fueron puestos en libertad los
judíos Angelo Dina, Enrico Mariani y Bianca Ravenna Levi con su hija Piera: Liliana Picciotto Fargion,
L’occupazione tedesca e gli ebrei di Roma, óp. cit., p. 41; Michael Tagliacozzo (“La comunità di Roma”,
óp. cit.) ubica la selección en la madrugada del domingo.
20
Arminio Wachsberger, “Testimonio”, óp. cit., p. 176; Liliana Picciotto Fargion, Il libro della memoria,
Milano, Mursia, 1991, p. 173. Augusto Capon nació en 1872.
21
Arminio Wachsberger, “Testimonio”, óp. cit., p. 178; L. Picciotto Fargion, Il libro della memoria, óp. cit.,
p. 816.
Tedesco).22 En realidad, las personas encerradas no recibieron nada.
El mismo día –continua Erminia Ricci– regresé para llevarles algo de beber y de comer con
otras cosas que ellos habían solicitado. Por la mañana les llevaba alimento, ropa interior y otras
cosas para que se cubrieran, esperando que me devolvieran la sucia, o bien para poder verlos,
pero siempre en vano. Incluso en la tarde hasta la noche no me moví de la puerta para que me
dejaran hablarles, pero nunca pude. Y ya en la noche se los llevaron y no supe nada más.
Wachsberger les señala a las SS que los detenidos no comprendieron las instrucciones que
recibieron en alemán al momento del arresto y que, por tal motivo, trajeron consigo muy
pocas provisiones. Dannecker hace que los apresados le entreguen las llaves de sus casas y
ordena a Wachsberger y a sus guardias que busquen lo que queda. En lugar de hacer una
recolección de alimentos, la expedición se trasformó en un saqueo, porque “las SS, al
momento de entrar a los apartamentos, se llevaban todo lo que encontraban y se llenaban los
bolsillos”.23 Hecho que confirma Erminia Ricci:
Al día siguiente vinieron a casa con las llaves que les había entregado el Comendador y tiraron
todo por el suelo, tomaron tantas cosas que son imposibles de escribir. Tomaron un baúl y lo
llenaron con mantas de lana, pantuflas, vajilla, toallas de mano, alfombras de cama, todos los
víveres que encontraron, incluyendo galletas, caramelos, mermeladas, vinos de Rodi, coñac,
150 huevos en conserva, ollas, cubiertos y otras cosas.
Con el dinero que les quitan a los prisioneros, envían a Wachsberger con las SS a comprar
pan en la Vía Vittorio Emanuele. En el camino, compra también algunas medicinas: “me
pareció un golpe de suerte; ¿Cómo podíamos saber que todos íbamos a morir en Auschwitz
y que ya no necesitábamos nada?”. Pudo haber huido en la panadería, pero, como no quería
dejar a su familia, volvió. Lo mismo hizo Lazzaro Anticoli, quien encontró un paso por el
cuartel, salió para comprar cigarrillos y regresó. Nadie aprovechó este pasaje para escapar,
ninguno quería separarse de sus seres queridos. 24
Settimia Spizzichino: Dos días en el Colegio Militar, sin comer, beber, lavarse, los niños… y
todavía no entendíamos. Mi madre – pero ¿qué hacíamos allí? Era un gran error–. Porque si lo
pensábamos por un momento, aquella mañana, en la redada del 16 de octubre estaban todos,
mujeres y niños, ancianas y niños. No había gente joven. Hombres ancianos. Porque los jóvenes
–teníamos miedo por los varones, por los jóvenes– se refugiaron en los conventos, estaban con
los partisanos, en las montañas o en los sótanos… Todos pusieron a salvo a los jóvenes. Y
nosotros pensábamos: ¿Qué van a hacer con viejos y niños? Pensábamos esto, porque tal vez
nos podríamos salvar. Por desgracia, la ignorancia, había una gran ignorancia política…
“Después de un período de tiempo, el intérprete que nos explicaba continuamente todo lo que
le decían los alemanes dijo: ‘mañana en la mañana nos debemos poner en marcha, nos
debemos preparar para trasportarnos a un campo alemán’” (Lello Di Segni). Las SS les
hicieron entregar el dinero y los objetos preciosos que les quedaban, diciendo que los
recuperarían al momento de llegar a Alemania –pero el jefe de las SS ponía en su bolsillo,
casualmente, los objetos más valiosos–. “Es lógico. Cuando llegué a Auschwitz, nos
desnudaron a todos al arribo, para hacernos el número. Decían: ‘pongan el bulto de ropa cerca
22
Fortunata Tedesco (1912); su esposo Cesare fue asesinado en las Fosas Ardeatinas; otros ocho familiares
fueron asesinados en campos de exterminio; entrevista realizada el 3.6.1998. La niña de diez meses era la hija
de la hermana.
23
Arminio Wachsberger, “Testimonio”, óp. cit., p. 177.
24
Ibíd.; Fausto Coen, 16 ottobre 1943, óp. cit., p. 91.
a ustedes, que luego se lo volverán a poner…’. Sí, era el modo en que ellos nos decían que
todo estaba bien, para luego engañarnos” (Settimia Spizzichino).
“Están a punto de salir para un campo de trabajo en Alemania”, anuncia el traductor, “Los
hombres trabajarán y las mujeres se ocuparán de los niños y de las tareas del hogar… Por el
contrario, nada fue así, sino que nos llevaron al campo de Auschwitz. Pero, cuando [el
intérprete] dijo estas cosas, mi padre tuvo un colapso, no era que sufriera de algo, pero
comprendió algo más” (Di Segni). No pueden aún imaginar lo que les espera, y se aferran a
la idea del campo de trabajo. Tienen las provisiones para una larga estadía:
Settimia Spizzichino: La hermana de mi madre, más joven que ella, una de las últimas
hermanas, con la niña en brazos, pequeña, un frasco –medio frasco de aceite–. Pero este frasco
de aceite se lo dio la mamá. Le dijo, “hija, yo estoy enferma del hígado, no sé si me haga bien.
Tu hijo [en un brazo] y este frasco de aceite [en el otro]. Tenlos siempre presentes”.
Hasta el último momento, los deportados se aferraron a la certeza de sobrevivir: no como un
signo de cuán ingenuos eran, sino de lo literalmente inimaginable que era el crimen
programado por los nazis. A pesar del evidente engaño de la requisición del oro, hecha unas
semanas antes, muchos todavía estaban convencidos de que eran personas honorables (“los
judíos de Roma decían ‘pero, si los alemanes lo dicen, ellos son personas de palabra’”
(Settimia Spizzichino); muy pocos sabían lo que había sucedido en Europa Oriental (muchos
pensaban que las noticias de Radio Londres eran “argumentos de la propaganda aliada”,
recuerda Wachsberger), y creían, por lo tanto, que ciertas cosas no podían repetirse en contra
de los judíos occidentales y asimilados, en un país civilizado. Sobre todo, escribe
Tagliacozzo, los judíos romanos tenían esperanzas en el Papa: “el único hilo de esperanza al
que los deportados tenazmente se habían apegado era la certeza de que el Papa, en su
compasiva bondad, intercedería por su liberación; tal esperanza acompañó obstinadamente a
las víctimas hasta las puertas de las cámaras de gas”.25
Lello Di Segni: No pensábamos –no pensábamos en nada de esto–. Tanto es así que cuando
llegamos a Auschwitz, yo, unos primos, unos parientes, unos amigos tuvimos que hablar con
las personas que estaban adentro del campo de concentración de Auschwitz –cuando nos
dijeron la verdad algunos prisioneros traídos antes que nosotros, los polacos, los húngaros, que
habían llegado antes que nosotros–. Tuvimos una pelea con esta gente; los que todavía teníamos
fuerzas –mis primos y yo, que tenían algunos años más– peleábamos, porque no creíamos un
hecho de este tipo. Decían: “¿ustedes creen que los van a llevar a trabajar y luego en la noche
se verán con sus familias? Todavía creen eso”. “Por supuesto, nosotros vinimos aquí para esto,
es para esto que vinimos aquí, para trabajar”. En el Colegio Militar nos habían dicho lo mismo.
Por el contrario, no fue así.
De Auschwitz, Di Segni fue transferido a Varsovia para trabajar en el desalojo del gueto (y
en su sistemático saqueo). Con él también estaba Arminio Wachsberger:
En nuestra ingenuidad todos estábamos convencidos de que el Vaticano, si bien por la rapidez
con la que se habían llevado a cabo los eventos en Roma no había podido evitar nuestra
deportación, seguramente estaba desarrollando algunas tratativas con el gobierno alemán para
hacer regresar a Italia a nosotros, los sobrevivientes de la masacre. Cada día esperábamos ver
entrar en el campo al cardenal de Varsovia con la noticia de nuestra liberación: nos dirigíamos
a los sacerdotes que se encontraban cerca de la estación preguntándoles si tenían noticia de

25
Michael Tagliacozzo, “La comunità di Roma”, óp. cit.
alguna acción por parte del Vaticano. Se reían, respondiéndonos que, si el Papa no lograba
impedir la deportación de sus propios sacerdotes, mucho menos se podía esperar que pudiera
conseguir algo a favor de los judíos. Así se esfumaron nuestras últimas ilusiones.26

3. Gramática del tiempo


Fortunata Tedesco: Todos los que se llevaron el 16 de octubre estuvieron dos días dentro del
Colegio Romano –dos días–. Yo nunca escuché que haya ido una monja, o un sacerdote, o que
el Papa mandó a alguien. Pero Dios Santo, ¿la Cruz Roja dónde estaba? ¿Por qué no fue? Y
toda esta gente de la Iglesia, dos días estuvimos allá adentro y luego se los llevaron y mi esposo
la mañana que se los llevaron fue hasta la estación, luego bloquearon el paso, no dejaron pasar
a nadie. Todos en los camiones cerrados se les escuchaban llorar, así. Así fue.
En el libro escrito por Giacomo Debenedetti poco tiempo después de los hechos hay algo
particular, aunque poco creíble, que adquiere el valor de un precioso indicio, no tanto por
cómo fueron los hechos, sino por cómo la memoria y la imaginación los elaboran para
subrayar su sentido. Debenedetti escribe que algunos de los miembros de las SS llegados a
Roma para la redada “parecía que disponían de un automóvil, bien para cargar a los judíos
capturados como para dar un paseo turístico por la ciudad… naturalmente el destino más
buscado por aquellos turistas fue la Piazza S. Pietro, donde varios camiones se estacionaron
por largo tiempo”, mientras que “desde el interior de los vehículos se escuchaban gritos e
invocaciones al Papa, para que intercediera, y que viniera en su ayuda. Luego los camiones
volvieron a partir y también la última esperanza se desvaneció”.27
Los judíos fueron capturados en diferentes partes de la ciudad; los camiones hicieron varios
recorridos (el que llevaba a Erminia Ricci y al comendador Artom se detuvo para recoger a
otros prisioneros en Piazza Mazzini). Por lo tanto, es posible que algunos vehículos,
provenientes tal vez de Prati, efectivamente hayan pasado cerca de la Piazza San Pietro en su
ruta al Colegio Militar: habría sido el recorrido más directo. Sin embargo, la Piazza San Pietro
forma parte del territorio del Estado Vaticano, y, por tanto, los camiones a lo sumo pudieron
haberla rozado, sin cruzar la línea blanca que marcaba la frontera. En todo caso, todos los
que hubieran podido testimoniar sobre este asunto fueron asesinados.
Es probable, sin embargo, que este detalle se haya recibido y amplificado en las voces de las
narraciones recogidas por Debenedetti, con el fin de destacar tanto la imagen de la
deportación como el desafío directo y descarado al Papa (también el embajador ante el
Vaticano, Ernst von Weizsäcker, comunicó a Berlín que “la curia está particularmente
consternada con relación a todo lo que estaba sucediendo casi debajo de la ventana del
Papa”),28 y, ante todo, por la ausencia de una respuesta pontificia a esta provocación. El paso
del camión bajo San Pedro representaría entonces un grado de desafío mayor que la detención

26
Arminio Wachsberger, “Testimonio”, óp. cit., p. 196. En realidad, la Iglesia católica en Polonia logró evitar
el asesinato de algunos judíos bautizados.
27
Giacomo Debenedetti, 16 ottobre 1943, óp. cit. p. 59-60. El relato de Debenedetti no indica fuentes, pero está
basado en testimonios escuchados inmediatamente después de los hechos; no encontré pruebas ni negaciones
sobre el episodio de la parada en San Pietro.
28
Reportaje del 17.10.1943, en Michael Tagliacozzo, “La comunità di Roma sotto l’incubo della svastica”,
óp. cit., p. 30. Todos los documentos alemanes y vaticanos a los cuales se hace referencia en los párrafos
siguientes fueron tomados del artículo de Tagliacozzo.
de los judíos cerca del Vaticano: casi como una prueba de los límites a los cuales podía llegar
la arrogancia nazi antes de que el Vaticano hiciese algo. A los ojos de muchos narradores, fue
una prueba que el Papa perdió.
Claudio Fano: Si uno va a Piazza della Rovere, a la salida del túnel de Porta Cavalleggeri, el
colegio militar, donde todos los judíos del 16 de octubre fueron llevados y detenidos por dos
días y medio, de allí al Vaticano se va a pie; y el Papa tenía el auto con gasolina. Era suficiente
con enviar un trapo de cardenal u obispo… Por encima de todo, los alemanes que retuvieron
por dos días y medio a esta gente, ya tenían los camiones –tienen camiones–, podrías llevarlos
a Orte. ¿Qué significa tenerlos allí dos días y medio? Mira qué cosa pasaba.
Existe una palabra que atraviesa las controversias de la memoria sobre la historia de Roma
durante la ocupación nazi: “presentarse”. “¿Por qué no te presentaste?” grita una mujer al
miembro del GAP Rosario Bentivegna, durante el proceso a Kappler por la masacre de las
Fosas Ardeatinas. Uno de los mitos más fuertes es que, después de la acción partisana de Vía
Rasella, los alemanes “pusieron carteles… diciendo que, si el autor se hubiese presentado,
los alemanes no habrían asesinado”. Como contrapartida, han tomado forma posteriores
versiones míticas del supuesto sacrificio del carabinero Salvo D’Acquisto: “[Bentivegna] se
debía presentar, pero no lo hizo; [Salvo D’Acquisto] se presentó, se le acusó de una cosa, que
por el contrario no había hecho”.29
Como sabemos, a los partisanos no se les pidió que se presentaran, ni habrían podido hacerlo
si hubiesen sabido o querido; y Salvo D’Acquisto no se “presentó” porque ya era uno de los
rehenes destinados a la muerte. Sin embargo, el gesto de “presentarse” se invoca como
asunción de las responsabilidades que se derivan de las acciones (de los partisanos) o de los
roles (el carabinero). Ahora bien, gracias a la memoria de la comunidad judía romana, este
balanceado sistema de narraciones se enriquece con otras variables: también en el Colegio
Militar de Piazza della Rovere, alguien habría tenido el tiempo y la posibilidad de
“presentarse” y no lo hizo.
Piero Terracina:30 Si no me equivoco, en Bulgaria el entonces nuncio apostólico era Giuseppe
Roncalli. El cual se dirigió al comando alemán y dijo: “estos son ciudadanos de mi diócesis, y
no se tocan”. Y si el 16 de octubre el Papa Pío XII hubiera mandado, no hubiera ido él, hubiese
enviado [aunque fuera] a su secretario, a la puerta, al portón del Colegio Militar en Vía de la
Lungara, y si hubiera dicho esta frase: “son ciudadanos de mi diócesis y no se tocan; el Papa
dijo… Pío XII dijo…”; tal vez publicándolo en el Osservatore Romano, según yo los alemanes
no habrían tenido el valor de deportar a los judíos. ¿Pero qué arriesgaba el Papa? ¡Pero, qué
Papa hubiera sido! Ahí mismo lo hubieran fusilado… Piensa, un Papa fusilado por los
alemanes, ¿no se habría rebelado todo el mundo?
Como hemos visto, cuando Wachsberger estaba en Varsovia pensaba que el Papa no había
intervenido por falta de tiempo, a causa de “la rapidez con la cual se desarrollaron los eventos
en Roma”. Pero este tiempo, que parece tan breve, en el imaginario de la esperanza parece

29
Sobre esta cuestión, véase mi texto L’ordine è già stato eseguito. Roma, le Fosse Ardeatine, le memoria,
Roma, Donzelli, 1999, pp. 212-221 y passim sobre las responsabilidades de los partisanos; pp. 318-22 sobre de
Salvo D’Acquisto. Véase también mi texto “Myth and Morality in the History of the Italian Resistance: The
Hero of Palidoro”, en History Workshop Journal, nro. 74, 2012, pp. 211-24.
30
Piero Terracina (1928), ejecutivo de negocios, deportado a Auschwitz; los padres, un abuelo, un tío, dos
hermanos y una hermana fueron asesinados en el campo de exterminio; entrevista realizada el 8.2.1998.
muy largo, y tiende incluso a alargarse en la memoria del genocidio. El tiempo, de hecho,
tiene una forma de medición subjetiva, y esto vale sobre todo en las pausas, en los intervalos,
en los momentos en que la acción parece suspenderse sobre el borde de la catástrofe, sin
saber si este tiempo se detiene o se precipita. Los escasos dos días de Piazza della Rovere
llegan a ser una nada o una eternidad dependiendo de cómo se los mire.
La subjetividad del tiempo, la extensión o el encuadramiento de los períodos intermedios, es
otro de los elementos a los que se refiere la estructura de la memoria tanto del Colegio Militar
como de las Fosas Ardeatinas. Así, en la memoria del sentido común, las veintidós horas
trascurridas entre la acción partisana de Vía Rasella y la represalia alemana se expanden hasta
llegar a varios días, semanas e incluso meses. En el caso del Colegio Militar, la gramática del
tiempo se complica aún más: por un lado, está la creencia generalizada según la cual los
judíos fueron llevados directamente del gueto a los trenes, sin ningún intervalo; por el otro,
en la memoria de la comunidad judía no solo existe una conciencia de este tiempo intermedio,
sino que incluso hay quienes lo amplían (Claudio Fano habla de dos días y medio; Lello Di
Segni cree recordar que fueron más de quince días). 31
La expansión del tiempo entre Vía Rasella y las Fosas Ardeatinas es obviamente funcional a
la polémica en contra de los partisanos: estableciendo un intervalo de tiempo entre el ataque
y la represalia, se instituye narrativamente el tiempo necesario para que los alemanes intimen
a los partisanos a entregarse y para que estos lo hagan, y con ello es posible acusarlos de no
haberlo hecho. En el caso del 16 de octubre, tanto la anulación como la expansión del tiempo
son funcionales a la controversia sobre el rol del Vaticano. Considerar que no hubo un
intervalo de tiempo entre la redada y la deportación significa dejar afuera cualquier cuestión
sobre la posibilidad de una intervención; subrayar o expandir la duración significa afirmar
que una intervención habría sido posible y al tiempo criticar al Vaticano por su omisión. 32 No
obstante, a diferencia de lo que sucedió en Vía Rasella, aquí sí hubo un tiempo intermedio
real –y para muchos narradores es un “intervalo enorme”–. Un intervalo en el que también
hubo fallas. Existen muchas historias en torno al 16 de octubre, incluyendo las de adentro,
“del que descubrió que tenían carnet para los cigarrillos y se enteró de que podía [saltar]
tranquilamente el muro de la pared, subió y se fue a comprar los cigarrillos, y regresó…”
(Claudio Fano).
4. Gramática del espacio
En realidad, en este tiempo el Vaticano hizo algo, aunque menos público y dramático de lo
que algunos imaginaban o esperaban. Apenas informado de la redada, el Papa llamó por
teléfono a las autoridades nazis (no se tienen documentos o testimonios sobre lo que se dijo).
Más tarde, el secretario del Estado Vaticano, Maglione, convocó al embajador alemán para
pedirle que trasmitiera a su gobierno una protesta “en nombre de la humanidad” y señalar
que “para el Santo Padre era particularmente penoso que estas cosas se llevaran a cabo bajo
sus propios ojos”. Con una extraordinaria mezcla de preocupación y amenaza, sin embargo,
Weizsäcker observó: “yo pienso en las consecuencias que provocará un paso por la Santa

31
Ya decir “dos días”, como habitualmente se hace, es extender el tiempo: las horas trascurridas en el Colegio
Militar fueron menos de 48.
32
Obviamente, como en el caso de Vía Rasella, esta relación no es mecánica ni intencional: el narrador que más
expande el tiempo, Lello Di Segni, es también el menos propenso a criticar al Papa.
Sede”, y pidió no darles valor oficial a las protestas del Vaticano. Esto bastó para persuadir
al secretario de Estado de no insistir: el Santo Padre podía protestar en nombre de la
humanidad solo con la condición de que tales protestas no tuvieran “consecuencias”.33
Por otra parte, la inusitada “generosidad por parte de Alemania” (Tagliacozzo) por la cual
fueron liberados los judíos con matrimonios mixtos fue tal vez resultado de aquel coloquio,
así como de otras iniciativas vaticanas: una hipótesis apoyada en evidencia documental y,
como escribe Tagliacozzo, “discretamente admitida por personas muy cercanas a los
ambientes eclesiásticos romanos”.34
No es sencillo comprender que este hecho sea “discretamente admitido” antes que
orgullosamente proclamado, y por qué han pasado décadas para que salieran a la luz las
evidencias documentales vaticanas. Después de todo, con esto la Iglesia se arriesgó a salvar
algunas vidas. El problema se ubica probablemente en la complicada gramática del espacio
geográfico e institucional que emerge de este acontecimiento: es como si unos judíos se
hubieran salvado por metonimia, es decir, gracias a la contigüidad con el espacio del
catolicismo.
Se cruzan, de hecho, dos órdenes diferentes de consideraciones: la urgencia de salvar algunas
vidas que podían ser salvables sin “consecuencias” y el hecho de que los que podían ser
salvados eran solo los que estaban en el ámbito de la esfera de influencia de la Iglesia.
Protegiéndolos, la Iglesia estaba también protegiendo su propio espacio y, al mismo tiempo,
reafirmando su jurisdicción.
Después de la promulgación de las leyes raciales en 1938, la Santa Sede y el mundo católico
en general las desaprobaron; sin embargo, la Iglesia “había mantenido esta protesta en
términos muy moderados y estrictamente jurídico-concordatarios”, dirigida sobre todo a
evitar posibles infracciones al concordato con el estado fascista, principalmente en lo
referente a las eventuales sanciones en contra de los judíos convertidos al catolicismo y a los
matrimonios mixtos.35 En el caso del Colegio Militar, la “discreta intervención” estaba sobre
la misma línea: poner una restricción a la discriminación y persecución en el momento en
que se encuentran en los límites del espacio de la Iglesia.
La persecución antijudía hace por tanto emerger una tensión propiamente espacial: por un
lado, la afirmación de una misión universal de la Iglesia católica; por el otro, una identidad
parcial como espacio geográfico de la diócesis romana, como una institución que defiende a
su gente, a su territorio y a sus prerrogativas. El Papa es tanto “nuestro Santo Padre” universal
como el obispo local de Roma. La localización geográfica del Colegio Militar cerca del
Vaticano se convierte, por tanto, en una metáfora de esta gramática del espacio: en cuanto
romanos, todos los judíos eran “ciudadanos de la diócesis” del Papa, y podían en
consecuencia esperar la protecciones del obispo local; 36 por otro lado, solo algunos de ellos

33
Sobre este acontecimiento, ver Robert A. Graham, Il Vaticano e il nazismo, Roma, Cinque Lune, 1967, pp. 63-
67; y Enzo Forcella, La Resistenza in convento, Torino, Einaudi, 1999, pp. 98-107.
34
Michael Tagliacozzo, “La comunità romana”, óp. cit., p. 27; Robert A. Graham, Il Vaticano e il nazismo,
óp. cit., p. 14.
35
Renzo De Felice, Storia degli ebrei italiani sotto il fascismo, óp. cit., p. 477.
36
Aunque el embajador Weizsäcker expresó la preocupación de que el Papa “no podrá mostrarse más discreto”
que los obispos franceses que protestaron por acciones análogas.
podían considerarse contiguos por conversión o matrimonio en el espacio simbólico del
papado; finalmente, como seres humanos, tal vez podrían imaginar que lograrían ser
incluidos dentro de la caridad universal de la Iglesia.
De hecho, solo se habla del espacio geográfico diocesano en la carta del obispo Alois Hudal,
rector del colegio alemán en Roma, al general Rainer Stahel el mismo 16 de octubre:
En el interés de un pacífico acuerdo entre el Vaticano y el alto comando militar alemán, acuerdo
que hasta hoy siempre ha existido, y que es debido en primer lugar a la sabiduría política y a
la magnanimidad de Vuestra Excelencia –por las que un día entrará a formar parte de los anales
de la historia de Roma–, le solicito enfáticamente de dar órdenes para que tales arrestos sean
suspendidos de inmediato tanto en Roma como en sus alrededores; en caso contrario, temo que
el Papa termine por tomar públicamente una posición contra estos arrestos, lo que se convertiría
en nada menos que en un arma para la propaganda enemiga en contra de nosotros los
alemanes.37
Tanto en Roma como en sus alrededores…: según el obispo Hudal, las persecuciones de los
judíos en lugares distantes no son susceptibles de dañar las relaciones entre el Reich y el
Vaticano. Por tanto, entra en juego la doble dimensión espacial del magisterio del Papa,
obispo local de Roma y jefe de la Iglesia universal, responsable tanto de los seres humanos
de su diócesis como del mundo entero. De hecho, diez días después de la redada, la única,
alusiva y cauta respuesta pontificia se difunde con una interesante metáfora geográfica –la
especificidad local y la especificidad judía diluidas sobre el plano de la universalidad–: es
una editorial del Osservatore Romano que reafirma “la caridad universalmente paterna del
Sumo Pontífice, la cual no se detiene ante ninguna frontera ni de nacionalidad, ni de religión,
ni de ascendencia”. En otras palabras, que la caridad universal de la Iglesia incluye a los
judíos y esto es tan implícito que no es necesario ni siquiera nombrarlos ni hacer una
referencia explícita a los riesgos específicos que estaban corriendo.

Concluye Tagliacozzo: “a pesar de la generosa intervención de monseñor Hudal y de algunos


dignatarios eclesiásticos del Vaticano, optan por mantener una prudencial reserva”.
Weizsäcker podía, por tanto, tranquilizar a su gobierno sobre la actitud del santo pontífice:
“aunque empujado por muchos, el Papa no ha dejado entrever alguna reprobación
demostrativa a propósito de la deportación de los judíos de Roma… dado que no habrá
motivo para esperar otras acciones alemanas en Roma en contra de los judíos, se puede
suponer que tal cuestión, desagradable para las relaciones entre el Reich y el Vaticano, sea
liquidada”.
Otras acciones alemanas… escribe Enzo Forcella que “la autoridad eclesiástica se preocupó

37
Hudal afirma haberse enterado de la redada por “una autoridad dignataria del Vaticano cercana al Santo
Padre”, pero no de haber recibido, de estos, alguna instrucción. Formalmente, la carta no se presenta como la
ejecución de una directiva pontificia, sino como una iniciativa personal del obispo en el interés común de
“nosotros los alemanes”. En una entrevista reciente, Ignacio Klich, coordinador científico de la comisión
instituida por el presidente argentino Menem sobre actividades nazis en Argentina, recuerda que “es conocida
la ayuda prestada a exnazis por el obispo austríaco Alois Hudal, rector del Colegio Alemán de Roma”, con el
fin de hacerlos expatriar a América Latina (Giovanni Maria Pace, “Nazisti, l’elenco della vergogna”, La
Repubblica, 24.2.2000, p. 45).
sobre todo por salvar lo salvable y evitar otras persecuciones en el futuro”.38 Si esta era
efectivamente la estrategia del Vaticano, hay que reconocer que fue un fracaso: en los meses
siguientes, las persecuciones continuaron, y los judíos romanos deportados en los trenes
alemanes hacia campos de concentración llegaron a un total de 2094. 39 Pero los arrestos
sucedieron de modo individual antes que en masa, no tan evidentes, y –sobre todo– fueron
obra de fascistas italianos: formalmente, los arrestos alemanes de judíos en la diócesis del
Papa cesaron. Conventos y parroquias romanas –como otros espacios del mundo católico,
con plena autorización del Papa– dieron asilo a no menos de 4500 judíos; pero no se
considerará oportuno hacer algún pronunciamiento papal sobre el genocidio en masa. 40
Lello Di Segni: Pero, ya ves lo que hay: yo hago una expresión así. En los tiempos de las SS,
en los tiempos del nazismo, yo no sé si el Vaticano podía hacer algo. Tal vez podría haber
hecho algo por vía diplomática; pero con esa gente la diplomacia no servía. ¿Quién les podía
decir algo a ellos? Suponiendo que lo pueda criticar yo [al Papa], pero en mi pequeño, en mi
modo de pensar, sí, sí podía hacer algo, pero ¿qué? ¿En contra de esos seres?
Tal vez por esto la imaginación crítica piensa de maneras no diplomáticas. Ahora que está en
curso el proceso de beatificación de Pío XII, queda la solemne imagen sugerida por Piero
Terracina, la de un Papa capaz de desafiar el martirio afrontando a los bárbaros como el Papa
León frente a Atila. Esta es una extraordinaria representación de la majestuosidad de la
Iglesia. Pero ya no son esos tiempos. 41
5. Epílogo

38
Enzo Forcella, La Resistenza in convento, óp. cit., p. 103. Es claro que “lo salvable” es definido a posteriori:
se asumen como salvables solo a aquellos que fueron efectivamente salvados y se da por descontado que quien
no fue salvado no podía serlo.
39
Liliana Picciotto Fargion, L’occupazione tedesca e gli ebrei di Roma, óp. cit., p. 41. A la cifra se agregan los
75 judíos asesinados por los nazis en las Fosas Ardeatinas.
40
Tagliacozzo, en “La comunità romana”, óp. cit., señala que después del 16 de octubre Himmler ordenó
suspender los arrestos de judíos en Roma, pero atribuye esta decisión principalmente a cuestiones de orden
práctico. Mediante una resolución del 30 de noviembre de 1943, Buffarini Guidi, ministro del Interior de la
Repubblica Sociale Italiana (aliada con los alemanes), ordenaba a todos los jefes de provincia arrestar y
concentrar a todos los judíos, los que luego eran entregados a los nazis. Los datos (compilados de fuentes no
especificadas) sobre los judíos que se refugiaron en lugares de pertenencia eclesiástica están en R. De Felice,
Storia degli ebrei italiani durante il fascismo, óp. cit., pp. 628-32. Me parece justo tener en cuenta el argumento,
a menudo desarrollado por la Iglesia católica, según el cual una política menos cauta por parte de la Santa Sede
habría provocado mayores daños, tanto para los judíos como para la misma Iglesia. Es útil agregar también que,
en los casos en que líderes locales de la Iglesia hicieron abiertas protestas, no parece que estas hayan empeorado
de algún modo las persecuciones. En cuanto a los riesgos para la Iglesia, con relación a otro enemigo –el
comunismo– esta no dudó en romper toda cautela y exponer a sus representantes a la persecución, a la
clandestinidad y al martirio, afrontando con gran heroísmo la que parecía ser una batalla justa y necesaria.
41
Piero Terracina no es el único que cultiva esta imagen. Escribe, por ejemplo, Rosetta Loy, escritora católica
que ha escuchado con atención la memoria judía: “Pío XII no apareció blanco y hierático a la estación de
Trastevere para ponerse al frente de las vías del tren e impedir su partida, así como apareció entre la multitud
el día del bombardeo a San Lorenzo” (La parola ebreo, Torino, Einaudi, 1997, p. 136). Citando este pasaje,
Enzo Forcella escribe: “fantasía por fantasía, se podría observar que en la estación de Trastevere habrían podido
también estar los partisanos del GAP o de cualquier escuadra de la resistencia armada, para impedir con uno de
sus audaces y atrevidos golpes la partida de los vagones sellados…” (La Resistenza in convento, óp. cit., p. 103).
Se podría observar también que el 16 de octubre los GAP se estaban apenas constituyendo y aún no estaban en
posición de actuar; sus “audaces golpes” comenzaron apenas en diciembre.
Poco a poco, en la madrugada del lunes 18, los prisioneros del Colegio Militar son
nuevamente cargados en los mismos camiones que los habían llevado allí, y que los conducen
hacia la estación Tiburtina. A las 14:05, el tren se mueve.
Sobre la fachada del Colegio Militar, entre el ir y venir de los coches y los saludos de los
centinelas, hoy se lee una lápida:
El 16 de octubre de 1943
Familias enteras de judíos romanos
Arrancadas de sus casas por los nazis
Fueron concentradas en este edificio
Y deportadas
A campos de exterminio
De mil personas
Solo dieciséis sobrevivieron.
Una de aquellas dieciséis fue a inaugurarla: “la destapé yo, hay una fotografía –estaba el
alcalde, o un administrador–. Yo descubrí la lápida” (Settimia Spizzichino). Lo más
impresionante es la fecha: 1984. Fueron necesarios cuarenta años, una administración de
izquierda y la iniciativa de la comunidad judía antes de que la ciudad de Roma realizara un
acto de memoria. Que, por lo demás, son muy pocos, a excepción de los del gueto, los signos
que recuerdan la deportación –como si esta se relacionara solo con una comunidad y no con
la ciudad en conjunto–. A pocos metros de distancia, camiones y excavadoras cavan dentro
del Janículo el estacionamiento para el Jubileo…
CAPÍTULO 9
Un autobús rojo: o bien las víctimas inocentes del cañón liberador1

So much depends
Upon

A red wheel
Barrow
Glazed with rain
Water

Beside the white


Chickens

William Carlos Williams2

Víctimas inocentes
Del cañón liberador
6 de junio de 1944
Proietti Cleofe
Proietti Maddalena

Placa en via San Vittorino, Roma3


1. Aire-tierra

Pensé en estos crípticos versos de William Carlos Williams leyendo una noticia en La
Repubblica el 1 de mayo de 1999. Hablaba de un viejo autobús rojo, el expreso Djakovica-
Pec-Podgorica. En el camino entre Kosovo y Montenegro fue alcanzado por un misil de la
OTAN; cuarenta pasajeros murieron incinerados en su interior. Su color brillante, continuaba
el artículo, no fue suficiente para hacerse visible para los pilotos de la Alianza Atlántica. Más
tarde, un portavoz afirmaba que, desde la altura en la que operan, si los pilotos se
concentraran sobre un autobús perderían de vista el blanco. 4

1
Esta es una reflexión sobre los bombardeos del pasado, que siguen siendo una realidad del presente. Lo propuse
por primera vez en un congreso del año 2000 en el Going Native, en la Ohio State University, Columbus, Ohio,
durante la guerra de Kosovo, y continué reescribiéndolo teniendo en mente a Afganistán e Irak. Fue publicado
como “Perché ci ammazzano? Ambiguità e contraddizioni nella memoria dei bombardamenti”, en Roma
moderna e contemporanea, vol. XI, nro. 3, 2003, pp. 649, 670, Roma in guerra 1940-1943, a cargo de Lidia
Piccioni; una version anterior en Mauro Capecchi y Remo Martone (eds.), Memorie di “classe”. Lavorare a
scuola con le fonti orali per leggere il mondo contemporaneo, CESP-COBAS, Bolsena, Massari, 2004, pp. 31-
37; y más recientemente, “So Much Depends on a Red Bus, or, Innocent Victims of the Liberating Gun”, en
Oral History, vol. 34, nro. 2, 2006, pp. 29-43.
2
Tanto depende de una / carretilla de color rojo / laqueada con agua de lluvia / al lado de las gallinas blancas.
3
Giuseppe Mogavero, I muri ricordano. La resistenza a Roma attraverso le epigrafi (1943-1945), Roma,
Massari, 2003, p. 185 (con foto).
4
Vanna Vannuccini, “Bombe su un autobus, nuova strage della Nato”, La Repubblica, 4.5.1999, p. 3.
Aquí no quiero hablar tanto de guerra, como –a partir de la metodología histórica en trabajo
de campo– de la gramática de la memoria. La guerra aérea es tanto un hecho trágico de la
vida y de la historia como la materialización de algunas metáforas tan ampliamente
consumadas en la literatura, la antropología y el folklore, que terminamos por olvidar que de
metáforas se trata: discurso “desde lo alto” y “desde lo bajo”, historia from the top down y
from the bottom up, punto de vista interno y externo, “ético” y “émico”, y así sucesivamente.
Todo llega a ser tan terriblemente literal como si la gran historia se desplomara sobre un
autobús local en forma de misil.

La historia desde lo alto tiene una capacidad literalmente superior de capturar los contextos
globales, el panorama general de los acontecimientos. La visión a vuelo de pájaro o a radar
de bombardero llega más lejos y mantiene la distancia de su objeto que es necesaria a la
ciencia para concentrarse sobre un objetivo/objetivo, sobre lo pertinente (el blanco), y
desatender lo incidental (el autobús). De este modo, las fotos aéreas de los bombardeos sobre
Roma el 19 de julio de 1943 (que será mi referencia principal) muestran a la ciudad como un
aglomerado de edificios, pero no permiten discernir ninguna presencia humana. 5 Lo que es
justo, visto que los edificios, no las personas, son los objetos del discurso. “No vi gran cosa
más allá de la ciudad, por lo que recuerdo”, afirma un aviador británico que participó en los
bombardeos de Dresde en la Segunda Guerra Mundial: “siento no poder decir más, pero
cuando estás en una situación de este tipo no observas muchas cosas”.6

Por otro lado, el punto de vista inferior está rigurosamente focalizado e inseparablemente
vinculado al detalle, a lo concreto –para decirlo con una expresión inglesa, down-to-earth, o
bien grassroots– de la inmediata experiencia material, y está inevitablemente entrelazado con
la identificación personal y emotiva. El escritor argentino Rodolfo Walsh (posteriormente
asesinado por el régimen militar) lo expresa, tal vez de manera demasiado esquemática, pero
no arbitraria, cuando dice que “las ideas de la gente común [son] por lo general acertadas con
respecto a las cosas concretas y tangibles, nebulosas o arbitrarias en otros terrenos”. El otro
punto es que nuestra cultura tiende a privilegiar lo general y lo abstracto, y no considera lo
concreto y lo tangible como un nivel de conciencia apreciable.

Sin embargo, ninguno de los dos es más auténtico y verídico que el otro, ninguno de los dos
funciona sin el otro. La historia global desde lo alto ignora la historia y el punto de vista local
a su propio riesgo (y también a riesgo de aquellos que están abajo). Las armas inteligentes de
hoy alcanzan infaliblemente sus blancos –pero solo si el aire es trasparente y ningún detalle
interviene para alterar la precisión del mensaje, condiciones que raramente se dan en el

5
Véase a Umberto Gentiloni Silveri y Maddalena Carli, Bombardare Roma. Gli Alleati e la “città aperta”
(1940-1944), Bologna, Il Mulino, 2007, imágenes nro. 17-32, pp. 96-97. Vease también a Gabriella Gribaudi,
Guerra totale. Tra bombe alleate e violenze naziste. Napoli e il fronte meridionale 1940-44, Torino, Bollati
Boringhieri, 2005.
6
Alden Rigby, citado en Frederick Taylor, Dresden. Tuesday 13 February 1945 (2004), London, Bloomsbury,
2005, p. 487. Taylor observa que “Mientras los ataques desde el aire eran el trabajo semiciego de un instante
para quien los perpetraba, para los seres humanos sobre tierra equivalían a una mezcla inimaginable de horror,
miedo y pérdida: todos los accidentes de la calle, las casa en llamas, las agresiones físicas que se podían
imaginar, juntas”. Concluye que “comprensiblemente” los “hechos” [comillas suyas] recordados por las
personas sobre tierra son “a veces objetivamente discutibles” o “contaminados” [comillas suyas, p. 103]. Lo
mismo puede aplicarse para los “hechos” referidos por los pilotos o documentados en los reportes oficiales no
tomados en cuenta.
mundo real–. Como explicaba otro portavoz de la OTAN, si las bombas (o los discursos) se
encuentran en una capa de nubes, tal vez en el polvo levantado por las bombas (o los
discursos) anteriores, la hoja del láser puede que rebote a lo lejos y termine por golpear
blancos que no tiene nada que ver. Como cuando una bomba inteligente directa a Serbia
destruye una casa en Sofía, Bulgaria. 7 O como en Luzane. O antes, en Grdelica Klisura, se
golpea en efecto el blanco (el puente) y no se dan cuenta del autobús o del tren colateral que
pasa por encima de este en ese preciso momento. 8 O cuando una bomba inteligente golpea
de lleno a la entrada de la ciudad de Kandahar en Afganistán, y mata a veinte personas en
otro autobús que va pasando. 9

Muchos de nosotros, historiadores, críticos y analistas culturales, hemos tenido la misma


experiencia en nuestro trabajo: vemos tanto y tan lejos, que la materialidad confusa del
mundo material se interpone en el camino y no nos damos cuenta del autobús rojo. Por
fortuna, la única víctima es el valor de nuestro trabajo.

Por otro lado, podemos enamorarnos de lo inmediato y de lo concreto a tal punto que nuestra
percepción se aplana y se restringe a lo que se puede ver a nivel del suelo. Vemos la
experiencia inmediata, las historias de vida, y perdemos de vista los fenómenos globales que
los invaden y los forman. Vemos la bomba que cae sobre el autobús, pero no sabemos quién
la lanzó y por qué, y ni siquiera nos lo preguntamos.

7
Astrid Dakli, “Le bombe intelligenti sbagliano perché sono troppe”, Il Manifesto, 30.4.1999, p. 2.
8
Al momento de escribir la primera versión de este artículo (mayo del 2000, poco más de un mes desde el inicio
de los bombardeos), la lista de los “daños colaterales” oficialmente reconocidos por la OTAN en Kosovo
comprendía: 17 civiles muertos en Aleksinac por una bomba directa a un cuartel (5 de abril); casas de habitación
civil, el número de las víctimas no se define, cerca de la central telefónica de Pristina (9 de abril); 55 pasajeros
de un tren que se hallaba sobre un puente objetivo dirigido a Grdelica Klisura (12 de abril); 75 prófugos
kosovares, Djakovica (14 de abril); un barrio residencial cercano a un cuartel en Surdulica (cerca de 20 víctimas
según fuentes serbias, 28 de abril); entre 40 y 60 víctimas (según fuentes serbias) en el autobús de Luzane (el
día anterior, otras 20 personas fueron asesinadas en otro autobús, pero la OTAN atribuyó la responsabilidad a
sus aliados del UCK); 15 muertos en el hospital de Nis, golpeado por las bombas de fragmentación directas
contra el aeropuerto (7 de mayo). En ese mismo día, las bombas de la OTAN golpearon la embajada china en
Belgrado, matando a 3 personas e hiriendo al menos a unas 20. La lista no es exhaustiva: cerca de 10 personas
fueron asesinadas en el bombardeo a la estación de televisión del Belgrado los primeros días de abril. Sin
embargo, este último no fue un accidente: un grupo de abogados italianos lo definió como bombardeo
intencional a un blanco civil (los periodistas son no-combatientes por el derecho internacional) y lo denunciaron
como crimen de guerra en la corte internacional de la Haya. También las bombas de fragmentación son
prohibidas por los protocolos adicionados en 1981 en la Convención de Ginebra de 1948. Muchas víctimas no
han llegado a las páginas de los diarios. La familia de Rahman Llugiqi había tenido la fortuna de vivir en un
pueblo que no fue atacado por los serbios y donde “nadie nos ha molestado”; pero “hace tres semanas un misil
de la OTAN fuera de curso, probablemente dirigido al aeropuerto de Pristina, cayó sobre la casa de Rahman
Llugiqi. Seis personas, entre ellos tres de sus hijos, resultaron heridos; su hija Arta de seis años murió” (Steven
Erlanger, “Still in Kosovo, Albanian Family Struggles Along”, International Herald Tribune, 10.5.1999, p. 7).
Para una estimación de los daños colaterales en Afganistán, basada en fuentes occidentales, cfr. Marc W.
Herold, “A Dossier on Civilian Victims of United States’ Aerial Bombing of Afghanistan”, en línea:
<http://cursor.org/stories/civilian_deaths.htm>. Por otro lado, según el Departamento de Defensa de los Estados
Unidos, más de 4600 personas fueron asesinadas en operaciones de limpieza étnica entre marzo y abril;
900.000 albaneses huyeron de Kosovo y 650.000 se quedaron sin casa en el interior de la región. No se dispone
de datos serbios sobre estos aspectos (todos los datos provienen de La Repubblica, 8.5.1999, pp. 2, 5, y
9.5.1999, p. 1; para la denuncia de los abogados italianos, cfr. Il Manifesto, 7.5.1999.
9
Owen Brown, “‘Bus Hit’ Claim as War of Words Heats Up”, The Guardian, 26.10.2001.
El trabajo de la historia oral consiste, sustancialmente, en tratar de reconectar el punto de
vista local desde abajo con la visión científica y global desde lo alto: contextualizar lo local,
y hacer lo global consciente de la existencia de lo local. La historia oral trae la historia desde
arriba y la historia desde abajo al interior de un mismo texto, a la mesa de negociaciones, y
crea un diálogo equitativo entre el amplio conocimiento del historiador y la focalización
puntual del narrador en el campo.

2. Emociones comprensibles

En su importante libro sobre los bombardeos de Dresde, Frederick Taylor narra cómo
después de que la tempestad de fuego producida por el primer ataque destruyó el centro de
la ciudad, los bombardeos siguientes se propagaron sobre un área cada vez mayor,
alcanzando los suburbios donde los habitantes del centro buscaron refugiarse. Un testimonio
local señala que los refugiados tenían la impresión de que las bombas los seguían en la huida,
tanto es así que “tenían la sensación de ser objeto de una persecución específica”.

Naturalmente, observa Taylor, no era así. Y agrega: “sin embargo, cuando una zona es
sometida a un ataque intenso, los individuos comprensiblemente aterrorizados lo toman como
un asunto personal”.10

Se equivocan: los bombardeos no tienen nada de personal. Sin embargo, tienen razón: las
personas bombardeadas mueren personalmente. El misil no tenía nada en contra de los
pasajeros del autobús, ni siquiera sabía que estarían allí; pero allí estaban. Las víctimas
accidentales son colaterales en la estrategia militar, pero para ellos esta experiencia es la más
central que se pueda imaginar. Ambos puntos de vista son, a su modo, correctos; y el espacio
entre ellos, la contradicción entre la destrucción impersonal impartida y la destrucción
personal inmediata, es la contradicción sangrienta de la guerra.

La palabra clave en el pasaje de Taylor citado arriba es “comprensiblemente”


(understandably). El discurso de arriba hacia abajo es capaz de envolver la experiencia de
quien se encuentra abajo en una irritante comprensión paternalista: “la sensación de que los
aviones enemigos te están “siguiendo” o “te tienen en la mira” es un fuerte instinto humano”,
comenta Taylor. Un oficial de un portaaviones americano en el Golfo explicaba que “una
bomba [de fragmentación] de dos mil libras, donde sea que la tires, es un evento emocional
significativo para alguien que se encuentre en el radio de una milla cuadrada”.11 Estas son
palabras perturbadoras por el tono ecuánime con las que reducen una masacre a un evento de
importancia puramente local, pero sobre todo por el paternalismo que pretenden dar al
comprender las emociones de las personas afectadas (y en realidad las comprende solo en el
sentido en que las engloba en su propia hegemonía). Podemos comprenderlos porque
nosotros estamos encima de ellos (ellos están aterrorizados, nosotros no), porque nuestro
horizonte es más amplio y porque nosotros mantenemos el control de la razón mientras ellos
están dominados por el instinto humano.

10
Frederick Taylor, Dresden, óp. cit., p. 381.
11
Marc W. Herold, “A Dossier on Civilian Victims of United States’ Aerial Bombing of Afghanistan”, en
Richard Norton-Taylor, “The Return of the B-52”, The Guardian, 2.11.2001; Owen Brown, “‘Bus Hit’ Claim
as War of Words Heats Up”, The Guardian, 10.26.2001.
Tal vez, la representación metafórica más articulada de esta relación sea un pasaje de
Matadero 5 (Slaughterhouse 5) de Kurt Vonnegut. El protagonista, Billy Pilgrim, ha visto
desde abajo el bombardeo de Dresde, donde era prisionero de guerra. Más tarde, en un
accidente aéreo, sufre un trauma cerebral por el cual es internado en un hospital en estado
casi vegetativo. Allí es depositado en un catre en la misma habitación donde, sobre una cama
más alta, está tendido Bertram Copeland Rumfoord, profesor de historia de Harvard, autor
de una historia de veintisiete volúmenes sobre la aviación americana en la Segunda Guerra
Mundial. “En aquellos veintisiete volúmenes casi no se hablaba del bombardeo de Dresde, a
pesar de que había sido un éxito clamoroso”. 12 En aquel momento, Rumfoord está trabajando
en una reducción de su obra en un único volumen, y se da cuenta que debe hacer algunos
cambios: “Finalmente los americanos se han enterado de lo de Dresde”, dice, “por lo tanto
debo poner algo de ello en mi libro”.

“Fue entonces cuando Billy Pilgrim empezó a hablar con voz clara y comprensible. −Yo
estuve allí –dijo”.

El trabajo de la historia oral consiste, en última instancia, en un esfuerzo por conectar los
veintisiete volúmenes de la historia oficial con las palabras y la mirada de quien “estuvo allí”.
Un historiador oral debe saber mirar la una y la otra, trazar los mapas y los trayectos del
espacio intermedio. Tenemos que hacer entrar el “yo estuve allí” en los veintisiete
volúmenes, y también asegurarnos de que quienes “estuvieron allí” sean capaces de
configurar su ubicación en ellos. No es una tarea imposible: después de todo, aunque a quien
habla desde abajo tendemos a reconocerle casi solo sus emociones y sus sentimientos, no
obstante, los Billy Pilgrim de este mundo también son capaces de hablar “inteligentemente”.

No es ni siquiera sencillo. En primer lugar, la historia desde arriba no escucha. “Ahora, que
Billy Pilgrim hablaba de forma clara y pertinente, las orejas de Rumfoord querían tratar
aquellas palabras como una lengua tan extraña que no valían la pena entender”. “Está
repitiendo simplemente lo que decimos… Ahora tiene ecolalia…”. Este es el enfoque de las
diferencias culturales (tan bien representadas por las diferentes alturas de las dos camas), que
mira a las culturas subalternas solo en el “descenso” como indigeribles fragmentos de las
culturas superiores.13 Por tanto, es inconcebible pensar que tienen algo que decir: mientras
Billy insiste con su testimonio, “Rumfoord suspiró con impaciencia: ¿Debemos hablar de eso
ahora? […] Le oía y no lo creía”.

En segundo lugar, la historia desde abajo se somete sin demasiada resistencia a las razones
superiores de la historia desde arriba. Una vez que se dio cuenta de que Billy Pilgrim estaba
diciendo la verdad; Rumfoord explica: “necesitábamos hacerlo… así es la guerra”, y Billy
responde, “lo sé… no me estoy lamentando… fue justo así”. La hegemonía ha hecho su
trabajo, la guerra de los humanos se transforma en una fatalidad abstracta con leyes propias
e inevitables.

12
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5 (1969), London, Vintage, 2000, pp. 139.
13
Véase la discusión en Alberto M. Cirese, Cultura egemonica e culture subalterne, Palermo, Palumbo, 1973;
íd., Il folklore come studio dei dislivelli interni di cultura delle società superiori, Università di Cagliari, apuntes
para el curso de Historia de las tradiciones populares, 1961/62.
Como Taylor y como el oficial de los portaaviones, una vez que las jerarquías del significado
han sido restablecidas, incluso el profesor Rumfoord puede permitirse un momento
paternalista. El discurso “inteligente”, “claro y pertinente” que viene de abajo es inadmisible;
pero es posible reconocerlo y compartir las emociones:

“Aquello debió de ser el infierno allá en el suelo”.


“Lo fue”, dijo Billy Pilgrim.

Es solamente un instante, porque al final, incluso al nivel de las emociones, los que narran
no son los bombardeados, sino los bombarderos: “Compadezco a los hombres que tuvieron
que hacerlo”.

El profesor Rumfoord concluye el diálogo con otra fórmula de condescendencia que, no


obstante, esta vez, posee una sorprendente precisión que nos servirá de guía en el resto de
este capítulo: “Sé que tuvieron sentimientos confusos [mixed feelings] allá abajo [on the
ground]”.14

3. Mixed feelings

Mixed feelings, sentimientos encontrados, sentimientos mezclados, es una buena manera de


describir las divisiones y la ambivalencia de la percepción y la memoria de los bombardeos
en Italia. Relata el escritor Alberto Arbasino:

Mirábamos desde las colinas las llamas de los bombardeos ingleses que en Milán y en Génova
estaban exterminando a los nuestros: civiles y gente común sin dinero huía hacia el campo.
Entre los vecinos influyentes, algunos sostenían la necesidad de tener más y más víctimas para
finalmente derrotar al Duce. Otros nos repetían que para las viejitas asesinadas era un heroico
honor morir en primera línea por la patria.15

Arbasino describe irónicamente otra mirada desde arriba, de las colinas hacia las llanuras, de
la cual brota un discurso cargado de autoridad y tonos heroicos en donde el bombardeo es
todavía un hecho políticamente positivo –una ayuda a la causa antifascista para algunos, un
sacrificio patriótico para otros–. Es solamente una visión recordada “desde abajo”, la de un
narrador, entonces niño, que tiene espacio para la experiencia concreta y tangible de las
“viejitas”.

Las raíces de la ambivalencia se encuentran tanto en el conflicto entre fascismo y


antifascismo durante la ocupación nazi y la Resistencia como –y especialmente– en el papel
histórico de Italia, país bombardero y bombardeado. Italia estuvo entre los agresores, y
Mussolini se había regocijado con el bombardeo de Coventry (acuñando, con una horrible
invención lexical, el verbo coventrizzare). Italia participó en la Guerra Civil Española y fue
testigo de la destrucción de Guernica; utilizó gas, bombas y munición de fragmentación en
la invasión a Etiopía; las primeras bombas lanzadas desde un avión en guerra fueron
14
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5, óp. cit., pp. 140-41, 144-45.
15
Alberto Arbasino, “Ma il fascismo non parlò mai di gay”, Repubblica, 10.8.2005.
descargadas por el teniente italiano Giulio Cavotti sobre el oasis Tagiuyra y en Ain Zara
durante la invasión a Libia.16

La expresión perfecta de la ambivalencia está en el oxímoron de la placa citada en el epígrafe:


“víctimas inocentes del cañón liberador”. Volveré más adelante sobre el oxímoron del cañón
liberador;17 por el momento, quisiera detenerme sobre la figura de las “víctimas inocentes”.
Las víctimas son inocentes por definición, y por definición feminizadas (las “viejitas” de
Arbasino –¿y los viejitos?–). Pero ¿de qué forma eran “inocentes” Cleofe y Maddalena
Proietti? No eran combatientes, y probablemente no estaban en la guerra por voluntad; por
otra parte, los bombardeos aliados son la respuesta a una agresión italiana, y –en cuanto
italianas– Cleofe y Maddalena Proietti se transforman en responsables a los ojos de los
agresores (y quizás, como tantos italianos, tal vez habían dado su consentimiento al régimen
y aclamado la entrada en la guerra). Son, de hecho, personalmente inocentes, pero
“culpables” como italianas, y fueron castigadas por los crímenes de su gobierno con pena de
muerte y sin un proceso.

Sobre las paredes de San Lorenzo, el barrio de Roma bombardeado y destruido el 19 de julio
de 1943, a un lado de la puerta y sobre los muros romanos en la plaza Tiburtino, se destaca
la gran lápida a los caídos de la Primera Guerra Mundial. Muy cerca, otras placas
conmemoran el bombardeo de 1943. En una, colocada por la ANPI (Associazione Nazionale
Partigiani d’Italia), se lee: “en memoria de los fallecidos en el bombardeo del 19 de julio de
1943, víctimas de la guerra fascista”. Abajo, muchas lápidas pequeñas, como los exvotos,
fijados por los familiares y vecinos, en memoria de los fallecidos tanto en la guerra como en
los bombardeos. En una dice: “Paolo Morganti / muerto el 19 de julio de 1943 / para ti / no
al Pacto del Atlántico” (la OTAN). Las dos lápidas señalan la tensión de la memoria: en la
institucional de la ANPI, los muertos son víctimas del fascismo; en el exvoto privado para
Paolo Morganti leemos por el contrario el eco de la hostilidad hacia los que materialmente
llevaron a cabo la masacre. Ambas lápidas convergen en el rechazo a la guerra. Sin embargo,
la lápida de la ANPI tiene una función conmemorativa, y está dirigida a la memoria de la
guerra pasada; el exvoto de Paolo Morganti, con la alusión a la OTAN, mira hacia adelante,
hacia las guerras futuras.

4. En tierra: una carnicería

Maria Pia Galloni: Tres horas de bombardeo y mi madre que en el período de las incursiones
sentía el terror, se sentía mal y no lograba coordinar y por el contrario ese día, evidentemente
el Señor nos ayudó, nos dio una fuerza superior. Y mi madre desde el sótano subió al segundo
piso a llamar a mi tía que estaba en Monte Sacro, “Jole, quédate tranquila que apenas podamos
movernos te vamos a buscar”. Pero ¿quién iba en esa carnicería? Y ver gente tirada en todas
las condiciones en el pasillo del edificio arrojadas por tierra, quien los llevaba afuera, veías a
las personas que el bombardeo las había arrojado a la calle. Finalmente, la incursión terminó
después de tres horas, logramos salir y subir para ponernos lo zapatos porque ni siquiera
tuvimos tiempo. Recuerdo que los zapatos eran nuevos. Zapatos nuevos y salimos del sótano

16
Sven Lindqvist, A History of Bombing, London, Granta, 2001, sin número de página, sección 4.
17
Para una paradoja similar, cfr. Frederick Taylor, Dresden, óp. cit., p. 351: “alrededor de 40 de los 170 judíos
que todavía vivían en Dresde murieron a manos de sus liberadores”.
y estaba el pasillo lleno de personas heridas, muertas, no se entendía nada. Salimos y nos
fuimos a pie, para pasar por la calle Reti donde estaba la cárcel de menores y allí estaban estos
niños, muchachos, montañas de gritos, edificios destruidos, y me acuerdo, estar caminando
sobre todas estas cosas y ver un caballo muerto, aún me da impresión cuando recuerdo este
caballo muerto.18

Abajo, nada tenía sentido. Maria Pia Galloni formula los mixed feelings, las sensaciones
confusas, cruzando palabras e imágenes, y desarrollando una metáfora que atraviesa muchos
relatos sobre los bombardeos: “matadero”, entendido tanto metafóricamente como confusión
y caos (“¿Quién iba en esa carnicería?”), tanto literalmente como un matadero (el caballo
muerto): “y lo que pasó aquí era una carnicería. Todos muertos, mi hija, desde la calle
Fanfulla hacia la calle Lodi, era un desastre, todo por tierra, no se podía pasar, debía pasar
encima de los muertos”.19 También el partisano Rosario Bentivegna, entonces estudiante de
medicina, recuerda en los mismos términos la escena “desgarradora” alrededor del
Policlínico: “era la imagen, la secuencia, de aquella carnicería en la que [había] metido las
manos hasta un cuarto de hora antes”, tratando de curar las heridas de los heridos en el
hospital.20

En Terni, otra ciudad bombardeada, Giovanni Nardi, sastre anarquista, recordaba: “Por la
calle Vecchio, al día siguiente salí, los muertos que había, maldita sea. Allá en la plaza
Corona, había muchachas, perros muertos, tirados en el suelo, asesinados”.21 En un nivel
metafórico, la muerte de los animales es la medida extrema del asesinato a criaturas
inocentes; por otra parte, la proximidad metonímica entre humanos y animales sugiere que
en la masacre la diferencia se elimina, son animales o son objetos: “caminando por la calle
Casilina todo estaba lleno de muertos como basura tirada”;22 “el tranvía volcado, caballos
muertos, y los cuerpos mutilados de las víctimas del bombardeo”;23 “luego, durante la guerra
quedaban fragmentos por la calle Casilina, por la calle Prenestina y por las calles
consulares.24 Recuerdo que más adelante, cerca de [la iglesia de San Felice] fue alcanzado
un caballo. Como cayó ese caballo muerto, y encima la gente con cuchillos, todos a hacerse
a un pedazo de carne, porque… porque era tanta el hambre…”.25 A principios de mayo de
1999, sin ningún tipo de guerra en curso, un misil americano golpeó un pueblo de pastores

18
Maria Pia Galloni (1936), ama de casa, Casilino, entrevistada por Giusy Incalza (de aquí en adelante, GI),
24.5.2001.
19
Diana Pasqualini (1925), ama de casa, Pigneto, GI 25.6.01.
20
Rosario Bentivegna (1922), médico, partisano, 11.9.1998.
21
Giovanni Nardi (1910), sastre, Terni, 16.7.1980, pp. 248. Para las entrevistas de Terni, cfr. también
Alessandro Portelli, Biografia di una città. Storia e racconto. Terni 1831-1984, Torino, Einaudi, 1985, p. 248
y ss.
22
Grazia Spione (1923), ama de casa, ancianato en Pigneto, GI 23.6.2001.
23
Gesuinda Pezzotta, Milano, cit. en Francesca Valtulina, “Era un’allucinante, apocalittica notte. La memoria
dei bombardamenti su Milano e la Lombardia”, Studi e ricerche di storia contemporanea, nro. 62, 2004, 33-43.
Una variante demasiado difundida de la metáfora animal es aquella de la muerte en los refugios y en los sótanos:
“muertos como una rata” (Angelo Remigi, 1921, coadjutor salesiano, 26.6.2000); “muertos como un ratón”
(Carlo Castellani, 1928, empleado, 6.3.1998); “cada uno leía en la mirada de los otros el miedo de terminar
como una rata”, Franca Buchetti, Milano, en Valtulina, óp. cit.
24
Las calles “consulares” son las grandes rutas establecidas para los cónsules de la Roma antigua, y llamadas
con sus nombres: Flaminia, Cassia, Aurelia…
25
Renata Pallotti (1927), empleada, entrevistada por Maria Chiara Mattesini, 10.1.2003.
cerca de Mosul, en Irak, “asesinando a una familia entera de siete personas y 250 ovejas”. 26
“En el camino, había caballos muertos, vidrios, astillas, en resumen, todo era un desastre”
(Lidia Montecaggi);27 “había solo escombros, no se podía caminar, y recuerdo que había una
carroza destrozada con los caballos totalmente cortados, sangre, y vi al cochero todo
partido”.28

Y de nuevo: “en Tiburtino, sobre el puente, vi un caballo con las patas al aire, que le brotaba
sangre, le brotaba sangre por todas partes. Había sido ametrallado. Creo que por Clark Gable,
porque Clark Gable estaba en los aviones”;29 “por la calle Prenestina estaban los muertos y
las bestias, los caballos todos destripados, y mi pobre papá le decía a mi madre ‘¡gira para
acá!’. Y mi mamá se giraba para acá y veía los cadáveres, se giraba para allá y veía las bestias,
etcétera. Ese fue el primer bombardeo a Roma”;30 “yo me encontraba dentro de esta taberna,
un montón de gente, en la plaza del Pigneto estaba [la empresa] Gondrand, los que hacían
los trasportes con los caballos, y había caballos muertos en el suelo, en aquella época el
trasporte era con caballos”. 31

Manlio Tosti: Entonces, había un espacio por el que se podía pasar, y la bomba cayó y le cortó
la cabeza de un tajo. Más tarde nosotros estábamos trabajando en el sitio y tratamos de limpiar
un poco y, cuando lo encontramos, en una mano tenía una teja, la cabeza cortada, y después
me dijeron que la habían encontrado después, pero no estaba allí cuando yo lo vi, y me dije a
mí mismo: “ellos tienen razón, somos carne de cañón. ¡Pero yo no lo aceptaba! Tantas veces
lo escuché, alguien decía: “¡somos carne de cañón!”. Y tenían razón que nosotros éramos carne
de cañón, más de cañón que de otra cosa, sin cabeza, el muro le había caído encima, luego le
dijimos a la esposa y pasó lo que pasó.32

No es casual que la novela más importante sobre los bombardeos de la Segunda Guerra
Mundial se llame Matadero 5. El resultado es, de hecho, un doble nivel de significado: por
un lado, una pérdida completa de sentido (la carnicería como caos, de hecho); por el otro, la
negación de la humanidad de las víctimas reducidas al nivel de los animales (el matadero).
En Mosul, en Roma, en Terni, hombres, ovejas, mujeres, caballos, perros y niños mueren
confundidos en una crisis general de las distinciones y de la razón.

5. El legado del fascismo y el piloto desesperado

La contemplación del caos y de la masacre, sin embargo, no basta. La memoria no es solo


registrar y almacenar datos, también es un incesante trabajo de interpretación,

26
Stefano Chiarini, “Bombe su Mossul: sette morti”, Il Manifesto, 8.5.1999, p. 6.
27
Lidia Montecaggi (1918), comerciante, Terni, entrevistada por Marcello Ricci, Terni, 1979.
28
Manlio Tosti (1929), albañil, Prenestino, GI 23.4.2002.
29
Gianfranco Capozio (1938), profesor universitario, Ardeatino, 16.8.1998. Para esta entrevista y otras citadas
a continuación, véase también Alessandro Portelli, L’ordine è già stato eseguito. Roma, le Fosse Ardeatine, la
memoria, Roma, Donzelli, 1999, p. 115 y ss.
30
Fernando Carrocci, ancianato Cinecittà, entrevistado por GI.
31
Vincenzo Cesario (1931), empleado, ancianato de Villa Gordiani, GI 21.5.2001.
32
La tautología –“pasó lo que pasó”– es un procedimiento frecuente para indicar la imposibilidad de encontrar
las palabras para describir “lo que pasó”.
reinterpretación y reorganización de los significados. Me gustaría observar el trabajo de la
memoria partiendo de otros dos “textos” provenientes del barrio romano San Lorenzo. El
primero está relacionado con la memoria histórica y la conciencia política; el segundo se
refiere al folklore y a la imaginación; el primero es probablemente masculino; el segundo es
femenino.

El primer texto es un enorme grafiti: “legado del fascismo”, que sobresalía en la pared de un
edificio bombardeado (hasta que fue borrado en alguna de las operaciones de limpieza
urbanas que terminaron convirtiéndose en verdaderos actos de blanqueamiento de la
memoria). Era uno de los más nítidos ejemplos de la capacidad de abrazar, desde abajo, las
razones históricas y las causas generales de la experiencia, expresión de la conciencia política
de un barrio que funda su identidad en la memoria de la propia resistencia al fascismo. 33
Gracias a la presencia ininterrumpida de una oposición popular al fascismo en el barrio y al
trabajo de las fuerzas políticas proletarias organizadas, las ideas populares de San Lorenzo
lograban conectar lo tangible y lo concreto con causas más amplias y vincular las
destrucciones presentes con la memoria de las causas históricas. San Lorenzo sabía quiénes
eran los verdaderos enemigos, y el grafiti era un juicio sobre las responsabilidades políticas
e históricas: si aquel edificio había sido destruido, la responsabilidad era del régimen fascista.

Luciano Pizzoli: Cuando yo tenía seis años, pensaba que había una guerra y que la guerra
implicaba también esto (esto como un recuerdo de infancia). Los mayores decían que era una
gran tragedia a la que nos había conducido el fascismo. Los que se distanciaron porque siempre
habían dicho no a la guerra, a pesar de que se habían adherido al fascismo. Alrededor de los
trece, catorce años recuerdo aquellos tiempos, a pesar de que no comprendía lo que decían en
ese momento, lo entendí unos años después qué era lo que ellos querían decir, lo que se
pensaba.34

El grafiti se inserta en la veta de la memoria y de la orientación política que miraba a las


bombas aliadas como un medio para acelerar el fin de la guerra y la caída del régimen fascista,
una actitud elocuentemente representada por otro grafiti testimonial en las paredes de Roma
durante la guerra: “mejor los americanos sobre la cabeza que Mussolini entre las pelotas”.35
Por una parte, también en Terni –otra ciudad roja y obrera– casi todos los narradores
subrayaban las responsabilidades del fascismo en las masacres de la guerra. La convicción
de que las bombas abreviarían la guerra es una actitud difundida: en conversaciones y
debates, Claudio Pavone me había confirmado que este era el estado de ánimo de los
partisanos en Milán. Por otra parte, con relación a Milán y a la Lombardía, Francesca
Valtulina reporta algunos relatos sobre matanzas y desastres, de los cuales no emerge ninguna
indicación o juicio sobre los responsables, ni de gratitud hacia los fascistas o hacia los
Aliados.36

33
Lidia Piccioni, San Lorenzo. Un quartiere romano durante il fascismo, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura,
1984.
34
Luciano Pizzoli (1937), conductor de tranvía, Monteverde, 4.7.1997.
35
De Simone, Venti angeli sopra Roma, Milano, Mursia, 1993, p. 280.
36
Francesca Valtulina, “Era un’allucinante, apocalittica notte”, óp. cit. Ver también G. De Luna, “I
bombardamenti”, en G. De Luna et al. (eds.), Torino in guerra, Torino, Gribaudo 1995.
El otro texto es una historia, referida sin comentarios, de Cesare De Simone en su libro sobre
los bombardeos en Roma: “Las mujeres [de San Lorenzo] también relatan la historia de un
piloto negro cuya bomba golpeó de lleno un refugio donde murieron muchísimas personas;
cuando él regresó de la misión y se enteró del hecho, murió de aflicción”.37 En otras palabras:
si los pilotos aliados supieran lo que nos han hecho, se les partiría el corazón.

Recuerda Gianfranco Capozio: “mi padre siempre me recordó que en el Colle Oppio, no sé
si usted sabe esto, que, en un avión americano, el piloto estaba borracho, y fue a dar dentro
de una clínica, en el Colle Oppio, en la calle Mecenate, de hecho. Cayó justo, mientras
estaban operando. Murieron todos, obviamente. Con todo el avión, borracho, fue dar dentro
de la clínica y los mató a todos. Esto me lo dijo mi padre, yo nunca supe bien”. Incluso en
este caso, el significado es que nadie en plena posesión de sus facultades habría hecho lo que
hacían ellos. “También en la guerra, cuando te mandan al ataque, no te mandan con los
sentimientos, te mandan medio ebrio, y así comprendes poco. También los nuestros eran así,
¿sabías?”, “estaban como locos los americanos”.38

Una variante del relato del piloto muerto de aflicción me fue comunicada recientemente por
Mirella Sartori. En esta narración es muy importante la trasmisión matrilineal y, sobre todo,
el hecho de que el objetivo alcanzado y destruido fuese una clínica de maternidad, espacio
femenino por excelencia. 39

Bueno, mi mamá […] recuerda cuando durante la Segunda Guerra Mundial los americanos
bombardearon Roma ciudad abierta.40 Un “Bepi” o “Pippo”, americano de origen italiano,
piloto de un B29 (avión de los italianos llamado fortaleza volante y tal vez también de los
americanos, no sé), soltó sus bombas como hicieron los otros.41 Pero una de las suyas, tal vez,
fue la que cayó sobre la clínica de Santa Ana causando las víctimas. Todas las clínicas de Santa
Ana del mundo son especialistas en maternidad, al igual que la de Roma, no muy lejana del

37
De Simone, Venti angeli, óp. cit., p. 285.
38
Gianfranco Capozio, cfr. nota 29; Alberto Sergenti (1922), sindacalista, ancianato de Villa Gordiani, GI
8.5.2001, Maria Donati (1919), administradora de restaurante, ancianato de Villa Gordiani, GI 26.3.2001. Una
memoria personal: también mi madre, quien vivía en la vía Appia, que también fue golpeada por los
bombardeos, decía que muchos pensaban que a los pilotos aliados se les emborrachaba antes de ir a misión.
Después del bombardeo a la embajada China en Belgrado por parte de la OTAN, un diplomático chino afirmó
en televisión que el piloto debía estar drogado: Guido Rampoldi, “Belgrado dopo le bombe. ‘Non vogliono la
pace’”, La Repubblica, 9.5.1999, p. 3. Cfr. También en Marco D‘Eramo, “Il doping del top gun”, Il Manifesto,
13.8.2002, quien retoma un artículo del Christian Science Monitor sobre el uso de la dexedrina, un estimulante
suministrado a los militares americanos durante las guerras recientes. Para una anécdota sobre la embriaguez a
bordo de un bombardero en misión en Alemania, cfr. la entrevista de Eddie Costello en Studs Terkel, “The
Good War” An Oral History of World War Two, New York, Ballantine, 1985, p. 208.
39
Mirella Sartori, mensaje e-mail al autor, 24 de abril de 2003 (después de un seminario sobre la guerra en el
cual mencioné algunos relatos de San Lorenzo).
40
Obviamente, Roma no era todavía ciudad abierta; fue declarada como tal (pero nunca reconocida por los
aliados) justo después del segundo bombardeo, el 13 de agosto. Pero el uso de la fórmula en este contexto es
funcional al juicio de la narradora sobre el acontecimiento.
41
El avión llamado “Pippo” es objeto de narraciones legendarias difundidas en toda Italia; según algunos, se
habría tratado de un explorador en cuya aparición preparaba el bombardeo; según otros, era por el contrario un
avión italiano. En este contexto, “Pippo” designa solo genéricamente un avión involucrado en un bombardeo.
Cfr. Cesare Bermani, Spegni la luce che passa Pippo. Voci, leggende e miti della storia contemporanea, Roma,
Odradek, 1996.
barrio San Lorenzo, al lado de la avenida de la Regina Margherita. No se sabe cómo el Pippo
en cuestión lo supo a su regreso en el aeropuerto al sur de Cerdeña […] parece que el nuestro
fue repatriado poco después, ya que consideraban que necesitaba atención porque no podía
liberarse de la culpa de ser el responsable de la muerte de niños y de madres.42

En este sentido, el barrio San Lorenzo produce dos relatos diferentes sobre los bombardeos:
un relato de conciencia política, “el legado del fascismo”, y un relato de resentimiento, la
ebriedad y culpa de los pilotos. No obstante, como en el diálogo entre Billy Pilgrim y el
profesor Rumfoord, solo uno de los dos puede ser articulado públicamente.

En los dos relatos hay una aguda contradicción: el primero reconoce en el bombardeo un
sentido histórico preciso y compartido, y puede, por tanto, ser integrado en la gran narración
de la liberación nacional (véase la concordancia entre el grafiti hecho a mano de modo
espontáneo y la lápida institucional de la ANPI); el segundo habla en términos de locura y
de falta de sentido. El problema es cómo mantener juntas estas dos narrativas conflictivas y,
sin embargo, ambas innegables; cómo mantener unido el amplio marco de la conciencia
histórica y el sentido inmediato de la catástrofe sin negar el uno para privilegiar al otro. Es
esta capacidad la que constituye la complejidad y la integridad de una cultura: desde el
análisis de los mitos de Claude Levi Strauss hasta la balanceada estructura binaria del sistema
de los proverbios, podríamos decir que la cultura es, entre otras cosas, una máquina que
permite reconciliar lo irreconciliable, y vivir con la ambivalencia.

Sin embargo, una de las formas en las que opera la hegemonía es, justamente, rompiendo
este delicado tejido de contradicciones, lanzando el peso del poder sobre un lado de la balanza
con el fin de legitimarse, apropiándose de los fragmentos de la cultura no hegemónica
condenándolos al silencio y a la irrelevancia. 43 Esto es precisamente lo que le sucede al
microsistema de los dos relatos de San Lorenzo: “el legado del fascismo” es reconocido como
la correcta y madura expresión de la conciencia histórico-política, el “piloto enloquecido” es
relegado a la subalternidad emocional del folklore (de las mujeres “viejitas” y/o parturientas).
No es casual que en el libro de De Simone estas sean las únicas tres líneas disonantes respecto
a la temática del “gracias bombas”; sin embargo, el autor las introduce sin ninguna tentativa
de interpretación.

6. ¿Quién era el que bombardeaba?

Maggiorina Mattioli, costurera de Terni, me dio una narración particularmente dramática de


su experiencia de los bombardeos y de la responsabilidad de los fascistas. Sin embargo, había
algo no dicho en su relato, y se me ocurrió hacerle una pregunta que nunca se hace,
precisamente porque se da por descontada su respuesta: ¿Quién era el que los bombardeaba?
Y ella, tartamudeando: “los fasc… los que bombardeaban”. Le era literalmente imposible
pronunciar lo que conocía muy bien: que la responsabilidad de la guerra y de sus

42
Cuarenta y cinco mujeres en espera de parir fueron asesinadas en Dresde en el bombardeo incendiario aliado
cuando alcanzó el más grande hospital pediátrico de la ciudad: Sven Lindqvist, A History of Bombing, óp. cit.,
sin número de página, sección n. 215.
43
Véase el capítulo 11 de este libro, “Deporte, trabajo y política en una ciudad industrial”.
consecuencias era de los fascistas, pero que quienes destruyeron materialmente su casa y su
ciudad habían sido otros.44

El balbuceo y la tautología de Maggiorina Mattioli son un signo de una dificultad implícita


en esta memoria internamente dividida, que acalla las contradicciones que no puede articular,
sentimientos y resentimientos que no tienen legitimación en la esfera pública. Desde aquel
momento y en adelante, a menudo preguntaba “quién era el que los bombardeaba”,
encontrando frecuentes e imprevistas afasias, silencios y contradicciones: “Eran los fascistas
–es decir, los aliados–”, “Qué sé yo de aeronáutica. Los alemanes habrán sido”, “No lo sé”,
“Yo no lo sé. ¿Sabes?, de arriba venían las saetas, pero de los aviones no se sabe quién nos
bombardeaba”, “Ah, no eran los nuestros”. 45

Es un equívoco más difundido de lo que nosotros, hasta ahora, podíamos advertir. El actor
Ascanio Celestini, quien trabajó muchos años en las escuelas de la periferia romana, confirma
que son muchos los que creen que quienes los bombardeaban eran los alemanes. Sin
embargo, esta creencia también está muy extendida en las generaciones más adultas. Pietro
Barrera, director general de la Provincia de Roma, testimonia que una parte de la población
de Frascati (duramente golpeada el 8 de septiembre de 1943) creía que los alemanes eran
quienes los bombardeaban. Escribe Tommaso Baris: “En Piglio [Frosinone], otro municipio
históricamente de izquierda, la población estaba convencida de que el bombardeo del 8 de
abril de 1944 –en el cual perdieron la vida diez personas por el derrumbamiento de la iglesia,
golpeada por las bombas– había sido, en realidad, obra de los alemanes para castigar
nuevamente al país, después de la primera represalia del 6 de abril”.46

A esta incertidumbre contribuyen dos elementos heterogéneos. El primero es la percepción


ahistórica de las bombas y su destino, algo que cae desde lo alto, por una mano invisible, de
la cual se ven los efectos, pero no se interroga sobre las fuentes y las causas. Un historiador
local describe con abundancia de detalles un bombardeo que mató a 600 personas en
Pontecorvo el Día de Todos los Santos del 43, golpeando una iglesia llena de gente y al
convento de monjas; pero confía su interpretación a unos versos que atribuyen un “caos
infernal” y sin autores a una metahistórica impiedad humana: “irrumpe brillante / horda
infernal / del impío cielo del hombre / estruendo y rugidos de bombas / sacudieron las
paredes ancestrales”.47

El segundo es un corto circuito, una especie de hipercorrección de la memoria y de la


conciencia histórica: si la culpa de los bombardeos es de los fascistas, es lógico que hayan

44
Maggiorina Mattioli (1899), Costurera, Terni, 28.2.1980. Sobre Maggiorina Mattioli, véase en este libro el
capítulo 2, “La muerte de Luigi Trastulli”, y el capítulo 5, “¡Absalón, Absalón! Historia oral y literatura”.
45
Irene Guidarelli (1896), operaria textil, Terni, 16.7.1980; Antonietta Mazzi, obrera, ancianato Torpignattara,
GI 7.6.2001; Nadia Bertini (1934), ama de casa, Cinecittà, GI 3.7.2001; Pia Giannoni, Tor Pignattara, GI
25.7.2001; Raul Crostella (1926), obrero, Terni, 14.12.1983.
46
Pietro Barrera, durante una reunión en la oficina de la Provincia para la preparación de las iniciativas para el
aniversario de la Liberación, 2.10.03; Tommaso Baris, Tra due fuochi. Esperienza e memoria della guerra
lungo la linea Gustav, Bari, Laterza, 2003, p. 56.
47
Bernardino Pulcini, “L’Ognissanti del Quarantatré”, en Pontecorvesità, impreso por su cuenta, Formia, 1999,
p. 23. Pulcini también habla sobre la razón de la medalla de bronce al valor civil conferida a la ciudad en los
años 60, en la cual se alaba la “estoica resignación” con la que Pontecorvo soportó los horrores de la guerra
(íd., p. 30).
sido ellos o sus aliados los que bombardeaban; la mayoría identificamos al fascismo y al
nazismo con el mal, y es más lógico aun atribuirles este mal a ellos. De este modo, la
contradicción se elimina: no estamos obligados a tener en cuenta que los que hicieron aquella
masacre son los mismos que estaban del lado de la razón. ¿Cómo se admite que fueron los
“buenos”, los “nuestros”, los que destruyeron tu casa y asesinaron a tu familia? ¿Cómo puede
ser “liberadora” el arma que te mata?

Una narradora, quien insistentemente se refería a los americanos como los liberadores,
resuelve la contradicción de una forma ejemplar: un bombardeo por cabeza.

Clara Pagliarini: Cuando fue el bombardeo aquí [en San Lorenzo] fueron los americanos;
cuando fue sobre Prenestina fueron los alemanes, no los americanos.
Giusy Incalza: ¿Sobre la vía Prenestina?
Pagliarini: Sí, aquí donde estamos, fueron los americanos. Los liberadores.
Incalza: Pero, ¿quién bombardeó la vía Prenestina?
Pagliarini: Fueron los alemanes, no los americanos.
Incalza: ¿Cómo es que los americanos bombardearon San Lorenzo y la vía Prenestina los
alemanes?
Pagliarini: Porque los americanos y los alemanes, primero eran aliados, que eran...48

7. ¿Por qué nos matan?

Detente un instante; hay algo más.


El pacto no te concede una gota de sangre.
El texto dice expresamente: “una libra de carne”.
Prepárate a cortar la carne.
Pero no verterás sangre…

William Shakespeare, El mercader de Venecia, acto IV, esc. 1

Gianfranco Capozio: … y entonces mi padre comenzó a excavar muy cerca, se podían escuchar
las palabras –si usted permite se las repito– de una abuela con un niño al que estaba tratando
de proteger. La abuela después murió y se escuchaba solamente a este niño que gritaba para
que lo sacaran. Pero llegamos a él demasiado tarde. Todavía siento esa voz en las orejas, en
dialecto romano, las cosas que decía ese chico, “fueron los americanos, esos hijos de puta”,
excuse mi lenguaje, “fueron los americanos, esos hijos de puta” [decía] este niñito. Luego
murió.

No muy lejos de allí, un niño de siete años, Antonello Branca, le preguntaba a su padre: “pero
si nos vienen a liberar, ¿por qué nos matan?”.49 Esta es la cuestión clave y sin respuesta de
cada “guerra justa” combatida desde el cielo. El problema de la “gran” historia es que es

48
Clara Pagliarini (1916), jubilada, Prenestina, GI 6.9.2002.
49
Antonello Branca (1936), director cinematográfico, 31.7.1997. Antonello Branca, autor de extraordinarios
documentales sobre la industria de las armas, sobre las Panteras Negras y sobre los movimientos de los años 60
y 70, murió en agosto de 2002, mientras estaba escribiendo este artículo.
incapaz de reconocer esta elemental pregunta y trata mejor de olvidar que alguna vez fue
formulada –un detalle incidental en un marco global de guerra justa y de razones políticas–.
De este modo, la historiografía elimina lo que queda de una memoria compleja, atravesada
por una profunda e inesperada corriente de resentimiento, ambigüedad y ambivalencia.

No es este, naturalmente, el único sentimiento. Marisa Musu, partisana, recuerda “el estupor
y el horror”; Massimo Prasca recuerda “solo miedo; y la esperanza de que hicieran el mayor
daño posible a los alemanes”. 50 Esta esperanza es una variante de la narración políticamente
correcta de gratitud, de la convicción de que las bombas acelerarían el fin de la guerra y, con
ello, castigarían a los ocupantes. No obstante, la frase clave es “a los alemanes” –no a los
civiles–. De hecho, en la raíz de la narración de resentimiento se encuentra la constatación
del hecho de que quienes sufrieron los daños no fueron únicamente, y ni siquiera
principalmente, los alemanes, sino la población civil, incluyendo una gran mayoría de
romanos que simpatizaban con los aliados. Asimismo, lo afirma el obrero de Terni Raul
Crostella: “cada vez que yo veía un bombardeo en contra de un objetivo militar, pensaba que
este acortaba la guerra. Pero no acortaba la guerra el bombardeo de un jardín de infantes, de
una iglesia, de las escuelas o de los hospitales”.51

Alberto Sergenti: Sí, los bombardeos, y debo decir que, de hecho, los americanos fueron unos
criminales porque no solo lanzaron las bombas. Aquí sobre la Collatina, había una planta de
pólvora, no sabían el punto exactamente, así que con el fin de acertarle comenzaron a
bombardear a San Lorenzo, desde Verano hasta los baños [de Tivoli], porque no sabían dónde
estaba.52

En primer lugar, la narración de resentimiento se alimenta de la idea de que los bombardeos


golpearon indiscriminadamente objetivos militares y civiles, sin ningún tipo de respeto por
la vida humana. Rina Del Pio, costurera de Trastevere: “simplemente las dejaron caer sin
ningún criterio, solo bombardearon. Bueno, los americanos no es que hayan sido mejores que
los alemanes creo”.53 En la versión de Alberto Sergenti, la imagen de los bombardeos
indiscriminados de los aliados se confronta con el mito de la precisión alemana, casi
atribuyendo a los alemanes de los años 40 el mito de los bombardeos “quirúrgicos”
consagrados por las fuerzas aéreas occidentales del fin de milenio: “los alemanes iban más
hacia el objetivo, mientras que los americanos no, ellos hacían los bombardeos terroristas,
iban de aquí para allá tratando de golpear lo que hubiera en el medio. Si destruimos todo,
luego lo reconstruiremos. Ese es el concepto de los americanos. ¡Los americanos son
cobardes, no son para nada valientes!”.

Es también notable el uso de la palabra “terroristas” (asociado, después del 11 de septiembre,


a un juicio de cobardía) como el asesinato indiscriminado de civiles indefensos con fines
intimidatorios. El siguiente estado de la narración de resentimiento es, de hecho, el paso a la
acusación por el escaso respeto a la vida humana y por una intencional agresión a una
población desarmada: “que luego apuntaban a esto –a destruir las familias–” (Annamaria

50
Marisa Musu (1925), partisana, periodista, 24.7.1997; Massimo Prasca, 7.1.2002.
51
Raul Crostella, cfr. nota 45.
52
Alberto Sergenti, cfr. nota 38.
53
Rina Del Pio (1923), costurera, Trastevere, AP 11.5.1998.
Tresca); “el bombardeo de San Lorenzo no es cierto que haya sido un bombardeo dirigido,
fue un bombardeo que tenía la intención de aterrorizar”, también sostiene Luciano Pizzoli. 54
En San Lorenzo circulan incluso mitos de la identidad, según los cuales los americanos
habrían golpeado el barrio intencional y preventivamente, porque era un barrio rojo. 55

Gianfranco Capozio: En fin, los americanos, quienes bombardeaban de manera indiscriminada


–aquello muertos de San Lorenzo, qué sentido tenían, tenían un único significado–. El hecho
de retardar la avanzada de Anzio hasta Roma –porque lo de las Fosas Ardeatinas no había
sucedido–. Pero ellos, justamente lo que estaban buscando, los americanos –esta es mi opinión
personal–, es que [los alemanes] debían matar a todos los comunistas, a todos los resistentes,
los que eran de izquierda, los dejarían bien muertos. Porque ya que los fascistas habían
desaparecido, los únicos que permanecían eran los comunistas. Ellos pensaron, en seis meses
habrán matado a la mayoría de Roma, y así que después avanzaremos.

“A diferencia de nuestro enemigo –decía George W. Bush en su intervención en las Naciones


Unidas–, nosotros tratamos de minimizar –no maximizar– la pérdida de vidas inocentes”.
Minimizar, por supuesto, significa que la pérdida de vidas inocentes está prevista y es
inherente a lo que nos disponemos a hacer: las bombas no están dirigidas a los civiles, al
menos eso es lo que se dice; pero sabemos que los alcanzarán.56 En realidad, ni siquiera todo
el daño colateral es involuntario: el sufrimiento infringido a los no combatientes es, de hecho,
uno de los objetivos conscientes de la guerra aérea, con el fin de abatir la moral de la
población e inducirla a rebelarse y a pedir la paz. Como escribió recientemente el historiador
jesuita Giovanni Sale:

Obviamente en la documentación de la Luftwaffe y del Bomber Command no se habla jamás


de bombardeo premeditado con objetivos civiles: los objetivos oficiales eran golpear las
fábricas, los campos de aviación, los puertos, los astilleros, e importantes nodos ferroviarios,
etc. Pero los responsables militares y políticos sabían bien que las bombas no diferenciaban
entre industrias y ciudad, entre una construcción y los obreros, sobre todo cuando los objetivos
a golpear eran intencionalmente indicados de forma genérica. El fin principal de estos ataques
aéreos era de hecho golpear el mayor número posible de civiles, con el objetivo –como lo
planificó el comandante del Bomber Command A. Harris– de doblegar la moral de la población
civil y con ello empujarla a rebelarse en contra del nacionalsocialismo y de Hitler.57

54
Annamaria Tresca, GI 17.5.2001; Luciano Pizzoli, cfr. nota 34.
55
La difusión de esta narración me fue confirmada por Lidia Piccioni, quien la había escuchado varias veces
en el curso de sus investigaciones en el barrio.
56
Cit. en Laura J. Rediehs, “Evil”, en Joan Collins and Ross Glover (eds.), Collateral Language. A User’s
Guide to America’s New War, New York y London, New York University Press, 2002, p. 71. En unas
declaraciones del 11 de noviembre de 2001, también Osama bin Laden hizo la misma distinción entre objetivos
y víctimas colaterales: “Los ataques del 11 de septiembre no estaban dirigidos a las mujeres y a los niños. Los
verdaderos objetivos eran los iconos del poder militar y económico de los Estados Unidos”
(<http://www.theguardian.com/world/2001/nov/11/terrorism.afghanistan1>, cit. en Andrew D. Van Alstyne,
“Freedom”, en Collins y Glover, Collateral Language, p. 83).
57
Giovanni Sale S. I., “I dubbi sulla guerra aerea nella seconda guerra mondiale”, Civiltà Cattolica, 9.3.2005.
El Padre Sale concluye que “tal modalidad de conducir la guerra aérea es también hoy en día condenado, como
lo era en el pasado, desde la conciencia cristiana: esta aparece bajo todos los puntos de vista inaceptable porque
no es proporcionada con ‘el mal concreto’ que en aquel momento se quiere evitar”.
Aquí está el dilema: el bombardeo de objetivos militares se considera legítimo; el asesinato
de civiles es siempre ilegítimo. ¿Las consecuencias ilegítimas (pero perfectamente
planeadas) se convierten en aceptables si descienden de un acto considerado legítimo?, o bien
¿el bombardeo se vuelve moralmente problemático cuando se sabe de antemano que
implicará el asesinato de civiles? ¿Las muertes de civiles están, quizás, dentro de los
objetivos militares como la “gota de sangre” está a la “libra de carne”?58

Más de un narrador está dispuesto a conceder el beneficio de la duda, reconociendo que los
efectos sobre los civiles pueden ser “daños colaterales” causados por errores no
intencionales; pero el juicio pasa de la culpa al dolo cuando se considera otra modalidad de
la guerra aérea, el ametrallamiento dirigido a baja altura sobre la gente en las calles. 59 La
partisana Lucia Ottobrini, quien colaboraba con los Aliados, recuerda los ametrallamientos
aliados sobre las calles alrededor de Roma, donde ella y sus compañeros combatían contra
los alemanes: “No les tenía miedo [pero] los odiaba, porque ametrallaban a la gente, a los
pobres desgraciados que iban caminando, esto no lo consideraba justo”.60 Nuevamente
Alberto Sergenti: “cuando llegaron a bombardear Roma ametrallaron a la gente por la calle,
en plaza Prenestino la gente corría y a algunos les dieron y a otros no. También en la guerra,
cuando te mandan al ataque no te mandan con los sentimientos, te mandan medio ebrio, y así
comprendes poco. También los nuestros eran así, ¿sabías?”.

Giuseppe Bolgia: Hacia el mediodía, a la una, comenzaron las ráfagas sobre el barrio, con
metrallas y bombas. Yo estaba jugando en la calle, era verano, mi mamá estaba en la casa con
papá, que se estaba afeitando. Papá era trabajador del ferrocarril y se estaba afeitando. Mamá
salió de casa y comenzaron a ametrallar. Me tomó de la mano y atravesamos la plaza y así fue
como nos salvamos del ametrallamiento. Mi mamá salió después porque estaba ayudando a
una señora que acababa de dar a luz. Perdió esos preciosos minutos, un cuarto de hora, veinte
minutos, cuando justo las ráfagas ametrallaron, le dieron… Una prima mía dijo haber visto a
una señora tendida en el suelo, era mi madre. Nunca pudimos encontrar [su cadáver].

La madre de Giuseppe Bolgia fue asesinada en el ametrallamiento aliado de Largo Preneste;


su padre fue asesinado por los nazis en las Fosas Ardeatinas. “¿A quién culpo [por la muerte

58
Por su puesto, el concepto de “objetivo militar” y el acento exclusivo en las víctimas civiles son discutibles.
Algunos objetivos militares (por ejemplo, las plantas de tratamiento de agua) son necesarios también para la
supervivencia de la población civil. El acento exclusivo sobre las víctimas civiles nos hace olvidar que también
los soldados son víctimas, y la gran mayoría son involuntarias e inocentes (de lo contrario, ¿por qué tantos
monumentos a los caídos?).
59
Escribía el embajador británico a la Santa Sede, Sir D. Osborne, al War Cabinet aliado, el 16 de marzo de
1944, lamentando la muerte de la esposa de un diplomático neutral en un ametrallamiento: “un avión descendió
y empezó a ametrallar civiles por la calle… en vista de que solo había civiles, ni personal bélico, ni tráfico
militar. Estas técnicas de ataque no parecen compatibles con la intención que nosotros profesamos de
bombardear para interrumpir las comunicaciones enemigas, y aún menos con la reivindicación de dirigir una
cruzada por la salvación de Roma”: en Gentiloni y Carli, Bombardare Roma, óp. cit., p. 169. Los comandantes
respondieron negando que este tipo de episodios se hayan producido (íd., pp. 170-72).
60
Lucia Ottobrini (1924), partisana, 15.7.1997.
de mi madre]? Yo culpo a los americanos, eh, allí fueron los americanos, no los alemanes.
También ellos hicieron su parte”.61

8. Memoria dividida

“Porque ¿sabes lo que estaban haciendo en Porta Maggiore? Volaban y toda aquella gente…
luego fueron los salvadores, ¡oh, dios mío! Nos quitaron de las garras de los otros” (Silvana
Corona).62 Son pocos los narradores que logran como ella situar estas dos imágenes,
ametralladores y liberadores, dentro de una misma frase. En la mayoría de los casos un
aspecto prevalece sobre otro incluso hasta negarlo. La memoria de la liberación omite la
destrucción, o la atribuye a diferentes responsabilidades, o la trata como un precio inevitable
de la liberación: “no eran aclamados como liberadores aquellos que lanzaban las bombas; de
hecho, había quienes eran más favorables a los alemanes porque decían ‘estos por lo menos
nunca nos lanzaron bombas’”.63

Mirella Casanica: Dicen que muchas veces los americanos nos salvaron y todo eso –después,
porque en ese momento de la guerra, no sé si usted tenga experiencia de ello, pero fue en esa
plaza, luego la gente enloquecida por el terror escapaba de allá para acá, las fortezze volanti64
veían que la gente escapaba, no eran militares, por el contrario, descendían y ta-ta-ta y
bombardeaban–. Para ser sincera, yo no es que tenga mucha simpatía por los americanos.
Porque en mi mente, recuerdo a todas esas chicas festejando, yo no. Yo soy instintiva, nunca
los vi como liberadores. No era que habláramos mucho, ¿sabe?, pero causaron muchas muertes,
no es que ellos hayan acertado tanto, porque golpearon lugares que no tenían nada que ver.
Pero nunca los sentí a ellos como los liberadores.65

La afortunada fórmula de la “memoria dividida” 66 se refiere habitualmente a una división


entre memorias separadas o antagonistas en diferentes temas. Pero existe una división mucho
más dramática y profunda en la memoria, que tiene que ver con una memoria lacerada dentro
de sí misma, una incompatible doble conciencia dentro de cada individuo, dentro de cada
grupo. Por ejemplo, el historiador Antonio Parisella habla en estos términos de los habitantes
de Cisterna, un pueblo a medio camino entre Anzio y Roma, “para los que la guerra consistió
en la destrucción total del pueblo por los bombardeos aliados, en la vida por 126 días en las

61
Giuseppe Bolgia (1931), empleado, Prenestino, 13.3.1998. También en Terni afloran sentimientos análogos:
“a la hora que las mujeres iban de compras al mercado, bombardearon Terni. Papá salió al mercado, a hacer las
compras. Me acuerdo, lo mataron allá, tirado en el suelo, fue repugnante” (Maggiorina Mattioli). Igualmente el
recuerdo de los bombardeos sobre la vía Nomentana, a más de un kilómetro de la vía férrea: “sí, fue aquí en la
calle Bodio… nosotros teníamos poca agua, en la calle Bodio había una fuente en donde a la hora del almuerzo
iban todos a sacar agua, nosotros teníamos una dependienta que iba y la sacaba, y ese día por casualidad no
funcionaba; murieron todas las que fueron a la fuente porque la bomba dio sobre la casa de [Virgilio] Gayda
[periodista fascista], y la fuente quedaba al lado de esta, murieron todas esas mujeres” (Caterina Pierantoni,
1915, 29.5.1998).
62
Silvana Corona (1921), funcionaria, ancianato, Pigneto, GI 26.6.2001.
63
Santino Cappanera (1933), obrero, Terni, 12.9.1979.
64
El Boeing B-17 Flying Fortress, más conocido como Fortezza Volanti [fortalezas voladoras], fue un avión
bombardero utilizado por la fuerza aérea americana en la campaña de bombardeo contra los alemanes en la
Segunda Guerra Mudial [N. de la T.].
65
Mirella Casanica (1929), ancianato Testaccio, GI 31.11.2000.
66
Giovanni Contini, La memoria divisa, Milano, Rizzoli, 1997.
grutas, desde el 19 de marzo de 1944, en la evacuación hacia los campos de refugiados que
para algunos duró hasta dos años”.

Aunque era claro –continua Parisella– que los alemanes eran ocupantes y opresores, me dijeron
que había sido difícil reconocer a los liberadores entre los aliados, es decir, entre los que habían
destruido su aldea y entre los que los habían privado de sus mínimas condiciones de vida, para
comprender plenamente el significado de los acontecimientos tuvieron que esperar hasta el
final de la guerra, el retorno al país, la gradual reconstrucción de sus casas y de sus actividades;
por un período más o menos largo se había producido una especie de “tierra de nadie” en sus
conciencias.67

“Tierra de nadie” es una buena metáfora para la ambivalencia y confusión de esta memoria.
Para dar cuenta de la propia experiencia, los habitantes de Cisterna debieron hacer un
inventario de sus memorias y de sus sentimientos, y separar los legítimos de los que era mejor
olvidar a la luz de la narrativa general. Con el fin de tener una memoria coherente, primero
tuvieron que mutilarla. Su memoria se convirtió en aceptable solo después de que la memoria
del resentimiento fuera relegada a la tierra de nadie, al mundo de lo vergonzoso y de lo
indecible.

Existen, obviamente, diversas razones por las cuales esta división de la memoria fue
codificada. La principal es el clima político de la posguerra: el antifascismo como prioridad
política de la izquierda por un lado y la Alianza Atlántica como una elección de campos de
fuerzas moderadas por el otro convergían en reiterar la responsabilidad del fascismo en los
desastres de la guerra y en subrayar la gratitud a los aliados. 68 En este sentido, cabe señalar
que en la Segunda Guerra Mundial la campaña de Italia también fue combatida en tierra,
como lo atestiguan los cementerios militares esparcidos por toda la península, con enormes
sacrificios de vidas también por parte de los liberadores. Después de todo, las fuerzas de
tierra fueron acogidas con gran entusiasmo por la población (no obstante, esta acogida generó
el peligroso mito revivido en el fin del milenio, según el cual, si bombardeas una población
oprimida, esta estará agradecida). Por último, tal vez por encima de todo, la mayoría de los
italianos eran conscientes de que nuestro país había estado del lado de los agresores durante
la guerra; aunque no recordaran ni supieran que fue Italia, justamente, la que inventó los
bombardeos aéreos durante la guerra de Libia o la que usó la guerra aérea en Etiopía, no
podían evitar recordar el entusiasmo que generó entre los mussolinianos los bombardeos de
Guernica y Coventry.

67
Antonio Parisella, Sopravvivere liberi. Riflessioni sulla storia della Resistenza a cinquant’anni dalla
liberazione, Roma, Gangemi, 1999, p. 38-9.
68
Un caso ejemplar de ello es la masacre de San Miniato, el 27 de julio de 1944: 55 personas murieron en la
iglesia, donde por orden alemana se había refugiado la población, golpeada por una granada. Las puertas de la
iglesia habían sido bloqueadas por los soldados alemanes; sin embargo, la bomba era americana. Por mucho
tiempo, en el contexto de una región herida por docenas de matanzas nazis, el relato que prevalecía era el que
atribuía las masacres a los alemanes. Cfr. Costanza Orlandi, “Rappresaglia o fatalità? La strage del Duomo di
San Miniato del 22 luglio 1944” y Alessio Petrizzo, “Il ‘discorso della strage’ tra verità storica e biografia
individuale. Il caso di San Miniato”, en Pietro Clemente y Fabio Dei (eds.), Poetiche e politiche del ricordo.
Memoria pubblica delle stragi nazifasciste in Toscana, Roma, Carocci, 2005, pp. 134-162 y 163-190; y
Leonardo Paggi (ed.), L’eccidio del duomo di San Miniato. La memoria e la ricerca storica (1944-2004),
Comune di San Miniato, 2004.
Sin embargo, incluso en los relatos de estas escenas de acogida, de entusiasmo y de novedad,
se insinúa una disonancia desagradable, inmediatamente escondida detrás de sombras:
“después de que entraron los americanos, las tropas de color lanzaban leche condensada y
chocolates. Luego sucedió que las tropas de color empezaron a abusar de las mujeres; esto
dejó en mí una idea: para mí, tal vez porque era una niña, todo fue una aventura”. Aquí el
problema no es el color de estas tropas, sino, como diría Ralph Ellison, la pupila de quien los
mira.69 Vamos a ver este aspecto.

9. El piloto negro

Volvamos al elemento más sorprendente y problemático del mito del piloto muerto de
aflicción: el hecho de que era negro.

Así como los pilotos desde lo alto no distinguen a las personas a las que sus bombas van a
golpear, del mismo modo los que están abajo no pueden distinguir la identidad de los pilotos.
Sin embargo, hay quienes distinguen el género y sostienen que eran mujeres y, más a
menudo, quienes afirman distinguir el color, que eran negros. Es claramente un detalle
imaginario, a pesar de que es verdad que pilotos afroamericanos formaron parte de las fuerzas
aéreas aliadas en Italia. 70

Goffredo Cappelletti: Fuimos hasta la plaza del Janículo, donde está el monumento de
Garibaldi, y comenzamos a ver el bombardeo. Se veían los racimos de bombas que venían
horizontalmente hacia abajo y que destellaban como el sol, unidas la una con la otra y caían
abajo como racimos. Un avión de combate voló bajito, casi a la altura [del monumento
ecuestre] de Garibaldi y se asomó el piloto, estaba tan bajo que los vimos, fue el primer negro
que yo vi en mi vida y le dije a los otros: “pero eso es un negro”. “No, debe ser la sombra del
aparato, no puede ser un negro. ¿Cómo puede ser negro? Es americano, no es para nada
africano. Los africanos son negros, los americanos son blancos”. Al menos nosotros lo
habíamos estudiado así, nosotros no sabíamos todo lo que había sucedido y que había negros
también en América.71

69
Nadia Bertini, cfr. nota 45; Ralph Ellison, Invisible Man (1952), Harmondsworth, Penguin Books, 1972, p. 7.
70
The Guardian, el 9 de julio de 2002, p. 18, da la noticia de la muerte del Tte. Gen. Benjamin Davis,
comandante del 332.º Fighter Group, una unidad de la aeronáutica americana compuesta exclusivamente por
afroamericanos que desarrolla, sobre todo, tareas de acompañamiento a los escuadrones de bombarderos en
misión sobre Italia y Alemania. Véase también Benjamin O. Davis, Jr., Benjamin O. Davis: American,
Washington, D. C., Smithsonian Institution, 1991; Charles Dryden, A-Train: Memoirs of a Tuskegee Airman,
University of Alabama Press, 1997; John Steward Sloan, Sr., Survival! A Purple Heart Tuskegee Airman,
London, Rutledge, 2000; Vivian R. Bournazian, “Explorations. Tuskegee Airmen”, Voice of America, en línea:
<http://learningenglish.voanews.com/content/a-23-a-2003-11-04-2-1-83114312/120974.html; Joseph P.
Gomer, “Honor Thy Father: A Tuskegee Airman”, en línea: <http://josephgomer.com/>.
71
Goffredo Cappelletti (1930), obrero de construcción, Donna Olimpia, 11.9.1997. En otro caso, la narradora
sostiene haber podido distinguir el sexo del piloto: “yo estaba haciendo la fila para el pescado en vía del Pigneto
y todo un dispositivo de aparatos pasaron bajo, muy bajo, y se veía a una mujer que lo dirigía. (Teresa Dappelo,
1923, dependienta, ancianato de Pigneto, GI 25.6.2001). Una mujer de 67 años, identificada solo como
“Mimina”, recuerda el bombardeo y ametrallamiento que dejó diez víctimas civiles en a Nardò (Lecce), sin que
Precisamente porque se trata de un relato imaginario, requiere un trabajo de interpretación.
A primera vista, atribuí la imagen del piloto negro a la creencia que ve a los negros más
similares a nosotros, más “humanos” y dotados de sentimientos. Esta interpretación está
confirmada por la variante según la cual el piloto era, por el contrario, ítalo-americano: en un
caso o en el otro, cualquier forma compartida de humanidad y de capacidad emocional habría
hecho a los pilotos dolorosamente conscientes de lo que estaban haciendo.

No obstante, pronto debí renunciar a esta benévola interpretación, o al menos integrarla con
otra. Aquellos eran los años 40, y el negro bestial estaba en la propaganda fascista y en los
textos escolares como la figura de todos aquellos extranjeros que estaban violando el sacro
suelo italiano, la cuna de la civilización. Pocos días después del bombardeo de San Lorenzo,
Il Messaggero afirmaba que el bombardeo había sido dirigido por un general “de purísima
raza judía”, para darle a la campaña “un particular significado anticristiano y antiromano”;
un volante difundido por la ciudad llevaba un artículo titulado “las tribus salvajes arrojadas
en contra de Roma”, en el cual se afirmaba que las unidades estaban formadas
“predominantemente por negros americanos… el corrompido presidente Roosevelt quiere,
para producir mayores cicatrices, mandar a sus peores hombres, los negros, las nuevas tribus
salvajes”.72

Por otra parte, a la memoria de los bombardeos se superpone la memoria, directa o indirecta,
de las violencias sexuales en masa perpetradas por soldados marroquíes que formaban parte
de las tropas aliadas en el Lacio meridional: incluso un narrador vinculado a la resistencia
antifascista no duda en decir que “los negros fueron, los de Monte Cassino quienes
violentaron a hombres y mujeres, sin respetar a nadie”.73 La transición desde “marroquíes” a
“africanos”, a “negros” y a “extranjeros” termina por involucrar a todas las tropas aliadas y,
sobre todo, a confundir a los aliados y los alemanes en un solo, “negro” recuerdo: “No,
marroquíes no había, eran negros, eran los compañeros que llegaron con ellos. Los
americanos quizás no, los blancos americanos; eran toda esta gente de color, eran escoceses,
se emborrachaban y ni te cuento”. 74

Incalza: ¿A quién viste primero, a los negros o a los blancos?


Pasqualini: Mezclados, los alemanes lo que hicieron. Tuve que meter las almohadas
debajo de mi ropa para que pareciera una panza o de lo contrario nos mataban, nos
robaron todo lo que teníamos los alemanes: gallinas, ganado, aceite, tomaban todo lo
que podían de la casa y luego dentro de la casa, sobre las camas, por todas partes
hacían las porquerías.
Incalza: ¿Los marroquíes?
Pasqualini: Todo era negrura, era una mixtura.

nadie haya explicado el motivo, el 23 de julio de 1943. Y afirma: “algunos decían que los pilotos eran mujeres”
(Nardò, 23 luglio 1943, CD-ROM a cargo del Comune di Nardò, 2003).
72
Cit. en De Simone, Venti angeli sopra Roma, óp. cit., pp. 266-67.
73
Tito Proietti (1933), empleado, Villa Certosa, GI 28.5.2002; sobre la guerra en la región de Cassinate, cfr.
Tommaso Baris, “La memoria plurale dell’esperienza bellica in Ciociaria. L’uso delle fonti orali nell’indagine
storiografica”, Annale Irsifar, 2000, pp. 93-125.
74
Angela Borzetti (1921), ama de casa, ancianato de Pigneto, GI 25.6.2001.
Estos relatos sugieren otra interpretación menos reconfortante que el mito del piloto negro:
enviaron salvajes a bombardearnos.

Esta lectura no es necesariamente incompatible con la otra: una cultura siempre es bastante
amplia y complicada para tener espacio para las dos. Sin embargo, está destinada a cuestionar
la idea romántica de que el punto de vista desde abajo siempre sea el más preciso y que la
narración de las víctimas sea por fuerza más pura y más noble (no obstante: ambos pilotos
entran en crisis en el momento en el que tocan de nuevo tierra, es decir, en el momento en
que regresan a formar parte de la humanidad que se encuentra abajo). En este caso, la
narración de resentimiento, alimentada por las memorias traumáticas, termina por
contaminarse, por un lado, con el prejuicio racial todavía endémico en la cultura italiana y,
por el otro, con el mensaje incorporado desde arriba por la propaganda y por la enseñanza
fascista.

Diría, más bien, que esta contaminación se facilita, precisamente, por la exclusión de estos
estados de ánimo del relato posbélico recibido y legitimado. Es como un proceso cíclico: lo
innominable del resentimiento se aparta hacia zonas más indecibles de la conciencia y de la
memoria; y el hecho de que desde el principio se lo haya apropiado el régimen fascista lo
hace aún más culpable e inexpresable. De hecho, un problema de la memoria de los
bombardeos consiste precisamente en el hecho de que la narración de resentimiento fue no
solo apropiada por el discurso del régimen durante la guerra, 75 sino posteriormente entregada
a la memoria de la derecha de posguerra: como escribía Leonardo Paggi, “la agitación de las
víctimas de los bombardeos es [en la inmediata posguerra] una prerrogativa exclusiva de los
herederos de la República Social, empeñados en equilibrar la memoria de los cientos de
masacres en las que las divisiones de Salò se formaron y confundieron con las de la
Wehrmacht o de las SS”.76

Como en otros casos, la eliminación de un contenido escabroso no sirve para hacerlo


desaparecer, sino para contaminarlo, para infectarlo: quien critica los bombardeos en Irak o
en Afganistán pasa a ser cómplice de Saddam Hussein o de Osama bin Laden, del mismo
modo que quien dice que los bombardeos de los aliados mataron más personas que los

75
Véanse las comunicaciones del embajador Osborne, en Gentiloni y Carli, Bombardare Roma, óp. cit., p. 159,
ss. y passim.
76
Leonardo Paggi, “Storia di una memoria antifascista”, en L. Paggi (ed.), Stragi tedesche e bombardamenti
alleati. L’esperienza della guerra e la nuova democrazia a San Miniato (Pisa). La memoria e la ricerca storica,
Roma, Carocci, 2005, pp. 11-30. Véase cómo el relato de los bombardeos se convierte en una historia de
solidaridad fascista en la memoria de un adolescente de hoy: “[en familia] me hablaron mucho de la obra fascista
en los enfrentamientos de, de varias, de varias familias que vivían en casas bombardeadas, de los refugios de
los fascistas, de aquellas personas que creían firmemente en el fascismo, personas que daban asistencia moral
y también económica, tanto es así que el almuerzo y la cena eran prácticamente gratuitos, la dormida era
gratuita, los mismo vestidos eran gratuitos; las verdaderas familias fascistas, las de verdad, las que creían, daban
todo tipo de artículos de primera necesidad a las familias de sus propios compatriotas” (Daniele Limpido, 1982,
estudiante, Roma, Tiburtino, 17.2.1998). Con ocasión del 25 de abril de 2005, aniversario de la liberación, sobre
las paredes de Roma aparecieron manifiestos de un grupo de extrema derecha que mantenían la memoria de los
bombardeos en antagonismo con la de la liberación.
alemanes se arriesga a la acusación de ser considerado revisionista y, por tanto, a ser
registrado como tal.77

10. La carretilla roja

En cierta ocasión, en un cóctel, se me ocurrió hablar del bombardeo de [Dresde] a un profesor


de la Universidad de Chicago. Él era miembro de una cosa llamada Comité del Pensamiento
Social. Y me habló de los campos de concentración, y de cómo los alemanes habían hecho
jabón y velas con la grasa de los judíos muertos… etc.
Todo lo que pude decir fue: Lo sé, lo sé, lo sé.78

Una vez más, Kurt Vonnegut nos ayuda –esta vez, sin quererlo– a percibir la ambigüedad del
relato de la víctima y de la memoria histórica. En Matadero 5, acompaña su memoria del
bombardeo a Dresde (narrado a través del personaje Billy Pilgrim) con citas de fuentes
historiográficas. Una de estas es un apartado de “The Destruction of Dresden, de un inglés
llamado David Irving”. Kurt Vonnegut no podía saber que David Irving, en aquel momento
todavía considerado por muchos como un historiador respetable, se estaba convirtiendo en el
más virulento portavoz de las teorías negacionistas de la Shoah. De hecho, en el libro citado
por Vonnegut ya se inflaba desmesuradamente el número de víctimas del bombardeo de
Dresde, con el fin de equipararlo con la Shoah. 79

Por lo tanto, aquel nombre en este libro, en la actualidad, no puede provocar más que mixed
feelings: ¿qué relación existe ente el “yo estuve allí” en Dresde de Billy Pilgrim y la negación
de la Shoah por parte de Irving, justamente a partir de Dresde? Y, por otra parte, ¿cuál es la
relación entre la memoria de la Shoah y el rápido cambio de argumento por parte del profesor
de Chicago apenas Billy menciona a Dresde? ¿Es posible que no se puedan considerar ambas
y cada una en sus dimensiones? Es como si la mirada de una atrocidad impidiera aceptar la
existencia de otra: Irving excluye la Shoah del relato de Dresde como Dresde es excluido de
la historia oficial del profesor Rumfoord y de la conversación del profesor de Chicago.

Sin embargo, no es necesario negar la Shoah y las Fosas Ardeatinas para reconocer a
Hiroshima, a Dresde o a las masacres cometidas por los partisanos yugoslavos en la frontera
norte-oriental –y ni siquiera equipararlas o ajustarlas a la lógica que pretende que todos sean
igualmente culpables o todos igualmente inocentes–. Estas estrategias de exclusión revelan,
ante todo, el maniqueísmo implícito en las narraciones de guerra –sobre todo en la
denominada good war, la buena y justa guerra de 1939-1945–80 y la urgencia moral de

77
Gabriella Gribaudi cita el caso de Capua: “las víctimas de los alemanes son cerca de 40 –son diferentes
episodios, no hay un solo caso de represalia–; pero descubrimos que los americanos, el 9 de septiembre, en
pocos instantes ¡dejaron 1067 muertos! ¿Qué significa esto? Siempre hemos callado los bombardeos porque no
se deben disminuir las atrocidades nazis”. Aún más dramático, como lo recuerda Gribaudi, es el caso de las
violaciones de la guerra, ya que fueron hechas por los aliados, los ‘liberadores’; no se habla de ellas”: G. Contini,
G. Gribaudi, P. Pezzino, “Revisionismo e ortodossia. Resistenza e guerra in Italia 1943-45”, Quaderni storici,
vol. 37, nro. 111 (3), 2002, pp. 786-821.
78
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5, óp. cit., p. 7-8.
79
Richard J. Evans, Negare le atrocità di Hitler. Processare Irving e i negazionisti, Roma, Sapere 2000, 2003;
Telling Lies About Hitler. The Holocaust, History, and the Irving Trial, London, Verso, 2002.
80
El término good war forma parte del discurso público sobre la Segunda Guerra Mundial en los Estados
Unidos. En una nota del libro titulado The “Good War”, Studs Terkel explica: “se trata de una expresión que
instituir una nítida separación entre buenos y malos, culpables y víctimas. Es casi imposible
concebir que también los culpables pueden ser víctimas y que los liberadores también pueden
perpetrar atrocidades. Este rechazo de la complejidad ha sustentado las expectativas de
Occidente aun en las guerras en Irak, Kosovo y Afganistán. 81

Lunes 1 de julio de 2002, aviones americanos bombardearon en una fiesta de bodas en la


provincia de Oruzgun en Afganistán, matando a treinta personas e hiriendo a muchas otras,
en tres aldeas distintas y separadas unas de otras. Un corresponsal del Washington Post
escribe:

Ha sido el peor caso de víctimas civiles, y el segundo episodio de este tipo en Oruzgun, donde
las fuerzas especiales americanas han asesinado a veintiún habitantes de las aldeas desde la
incursión del 23 de enero…
El episodio, que fue ampliamente difundido en la prensa de lengua afgana, ha indignado y
molestado a muchos habitantes de esta vivaz ciudad Pashtun… algunos se preguntan por qué
las fuerzas americanas, que tienen armas y métodos operativos tan sofisticados, no pueden
ser más precisos cuando eligen y atacan a sus objetivos.
“Nos han dicho que esta es una guerra de computador, y hemos visto en la televisión que los
aviones americanos son capaces de individuar los objetos a 4 milímetros del suelo”, dijo
Ahmed Jawad, un médico del Mirwais Hospital. “¿Cómo hacen para confundir una fiesta de
bodas con un acto de guerra?”.82

La Repubblica en aquellos días publicó las fotografías de dos mujeres de las aldeas afectadas.
Ninguna de las dos llevaba el burka, símbolo de la opresión talibana. Ambas yacían heridas
en camas de hospital y las dos tuvieron familiares entre los muertos. También ellas eran
“víctimas inocentes de las bombas liberadoras”; no se sabe qué historia relatarán –gratitud
por el fin de la burka o resentimiento por la destrucción de su aldea– si alguien se toma la
molestia de preguntarles.83

Por último: escuchar las historias orales nos puede ayudar también a comprender mejor los
versos de William Carlos Williams. ¿Qué cosa, exactamente, depende de la carretilla roja y
por qué? Pienso que William Carlos Williams habla aquí de nuestros ojos, de nuestra

fue usada a menudo por hombres de mi […] generación para distinguir aquella guerra de otras, declaradas y no
declaradas. La pongo entre comillas no por capricho o como juicio editorial, sino porque el término “buena” al
lado de “guerra” es, de por sí, incongruente”.
81
Otro recurso retórico es el argumento defensivo que diluye todas las atrocidades en un genérico horror y en
una culpa universal en la que todos son culpables, por lo que no es culpable nadie. Asimismo, Gabriella
Gribaudi, “Revisionismo e ortodossia”, óp. cit.: “De esta forma se defendieron los nazis en los procesos de
Núremberg: contraponiendo las víctimas de los bombardeos a las de los campos”. Me encuentro frente a la
misma lógica cada vez que entro en debate con exponentes de derecha: Las Fosas Ardeatinas, Sant’Anna di
Stazzema o Marzabotto se anulan con la masacre de las Foibe; Auschwitz y Buchenwald se anulan con los
Gulags, y así sucesivamente.
82
Pamela Constable, “At wedding, the bombs came. Afghan victims question U.S. ‘computerized war’”, The
International Herald Tribune, 4.7.2002, pp. 1, 4. El número de víctimas está entre 48 (The International Herald
Tribune, 14.7.2002) y 54 muertos, y 120 heridos (David Corn, “Accountability Ignored in Kakrak Errant
Bombing”, AlterNet, 11.7.2002).
83
El tema de las víctimas civiles en Afganistán regresa a la primera página en el verano de 2007, después de
repetirse las masacres que, según la Comisión independiente para los derechos del hombre, superaron desde el
inicio del año a las 300 víctimas. Extraordinaria la reacción del ministro de Defensa del gobierno italiano:
“aprendemos a atinar o nos abstenemos”, La Repubblica, 2.7.2007.
capacidad de ver el mundo. Y creo que habla del hecho de que la capacidad de ver el mundo
comienza por los detalles aparentemente insignificantes y llenos de significado. Todo
depende de una carretilla roja bajo la lluvia o de un autobús rojo sobre un puente en Kosovo,
de doscientos cincuenta ovejas en Irak, de una fiesta de bodas en Afganistán o de un caballo
desgarrado en vía Prenestina. Solo si fuéramos capaces de verlos.
CAPÍTULO 10
La bomba de Turín: recordar para olvidar 1

1. Colores y sabores
Quisiera pensar en algunas dimensiones contradictorias del recuerdo y del olvido en la
memoria de la guerra, de la Resistencia y de la Liberación, con dos momentos cruciales: los
años de la inmediata posguerra, en los que la memoria empieza de manera fatigosa y
conflictiva a tomar forma, y la situación contemporánea, en la que un nuevo enfoque en la
memoria pone de relieve otras contradicciones y conflictos.
Partiré de relatos de personas comunes que hacen hincapié en la diferencia y en el quiebre
causado por la Liberación y por el fin de la guerra. Antes que un hecho político, la liberación
es un hecho físico, sensual: es una liberación de los sentidos, está relacionada con el aire, con
la comida, con los colores, con la forma de los cuerpos. Así, Umberto Turco, quien fuera el
escenógrafo de Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini, nos da, gracias a su mirada de
hombre de cine, el color de la ciudad ocupada:
Roma, en aquellos días, era lívida; era otra Roma… en donde desentonaba el uniforme de las
SS o del siervo fascista que les lame las botas, ¿me entiendes? Desentonaba, porque todo lo
demás era gris y de una tristeza que se expresaba en la atmósfera; se respiraba, simplemente
parecía… parecía que el aire mismo estuviera empapado de tristeza, ¿comprendes…? Era una
Roma que sufría, muerta de hambre, donde podías ver a la gente huyendo, delgada, triste, ¿me
entiendes? Y los edificios habían adquirido… parecía que no hubiera luz, pero… yo te lo digo,
no como una sensación de hoy, sino como una sensación que sentí entonces… Luego Roma
permaneció así, por todo el período de la ocupación: una ciudad triste. Y las campanas nunca
tuvieron ese sonido.2
“Podías ver a la gente huyendo, delgada, triste”, dice Umberto Turco. El segundo relato
comienza a partir de los cuerpos marcados por el hambre y por la represión: como Turco
parte de los colores, Virginia Calanca –pastelera de Trastevere– parte de los sabores. El fin
de la guerra marca un repentino pasaje de la penuria al exceso: comer no significa
simplemente salir del hambre, significa también salir de la represión de la cual la delgadez
no es solo la consecuencia, sino también el símbolo.
Aquel era el período de la guerra; se hacía el castagnaccio, la vegetina; 3 se usaba lo que había
en el momento, los higos secos, los lupinos –en lugar de las almendras–. Después, apenas
terminó la guerra, en el período de los años 46, 45, la gente estaba, ¿qué puedo decir?,
demacrada, necesitaba grasa; entonces se hacía, se le llamaba la bomba de Turín: un postre que
es un cañonazo de grasa. Se hacía con manteca de coco, huevo y licor Strega, era delicioso.
Pero se vendía ese postre, usted no tiene idea de cuánto, por toneladas, la bomba de Turín –la
misma palabra, bomba; hoy nadie se lo comería así se lo regalaran–. Pero en aquel tiempo todos

1
Presentado en ocasión de la conmemoración del 60.º aniversario de la Liberación, promovido por el Istituto
Nazionale per la Storia del Movimento della Liberazione in Italia, Roma, Campidoglio, 3 de abril de 2005.
2
Umberto Turco (1928), escenógrafo, Roma, 12.11.1997.
3
El castagnaccio es una masa aplanada de harina de castaña, con piñones, uvas pasas y romero, cocida al horno;
la vegetina era un subrogado autárquico del café difundido por la política económica del régimen fascista en
los años 30 y en tiempo de guerra [N. de la T.].
comían estos grandes pasteles de grasa, porque en el fondo era manteca.4
Los colores y los sabores se combinan en el relato de Laura Grifoni, quien entonces era una
niña: es como si los sabores tuvieran un color, el color de la ciudad lívida de la cual habla
Umberto Turco: “el sabor del pan, el pan era gris… la cáscara de papa parecía pegamento
marrón oscuro… sin embargo se comía…”. Y luego, después de la guerra, los paquetes de la
UNRRA,5 “la harina de huevo con la que se hacían tortillas maravillosas… y la cosa más rica
de todas, la leche condensada, la goma de mascar, el azúcar. Hasta entonces yo nunca había
comido dulces; recuerdo el castagnaccio que comíamos durante la guerra”.6
2. Mecanismos de la memoria
En un famoso texto, los semióticos rusos Jurij M. Lotman y Boris A. Uspensky escriben: “la
cultura está, por su esencia, dirigida en contra del olvido: esta vence al olvido
transformándolo en uno de los mecanismos de la memoria”. El olvido da forma a la memoria
de dos maneras: por un lado, la memoria social no puede contenerlo todo, por lo tanto,
requiere la eliminación de algunas memorias para hacerle lugar a otras; por otro lado, la
“incompatibilidad” entre algunas memorias hace necesaria una selección, una manipulación
para tratar de armonizarlas. Ciertas cosas no se pueden recordar porque entran en conflicto
con otras.7
El esquema de Lotman y Uspenskij se basa en una dicotomía: por una parte, lo que se
recuerda y, por la otra, lo que se olvida: sin embargo, la memoria de la guerra, de la
Liberación y de la posguerra complica las cosas. Las memorias de la guerra, de hecho, son
demasiado cruciales para ser olvidadas, pero también demasiado dramáticas y conflictivas
para ser recordadas; son un punto de referencia para la memoria social y personal, pero
interrumpen con sus contradicciones la construcción de una memoria pacificada. Memoria y
olvido, entonces, no se ubican en textos contrapuestos, sino dentro de los mismos textos,
dentro de las mismas narraciones.
Nos enfrentamos así con una memoria que podemos definir como oximorónica: una memoria
en la que lo que se recuerda y lo que se olvida no están separados o distinguidos, sino más
bien el acto de recordar y el de olvidar son el uno función y soporte del otro en un mismo
texto. Recordar puede convertirse en una forma de olvido, y dentro del olvido puede anidarse
la irreprimible memoria.
3. Recordar negando
Volvamos al relato de Virginia Calanca sobre la bomba de Turín: “la misma palabra, bomba”,
dice; y agrega: la bomba de Turín era “un cañonazo”. Aún no se ha apagado el eco de las
bombas, de los bombardeos y de las balaceras, y ya la “misma palabra” ha cambiado de
connotación; de lo literal se ha convertido en metafórica. La guerra ha terminado, se
comienza a vivir de nuevo y a disfrutar, la bomba no significa más muerte y peligro, sino
abundancia y potencia –una transición rápida y traumática, de la penuria al exceso–.

4
Virginia Calanca (1925), pastelera, Roma, 26.4.1998.
5
Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación.
6
Laura Grifoni (1940), docente, entrevista Stefania Raspini, 27.3.2001
7
Ju. M. Lotman y B. A. Uspenskij, “Il meccanismo semiotico della cultura”, en Tipologia della cultura, Milano,
Bompiani, 1973, p. 47.
Tomemos otro ejemplo –esta vez de Terni–. Habla Augusto Cuppini, obrero de las acerías y
músico en salones de baile.
Después de la guerra, todos estábamos enloquecidos, ¿no? Todos a bailar, todos haciendo
redondas en lugar de construir edificios, nos enloquecimos todos. Yo también me enloquecí,
porque iba a tocar… mujeres, muchachos –un caos–. Y entonces, digo, aquí vamos a terminar
mal otra vez: porque fue, después de la liberación, fue un trauma, en conclusión, nos vimos
justamente… entonces, oh, finalmente.8
Una vez más, el vehículo de la metáfora es el cuerpo; también aquí, el tema es el súbito pasaje
de la desesperación al exceso; y también aquí, en la euforia, en lo que el narrador llama
“enloquecimiento”, se filtra un lado oscuro: “Después de la liberación fue un trauma”, afirma
Cuppini; y agrega: “una carnicería” –una expresión metafórica de desorden e irregularidad,
pero también la palabra, en sentido concreto y literal, se usa para relatar los bombardeos–.
Con otra metáfora explosiva, otro narrador obrero de Terni visualiza el contraste: “tal vez,
justo allí en medio de los escombros, donde se hallaban los cadáveres, se dio el boom de la
música, del baile”. 9
Es una figura extraordinaria por su ambigüedad. Es una figura del triunfo de la vida sobre la
muerte (“oh, finalmente”); pero también es una metáfora del desplazamiento que relega la
presencia negada de la muerte en los estratos sepultos de la memoria. Para poder vivir de
nuevo es necesario desplazar la muerte; no se puede afrontar el futuro llevándose consigo el
pasado como una obsesión. Pero en esta remoción queda un trazo, un sentido inarticulado de
culpa. También por esto, aquellos que llevan la muerte consigo, en las ropas o en los ojos, se
enfrentan a una barrera de negación, de indiferencia y de rechazo de la escucha.
Es en primer lugar la experiencia de aquellos que regresan de los campos de exterminio:
“había mucha gente, también entre nosotros mismos los judíos –recuerda Piero Terracina–,
que no querían, no querían escuchar. Luego se dio este regreso al interés, a querer conocer,
etcétera. [Pero] diría que esto aquí fue [después de] diez años, más o menos”.10 Como ha
señalado Enzo Collotti, esta es también la experiencia de los ex presos militares y de los
prófugos de Istria, envueltos por un silencio que no es solo ideológico: “la Italia de posguerra
no solo fue sorda a su dolor”, escribe Collotti; “La historia de la sociedad italiana después
del fascismo no solo se hizo desde el silencio (real o supuesto) sobre las Foibe, se construyó
de muchos silencios y de muchas remociones”.11

8
Augusto Cuppini (1911), obrero, músico, Terni, 30.12.1980.
9
Ambrogio Filipponi (1930), geómetra, Terni, 11.5.1979. Sobre el uso del término “carnicería”, cfr. el
capítulo 9. Por ejemplo: “sucedió que acá todo era una carnicería. Todos muertos, hija mía, de vía Fanfulla a
Lodi era un desastre, todo por el suelo, el miedo; no se podía pasar porque debías pasar sobre los muertos”
(Diana Pasqualini, 1925, Roma Pigneto, 25.6.2001, entrevista. Giusy Incalza); “era la imagen, la secuencia, de
aquella carnicería en la que metí mis manos hasta un cuarto de hora antes, tratando de curar a los heridos en el
hospital” (Rosario Bentivegna, 1922, médico, partisano, Roma, 11.9.1998). También en el uso de “carnicería”
vemos el pasaje de un uso referencial a uno metafórico.
10
Piero Terracina (1928), gerente ejecutivo, exdeportado a Auschwitz, Roma, 8.2.1998.
11
Enzo Collotti, “Alle radici dell’odio tragedie incomparabili sull’orlo di una foiba”, Il Manifesto, 10.2.2005.
Las foibe son simas o dolinas en los montes de los Alpes orientales, en donde los partisanos yugoslavos echaron
los cadáveres de italianos víctimas de masacres políticas en los años de la Segunda Guerra Mundial. Véase
Gianni Oliva, Foibe, Milán, Mondadori, 2003.
Ahora, el rechazo de la escucha es lo contrario del olvido: es un exorcismo en contra de una
memoria que no se puede enfrentar, pero que no se puede eliminar. Aun así, los
desplazamientos pueden vestir los trajes del recuerdo: en este sentido, la leyenda
antipartisana que insiste en atribuir a los partisanos la culpa de la masacre de las Fosas
Ardeatinas es también el producto de la discrepancia entre un acontecimiento de guerra y su
memoria en un tiempo de paz.
Toda Roma parece identificarse con las víctimas de las Fosas Ardeatinas; pero frente a la
presencia concreta de los portadores del luto, la ciudad mira hacia otro lado y exorciza la
memoria. Relata Ada Pignotti, quien tenía 23 años y estaba casada hacía solo seis meses
cuando fue asesinado su marido: “En la época cuando, después de que sucedió el hecho, en
el 44, no se hablaba justamente de eso; no se podía hablar. Yo trabajé por cuarenta años,
incluso en mi oficina, a veces, cuando me preguntaban alguna cosa, no les decía nada. ‘¿Por
qué?’ –te lo decían con [desafío] entonces–, y la culpa es de los que pusieron la bomba”.
Lúcidamente, Ada Pignotti explica la leyenda negra antipartisana de vía Rasella con algo
mucho más profundo que la ideología: la búsqueda de la culpa es una forma de cambiar el
discurso, para no mirar a la cara la materialidad personal de la masacre y transferirla al plano
más abstracto del juicio político, donde no se confronta con la presencia de los ofendidos.
Así, Ada Pignotti y sus compañeras de dolor se encuentran delante de una memoria que,
rechazando reconocer su pérdida, exorciza la masacre en el mismo acto de recordarla. 12
La estrategia exorcística que consiste en cambiar el discurso es también mencionada en un
episodio relatado por Gabriella Polli, quien tenía pocos meses de nacida cuando fue asesinado
su padre en las Fosas Ardeatinas:13
No sé si una colega del hospital o una que vivía por allí… después que papá murió, mi madre
decía que le habían dicho a esta: “y pensar que todas las veces que fui a buscar a mi marido,
cuando iba allá a Regina Coeli, entraba en aquel largo corredor, aquellas rejas me daban
impresión”. [Y ella le contestó] “eh, ¿no estás contenta? Quiere decir que eres romana, has
hecho las tres escaleras”.14 Mi madre decía: “esas tres escaleras las hice con la lengua por el
suelo, doblada en dos, porque solo de pensar que tenía que entrar allá me ponía mal, de ver a
mi marido dentro de una celda”. La crueldad de la gente dónde llegaba –al decir, piensa, no
estás contenta, quiere decir que eres romana…–. Mira que son cosas que te hacen sentir mal,
son cosas que no sé cómo usted habría reaccionado, yo la habría matado; y mi madre se hizo
débil, mi madre en aquel momento parecía una ovejita. Mira, realmente no era más aquella
mujer fuerte que yo veía. De hecho, yo le decía “¿pero tú que le respondiste, eh?”. “Pero ¿Qué
le debía decir? Yo estaba muy mal”.
Tal vez el episodio más emblemático relatado por Gabriella Polli es una historia acerca de su
madre, en la que la aparición del respeto y de la simpatía por el luto disfraza el rechazo a la
mirada, a la presencia misma de estos portadores de la memoria de la muerte. 15
Mi madre iba a la panadería a hacer las compras. Una vez, para hacer las compras, debía hacer

12
Ada Pignotti (1920), empleada, 23.2.1998; en Alessandro Portelli, L’ordine è già stato eseguito. Roma, le
Fosse Ardeatine, la memoria, Roma, Donzelli, 1999, p. 14.
13
Gabriella Polli (1943), empleada, Alatri (Frosinone), 18.5.1998.
14
Alude a la copla popular que dice “en la cárcel de Regina Coeli hay un peldaño / quien no lo sube no es
romano”.
15
No es casualidad que esta sea la escena que Ascanio Celestini eligió para el final de su Radio Clandestina, el
monólogo dramático sobre la memoria de las Fosas Ardeatinas.
fila, había un gran alboroto; mamá salió y regresó de inmediato. Dijo “¿viste que rápido lo
hice? Apenas me vieron, el señor Tommaso, me vio y me dijo ‘venga, señora Polli, la atiendo
ya’”. ¿Sabes por qué? Porque no la querían adentro del negocio, porque era la esposa de un
caído, de un antifascista. Así que mi abuela le dijo: “no has entendido nada, agradece a Dios
que te dieron el pan, de lo contrario ese desgraciado no te daba ni el pan”. No la querían adentro
del local, era incómodo. Cuando mi mamá lo comprendió se echó a llorar, no quería más ir a
hacer las compras.
4. Después de la guerra, otra guerra
Como lo ha señalado Claudio Pavone, el fin de la guerra y la caída del fascismo plantearon
la cuestión de la continuidad del Estado: ¿la república democrática era el mismo Estado que
la monarquía fascista o era una realidad distinta?16 El dilema entre ruptura y continuidad no
solo se aplica a nivel institucional; de cierta forma, la estructura misma de la memoria es la
que necesita de cambios y rupturas para dar cuenta del trascurso del tiempo, como también
de cambios osmóticos de largo plazo y de permanencias que aseguren la unidad del sujeto
que recuerda. Por lo tanto, si bien la liberación de los sentidos y de los colores de la cual
hablan Turco, Calanca y Grifoni es válida hasta cierto punto, no vale para todos. Para muchos
romanos el fin de la guerra implicó más bien una continuidad aún más intolerable que las
expectativas de cambio. Tomemos este diálogo de tres hermanas comunistas de Val Melaina,
hijas de un confinado y perseguido político:
Portelli: ¿Y luego, después de la guerra?
Liliana Menichetti: Volvió otra guerra.
Portelli: ¿Por qué?
Marisa Menichetti: Eh, fue necesario mucho tiempo antes de que esta cosa… porque el
hambre, la privación fue mucha, mucha por otros tres años. Y después cohabitaciones, todos
amontonados, dos-tres familias dentro de una habitación y cocina. Mira, nosotros vimos morir
de hambre literalmente, ¿no? Aparte de nuestro primito y esa chica que vivía en [el mismo
edificio], ¿te acuerdas, Rossana?, una bella muchacha, murió de hambre. Una tuberculosis,
había tanta. Por no hablar de las enfermedades infecciosas como la sarna.
Anna Menichetti: Y luego una sensación de frío adentro y afuera… yo esta cosa la recuerdo
porque físicamente lo sufrí mucho; sin mantas, sin abrigos, con lo que tenías ibas a la
escuela… los zapatos rotos, los zapatos de otros, de hombre… entonces, repito, esta sensación
de tanto frío y de ausencia de tantas cosas… de los momentos de hielo adentro, afuera, una
pobreza de verdad increíble que no lograba explicar ni siquiera a ti misma porque eras chica,
¿comprendes? Pero no preguntaba a nadie; porque nadie te respondía; lo que viviera y eso
era. Por ello te encontrabas delgada; llena de plagas porque, falta de vitaminas, desnutrición…
[Mi hermana] no lograba desarrollar… de hecho su primer ciclo lo tuvo a los 14 años…17

Existe un nivel de experiencia en el cual el fin de la guerra no marcó una diferencia clara: la
pobreza, el hambre, el frío, el hacinamiento, la delgadez y la represión continúan. Después
de la guerra, hay otra: “Sí, sí, te dije que fueron necesarios cuatro-cinco años antes de que
pudieras decir, de hecho, ‘ahora puedo comer’” (Marisa Menichetti). No obstante, ha habido
un cambio; si ciertas condiciones materiales siguen siendo iguales, lo que cambia es la
reacción subjetiva: el sufrimiento que parecía inevitable con la opresión política del fascismo

16
Claudio Pavone, Alle origini della Repubblica. Scritti su fascismo, antifascismo e continuità dello stato,
Turín, Bollati Boringhieri, 1995.
17
Liliana, Marisa y Rossana Menichetti (1938, 1932, 1930), Roma, 11.5.1998.
y con la tragedia de la guerra se convierte en insoportable en el nuevo clima de libertad.
Roma, por lo tanto, busca simultáneamente recordar y borrar el recuerdo, porque la
ambivalencia está anclada en las contradicciones de la experiencia, en el contraste entre la
nueva y desconocida libertad, las expectativas de cambio y su frustración. La contradicción
toma la forma, por un lado, de un encendido conflicto social y, por el otro, de un desencanto
del cual también se alimenta la estación romana de la indiferencia.

En el teatro Ambra Jovinelli, por ejemplo, Cecè Doria cantaba: “oh paz, oh paz mía, fuiste
una porquería…”. En la misma secuencia de la parodia, Doria refleja irónicamente la pérdida
de memoria y la necesidad del olvido, pero al mismo tiempo induce a su público a llenar los
vacíos y a recordar:

En mil novecientos veintidós


Hubo un gobierno –no recuerdo cuál
Hubo una marcha –no recuerdo en dónde
Hubo una llamada –no recuerdo más
Y por veinte años fuimos disciplinados
De tantas guerras –no recuerdo cuáles
Pero un buen día fuimos liberados
Pero de quién –no lo recuerdo bien.18

Ante todo, la libertad es una experiencia nueva, difícil de medir y practicar en este clima de
excesos. Se pasa del fascismo y de la tragedia a la paz y a la libertad con la misma rapidez
traumática con la que se pasa de la vegetina a la bomba de Turín, de la penuria al exceso, sin
tener tiempo para acostumbrarse, para aprender las reglas, para tener paciencia. Episodios
como el linchamiento de Donato Carretta (o, en Milán, Plaza Loreto) 19 son el resultado de
este sueño diferido: la rabia por la continuidad que te hace encontrar nuevamente con las
mismas caras, con los mismos poderes; la frustración de sentirse aún pobres, hambrientos y
con frío; el exceso, el afán, el furor de una ciudad que fue reprimida y que de repente se
encuentra libre y saborea el deseo y la libertad hasta embriagarse con ella y explotar.

A la contradictoria experiencia del hambre la acompaña la dificultad de otra memoria


fundamental: los bombardeos aliados. Una placa sobre vía Casilina conmemora a dos mujeres
asesinadas en la guerra, con la expresión más concisa y eficaz de esta memoria oximorónica:
“víctimas inocentes del cañón liberador”.20 Para Cleofe y Maddalena Proietti, el oxímoron
es sangriento: el cañón que los libera es el cañón que los mata –un efecto colateral desde el
punto de vista de la gran historia, pero total desde el punto de vista de ellas–. No es una
memoria fácil de tramitar, y ni siquiera de exponer en público. Después de todo, los
bombardeos –consecuencia de la agresión nazi fascista y de la ocupación, pero operados por
las fuerzas aliadas de liberación– son la mayor causa de destrucción y de muerte en Roma

18
Cantada por Giulio Farneti, exartista de entremés, Roma, San Lorenzo, 1977.
19
Donato Carretta, director de la cárcel de Regina Coeli, fue linchado por una masa de gente enfurecida en
Roma, después de la liberación: véase Gabriele Ranzato, Il linciaggio di Carretta. Violenza politica e ordinaria
violenza, Milán, Il Saggiatore, 1997. Piazzale Loreto es la plaza en Milán donde los cuerpos de Mussolini, de
su amante Claretta Petacci y los de otros jerarcas fascistas fueron ahorcados y exhibidos por los partisanos (en
esta misma plaza, unos meses antes, los nazis y sus aliados fascistas habían ahorcado a quince partisanos).
20
Véase aquí el capítulo 9, “Un autobús rojo: o bien las víctimas inocentes del cañón liberador”.
entre julio de 1943 y junio de 1944. A partir de esta contradicción se deriva una memoria
problemática e internamente dividida: ¿cómo se hace para mantener unida la gratitud a los
liberadores con la memoria del hecho de que fueron ellos mismos los que destruyeron tu casa
y asesinaron a tus familiares? Aquí, por tanto, se hace necesario suprimir algunas memorias
que son incompatibles con otras más aceptables y autorizadas. Así, la pregunta “¿Quién era
el que bombardeaba?” se enfrenta a menudo con inesperadas afasias, silencios y
contradicciones: muchos recuerdan “la guerra” como una fatalidad abstracta; más de uno,
con un sorprendente cortocircuito de la memoria, llega a creer que los bombardeos fueron
obra de un mal absoluto, es decir, de los nazis. Lo cual es un modo excelente de recordar el
horror general de la guerra y así olvidar la especificidad de los desastres vividos.

5. Memoria de la liberación: ¿punto final o punto de partida?

La posguerra es el momento en el que la memoria comienza a constituirse en la forma de un


oxímoron: una memoria olvidadiza, o un olvido que recuerda. Incluso hoy, esta modalidad
se representa en formas diferentes, pero no menos contradictorias. Por lo tanto, me gustaría
concluir con algunas consideraciones en clave contemporánea sobre el uso público y ritual
de la memoria en nuestro tiempo.

“Vine a enterrar al César, no a alabarlo”, dice Antonio en Julio César de Shakespeare; pero
en la memoria oximorónica de nuestro tiempo, alabar a menudo termina siendo una forma de
enterrar. De hecho, existe un uso público de la memoria como ritual absolutorio, que sirve
para cerrar el discurso y separar claramente el presente del pasado, como si conmemorar un
hecho significara monumentalizarlo o fosilizarlo.

Sin embargo, también existe una memoria como escándalo, una memoria que confirma –con
William Faulkner– que “el pasado no está muerto, de hecho, no es ni siquiera pasado”. Una
memoria absolutoria dice “ha sucedido, pero nosotros somos distintos, y no volverá a
ocurrir”. Como en el caso de la relación entre olvido y memoria de la posguerra, absolución
y escándalo están a menudo dentro de las mismas fórmulas, de los mismos gestos y dentro
de las mismas celebraciones.

Muchas veces, durante las celebraciones del Día de la Memoria, escuchamos repetir una
fórmula tersa y elocuente: “Nunca más”. Sacrosanto. No obstante, en la finalidad apodíctica
de palabras como “nunca” se anida también la posibilidad de una memoria que representa el
pasado como un libro cerrado, tal vez para condenar, pero ante todo para exorcizar. En otras
palabras, es otra manera de recordar negando la memoria: fue terrible, pero no nos concierne.

Me excuso si recurro a la crónica, pero con ella quisiera dar algunos ejemplos –todos
extraídos de episodios ocurridos, justamente con relación al Día de la Memoria–.

El 25 de enero de 2005, Domenico Gramazio, representante neofascista de la región de Lacio,


puso en escena un pequeño drama en tres actos sobre la memoria y el olvido. En el primer
acto, escribió tres veces en el libro de visitas del museo Yad Vashem de Jerusalén “nuca más,
nunca más, nunca más”. Nada podría ser más claro y preciso –pero el impulso a la repetición
parece sugerir un sentido de insuficiencia, como si alzando los tonos pudiese cubrir un
malestar–. De hecho, en el segundo acto, poco después, en las escalas del museo Gramazio
dijo: “considero que la derecha italiana no tuvo responsabilidad en el exterminio en masa de
los judíos… Italia, aunque fascista, no compartió estas leyes [las “leyes raciales”] y Giorgio
Almirante, como director de La Difesa della Razza, fue en realidad un protector y salvador
de judíos”.21 Finalmente, el tercer acto: luego de las reacciones indignadas, suscitadas por su
discurso, esperó dos días y después pidió disculpas a la comunidad judía de Roma. El caso
se cerró de nuevo y nada cambió.

Esta pequeña comedia me parece un ejemplo extraordinario de una memoria que olvida y
absuelve. No es solo la cuestión de la falsificación de la historia, sino del uso político de la
retórica de la confesión: admitir la culpa para expulsarla de sí; denunciar la Shoah, pero negar
a quien nos ponga en tela de juicio y nos haga preguntas sobre nosotros mismos; admitir
forzosamente haber dicho una cosa inaceptable y pensar que basta con pedir disculpas para
que todo sea borrado.

Otro ejemplo. En ocasión de la entrega de las entrevistas de la Shoah Foundation al Archivo


Central del Estado, el 28 de enero de 2005, el representante del gobierno y viceministro de
Bienes Culturales, Antonio Martuscello, extrajo de la Shoah la siguiente lección: debemos
proteger nuestra identidad europea de “injertos artificiales” y confirmar nuestros orígenes
judeocristianos. Este es otro extraordinario ejemplo de una memoria que no recuerda: en el
acto de conmemoración de la Shoah, el representante del gobierno italiano olvida que esta sí
es parte de la herencia europea y de nadie más; que la invitación a protegernos de “injertos
artificiales” (islámicos, imagino) reproduce la invitación, un par de generaciones atrás, a
defender nuestras raíces cristianas de la contaminación judía; y además olvida que las raíces
judeocristianas son parte de casi dos milenios de persecución, discriminación y pogroms por
toda Europa.

Por último, a principios de febrero, durante un programa de radio conducido por el periodista
Aldo Forbice, en el cual se hablaba de Auschwitz solo para insistir en que este era la misma
cosa que los Gulags soviéticos o que las Foibe, un oyente llamó para recordar los crímenes
italianos en la frontera oriental –deportaciones, campos de concentración, exterminio,
represalias…–. El conductor lo hizo callar bruscamente, diciendo que estas cosas no habían
sucedido y que el oyente era un presumido que inventaba todo. 22

Como en el fingido homenaje a la viuda de las Ardeatinas, situada delante de la fila para
poder deshacerse más rápido de ella, Gramazio, Martuscello y Forbice aparentan celebrar la
memoria para consumar un olvido. Con revelador énfasis denegador, Gramazio escribe
“nunca más” tres veces, como si una no bastara; y por si acaso añade que el nazismo es “un
monstruo”, es decir, una cosa que no tiene nada que ver con nosotros los seres humanos, y
mucho menos con nosotros los italianos. El lenguaje se empobrece; entre más se acentúan
los tonos, menos se dice –el exceso en el énfasis parece ser la variante verbal del exceso
alimentario de la Bomba de Turín–. Entre más acentuamos los tonos sobre “el horror”, más
se convierten en una excusa para no mirarlo. Incluso la definición del nazismo y de la Shoah

21
Giorgio Almirante, fundador del partido neofascista Movimento Sociale Italiano, fue colaborador de los nazis
durante la guerra. Difesa della Razza era la revista oficial de la política racista del régimen.
22
En una trasmisión posterior, el conductor admitió que sí, que algunos episodios podrían haber sucedido, pero
que fue “la Italia fascista”, y, por lo tanto, “nosotros no estamos involucrados”.
como “mal absoluto” tiene un elemento de ambigüedad que excluye esta realidad de la esfera
de lo humano y, por tanto, de nuestra esfera. Sabemos que nada de lo humano puede ser
absoluto; como nos recuerda Primo Levi, la Shoah y la guerra, las masacres, las bombas, los
muertos y los campos es algo que tiene que ver con nosotros, es una posibilidad que está en
nosotros mismos como seres humanos y sobre la cual nosotros debemos ser vigilantes.

Fingir recordar para olvidar. Ahora sabemos que sin olvido no existe la memoria y que en la
idea misma de memoria está implícita la toma de distancia y la conciencia del tiempo
trascurrido: de lo contrario, no podríamos hablar de memoria, sino de fijación o de obsesión.
No obstante, olvidar e historizar es una cosa y remover es otra. Las cosas olvidadas
desaparecen porque no significan nada; las que se remueven permanecen escondidas, porque
significan mucho. Y continúan atormentándonos para reemerger de improviso como
fantasmas.

También por esto, haber eliminado un acontecimiento como la masacre de las Foibe, por
ejemplo, nos ha incapacitado para su retorno. Sé muy bien que los historiadores antifascistas,
especialmente en Trieste, han estudiado esta tragedia y aquellos crímenes; pero su trabajo no
ha alcanzado a entrar en el sentido común del antifascismo, al menos a nivel político. Por lo
tanto, lo que hoy podemos decir sobre el contexto histórico de las Foibe, sobre sus causas y
sobre los crímenes de guerra italianos que las han precedido tiene un sabor defensivo que no
lo habría tenido si hubiésemos asumido como nuestra esta memoria desde el principio. La
eliminación termina por hacernos subalternos a una memoria parcial y ajena; incluso voces
antifascistas han insistido en estos días en las fórmulas sobre la “italianidad” de Istria: lo
hacen porque no tienen memoria de lo que fue realmente este territorio ni de sus fronteras
multiétnicas.23

Sin embargo, es también por una buena razón que como antifascistas seamos reacios a utilizar
argumentos, si bien plausibles, que expliquen la tragedia de las Foibe con la ocupación y con
los crímenes italianos en los Balcanes. De hecho, mientras la derecha contrasta las Foibe con
las Fosas Ardeatinas y el Gulag con Auschwitz para eliminar todo en una especie de espectral
par condicio, nosotros los antifascistas no podemos utilizar los exterminios italianos y
fascistas en Eslovenia y en Croacia, en Libia y en Etiopía para borrar los exterminios
yugoslavos y comunistas en Venecia-Julia. Como muestra elocuentemente Guido Crainz en
Il dolore e l’esilio, tragedias y crímenes están relacionados, pero son distintos; debe
recordarse cada uno de por sí, en su autonomía plena, sin eliminar nada en la balanza de una
memoria absolutoria o instrumental que esquiva la mirada ante el sufrimiento de todas las
víctimas.24

Hoy estamos aquí no solo para recordar eventos de hace setenta años, sino también para
renovar su significado: estamos convencidos de que nos conciernen ahora, de que están
relacionados con nuestro tiempo y con los que vendrán después de nosotros. La memoria
tiene por contenido el pasado, pero es un trabajo desde el presente, una lanzadera
problemática que parte del presente y que vuelve enriquecida y consciente del conocimiento
crítico del pasado. La memoria sirve para involucrarnos en el presente, para construir a partir

23
La península de Istria es hoy parte de Croacia.
24
Guido Crainz, Il dolore e l’esilio, Donzelli, Roma, 2005.
del ahora la memoria de un futuro en el que los testimonios serán aportados por los jóvenes
que hoy escuchan los relatos sobre la guerra, sobre la Shoah y sobre la Liberación.

Aun así, debemos evitar que se cree un vacío entre la memoria de los años 40 y la de hoy.
Cuando hablamos de memoria, hablamos siempre, y con razón, de la guerra, de la Shoah, de
la Resistencia y de la Liberación; pero debemos evitar la impresión de que no hay nada más
que contar y que la memoria se refiera exclusivamente a los tiempos de la Segunda Guerra
Mundial. De lo contrario, la memoria terminará por convertirse en el sinónimo de un pasado
crucial, pero, especialmente para los jóvenes de hoy, lejano y sin relaciones comprensibles
con su experiencia.

La Liberación es el fin de una época, pero es también un paso dentro de un proceso de cambio
social que se prolonga más allá del 25 de abril; y es, sobre todo, el inicio de otra época, que
llega hasta nosotros. La liberación que puso fin al fascismo abrió la historia de la Italia
democrática que continúa de la misma forma en nuestra sociedad civil, y en la Constitución
que encarna estos principios.

Pero mientras esta historia se proyecta hacia adelante, en el uso público y didáctico de la
historia parece existir un vacío, una tierra de nadie, entre el tiempo de recordar y el tiempo
en el cual se recuerda –como si la memoria terminara el 25 de abril de 1945 y todo lo ocurrido
después no tuviera por qué ser recordado–. ¿Qué memoria proponemos a los jóvenes de hoy
sobre los años de aquel tiempo y el suyo, entre el 25 de abril de 1945 y el abril de 2005, y
más allá? ¿Qué cosas saben, qué cosas relatamos, qué cosas enseñamos de la historia de
nuestra democracia –de la masacre de Portella della Ginestra, de la Guerra Fría, de los
muertos de Reggio Emilia, de Vietnam, de la centroizquierda, del 68, del otoño caliente, del
feminismo, del terrorismo, de Tangentopoli, o incluso de los hechos de Génova–?25 Es en
este espacio que se expande un sentido común mediático según el cual el antifascismo es
obsoleto, Italia ha sido gobernada por medio siglo por comunistas, la Constitución
republicana es una carta “bolchevique”,26 y la historia del movimiento obrero como la de los
movimientos de protesta son solo una historia de crímenes y de horrores a la que hay que
condenar su recuerdo sacando sus leyes y también sus símbolos.

Por ello, me gustaría cerrar este capítulo trayendo dos relatos escuchados la misma mañana
de noviembre de 2004 en el mismo lugar, en la sede del ANPI de Monterotondo, una ciudad
cerca de Roma. El primero es un recuerdo de familia: “La otra imputación [para mi tío] era
por no haber ido a trabajar el primero de mayo sin justificación. Se instaura un proceso en el
que él [es] obligado a cantar y a decir ‘viva el Duce’”. El otro es un recuerdo personal:

Recuerdo que me pidieron que renegara de los que habían sido los valores del antifascismo

25
En 1947, en Portella della Ginestra (Sicilia), bandidos a sueldo de los latifundistas dispararon a obreros y
campesinos que celebraban el 1 de mayo –la fiesta de los trabajadores– y asesinaros a once de ellos. En Reggio
Emilia, julio de 1970, la policía asesinó a cinco trabajadores que se manifestaban en contra del nuevo gobierno,
conformado por una alianza de democristianos y fascistas. Tangentopoli es la campaña judicial en contra de la
corrupción política de los años 90. Sobre los hechos de Génova 2001, véase el capítulo 21 de este libro,
“Generaciones en Génova, julio de 2001”.
26
Como dijo Silvio Berlusconi.
gritando “viva el Duce”. La primera petición [me dejó] por un momento perplejo; luego, la
incitación al ritmo de los golpes, dije escasamente la palabra entrando en la celda, y así también
los otros después de mí.27

Son dos relatos prácticamente iguales; pero el primero se refiere a 1929 y el segundo se
refiere al 2001, en Génova, en el cuartel de Bolzaneto. Si es verdad que la memoria es un
constante trabajo de relación, una recíproca construcción de sentidos entre el presente y el
pasado, entonces un trabajo de memoria sirve para contener estos dos momentos tan similares
y a la vez tan lejanos. Se dice que quien no recuerda la historia está condenado a repetirla; y,
sin duda, una de las razones que obligan a recuperar y consolidar los saberes de la
democracia, del movimiento obrero y del antifascismo es que ciertas cosas se han repetido,
se están repitiendo y se pueden repetir. Después de todo, vivimos en un país en donde la
atribución de beligerantes legítimos, negada durante mucho tiempo a los partisanos, es
reivindicada por los fascistas de Saló.

Por lo tanto, creo que hoy estamos aquí para reafirmar la memoria de la Liberación, de la
Resistencia, del movimiento obrero y de la democracia participativa que hemos heredado del
movimiento de liberación como fuerza activa en el presente y como escándalo para el poder.
A diferencia de Cecé Doria, nosotros recordamos bien de quién debíamos ser liberados, quién
nos ha liberado y cuánto nos ha costado. Así que si estamos hoy aquí es para recordar
acontecimientos decisivos de nuestra historia, porque sabemos que sobre este recuerdo se
funda el empeño de continuar, ahora y siempre, el trabajo iniciado entonces por los
resistentes, armados y no armados, y por las mujeres y los hombres que fundaron nuestra
democracia, nuestra libertad y nuestra dignidad.

27
Enrico Angelani (1927), empleado, y Bruno Lupi (1983), estudiante, Monterotondo (Roma), 24.11.2004.
CAPÍTULO 11
Deporte, trabajo y política en una ciudad industrial1

El jefe, los mineros, de las diversas secciones –había escuadras de


once hombres en cada sección, y muchos de ellos trataban de [superarse], y
sacar más carbón que las otras secciones–. Te ganabas un casco de
minero, ya sabes, si hacías más carbón.
James H. Hall, Lynch, Harlan County, Kentucky2

“… y yo me decía siempre: tratamos de ganarle al otro turno. Si ellos


cargaban 400 toneladas [de carbón], nosotros hacíamos 450” […] Para Ernie,
de hecho, los trabajadores y los jefes eran como un equipo deportivo en competencia con
otros equipos sobre el terreno de juego del mercado.
Shaunna L. Scott, Two Sides to Everything 3

1. Llegan los cronometradores

En la segunda mitad de 1948, el cambiante clima político acompaña a las acerías de Terni
con el inicio de una reorganización laboral. 4 Desde la fundación de la fábrica en 1884, entre
esta, la ciudad y la clase obrera se había establecido una compleja relación de identificación
recíproca, reforzada desde que –en los años 20– la Società Terni se constituyó en un grupo
polisectorial siderúrgico, químico, eléctrico y minero que constituía el eje de toda la vida
social y económica de la ciudad. 5 En la posguerra, la centralidad de la sociedad de Terni no
se pone en discusión; de hecho, es el mismo movimiento obrero quien va a defender el
modelo polisectorial. Se avanza, no obstante, con la convicción de que las relaciones entre la
ciudad y la fábrica –los ejes sobre los cuales todo giraba– se han invertido: antes que usar a
la ciudad como su “mecanismo accesorio” a la fábrica, 6 ahora la compañía debe ponerse al
servicio de la ciudad garantizando trabajo y reconstrucción. El resultado más inmediato es
una política de contrataciones que implica el aplazamiento de las reestructuraciones
necesarias para convertir una industria pública nacida para la guerra en un complejo
destinado a operar en el mercado en tiempos de paz. 7

El 18 de abril de 1948 se aclaran los equívocos y se restablecen las relaciones de fuerza


necesarias para poner en marcha una restructuración que es también una restauración. El eje
de este proceso será una serie de despidos que van desde los quinientos en octubre de 1948

1
“Sport, lavoro e politica in una città industriale”, en Cesare Bermani y Franco Coggiola (eds.), Memoria
operaia e nuova composizione di classe, Maggioli, Rimini, 1986, pp. 263-292; “Muscoli d’acciaio. Forza lavoro
e passione sportiva nella Terni operaia”, Lancillotto e Nausica, vol. IV, nro. 3, 1987, pp. 22-39.
2
James H. C. Hall (1917), minero, Lynch, Harlan Co., Kentucky, Estados Unidos, 8.10.1986.
3
Shaunna L. Scott, Two Sides to Everything. The Cultural Construction of Class Consciousness in Harlan
County, Kentucky, Albany, N.Y., State University of New York Press, 1995, p. 137.
4
Franco Bonelli, Lo sviluppo di una grande impresa in Italia. La Terni dal 1884 al 1962, Torno, Einaudi, 1975,
cap. IX.
5
Ibíd., cap.VI.
6
Giampaolo Gallo, “Illustrissimo Signor Direttore…”. Grande industria e società a Terni fra Otto e Novecento,
Foligno, Editoriale Umbra, 1983, cap. II.
7
Gianfranco Canali, Terni 1944, Amministrazione Comunale e Anpi di Terni, 1984.
a los tres mil del 52 al 53. Mario Gabrielli, obrero formador 8 y posteriormente miembro de
comisión interna, describe los efectos inmediatos de este proceso al interior de los
departamentos:

Te voy a contar la historia como es… llegaban los cronometradores –tipo americano–. El
famoso [método] Taylor. Entonces, ahí que el ingeniero, se aseguraba que este famoso
[método] Taylor fuese aplicado al cien por ciento, llama a seis obreros de su confianza –todos
del [sindicato] Cisl,9 porque fue en aquel momento que entraba en auge–. Y los ponen en las
máquinas a doblar hierro. Entonces estos, los llama el ingeniero: “deben hacer, hacer un buen
papel, porque viene gente, controla cada movimiento…”; y aquellos a trabajar despacio,
vamos, vamos, vamos, no se daban cuenta, no, del mal que hacían. Entonces llaman a otros
obreros. “Si lo hicieron ellos, lo pueden hacer también ustedes”. Si no hacías eso, te mandaban
a limpiar la sección: [ganabas solo] diez liras. ¿Comprendes? Así que vomitabas allá arriba,
¿no? No es que el obrero lo hiciera por hacerse ver más… bellos. Lo hacía para llevar a casa
un dinero de más.10

El relato de Gabrielli contiene una contradicción: por un lado, niega que los obreros
estuvieran motivados por el orgullo y el prestigio (hacerse “ver más bellos”); por el otro,
recuerda que los ingenieros, para inducir al equipo a tener un rendimiento más elevado,
apelaban justamente al deseo de no hacer un “mal papel”. Esta ambivalencia atraviesa a
muchos de los relatos de los obreros. Por ejemplo, Calfiero Canali, reparador, despedido en
1953, relata:

Bien, en aquella época daban vueltas los cronometradores, cronometrando lo que… entonces
ponían a competir a los equipos: primer turno, segundo turno, tercer turno. Apenas llegaban
los del segundo turno, iban a ver –porque marcaban en el tablero– cuántos lingotes habían
pasado, ¿no? Entonces contaban: ¿cuántos han hecho? Doscientos. Entonces nosotros
hagamos doscientos diez. Venían los del tercer turno: ¿cuántos han hecho?, ¿doscientos diez?
Doscientos veinte entonces. En fin, llegaron a un punto en que no podíamos más porque
habían puesto este incentivo que te daban. Una estupidez; pero, y comprende, el dinero, todos
lo codiciaban.

Portelli: Pero entonces no era tanto por el dinero, sino por el espíritu competitivo de equipo.
Canali: Sí, sí. Era justamente espíritu competitivo de equipo, porque cada turno tenía un
supervisor, un jefe de sección, y entonces cada uno trataba de superar…
Portelli: Quizás también tenía que ver con el orgullo de la capacidad profesional, de los
obreros calificados.
Canali: Bien, lógicamente tenía que ver también con eso. Pero, el hecho es este, que allí
donde estaban los desbastadores donde pasaban los lingotes, bien, desgracias, alguna cosa
pasaba. Pero los serpenteadores…11 porque entonces hacían todo a mano: no sé si lo hayas

8
Operaio formatore: en la industria siderúrgica, aquel empleado que se encarga del vaciado y modelado del
acero [N. de la T.].
9
“El sindicato democristiano”; Gabrielli quiere decir que se trata de obreros con menor conciencia de clase.
10
Mario Gabrielli (1925), técnico industrial; Terni, 5.4.1979.
11
Los serpentatori eran los obreros que, con pinzas, aferraban al vuelo barras de metal incandescentes, para
nuevamente ser introducidas en el riel de embalaje. La varilla salía serpenteando –de allí surge el nombre de
este oficio–, la habilidad consistía en tomarla en el momento oportuno para no darle tiempo de crecer y de
convertirse en incontrolable y peligrosa [N. de la T.].
visto alguna vez, cuando en los trenes entra el perfilado [de acero incandescente], ¿no? Entra
aquí, y allá está el otro que lo agarra y él lo volvía a pasar de acá. Cada tanto, a alguno le
pegaba en el muslo esta barra; te despedazaba los pies. Y sí, porque era demasiado acelerado
este ritmo de trabajo.12

Francesco Proietti trabajaba en las minas de la Terni en Spoleto; después del cierre, en 1961,
entró a las acerías. Este describe una situación similar, referida también a un período más
reciente y a una fase menos excepcional de la inmediata posguerra.

Proietti: Estaba la etiqueta justo entre un supervisor y el otro, por decir; si este había hecho
450 toneladas, el otro debía hacer 451, sabes cómo es.
Portelli: ¿Los supervisores o propiamente todo el turno?
Proietti: Bien, todo el equipo; pero la mayor parte es el jefe quien trata de hacer, hacer más
producción que los otros.
Portelli: ¿El equipo era arrastrado por el jefe, o también había un desafío entre un equipo y
otro?
Proietti: También, también. Estaba de por medio también, como se dice, la cuestión
financiera, porque más se producía y más se ganaba, en fin.
Portelli: ¿Pero no era solo cuestión financiera?
Proietti: No, no. El trabajo es… parte financiero, pero muchas veces también satisfacción,
por decir, ¿no? Claro, claro: había, un poco. Y quizás más especial al supervisor, digamos,
que al obrero. También al obrero: sabes por qué, ¿no? “¡¡Esos hicieron tanto, nosotros
debemos hacer un poco más!” existe; pero la base principal es el supervisor.13

Existe, por tanto, un cruce entre la necesidad y el deseo: una condición material que induce
a arriesgar la vida literalmente por el trabajo, y un deseo de respeto y de expresión de sí que
lleva a aceptar el desafío de competir con los demás. Podríamos decir que “la cuestión
financiera” se manifiesta en el producir la mayor cantidad posible, mientras que la
“satisfacción” se expresa en la competencia para producir más que los otros. En ciertos
terrenos lexicales y metafóricos, producción y deporte tienden a sobreponerse: el equipo, el
cronometrador, el premio… “nosotros como equipos teníamos un cuadrantista y un
prensador que eran de campeonatos mundiales” (Vittorio Giantulli).14

La empresa propone la forma de la competencia para canalizar en su provecho este cruce de


motivaciones, administrándolo y proponiéndolo a través del aparato comando-técnico y
jerárquico. Pero esta operación fracasaría si la propuesta (que no se puede rechazar) de la
empresa no se relacionara con una disponibilidad cultural por parte de los obreros. Sobre
todo, se trata de una receptividad pasiva, como se muestra en la misma entrevista, en la cual
el tema de la adhesión obrera a las competencias de producción es admitido a regañadientes
y solo después de haber sido propuesto por el entrevistador –como si hubiera algo que a los
narradores les costara aceptar–.

Por otra parte, la disponibilidad de los obreros a la competencia, alimentada por la pasión
deportiva, también venía alentada por sus propias organizaciones. En el mismo 1948,

12
Calfiero Canali (1916), comerciante, obrero despedido en 1953, Terni, 30.4.1979.
13
Francesco Proietti (1929), minero, posteriormente obrero; Spoleto (Pg), 2.1.1981.
14
Vittorio Giantulli (1937), técnico industrial, Terni, 3.3.1983.
mientras la Terni incentivaba las competencias de destajo, el sindicato promovía
competencias entre los trabajadores para promover la formación profesional.

Raul Crostella:15 Nosotros fuimos los primeros en Italia –aunque también tuvimos fuertes
críticas de parte de la Cgil nacional– por tratar de eliminar la apatía hacia la formación
profesional, con el Instituto Industrial organizamos una especie de juegos, juegos juveniles les
llamábamos. Una especie de juegos del trabajo. De manera que todos los jóvenes de las
fábricas, calificados en ciertas especialidades, les hacíamos estos campeonatos, llamémosle,
así es; los campeonatos del trabajo.

Justamente, Crostella se refiere al precedente de los Littoriali del trabajo de los años 30, en
donde las categorías más dispares –albañiles, encajadoras, cortadores de carne, recolectores
de aceitunas…– se ponían a prueba en su propio oficio. Mecánicos y metalúrgicos competían,
por ejemplo, en la “construcción de un mecanismo de disparo (cuerpo de percusión) para
obturar un cañón 75-18”, en equipos formados por un tornero, un fresador y un ajustador. 16

La forma de la competencia también está presente en otras expresiones de la cultura popular,


incluso en la posguerra. En las páginas ternanas de L’Unità se habla continuamente de
concursos entre los lectores y los compañeros, según el modelo de las carreras de ciclismo
por etapas: “Vanda Vanni asciende al segundo lugar” en la competencia por la chica más
hermosa; los primeros en la clasificación en las competencias por el bebé más lindo o la
suscripción más conspicua son siempre designados como “camisa rosa” (maglia rosa) o
“camisa amarilla” (maglia gialla), como los ganadores en el Giro de Italia o en el Tour de
Francia.17 Una vez más, no falta un precedente de entreguerras, y más dentro de las fábricas:
la “competencia por etapas” de seguridad emitida por la Terni entre los departamentos en los
años 30 otorgaba premios a las secciones y a los trabajadores que habían costado poco a la
compañía en materia de accidentes. 18

La competencia y el deporte se presentan, por tanto, como significantes capaces de vehicular


simultáneamente ámbitos opuestos de significado: el control social y empresarial por un lado
y la expresión de necesidades autónomas e identitarias obreras por el otro. Se trata de una
tensión perennemente renegociada de acuerdo con la fluctuación de las relaciones de fuerza,
en las cuales un ámbito domina al otro en determinados momentos, pero nunca lo anula del
todo. En este capítulo, partiendo del modo en el que el deporte se cruza con la sociabilidad
obrera y con la formación de valores simbólicos de clase, trataré de reconstruir las formas de
contienda política y cultural en las cuales el deporte es el terreno y la puesta. Se determinará
la superposición de significados opuestos en un significante común como uno de los
procedimientos operativos esenciales de la cultura de masas que permiten desagregar las
formas autónomas de la cultura de las clases no hegemónicas, reagrupándolas en formas
siempre nuevas de subalternidad.

15
Raul Costella (1926), empleado, obrero despedido en 1953, Terni, 14.12.1983.
16
Acciaio, órgano de la Federación de Terni del Partido Nacional Fascista, 13.3.1937, 23.11.1939.
17
L’Unità, crónica de Terni, 21.10, 14.7, 14.10.1948.
18
Società Terni, Dopolavoro. Assistenza di Fabbrica. Assistenza Sanitaria, Terni, Stabilimento Alterocca,
1937, pp. 131-33. Sojitto en el dialecto ternano significa “escollo pequeño”.
2. Una preparación atlética formidable

Alvaro Valsenti:19 Íbamos a tomar un baño abajo a lo largo de los canales de la acería, en una
de las derivaciones del Canale Nerino, nos lanzábamos allí, pasábamos por debajo del túnel
subterráneo unos tres-cuatrocientos metros, sin saber allá adentro qué había, nada; después
debajo de los edificios de las casas populares, llegábamos a Sant’Agnese. Entonces era una
gran aventura, como el que había hecho un crucero. Esa agua fría, que bajaba de Papigno,
canalizada, con los desagües de la acería, con nafta, aceite… en ese entonces el baño se hacía
totalmente desnudos; allá arriba detrás de la acería, se llamaba Capri; acá abajo se llamaba
Scojitto, los raji se llamaban. Entonces ese era el mar para los muchachos.

Sant’Agnese era uno de los barrios más compactamente obreros de Terni, un centro de
resistencia durante el fascismo y de organización en la posguerra. En la formación identitaria
del barrio, el deporte ocupa un lugar absolutamente central. Continúa Valsenti.

Durante las vacaciones, quien iba a trabajar, recién comido, estaba [en el agua] hasta la hora
de ir al taller, o si no trabajabas estabas desde la mañana hasta la noche dentro de estos canales
para darte un baño. Sabíamos nadar todos, algo que no sucedió tal vez después; pero nosotros
aprendíamos de todos, hacíamos las olimpiadas prácticamente. Fueron las olimpiadas del 36,
pero incluso antes, Sant’Agnese hizo una gran contribución al deporte ternano, salieron de
Sant’Agnese atletas en todas las ramas, del futbol al pedestrismo, de la marcha a la natación,
de la gimnasia artística al boxeo. Sant’Agnese era el vivero. Por decir, en gimnasia artística,
había un equipo de gimnasia artística de Terni, formidable; tanto es así que fueron elegidos
para las olimpiadas… teníamos espacios enormes: tipo, Squilla fue el campeón italiano en
lanzamiento de jabalina, él venía a lanzar la jabalina. Pero también se iba a Piediluco en
bicicleta: se pasaba por Papigno –de a dos–. Porque entonces nadie tenía bicicleta. Uno
encontraba la bicicleta, te arreglabas con eso. Estabas sobre el tubo, empujabas a uno por vez,
ibas a Papigno. Después se iba a la piscina en Nera Montoro. Nosotros teníamos una
preparación atlética formidable: porque nosotros siempre hacíamos estas cosas, nos
lanzábamos desde el puente de hierro, abajo al río; jugábamos futbol, [íbamos] a cazar desde
niños. Agarrábamos el fusil, le metíamos adentro las balas, bajábamos a los prados. Teníamos
siete-ocho cartuchos, por decir, estábamos locos, los chicos de la periferia son temerarios.

La relación entre deporte y sociabilidad proletaria pasa a través de la práctica de deportes y


juegos –las bochas, el ruzzolone–20 que están enlazados con los momentos de taberna o en
las salidas al campo, este era uno de los usos más frecuentes del tiempo libre de las familias
obreras tradicionales. La relación entre la familia, el comer y el deporte asume un
inconfundible matiz masculino, que caracteriza sobre todo la práctica “deportiva” popular
más extendida: la caza.

En 1946, el futuro alcalde Luigi Michiorri dedica un largo artículo en la página local de
L’Unità a la “masa… numerosa de obreros cazadores” que parten “olvidándose del jefe de

19
Alvaro Valsenti (1924), obrero de los talleres Bosco, funcionario del partido, Terni, 8.9 y 18.10.1982. Los
raji son las ramificaciones de los canales.
20
La ruzzola es un disco de madera que se lanza con fuerza, con ayuda de una cuerda, y que se hace rodar en
la calle; el juego consiste en competir por quién lo lanza más lejos [N. de la T.].
taller, del jefe de oficina, del trabajo, de las limitaciones financieras, del pan pestilente y de
las muchas otras insuperables dificultades de la vida”.21 Desde entonces, hacer los cartuchos
por si solo es una de las principales actividades del bricolaje obrero; Michiorri estima de
15.000 a 16.000 el número de cazadores en la provincia de Terni. Por otro lado, en los años
70, se calculaba que el 10 % de la población de Umbría practicaba la caza; su composición
social puede deducirse por la activa oposición del partido comunista regional al referendo
por la abolición de la caza. 22

La continuidad entre deporte y vida cotidiana también incluye los deportes competitivos.
L’Unità hace hincapié en la “carrera alterna entre la pista y la acería” del ciclista Guido
Perona, obrero nacido y crecido en los callejones de los barrios populares del centro histórico,
medalla de oro en las olimpiadas de Londres en 1948.23 Los largos paseos en bicicleta, pero
también las interminables filas de estas enfrente de las puertas a la hora del cambio de turno,
ayudan a comprender la continuidad entre la experiencia directa de la gente común y la de
los campeones como Perona, que también son colegas del trabajo y vecinos de la casa. 24 Son
muchos los que recuerdan que Baconìn Borzacchini (campeón de automovilismo, hijo de uno
de los fundadores del movimiento anarquista de Terni y nieto de un combatiente garibaldino)
y Libero Liberati (campeón mundial de motociclismo en 1957) aprendieron a conocer los
motores trabajando como aprendices en talleres de reparación, y que el mismo Liberati
comenzó manejando un camión para la Terni. 25

En muchísimos relatos se subraya cómo los medios de competencia fueron utilizados para
fines de utilidad inmediata en momentos críticos de la historia ciudadana. Por ejemplo,
después de la masacre del 28 de junio de 1920, cuando la policía asesinó a cinco
manifestantes en plaza del Popolo, uno de los heridos, Gildo Bartoletti, se salvó porque fue
trasferido a Roma en tiempo récord en el auto de Borzacchini. 26 Alvaro Valsenti relata que,
sobre el manubrio de Perona, él y el campeón trasportaron armas y chatarra de acero
abandonadas por los alemanes después del 8 de septiembre, y se las entregaron a los
partisanos.

En 1915 nace en Terni el primer club de futbol: l’Interamna Football Club.27 Como Centro
soporte (centrosostegno)28 –todavía recordado por la dureza de sus entradas– juega Carlo
Farini, hijo del secretario de la Federación Socialista Pietro Farini, futuro fundador de los
Arditi del Popolo (Escuadrones del Pueblo)29 y posteriormente secretario de la Federación
Comunista en la posguerra. También la política es una importante forma de sociabilidad

21
L’Unità, 3.8.1946.
22
Il Messaggero (crónica nacional), 25.5.1980.
23
L’Unità, 15.8.1948.
24
Cfr. la entrevista con Umberto Martinelli (1913), obrero de Polymer, Terni, 3.5.1983.
25
Enzo Caffarelli, Una moto per LIberati, Terni, Arti Grafiche Nobili, 1978; Renzo Tomassini, Borzacchini.
L’uomo, il pilota, il suo tempo, Terni, Cestres, 1983.
26
Il Messaggero, 29.6.1920.
27
Alberto Bellavigna, La Ternana dal ‘900 al 2000, Terni, Alterocca, 1967.
28
Esta es una antigua posición italiana de fútbol, también utilizada en otros países de Europa. Solo los grandes
equipos contaban con un buen centro-sostegno. Traducido al español como “centro soporte de calidad o de
giro”. Esta posición tuvo su gran apogeo entre 1900 y 1935 [N. de la T.].
29
Organización integrada por comunistas, socialistas y anarquistas que intentaban oponerse con armas al
advenimiento del fascismo.
obrera, y el deporte está naturalmente dirigido a mezclársele: así, surgen los primeros clubes
de gimnasia vinculados a la tradición socialista (“Andrea Costa”) o al Resurgimiento
republicano (“Garibaldi”). En los años 20, el “Garibaldi” se convierte en un punto de
encuentro de los jóvenes comunistas, incluso al margen de las intenciones políticas: “a
nosotros lo que nos ligaba en general era el deporte”, recuerda Giuseppe Catoni, gimnasta y
obrero; “jamás íbamos allí dentro para decir ‘debemos trabajar para el partido’; no, cada uno
tenía la rama deportiva de su elección”, confirma Giovanni Speranza, encalador de
Sant’Agnese y corredor: “en primer lugar, todos vivíamos casi en la misma zona; y en
segundo lugar, compartíamos la amistad, así como la cercanía de la casa, también de la
deportiva”.30

Cantoni señala que el uso del deporte como cubierta de actividad política se redujo, en gran
parte, por la llegada del tiempo libre y de los deportes de masas auspiciados por el régimen.
Aún en 1939 un grupo de jóvenes comunistas elije la ocasión de las competencias de canotaje
en Piediluco para reencontrarse sin llamar la atención.31

El cruce entre trabajo, vida cotidiana y sociabilidad política marcan también el lenguaje,
especialmente el de la caza y los deportes de masas, ofreciendo metáforas al lenguaje político.
El comandante partisano Alfredo Filipponi recuerda haber expresado con una metáfora de
caza (y con un proverbio de cazadores que atribuye a Lenin) su desacuerdo “revolucionario”
con el “viraje de Salerno”:32 “Lenin dijo: ‘cuando pasa el tordo, hay que tirar. Si no se tira
cuando este pasa, no se sabe cuándo se puede tirar’. Hoy pasa el tordo: las armas están donde
están; es el momento, lo bajamos y hacemos el socialismo”.33 Riziero Manconi, representante
anarquista en la Cámara del Trabajo después de la liberación, formula en términos de caza la
polémica con los comunistas sobre el partido de masas: “ellos siempre miraron el número, el
número. Y el número tienes que mirarlo cada tanto. Porque si uno tiene quinientos cartuchos
y el otro tiene veinte o cincuenta, pero de los quinientos hay doscientos o trescientos falsos,
valen más los cincuenta”.34

Otros relatos establecen una conexión directa entre la caza y otros momentos críticos de la
historia obrera. Bruno Zenoni, partisano, afirma que la brigada Gramsci, activa en las
montañas de Valnerina, se vio favorecida por el conocimiento del territorio que sus miembros
habían adquirido yendo a cazar.35 Otros recuerdan que los fusiles de caza eran, antes que
todo, el armamento principal de los guardias obreros sobre los muros de las fábricas ocupadas
en 1921 (“un día se me acerca uno y me hace, dice: ‘¿tienes la licencia de caza?’. ‘Sí’.

30
Giuseppe Catoni (1908), tapicero, y Giovanni Speranza (1908), encalador, Terni, 26.5.1979; entrevista
realizada por Agostino Marcucci.
31
Archivio Centrale dello Stato, Ministero degli Interni, D. G. Pubblica Sicurezza, Affari Generali e Riservati,
1943, b. 81.
32
En 1944, al volver del exilio en la Unión Soviética, el secretario del partido comunista, Palmiro Togliatti,
anunció que la política del partido iba a ser no la revolución, sino la colaboración con las demás fuerzas
políticas, incluso con la monarquía, para derribar al fascismo y fundar una “democracia progresiva”. Alfredo
Filipponi estaba presente en esa asamblea.
33
Alfredo Filipponi (1897), obrero, partisano, Terni, 6.7.1973. Cfr. sobre este relato Alessandro Portelli, “Una
storia sbagliata: memoria operaia e mondi possibili”, en I Giorni Cantati, nro. 1, 1981, pp. 13-30.
34
Riziero Manconi (1894), obrero de la fábrica de armas, Terni, 16.7.1980.
35
Bruno Zenoni (1908), barbero, partisano, Terni, 24.11.1981, entrevistado por Gianfranco Canali.
‘Entonces’, dice, ‘tienes que ir de guardia al polvorín…’”).36 Calfiero Canali es uno de los
muchos que retoma la idea de los fusiles de caza como armas, aunque para subrayar la
insuficiencia, a propósito de los enfrentamientos después de los despidos de 1953: “las armas
estaban allí. Y todos teníamos las armas. Aparte de mí no había nadie –era cazador, tenía el
fusil de caza–. ¿Qué haces de frente a una metralleta?”.

3. Cuerpos obreros

Claudio Locci, antiguo técnico-mecánico en la planta química de Papigno, fue uno de los
activistas que tuvieron que refugiarse en el extranjero después del atentado a Palmiro
Togliatti y de las protestas que le siguieron a este. Permaneció algunos años en
Checoslovaquia: “yo fui un udernik, un estajanovista, entre los mejores trabajadores. Udernik
quiere decir el que produce más, con la fuerza; estajanovista, por el contrario, es el que
produce más, pero con menos fuerza, es decir, con las ideas”.37 La distinción entre la fuerza
y las ideas también se encuentra en las formas del orgullo obrero de Terni.

Santino Cappanera: En el grupo de los de mantenimiento, era más orgullosa aquella persona
que sabía hacer algunos trabajos, tal vez unos que los otros no sabían hacer. Los otros grupos,
donde el trabajo era de escaso contenido profesional, quizás allí se escuchaba más al que
trabajaba físicamente, más por la fuerza. Claramente era más admirada la persona que tenía
fuerza física y no se cansaba, estaban orgullosos de este tipo de personalidad. Les gustaba poner
en evidencia el hecho de que eran más fuertes –como destreza física–.38

Esta estratificación del orgullo obrero corresponde a una estratificación análoga de los héroes
deportivos de la ciudad. Encontramos, por un lado, en los personajes que representan –a
través de las máquinas, la técnica, la velocidad–, aquellos valores del workmanship que
Thorton Veblen y Christopher Lasch identifican como elementos importantes de la ideología
deportiva y que se reconectan con el mismo ideal del workman como obrero de oficio.39 Por
el otro lado, nos encontramos con una dinastía de luchadores, lanzadores, gimnastas y
corredores que expresan una cultura del cuerpo y de la fuerza física.

Al llegar a Terni desde la autopista Orte, se entra a la ciudad atravesando la vía Mario
Umberto Borzacchini, que bordea el estadio Libero Liberati: ambos construidos en los años
70 y que confirman cuán arraigado está en la ciudad el culto a los ases del motor. “Es
significativo, está escrito, que Terni, ciudad industrial por excelencia… haya dado dos
grandes campeones del deporte motorístico”.40 Alvaro Valsenti confirma que “existe esta
relación vinculada con el progreso, con la tecnología, con la mecánica; sin duda, el interés
por los motores, por un mundo que se mueve, también esto influye”. La relación entre la fe

36
Settimio Piemonti (1903), obrero, Terni, 9.7.1980.
37
Claudio Locci (1924), fotógrafo, Terni, 30.3.1981.
38
Santino Cappanera (1933), obrero, 12.9.1979.
39
Christopher Lasch, The Culture of Narcissism: American Life in an Age of Diminishing Expectations, New
York, Warner Books, 1979; Thorsten Veblen, The Theory of the Leisure Class (1899), New York, The New
American Library, 1953.
40
Mario Andrea Bartolini, introducción en Renzo Tomassini, Borzacchini, óp. cit.
en el progreso técnico y la fe en el progreso social (implícito en los nombres de los primeros
diarios obreros: El Martillo, La Biela, La Turbina) hace que el ambiente anarquista y
socialista sea de los más receptivos a la novedad constituida por el automóvil al inicio del
siglo. Por ejemplo, Riziero Manconi recuerda a un anarquista llamado Pietrino, famoso tanto
porque se distinguía en los enfrentamientos con los guardias como porque era “un genio” del
motor, uno de los mejores mecánicos de la ciudad.

De este ambiente, hijo de uno de los fundadores del anarquismo ternano, viene Baconìn
Borzacchini, portador de un nombre rebelde que le será cambiado a la fuerza cuando sea tan
famoso como para ignorarlo: “se llamaba Baconìn. Cuando corrió en Monza [en 1930]
todavía no estaba bautizado, entonces lo bautizaron a los veintiséis, veintisiete años. Le
pusieron el nombre de Mario Umberto Borzacchini” (Giovanni Speranza). Esto no les impide
a los chicos de Sant’Agnese emularlo, explotando también las competencias mecánicas que
se aprenden en el taller:

Alvaro Valsenti: Entonces, piensa que una vez hicimos un carretón de cuatro metros, con ruedas
anchas de treinta centímetros; fuimos a Marmore y bajábamos con este carretón. De freno,
pusimos un bulón, uno acá y uno allá, con un molar, así, luego la palanca, a frenar: prendía
fuego, y llamas. Cuando llegábamos abajo, ardía.

En la posguerra, los obreros establecieron una relación con Libero Liberati: “piensa”,
continúa Valsenti, “a Liberati la moto se la compramos nosotros. En la comisión interna
tomamos la iniciativa, hicimos la suscripción, luego lo hicimos con los descuentos en la
dirección. Recuerdo que entonces sacábamos quinientas liras por hombre, que eran muchas.
Pero toda la fábrica”.41

En términos de fuerza física, podemos recordar al campeón olímpico Alberto Molfino,


(maestro de generaciones de luchadores en Terni), a Attilio Squilla, a Alberto Trippa (cuarto
en las olimpiadas de Roma). 42 Pero, más que ninguna otra, la relación entre atlética pesada y
el valor obrero de la fuerza física se encarna en la “grande, buena y popular figura” (para
decirlo como en L’Unità)43 de Aldo Galeazzi, varias veces campeón italiano
dopolavoristico44de lucha y de lanzamiento de disco, activo “un poco en todos los deportes:
boxeo, lucha, lanzamiento de disco, de bala de hierro y levantamiento de pesas”, como afirma
él mismo.45

Lucilla Galeazzi:46 Si preguntas entre los compañeros viejos, en las áreas periféricas, se
acuerdan de Galeazzi. Sobre todo, él era famoso por ser muy grande. Se acuerdan de Aldo por
el hecho de que siempre hacía deporte, por ello todo el mundo lo conocía; y después lo conocían
por el hecho de que después de la guerra, cuando él se adhirió al partido comunista, se convirtió

41
Cfr. Enzo Caffarelli, Una moto per Liberati, óp. pp. 22 y 6.
42
L’Unità, 10.1.1950, 30.1.1948; Il Messaggero, 31.8 y 30.9.1960.
43
L’Unità, 9.2.1948.
44
Dopolavoro: ente o círculo recreativo controlado por la empresa y que, en los tiempos fascistas, organizaba
el tiempo libre de los trabajadores [N. de la T.].
45
Aldo Galeazzi (1910), operaio, Terni, 12.10.1979.
46
Lucilla Galeazzi (1950), música, Roma, 6.6.1979.
en un activista. Todos lo recuerdan porque iba adelante en todas las manifestaciones, siempre
en primera fila en todas las batallas, en todas las luchas.

La conexión entre “lucha” política y “lucha” libre o grecorromana no es solo lexical. En más
de un relato sobre los enfrentamientos en plaza en la posguerra, el valor obrero de la fuerza
física se pone en evidencia a través de la descripción de verdaderas empresas atléticas, como
el “jovencito con bigotes” llamado “Tarzán” que volcaba las camionetas y hacía volar a los
antidisturbios en plaza Tacito, o como el carnicero –ex ovejero– que era capaz de tirar piedras
a los antidisturbios desde un extremo de la plaza del Popolo.47

Por lo tanto, es natural que los relatos sobre la fuerza física de Galeazzi, la bicicleta de Perona,
la moto de Liberati y el automóvil de Borzacchini estén conectados a momentos centrales de
la historia obrera de Terni. Sus vecinos recuerdan los esfuerzos hercúleos realizados por
Galeazzi cuando, como muchos de ellos, iba a recoger piedras y grava en el lecho del río para
reconstruir su casa destruida por los bombardeos. 48 Un acontecimiento convertido en leyenda
y referido en infinitas variables tiene que ver con la forma en que Galeazzi, incluido en los
despidos en masa de 1953, recuperó su lugar de trabajo. En aquellos días, más de uno de los
despedidos trató de desquitarse físicamente con los dirigentes y con los jefes a los que
consideraban responsables de los despidos. Aldo Galeazzi fue directamente a la casa del
director de la acería.

Lucilla Galeazzi: Llamó a la puerta; abrió la mujer. Y él estaba seguro que [el director] dentro
de la casa estaba. Entonces le dijo: “señora, yo vine a hablar con su marido”. “Ah, mi marido
está afuera de Terni”. “Ah, está bien. Dígale que cuando regrese, yo estoy acá abajo. Desde la
mañana hasta la noche. Si no me llama a trabajar, yo le rompo los brazos con las piernas”. No
era que amenazara y después no lo hacía: de esto en la familia nadie tenía dudas. De hecho, fue
reintegrado.49

4. Un regalo de la Terni

En 1925, la Sociedad de Terni anuncia la construcción, de frente a las acerías, del “más
grande campo deportivo de la Italia central.” En aquel momento, la empresa y las autoridades
locales estaban en conflicto por el uso de los recursos hídricos del territorio (que por
intervención directa de Mussolini fueron asignados a la Terni, en detrimento de la ciudad).
La construcción del estadio es, por tanto, un acto de relaciones públicas, prueba del “noble
sentimiento de amor que otorga la empresa a la ciudad”.50

Sin embargo, aunque el terreno es propiedad de la Terni, los dineros son obtenidos de una
retención obligatoria de los salarios de los obreros. Muchos de ellos protestan, escribiendo a
los diarios que “con la excusa del deporte la susodicha sociedad encontró un medio de

47
Dante Bartolini (1912), obrero, Castel di Lago (Tr), 29.4.1973. Véase la cita completa en el capítulo 2, “La
muerte de Luigi Trastulli”.
48
Augusto Cuppini (1911), obrero, 30.2.1980.
49
Otras variantes de este episodio fueron referidas por Calfiero Canali y por Augusto Cuppini; la misma Lucilla
Galeazzi conoce diversas versiones del hecho.
50
Il Messaggero, 4.5.1925.
desangrar a sus obreros” o que, a causa del desempleo estacional que golpea a las plantas
químicas, muchos obreros “están sin trabajo y tienen otros deportes más interesantes a los
cuales dedicarse”.51 No obstante, para una parte de los obreros –quienes sostienen el estadio–
, el hecho de que este sea pagado de sus bolsillos se convierte en un motivo para negar que
pertenezca a la empresa y para reivindicarlo como suyo: “la pista la hicieron los obreros; se
pagaba una lira al mes. Entonces, la pista fue hecha por los obreros, era obligatorio pagar
esta lira. No es que la hizo la Terni, la hizo la clase obrera” (Augusto Cuppini).

La construcción del estadio, anticipando el desarrollo del deporte dopolavoristico de masas,


introduce una nueva variable en la relación entre la clase obrera y el deporte: la oferta desde
arriba por parte de la empresa y del régimen. A pesar de que, a menudo, las prácticas
deportivas de la burguesía y de la clase media eran contiguas a las de los obreros, la actividad
deportiva de los obreros era un hecho espontáneo y autogestionado. Con la intervención de
la Terni y del régimen, a esta necesidad obrera responde una oferta administrada desde arriba.
Al parecer, esto solo sirve para poner a disposición los medios para seguir haciendo, aunque
mejor, lo que siempre han hecho. No es casualidad que incluso los obreros comunistas, a
menudo, percibían el deporte del régimen como una respuesta auténtica a necesidades reales;
algunos leen la oferta desde arriba como una respuesta preventiva a una presión implícita
desde abajo. “La cuestión es que la Terni estaba obligada –desde el gobierno–” (Aldo
Galeazzi); “el deporte, durante el fascismo, quitando los errores que cometió, estaba muy
bien organizado. Era una cosa colectiva: hoy estas cosas el obrero, el hijo del obrero, no las
puede hacer más” (Augusto Cuppini). Así que decidir –como en el caso del estadio– a quién
pertenece efectivamente el deporte significa atribuir un significado a prácticas, formas y
objetos compartidos y sentidos como propios tanto para el régimen como para los obreros.

Una publicación de la Sociedad Terni del año 1941 afirma que el deporte dopolavoristico
“no tendría aquel valor espiritual y social si no estuviera pensado para la trasformación moral
que este determina en el obrero, si no se valorara el aporte que esta trasformación produce en
el trabajo, en la disciplina, en el espíritu general del país… La figura de la Nación Militar, a
través de estas competiciones deportivas que se dan lugar con permanente intensidad en todos
los campos en Italia, se va claramente delineando y consolidando”.52 La idea de que el
deporte tiene una función formativa o incluso militar no parece pasar nunca por la mente de
los obreros: para ellos, se trata únicamente de estar juntos, de practicar actividades agradables
y sanas, de aplicar conocimientos, habilidades y energía. Pero con los años del fascismo la
función didáctica del deporte es proclamada por todas las instituciones –escuela, familia,
dopolavoro– y entra en la percepción de la clase media. Laura Galli, hija de una de las
familias más prominentes de la ciudad, practicante de otra novedad que es el deporte
femenino, recuerda:

51
Il Messaggero, 26.3.1926. En un artículo escrito probablemente por el federal local, publicado en el Corriere
di Terni, diario de la federación del Fascio, se expresa el alivio de la “parte sana” de la ciudad por el hecho de
que Terni haya quedado por fuera del circuito del fútbol profesional. “Terni prefirió siempre el deporte
típicamente nacional y tradicionalista”, como las bochas o el ruzzolone (9.9.1933). La polémica debe leerse en
el contraste entre el fascismo local y la Sociedad de Terni: mientras los jerarcas de Terni parecían hostiles a
este deporte espectacular de importación, la Terni lo favorece como un factor de modernización. Sin embargo,
debe tenerse en cuenta que entre 1929 y 1933 el club de fútbol tuvo el nombre de Polisportiva Fascista Ternana
(Bellavigna, La Ternana, óp. cit.).
52
Società Terni, Dopolavoro, óp. cit., p. 49.
Los jóvenes estaban comprometidos en todos los niveles; mi padre, sin duda, quería que yo
hiciera deportes. Aparte que, como primera hija, hubiera querido un niño, así que me educó en
los deportes, en la valentía, me llevaba a cazar con él; y cuando tuve dieciocho años me hizo
sacar la licencia para una [calibre] veinticuatro. Después formé parte del equipo deportivo,
practiqué atletismo, lanzamiento de jabalina, carrera de relevos, participé en los juegos
nacionales; quería mantener en alto el nombre de nuestro liceo.53

En el plano de los valores simbólicos, a los tradicionales de la habilidad y la fuerza el régimen


secunda, y en parte sobrepone, los valores patrióticos. Estos penetran, sobre todo, a través de
la dimensión espectacular del deporte y del fanatismo. Es así como en Terni circulan
canciones que glorifican con encendidos tonos nacionalistas las hazañas de los campeones
deportivos (“Bartali y Coppi combatan con corazón sincero / para que no triunfe el
extranjero / combatan en un alba de luz / por la gloria de Italia y del Duce”) y del equipo
nacional de futbol (en función antiinglesa, con el rigor como metáfora de las “injustas
sanciones”):54

Setenta mil personas y más


En Londres para asistir al encuentro
Se pasó un día de pasión
Entre los maestros contra el gran campeón del mundo.
Ahí van los ingleses primeros en atacar
Pero Italia está lista a aventajar
Después de un minuto, después de un rigor
Para Inglaterra a su favor
Y entonces el árbitro detiene la bola
Ahora comienza para nosotros la batalla
Pero Cerasoli detiene aquel tiro
La primera atrapada del portero italiano.
Y un cuarto de hora, ahí van los ingleses antes de marcar
Pero los italianos listos a atacar
Orsi a Meazza, Meazza a Orsi
A toda costa quieren anotar
Y un grito va lejos
¡Viva el empate del Balilla italiano!55

“La Terni agarró todas las ramas, también el canotaje en Piediluco; tomó las carreras de esquí
de Terminillo, la natación –la piscina estaba en Nera Montoro [planta química de la Terni]–
; una piscina olímpica se hizo, me parece, en el 35. Los mayores atletas se los quedaba ella.

53
Laura Galli (1921), ama de casa, Terni, 27.3.1984.
54
Las llamadas “injustas sanciones” eran las sanciones conminadas por la Sociedad de Naciones a Italia después
de la invasión italiana de Etiopía.
55
Cantada por Trento Pitotti (1919), zapatero, exobrero, Labro (Ri), 28.6.1970. Tiempo después le pregunté a
Trento Pitotti, obrero comunista, por qué me había cantado estas canciones fascistas; él respondió: “me pediste
las canciones de cuando yo era joven; esto es lo que nos hacían cantar”. Cfr. Alessandro Portelli, “Research as
an Experiment in Equality”, en The Death of Luigi Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral
History, Albany, N. Y., State University of New York Press, 1991, pp. 29-44. Ballila: joven fascista italiano
[N. de la T.].
Como hace hoy en día la Fiat, ¿no?” (Augusto Cuppini). La oferta del deporte para las masas
pasa por la compañía, reforzando aquella imagen de ciudad-fábrica que Terni viene
asumiendo después del nacimiento de la sociedad polisectorial con la ayuda del régimen. El
ensanchamiento del control social por medio de la reducción del umbral de acceso a servicios
antes inexistentes se traduce en una ampliación del consenso:

Luisa Conti:56 No estaba mal, porque el fascismo nos daba grandes satisfacciones. Por ejemplo,
yo era deportista, te daban gratis para ir a esquiar, para ir a entrenar; ¿y sabe?, en aquella edad,
diez/doce años, yo era feliz. Todo pagado, todo bien. Es lógico, llevábamos el emblema fascista
en el suéter, siempre debíamos hacer el saludo fascista. Recuerdo una cosa: tuvimos una
competencia en Sestriere, y yo era la más pequeña. Entre un saludo fascista y otro tuvimos una
carrera maravillosa; yo gané la carrera de fondo, y entonces ni te digo, los fascistas “eia, eia”,
saludos, con este gran fascio que llevaban en la espalda. Aunque entonces no pesaba, ahora
puedo pensar, pero en aquel momento no pesaba. Fue bueno. Todo esto terminó con la caída
del fascismo.

La identificación entre régimen, empresa y ciudad sobre el plano de lo deportivo pasa a través
de la apropiación de los símbolos de la cultura popular. Es el caso del cambio de nombre de
Baconìn Borzacchini, trasformado en Mario Umberto en homenaje a los reyes María José y
Umberto di Savoia: el solemne funeral del campeón (muerto en una carrera en Monza, en
1933) fue uno de los grandes rituales interclasistas de la historia de la ciudad, con la plaza
llena y todas las autoridades civiles y religiosas. 57 Inmediatamente después de su muerte, el
club gimnástico Giuseppe Garibaldi cambia su nombre y se convierte en “Borzacchini”,
incluso el equipo de futbol (prácticamente controlado por la Terni, cuyo jefe de personal
pertenecía al consejo directivo) toma por algún tiempo el nombre de Polideportivo Umberto
Borzacchini.

En este marco, cada actividad espontánea termina por asumir una, aunque vaga, connotación
antirrégimen. Poliuto Chiappini, figura prominente del antifascismo católico, recuerda que
una cosa que “suscitaba la intemperancia de los jóvenes fascistas y de sus jefes era que se
repitieran continuamente las victorias de nuestros atletas en las competencias deportivas,
donde por el contrario debía triunfar la superioridad de las nuevas generaciones de
Mussolini”.58 No era raro que las familias comunistas o anarquistas prefirieran mandar a sus
hijos al oratorio antes que a las organizaciones fascistas. Hasta qué punto el oratorio podía
considerarse una realidad de oposición es controversial (Alvaro Valsenti, quien frecuentaba
uno, afirma que “veíamos que apoyaban el régimen fascista; siempre con discursos en contra
del bolchevismo ateo…”); no obstante, como se sitúa afuera de las organizaciones del estado
fascista y hace del deporte uno de los principales motivos de atracción, esta es de todas
formas una presencia desagradable para el régimen.

El verdadero contraste, sin embargo, no tiene tanto que ver con la creación de espacios
alternativos como con las atribuciones de sentido por ellos institucionalizadas. Se verifica en

56
“Luisa Conti”, pseudonimo, comerciante (de familia obrera), Terni, otoño de 1979, entrevista realizada por
Marcello Ricci.
57
Renzo Tommasini, Borzacchini, óp. cit.
58
Poliuto Chiappini (1911), empleado, miembro del Cnl, Terni, 26.6.1984.
el deporte un proceso que marca todas las relaciones paternalistas: lo que las clases
dominantes presentan como una generosa oferta es percibido por los subalternos como un
acto debido, contractualmente prescrito. 59 Si el régimen ofrece la posibilidad de hacer
deporte, esta se convierte para los atletas obreros en una prestación que ellos ofrecen a la
empresa a cambio de contrapartidas precisas. “Más que un lugar en el equipo de futbol,”
escribe un diario del norte después de un partido, “lo que alentaba a estos atletas es la
posibilidad de tener un empleo seguro en la empresa que le dio cabida al dopolavoro
deportivo ‘Borzacchini’… Los de Terni: primero el taller, después el gimnasio”.60

Diferentes narradores señalan que, por medio del deporte, ellos le ofrecieron a la Terni
esfuerzo y tiempo, exactamente como cuando trabajan. Si bien la empresa pone a disposición
el tiempo del trabajo para las competencias y algunos períodos para el entrenamiento, la
práctica deportiva ordinaria se da por fuera del horario de trabajo. Mientras este genere
“satisfacción”, los atletas saben que lo pagan regalándole este tiempo a la empresa. Por lo
tanto, esperan obtener a cambio condiciones de trabajo menos duras, turnos más cómodos y
ambientes menos nocivos. Aldo Galeazzi, consciente del peso contractual que derivaba de
sus victorias, llega a utilizarlo en un conflicto relacionado con su salud: “de obrero pasé a
guardián, ya que tenía que hacer deporte, y yo digo: estoy por agarrar una silicosis, ¿para
hacer deporte? Yo no lo hago, yo. Entonces no iba a entrenar, ¿comprendes? Así que me
pusieron de guardián”.

El intercambio entre oferta deportiva empresarial y prestación deportiva obrera supera


también la discriminación política. Cuppini recuerda que, “con el asunto del deporte”, se las
arregló para ser contratado sin tener el carnet del fascio. Giovanni Catoni, comunista inscrito,
entra a la fábrica por méritos deportivos: “me serví del deporte de masas. Practicaba
gimnasia, y entré a la acería”. Recién contratado, empieza a hacer propaganda política en el
departamento: un atleta más para la gloria del dopolavoro empresarial a cambio de un
comunista más en las láminas finas. Es un cálculo de intereses que hacen tanto la Terni como
los obreros.

5. El nombre de Terni

“Recién terminada la guerra de Abisinia, se dio este partido: la Roma contra Torino. Y la
mayor parte de los ternanos hinchaban para la Roma. Luego, del otro lado, los romanos
llegaron a Terni, y comenzaron las burlas…” (Valtèro Peppoloni)61. Terni era, desde hace
pocos años, capital de provincia, y acababa de adoptar algunos símbolos edilicios para esta
nueva dignidad; la más importante es la fuente circular en Plaza Tacito, con una caída alta de
agua vertical. Sobre esta se dirige la arrogancia de los aficionados romanos. “Decían, oh,
mira un poco, también tienen pluma en el tintero –bien, todo era una broma–. Fue entonces
un torrente, un relámpago. Se esparció la voz inmediatamente por toda la ciudad, y desde ahí
la simpatía se convirtió en antipatía. Y se desató el alboroto” (Vincenza Fossatelli

59
Eugene D. Genovese, Roll, Jordan, Roll. The World the Slaves Made, New York, Pantheon, 1974, analiza en
estos términos la relación entre esclavos y patrones en las plantaciones del sur de los Estados Unidos.
60
Il Piccolo de Trieste, cit. en Alberto Bellavigna, La Ternana, óp. cit., p. 68.
61
Valtèro Peppoloni (1916), obrero, Terni, 25.4.1981. Sobre Peppoloni, véase el capítulo 12 de este libro,
“Tener razón en frente del patrón”. El partido se dio el 6 de mayo de 1937 y ganó la Roma 3-1.
Giuntella).62 “Hubo una batalla en la calle que duró hasta las siete, las ocho de la noche: cosa
que hasta las siete-ocho se dieron enfrentamientos ferocísimos por la calle –Corso Tacito, la
vía adyacente a la estación–. Y parecía que no se podía apagar, porque duró muchas horas”
(Emilio Ferri).63

Es sensato que una ofensa al orgullo ciudadano en un contexto futbolístico sea la ocasión de
la máxima perturbación del orden público en Terni en tiempos fascistas. Los relatos
introducen en escena todos los componentes sociales y políticos de la ciudad, desde los
escuadrones pasando por los antifascistas y los católicos, aglutinados por el resentimiento en
contra de la Roma burguesa y símbolo del régimen. 64 La atribución de significados
ideológicos en el deporte, parcialmente fallidos en el plano de la propaganda militar, tienen
por el contrario éxito en el plano del orgullo local, donde se saldan la identidad ciudadana, la
identidad empresarial y la identidad de clase.

“El deporte no importa de qué partido sea, una persona lleva el nombre de Terni, y soy
ternano, está Liberati que va por el mundo, Borzacchini era el que era…” (Augusto Cuppini).
También la Terni lleva por el mundo el nombre de la ciudad con sus productos que, como
dice la publicidad empresarial, “llegarán a los más lejanos mercados”. El equipo de futbol,
que tiene el nombre tanto de la ciudad como de la empresa, y que pertenece a ambas, se
convierte en el vehículo de este complejo de significados.

Lejana de las principales vías de tráfico y privada de especiales atracciones turísticas y


culturales, Terni siempre sufrió de un frustrante sentido de marginación y clausura. El deporte
responde a esta necesidad colectiva de presencia, bien por medio de los éxitos de los atletas
locales –desde Borzacchini y Liberati a la Ternana en la serie A en los años 70–, que “llevan
el nombre de Terni” a los periódicos, a la radio y a la televisión, donde, por lo general, no
aparece nunca; bien por medio de los eventos deportivos que pasan cada año por la ciudad –
las Mil Millas de automovilismo, la Milano-Taranto de motociclismo, o a veces el Giro de
Italia–, convirtiéndose con la regularidad de una fiesta cíclica estacional en una función ritual
de reunificación de la ciudad con el resto del país y de ruptura con el sentido de aislamiento.
“Cuando pasaba el Giro de Italia, yo vi justo a Girardengo y a Belloni; y venían, y bajaban
por vía Garibaldi; nosotros estábamos allí, toda la gente gritaba… después, las Mil Millas,
que teníamos a Borzacchini, no, que vivía al lado de nuestra casa; y las Mil Millas bajaban
por la calle nova” (Vincenza Giontella).65

62
Vincenza Fossatelli Giontella, comerciante, Terni, 1979, entrevista realizada por Marcello Ricci.
63
Emilio Ferri (1917), sindacalista, Terni, 17.9.1980.
64
Valtèro Peppoloni cita entre los participantes a un reconocido boxeador fascista veterano de la guerra de
España. Augusto Cuppini menciona a un reconocido comunista y sostiene que los desórdenes fueron agravados
por la instigación secreta de los antifascistas. Cuppini afirma, incluso, que en los enfrentamientos participó
también el obispo de Terni, rompiéndole una silla en la cabeza a un romano. En realidad, se confunde con otro
episodio, cuando –como relata Poliuto Chiappini – el obispo defendió físicamente la sede de las organizaciones
católicas de los fascistas que pretendían cerrarla.
65
La “calle nova” es el Corso Tacito, inaugurado después de 1870, pero aún llamado así en oposición al paralelo
Corso Vecchio: “La strada nova”. Corso Tacito il futuro e la memoria della città, Comune di Terni, 2000. La
oposición antifascista había construido un sistema simbólico alrededor de los campeones del ciclismo de la
época, apadrinándose de Alfredo Binda e identificando a Learco Guerra con el régimen. El expartisano Bruno
Zenoni recuerda que en Terni muchos estaban convencidos de que Binda era antifascista, y menciona un
Las implicaciones políticas de la relación entre deporte e identidad ciudadana están
orientadas por las relaciones de fuerza: funcional al modelo hegemónico de la company town
en los años 30, esta identificación es trasferida a los años de la liberación y de la
reconstrucción, al sentido de protagonismo de la clase trabajadora y a la imagen de Terni
como ciudad obrera y roja. A propósito de la victoria olímpica de Guido Perona en 1948,
escribía L’Unità que “el deporte de la ‘dinámica’ por fin se ha ganado el derecho de
considerarse resucitado. Resucitado de los escombros –por la voluntad del pueblo trabajador–
, ha resurgido la ciudad”.66

“En la posguerra, nosotros reconstruimos el Polideportivo. Nos reunimos dentro de un portón


y constituimos esta sociedad” (Aldo Galeazzi). Una vez más, es importante la política de los
nombres; la sociedad, heredera del viejo dopolavoro, toma el nombre de Unión Deportiva de
Trabajadores Sociedad de Terni, designando a los dependientes de la compañía; pero en el
uso común es siempre referenciada como Unión Deportiva Trabajadores de Terni,
designando con ello a los obreros de la ciudad.67

En 1947, el departamento de guarnicionería de la acería recoge unas 95.000 liras de


participación popular para el equipo de futbol; la campaña fue lanzada por L’Unità, mientras
estaba en curso otra campaña para dotar a Liberati de una motocicleta de carreras. El diario
del PCI llama a la lucha en contra de la “desmovilización” del equipo de futbol con los
mismos acentos con los que se opone a la “desmovilización” de las acerías: ambas son heridas
en la ciudad obrera. Incluso, la unidad ciudadana construida en las directivas de la sociedad
deportiva tiene un signo de izquierda: se sientan los representantes del PCI y del PSI, como
también hace parte un dirigente empresarial inscrito al Partido Socialista (por otro lado,
también es socialista en aquel momento el presidente de la Terni, Tito Oro Nobili, y se
mantienen en pie los consejos de gestión, experimento de participación obrera en la dirección
ejecutiva).68

Un reflejo de esta apropiación obrera del deporte es el intercambio de los comportamientos


en las calles y en el estadio: un estadio lleno de obreros en overol, en donde la intolerancia,
las invasiones a campo y los lanzamientos de piedras indican una crisis de disciplina que es
endémica en la ciudad, desde la liberación hasta las revueltas en contra de los despidos del
52-53. Es particularmente memorable la pedrada que se generó a raíz de la derrota en casa
del partido contra la Carrarese en el campeonato de la serie C, 1949-50 (marcando el descenso
de la Terni en la promoción); pero este no es un incidente aislado.

Calfiero Canali: y… había aficionados, tanto es así que yo el domingo trabajaba, porque era

episodio en el que se decía que, de un ramo de flores tricolor que se le había ofrecido, Binda habría tirado las
flores blancas y verdes, y se habría quedado únicamente con las rojas.
66
L‘Unità, 15.8.1948. La expresión “ciudad dinámica” fue acuñada por Benito Mussolini en el discurso “Al
popolo di Terni” en 1923.
67
El control económico sigue estando en manos de la empresa: “La Terni nos dio el terreno para hacer las
instalaciones; la Terni puso los dineros; la Terni puso la garantía por veinte, veinticinco millones, asimismo,
para hacer la piscina. Y todas las subvenciones de los atletas, del dopolavoro, después pasaron a la Unión
Deportiva de Trabajadores” (Aldo Galeazzi).
68
L’Unità, 10.7, 21.8, 29.8.1947; 6 y 14.7.1948.
ajustador y nosotros hacíamos el mantenimiento; entonces el partido comenzaba a las dos, dos
y media, y yo muchas veces salía de la acería y entraba, porque entonces el campo deportivo
quedaba en la calle Brin [de frente a la fábrica]. Y cuando se acababa el partido me iba para la
casa. Entonces nadie hacía caso: se iban en overol. Por el contrario, ahora, ahora si vas al
estadio y no te has cambiado, te dicen, pero ¿qué quieres? Y más de una vez aquí en Terni el
árbitro tuvo que esconderse detrás de los vestuarios y llevárselo en la camioneta de la policía,
porque, llegaban los ladrillazos de verdad, eh. Ante todo, fue una vez con la Sambenedettese,
me parece. Entonces se trataba de que nosotros nos íbamos para la B y por el contrario los
hicimos perder, justo. Que después, se había vendido nuestro portero… ese día fue una batalla
dentro del estadio. Y muchas veces el árbitro se iba, lo esperaban en Orte; cuando se bajaba
para tomar el tren estaban a los golpes. En fin, los ánimos estaban muy encendidos. Por
supuesto, porque siempre estábamos en lucha, siempre a las porras con la policía, y nosotros
que estábamos en huelga. Apenas salías, sacabas la cabeza de las puertas de las acerías estaban
esos con las camionetas y de inmediato las palizas. Estábamos acostumbrados.

La connotación obrera del deporte no elimina los elementos latentes de una trasformación
que, de hecho, se verifica en los años de la derrota obrera y de la restauración en la fábrica.
la Terni mantiene y consolida el control de La Unión Deportiva de Trabajadores y sigue
siendo el principal sostén económico de la Ternana, retoma el control del dopolavoro y,
aunque la presidencia del club de futbol es confiada a los alcaldes comunistas, es ante todo
una función representativa. A medida que se restablecen las relaciones de fuerza,
especialmente después de los despidos de 1953, la identificación entre fábrica, ciudad y clase
obrera cambia de signo. Ahora el deporte se ofrece como cemento interclasista, como
compensación de un orgullo de clase, que después de la derrota ya no puede actuar como
elemento unificador de identidad ciudadana. Así escribe, celebrando a Liberati –con una
significativa transición lingüística de trabajadores a ciudadanos, desde una clase a una
entidad indistinta–, el vicealcalde de Terni Bruno Capponi, exsindicalista socialista:

Cuando Liberati pasó a primer plano con algunas declaraciones, incluso en ausencia de medios
idóneos para sus dotes de campeón, los trabajadores de las fábricas no pensaron dos veces en
llevar adelante una suscripción, para que Liberati pudiera tener una moto que le permitiera
alcanzar algunas metas. Desde este episodio se comprende claramente que Liberati
representaba la voluntad y el deseo de nuestros ciudadanos de dar a conocer lo que podía
significar el deporte para nuestra Terni. [Las cursivas son mías]69

Los poetas regionales cantan las alabanzas al héroe que “lleva hasta cada continente el fragor
de la Cascada”; “eres tú, Libero mío, la gloria de este lugar / de este valle ahumado”. 70 Las
noticias de los éxitos de Liberati llegan a la ciudad y provocan escenas de entusiasmo y de
emulación colectiva. Se cuenta que cuando se convirtió en campeón mundial de los 500 cc,
a pesar del extraordinario despliegue de agentes de tránsito, los accidentes en la ciudad se
multiplicaron de forma excepcional.71 Capponi sugiere el nuevo significado que se le asignó

69
Enzo Caffarelli, Una moto per Liberati, óp. cit., p. 39.
70
Marco Aurelio Proietti, “Lu ternanu volante”, en Enzo Caffarelli, Una moto per Liberati, óp. cit., p. 10. La
Cascata delle Marmore, cerca de Terni, es la más alta de Europa; es una de las atracciones turísticas e históricas
de la ciudad y al mismo tiempo una fuente energética para las acerías.
71
Conversación con el ingeniero Sergio Belchini, asignado como inspector de motorización de Terni, Genova,
16.2.1984.
a Liberati: “eran tiempos difíciles aquellos”, por los despidos y por la “partición del país en
dos bloques” políticos en la guerra fría, “una ciudad como la nuestra, que se identifica con la
vida de las fábricas, vivía una ansiedad que era la consecuencia de estos hechos. Liberati
significó para nosotros un poco lo que significó la victoria de Bartali en el Tour de Francia
en 1948 para todo el país”.72 Como Bartali, Liberati reunifica una ciudad dividida: los
trabajadores se convierten en ciudadanos no porque hayan adquirido plenos derechos (de
hecho, miles de ellos han perdido el trabajo), sino porque comparten significados deportivos
que eliminan sus diferencias con las clases dominantes.

6. “La escoria de Terni”

La continuidad de la relación con el deporte en la cultura popular se verifica también en el


contexto, profundamente cambiante, de los años 80. Un decenio en Terni caracterizado tanto
por la crisis en la industria y los despidos como por el surgimiento de nuevos sujetos no
hegemónicos, a los que se les suele reconocer bajo la expresión “proletariado juvenil”. En
los jóvenes ultras 73 de la Ternana también se encuentra la relación deporte y sociabilidad en
los barrios proletarios: “nosotros vivíamos cerca, desde que éramos chicos, a Sant’Agnese;
incluso antes que los mismos ultras, nosotros formamos un grupo”, “es decir, yo pienso que
para nosotros el partido es un hecho secundario; lo hacemos más que todo porque vamos al
estadio y estamos todos juntos; es una forma como cualquier otra de divertirse”; “afuera del
estadio nos identificamos, o sea, nuestro grupo es bastante cerrado. Estamos siempre entre
nosotros. Si tenemos un problema, tratamos de resolverlo entre nosotros”; “[me dicen], está
bien, ‘¿con todos los problemas que tenemos, piensas en la Ternana? Qué estupidez, ¿no?’.
Está bien, pero lo que yo pienso, así como tú piensas en la política, y luego de tanto ir y venir
no se puede resolver nada, porque ir a un partido es toda una masturbación cerebral tuya, así
yo pienso a la Ternana. Masturbación por masturbación, pero al menos esta me da algo, y lo
tengo aquí, en el contacto directo con los amigos, con el grupo, una vida social a desarrollar,
y muchas otras cosas”.74

Sin embargo, la sociabilidad deportiva sigue sobreponiéndose a la sociabilidad política


también para esta generación de aficionados. “Cuando llegó por primera vez la Ternana a la
serie A, también llegó la manía de hacer estos grafitis, para incitar a la Ternana; y quizá
después para meter la política, porque ahora la política está en todos lados, también en los
estadios”, “los ultras de aquí de Terni eran todos de izquierda, porque era más o menos todo
el proletariado juvenil. En Terni nunca hubo grandes movimientos [juveniles] de lucha, por
ello se sumaron con los ultras”, “al principio, estaban los compañeros y los fascistas. Después

72
Dice el padre Gino Paiella (1914), párroco de Collescipoli: “con el atentado a Togliatti, quien salvó a Italia
fue Bartali. Porque la misma noche fue la victoria de Bartali en Francia. Yo recuerdo que estaba en el café;
todos estaban de morros, todos… Llega esta noticia, se cambió la atmosfera completamente” (Collescipoli,
29.12.1982). Valtèro Peppoloni confirma: “yo era deportista, escuchando esas cosas se me amortiguaba un poco
la rabia. Nos pusimos a hablar de deporte, de cosas. Y mientras tanto pasaban las horas, pasaban, así, y así se
pasó la rabia, un poco se pasó”.
73
Ultras es el nombre que se da en Europa a algunos grupos de aficionados organizados que apoyan a equipos
de fútbol fundamentalmente, pero también existen en otros deportes [N. de la T.].
74
Los entrevistados son Corrado, 16 años; Daniele, 15; Saris, 17; Marcello, 24. Todos son de familia obreras;
están desocupados o tienen trabajos ocasionales. Ninguno va a la escuela, la entrevista de grupo se grabó en
Terni el 25.05.1981.
empezaron a pelear, y los fascistas se fueron, la verdad. Quedaron todos los compañeros,
¿entiendes? Hicieron los estandartes, Panteras rojo verde, con cinco puntas, y escrito el
martillo y la hoz”.

Los ultras participan en la ocupación promovida desde el área de la Autonomía para la


creación de un centro social juvenil, pero su participación se hizo más desde una identidad
compartida que ideológica. A la pregunta sobre qué cosa los distingue de los fascistas,
termina respondiendo que obedece a raíces familiares, de origen de clase, de horizontes
futuros –no obstante, todos siguen estando dominados por la perspectiva de la fábrica–.

La “violencia proletaria” de los eslóganes autónomos se mezcla, en el lenguaje de los ultras,


con la tradicional identificación entre la ciudad y el deporte, llegando a puntos ambiguos de
chauvinismo: “porque ahora justamente tenemos un problema con los del sur; nos tomaron
el pelo. A donde fuimos, a Torre del Greco, debajo de Nápoles, nos quedamos, no digo que
odiándolos, pero no se puede razonar con ellos. Inventamos una cancioncita para estos, de
abajo: Desde Roma hacia abajo / de Roma hacia abajo / son una masa de zulús. Ellos nos
dijeron palurdos, nosotros les dijimos africanos”.75

Aún se sostiene el nexo entre la ruptura de la disciplina en las calles y en el estadio, así como
la extensión a los aficionados del sentido de incomodidad que atraviesa a la ciudad. En 1983,
Il Messaggero tuvo la ocasión de preguntarse, a raíz de un penal negado –en plena política
de despidos–, si “existe un plan para golpear a este equipo, así como a esta ciudad”.76
Marcello, líder reconocido de los ultras, lee las relaciones sociales de las gradas en el estadio
como metáforas de la estratificación social en la ciudad e interpreta las explosiones de
violencia deportiva como resultado de las frustraciones que nacen también en otros lugares:

Nosotros somos la escoria de Terni; somos justamente eso, la escoria. Los revoltosos, los
vándalos, la escoria. Quien nos conoce sabe que no es así, pero la mayoría de la gente nos
considera la escoria. Porque Terni tiene un numero altísimo de drogadictos, de lejos muchos
más que en las grandes ciudades de Italia. Luego hay episodios, más o menos, de locura, y
gente que tiene estrés nervioso. Así que para mí es una fachada lo de la respetabilidad de Terni,
porque abajo, debajo de la ciudad es que hay un gran problema. No logramos hacerle entender
a la gente de Terni que cuando nos comportamos como ellos quieren, cuando nos
descarrilamos, entonces somos unos vándalos.

Cuando entraban los equipos en el campo, lanzábamos los fumígenos: era una lucha continua
con los ternanos, porque les molestaba el humo. Que luego se están todo el día dentro de la

75
Otras canciones y consignas de los ultras eran parte del repertorio general de la hinchada, o también hacían
eco del lenguaje de la confrontación política. “cuando estemos todos en la tribuna Sur / como una bomba la
hinchada explotará / nosotros estamos aquí / nosotros estamos allá / nosotros estamos en toda la ciudad.
También: “maracaná, maracaná / vinimos hasta acá / y cantaremos, y cantaremos / fuerza Ternana alé alé”.
Asimismo: “barras /cadenas /el fin vendrá”. O bien: “tiemblen / tiemblen / a casa no regresen; no tendremos /
piedad”. Por otra parte, los ultras de la Ternana están todavía, en el 2007, entre los pocos grupos de hinchas
organizados que tienen orientación de izquierda: véase el capítulo 13 de este libro, “Memoria y globalización:
la lucha en contra del cierre de las acerías especiales en Terni, 2004-2005”.
76
Il Messaggero, 25.1.1983.
acería respirando esa basura; pero allí en el estadio les molestaba. Es una ciudad en donde la
contaminación es espantosa: tu muchas veces sales de Terni, es una cúpula, una cosa horrible.
Pero esos cinco minutos en el estadio… eran de golpes –golpes y golpes– con los obreros. Ahí,
alcanzamos a involucrar a la gente cuando salíamos de Terni. Pero en casa nada, siempre
éramos nosotros los que gritábamos, los que animábamos. Mira, te digo esto: que yo en Terni
ni siquiera en las manifestaciones políticas he visto tanta policía como cuando debían
calmarnos a nosotros.77

[El obrero ocupado] en la hinchada no se mete. Pero explota. Es un momento de rabia el estadio.
Me acuerdo de dos invasiones de campo; y en las dos nosotros nos sumamos, pero vinieron de
todo el estadio. He visto escenas que jamás había visto. Por ejemplo, hace dos años con el
Taranto nos fuimos al campo, asediamos al árbitro hasta las ocho y media. La policía debió
hacer cuatro o cinco cargas para dispersar a la gente. También a nosotros; pero dispersar a
gente de cincuenta, sesenta años que en general jamás se les ocurriría hacer estas cosas. Es
como si fueran apáticos, ¿comprendes?; pero allí son explosivos.

7. Un equilibrio fragmentado

De niños, los habitantes de Harlan County competían principalmente en las


carreras atléticas. De adultos, competían por los puestos de trabajo, por los
mercados, por los beneficios, por las cargas políticas. Competían por
producir, por darle una buena impresión al patrón, por hacer carrera… La
competición era el único juego en la ciudad, en Harlan County.78

El uso pedagógico y de control social del deporte no podría realizarse si no estuviera anclado
a las prácticas y valores autónomamente acogidos y promovidos por las culturas populares.
Por lo tanto, es necesario poner en cuestión las imágenes unilaterales tanto de la cultura de
masas como las de las culturas populares: más que en universos opuestos, debemos pensar
en un terreno permanente de tensiones, donde los diferentes puntos de vista se encuentran y
se enfrentan en recíproca interdependencia conflictual, mediada por las relaciones de fuerza
tanto en el plano material como en el plano de la imaginación. 79

Un lugar común atribuye parte del poder de las clases dominantes al hecho de que sus ideas
se convierten en ideas dominantes para toda la sociedad. Sin embargo, no tenemos suficientes

77
Relata Corrado, un joven de los ultras: “regresábamos de un viaje a Arezzo y entonces nos detuvimos en
Passignano, cerca de Perugia. Comenzamos a agitarnos y hubo disturbios en ese pueblo. Un poco el entusiasmo,
ni siquiera nosotros nos explicamos por qué sucedió. No hubo enfrentamientos, hubo daños a algunos autos.
Mandaron al asistente social a casa. Cuando alguno hace algo que la gente no concibe, de inmediato están
drogados. Siempre, están drogados”. En una entrevista referenciada en una publicación de la Provincia, un chico
del área ultras/Autonomía, llamado Massimo, describe uno de los comunes incidentes a cargo de la policía del
estadio: “Digo, cuando sucedió el incidente del estadio, bien, la policía cargó las personas que estaban allí y no
estaban únicamente los llamados “ultras” o los que estaba haciendo desorden, también había mujeres, viejos,
había chicos. Cargaron a esta gente en el auto. Iban juntos tres o cuatro autos con las sirenas a todo volumen,
con las bocinas, aullando, y todas se fueron. A una señora me parece que la apresaron, y si no me equivoco le
rompieron una pierna” (Terni provincia, vol. V, nro. 2, diciembre, 1983).
78
Shaunna Scott, Two Sides to Everything, óp. cit., p. 141.
79
Cfr. Stuart Hall, “Per la critica del concetto di ‘popolare’”, en I Giorni Cantati, nro. 1, 1981, 109-21.
conocimientos empíricos para comprender qué hace que estas ideas se conviertan en
dominantes. Esta investigación muestra que se pueden imponer los comportamientos, pero
es virtualmente imposible imponer las ideas. Se puede obligar a todos los obreros a afiliarse
al fascismo o a participar de sus reuniones, pero no es posible obligarlos a pensar como quiere
el régimen.

De hecho, la imposición toma la forma de la oferta: las prácticas de subordinación y sus


significados no se presentan como restricciones, sino como posibilidades para la ampliación
de las opciones y de acceso a servicios y oportunidades, como una oportunidad para hacer
mejor y más fácilmente lo que siempre se ha hecho o deseado, o incluso imaginado poder
hacer.80 Para que esta oferta sea aceptada, debe tener por lo menos algo de auténtica, debe
responder no solo a las necesidades creadas, sino también, aunque sea parcialmente y de
paso, a las necesidades y deseos reales. De ahí la inutilidad de los tediosos debates sobre “¿el
televisor es bueno o malo?”. Como la casa de azúcar y chocolate de la bruja de Hansel y
Gretel, si no fuera buena no podría producir sus efectos nocivos. Si no existiera un uso obrero
del deporte, no podría existir ni siquiera un uso hegemónico y patronal.

Pero si la oferta desde arriba se limitase a acoger demandas ya existentes en la cultura


popular, su efecto sería de simple amplificación. Se trata en realidad de una oferta selectiva
y enfocada, que justamente reconoce y legitima fragmentos de la cultura popular, borrando
otros, alcanzado un eficaz efecto disgregador.

Las culturas, en realidad, no consisten en paradigmas de valores y significados


independientes y coherentes, sino en campos de fuerza, en los cuales cada afirmación de
valor y de sentido está en tensión con los valores y significados opuestos, pero igualmente
necesarios. Sin perturbar el análisis estructural de los mitos de Lévi-Strauss, basta con
observar la disposición por pares de los proverbios populares. Por un lado, “quien hace por
sí hace por tres”, “querer es poder”, “quien duerme no agarra peces”; por otro lado, “la unión
hace la fuerza”, “el hombre propone, Dios dispone”, “quien va despacio va sano y va lejos”.81

En la pedagogía industrial dirigida a las clases populares se encuentran a menudo referencias


a los proverbios del primer grupo, los que enseñan el individualismo, la ambición y la
iniciativa. Los destinatarios proletarios reconocen rasgos de su saber tradicional; no obstante,
al mismo tiempo desajustan el nexo que los reequilibraba con los valores de cooperación,
aceptación y prudencia del segundo grupo. Una vez roto este equilibrio, el significado de los
mismos proverbios deviene desbalanceado y distorsionado.

No es difícil encontrar ejemplos análogos en la cultura obrera. “The collier lad is a bonny
lad”, dice una canción minera de la región de Newcastle: “He knows how to work, and he
knows how to shirk” –el minero es un chico como se debe, tanto porque sabe trabajar como

80
Cfr. Victoria De Grazia, Consenso e cultura di massa nell’Italia fascista, Bari, Laterza, 1981; de la misma
autora véase L’impero irresistibile. La società dei consumi americana alla conquista del mondo, Torino,
Einaudi, 2006.
81
Alberto Sobrero, “Problemi di ricostruzione della mentalità subalterna: letteratura e circolazione culturale
alla fine dell’800”, en AA. VV., Studi antropologici italiani e rapporti di classe, Milano, Franco Angeli, 1980.
porque también sabe cómo evitar el trabajo–.82 El trabajo como deber, como identidad y
como cumplimiento coexiste con el rechazo del mismo, de su nocividad, de sus relaciones
de producción. Lanzando el peso de la oferta (y de la disciplina) empresarial al plano del
orgullo profesional y de la “satisfacción”, las competiciones de producción acentúan un
aspecto de la cultura obrera, pero alteran el equilibrio y la coherencia de la misma, sacándola
del aspecto complementario de colaboración y de autoprotección del riesgo y de la
explotación. El resultado es el aumento de la producción y, como recuerda Canali, de los
accidentes.

Del mismo modo, la necesidad de agrupación y de sociabilidad coexiste con la necesidad de


individuación y autodefinición; el sentido de pertenecer a la comunidad ciudadana está
moderado por la conciencia de que en la comunidad local no todos están del mismo modo y
no todos son iguales. La manipulación de figuras como Borzacchini y Liberati rompe el
equilibrio: es creíble porque los obreros se sienten ternanos como los otros y les hace olvidar
que los ternanos obreros nos son iguales a los demás. Refuerza la identidad geográfica y
elimina las diferencias de clase. Una vez más, la relación obrera con el deporte contiene tanto
la sociabilidad como la competición; la articulación hegemónica retoma el aspecto
competitivo, pero lo separa de la sociabilidad y de la colaboración. Y entonces, si es cierto
que en el deporte encontramos significados que provienen de la cultura obrera, también es
cierto que no solo encontramos estos. Es más, los significados públicamente articulados son
precisamente los que son funcionales al dominio –el nacionalismo, el chauvinismo y, en los
años 30, el militarismo–. En la medida en que la cultura popular reconoce en la oferta
deportiva fragmentos de sí misma, también se abre la aceptación de mensajes que refuerzan
la subordinación: como el nacionalismo, el chauvinismo y el militarismo.

Finalmente, el deporte funciona como un cemento social no porque signifique lo mismo para
todos, sino porque oculta la diversidad de significados dentro de la puesta en común del
significante. Es más difícil distinguir los significados propios y evitar introyectar los de los
demás cuando se suprime la posibilidad distinguirse lingüísticamente. Este procedimiento es
la piedra angular de la función hegemónica de las culturas de masas: significantes unitarios
con significados diferentes, pero administrados de igual manera por quienes detentan el
poder. El resultado es la ruptura de los equilibrios internos de las culturas no hegemónicas,
que son fragmentados y privados de su coherencia y de su propio sentido de identidad. Desde
un todo coherente, antagónico y autoconsciente, la cultura popular obrera se trasforma en una
subcultura fragmentaria, con todas las características del “folklore” en sentido gramsciano:
un todo contradictorio, fragmentario, inconsciente, no elaborado y asistemático. Pero
entonces el folklore no es tanto un residuo de épocas pasadas, o la condición natural de las
clases subalternas, sino más bien el producto actual y continuamente renovado de la
demolición permanente de su cultura por parte de la cultura dominante –y de su resistencia
respecto a ese proceso–.

82
Johnny Handle, “The Collier Lad”, en el disco Along the Coaly Tyne, Topic 12T189. Véase aquí el
capítulo 14, “¿De qué parte estás? Lucha de clases y cultura en la huelga de Harlan 1931-32”.
CAPÍTULO 12
Tener razón en frente del patrón
Estructura y eventos en la vida de Valtèro Peppoloni, trabajador1

Nos enseñaban que, así te tocara hacer de barrendero, tenías que ser el
mejor barrendero de todos. Esto nos enseñaban.
Si no puedes aprender a hacer otra cosa que sacar la basura,
sé el mejor barrendero posible.
Wylletta Lee, Cumberland, Harlan Co, Kentucky2

1. Historias representativas

Una de las más típicas observaciones críticas en los debates de la historia oral, de la historia
de vida y del método biográficos es ¿cómo se puede generalizar a partir de documentos
individuales? ¿Cómo se puede ligar lo personal, lo biográfico y lo subjetivo con lo social, lo
histórico y lo colectivo? 3 En este texto quisiera abordar la cuestión partiendo de una historia
de vida específica, tratando de observar cómo se relacionan los marcos culturales y sociales,
y en qué modo los rasgos compartidos se relacionan con aquello que los hace únicos.

En la expresión “historias de vida”, muchos investigadores ponen, útilmente, el énfasis en


vida: en los hechos, en los datos concretos y verificables, en la materialidad de la experiencia.
A mí me gusta más subrayar la historia: los hechos pueden ser concretos y verificables, pero
lo que tenemos entre manos no es la experiencia, lo vivido, la realidad, sino su relato, una
construcción verbal en la que el narrador, gracias a la oportunidad y al desafío del
investigador, da forma narrativa a su propia vida. La autenticidad y la inmediatez de la
experiencia siempre se nos escapan; en compensación, tenemos un objeto que tiene al menos
una relación formal con la experiencia misma. Después de todo, también el relato de la vida
forma parte de la vida.

La historia de la cual quisiera partir es la de Valtèro Peppoloni, nacido en 1916 en Moiano,


una fracción de Città della Pieve (Perugia); vivió en Terni desde finales de los años 20.4 El
relato comienza precisamente con la historia de este traslado: su padre era socialista, y un
jerarca fascista, quien además tenía una deuda con él, no quería pagarle y lo perseguía

1
“Avere ragione di fronte al padrone. Struttura ed eventi nella vita di Valtèro Peppoloni, lavoratore”, en Liliana
Lanzardo (ed.), Storie orale e storie di vita, Milano, Franco Angeli, 1989, pp. 11-28; “The Best Trash-can
Wiper in Town. The Life and Times of Valtéro Peppoloni, Worker”, en Oral History Review, vol. 16, nro. 1,
1988, pp. 58-69; íd., en The Death of Luigi Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral History,
Albany, N. Y., State University of New York Press, 1991, pp. 117-37.
2
Wylletta Lee (1950), administradora inmobiliaria, Cumberland, Ky., 10.7.1986.
3
Louise Tilly, “People’s History and Social Science History”, en Social Science History, vol. 7, nro. 4, 1983,
pp. 457-74; para las respuestas de Paul Thompson, Luisa Passerini, Isabelle Bertux-Wiame, Alessandro Portelli,
“Between Social Scientists”, en International Journal of Oral History, vol. 6, nro. 1, 1985, pp. 21-25, y el
comentario final de Louise Tilly, p. 41.
4
Entrevistado en Terni, 25.4.1981.
continuamente. Vienen a Terni, la familia empieza a trabajar entre la aparcería y el servicio
doméstico cerca de terrenos privados en los márgenes de la ciudad.

Y vinimos a Terni. Vinimos en noviembre; en abril del 29 [mi padre] murió. Así que nos
quedamos tres hijos; dentro de la villa Mattioli, allí en Campomicciolo. Mis hermanas estaban
en servicio; la pobre mamá, trabajábamos en aquel pedazo de tierra; teníamos una vaca, la
leche… cuando me tocaba a mí la leche se cuajaba, porque yo la metía dentro del agua, en el
arroyo. Pero a mí, dos pesos para ir al cine o para jugar ¿quién me los daba?

La primera cosa que dice recordar es que la propietaria era terrible –“esa era un verdugo” –.
El terreno tenía muchos árboles de frutas y el pacto estipulaba que serían divididos por
mitades; pero la patrona se guardaba para sí las mejores. Peppoloni habla de cuando
despojaron el árbol de albaricoque de la patrona y cómo se fue a vender la fruta a una
heladería en la ciudad, para después llevarle el dinero a su madre (quién lo regañó, pero
conservó la ganancia).

Un poco más grande, para completar el ingreso familiar lo mandan a trabajar a un cine en la
ciudad; pero el patrón no le paga, por lo que se venga abriendo de par en par la puerta trasera
del cine e invita a entrar a toda Terni a ver gratis una película de Harold Lloyd.

A los 15 años entra en la planta química de Papigno, pero la nocividad del ambiente lo obliga
a renunciar. Permanece desocupado hasta que es contratado por una empresa que se encarga
del sistema de alcantarillado de la ciudad, pero los jerarcas fascistas lo reemplazan por una
persona menos calificada. Entonces se presenta ante el responsable del sindicato fascista:

Le di un empujón [a la puerta] y fui allí dentro. Él se refugió en el escritorio. Allí, en el


escritorio. Yo entonces recién había cumplido los diecinueve años, ya no era un muchachito, y
tenía un poco ese espíritu de lucha, como ahora, porque todavía lo tengo, me quedó. Será para
bien o para mal, no lo sé, lo dejo a juicio de los demás. El hecho es que nos pusimos a pelear,
y me vino bien agarrarlo y lanzarlo por la ventana.

Por suerte, el jerarca cayó sobre una terraza inferior y no tuvo mayores heridas; sin embargo,
Peppoloni terminó en la cárcel. Fuera de prisión, vaga entre la desocupación y los trabajos
precarios hasta que, casi sin darse cuenta, se alista para la guerra en España. Se destaca por
estar siempre en primera línea (“como dije, el espíritu nunca me faltó”), pero se resiente por
las órdenes de la jerarquía: “de hecho, una vez a un oficial –a un oficial– yo y otros dos le
arrancamos la medalla de plata que le habían dado al valor militar, en presencia de los
generales franceses. ¿Por qué se la arrancamos? Porque este no estaba en el frente.5 Es allí
donde me di cuenta de qué cosa era el fascismo. Me di cuenta, realmente”. Para Valtèro
Peppoloni, el fascismo es un sistema de privilegios que no respeta el mérito ni los pactos,
que establece jerarquías artificiales y que alienta el oportunismo y la truhanería: “veía a las
carroñas que cuando estaban cerca de mí, en el frente, se ponían a temblar del miedo, y a un
prisionero eran capaces de lanzársele encima”.

5
Los generales franceses, naturalmente, son incongruentes. Pero, como veremos, para sus actos de justicia
Peppoloni siempre demanda un público.
De vuelta en casa, discute con la sección del fascio juvenil que quiere hacerle pagar el carnet
de afiliación, mientras que él sostiene estar exento de ello por ser un veterano de la guerra de
España:

“ya vas a ver” [grita el secretario], “yo soy un escuadrista,6 ¿sabes?, ¡ya vas a ver!”.
“¡Cállate y para!”, dije, “¿eres un escuadrista? Diez contra uno para darle aceite de
ricino y agarrarlo a golpes; pero cuando había que disparar las escopetas, no estuviste,
los hice yo”. ¡Entonces, se abrieron los cielos! Vino a ponerme la mano encima,
entonces les hicimos la revolución. Destrozamos todo el dopolavoro de
Campomicciolo, yo y otros dos o tres amigos, los sentamos, volaron espejos, volaron
botellas, allí…

Lo convoca el federal, y también se va a los golpes con él (“lo agarré, había unas escaleras,
abrí la puerta del pórtico. Le dije ‘te voy hacer volar escalera abajo’”). Mientras tanto,
empieza a trabajar en la acería; se casa y, tres días después de la boda, parte para la guerra en
Grecia. Regresa condecorado, se va de partisano, es arrestado, se escapa y se va con su
familia, cuando la guerra termina regresa a la fábrica.

Había tantos tipos que se permitían, porque habían sido partisanos dentro de la acería, que se
permitían ser unos arrogantes. Y entonces yo les decía no, que eso no estaba bien. Yo tengo
otra mentalidad, no lo sé, o erraba o adivinaba… Decían: eh, ¿para qué combatimos? Ahora
los patrones los vamos a matar a todos. Yo, por el contrario, en cuanto al patrón nunca lo pude
ver, pero siempre traté de hacer mi trabajo. En todas partes estuve. Porque no solo estuve en la
acería; cambié de patrón, me fui de ahí, me hice expulsar de ahí, tal vez. Pero no me negué.
Cambié de patrón; pero para trabajar donde estuve, me pusieron así [en la palma de la mano].
Siempre quise tener razón en frente del patrón, en cuanto a eso. Será un carácter equivocado,
no lo sé.

Explica e insiste: “le dije, primero trabajábamos, nuestro deber. Y después, ahí si hay que
reivindicar un derecho, luchamos juntos para reivindicarlo”; “antes de la guerra libertad nadie
tenía. Recién terminó la guerra, éramos los patrones, nos llamábamos; pero los patrones en
el sentido inadecuado, no adecuado, porque en aquella época no era adecuado hacer lo que
te parecía, sobre todo cuando es un trabajo que si tú no lo haces el otro debe parar”. El
contraste con los compañeros sobre la base del sentido del deber está moderado por el
conflicto con la disciplina y la jerarquía de la fábrica. Sin solución de continuidad, el relato
prosigue:

Entonces estaban los guardianes dentro de la acería; te controlaban todo. Incluso si habías
hecho tu trabajo. Estábamos a destajo, a destajo. El minuto de reposo –se rompía un cilindro,
o alguna cosa: cómo te miraban, incluso estabas de pie, [gritaban] ¡duerme! ¡La multa! Les
decía no, pero yo no dormía– ah, no había nada que hacer. Te miraban lavar las manos un
minuto antes, la multa. Era una presión que yo… de hecho a un guardián, una vez –era un
napolitano, el famoso napolitano– yo y otro le metimos la cabeza dentro de una cubeta de agua,

6
Miembro de los escuadrones de acción fascista que se destacaban por las agresiones y abusos en contra de
socialistas y comunistas entre 1919 y 1922.
y, subían pocas burbujas. Eh, finalmente, llegamos a este punto –lo ahogábamos–.

Mientras tanto, siempre pendenciero, participa en el sindicato. A un sindicalista conocido,


“bien, yo una vez debí darle una patada en los pies para que hiciera huelga… cuando había
que pelear por el sindicato, cuando había algo que me parecía que era justo; porque si no era
justo no me ponía en esas”. Pero poco después: “yo fui de esos que estuvo en todas las
huelgas; todas, todas, todas, todas. Todas, aunque estuvieran equivocados yo iba. Regular,
regular. Pero yo estuve en todas”. En la turbulenta posguerra, participa en todos los
enfrentamientos en la calle con la policía; está entre los activistas que desarman a los guardias
de la fábrica después del atentado a Togliatti; aunque no hace parte de los tres mil despedidos
de 1952-53, va igual a la calle a agarrarse a porrazos, mientras que “a alguno [de los
despedidos] le dije, que lo conocía: los vi a ustedes llorar entre las piernas de sus esposas”.

En la fábrica es apreciado (“en el trabajo, me llevaban así [en la palma de la mano]”),


introduce algunas innovaciones técnicas, aprende un oficio, obtiene el preciado título de
horneador. Pero ocurren accidentes causados por la incompetencia y el descuido de su
ayudante. La primera vez, lo cubre y asume la responsabilidad; la segunda vez no lo cubre y
el ayudante lo llama espía. “Perdí la razón. Tenía la bolsa en las manos, con el portacomidas,
se lo tiré en la cara, lo masacré. Lo masacré. Le puse mis pies encima, si no me lo quitan los
de la prensa 6000 lo habría matado”.

La riña le da a la compañía la oportunidad de denunciarlo y despedirlo. Va a hablar con el


jefe de personal, los guardianes tratan de impedirlo, él se les lanza encima y entra:
“‘Finalmente Peppolo’, dice el jefe de personal, ‘vino en un tiro’. Le puse la mano, le llegué,
lo agarré de la corbata. Se quebró y me quedó en las manos, o si no lo estrangulaba. Los
guardianes me agarraron, pero no lograban despegarme. De lo contrario, lo estrangulaba la
corbata. Lo habría ahorcado… mi esposa había muerto hace poco, no había pasado un año si
quiera. Así que, no lo hice… no tenía nada que perder”.

Despedido, encuentra un trabajo como paleador en la planta química Polymer –“yo, de obrero
especializado que era, dos días después, a pico y pala”–. Pero también aquí se destaca,
encuentra trabajo como ensamblador y es enviado a hacer trabajos especializados en toda
Italia –hasta que un accidente en la rodilla le impide subirse a los andamios–. Nuevamente
desocupado, busca ayuda en el partido y en la administración comunal de izquierda.
“Finalmente un buen día fui decidido con todos los carnets que tenía en el bolsillo: los del
partido y los de los partisanos”. Va donde el asesor y se los tira en la cara: “helos ahí: no
necesito de ti. Ni de ti ni de tu partido. Creía que era otro partido”.

El asesor lo lleva atrás: “te podemos ofrecer solamente un puesto como barrendero”. Y él:
“nunca te pedí que me hicieras empleado”. Barrendero debes ser, y barrendero serás. Serás
el mejor barrendero de la ciudad, por la calidad del trabajo y por el incremento de la
producción.

Entonces se iba uno con las bolsas [a llevar la basura]. Yo no me hice a un lado: es mi trabajo,
y punto. Todavía me encuentran, y todavía lo puedo decir: yo hacía limpieza; yo limpiaba las
calles, en serio. Me gustaba ser recolector de basuras. Yo a donde iba me decían lecca lecca,7
por así decirlo, por el aseo que yo hacía en las calles…
¿Sabes qué significa raspar los basureros en los meses de julio o de agosto? Abiertos,
¿rasparlos con el raspador? Se necesita un estómago fuerte, pero de acero templado, porque
o sino no haces ese trabajo. De cuarenta basureros que hacían antes de que yo estuviera, yo y
otro idiota como yo llevamos la producción a sesenta y cinco basureros al día. Y los
dejábamos limpios, limpios.

En el verano, haciendo este trabajo, se quita la camisa sudada, se quita la camisilla; en ese
momento llega el jefe de turno y lo encuentra con el torso desnudo.

Ah, los alaridos y los gritos– “indecente, eres un funcionario público, eres esto, aquello”– en
medio de la calle. Yo tenía el raspador que cortaba como una cuchilla de afeitar. Le dije: “si
no te vas te corto el cuello. ¡Vete de aquí!”. El sudor me goteaba, me goteaba por todas partes.
Se me mojaron los pantalones en todas partes. Y se terminó.

Después de otra disputa con un comerciante culpable de ensuciarle la calle, el municipio lo


transfiere al oficio de conserje en una escuela. Aquí, la directora no le permite tomar los días
de licencia que le esperaban como recolector de basura; discuten, y la directora le escribe al
asesor. “Entro donde la directora: ‘¿quién escribió esto?’. Gritaba como una bestia. ‘Quédese
callada que conmigo vamos a ver quién grita más’. Ella alzó las manos, la agarré: ‘mucho
cuidado con lo que hace, o si no la ahorco’”. Y termina por conquistar su respeto: “luego me
respetó, hice el trabajo, me llamó a su casa, me encontró dentro de Terni, dentro de Terni con
sus amigas y profesoras, con todas, y me saludó. Dijo: ‘este es un compañero, un defensor
de Berlinguer’, terrible. Pero debo respetar a quien ha puesto en marcha la escuela. Porque
aún lo digo: cuando la escuela estaba mejor, y organizada como se debía, allí estaba yo”.

El último trabajo es el de portero del edificio municipal, donde encuentra la forma de


“agarrar” a algunos empleados absentistas y rezagados. “Haciendo este trabajo –dice– no fui
para hacer de pedante o de vagabundo”.

Lleva la misma actitud en su relación con el partido:

El partido me ayudó a formar una conciencia y a luchar como obrero; me enseñó; eso sí, debo
reconocerlo. Pero el partido quiere hacer cosas que a menudo no vienen muy bien, porque ahora
tenemos encima a Stalin… yo soy estalinista; yo soy de esa manera. El partido me formó de
esa forma, no puedo cambiar cada día las cosas. Yo no.

Al tiempo del compromiso histórico 8 recupera por algún tiempo el carnet de la afiliación al
partido. A algunos cuadros que le dicen que los tiempos han cambiado les responde:
“entonces, ¿tú, que eres dirigente, por qué los domingos no vas a distribuir L’Unità en las

7
La expresión lecca lecca, cuya traducción original es la de chupete o lambón, en el contexto del diálogo se
refiere al “lamedor”, por que dejaba los basureros tan limpios que parecía que los limpiase con la lengua [N. de
la T.].
8
La política del secretario Enrico Berllinguer, quien buscaba una colaboración entre el partido comunista y la
democracia cristiana.
casas?9 Yo voy incluso ahora, ¿por qué no vas tú? Tantas veces los sacrifiqué a ellos [los
hijos, presentes en la entrevista] que se hicieron a un lado. No sé, por respeto a mí, qué sé yo.
¿Por qué yo el domingo iba a hacer ese trabajo? Nadie me pagaba nada, eh. Porque yo al
partido le di siempre todo y nunca pedí nada a cambio”.

Unos días antes de la entrevista había recibido un reconocimiento: “Ahora, por ejemplo, yo
ni siquiera lo sabía, me mandaron un libro y un portallaves a la casa; premiaron a los
difusores. Un libro, un portallaves y un bolígrafo. No a todos. De hecho, en toda la zona me
los dieron solo a mí”.

2. Simetría

Volvamos a la cuestión inicial. ¿Cómo se puede pretender que estas historias individuales
ayuden a comprender un hecho colectivo como la cultura? De hecho, este interrogante no se
le plantea únicamente a la historia oral, sino que es intrínseco a todas las disciplinas que se
ocupan de las historias. De hecho, campos como el folklore y la teoría literaria se encuentran
con el mismo problema: las obras literarias son tan individuales y distintas entre ellas,
exactamente como son las personas. Por esta razón, se han desarrollado conceptos y
procedimientos tales como el motivo (unidad mínima del relato), el tema (conjunto de
razones) y el género, que permiten descomponer y agregar materiales idiosincráticos e
identificar significados transindividuales.10 Estos instrumentos pueden servir también para
sumar las historias de vida individuales dentro de un discurso colectivo.

Quisiera ver qué hay de individual e inconfundible en el relato de Valtèro Peppoloni y qué
hay, por el contrario, que pueda ayudarnos a pensar cómo se construye aquella cosa abstracta
e individual que es la cultura obrera en una ciudad industrial como Terni, en una cierta
generación y en una determinada fase de la historia.

Partiré de dos razones: una que atraviesa al texto linealmente y otra que se desenvuelve
cíclicamente. La razón lineal es una construcción en forma de Bildung, una especie de novela
de formación: una formalización de la vida del narrador a través de la periodización en tres
fases que se determinan por diferentes términos. La primera fase es la infancia y la
adolescencia temprana, caracterizada por toda una serie de actos transgresivos (el robo de la
fruta, el cine y la leche cuajada) que el narrador explica implícitamente con la ausencia del
padre: “era un poco temerario, no tuve una guía”.

Cuando narra la pelea con el sindicalista fascista, siendo un adulto joven, el pasaje está
marcado por un nuevo término: el “espíritu rebelde”, el “espíritu de lucha”. Habla de
“espíritu” también cuando relata el conflicto con los oficiales en la guerra, o cuando dice que
en Grecia pasó más tiempo en una celda de castigo que en combate (“un poco era un espíritu
rebelde”), aunque después ganara una medalla.

9
L’Unità era el diario del partido comunista. La distribución del diario puerta a puerta los domingos era la
forma más común de militancia.
10
Tzvetan Todorov, I formalisti russi, Torno, Einaudi, 1968; Jean-Marie Schaeffer, Che cos’è un genere
letterario?, Parma, Pratiche, 1992.
Regresa de la guerra, se casa y entra a la fábrica; ahora es un adulto, y con ello aparece un
nuevo término: “conciencia”. Va a todas las huelgas, “era mi conciencia”; “el partido me
ayudó a formar una conciencia”.

Este tránsito –temerario, espíritu rebelde, conciencia– acompaña el relato de su vida pasando
de la infancia a la juventud, hasta la madurez. Al mismo tiempo, cada uno de los tres términos
en sucesión no elimina a los otros. Así, cuando habla con el jefe de personal antes del despido,
el hecho de que su mujer hubiera muerto hace poco hace resurgir en él a ese rebelde que
había tenido bajo control por la conciencia, entendida como responsabilidad adulta (en el
trabajo, en la política y en la familia). La muerte de su esposa (como la ausencia del padre en
la adolescencia) le hace perder los factores de responsabilidad y control (“no tenía nada que
perder”), y lo envía nuevamente a una fase anterior de su formación. Es como si cada nivel
de su subjetividad se construyera sobre bases no carentes de precedentes.

La razón cíclica es la más evidente: es la que se resume en la formula “lo aguanté” (o “lo
agarré”, “lo cogí”). Todos los episodios terminan con una confrontación física, generalmente
con una figura de autoridad: el sindicalista fascista, los oficiales, los guardianes, el jefe de
personal, el sindicalista cobarde, el compañero asesor, la directora de la escuela, el jefe de la
limpieza urbana. Casi todos suceden en público, en una forma casi teatral, o inician con la
rotura de una puerta, como una verdadera irrupción a un espacio protegido de la autoridad.

¿Qué provoca estos enfrentamientos recurrentes? Creo que todo el relato se rige por un
principio que podríamos llamar de simetría (un poeta campesino e improvisador de Palestrina
cantaba a Lenin como “aquel que pone al mundo en simetría”: en el comedor de Valtèro
Peppoloni, tallado en madera con sus manos, sobresalía un busto de Lenin). 11 La simetría es
una imagen de la justicia: cuando el narrador describe la división de la fruta con la patrona
de la casa, señala que le parece justo (por mitades), pero no lo era porque la calidad no era la
misma. Esta necesidad de simetría, de equilibrio, va en dos direcciones: hacia la palabra y
hacia el trabajo.

En el ámbito de la palabra, simetría significa, en primer lugar, mantener la palabra dada: la


historia comienza con el fascista que persigue a su padre por no pagarle una deuda; prosigue
con los fascistas que no respetan la exención del pago para su carnet de afiliación; con el
asesor que le promete trabajo y no se lo da y con la directora que no le reconoce los días de
licencia. En segundo lugar, significa una relación entre palabra y verdad: “si hablamos de
historia”, lo dice a propósito del enrolamiento en España, “uno debe decir lo que es”. La
única vez que “agarra” a una persona que no es jerárquicamente superior es cuando su
asistente lo llama espía. La simetría entre palabra y verdad, sin embargo, no significa
necesariamente que todo lo que el narrador dice sea cierto: lo que cuenta, sobre todo, es la
coherencia del relato y de la construcción narrativa de sí. Por tanto, el otro nivel de la simetría
es la continuidad de esta verdad en el tiempo. El desarrollo del temerario, del espíritu rebelde
y de la conciencia se hace a través de un hilo de continuidad constituido por el rechazo a la
injusticia y a la hipocresía: el espíritu rebelde lo tuve, y todavía lo tengo; el partido me enseñó
a respetar a Stalin, y yo no puedo cambiar.

11
Nello Innocenti (ca. 1910), campesino, Palestrina (pero grabado en Roma Torrenova), 10.1.1970.
Con relación al trabajo, la simetría se refiere principalmente a la relación entre el deber y el
derecho. Primero trabajamos y luego reivindicamos, les dice a los compañeros que –después
de años de guerra, hambre y resistencia– no estaban contentos con volver a trabajar en las
mismas condiciones que antes. Al mismo tiempo, “yo quería tener siempre la razón en frente
del patrón”. Se debe dar trabajo si se quieren derechos; puesto que a él el trabajo se lo dan,
los derechos hay que exigirlos. Después, y quizás la cosa más importante, la simetría y el
intercambio entre deber y respeto: “siempre me han llevado en la palma de la mano”. En este
sentido, la escena clave es la de la directora que (una vez más, teatralmente) lo saluda
públicamente cuando se lo encuentra en el centro de Terni. Por último, la coherencia entre el
rol y el comportamiento: si eres un oficial te debes exponer en el frente; si eres un dirigente,
debes difundir L’Unità.

Ahora, si hay una idea de simetría quiere decir que se habla de relaciones entre iguales. Se
da el trabajo para intercambiarlo por salarios, derechos y respeto; significa que la relación
con la contraparte no es de subordinación, sino de paridad. En algunos casos (como con el
ayudante o con los empleados holgazanes) el enfrentamiento es entre pares; pero casi siempre
es con una figura de autoridad, a la cual Peppoloni le impone el respeto de una relación
“contractual”, de intercambio. Su sentido del deber no es el de la disciplina y la obediencia,
sino el de la autodisciplina y el del orgullo personal –“conciencia”–.

3. La fruta robada

Tengo un amigo en el Aristide Gabelli


Que lo agarraron porque se iba a robar
La fruta sacudiendo las verjas
De una grande y vasta propiedad.
Armandino Liberti, “Noi de borgata”12

Esta es la construcción formal de la historia de una persona. ¿De qué forma nos ayuda esto a
razonar sobre la historia de una ciudad? ¿Cómo se entrelazan los motivos, los temas y los
géneros narrativos compartidos socialmente con los hechos individuales narrados en este
relato?

Existe, por supuesto, una tradición de análisis de la relación entre las narrativas individuales
y las formas culturales que pertenece a la tradición de los estudios folklóricos. Como Aarne
y Thompson enseñan, estos estudios han desarrollado técnicas refinadas para individuar los
elementos colectivos que se encuentran en los textos –a tal punto que, algunas veces, el
análisis folklórico se reduce a encontrar cuál es el numero dentro del índice Aarne-Thompson
al que se le pueden rastrear los motivos contenidos en una historia dada–.13 De otro lado,
tenemos una tradición de estudios literarios cuyo fin es la individuación: Tzvetan Todorov

12
“Noi de borgata”, compuesta y cantada por Armandino Liberti (1925), bagajero, grabado en Roma Trionfale,
21.11.1973; Sara Modigliani, en el CD Ma che razza del città, il manifesto, Circolo Gianni Bosio, Roma, 2007.
L’Aristide Gabelli es el reformatorio de Roma.
13
Stith Thompson, Motif-index of folk-literature; a classification of narrative elements in folktales, ballads,
myths, fables, mediaeval romances, exempla, fabliaux, jest-books, and local legends, Bloomington, University
of Indiana Press, 1955-58.
afirma, en la introducción de su libro sobre literatura fantástica, que cada obra de arte es un
género en sí misma. 14 Es claramente una paradoja, pero sirve para señalar que ningún texto
literario –en realidad, ningún texto, y ninguna performance narrativa– es completamente
reducible a estructuras generales o a marcos sociales transindividuales.

Ninguna historia de vida se puede resumir en su totalidad dentro de marcos sociales


generales, simplemente porque ninguna persona se puede resumir totalmente dentro de
marcos sociales generales. Por excelentes razones de necesaria abstracción científica y
estadística, a menudo se representa la realidad social bajo la forma de retícula; una retícula
hecha de cuadrados iguales en dimensión y forma. Es una operación necesaria, pero es bueno
recordar que se trata, ante todo, de un artificio y no de una representación directa de los
hechos sociales. El mundo, de hecho, no tiene la forma de una retícula, pero, si tiene alguna,
es la de un mosaico: cada tesela 15compagina o se sobrepone con las otras, formando un
conjunto al que podemos buscarle forma y sentido, pero no porque cada una sea igual a las
otras, sino porque en su diversidad se adaptan la una a la otra. Cada tesela es diferente a las
demás, cada historia es diferente a las demás.

Por lo tanto, explicar un texto significa resituarnos en los marcos sociales, pero también
implica tener en cuenta este hecho universal que es la diferencia entre los individuos y sus
historias. En el relato del que nos estamos ocupando, algunos elementos de la cultura social
saltan a la vista; quisiera detenerme, sobre todo, en el contenido (donde el aspecto más
llamativo es la ética del trabajo, sobre la cual volveré más adelante) y en los elementos
formales, a partir del discurso sobre el robo de la fruta.

¿Cómo se pueden descubrir cuáles son los motivos socialmente compartidos?


Evidentemente, comparando muchos relatos y verificando qué motivos aparecen con mayor
frecuencia. Si Peppoloni hubiera sido el único obrero ternano que comenzó su propia historia
de vida con un hurto campestre, diríamos que se trata de un dato individual y no
generalizable. Por el contrario, más de una historia comienza con el robo de fruta (un obrero,
amigo mío de infancia, narra cómo todos los chicos del barrio se organizaron para una acción
en masa, y no me dijeron nada). Más de una historia, incluso más explícita que esta, comienza
diciendo: “ese fue mi primer acto revolucionario”; un narrador afirma: “fui a robar fruta, el
guardián me disparó muy cerca, y fue entonces cuando comprendí que el sistema capitalista
no era justo”.16

En el caso de Valtèro Peppoloni, el giro anticapitalista se produce después, pero también aquí
la construcción narrativa de sí comienza con esta transgresión infantil. Es común en muchas
narraciones autobiográficas que el narrador reivindique en su propia infancia los gérmenes
de su identidad actual; esto es aún más cierto en el caso de un narrador tan “coherente” como
Peppoloni: revolucionario ahora, revolucionario siempre.

14
Tzvetan Todorov, La letteratura fantastica, Milano, Garzanti, 1977.
15
La tesela es una pieza pequeña de piedra, cerámica o vidrio teñido que se usa para confeccionar mosaicos [N.
de la T.].
16
No relaciono los nombres por motivos de privacidad.
Pero hay una aparente contradicción: una historia tan legalista –primeros los deberes y
después los derechos– funda su identidad en un robo. Esto se refiere a una profunda dualidad
en la cultura local, que se deriva de las características específicas del proceso de
industrialización y de formación de la clase obrera. En Terni, la acería no nació como el
resultado de un largo proceso gobernado por fuerzas endógenas, sino que fue ideada y hecha
desde arriba por decisión del gobierno. Fue un proceso rápido, por lo que dentro y en los
alrededores de la ciudad industrial continuaron existiendo grandes espacios agrícolas y
rurales; por generaciones, una parte considerable de la fuerza de trabajo venía directamente
del campo y llevaba dentro de la fábrica una cultura campesina relativamente intacta. Ambos
factores se encuentran en la historia de Peppoloni: su familia viene a Terni desde el interior
rural de Perugia y encuentra trabajo en un espacio agrícola en los márgenes de la ciudad. 17

En Terni, donde el sustrato rural se cruza con la identificación obrera con la fábrica, toma
forma, por un lado, una ideología contractual según la cual las relaciones de trabajo deben
basarse en el estricto cumplimiento de las normas, tanto en el respeto por la empresa como
en el respeto hacia los compañeros de trabajo; por otro lado, una práctica que, especialmente
después de la guerra, es generalizada y casi legalizada: el robo de cianamida de la planta
química para fines de iluminación doméstica por parte de obreros cuyas familias no podían
permitirse el pago de la factura de la luz. La disciplina de la fábrica afirma que es necesario
darle a la empresa todo el tiempo de trabajo que ella ha pagado; pero, cuando la máquina
camina por su cuenta, es normal usar este tiempo para fines personales: para descansar, leer
y, tal vez, lavarse las manos cinco minutos antes de la hora de salida.

De esta herencia cultural también formaba parte la práctica del hurto campestre: una práctica
jamás reivindicada a nivel colectivo, pero muy recordada en las biografías personales, y tan
difundida en Italia al extremo de ser designada como “una forma de lucha de masas”.18

Esta gestión del tiempo orientada no a la disciplina, sino a la consecución de resultados es


una marca campesina más que industrial: basta recordar lo que escribe Herbert G. Gutman
sobre la formación de la clase obrera americana, o Federico Butera sobre la relación entre la
organización del trabajo y la clase obrera de las acerías de Terni. 19 Aquí la memoria cultural
es un contrapeso respecto a la totalización de la ideología de la fábrica; pero es vivida por
cada obrero como un hecho personal, transgresivo y ligeramente ilícito, vagamente
“anárquico”. No es casualidad que el narrador, que dice haberse convertido en anticapitalista
tratando de robar fruta, se declare comunista, pero también afirme tener una fuerte simpatía
y nostalgia por la anarquía, entendida siempre como una fase anterior a la “madurez” del
movimiento obrero.

De hecho, el paralelo entre la historia personal (temerario, espíritu rebelde, conciencia) y la


historia de la formación de clase es sostenido por otros narradores. Por ejemplo, Arnaldo

17
Alessandro Portelli, “La classe operaia ternana fra cultura contadina e vita di fabbrica”, en Storia d’Italia. Le
regoni. L’Umbria, Torino, Einaudi, 1989, pp. 737-71; Pierre Donadieu, Campagne urbane. Una nuova
proposta di paesaggio della città, Roma, Donzelli, 2006.
18
Federico Bozzini, Il furto campestre. Una forma di lotta di massa, Bari, Dedalo, 1977.
19
Herbert G. Gutman, Work, culture, and society in industrializing America: essays in American working-class
and social history, New York, Knopf, 1976; Federico Butera, en colaboración con Rita D’Andrea, Lavoro
umano e prodotto tecnico. Una ricerca sulle acciaierie di Terni, Torino, Einaudi, 1979.
Lippi, uno de los grandes narradores del movimiento obrero de Terni, usaba la expresión
“espíritu rebelde” para describir el clima que había en la ciudad antes del nacimiento del
partido socialista, y lo remontaba incluso hasta las abuelas subversivas que iban a robar la
carne de los caballos muertos en el matadero, para dar de comer a las familias antes del 900. 20
En la historia de la ciudad, el espíritu rebelde es, como la juventud de Peppoloni, una forma
preconsciente de la intolerancia popular hacia la autoridad, esa que Gianfranco Canali definió
como “tradición subversiva” del movimiento obrero ternano. 21 En las tres fases de Peppoloni
se corresponden nítidamente las fases de la intolerancia individual decimonónica, del
movimiento anárquico antiautoritario y del comunismo, considerado el culmen de la
“conciencia” organizada. Lejos de ser irreconocible la historia social de la ciudad, la historia
de Valtèro Peppoloni –debidamente contrastada con otras historias y fuentes– revela ser casi
la matriz y el modelo de la historia social en el plano de una singular vida obrera.

4. Consejos para los obreros

Max Weber, en su clásico estudio sobre el espíritu del capitalismo, usa el término Beruf,
vocación y profesión en conjunto, para definir la mentalidad en la que, como Valtèro
Peppoloni, si eres barrendero, trata de ser el mejor barrendero posible y, si difundes L’Unità,
debes ser el mejor difusor de la ciudad. “Es mi trabajo y punto”, dice.22

Pero a mí la historia del mejor recolector de basuras de Terni me trae a la mente otro relato.
En su clásica novela Invisibile Man (1952), el escritor afroamericano Ralph Ellison incluye
una transparente parodia de la autobiografía de Booker T. Washington, líder afroamericano
de finales del 800, partidario de la ética del trabajo y de la higiene personal como vehículo
de subsistencia y de seguridad para los negros de América. 23 Ellison narra la historia de un
personaje que se convierte en rector de un college para negros donde llegó analfabeto, pidió
un trabajo, lo pusieron a darle de comer a los marranos y él se convirtió en “el mejor
alimentador de marranos en la historia del college”. Es una parodia del hecho de que, si bien
a Booker T. Washington como al personaje de Ellison les fue bien (gracias al apoyo de
poderosos patrocinadores blancos, interesados en difundir en una población subalterna la
disciplina del trabajo sin derechos políticos), en realidad, esta ética individual de promoción
no funciona, porque hay una condición social, la segregación racial, que la niega. De hecho,
la estrategia que tendrá éxito posteriormente será la del movimiento de los derechos civiles:
la de luchar colectivamente para también construir las condiciones del éxito individual.

En las raíces de esta ética está el prototipo absoluto del self-made man individual, el
precedente de Benjamin Franklin. A Franklin lo referencia Max Weber; pero me parece más
importante el hecho de que ya en el año 1881, cuando se comenzaba a hablar del destino
industrial de Terni, L’unione liberale, diario de la burguesía local, publicaba los “Consejos a
quienes quieran hacerse ricos” de Franklin, pero bajo el título de “Consejos para los obreros”.
Franklin se dirige a los artesanos aspirantes a capitalistas, en una sociedad fluida en la que

20
Arnaldo Lippi (1899), obrero, 30.12.1979, 5.1.1980, 3.9.1982.
21
Gianfranco Canali, “Tradizione e cultura sovversiva in una città operaia: Terni 1880-1953”, en Storia d’Italia.
Le regioni. L’Umbria, Einaudi, Torino, pp. 662-705.
22
Max Weber, L’etica protestante e lo spirito del capitalismo (1905), Firenze, Sansoni, 1945.
23
Ralph Ellison, Invisibile Man, New York, Tandom House, 1952; Booker T. Washington, Up from Slavery
(1905), Boston, Bedford/St. Martin’s, 2003.
era posible creer que todos podían llegar a ser ricos si trabajaban duro y si tenían en mente
las virtudes personales necesarias. Por el contrario, L’unione liberale no tenía en mente
ayudar a los obreros a enriquecerse; más bien se dirigía a ellos mismos, porque la
autodisciplina del aspirante capitalista (austeridad, continencia, ahorro, laboriosidad…), una
vez separada de un proyecto de movilidad social, deviene en la disciplina interiorizada del
obrero ideal.

El modelo de Franklin, adoptado por Booker T. Washington, por Andrew Carnegie, por
Horatio Alger,24 y satirizado por Ellison, está ligado a una dimensión de movilidad social
hacia arriba. Ahora, a pesar de su dignidad personal, la historia de Valtèro Peppoloni, al
menos desde un cierto punto, es una historia de descenso, de un obrero especializado a
recolector de basura. Por tanto, entre su relato y el modelo de la ética capitalista del trabajo
hay una discrepancia: a las virtudes laboriosas no les corresponde una recompensa individual
o material. Peppoloni no hace carrera, y mucho menos se hace rico.

Pero ¿por qué no hay recompensa? Por un lado, porque no es posible: la estratificación de
clase es aún demasiado rígida para que uno piense en hacerse rico solo porque es listo y
honesto. Por el otro, y en el caso de Peppoloni esta es la razón más importante, no hay
recompensa porque no es lo que él desea y busca: un poco porque, quizás, ni siquiera tuvo la
posibilidad de imaginárselo; porque la idea de enriquecerse personalmente quebraría aquella
simetría de solidaridad al interior de la cual toma forma su identidad. Enriquecerse significa
sustituir la solidaridad por la competición y, finalmente, salirse del contexto cultural que
motiva su ética de trabajo. Weber, de hecho, reconoce en la ética protestante del trabajo una
sanción religiosa individual; en la cultura obrera en la que se forma Valtèro Peppoloni, la
sanción es una sanción política colectiva: la ética del trabajo permite “tener razón en frente
del patrón” y reivindicar, colectivamente, derechos para todos.

Esto no ocurre sin sufrimientos, revelados en algunas contradicciones. Dice Peppoloni: a


luchar también voy, “es mi conciencia”. Luego afirma: “el partido me ha dado una
conciencia”. Está claro que la palabra conciencia aquí significa dos cosas relacionadas pero
distintas: el sentido personal de responsabilidad, y la conciencia y solidaridad de clase. En la
medida en que es capaz de mantenerlas juntas, no hay problemas; pero la diferencia emerge
cuando entra en conflicto con el partido y con los compañeros de trabajo. Por ejemplo, en el
lapso de no más de veinte segundos, afirma “hice solo las luchas justas, porque en las injustas
no me hallaban. Es mi conciencia”, y poco después “las huelgas las hice todas. Todas, todas,
todas, todas. Todas”. No sabemos si realmente estuvo en todas las huelgas o solo en aquellas
en las que su conciencia personal sentía como justas. Lo que sabemos es que el narrador debe
responder a dos definiciones de “conciencia”. La conciencia personal, que individua las
luchas justas en términos de simetría entre derechos y deberes, y la conciencia política, que
le dice que las luchas deben hacerse todas, porque son el instrumento del progreso colectivo
y porque necesita simétricamente devolverle al partido lo que el partido le ha dado.

24
Andrew Carnegie, The Gospel of Wealth, and other Timely Essays, Cambridge, Mass., Harvard University
Press, 1962; de Horatio Alger, afortunado autor de muchísimas novelas “dall’ago al milione”, véase por ejemplo
Ragged Dick; and, struggling upward, Carl Bode (ed.), New York, Penguin, 1985.
5. Será un carácter equivocado

Todos estos motivos confirman los hallazgos entre la historia y la conciencia personal de
Valtèro Peppoloni y la historia y la cultura de su clase y de su ciudad; de hecho, la historia
de Valtèro Peppoloni nos ayuda a focalizar mejor la de la ciudad y la de la fábrica. Por
ejemplo, que la clase obrera ternana tuviera una fortísima ética de trabajo es incluso un lugar
común; pero esta historia nos ayuda a articularla mejor, a ver en ella las estratificaciones y
las complejidades. La progresión desde el temerario que roba fruta al espíritu rebelde que
contesta a la jerarquía y al obrero consciente que lucha y que trabaja se encuentra en otras
narraciones personales y, sobre todo, en la narración difusa de una Terni proletaria que pasa
del hurto campestre a la “tradición subversiva” y a la conciencia de clase comunista. Estas
conclusiones las revelamos a través de las comparaciones: nadie se atreve a individuar los
marcos sociales de la conciencia a través de un solo relato, como algunos críticos poco
informados parecen creer.

Pero no basta. Porque una vez demostrado que casi todo lo que hay en este relato encuentra
lugar en una dimensión social y cultural compartida, no podemos no hacernos otra pregunta:
y entonces, en este relato tan típico, ¿qué hay de individual?

Por ejemplo, existen algunas particularidades lingüísticas, algunos procedimientos retóricos:


el continuo repetir “estará bien o estará mal, no lo sé, eso lo dejo a juicio de los demás”, “o
erraba o adivinaba”, “será un carácter equivocado, no lo sé”; es decir, la retórica de la
autodenigración como búsqueda de consenso, de parte de un narrador que está firmemente
convencido de haber hecho bien y de haber estado del lado de lo justo (de hecho, este también
es un procedimiento que encontramos en muchos otros relatos).

Pero la cosa verdaderamente importante, realmente única e individual, no es un único motivo,


sino justamente la integridad y la intensidad del modo en el que todos estos motivos culturales
se ponen juntos en un mismo relato. Después de todo, es la historia de Valtèro Peppoloni la
que elegimos para hablar sobre esto, y no otra. Todos los motivos principales de su relato se
podrían hallar en los relatos de los otros; sin embargo, no existe otro relato que los contenga
a todos, y que los contenga de forma tan orgánica y, diría, con tanto rigor formal. Tal vez sea
una paradoja, pero lo que hace absolutamente inconfundible y personal a esta historia es la
entereza, la profundidad y la intensidad de su inmersión dentro de una cultura colectiva.
CAPÍTULO 13
Memoria y globalización: la lucha en contra del cierre de las acerías especiales en
Terni, 2004-20051

1. Un rayo inesperado
El 29 de enero de 2004, la multinacional alemana Thyssen-Krupp anunció el corte de la
producción de la planta de aceros especiales de Terni (AST) y el despido de 400 obreros.
Considerando el impacto sobre la economía general de la ciudad, esto significaba la pérdida
de al menos 900 puestos de trabajo. El anuncio llega como “un rayo caído del cielo” (Claudio
Ruco). Sin embargo, algo flotaba en el aire:
Había una gran preocupación, esta persecución, este sube y baja de noticias; también al interior
del departamento se oscilaba entre momentos de euforia y de desaliento, en el sentido de que
comenzaron los primeros cortes de la producción, las ciento veinte mil toneladas que nos
retiraron en noviembre de una producción de acero granallado no orientado, una producción
de menor calidad, con la promesa de convertirse en un polo de excelencia para una mejor
producción. Y, de hecho, cuando alcanzamos las famosas noventa mil toneladas de acero
magnético que dieron las perspectivas de que todo iba bien. Después se llegaron a las setenta
mil, y luego las retiraron, no se comprendía nada. Hasta que llegó ese famoso 29 de enero en
el [hotel] Garden donde estaba previsto ese encuentro con la dirigencia de la multinacional; en
fin, sin ser muy sutiles, aquellos nos dijeron que el polo ternano era antieconómico, sacaron
una serie de, de análisis económicos hechos por una agencia americana, no sé bien cómo fue,
el hecho es que allí se dijo de una forma muy clara que la decisión era que el 9 de febrero se
daba el cierre del polo ternano.2
La AST era lo que quedaba de la gran industria siderúrgica ternana. Fundada en 1885,
inicialmente con fines de producción bélica y de propiedad pública, la Terni fue subdividida
en varias empresas y privatizada a partir de los años 70; el sector de aceros especiales, el más
avanzado y rentable, fue vendido a la Thyssen-Krupp en 1994.
En todo ese tiempo, la fábrica fue el corazón y el orgullo de la ciudad. En la cima de su
potencia, la Sociedad de Terni controlaba la industria siderúrgica, la industria química y la
eléctrica, y dominaba a la ciudad como una verdadera company town. Prácticamente no
existía una sola familia que no tuviera a alguno de sus miembros en la fábrica; el orgullo
personal, profesional y la conciencia política pasaban de generación en generación: “Mi
padre trabajó allí cuarenta y ocho años. Y también mi abuelo, que entró en la época cuando
crearon la acería, en 1884” (Ida Sbarzella); “Mi padre era albañil en el horno Martín; de

1
Trabajo presentado en el XIII Congresso Internazionale di Storia Orale su “Memoria e Globalizzazione”,
Roma, 23-25 de junio de 2004; “Memoria e globalizzazione: la lotta contro la chiusura degli Acciai Speciai a
Terni, 2004-2005”, Quaderni Storici, vol. 40, nro. 120 (3), 2005, pp. 735-51; en Il de Martino, Rivista
dell’Istituto Ernesto de Martino per la conoscenza critica e la presenza alternativa del mondo popolare e
proletario, nro. 16-17, 2005, pp. 41-58; “Terni en la huelga: 2004”, en Historia, Antropología y Fuentes Orales,
nro. 32, 2004, 49-60; “Memorija i globalizacija u generalnom strajku u Terniju 2004”, Ljudska Prava, vol. 7,
nro. 1-2, Sarajevo, 2006 (Bosnia). Sobre los acontecimientos de la Thyssen Krupp en Terni, véase mi libro
Acciai Speciali. Terni, la ThyssenKrupp, la globalizzazione, Roma, Donzelli, 2007. Algunas de las entrevistas
citadas en este capítulo provienen de este libro y no se hallaban presentes en la redacción original del texto.
2
Claudio Ruco (1959), obrero, 6.2.2004.
hecho, murió a los cincuenta y seis años, de una azotemia,3 le agarró cuanta enfermedad había
en la planta. Allí murió mi abuelo, mi padre, espero que no me pase lo mismo” (Antonio
Ruggeri).4
El declive inició con la reconversión de posguerra, con la elección por parte del gobierno de
privilegiar nuevos establecimientos siderúrgicos situados en las costas, seguido por la
nacionalización de la energía eléctrica, que privó a la compañía de su sector más rentable. La
división de la compañía fragmentaba la identidad de su clase obrera y la de la ciudad. Para
muchos obreros, esta también fue una herida simbólica y psicológica:
Umberto Catana: [Mi abuelo] era campesino, agricultor. Y cuando había fiesta venía a
Collescipoli con los amigos, bebía y después nos regresábamos a casa. Trabajaba la tierra,
porque nosotros siempre fuimos unos pobres desgraciados. Después mi padre empezó a
trabajar en la acería en 1911. Luego él se retiró, comencé a trabajar yo y ahora está mi hijo,
somos toda una cadena de pobres desgraciados. [Mi padre] trabajaba con los carpinteros; yo la
carpintería en hierro; y mi hijo, por el contrario, está en los conductos laminados –y entre los
que, pienso, también van a echar, porque van cerrar, quieren también vender eso–.
Settimio Piemonti: Digo, es lógico que desde que se fundó la Terni mi familia siempre vivió
de la acería. Yo represento a la tercera generación, pero ¿a la cuarta no le quedará nada? Mi
abuelo trabajaba con los bueyes surcando la tierra, cuando excavaban los cimientos; mi padre
trabajó allí; yo también trabajé allí. Pero [mi hijo], ¿por qué no?, ¿qué hicimos mal?5 El
momento más dramático son los despidos masivos de 1952 y 1953, cuando cerca de tres mil
obreros son despedidos en dos oleadas, entre diciembre y octubre, y la ciudad responde con
tres días de barricadas y enfrentamientos en las calles. En la memoria de la ciudad, el mártir
simbólico de esta rebelión es el obrero Luigi Trastulli [quien en realidad fue asesinado por
cuerpos antidisturbios en 1949].6 A finales del año 2003, el municipio de Terni le encarga al
Círculo Gianni Bosio producir un CD-ROM con imágenes y grabaciones en ocasión de los
cincuenta años de aquellos eventos.7 De repente, la conmemoración y los sucesos se
superponen, y el 1953 se convierte en el 2004.
Claudio Ruco: Y a partir de ahí hubo una reacción inmediata, totalmente inesperada. La
irrupción al interior del hotel [donde se llevaban a cabo las negociaciones] era en realidad una
especie de cacería humana, esta de manera no muy razonada seguramente; pero está claro, allí
había personas de cincuenta años que, apenas escucharon la noticia, su primera reacción fue
echarse a llorar, y poco después se decidieron a entrar, dice “estos no pueden tirar por la borda
todo, la historia, la vida de miles de personas con esa facilidad tan extrema”.
En el magnético trabajan 450 obreros, en su mayoría jóvenes; asimismo, muchos puestos de
trabajo de la sección del inductivo están en riesgo. Y podría ser solo el inicio: son muchos
los que piensan que no solo está en riesgo ese departamento, sino toda la acería, el corazón

3
La azotemia es una condición clínica caracterizada por altos niveles de compuestos nitrogenados en la sangre
[N. de la T.].
4
Ida Sbarzella (1906), obrera, 30.1.1980; Claudio Ruggeri (1938), obrero, 12.9.1979; cit. en Alessandro
Portelli, Biografia di una città. Storia e racconto. Terni 1831-1985, Torino, 1985, p.77.
5
Umberto Catana (1915), obrero, 29.12.1980; Settimio Piemonti (1903), obrero, 7.9.1980; cit. en Alessandro
Portelli, Biografia di una città, óp. cit., p. 77, p. 295.
6
Véase el cap. 2 de este libro, “La muerte de Luigi Trastulli (Terni, 17 de marzo de 1949). La memoria y el
acontecimiento”.
7
“... è nato l’anno de li dumila...” I licenziamenti alla Terni 1949-1953, CD-ROM a cargo de E. Grammaroli,
D. Lucifreddi, S. Minasi, A. Portelli, Roma-Terni, 2004.
de la ciudad. La noticia de los despidos ha llegado a todos los trabajadores de la fábrica.
Celulares que suenan, SMS. Hay quien aprieta los puños y quien se muerde los labios. Los
jefes de departamento: “Muchachos, huelga. Paramos aquí. Interrupción total de la
producción. Bloqueo de camiones en entradas y salidas”. Algunos tomaron la pintura en
espray para elaborar los carteles. Los otros, por decenas, marchan hacia el hotel donde “están
los alemanes”.8
Lucia Rossi:9 y ese fue el primer momento de dificultad seria, porque hasta ese momento no
había tenido problemas con una multinacional como la Thyssen. La multinacional comunica,
no discute, no acepta la confrontación, comunica decisiones que son tomadas en otras partes.
En aquel momento estaban afuera todos los empleados de la acería; juntos construimos este
trayecto, por lo que afuera del Garden estaban todos los trabajadores. Desde el exterior
teníamos esa intención y entonces los trabajadores entraron dentro de la habitación, que no
tenía salida, solo la entrada, no había salida; todos los obreros empezaron a presionar por entrar
y a la final todo se volvió un gran barullo; comenzaron a volar las cosas que había. Todo lo que
había, las pastas, los pasteles, y empezaron a tirar todo. Todavía recuerdo a la asesora de
desarrollo económico y regional, la Girolamini, que tenía toda esta crema en el cabello…
Alberto Galluzzi:10 viví toda la lucha obrera; lo que leí en libros y en diarios lo viví después
con la irrupción al Garden… Una emoción, una adrenalina… Porque cuando decidimos entrar,
había dos policías en la puerta que, cuando nos vieron en grupo, cerraron, se escaparon, y
cuando se rompió la puerta y entramos no entendí muy bien, porque me dejé arrastrar por la
gente hasta que llegamos abajo. Lo recuerdo todo: las camareras que huían aterrorizadas, que
no comprendían lo que estaba pasando; la policía que nos decía “bueno, cálmense, cálmense,
¿a dónde van?”; y luego la irrupción en la habitación donde estaban todos esos de traje y corbata
hablando de nuestro futuro. A ellos se les veía el terror en las caras, porque no sabían cómo iba
a terminar todo. Donde estaba la mesa del famoso coffee break, agarraron todo y lo tiraron.

Nacidos en 1959, 1961 y 1983, Claudio Ruco, Lucia Rossi y Alberto Galluzzi no tienen –
como la mayor parte de sus compañeros de trabajo– una memoria directa de los sucesos de
1953; no obstante, su referencia a la “historia” de las personas y de la ciudad no es casual.
Paolo Raffaelli, alcalde de Terni, recuerda:
Cuando los obreros de la AST echaron abajo las puertas de la sala donde estábamos discutiendo
con los dirigentes de la Thyssen-Krupp, junto con los sindicalistas hicimos un escudo con
nuestros cuerpos para evitar algo peor; me di la vuelta con lágrimas en los ojos hacia el director
alemán Trommer y le dije: “están regresando medio siglo atrás, cuando esta ciudad fue herida
por los dos mil despidos de las acerías”. Justo yo nací ese año.11
Incluso antes de los despidos, conmemorando con los estudiantes de las escuelas los
bombardeos de octubre de 1943, Raffaeli se había remitido a esta memoria fundacional: “Yo
nací en 1953. Cuando mi madre me paseaba por la calle Brin –yo nací en la parte alta de la
calle Brin, debajo de las chimeneas de la acería–, cuando le decían ‘¿cuántos años tiene su
hijo, señora?’, ella respondía: ‘nació en el año de los dos mil’. Haber nacido en el año de los

8
F. Roncone, “Chiude l’acciaieria, Terni in rivolta”, en Corriere della Sera, 30.01.2004.
9
Lucia Rossi (1961), secretaria de la Cámara de Trabajo de Terni, 16.2.2008.
10
Alberto Galluzzi (1983), obrero AST, 23.6.2008.
11
Paolo Raffaelli (1953), alcalde de Terni; entrevista telefónica, 30.1.2004; cfr. A. Portelli, “Terni d’acciaio, la
storia si fa cronaca”, en Il Manifesto, 31.1.2004.
dos mil [despedidos], el 53 era el año de los dos mil y no había necesidad de decir qué año
era, porque cada vez que daba esta respuesta, yo sabía que había nacido en el 53”.12
En 2004, la lucha toma de inmediato un carácter radical y dramático.
Claudio Ruco: Y entonces allí, de inmediato, se trataba de estudiar un poco la táctica para no
dejarlos salir del hotel, por lo que también fuimos atrás a mirar si ese hotel tenía una salida
secundaria quizás, siempre custodiada por la Digos13 –finalmente, ni siquiera pudo aguantar el
cordón de la policía, en el sentido que, frente a la desesperación, se fue abajo la puerta del
hotel, y quienes estaban atrás–. Y luego, luego hubo este momento en que no se entendía bien
qué pasaba adentro, un poco por la preocupación, también por la gente que tal vez empezaría
a quejarse, etcétera. Y allí hubo, lo que nos contaron, una toma de posición tanto del alcalde
como del presidente de la provincia, que se pusieron en medio para tratar de ver y de resolver
el asunto y tuvieron un poco bajo control la situación. Y a partir de ahí, se tomó inmediatamente
la decisión de ocupar la autopista, lo más inmediato, estaba allí cerca. La primera cosa que no
le había llamado la atención a nadie, de hecho, el asunto de la acería quedaba en la crónica
local o en el diario local nomás; a nivel nacional, en los diarios, no se hablaba de esto. Y
entonces allí se comprendió que no, que se necesitaba dar el salto, un salto cualitativo; en el
sentido de que, si se quedaba solo como una noticia de Terni, seguramente no influiríamos en
modo alguno en las decisiones; por lo que la cosa más inmediata, lo que teníamos más al
alcance de la mano, era bloquear la autopista, y desde allí creció todo.
El día después, ocupando la autopista a la altura de Orte, los obreros de Terni parten
prácticamente en dos a Italia. El presidente de la provincia y el obispo se unen
(simbólicamente) al piquete, en tanto la policía permanecía vigilante e inquieta; cuando se
reanudaron las negociaciones, los obreros levantaron el bloqueo. Las puertas de la fábrica
permanecieron con piquetes día y noche, no entraba y no salía nadie.
Claudio Ruco: Por la noche volvimos a hacer un bloqueo, en la autopista, pero en el cruce que
da para Perugia, que era el más, el más transitado, etcétera; por lo tanto, hicimos el bloqueo:
había nieve, había viento y caía agua mientras estuvimos ahí… Y después yo tenía que regresar
a casa, ¿no?, porque vivía afuera de Terni. De hecho, desde allí regresé a casa. Ese fue un día
realmente muy particular en todos los aspectos; parecía que en realidad se hubiera
desencadenado un evento pesado, ¿no?, por la noche, incluso por la nieve que no te permitía
llegar a casa. Había todo un cúmulo de cosas que decían, ¿no?, el camino va a ser de seguro
duro, se inicia con este asunto, comienza este, este tránsito infernal, difícil en todos los
aspectos. Luego uno y a la final la suma de todos, los diferentes bloqueos, y dices: estás al
comienzo de un recorrido que será seguramente durísimo.
En un momento histórico en donde la clase obrera ya no tiene el mismo prestigio ni la misma
visibilidad que antes en los medios o en la opinión pública, se esperaría que formas tan
radicales de lucha pudieran aislar a los obreros. Pasa exactamente lo contrario. Aunque el
peso demográfico efectivo de los obreros en la población de Terni no es comparable con el
de los años 50, la ciudad se agrupó compacta con los trabajadores. Los despidos son
percibidos como una agresión no solo hacia los obreros, como en el 53, sino también en
contra de toda la ciudad. En aquel momento se trataba de cerrar únicamente el departamento
de acero magnético, pero la ciudad lo percibió como el inicio del desmantelamiento completo
de la fábrica. Un orador que interviene en la reunión de la huelga general grita: “Las acerías,
12
Paolo Raffaelli, intervención en el Teatro Verdi, 14 de octubre de 2003; en el CD-ROM “...è nato l’anno de
li dumila”, óp. cit.
13
División de Investigaciones Generales y Operaciones Especiales de Italia [N. de la T.].
nuestras acerías, las que han marcado la curiosidad, la inteligencia y la capacidad profesional
de generaciones enteras, están en discusión. Esas acerías que fueron defendidas con todos los
medios durante los años de la guerra y en los años de las grandes reestructuraciones, años
organizativos coronados por una gran realidad de relaciones industriales, de reacciones
fuertes y de valores fuertes”. Una delegación de obreros va a Roma y se instala delante del
Montecitorio; un obrero relata que un anciano se acercó al piquete en Terni y los animó
diciendo “por luchas como la suya yo fui a dar a la cárcel por lanzarle un sampietrino14 a la
policía en el 53”.15 La memoria histórica, en pocas palabras, tiene un papel crucial en la
lucha, fundando el sentido de identidad que cementa la unidad de los obreros y de la ciudad
en esta fase del pleito.
Claudio Ruco: Fue realmente una gran sorpresa para todos y nos dio una mayor determinación
para seguir adelante. Era la señal que esperábamos, en el sentido, la preocupación de todos;
más allá de la reacción espontánea que hubo el primer día cuando anunciaron esto, el discurso
del cierre, después todos se pusieron de nuestro lado, ¿no?, pudimos tirar de la cuerda cuando
fuimos apoyados en esta reivindicación. Inmediatamente, cuando se iniciaron los bloqueos en
las puertas de la fábrica, desde allí se comprendió que, en realidad, si tocaban la acería, tocaban
el nervio central de la ciudad; por lo que la reacción fue muy positiva, y en algunos aspectos
superior a lo esperado. Desde la señora realmente anciana que te traía cositas hechas a mano,
los dulces, hasta las personas que tal vez tú te encontrabas e intercambiabas con ellas dos
palabras durante el volanteo, mientras hacías los bloqueos en las calles. Fue realmente bella,
bella, bella esta reacción, positiva, estimulante, que nos unió incluso más; hizo que esta lucha
no se quedara adentro de, de los muros anchos y altos de la fábrica, sino que se difundiera de
una forma verdaderamente capilar en toda la ciudad.16
El día de la huelga general, el 5 de febrero de 2004, Terni es una ciudad fantasma. Todas las
vidrieras están cerradas –por solidaridad y también porque los obreros dejaron en claro que
no tolerarían las deserciones–. Los autobuses circulan con carteles de solidaridad. En 1953,
“los comerciantes bajaron las persianas sin que fueran llamados a la lucha. Ellos hicieron
este razonamiento: despedidos dos mil setecientos obreros, ¿y nuestra economía a dónde irá?,
¿qué vamos a comer nosotros? (Amerigo Matteucci).17 En 2004, el comunicado de la
asociación de comerciantes de Terni dice: “Este rubro, que durante demasiados años sirvió
como un sector de refugio respecto a las expulsiones de la industria local, sabe bien que, sin
una base productiva segura, esta ciudad que todavía se basa en la “gran fábrica”, todo el
sistema económico local corre el riesgo de hacerse trizas”. La figura del comercio como
“refugio” se refiere al hecho de que, después de los despidos del 53, muchos obreros usaron
sus liquidaciones para abrir pequeñas tiendas –algunas destinadas al fracaso y otras al éxito–
, pero jamás olvidaron su identidad obrera. Dice Lucilla Galeazzi, folk-singer ternana, hija
14
Sampietrino: adoquín del centro de Roma, toma su nombre de la plaza San Pietro [N. de la T.].
15
Intervención no identificada, reunión del 6.2.2004; obrero no identificado, cit. en A. Portelli, “Terni, una
cascata d’acciaio”, en Il Manifesto, 5.2.2004.
16
El tema de una renovada unidad y conciencia de clase se retoma también en las entrevistas hechas años
después, cuando los obreros de Terni protestaron nuevamente en contra de las renovadas amenazas de despidos:
“en cierta forma debo agradecerle a la Thyssen-Krupp”, dice más tarde Manuele, de 25 años, obrero de las
acerías, activista en un centro social y del sindicato, “fue ella la que nos reagrupó”. Cristiano, sindicalista,
confirma: “en un tiempo se hablaba de conciencia de clase, y quizás este hecho la haya hecho reemerger”. Yuri,
de 28 años, obrero en Alcantara (fábrica química, amenazada con ser traslada), es más escéptico: “nosotros
pertenecemos a la generación que ha tenido todo, y hemos introyectado mucho del neoliberalismo dominante”.
17
Amerigo Matteucci (1919-2004), obrero de la construcción, alcalde de Polino (Tr), 14.12.1974; cit. en
Biografia di una città, óp. cit., p. 308, y en “... è nato l’anno de li dumila”, óp. cit.
de un despedido del 53: “a mi padre nunca lo volví a ver de overol, pero él siempre se
consideró un obrero despedido, no un vendedor de periódicos”.18
Gracias a la memoria del 53, Terni se agrupa en torno a su fábrica y a sus obreros. El día de
la huelga general, treinta mil personas se manifiestan. Esta unidad es decisiva para el éxito,
al menos provisional, de la lucha.
2. Los señores de Essen y Duisburg

En 1953, la fábrica pertenecía a una compañía italiana con participación estatal; el


enfrentamiento era claramente un conflicto político y de clase. En 2004, la unidad de todos
los componentes sociales y políticos se realiza sobre la base de una definición de la protesta
en términos que dejan la clase en segundo lugar. De hecho, el factor unificador más inmediato
es el resentimiento en contra de la propiedad alemana: el alcalde habla en el mitin del
“director general alemán”, el obispo culpa a la “dirección alemana” y los sindicatos atacan a
la “multinacional alemana”. Pero no son solamente las instituciones las que se expresan de
esta manera: entre los carteles de la delegación obrera que va a Montecitorio, figura uno que
dice: “la Thyssen-Krupp está en contra de Italia”.
Una memoria local del pasado se confrontaba con la actualidad de la globalización. La fábrica
y, por tanto, la ciudad depende de poderes ajenos, extranjeros, que entran en competencia
con industrias en Francia, en Alemania y en Asia. Por lo tanto, parecía razonable armar un
frente unido que también involucrara al gobierno de Berlusconi en nombre de los intereses
nacionales y enfatizar una dimensión nacional que podía parecer superada en el tiempo de la
unidad europea, pero que era funcional para poner en segundo lugar, al menos formalmente,
las diferencias políticas y sociales.
Apenas fueron anunciados los despidos, sindicatos e instituciones locales se dirigieron al
gobierno y a la Comunidad Europea. Además de la movilización de los obreros y de la ciudad,
recurrir al gobierno era lo más lógico, dada la dimensión internacional del conflicto.
Berlusconi no perdió la ocasión para proclamarse como “presidente obrero” y dirigirse al
gobierno alemán (en debates en los que apenas pudo articular una memorable serie de
metidas de pata). Forza Italia se unió a la huelga, aunque sus carteles, como el macilento
grupo que los llevaba, permanecieron totalmente ignorados por los manifestantes. 19 En este
contexto no se insiste demasiado en el hecho de que la crisis ternana es parte de una
desindustrialización masiva que pone en cuestión la política general del gobierno, y no
solamente a la Thyssen-Krupp.
Por otro lado, la configuración del discurso nacional implicaba un sentido muy concreto de
marginación y de falta de poder. “La pérdida del lugar de trabajo es el trauma más grande,
pero también significa poner en cuestión todo un tipo de sociedad, ¿no?, y por tanto el

18
Lucilla Galeazzi (1950), música, 6.6.1979. El comunicado de los comerciantes está citado en Alessandro
Portelli, “Terni d’acciaio, la storia si fa cronaca”, óp. cit.
19
Desde la plataforma de la huelga el 6 de febrero de 2004, fue muy cuidadoso en mencionar a los políticos de
todos los partidos como defensores “bipartidistas” de la protesta. Por otra parte, desde la derecha se corría el
rumor de que la izquierda realmente no quería que la lucha tuviera éxito, y así poder culpar a Berlusconi; como
resultado, los representantes de las ciudades señalaron a menudo que el éxito político de la huelga había sido el
de obligar a fuerzas políticas totalmente identificadas con el pensamiento unívoco del mercado a sostener una
lucha que no solo se resistía al mercado, sino que incluso se le oponía.
discurso de la multinacional, y esas consignas de lo “alemán, alemán”, etcétera… era quizás
el hecho de que este tipo de sistema no te da la posibilidad de decidir sobre el propio territorio.
Tú no tienes ningún poder de decisión, es decir, te sientes expropiado, verdaderamente
colonizado” (Claudio Ruco). Los oradores en el mitin de la plaza hablaban de “feudalismo
industrial”, entrelazando el llamamiento a la dignidad nacional con el sentido de la injustica
de clase.
El temor del feudalismo industrial resonaba, implícita y explícitamente, en la elocuente
intervención del alcalde Paolo Raffaelli, quien designaba reiteradamente a la contraparte
como los “señores de Essen y de Duisburg”, los “señores de la Thyssen-Krupp” o los
“poderosos señores de la multinacional”, donde “señores” se refiere más al mundo dinástico
de los señoríos medievales que a la lógica del business contemporáneo: “creo que puedo
decir, en nombre de todos los italianos, que ni siquiera una gran multinacional puede hacerle
la guerra a una ciudad entera y a sus cien mil habitantes y pensar vencerla. Estamos aquí para
decirle simplemente a los señores de Essen y de Duisburg, para decirle a los señores de la
Thyssen y de la Krupp, presos de su insoportable dynasty alemana, de sus intrigas
geopolíticas, de sus guerras intestinas, que no se puede jugar con la vida de mil trabajadores,
de mil familias y de una entera comunidad ciudadana civil y laboriosa”.
En todas las intervenciones desde el palco y en las entrevistas en la calle, el día de la huelga
general emergía la ofensa causada por la sensación de haber sido engañados y traicionados.
Contrariamente al estereotipo de la inflexible rectitud alemana, “la Thyssen-Krupp traicionó
esa relación de confianza, traicionó la lealtad con la que afrontábamos las relaciones al
interior de la fábrica” (Faliero Chiappini). “El juego de las tres cartas debería ser una
especialidad italiana, y ahora por el contrario son los alemanes los que jugaron con las cartas
marcadas: traicionaron nuestra confianza… destruyeron culpablemente una relación de
confianza… hoy muchos se preguntan, hoy muchos se preguntan por qué una de las clases
obreras más responsables y laboriosas de Italia como la de Terni, que en diez años habría
protestado solo por unas pocas horas, ahora se ve bloqueando las calles e invadiendo hoteles.
La respuesta es simple: este es el pago por traicionar la palabra dada”. Es significativo que,
en una ciudad donde el orgullo de clase siempre se ha basado en una tradición combativa y
de conflicto, ahora el derecho al trabajo sea reivindicado en nombre de la paz social asegurada
y de la colaboración por la ciudad y por los obreros. Por otro lado, al interior de la fábrica, la
paz social de los años 90 es percibida no solo como un sentido de responsabilidad, sino como
un efecto de un clima de represión y chantaje: “allí adentro siempre hubo un tipo de fermento.
Yo toda esta paz social jamás la había visto. Conflictividad había. Era un tanto, es decir,
solapada, en el sentido que siempre estaba esta espada de Damocles; la gente tenía problemas
con exponerse porque con el discurso, ¿no?, mira, siempre con este chantaje en la espalda,
de los contratos a término fijo, contrato de formación; en algunos momentos había gente que
no podía exponerse mucho por miedo a las represalias” (Claudio Ruco).
Escuchando las consignas y observando las pancartas en la manifestación, el historiador
Renato Corvino comentaba: “No odian a la Thyssen-Krupp porque sean los patrones, los
odian porque son alemanes”. Exagera polémicamente, pero no hay duda de que la situación
era distinta a la de 1953, cuando la huelga era en contra del gobierno italiano y dirigentes
italianos (aunque el tema de la participación italiana en la OTAN estaba también presente),
y los despidos fueron llevados a cabo con una fuerte dosis de discriminación política, que, si
la había, era mucho menos notable en 2004-2005.
Por otro lado, la hostilidad antialemana se refería también a otra memoria local, a la de la
Resistencia de 1943-1944, aún muy viva en Terni, tanto más en aquellos que hicieron parte
de esta en primera fila y con un rol dirigente como lo fueron los obreros de las acerías.
Durante la ocupación, los obreros impidieron el desmantelamiento de la fábrica por parte de
los alemanes (“esas acerías que fueron defendidas con todos los medios durante los años de
la guerra”, como recuerda el sindicalista Falerio Chiappini durante la huelga general). En
cierto sentido, la lucha de ahora para impedir el desmantelamiento del polo siderúrgico
ternano podía ser percibida como una continuación de aquella lucha –de una resistencia
donde el elemento de liberación nacional es de suma importancia con relación a este conflicto
de clase–.
No obstante, los obreros del AST están separados por dos generaciones de aquella
experiencia. Quedan los legados de la tradición antifascista, pero las referencias a la
Resistencia y a la Segunda Guerra Mundial en los carteles y en las consignas son muy
ambiguas. Entre otras cosas, los despidos fueron anunciados dos días después del Día de la
Memoria (27 de enero), en donde todos los medios de comunicación se colmaron de
referencias a la Shoah, en el aniversario de la liberación del campo de exterminio de
Auschwitz. Estas imágenes retornaban al lenguaje de la huelga, a veces de un modo
inquietante: “esta vez pondremos a los alemanes en los hornos”, gritaba un estandarte,
poniendo en un mismo lugar los crematorios de Auschwitz y los hornos de las acerías.

3. Italia-Alemania

Finalmente, Alemania e Italia repetidas veces se han enfrentado en otro terreno: en el campo
de futbol. Basta recordar el famoso Italia-Alemania 4-3 de México 1970, o el 3-1 en la final
de Madrid 1982: el adversario de la Italia futbolística es, una vez más, Alemania, y también
esto está presente en el lenguaje de la huelga.
A diferencia de la mayoría del país, los ultras de la Ternana tienen una identificación de
izquierda, y la nueva, joven clase obrera de Terni está inmersa en una cultura juvenil difusa,
donde el futbol es una fuente primaria de identidad.
Claudio Ruco: Estos jóvenes dentro de la nueva clase obrera… era un espectáculo interesante
de ver. Todos estos chicos con piercing, aretes, con el cabello en cresta pintado de diez colores,
con los cabellos amarillos, verdes; por lo que el impacto de las personas ancianas que de pronto
se hallaron dentro de toda esta marea de, toda esta novedad, todos estos qque,en la mañana,
cuando se cambian, ya van cantando los coros de la Ternana.
Muchos de los obreros que venían de Terni en delegación a la plaza Montecitorio llevaban
bufandas y distintivos de futbol. Cuando le pregunté a uno de ellos si pensaba que la Ternana
ascendería a la serie A, respondió vinculando la crisis financiera del club de futbol con la
amenaza de cierre de la fábrica –una conexión que ya había estado presente en otros
momentos críticos de la historia de Terni–.20 Otras formas de expresión migran del estadio a
la calle. En la protesta, un grupo de manifestantes salta coreando “quien no salta es un
alemán”. Un año después, los obreros entran desfilando en el estadio antes del partido y de
las gradas les responden con un “quien no salta es un alemán”. En la manifestación, la misma

20
Véase el capítulo de 11 de este libro, “Deporte, trabajo y política en una ciudad industrial”.
frase es cantada con el aria de “Bella ciao”, para saldar el enlace entre la tradición antifascista
y el lenguaje del estadio.
Los hinchas son, por definición, indisciplinados, y en Terni esta es una tradición de larga
data. Para los años 40 y 50 eran frecuentes los enfrentamientos entre los aficionados y la
policía, en un estadio que se hallaba en frente de las puertas de la fábrica y que a menudo
estaba lleno de overoles azules; aún en los años 70, a las protestas de los jóvenes ultras a
veces se le unían los obreros de más edad.
También en el año 2004, los comportamientos del estadio entran en la protesta obrera. Los
despedidos de ahora “son muy diferentes a los de antes. Son jovencísimos, entraron en la
última ola de contratación; no tienen la misma sabiduría, la misma disciplina que los
metalmecánicos de un tiempo. Estos se enfadan, se enfadan” (Paolo Raffaelli). Por lo tanto,
cuando los obreros irrumpieron en el hotel donde se llevaban a cabo las negociaciones,
tratando de ponerles las manos a los representantes de la Thyssen-Krupp, la estrategia de los
hinchas enfurecidos se mezcló con las estrategias del conflicto obrero. Recordemos el relato
de Calfiero Canali sobre los años 50: “y había hinchada, había hinchada; y más de una vez el
árbitro tuvo que esconderse dentro de los vestuarios y ser llevado por la policía, porque se
venían a las porras. Y muchas veces el árbitro se iba, lo esperaban en Orte; cuando se bajaba
para tomar el tren le daban una paliza”. Y comparémoslo con el 2004:
Claudio Ruco: Y entonces allí, de inmediato, se trataba de estudiar un poco la táctica para no
dejarlos salir del hotel, por lo que también fuimos atrás a mirar si ese hotel tenía una salida
secundaria quizás, siempre custodiada por la Digos –finalmente, ni siquiera pudo aguantar el
cordón de la policía, en el sentido que, frente a la desesperación, se fue abajo la puerta del
hotel, y quienes estaban atrás.
En un artículo de 1973, Umberto Eco escribía que la “charla deportiva” es exteriormente
parecida al discurso político, es en realidad el sustituto, la Ersatz”.21 Sin embargo, las
analogías nunca funcionan en una sola dirección. En un momento histórico en el que el
discurso político y la conciencia de clase son anticuados y acallados, el discurso deportivo y
el discurso nacional pueden ser los únicos disponibles para una clase obrera que trata de salir
del silencio forzado y de la amnesia histórica. Jugar a la huelga a la manera de un partido
Italia-Alemania (o de otra guerra de liberación nacional) puede ser un modo de enturbiar las
connotaciones de clase; pero al menos esta es una forma de jugar la partida.
4. Léxico, memoria y futuro
En esta partida, la memoria ha jugado un papel importante –al menos en la primera fase–
como fuente de unidad, de identidad y de orgullo. No obstante, la historia oral nos ayuda a
comprender el dramático cambio de perspectiva. Preparando el CD-ROM sobre los despidos
del 53, volvimos a escuchar las entrevistas realizadas a mediados de los años 70 y principios
de los años 80, y nos dimos cuenta de que, en realidad, el documento de historia oral contiene,
al menos, tres tiempos: el tiempo del cual se habla (1953), el tiempo en el que se habla (los
años 70 y 80) y el tiempo en el que se escucha (2003-4). Ahora bien, aunque se describen
acciones de lucha muy similares, fue difícil escapar a la percepción de la profunda diversidad
del lenguaje obrero de los años 70 y del 2004. Por un lado, el lenguaje de las generaciones
de los años 50 y 70 expresa una politización clasista, con un léxico formado en las secciones

21
Umberto Eco, “La chiacchiera sportiva”, en Il costume di casa, Milano, 1973, p. 240.
del partido, en el sindicato y en las páginas de L’Unità. Lo que hay en común con la
generación actual es el léxico de la profesionalidad, el orgullo de la competencia, el
conocimiento de los procesos productivos; pero el resto, como la especificidad del lenguaje
obrero, está en gran parte sumergido en una más amplia expresividad generacional que se
manifiesta en el modo de vestir y en la forma de los cuerpos.
Por otro lado, la dureza de la lucha de clase en los años 50 estaba en sintonía con una visión
localizada del conflicto; el escenario era la ciudad, la cuenca de Terni. Los obreros estaban
al corriente del plan Sinigaglia22 sobre la siderurgia nacional, se manifestaban por la paz y
en contra de la OTAN, porque el terreno del conflicto estaba allí, bajo sus pies. Ahora, con
la sustracción de los lugares de decisión en el proceso de la globalización, los obreros tienen
a su alcance los datos de producción, las políticas industriales y las cuotas del mercado. Este
es el efecto de la fragmentación de la gran industria y de la privatización, y el escenario es
global: como lo manifiestan los obreros del Tubificio de la AST: “nuestros productos los
refinan en China y en India”. El movimiento obrero también debe hacerse cargo de los
problemas del mercado y de la estrategia empresarial, tanto para impugnarla como para
proponer alternativas. Pero también es por esto que los obreros se perciben en un contexto
muy vasto. “Para una multinacional –afirma un obrero– nosotros somos poco menos que una
gota en el mar”; y otro responde que, por el contrario, son un eslabón de una cadena que sin
ellos se va a pique: “nosotros producimos el treinta y cinco por ciento de los tubos para los
sistemas de escape de toda la industria automovilística europea. Si nos detenemos, se
perjudica la Renault y se paraliza la Volvo”. 23
Finalmente, se comprende de modo claro una perspectiva histórica distinta del propio rol. En
1953, Dante Bartolini, obrero despedido, escribía una canción que aún cantaba con
convicción, y que retomaba con plena conciencia, veinte años después:

El socialismo es nuestra esperanza


De quien trabaja esta es la historia
No está lejos la gran victoria
Trabajadores, sigamos adelante.24

No está lejos la gran victoria: eran despedidos por miles; sin embargo, los obreros estaban
convencidos de que la suya no era únicamente una lucha defensiva; se sentían en la
vanguardia de una trasformación radical de la sociedad. “Historia” rimaba con “victoria”, el
pasado fundaba al futuro; y aunque la historia del 53 terminó sustancialmente con una
derrota, esta certeza –pasada por un otoño cálido, por los consejos de la fábrica y por las
luchas de los años 70– permanecía intacta un cuarto de siglo después. En el 2004, de una

22
El plan Sinigaglia para la industria siderúrgica fue aprobado por el gobierno italiano en 1948. Tomaba el
nombre del ingeniero y empresario Oscar Sinigaglia y contemplaba un fuerte aumento de la capacidad
productiva de la siderurgia nacional, concentrándose en la reconstrucción de la planta de Genova-Cornigliano
y en la integración vertical de la producción en Piombino y Bagnoli [N. de la T.].
23
Entrevistas en la planta Tubificio de Terni, 6.2.2005.
24
Compuesta por Dante Bartolini, cantada por Dante Bartolini y Giovanna Marini (en vivo, concierto en el
Polteama de Terni), en el disco La Valnerina Ternana. Un’esperienza di ricerca-intervento, Dischi del Sole,
1975; también en “... è nato l’anno de li dumila”, óp. cit., junto con algunas estrofas cantadas por Lucilla
Galeazzi (que se incluyen también en el CD Amore e acciaio, Roma, Zone di Musica, 2005).
gran victoria no se hablaba: la lucha era igualmente dura, pero servía principalmente para no
dejarse echar, y para no volver al pasado.

5. Despidos llamados libertad

A finales de febrero de 2004, la Thyssen-Krupp anuncia que la fábrica no cierra y que serán
renovados los contratos de los empleados. Pero no pasa un mes cuando ya la compañía
comienza a sacar trabajadores uno a la vez, no renovando los contratos o no reemplazando a
los jubilados. Es una estrategia gradual que evita el conflicto frontal y abierto; en ese
momento Loris Campetti escribía que la Thyssen-Krupp les había dado a los obreros de Teni
“una manzana envenenada”.25 Un año después la Thyssen-Krupp vuelve al ataque.

Bajo el gazebo del piquete en la Tubificio de Terni, me muestran la carta: “Por bloquear
ilegítimamente las puertas, por no permitir el envío de productos a los clientes que hace
inadmisible su prestación laboral por saturación de los espacios de almacenaje, usted queda
suspendido del trabajo y de la retribución desde el 21.2.2005 hasta nuevo aviso. Saludos
cordiales”. En la terminología empresarial, los destinatarios de estas cartas fueron puestos
“en libertad”.

A la mañana, manifestaciones. La paradoja de los despidos, denominada “libertad”, domina


los eslóganes y los carteles de la protesta. Una pancarta dice: “Hay que poner en libertad a
los de Sabbione”, es decir, a los detenidos de la cárcel local. Una estatua de cartón –sacada
de los depósitos de los carros alegóricos del Cantamaggio–26 que representa a la Estatua de
la Libertad lleva este cartel: “Estamos todos en libertad”; la ironía de la libertad de ser
despedidos y el sarcasmo en contra de Alemania se dan cita en la tarde a las afueras del
Tubificio: “Cuando se dice libertad, uno piensa en la apertura de las puertas de Auschwitz,
no en el cierre de las puertas de una acería”.

Esta vez la unidad ciudadana es menos militante: la huelga se proclama únicamente para la
industria; aunque no falta la simpatía para los obreros en la protesta (como la de los
estudiantes que marchan con ellos), los negocios y bares permanecen abiertos. El gobierno
está abiertamente a favor de la compañía; la secretaria de la FIOM27 relata: “recién se dio la
ronda de negociación en la oficina del jefe de Gobierno en Palazzo Chigi, el representante
del gobierno les advirtió que sus posiciones no podían alejarse de las de la Thyssen-Krupp”.28
Los sindicalistas reafirman su lucha para que la Thyssen-Krupp se siente en la mesa de
negociación –la cual abandonó con arrogancia– y para arrancarle compromisos para el
desarrollo y la ocupación. En comparación con el año anterior, cuando se buscaba una unidad
más amplia, ahora son mucho más explícitos y duros los juicios sobre el papel y la política

25
Loris Campetti, “Polpetta avvelenata per Terni”, en Il Manifesto, 30.3.2004.
26
El Cantamaggio Ternano es una fiesta popular que se desarrolla cada año entre el 30 de abril y el 1 de mayo.
La noche del 30 de abril se hacen cantos alegres, dialectales y primaverales para celebrar el arribo de los meses
cálidos. Según la tradición, carros alegóricos desfilan por las calles de Terni para participar de la premiación en
la última noche. La usanza de los carros alegóricos, en los que se sobresalen grandes figuras de cartón,
representan de manera irónica algunos eventos de actualidad política y social. [N. de la T.].
27
Federación de Empleados y Obreros Metalúrgicos.
28
Lucia Rossi, secretaria de la Fiom de Terni, intervención en un seminario del ICSIM (Istituto per la Cultura
e la Storia d’Impresa), Terni, 20.4.2005.
del gobierno. Los aplausos y los gritos de consenso arriban cada vez que los oradores hacen
referencia a la historia del acero ternano, o a la experiencia y el orgullo de esta clase obrera.

El compromiso final salva por el momento los lugares de trabajo, pero se acepta la posibilidad
de un cierre de la AST en un futuro no muy lejano. El día de la huelga en 2005, bajo un cielo
de nubes espesas y de humos de chimeneas que evocaban los orígenes oscuros del mundo
industrial (Sabbione, en las cercanías de la cárcel), le saco una foto al piquete del Tubificio
en Terni (filial de la Thyssen-Krupp, golpeada por la misma estrategia de despidos llevada a
cabo en la acería), agazapado bajo la tienda del gazebo. Un obrero sostiene una viruta de
acero en las manos: “¿se ve bien la viruta en la foto? Es importante”. “¿Por qué?”. “Porque
en este momento es lo único que nos queda de todo lo que hicimos”.

6. Globalización en acto

Me embarco en el aeropuerto de São Pablo, Brasil: el corredor que conecta el terminal aéreo
conserva las marcas de la Thyssen Krupp. Pasando entre Hopkinsville y Shelbyville, cerca
de Louisville, Kentucky, detrás de una fila de árboles, veo un cartel sobre las puertas de una
fábrica: Thyssen Krupp Budd. En febrero de 2005, se terminaba el contrato con el sindicato;
en vista de la renovación, “la Thyssen Krupp Budd les pidió a los trabajadores una concesión
por un valor de diez millones de dólares, incluyendo una reducción salarial de cinco dólares
la hora, un aumento de ciento sesenta dólares mensuales para el pago de la seguridad social,
la eliminación del seguro de salud y de la escala de movilidad para los jubilados”. Después
de dos semanas de huelga total y de las presiones de los clientes por los reclamos en los
pedidos, la compañía, al menos esta vez, retira las peticiones y los obreros regresan al trabajo
en las condiciones anteriores. 29 La multinacional alemana en Kentucky hace moldeo de
piezas de autos para las multinacionales japonesas que han establecido enormes plantas en
Kentucky, Tennessee y Alabama (en mayo de 2007, Thyssen Krupp anuncia el
establecimiento de una gran acería hipertecnológica en Alabama: los suministros llegarán,
coincidentemente, desde Brasil). 30 Es verdad que Kentucky es un pedazo del Tercer Mundo,
una colonia interna, dentro de los Estados Unidos.

A principios de marzo de 2004, unas semanas después de la huelga general de Terni, me


encontraba en la India. En Igatpuri, cerca de Nashik, Maharashtra, a 150 kilómetros de
Mumbai, me llama la atención una señal sobre las puertas de una fábrica: “EBG India Electric
Steel. A Thyssen-Krupp Company”. Nunca había visto tan de cerca a la globalización. Mis
compañeros de Terni no saben prácticamente nada de la existencia de una fábrica hermana,
o rival, en la India (y mucho menos de una en Kentucky). Me detengo a hablar con los
guardianes de la planta de Nashik, y tampoco ellos han oído hablar de Terni. En resumen, en
la globalización los propietarios están unidos, mientras que los obreros ni se conocen entre
ellos e incluso corren el riego de que se les ponga en competencia. Un año después, gracias

29
Brent Adams, “ThyssenKrupp Budd workers reach tentative agreement”, en Business First, Louisville, Ky.,
9.2.2005, en línea: < https://www.bizjournals.com/louisville/stories/2005/02/07/daily24.html >.
30
“Alabama Selected as Home of ThyussenKrupp State-of-the-Art Steel and Stainless-Steel Facility”,
comunicado del gobernador de Alabama, 14.5.2007, en línea: <http://www.allamericanpatriots.com>.
a la Abhyviakti, una cooperativa de “medios de comunicación para el desarrollo” de Nashik,
fui nuevamente a la Thyssen Krupp de la India y hablé con los dirigentes y con los obreros.

“No, en Terni no estuve”. Somendra Pal es el gerente de recursos humanos de la Thyssen-


Krupp Electrical Steel en Igatpuri. Esta es una fábrica de acero magnético para usos
energéticos, igual a la que la Thyssen-Krupp está cerrando en Terni, después de un año de
luchas y de complicadas negociaciones. “Si bien –continúa– sé que allí hubo problemas de
calidad, y otros problemas”. Los ternanos siempre han insistido en la alta calidad de su
producto y en la histórica profesionalidad de la clase obrera; por el contrario, a los dirigentes
aquí en la India la multinacional les dice que la fábrica cierra porque la calidad es insuficiente.

No suelo tener la oportunidad de entrevistar a dirigentes industriales; no obstante, una de las


primeras cosas que noto es que también existe un folklore dirigencial, una circulación de
voces y rumores no muy distintos a los de las denominadas culturas subalternas. “Sí, estuve
en Francia y en Alemania observando las fábricas de la Thyssen-Krupp, pero a Terni me
aconsejaron no ir: allí te quiebran las piernas me dijeron. Llegas con tus piernas, pero nadie
te asegura que con las mismas te vayas”. Esta vez los ternanos no le han roto las piernas a
nadie, solo se las han ventilado. (“Alemán atento, el magnético es violento” decía una
pancarta en la huelga general del 6 de febrero de 2004; esto realmente lo hicieron en el 53,
cuando los despedidos esperaron a los dirigentes en sus casas; pero en aquel entonces los
dirigentes eran personas del lugar). Los jefes de la Thyssen-Krupp debieron pasar un gran
susto cuando los obreros irrumpieron en la sala de negociaciones y fue necesaria la acción de
la Digos para ponerlos a salvo. El eco de aquel miedo llegó hasta esta oficina con aire
acondicionado en la India.

La Thyssen-Krupp de Nashik no es una gran acería, ni tampoco es el corazón de la ciudad


(Nashik tiene un millón y medio de habitantes). Tiene una sola línea (un emplazamiento de
seiscientos metros, automatizado y computarizado, ruidoso y sofocante, donde los únicos que
ponen las manos sobre los productos son los que los empacan para su envío). Existe desde
hace una década, produce 200.000 toneladas de acero al año, de las cuales tres cuartas partes
son acero eléctrico; ocupa a 720 empleados, de los cuales 320 son “cuello azul” 31 y 280 son
técnicos. El 90 % de la fuerza de trabajo es de origen local. El salario promedio de un cuello
azul es de 9500 rupias, alrededor de 174 euros al mes, decente para los estándares locales y,
sin duda, mucho más barato que el de un obrero europeo. Somendra Pal explica que es una
fuerza de trabajo calificada, con formación y actualización empresarial; la compañía ofrece
toda una serie de servicios, desde el transporte hasta los refrigerios.

Para demostrar su compromiso con la realidad local, la Thyssen-Krupp, junto con otras
compañías extranjeras, organizan cada año una maratón para recaudar fondos que van a
diversos proyectos educativos y a las ONG (Anita Paranjabe, una activista rural que me
acompaña y quien después sería mi interprete con los obreros, palidece, “estos no tienen ni
idea de la realidad” comenta al salir). ¿Cuál es la posición de esta fábrica en el marco de las
estrategias globales de la multinacional? ¿No les puede suceder también a ustedes lo que pasó

31
La expresión “cuello azul” (colletti blu) hace referencia a los obreros que desempeñan labores manuales, en
referencia al color de sus overoles; los “cuello blanco” (colletti bianchi) se refiere a los que desempeñan labores
técnicas o directivas [N. de la T.].
en Terni? “Por supuesto, me doy cuenta de que las decisiones que cuentan se toman desde
otra parte. Pero estamos tranquilos: la fábrica da ganancias, anticipamos las inversiones y el
mercado se mantiene –somos los únicos productores de acero magnético en toda la India–, y
toco madera, pero las relaciones sindicales son buenas”. Estos son “los otros problemas” de
los cuales hablaba a propósito de Terni: según el folklore dirigencial, Terni cerró por culpa
de la conflictividad obrera (la que en realidad por diez años ni siquiera existió). “Otras
compañías aquí en Nashik han querido venir y si no lo han hecho es por culpa de los
sindicatos”, continúa, “aquí por fortuna tenemos un sindicato empresarial con el que
llevamos una relación armoniosa. El sindicato comunista ha tratado de meterse aquí, hicieron
una manifestación con cientos de personas en frente de las puertas de la fábrica, pero les
dejamos en claro que no los íbamos a tolerar”.

Más tarde me organizan un par de entrevistas con un grupo de obreros. Claramente se trata
de personas elegidas por ellos; las entrevistas se hacen en las oficinas de la dirección, en
presencia de un directivo de relaciones industriales, vigilante, aunque agradable y simpático.
También ellos han oído hablar vagamente de Terni en los briefings empresariales. Le hago
al sindicalista la misma pregunta: “aquí se decide todo en otra parte”. ¿No se sienten
inseguros? Y obtengo la misma respuesta: “la compañía está activa, la calidad es alta, el
mercado se mantiene y las relaciones son buenas…”. Les menciono que exactamente las
mismas cosas se decían en Terni, hasta que un rayo inesperado cayó anunciando el cierre. El
director de relaciones industriales se siente incómodo, los obreros aguzan la mirada como
queriendo saber más.

Los obreros relatan historias de la primera generación industrial, no muy distintas a las de
los abuelos de los jóvenes obreros en la Terni de hoy. Historias de fundación: “Yo entré a la
Thyssen-Krupp porque una parte del terreno donde nació la fábrica era de mi familia”;
historias de inmigración: “vengo de Karnataka, mi padre era tornero, también soy tornero
aquí”; y de familias artesanas: “vivimos en Nashik, tengo un hermano barbero y otro
mecánico”. Pero la gran mayoría tienen una base rural, tanto en el sentido económico como
en el sentido de su identidad. Aquí, vuelvo a encontrar las historias de las múltiples
actividades de las familias rurales que he escuchado por generaciones de los obreros en Terni
y otras partes: “aún tenemos la tierra y es mi esposa quien la trabaja. Los ingresos adicionales
que llevo yo con el trabajo en la fábrica los reinvertimos en el campo”. Un muchacho, quien
debe ser un estupendo narrador (es la primera vez que hago una entrevista a través de un
intérprete en una lengua que no conozco, y aun así es paralizante), narra una historia de
tensión no solo entre la ciudad y el campo, sino entre las estrategias personales y las
familiares: “tengo tres hermanos, y desde el principio la familia decidió que debía estudiar y
encontrar un trabajo afuera. Pero a mí me gusta trabajar en el campo, así que me escapé de
la escuela para regresar a él. La familia me agarró y me volvió a mandar. Una vez y otra más,
y al final me quedé aquí”. A menudo estos contrastes entre el individuo y la familia tienen
en su centro el deseo de un individuo de salir del contexto familiar; aquí, por el contrario,
tenemos una persona que se quiere quedar, y es la familia quien insiste en que se vaya afuera
como delegado de la promoción social. “Para obtener el diploma tienes que aprender inglés;
yo no fui capaz de aprender una sola palabra, pero de una forma u otra me gradué y luego
vine a trabajar a la fábrica. Recién llegado, me escapé nuevamente, pero otra vez la familia
me mandó aquí. Ahora me he acostumbrado, no es tan malo, pero se dice que esto no será
para toda la vida”.
Esto no es algo fácil de decir en la cara de un jefe: el autoritarismo paternalista de la Thyssen-
Krupp insiste mucho en la fidelidad. Esta es la primera generación de obreros, pero la
compañía ya tiene en mente una política paternalista de fidelidad plurigeneracional, la misma
que se impuso en Terni hasta el final de los años 60: reservar a los hijos de los obreros el
lugar de trabajo de los padres que se jubilan. El resto de los obreros con los que hablo dicen
que piensan quedarse hasta la jubilación. El sueño de todos es el de educar a los hijos (y la
contradicción, dice Anita, es que los chicos que estudian después se van de aquí). Agrega
Anita: “el ruido, el calor y un ambiente de solo hombres… ¡Y estos dicen que esta es una
buena vida!”. Es evidente que adelante del vicegerente no es sencillo decir esto, pero también
es cierto que, vista la profunda miseria que rodea las calles de Nashik, un trabajo seguro,
decentemente pagado y con perspectivas de jubilación sigue pareciéndoles un privilegio y la
compañía una entidad de protección.

También la historia del sindicato entra en una óptica parecida. “Así que antes estábamos
inscritos en un sindicato general, externo, que casi nunca se ocupaba de nosotros. Entonces
fuimos al sindicato comunista, pero la compañía dijo que no lo reconocería de ninguna
manera”. En el relato del gerente de recursos humanos, el conflicto está entre el discurso de
la compañía y el de los comunistas; en el de los obreros, está entre los mismos obreros y los
comunistas, con una molesta presencia de la empresa. No es difícil imaginar los argumentos:
si se inscriben en ese sindicato, cerramos y nos vamos para otra parte. “Así que llegamos a
un punto medio, un sindicato empresarial, gestionado por nosotros y que se ocupa de
nosotros”. ¿Cómo explica el mencionado gerente de recursos humanos, en la “atrasada”
Maharashtra, que hay una ley que prohíbe despedir un obrero sin justa causa y, por tanto,
cabe tener una buena actitud y reconocerles los derechos –pero filtrados por el paternalismo
empresarial: en una compañía democrática y civil, donde los obreros deben ser representados,
pero deben ser representados por representantes que sean buenos para la compañía– ¿Qué
democracia es esta?32

32
Después de una nueva huelga y un compromiso en el 2005, la Thyssen Krupp vende l’AST a la compañía
finlandesa Outokumpu. Sin embargo, la venta es invalidada por la Comisión Europea, ya que esto habría
derivado en una posición excesivamente dominante de la compañía finlandesa en el mercado de los aceros
especiales. L’AST vuelve a propiedad de la ThyssenKrupp, quien no la quiere y trata de desprenderse de ella.
En el 2014 anuncia otros 5000 despidos; continúan las huelgas, los piquetes y las negociaciones con el
gobierno… al momento de terminar la revisión de este capítulo (octubre de 2014), la situación sigue siendo la
misma.
CAPÍTULO 14
¿De qué parte estás?
Lucha de clases y cultura en la huelga de Harlan 1931-321

1. Banderas
En 1921, diez mil mineros armados marcharon hacia Blair Mountain, en Logan County,
Virginia. Fueron detenidos por un ejército privado, armado por los propietarios de las minas,
que no dudaron en bombardearlos desde lo alto con aeroplanos. Los mineros en lucha eran
ciudadanos patriotas; entre ellos había varios veteranos de la Primera Guerra Mundial. La
bandera americana ondeaba a la cabeza del mitin. También el ejército privado de los
propietarios proclamaba batirse en defensa de los valores americanos –la libertad de empresa
y la propiedad privada– que florecían bajo la bandera de estrellas y barras. Para impedir que
estos dos ejércitos se mataran entre sí, intervinieron las tropas federales –no hace falta decir
bajo cuál bandera–.2
Dejemos por el momento a estos tres ejércitos con la misma bandera y avancemos diez años
más, unas pocas millas al suroeste. A final del invierno 1930-31, los mineros de Black
Mountain, en Harlan County, Kentucky, comenzaron a organizarse, a adherirse al sindicato
y a preparar una huelga. La industria del carbón, ya en crisis, atravesaba un momento de
dificultad aún mayor; los propietarios, en busca de un remedio, cortaron la ya miserable paga
y comenzaron a despedir gente en masa. Miles de familias morían literalmente de hambre,
mientras los delegados del sheriff y las guardias privadas de las compañías instauraban un
“reino de terror”,3 tanto así que el sindicato oficial, la United Workers of America (UMWA),
optó por retirarse de Harlan. “Yo no lo consideraba una huelga, lo consideraba una guerra
contra el hambre”, relataba el minero y sindicalista Tillman Cadle: “si le hablabas de huelga
a un minero cualquiera, te decía que todo era la misma cosa: si protestabas, pasabas hambre;
si trabajabas, pasabas hambre. Ninguna diferencia. Al final, era una cuestión de guerra contra
el hambre, todo aquí es una guerra contra el hambre”.4

1
“Con inni e bandiere. Il conflitto culturale nello sciopero di Harlan”, en Roberto Botta et al. (eds.), La cultura
delle classi subalterne fra tradizione e innovazione, Alessandria, Edizioni dell’Orso, 1988, pp. 151-168; en A.
Accardo, C. Mattiello, A. Portelli, A. Scannavini (eds.), Un’altra America, Rome, Bulzoni, 1991, pp. 85-108;
“No Neutrals There: The Cultural Class Struggle in the Harlan Miners’ Strike of 1931-32”, en The Death of
Luigi Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral History, Albany, N. Y., Suny Press, 1991, pp. 216-
39. Véase también mi They Say in Harlan County: An Oral History, New York, Oxford University Press, 2010.
2
David Alan Corbin, Life, Work and Rebellion in the Coal Fields, Urbana, University of Illinois Press, 1981,
pp. 195-224; Fred Mooney, Struggle in the Coal Fields, J. W. Hess (ed.), Morgantown, West Virginia, West
Virginia University Library, 1967. El uso de las banderas no se menciona en ninguno de estos dos textos, pero
sí en la novela de Denise Giardina, escritora nativa del lugar, Storming Heaven (New York, Norton, 1987) y en
la película de John Sayles, Matewan (1987). Mother Jones, legendaria militante sindical involucrada en todas
las luchas de West Virginia, aparece en muchas fotografías a la cabeza de manifestaciones con la bandera
nacional.
3
“Report of Governor Laffoon’s Investigating commission”, 1936, Berea College Appalachian Archive (Coal
Mining, UMW, and Harlan Struggle).
4
Tillman Cadle (1902), Funde, Tennessee; entrevista en Townsend, Tenn., 15.7.1987.
Los mineros que se adhirieron al sindicato fueron inmediatamente desalojados de las casas y
aldeas de propiedad de la compañía; estos se amontonaron en Evarts, una ciudad
independiente en donde líderes como W. B. Jones y William Hightower pudieron continuar
para organizarse. Dos mil mineros marcharon en cortejo hacia el condado, a la cabeza “Jones
y sus colaboradores, en un auto descapotable con la bandera americana”.5 El 5 de mayo de
1931, en Evarts, un tiroteo entre una caravana de esquiroles escoltados por la policía y un
grupo de mineros, dejó un saldo de tres guardias muertos y un minero. Intervino la guardia
nacional, y los líderes del movimiento fueron arrestados y condenados a muerte (finalmente
recibieron el indulto en 1941). Unas semanas después de la “batalla de Evarts”, llegaron a
Harlan los activistas de la National Miners Union (NMU), un sindicato alternativo vinculado
al partido comunista.
Aunt Molly Jackson, partera, hija de un predicador fundamentalista y esposa de un minero,
participó en la lucha como voluntaria en la cocina de campaña instalada por el sindicato,
tomando la palabra en las asambleas y escribiendo canciones que se transformaron en el
patrimonio de la cultura de izquierda urbana en los años siguientes. Una de sus canciones, en
el aria de un himno de iglesia, decía:
The bosses ride their big fine white horse
While we walk in the mud
Their flag’s the big red, white, and blue
While ours is dipped in blood.

[Los patrones van en sus bellos caballos blancos


Y nosotros caminamos en el fango
Su bandera es la de barras y estrellas
La nuestra está teñida de sangre].6

2. Rasgos culturales

Los montes Apalaches fueron descubiertos dos veces en su historia: hacia el 900, como una
reserva preciosa de riquezas naturales y culturales –madera, carbón, baladas, historias y
artesanado–; después, a mediados de los años 60, como un problemático “saco de pobreza”,
como terreno para verificar las teorías sobre la “cultura de la pobreza” y como campo de
batalla en la “guerra contra la pobreza” del presidente Johnson. 7 En una de las más
acreditadas síntesis sociológicas, Thomas R. Ford resumía los rasgos culturales de la región
en términos de “individualismo y autosuficiencia” (self-reliance), “tradicionalismo”,
“fatalismo”, “fundamentalismo religioso”. 8

5
Bill Bishop, “1931: The Battle of Evarts”, en Southern Exposure, vol. IV, nro. 1-2, 1976, pp. 91-101.
6
Aunt Molly Jackson, “Join the CIO” (originariamente, “Join the NMU”), en Aunt Molly Jackson, Library of
Congress Recordings, a cargo de Alan Lomax, Somerville, Mass., Rounder Records 1002. Cfr. también John
Greenway, American Folksongs of Protest, New York, Octagon Books, 1977, pp. 269-70. Sobre Molly Jackson,
cfr. Shelly Romalis, Pistol Packin’ Mama. Aunt Molly Jackson and the Politics of Folksong, Urbana, University
of Illinois Press, 1999.
7
David Whisnant, All That Is Native and Fine, Chapel Hill, University of North Carolina Press 1983; Henry D.
Shapiro, Appalachia on Our Minds, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1978; Michael Harrington,
The Other America (Poverty in the United States), Baltimore, Penguin, 1963.
8
Thomas R. Ford, “The Passing of Provincialism”, en The southern Appalachian Region. A Survey, Lexington,
University Press of Kentucky, 1966, pp. 9-34.
Todas características confirmadas por las indagaciones sociológicas, pero que son difíciles
de reconciliar con los dramáticos conflictos de Logan y Harlan. Una y otra vez, en el curso
de su historia, estos montañeros “fatalistas” se han empeñado, individual o colectivamente,
en tratar de cambiar su destino. En el espacio de una o dos generaciones, se transformaron
de campesinos relativamente autosuficientes a obreros asalariados en los ferrocarriles y en
las minas. La mayoría de los montañeros de los Apalaches han atravesado más cambios en
su vida que la supuesta “móvil” clase media urbana.

También el “individualismo” hay que discutirlo. En el prefacio a la autobiografía de Jim


Garland (militante sindical, folksinger y hermanastro de Molly Jackson), Thomas N. Bethell
escribe: “Estaban orgullosos de su mentalidad independiente, pero su padre se daba cuenta
de las fuerzas impersonales que los presionaban, bastaba con adherirse a la United Mine
Workers of America”.9 Para un observador externo, la palabra sorprendente es “pero”: lo más
lógico sería decir que la primera cosa que hace un trabajador que piensa con su propia cabeza
es inscribirse al sindicato. Pero en el contexto relativamente igualitario de la Apalachia
preindustrial, la independencia no es afirmada en las confrontaciones con sus superiores
(inexistentes, invisibles, ausentes e “impersonales”), sino en el enfrentamiento con vecinos
y pares. No es que carezcan de momentos de cooperación (rigurosamente recíproca) entre
vecinos; pero el orgullo de los montañeros consiste en el no necesitar ayuda y solidaridad de
nadie. Construyendo el sindicato y la acción colectiva, los mineros de Harlan afirmaban que
la vieja ideología no era la más adecuada para la situación real.

Por otro lado, los rasgos culturales descritos por Ford no carecen de confirmaciones
empíricas. Por tanto, podemos encontrarnos de frente con una discrepancia entre valores
(deseos, nostalgias) articulados subjetivamente por un lado y prácticas sociales por el otro.
O quizás los montañeros se aferran a estos valores porque la realidad los constreñía a
prácticas que los contradecían. Tradición y cambio, individualismo y solidaridad establecen
relaciones más complicadas que una simple oposición binaria. La tradición, como en la
canción de Molly Jackson, puede proporcionar las formas lingüísticas para la expresión de
nuevas ideas. O, como veremos, la diferencia entre valores y prácticas puede privar a los
individuos de los instrumentos para reconocer y nominar las propias prácticas y, por lo tanto,
para legitimarlas y consolidarlas.

De frente a condiciones sin precedentes, inducidos a acciones sin precedentes, los mineros
tratan de legitimar sus elecciones en los términos tradicionales y culturales de la religión y el
patriotismo. Pero los símbolos, las palabras y las fuentes culturales de legitimación de los
mineros eran también compartidos con la contraparte, con los patrones y con el Estado. La
consecuencia fue una dramática lucha de clases cultural por el control de los sentidos y de
los símbolos, que tuvo un peso decisivo en el éxito del conflicto.

9
Thomas N. Bethell, introducción en Jim Garland, Welcome the Traveler Home, Julia S. Ardery (ed.),
Lexington, University Press of Kentucky, 1983, p. x.
3. Derechos constitucionales

En 1932, Arthur Garfield Hays, en nombre de la American Civil Liberties Union, escribió a
Walter B. Smith, county attorney (procurador) de Bell County, expresando preocupación por
las violaciones de los derechos civiles en los condados de Harlan y Bell. Smith respondió:
“La gente de Bell County es fundamentalista en política, religión y economía social. Está
perfectamente satisfecha con el gobierno de los Estados Unidos, así como con la forma en la
que actualmente es administrado”.10

Walter B. Smith era uno de los más acérrimos enemigos de la huelga, pero su declaración de
principios habría podido ser asumida como propia por los mismos huelguistas. Escribía un
corresponsal del New York Times: “El auge y caída de las minas de Harlan y Bell County no
han eliminado las creencias religiosas y patrióticas de los patrones o de los mineros”.11
Dominantes y dominados, patrones y mineros parecen compartir un mismo estrato cultural
basado en el patriotismo y la religión en la modalidad “fundamentalista” y en sus relativos
lenguajes verbales y simbólicos. Pero en medio del conflicto, el problema era si ambas partes
le asignarían a los mismos principios, palabras y símbolos también los mismos significados.

“El carácter apalaquiano –dice el periodista Ewell Balltrip– es ferozmente patriótico. Esta
gente, la gente que colonizó los Apalaches, era la escoria de la sociedad inglesa, escoses e
irlandeses; y era la misma gente que ondeaba la gloriosa bandera cuando firmaron la
declaración de independencia –¡al diablo Gran Bretaña!–. De la descendencia de la gente de
estas partes pueden remontarse directamente los… los inicios patrióticos del país”.12 Desde
las épocas de la revolución pasando por Vietnam e Irak, desde la Watauga Association hasta
la batalla de King’s Mountain y el sargento York, Alvin Cullum York, el legendario héroe
de guerra apalaquiano, los Apalaches tienen realmente una larga tradición de “héroes” de
guerra.13

En sus reportajes desde el frente de la huelga de Harlan, también John Dos Passos subrayaba
esta tradición revolucionaria y patriótica: “Nunca se sintió tan intensamente la presencia
concreta de la revolución americana”. Jim Garland, activista de la NMU, establecía una
relación tipológica entre la propia lucha y la revolución americana, cantando que si la policía
y las guardias patronales trataban de sacarlo “habrá otro Boston Tea Party”. Findlay “Red
Ore” Donaldson, minero y predicador fundamentalista, proclamaba en una asamblea en
Straight Creek: “La National Miners Union lucha por los principios por los que nuestros
antepasados combatieron en Bunker Hill”. Mary Nick, la hija de trece años de un minero,

10
Walter B. Smith a Arthur Garfield Hayes, 16.4.1932, en Herndon Evans Papers, University of Kentucky,
Margaret E. King Library, Special Collections, box 1, folder 6 (de aquí en adelante, Evans Papers).
11
Joe Green, “Poverty in Back of Mining Turmoil”, New York Times, 9.5.1932.
12
Balltrip (1950), periodista, Harlan, 14.7.1987.
13
Jeff Biggers, The United States of Appalachia: how Southern mountaineers brought independence, culture,
and enlightenment to America, Emeryville, CA, Shoemaker & Hoard, 2006.; Ed Price, “More than Our Share
of Heroes”, Now and Then, Center for Appalachian Studies and Services, East Tennessee University, Johnson
city, vol. 4, nro. 3, 1987.
cantó una canción de su autoría que decía: “Tenemos que mantenernos unidos / y machar por
todo el país / entonces seremos americanos libres / y obtendremos nuestras demandas”.14

No obstante, mientras el procurador Smith afirmaba que para los mineros de Bell y Harlan el
gobierno de los Estados Unidos estaba bien como estaba (¡aún no había llegado el New
Deal!), Findlay Donaldson predicaba a un grupo de entusiasmados mineros que “nuestra
nación y nuestro país [están] en las manos de hombres corruptos… Amo a mis hijos hoy diez
mil veces más que lo que amo a [el presidente] Herbert Hoover”.

Ambas partes se refugiaban en la Constitución, pero interpretaban su significado de manera


opuesta. “También nosotros –le escribía Walter B. Smith a Hays– creemos en la libertad de
expresión, de prensa y de movimiento”, pero el pueblo de Bell County “no aprueba las
doctrinas [de la American Liberties Union] y no reconoce a ninguno de sus representantes, a
ninguna organización, a ningún grupo que la represente, ningún derecho constitucional que
nadie haya tenido que respetar”. Por otro lado, Findlay Donaldson incitaba con esto a los
mineros a la lucha:

Yo amo la bandera de los Estados Unidos, amo el nombre de América, pero les quiero decir
las cosas que odio. Odio a los hombres que tienen en las manos a este nuestro país… Les quiero
decir, amigos, que los mineros del estado de Kentucky hoy en día son tratados peor que los
esclavos en los tiempos de la esclavitud. Les niegan el derecho de reunirse y de discutir el
modo en que pueden mejorar las cosas para su prójimo y para sus hijos… jueces injustos les
niegan todos los privilegios que se garantizan en los Estados Unidos, nos niegan cada privilegio
que la Constitución de los Estados Unidos garantiza a las personas.

Darse cuenta de que “todos tus derechos te han sido quitados”, como decía un minero en una
manifestación masiva en Pineville (capital del condado de Bell County), dejaba a los mineros
estupefactos y enfadados. “Mira, todos estaban embebidos por esta idea, que los derechos
son iguales para todos. Y, por Dios, se estaban dando cuenta de que ellos no tenían ningún
derecho, ¿entiendes? No se percataban de que estaban… que estaban en las manos del
estado”, afirma Tillman Cadle. Los simpatizantes y los activistas que vinieron de otros
lugares para apoyar la huelga de inmediato se dieron cuenta de este estado de cosas.

Tillman Cadle: Se llevaron a todos los miembros del comité y los pusieron bajo arresto
domiciliario con la custodia de una banda de vigilantes y sicarios [thugs], etcétera; los
agarraron y se los llevaron a la frontera estatal y los golpearon. Allí estaba un abogado que
había venido de New York para asegurarse de que les fueran respetados los derechos
constitucionales y estos se burlaban de sus derechos constitucionales. Golpeaban a uno, pero
antes le decían “tal vez quieras que tu abogado te dé un discurso sobre los derechos
constitucionales”. Se burlaban de la Constitución, mira. Los huelguistas tenían una canción que
decía “ven hermosa, págame la fianza, sácame de esta mugrosa prisión, porque todos mis
derechos me los han quitado”. Habían violado todas las leyes, la ley no existía para nosotros.

14
John Dos Passos, “The free Speech Speakin’s”, en Theodore Dreiser (ed.), Harlan Miners Speak, New York,
Da Capo press, 1970; Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit.; Evans papers, box 4, para el discurso de
Donaldson y la canción de Mary Nick. Todas las referencias sucesivas de las intervenciones de Donaldson y de
otros en esta asamblea son de esta fuente (sin embargo, véase también la trascripción en Harlan Miners Speak).
Eso que siempre escuchas, y que todo el país ha traicionado.

A muchos les parecía que la traición era definitiva. “Un minero, veterano de la guerra
mundial, gastó su asignación de guerra para hacer comprar fusiles. Montañero de estirpe
anglosajona, sin ningún reparo. Dijo en la corte que preferiría vivir en Rusia que en los
Estados Unidos”. Después de que la policía y los guardias pagados por las compañías
dispersaran una manifestación de mineros que marchaban con las barras y las estrellas, un
minero dijo: “Por Dios, si no nos dejan marchar con la bandera americana, marcharemos con
la bandera roja”.15

Afirmaciones como esta tienen más una onda de blasfemia enfurecida que de alternativa
ideológica –como si estuvieran furiosamente negando lo que apasionadamente creen–. Solo
unos pocos se radicalizaron de forma permanente. Molly Jackson contrastaba los colores de
la bandera americana con el color de la sangre de la bandera de los mineros: su hermanastra
Sara Ogan escribió una canción titulada “Odio el sistema capitalista” y Jim Garland cantaba
“hundimos este podrido sistema en los más profundos pozos del infierno”. Pero todos estos
son pensamientos y palabras difíciles de sostener; más tarde los tres cambiarán las canciones
con el fin de atenuar su sentido (sin embargo, a finales de los años 70, Gunning y Garland
nuevamente cantarán las palabras originales). 16 No obstante, incluso en los momentos más
extremos, nunca sintieron estar rompiendo con América o con sus principios.

En su mayor parte, los mineros trataron de reconciliar sus acciones con su patriotismo
demostrando que los verdaderos americanos eran ellos y no los jueces, y que el sindicato
cumplía a cabalidad la Constitución. Así, abrieron un frente de lucha de clases cultural,
combatiendo tanto con los símbolos como con las armas: ¿Quién tiene el derecho de controlar
el sistema compartido de símbolos y sentidos, de formular las interpretaciones y definir los
significados? Además de preguntar “¿a quién le pertenecen la tierra y la riqueza?”,
preguntaban “¿a quién le pertenecen los símbolos de la tierra?”.

4. Americanos sangre roja

Amo mi bandera, pero no comprendo por qué ellos pueden


hacer todo lo que nos hacen.
Sudie Crusenberry, Harlan County, 198917

Cuando los mineros de Evarts fueron a juicio, incluso el haber ondeado la bandera americana
resultó ser un agravante en sus cargos. W. B. Jones decía ante el fiscal: “llevaba la bandera

15
Louis Stark, “In the Blighted Realm of the Miners”, New York Times Magazine, 11.10.1931; Charles R.
Walker, “‘Red’ Blood in Kentucky. Why 100% Americans Turn Communist”, Forum, enero 1932, pp. 18-23.
16
Sobre Molly Jackson, cfr. Greenway, American Folk Songs of Protest, óp. cit., pp. 260-61; sobre Sara Ogan,
cfr. el video Always Sing My Songs, a cargo de Guy y Candie Carawan, New Market, Tenn., Highlander
Research and Education Center, 1983, Appalshop; y Garland, Welcome the Traveller Home, óp. cit., pp. 169-
71.
17
Sudie Crusenberry (1934), esposa e hija de mineros, activista sindical, Harlan, 23.11.1989. Sudie Crusenberry
aparece en la película Harlan County, USA, de Barbara Kopple (1976).
americana, pero tenía la bandera roja en el corazón”.18 Para la acusación era importante
demostrar que los mineros habían sobrepasado los límites culturales reconocidos y las
garantías protegidas por la Constitución y por la bandera.

Mientras les negaban la bandera a los mineros, jueces y fiscales se envolvían con ella. Cuando
Theodore Dreiser bajó a Kentucky con una delegación de escritores para verificar el estado
de los derechos civiles y las condiciones de los mineros, y fue arrestado con cargos de diversa
índole, el juez del distrito D. C. Jones afirmaba:

Tenemos dos partidos políticos en Estados Unidos… Si un partido no funciona, lo sacan y


ponen el otro. No hay necesidad de amainar las barras y las estrellas y alzar la bandera roja de
Rusia… cada hilo de las barras y las estrellas se consiguió con el precio jamás pagado por una
bandera… Es una vergüenza, no solo para ustedes, sino para los muertos que duermen en las
tumbas, si su patriotismo vacila solo porque hay un poco de depresión.19

W. B. Jones, líder de los mineros de Evarts, jamás fue un “rojo”; de hecho, era atacado
frecuentemente por los comunistas. Pero negar a los mineros el uso de los símbolos
nacionales era una estrategia demasiado eficaz para ser perturbada por la realidad de los
hechos. Mucho antes de que llegaran a Harlan los verdaderos comunistas de la NMU, la
prensa y las elites locales ya alertaban sobre el peligro rojo. Ya sea que pertenecieran al
Partido Comunista o no, los mineros que no se sometían dócilmente al hambre y a la
desocupación no eran esos “americanos libres” que cantaba Mary Nick, sino unos Rooshian
Reds, rojos de Rusia, unos no americanos, un-American. “Si tienes hambre eres un rojo”,
afirmaba un minero ante un comité eclesiástico en una visita, “y si le dices a tu vecino que
tienes hambre, eres culpable de sindicalismo criminal”.20

“Me han encasillado y acusado de ser una roja. Cuando no sabía ni siquiera lo que
significaba”, afirmó poco después Molly Jackson. Por supuesto que exageraba cuando decía
que “nunca había escuchado hablar del comunismo antes de ser expulsada de Kentucky”,
pero esta era una forma de confirmar que “mis ideas provienen de las duras luchas que he
sostenido, y de ninguna otra parte”.21 “El noventa por ciento de esta gente –dice Tillman
Cadle– no habría podido saber la diferencia entre comunismo y reumatismo”, más allá de
una vaga idea de “comunidad”. Y Jim Garland escribía: “Si le decías a un grupo de
montañeros cualquiera “yo soy comunista”, como si nada te respondían “yo soy bautista” o

18
Bloody Harlan. The story of Four Miners Serving Life for Daring to Organize a Union - Daring to Strike -
Daring to Picket, Kentucky Miners Defense, 1938.
19
“Additional Instructions to Bell County Grand Jury by Judge D. C. Jones, Judge of the bell County Circuit
Court”, 9.11.1931, Evans Papers, box, folder 1. Dreiser fue arrestado en Pineville con la acusación de haber
cometido “adulterio” por haber pasado la noche en una habitación con su secretaria, fue violentamente
expulsado de Kentucky.
20
Ronald Niebuhr, “Religion and the Class War in Kentucky”, The Christian Century, 18.5.1932. El delito
“sindicalismo criminal”, introducido en muchos estados durante la Primera Guerra Mundial para combatir a los
Industrial Workers of the World, castigaba en Kentucky a cualquier grupo o individuo que practicase o incitase
a la violencia con el fin de producir un cambio político: John Day, Bloody Ground, Lexington, Ky., University
Press of Kentucky, 1981, pp. 297-98.
21
John Greenway, American Folksongs of Protest, óp. cit., pp. 261-62.
“yo soy masón”. Un minero de Harlan creía que Lenin era “ese que había organizado el
sindicato en West Virginia, y que ahora estaba con nosotros”.22

La National Miners Union se concentró en las necesidades inmediatas de los mineros, sin
hacer alarde de su ideología (aunque palabras como “compañero” y “capitalista” se
difundieron rápidamente entre los huelguistas): este hecho después fue usado para acusarla
de haber engañado a los mineros. Al principio, a estos no parecía importarles demasiado: se
aferraban a todo lo que tenían al alcance y cualquier ayuda era preciosa. En todo caso, escribía
John Gaventa, la cuestión del “comunismo” era “reinterpretada en los términos de la cultura
local”. El término “rojos” se prestaba, por ejemplo, para conectar todo en un paradigma de
símbolos de identidad y orgullo nacional y local.

Roja es, en primer lugar, la sangre –símbolo invocado por ambas partes–. “Una gota de
sangre pura de Kentucky vale más y es más sagrada que todo un río de sangre comunista”,
proclamaba el procurador W. B. Smith. El juez D. C. Jones anunciaba que estaba dispuesto
a “usar plenamente los poderes de mi tribunal para impedir que estas serpientes cascabel
humanas inyecten el virus del comunismo en las venas del trabajador americano”.23 Findlay
Donaldson respondió:

Es en la boca y en la voz de todos los que están con los patrones de las minas que el rojo de
Rusia recorre el estado de Kentucky. Cuando me reduces al hambre y me niegas la comida y
el vestido que son necesarios para cuidar de mi cuerpo y de los niños de los que digo ser su
padre, les quiero decir, tan cierto como estoy vivo, que me están metiendo sangre roja en las
venas.

Lo que se le escapaba a W. B. Smith es que la sangre “pura” americana o kentuckiana es


naturalmente “roja”. En la misma asamblea, el secretario local de la NMU proclamaba: “Soy
un americano que no tiene algo más real que su sangre roja”. Quienes tenían la sangre de otro
color, de hecho, eran –como afirmaba Sara Ogan– los “sucios ricos aristócratas con su sangre
azul”. Asimismo, el rojo remitía a otras memorias: un epíteto usado para designar a los
montañeros, a menudo entendido como insulto, era red necks, cuellos rojos. “Nos llaman
Rooshun Red Necks –decía un minero–, no entiendo por qué. Mi familia está en Kentucky
desde hace cinco generaciones, pero tengo un antepasado piel roja indio Cherokee. Quizás
por eso soy un rojo”.24 Estado y patrones reivindican ser los “creyentes en América”, los
“americanos ciento por ciento”. Estos cuellos rojo sangre y piel rojas subvierten el
simbolismo del color, haciendo del rojo el verdadero signo del americanismo auténtico. La
cuestión no era solo quién era “americano”, sino quién era “kentuckiano”, quién era
verdaderamente de Harlan y de Bell. El grito de batalla de W. B. Smith era “al diablo Rusia
y todos los comunistas y Bolcheviques de New York”. El director del Pineville Sun, Herndon

22
Melvin P. Levy, “Class War in Kentucky”, en Theodore Dreiser (ed.), Harlan Miners Speak, óp. cit.,
23
W. B. Smith, citado en John Gaventa, Power and Powerlessness: Quiescence and rebellion in an Appalachian
Valley, Urbana, University of Illinois Press, 1982, p. 110; D. C. Jones, “Additional Instructions”.
24
Evans Papers, box 4, folder 27; Gertrude Haessler, “In Blue-Blood Kentucky”, Labor Defender, abril 1932,
p. 69 y ss.; Vern Smith, “These Starving 100 % Americans”, Labor Defender, septiembre 1931, p. 170; Sara
Ogan, en Always Sing My Songs, óp. cit.; Walker, “‘Red’ Blood in Kentucky”, óp. cit.; The New York Times,
29.9.1931.
Evans, atizaba los resentimientos hacia los “extraños” que venían de New York a investigar
sobre Kentucky (y proponía una contrainvestigación sobre la criminalidad y la prostitución
de New York); los sindicalistas de la NMU le respondían que eran más “extraños” los
propietarios absentistas de gran parte de las riquezas naturales de la región. La facción de la
ley-y-el-orden los llamaba “rusos” y ellos respondían llamando a los policías y a las guardias
patronales “káiseres”.25

Pero es bueno no dejarse engañar por la aparente simetría (Harlan vs. New York, extraños
vs. ausentes, rusos vs. káiseres). El conflicto tenía lugar sobre un terreno desigual, establecido
y definido por los patrones: mientras la campaña sobre el “antiamericanismo” de los
huelguistas dominaba el discurso público, la tentativa de demostrar que los antiamericanos
eran los patrones era demasiado débil, y, sobre todo, sindicato y mineros no pudieron del
todo rechazar este plano de confrontación. Por supuesto, los patrones controlaban todos los
espacios del discurso público y oficial –diarios, iglesia, tribunales–. Pero es un hecho que la
acusación dirigida a los mineros de ser antipatriotas y forajidos era, de alguna manera,
creíble.

No es casual que parte de la retórica de los mineros consistiera en disminuir la radicalidad de


sus propias reivindicaciones: “No quiero tus millones, míster”, cantaba Jim Garland, “quiero
solo dar de comer a mis hijos, devuélveme mi trabajo”. Y Findlay Donaldson: “lo que
queremos es la protección a la que tenemos derecho bajo la Constitución de los Estados
Unidos, y esto nos bastará”. La bandera de los mineros tenía dos caras: una hacia la propia
parte, para llamar a la lucha; la otra hacia la ley y los patrones, para demostrar que la huelga
no era realmente subversiva –como si, probándolo ante sus adversarios, se pudieran
convencer a ellos mismos–.

5. Cruzando el Mar Rojo

Existen tres cosas en las que creo: la Biblia, el sindicato y Dios.


Sudie Crusenberry, Harlan, 1989

Afirmaba el propietario de una mina: “Yo soy un buen cristiano y miembro de la iglesia
cristiana; pero no dudaría en amarrar a un comunista, meterlo en una bolsa y tirarlo al río”. 26
Y Findlay Donaldson: “Un hombre que no mantiene a sus hijos es peor que un infiel y no
hay otro lugar en el mundo para él que no sea el infierno”.

La religión es otro significante compartido en la lucha de clases cultural en Harlan. Una vez
más, la parte patronal acusaba a los mineros de haber extralimitado una norma cultural
aceptable y, nuevamente, los mineros buscaban una sanción bíblica para sus acciones.
Cuando el teólogo Ronald Niebuhr bajó a Harlan con una delegación eclesiástica, se encontró
de frente con todas las iglesias respetables de Pineville (así como con el obispo de
Lexington); pero también descubrió que “los mineros son más religiosos que cualquier grupo

25
Una carta amenazante que invitaba a los periodistas favorables a los mineros a “irse antes del atardecer”
estaba firmada por un tal “100-perct American” (Louis Stark, “Harlan War Traced to Pay-Cut Revolt”, New
York Times, 29.9.1931, también para el uso del epíteto “káiser”).
26
Citado en Niebuhr, “Religion and the Class War”, óp. cit.
de proletarios. La religiosidad de estos proletarios es una espléndida oportunidad para el
nacimiento de una verdadera religión proletaria”.27

“Los jóvenes predicadores que predicaban gratis, que trabajaban para vivir, con ellos se podía
estar de acuerdo, porque estaban comprometidos”, dice Tillman Cadle, “predicaban porque
estaban convencidos. No predicaban por dinero. Pero con los que para predicar necesitaban
de un gran salario, no se podía estar de acuerdo, porque no les interesaba”. La distinción no
es tanto ideológica –entre denominaciones progresistas y conservadoras– como social: entre
iglesias urbanas y de clase media e iglesias rurales y proletarias. Myles Horton, alumno de
Niebuhr, protagonista del nacimiento del sindicato del sur, confirmaba:

Tenían la religión de las montañas. Era la religión más conservadora, más literal, de una
población en su mayoría pentecostal; la religión dominante en aquel momento era la que yo
llamaría Regular Old Baptist, a ese tipo de, de religión. Sus maestros, sus predicadores eran
voluntarios, no pagados; algunos no sabían leer… eran combatientes y eran proletarios. Y
algunos de los predicadores de la Old Regular Baptist Church estaban entre los líderes de la
lucha. Predicaban el domingo una religión fundamentalista y luego se estaban toda la semana
en los piquetes. Y había predicadores en la ciudad que hablaban de teología liberal y de todas
las interpretaciones modernas de la religión, pero después se ponían de parte de los [patrones].
Era una división de clase.28

Así, por un lado, mientras la First Baptist Church de Pineville arremetía contra la influencia
comunista de la NMU y mientras la Cruz Roja dominada por la burguesía se negaba (con la
excusa de la “neutralidad”) a mandar ayuda a las familias hambrientas de los mineros, por
otro lado, las iglesias rurales alojaban las asambleas de los mineros y sus cocinas de campaña.
No eran pocos los predicadores que estaban en primera línea: desde Findlay Donaldson
(Holiness) a Harvey Valentine, snake handler;29 desde el pastor bautista Frank Martin,
arrestado por “sindicalismo criminal”, al predicador afroamericano Gill Green, que “mientras
ayudaba a los mineros a organizarse… dirigió un revival religioso y convirtió a más de cien
personas, bautizándolas”.30

Tillman Cadle: Y un día hubo una manifestación masiva en Pineville, y había un hombre al
que llamaban “el predicador blasfemo”. Se llamaba Randalls, Randolph; era predicador, pero
a veces usaba tonos muy violentos; y era el último que hablaba ese día. Y cuando se dirigió
para terminar su discurso, dijo “Está bien, supongo que nos reencontramos aquí la próxima
semana para otra reunión”, y la multitud empezó a murmurar: “¿para qué regresamos a casa si
no tenemos nada que llevar de comer a la familia?”. Y él preguntó que cuántos entre aquella
multitud no tenían nada que comer en sus casas esa noche, y se alzaron un montón de manos.

27
Niebuhr, “Religion and the Class War”, óp. cit.
28
Myles Horton (1912), director del Highlander Research and Education center, New Market, Tenn., 16.7.1987.
29
El snake-handling, la manipulación ritual de las serpientes, es aún practicada en algunas iglesias Holiness,
que toman un fragmento de un versículo del Evangelio de Marcos (16, 15-20), en el que el poder de agarrar con
las manos a las serpientes venenosas es indicado como un signo de gracia. Entre los muchos textos sobre el
tema, cfr. Weston La Barr, They shall take up serpents; psychology of the southern snake-handling cult, New
York, Shocken Books, 1969.
30
Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., pp. 81-84; Tess Huff, “Coal War in Kentucky”, Labor Age,
junio 1931, pp. 9-11.
Saltó de las gradas y dijo “Vengan conmigo”. Y se dirigió al [supermercado] A&P –y por Dios
que todos los siguieron–.

Al final, recuerda Cadle, el A&P aceptó alimentar a los huelguistas, con la condición de que
también saquearan los negocios de la competencia. Cosa que, y guiados por el “predicador
blasfemo”, los mineros se apresuraron a hacer.

Una vez más, no debemos generalizar. También algunos predicadores de la ciudad y de


iglesias respetables simpatizaban con los huelguistas. C. E. Vogel, ministro de la iglesia
metodista de Harlan, frecuentada por la burguesía y por las elites locales, habló en la iglesia
a favor de los mineros y denunció la violencia de la policía y de las guardias –y pagó este
gesto con la destitución inmediata–.31

Por otro lado, muchas iglesias Holiness mantenían una actitud other-worldly [ultramundana],
que aconsejaba no ocuparse de las cuestiones de este mundo. Prácticamente todos los
predicadores de las aldeas mineras estaban bajo el control directo de los patrones.

La religión de los mineros, de hecho, parecía oscilar entre el fatalismo ultramundano


fundamentalista y una crítica fundamental a este mundo; entre la subalternidad y el
igualitarismo.32 Pero en los tiempos de conflicto, la religiosidad “fatalista” le deja el campo,
al menos temporalmente, a la religión del sindicato, y la religión popular tradicional aporta
la lengua y las formas para las nuevas ideas. Todas las grandes canciones de lucha, desde
“Join the NMU” de Molly Jackson y “Dreadful memories” de Sara Ogan a “Which Side Are
You On?” [¿De qué parte estás?] de Florence Reece, que se convirtió en el himno del
sindicato en todos los Estados Unidos, se cantan con el aria de los himnos religiosos. El
sindicalista de la NMU Billy Meeks se dirigía a la asamblea llamándola tanto “compañeros”
como “congregación”, y enlazaba las palabras y las imágenes del sermón bíblico con las de
los agitadores revolucionarios.

Y llegó a nosotros el tiempo en el que los Hijos de Israel estaban en esclavitud, cuando Moisés
vino para sacarlos y llevarlos al Mar Rojo, y los Hijos tenían miedo… y pensaban que no
podían pasar, y lo atravesaron sin siquiera mojarse los zapatos, y la armada del Faraón los
siguió y el agua se cerró sobre ellos… La misma oportunidad se nos ofrece a nosotros,
trabajadores de la National Miners Union, de salir [de la esclavitud] como hicieron los Hijos
de Israel, y si no ahogan a estos capitalistas y a este capitalismo, ustedes tendrán problemas.
No se la pueden tomar con nadie más.

Molly Jackson, en la misma asamblea: “por lo tanto, estamos en esclavitud. Somos esclavos
desde hace mucho tiempo, pero Dios se prepara para rescatar a su pueblo. Está preparando
un camino y un plan para rescatarnos de la esclavitud por medio de esta gran organización”.

31
Evans Papers, box 1, folder 8; U. S. Congress. Senate. Committee on Education and Labor, Violations of
Free Speech and the Rights of Labor: Hearings before a Subcommittee of the Committee on Education and
Labor, Harlan, Ky. y Washington, D. C., abril 1936 y abril-mayo 1937, parte 10, p. 3612; George J. Titler, Hell
in Harlan, Beckley, Washington, Virginia, BJ Printers, sin indicación de fecha [probablemente 1972], p. 84.
32
Remito a un artículo mio “C’è un posto migliore. Musica e testimonianza in una chiesa di Harlan, Kentucky,
1997”, en Acoma, nro. 14, 1998.
Algunos llegaron a ver al sindicato y a los comunistas como una especie de iglesia (entre
otras cosas, a diferencia de los sindicatos tradicionales y a semejanza de las iglesias, los
comunistas involucraban también a las mujeres con un papel protagonista). “Trataban de
empezar algo, de tener una organización, para que las personas tuvieran de qué vivir”, “les
daban también vestidos… como la Church of Christ…. Como cuando pusieron la iglesia
aquí”.33 Tillman Cadle: “A la gente del lugar [los patrones] les decían que yo no creía en la
religión, o cosas de ese tipo, pero mira, ellos me conocían y decían, bien, sabemos que si no
queremos creer en la religión, él no se va a poner en contra”.

La fe de los demás fue severamente sacudida. Jim Garland era religioso, diácono de la iglesia,
venía de una familia de predicadores. “Pero cuando una persona está comprometida,
realmente involucrada, en un conflicto sindical”, escribe, “es difícil sostener en primera línea
las convicciones religiosas, más que nada porque está enojado”. Chester Hoskins, minero y
exmiembro de la iglesia: “No sé mayor cosa del comunismo y no sé lo que piense Dios, pero
si los comunistas me dan algo de comer, yo estoy con ellos”.34

Queda, por tanto, una doble ambigüedad en el papel de la religión. Ambas partes se adhieren
a la misma religiosidad tradicional; sin embargo, mientras los patrones y las instituciones
jamás dudaron de tener a Dios de su lado, los mineros permanecieron indecisos y
ambivalentes, siempre a la búsqueda de una confirmación. La religión les dice que lo que
hacen es justo y también pecado; y de esta contradicción sus adversarios se aprovechan para
romper la precaria continuidad entre lo viejo y lo nuevo, entre las prácticas y los valores,
dejando a los mineros no solo derrotados, sino culpables a sus propios ojos.

6. La religión de los trabajadores

Febrero 1932: nueve activistas de la NMU están en un juicio en Pineville acusados de


sindicalismo criminal. Miles de mineros “marchan alrededor del tribunal, cantando himnos
y ondeando banderas americanas, con un predicador fundamentalista a la cabeza”.35 Cuando
Doris Parks, secretaria de la NMU, es llamada a declarar, la primera pregunta que le hace el
procurador W. B. Smith es “¿Cree en cualquier forma de religión?”.

Consideremos el dilema de Doris Park. Sabe que una respuesta negativa la condenaría, pero,
al mismo tiempo, no quiere renegar de sus convicciones. Tal vez, aunque comunista, todavía
cree que la Constitución proclama la separación entre el Estado y la Iglesia y que la religión
es un asunto personal. En este sentido, responde: “Creo en la religión de los trabajadores”;
es decir, según explicó, “la de la clase obrera y su derecho a organizarse y a enseñar que
pueden ser liberados de esta opresión gracias al Partido Comunista”.

“Una vez que Herndon Evans reprodujera sus palabras en el Pineville Sun y señalara como
ateos a Doris Parks y a toda la NMU”, escribe Jim Garland, “perdimos a más de la mitad de
nuestros miembros”.36 Findlay Donaldson afirmó en la asamblea de Straight Creek:

33
Evans Papers, box 3, folder 24; Gaventa, Power and Powerlessness, óp. cit., p. 113.
34
Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., p. 152-53; New World Telegram, 5.4.1983.
35
John Gaventa, Power and Powerlessness, óp. cit., p. 116.
36
Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., p. 58.
Nosotros no queremos llegar a ser ricos. Odio el nombre del dinero porque me ha inducido a
una vida de maldad. Una vez tuve dinero y me llevó al pecado más que cualquier cosa. Existen
cuatro cosas que la nación y el pueblo americano deben rechazar: degradación, privación,
hambre y pecado. Si constriñes a un hombre a las privaciones, lo empujas al pecado; pero si le
das cualquier cosa para vivir, puede ponerse en pie y ayudar a la cristiandad, pero si lo privas
de comida y vestido lo induces a cometer asesinato, a robar y a vaciar su corazón –y a mí casi
me matan de hambre–.

Si Theodor Dreiser y John Dos Passos, que lo escucharon hablar, hubiesen confiado más en
su oído de escritores que en sus presunciones ideológicas, quizás le habrían evitado a la NMU
algunos trágicos errores. Habrían podido darse cuenta de que Findlay Donaldson no solo
hablaba como los evangelistas –“fuego y llamas del infierno”–, sino que era uno de ellos –y,
como tal, sentía oscuramente que su rebelión radical estaba ligada a un sentido de pecado “en
su corazón”–. “Hoy, amigos, no hace falta mucho para inducirme a robar para tener una
comida decente, y hace mucho tiempo que no tengo una”, afirmaba. Para los radicales
venidos de afuera, este estaba desafiando a la propiedad privada; para sí mismo, estaba
también a punto de destruirse el alma. La huelga era un peligro para el alma, así como para
el cuerpo; algo que los mineros no habían elegido, pero que estaban obligados a hacer por
los patrones. Dreiser y Dos Passos habrían podido reflexionar qué cosa podía querer decir
una rebelde como Molly Jackson cuando optaba por predicar sobre los “bienaventurados
portadores de paz y los desgraciados que violan la paz”, invocando a “las promesas que Dios
les prometió a los obedientes”.

Fascinados por las canciones y por la elocuencia de los mineros, estos intelectuales urbanos
nunca escucharon realmente lo que decían, o quizás lo atribuían paternalistamente a su
ingenua y pintoresca ruralidad, pero jamás los consideraron como algo serio. Así, cuando el
partido llevó a algunos líderes de la huelga a una escuela del partido en el norte, los resultados
fueron desastrosos. En una declaración pública presentada ante el tribunal de Bell County
que circuló ampliamente en la prensa local y en volantes, en la que se hacía referencia a las
de otros exactivistas de la NMU, Findlay Donaldson declaraba:

Amigos trabajadores y conciudadanos, las enseñanzas del Partido Comunista destruyen nuestra
fe religiosa, nuestro gobierno y a nuestras familias. En sus enseñanzas ellos imponen a sus
miembros enseñarles a sus hijos que no existe un Dios, ni un Jesús, ni un más allá… Los
escuché en una asamblea denunciar a nuestro gobierno, a nuestra bandera y a nuestra religión…
Vi a los creyentes del Partido Comunista rendir honores a la Rusia soviética saludando con
grandes aplausos la bandera roja. El Partido Comunista cree en el matrimonio entre blancos y
negros, y si le niegas a un negro estar con tu hija, no puedes ser amigo de la Rusia soviética.37

Por supuesto, las cosas eran más complicadas: en aquel momento, la huelga se dirigía
visiblemente a la derrota; y Tillman Cadle (quien también habló con él después) planteaba
dudas sobre el hecho de que las declaraciones de Donaldson eran completamente
desinteresadas. De hecho, es sobre este terreno y no sobre otro que se consuma la ruptura.

37
Evans Papers, box 1, folder 4.
Hablando de su trabajo sindical en los años 30, Myles Horton afirmaba: “Rápidamente nos
dimos cuenta de que no se puede inducir a las personas a hacer cualquier cosa que consideran
pecado. Debes saber cómo son las personas y en qué cosa creen. Luego, pueden cambiar”.
Los militantes de la NMU y sus partidarios vinieron de un norte urbano y laico a ayudar en
la huelga, con gran generosidad y con grandes peligros personales, pero no comprendieron
quiénes eran estas personas y en qué cosa creían. Por otro lado, las elites locales los conocían
bien, y compartían incluso algunas de sus ideas y de sus creencias.

Mientras pudieron reconciliar la huelga con su fe (y mientras pudieron pensar en tener una
mínima posibilidad), los mineros lucharon tanto contra las armas de los sicarios como contra
sus propias dudas y culpas. Pero cuando se percataron de que sus nuevos amigos
interpretaban sus acciones dentro de un marco de valores y creencias diverso y conflictivo,
retrocedieron espantados. “Mineros huesudos y enjutos te miran de frente con los ojos
solemnes y te dicen ‘No puedo negar a mi Dios’”, escribía el New York Times: “En este caso,
la religión está de parte de los esquiroles”.38

7. No combatiré en contra de mi gobierno

Volvamos a los tres ejércitos con la misma bandera en los alrededores de Blair Mountain.
Fred Mooney, uno de los líderes de la huelga, escribió en su autobiografía:

Cuando los mineros le incautaron las armas al general de Brigada H. H. Bandholz en


septiembre de 1921, le dijeron a aquel veterano de muchas batallas: “General, nosotros no
estamos combatiendo en contra de nuestro gobierno”. Fue un momento parecido a la firma de
la carta magna por parte del Rey Giovanni en el campo de batalla de Runnymede. Se estableció
de una vez por todas que no estaban en rebelión contra la autoridad constituida, sino que habían
tomado las armas porque pensaban que no había otra manera de corregir los errores cometidos
en contra de ellos por una conspiración entre la ley y una violencia ilegítima.39

“Muchachos, no podemos combatir contra el tío Sam”. Dos años antes, el líder nacional de
la UMWA le había puesto fin a una huelga nacional de mineros declarando: “No combatiré
en contra de mi gobierno, el más grande gobierno de la tierra”.40 Frank Blizzard, uno de los
huelguistas, recordaba:

Y luego, el gobernador llamó a las tropas federales… Nos rendíamos. No íbamos a combatir
en contra de los regulares. Si no nos hubieran metido al tío Sam, no habría quedado un thug
vivo en todo Logan County. Ese fue el fin de nuestra sección sindical, fue el fin de nuestro
distrito, y poco faltó para que fuera el fin de todo el sindicato.41

38
Malcolm Ross, “Miners, and yet Mountaineers at Heart”, New York Times Magazine, 15.5.1932.
39
Mooney, Struggle in the Coal Fields, óp. cit., p. 164-65
40
Melvyn Dubofsky y Warren Van Tine, John L. Lewis. A Biography, Urbana, University of Illinois Press,
1986, p. 46.
41
Citado en Anne Lawrence, “On Dark and Bloody Ground: An Oral History of the United Mine Workers of
America in Central Appalachia”, United Mine Workers Journal, 16-31.1.1974.
Escribía Werner Sollors que “personas que cantan los mismos himnos o agitan banderas que
contienen los colores blanco, rojo y azul no están necesariamente buscando los mismos
objetivos” y que “el rito consensual de citar la Biblia… no significaba que todos compartieran
la misma retórica espiritual”.42 El significante compartido puede finalmente ser más potente
que los significados opuestos. La forma en la que diferentes significados otorgan símbolos
compartidos puede a menudo depender de las relaciones de poder. Los sin poder, los pobres,
los no educados tratan afanosamente de hacer sus propias interpretaciones, pero son
continuamente sometidos a las poderosas interpretaciones de las elites. Pueden correr el
riesgo dudoso y solitario de crear significados propios; pero cuando fracasan, es más fácil y
cómodo refugiarse en el calor y en la seguridad de los significados autorizados que, por
supuesto, verse completamente expulsados de sí. La rendición que casi destruye el sindicato
se convierte en una victoria comparable a la Carta Magna: los mineros nuevamente entran en
la esfera de la legitimidad como si hubiesen conquistado esos derechos democráticos que les
quitan y de todas formas les niegan. La canción más importante salida de la huelga de Harlan,
escrita por Florence Reece, dice: “En Harlan County nadie puede ser neutral / o estás con el
sindicato o eres un thug del sheriff Blair”, y pregunta: “¿De qué parte estás?” [Which Side
Are You On?]. Los mineros salen finalmente derrotados por la neutralidad unilateral de los
poderes –el dios de las iglesias y las instituciones del Estado– que, por un momento, pensaron
que podrían estar de su lado.

En el movimiento obrero americano, el conflicto de clase cultural se lleva a cabo, tal vez más
que en cualquier otro lugar, en el plano de las atribuciones de significados y símbolos
compartidos. Si lo comparamos con la experiencia italiana, nos damos cuenta de que, en
Italia, el conflicto históricamente se ha desarrollado, en gran medida, no sobre la base de
símbolos compartidos, sino entre sistemas simbólicos opuestos: el patriotismo, la religión y
la familia, aspectos importantes en la cultura obrera italiana. Sin embargo, a partir de las
circunstancias históricas, si los trabajadores pudieran y debieran sancionar las propias
acciones con base en los paradigmas de signos, símbolos y textos, lo harían de un modo
distinto a la contraparte. Entre estos factores encontramos la relativa debilidad de la identidad
nacional, la visible naturaleza clasista del Estado, la estructura antidemocrática y la actitud
generalmente hostil de la Iglesia católica. Esta autonomía simbólica ha permitido al
movimiento obrero en Italia preservar los rasgos de una conciencia alternativa en formas
estables y coherentes, aunque claramente burocráticas y, a su modo, conformistas. La mayor
amenaza a esta autonomía finalmente vino –como advertía Pasolini– de los símbolos
compartidos con la cultura mediática y consumista. 43 En los Estados Unidos, por el contrario,
los paradigmas explícitamente antagonistas han surgido, sobre todo, al calor de conflictos
excepcionales, con un poder emocional enorme, pero con poca capacidad de duración.

La declaración de Findlay Donaldson emana una sensación de alivio, como si finalmente


hubiese regresado a casa. “Siento en este momento que los grandes capitalistas y los
dirigentes de esta gran nación, que considero no están por debajo de ninguna otra, de
cualquier forma, le darán alivio y asistencia a la pobre humanidad hambrienta que hoy sufre
en América”. La palabra “capitalistas” ha cambiado de signo: ya no son hostiles, sino

42
Werner Sollors, Beyond Ethnicity: Consent and Descent in American Culture, New York-Oxford, Oxford
University Press, 1986, pp. 61, 63.
43
Pier Paolo Pasolini, Lettere luterane. Il progresso come falso progresso (1976), Torino, Einaudi, 2003.
protectores. En lugar de luchar contra ellos, Donaldson se pone en sus manos. Ha tratado en
un momento de su vida de encontrar él mismo la vía; ahora, encomienda “de alguna manera”
–fatalistamente– que ellos la encuentren, ya no es su responsabilidad. Esta es una buena
demostración de cómo el “fatalismo” y similares rasgos culturales atribuidos a las clases no
hegemónicas no son características intrínsecas y hereditarias, pero son activamente creativas,
renovadas e impuestas por el marco de relaciones de poder.

8. Si tu hija se casa con uno de ellos

Recordando el interrogatorio de Doris Parks, Tillman Cadle agrega un detalle que no se


encuentra en ninguna otra fuente. W. B. Smith –dice– la primera cosa que le preguntó fue lo
de la religión, “y después sacó el tema del matrimonio. Le pregunta: ‘no quisieras que tu hija
se casara con un negro [nigger], ¿no?’. Y ella: ‘yo no le digo a mi hija con quién debe casarse.
Creo que mi hija es capaz de decidir por sí misma’”. Más allá de que este diálogo haya tenido
lugar o no, el relato de Tillman Cadle señala el papel de otro significante: la raza.

Patrones y mineros se disputaban el título de americanos al cien por ciento, pero concordaban
en el hecho de que los “americanos al cien por ciento” son blancos. Invocando el simbolismo
de la sangre para borrar el estigma de lo “rojo”, implícitamente excluían a los afroamericanos
y a los inmigrantes. Con otra vuelta de tuerca, su simbolismo de la sangre se dirigía en contra,
en la forma más aterradora entre los tabúes sureños, del mestizaje y la mezcla de sangre.

“Los matrimonios mixtos, incluso las fiestas de baile mixtas, eran virtualmente inauditas,
pero, como era de esperarse, un poco de mezcla se llevaba a cabo en secreto. Algunas veces
los chicos blancos trataban de ligar con chicas negras”, escribe Jim Garland. “Y te digo: cada
vez, cada vez que querían causar problemas… armaban lío con las minorías y usaban a un
hombre negro y a una mujer blanca”, afirma Julia Cowans, esposa e hija de mineros de Harlan
y de Bell. Las relaciones interraciales causaron al menos un enfrentamiento masivo en
Apalaquia en los años 20. Iverson Minter, músico de blues de Mississippi (conocido como
“Louisiana Red”), relata que su padre fue linchado en Harlan County porque alguien había
confundido a su mujer de piel clara con una mujer blanca. Meses antes que Donaldson y los
otros fueran al norte, un ministro local les explicaba en el Kiwanis Club de Middlesboro, Bell
County, que el comunismo significaba “1) odio hacia Dios, 2) destrucción de la propiedad,
3) igualdad racial y social y odio de clase”.44

Como vimos, la declaración de Findlay Donaldson enlistaba a los matrimonios interraciales


entre las creencias ofensivas del partido comunista. El mismo patrón se repite en otras
declaraciones análogas: “Creían y decían en las asambleas que para ellos las chicas que se
casaban con un negro o un blanco era la misma cosa, lo que importaba era que las chicas
estuvieran bien” (H. L. Doan); “Enseñan que Dios no existe, que la mujer blanca es igual a
una mujer de color, que un negro tiene derecho a casarse con una mujer blanca…” (Harvey
Collett).

Con todos sus defectos culturales y políticos, los comunistas de la NMU habían insistido en
algunos puntos significativos y controvertidos en una cultura fuertemente signada por el

44
Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., p. 114; Gaventa, Power and Powerlessness, óp. cit., p. 110.
machismo y el racismo: un papel igualitario para las mujeres –en la UMWA (el sindicato
oficial, la United Mine Workers of America), no se esperaban que se le consultara a las
mujeres para planear las huelgas, ni que ellas pudieran hablar de sus motivaciones– no les
gustaba. En las reuniones de la National Miners Union, “las mujeres, las hijas y las novias se
sentaban junto a los mineros”. 45 La UMWA planteaba la igualdad entre blancos y negros en
el lugar de trabajo, pero no afuera de este; la NMU extendía esta igualdad también a la vida
social; los negros hacían parte de todos los órganos directivos y comían junto a los blancos
en las cocinas de campaña del sindicato.

Sobre este último aspecto, claramente la NMU no hacía más que radicalizar una posición
antisegregacionista llevada a cabo, al menos oficialmente, por la UMWA. 46 Afirma el
reverendo Hugh Cowans, minero afroamericano, activo en el sindicato desde los años 30:

Mi padre… ya no está más… me decía… dice: “estás loco para ir a esos piquetes. Te harás
matar”. Y decía: “el único que se va aprovechar de esto es el hombre blanco”. Digo yo, sé que
va a haber más ventajas para ellos que para mí, pero veo algo bueno también para ti, y algo
también para mí.47

Sin embargo, la segregación y el racismo eran parte integrante de la cultura local, aunque
menos pronunciada que en otras partes del sur. “Cuando era pequeño”, recordaba Tillman
Cadle (nacido en 1902 en la frontera entre Bell County y Tennessee), “en todas esas pequeñas
comunidades había carteles que decían ‘nigger, que no te encuentre por aquí al atardecer’, y
cosas por el estilo”. Julia Cowans recuerda que en los años 30 “vivíamos en un lugar llamado
Louellen [una aldea minera de Harlan County]. Cuando subías a Harlan, que es la capital del
condado, debías pasar por dos o tres comunidades en donde los negros no podían vivir”.

También en el sindicato, ese tanto de integración que existía era limitado a los asuntos
sindicales y al lugar de trabajo. “Terminada la jornada”, escribe Jim Garland, “blancos y
negros se separaban, vivían en aldeas diferentes, iban a escuelas e iglesias diferentes”.48 Si
bien se puede ser crítico con los errores culturales de los comunistas y de la NMU, no se les
puede culpar por no haber respetado este aspecto de la cultura local, ni de haber insistido, si
no en los matrimonios mixtos, por lo menos en el aspecto de las cocinas de campaña
integradas. A los mineros no les parecía molestar comer en la misma mesa con negros,
incluso cuando ambos tenían la misma hambre. Sara Ogan cantaba. “Verdaderamente,
amigos, no importa / si eres blanco o si eres negro / la única manera de cambiar las cosas / es
luchar, luchar, luchar”.49

45
Levy, “Class War in Kentucky”, óp. cit., p. 36.
46
Herbert R. Northup, “The Coal Mines”, en William H. Turner y Ed Cabbell (eds.), Blacks in Appalachia,
Lexington, University Press of Kentucky, pp. 159-72; Ronald L. Lewis, “Race and the United Mine Workers’
Union in Tennessee”, ibíd., pp. 173-82; Eugene Gordon, “Harlan and the Negro”, Labor Defender, octubre
1931, pp. 208-9.
47
Rev. Hugh Cowans (ca. 1920), predicador, minero, Harlan, 28.9.1983.
48
Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., p. 114.
49
Sara Ogan, “Dreadful Memories”, en el disco A Girl of Constant Sorrow, Sharon, Conn., Folk Legacy FSA
26, 1965.
Pero cuando la lucha está en crisis, el color vuelve a ser importante. Donaldson y los otros
desplazan la línea del conflicto de clase y del conflicto de razas según los momentos de la
huelga. En la cúspide de la huelga, plantean un conflicto de clases e integración racial; en el
tiempo de la derrota, plantean un conflicto de razas y de armonía de clases. A su manera, la
NMU era una especie de matrimonio mixto, en el que mineros blancos habían encontrado el
coraje de unirse a otros diferentes a ellos en color y tradición, pero unidos por intereses
materiales. Cuando la huelga se derrumba, se reúnen con aquellos que tienen el mismo color,
pero intereses opuestos. Por alguna razón, el hecho de que Doris Parks no creyera en Dios y
no le importara si su hija se casaba con un negro autorizaba a la Harlan County Coal
Operators Association a continuar con su “reino de terror” y de hambre.

9. Lejos de Harlan

Myles Horton regresó a Harlan haciéndose pasar por un periodista, hacia el final de la huelga.
Cuando le pregunté si él tenía una imagen visual de lo que vio, relató:

Fácil. El hambre… el hambre en las caras de la gente, ¿comprendes? Niños y padres


demacrados, personas que veías que no tenían lo suficiente para comer. E inercia, ¿entiendes?;
esta especie, ¿entiendes?, de renuncia; este sentido de que ya no hay más energías para luchar;
no existe una vía de la que puedan prenderse y les dé un poco de esperanza. Ningún futuro. El
sindicato era la única vía hacia una vida decente, y había fracasado. Ahora no había nada. Así
que hay una sensación de desesperación. Era trágico, realmente trágico. Me iba a la cama y me
ponía a llorar. No lo podía superar. Después de haber visto a esta gente y de hablar con ellos.
Así era… era la suma de la pobreza y de la falta de esperanza. Ese tipo de desesperación que
tienes cuando no hay esperanza. La gente que no tiene esperanza no hace nada más. Y no hacían
nada más.

Al menos no hacían nada más de una manera organizada. Pero algo pasaba, después del fin
de la huelga de 1932, en las colinas y en los bosques de Harlan. La NMU introdujo otro
importante cambio en las formas de lucha: antes y después de la huelga de 1931-32, tanto
patrones como sindicato habían frecuentemente usado las armas en los conflictos de trabajo
(aunque, obviamente, en una forma fuertemente desequilibrada a favor de los patrones y de
la policía). Aunque los comunistas y la NMU se declararan revolucionarios y teóricamente
aceptaran la violencia política, en Harlan se privilegiaron las formas de lucha masivas y no
violentas –mientras duró la huelga–; aunque hubo una violencia inaudita por parte de la
policía y de los thugs, los mineros no dispararon un solo tiro. Cuando la NMU se fue, las
cosas cambiaron. Escribía una revista: “los comunistas predicaban en contra del uso de las
armas e insistían en los piquetes pacíficos. Después de su llegada, los mineros continuaron
siendo asesinados, pero ni siquiera un thug fue asesinado en represalia. Después de que los
comunistas se fueron, los mineros sacaron de los escondites sus viejos Winchester. Y desde
entonces, algunos de los infames killers de Harlan County recibieron un silencioso funeral”.
El 7 de enero de 1934, un titular en toda la primera página de la Knoxville News Sentinel
anunciaba que 1933 había sido el año más sangriento de la historia en la sangrienta Harlan,
con 56 muertos y solo 7 condenas”. El diario no lo dice explícitamente, pero prácticamente
todas las víctimas relacionadas con el artículo eran exdelegados de la policía, guardias de
minas o, de alguna manera, personas implicadas en la represión de la huelga. 50

Pero la huelga se había perdido, y la causa no estaba en la ingenua sinceridad de Doris Parks
o en el shock cultural de Findlay Donaldson. Tal vez fue una causa perdida desde que
intervino la NMU. Pero fue una lucha de clase cultural para derrotar a los hombres y a las
mujeres: no perdieron solo la lucha, sino también las razones de la lucha. “La mayor parte de
los que se adhirieron a la NMU en 1931”, escribe Bill Bishop, “ahora desvían la mirada
cuando se les pregunta por los comunistas… Algunos desvían la mirada y dicen que ninguna
organización llamada National Miners Union puso un pie en Harlan County”.51

No obstante, dice Myles Horton, “aquella experiencia de Harlan, aunque desastrosa, fue el
caldo de cultivo de un radicalismo sólido en las montañas. Tuvo efectos negativos, pero
también… radicalizó a un montón de gente”. Fue este radicalismo el que sostuvo las luchas
sindicales dirigidas por la revivida UMWA hasta la firma de los contratos en 1941 y hasta
épocas aún más recientes. 52 Pero otros, quizás más politizados –como Sara Ogan, Jim
Garland, Molly Jackson, Tillman Cadle, Sam y Florence Reece–, se vieron obligados a vivir
y a luchar en otras partes, encontrando más escucha entre los radicales e intelectuales urbanos
y en el mundo del folk music revival que entre su propia gente. Debieron pasar muchos años
antes de que Jim Garland pudiera regresar a Harlan sin encontrar a sheriffs y thugs listos para
“darle la bienvenida al viajero”.

50
“The Week”, New Republic, 25.10.1933; The Knoxville News Sentinel Magazine - Section C - 7.1.1934.
51
Bill Bishop, “1931: The Battle of Evarts”, óp. cit.
52
La película de Barbara Kopple, Harlan County USA (1976), documenta una dramática huelga en Harlan en
los años 70.
CAPÍTULO 15
Forma y significado de la representación histórica:
las batallas de Evarts y de Crummies (Kentucky, Estados Unidos, 1931, 1941)1

Y tengo cicatrices por todo el cuerpo, que podría mostrarle, que me hicieron en
Harlan. Y en las piernas y en los brazos, en donde los esquiroles trataron de sacarnos
de la línea de los piquetes; este punto aquí, no sé si pueda verlo bien, fue donde me
sacaron la piel [entre el pulgar y el dedo índice] –ahí, ¿ves?– y uno la estiró y me
agarró la mano, y el otro me cortó todo ese pedazo de piel. Y esta otra de aquí, los
doctores creían que era cáncer, pero aquí fue donde me pusieron un cigarro en la
mano hasta que se quemó y casi me la atraviesa. [En Harlan], en los años treinta. Y
tengo cicatrices en todas las piernas, no se ven muy bien, aquí, aquí tengo un hueco,
y aquí una cicatriz. Esto pasó cuando estaba en Evarts.
Frances “Granny” Hager, Hazard, Kentucky, 1973

1. Dos batallas, dos memorias

Este capítulo estudia los diversos modos en los que acontecimientos aparentemente similares
son documentados por los historiadores y recordados por los narradores orales, y la relación
existente entre esta discrepancia en la representación y el significado histórico de los hechos
en cuestión. Los eventos son dos conflictos armados entre mineros por un lado y la policía
(deputy sheriffs) y las guardias armadas de las compañías mineras por el otro. Tuvieron lugar
en Harlan County, en las regiones carboníferas del Kentucky suroriental, en Evarts el 5 de
mayo de 1931 y en Crummies el 2 de abril de 1941. Fueron comúnmente designadas como
la “batalla de Evarts” y la “batalla de Crummies”. En Evarts fueron asesinadas cuatro
personas (tres deputy sheriffs y un minero); en Crummies, las víctimas conocidas son cuatro
mineros, pero los narradores orales afirman que los muertos fueron muchos más. Las dos
batallas tuvieron lugar, respectivamente, al inicio y al final de una dramática época de
conflicto social que, en parte, contribuyó (con otros factores que serán analizados más
adelante) a conferirle al condado el sobrenombre de Bloody Harlan –Harlan la sanguinaria,
Harlan la sangrienta–.

Mientras la batalla de Evarts está ampliamente documentada en las fuentes oficiales y


profundamente discutida por historiadores y memorialistas, la batalla de Crummies está
prácticamente ignorada por todas las fuentes excepto por las orales. Los únicos tratados
recientemente escritos de los que tengo noticia son los de algunos memorialistas locales, que
describen el episodio de Crummies más como una “masacre” unilateral que como una batalla,
y afirman que los relatos que circulan son exagerados y manchan el nombre del condado.2

1
“Form and Meaning of Historical Representation: The Battle of Evarts and the Battle of Crummies (Kentucky:
1931, 1941)”, presentado en el congreso de la International Oral History Association, Essen, Alemania, marzo
1990; en Historia y Fuente Oral, nro. 4, 1990, pp. 79-100; en The Battle of Valle Giulia. Oral History and the
Art of Dialogue, Madison, Wisc., University of Wisconsin Press, 1997, pp. 91-113.
2
George J. Titler, Hell in Harlan, West Virginia, BJW Printers, 1972 p. 205; W. C. Stump, “The Bloody Harlan
Legacy. Harlan County History. Like It Or Not”, Harlan, Kentucky, folleto impreso de modo privado, 1988.
Por otro lado, las fuentes orales describen la batalla de Crummies en términos mucho más
dramáticos que la de Evarts. Frances “Granny” Hager, una antigua militante sindical que
participó en ambas, relata detalladamente los hechos de Evarts; pero cuando se le pregunta
“¿Cuál fue el momento más difícil que recuerda? ¿La experiencia más dura que tuvo en el
sindicato?”, responde: “veamos, lo debo recordar, ¿cómo se llamaba ese lugar…? Crummies
Creek”. Significativamente, el entrevistador –un competente y experto historiador y
organizador cultural local– no fue capaz de entender de qué cosa le estaba hablando. 3

No es un caso aislado. Incluso cuando Florence Reece, también activista sindical de Harlan
en los años 30 y autora de populares canciones obreras, se refiere a la batalla de Crummies
(“¿Cuándo fue, en el 38 o en el 41, que los deputy sheriffs montaron una ametralladora en el
mostrador del almacén de la compañía y dispararon y mataron a nueve mineros que estaban
en el umbral de la puerta? Sí, en el 41”), nuevamente el entrevistador comenta que “incluso
los más viejos no recuerdan el episodio”.4

La única razón por la cual yo soy capaz de identificar la alusión de Florence Reece es porque,
durante mi trabajo de campo en Harlan County, fui a menudo huésped de las familias de los
mineros que vivían justamente en las cercanías de Crummies Creek. Cada vez que pasábamos
por la calle que todavía queda cerca al almacén de la compañía y sobre la cual se desarrolló
la batalla, alguno aludía a aquellos hechos o los relataba de nuevo.

Trataré, entonces, de interpretar la discrepancia entre la vívida y concreta memoria oral de la


batalla de Crumies y su ausencia (a diferencia de los hechos de Evarts) en las
reconstrucciones historiográficas, partiendo del supuesto de que un acontecimiento no solo
se compone de características intrínsecas, sino que también es una construcción cultural
basada en un contexto creado por la memoria en relación con otros acontecimientos y con la
forma del relato. Pasaré después a interpretar el “significado” de estos dos eventos, es decir,
lo que estos revelan de la cultura que los ha vivido y que los recuerda. No obstante,
comenzaré con un breve resumen de las fuentes disponibles.

2. Evarts, 5 de mayo de 1931

Evarts [es] una pequeña y devastada ciudad de Harlan County, con 1800 habitantes, a unas
ocho millas de la capital del condado. Paseando por sus calles, es difícil creer que aquí haya
pasado algo importante. Pero Evarts ha tenido en la mayor parte de su historia apuros. En 1931,
la batalla de Evarts fue reportada en todos los diarios de América.5

Al inicio de la primavera de 1931, escribe el historiador John Hevener:

3
Frances “Granny” Hager, intervistada por Mike Mullins, Lothair, Kentucky, 31.1.1978: archivo de la
Appalachian Oral History Collection, Alice Lloyd College, Pippa Passes, Kentucky. La entrevista es continuada
el 20 de mayo del mismo año. El párrafo del epígrafe proviene de una entrevista registrada por mí en Hazard,
Kentucy, el 11.9.1973. “Granny”, diminutivo de grandmother, abuela, es el término con el cual se designan
habitualmente a las mujeres expertas que ayudan a las parturientas. Las citas en este capítulo provienen de esas
tres entrevistas.
4
Hall, tarjeta de comentario sin título, Southern Exposure, vol. IV, nro. 1-2, 1976, p. 91.
5
John Ed Pearce, Louisville Courier-Journal, suplemento dominical, 6.10.1985, p. 6.
Un conjunto de factores –la Depresión, un invierno dulce y la caída estacional de la demanda
de los distritos industriales en los lagos del norte– se combinaron, produciendo una severa crisis
en la industria extractiva de Harlan. Por otra parte, en el medio de estos tiempos difíciles, el 16
de febrero, los empresarios mineros locales proclamaron una reducción salarial del 10 %. La
precariedad de la ocupación y los salarios bajos redujeron a muchos mineros y a sus familias a
la pobreza más negra… Domingo 1 de marzo, más de dos mil mineros de los condados de
Harlan y de Bell participaron de un comicio en el cine de Pineville [Bell County], en el que
Philip Murray, vicepresidente de la UMWA [United Mine Workers of America, Sindicato
Nacional de los Mineros], instó a reorganizar el distrito sindical número 19… A la mañana
siguiente, muchas compañías de Harlan, cuyos espías habían informado los nombres de los
mineros que habían participado del comicio, empezaron a despedir y a desalojar a los miembros
del sindicato… La mayor parte de los mineros despedidos y desalojados se trasladaron a Evarts,
una de las tres ciudades autónomas, no de propiedad de las compañías, existente en el
condado…6

“Sentías que había algo en el aire”, recuerda Chester Pore, quien pasó diez años en la cárcel
acusado de haber participado en la batalla de Evarts: “No podía no ser así, sin saber cómo
íbamos a procuranos la comida siguiente…”.7

Escribe William D. Forester, historiador local de Harlan:

El 5 de mayo de 1931, la presión acumulada explotó. El esperado enfrentamiento entre mineros


despedidos o en huelga y los deputy sheriffs se hizo realidad. Cuatro hombres fueron asesinados
y muchos otros resultaron heridos en el tiroteo que fue conocido en toda América con el nombre
de “batalla de Evarts”. La fiscalía argumentó que los mineros y sus simpatizantes le habían
tendido una emboscada a la policía a las afueras de Evarts, cerca de las vías del tren… los
muertos fueron Jim Daniel, deputy sheriff; Otto Lee, deputy sheriff; Howard Jones, empleado
de un almacén… y Carl Richardson, quien, se dice, formaba parte de la chusma agresora.8

Los mineros se habían reunido alrededor del almacén del ferrocarril Louisville & Nashville
en Evarts, cuando llegó la noticia de que estaba por pasar un camión, acompañado por los
sheriffs, que se dirigía a la company town de la Black Mountain Corporation en Verda, en el
que llevaba los muebles de un esquirol que ocupaba el lugar y la casa de un minero despedido.
Según algunas versiones, se había corrido el rumor de que los thugs (como eran llamadas las
guardias armadas privadas de las compañías, quienes actuaban en conjunto con los hombres
del sheriff) se preparaban para invadir y saquear a Evarts y violar a las mujeres de los mineros.
Cuando la caravana de autos y el camión pasaron por un estrecho cercano al almacén del
ferrocarril, se oyó un disparo. Aquí las versiones se distancian unas más que otras. Según la
que fue posteriormente compartida por los tribunales estatales, una ráfaga golpeó los autos,
matando a dos guardias; Jim Daniel salió para responder al fuego, pero fue asesinado por un
disparo a quemarropa en la cara. Por el contrario, la versión de la defensa dice que, después
de un primer disparo aislado, los autos se detuvieron, Jim Daniels salió para tratar de abatir
6
John Hevener, Which Side Are You On?, Urbana, Illinois, University of Illinois Press, 1978, pp. 33-34. Los
mineros fueron desalojados porque la mayoría vivían en aldeas construidas y controladas completamente por
las compañías mineras (companytowns).
7
Citado en Bill Bishop, “1931: The Battle of Evarts”, Southern Exposure, vol. IV, nro. 1-2, 1976, pp. 92-101.
8
William D. Forester, Harlan County - The Turbulent Thirties, Harlan, Kentucky, a cargo del autor, 1986, p. 9.
al francotirador, y solo en ese punto los otros mineros abrieron fuego. En esta versión, lejos
de tender una emboscada, los mineros trataban incluso de huir y esconderse.

Relata Granny Hager:

Así que, cuando mataron a Jim Daniels en Evarts, yo estaba a tres metros de él cuando lo
abatieron, y los hombres se escapaban por todas partes, más allá del muro, detrás de las pilas
de los travesaños. Bill Worthington [un activista sindical negro] decía “Granny, ¿por qué no te
vas a esconder?”. Digo “ustedes los hombres han tomado los mejores refugios, no tengo otra
opción. ¡Me toca quedarme donde estaba!”.

Después de la batalla, cuarenta y tres mineros fueron incriminados. Los líderes de base fueron
acusados de haber conspirado para tender una emboscada; ocho hombres fueron condenados
a prisión, y permanecieron entre cinco y diez años en la cárcel antes de recibir el indulto por
los sucesivos gobernadores de Kentucky. La Guardia Nacional ocupó Harlan County hasta
la derrota definitiva de la huelga y la UMWA, el sindicato oficial, se retiró del territorio del
condado. Pocos días después de la batalla, los activistas de un sindicato alternativo –la
National Miners Union, dirigida por comunistas– aparecieron en Harlan County. Fue el inicio
de la segunda fase de la lucha, sobre la cual volveremos más adelante.

3. Crummies, 2 de abril de 1941

Granny Hager: Crummies Creek. Allí hubo muertos, y no te sé decir exactamente cuántos
fueron los que mataron. Lo tenía todo escrito, pero se perdió en una de las tantas inundaciones
y en los incendios. Pero no recuerdo cuántos fueron asesinados, y no sé todo lo que sucedió,
pero hubo una batalla allá abajo. Creo que fueron cinco. Querían contratar a los esquiroles y
echar a los miembros del sindicato, ¿entiendes?, sacarlos y entrar a los esquiroles a
conveniencia de ellos. Y fue esto lo que desencadenó la batalla.

George Titler, responsable de la UMWA en Harlan County en los años 30, escribe en su
autobiografía:
El 1 de abril de 1941, todas las minas de los Estados Unidos fueron bloqueadas cuando los
empresarios, incluyendo a los de Harlan, se negaron a firmar el contrato con el sindicato.
Durante esta breve huelga, uno de los asesinatos en masa más criminales de la historia de
Harlan County tuvo lugar en Crummies Creek. El asesino fue el thug Bill Lewis, quien a su
vez fue asesinado cuatro meses después. Sus víctimas, todos miembros del sindicato, fueron
Virgil Hampton, Oscar Goodlin, Charles Ruth y Ed Tie. […] Lewis se ubicó detrás de un “nido”
para ametrallar sobre el mostrador de la carne del almacén de la compañía en Crummies Creek.
Cuatro hombres de la UMWA, cansados y sedientos, entraron al almacén para comprar una
Coca-Cola. Lewis abrió fuego con la metralleta y mató a los cuatro.9

Unos días después, una editorial en el periódico local escribía:

9
George J. Titler, Hell in Harlan, óp. cit., pp. 205 y 163.
Hace algunos días una banda de hombres invadieron el almacén de la Crummies Creek Coal
Company; a cuatro de ellos los sacaron muertos, y a otros heridos. Hubo otros muertos, de los
cuales nadie admite su existencia. Un conocido dirigente de los mineros dice que les dispararon
en la cabeza cuando entraban a tomar una Coca-Cola. ¿Les creo? ¡No!
Según el artículo, el mismo grupo ya había saqueado otros almacenes de compañías
circundantes, golpeando a los que no estaban inscritos en el sindicato y amenazando a los
funcionarios: “¡Si los líderes de estos hombres tenían sed, era solo la sed de sangre de los
que no pagan las cuotas del sindicato!”.10

Los narradores orales cuentan una historia diferente. Algunos detalles permanecen –la
ametralladora sobre el mostrador de la carne, por ejemplo–; otros son amplificados y
contradictorios: ¿Lewis abrió fuego antes o después de que los del piquete entraran al
negocio? ¿Cuántos eran? ¿Estaban armados? ¿Los disparos fueron todos desde una sola
parte? ¿Hubo otros muertos? ¿De qué parte? ¿Cuántos?

Plennie Hall:11 [Fue] el día antes de la batalla, y yo fui a la oficina y le dije a Mr. Johnson:
“Mr. Johnson –le digo–, ¿por qué no firma el contrato? Sería una cosa buena para todos,
digo, estaríamos todos satisfechos”. Y él dice, “al diablo, ¡no!”. Decía que no firmaba
con el sindicato por ninguna razón en el mundo. Y al día siguiente, viene el sindicato y
ordena que dejen de trabajar.

Hazel Leonard:12 Cada mañana, cuando estaba la huelga, los hombres se encontraban en
un lugar establecido [para organizar los piquetes]. Mi esposo era uno de los que hacía
rondas por las aldeas, despertaban a la gente en la mañana y la reunían. Y a él le tocaba
ir a piquetear a Crummies, pero luego lo cambiaron; había sucedido algo en Highsplint,
hubo problemas en Highsplint, y dividieron a los hombres que querían ir a Highsplint y
los que querían ir a Crummies. Por eso es que él no estaba ahí, él se fue para Highsplint,
o si no también le toca a él. Estaban todos armados los mineros, con las pistolas, porque
se tenían que proteger, lo sabían. Así que, cuando llegaron a Crummies, eran como un
ejército.

Ben Campagnari:13 Éramos quinientos en esa expedición. Estábamos allá arriba [sobre
la colina de Crummies] y los autos estaban estacionados alrededor del almacén; hay una
explanada allí, al final del bosque. No obstante, el sindicato tenía una furgoneta, con un
altoparlante, y Virgil Hampton hablaba. Decía que el almacén estaba cerrado, y dijo
“ciérrenlo entonces, tanto no lo queremos”. Y algunos de los nuestros estaban allí dentro
[en el almacén].

Hazel Leonard: Entonces los hombres entran en el almacén, sin saber que era una trampa,
que les disparaban. Entran, y estos comienzan a dispararles a los mineros. Mataron a tres
creo.
10
“C.K.W.’s ‘Mind Run’”, Harlan Daily Enterprise, 16.4.1941. Agradezco a Kate Black, de las Special
Collectons de la Margaret E. King Library de la University of Kentucky en Lexington por la ayuda en el hallazgo
de esta fuente.
11
Plennie Hall (1990), minero, Barbourville, Knox County, 18.7.1987.
12
Hazel Leonard (1917) Louellen (Harlan County, Kentucky). 28.10.1988.
13
Ben Campagnari (1917), minero, Harlan, 28.10.1988.
Ben Campagnari: Y las metralletas comenzaron a disparar por encima del primer piso, y
cortaban en rebanadas el asfalto, lo levantaban como hojas de tabaco rizadas. Un milagro
que no hubo más muertos; y fueron cuatro los asesinados, ¿entienden? Mi hermano estaba
justo al lado de un auto –perforan una llanta, y cuando la llanta explota lo salpica todo de
grava–. Él saltó corriendo, pensaba que lo habían agarrado.

Plennie Hall: Estaba uno de esos muchachos Hampton, pariente de los Hampton que
vivían aquí abajo, amigos míos. Tres personas murieron tratando de salvarle la vida. Le
habían disparado en una pierna, en la parte superior del muslo, y le habían cortado la
vena. Trataban de ponerle una venda, de no dejarlo morir desangrado, y la metralleta de
allá arriba [seguía y seguía].

Ganny Hager: Ese fue el momento más feo que pasamos en Harlan County. Si alguien te
dice que es un hombre, o una mujer, de coraje, no los tiene que escuchar. Veías a gente
golpeada por todas partes, veías a alguien golpeado justo a tu lado, así que, si tenías un
lugar a donde esconderte, lo buscabas. Yo era, creía que era valiente, pero en un momento
como esos, te vas si tienes un sitio a donde ir.

Annie Napier:14 ¿No fue entonces que continuaron disparando hasta que veían a alguien
que se movía, tío Plennie? ¿Que los tuvieron inmovilizados hasta que vieron que no se
movía ninguno?

Plennie Hall: Ya. Nunca supe cuántos murieron esa vez. Una de esas balas me golpeó, y
no sé de dónde venía. Era un proyectil de metralleta; era un calibre 45, desde lo alto.
¿Nunca estuviste en una batalla o en algo así? ¿Nunca? Cuando comenzaban a disparar
las metralletas, te quedabas quieto y listo, porque, si te movías, tratabas de levantarte o
escapar, eras herido, muerto o golpeado. Más de una vez, las balas me hicieron saltar la
piel de la espalda. Trataba de salvar a otra persona, de llegar a donde estaba. Es difícil
pensar cómo eran de duros los tiempos en aquel entonces.

Ben Campagnari: Así que nos escapamos, y había uno con una sola pierna, increíble,
bajando por las vías del ferrocarril; saltaba cuatro o cinco travesaños por vez, y dejó atrás
a muchos que tenían las piernas buenas. Y sí, corríamos todos porque nos segaban con
las metralletas, o al menos lo intentaban. Pero, puestas allá arriba como estaban, fue una
fortuna que un montón de nosotros… es decir, que no hayan muerto más, ¿entiendes?
Tye y Hampton –Virgil Hampton y Tye, no recuerdo bien los otros dos nombres–. Tres
de los nuestros entraron y mataron a un thug, pero no quisieron decir cómo se llamaba.
Y fue entonces que yo dije: si alguna vez vuelvo a hacer un piquete, la próxima vez voy
protegido.15 Moríamos como patos. ¡Era mucho más que un piquete pacífico! Hubo uno
de los nuestros que regresó a donde había dejado el auto y que tenía un fusil de caza, [lo
ubicó] sobre el cruce de las vías y, chicos, cuando ese arnés disparaba, yo estaba
escapando, me volteé a mirar y vi que los ladrillos volaban en pedazos. Porque daba justo

14
Annie Napier (1942), conductora de un autobús escolar, en conversación con su tío Plennie Hall (cfr. nota
11).
15
Es decir, armado.
en la fachada del almacén, pero no le daba a la ventana donde estaba ubicada la metralleta,
¿entiendes? La habían montado sobre los troncos de la carne.

Hazel Leonard: Fue en el almacén, en el depósito; la batalla más fuerte sucedió en el


depósito. El jefe o alguno de los otros, no sé quién, quizás el carnicero, de todas formas,
pusieron la metralleta sobre el tronco donde cortan la carne. Y fue este quien abrió fuego
sobre los primeros de nosotros que entraron. En ese momento, los demás ya estaban listos.
Esperaban que se diera la batalla. Lo sabían, y estaban listos. Y todos los mineros del
sindicato entraron allí, y los barrieron a todos. Comenzaron a matar… Cuando el aire se
refrescó, cuando pudieron cerrar las puertas lo hicieron. No sé cuántos mataron; nunca lo
sabremos, porque ellos no lo quisieron decir.

Plennie Hall: Escaparon montaña arriba, hacia Virginia, más allá de la montaña, con los
pies [de los guardias muertos] que despuntaban por fuera de las ventanillas de los autos.
Tres semanas después, fui a cobrar la paga, y había un tubo de desagüe, y alguien se había
ensartado dentro del tubo y estaba muerto, y los perros habían sacado los huesos. Nadie
habló de ello. Siempre me pregunté qué pudo haber sucedido, o de dónde venía. Había
una sala de baile sobre la colina, habrían pasado delante de ella, pero ahora ya no existe,
existía entonces. La noche que fueron los asesinatos, y que ellos escaparon por la
montaña, esa sala se prendió fuego, y siempre me pregunté por qué. Si hubiera habido
gente adentro y le hubieran prendido fuego, qué otra cosa hubiera pasado, no lo sé.

Hazel Leonard: Y esa noche, los thugs que no habían muerto se llevaron a todos sus
muertos y los arrastraron a la cima de la montaña, la montaña de Crummies, y los
quemaron. Había un lugar, una especie de local, ¿entiendes?, donde los hombres iban a
beber y a pasar el tiempo. Vendían licor, etcétera, ¿me entiendes? Así que, agarraron
todos sus… los… que habían muerto esa noche, thugs. Les tomó toda la noche subirlos
a la colina a ese local, y después les prendieron fuego. Los quemaron. Más tarde, las
mujeres, las del west, comenzaron a investigar y a pedir información; querían saber qué
fin habían tenido sus maridos. No habían regresado a casa, y no sabían nada más, si había
sucedido algo, o qué. Y no obtuvieron noticias de ellos. Sus maridos jamás regresaron a
casa, sino que fueron asesinados y quemados, en esa colina. Porque, habían contratado
pistoleros, ¿entiendes?, así me dijeron, vinieron del west, de alguna parte del west, para
venir aquí. Y tenían en mente matar a todo el que hiciera huelga ese día, pero no lo
lograron, mataron solo… cuatro me parece. Yo lo sé porque el marido de una tía mía era
uno de los thugs. Él se salvó, porque había sido policía en Evarts por muchos años, lo
conocían todos. Lo ayudaron a escapar de Harlan. Le dijeron que no se apareciera por
aquí. Ella me lo contó.

Dos semanas después de la batalla de Crummies, otro sangriento enfrentamiento tuvo lugar
en la limítrofe Bell County, en Fork Ridge, en la frontera entre Kentucky y Tennessee. Las
víctimas fueron cuatro; entre ellas, el máximo dirigente de la Fork Ridge Coal Company y
un minero miembro de sindicato. Unos días más tarde, incluso los patrones más retardatarios
aceptaron firmar el contrato. 16

16
George J. Titler, Hell in Harlan, óp. cit., p. 206; Harlan Daily Enterprise, 16.4.1941.
4. Gramática del tiempo

Examinemos ahora el proceso por el cual la batalla de Evarts se constituyó como hecho
histórico, mientras que la (al menos) igualmente dramática batalla de Crummies se mantiene
confinada en la memoria local de los participantes y de sus círculos inmediatos.

La construcción cultural de un hecho histórico tiene lugar en la relación de cuatro principales


ejes interrelacionados: la gramática del tiempo, los referentes espaciales, el paradigma social
y el punto de vista narrativo. 17

Comencemos con la gramática del tiempo. El tiempo, como sabemos, es continuo; un hecho,
por otra parte, está concebido como puntual y discreto. Los hechos son identificados y
ubicados en el tiempo en la forma de ejes lineales sintagmáticos (cronología), de paradigmas
verticales (simultaneidad temporal, similitud formal) y de la combinación de estos
paradigmas y sintagmas en el discurso histórico. El eje sintagmático divide la continuidad
del tiempo en unidades discretas (un año, un minuto, una década); el procedimiento más
familiar en este sentido es el de la periodización. Los ejes paradigmáticos de la simultaneidad
seleccionan, entre los infinitos acontecimientos que se verifican en el arco de cada unidad de
tiempo dada, los que se deben tener en consideración en el relato histórico, y los combinan
en una secuencia coherente junto con hechos análogos o correlatos precedentes y sucesivos.

Cuando aplicamos este esquema a las batallas de Evarts y de Crummies, la primera cosa que
notamos es que sobre el eje lineal Evarts está primero. La batalla de Evarts constituyó en su
momento la sorprendente revelación de la existencia de un agudo conflicto de clases y de
relaciones sociales opresivas al interior de un país considerado democrático. Crummies, por
otra parte, fue la repetición de cosas ya conocidas, una especie de déjà vu. La percepción de
los contemporáneos se refleja, a su vez, en la forma en que la historiografía reconoce la
batalla de Evarts como el inicio de un período histórico que llega a su fin en el momento en
que tiene lugar la batalla de Crummies.

Esto nos conduce al eje vertical de la simultaneidad. Evarts “fue reportada en todos los diarios
de América” porque fue percibida como un episodio representativo de la radicalización del
conflicto social que acompañó el inicio de la Depresión. Los medios nacionales y los
intelectuales urbanos –desde Theodore Dreiser a John Dos Passos, desde Sherwood
Anderson a Waldo Frank y Ronald Niebuhr– llegaron a Harlan inmediatamente después de
la batalla de Evarts, para investigar y difundir la información. Para todos ellos, Evarts y
Harlan representaban la tragedia de la Depresión y la violencia del capitalismo. La batalla de
Crummies, por el contrario, no estaba en armonía con el contexto histórico de unidad
nacional prebélica; por lo tanto, aparece como carente de sentido y no representa nada. En
1941, la Depresión se había terminado oficialmente. Ya en 1938, el presidente Roosevelt
juntaba a emprendedores y sindicatos en una sola imprecación –“maldición a ambos sobre
sus casas”– reflejando el agotamiento de la opinión nacional por sus enfrentamientos y sus
interminables disputas. Todas las miradas estaban ahora dirigidas hacia Europa y Japón, y en

17
Cfr. cap. 2; Alessandro Portelli, “The Time of My Life”, en The Death of Luigi Trastulli and other Stories.
Form and Meaning in Oral History, Albany, N.Y., State University of New York Press, 1991, pp. 59-76.
la perspectiva de entrada en la guerra de los Estados Unidos. En este contexto, un tiroteo en
el remoto Kentucky tenía la misma posibilidad de ser notado que la que tuvo en ese mismo
año el más representativo, pero retardado, texto sobre la Depresión, Let Us Now Praise
Famous Men de James Agee y Walker Evans, lanzado simultáneamente a la batalla de
Crummies e igualmente ignorado. Los años treinta se habían terminado.

Lo que nos lleva al eje vertical de la periodización. Una de las razones por las que los libros
de historia no hablan de los hechos de Crummies es porque toman muy a menudo “los años
treinta” al pie de la letra. Por ejemplo, John Hevener reporta en la bibliografía de Which Side
Are You On la consulta de publicaciones desde el 1 de enero de 1930 al 31 de diciembre de
1940: claramente Crummies queda por fuera. También la obra del historiador y memorialista
local William D. Forester, Harlan County: The Turbulent Thirties, se detiene en la firma del
contrato nacional en 1939: “detengámonos ahora, en un momento de paz y de tranquilidad”. 18

El único libro que habla de Crummies no es una obra historiográfica, sino una autobiografía:
el libro de George Titler sobre los años transcurridos en Harlan. Basada, por tanto, en una
periodización más personal que historiográfica, se percata del hecho de que los años treinta,
para los mineros de Harlan, continuaron al menos hasta 1941. En realidad, tal vez nunca
terminaron: siguió habiendo huelgas y muertos hasta los años 70, y hoy Harlan está
nuevamente en la condición de ausencia del sindicato en la que se hallaba en 1932.

La distribución del tiempo influye en la constitución del hecho histórico también de otra
forma. La historia escrita convencional, coherentemente con la naturaleza discreta de la
escritura, tiende a subdividir el tiempo en acontecimientos distintos y separados. Las fuentes
orales, que se basan por el contrario en la limitada memoria personal, a menudo condensan
hechos singulares en representaciones sintéticas y continuas. La historia escrita tiende hacia
lo sintagmático, mientras que la narración histórica oral tiende hacia lo paradigmático. Así,
las historias y las memorias escritas narran secuencias cronológicas de batallas –Evarts, 5 de
mayo de 1931; Stanfill, 12 de julio de 1938;19 Fork Ridge, 15 de abril de 1941–, en tanto que
los narradores orales describen un estado permanente de guerra. Los historiadores siguen el
orden lineal del tiempo, mientras que las fuentes orales se mueven adelante y atrás en forma
asociativa. Una secuencia narrativa típica, que se produce tanto en las entrevistas de Granny
Hager con Mike Mullins como en las mías con Ben Campagnari y Hazel Leonard, en donde
a las preguntas sobre Evarts los informantes responden yendo y viniendo entre Evarts y
Crummies. Un efecto de este procedimiento es el de atenuar significativamente la
preeminencia que la batalla de Evarts deriva de la precedencia cronológica: en la memoria,
Evarts y Crummies están presentes al mismo tiempo.

Este hecho tiene consecuencias sobre la selección del hecho “representativo”. Una historia
de los acontecimientos orientada a destacar los cambios se focaliza naturalmente en el hecho
que marca el inicio y el descubrimiento de una nueva realidad. La larga duración sintética de
la memoria, por el contrario, pasa por alto la cronología; en ella, el hecho más dramático (y,
al menos en este caso, más reciente) tiene más posibilidades de ser elegido que otro hecho
que haya ocurrido antes. También es posible que, una vez elegido el hecho, detalles de otras

18
W. D. Forester, Harlan County - The Turbulent Thirties, óp. cit., p. 262.
19
John W. Hevener, Which Side Are You On?, óp. cit., pp. 167-68.
situaciones y otros episodios sean transferidos y acumulados en el hecho: de este modo,
algunas versiones orales de la batalla de Crummies están influenciadas por la casi
simultaneidad de la batalla de Trace Fork, así como por otro episodio que tuvo lugar en
Crummies en 1931 –poco después de la batalla de Evarts–, cuando una protesta de trescientos
mineros fue dispersada por la Guardia Nacional. 20

5. Paradigmas sociales y referentes espaciales

Ningún acontecimiento es reconocido como tal de un modo aislado, sino como parte de un
conjunto que tiende a la coherencia –una historia o un relato–. Historias y relatos están
compuestos por la conjunción de hechos que son sentidos como conectados en alguna forma
de relación paradigmática. Un paradigma común tiene que ver con el hilo de referentes
sociales con el que los narradores atribuyen sentido a sus relatos. Fundamentalmente,
podemos identificar tres niveles dispuestos verticalmente –lo institucional, lo comunitario y
lo personal–, funcionalmente relacionados con los referentes espaciales –respectivamente la
esfera nacional e internacional; la comunidad local, el lugar de trabajo; la casa y la familia–
.21

Una de las principales diferencias en los relatos sobre Evarts y Crummies es que están
correlacionados con paradigmas sociales y referentes espaciales distintos. Cuando recién se
había terminado la batalla de Evarts, ya comenzaba el proceso de desplazamiento del discurso
de nivel comunitario a lo institucional, y del referente espacial de la comunidad local al
Estado: ambos niveles, fuera de la esfera de influencia de los mineros. Como bien lo dice
Forester, “las líneas telefónicas entre Harlan y Frankfort [capital de Kentucky] eran
incandescentes… Dos días después, el jueves 7 de mayo, la Guardia Nacional llegó a ese
lugar Harlan County”.22 El control político y militar de la situación estaba ubicado en
Frankfort antes que en Harlan. Más adelante, el proceso por los hechos de Evarts también fue
trasladado de Harlan a Mount Sterling, una próspera ciudad rural en las llanuras de Kentucky.

Ambos desplazamientos tenían un valor estratégico. Los mineros habían esperado que una
autoridad más distante fuese más neutral que los deputy sheriffs locales, pero se
decepcionaron muy pronto: la Guardia Nacional dio por sentado que el objetivo de su
intervención era ponerle fin a la huelga. 23 El traslado del proceso a Mt. Sterling, a su vez,
redujo las posibilidades de que los mineros pudieran hacerse escuchar. John M. Robson,
abogado defensor de los mineros acusados en el juicio, escribía: “casi ninguno de los testigos
de los mineros acusados tenía dinero para hacer el viaje a Mt. Sterling, ni para pagarse
alojamiento y comida… Además, fuimos trasladados dentro de una comunidad bourbon [es
decir, una comunidad de plantadores influenciada por ideologías aristocrático-
conservadoras]… no saben casi nada de los que trabajan en las minas… casi nada de
sindicalismo, y para acabar de completar son hostiles”.24

20
El folleto de W. C. Stump indica la fecha de la batalla de Crummies el 15 de abril, evidentemente
confundiéndose con la de Fork Ridge. Sobre el episodio precedente de Crummies, cfr. John W. Hevener,
¿Which Side Are You On?, óp. cit., p. 49.
21
Alessandro Portelli, “The Time of My Life”, óp. cit.
22
W. D. Forester, Harlan County, óp. cit., p. 10.
23
J. Hevener, Which Side Are You On?, óp. cit., p. 47; W. D. Forester, Harlan County, óp. cit., p. 10.
24
John M. Robsion a John L. Lewis (presidente de la UMWA), UMWA Correspondence Files, 1.12.1931.
Las autoridades locales de Harlan habían acogido positivamente el control externo de la ley
y el orden, pero elevaron grandes protestas cuando las intervenciones externas, en un intento
por ampliar el paradigma social y el referente espacial del discurso, fueron favorables a los
mineros. Después del retiro en Harlan de la UMWA a finales de mayo, el sindicato comunista
de la NMU llegó a la zona, constituyó una sección y condujo una huelga que duró hasta los
primeros meses del año siguiente. La fuerza de la NMU no consistía tanto en su potencial
organizador como en su capacidad de desplazar a la opinión pública y de movilizar a los
intelectuales y a los medios. Su estrategia consistía, por tanto, en conectar el nivel
comunitario del discurso obrero con un público más amplio y con un marco de referencias
más vasto. Así, el informe de la visita de Theodore Dreiser y de su comisión de investigación
en los condados de Harlan y de Bell (Harlan Miners Speak), junto con un sinnúmero de
artículos en diarios y revistas, hicieron que Harlan permaneciera en las primeras páginas de
los diarios nacionales por mucho tiempo. 25

Por un lado, la estructura de poder local trató de conseguir el resentimiento de una comunidad
muy cerrada hacia estos “entrometidos” y “agitadores” que vinieron de New York a
empantanar el nombre de Harlan. Por otro lado, como señaló John Gaventa, usaron su “poder
de entrada” (gate keeping power) para impedir que penetraran en el condado las
informaciones de solidaridad nacional con la lucha de los mineros. Los diarios locales
censuraron las noticias; Dreiser, Waldo Frank y otros intelectuales fueron arrestados,
expulsados físicamente del territorio del condado y señalados con acusaciones que iban desde
el adulterio hasta el “sindicalismo criminal”.

El resultado de todo esto fue un adicional estrato de silencio lanzado sobre los mineros. “Los
liberales venidos del Norte –escribía Gaventa– trataron de ganar para los mineros la libertad
de expresión desafiando las barreras impuestas al ejercicio de sus derechos civiles; pero la
consecuencia fue que los problemas y las cuestiones en discusión se alejaron aún más de lo
que originalmente habían planteado los mineros”. Por ejemplo, el proceso de estafa en contra
de un escritor famoso como Theodore Dreiser “recibió mayor atención pública que los
objetivos y resultados de su investigación”.26

Un efecto de las investigaciones de Dreiser, Niebuhr y otros fue el de atraer a Harlan la


atención del gobierno federal: es decir, de un sujeto institucional con un referente espacial
nacional. Una subcomisión de investigación del Senado Federal, dirigida por el senador
Edward P. Costigan, se ocupó de las “condiciones de los condados de Harlan y Bell”. Aunque
simpatizaba con los mineros, la Comisión Costigan dirigió las audiencias no en Harlan, sino
en Washington; escuchó a más observadores y expertos externos que a los mineros locales;
y dio mayor espacio a las violaciones institucionales de los derechos civiles y de libertad de

25
Theodore Dreiser, Harlan Miners Speak, New York, Da Capo Press, 1970. Una selección de artículos en los
diarios de izquierda sobre las luchas en Harlan y Bell County en 1931-32 pude verse en Harlan and Bell 1931-
32. The National Miners Union. As Reported at the Time in “The Labor Defender”, Huntington, West Virginia,
Appalachian Movement Press, 1972. Sobre la NMU en Harlan, cfr. también Theodore Draper, “Communists
and Miners”, Dissent, primavera 1972, pp. 371-92.
26
John Gaventa, Power and Powerlessness/ Rebellion and Quiescence in an Appalachian Valley, Urbana,
Illinois, University of Illinois Press, 1980, pp. 106, 116 y 119.
expresión que a las cuestiones comunitarias y personales de los derechos económicos y de
las condiciones materiales de los mineros. 27

Después de la batalla de Crummies, no sucedió nada de esto: el paradigma social y el


referente espacial de definición se mantuvieron en los ámbitos comunitarios y locales. El
episodio no fue considerado lo suficientemente grave como para requerir la intervención de
la Guardia Nacional; no parece que haya tenido lugar una investigación judicial. Y mucho
menos hubo investigaciones parlamentarias, artículos en los medios nacionales o comisiones
de intelectuales urbanos. Claramente no hubo ninguna participación de ideologías
revolucionarias o radicales.

Todo esto, evidentemente, influencia el diferenciado impacto de dos acontecimientos en la


historiografía. Puesto que Evarts fue una cuestión nacional para el movimiento obrero y para
los derechos civiles, existe una abundancia de fuentes sobre el tema, que captan fácilmente
la atención de los historiadores. De hecho, si hay algún problema en estudiar Evarts, es
precisamente la abundancia de fuentes escritas, que comprenden decenas de miles de páginas
de actos procesales y de centenares de artículos de diarios. Por otra parte, no parecen existir
fuentes institucionales escritas relativas a Crummies: una búsqueda (aunque rápida) en los
archivos del sindicato minero en Washington no produjo ni un documento relacionado con
este tema.

No obstante, la memoria comunitaria de Crummies se sustenta en fuentes materiales muy


tangibles: el edificio del almacén, todavía visible (y usado por otra compañía minera),
constituye un referente espacial que mantiene viva la memoria y el relato. Por el contrario,
simbólicamente, Granny Hager observa que el lugar físico en el que sucedió la batalla de
Evarts desapareció prontamente: “mira, hicieron una calle nueva después de los hechos.
Cuando volví, no me hallaba. Apenas sabía dónde estaba”.

El referente espacial comunitario fue, para decirlo como Granny Hager, “dispersado por el
agua… y destruido por el fuego”. Sin embargo, como vimos, su memoria se basa en otro aún
más tangible referente relacionado con la esfera de lo personal: su propio cuerpo.

6. Punto de vista

Los referentes espaciales y los paradigmas sociales contribuyen a darle forma a las narrativas
y a los puntos de vista. El modo institucional, por ejemplo, está funcionalmente ligado con
un referente espacial exterior y con un narrador omnisciente, ubicado sobre y fuera de la
controversia de los hechos –como un juez o un historiador–. De hecho, en el discurso sobre
Evarts prevalecen el discurso judicial y el discurso historiográfico, asociados tanto a las
instituciones como a los tribunales, el Congreso y las universidades (pero también a las
comisiones de investigación de Dreiser y Niebuhr, que ostensiblemente reviven el
procedimiento neutral y el enfoque distanciado de los tribunales). En cambio, el discurso
sobre Crummies tiene lugar solo en las narraciones en primera persona y en la modalidad
personal y comunitaria.

27
United States Senate, Conditions in Coal Fields. Harlan and Bell Counties, Kentucky, audiencias de la
subcomisión de la Comisión de Industria, 11-19 mayo de 1932.
Esto no quiere decir que no existan relatos en primera persona sobre la batalla de Evarts. Sin
embargo, su significado está definido en gran parte por la inevitable relación consciente del
discurso historiográfico y, sobre todo, por el judicial. De este modo, Granny Hager describe
tanto a Evarts como a Crummies en términos análogos –el miedo y el correr en busca de
refugio–. No obstante, más allá de la analogía textual, los dos relatos se relacionan con
discursos y con funciones diferentes. Su descripción de la batalla de Evarts, de hecho, se
ubica en los márgenes de un marco general controlado por las narraciones institucionales:
ella le imprime el aliento del detalle y la experiencia, pero su versión debe competir con las
oficiales (“El hombre que fue a dar a prisión –dice– no fue el que disparó”). Esto es aún más
valido para narradores como Chester Pore, quien fue objeto directo del discurso judicial y
que narra su propia historia para contrastarlo.

Por el contrario, los relatos de Granny Hager o de Hazel Leonard sobre Crummies se
convierten, en la ausencia de otras, en fuentes primarias –lo que no quiere decir que sean
automáticamente fiables, sino que cada reconstrucción de este hecho debe definirse dentro o
en contra del marco que ellas constituyen–. Si bien el discurso sobre Evarts está dominado
por criterios de “objetividad” y “neutralidad” de narradores institucionales omniscientes, el
de Crummies solo está disponible en el punto de vista limitado y subjetivo de los participantes
y de su círculo. De ello se desprende que los relatos sobre Evarts estén dominados por la
búsqueda de “lo que sucedió”, mientras que el de Crummies está más centrado en el “cómo
se vivió”.

Una mirada más detallada revela que la exhibición de la factualidad que da forma al discurso
judicial en los actos procesuales o en las comisiones de investigación es en gran medida la
performance pública de un discurso preconstituido en otras partes; especialmente en las dos
comisiones de investigación, en donde las preguntas dirigidas a los testigos son tan
específicas que revelan que los interrogadores ya conocen las respuestas: el momento público
es solamente la presentación formal de la información recogida en otros lugares y es la
repetición de discursos emitidos a puerta cerrada. No hay nada de inmoral ni de ilegal en
esto, sino que se trata de un modo de proceder carente de funcionalidad; no hay duda de que
en este modo hay un elemento de teatralidad que se insinúa en lo que es representado como
exhibición de la objetividad factual (y, a través de este, en las fuentes del historiador). 28 En
una forma más compleja todavía, el concepto de performance se aplica también al proceso
de Mt. Sterling, en el que ambas partes presentaron versiones predispuestas para su propio
beneficio, y en algunos textos se repitieron visiblemente declaraciones preparadas,
posiblemente con la ayuda de la defensa o de la fiscalía. 29

Ahora, estas puestas en escena de objetividad se convierten en la fuente primaria del


historiador que aspira a ella: la “verdad judicial” tiene un impacto inevitable en la formación
de la “verdad histórica”, y a veces la una es intercambiada por la otra. Aunque su estudio

28
Sobre la relación entre el teatro y el proceso, cfr. Milner S. Ball, “The Play’s the Thing: An Unscientific
Reflectionon Courts Under the Rubric of Theater”, en Stanford Law Review, vol. 28, 1975, pp. 81-113.
29
Esta acusación se sigue de manera sistemática y con cierta credibilidad en Bloody Harlan. Facts from the
Court Records in the Harlan Frame-Up Trials, folleto publicado por la Kentucky Miners Defense, New York,
1937, y reproducido casi totalmente en G. Titler, Hell in Harlan, óp. cit., pp. 22-35.
ostenta ser una mirada neutral, John Hevener sustenta su reconstrucción de la batalla de
Evarts casi exclusivamente en testimonios dados en los tribunales ante fiscales hostiles a los
mineros.30 Forester, antisindicalista ideológicamente, pero emparentado con uno de los
abogados defensores, prefiere dejar las conclusiones abiertas; Titler, quien incorpora
completamente en su libro (y sin dar la fuente) un folleto redactado por el comité de defensa
de los mineros, llama a esta versión “la historia verdadera” en oposición a la oficial. Ninguno
de estos autores se resiste a la tentación de repetir a su modo el discurso judicial: es decir, de
usar la información de la que disponen como pruebas para la reconstrucción de los hechos –
¿hubo o no una pausa entre el primer disparo y los otros? ¿Cuándo salió Jim Daniels del
auto? ¿Empezó a disparar antes o después de ser baleado? ¿Había un complot, fue una
explosión semiaccidental o fue causada por la reacción de Daniels al primer disparo?–.

Todo esto es importante e interesante, pero en última instancia inútil: como abundan las
fuentes de Evarts, no podemos estar más seguros de cómo se dieron las cosas allí, de la misma
manera que no sabemos cómo se dieron los hechos en Crummies. En un caso o en el otro,
sabemos quién disparó el primer tiro –los mineros de Evarts, las guardias de la compañía en
Crummies–. En ninguno de los dos casos sabemos cuáles eran las intenciones de los mineros:
¿hubo un “complot” en Evarts? ¿Estaban armados “como un ejército” en Crummies, como
dice Hazel Leonard, o era un “piquete pacífico”, como dice Ben Campagnari? Y en ambos
casos, hubo buenas razones en favor de la una o de la otra versión.

La continuación historiográfica del discurso judicial también está desenfocada por otra razón:
la intención de establecer una descripción pormenorizada de los hechos opaca la necesidad
de una descripción detallada de los factores culturales en las obras. Una vez que probamos y
fallamos en acertar lo que ha sucedido, la cuestión central es, entonces, ¿qué significan las
batallas de Evarts y de Crummies? Y la cuestión del significado nos envía nuevamente al
análisis de los “hechos” en los relatos.

7. El conteo de los cadáveres

Existe otro paralelo entre Evarts y Crummies. En ambos casos, las fuentes escritas
disponibles especifican el número y los nombres de las víctimas (cuatro en los dos eventos).
Sin embargo, en ambos casos las fuentes orales (directas o indirectas) afirman que los
muertos fueron más. Hazel Leonard sostiene que en Crummies “fueron más los thugs
asesinados por los mineros que los mineros asesinados por los thugs”. Al mismo tiempo,
Forester refiere que John Henry Blair, el siniestramente famoso sheriff de Harlan, y otras
personas “bien informadas” afirman que “fueron muchos más los mineros muertos y heridos
[en la batalla de Evarts] que los que se documentaron como víctimas”. “Muchas personas –

30
Al describir la batalla de Evarts, Hevener hace referencia solo a los testimonios en los tribunales de los
guardias de la compañía y de los deputy sheriffs que estaban en la caravana de autos y testificaron para la fiscalía
(Orville Howard, E. M. Cox, George Dawn, Sherman Percival) y al testimonio dado ante la Comisón Costigan
por parte del comandante de la Guardia Nacional ubicada en Harlan, Daniel M. Carrell. Esto no deriva tanto de
un prejuicio suyo (al menos en el punto más delicado –si hubo o no un complot para tenderle una emboscada a
las guardias–, Hevener cita ambas partes y deja las conclusiones abiertas) como de la inevitable atracción de
las fuentes disponibles. También en la breve descripción de la batalla en Tony Bubka, “The Harlan County Coal
Strike of 1931”, en Labor History, vol. XI, nro. 1, 1970, pp 41-57, basada sobre todo en testimonios judiciales.
No hace falta decir que el origen de estas fuentes es oral.
escribió más tarde Jim Garland, minero y miembro de la NMU– me preguntaron por qué los
mineros no habían matado a todos los thugs¸ sabiendo que eran mucho más numerosos.
[Pero] hay que tener en cuenta que aquellos sicarios eran pistoleros de profesión, mientras
que las manos de los mineros, rígidas por el trabajo, eran lentas y torpes con las armas”.31

En ambos casos, la parte que no disparó primero, y que parece haber sufrido más bajas,
sostiene haberle producido más pérdidas al adversario que las que ellos sufrieron y que las
que resultaron relacionadas oficialmente. El sheriff afirma que, en Evarts (donde murieron
tres guardias y un minero), los mineros muertos fueron muchos más; los mineros se excusan
de no haber matado a más enemigos cuando tuvieron la ocasión y sostienen que en Crummies
(donde murieron cuatro mineros) después se llevó a cabo una masacre de guardias.

Estos discursos son lo contrario del enfoque al que estamos acostumbrados, en el que cada
parte trata de presentarse como víctima de la violencia, y exalta a sus propias víctimas y a
sus propios mártires, disminuyendo los de la otra parte. Es este, de hecho, el enfoque que
domina los discursos institucionales –las comisiones de investigación, el proceso– y que
toma ventaja en cada referente espacial que se desplaza de la dimensión local hacia la
nacional, como en las apelaciones a la opinión pública para pedir solidaridad y ayuda para
los mineros oprimidos.

La actitud hacia la violencia cambia con los niveles del discurso y con los referentes
espaciales. En el paradigma institucional y en el espacio nacional prevalece lo que podemos
llamar un “código ético”: la violencia es entendida como una perturbación excepcional del
estado ordinario de paz; esta es, por tanto, un mal y la víctima siempre tiene la razón. Así, la
primera manifestación de la violencia –la batalla de Evarts– produjo un shock considerable,
pero la atención se diluyó cuando se percataron de que la violencia no constituía una
manifestación excepcional, sino un ingrediente permanente de la normalidad. En ese punto,
la violencia no se presenta más como una discontinuidad temporal (un hecho histórico
discreto, la batalla), sino como una discontinuidad espacial: la separada, mítica y sanguinaria
Bloody Harlan, etiquetada como desviada dentro de la presunta normalidad pacifica de la
nación. Este enfoque excluye automáticamente cualquier episodio de relevancia extra local,
como las batallas de Stanfill, Crummies o de Trace Fork; ya no se trata de capitalistas y
proletarios que se disparan entre sí en un momento de lucha universal de clases, sino de
montañeros hillbillies, salvajes patanes que se disparan los unos a otros porque esa es su
naturaleza violenta.

Sin embargo, Harlan no es un país extranjero, es intensamente parte de los Estados Unidos.
También sus habitantes participan, o están al corriente, del hegemónico código ético de la
violencia, y existe un fuerte resentimiento (sobre todo en las elites) en contra de la etiqueta
de Bloody Harlan. No obstante, también son muy conscientes del hecho de que en su
experiencia y en su contexto social la violencia no tiene nada de excepcional. En 1933, el

31
W. D. Forester, Harlan County, óp. cit., p. 10; Jim Garland, Welcome the Traveler Home. Jim Garland’s
Story of the Kentucky Mountains, Julia S. Ardery (ed.), Urbana, Illinois, University of Illinois Press, 1983,
p. 141. Garland, minero y activista de la NMU, no formó parte de la batalla de Evarts. Forester señala también
que “el 23 de mayo de 1932 fue encontrado el cuerpo de un quinto hombre, probablemente asesinado en la
batalla de Evarts. Nunca fue identificado. Esto le agrega credibilidad a la afirmación del sheriff Blair, según la
cual los muertos fueron más de los informados” (p. 14).
año más violento de su historia, Harlan fue escenario de cincuenta y seis homicidios con
armas de fuego, la mayoría en tiroteos abiertos, y solo seis de los homicidios fueron
condenados.32

“Diablos, sí”, anunciaba el sheriff Blair cuatro días antes de la batalla de Evarts: “di orden de
disparar para matar. Cuando hagan emboscadas para dispararles a mis hombres, ellos van a
responder al fuego y dispararemos para matar. Es por eso que tenemos las armas aquí abajo”.
El énfasis está sobre el término deíctico, en el referente espacial here [aquí abajo]. En todos
los años treinta, el sheriff y los empresarios se sirvieron abierta y regularmente de
delincuentes condenados por asesinato y de otros criminales para componer las guardias y
los deputies.33

Pero la violencia endémica de Harlan no es intrínseca al carácter de la población, sino el


resultado del hecho de que Harlan es como un precipitado, una concentración de muchos
aspectos de la experiencia nacional, en la que se combinan condiciones de frontera con un
capitalismo sin frenos y con aspectos específicos del sistema político americano,
especialmente a nivel local. En primer lugar, la situación de frontera está representada por la
debilidad, o más bien por la ilegalidad real, de la ley. En el Kentucky oriental, la palabra law
no significa “ley”, sino que designa a la guardia armada del sheriff. La incertidumbre del
derecho hace de esta región un verdadero paraíso para los abogados y un nido de litigios
judiciales interminables, lo que también induce a tomarse la ley por las propias manos y
concluir las disputas con tiroteos, sin demasiados riegos de tener que pagar. De esta situación
de frontera surge, entonces, otro código de violencia, que podemos llamar “código de honor”.
Lo vemos en acción en los relatos sobre Harlan y Crummies: como en el western, el
adversario siempre dispara primero, pero los “nuestros” son más rápidos; como en el western,
cada ofensa recibida exige una venganza similar. Bill Lewis, que estaba detrás de la
ametralladora en el almacén de Crummies, fue asesinado pocos meses después, a sangre fría
y sin un motivo aparente, por un minero llamado William Deane. George Titler sugiere que
se trató de una venganza por la masacre de la que él era responsable (y por la cual,
evidentemente, no fue arrestado ni procesado). 34

En segundo lugar, el desarrollo del capitalismo sin reglas que siguió a la apertura de las minas
de carbón en Harlan no reconocía a los mineros ningún derecho que patrones y autoridades
debieran respetar. Estos vivían bajo el control de las empresas como trabajadores, como
ciudadanos, como inquilinos y como consumidores; eran una mercancía sustituible que podía
ser reemplazada por las máquinas o abandonada a vivir o morir de hambre según la
conveniencia o benevolencia de los patrones. 35 La violencia siempre estuvo presente en el
horizonte de sus vidas, bajo la forma de muerte o de accidentes en las minas. 36 Las guardias

32
Knoxville News Sentinel, 4.1.1934.
33
Abundante documentación sobre el tema está acopiada en los actos de La Follette Committee (comité
sanatorial para la instrucción y el trabajo), Violations of Free Speech and Rights of Labor, 1937. John H. Blair
está citado en B. Bishop, “1931: The Battle of Evarts”.
34
George J. Titler, Hell in Harlan, óp. cit., pp. 163-65.
35
John Gaventa, Power and Powerlessness, óp. cit., pp. 85-96.
36
“Siempre se dice que los mineros del sindicato son ‘violentos’”, escribe la esposa de un minero durante la
huelga de la Pittston en Virginia, en 1989: “mi tío murió de muerte violenta en la mina, y el patrón absentista
armadas de las compañías, a menudo legitimadas como deputies del sheriff, vigilaban las
aldeas patronales –que tenían muchos aspectos en común con los campos de concentración–
y reprimían con prontitud cualquier tentativa de sindicalización. 37

La doble ausencia de la ley, en tanto frontera y asociada al capitalismo, generaba –como se


lee en un informe oficial del gobernador de Kentucky en 1935– un “reino del terror”, un
“monstruoso reino de opresión” cuya “causa principal” era “el deseo de los empresarios de
amasar fortunas con la opresión de sus trabajadores; cosa que pudieron hacer gracias a la
oficina del sheriff”.38

En tercer lugar, la violencia era totalmente no-ideológica. La política institucional americana,


basada en el consenso generalizado de los principios de fondo, casi nunca es una política de
conflicto ideológico, y esto es aún más cierto a nivel local. En Harlan, la política jamás fue
una confrontación de ideas o de visiones de la sociedad, sino esencialmente una lucha por el
poder y las clientelas, que produjo, entre otras cosas, muertos, huelgas sindicales y litigios
privados.39 Lo mismo vale, salvo el paréntesis “comunista” de 1931-32, para la política
sindical. Las elites locales atribuyeron la violencia, a partir de la batalla de Evarts, a la
influencia de agitadores radicales, pero esta acusación era infundada. La UMWA, sindicato
ideológicamente conservador, fue mucho más violenta que la revolucionaria NMU: todas las
batallas, desde Evarts a Crummies, desde Stanfill a Fork Ridge, fueron impulsadas bajo el
auspicio de la UMWA o por sus miembros. Los mineros nunca fueron tan pacíficos como en
el período de la NMU, que privilegiaba la búsqueda de soluciones políticas antes que
militares –puesto que la debilidad del sindicato hacía más viable una apelación a la justicia
que a la fuerza–. Los mineros y los sindicalistas de la NMU insistían en presentarse como
víctimas de la violencia de otros, y elaboraron un mártir simbólico en la figura de Harry
Simms, joven sindicalista comunista de New York asesinado en 1932 en Brush Creek. El
funeral de Harry Simms, en New York, con la participación de más de dos mil personas, fue
el ritual con el cual la NMU reivindicó para sí, en un referente espacial nacional, el “código
ético” de la violencia. No es casualidad que el exactivista de la NMU Jim Garland sea, quizás,
el único en afirmar, en contra de las demás pruebas, que fueron los guardias y no los mineros
los que abrieron fuego en Evarts. Por el contrario, un sindicalista extremadamente
conservador como George Titler de la UMWA usa sistemáticamente un lenguaje impregnado
de metáforas militares: “Cuando le preguntaron a Deane por qué había matado a Lewis”,
escribe, “dijo que estaba tratando de ganarse una medalla”. A propósito de la batalla de Fork
Ridge, escribe que “los mineros involucrados y procesados fueron absueltos por un jurado

se quedó con todos los beneficios”: Dolores Booker, St. Paul, Virginia, carta a la UMWA Journal, vol. 100,
nro. 7, 1989, p. 3.
37
Alessandro Portelli, “Patterns of Paternalism: From Company Town to Union Shop”, en The Death of Luigi
Trastulli, óp. cit., pp. 195-215.
38
“Report of Governor Laffoon’s Investigation”, Frankfort, Ky., 7 junio de 1935, copia en la biblioteca del
Berea College, Berea, Kentucky, fascículo “Miners (Harlan and Bell)”.
39
Una persona a quien le pedí que me hablara de la batalla de Evarts pensaba que me refería a otro
enfrentamiento armado que tuvo lugar en 1936, cuando alguien trató de sustraer los tarjetones de una elección
local. Sobre la política electoral en Harlan, cfr. Forester, Harlan County, óp. cit., pp. 147-91; G. Titler, Hell in
Harlan, óp. cit., pp. 156-65.
de gente del lugar porque muchos pensaban que a ellos se les debió haber dado la medalla al
valor por el servicio brindado a la comunidad”.40

Parece ser que, en este caso, las formas extremas de lucha no son tanto un reflejo del
extremismo ideológico como una compensación por la eliminación de la ideología del
conflicto. Cuando no están en juego las dimensiones ideológicas, la fuerza hace al derecho;
la política, incluyendo la sindical, se convierte en primer lugar en un conflicto de poder y un
tiroteo es una continuación de la política por otros medios –es decir, como sabemos, una
guerra–.

Cuando las fuentes orales hablan de batallas, no lo hacen metafórica o hiperbólicamente,


sino literalmente. El aparato bélico se trasformó en parte de la vida cotidiana, con Harlan
repetidamente bajo la ley marcial y las ocupaciones militares de la Guardia Nacional entre
1933 y 1939, para dirimir conflictos sindicales o electorales. El hecho de que estuvieran en
juego las vidas de los mineros reforzaba la sensación de estar en una guerra: “llega el
momento en que no lo consideraba más una huelga, sino una guerra en contra del hambre”,
dice Tillman Cadle, exactivista de la NMU. Un titular en la primera página del New York
Times anunciaba la misma historia a toda América: “Los territorios mineros de Harlan se
preparan para una guerra civil. Un condado de Kentucky trasformado en un campo de
batalla”.41 Cuando los narradores describen esos años como un estado permanente de guerra
y no como una secuencia de batallas particulares, no está en juego únicamente la síntesis
memorial, sino también la percepción real de los contemporáneos.

En la guerra, la violencia deja de ser definitivamente un hecho excepcional y se convierte en


la regla: lo que importa no es pasar por víctima de la violencia ajena, sino utilizar la violencia
más eficazmente que el adversario. Desaparece totalmente el “código ético” y se sustituye
por un “código militar” en el que, como en el “código de honor” de la frontera, la víctima no
es el vencedor moral, sino el perdedor material. Por esta razón, ambas partes inflan el
bodycount, el conteo de cadáveres enemigos, y se lamentan de que no hayan sido más. Desde
este punto de vista, Harlan es tan americana como la torta de cerezas: inflar el bodycount fue
precisamente la actividad preferida de las instituciones americanas durante la guerra de
Vietnam (al menos, hasta el momento en que era una cuestión de vencer o perder
militarmente. En Panamá o en Irak, cuando la victoria militar no estaba en discusión y era,
por el contrario, problemática la legitimidad ética y legal de la intervención, el discurso
institucional americano hizo todo lo posible para disminuir el conteo de las víctimas ajenas).
Solo en el contexto de la guerra podemos comprender algunas historias y mirar a la cara del
horror.

Veamos, por ejemplo, una historia de ordinaria rutina en Vietnam, narrada por un oficial de
las fuerzas especiales: “en fin, estaban estos cadáveres. En primer lugar, naturalmente, los

40
J. Hevener, Which Side Are You On?, óp. cit., p. 45; J. Garland, Welcome the Traveler Home, óp. cit., p. 141;
G. Titler, Hell in Harlan, óp. cit., pp. 163, 207.
41
Tillman Cadle (1902), minero, Townsend, Tenn., 15.7.1987; The New York Times, lunes 28 de septiembre de
1931, primera página.
soldados les cortaban las orejas. Las enjuagaban y se las colgaban del cuello. Llegan la CBS
y la United Press, y están estos cadáveres sin orejas…”.42

Y aquí una historia sobre Evarts:

Ben Campagnari: ¿conocen a Joe Rossini [nombre ficticio]? Fue él quien recogió la cabeza de
Daniels y recogió los pedazos de su cráneo, él se los mostró a mi padre en el municipio; todavía
tenían sangre encima. Dijo “me dio un orgullo…”. Era italiano también él.

Quizás se trata del mismo “viejo minero” que relató una historia similar a una revista, años
después de la batalla:
Fuimos allí después de la batalla, y miramos el lugar donde había caído [Jim Daniels], y había
un pedazo de su cráneo… un pedazo con forma de rectángulo… ahí en la tierra. Las balas lo
habían hecho saltar, y le habían arrancado la piel… Lo recogí y desollé la carne, e hice con esta
una correa de reloj. Lo llevé a Middlesboro y se lo vendí a uno de los hermanos Ball, que
maneja un bar. Me hice cincuenta dólares.43

8. Violencia, paradigmas sociales, referentes espaciales y la cámara de filmar

Como vimos, sería un error oponer un código “ético” nacional a los códigos “militares” o de
“frontera” locales. Más bien, estos tres códigos coexisten e interactúan en la cultura de los
mineros, así como en el conjunto de la cultura americana.

En el caso de los mineros, el equilibrio se desplaza de un código a otro según el contexto


histórico y político, con base en pragmáticas elecciones de estrategias y a las relativas
selecciones de paradigmas sociales y de referentes espaciales. Si miramos brevemente
algunas huelgas más recientes, vemos de nuevo en movimiento la interacción entre estos tres
códigos.

En los años 70, Harlan estaba nuevamente en las páginas de los diarios nacionales, cuando
la huelga de la mina Brookside fue documentada por la galardonada película de Barbara
Kopple, Harlan County, USA. En 1987, entrevisté a uno de los líderes de la huelga, quien
también había trabajado en estrecha colaboración con el equipo de Barbara Kopple. Cuando
le pregunté si lo haría de nuevo, respondió –un poco en broma–: “La próxima vez, nada de
películas y sí más violencia”. Es difícil no pensar en el oficial de Vietnam que se preocupa
por los cuerpos sin orejas solo cuando llega la televisión y la prensa. La presencia de
observadores externos tiende a desplazar los paradigmas (de lo personal y comunitario a lo
institucional) y los referentes espaciales (de lo local a lo nacional), y, por lo tanto, a diluir los
códigos militares y de honor en favor del código ético. Una de las razones por las cuales la

42
Mark Baker (ed.), Nam. The Vietnam War in the Words of the Men and Women who Fought There, London,
Abacus, 1982, p. 140. Agradezco a Marco Pasquali por haberme ayudado a localizar este y otros pasajes
análogos.
43
“Un viejo minero” anónimo, citado por John y Pearce en el Louisville Courier-Journal, 6.10.1985, p. 5. La
fuente de Pearce es un artículo no especificado de la revista Mountain Life and Work, editada en Berea, Ky. por
el Council for the Southern Mountains.
batalla de Crummies no hace “historia” es porque, si hemos de creer en Hazel Leonard y Ben
Campagnari, la masacre de los thugs se mantuvo en secreto por la comunidad de mineros.

Los observadores externos terminan siempre por imponer sus propias agendas. En los años
30, la investigación de Dreiser redirigió la atención de las reivindicaciones materiales de los
mineros hacia los derechos civiles de sus simpatizantes. Por razones similares, como afirma
Anne Johnson, vicedirectora de Barbara Kopple, la UMWA había enviado al equipo de
grabación al lugar de la huelga para evitar explosiones de violencia. En lugar de responder
con la misma violencia a las agresiones de la contraparte, los mineros optaron por
denunciarlas y darlas a conocer por fuera del limitado espacio local, ubicándose como
vencedores no militares, sino morales. De hecho, fue la muerte de un minero a manos de un
guardia de la compañía lo que indujo al gobierno federal a intervenir y obligar a la Duke
Power Company a firmar el contrato.

Sin embargo, el acontecimiento no fue del todo lineal. En una dramática asamblea,
documentada en la película de Kopple, los mineros discutieron si iban a responder a la muerte
de su compañero según el código de honor (ofensa llama a venganza) militar o ético. La
elección no fue dictada por consideraciones morales, sino por argumentaciones pragmáticas:
el código ético prevaleció solo cuando el sindicato aseguró que garantizaría la firma del
contrato.44

De hecho, una de las razones de la intervención del gobierno federal fue la intención de
prevenir la prevalencia de otros códigos: “Algunos de los mineros”, relata el periodista local
Ewell Balltrip, “como los del sindicato, la primera cosa que tenían en mente era la venganza.
Y lo vi bien. Vi miedo en algunos; miedo de que lo que había sido se convirtiera en algo más
tenso, una escalada hasta una pequeña guerra en Clover Fork”. 45

En 1987, otra huelga tuvo lugar en la mina de Jericol, en Harlan County. Esta vez no hubo
ninguna película, y sí hubo mucha más violencia de ambas partes. Pero en esta ocasión la
víctima no fue un huelguista, sino un esquirol. Puesto que la presencia de la guardia nacional
hacía imposible una victoria militar de los mineros, esto los condenó a una derrota ética: esta
vez, las víctimas de la violencia eran los otros. Y la huelga fue derrotada. 46

Por último, un rastro de la percepción de las huelgas como guerra es reconocible en la


adopción del camuflaje militar por parte de los mineros de la Pittston Coal Co., en Virginia,
en la huelga de 1989-1990. Aunque afirmaron que se trataba solo de una forma de
identificarse entre ellos, esta ropa se dirigía a las profundas raíces en la historia de las
violentas luchas sindicales en Virginia y West Virginia. 47 Durante la huelga de Pittston, por

44
Lynda Ann Ewen, Which Side Are You On? The Brookside Strike in Harlan County, Kentucky, 1973-1974,
Chicago, Vanguard Books, 1979, pp. 81-83. La asamblea está también documentada en la película de Barbara
Kopple, Harlan County, USA (1976).
45
Ewell Balltrip (1950), periodista, Harlan, 14.10.1987.
46
E. Balltrip, cit.; Delbert Jones (1930), minero, Highsplint, Harlan Co., 24 10.1988.
47
Harold Dutton y Tommy Meade, mineros Pittston, St. Pul, Va., 27.12.1989. Cfr. Ralph Chaplin, “When the
Leaves Come Out”, escrita en 1914 en West Virginia (ahora en Joyce Kornbluh (ed.), Rebel Voices. An IWW
Anthology, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1972). Chaplin es también el autor de la canción
“Solidarity Forever”, que fue el himno de los huelguistas de la Pittston en 1979. Según un testigo del proceso
el contrario, todos los medios parecían ansiosos de asistir a las explosiones de violencia –o
de promoverla directamente–. Por lo que los medios combinaron su “poder de entrada” de
una manera tal que excluyeron la huelga de la escena nacional (un minero dijo que “si esto
hubiera sucedido en Polonia, estaría en la primera página de todos los diarios”) atrayendo la
atención, cuando hablaban de esto, exclusivamente hacia la cuestión de la “violencia”.
Restringiendo la huelga al referente local y favoreciendo, por tanto, la prevalencia del código
militar, los medios contribuían a hacer de la violencia algo probable; focalizando la violencia
como problema principal, se preparaban después para derrotar la huelga por medio del código
ético.48

El sindicato respondió a esta estrategia con una eficaz ampliación del referente espacial.
Excluido del círculo de los medios, el sindicato recurrió a la red de los miembros y de los
grupos de base, que confluyeron por miles a la base de los mineros de la Pittston, denominada
Camp Solidarity, haciendo de este un punto de referencia y de encuentro de trabajadores,
sindicalistas y simpatizantes de todo el país. Este desplazamiento del referente espacial y del
paradigma social ayudó a impedir el deslizamiento del código ético al código militar. En
todas sus declaraciones, los mineros no insistieron sobre su capacidad de reacción ante la
violencia de la compañía y de la policía, sino sobre el hecho de que eran víctimas de estas.
Finalmente, los medios de comunicación tuvieron que admitir que, si bien se produjo sabotaje
a la maquinaria y daños a la propiedad, la violencia en contra de las personas venía
exclusivamente de parte del Estado y de la compañía, y no de parte de los mineros. Esta vez,
también fue necesaria la intervención institucional y el gobierno impuso una solución de
compromiso.

9. Conclusiones

Nos preguntamos por qué la batalla de Evarts es un hecho histórico reconocido, mientras que
la de Crummies es despreciada por la memoria historiográfica, y cuál fue el significado
cultural de estos dos acontecimientos.

A la primera pregunta, respondimos en términos de tiempo, espacio, paradigmas sociales y


modalidades narrativas. Desde el punto de vista del tiempo, la batalla de Evarts, a diferencia
de la de Crummies, se presenta como el inicio de un período histórico, coherente con otros
acontecimientos contemporáneos, y está incluida en la periodización convencional. Desde el
punto de vista del espacio y de los paradigmas sociales, la batalla de Evarts se convirtió en
un hecho de relevancia nacional y en un símbolo de una situación general discutido por los
medios, las instituciones y los intelectuales, y cuya esfera traspasó el contexto local; la batalla
de Crummies permaneció, por el contrario, relegada a la esfera comunitaria y personal. Desde
el punto de vista de las modalidades narrativas, la batalla de Evarts fue contada
principalmente por narradores omniscientes externos, en autorizados discursos judiciales o
historiográficos; la batalla de Crummies permaneció dentro de la prerrogativa de narradores

de Mt. Sterling, antes de la batalla de Evarts un orador dijo en la asamblea que “las hojas están enverdeciendo,
y este es un buen momento para ir a cazar ardillas” (Philip Kinsley, “Witnesses Give Word Picture of Unrest in
Mines”, Knoxville News-Sentinel, 26.11.1932. “Todos se pondrán el traje camuflado o de combate, e irán a las
colinas”, esto me lo dijo Tommy Sweatt, minero y predicador metodista de Lynch, Harlan County, 1.10.86, en
vista de otra huelga.
48
Por ejemplo: “Violence in Coal Strike Is Increasing”, The New York Times, 5.9.1989.
orales y folklóricos. Por lo tanto, mientras la batalla de Evarts es parte de una narración
cronológica de eventos discretos, la de Crummies se constituye como la representación
condensada de todo un período de guerra permanente.

La cuestión del significado cultural ha sido abordada con el reconocimiento de tres códigos
entrelazados relacionados con la violencia, tanto en la cultura de los mineros de Harlan como
en el conjunto de la cultura americana: un código “ético” ligado al discurso institucional y al
espacio nacional, que condena la violencia como la perturbación de una presunta normalidad
de paz; un código “de honor” de la frontera, que impone una respuesta violenta a una agresión
violenta inmediata; y un código “militar”, que acepta la violencia como norma en un estado
de guerra. El equilibrio de estos códigos aparece como un factor en la evolución de las
huelgas, en la medida en que los trabajadores tratan de aplicarlos pragmáticamente del modo
más eficaz para los fines de sus reivindicaciones. Una vez más, vemos cómo la lucha de
clases tiene lugar, antes que todo, en la mente de quien la conduce.
CAPÍTULO 16
Pobres, pero… Narrar la pobreza en la cultura Apalache1

Éramos pobres, pero nunca fuimos pobres de espíritu.


Myles Horton, Highlander Center for
Social Research, New Market, Tennessee

Éramos pobres, pero teníamos amor.


Loretta Lynn, “Coal Miner’s Daughter”

Sé que no teníamos dinero


Pero era la más rica de todos
Con mi abrigo de muchos colores
Que mi mamá hizo para mí.
Dolly Parton, “Coat of Many Colors”

1. Italia y Appalachia: rabia y vergüenza

“Coat of Many Colors” de Dolly Parton, estrella del country nacida en los montes Apalaches
de Tennesseee, es una canción autobiográfica y muy popular en toda América, sobre todo en
su región de origen. Annie Napier es una conductora de bus escolar, activista social y esposa
de un minero inválido en Harlan County, Kentucky, al otro lado de la ladera en el Cumberland
Gap. Dolly Parton canta:

Back through the years I go wond’ring once again


Back to the seasons of my youth
I recall a box of rags that someone gave us
And how my mama put those rags to use

There were rags of many colors


But ev’ry piece was small
And I didn’t have a coat
And it was ‘way late in the fall…2

Annie Napier relata:

La escuela estaba a casi dos millas de la casa. Mamá siempre decía que no teníamos vestidos

1
“Poveri, ma… Narrare la povertà nella cultura appalachiana”, en Acoma, nro. 28, 2004, pp. 100-113; “Éramos
pobres, pero… Representaciones de la pobreza en la cultura apalachiense”, en Vera Carnovale et al., Historia,
memoria y fuentes orales, Buenos Aires, CeDInCI-Memoria abierta, 2006, pp. 131-65; una síntesis en “We
Were Poor But… How Appalachians and Italians Look at Poverty”, Now & Then, vol. 19, nro. 1, 2002, pp. 31-
35.
2
“Vuelvo atrás en los años, vuelvo a maravillarme otra vez, hasta las estaciones de mi juventud; y recuerdo una
caja de harapos que alguien nos había regalado y cómo mi madre aprovechó los harapos. Había harapos de
muchos colores, pero todos los trozos eran pequeños, y yo no tenía un abrigo y era otoño…”: cito el texto de la
autobiografía oficial de Dolly Parton. Alanna Nash, Dolly, Morgan’s Run, Danbury, New Hampshire, Addison
House, 1979, p. 181. En el disco, cfr. Dolly Parton, Coat of Many Colors, RCA LSP 4603, 1971.
ni zapatos decentes que ponernos, por ello nos dejaba casi siempre en la casa, y si hacía el frío
de invierno y no teníamos ni abrigo ni nada, ella no nos mandaba. Una gran cantidad de gente
se avergüenza de la forma en que crecieron. Pero si se piensa en ello, ahora están las modas.
Nosotros no las teníamos porque no teníamos otra cosa, ahora la gente se las compra.3

Annie Napier habla de patches on my britches, parches en los pantalones; Dolly Parton dice
patches on my britches and holes in both my shoes, parches en los pantalones y agujeros en
los zapatos. Para las dos, tener ropas decentes (good clothes) no significa únicamente
refugiarse del frío, sino también ser capaz de aparecer en público: la pobreza y el sufrimiento
físico es ante todo una humillación. Mary Cullen, monja católica de Harlan, afirma: “los
pobres no pueden ser católicos en Harlan. No tienen un medio de transporte, no tienen
teléfono, y ni siquiera, aunque quisieran, podrían asistir todos los domingos porque no se
visten adecuadamente”.4 La pobreza como humillación está introyectada desde los primeros
años de escuela. Mildred Shackleford, minera y poeta, recuerda que los compañeros de
escuela se burlaban de ella y de otros chicos porque llevaban meriendas caseras en recipientes
proletarios:

A veces, mi hermana y yo llevábamos leche descremada y pan de maíz en un frasco de vidrio,


y había otra familia que era aún más pobre que nosotros que llevaba el almuerzo en un balde
de estanque como los mineros y adentro les ponían frijoles con un pedazo de pan de maíz. Y
los otros se burlaban de ellos. De mi hermana y de mí no se burlaban porque yo era la más mala
de la escuela, si me decían una palabra me ponía a pelear con todos. Pero se burlaban a nuestras
espaldas.5

El tema de la merienda escolar también aparece en las memorias de la infancia proletaria en


Italia. En Terni, una mujer recuerda que, en los años 30, las maestras ponían en las primeras
filas a las niñas que iban a la escuela con jamón y pan, y si no les hacían caso las golpeaban.
Un obrero de la misma generación relata: “veías a los otros niños comer pan con manteca y
mermelada, y para nosotros era cualquier cosa. Tanto es así que muchas veces se los
robaba”.6 Sin embargo, estas memorias expresan más rabia que vergüenza. No es que falte
el sentido de humillación, así como la rabia tampoco está ausente en algunos relatos
appalachianos. Pero las fuentes de la rabia son distintas: los dos narradores ternanos sienten
rabia por el hecho de ser pobres; Mildred Shackelford recuerda haberse enojado porque los
pobres eran humillados: “Nunca tuve mucho respeto por el sistema social, porque me parecía
injusto que los niños, tan dulces como eran, todos se burlaban de ellos… Nunca tuve mucho
respeto por un sistema que se la toma con los más débiles y con los que le parece que son un
poco diferentes”.

El calvinismo de frontera representa a la pobreza como efecto o como causa de la degradación


moral, de la cual se deriva un estigma social y una pérdida de autoestima. Por lo tanto, la

3
Harlan County, 16.10.1986 y 7.7.1987. A menos que se indique lo contrario, todas las entrevistas fueron
recogidas por el autor.
4
Harlan, 24.10.1988.
5
Nacida en Evarts, Harlan County; entrevistada en New Market, Tennessee, 3.11.1990.
6
Aurora (tipógrafa), Alvaro Valsenti (metalmecánico), cit. en Alessandro Portelli, Biografia di una città. Storia
e racconto. Terni 1830-1985, Torino, Einaudi, 1985, p. 169.
pobreza es una condición tanto subjetiva como material: “no teníamos dinero”, pero “era la
más rica de todos” porque, concluye Dolly Parton, “uno es pobre solo si elige serlo”, es decir,
si se siente como tal. Las privaciones materiales pueden ser compensadas por riquezas
inmateriales que niegan la pobreza; como dice Myles Horton, organizador cultural y sindical,
ser materialmente pobres no significa ser –en un sentido muy diferente al del Sermón de la
Montaña (Mateo 5, 3)– “pobres de espíritu”.

La riqueza de espíritu se encuentra, en una palabra: love, amor. Es ante todo amor materno y
familiar: “el amor que mi mamá cosía en cada puntada” (Dolly Parton); “quizás no tengamos
mucho, pero tenemos amor” (Chester Napier)”;7 “éramos pobres, pero teníamos amor”
(Loretta Lynn).8 Pero también puede ser un rasgo de las relaciones vecinales y comunitarias:
“Las personas se querían mucho [loved each other], ponían todo en común, se ayudaban entre
ellos cuando estaban mal” (Debbie Spicer).9

En otra clásica canción country de Bill Anderson –“Po’ Folks”, “Pobrecitos” – se expresa
nítidamente la relación entre la humillación pública y el amor familiar:

We had something that money can’t buy


Kept us warm in the winter cool when the summer came by
For whenever we didn't have food to eat
And the howling winds would get pretty rough
We’d lock the door and set the table with love
‘Cause that’s how you do when you’re po’ folks.10

Este es el familiar y reconfortante discurso de la cultura de masas; pero incluso si tomamos


a una artista literaria de primer orden, la relación entre pobreza y amor no es tan distinta a la
de Loretta Lynn o a la de Chester Napier. Nikki Giovanni, poeta afroamericana y
appalachiana, nacida en la misma zona de Knoxville de donde viene Dolly Parton y donde
Myles Horton fundó la Highlander Center, ironiza a sus “críticos blancos” que hablan de su
“infancia infeliz” sin darse cuenta de que el amor es riqueza (black love is black wealth) y de
que “yo siempre fui muy feliz”. 11 De una forma más lúcida, Dolly Parton recuerda su infancia
cantando que “ninguna suma de dinero podría comprar los recuerdos que tengo de aquellos
tiempos”, pero también que “ninguna suma de dinero podría convencerme de volverlos a
vivir”.12

7
Cranks Creek, 17.7.1987 y 14.10.1996.
8
Cfr. Loretta Lynn con George Vecsey, Coal Miner’s Daughter, New York, Warner Books, 1980; Alessandro
Portelli, “The Many Autobiographies of a Coal Miner’s Daughter”, en A. L. Accardo et al., Identità e scrittura.
Studi sull’autobiografia nord-americana, Rome, Bulzoni, 1988, pp. 209-22.
9
Blackbottom, Harlan County, 10.10.1989.
10
“Teníamos algo que el dinero no podía comprar, que nos mantenía calientes en invierno y frescos en el verano;
porque cuando no teníamos qué comer y el viento aullaba, nosotros cerrábamos la puerta y poníamos en la mesa
el amor, porque eso es lo que tú haces cuando eres pobre”: Bill Anderson, “Po’ Folks”, The Bill Anderson Story.
His Greatest Hits, RCA MCA 2-4001, 1973.
11
Nikki Giovanni, “Nikki Rosa”, en Black Feeling. Black Talk. Black Judgement, New York, William Morrow,
1970, p. 59.
12
In the Good Old Days (When Times Were Bad), LP álbum, RCA LSP 4099, 1969.
Otra compensación común es la sencillez de una vida natural: “Íbamos siempre a nadar,
escalábamos las montañas, cazábamos serpientes u otros animales”, recuerda Mildred
Shackelford, “es la diferencia de hoy, crecer en el campo o crecer en los suburbios”. Noah
Surgener habla de otro bien inmaterial, el tiempo: “Nos levantábamos antes del amanecer
para ir a trabajar. Éramos tan ricos que no teníamos reloj. Nos levantábamos con el canto del
gallo. Éramos pobretones [po’folks], ¿entiendes? Hablamos de los viejos tiempos, teníamos
un montón de tiempo y nada de dinero. Ahora tenemos poco dinero y nada de tiempo”. 13

La respuesta a la pobreza como humillación está en la búsqueda de una fuente de orgullo en


la pobreza misma, un orgullo que se deriva de haber crecido en condiciones duras y difíciles;
como el título de la autobiografía de G. C. Jones, Growing Up Hard in Harlan County, que
podríamos traducir como “crecer entre la dureza”, aunque también como “hacerse duro
creciendo”, adquirir fuerza en el carácter; pero también, como recuerda Annie Napier,
aprender la ternura en la dureza: “‘We growed up hard’. Pero comprendimos el valor del
crecimiento que muchos desconocen. Y es el amor. Trabajábamos juntos, jugábamos juntos.
Y sigue siendo así”. 14

El orgullo se transforma en la fuente del sí mismo: si la pobreza te quita el respeto, mantener


el orgullo en sí mismo es algo para estar orgullosos. Plennie Hall, exminero, recuerda: “hoy
la gente nace con la camisa. No saben cuán duros eran esos tiempos. Ibas y volvías del
trabajo, no tenías un medio de transporte, no tenías a donde ir. Hoy en día los niños no salen
de la casa si no tienen un bus escolar bajo la cama”. Y agrega: “estoy orgullosísimo de lo que
tuve que hacer”; el orgullo consiste en haber transformado en oportunidad y fuerza de
carácter la falta de libertad.15 Del mismo modo, la parábola de Dolly Parton comienza con
una limosna y con una situación de dependencia (“una caja de retazos que alguien nos
regaló”), y la trasforma en un triunfo de autonomía y en un símbolo (el edredón, la colcha de
retazos) de la cultura regional y femenina.

Es una lección de autonomía: la cultura tradicional apalache enseña en primer lugar a contar
con las propias fuerzas. Como también dice Mildred Shackelford: “No fue tan malo. Creo
que nos dio algo que muchos de los niños de hoy no tienen: aprendimos a divertirnos solos.
No teníamos dinero para comprar nada, no teníamos los bates de béisbol, los guantes,
etcétera. Así que si queríamos jugar mi hermana y yo íbamos al bosque y cortábamos un
árbol. Y nos hacíamos un bate. Tomábamos una manzana verde o una piedra, una cosa
redonda, la envolvíamos en trapos y con cinta adhesiva, y esa era la pelota para jugar”.

2. Economía no monetaria

“Hacías todo para ti mismo. Criabas la carne que te comías, cultivabas el maíz, los pollos y
todo lo demás. Tuve todo lo que necesitaba. Éramos mi madre y yo, y vivíamos con lo que
cultivábamos” (Plennie Hall).

13
Cawood, Harlan County, 1.11.1990.
14
Cranks Creek, 17.7.1987.
15
Barbourville, Kentucky, 8.7.1987.
La autonomía y el orgullo están ligados a la imagen de la granja autosuficiente que, según
muchos historiadores y sociólogos, demuestra que los appalachianos no eran realmente
pobres –en el sentido de que, al estar relativamente fuera de la economía monetaria de
mercado, no tenían dinero, pero no morían de hambre–.16 La family farm es una unidad
afectiva que provee apoyo emotivo; la family farm es percibida como una unidad económica
autosuficiente y autónoma: “Comías lo que criabas, crecías con los que comías” (Debbie
Spicer); “Hacíamos la huerta; criábamos a los cerdos, a los que matábamos en invierno.
Hacíamos las conservas con cada fruta del bosque. Crecimos un tanto como los salvajes –
considerando cómo eran económica y socialmente los Estados Unidos en ese momento [años
50], diría que estábamos cincuenta o sesenta años atrás–. Nos hacíamos el pan. Nos hacíamos
el jabón. Nos cosíamos los vestidos. Nosotros nos hacíamos las cobijas de la cama” (Mildred
Shackelford).

Debbie Spicer: La tierra no era nuestra, la teníamos en alquiler. Pagábamos en


dinero el alquiler de la casa, después dábamos un tercio del maíz que cultivábamos
por el alquiler [del terreno].
Portelli: ¿Quiénes eran los propietarios?
Spicer: Gente [just people], vecinos nuestros, más o menos.

Mi pregunta proviene de una idea de pobreza ligada a las diferencias de clase entre quienes
poseen la tierra y quienes no. Por el contrario, la respuesta de Debbie Spicer niega que
existieran verdaderas diferencias entre propietarios e inquilinos: todos eran “vecinos”, y
todos vivían más o menos del mismo modo. Además de esto, su familia complementaba los
ingresos con la caza, la pesca, recogiendo ginseng y frutos del bosque: aunque no eran
propietarios, eran independientes y se procuraban su propia subsistencia –o, por lo menos,
eso es lo que les gusta recordar–. Esto tiene que ver, naturalmente, con la retórica de los
“orgullosos e independientes montañeros” que contrarresta con los estereotipos negativos de
los Apalaches y que termina por convertirse en una glorificación del individualismo o del
familismo; pero que también tiene un residuo del ideal jeffersoniano que se deriva de la
capacidad de sobrevivir con la ayuda recíproca.

En estas representaciones, la autosuficiencia se vincula con el carácter hard derivado de un


crecimiento hard y con la estructura socioeconómica de la empresa agrícola familiar en un
contexto generalmente igualitario. La supervivencia depende de la red familiar y vecinal,
pero en la medida en que las relaciones sean recíprocas y no se instaure una situación de
dependencia o de inferioridad. Es comprensible, entonces, el hecho de que estos orgullosos
e independientes montañeros se hayan convertido en unos de los más acérrimos partidarios
de la solidaridad sindical en la historia del movimiento obrero americano.

Cuando la entrevisté, Debbie Spicer ya no vivía en una granja, sino en una aldea minera de
propiedad empresarial. La memoria de la autosuficiencia rural, a menudo, se pone conflicto

16
Allen Batteau y Philip Obermiller, “Introduction: The Transformation of Dependency”, en A. Batteau (ed.),
Appalachia and America: Autonomy and Regional Dependence, Lexington, University Press of Kentucky,
1983. Los estudios más recientes demuestran que el aislamiento de los Apalaches respecto a la economía de
mercado fue siempre relativo: Wilma A. Dunaway, The First American Frontier. Transition to Capitalism in
Southern Appalachia, 1700-1860, Chapel Hill and London, The University of North Carolina Press, 1996.
con las condiciones de dependencia semifeudal de la company town, en donde la subsistencia
depende de la compañía y las relaciones son, como mucho, de tipo paternalistas. 17 Este
proceso rige la bifurcación de la familia de Mildred Shackelford en un ramo campesino y un
ramo minero; lo mismo sucede en la estructura de la más importante novela appalachiana,
River of Earth de James Still (1940), en la que el padre arrastra a la familia de una aldea
minera a otra en busca de trabajo, mientras que la madre regresa a la tierra y a la home place
en busca de la granja familiar.

Los “tiempos difíciles” (hard times) de la Depresión son la culminación del growing up hard:
después de la vertiginosa industrialización minera en los primeros veinte años del siglo, el
mercado del carbón se derrumba y los puestos de trabajo desaparecen. Los mineros
responden adhiriéndose en masa al sindicato y dándole vida a memorables huelgas en los
años 30; No obstante, para muchos de ellos la supervivencia está asegurada gracias al
sustento de la tierra. “Durante la Depresión –relata Mildred Shackleford– mi abuela mantuvo
a la familia vendiendo verduras y otras cosas en las aldeas mineras. El primer recuerdo que
tiene mi madre es que ella se ponía una carga de frijoles sobre la espalda y se iba a venderlos
en las aldeas. Papá tenía cuatro o cinco años y zapaba el maíz y los frijoles, escogía los
mejores y se iba a venderlos. Les fue mucho mejor que trabajando en la mina; tener ese
pedazo de tierra hizo una gran diferencia en cómo vivían, y en qué podían comer. Los hizo
mucho, mucho más ricos que a un montón de gente en Harlan”.

Mildred Shackleford relata una historia matrilineal –la abuela, la madre y ella misma– de la
que se deduce que las mujeres que vivían del trabajo en el campo eran mucho más autónomas
que las que, en las aldeas mineras, dependían del salario de sus esposos, quienes a su vez
dependían de la compañía. Tal vez esto no sea del todo cierto: las mujeres y las hijas de los
mineros fueron protagonistas de la huelga de Brookside en los años 70, también
desempeñaron un papel decisivo en los años 30 (sin embargo, Mildred objeta que estas hacían
lo que sus esposos aprobaban). En el plano de lo simbólico, la imagen de la granja
autosuficiente está indisolublemente ligada al sentido de autonomía personal. Quizás una de
las razones por las que la gente de los Apalaches siente un dolor tan agudo por la destrucción
y la contaminación de la tierra a manos de las industrias mineras y madereras es porque, en
su memoria, la tierra sigue siendo un recurso de supervivencia y autonomía. La destrucción
del ambiente significa ser arrojado a la merced de fuerzas sobre las que ya no tienen control.

Annie Napier: Ya nadie respeta la tierra. Y si no la respetas, la tierra se rebela en contra tuya.
Te hace pagar un precio, ¿entiendes? Y el problema es que los que están en medio son los
pobres, los que no pueden defenderse. Los viejos, los que no pueden estar por su cuenta. Y ya
no hay manera después de volver a poner todo como estaba, ¿entiendes?18

3. Estamos en la misma barca. Pobreza relativa

17
Véase mi texto “Patterns of Paternalism: From Company Town to Union Shop”, en The Death of Luigi
Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral History, Albany, New York, State University of New
York Press, 1991, pp. 195-215.
18
Cranks Creek, Harlan County, 14.10.1996.
Otra canción de Dolly Parton dice: “Éramos pobres, pero no lo sabíamos”, “escuchábamos
esa palabra, pero no sabíamos qué quería decir”.19 Afirma Johnny Woodward, hijo de
mineros y profesor de un college:

Un amigo mío dice una cosa muy profunda sobre lo que significa crecer en una aldea minera y
ser un chico pobre. No tenía preocupaciones, no tenía problemas –era pobre, pero no lo sabía–
. Y decía que escuchaba hablar de “esos pobres hijos de puta de allá abajo”. Y hasta los dieciséis
años no supo que entre esos pobres hijos de puta estaba él. Y dice que entró en depresión, y
que no sabía que eso estaba mal [in bad shape] hasta que se lo dijeron.20

El amigo de Johnny Woodward no se deprime porque es pobre, sino porque descubre serlo a
los ojos de los demás. La pobreza es una dimensión comparativa, y es menos reconocible en
el contexto relativamente aislado e igualitario de la Appalachia tradicional, donde se presume
que la mayor parte de las personas viven más o menos del mismo modo. Pensemos en la
mítica Appalachia de Thomas Sutpen en ¡Absalom, Absalom!, de William Faulkner: “las
pocas personas que conocía vivían en chozas de troncos colmadas de niños como en la que
había nacido él… en cuanto a las cosas, nadie tenía más que otro, pues cada uno era dueño
de cuanto su energía y su valor le permitían obtener y conservar…”.21

Desde luego, esto es un mito. Pero nos ayuda a entender por qué Debbie Spicer no reconoce
una diferencia de clase entre su familia de inquilinos y los propietarios, quienes en realidad
no vivían de una manera muy distinta a ellos. También por esto, un mecanismo de defensa
de la pobreza subjetiva consiste en la prohibición de get above your raising: convertirse en
algo más, algo distinto a los que te criaron. Charlotte Nolan, profesora y actriz, elogia a su
tío, quien se convirtió en un famoso periodista, pero “never got above his raisin”, es decir,
siempre volvió a visitar a sus parientes y vecinos, y continuaba hablando en dialecto: “Es el
mayor cumplido que les puedes hacer. No quieres herir los sentimientos de nadie haciéndoles
creer que eres mejor que ellos. Porque, mira, todos estamos en la misma barca”. Un efecto,
naturalmente, es el de ir por lo bajo: “una gran cantidad de padres –dice Jerry Johnson, minero
y sindicalista– piensan que, si sus hijos llegan a ser más inteligentes que ellos, es un desastre.
No los educan”.22

La necesidad de imaginar una condición compartida y paritaria los enceguece ante la


desigualdad efectiva. Como se niegan a reconocer que cualquier persona pueda ser “mejor”
que ellos, muchos se resisten a la idea de que los otros, en el mismo contexto, tengan más
riqueza y poder. Las elites locales, con quienes a menudo comparten las mismas raíces
culturales, manipulan esta actitud a su favor.

Las cosas cambian con las generaciones más jóvenes; es decir, para quien nació en los años
60 y es capaz de percibir la ubicación de los Apalaches en el contexto nacional, así como
comparar la región con relación al panorama nacional más que a la propia familia en relación
con sus vecinos. “No sabíamos cómo era el resto del mundo; no teníamos nada con qué
19
Dolly Parton, “Old Black Kettle”, en el disco My Tennessee Mountain Home, RCA APL-1033, 1973.
20
Cumberland, Harlan County, 1.11.1990.
21
William Faulkner, Absalom, Absalom! (1936), New York, Vintage, 1987, pp. 275-76.
22
Wise County, Virginia, 17.7.1987.
confrontarnos” (Johnny Woodward). Mientras que la mecanización de las minas, la expulsión
de la fuerza de trabajo, la contaminación y la crisis de la agricultura autosuficiente
erosionaban la base económica de la región, la televisión y la emigración ofrecían la visión
de otras formas de vida, justamente en el momento en que entraron en crisis: “no comprendía
por qué mi vecino, que siempre había tenido auto nuevo, que le compraba vestidos nuevos a
sus hijos, que pintaba la casa cada verano, de un momento a otro estaba haciendo fila conmigo
para conseguir cupones de comida” (Johnny Woodward).

La región de los Apalaches fue “descubierta” a principios de los años 60 como un “bolsón
de pobreza” y se convirtió en uno de los objetivos de la “guerra contra la pobreza” del
presidente Lyndon Johnson. De repente, ya había más cosas que desear, menos medios para
conseguirlas y menos compensaciones por su ausencia. O más bien: ser pobre en el país más
rico del mundo, en el que rige el dogma de la movilidad social y el de la responsabilidad
personal, significa tener menos herramientas culturales para conectar la propia humillación
con el marco general de la sociedad. Si los propios vecinos son también pobres, esto no es
señal de que nadie sea pobre; es señal, más bien, de que existe algo en el carácter, en la
cultura y en la misma identidad de los habitantes de la región que produce pobreza. Y que el
problema, en otras palabras, son ellos.

Por lo tanto, ser humillados porque son pobres es la misma cosa que ser humillados porque
son appalachianos (poor dumb hillbillies, pobres montañeros idiotas). Demostrar que no
todos los appalachianos son pobres se convierte en una necesidad psicológica, incluso para
aquellos que lo son realmente y que se ofenden cuando la pobreza es mostrada al mundo: “La
otra noche en TV había una cosa de Floyd County [Kentucky], en la NBC, ¿no? Y estaban
todos estos peces gordos, los gobernadores, etcétera, que hablaban mal y que mostraban cuán
pobre era la gente allí”, afirma Robert Simpson, joven minero desempleado, quien se enoja
con los periodistas que van a los valles remotos a pedirle a la gente que se vaya de esta región
subdesarrollada, sin darse cuenta de que “tienen la familia allí, que tratan de sobrevivir, y
que en la ciudad es aún peor si no tienes educación”. 23

Las intenciones del programa eran buenas –denunciar un problema social–; sin embargo, en
todo Kentucky fue percibido como un insulto. Como sugiere Robert Simpson, la ofensa
consistía en mostrar la pobreza como un problema social, pero sugiriendo implícitamente que
la responsabilidad recaía en la cultura de quien la sufre, extendiendo la retórica de la
vergüenza del plano individual al plano sociocultural: todos los appalachianos son pobres y
son pobres porque son appalachianos. Por ello, más de un narrador se esfuerza no solo por
distinguir las exageraciones instrumentales de los medios, sino también por sugerir de alguna
manera que la pobreza llegó con la inmigración: “Van a Clover Fork, allí sobre la ribera hay
un montón de miseria, personas que no son verdaderos montañeros. Un montón de personas
que vinieron aquí con las minas. Pero los montañeros, los que vinieron alrededor de 1830,
son lo que siempre fueron propietarios” (Arthur Johnson, músico).24 Escuché quejas
similares a propósito del documental Harlan County, USA de Barbara Kopple, de 1977 (no

23
Cranks Creek, Harlan County, 27.12.1989.
24
Cumberland, Harlan County, 23.10.1988.
obstante, visitando Harlan en los mismos años, también yo pude ver escenas similares a las
que aparecen en la película). 25

La defensa de la identidad appalachiana consiste en la reivindicación de mostrar también a


los que, a pesar de ser appalachianos, la pasan muy bien: los profesionales, los políticos, los
comerciantes y los empresarios, con sus casas bien cuidadas y sus barrios muy decentes; de
este modo, el alcalde de una pequeña ciudad de Carolina del Norte puede comparar a las
familias “aristocráticas” propietarias de la fábrica local de muebles con los redneck, que solo
son buenos para ser obreros. 26 Las elites locales se convierten, de este modo, en los
representantes del orgullo de los mismos pobres y subalternos que desprecian, los cuales son
pobres y subalternos gracias al papel histórico de las mismas elites. Las clases altas,
detentoras del poder, asumen el derecho de hablar en nombre de todos: son ellos, no los
medios, los que representan a los pobres. Prosigue Robert Simpson: “Después del programa,
había un debate. Gente rica, ¿no?, que te das cuenta que no les importas. No había ni siquiera
un pobre, uno, para confirmar lo que ellos decían: ‘Sí, estamos haciendo esto, estamos
haciendo aquello…’”. Es decir: mientras se indignan por cómo los representan, también se
indignan porque no son representados.

“Estamos haciendo”: la mirada externa –representada por la TV, puesta en acto por el welfare
y reforzada por las elites locales– trata a los pobres como objetos de caridad, beneficiarios
de asistencia, doblegados por su propia cultura e incapaces de salir de su situación por sus
propios medios. Es la inversión de una imagen de orgullo y autosuficiencia construida y
defendida por generaciones. Afirma Mildred Shackelford: “Cuando era pequeña mandaban
misioneros para salvar a los salvajes en los lugares más oscuros y profundos de África. Y los
mandaban a los Apalaches para salvar a los niños pobres hillbillies. Te acariciaban la cabeza
y te decían ‘claro, eres estúpido e ignorante, pero nosotros aquí hacemos el trabajo de Dios’.
Venían a salvar el alma del salvaje. Y los salvajes éramos nosotros. Y nuestras iglesias, las
iglesias Holiness y algunas iglesias bautistas, esas no contaban”.

Lo mismo se aplica en la relación entre la Appalachia y el welfare. “Esto es limosna”, dice


Robert Simpson, “y un trabajador tiene su orgullo”; es “una gran ayuda”, pero esta no viene
de vecinos o pares, sino de una autoridad impersonal, y esto te hace sentir insuficiente y te
invita a dejarte ir. “Recuerdo haber visto una chica comprar un tomate en una pequeña tienda
local. Juntan algunos centavos y compran un tomate a la vez”, me explicó Lois Scott,
propietaria de la tienda y activista sindical; “luego, cuando llega el cheque del welfare, van
al supermercado y se compran lo que está en oferta”. Por otro lado, comprar tomates es una
señal de que muchas cosas han cambiado desde los días en que “comías lo que crecía y crecías

25
Sobre el impacto visual de Harlan para los visitantes en los años 60, véase mi texto “It Was Supposed to Be
Happening in Berkeley. The 1960s Meet Eastern Kentucky”, en The Battle of Valle Giulia. Oral History and
the Art of Dialogue, Madison, University of Wisconsin Press, 1997, pp. 199-231.
26
“Signs of the Times”, Appalachian Journal, vol. 23, nro. 2, 1996, p. 144. La escritora appalachiana Sharyn
McCrumb también criticó un documental sobre Harlan que apareció a mediados del 2000: “la película mostraba
a gente pobre demacrada que vivía en casas móviles y chozas, y los espectadores levantaban las cejas ante el
triste hecho de que todos los habitantes de la región estaban en una condición dolorosa. Pero lo que no sabían
es que para llegar a esas pocas chozas el equipo tuvo que pasar por dos mil casas de ladrillos bien cuidadas y
habitadas por personas de clase media y por un costoso centro comunitario de piedra y vidrio”: The Songcatcher,
New York, Signet, 2002, p. 22.
con lo que comías”. “Siempre tuvimos qué comer, y no comíamos lo que decía el gobierno”,
dice Annie Napier, “pero ahora, voy a comprar la comida del bebé, y el primer día de cada
mes está a un dólar con nueve la caja; el resto del mes, está a treinta y nueve centavos. Pero
como el primero de cada mes es que llega el dinero y los cupones de alimentos, las tiendas
suben los precios”.

Don West, poeta, teólogo y sindicalista, escribió:

You who came to study us


to see what is wrong with us together with “do-gooders”
missionaries of numerous persuasions
soul-savers who paint outside privies...
Folksy ballad hunters
discoverers of mountain music...
Yours was a revolt in patterns
counter culture counter revolutionary
counter poor people!27

“Me molestaba que un muchachito cualquiera viniera aquí a explicarme que el señor fulano
de tal que estaba arriba en la montaña debía salir y entrar en el mundo real. Le decía
‘jovencito, el fulano de tal que está arriba de la montaña probablemente sabe mucho más del
mundo real que usted’” (Gladys Hoskins). El hecho de que los jóvenes activistas de los años
60 tuvieran que aprender esta lección de parte de la secretaria de la Cámara de Comercio es
una paradoja que dice mucho sobre la hegemonía y la identidad de Harlan. Tal vez, el hecho
de que todos hayan venido a predicar y ninguno haya venido a escuchar explica por qué –
para decirlo en palabras de Ewell Balltrip, director del diario local– “la guerra contra la
pobreza la ganó la pobreza”.28

4. Sobrevivir

La primera vez que llegué a Harlan fui a buscar el “Survival Center” en Cranks Creek.
Pensaba que el nombre era una metáfora cultural, pero la primera cosa que vi al entrar fue
una pila de cajas de comida para bebé que llegaba hasta el techo. Desde el momento en el
que entré en el Survival Center, me di cuenta de que, en Harlan, survival [la superviviencia]
“no es solo una palabra”, como lo confirma Annie Napier:

De hecho, si piensas en cómo llegamos hasta aquí, es un milagro que hayamos sobrevivido.
Apenas nace un niño, tiene todas las posibilidades en contra. En primer lugar, la casa es tan
fría que es una fortuna si no se muere. Casi todos nacen con bajo peso por la desnutrición. Y
una vez que llegan a los dos años, pobrecitos, los comienzan a curar con remedios caseros [que
matan más de lo que curan]. Y luego vienen todas las enfermedades infantiles –en los años 50

27
“Ustedes que vienen a estudiar, a ver qué es lo que está mal en nosotros, ustedes ‘benefactores’ y misioneros
de todo tipo, salvadores de almas que vienen a pintar letrinas, cazadores de baladas populares, descubridores
de la música de las montañas; la suya es una revuelta dentro de los esquemas, contracultural y
contrarevolucionaria, contra los pobres”: Don West, “Appalachian Blues”, en O Mountaineers, Huntington,
West Va., Appalachian Press, 1974, pp. 240-42.
28
Harlan, 13.7.1987
hubo tifus después de una inundación, y uno de los niños de mi tío se murió–. Aparte de la
supervivencia. Cuando llegan a los dos años, ya han combatido todas las batallas para
sobrevivir.

Tal vez por esta razón, en el pasado a los niños no se les ponía un nombre hasta que no
comenzaran a caminar. Incluso algunas prácticas rituales, como la manipulación religiosa de
serpientes, se convertían en las metáforas del desafío por sobrevivir: tener una serpiente en
la mano a cierta distancia, al punto de morder, pero fuera del alcance, es una representación
de la relación cotidiana con las fuerzas activas del riesgo, material y existencial, al que se
debe responder creativa y continuamente. Sobrevivir es de por sí resistir; la lucha de clases
ya no se hace en las huelgas o en el sindicato, sino en la lucha diaria contra la muerte.

Pero lo valores culturales tradicionales de autonomía personal y apoyo comunitario, en la


medida en que resisten, ayudan a sobrevivir, pero no a cambiar las causas del riesgo y del
sufrimiento. No obstante, la guerra contra la pobreza los appalachianos pobres siguen
combatiéndola, en más de una situación y de muchas formas, no solo resistiendo, sino
también contraatacando. 29

El Cranks Creek Survival Center fue fundado en 1977, después de una inundación causada
por el uso irresponsable de la minería a cielo abierto, que arrasó con treinta y siete casas y
produjo graves daños en el valle de Cranks Creek. Rebecca y Bobby Simpson, a quienes ya
les había pasado una vez, decidieron que necesitaban hacer algo. Rebecca Simpson recordó
que en los años 50 la casa de su familia fue destruida porque las compañías mineras tenían
el derecho legal de demolerla para tomar el carbón que había debajo de ella. Así que su madre
“se preguntaba por qué nosotros no teníamos ningún derecho y por qué no existían derechos
y justicia para la gente pobre”.30

Ella, sus vecinos, y su hermana, Annie Napier, tuvieron el mismo problema después de la
inundación. ¿Por qué estos americanos, ciudadanos del país teóricamente más democrático
del mundo, estaban convencidos de no tener derechos en su mismo país?: “No lo sabíamos,
no sabíamos que teníamos derechos. Crecimos con esta idea. Te enseñan que no te puedes
oponer a una compañía minera y ganar. Pierdes tiempo y eso es todo; son malas personas, se
la toman con las familias, se la toman con los niños” (Annie Napier).

Con la ayuda de grupos como el Highlander Center, pero sin renunciar a ser los verdaderos
líderes del movimiento, los Simpson y sus vecinos lograron llevar el pleito hasta la Oficina
Federal de Minas en Washington y conseguir una indemnización por los daños, como la
limpieza del torrente. Era la primera vez. Y aunque el dinero venía del gobierno, el hecho de
haberlo obtenido a través de una iniciativa colectiva hacía que este no pareciera una
“caridad”, sino un derecho.

29
Sobre las formas regionales de Resistencia (Black Lung Movement, Miners for Democracy, Kentuckians for
the Commonwealth…), cfr. Stephen L. Fisher, Fighting Back in Appalachia. Traditions of Resistance and
Change, Philadelphia, Temple Univ. Press, 1993; A. Portelli, “Between Sanctified Hill and Pride Terrace:
Urban Ideals and Rural Working-Class Experience in Black Communities in Harlan County, Kentucky”, Storia
Nordamericana, vol. 7, nro. 2, 1990, pp. 51-63.
30
“Becky’s Story”, en Helen Smith et al. (eds.), Picking Up the Pieces. Women In and Out of Work in the Rural
South, New Market, Tenn, Highlander Research and Education Center, 1986, p. 10.
Fue un momento extraordinario también desde el punto de vista cultural. Los abogados y los
peritos de las compañías mineras no podían creer que estas “mujeres ignorantes de montaña”
fueran capaces de sostener en público sus razones con competencias técnicas y legales. “Se
burlaban de cómo hablábamos”, afirma Annie Napier, “fingían no entender cuando nos
equivocábamos en alguna palabra”; pero la mayoría de las veces fueron sometidos por la
habilidad verbal de estas mujeres de montaña profundamente conocedoras de su cultura oral:

Annie Napier: Íbamos a las reuniones en el Highlander, y había un pez gordo del departamento
[minero] del Estado. Yo y Bobby relatamos lo que había sucedido. Y este se puso de pie en el
fondo de la sala y dijo: “¿No les parece que esto fue un acto de Dios?”.31 Y yo le dije: “la lluvia
sí fue un acto de Dios, pero no fue un acto de Dios poner esas excavadoras en la cima de la
colina”.

También los Yoakum Creek Concerned Citizens de Dahoit (en Harlan County) tuvieron que
confrontarse con los expertos gubernamentales y empresariales decididos a demostrar que la
contaminación del agua y del terreno, que producía una tasa altísima de cáncer, no estaba
relacionada con la fábrica química y con el azufre que producían las minas. Narra Joan
Robinette. “Rápidamente entendimos que el peso de la prueba siempre estaba de nuestro
lado. Ya no teníamos agua, y ellos: ¡boh! Ya sabes: es un acto de Dios, Dios decidió no poner
más agua en los pozos”.32

Asimismo, Joan Robinette habla de cuán difícil es para los pobres representarse como
ciudadanos y hacerse escuchar cuando, en teoría, son invitados a hablar.

Joan Robinette: Nos hacen sentar en la mesa de reuniones, como si tuviéramos el derecho de
estar allí, somos todos iguales, ¿no? Y luego… He estado allí muchas veces, sabiendo muy
bien que cuando entraba en esa habitación iba a salir de allí armando un gran despelote.
Siempre me doy cuenta de que estoy allí porque soy un número, una ciudadana simbólica.
Como si dijeran “puedes sentarte en la mesa, pero no puedes tocar la comida, ¿de acuerdo?”.

5. Me gustaría ser algo

Quisiera concluir con una conversación que tuve con Mary Logan, en 1989. Nacida en 1964,
analfabeta y casada en un matrimonio difícil, Mary Logan no posee ni las compensaciones
emotivas de las generaciones anteriores ni el activismo sociopolítico de las sucesivas.

Ella se quejaba de que la oficina de asistencia en ese entonces quería exigirles a los
solicitantes la formación en cursos profesionales para poder acceder al derecho de recibir los
cupones alimentarios. Ella no tenía ningún medio de transporte para ir a los cursos (en
Appalachia no hay transporte público) y temía que también le quitaran este beneficio. Hacer
el curso le hubiera gustado, pero tenía tan poca confianza en sí misma que se negaba a
admitirlo, aunque soñaba con las cosas que hubiera podido hacer si hubiese sabido leer:

31
Este es el término legal que designa un evento natural sin intervención o control humano.
32
Benham, Harlan County, 12.9.1996.
Me gustaría ser algo o alguien. Y si un pobre viene a mí, lo miraría y le diría “sí, sé lo que
sientes”. Diría “yo sé lo que estás sintiendo”. Y si no puedo hacer nada por ellos, y no tienen
dinero, les diría “está bien, lo hago yo”.

“Me gustaría ser alguien”: la cliente de la asistencia pública está tan acostumbrada a ser
tratada como una no-persona por la burocracia que ha terminado por sentirse como tal. Su
fantasía consiste en el sueño de humanizar el sistema, como en las viejas relaciones de ayuda
recíproca de vecinos. Miraría a la cara a las personas; sabría lo que sienten porque lo
comparte; y si no puede hacer nada oficialmente, daría una ayuda personal. En cierto sentido,
Mary Logan se imagina a sí misma en ambos lados del escritorio; la persona a la que imagina
que va a ayudar es ella misma.

Pero esta visión se ve frustrada por obstáculos externos e internos. Los externos podrían ser
superados: no tiene un auto, pero el Survival Center o algún vecino podría darle los pasajes.
Pero los internos son los más difíciles:

Annie Napier: Lo puedes hacer. Puedes hacer todo lo que quieras. De verdad. Ahora eres
grande; eres más razonable. Ya no pierdes los estribos cuando se burlan de ti. Ven con
nosotros y te daremos lo necesario para que vayas a la escuela.
Mary Logan: Dios mío… yo, yo me arrodillo y le pido siempre al Señor: “Necesito de tu
ayuda en esta cosa, o si no hazla tu por mí”.
Napier: ¿Lo ves? Basta con que seas tú misma. Ve adelante y hazlo.
Logan: A la gente no le gustaría que fuera yo misma.33

Es un problema de control y de domino de sí mismo: Mary tiene una baja autoestima porque
“pierde los estribos” cuando se burlan de ella. “Era obstinada, no me dejaba meter el pie de
nadie”, dice; pero no ve este comportamiento como una defensa a su dignidad, sino más bien
como un signo de su patología. El psicólogo infantil David H. Loof afirma que “los niños
appalachianos no están bien adiestrados en el control de sus impulsos agresivos”, pero no se
pregunta si estos impulsos puedan ser una respuesta a otro tipo de agresiones. 34 Mary Logan
piensa del mismo modo: aceptó la idea de que la pobreza y el mal carácter están ligados, por
lo que responde con rabia a las humillaciones y evidencia su humillación con los arrebatos
de ira.

Este doble enlace también se crea en la relación entre control y escritura: Mary Logan siente
que no aprende a escribir porque no sabe controlarse, pero no sabe controlarse porque no
sabe escribir. Incluso, mientras fantasea sobre lo que haría si supiera escribir, elabora una
coartada para no hacerlo: el marido no quiere, porque si ella aprende a escribir, después se le
va a meter en la cabeza ser mejor que él (gets above her raising!).

33
Cranks Creek, 23.12.1989.
34
Del mismo modo, Loof habla de las “fobias escolares crónicas” de los niños appalachianos sin preguntarse
si quiera si el problema no se debe a la calidad de sus experiencias en la escuela: David H. Loof, Appalachia’s
Children. The Challenge of Mental Health, Lexington, University Press of Kentucky, 1971, pp. 57, 32.
Las ambivalencias arriban a su punto máximo en relación con la religión. “Cuando vas a la
iglesia eres una persona diferente”, debes “renunciar a las cosas” y aprender a controlarte. La
iglesia, el espacio social que los appalachianos pobres crearon para sí mismos, puede ser
tanto el lugar donde Mary aprende el dominio de sí como el lugar donde encontrar consuelo
por no conseguirlo. “Ayúdame en esta cosa”, pide, o “hazla tú por mí”. “Ayúdame”: en la
iglesia, Mary Logan aprendió a renunciar a las cosas sin renunciar a sí misma, y podría usar
este nuevo dominio para enfrentar al sistema. Pero “hazlo por mí”: puesto que solo en la
iglesia se siente dueña de sí, sería suficiente que la iglesia se hiciera cargo de ella.

La relación de Mary Logan con la iglesia es, a su vez, una metáfora de la relación con su
cultura. Como vimos, Dolly Parton usa su cultura (el abrigo de muchos colores como
edredón) para salir de esta y alcanzar el éxito. Annie Napier la usa para permanecer allí para
sobrevivir y sortear el cambio. Cuando entrevisté a Mary Logan, estaba en una encrucijada:
podía usar su cultura (la iglesia, el Survival Center) para emanciparse o podía rendirse y
refugiarse en el seno de la iglesia y en la ayuda de los vecinos.

Durante la dramática huelga de Harlan de 1932, Jim Garland cantaba:

I don’t want your millions, mister


I don’t want your gold watch chain
All I want is food for my babies
Please give me back my job again.35

En 1989, en la víspera de navidad, Mary Logan reflexionaba:


Me gustaría, mira –una cosa o la otra–, solo un poco de decencia. No estoy acostumbrada a
nada en especial. Solo algo, ¿no? Que cuando regreses a la noche, estés caliente, quizás te baste
con una cobija encima, en vez de tres o cuatro. Algo por el estilo.

Y luego:
Quizás me tome por loca, así como Dios existe, quisiera tener el dinero justo para comprarme
una casa decente, una casa que me permita pagar la factura de la luz, la factura de la televisión,
y comprarme ropa [para la cama], y tener vestidos para mí y para Johnny, porque, gracias a
Dios, los muebles los tengo. Para los demás, quizás no sea gran cosa, pero para mí es suficiente.
Jim Garland nunca recuperó su trabajo; marcado como comunista en la lista negra, tuvo que
irse y no volvió a Harlan en treinta años. Mary Logan jamás fue a la escuela, y su casa todavía
está fría en invierno.

35
“Yo no quiero tus millones míster, yo no quiero tu reloj de oro, todo lo que yo quiero es comida para mis
niños, por favor devuélveme mi trabajo”: James Garland, Welcome the Traveler Home. Jim Garland’s Story of
the Southern Mountains, Julia S. Ardey (ed.), Lexington, University Press of Kentucky, 1983, pp. 200-201.
CAPÍTULO 17
Esfera de lo sagrado. Entre Vallepietra y Harlan County, Kentucky

Tomemos dos historias milagrosas. La primera viene de Vallepietra. Era mi primera visita al
santuario, a mediados de los años 70; hacía entrevistas casuales y preguntaba si alguien tenía
noticia o testimonio de hechos milagrosos. Un hombre de Rieti, conductor de autobús, narra:

Conductor: ¿Qué le puedo decir…? Yo exactamente no lo vi con mis propios ojos. Es decir,
un año, será hace unos cuatro o cinco años, cayó una piedra, y había un puesto en el que
vendían recuerdos, abajo del santuario. Esta piedra, lamentablemente, cayó sobre el puesto y
mató a la persona que vendía los santos, que sería prácticamente uno de Vallepietra.
Portelli: ¿Qué pasó?
Conductor: ¿Que pasó? Desgraciadamente se deprendió esta piedra. Entonces, escuché decir
a la gente que ese no era devoto a este santuario.
Portelli: ¿Y, por lo tanto, le hizo daño?
Conductor: Y por eso le hizo daño, es decir, no solo lo hirió, se murió incluso.
Portelli: ¿Por qué no era devoto al santuario?
Conductor: Eso es lo que yo escuché decir, pero no podría explicar exactamente, porque yo
regularmente, mira, no es que venga mucho al santuario.

Este otro relato, por el contrario, viene de Wallins Creek, condado de Harlan, de la región
minera y más pobre del Kentucky suroriental, Estados Unidos. El narrador pertenece a la
iglesia Holiness, se llama Sill Leach, es un exminero, nacido en 1925; su entrevista fue
grabada el 25 de agosto de 1991. Está también presente su esposa, Nellie Leach:

Sill Leach: Y el lavavajillas se apagó, y era un lavavajillas casi nuevo. Así que ella va y dice:
“Señor”, dice, “no podemos permitirnos otro lavavajillas. El lavavajillas, mira, tú nos debes
ayudar, tú lo debes reparar”. Así es el Señor. Ella se gira, y la máquina reinició, y no se volvió
a apagar más después de que ella oró.
Portelli: ¿El Señor les reparó el lavavajillas?
Nellie Leach: El Señor lo arregló, ¿no?

Como se nota en mi pregunta –un tanto grosera e irreverente en sus intenciones, pero no
percibida como tal por los interlocutores–, la idea de que el Señor dios del cielo repare el
lavavajillas es algo que produce risa. A nuestros ojos, existe una desproporción entre lo
divino y lo electrodoméstico. De hecho, si comparamos los dos relatos nos damos cuenta de
que la principal diferencia radica en el espacio: doméstico y cotidiano en el relato americano
protestante “fundamentalista”, excepcional y consagrado en el relato católico italiano.

La historia del vendedor muerto por la roca en Vallepietra, de hecho, puede ser leída de dos
maneras. Por un lado, la podemos pensar como castigo a un pecador que se permite violar el
espacio sagrado del santuario y, además, vender sus mercancías (¿mercader en el templo? La
profanación, también en el episodio evangélico, tal vez no solo consista en la
mercantilización de un lugar sagrado, sino también en la incongruencia de ejercer una
actividad “ordinaria” en un espacio “especial”). Sin embargo, el narrador, un conductor de
autobús proveniente de Rieti, agrega que él “no es que venga mucho al santuario”: si este
fuera el significado, quizás debería tener un poco de miedo por sí mismo. Y quizás, la imagen
de una divinidad punitiva y vengativa no coincida del todo con la naturaleza renovadora del
lugar.

Una segunda lectura –tal vez más compleja, pero más sugestiva– es que, en un lugar como
Vallepietra –donde los cojos dejan las muletas y los mudos hablan–, las leyes naturales son
regularmente suspendidas. En un lugar donde (como dice la canción que cantan los
peregrinos) los bueyes caen de gran altura sobre las piedras, se levantan y reanudan su
caminar, uno esperaría que, si se te llegara a caer una piedra en la cabeza, no te hiciera nada.
El prodigio consiste en la suspensión selectiva de la prodigiosidad del lugar: normalmente,
en un espacio en el que no rigen las leyes normales de la gravedad y de la naturaleza, el
milagro sería el restablecimiento temporal de la normalidad.

Tomemos otras dos historias de milagros. Una vez más, Vallepietra; el narrador es un
peregrino de Anticoli Corrado:

Yo me encontraba allí, hace seis, siete años y vi que una niña llamó a la mamá; era sordomuda,
la llamó por primera vez “mamá” abajo del santuario. Estaba allí, justo allí cuando pasó, cuando
la niña llamó a la mamá justo debajo del santuario. Fue conmovedor porque había mucha
gente; luego nos dijeron que nos hiciéramos para atrás, atrás, atrás, y llevaron a la niña a la sala
de urgencias y allí la asistió la policía.

La segunda es en Closplint, también en Harlan County. El narrador se llama Delbert Jones,


exminero, nacido en 1930, entrevistado el 24 de octubre de 1988:

Mi hijo tenía diez años, era el pequeño de la familia, y murió en un accidente de caza. Teníamos
una heladera… ya no existe, se perdió en el incendio, pero tomamos unas fotos. Y cuando
tomaron la foto, la tomaron con la cámara. Un día nos pusimos a mirar las fotos y dije “¿qué
es esa cosa sobre la heladera?”. Miramos bien, y era Johnny. Es como una estrella, un punto
brillante, sobre la heladera. Le gustaban las fotografías, le gustaba tomar fotos, y cuando
tomaron esa él quiso quedar en ella, él quería estar, cariño mío, y apareció sobre la heladera.
Fue un milagro. La tuvimos la foto, no sé a dónde fue a parar. Pero me gustaría mostrártela.

La aparición en la heladera es tan incongruente como la sagrada reparación del lavavajillas,


pero un poco más desconcertante, puesto que en medio está la muerte y no nos podemos reír.
La foto milagrosa del muchacho muerto podría ser un exvoto; solo que los exvotos están en
los santuarios, mientras que esta imagen está en la cocina, sobre otro electrodoméstico, y en
el álbum de la familia (dando por descontado que la foto en realidad exista y no sea una
proyección del deseo y del arrepentimiento por parte de unos padres en duelo).

La diferencia entre este milagro cotidiano y la concepción italiano-católica de la relación


entre el milagro y el espacio sagrado se confirma en otro relato de Vallepietra. Toda la
narración se encuentra dominada por la deixis: el milagro sucede “abajo del santuario”, o
incluso “justo debajo del santuario”, el adverbio de lugar “allí” se repite tres veces; a los
asistentes se les pidió con insistencia que se hicieran para “atrás”. Agregaría que existe un
clima de excepcionalidad en el tiempo, el milagro es también un desagarro en el tiempo:
cuando el tiempo excepcional del milagro concluyó y la niña recuperó el habla, el control fue
restituido en la agencia del tiempo ordinario por los primeros auxilios (no se sabe si para
protegerla o para someterla a una verificación) y los carabineros.

Antes de llegar a una consideración interpretativa, quisiera agregar otro relato de Nellie
Leach, que confirma la familiaridad con estos pequeños milagros ordinarios y con estas
microintervenciones divinas en lo cotidiano.

Una vez fui a la función, vivíamos a cinco millas de la Iglesia. Fui a la función y tenía un hueco
en el tanque de la gasolina. Se salía la gasolina, poco a poco. Y cuando me disponía para volver
a casa, les dije a los demás: “Oren por mí para que yo llegue a casa”, les dije, “porque no sé si
tengo suficiente gasolina para llegar a casa”. Iba por la tercera parte del camino a las afueras
de la ciudad en dirección a casa y el auto empezó a perder velocidad, y yo empecé a orar, no
tenía dinero, no tenía forma de regresar y conseguir gasolina, todo estaba cerrado, y empecé a
rezar y dije: “Amado Dios, el auto se para aquí en plena noche y yo estoy sola, déjame llegar
al menos al pueblo, un lugar donde haya luz, no te pido que me lleves más allá”. Y tenía el pie
fijo en el acelerador, ya no tenía más gasolina, y no lo soltaba. Y, y sé que hice al menos cuatro
millas e, inmediatamente llegué al pueblo, el auto se murió. Llamé a mi hijo y le dije: “estoy
parada en un puente, me quedé sin gasolina”, dije, “llegué hasta aquí con la oración”. Y él:
“Mamá, ¿qué te pasa?”, dijo, “si Dios te trajo hasta aquí”, dijo, “te pudo haber traído hasta
casa”. Y yo dije: “Bien, yo no le pedí que me llevara a casa”, dije, “le pedí únicamente que me
llevara a donde hubiera luz. Y él me trajo hasta aquí. Me trajo donde había luz. Te dije, él
respondió a mis plegarias”.

La respuesta del hijo es sin duda irreverente, pero al mismo tiempo reverente. De hecho, su
respuesta a la madre (“si Dios te trajo hasta aquí, te pudo haber traído hasta casa”) es una cita
literal del más amado y popular de los himnos religiosos americanos, “Amazing Grace”
(escrita por el excapitán y comerciante de esclavos John Newfield, de Liverpool, en 1700,
querido tanto por blancos y negros): “Y fue la gracia de Dios la que nos trajo hasta aquí, y la
gracia nos llevará hasta casa”. El hijo de Nellie Leach se limita a citar la canción tomando en
serio la letra –porque la literalidad es generalmente la base del discurso “fundamentalista” de
lo sagrado–. Le pedí a Dios que me llevara a donde hubiera luz, y Él me llevó allí y ni un
metro más allá. Nosotros tomamos literalmente la palabra de Dios, porque Dios toma
literalmente nuestras oraciones.

Agregaría otro elemento: la diferente relación que existe con la tecnología. En el centro de
los relatos de Harlan están el lavavajillas, el refrigerador y el automóvil. La capacidad
protestante de identificar las dimensiones simbólicas en cada objeto ordinario hace que no
existan problemas con la modernidad: blancos y negros, los spirituals y el gospel, la radio,
el tren e incluso el beisbol se convierten en metáforas de la relación con Dios. Para nosotros,
quizás algún exvoto agradezca el haber escapado de un accidente automovilístico; pero el
objeto central es el cuerpo del fiel, no el automóvil. El auto queda connotado en un sentido
laico, e incluso profano, en un discurso que se refiere a lo esencial y extemporáneo, que es la
vida y la muerte.

Por lo tanto, como es diferente la relación con el espacio sagrado, también lo es la relación
con los símbolos. En Harlan County, toman literalmente el versículo de Marcos 16,15-20:
“En mi nombre echarán a los demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos
serpientes…”. En muchas iglesias Holiness toman físicamente en las manos a las serpientes
cascabel y a las copperheads, y si estas los muerden no llaman a un doctor. Si lo comparamos
con el ritual de las serpientes en Cocullo,1 estudiado por Alfonso Di Nola, allí se cubre de
serpientes la estatua de Santo Domingo, pero se eligen solamente las serpientes no venenosas.
En Cocullo, la serpiente es un símbolo; en Harlan, es un riesgo y una prueba tangible. Cuando
en “Amazing Grace” se dice que la gracia nos llevará hasta casa (y, en el relato de Nellie
Leach, hasta la luz), es en cierto sentido simbólico y espiritual; pero el punto es que,
justamente, lo simbólico no excluye lo literal y lo espiritual no excluye a lo mundano. Porque
lo mundano está impregnado de la presencia del espíritu.
Este es finalmente el significado profundo de esta diferencia cultural. La tradición católica
relega lo sagrado a una esfera aparte. Por un lado, una liturgia, especialistas de lo sagrado,
ascetas que se separan del mundo, espacios consagrados y eventos milagrosos; por el otro,
las instituciones del mundo laico, las leyes de la naturaleza y de la sociedad (los primeros
auxilios, la policía). Por lo tanto, el milagro tiende a estar rodeado, en principio, por un aura
de excepcionalidad: el lugar aparte tiene que ver tanto con la vida y la muerte como con
pruebas cruciales del ciclo de la existencia (que, probablemente, se vea en un examen
universitario, superado gracias a la especial intervención de San José de Copertino).2 En la
tradición protestante, especialmente en sus formas más radicales, lo sagrado permea lo
cotidiano: la ascesis no pertenece a los sacerdotes, sino a todos los fieles; no se practica en
rituales ad hoc, sino en el mundo de todos los días. Si queremos, esta es otra cara –la
inspirada, no la represiva– del fundamentalismo. Dios está realmente en todas partes,
incluyendo en el lavavajillas y en el tanque de la gasolina.
Ante todo, se invierte la relación entre las leyes ordinarias de lo cotidiano y la intervención
de lo sagrado. Nosotros tendemos a imaginar que el mundo se mueve por su cuenta gracias
a las leyes naturales (“causas secundarias”, situadas a modo de un “motor inmóvil”
cartesiano) y que el milagro es una suspensión temporal y local: si eres un “buen pastor”
(como dice la letra del canto sagrado de Vallepietra) y tus bueyes caen de gran altura, a estos
no les pasará nada; pero si eres un incrédulo y te cae una roca en la cabeza, e inesperadamente
en un lugar santo, te mata. El milagro se produce en el lugar santo, como en el caso de la niña
que recupera el habla, o como en la historia de la fundación del santuario de Vallepietra: este
lugar es reconocido como santo porque allí sucedió un milagro (es decir, si sucedió un
milagro quiere decir que era un espacio especial, y lo marcamos erigiendo un santuario y
convocando a él un peregrinaje). Recuerdo que cerca del pueblo de Minturno, al sur del

1
Alfonso Maria Di Nola, Gli aspetti magico-religiosi di una cultura subalterna italiana, Torino, Boringhieri,
1976. Cada año, en mayo, se celebra en Cocullo (región del Abruzzo) un antiguo ritual, que se ha transformado
en una fiesta sacroprofana. Este comienza con la caza de serpientes a finales de marzo; una vez capturadas, son
guardadas y alimentadas hasta la fiesta religiosa. En ella se recuerda al monje benedictino Santo Domingo,
patrón de los dientes y protector de las mordidas de serpiente y de la rabia. La mañana del evento, en la iglesia
dedicada a él, los fieles tiran con los dientes cadenas, según la creencia, para mantener la salud de los mismos,
y luego hacen fila para recoger la tierra bendita que se encuentra en la gruta detrás del nicho del Santo; esta
tierra es usada en las casas para la protegerlas de malos espíritus, se dispersa en los campos para evitar las
plagas o se disuelve en el agua y se bebe para combatir la fiebre. Finalmente, sacan la estatua de Santo Domingo
por las calles de Cocullo y allí los fieles comienzan a enredarle decenas de serpientes inofensivas y a
acompañarle con cantos hasta el fin de la procesión [N. de la T.].
2
Fraile italiano, santo de la Iglesia católica. Considerado patrón de los viajeros de avión, los aviadores, los
mentalmente discapacitados y los estudiantes en exámenes [N. de la T.].
Lacio, presuntamente apareció el rostro de Jesús sobre la puerta de una casa: en el lapso de
pocos días, el lugar se convirtió en un espacio de peregrinaje, oración y adoración.
Nadie fue a peregrinar delante del refrigerador de Delbert Jones o del lavavajillas de Nellie
Leach. De hecho, en el imaginario religioso de la América profunda, las cosas son al
contrario: el milagro no es la ruptura de la cotidianidad, sino su misma esencia. En otras
palabras, para nosotros es un milagro si se nos abre la tierra bajo los pies; para los fieles de
Harlan, el milagro es que la tierra no se abra. Porque si la naturaleza tuviera su curso, todos
nosotros descenderíamos de inmediato al infierno por nuestros indecibles pecados,
personales y originales; y es solo la permanente intervención de Dios la que impide que esto
no suceda, o al menos lo aplaza. Nuestra vida es como cuando un malabarista tiene en el aire
las bolas a punto de caerse, pero que siempre las vuelve a lanzar; o como cuando en la iglesia
tomas en la mano una serpiente y la manipulas, así como cuando tienes la vida en las manos
en la permanente presencia de la muerte. Especialmente en Harlan, más conocida como “la
sanguinaria”.
Annie Napier (Cranks Creek, Harlan County, 16 de octubre de 1996): Porque cada vez que uno
va a la mina, cuando entra allí todo el tiempo con esta cosa, “Hey, este podría ser el último
minuto”. Y está el que lleva cuarenta años o más, cada día, ¿entiendes? Si uno dura quince,
veinte años en la mina, es un milagro. Y después se muere de neumoconiosis sin ni siquiera
darse cuenta.
Es literalmente un milagro, y no una manera de hablar. La primera vez que fui a Vallepietra,
me encontré con un grupo de obreros de la SNIA de Rieti quienes unos meses atrás habían
ido a la gran manifestación metalmecánica de Roma: era como si estuvieran jugando en dos
ruedas distintas, la laica de la lucha y la sacra de la gracia. En Harlan County, las dos cosas
son inseparables. Afirma Delbert Jones: “Si no fuera por el sindicato, no tendríamos
medicinas, no tendríamos asistencia. Mi esposa necesitaba una silla de ruedas, no la
habríamos conseguido. Por supuesto, también tenemos al Señor de nuestro lado”. Incluso un
contrato es un milagro, como un lavavajillas reparado. Al final de la película Harlan County,
USA de Barbara Kopple (Oscar como mejor documental en 1977), los mineros victoriosos
cantan “Amazing Grace”: “Y fue la gracia la que nos trajo hasta aquí, y la gracia nos llevará
a casa”.
CAPÍTULO 18
Como si fuese una historia
Narraciones personales de veteranos e historia oral de Vietnam 1

1. Guerra y relato

Narro la historia como si fuese una biografía,


como se hacía antes,
siempre en relación con la política,
con la vida social.
Alvaro Valsenti, obrero, Terni, 8.9.19822

Afirmaba Valtèro Peppoloni, obrero de Terni: “Mira, yo fui un joven fascista: si es la historia,
uno debe decir lo que era y lo que no era”. Más que la objetividad de los hechos, el narrador
se refiere a la subjetividad personal: “lo que fue” no significa que haya sucedido en la historia,
sino lo que él fue, lo que le sucedió en ella. Con esta premisa de método, dio inicio al relato
de sus memorias de la guerra de España, combatida desde la parte equivocada. 3
La guerra como evento y la historia oral como discurso comparten el hecho de ser terrenos
sobre los cuales la experiencia personal de la “biografía” se cruza con el acontecer colectivo
de la “historia”: esta se presenta como acontecimiento personal de individuos concretos y, a
la vez, como participación individual en acontecimientos generales. En la historia oral, el
narrador articula recuerdos, reflexiones, relatos personales en el diálogo con un interlocutor
que se empeña en reconstruir un hecho colectivo; por tanto, lo invita a enfatizar en los modos
en los que su vida se cruza con la historia y en cómo su ámbito privado se enlaza con lo
público, con la política y con las instituciones. La historia oral le ofrece a narradores,
generalmente oscuros y anónimos, una toma de palabra legítima a partir del hecho de contar
su propio involucramiento en hechos públicos reconocidos. La guerra –bien combatida en el
frente, bien sufrida en las ciudades bombardeadas– es uno de los momentos en los que estos
cruces son particularmente evidentes y violentos, y es quizás esta una de las razones de la
persistencia y omnipresencia de las historias de guerra.4

1
“Come se fosse una storia. Narrazioni personali dei reduci e storia orale del Vietnam”, en Stefano Ghislotti y
Stefano Rosso (eds.), Vietnam e ritorno. La “guerra sporca” nel cinema, nella letteratura e nel teatro, Marcos
y Marcos, Milano 1996; en Primapersona. Percorsi autobiografici, nro. 8, 2002; “As though It Were a Story:
Versione of Vietnam”, en The Battle of Valle Giulia, óp. cit., pp. 161-179.
2
Alvaro Valsenti (1942), obrero, Terni, 18.10.1982.
3
Valtèro Peppoloni (1916), obrero, Terni.
4
Para el cruce entre modalidades personales, comunitarias y ético-políticas en el relato de historia oral, véase
“‘The Time of My Life’: Functions of Time in Oral History”, en The Death of Luigi Trastulli and Other Stories,
óp. cit., pp. 59-76, y aquí en el capítulo 2, “La Muerte de Luigi Trastulli”.
En este capítulo trataré de ver en qué modo el cruce entre biografía e historia y entre
identidades individuales e institucionales se expresa en los relatos de los veteranos de la
guerra de Vietnam. Me serviré para este fin sobre todo de dos colecciones de entrevistas:
Nam, a cargo de Mark Baker, y Bloods. An Oral History of the Vietnam War by Black
Veterans, a cargo de Wallace Terry.5 Se trata de dos obras con enfoques esencialmente
periodísticos, en donde las fuentes orales son, no obstante, tratadas con una sensibilidad
simpática y con una voluntad de escucha que recuerda a veces al mejor Studs Terkel, pero
sin una atención específica hacia los problemas metodológicos que plantea la historia oral.6
En ambos textos la calidad dialógica de la entrevista es redirigida hacia la forma del
monólogo, como si los narradores se dirigieran directamente a un lector implícito e
impersonal antes que a su entrevistador u oyente empírico. Sin embargo, mientras que Bloods
conserva la integridad distintiva de las historias personales y designa a los narradores con
nombre y grado, Nam prefiere mantener el anonimato y subdividir las sesiones de las
entrevistas en capítulos temáticos en los que es posible reconstruir, al menos, algunas
historias personales. Se trata, por tanto, de dos modalidades bastante distintas del uso de las
fuentes orales: mientras que Bloods introduce la experiencia de Vietnam en la biografía de
cada individuo, Nam apunta, por el contrario, a la reconstrucción de una historia colectiva,
compartida y, por lo tanto, anónima. Podríamos decir que en el primer caso la historia oral
está orientada a la biografía y en el segundo a la historia. En el plano narrativo, el efecto de
Nam es el de un flujo de eventos que se arrastran detrás de los residuos de la experiencia,
mientras que el efecto de Bloods es el de repetirse con variaciones de experiencias todas
diferentes y sin embargo iguales.7
Lo que queda claro es que la historia oral no es un “testimonio” de los hechos, sino una
“construcción” hecha de palabras por parte de los investigadores y curadores, y también por
parte de los narradores o “testimonios”: los unos y los otros se esfuerzan, por medio del
lenguaje, en darle forma y significado a la experiencia y al recuerdo. Por lo tanto, trataré el
tema no tanto en los términos de las afirmaciones explícitas o de los episodios relatados, sino
refiriéndome a los pliegues del lenguaje, a los niveles implícitos en los que se oculta la
dimensión subjetiva de la relación entre lo particular y la historia.
De lo que se deriva una última consideración preliminar. Lo siguiente no es una
interpretación de la guerra de Vietnam, sino la interpretación de dos interpretaciones
construidas, a su vez, sobre la nebulosa de las interpretaciones, implícitas o explícitas, de los
narradores. Esto no significa que lo que sigue no tenga sentido, significa que su sentido
consiste en contribuir no tanto a una historia de los eventos, sino a una historia de cómo estos
han adquirido un significado para quienes los vivieron y para quien los relata.

5
Respectivamente Abacus, London, 1982 y Ballantine Books, New York, 1992 (1984). En el texto serán citados
con la inicial y el número de página.
6
Véase en particular S. Terkel, The “Good War”. An Oral History of World War Two, Ballantine Books, New
York, 1984. Un texto clásico de historia oral sobre una historia de guerra es R. Fraser, Blood Spain. An Oral
History of the Spanish Civil War, Pantheon, New York, 1979.
7
Confrontando estos dos textos a los modelos italianos, podríamos decir que Bloods utiliza un enfoque similar
al de Nuto Revelli (por ejemplo, en Il mondo dei vinti, Einaudi, Torino, 1977), mientras que Nam está
organizado de modo similar a La vita offesa, el libro a cargo de A. Bravo y D. Jalla sobre la historia y la memoria
de los sobrevivientes en los campos de concentración nazis (Franco Angeli, Milano, 1987). Los dos ejemplos
italianos son, sin embargo, más conscientes de la problemática del método.
2. Pronombres personales: ciudadanos y reclutas

No soporto que alguien del gobierno venga aquí


a decirme qué debo hacer”.
Cliente del Wagon Wheel Café, Strong City, Kansas.8

Cuando el blanco te mandó a Corea, tu sangre


la derramaste. Te mandó a Alemania, y derramaste
tu sangre. Te mandó al Pacífico a combatir con los japoneses,
y derramaste tu sangre.9
Malcolm X

Refiriéndose a la experiencia italiana, Antonio Gibelli escribe: “Con la consolidación de los


Estados nacionales, la conscripción obligatoria y luego la formación de los ejércitos de
masas, el ingreso en la institución militar y la participación en la guerra se convirtió en un
elemento fundamental en la vida de las masas cotidianas, un tránsito central de la relación
campesinos-estado, ruralidad-ciudad”. Particularmente, en la Primera Guerra Mundial “las
clases subalternas experimentan por primera vez en una forma un tanto extendida, profunda
y totalizante la presencia de esa potencia extraña que es el Estado”, en el ámbito de un
acontecimiento que “coincide con la primera experiencia generalizada de la modernidad”
incluso en sus aspectos gestionales y tecnológicos. 10
En los Estados Unidos, como sabemos, las “masas cotidianas” jamás existieron: la tradición
liberal-democrática planteó la cuestión de la ciudadanía, en otros términos, centrados ante
todo en la orgullosa independencia individual del Estado, simbolizada por el mito de la
frontera y bien expresada en el cliente del Wagon Wheel Café de Kansas. Por un lado “yo”
y por el otro “el gobierno”: es decir, sentir al Estado como una presencia “extraña”, más en
el sentido de neutral distancia que en el de hostil injerencia.
Justamente esta actitud es la que hace todavía más articuladas las paradojas del discurso de
Malcolm X. Por un lado, él se dirige expresamente a una parte de la población, los
afroamericanos, quienes fueron marginados del pleno goce de esta ciudadanía individual y
quienes también tuvieron que soportar el peso de las guerras; pero más allá de sus
intenciones, también le habla indirectamente a esos orgullosos individualistas blancos que no
quieren recibir órdenes del gobierno, pero que siempre están listos para regimentarse y
derramar su sangre y la de los demás cada vez que el gobierno los manda a la guerra. En el
plano ideológico, esta contradicción se anula mediante la sustitución del Estado por la nación:
la guerra no se combate en nombre del “gobierno”, sino de la nación, de “América”. No
obstante, es el gobierno quien articula los fines de América, y combatir por América significa
entrar a formar parte de una máquina gobernativa: en el plano narrativo, la temática

8
Cit. en W. Least Heat-Moon, Prateria, Einaudi, Torino 1994, p. 64.
9
Malcolm X, “Message to the Grassroots”, en Malcolm X Speaks, Grove Press, New York, 1982, p. 7.
10
A. Gibelli, “Per una storia dell’esperienza di guerra dei contadini”, en R. Botta, F. Castelli y B. Mantelli
(eds.), La cultura delle classi subalterne fra tradizione e innovazione. Atti del Convegno di Studi. Alessandria
14-16 marzo 1985, Alejandría, Edizioni dell’Orso, 1988, pp. 85-102.
antiburocrática, la ironía y el resentimiento hacia el brass y la jerarquía recurrente en
canciones y relatos son también una expresión de este contraste. En un plano más profundo,
la contradicción es vivida también a nivel personal y se expresa en los pliegues lingüísticos
del relato. Tomemos un fragmento de una entrevista que forma parte de Nam, en la que el
narrador describe lo que tanto Baker como Gibelli definen como una “iniciación”: el
enrolamiento.
Estamos allí un par de horas. Estás de civil y te tienen allí un par de días. Te sientes como una
mierda. Cuando te hacen salir marchando, de un momento a otro se va por los números, ya no
tienes más cabellos. No sabes ni siquiera quién eres… (N, p.14)
La figura clave es el pasaje del pronombre personal de la primera persona del plural “we”, al
pronombre impersonal de la segunda persona (plural y singular) “you”: “We’re in there…
you’re in your civilian clothes…”. Es a través del uso de pronombres que la narración
organiza la relación entre el sujeto y los acontecimientos: como ha enseñado Philippe
Lejeune, la autobiografía se define como tal, justamente, por la correspondencia de la primera
persona y por el nombre del autor, narrador o protagonista. 11 Cuando, en un relato
autobiográfico, los pronombres y las personas gramaticales (sobre todo en inglés, idioma en
el cual, a diferencia del italiano y el castellano, estos siempre son enunciados) comienzan a
fragmentarse y a multiplicarse, esto es un indicador de que está en juego la identidad.
Un notable ejemplo lo encontramos en una canción popular entre los soldados de Vietnam.
También aquí se comienza en primera persona, con la memoria de una identidad personal y
civil que corre el riesgo de ser perdida: “I walked away from freedom and the life that I had
known” [Yo me alejé de la libertad y de la vida que conocía]. El enrolamiento implica el
encuentro con una entidad impersonal e implícitamente hostil, designada en tercera persona
y que manipula la conciencia: “they set my mind for war” [ellos me predispusieron la mente
para la guerra]. Al término del proceso, el narrador es asimilado en la institución y repite las
palabras de orden en la primera persona del plural: “freedom is our mision” [la libertad es
nuestra misión]. La contradicción entre el inicio y el fin (¿cómo se hace para tener la libertad
como misión si esta misma libertad fue despojada desde el inicio?) está medida en el plano
narrativo desde el proceso iniciático y en el plano lingüístico desde el pasaje de la primera
persona del singular a la primera del plural, mediado al tiempo por la alteridad de un “they”
anónimo y tercero.12
Los narradores de Nam y de Bloods usan sistemáticamente la primera persona del singular
en la parte de sus relatos que se refiere a la vida antes del enrolamiento y de la guerra, clara
formulación autobiográfica del ciudadano libre que dice “yo” y de un sujeto narrativo que
pide hablar de sí: “Yo era sustancialmente uno de esos estudiantes que hacía lo más mínimo
para aprobar. Solo me interesaban las fiestas. Antes de tener dieciséis años ya había ganado
un montón de torneos…”, relata Haywood T. Kirkland (B, p.109). La primera palabra de
Nam es “I”; de los primeros diez párrafos narrativos del primer capítulo, nueve comienzan
con el pronombre de la primera persona del singular.

11
Ph. Lejeune, Le pacte autobiographique, Seuil, Paris, 1975.
12
C. Rosenberg, “Boony Rat Song”, del CD In Country: Folk Songs of Americans in the Vietnam War, a cargo
del Vietnam Veterans Oral History and Folklore Project, Flying Fish records, 1991, FF 70552.
Con la elección de enlistarse, el sujeto se introduce en un proceso colectivo y se adhiere a
una identidad compartida. Nam insiste explícitamente en la temática iniciática y, sobre todo,
en las expectativas en este sentido de los jóvenes reclutas: “Yo era joven e inocente, y tenía
la idea de que alistarse era lo justo para un americano”; “Los marines me ayudaron a crecer.
Yo me convertí en adulto en Vietnam”. Es a través de la guerra que los reclutas esperan
convertirse en hombres: “de una forma o de otra, en cada generación en la que hubo guerra,
alguien de la familia de mi padre había ido… cuando era chico siempre estaba este discurso…
Esto es lo que un hombre hace en su vida” (N, pp. 12-3), pero al final del proceso de
enlistamiento, en vez de encontrar su propia identidad, los reclutas sienten que han perdido
algo: “cuando llegas al final del proceso, sientes que te convertiste en la cosa más terrible
que jamás haya caminado sobre la tierra. Cuando te llaman marine en la ceremonia de
juramento te salen lágrimas en los ojos. Estás completamente adoctrinado” (N, p.17).

Un primer cambio narrativo es el pasaje del singular al plural (“We’re in there”), que describe
un proceso en el que el narrador es integrado con los demás. Pero, como también se ve en la
última cita, el signo de esta crisis de identidad es la irrupción de una forma narrativa insólita,
el relato en segunda persona: “Cuando entras en el ejército… te infunden miedo para
obligarte a hacer cosas”; “Te hacen disparar. Nunca te levantas en la mañana como la gente
normal” (N, pp. 15,16). También Haywood T. Kirkland pasa directamente de la primera
persona del singular a la segunda del impersonal, sin siquiera atravesar la mediación de la
primera persona del plural, en su propio relato de enlistamiento: “apenas llegas al campo de
entrenamiento en Fort Jackson, South Carolina, ellos buscan cambiar tu personalidad.
Transformarte de una mentalidad civil a una mentalidad militar” (B, p.109).
La narración en segunda persona es una forma de la ambivalencia: el “tú”, de hecho, funciona
no solo como pronombre dialógico dirigido a la situación empírica de la entrevista, sino
también como pronombre impersonal que designa la crisis de identidad individual del
narrador al interior de un proceso colectivo en una rutina repetitiva. Por ejemplo, como
afirma Elena Spandri, el uso del “‘tú’ objetivante” en los relatos de los militantes del
movimiento estudiantil italiano de los 90 “representa una extensión simbólica de los límites
que trascienden el discurso puramente autobiográfico en una gama de posibilidades
colectivas”: tanto en la forma de “situarse en relación con el mundo” como “en una especie
de desorientación, en la dificultad de recomponer el interior y el exterior de la identidad”.13
Sin embargo, lo central no es tanto la segunda persona en sí, sino su relación móvil con las
otras: la segunda persona asume un significado propio porque interviene en un relato
autobiográfico que se presume estructurado por las otras figuras gramaticales y por la
subjetividad. Una novela totalmente construida en segunda persona, como Bright Lights, Big
City de Jay McInerney, no parece un diálogo, sino un monólogo, en el cual el lector es
invitado a “ponerse en el lugar” del narrador únicamente para compartir la
autoconmiseración: narrarse en segunda persona significa pedir ser reconocido. En la
situación de entrevista, la combinación entre la segunda persona empírica dialógica y la
segunda persona impersonal le sugiere al interlocutor la invitación patética de ponerse en el

13
E. Spandri, “Non puoi sempre dire tutto a tutti. Storia di un’intervista”, en M. Arcidiacono et al., L’aeroplano
e le stelle. Storia orale di una realtà studentesca, Roma, Manifestolibri, 1994.
lugar del narrador para sentir sobre sí los efectos de una experiencia de despersonalización
que no se puede narrar, sino únicamente vivir o imaginar.
El pasaje a la segunda persona, impersonal y patético ambos, tiene lugar en el momento en
el cual el ciudadano pierde su identidad transformándose en soldado, y acompaña el pasaje
de sujeto presente (“We’re in there”) a objeto de un poder anónimo designado con el
inquietante pronombre de la tercera persona del plural (“they march you out”). La pérdida de
la primera persona va acompañada de la simbólica y concreta desposesión de las prendas, el
pelo, la mente y el nombre: “no sabes ni siquiera quién eres”. Es significativo que, en el
Message to the Grassroots, Malcolm X recurra a la segunda persona tanto para apostrofar a
los oyentes como para articular una metáfora de renuncia a la posesión de sí y a la entrega en
las manos de otros.
Es como cuando vas al dentista y este te saca un diente. Tú te resistes cuando comienza a tirar.
Entonces él te rocía en la mandíbula una cosa que se llama novocaína, para hacerte creer que
no te están haciendo nada. Y tu estas allí sentado con toda esa novocaína en la mandíbula y
sufres –pacíficamente–.14
Variando las personas gramaticales, los veteranos modulan –cada uno a su modo, pero con
procedimientos reconocibles– el énfasis y el punto de vista: narran en primera persona hasta
el momento del enrolamiento, tendiendo a pasar primero al plural y después a la segunda
persona para describir el impacto con el ejército, se fragmentan en múltiples posibilidades al
relatar la guerra y retoman la primera persona con el regreso a casa –pero para relatar no
tanto el orgullo de la ciudadanía, sino la soledad, la desadaptación y la falta de comunicación:
“Yo los miraba, y ellos ni siquiera me escuchaban” (N, p. 201)–.
Un ejemplo bastante articulado de esta dinámica es el relato de Harold Bryant en Bloods (pp.
22-4). Las secciones sobre la vida antes del servicio militar son, como siempre, en primera
persona y fuertemente identificadoras: “a los nueve años me agujereé la oreja izquierda…
Imagínate como se burlaban de mí en la escuela porque llevaba un arete. Pero yo sentía que,
de esta forma, de alguna manera, llevaba la tradición africana. Me iría al ejército llevando la
marca de los guerreros africanos de los cuales desciendo”. Bryant no narra la fase del
enlistamiento, lo que le permite mantener la primera persona hasta el momento del arribo a
Vietnam; sin embargo, el efecto alienante se realiza de la misma forma, con el pasaje de las
formas activas a las pasivas de los verbos, como si el sujeto se hubiese convertido en objeto
en las manos de otros: “Hice el entrenamiento de base y el entrenamiento avanzado en
infantería en Fort Leonarwood, Missouri… Fui enviado a An Khe…”. Más que en el
momento del enlistamiento, la iniciación para él tiene lugar en el campo; y es aquí donde
ubica la canónica transición del yo al nosotros y al tú:
Yo era uno de los refuerzos.
Nosotros sondeábamos las minas, las iluminábamos, desarmábamos y hacíamos explotar las
minas antipersonas. Si veías un hilo en la tierra, podías hacerte una idea de la situación.
Entendías dónde estaba la mina…
Toda la descripción del trabajo de desminado prosigue en segunda persona: se trata de un
momento de peligro en el cual se roza con la pérdida de la presencia individual; sobre todo,

14
Malcolm X, Message to the Grassroots, óp. cit., p. 12.
se trata de un procedimiento en el que salvar la vida no depende de la iniciativa personal,
sino de la capacidad de seguir instrucciones estandarizadas.
No es casual que la primera persona del plural retorne inmediatamente después, tanto para
expresar la solidaridad colectiva del pelotón como para rechazar las consecuencias de la
ejecución imperfecta de los procedimientos: “Nosotros perdimos tres chicos porque hicieron
las cosas de apuro y se equivocaron en el contacto”. Ante esta crisis, vuelve a ser importante
el papel del individuo, y Bryant se convierte nuevamente en el protagonista singular en
primera persona: “Una vez tuve que sacar a uno de una mina… excavé con la bayoneta todo
alrededor de la mina… Le dije que iba a tratar de desactivarla…”.
Antes incluso de narrar la guerra, Bryant narró el regreso. También en esta parte prevalece
la primera persona, pero no es el “yo” orgulloso del chico de gueto lleno de ideas. Es la
primera persona de quien no tiene un “tú” al cual dirigirse ni un “nosotros” por los cuales
hablar: “en fin, empezaron a preguntarme cómo era realmente. Y cuando yo trataba de
explicárselos veía que después de un rato ellos se interesaban. Así que dejé de hablar de eso”.

3. Adjetivos posesivos: negros y americanos

Imagínense un negro –“¡Nuestro Gobierno!”–. Nuestra


marina –este es un negro que ha perdido la razón,
un negro que ha perdido la razón–.
Malcolm X15

Habíamos renovado la marina. Surgieron los primeros barcos


que llevaban el nombre de grandes personajes negros. El primer almirante
negro. El diez por ciento de los centros de formación de reclutas estaba
reservado para las universidades negras.
Teniente coronel William S. Norman (B, 237)

La relación entre guerra y ciudadanía se complica aun más en el caso de los afroamericanos.
Por un lado, y como lo denuncia Malcolm X, la exclusión de los derechos de ciudadanía
convierte en absurda la participación de los negros en la guerra, ya que se libra en nombre de
la libertad en un país en donde no son plenamente libres. Por el otro lado, su participación en
las guerras –desde los batallones afroamericanos en la guerra civil hasta el general Colin
Powell en la guerra del Golfo– fue uno de los canales por los que los afroamericanos
reivindicaron su ciudadanía y obtuvieron un acceso limitado a ella.
Al comienzo de la guerra civil, Frederick Douglass reclamaba el enlistamiento de tropas
negras como prueba de patriotismo y de la manhood (“humanidad” y “virilidad” juntas) de
su pueblo: “Llámense a las armas a los esclavos y a los hombres libres de color… para formar
un ejército de liberación que levante el estandarte de la emancipación marchando en el sur”. 16

15
Íd.
16
F. Douglass, “Black Regiments Proposed”, en Philip S. Foner (ed.), The Life and Writings of Frederick
Douglas, Vol. III, New York, International Publishers, 1950, pp. 94-5. Véase también D. Blight, Frederick
Más tarde, Paul Laurence Dunbar escribía odas en honor a los soldados negros que habían
combatido en Cuba y W. E. B. Du Bois veía la participación en la Primera Guerra Mundial
como una confirmación de los derechos de ciudadanía, en el mismo momento en el que se
debatían las formas de discriminación y segregación: “Hemos conquistado el derecho de
combatir por la civilización al costo de ser segregados e insultados”.17
Existen bastantes testimonios de extrañamiento y de protesta por parte de los soldados
afroamericanos; más de uno de los veteranos se politiza, al menos por algún tiempo, como
reacción a la experiencia de la guerra (véase, por ejemplo, el relato de Reginald Edwards,
B, pp. 14-5). Pero se trata de relatos predecibles, que no hacen más que confirmar las
expectativas de un imaginario de oposición que siempre parece no darse cuenta del todo de
la complejidad de la estratificación de la cual está compuesta la subjetividad afroamericana.
Nos comportamos como aquel oficial vietnamita que interroga al coronel Fred V. Cherry,
afroamericano prisionero de guerra:
Era un excelente interrogador. Había leído un montón de novelas y conocía la literatura negra.
Había leído Raisin in the Sun [de Lorraine Hansberry] e Invisible Man [de Ralph Ellison]. Sabía
más que yo sobre Malcolm X. Y estaba al corriente del pensamiento de Stokely Carmichael.
Absolutamente. Stokely les ayudaba trasmitiendo desde Radio Hanoi.
Armado con este conocimiento, el vietnamita cree poder convencer al prisionero para que
tome posición en contra de la guerra: “no comprendía por qué no podía estar de su lado, del
lado de otra raza de color”. “Sigo siendo todavía un oficial de los Estados Unidos”, contesta
Cherry, “siempre tuve en mente que representaba a veinticuatro millones de americanos
negros… No puedo hablar en contra de mi gobierno o avergonzar a mi gente” (pp. 339-41).
My govemment: podríamos afirmar con Malcolm X que se trata de “un negro que ha perdido
la cabeza”, pero no es el único. Uno de los personajes de Nam es un musulmán negro que
comienza diciendo “¿por qué debía ir a combatir por el sistema cuando mi gente estaba en el
caos a causa del sistema?”, o bien “si tengo que tomar un fusil, quiero tomarlo y dirigirlo en
contra del sistema” (pp. 18-20). Pero, a medida que es asimilado en la guerra, siente que “ya
no era el musulmán negro revolucionario de antes. Me había convertido en uno de los chicos”
(p. 49); “Estaba orgulloso de ser negro. Pero también estaba orgulloso de ser un marine”
(p. 166). Y no sabe qué responderle a la chica vietnamita que, mientras la violaba antes de
masacrarla, le pregunta: “tu eres negro, ¿por qué me estas haciendo esto?” (p. 149).
Los relatos en los que los combatientes afroamericanos expresan una identificación colectiva
(en la primera persona del plural) con América y una plena participación en la guerra se
convierten, por tanto, en problemáticos e interesantes en la medida en que estos contradicen
los esquemas y las expectativas. Tomemos el relato de Archie Biggers, subteniente:
Reconozcámoslo. Somos parte de América. Aunque se cometieron injusticias, no hay ninguna
razón por la cual no debamos ser parte del sistema americano. No creo que porque mi abuelo

Douglas’s Civil War. Keeping Faith in Jubilee, Baton Rouge, Louisiana State University Press, l989, pp. 148-
74.
17
W. E. B. Du Bois, “An Essay Toward a History of the Black Man in the Great War” (1919), en Writings,
New York, The Library of America, 1986, p. 819. Véanse también las páginas sobre este tema en la
autobiografía de Du Bois, “Dusk of Dawn”, en Writings, óp. cit., pp. 735 y ss.: “¿Por qué íbamos a querer
combatir por América o con los amigos de América, y cuánto podríamos contar sobre el hecho de que los
enemigos de América fueran también enemigos nuestros?”.
o mi abuela hayan sido esclavos yo no deba tomar las armas para defender las consignas
contenidas en la Constitución de los Estados Unidos. (B, p. 135)
Arthur Woodley Jr., quien fuera el encargado de darle el tiro de gracia a un compañero de
armas herido de muerte, explica: “Matar no era el problema. El problema era matar a otro
ciudadano americano, a otro GI” (B, p. 291). Se trata, por tanto, de un problema de
ciudadanía: paradójicamente, mientras que los libres americanos blancos renuncian a su
ciudadanía entrando en la máquina-ejército, los menos libres americanos negros la
reivindican yendo a combatir por la patria. “Yo soy un americano negro”, afirma Robert L.
Mountain, “y si digo que soy un americano negro, entonces tengo que estar listo para
defender mi país cuando son invadidos sus límites. No puedo gozar de todas las libertades a
las que tenemos derecho en América y llamarme un negro americano y decir que esta es mi
tierra sin estar dispuesto a defenderla en tiempo de guerra o de necesidad” (B, p. 373). La
pertenencia está formulada en los clásicos términos de la ideología americana: derechos y
libertades, bienestar y modo de vida (“Económicamente, los negros en América tienen más
dinero que en Canadá o México”, Reginald Edwards, B, p. 17). Poco importa que nadie esté
invadiendo América, ni que los canadienses estén en realidad mucho mejor que los negros
americanos. Tomados en conjunto con la arenga de Malcolm X, estos relatos que usan
desenvueltamente el posesivo para definir la relación con América, esbozan una paradoja:
América no les pertenece plenamente a los negros, pero los negros le pertenecen a ella.
Continúa Robert L. Mountain:
Para ellos [muchos blancos], este no es mi país… Pero la bandera ondea afuera de mi puerta,
durante todo el día. ¿Todos los días soy un americano negro? Y mi país ¿es este?, ¿y esa es mi
bandera? Le digo siempre a mi esposa: que alguien intente quemar mi bandera. (B, p. 373)
Esta identificación en primera persona (“we”, “our”, “my”) con América es también
cuestionada por algunas contradicciones. La primera, y quizás la más importante, es la
percepción de cómo esta identidad “americana” colectiva se ve de alguna manera inducida
por la desidentificación personal. Después de la guerra, Robert L. Mountain ondea
orgullosamente “su” bandera, pero recuerda bien la alienación del primer impacto con el
ejército, lo que expresa con la alienante ruptura entre el pasado remoto y el presente histórico
y con el discurso indirecto libre –una irónica toma de distancia con la que se representa como
un sujeto dividido que repite no más que palabras y consignas ajenas–. Como la canción
arriba citada, se convierten en misioneros de la libertad solo después de haber renunciado a
la libertad.18

Y era extraño, porque ahora [al final del entrenamiento] quiero ir a Vietnam, le quiero disparar
al menos a un comunista para ver qué cara hace mientras cae. Es estúpido, y terrible, pero fue
así como ellos me programaron… Soy un combatiente americano. Sirvo a las fuerzas que
protegen la democracia y a mi país. ¡Al ataque! Hasta el final. No por entusiasmo, sino por
formación. Esta es mi profesión. (B, p. 211)
A Mountain le enseñaron que “los vietnamitas eran asesinos”. Ocasionalmente, los veteranos
negros se dan cuenta de que están combatiendo contra otro pueblo de color; sin embargo,
muy a menudo utilizan para los vietnamitas los mismos términos racistas (gooks, dinks) o
paternalistas (“papa san”, “mama san”) que sus compañeros de armas blancos (B, pp. 54,

18
Sobre el discurso indirecto libre como expresión de un sujeto dividido, véase a H. L. Gates, Jr., The Signifying
Monkey, New York-Oxford, Oxford University Press, 1988, p. 215.
59, 31; N, pp. 48-9). No es casualidad, entonces, que las dudas surjan justamente en el
momento en el que ellos se percatan de que los gooks son personas. Relata Reginald Edwards:

Así que empecé a arrastrar este cadáver por los pies. Y se le desprendió un brazo. Entonces
tuve que retroceder para buscarlo. Tuve que metérselo en los pantalones. Fue un desgaste total.
Y me puse a pensar. ¿Sabe el efecto que produce el peso? Llovía. Piense en la niebla y en los
olores que levanta la lluvia. De repente me doy cuenta de que esto es una persona, tiene una
familia. De repente ya no estaba arrastrando un gook. Estaba arrastrando a un ser humano.
Empecé a sentirme culpable. Empecé a sentirme realmente muy mal. (p. 13)
En el plano formal, la percepción del otro socava la relación con las instituciones y con la
identidad colectiva. Los veteranos afroamericanos que se percatan de los vietnamitas son
también los más propensos a tomar distancia con el we Americans y hablan de White
Americans, o incluso de Americans en general, en tercera persona: “Pobres vietnamitas.
Tantas veces humillados por los americanos” (Dwyte A. Brown, B, p. 319).19 Emmanuel J.
Holloman, quien se casó con una mujer vietnamita, trata de distinguir entre blancos y negros
en relación con los vietnamitas, y usa sistemáticamente la tercera persona:

Los negros parecían estar más de acuerdo con los vietnamitas, aunque combatían contra los
comunistas más tenazmente que los blancos… Pero creo que los negros estaban más de acuerdo
con los vietnamitas porque conocían los sufrimientos por los que estaban pasando… Cada vez
que tomaban una cosa de los vietnamitas, los negros la pagaban. Casi nunca sentías a un negro
insultar a un vietnamita. Y un negro trataba de aprender alguna palabra. Y de aprender un poco
sus costumbres, para no ofenderlos… Pero los americanos tenían otra idea. (B, p. 101)
Por último, el factor más crítico consiste en el descubrimiento del hecho de que la ciudadanía
que se porta con el uniforme no es necesariamente reconocida por los otros americanos, y
que es todavía precaria y provisoria. El relato más extraordinario desde este punto de vista
es el del sargento mayor Edgar A. Huff, pluricondecorado militar de carrera. En 1942, Huff
forma parte del primer contingente de cincuenta afroamericanos admitidos en los marines,
cuerpo de elite. No obstante, cuando se toma una licencia para ir a casa, la policía de Atlanta
lo detiene:

“¿Qué estás haciendo con ese uniforme?”. Yo digo: “Soy un marine”. Ellos dicen: “no
existe un maldito negro marine…” [There ain’t no damn nigger Marines]. (B, p. 177)

Acusado de portar abusivamente el uniforme, le son arrancados los documentos de la licencia


y es arrestado (el capitán que dirige la cárcel le confirma: Ain’t no nigger Marines, y el
capellán militar se niega a hablar con él). Pasa casi una semana en la cárcel antes de que el
derecho de un negro de poder vestir el uniforme de los Marines sea confirmado por las
autoridades. En Vietnam, ya anciano, es sometido a duras discriminaciones (“si existe alguien
que deba tener prejuicios con los blancos, ese debería ser yo”), pero narra ante todo cómo
logra superarlas y sanarlas: arriesga su vida por salvar a un soldado blanco (“Era mi
compañero. Contaba solo con eso”), habla de our men y de our headquarters (pp. 183, 181).
Relata con orgullo que, cuando se retiró, fue felicitado por una docena de generales, por el

19
Véase también a Archie Biggers: “El enemigo habría hecho cualquier cosa para vencer. Esto no podías no
respetarlo. Creían en una causa. Tenían el respaldo de la gente. Esta es la clave que nosotros los americanos
todavía no hemos comprendido” (B, 133). Con el debido respeto por los oponentes, Biggers todavía habla de
“we Americans”: su percepción de los vietnamitas sigue siendo impersonal, “the enemy”.
presidente Nixon e incluso por el gobernador de Alabama.

Todo esto no basta para hacer de él un ciudadano americano con igualdad de derechos. Tres
semanas después de la fiesta de retiro, se encuentra cenando con otros militares negros,
amigos y vecinos, a la sombra de la bandera…

En cierto momento se acercó un auto. Y cuatro marines blancos comenzaron a tirarnos bombas
de mano. Eran de esas de fósforo blanco. Lanzaron una dentro de mi station wagon
[caminoneta] y otra en el Cadillac de una de las señoras. Quizás pensaban que era el mío. Y
una golpeó el emblema de los marines que tengo sobre la puerta. (p. 184)
En un famoso debate en la universidad, Malcolm X le pregunta a su interlocutor: “¿Sabes
cómo los racistas blancos llaman a los profesores negros?”, ante el silencio del otro, Malcolm
explota: “¡Nigger!”20. Al final de cuentas, es así como también son llamados los sargentos
mayores negros en los Marines: interrogados, los hostigadores explican que “no se
percataban de cómo era posible que un negro viviese tan bien, sentado en el exterior
comiendo sobre un césped bien cuidado, bajo la bandera americana que iza cada mañana”.
Huff comenta: “el cuerpo de los Marines no tomó ninguna acción contra ellos” (pp. 184-5).

“Combatí treinta años para el Cuerpo de los Marines –insiste Huff– y siento que parte de esta
tierra sobre la que camino me pertenece, especialmente la que es de mi propiedad”. Sin
embargo, el derecho a decir “esta tierra es mi tierra” y a llamar “mía” a la bandera americana
sigue siendo algo controvertido y provisional.

No. América ni siquiera me dio la bienvenida a mi regreso. No a mí como negro. Quizás le


dieron la bienvenida al guerrero blanco cuando regresó a casa. Pero la historia del guerrero
negro, aparte de Bloods, jamás ha sido contada. Seguimos siendo hombres invisibles. (Harold
Bryant, B, p. 364)
El sargento Robert L. Daniels, también mutilado en Vietnam, concluye combinando
irónicamente la alienante segunda persona de la ideología oficial con la ironía de un
pronombre posesivo sistemáticamente negado: “esperan que combatas por tu país. Y luego
vuelves a casa. Pero ¿dónde está mi país cuando vuelvo a casa? (B, p. 282).

4. Puntos de vista: la memoria y el juicio

¿Quieres escuchar una auténtica historia de guerra? Yo a Vietnam


la comprendo únicamente como si fuese una historia. Como si no me
hubiese sucedido a mí.
Epígrafe de Nam por M. Baker, p. 1

Cuando tú has estado ocho o nueve meses, un año en la montaña,


bajas y ya eres prácticamente una bestia. No existen santos.
No eres un hombre normal… Bajabas de la montaña,
con un odio continuo, seguían la guerra y las armas.
Esperabas siempre el disparo en la espalda: entonces siempre

20
A. Haley (ed.), The Autobiography of Malcolm X, Harmondsworth, Penguin, 1968, p. 392.
estás cargado de tal forma que antes te puedas poner en línea,
no es fácil, no es fácil.
Mario Filipponi, partisano21

Now I’m going back to my country


Resume the life that I led
My wife thinks it’s really silly
To put sandbags around my bed.
Bull Durham, “Danang Lullaby”22

“Davis hacía pequeñas cosas locas. Si tenían oro en la boca este se los sacaba, porque recogía
oro. Había reunido una pequeña colección de dientes de oro… Cada vez que veía a un gook,
lo perseguía. Era muy valiente” (B, p. 54). “Armstrong era inescrupuloso, chicos, totalmente
sin escrúpulos. Una noche [matamos dos vietcong] Armstrong inmediatamente comenzó a
cortarles las orejas y a metérselas en la mochila. Luego le cortó la cabeza a uno, y puso todo
dentro de la mochila” (B, p. 116). “Luego Emo sacó nuevamente su bolso. Tiró de los
cordones amarillos y lo abrió. Vertió los dientes humanos sobre la mesa”. Los primeros dos
relatos de arriba son los recuerdos de los veteranos de Vietnam; el último proviene de una
novela, Ceremony, de Leslie Marmon Silko, ambientada en los años de la Segunda Guerra
Mundial, pero contigua a Vietnam por su fecha de publicación (1977).23 Este enfoque atrae
nuestra atención tanto por las raíces históricas de algunos de los horrores de Vietnam como
por el desmembramiento de los cadáveres como metáfora de toda esta experiencia.

También por esto, al inicio de Nam, e inmediatamente después del primer fragmento
narrativo, Mark Baker sitúa un relato que asume una función anticipadora sobre este tema.
Un veterano relata cuando, como estudiante de medicina, encontró un cadáver a quien alguien
por broma le había cortado un dedo; para continuar el juego, le aserró todo el brazo y se fue
a dar una vuelta en el auto, al termino de la cual colocó el pedazo de cadáver en la mano del
revisor a la entrada de la autopista. Expulsado de la escuela de medicina, una semana después
recibe la orden de enlistarse (N, p. 6). Simétricamente, la escena culminante al final de
Ceremony es una repetición, por parte de los veteranos, de las escenas de desmembramiento
en las que habían participado en la guerra: “Pinkie le sostuvo la pierna y Leroy cortó el vórtice
por debajo del pulgar… tenían una bolsa de papel… y el papel marrón comenzaba a
disolverse en torno a los pedazos sangrantes de piel humana…”.24

El desmembramiento de cadáveres es una expresión de una violencia que no nace únicamente


con la guerra de Vietnam, y que de hecho no se limita ni siquiera a la experiencia de la guerra;
sin embargo, en los relatos de los veteranos vuelve obsesivamente como sinécdoque de los
horrores de la guerra y como metáfora de la desintegración de la identidad y de la humanidad
de quien los comete. En este relato de Harlan County, Kentucky, el narrador comienza
contraponiendo el “they” consigo mismo, pero después de la pregunta este hace una cosa
insólita en el inglés y casi imposible de hacer en el italiano: omite sistemáticamente los

21
Mario Filipponi (1924), obrero, partisano, Piediluco (Terni), 3.9.1982.
22
“Ahora que regreso a mi país, retomo la vida que dejé; pero mi esposa piensa que es tonto poner sacos de
arena alrededor de mi cama”: B. Durham, “Danang Lullaby”, en el disco In Country.
23
L. M. Silko, Ceremony (1977), New York, Penguin, 1986, p. 60.
24
Ibíd., p. 252.
pronombres personales, como si quisiera dejar en suspenso quién es el que hacía las cosas
que él narra. Solo después, declara finalmente “yo lo hice”:

Will Gent:25 Tomado el cuchillo, cortadas sus bolas, sacadas afuera, una bota sobre el intestino,
metidas en la boca, hízoles tragarlas [Took a knife, cut his balls, pulled ‘im out, stuck him, hit
him in the gut, sticked him in there and made him swallow...]. Cortadas las orejas, y cortadas
las costillas desde la espina dorsal, arrancada la carne, y ellos estaban vivos, tortura, pesada,
¿comprendes? Esto lo hice. Pero no me gustaba, para nada. No me gusta ni siquiera ahora.
Muchas veces después de volver a casa tenía pesadillas…

En la guerra, a los seres humanos se les permite, se los alienta y a veces se les obliga a
cometer actos inhumanos: la diferencia biográfica entre el yo narrante y el yo narrado se
convierte en traumática cuando el sujeto, en tiempos de paz, debe reconstruir su subjetividad
en tiempos de guerra. “Eres prácticamente una bestia”, recuerda el partisano italiano,
rememorando el nivel elemental de existencia al que se vio reducido; “Fui a Vietnam como
un chico ingenuo de dieciocho años. Antes de cumplir diecinueve, me había convertido en
un animal”, narra Arthur E. Woodley Jr., soldado de Vietnam (B, p. 283): “cuando volví a
casa tres meses después, también mi madre me tenía miedo”. Pero no es únicamente su madre
la que no consigue reconocerlo; es él mismo, como muchos otros, quien no consigue
reconocerse en el protagonista de los hechos que relata.

Entonces, en aquella época había un juego que se llamaba Guts. Tripas. Era cuando le daban
el prisionero a una compañía y todos se ponían en fila y le hacían cualquier cosa. Había chicos
nuevos en la compañía que jamás habían visto a un soldado norvietnamita muerto. Y el oficial
les pedía que se pusieran en la fila. Si no le hacían nada, quería que de todos modos pasaran en
frente y se quedaran mirándolo.
Y es así como se juega Guts.
Entonces, desnudaban al prisionero y lo ataban a un árbol. Todo el pelotón se ponía en fila. Al
menos doscientas personas.
El primero tomó una bayoneta y le picó un ojo. Puso la bayoneta en la esquina del ojo y se lo
sacó. Allí me quedé asombrado al ver cuán grande era un ojo.
Luego le rebanó una oreja. Y lo golpeó en la boca con la 45. Le rompió los dientes y se los
sacó.
Luego le cortaron la lengua. Lo cortaron por todas partes. Le derramó insecticida encima. Le
irritaba todo el cuerpo y la piel se le empezó a poner blanca.
Al final perdió el conocimiento. (B, pp. 55-69)

Es lógico que el desmembramiento del prisionero vietcong comience con el ojo, porque toda
la escena se basa en la mirada: el oficial también obliga a los reclutas renuentes a mirar. El
acto de mirar sanciona la complicidad de los torturadores, mientras que el enceguecimiento
del torturado parece sugerir la vergüenza de ser observado. De hecho, en todos estos relatos
el punto de vista es doble: “en fin, estaban estos cadáveres. Naturalmente, mis hombres les

25
William Gent (1948), Kidlav, Harlan Co., Ky., 10.10.1996. Véase aquí el capítulo 4, “La entrevista de historia
oral y sus representaciones”.
cortaban las orejas. Le sacaban las orejas y se las ponían en el cuello. Llegan la CBS y la
United Press, y los cadáveres no tenían orejas…” (N, p. 49). Lo que los soldados hacen
“naturalmente” es insoportable si se mira con los ojos y con las cámaras de quien luego lo
verá desde lejos del campo de batalla. Por eso hay que ocultarlo.

Miradas, espejos, cámaras fotográficas aparecen a menudo en Nam para representar el


desdoblamiento del punto de vista entre el acto de mirar el horror y el horror de mirarse a sí
mismos o de ser observados. Después de una masacre, “sacaron todas las cámaras Instamatic
y las lámparas de flash y empezaron a sacar fotos. Tenía una extraña sensación, como de ser
proyectado fuera de allí… Lo veía como una pantomima, en cámara lenta” (N, p. 113). La
fotografía aliena la masacre con la luz del flash, la objetiva reduciendo a los perpetradores a
espectadores; pero también constituye una apropiación del gesto consumado: los
masacradores-fotógrafos “sonríen con una gran sonrisa de alegría”, y es también el narrador
el que se encuentra “embriagado por toda la operación” (N, p. 113).26 Y es, sin embargo, la
mirada del narrador que mira a los otros mirar a través de la Instamatic la que evoca el
extrañamiento del punto de vista desdoblado, anticipando la escisión autobiográfica entre el
sujeto narrado y el sujeto narrante.

El desdoblamiento de la mirada puede también tomar formas aún más inquietantes. Mirando
sus ojos en un espejo, un soldado se percata de no ser la persona que era cuando llegó a
Vietnam y de haber recibido de la guerra una nueva identidad que no reconoce: “Había otra
persona en la habitación. Me sorprendió mucho, porque no escuché entrar a nadie. Entonces
me di cuenta de que estaba mirando un espejo y que no había reconocido mi reflejo, ¿ese era
yo?… había cambiado. Jamás me había visto así. Ahora tenía la misma mirada en los ojos”
(N, p. 81). Cuando se vuelve a casa y hay que volver a ser el mismo de antes y cambiar de
nuevo la mirada en los ojos, las imágenes a menudo se vuelven insoportables; verlas significa
arriesgarse a ser nuevamente arrastrado al pasado: “[mi esposa y yo] empezamos a mirar el
álbum de fotos, y me puse como loco. Comencé a tirar cosas por todas partes. Golpeé a mi
esposa en la cabeza con una botella llena de cerveza… me puse como loco cuando vi las
fotografías de ese álbum. Perdí la cabeza” (N, pp. 222-3).

Mientras torturaban a un prisionero, narra otro veterano, “posamos por turnos con una
bayoneta apuntada contra él… comenzamos a posar y tomamos fotografías” por veinte
minutos mientras la víctima moría. “Pensándolo bien, me da vergüenza eso. Me alegro de
que no tengo ninguna de esas fotos” (N, p. 139). De las fotografías impresas se pueden
deshacer, pero las imágenes fijas en la memoria son más persistentes. Los relatos de los
veteranos contienen, por tanto, una variedad de procedimientos, de fórmulas y de metáforas
que les sirven tanto para hacer frente a esas imágenes como para establecer la distancia y la
relación entre las acciones de entonces y la memoria de hoy.

El procedimiento más común consiste en subrayar la pérdida de la capacidad de decidir. La


modalidad más absolutoria es aquella que descarga todo en el contexto: todos lo hacíamos,
estábamos obligados a hacerlo. El uso de la segunda persona enfatiza tanto la característica
de la rutina de los episodios narrados como el efecto de despersonalización que se deriva de

26
No es necesario mencionar ahora el uso de las fotografías-trofeo por parte de los torturadores de Abu Grhaib
en Irak.
esta. En uno de los casos, estos procedimientos confluyen en una extraordinaria imagen de
pérdida de la voluntad, la del zombi: “Todos los días sales en patrulla. El servicio de
información dice que están afuera; por lo tanto, tú sales a pie, atravesando pequeños
triángulos geométricos. Vas a este punto de control, vas a ese punto de control, vas de aquí a
allá. Un día después del otro, un día después del otro. Te sumerges en una rutina que te apaga
el cerebro, y después te conviertes en un puto zombi” (N, p. 65). Otro narrador insiste en las
presiones del contexto y la disciplina, hasta esbozar una variante heterodirecta del tipo
“obedecía órdenes” nazis: “Cortar las orejas era algo que alentaban –cortar la nariz, cortar el
pene a los hombres–. A una mujer le cortas lo senos. Te alentaban a hacer este tipo de cosas…
Los oficiales esperaban que tú lo hicieras… Estaba en otro ambiente y tenía que actuar a su
manera”. Sin embargo, más allá de las presiones exteriores, es difícil escapar al recuerdo del
involucramiento personal. Y es este mismo narrador quien al final pasa decididamente a la
primera persona, con una conclusión, quizás, irónica: “después de dos semanas de estar allí,
comencé a cortar orejas. Llevaba un collar de orejas. Era la señal de que yo era un soldado
capaz” (N, pp. 50-1).

La misma contigüidad de la presión ambiental, del horror personal y la interiorización de los


“valores” militares emerge en el relato de un veterano al que sus compañeros lo obligan a
superar el asco y el horror por la muerte exhortándolo a romper a patadas el cráneo de un
cadáver ante los ojos de todos:

Ahora estoy pateando. Golpeo y golpeo y todo un trozo de cerebro comienza a salirse por otra
parte. Mierda. Pensaba que me iba a morir cuando vi realmente lo que estaba haciendo. Pensaba
que me iba a morir. Comencé a vomitar, pero no tenía nada más que botar. Tenía espasmos
vacíos. Dios, era para morirse. Trataba de tomar agua para poder botarla. No servía de nada.
La primera persona y el presente histórico reflejan vívidamente el estado de ánimo de
entonces y la subjetividad del yo narrado. El narrador se representa como ya dividido en el
momento en que se mira desde el exterior en el curso mismo de la acción; pero ni el tiempo
de la historia ni el tiempo del relato consiguen una toma de distancia explícita. Si tenemos
que buscar el juicio moral, debemos hacerlo en los pliegues del relato o en los movimientos
de los pronombres y de los verbos. De hecho, al pasaje citado le sigue un homenaje a los
compañeros que lo indujeron a realizar este gesto: “Eran hombres serios que se esforzaban
en lo que hacían”, y por ello sabían que superar el horror por la muerte era el único modo de
sobrevivir. Sin embargo, más adelante el narrador deja intuir que el costo de esta
supervivencia es la supresión de la propia humanidad: “Me digo, estos de aquí son
profesionales, pero están locos. ¿Cómo puedo recordar las cosas que hicieron?”. Mucho más
revelador que la combinación entre profesionalismo y locura es el extraordinario juego de
pronombres: el uso del “they” y del “you” sirve para eludir la pregunta real y, por tanto, no
dicha: “¿cómo puedo yo recordar las cosas que yo hice?” (N, pp. 47-8).

También en estos relatos la clave se encuentra en la relación entre el sujeto y el


acontecimiento, implícita en el uso de los pronombres personales. El nivel más simple
consiste en mantener todo en tercera persona, atribuyendo el hecho a los demás y sacándose
del relato: “Bueno, esos blancos algunas veces tomaban la cadena de la chapa de perro 27 y la
llenaban de orejas… Había dos que recuerdo muy bien, que tenían doce” (B, pp. 29-30). Sin
embargo, la honestidad narrativa (“si es la historia, uno debe decir lo que era y lo que no
era”) finalmente impone llegar a un acuerdo con el propio rol (“esto yo lo hice”). La
oscilación de los pronombres sirve entonces para instituir una relación, de continuidad o de
oposición, entre la responsabilidad personal y la responsabilidad compartida.

Pensamos ¿qué sentido tiene matar a una mujer si hace dos semanas que no te diviertes? No la
atamos, porque es incómodo seducir a una mujer cuando está atada. Por lo tanto, la teníamos
abajo quieta. Ellas no llevaban eso que nosotros llamamos ropa interior. Por lo tanto, no había
nada después de que le arrancabas los pantalones. Estaba completamente desnuda excepto en
la parte de arriba del cuerpo. Pero no era la parte de arriba del cuerpo lo que buscabas. Nos
dimos cuenta de que estaba embarazada. Luego la violamos (B, pp. 297-8).
Aquí el narrador, Arthur E. Woodley, oscila entre la primera persona y la segunda persona.
Dice haber participado solo indirectamente (“yo giré la espalda, lo que me hacía tan culpable
como a todos los demás”), pero la primera persona confirma su participación, hasta fundirlo
en la acción colectiva: “la teníamos abajo quieta… Luego la violamos”. La segunda persona,
por el contrario, lo distancia, sugiriendo la rutina repetitiva, incluso más horrible, pero menos
personal: lo hacían todos, no era yo mismo cuando lo hice. Es un procedimiento que Woodley
usa sistemáticamente. En otro episodio, comienza en primera persona (“una vez llegamos a
un pueblo…”), pero cuando el pelotón abre fuego contra la población inerme pasa
inmediatamente a la segunda persona: “Automáticamente en una situación de combate
sientes que tu vida está amenazada, entonces abres fuego contra cualquier cosa, contra
cualquier cosa que se mueva. Era algo repentino, no lo podías parar. Estabas entrenado de
este modo”.28

Sin embargo, en el episodio de la violación la relación es más profunda. Después de haber


utilizado a la mujer por cinco días, el pelotón decide matarla para que no se convierta en
espía. “No creo que la matáramos por maldad. Pienso que la matamos porque no queríamos
ser atrapados”. La oscilación ocurre ahora entre el “yo pienso” narrante y el “nosotros
matamos” narrado: en este espacio irrumpe la subjetividad individual que reclama la
responsabilidad personal también en la acción colectiva. Es la misma inmersión temporal en
una identidad de masa sobre la que se basa Moby Dick de Melville: “Yo, Ishmael, era uno de
esa tripulación; mis gritos se habían elevado con los de los demás, mi juramento se había
fundido con los suyos…”. Trascurre mucho tiempo antes que Ishmael, pasando del nosotros
al yo, de la emoción colectiva al juicio individual, se arriesgue a decir: “yo era horriblemente
consciente de algo fatalmente equivocado”. 29

Antes de que Woodley llegue a decir lo mismo, también pasa un tiempo; sin embargo, el

27
Dog tag: chapa metálica que todo soldado lleva colgada al cuello mediante una cadena; su uso principal es la
identificación del soldado en caso de ser herido o muerto. Informalmente conocida como chapa de perro, se la
asocia con las chapas metálicas empleadas en los collares de las mascotas [N. de la T.].
28
En el original, Woodley comenta: “That’s how you’re trained”, que significa “es así como te entrenaron”.
Sin embargo, train también se usa con el propósito de apuntar un arma: es como si, bajo el significado más
evidente, el narrador dijera “es así como te apuntaron”.
29
Melville, Moby Dick, óp. cit., pp. 276, 53.
relato lo comprime en una rápida transición. Diciendo “yo pienso” en el presente, el narrador
señala no ser más, ahora, la persona que en aquel tiempo hizo esas cosas. Desde ese momento,
el relato nuevamente está dominado por la primera persona del singular, la misma que pone
en escena el redescubrimiento de sí como sujeto dotado de voluntad y de juicio:

Después de un tiempo, la cosa comenzó a producirme verdadero fastidio… porque era yo quien
comandaba. Era el responsable de un grupo de animales; por lo tanto, yo era el más animal de
todos. Permitía que estas cosas sucedieran. Había aprendido a no preocuparme por ello. Y no
me preocupaba.
Cuando veía a mujeres a las que les ensartaban botellas de Coca-Cola en el vientre, yo no hacía
nada. Cuando me enteré de que otro reparto había violado a una mujer y que después le había
insertado una M-16 en la vagina y luego habían apretado el gatillo, yo no dije nada. Y cuando
vi que un GI pisoteaba un feto después de que una mujer embarazada fuera asesinada en una
emboscada, yo no hice nada. ¿Qué podía hacer? Era una bestia.
El relato de Woodley contiene las dos metáforas más comunes del distanciamiento narrativo:
el animal y la máquina. Esta última está implícita en el adverbio “automáticamente”: una
figura de la mecanicidad que evoca la aplicación irreflexiva del entrenamiento, pero también,
y en mayor profundidad, la transformación del sujeto en apéndice del arma automática que
porta. Son las mismas figuras usadas por el ex Black Muslim de Nam: “después de que la
violamos, le quitamos la virginidad, después de que le disparamos en la cabeza, ¿comprendes
lo que digo?, literalmente comenzamos a saltar encima del cuerpo… Todos se reían… Es
como cuando se ve a los leones alrededor de una cebra recién muerta”; y después el “bautismo
del fuego” con el fusil en mano: “Era una cosa automática. No pensaba. Era espontáneo” (N,
p. 49).

Todas estas metáforas –el animal, la máquina, el zombi– hacen énfasis en el borramiento de
la subjetividad. La figura que las resume a todas, la más extrema y la más absolutoria, es la
de la locura:

Yo recuerdo haber pensado algo muy loco, que yo soy Dios y que había llegado el juicio, en la
forma de mi metralleta y de los cohetes que disparamos… Es en este punto en que comienzas
a comprender de qué se trata un genocidio… Pero de una forma oscura me daba cuenta de que
puedes tomar a cualquiera en las circunstancias adecuadas y convertirlo en una mayoría de
asesinados. Eso es lo que era yo. Estas cosas yo las hice. Absurdo. Era totalmente absurdo.
(N, p. 105)
No obstante, este sentido de omnipotencia, casi divina, también es algo a lo cual es difícil
renunciar: “Debo admitir que me gustaba matar. Sentía un gran estremecimiento cuando
estaba allí… Era una cierta alegría que te venía al momento de matar, una ebriedad que es
difícil de explicar” (N, p. 144). Admitiendo el haber participado en actos de tortura, un
narrador comenta: “Había todo tipo de implicaciones sexuales. Dominio. La misoginia de la
guerra…” (N, pp. 152-3). A continuación, el recuerdo se vuelve más ambiguo: la sensación
embriagante de omnipotencia que se deriva de la posibilidad de matar y de violar a otros
seres humanos puede convertirse en la parte más inolvidable de la experiencia:

Pero en Vietnam, te dabas cuenta de que tenías el poder de tomar una vida. Tenías el poder de
violar a una mujer y nadie te podía decir nada. Ese sentirse como un dios cuando estabas en el
campo. Era como si fueras un dios. Podías tomar una vida. Podía cogerme a una mujer. Podía
golpear a cualquiera sin tener consecuencias. Era sentirse como un dios al que uno podía dejar
salir en Vietnam. (N, p. 134)
Básicamente, a mi me gustó Vietnam. Fue la parte más vívida de mi vida. Me gustaba la
anarquía que había. Tú hacías las leyes, ¿comprendes? Nadie te rompía las bolas. ¿Sabes qué
se siente caminar de a doce por la calle, armados hasta los dientes y saber que el que te dispare
está en problemas? Vives cada momento… Cuando regresé a América, te digo un pequeño
secreto, hice un montón de robos. Porque quería esa cosa. (N, p. 217)
Si, como lo sugiere el esquema de Baker, Vietnam es también una experiencia de iniciación,
entonces el trabajo de la memoria y del relato puede consistir no solo en el distanciamiento
de aquello en lo que se ha convertido, sino también en el de buscar seguir siéndolo, dando
continuidad al yo forjado en la guerra. Si la guerra ha conferido una identidad, ¿cómo es
posible aceptar perderla de nuevo? ¿Y tolerar una nueva fractura traumática del yo?

De esto habla Ceremony: de la dificultad, para quien han sido animal, máquina, zombi, Dios
omnipotente, para dejar de ser y transformarse nuevamente en ser humano (o al menos en
ciudadano). Los veteranos indios se emborrachan con cervezas y con historias, buscando
perpetuar el tiempo en el cual podían matar hombres amarillos y poseer a mujeres blancas.
Continúan la guerra por otros medios –y el relato es uno de estos– hasta que transforman sus
recuerdos en una ceremonia de “magia negra”, la cual reproduce las escenas de
desmembramiento vividas en la guerra. Existe, sin embargo, una diferencia: Tayo, el
protagonista, mira este ritual de muerte estando fuera de él; ha compartido las mismas
experiencias, pero ahora su mirada es la de quien ve el propio horror y el de los demás y se
niega a participar. Es tentado a intervenir y a matar a los asesinos para salvar a la víctima,
pero se contiene para interrumpir la espiral de masacres. Por tanto, la diferencia está entre
quien acepta como definitivo el yo que la guerra le ha dado y quien reconoce la fractura y
trata de restablecer una armonía con la naturaleza y con la comunidad. Era un animal, afirma
Woodley: como si dijera “ahora soy de nuevo una persona”, o como Tayo y a diferencia de
Emmo. “Empecé a recuperar algunos valores… cambié. Dejé de usar las orejas y los dedos”.
Por lo menos hasta la próxima guerra.

Recordando los episodios de tortura sobre mujeres y civiles en los cuales participó, un
veterano concluye:

Lo siento. Lo que más me hace sufrir es que mi propia humanidad fue puesta en discusión, mis
valores, mi sentido de mí mismo como personal moral, justa… La guerra me tomó las medidas.
No solo a mí, sino a mí y a mi cultura. (N, p. 152)
CAPÍTULO 19
La forma oral de la ley: el proceso 7 de abril y la historia1

... el presidente de la Corte, Severino Santiapichi, tuvo que explicar


varias veces al testigo de la acusación e imputado Mauro Borromeo que él debía
relatar “su” verdad en la corte porque le hablaba al pueblo y no a los jueces, y porque el
proceso era allá, en la corte, y no en la instructoría.2 “Si no, comprenda, hubiéramos llevado a cabo
el proceso por escrito.”
Rossana Rossanda, “Il processo e l’istruttoria”, Il Manifesto, 29.3.1983

El juez Severino Santiapichi sabía lo que estaba haciendo al defender la oralidad en el proceso
penal. La distinción entre oralidad y escritura, de hecho, marca dos fases en la historia del
proceso: la forma inquisitorial, basada (en palabras de Giovanni Leone) en el “desarrollo del
proceso según los principios de la escritura y del secreto”, y en la identidad entre el juez y la
acusación; y la forma acusativa, que se desarrolla “según los principios del contradictorio
(con la evidente posición de igualdad entre los dos contendientes, la oralidad y la
publicidad)”. En el sistema vigente de Italia, “el proceso, por lo general, se lleva a cabo en
dos fases, cada una corresponde a uno de los dos sistemas opuestos: la instrucción, inspirada
en el proceso inquisitorio (escritura y secreto), y el juicio, inspirado en el rito acusatorio
(contradictorio, oralidad, publicidad)”.3

El 7 de abril de 1979 fue la fecha de detención de un grupo de militantes del área Autonomía
Obrera, a quienes se les acusaba de ser los responsables del secuestro del presidente Aldo
Moro (después –desestimada esta imputación– de una sucesión de delitos de violencia
política y terrorismo). En el proceso, que toma el nombre de aquella fecha, prevalece la praxis
de incorporar directamente en el juicio oral los resultados escritos en las actas de la fase de
instrucción, con el riesgo (motivado por exigencias prácticas de rapidez) de extender al

1
“Oral Testimony, the Law and the Making of History: The ‘April 7’ Murder Trial”, en History Workshop
Journal, nro. 20, 1985, pp. 5-35; “The Oral Shape of the Law: The April 7 Case”, en The Death of Luigi
Trastulli and other Stories. Form and Meaning in Oral History, Albany, New York, Suny Press, 1991, pp. 241-
69; una síntesis del texto en “El perfil oral de la ley: el caso ‘7 de abril’ en Italia”, en Mercedes Vilanova (ed.),
El Poder en la Sociedad, Barcelona, Antoni Bosch, 1985, pp. 167-183; como parte de “La memoria e la legge”,
Antigone, nro. 3-4, 1985, pp. 35-39.
2
“En el proceso penal, debido a la necesidad de determinar, con carácter previo a la interposición de la
pretensión punitiva en el escrito de acusación, los elementos fácticos que fundamentan sus elementos esenciales,
la determinación del hecho punible y la de su autor, entre la denuncia o querella y los escritos de acusación se
hace necesario efectuar el cometido propio de la fase instructora, que tiene por objeto esencial la investigación
de la notitia criminis que se ha puesto en conocimiento del Juez de Instrucción mediante los actos de iniciación
del proceso penal. La fase instructora tiene, pues, por objeto preparar el juicio oral mediante la determinación
del hecho punible y la de su presunto autor. Como dicha actividad entraña una actividad inquisitiva, que puede
comprometer seriamente la imparcialidad del órgano decisor, el derecho fundamental exigen que, a fin de evitar
el prejuzgamiento acerca de la culpabilidad del imputado, la fase instructora sea encomendada a un órgano
jurisdiccional distinto al del enjuiciamiento” [N. de la T.]. Recuperado de: <http://todo-
derechoprocesal.blogspot.com.ar/2009/04/blog-post.html>.
3
Giovanni Leone, Istituzioni di diritto processuale penale, Vol. II, Napoli, Jovene, 1965, pp. 12-13. Este
capítulo fue escrito en el año 1985; el código de procedimiento penal fue reformado en 1989, dándole mayores
garantías a los imputados en la etapa de instrucción. No obstante, la distinción entre la prevalencia de la escritura
y de la oralidad en las audiencias permanece.
interior del proceso el modelo inquisitorio y con ello subvertir la “posición de igualdad” entre
la acusación y la defensa y entre la fase escrita y la fase oral.

La escritura –afirma Walter J. Ong– favorece las abstracciones que destacan el conocimiento
de la arena en la cual los seres humanos luchan entre sí. Separa al sujeto del conocimiento del
objeto. La oralidad se sumerge en el conocimiento de la vida humana y la sitúa en un contexto
de lucha.4

Ong trata de criticar los límites de la racionalidad de las culturas orales; pero los hechos del
proceso penal –significativa “arena de lucha”– muestran que a la oralidad y a su equilibrio
con la escritura también se le confían algunas garantías de igualdad, regularidad y
democracia. Durante el proceso en Chicago de los dirigentes de la oposición radical
americana, Bobby Seale, líder del Black Panther Party, “fue encadenado de pies y manos a
una silla de metal y amordazado de tal forma que no pudiera contestar al juez ni interrumpir
el proceso. En los días siguientes la mordaza le fue reforzada”.5

Una aclaración añadida en la versión de este capítulo del año 2007: todo lo que sigue en
adelante no implica simpatía por las personas implicadas en el proceso 7 de abril o por las
prácticas políticas (o no políticas) de algunos de ellos o de sus grupos políticos, ni mucho
menos una evaluación de los resultados procesales del caso. No obstante, me he percatado
que desde entonces la tendencia de hacer y de rehacer la historia al compás de los procesos
penales se ha incrementado, y me parece que el caso 7 de abril, más allá de los específicos
resultados procesales, representó un momento crucial de transición. Reflexionar sobre los
métodos y enfoques con los que se instauró esta tendencia de delegar a los jueces el trabajo
de los historiadores sigue siendo todavía útil. 6

I. El proceso como historia

1. La teoría

… que los jueces fueran los que tuvieran que recuperar los pedazos de esta historia, o mejor
aún, que algunos de sus hallazgos arribaran y se relacionaran con la lucha armada terrorista,
era claramente lógico y previsible, justamente porque de lo que se trataba era de hacer
emerger una serie de hechos que se encontraban sumidos en la completa clandestinidad.
Pero que hayan sido únicamente los jueces, y no los historiadores o los políticos, los que
rastrearon las alteraciones generales del extremismo subversivo de izquierda, en aspectos
conocidos y públicos, es un hecho extremadamente grave y significativo, porque demuestra
la incapacidad de cierta clase de intelectuales de interrogarse seriamente sobre la crisis
presente…

4
Walter J. Ong, Orality and Literacy. The Technologizing of the Word, London, New York, Methuen, 1982,
pp. 43-44.
5
Philip S. Foner, The Black Panthers Speak, Philadelphia, J. B. Lippincott, 1970, p. 183.
6
Carlo Ginzburg, Il giudice e lo storico. Considerazioni in margine al processo Sofri, Torino, Einaudi, 1991;
véase mi texto “Rappresentazioni del processo Priebke”, en AA. VV., Priebke e il massacro delle Ardeatine,
supplemento a L’Unità, 15 de agosto de 1996.
Giuliano Scarpari, introducción a Giovanni Palombarini, 7 Aprile: il processo e la storia7

El proceso 7 de abril es también un trabajo historiográfico, tanto porque entre los hechos y
el juicio transcurre un tiempo largo, atravesado por profundos cambios culturales y políticos,
como porque la intención explícita de los inquirientes no fue solo indagar actos individuales
criminales, sino reconstruir e interpretar un movimiento y un período. Estas son tareas
historiográficas, y es justo que quien las asuma sea evaluado también desde este punto de
vista. Partiendo de esto y de los documentos fundamentales del proceso –la acusación
presentada por el doctor Pietro Calogero el 18 de mayo de 1981–, trataremos de examinar la
teoría, el método historiográfico y, en particular, el uso de las fuentes.

Así que le voy a decir –afirma Calogero, en una entrevista en octubre de 1984– que comencé
a estudiar el lenguaje de las octavillas terroristas que quedaban en los lugares de los atentados
o en las manifestaciones. Fue esa la llave maestra. Yo no compartía en absoluto la opinión de
muchos expertos que hablaban de un “lenguaje incoherente”. Y no, me decía: detrás de esto
hay una cabeza lúcida, existe un programa preciso, aunque truculento. Entonces le dije a mi
esposa: “Siento la mano de uno que sabe bastante de derecho constitucional…”. Ella se levanta
y dice: “Escucha, Pietro, ¿tú has leído algo de un tal Toni Negri? Es profesor de la universidad.
Más que clases tiene comicios. Es un cabeza caliente. Creo que harías bien en escucharlo”.8

Observa Paolo Virno, acusado:

El modelo lógico del proceso es el que describe Popper cuando dice que, una vez hecha una
afirmación, siempre se pueden encontrar los argumentos para sostenerla. Lo que nunca tienen
en cuenta es que también existen ciertas condiciones que, si se verifican, la hipótesis se
falsifica.9

Varios observadores también han hablado de una aproximación como “teorema”. Se trata,
escribió el jurista Luigi Ferrajoli, de un método histórico coherente con una forma específica,
como lo es la inquisitoria, en el proceso penal. El filósofo Massimo Cacciari, a su vez, señala
cómo la falta de pruebas se vuelve, en sí misma, una prueba de la capacidad disimuladora de
los conspiradores: escribe Calogero que “demandar pruebas concretas y hechos específicos
me parecía ingenuo y equivocado” porque, tratándose de líderes del terrorismo, su
responsabilidad por hechos individuales derivaba de su rol dirigente; por el contrario, el juez
romano Campani deduce del rol dirigente de los acusados su “demostrada participación” en
los hechos individuales.10

Los magistrados no se privaron del todo de la ayuda de historiadores profesionales. Angelo


Ventura (víctima de graves atentados por parte de los autónomos de Padua) esboza, en una

7
Giuliano Scarpari, introducción a Giovanni Palombarini, Il processo e la storia, Venezia, Arsenale, 1982, p. 8.
Tanto Scarpari como Palombarini son jueces.
8
Entrevista a cargo de Nantas Salvataggio, Corriere della Sera, p. 1, 10.9.1984.
9
Paolo Virno, imputado en el proceso 7 de abril, Roma, 14.10.1984.
10
Luigi Ferrajoli, “Il caso 7 Aprile. Lineamenti di un processo inquisitorio”, en Dei delitti e delle pene, nro. 1,
1983, pp. 167-204; Massimo Cacciari, en Il Manifesto, 6.6.1981; requisitoria del P. M. Campani del tribunal de
Roma, cit. en Ferrajoli, “Insurrezione armata a Roma svoltasi e in altre località”, Il Manifesto, 8.3.1981.
investigación en curso, algunos puntos fuertes de la hipótesis historiográfica de los
inquirientes: la extensión del término “terrorismo” en todos los actos de violencia, tanto en
cosas como en personas, del piquete duro al asesinato; la interpretación del terrorismo
definido como complot; la certeza de lo que en su instructoría Calogero definirá como
“parcialidad y complementariedad de las luchas de Poder Obrero, Autonomía Obrera
Organizada y Brigadas Rojas. Unitariedad de su diseño estratégico”. Ventura formula esta
interpretación de la historia en términos de una irónica polémica historiográfica: “¿teoría de
la conspiración? Confesamos que no nos gusta. No es historia social, ni macro ni micro, no
es ni siquiera historia de larga duración. Es brutalmente événementielle. En una palabra, no
es elegante ni está de moda”.11 Un complot no pertenece a la historia social y no se investiga
con sus fuentes y enfoques; coherentemente, Calogero adelanta la investigación a partir de
una minuciosa lectura de las fuentes escritas: octavillas, diarios y libros atribuidos tanto a los
acusados como a sus organizaciones.

2. Las fuentes

Después de 730 páginas de instructoría, el juez debe afrontar una contradicción:

Si el MRPO [Movimiento Revolucionario del Proletariado Armando] y el partido son las


entidades que hemos definido anteriormente –y sostenemos que otra cosa no pueden ser, a la
luz de los documentos examinados y de la reconstrucción general histórica del terrorismo–,
uno tiene que preguntarse por qué estas entidades, así tan definitivas, no habían hablado nunca,
hasta donde sabemos, de los denominados “TERRORISTAS ARREPENTIDOS”…12 Estos
enigmas son graves y reales, y no se resuelven en el sentido simplista que lamentablemente
prevalece hoy en día: es decir, en el sentido de que, habiendo los “arrepentidos” declarado
ignorar la existencia de las susodichas estructuras, quiere decir que no existen y que nunca han
existido.

Frente a la discrepancia entre su lectura de los documentos (las fuentes escritas) y los
testimonios (las fuentes orales), el juez decidió declarar su propia teoría de las fuentes. En
este sentido, escribe:

… La realidad debe ser en lo posible reconstruida con la ayuda de los documentos […] Las
declaraciones de los “arrepentidos” […] deben servir de complemento en aquellos espacios
vacíos donde el análisis documental no logra llegar, así como para confirmar y enriquecer los
resultados de estos análisis…
Cuando dichas declaraciones entren en sustancial e implacable contradicción con las fuentes
mencionadas, es obligatorio solicitarle a quien ha profesado propósitos de “arrepentimiento”
una versión, y determinar […] si esta contradicción tiene explicaciones en los límites reales de

11
Angelo Ventura, “Il problema storico del terrorismo italiano”, en Rivista storica italiana, vol. XCII, nro. 1,
1980, pp. 125-151. Se trata de una conferencia a la que asistió el jefe de Estado; en esta intervención, Ventura
no se refirió a la herida infligida por los atacantes. Se define historia événementielle a una pura reconstrucción
fáctica sin consideraciones teóricas o metodológicas.
12
Los “terroristas arrepentidos” son exmilitantes de la lucha armada que se convirtieron en testigos de la
acusación, a cambio de una rebaja de penas.
conocimiento del “arrepentido” […] o en complots ocultos.13

Calogero se ubica en una consagrada tradición historiográfica, que asigna a las fuentes orales
solo papales de complemento o “auxiliares”. Renzo De Felice, por ejemplo, está “convencido
de que las fuentes orales no pueden tener más que un valor secundario”. 14 Estas pueden solo
confirmar, a veces enriquecen, una verdad establecida a priori antes de que sea recogido un
testimonio: si las fuentes orales contradicen lo que el juez/historiador lee en las fuentes
escritas, entonces el testigo o es ignorante o es falso.

Es la vieja querella de la “fiabilidad” de las fuentes orales. Una querella que se comprende
solo si se tiene en cuenta la presunción de verdad que cierta historiografía le atribuye a las
fuentes escritas sancionándolas con el nombre de “documentos”. En la historiografía del siglo
XIX, escribe Paul Thompson, “la idea de que el documento no es solo papel, sino realidad,
se convirtió en una macabra ilusión gótica, en una pesadilla romántica”. “La ambigüedad
semántica de las palabras ‘documento’ y ‘prueba documental’”, observa el jurista Luigi
Ferrajoli, es tal que para la acusación (y para mucha historiografía) “estas ‘documentan’ los
hechos de los cuales se habla, y no las ideologías y los sueños de sus autores”. También
Giovanni Palombarini, en la sentencia de denuncia, señala que la acusación omite tanto la
ambigüedad intrínseca del escrito como la de, evidentísima aquí, la palabra política, “siempre
cargada de ideología, a menudo de tácticas y a veces de triunfalismo”. Toni Negri, frente a
la citación de sus escritos, recriminará “esa maldita simulación que aparece en nuestros
documentos”, lo “que da como resultado una redundancia inadecuada”.15 Así, la prensa de
Autonomía Obrera describe una manifestación en la planta Fiat Mirafiori como la “ocupación
armada de la fábrica”, acto de nacimiento del “partido de Mirafiori”. Palombarini interpreta
estas palabras como una “metáfora” jamás materializada; Calogero, como la revelación de
una estructura concreta y funcional. Bianca Guidetti Serra –miembro del equipo de defensa,
militante política e historiadora oral– sostiene que ese día no sucedió nada excepcional y que
incluso Poder Obrero ese día salió derrotado. Pero la sacralidad de la escritura hace que cada
palabra sea tomada como un hecho: si un volante anuncia la constitución del partido armado
del proletariado, esto es así; si un testigo dice que esto no sucedió, probablemente miente. 16

3. La trascripción: de lo oral a lo escrito

En la introducción de La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne escribe haber inferido la


historia que relata de un manuscrito hallado por casualidad. “Hay que tener en cuenta –
advierte– que los hechos principales son convalidados y autenticados por el documento”.

13
Pietro Calogero, requisitoria para el proceso 7 de abril, pp. 733-35. Las citas de este documento serán de
ahora en adelante indicadas entre paréntesis dentro del texto.
14
Renzo De Felice, prefacio a Sergio Zavoli, Nascita di una dittatura (1973), Milano, Mondadori, 1983, p. 6;
Giuliana Bertacchi, “Esperienze didattiche degli Istituti della Resistenza e uso delle fonti orali”, en Aa. VV.,
La storia: fonti orali nella scuola, Venezia, Marsilio, 1982, p. 44.
15
Paul Thompson, The Voice of the Past: Oral History, Oxford, Oxford University Press, 1978, p. 43; Ferrajoli,
“Il caso 7 aprile”, óp. cit.; G. Palombarini, Il processo e la storia, óp. cit., p. 50; Antonio Negri, citado en La
Repubblica, 7.6.1983.
16
Giovanni Palombarini, citado en La Repubblica, 30.10.1981; Bianca Guidetti Serra, citada en Il Manifesto,
8.5.1984.
Paradójicamente, agrega que el documento está a su vez basado en “fuentes orales” (relatos
de personas fallecidas que habían conocido a la protagonista o habían oído hablar de ella):
consciente de la jerarquía de las fuentes (como indica el irónico uso de la terminología
jurídica), Hawthorne sabe que, si hubiese recurrido directamente a las fuentes orales de
primera mano, habría tenido menos “autoridad” que con un “documento” de segunda mano,
pero escrito.17

Calogero está en la misma situación. Debe fundamentar una hipótesis historiográfica,


construida sobre fuentes escritas, a través de un proceso basado en testimonios orales. Se
encuentra así en la embarazosa posición del historiador oral reticente y reacio.

También aquí puede imitar una tradición historiográfica que se sirve de las fuentes orales,
pero que trata de equipararlas con las escritas olvidando su origen y especificidad, y con ello
asimilarlas a un modelo estándar de “documentos”. Esta transformación pasa a través de lo
que muchos historiadores que trabajan con fuentes orales reconocen como un problema no
solo técnico, sino cognoscitivo y a su modo político: la trascripción. En el pasaje de la palabra
a la página, el historiador (o el juez o el secretario) opera elecciones que –incluso en detalles
aparentemente secundarios, tales como la puntuación o la ortografía– son indicadores
significativos de la actitud mental con las que dirige esta operación. 18

En la página 629 de la investigación, el testigo de la acusación Antonio Romito relaciona los


contactos de Poder Obrero en las fábricas. La trascripción es la siguiente:

- Marghera: Petroquímica (Montedison y Chatillon);


- Pordenone: Zanussi (REX);
- Rovigo: contactos personales con el grupo de P. O. dirigido por Marzio
Sturaro, que operaba en el Adriese (Basso Polesine) en algunas fábricas y
laboratorios textiles…

La lista continúa en una página entera. Si bien el concepto de “lista” (como muestra Jack
Goody) es concebible solo con relación a la escritura, en una cultura de “oralidad secundaria”
como la nuestra es perfectamente posible exponer oralmente un elenco de nombres o de
cosas.19 Sin embargo, es probable que, en ausencia de instrumentos rítmico-mnemónicos
(como el canto, la rima, o los que se usaban para recitar las formaciones de los equipos de
futbol), una lista similar sea enunciada sin preposiciones o predicados (“en Rovigo, tenía
contactos…”), además es improbable que –oralmente– se puedan aislar los términos
individuales de la lista en la forma que la escritura lo realiza, es decir, a través del espaciador,
los parágrafos y los paréntesis, como en un documento geográfico-administrativo: “Adriese
(Basso Polesine)… Bagnoli (Napoli)…”. La estructura gráfica generada por el trascriptor le
confiere al texto la aparente objetividad de un “documento”. La abolición de preposiciones
y predicados suprime la sospecha de su origen narrativo, siempre incompatible con la

17
Nathaniel Hawthorne, The Scarlet Letter, en Malcolm Cowley (ed.), The Portable Hawthorne,
Harmondsworth, Midds., Penguin Books, pp. 323-24.
18
Giuliana Bertacchi, “Esperienze didattiche”, óp. cit.; Alessandro Portelli, “Traduzione dell’oralità”, Fonti
orali, año III, vol. 1, 1983, pp. 35-41.
19
Jack Goody, The Domestication of the Savage Mind, Cambridge, Cambridge University Press, 1977, pp. 74
y ss.
presunción de verdad objetiva del documento porque introduce el sujeto del narrador y el
proceso de la memoria. En todo esto no existe una manipulación de contenidos; de hecho, lo
que el trascriptor trata de hacer es resaltar los hechos. Pero este es el punto: la organización
tipográfica y sintáctica induce a percibir esta lista como un hecho más que como una palabra.
De este modo, realiza una implícita manipulación cognitiva.

En el testimonio de Carlo Casirati, se lee: “En cuanto al grupo de Padua, preciso que, como
lo podrán contrastar, constituía el grupo más organizado y más eficiente del total de la
Organización y que tiene como su vértice a Toni Negri” (1321).20 Ahora bien, es muy difícil
distinguir oralmente una “O” mayúscula de una minúscula; sin embargo, es un detalle
importante porque, con la mayúscula, la “O” designa a la “Organización” subversiva y
clandestina –distinta de cualquiera “organización” genérica– que, en la reconstrucción
histórica de Calogero, movió los hilos del movimiento subversivo en toda Italia. Pero que
esta “O” existiera es precisamente lo que el teorema debe demostrar; verbalizándola con la
mayúscula el transcriptor inscribe su versión de los hechos en el documento del cual debe
deducirla.

De hecho, “organización” está en minúscula, por ejemplo, en el acta de Patrizio Peci, 21


cuando habla de Negri y de las Brigadas Rojas en el interrogatorio de Turín; pero cuando lo
interroga Calogero en Padua esta se convierte en mayúscula (1327-1333).

“Tiene como su vértice a Toni Negri”: es difícil imaginar que Casirati hablase realmente en
forma tan burocrática. El hecho es que, al tiempo que este proceso era todavía vigente,
existían sospechas judiciales en contra del registrador. Las palabras del testimonio son por
tanto verbalizadas no tanto buscando referirlas fielmente, sino traduciéndolas a través de un
filtro lingüístico-jurídico que las orienta hacia el caso de relevancia procesal. 22 Nuevamente,
la interpretación se inscribe en la formación de las pruebas que deberían sostenerla. No es
casualidad que la cuestión de la precisión de las trascripciones de la investigación hayan
salido a la luz en la audiencia tanto en el proceso 7 de abril como en el proceso junio-julio
1985 en contra de la Autonomía de Padua, basado precisamente en la acusación de Calogero:
“en verdad –afirman los testigos– la trascripción es parcial”; “no trataba de decir esto”, “en
lo referente a la articulación de mi pensamiento en la transcripción, así como está hecha es
forzada”.23 Tal vez no es verdad; pero en ausencia de la grabación no hay manera de probarlo.

4. Mutabilidad de las fuentes orales, memoria y arrepentimiento

20
Carlo Casirati, proveniente de los ambientes delictivos de Milán, colaboró con Carlo Fioroni en el secuestro
de Carlo Saronio en 1975. Saronio murió en manos de sus captores, los que sin embargo pidieron y cobraron el
rescate. Después del arresto, Casirati y Fioroni testificaron ante la fiscalía. Luigi Ferrajoli, “Il caso 7 Aprile…”,
óp. cit.; Massimo Cacciari, en Il Manifesto, 6.6.1981; requisitoria del P. M. Ciampani del tribunale di Roma,
cit. en Ferrajoli, “Insurrezione armata a Roma svoltasi e in altre località”, Il Manifesto, 8.3.1981.
21
Patrizio Peci, de la columna de Turín de las Brigadas Rojas, participó en diferentes secuestros y homicidios;
fue uno de los primeros brigadistas que colaboró con las investigaciones. En venganza, las Brigadas Rojas
mataron en 1981 a su hermano Roberto.
22
A. Portelli, “I linguaggi del Tribunale: l’italiano vietato, il curiale, il tollerato”, Il Manifesto, 7.12.1977.
23
Para los casos de contestación relacionados con las trascripciones de las actas en el proceso 7 de abril, cfr. La
Repubblica, 23.3 y 1.4.1974 y Il Manifesto, 25 y 26.1.1984.
“Un testimonio –escribe Ian Vansina– es la suma de todas las afirmaciones de un informante
relativas a un mismo argumento”. Estas afirmaciones también pueden cambiar y
contradecirse en el tiempo: una experiencia de quien trabaja con fuentes orales es que las
narraciones tienen un alto grado de mutabilidad e inestabilidad. Esto deriva, sobre todo, del
hecho de que la memoria no es un acto inmediato y binario de recolección de informaciones
ya formadas, sino un proceso múltiple de producción progresiva de significados, influenciado
por la evolución del sujeto, por el interlocutor y por las condiciones ambientales. Los
historiadores orales han tenido que desarrollar un aparato metodológico y conceptual para
extraer de esta mutabilidad lo mejor que puede dar: “Las variantes son útiles –dice Vansina–
porque nos permiten evaluar hasta qué punto el informante está seguro de lo que dice y abrir
su actitud psicológica hacia el testimonio, así como -a veces- descubrir errores y mentiras”.24

Los investigadores del caso 7 de abril se enfrentaron a un problema análogo, acentuado por
la naturaleza de los testimonios de los arrepentidos; como la memoria, el “arrepentimiento”
también es un proceso más que un acto y es gradual antes que inmediato, por lo tanto, este
produce narraciones en modo gradual y progresivo. No es casualidad que los jueces del
proceso de apelación de Carlo Fioroni por el homicidio de Saronio atribuyeran sus
contradicciones a la naturaleza “compleja” de su largo camino hacia la “redención”. 25

En la investigación 7 de abril, Fioroni es un testigo cambiante en varios puntos. Primero


“sostiene” que su compañero Alberto Magnaghi participó en una reunión determinada;
después, en el arco de cuatro entrevistas, admite que no está seguro de esto. Romito, en su
primera versión acusa a Alisa Del Re de ciertas acciones, y luego afirma no estar seguro de
ello. No obstante, los inquirientes no hacen caso a esta mutabilidad siguiendo los criterios
comparativos de Ian Vansina. Ellos siempre prefieren tomar la mejor variante y la más
acusatoria: el testimonio de Fioroni sobre Magnaghi es la última, en tanto que la de Romito
sobre Del Re es la primera. 26

La mutabilidad de los testimonios de los arrepentidos toma de inmediato una forma iterativo-
acumulativa, que consiste en una repetición de la información con nuevas incorporaciones
en cada repetición. Esto se deriva del proceso memorial y de la gradual recuperación del
conocimiento, pero también de la naturaleza social del testimonio del arrepentido como acto
de intercambio. Los excomunistas americanos de la época del macartismo sabían que su
utilidad social estaba ligada a la capacidad de proporcionar informaciones siempre nuevas
(por las que, incluso, habían establecido tarifas y agencias de distribución); los arrepentidos
se encuentran en una situación bastante similar. De allí que dar nombres de forma ansiosa y
gratuita, hasta el último momento, sea lo que les otorga su estatuto a los ojos de las
instituciones. En este sentido, Michele Galati se lamenta del hecho de que su contribución
haya sido “extrañamente subvalorada”; Roberto Sandalo protesta porque “nadie me da
trabajo”: “tres años atrás éramos héroes, ahora, quizás, no más… Después de que el

24
Jan Vansina, Oral Tradition, Harmondsworth, Midds., Penguin Books, 1973, pp. 26-27.
25
Cfr. nota 19. Para la sentencia de apelación en el proceso Saronio, cfr. Il Giornale, 2.4.1984.
26
Stefano Rodotà, “La sentenza Fioroni e le accuse a Magnaghi”, L’Unità, 30.12.1981.
terrorismo, dicen, parece haber sido erradicado del país, ahora soy más clandestino que
cuando militaba en Primera Línea”. 27

5. Sincero y desinteresado: subjetividad y narración

Es una opinión generalizada en la facultad que quienes pertenecen al ámbito de AUTONOMÍA


y constituyen el punto de referencia de quienes forman parte de ella mencionan a SERAFINI
y FERRARI BRAVO, los DEL RE, los BIANCHINI (aunque en una posición más matizada)
y Toni NEGRI, considerado por todos, el líder carismático del movimiento (p. 1177)

Testimonios similares poseen un gran valor para el historiador oral: de hecho, revelan lo que
el entrevistado cree, y lo que cree que muchos creen (“una opinión difundida”). La ley
(art. 349 del código penal) le prohíbe al juez “preguntarles a los testigos, o permitir que ellos
expresen, apreciaciones personales… los testigos no deben declarar sobre voces y rumores
corrientes en la opinión pública con relación a los hechos controvertidos en el proceso”. De
hecho, al historiador le interesan tanto los hechos materiales como los mentales (creencias,
imaginarios y mentalidades), mientras que el juez debe atenerse a los hechos concretos y a
los comportamientos materiales. Es por esto que es preferible, en historia, hablar de “relato”
y de “narrador” en lugar de usar términos de procedencia procesal como “testigo”,
“testimonio” o “informador”. La exactitud factual es, de hecho, el requisito de validez del
testimonio judicial, en tanto que en la historia oral se aprovechan aquellos relatos que son
errados y de segunda mano (claramente útiles porque los distinguimos de los factualmente
verificables) y nos servimos de lo implícito y del análisis formal del relato como construcción
verbal.

El error metodológico de la investigación 7 de abril es el de intercambiar relatos por


testimonios. Se encuentran continuamente noticias de segunda mano, expresiones como “era
una opinión general”, “según lo que escuché decir”, “se dedujo que…”. Cuando Giorgio
Rovereto afirma que “algunos conocidos le dijeron que Negri daba lecciones sobre guerrilla
en la Casa del Estudiante en 1968 y 1969”, indica como fuente a los “estudiantes” que vivían
allí, pero no menciona nombres específicos. Este relato es útil para reconstruir un clima de
opinión; pero ni siquiera el más construccionista de los historiadores orales se contentaría
con esto para saber qué cosa enseñaba Negri en la Casa del Estudiante. En tal caso, trataría
de conseguir los nombres de las personas de las cuales el testigo obtuvo la noticia, y las
entrevistaría a su vez. No aparece en las actas que el inquiriente haya hecho preguntas o
dirigido algún paso en esta dirección.

27
Este es el perfil de Roberto Sandalo en Wikipedia: “Roberto Sandalo es un exterrorista de la organización
Primera Línea. Se adhirió a Primera Línea desde sus inicios. Participó en algunos atentados terroristas. El 29
de abril de 1980 fue arrestado. Su colaboración con los investigadores le permitió al Estado conocer a muchos
de los miembros de la organización terrorista”. Primera Línea es una organización armada clandestina
responsable de numerosos homicidios, fue fundada en 1976.
Del mismo modo, Antonio Romito relata que Franco Piperno28 abrió el último congreso de
Poder Obrero (Rosolina, 1972) “indicando a 1974 como el año de la insurrección” (617).
Esta propuesta se habría enfrentado con la línea de Negri, que era más “de masa”. Continúa
Romito:

Del hecho de que en 1974 no se verificó la insurrección armada auspiciada por Piperno y
además por el hecho de que las luchas obreras de masa, coherentes con el modelo de Autonomía
y teorizadas por Negri, fueron siempre más difundidas e intensas, me parece deducir que la
estrategia del Movimiento se desarrolló en los años siguientes sobre la dupla (pero unitaria)
binaria Brigadas Rojas-Poder Obrero, sin cambios sustanciales con relación al pasado. (626)

La instructoría trata como hecho acertado lo que el testigo “parece deducir”. No se le ocurre
pensar que, quizás, la tendencia de las luchas sociales en Italia pudiese tener una evolución
propia en las que las diatribas de línea entre Negri y Piperno no tenían ninguna influencia
sobre los procesos sociales reales y solo expresaban la imaginación autorreferencial de ellos,
así como la de su círculo íntimo. Es difícil imaginar que, si hubiera prevalecido en Rosolina
la línea de Piperno, la clase obrera italiana le habría dado vida a una insurrección en el año
designado por ellos. Pero Calogero toma de buena forma esta parodia de la historia porque
es políticamente coherente con una línea de metodología histórica ya esbozada por su
conciudadano Ventura: la prevalencia de la historia política con relación a la historia social
y, por lo tanto, el rol central de los (presumidos y autonombrados) grupos dirigentes, no
reconocidos por la gran mayoría de la clase obrera.

La dimensión subjetiva y el papel de la construcción verbal del discurso son particularmente


importantes en el testimonio de Fioroni. Esto explica su comportamiento, el cual se basa en
una estrategia de presentación de sí mismo que apunta más a la reconstrucción de la propia
subjetividad. Dice haberse adherido al proyecto del secuestro de Saronio por la “simpatía” y
la “aprehensión” que le inspiraba Casirati: se presentaba como el pequeño burgués de débil
voluntad, casi un plagio del duro bribón y del mal maestro, y también por su estado de “crisis
existencial y psicofísica creciente, de disociación psíquica y desequilibrio existencial”, a
causa de lo que él denomina su “compromiso e instrumentalización” (1282, 1287, 1292,
1293).

Es una estrategia recurrente la autodenigración inherente a la autopresentación típica de los


arrepentidos (también la usa, con menor intensidad, el otro arrepentido Mauro Borromeo).
El arrepentido deriva su autoridad de ser culpable; pero afirma una especie de inocencia
moral y explica sus acciones presentándose como un dulce instrumento de la voluntad ajena.
Esto justifica tanto la eventual reticencia (“el hombre que se autodenuncia y se autodemuele
necesita un último jirón de pudor para recubrir el fondo de su abyección”, escribieron los
jueces de apelación en el proceso de Saronio contra Fioroni) como la revelación: el
arrepentimiento coincide con la transición de instrumento de los demás a sujeto dueño de sí
mismo.29

28
Entre los protagonistas del 68 romano, Franco Piperno fue uno de los fundadores y dirigentes de Poder
Obrero. En la investigación 7 de abril fue acusado de ser fiel partidario del “partido armado” y se refugió durante
varios años en Canadá. Actualmente es profesor en la Universidad de Calabria.
29
Il Giornale, 2.4.1974.
La credibilidad de los testigos es, de hecho, afirmada en términos subjetivos: “valientes y
responsables”, “sinceros y desinteresados” son expresiones casi estereotipadas por su
frecuencia. Es un argumento circular: acusan porque son sinceros y son sinceros porque
acusan. Fioroni, se lee en las actas, “exponía –como corolario de un sincero y desinteresado
propósito de disociación de la lucha armada– toda una serie de circunstancias que
confirmaban plenamente y enriquecían las proposiciones acusatorias” (242). Nuevamente, la
veracidad está demostrada en el hecho de que confirman lo que se espera de ellos. Son
desinteresados porque se autoacusan; la autoacusación sostiene la acusación de los demás;
gracias al hecho de que acusan a los otros, ellos reciben un premio.

Por lo tanto, todos los testimonios que no confirman la acusación se cuestionan en términos
de sinceridad y desinterés. Los únicos arrestos por falso testimonio golpean a los testigos de
la defensa; pero también a los arrepentidos, cuando insisten en negar que Negri fuese el jefe
de las Brigadas Rojas, y se convierten de inmediato en “los llamados terroristas
arrepentidos”, protagonistas de un “supuesto arrepentimiento” que los hace sospechosos de
“encubrimiento interesado” (730, 733). No es la sinceridad la que confirma la acusación, sino
la acusación la que confirma la sinceridad.

Sobre la subjetividad de los testigos también incide la relación entre su rol y la interpretación
de la historia como complot, según las indicaciones metodológicas de Ventura.

Esta interpretación le complace a los arrepentidos, puesto que los ayuda a circunscribir y
delegar el mal del cual se arrepienten, lo que facilita la autoabsolución, y al mismo tiempo
les permite conservar la imagen heroica de sí mismos que tenían en el tiempo de la lucha
armada y que continúa en el arrepentimiento (recordemos la frase de Sandalo sobre los
arrepentidos como “héroes”). Es el mismo proceso que Christopher Lasch describe a
propósito de los excomunistas americanos arrepentidos de los años 50, cuya imagen del
comunismo como conspiración es facilitada por el leninismo elitista y vulgar que habían
adoptado antes de su conversión. 30 Así, el carácter elitista y autorreferencial del terrorismo
se adapta bien a la teoría del complot, favoreciendo los dos tipos de testimonios: el de los
dirigentes, que acentúan su propio rol (Peci casi se ofende cuando Calogero se atrevió a
sugerir que existía un nivel por encima de él), y el de los personajes secundarios, cuya su
narración está a menudo atravesada por el resentimiento en contra de los jefes de los que se
sentían excluidos.

6. La interpersonalidad de las fuentes orales: entrevista e interrogatorio

“Una afirmación hecha respuesta en una serie de preguntas –escribe Ian Vansina– debe ser
considerada obra de dos informantes: el interrogante y el interrogado. El testimonio, de
hecho, consiste tanto en las respuestas como en las preguntas”.31 El testimonio judicial, como
las grabaciones en campo, son producto de una relación interpersonal expresada en términos
de entre/vista y de inter/rogatorio. Las modalidades con las cuales el encuentro es dirigido

30
Christopher Lasch, “The Cultural Cold War”, en The Agony of the American Left, New York, Vintage, 1969,
pp. 67-68.
31
Jan Vansina, Oral Tradition, óp. cit., p. 29.
por el investigador o por el inquiriente contribuyen de manera determinante a darle forma al
relato.

El artículo del código que regula el interrogatorio –dice el abogado Bruno Leuzzi, quien asiste
legalmente a Negri en la instructoría– obliga al juez a notificar tanto los hechos imputados
como los elementos probatorios en forma clara y precisa, y, en la medida de lo posible, indicar
las fuentes. Piense usted que a Negri nunca le fue contestado ningún hecho, y por tanto él jamás
podía responder, y si de allí se verbalizaba un discurso descabellado era porque las preguntas
eran descabelladas. “¿Usted escribió esto?”, “¿usted conoce a tal?”, quizás lo conozco, pero
puesto que no es con quien yo compartí la insurgencia y no sé por qué me lo pregunta, digo no.
¿Qué sucede? “¡Si así miente en cosas secundarias, ni hablemos del caso Moro!”.32

Vansina distingue las preguntas “en donde el interrogante se limita a provocar a los testigos”
(por ejemplo: “¿quién reinó antes de Mboong aLeng?”) de las que en “la respuesta ya está
contenida la pregunta” (ejemplo: ¿antes de Mboong aLeng reinaba Shyaam?”). En los
interrogatorios parecen prevaler las preguntas del segundo tipo: “¿Negri era el jefe de las
Brigadas Rojas?” en vez de “¿Quién era el jefe de las Brigadas Rojas?”. Estas son preguntas
que, como explica Vansina, predisponen al interrogado a proporcionar “aprobaciones” en
lugar de “ideas”, “reacciones” antes que “expresiones”. También Antonio Savasta,
colaborador de la justicia, se queja ante el tribunal de que las actas de los interrogatorios “son
muy ideológicas, existen preguntas puramente ideológicas”. Como afirma Vansina, “si la
pregunta contiene materiales que necesitan ser repetidos en la respuesta”, la respuesta
consistirá en gran parte en “proyecciones de información que están en el dominio del
interrogante” (que, de hecho, en este caso buscan en los testigos precisamente
confirmaciones). Vansina concluye que “estas declaraciones son a menudo poco fiables”. 33

7. La interpersonalidad de las fuentes orales: el poder

“Da tu testimonio”, dijo el Rey, “y no te pongas nervioso, o si no te hago cortar la cabeza”.


Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas

“Cuando hice el primer interrogatorio, yo estaba muy agitado, nervioso. Estaba muy
impreciso. Cuando el doctor Calogero me interrogó de nuevo, en el 83, yo especifiqué que
la primera vez había dado informaciones sobre todo de oídas”.
El hecho es que en el segundo informe no había rastros de todo este discurso…
De la deposición de Mauro De Rossi, testigo de la acusación, Il Manifesto, 26.1.1984

Mary Chamberlain señala que, aunque muchos historiadores orales desean conferirle poder
a los sujetos con los cuales trabajan en campo, no obstante, la entrevista instaura una relación

32
Bruno Leuzzi, abogado, Roma, 16.10.1984.
33
Ludovic Lebart y Dominique Memmi, “Analisi dei dati testuali: applicazione al discorso politico”, en Atti
della XXXII Riunione Scientifica della Società Italiana di Statistica, Sorrento, 11-13.4.1984, pp. 27-41; Jan
Vansina, Oral Tradition, óp. cit., p. 29. Antonio Savasta, dirigente de la columna romana de las Brigadas Rojas,
responsable de atentados y homicidios, fue colaborador de la justicia después de 1982.
de poder del historiador con respecto a la fuente. Por lo tanto, los investigadores más
conscientes cuidan mucho las modalidades de autorrepresentación y contextualización,
privilegian la escucha abierta y tratan en lo posible de neutralizar o de revertir los efectos de
este desnivel jerárquico. 34

En el interrogatorio judicial, el desequilibrio de poder se acentúa por su naturaleza; sin


embargo, en la investigación 7 de abril no parece que se hayan hecho mayores esfuerzos por
atenuarlo o por evitar eventuales distorsiones. De hecho, los inquirientes usaron y acentuaron
este desequilibrio para orientar los testimonios. “La hábil paliza de algunos jueces que me
dejaron aislado durante casi un año”, escribe el testigo de la acusación Antonio Lombino,
“me llevó a deponer de mi militancia. Lo que se convirtió en el medio instrumental para
reforzar pruebas indiciarias contra otros”. “Si no tuviera confianza en el poder judicial”,
afirma en audiencia el testigo de la acusación Mauro Borromeo, “debería pensar que el
privarme de la libertad fue un movimiento para ejercer presión sobre mí”. El jurista Stefano
Rodotà habla de la “presión ejercida por los jueces en los testimonios de los arrepentidos
porque estas confirmaban las hipótesis acusatorias”, con “formas de intimidación” que
desalentaban la presentación de posibles testigos de descargos 35 y con “advertencias” del
tipo: “Recuerda que seré yo, el juez, el que establezca cuáles son los beneficios de los que
podrá disfrutar” como arrepentido, y te los daré “únicamente si me das los elementos para
reforzar la tesis acusatoria que me interesa”.36

La relación de poder también pasa por la facultad que el investigador tiene de decidir quién
puede fungir como fuente. 37 En el proceso 7 de abril, la acusación sigue un método de
selección de las fuentes conocido como “retículo”: cada entrevistado conduce a otro,
semejante a sí mismo. Las fuentes son, por tanto, de dos tipos: arrepentidos y conocedores
universitarios de los imputados. Raramente se concede a estos últimos el derecho de
convertirse en fuentes de la indagación: Luciano Ferrari Bravo, Mario Dalmaviva y Franco
Tommei pasaron años en la cárcel sin jamás haber oído las específicas (y cambiantes)
acusaciones que se hacían en su contra.

Por último, el poder del historiador culmina en la interpretación: es él quien dice qué
significan las palabras del entrevistado. Ennio Di Nolfo trata de protegerse de este poder
cuando le escribe a Calogero para explicarle que la “jerarquía” de la que había hablado en el
interrogatorio a propósito de Negri y de su grupo no era de tipo político-militar; sin embargo,
Calogero no toma en cuenta esta precisión. El testigo atribuye a Bianchini una posición más
“matizada”; a pesar de sus intentos de aclaración, Calogero es quien tiene el poder de afirmar
que esto no significa que Bianchini fuese menos central en el grupo, sino que era más
clandestino: “la actividad ejercida por él […] no era tan llamativa como para que fuera visible
en una primera observación inmediata” (1388, 1386, 1390). Una vez que las fuentes orales

34
Mary Chamberlain, “Power and Authority in the Collection and Presentation of Oral History Material”, en V
Colloqui Internacional d’Historia Oral. “El Poder a la Societat”, Barcelona, 29-31.3.1985, pp. 163-72.
35
En una causa penal, los testigos de descargo son aquellos testigos cuya declaración acredita la inexistencia
del delito y/o la inocencia del inculpado [N. de la T.].
36
Antonio Lombino, La Repubblica, 19.6.1980; Mauro Borromeo, La Repubblica, 25.3.1983; Stefano Rodotà,
“Il caso Fioroni e il 7 aprile”, La Repubblica, 3.3.1984.
37
Sobre las cuestiones de muestreo y selección de fuentes, Paul Thompson, “Problems of Method in Oral
History”, en Oral History, vol. 1, nro. 4, 1972, pp. 1-47.
se transforman en documentos escritos, el control del emisor sobre sus propias palabras cesa
y las palabras se convierten en arcilla en manos del intérprete institucional. Serán estas
palabras –seleccionadas, transcritas, recogidas, elaboradas e interpretadas en los modos que
hemos visto– las que constituyan la columna vertebral del juicio en la audiencia.

II. Arena de lucha. El juicio

Los detenidos del 7 de abril esperaban el juicio como una especie de liberación…
Finalmente parecía que había llegado el momento de la verdad: cuando menos el momento
en que también se escucharía su voz…
Luigi Ferrajoli, “Tredici mesi in aula”, Il Manifesto, 12.4.1984

Al inicio del proceso había una gran expectativa en los interrogatorios; esta ansiedad por
salir a la luz, para defenderse tanto política como técnicamente. Luego, bastaron los
primeros dos meses de interrogatorio para entender que no había nada que hacer, que esta
corte sacó el derecho y no admitió absolutamente nada.
Paolo Virno

El aspecto central de la oralidad en el proceso penal es la confrontación entre los imputados


y los testigos de la acusación. Vansina lo describiría como una “disputa entre informadores”;
Chaim Seligman lo incluiría entre las técnicas de validación de las fuentes orales en cuanto
“entrevistas de grupo”. Sin embargo, el desarrollo del proceso parece responder ante todo a
ese carácter “antagónico” que, según Walter J. Ong, es característico de las culturas orales y
que confiere al proceso una carga elevada de emotividad y “teatralidad”.38

Chicco Funaro fue acusado de haber enseñado sobre guerrilla a un grupo de jóvenes, quienes
después cometieron actos terroristas. En su confrontación con Marco Barbone (asesino de
Walter Tobagi, periodista del Corriere della Sera, el 29 de mayo de 1980), los observadores
destacaron la diferencia entre la “rabia y la emoción” de Funaro y la actitud “calmada y
glacial”, “gélida y un poco catedrática” del asesino arrepentido. Funaro reconstruye la
historia de su relación con los estudiantes milaneses e insiste en el afecto y la amistad (“eran
años en los que no era ilegítimo manifestar simpatías entre personas de distinta edad, ¡no era
ilegitimo! Formaba parte de una costumbre política en la que se podían superar las diferencias
de edad [sin necesidad de] adoctrinamiento”), explica que dictaba seminarios sobre las
condiciones de trabajo en la FACE Standard39 (“uno de los trabajos más bestialmente
inhumanos que jamás se hayan hecho sobre la faz de la tierra… ¡Cuando los pienso me
estremezco!”), afirma que, más allá de enseñar sobre guerrilla, trataba de desalentar los
proyectos más aberrantes del grupo: “porque existía el problema de que estos eran jóvenes,
¡señor Presidente!”. En un cierto momento, la emotividad perceptible en la voz de Funaro
molesta a Barbone:

38
Jan Vansina, Oral Tradition, óp. cit., p. 29; Chaim Seligman, “Documenting Oral History”, Kibbutz Studies,
Yad Tabenkin Efal, 11 de noviembre de 1983, pp. 10-23; W. J. Ong, Orality and Literacy, óp. cit., p. 43 y ss.
39
En 1930, la Western Electric Italiana, presente en Italia desde 1909, comienza la construcción de plantas
telefónicas, la cual se convierte en una División de la FACE (Fabbrica Apparecchiature per Comunicazioni
Elettriche, Fábrica de Equipos para Comunicación Eléctrica) con sede en Milán. A partir de los años 50, la
FACE Standard se convierte en parte de la ITT (International Telegraph & Telephone Corporation) [N. de la
T.].
Barbone: Eh, ¡tranquilo!
Funaro: Ah, ¿mantener la calma?
Barbone: ¡Usted me está gritando desde hace media hora!

Una voz desde la jaula de los imputados grita: “Pero tú estás libre, y nosotros hace años que
estamos en la cárcel”. Funaro piensa que debe justificarse: “presidente, tiene razón, disculpe;
son momentos de gran tensión emotiva también para nosotros”.40

En momentos como estos, durante todo el juicio, las voces de los imputados resonaron desde
la jaula; voces colectivas, anónimas y antifonales hacia los funcionarios. “Voces sin poder”,
dice Paolo Virno; como la de Alice, que grita “estupideces y necedades” a la reina del país
de las maravillas, voces que interfieren en un discurso que los desborda contraponiendo el
propio dramatismo al teatro ritual del proceso.

Una característica de la teatralidad judicial –escribe Milner S. Ball– es su secuencia ordenada


de intercambios regulados. Perturbar el orden puede transformar el proceso en otra cosa –tal
vez, en teatro de lo absurdo, una categoría usada en el proceso en contra del “complot” de
Chicago–.41[…] comportamientos irritables pueden significar una protesta dramática en contra
de la injusticia o una reivindicación de justicia.42

El fiscal Antonio Marini lee en su requisitoria citas de los ataques de Poder Obrero a los
jueces: “¡esos mismos que después serán secuestrados, encerrados, maltratados, y a veces
asesinados!”. Una voz desde las jaulas responde: “¡No por los acusados de este proceso!”.
Antonio Romito relata que en la reunión de Poder Obrero en Rosolina se aplaudió el secuestro
de los jueces Ettore Amerio y Mario Sossi por parte de las Brigadas Rojas. Desde la jaula
una voz irónica recuerda: “Amerio fue cuatro meses después del congreso de Rosolina, y
Sossi fue seis meses después...”. El juez hace callar inmediatamente al perturbador.43

El derecho a la palabra se convierte en materia de los mismos interrogatorios: siempre son


los acusados los que tratan de forzar las rígidas rejas de las preguntas, apareciendo (es el caso
de Lucio Castellano) “más locuaces” de lo que se les ha solicitado. Recuerda Paolo Virno:

Sí hubo forma de hablar con toda libertad. Diría que fue demasiada libertad y no por culpa de
los acusados. En el sentido de que esta reconstrucción general del haber hecho política era
considerada por parte de los jueces como un elemento ornamental, un elemento extrínseco. Y
al terminarse este relato, como un rito, comenzaba el interrogatorio, sin ninguna conexión con
ese marco histórico que se había hecho desde antes.

40
Proceso 7 de abril, sesión del 9.12.1983, pp. 41-46; La Repubblica, 10.12.1983.
41
Philip S. Foner, The Black Panthers Speak, óp. cit.
42
Milner S. Ball, “The Play’s the Thing: An Unscientific Reflection on Courts Under the Rubric of Theater”,
Stanford Law Review, vol. 28, nro. 1, 1975, pp. 81-115; íd., “All the Law’s a Stage”, Cardozo Studies in Law
and Literature, vol. 11, nro. 2, 1999, pp. 215-221. Véase también el clásico análisis de Johann Huizinga en
Homo Ludens (1939), Torino, Einaudi.
43
La Repubblica, 22.11.1983. En efecto, Amerio fue secuestrado en diciembre de 1974, Sossi en abril de 1974.
La reunión de Rosolina se llevó a cabo en junio de 1973.
“Somos jueces, no somos historiadores”, responde el juez Severino Santiapichi a los
acusados que hacen “digresiones”. Al mismo tiempo, a los testigos de la acusación se les
autoriza e invita a ofrecer amplias reconstrucciones históricas. Claramente, se trata de dos
diferentes técnicas de interrogación: prevalencia de las preguntas “cerradas” (y sin relación
con las precedentes respuestas de los interrogados) en las partes relevantes de las
declaraciones de los acusados y preguntas “abiertas” en los testimonios de la acusación.

Y emergió de manera teatral –continúa Virno– cómo el arrepentido era al mismo tiempo el más
idóneo para representar la totalidad del clima político y cultural de aquellos tiempos y el que
también portaba una información específica de los crímenes. Las dos cosas, el informe
empírico de un hecho específico y una especie de filosofía de la historia, se legitimaban
mutuamente. El testimonio de descargo y el acusado eran simplemente ridiculizados dentro de
esta circularidad.

1. Fuentes escritas

49.000 páginas de actas de instructoría, 450 liras por hoja por la primera copia “urgente” a
ser retirada en la oficina correspondiente del Tribunal. Suman veintidós millones. Para tener
otras diez copias más –una por cada cuatro o cinco defensores–, es necesario hacer unas
quinientas mil copias, es decir, unos cincuenta millones. Para las demás –siempre que haya
gente, fotocopiadoras y locales a disposición–, son necesarios por lo menos varios días.
Luego los acusados y los defensores deben leer, estudiar y discutir las actas. Y después
habría que difundir las memorias de la defensa. Y para todo esto, se teme que el tiempo
concedido (el oficial y sin prórrogas sería de cinco días) no exceda los treinta días.
Oreste Scalzone, Il Manifesto, 28.1.1981

El papel continuará acumulándose por otros tres años antes de ser llevado a la audiencia, en
donde su mero peso material arriesga con sumergir una oralidad transformada en ritual
validada por el saber de la instructoría acumulado por escrito y en secreto. Por ejemplo, el
juez Santiapichi abre el interrogatorio del arrepentido Leonio Bozzato leyéndole dos páginas
de la trascripción de su declaración hecha en la instructoría y preguntándole si confirma el
contenido de esta. En este punto, la respuesta del testigo Leonio Bozzato es un monosílabo:
“Sí”.

Es un patrón que se repite. A Bozzato no se le solicita que repita en la audiencia las


declaraciones que hizo en instructoría; las preguntas conducen siempre a las actas. En las
primeras páginas de trascripción de las declaraciones en audiencia, las respuestas de Bozzato
son solo cinco veces entre cinco y ocho líneas; las demás, alrededor de sesenta, son de una
línea o menos. El arrepentido Michele Galati repite “confirmo las actas” tan a menudo y de
manera tan inapropiada que el juez le pregunta lo que quiere decir. Él responde: “Puesto que
he visto otros procedimientos… pensaba que era una fórmula ritual”.44

El contraste acusación-defensa a menudo asume la forma de una batalla por la oralidad. “Si
debiéramos confirmar todas las actas, nosotros estaríamos aquí inútilmente, porque todo ya

44
Sesión del 22.2.1984, interrogatorio de Leonio Bozzato, pp. 1-25; sesión del 21.2.1984, interrogatorio de
Michele Galati, p. 5.
se habría escrito”, observa el abogado Pisani durante el interrogatorio de Savasta. El fiscal
replica: “Pero a mí me basta con hacer una pregunta general: Savasta confirma estas actas”.
A veces, el juez Santiapichi interviene, incluso en defensa de su propio rol: despreciar la
oralidad significa también despreciar la fase del proceso que él preside. Cuando Bozzato
contradice las actas, se produce el siguiente diálogo:

Presidente: … la realidad, la verdad, ¿cuál es?


Bozzato: La que declaré en las actas.
Presidente: Y lo que me dijo a mí ¿qué es? […]
Fiscal: [Aquí parece] que las actas hechas en instructoría no tienen ningún valor. Me
perdonan, pero debo intervenir […] Tenemos el juicio oral, que es una cosa, pero las actas de
instructoría deben ser contestadas y el P. M., naturalmente, las debe tener en cuenta.
Presidente: Después, me lo hace saber cuando pueda comenzar a hacer mi trabajo. La
audiencia se suspende por diez minutos.

Pero es una defensa ante todo formal. La audiencia continúa diez minutos después, con la
lectura prolongada de las actas de instructoría.45

Como el oráculo y el profeta –escribe Walter J. Ong–, el libro trasmite la expresión verbal de
la fuente, las personas que verdaderamente “dicen” y escriben el libro. El autor puede estar
sometido a prueba –si solo fuera posible alcanzarlo–; pero el autor del libro es siempre
inalcanzable. No hay manera de contestar directamente un texto. Después de una refutación
absoluta y totalmente definitiva, el libro dice exactamente lo mismo que antes.46

El sentido del procedimiento oral es que el testigo repita, oral y públicamente y de frente al
acusado, las afirmaciones que ha hecho ante el juez de instructoría y que este ha puesto por
escrito. En el proceso 7 de abril, el autor de las palabras más contundentes –Carlo Fioroni–
era realmente “inalcanzable”. Debido a que él no se presentó al juicio oral, su testimonio
escrito, incluso después de las objeciones de la defensa, decía “exactamente lo mismo que
antes”. Afirma Virno:
Es un testimonio, una voz oral de principios de los años 70, que fue escrita como fuente en
secreto, sin confrontaciones y sin contrapartes, y una vez que se convirtió en fuente escrita
prevaleció su eventual y ausente réplica oral. Hubo un engranaje perverso entre la voz oral del
arrepentido y las fuentes escritas. Todo lo basaron en los testimonios de Fioroni y Casirati:
Fioroni que no vino y Casirati que no respondió o lo hizo poco y mal.

2. Oratoria y silencio

Respetando rigurosamente su papel en el teatro judicial, quien lo quiere lleno de fogosidad


oratoria y con el dedo acusador constantemente apuntado, ayer el fiscal Antonio Marini
comenzó la requisitoria del proceso 7 de abril. Al menos hasta el lunes, incluso hasta el

45
Sesión del 23.1.1984, interrogatorio de Antonio Savasta, pp. 10-11; sesión del 22.2.1984, interrogatorio de
Leonio Bozzato, pp. 24-25.
46
W. J. Ong, Orality and Literacy, óp. cit., pp. 78-79.
martes, en las mañanas del Foro Itálico se escucharán las acusaciones del P. M., gritadas,
más que expuestas, en un micrófono sostenido por una pila de directorios telefónicos…
Stefano Menichini, “L’accusa apre la requisitoria”, Il Manifesto, 29.3.1984

“Por retórica en el sentido más estricto”, se lee en el manual más difundido de este arte, se
entiende “en modo particular al discurso que se pronuncia ante un tribunal”. La retórica
clásica distingue cinco partes de elaboración en la materia: inventio, dispositio, elocutio,
memoria, pronuntiatio. Con la introducción de la imprenta, las partes específicamente orales
fueron las más abandonadas de la instrucción retórica formal, y se concentraron
principalmente en las primeras tres. 47 La ampliación “retórica” de la oratoria forense actual
es en realidad el producto de una formación retórica deficiente, que genera un discurso
carente del arte de la memoria –es decir, del control del discurso en el tiempo– y de la
pronunciación –es decir, del control del sonido en el discurso–. Esto afecta a las demás partes.
Por ejemplo, Virno encuentra un defecto de dispositio observando que Marini “no ponía en
orden lo que decía”. La oratoria moderna ya no está habituada a exponer racionalmente en
forma oral y cubre esta dificultad con la amplificación en un teatro de las emociones.

La figura retórica que realiza esta función es la amplificación, tanto en su forma horizontal
como en su forma vertical. La amplificación horizontal se presenta en primer lugar como
copia, en el sentido latino de “abundancia”, elocuencia: la gran cantidad de palabras, que
hacen durar la requisitoria dos semanas; como ensanchamiento temático, que amplifica la
esfera del discurso llevando adentro “cada hecho sucedido a principios de los años setenta…
como querido y deseado, pero proyectado, por los imputados”. La amplificación vertical está
por el contrario presente principalmente en la forma de la gradatio, un amontonamiento de
palabras en forma ascensional: “ese embustero, mentiroso, traidor y cruel de Negri”;
“ladrones, secuestradores, bandidos, asesinos”; “[jueces] secuestrados, encerrados,
maltratados, a veces asesinados”. Rossana Rossanda nota la presencia de la más clásica figura
de amplificación vertical cuando escribe que “la hipérbole reina”. La amplificación ocupa el
terreno de la pronuntiatio a través del tono áulico y enfático, el volumen alto, la gestualidad
de los puños sobre la mesa y del dedo acusador. 48

La fiscalía funda su discurso en la defensa de los valores de la nación y del Estado amenazado
por la subversión. Es el modo específico de la épica, “exaltación de un superyó colectivo”
que lucha “contra lo otro, el extranjero hostil, el enemigo externo”. Rossanda contrasta los
“medios pacíficos” del abogado Tommaso Mancini, quien recurre a otro género del discurso
oral, la conversación (o el “habla coloquial”, escribe Rossanda), vehículo de un intercambio
equitativo, diálogo más que monólogo. Es una forma de tomarse en serio el proceso, de no
reconocer en este el vaciamiento ritual (imputados y defensores consideran la hipótesis de no
pronunciar las arengas defensivas para denunciar la ritualidad de esta fase, y decidieron
finalmente hacerlo, eligiendo jugar esta partida según las reglas hasta el final). 49

47
Heinrich Lausberg, Elementi di retorica, Bologna, Il Mulino, 1969, p. 392; W. J. Ong, Orality and Literacy,
óp. cit., p. 116.
48
Sobre la amplificación, H. Lausberg, Elementi di retorica, óp. cit., p. 53 y ss. Las citas de la fiscalía están en
Il Manifesto, 29 y 30.3.1984; la frase de Rossana Rossanda está en Il Manifesto, 6.4.1984.
49
R. Rossanda, Il Manifesto, 31.5.1984; Paul Zumthor, La presenza della voce. Introduzione alla poesia orale,
Bologna, Il Mulino, 1984, p. 133.
III. Verdad

“Por tanto, hemos adquirido lo que, según el lenguaje jurídico, se denomina la verdad
procesal”, escribe en La Repubblica el jurista Guido Neppi Modona, “es decir, la verdad
jurídica verificada por dos jueces togados y por seis jueces populares de la Corte de Assise
de Roma; verdad que puede ser evidentemente diferente a la histórica”. En las páginas del
mismo diario, el mismo día, aparece una tercera verdad, la mediática: “Entonces, Autonomía,
con la “A” mayúscula que asumió Calogero hace cinco años, era una banda armada y sus
militantes –intelectuales, sindicalistas y profesores– eran los malos maestros de la subversión
de principios de los años setenta. Que cometieron robos, atentados, e incluso dos
homicidios”.50

Ahora, sin que esto disminuya las tremendas responsabilidades morales y políticas de una
parte sustancial de los imputados en el proceso, lo que Calogero había “asumido” era otra
cosa, que Autonomía era una sola cosa junto con las Brigadas Rojas (“parcialidad y
complementariedad de las luchas de Poder Obrero, Autonomía Obrera Organizada y
Brigadas Rojas. Unitariedad de su diseño estratégico”) y que Negri estaba directamente
implicado en el secuestro de Aldo Moro. Estas tesis se habían caído hacía mucho tiempo. En
el momento en que el juez grita en la primera plana del diario “¡Tenía razón!”, el teorema ha
superado a la prueba. El teorema era que esta gente debía ir a prisión, y, por una razón o por
otra, así fue. Poco importa que, “a principios de los años setenta”, “Autonomía con la ‘A’
mayúscula” aún no existiera.

Pueden no tener importancia las vidas de estas personas. Existen muy buenas razones para
condenar a Antonio Negri políticamente, y al menos en algunos aspectos, incluso
judicialmente. Pero la distinción de Neppi Modona entre verdad procesal y verdad histórica
merece una reflexión más profunda. La verdad histórica es más que una hipótesis razonada
y argumentada; la verdad procesal es una verdad performativa, hace verdadero lo que declara,
a todos los fines concretos y prácticos. La verdad judicial tenderá a asimilar en sí misma a la
verdad histórica, porque los actos procesales estarán entre las fuentes documentales
privilegiadas por los historiadores del futuro.

En el verano de 1979, en un congreso del Istituto Storico per il Movimento di Liberazione en


Italia, Angelo Ventura criticaba duramente el uso de las fuentes orales en la historiografía,
“subrayando que hay un uso arbitrario de las fuentes orales, sin control ni garantías, lo que a
menudo permite su instrumentalización política”.51 En la misma ocasión, el historiador
Manacorda advertía que “la sobrevaloración de las fuentes orales es a menudo instrumental
en función de la polémica en contra de las instituciones”. Es obvio que la “sobrevaloración”
y el “uso arbitrario” de cualquier tipo de fuente, oral y documental que sea, es estigmatizado;
pero para estos historiadores (que no parecen conocer la literatura sobre el tema) cada uso de
las fuentes orales era automáticamente arbitrario y sobrevalorado. Sobre todo, ninguno de los

50
Guido Neppi Modona, “Non è stata una crociata”, La Repubblica, 13.6.1984; Silvana Mazzocchi, “Per
l’autonomia di Negri cinque secoli di carcere”, ibíd.
51
Resumen de la discusión tenida en el seminario sobre “Storia nazionale, storia della Resistenza, storia locale”,
del Istituto per la Storia del Movimento di Liberazione in Italia, Rimini, 25-27 mayo de 1979, Storia
Contemporanea, julio-septiembre de 1979, pp. 100-26.
dos preveía que fuesen justamente las instituciones las que se sirvieran de estas de forma
“instrumental”, “arbitraria” y “sin control ni garantías”. Un efecto benéfico de las críticas de
historiadores como Manacorda y Ventura es el de impulsar a quien trabaja con fuentes orales
a refinar los procedimientos de verificación y análisis. Pero queda preguntarse por qué el
control y las garantías exigidas a quien usa las fuentes orales para escribir un artículo en una
revista pueden, por el contrario, ser ignoradas cuando se trata de escribir, a golpes de años de
cárcel, la verdad procesal sobre la historia de la república.
CAPÍTULO 20
Conversaciones con la Pantera 1

1. En busca de la pantera
En el verano de 1989, una pantera merodeaba la campiña romana, dejando tras de sí una
estela de pollos y ovejas muertas; esta era vanamente perseguida por la policía, por
campesinos y periodistas. 2 Mientras tanto, el presidente de la Universidad, Antonio Ruberti,
lanzaba una modernizadora reforma universitaria, la cual incluía autonomía universitaria e
intervención privada. El 6 de diciembre de 1989, en oposición a este proyecto, fue ocupada
la Facultad de Letras de la Universidad de Palermo; el 15 de enero fue el turno de la Facultad
de Letras de la Sapienza de Roma. En pocos días, el movimiento se extendió por toda Italia,
en los cables de fax entre una facultad y la otra. Y encontró su palabra de orden: “la Pantera
somos nosotros”.
El 26 de enero, fue ocupada Villa Mirafiori, sede del Departamento de Filosofía y Lenguas
de la Facultad de Letras de la Sapienza.
Fabio Ciabatti:3 Por supuesto, las primeras noches no dormía casi nadie, y luego en los
primeros momentos se hacían las heroicas y míticas rondas proletarias alrededor de Villa
Mirafiori hasta muy avanzada la noche; girábamos en torno a la villa incansablemente cada
veinte minutos, cada cuarto de hora. De hecho, recuerdo la primera vez, la última ronda la hice
a las tres, tres y media de la noche, estaba aquí con Luca; nos detuvimos a mirar las estrellas
que confundimos con aviones, ¿no?, porque vimos estas dos estrellas que siempre estaban a la
misma distancia, y parecía que se movían, porque había una nube que en realidad se movía.
Las confundimos con dos aviones que viajaban en formación. Después vimos otras dos –dije:
“ah bueno, entonces esas viajan en formación”–. Después de esto, dije: “pero esos no son dos
aviones, son dos estrellas. Entonces esas otras no son aviones”. En fin, la situación no era la
más lúcida o quizás sí; la última ronda fue a las tres y después nos fuimos no sé hasta qué hora
de fiesta.
Esta historia puede leerse como una metáfora del redescubrimiento de la imaginación: una
generación cuyo imaginario está impregnado de imágenes tecnológicas de la era espacial
encuentra que algunas cosas que se ven en el cielo pueden también ser estrellas. De una forma
más literal, es la historia de un lugar: si se hubiesen encontrado en el campus central (la
“ciudad universitaria”), Fabio Ciabatti y sus compañeros habrían estado al interior de los
edificios y no habrían mirado al cielo. Pero Villa Mirafiori está rodeada por un parque: en la
ciudad, de noche, recordaba Sonia Di Loreto, no ves el cielo, “pero en esa villa sí. Las noches

1
Revisión de “Conversations with the Panther: The Italian Student Movement of 1990”, en A. Portelli, The
Battle of Valle Giulia, óp. cit.; una versión anterior y resumida en R. J. Grele (ed.), International Annual of
Oral History, 1900. Subjectivity and Multiculturalism in Oral History, New York, Greenwood Press, 1992,
pp. 145-66; algunas partes desarrolladas en M. Arcidiacono, F. Battisti, S. Di Loreto, C. Martinez, E. Spandri
y A. Portelli (eds.), L’aeroplano e le stelle. Storia orale di una realtà studentesca prima e dopo la Pantera,
Roma, Manifesto libri, 1995. Naturalmente las entrevistas expresan lo que las personas pensaban y decían en
aquel momento; debido a que se trataba de personas jóvenes, puede ser muy distinto de lo que dirían ahora.
2
En referencia a la leyenda de la pantera y de sus apariciones, cfr. C. Bermani, Il bambino e servito. Leggende
metropolitane in Italia, Bari, Dedalo, 1991, pp. 244-8.
3
Fabio Ciabatti (1968), entrevistado por Micaela Arcidiacono, 8.5.1990.
eran bellísimas aquí, durante la ocupación. Y luego podías ir a la terraza y mirar el
atardecer”.4
Como la pantera que merodeaba alrededor de Roma, también la Pantera que alzó la cabeza
en las universidades huía de la captura y de las definiciones. Antes y después de este hecho,
los medios insistían en hablar de los “jóvenes de los años ochenta” como una generación de
indiferentes que únicamente querían integrarse, tener dinero y consumir. 5 Incluso un
reportero simpatizante admitía que nadie tenía idea de dónde venían estos extraños
estudiantes, tan disonantes en un tiempo dominado por la ideología de la privatización y del
mercado.6 Sin embargo, y a pesar de que la universidad así como estaba no le satisfacía a
nadie, el movimiento rechazaba la idea de que la modernidad, la racionalización y la
democratización se pudieran llevar a cabo dándole espacio a la privatización y al mercado.
Los cuatro meses de ocupación fueron un tiempo de búsqueda, de interrogación, en el que
una generación pareció detenerse para reflexionar sobre su propia identidad y sobre su lugar
en la sociedad. Almas, agendas, visiones diversas, utopías modernistas y sueños de mundos
alternativos se entrelazaban y se enfrentaban. El mismo día, en la puerta de Villa Mirafiori,
una chica contrastaba los modelos centroeuropeos con una Italia asediada por “demasiado
caos, demasiada anarquía y demasiada confusión” (Flaviana Battisti),7 mientras otra
afirmaba una resistencia a los procesos forzados de la modernización: “en Italia tenemos una
cultura, una forma de vivir, que no es justamente la que enseñan la eficiencia, la tecnología
y el hiperactivismo”; la competencia “destroza a la gente y luego los conflictos, las
contradicciones, explotan. Que después es la razón por la que todavía tanta gente se inscriba
en Letras” (Ludovica Mutarelli).8
Los medios de comunicación y las instituciones atribuyeron a los estudiantes una actitud
antimodernizante y conservadora. En realidad, el movimiento nacía del rechazo a las cosas
tal y como estaban, pero también rechazaba que existiese una única vía para la modernización
y la eficiencia. Estaban fascinados con la tecnología: volviendo a la lectura metafórica del
relato de Fabio Ciabatti, redescubrían las estrellas, pero no tenían ninguna intención de
renunciar a los aviones. Por otro lado, el mismo paradigma simbólico regía las dos imágenes
centrales del movimiento: la pantera y el fax. Si la primera se dirigía a una imaginación de
lugares exóticos, lejanos, alternativos y “salvajes”, el segundo era en aquel entonces la más
avanzada tecnología de comunicación descentrada, horizontal y dialógica. El movimiento
hacía un amplio uso del video y sus producciones se parecían más a videos musicales de rock
que al realismo documental; su música era el rock y el rap de origen estadounidense. 9
También la política era objeto de reflexión: el movimiento se proclamaba apolítico, por temor
a ser instrumentalizado y por el rechazo a identificarse con las generaciones del 68 y del 77;
sin embargo, se declaraba “democrático”, “no violento” y, superando cualquier resistencia a
una etiqueta política, “antifascista”. El aula 1 de Letras fue rebautizada con el nombre “Aula
Intifada-Tien an Mien”. La caída de los regímenes “comunistas” de Europa oriental tenía
poco impacto en la imaginación política del movimiento; no obstante, confirmaba que el fin

4
Sonia Di Loreto (1969), 27.7.1991, entrevistada por Alessandro Portelli.
5
Panorama, 30.11.1990; G. Martelli, en Il Giornale, 4.12.1990.
6
L. Quagliata, “Il sonno agitato della Pantera”, en Il Manifesto, 15.12.1990.
7
Flaviana Battisti (1996), 1.3.1990, entrevistada por Alessandro Portelli.
8
Ludovica Mutarelli (1965), 12.3.1990, entrevistada por Alessandro Portelli.
9
R. De Angelis, “Osservatori osservati. Il video e la Pantera”, en I Giorni Cantati, nro. 15, 1990, 51-65.
de estos regímenes no significaba de ninguna manera el fin de la necesidad de cambios
radicales en Occidente. Por el contrario, con respecto al “fin de la historia”, pensaban –como
decía uno de los ocupantes de Villa Mirafiori– “recrear el mundo día a día”. Era una tarea tal
vez un poco grande, pero al menos lo intentaban, prácticamente solos. Incluso la petición de
tener al menos más lugares donde sentarse en el aula se reveló utópica y subversiva.
En contra de todas las distorsiones instrumentales, este no se trataba de un movimiento
adverso al estudio o a la cultura; por el contrario, una de las reivindicaciones significativas
del movimiento era la promoción de seminarios autogestionados (y fiscalizados), con la
colaboración de los docentes. Antes de la ocupación, comencé a dictar en Villa Mirafiori un
seminario sobre narración e historia oral en los Apalaches, propuesto por algunos estudiantes
que lo habían frecuentado y que estaban comprometidos con el movimiento para continuarlo,
manteniendo el método –la historia oral– pero cambiando el sujeto: los estudiantes, ellos
mismos y su propia historia. Entrevistamos a ocupantes y no ocupantes, estudiantes inscritos
y personas que habían asistido a Villa Mirafiori en años anteriores, y continuamos el proyecto
incluso después de la ocupación, con un total de ochenta entrevistas.
Pensaba que la historia oral reconocería el papel de los estudiantes como productores
culturales, en lugar de ser simples receptores, y me permitiría compartir mis competencias
con el movimiento. Sugerí empezar desde 1981, el año en que la universidad adquirió Villa
Mirafiori, para tratar de comprender cuáles eran los hilos de resistencia que habían atravesado
los “pacíficos” años ochenta, y que habrían preparado la inesperada explosión de 1990, y
concentrarnos en Villa Mirafiori, para tener una focalización social y espacial definida. Gran
parte de los discursos referentes a la “cultura juvenil” eran penosamente vagos e
ideologizados; una investigación en campo con un segmento bien definido de jóvenes quizás
no habría generado muchas luces, pero al menos habría tenido una base empírica concreta.
Aunque la cultura juvenil, a menudo, sea definida en términos de falta de memoria y de
rechazo a la historia, también los jóvenes y su mundo cultural poseen una historia propia y
el proyecto también era una forma de continuar documentando la dimensión histórica de las
culturas y de las políticas de las nuevas generaciones. En realidad, la Pantera era
históricamente consciente, justamente porque rechazaba ser aplastada por la memoria
mediática de los movimientos del pasado; cuidaba mucho su imagen porque nacía en un
tiempo atento a la imagen y porque debía protegerse de las continuas distorsiones de los
medios.10 Pensaba que la historia oral podría reforzar esta conciencia de sí mismos en la
historia y al tiempo ofrecer nuevas formas de autorrepresentación.
Este era mi proyecto. Los estudiantes que aceptaron tomar parte también tenían otras
motivaciones y otros problemas: “el proyecto –escribieron– nace dentro de un movimiento
que es a la vez continuidad y alteridad con respecto al pasado. Por lo tanto, el proyecto es
parte de la búsqueda de un metalenguaje –herramientas de narración y representación propia–
del movimiento, sobre la base de una memoria que se coaguló durante la ocupación,
conduciendo a una síntesis (o al menos a una confrontación) de momentos intelectuales y
colectivos, y a un análisis del presente y de la memoria”.11

10
I mass media e la Pantera, ciclostilato del Collettivo Studentesco Romano, mayo de 1990.
11
“Il movimiento escolta: rapporto su una ricerca in corso”, en I Giorni Cantati, nro. 14, 1990, pp. 5-11.
También tenían que lidiar con el problema de la legitimidad de un movimiento que –como
los medios no dejaron de señalar– estaba compuesto únicamente por una parte de los
estudiantes, aunque se presentaba como representante de un todo: “en Villa Mirafiori, como
en otras partes, el movimiento involucró activamente solo a una parte no mayoritaria de la
población estudiantil, dejando a los demás sin representación. Por lo tanto, la construcción
de una historia oral se situaba en el desfase entre un movimiento de masas, con ideas y
principios compartidos y arribado a una toma de palabra, y aquella “mayoría silenciosa” que,
aunque extraña a esta palabra colectiva, debe ser incluida como parte de la memoria”.
2. Viajes
Nuestro ámbito de investigación estaba compuesto de estudiantes de Lenguas y Literaturas
extranjeras, un sector que atrae una cuota relativamente alta de personas con horizontes e
inspiraciones internacionales: “El ideal, [era] el de viajar, ¿no? De ir libre por el mundo,
libres, felices y contentos” (Valeria Landolfi)”.12 “[Me decidí] por Lenguas porque pensaba
que me daría la facilidad de viajar, distanciarme un poco de casa y viajar por mi cuenta”
(Caterina Duranti).13 También aquí encontramos el mismo paradigma binario que regía la
relación entre el aeroplano y las estrellas, o entre la pantera y el fax: para muchos, el viaje
quería decir lugares exóticos y lejanos, las islas del Pacífico o el Lejano Oriente (lugar de
origen de la pantera); para otros, era la búsqueda de lugares donde la modernidad parecía
funcionar, al menos en la universidad, como Escandinavia o Inglaterra. La síntesis,
naturalmente, eran los Estados Unidos, o mejor aún, América: lugar que representa tanto la
modernidad como la aventura, el sueño y la pesadilla, Madison Avenue, Harvard, Bronx, Far
West...
La mayor parte imaginaba combinar el viaje como experiencia de vida y como perspectiva
de trabajo; según un lugar común, no carente de bases reales, muchas chicas elegían inglés
pensado trabajar en aviones: “Elegí Lenguas porque me gusta viajar. Yo necesitaba irme [de
la casa], para mí era lo esencial, yo quería ser hostess” (Teresa Gregorace).14 Y solo después
vino la fascinación por el inglés y su cultura.
Chiara Midolo:15 ¡Estaba enamorada de los Beatles! Es decir, en realidad primero me nació
una pasión por el inglés como síntesis de todo lo que no era yo, que no era Italia, no era mi
adolescencia, y obviamente vinculado a ciertos mitos musicales, a todo un imaginario, ¿no?
También este culto un tanto ignorantucho hacia América e Inglaterra… Al principio era un
todo…
Y así fue como llegué a Lenguas para ver si lograba comprender del todo esto. Pero mira, la
situación frustrante al inicio de la carrera era que hablabas con el ochenta por ciento de las
personas, y la idea que la gente tenía sobre Lenguas era que este era un lugar donde aprendías
a ser hostess y la mayor parte de la gente estaba perturbada porque decían: “¿pero qué cosa es
toda esta literatura?”. Lo máximo pasó cuando fui a Inglaterra el primer año –temeraria–
porque, sin saber una palabra de inglés, me fui sola; yo sabía solo tres o cuatro palabras: sabía
love me, kiss me, y también sabía I want to hold your hand. Al año siguiente estaba más
desenvuelta, era capaz de quedarme más de una semana, también porque supe dosificar el

12
Valeria Landolfi (1967), 27.8.1991, entrevistada por Francesca Battisti.
13
Caterina Duranti (1960), 18.2.1990, entrevistada por Carlo Martinez.
14
Teresa Gregorace (1964), 5.15.1992, entrevistada por Alessandro Portelli. Hostess: azafata.
15
Chiara Midolo (1962), 19.3.1990, entrevistada por Francesca Battisti.
dinero. Guardaba los cereales que daban en la mañana al desayuno, esos tipo muesli, y después
los comía por una semana seguida. Realmente iba a la escuela. Pero siempre fui una buena
burguesa, iba a la escuela, me anotaba en los cursos más interesantes e intensivos que había y
a la tarde daba un paseo, iba a conciertos, no muchos, porque no tenía mucho dinero.
Y luego, vino el período punk. Yo tenía el pelo rosa, tenía todos los amigos peluqueros que me
cortaban el cabello. [Pero] yo jamás fui punk: a mí me gustaba cómo se vestían y cómo se
peinaban, etcétera, entonces. ¿Pero qué punk?, yo regresaba a casa y tenía la sopita hecha por
mamá. El clásico gusto de la provocación. En realidad, te gusta que la gente te mire y diga:
“pero mira a esta”. Y luego, en realidad los míos no se molestaban con nada. En aquella época
mi abuela vivía aquí, y ella era una criatura dulcísima, y yo pensaba que era brava, ¿no?, yo
me hacía estas crestas en el pelo y me maquillaba tremenda, y cada vez que regresaba a casa
mi abuela me decía “¡qué linda!”.

Para Chiara Midolo, la imagen punk era un experimento de identidad alternativa. Caterina
Duranti pensaba en las lenguas extranjeras como un modo de usar máscaras diversas e
interpretar diferentes roles; Alessio Trevisani tenía una relación complicada con la kefiah16
palestina, como signo de anticonformismo, pero también como homologación con un
discurso político; Gabriele Guerra portaba su identidad de revolucionario solitario en los años
ochenta como una suerte de capa de Superman.17 Como el viaje, la máscara –hablar otro
idioma, portar otra cara– era una forma de expresar, al menos, el deseo de la diferencia, el
sueño de ser “todo lo que no era”. Por otro lado, el viaje, estar solos y distantes de casa, se
convertía en una iniciación hacia la autonomía, un proceso de descubrimiento de lo que eran.

Tiziana Petrangeli:18 La experiencia que tuve allí fue demasiado importante, es decir, por un
momento te quedas desnuda, totalmente descubierta, porque no tienes ningún reparo, no tienes
una casa, no tienes una familia, estás lejos de mamita, de papito, del dinero, de todas las
seguridades que tienes aquí. Básicamente empezar todo de nuevo, sola, desde cero. Por otra
parte, es también una situación incómoda, porque no conoces a nadie, no conoces la lengua.
Nadie, por tanto, te mide, y es un modo de medirte, porque comprendes cuál es tu límite. Yo
fui afortunada porque midiéndome logré también mejorar las cosas, también por el hecho de
que me había fijado un objetivo, pasar el examen escrito de inglés, y lo conseguí: para mí fue
mucho, logré tener confianza en mí misma, sobre todo porque lo hice sin ayuda de nadie.

Así como los demás, Tiziana Petrangeli combinaba la experiencia juvenil del viaje con la
experiencia social de la emigración: en Inglaterra “[Fui] sirvienta, hice de todo, fui camarera,
fui doméstica, trabajé en un fast food, fui ayudante de cocina. Estuve desempleada para
acceder a la social [security], fui ocupante, y bueno, en fin, las cosas que hacen todos los
italianos cuando van a Londres”. Por otra parte, la experiencia de la emigración, tan enraizada
en la historia italiana, también formaba parte de los fundamentos de más de un estudiante.

Lucia Rossi creció en Rochester, en el estado de New York, y fue literalmente arrastrada por
los padres contra su voluntad, cuando regresaron a vivir a su ciudad natal Sezze [región del

16
La kefiah o kufiyya es el pañuelo tradicional de Medio Oriente, usado principalmente en Jordania y los
territorios palestinos. Como ícono político, su connotación está relacionada con la lucha palestina [N. de la T.].
17
Gabriele Guerra (1968), 1.3.1990, entrevistado por Micaela Arcidiacono.
18
Tiziana Petrangeli (1965), 11.9.1990, entrevistada por Sonia Di Loreto.
Lazio]. Doce años después, todavía hablaba italiano con un marcado acento americano, se
maquillaba como las chicas americanas y tocaba el bajo en un grupo glam heavy metal de
Sezze. La familia de Marinella Bucetti había emigrado a Egipto en 1908, después del
terremoto de Messina; permanecieron allí por dos generaciones y regresaron después de la
Segunda Guerra Mundial, teniendo que vivir dos años en un campo de refugiados. Ella había
nacido en Italia, pero portaba consigo las raíces mediorientales de su historia familiar.19
Lodovica Mutarelli recordaba su infancia en Nueva Caledonia como fuente de sus valores
alternativos; Flaviana Battisti atribuía su pasión por los viajes y sus utopías de universidad
eficiente y racional al origen austrohúngaro y protestante de su familia.

Carlo Martinez reconocía una influencia formativa en los relatos de viajes de su padre, de
cuando trabajaba en un equipo de televisión, pero también hablaba de otra forma, frecuente
de los viajes estudiantiles, el pendularismo:20 “Vivo tres días en casa y tres días en Roma,
siempre eres temporal, siempre estás en movimiento”,21 “cuando empezabas las clases a las
ocho estabas ya sea a pie o viajando bastantes horas… Recuerdo que cuando salía de casa en
invierno todavía era de noche” (Caterina Duranti). Muchos estudiantes pendulares y de las
afueras vivían (y viven) una condición material más difícil: “los problemas de los chicos de
afuera son esencialmente la vivienda y la comida; comía algunas veces o tenía acidez
estomacal semanas enteras” (Fabio Ciucci).22 Movilidad, pendularismo, lejanía de casa se
conjugan con los sueños de viaje, en una mezcla de insatisfacción:

Alessio Trevisanti.23 Pienso ser parte de ese trece por ciento de jóvenes que van a la universidad
y dentro de ese trece por ciento un estudiante que no tiene una familia con una condición
económica holgada; de hecho, la exigencia de trabajar y de poder pagar los estudios fue para
mí una cosa fundamental desde el momento en que terminé el liceo. Y el hecho de hoy estar
aquí, dentro de la universidad, y el hecho de haber participado en esta ocupación es
esencialmente una valoración de tipo político; por supuesto, el malestar que había era fuerte, y
existía porque desde el primer día en que entré te repetían que la universidad no estaba hecha
para ti, que no todos iban a llegar al final…

Narraba Manuela Bagnetti, de madre china, que una compañera en el baño de mujeres le
preguntó: “¿pero tú eres de color o eres normal?”. Eran los años en los que la “normalidad”
del color de la piel comenzaba a ser puesta en discusión, y se comenzaban a ver en Villa
Mirafiori estudiantes extranjeros, orientales y africanos. La experiencia de la inmigración se
revertía con estos primeros inmigrantes. Omar Miludi, romano y africano:

De las veces que voy al espejo, me miro y digo: “pero yo soy negro”; es decir, soy un negro.
Lo comprendí una vez cuando tenía trece o catorce años, para mí fue como un flash. Me miraba:
“pero, yo soy negro…”. África me dio la cosa más importante, la cosa más exterior, la más

19
Marinella Bucetti (1964), 31.5.1990, entrevistada por Alessandro Portelli.
20
El término migración pendular (o movilidad pendular) se refiere al desplazamiento desde el lugar de
residencia hacia el lugar de trabajo, estudio o abastecimiento por períodos diarios, de ida y vuelta, favorecido
por el transporte público [N. de la T.].
21
Carlo Martinez (1966), 30.5.1991, entrevistado por Alessandro Portelli.
22
Fabio Ciucci (1966), 26.3.190, entrevistado por Micaela Arcidiacono.
23
Alessio Trevisani (1966), 5.2.1990, entrevistado por Micaela Arcidiacono.
visible y evidente, el color de la piel. Y visto desde esta perspectiva yo sinceramente estoy
contento, muy contento de ser negro. Si hubiese vivido mi vida en África, junto a otros negros,
no habría podido apreciarlo, estaría menos feliz que ahora. Porque a fin de cuentas tú te
distingues, siempre deberás elegir algo que no es muy personal o que no es convencional. Y es
por esto que existe una fuerte identidad que se puede crear, dentro de ti hay algo muy fuerte…
[Pero] me siento un poco triste por las veces en las que todos te dicen “qué bello”, o sea, es
extraño ver un chico negro que habla romano, finalmente un negro que habla romano yo lo veo
simplemente como a alguien que fue violentado. Un trayecto que ha sido desviado.24

Ribka Sibhatu, eritrea, había asistido a un curso de literatura africana “para aferrar esta
efímera cultura que se estaba perdiendo con todos sus sabios”. Llevaba consigo los relatos
familiares, las memorias ancestrales de la esclavitud, el orgullo de su antigua cultura con sus
monasterios, las historias de su abuelo sobre el fin del mundo (“él nos decía que el Occidente
será el fin del mundo. El hombre se desorientará yendo hacia Occidente”) y de los orígenes
de la humanidad (“Lucy, la mujer más [antigua] del mundo [fue hallada en Etiopía]”). Le
habían contado sobre el colonialismo, su abuela, intérprete de Graziani25 y sobra la
convicción de que este no duraría (“[mi abuela decía] un día se irán, inevitablemente se irán
de aquí. Un día tendremos nuestra independencia; mientras tanto, hasta que esto suceda, hasta
que seamos libres, tomemos lo que ellos conocen”).

Tenía dieciséis años cuando me arrestaron. Simplemente porque un militar quería cortejarme,
y yo no quise. Pero él no dijo esto. Él dijo: “esta está relacionada con los guerrilleros”. Yo no
conocía a ninguno de estos guerrilleros. Entonces me [apresaron]. Después, la tortura es la
primera cosa. [Vendan] los ojos, no sé, amarran [las manos], no sé, no recuerdo cómo me lo
hicieron, pero aún hoy tengo en la columna vertebral dolores… Estaba en la parte donde se
dice, entre nosotros, entrada, pero no salida. Porque a la gente que va allí en su mayoría la
matan. Sin proceso. Es más, utilizaron el sistema ruso pienso yo: que primero la tortura de una
persona es psicológica, antes de la muerte. Por ejemplo, puesto que es sin proceso, cada noche,
cada vez que escuchábamos pies que llegaban a la celda, nos parecía que venían para llevarnos
–puesto que no había proceso, no se sabía cómo eran las cosas–; por diez meses, cada día la
vida estaba en peligro, en tensión, porque se llevaban uno por uno. Entonces, apenas
escuchábamos las esposas y los pies… “me toca a mí”. Y en la noche no es que teníamos miedo
por nuestra vecina, solo por nosotros; es al día siguiente que lloramos, que se llora por la chica
que se llevaron.

Liberada, se niega a ir a Moscú a estudiar marxismo-leninismo; atraviesa media Europa,


exiliada e inmigrante, no obstante, en busca de sí: vine a Europa “para salvar mi vida, porque
cada día estábamos en peligro; pero la cosa que más me impulsó es esta búsqueda de sí: la
búsqueda de la libertad, búsqueda de sí mismo, búsqueda de todo, en fin, con la libertad”.
Después de la caída del régimen regresó a ver a su familia en Etiopía. Publicó un libro
bilingüe de historias, proverbios y recetas tradicionales para niños inmigrantes en Italia: uno

24
Nasser Miludi Omar (1965), 31.3.1992, entrevistado por Alessandro Portelli.
25
Rodolfo Graziani: militar italiano; en 1935 fue nombrado gobernador de la Somalia Italiana (llamada por
aquel entonces Somalilandia Italiana, para diferenciarla de la parte británica). Sucedió a Pietro Badoglio como
virrey de Abisinia, ocupando el cargo entre 1936 y 1937. En 1939 pasó a ocupar la jefatura del Estado Mayor
del Ejército y en 1940, tras participar en algunas acciones menores durante la intervención italiana en la
campaña de Francia, fue nombrado gobernador de Libia [N. de la T.].
de los primeros textos de literatura afroitaliana, que empezaron a surgir con personas como
ella.26

3. Soledades

Una tarde de verano me quedé en la facultad después de que todos se habían ido, saliendo, vi
en un corredor vacío a una chica pequeña, de pelo oscuro y grandes ojos curiosos, que
buscaba fatigosamente descifrar los avisos de las puertas en la sala de profesores. Me ofrecí
a ayudarla y ella me explicó que venía de una ciudad en el centro de Cerdeña. Su sueño
siempre fue venir a Roma y estudiar inglés para ser hostess, pero la única escuela superior
disponible en su cuidad era un instituto profesional de química, residuo de un abandonado
proyecto de modernización industrial. Con el diploma de perito químico en la mano llegó a
Roma, para descubrir que su curso de inglés de primer año se llamaba “Anagnórisis y
reconocimiento en la literatura medieval”. Le expliqué qué quería decir, pero nunca la volví
a ver.

Luca Capparucci:27 Es como cuando no sabes nadar y te lanzan dentro de una piscina y no te
dicen nada. Porque nadie te dice nada, debes descubrirlo todo solo. En fin, recuerdo mi primera
lección, no sabía absolutamente qué hacer, a dónde ir, etcétera, etcétera, pero un mes después
ya me había insertado mejor, más o menos comprendía cómo funcionaba la universidad, no me
creó mayores traumas, es decir, el hecho de que tienes que hacer más o menos todo tú, estar
detrás de los profesores, los libros, todas estas cosas. No lo sé, ahora me parece natural, pero
sin duda y pensándolo bien no es una cosa justa, porque yo veo a mucha gente que deja la
universidad o no se logra ajustar, o incluso los que sí lo logran y luego renuncian, y cuando les
preguntaba por qué: “Porque no alcanzaba”, ¿comprende? Debes ir allí, hacer todo solo, no te
dicen nada. O sea, muchas personas sienten más fuerte esta presión, es decir, es un poco…
honestamente es increíble el hecho de que muchas personas no lo hayan logrado o hayan
renunciado.

“Yo digo, por qué la gente no se pregunta o no se dice ¿por qué, habiendo tantos inscritos,
tantos se pierden en el camino? Yo pasé por un momento cuando estaba en segundo año en
el que seriamente quería retirarme. Más que todo, no es que buscara una ayuda de tipo
personal; yo quería una persona que, si me daba una cita, que esa persona viniera. ¡Sabes
cuántas veces vine a la universidad, me venía desde Grottaferrata para asistir a clase, y no
encontraba a nadie! Como yo había muchos, y si te ibas a reclamar te tomaban por loca”
(Giulia Bartolomei);28 “Yo pasé los primeros cuatro o cinco meses dando vueltas
frenéticamente de una cartelera a la otra tratando de comprender qué pasaba aquí, qué quería
decir un plan de estudios, qué significaba rendir un examen. Por ejemplo, para mí [en el liceo]
el hecho de participar en una clase era la cosa más normal del mundo. Después de cinco o
seis lecciones y de que todos me miraban como un marciano cuando intervenía, pensé: ‘bah,
está bien, quizás en la universidad no es así’” (Beatrice Dondi).29
26
Ribka Sibhatu (1961), 24.1.1991, entrevistada por Alessandro Portelli y Maria Antonietta Saracino. Su libro
se llama Aullò. Canto-poesia dall’Eritrea, Roma, Sinnos, 1993. Más reciente, autora de Il cittadino che non
c’è: l’immigrazione nei media italiani, Roma, Edup, 2004.
27
Luca Capparucci (1967), 15.10.1990, entrevistado por Sonia Di Loreto.
28
Giulia Bartolomei (1964), 8.3.1990, entrevistada por Carlo Martinez y Elena Spandri.
29
Beatrice Dondi (1966), 12.3.1990, entrevistada por Micaela Arcidiacono.
La universidad no incita la competencia entre los estudiantes; sin embargo, muchos de los
entrevistados lamentaban el progresivo y excesivo individualismo: “La gente tiene que
pensar en la carrera, la Confindustria 30 que dice que uno debe ser mánager de sí mismo,
empresario de sí mismo, y por lo tanto el estudio es un capital a invertir, por eso la gente
llega a la universidad con un objetivo –yo debo hacer carrera–. Puños, patadas, selecciones
en todas las formas, te venden apuntes, no hablas con el vecino. Pero me pregunto si la gente
queda satisfecha con esta vida, y pienso que no”. En las carteleras, agregaba Alessio
Trevisani, aparecen anuncios: “Se venden apuntes. Yo siempre escribo ‘¡pásalos, idiota!’”.

“Aquí, en teoría, socializar es demasiado fácil, pero en la práctica estaba mi introversión, por
eso es muy difícil que yo tenga… es decir, tenía muy pocos amigos antes [de la ocupación]”
(Gabriele Guerra). Esta soledad forzada puede formar la autosuficiencia o ser interiorizada
como un sentido de culpa. A menudo, la solución es la formación de pequeños y restringidos
grupos de amigos, que a veces son los mismos que se forman en la escuela superior. El
espacio de Villa Mirafiori y la enseñanza de idiomas (con sus laboratorios y sus cursos
cuatrienales) favorecían la reproducción de condiciones preuniversitarias. Los estudiantes de
lenguas regularmente asistían más, estaban más estrechamente vinculados con los docentes
y los departamentos y tenían relaciones con figuras intermedias (por ejemplo, de lectores
nativos) que reducían la distancia del estatus y de la edad entre profesores y estudiantes.
Tenían una experiencia menos impersonal, pero también menos independiente, que la mayor
parte de los universitarios. Villa Mirafiori, distante de la ciudad universitaria, cercada y
rodeada por un jardín, facilitaba la tendencia a reaccionar a la anomia producida por el
impacto con la universidad, creando un espacio social que era tanto la regresión a formas
comunitarias antiguas como el embrión de una posible comunidad de un nuevo tipo.

4. Años de cerumen, o Lenin a los trece años

Alessio Trevisani. Sientes muy encima [la soledad y el silencio de] los años 80; pero también
es cierto que no fueron así solo por una involución social o por una ausencia de ideales. Hoy
sobre el [movimiento del] 68 se reescribe la historia, y también nosotros acá adentro no
sabemos casi nada de ello; por tanto, terminamos avalando lo que es la teoría general, por lo
que los movimientos y la gente, la participación de la gente, no sirve; solamente sirve la gestión.

Caterina Duranti: Sí, luego eran años propiamente de silencio, porque hace poco había pasado
el problema del terrorismo, por lo que nunca se pensaba en asambleas, mucho miedo… aún
demasiado cercanos… Pero mira, fueron años no de plomo, sino de cerumen en las orejas,
justamente porque no escuchábamos nada, porque no se compartía.

30
La Confederación General de la Industria Italiana, conocida como Confindustria (Confederazione Generale
dell’Industria Italiana), es la principal organización representativa de las empresas manufactureras y de
servicios italianas, agrupando de forma voluntaria unas 142.000 empresas, con un total de más de 5.200.000
miembros [N. de la T.].
La revuelta de 1990 no ocurrió “a pesar” del clima de los años 80, sino por reacción a este:
los silencios, los individualismos y la competitividad habían generado sus anticuerpos.
Ludovica Mutarelli: Quizás –no lo sé– este bombardeo dirigido por parte de la televisión y por
parte de todo, en un cierto momento, provoca una exasperación. En el sentido de que no te da
alternativas; en fin: o haces esto, o te quedas por fuera. Es decir, no vives, no tienes un buen
lugar, no tienes dinero, no se puede vivir, y este es un tipo de lenguaje que realmente, a la larga,
exaspera, en el sentido de que se siente, no sé, como una carrera en la cual si no llegas de
primero automáticamente llegas de último. Es también por esto que en algún momento
explotas.

Por lo tanto, existe una relación ambivalente del movimiento con la historia. Por un lado, los
estudiantes sentían haber sido privados de un pasado, de una tradición de oposición y de
compromiso; por el otro, las tentativas de los medios de representarlos como una simple
repetición de (una imagen distorsionada de) aquel pasado los cargaba de una memoria
saturada de discursos instrumentales sobre “ideología” y “terrorismo” y los privaba del
derecho de construir por sí mismos su historia. De este modo, no existía continuidad con el
68 o el 77, sino una conciencia de no partir de cero. En Villa Mirafiori los “veteranos” eran
pocos y dispersos, pero existían (más en Filosofía que en Lenguas). Sus relatos estaban
atravesados por la ironía y un sentido de derrota; todos se sentían menos que modelos
ejemplares o depositarios de la memoria colectiva.

Paolo Giacomelli:31 Eran tiempos un poco tontos en la escuela italiana. 77-81. En resumen,
era extraño. Está bien, eran los años del fervor, del fervor político, con un gran renacimiento
del elemento político también de este tipo, más violento. Que creo que se inició, me parece,
para poder definir al menos en mi historia personal, después de Walter Rossi. Ahora, no soy
tan lúcido ni tan consciente; hablo solo [de] experiencias personales. Walter Rossi murió el 30
de septiembre de 1977 [asesinado durante una manifestación antifascista]. Era de Roma Nord,
prácticamente vecino de nuestra escuela. Y allí en esa zona tuvo un gran movimiento de
sentimientos, en fin, y fueron grandes las reacciones. Hubo Piquetes, llevaron un mar de
fascistas a un mar de sospechosos: parecía la Rusia de los 50, hubo varias purgas, un momento
de terror. Yo no me preocupaba mucho por esto porque estaba del otro lado, así que… Y luego,
varias manifestaciones, cien mil personas, setenta mil personas: impresionante en realidad. En
fin, creo que fue el comienzo de un hilo de política violenta seguramente, no en términos de
clandestinidad, sino en términos de manifestaciones del movimiento estudiantil. No es que
estuvieran las Brigadas Rojas dentro de la escuela, pero había gente que tiraba botellas
molotov, en fin. Quienes iban a la cabeza de la manifestación estaban más o menos armados;
más allá de que estuvieran armados con pistolas o con palos, de todas formas, era una situación
demasiado terrorífica. De hecho, cada manifestación era motivo de enfrentamientos con la
policía. Yo me inclinaba más hacia otras cosas, siempre hacia otros elementos: era beat, tenía
el cabello largo, ¿entiendes?, de esos que llamaban hippies. Me interesaban otros mitos: los
sesentas americanos, beatnik, Easy Rider, los grandes conciertos americanos, Atlanta,
Woodstock, por ejemplo. Yo en realidad soy muy de modas, en fin, seguí siempre las cosas
más, digamos entre comillas, de tendencia, propiamente.

Gabriele Guerra: En los años del liceo, en clase me confundían con un ferviente activista de

31
Paolo Giacomelli (1963), 2.6.1990, entrevistado por Alessandro Portelli.
Democracia Proletaria: de esto me beneficié mucho, porque podía también elevarme por
encima de la masa; me gustaba, en una época absolutamente inactual, continuar sosteniendo
los valores del 68, del compromiso político, en un sentido muy amplio. De hecho, no estaba
solo, pero me gustaba pensar que así era, porque entonces me elevaba titánicamente en contra
de esta situación completamente oscura y gris, de los tiempos modernos. Esto es muy de
superhombre. Ahora espero haberlo superado, aparte de la ocupación, con la madurez, porque
era demasiado chico, era también fruto de lecturas apresuradas, a veces prematuras, no sé,
Lenin a los dieciséis años…

Ludovica Muteralli: No sé… yo era, si no caprichosa, al menos sí una hija difícil, y entonces,
en el 77, cuando tenía trece años, acabé en el colegio. Bien, también yo me quería ir, mis padres
me metieron a uno de los mejores colegios, según ellos, pero okey, existían realidades en las
que quizás una chica de trece años se encuentra por un momento sacudida, en el sentido de que
era el clásico colegio donde los ricos metían a sus hijos drogadictos, o piqueteros fascistas. O
sea, no sé, las crisis de abstinencia, tendidos en el suelo... Allá, bien o mal, me encontraba a
menudo desprevenida, en fin. O las esvásticas. Pero debo decir que afuera encontré una
situación muy, muy positiva, en el sentido de que era uno de esos colegios ultramodernos, es
decir, prácticamente teníamos libertad casi absoluta, a cuarenta kilómetros de Milán, y
prácticamente siempre estaba, estaba siempre en Milán. Yo salía y encontraba, encontraba la
situación del 77: las manifestaciones, las casas ocupadas, los discursos de política, y así…
comencé a leer, no lo sé, Lenin, a interesarme…
Terminada la escuela, empecé a trabajar. Y, está bien, mi primer trabajo fue un trabajo de
fábrica; trabajé en una fábrica como obrera aprendiz. De hecho, ir a trabajar fue una decisión
política en cierto sentido. En el sentido de que, siendo yo hija de un ingeniero y siendo de
izquierda, había vivido contradicciones demasiado tajantes, parecía que no se pudiera… vivir
juntos: no se podía ser de izquierda y ser hija de un director de empresa. Por ello, para demostrar
que esto no era verdad, decidí ir a trabajar a una fábrica. Tenía diecinueve años, es decir, hace
seis años [1984]. Fue una cosa desastrosa, en el sentido que la experiencia fue terrible, bajo
todo punto de vista. Tanto desde el punto de vista físico, en el sentido de que los ritmos eran
demenciales, estaban por encima de mis fuerzas; después, yo no estaba habituada al trabajo
manual, es decir, ocho horas –ocho horas exactas, naturalmente, sin un minuto de más; más
habrían sido horas extraordinarias [mejor pagadas]–; eran masacrantes. O sea, apenas
alcanzaba el ritmo, el ritmo aumentaba. Jamás lo conseguía; recién llegaba a una determinada
producción, necesitaba producir más. Y seguí con esto por siete meses, después se me afectó
un riñón, y me tuve que salir.
La cosa terrible fue que yo, como pienso mucho en mi situación… teníamos un concepto de
clase obrera, de movimiento obrero, muy romántico. Es decir, esta clase obrera que es
profundamente buena, profundamente positiva, arruinada por la ideología burguesa… y por el
contrario, mientras estuve allí adentro… la guerra entre pobres, en fin. En el momento en el
que llegaba yo, me convertía yo [en] la última rueda del carro, y la que estaba antes que yo
agarraba ese mínimo de poder que le proporcionaba el hecho de que yo era la última en llegar.
En fin, hacían de todo; no sé ni siquiera por qué, para hacerme equivocar. Entre otros, todas
las mujeres, en fin. Los principales, es decir, los patrones, eran más buenos. Y fue terrible, en
el sentido que, de hecho, me derrumbaron muchos mitos.
[El regreso a la universidad] lo viví como una derrota; aunque intentara decirme que no, que
en el fondo, para bien o para mal se madura, se toman decisiones, se cambia; pero lo viví
realmente como una derrota. En el sentido de que [todo] en lo que creía se me cayó encima.
De lo que me había dado cuenta es que, bien o mal, los principios que me movilizaron desde
que tenía trece años quedaron firmes. Y me di cuenta de ello en el momento en que se me
cayeron los mitos encima: me habría convenido decir “está bien, en el fondo, ¿qué me
importa?”. Por el contrario, no lo lograba. Y es por ello que, evidentemente, creo en estas cosas
y sigo creyendo en ellas.

5. Poéticas del espacio: el jardín, la ciudad, el laberinto

Caterina Duranti: Yo me inscribí en el 79-80. Recuerdo con placer el paso [en Villa Mirafiori]
en el 81-82, porque parecía ver los lugares de nuestros estudios de literatura, ¿no?, con un poco
de fantasía, pero en fin… Por lo menos los ojos se descansaban, porque esta villa de formas
bastante clásicas, desde el exterior no transpiraba toda esa modernidad interior. Luego el
parque, en fin, era un parque público, por lo que no parecía que estuvieras en un ghetto, ver
siempre estudiantes, etcétera, había niños, ancianos… paseaban allí; respecto [a la ciudad
universitaria] todo sumado, te sentías un poco como en tu casa.
Wladimiro Guadagno:32 También era muy bella la idea de ver juntos a los estudiantes, como a
las mujeres que llevaban a los niños en los cochecitos o personas que llevaban a los perros a
hacer sus necesidades, y por tanto no ver únicamente un ejército de personas preocupadas,
pensando en un examen que viene; pero claro, hay una receptividad muy polivalente en Villa
Mirafiori. Por ejemplo, una cosa muy bella, cuando estoy en el aula y en medio de Shakespeare,
en medio de argumentos tal vez muy intelectuales, muy profundos, puedes darte vuelta y mirar
detrás de los vidrios una cosa muy… terrena: un perro haciendo sus necesidades,
¿comprendes?, cavando un poco en la tierra y… te da quizás el sentido de las cosas, porque
nada, ni siquiera el mismo Shakespeare era demasiado lofty, demasiado alto, que te da la
medida del equilibrio justo entre las dos cosas.

Esta imagen literaria de Villa Mirafiori como jardín (locus amoenus dice Pietro Rossini)33
se nutre también del contraste con la ciudad universitaria como sobrepoblado ghetto urbano.
Con el tiempo, este imaginario pastoral se tiñe del sentido del sofocamiento; el jardín se
transforma en una isla, en una “jaula dorada” (Fabio Ciabatti); “campana de vidrio en
terciopelo”, como lo define Ludovica Mutarelli: “no vivimos en la ciudad universitaria,
vivimos en esta villa bellísima, rodeada de este jardín, pero un tanto fuera del mundo. Y por
ello, no lo sé, tal vez desde una parte, desde el punto de vista de la solidaridad con los demás,
[en la ciudad universitaria] nos sentiríamos quizás, desde el punto de vista humano, más en
medio de la vida universitaria, más en medio de los demás. Pero desde otro punto de vista,
bien o mal, aquí se está bien, la villa es muy bella, este jardín es bello. Y pienso que [en la
ciudad universitaria] ellos nos ven así, en el sentido de que formamos parte de Letras también
nosotros, pero somos un poco los afortunados que están en el atolón, así, de verde”.

La visión pastoral se dirige a imágenes ambiguas de comunidad, radicadas –como escribe


Northrop Frye– en visiones tanto del futuro lejano como del pasado mítico, de la utopía por
venir y de la perdida edad de oro.34 En este caso, la visión pastoral también se apoyaba en el

32
Wladimiro Guadagno, estudiante (hoy conocida como Vladimir Luxuria, diputada del parlamento), 3.2.1994.
entrevistada por Micaela Arcidiacono.
33
Bajo su petición, no usamos el nombre verdadero y los datos de una persona que prefería no ser identificada.
34
Northrop Frye, “Varietà delle utopie letterarie”, en L’ostinata struttura. Saggi su critica e società, Milano,
Rizzoli, 1975, pp. 124-34.
sueño de la universidad como comunidad futura de iguales en la búsqueda desinteresada del
conocimiento, pero también evocaba una edad de oro, de la infancia y de la familia ideal.
Esto se reflejaba en la ocupación: en Villa Mirafiori el movimiento era menos radical, pero
más presto al diálogo.

La política interna del movimiento era más social y personal que ideológica; las personas ya
se conocían fuera de la política: “los políticos eran las mismas personas con las que
conversábamos en el bar” (Carlo Martinez). Jamás hubo una ruptura total con el tiempo y el
espacio ordinarios: el jardín continuó siendo abierto al barrio como parque público; los
docentes siguieron yendo y viniendo a la facultad; el personal de seguridad y de limpieza
continuó haciendo su trabajo manteniendo el orden y la limpieza, fraternizando y discutiendo
con los estudiantes: “las relaciones con las señoras de la limpieza son un poco conflictivas,
en el sentido de que también ellas, claramente, no son muy felices. Algunas veces tienen
razón, pero, por otro lado, es decir… nosotros limpiamos; se trata de limpiar, pero a veces
no se puede. Pero algunas veces nos ofrecen café, nos encuentran a las seis y media de la
mañana… La relación con los conserjes [los guardias de seguridad] es idílica, en el sentido
de que ahora somos grandes amigos. Se pasan las noches junto a la puerta… Desde que
descubrí que tienen pistolas, esto me crea algunos problemas –pero, está bien, no se puede
evitar–” (Ludovica Mutarelli).

Este puede ser un signo de madurez, pero también del hecho de que los ocupantes jamás
fueron obligados a asumir la responsabilidad total de su espacio. El jardín permanecía como
un espacio protegido. La ocupación era una experiencia de crecimiento socializado; pero
también era el espacio donde estos “eternos niños de adentro” (Alessio Trevisanti) trataban
de “crecer todos juntos” (Ludovica Mutarelli); todavía se encuentran “más como en casa”
(Caterina Duranti), “la segunda casa” (Sonia Di Loreto), y el crecimiento pasaba “un poco
como en familia” (Carlo Martinez). Por parte de algunos docentes simpatizantes había una
actitud un tanto paternal que a los estudiantes les fastidiaba, pero al tiempo les daba
seguridad. Mientras cultivaban el sueño alternativo de una salida de casa, se encontraban a
veces en un hogar sustituto: “Por eso nadie se quería salir de Villa Mirafiori. Si te llegabas a
salir te mordían el culo” (Laura Lombardi).35

Y luego, estaba la ciudad universitaria. “Volví a Letras un par de veces, la última fue ayer, y
más o menos tuve la sensación de entrar en el Bronx” (Flaviana Battisti). Entre Villa
Mirafiori y la ciudad universitaria a menudo se establecía una nítida oposición binaria entre
lo pastoral y el realismo urbano. Si Villa Mirafiori es la pantera y las estrellas, la ciudad
universitaria es el avión y el fax; la villa es nostalgia y utopía, la ciudad universitaria –“una
multitud tan deshumana que entra y sale de estos edificios” (Elisa Fabbri)–36 es el Bronx y
Blade Runner: “Villa Mirafiori es más pequeña, da más espacio para las relaciones humanas,
es menos dispersa, tiene los árboles…” (Tiziana Petrangeli). Durante la ocupación, mientras
que Villa Mirafiori permanecía como un enclave circunscrito, la ciudad universitaria, y en
particular la Facultad de Letras, estaba literalmente invadida y absorbida por el espacio
urbano, y también funcionaba como refugio para los sin casa y los marginales de los ghettos
urbanos, de los campos nómadas y de las calles que rodean la estación. Después de la

35
Laura Lombardi (1962), 17.3.1990, entrevistada por Francesca Battisti.
36
Elisa Fabbri, 3.30.1990, entrevistada por M. Arcidiacono, C. Martinez y E. Spandri.
ocupación, decanos y profesores levantaron fuertes quejas por los daños y la profanación
sufrida en el edificio. En Villa Mirafiori no había escritos en las paredes, grafitis obscenos o
daños al edificio; pero ni siquiera estaba la creatividad poética, gráfica o musical que
acompañaba la ocupación en Letras. La política en Letras era más adulta, abstracta,
impersonal y sectaria –llena de ideas, de decisiones, de conflictos–. En Villa Mirafiori se
veían las estrellas, pero en la ciudad universitaria se veía a los inmigrantes.

Alessia Guglielmi:37 La Sapienza [ciudad universitaria] es justamente una ciudad… con toda
la burocracia, gente que se encuentra y se enfrenta, diferentes facultades, y luego donde está
situada, las relaciones con el Policlínico, con toda esa zona de allá, en fin. Por el contrario,
Villa Mirafiori es propiamente la provincia, obviamente [con] las fortalezas y los defectos de
la provincia, quizás más cálida, mayores relaciones interpersonales…

Y luego, en Villa Mirafiori, dentro del jardín estaba la villa: un edificio liberty de finales del
siglo XIX que inesperadamente se revelaba como un espacio inquietante. A lo pastoral y al
realismo urbano se sumaba el imaginario gótico.

Pietro Rossini: Otra cosa que me gusta de Villa Mirafiori es el interior, en el sentido de que es
un laberinto, es la cosa… la que me hizo desesperar el primer año y que después me dio algunos
momentos de satisfacción, haber hecho la matrícula y ver tantos lugares. Quien jamás haya
estado acá, quien después no tenga una concepción particular del laberinto, quien no se perdió
voluntariamente en un laberinto no sabe cuál es el placer de ir al aula treinta y cuatro y explorar
las dos escaleras existentes, sobre todo esa que de Francés te lleva arriba a Filosofía y es
necesario salir por la terraza, se abre, se tiene que abrir la puerta, parece cerrada en verdad,
pero está abierta, ir abajo al fondo del corredor… yo estoy prácticamente seguro de que todavía
todos los meandros, a pesar de que yo era un explorador excepcional, no los exploré; por
ejemplo, a los subterráneos en el hueco de las escaleras que conducen al aula siete todavía no
pude entrar en mis paseos, es decir, una vez sí, fui por curiosidad, pero encontré una puerta
cerrada y no volví a ir.

Rumores confirmados por los conserjes de la villa afirman que aquella puerta al fondo de las
escaleras se abría y daba a un pasaje subterráneo que conducía a las no lejanas catacumbas
de Sant’Agnese (y había quien afirmaba que allí adentro sepultaban a los lectores nativos
cuando se terminaban sus precarios contratos). Villa Mirafiori también fue un convento, lugar
natural del imaginario gótico. Laura Lombardi creía recordar historias sobre un fantasma que
rondaba alrededor de la torreta del reloj, pero admitía que quizás eran imaginaciones suyas.
Las escaleras posteriores se conocen como Vía Crucis, tanto porque se suben para presentar
los exámenes como porque las buenas hermanas que usaron la villa hasta 1983 las habían
adornado con una barandilla hecha de cruces en hierro forjado. 38 El imaginario gótico
también está ligado al feudalismo, y pocas instituciones son tan feudales como la universidad,
“laberinto burocrático” (Gabriele Guerra) sobre la cual reinan los “barones”.

37
Alessia Guglielmi (1969), 14.10.1992, entrevistada por Alessandro Portelli.
38
Paolo Borgognone (1963), 25.5.1990, entrevistado por Alessandro Portelli.
Annamaria Di Marco:39 Yo, personalmente, debido a que tengo este gusto por lo gótico dentro
de mí, le tengo miedo a Villa Mirafiori, o sea, pasar por ciertos puntos dentro de Villa Mirafiori
cuando no hay nadie… lo pienso. Tengo presente que abajo donde está la sala de lectura, de
consultas, ¿la que tiene los vidrios como estilo liberty?, ese es uno de los lugares que imagino
de noche, con el atardecer que se filtran todos esos colores… es un poco extraño.

Describiendo el interior de la villa, con sus escaleras curvas y sus pisos irregulares, Marinella
Bucetti afirma que le recordaba a la gótica escuela descrita por Edgar Allan Poe en William
Wilson. Me alegré por esta brillante intuición literaria y ella respondió: “Mire que lo dijo
usted en la clase”. En la dialéctica del trabajo de campo, lo que se encuentra a menudo tiene
que ver con aquello que nos interesa, y esto es todavía más cierto cuando el “campo” es el
espacio de la propia actividad ordinaria. Remitiéndome a la referencia sobre Poe, Marinella
Bucetti me hacía recordar que yo también participaba del imaginario gótico: existe una
relación entre lo gótico y el miedo, pero también entre lo gótico y otras formas de malestar.
Diciendo esta cosa en clase, y después olvidándome de ella, había proyectado sobre las
formas góticas de la villa la ansiedad y la alienación que se derivaban del ser parte de una
jerarquía de poder feudal y no de una cálida y pastoral comunidad de conocimiento.

6. Observar a los observadores

En cierto momento, cuando sentimos acercarnos al final, preparamos un borrador del


manuscrito del libro, lo hicimos circular entre los entrevistados y organizamos una reunión
para discutirlo.

En su mayoría, los juicios eran positivos, aunque existía una cierta preocupación por el
carácter “literario” del texto: “puede ser algo bello, pero me parece que las personas se
convierten más en personajes de un libro que en ocupantes de Villa Mirafiori en el período
de la ocupación” (Ludovica Mutarelli). Otros estaban incómodos con la calidad de las
interpretaciones: “Yo lo leí en la playa, en una situación muy lírica, pero me gustó mucho,
sobre todo algunas [partes de las entrevistas] eran muy líricas, me gustaron. [Pero] no me
parece que se lean más los comentarios que las entrevistas. Los comentarios me parecieron
un tanto yuxtapuestos” (Tatiana Petrovich).40

Aparte de algunos errores de facto que pudimos corregir, lo que nos golpeó fue la paradoja
de que estos jóvenes intelectuales en formación –futuros filósofos o críticos literarios, es
decir, futuros especialistas de la interpretación– se resistían a ser interpretados. En todo caso,
esto parecía confirmar que la interpretación siempre incluye una relación de poder:
interpretar es una cosa, ser interpretado es otra. Sebastiano Calleri, quien tenía una posición
particular porque participó en la reunión, pero no fue entrevistado y por tanto mantenía cierta
distancia, destacó la insólita característica de la relación entre observados y observadores en
nuestro proyecto específico.

Probablemente ninguna de las poblaciones estudiadas por los antropólogos o por los sociólogos

39
Annamaria Di Marco (1964), 6.6.1992, entrevistada por Alessandro Portelli.
40
Tatiana Petrovich (1966), intervención en la reunión final del 3.10.1993 (entrevistada el 20.12.1990 por
Micaela Arcidiacono).
habrían estado de acuerdo ni siquiera con el dos por ciento de lo que los sociólogos y los
antropólogos escribieron sobre ellos. Esto no significa que no existan de alguna manera
evidencias que se puedan tomar en cuenta. De cualquier forma, sentirse insatisfecho con las
interpretaciones es un dato imprescindible para una investigación como esta.41

Los “nativos” de los que hablaba Calleri casi nunca están en condiciones de responder a las
interpretaciones de los antropólogos. Por otra parte, la población de Villa Mirafiori era capaz
de responder a la unilateralidad monológica del discurso “antropológico” de la cual era
objeto. En este caso, los interpretados poseían las herramientas de la resistencia y con ellas
invertían la interpretación de sus intérpretes. Mientras Petrovich y Calleri reconocían que
existía una distancia natural entre la autointerpretación del narrador y la interpretación del
observador, no obstante, existía un resentimiento hacia el hecho de que la interpretación y la
generalización inevitablemente disminuyen la individualidad de los narradores al incluirlos
en el montaje de una narración colectiva. Por más que teorizábamos la historia oral como un
arte de la individualidad, los entrevistados sentían que insistíamos demasiado en las
regularidades, en las analogías, en las recurrencias y en los modelos: estos los habían
aplastado convirtiéndolos en ejemplares. Finalmente, esta contradicción es inherente a las
ciencias sociales: dos puntos de vista sobre la misma realidad, ambos limitados y
responsables, ambos dotados de las mismas autoridades y autenticidades, uno que valora la
unicidad protagónica de lo singular y el otro que busca marcos sociales y modelos culturales.

La contradicción llega a un punto máximo, sobre todo, en la discusión sobre la metáfora


central del libro (el avión y las estrellas), así como en el paradigma de oposiciones
(pantera/fax, Oriente/Occidente, fantasía/modernidad, pastoral/urbano, Villa
Mirafiori/ciudad universitaria). Aquí, la fuente que decía no estar de acuerdo:

Fabio Ciabatti: Personalmente, visto que el libro comienza con una cita mía, quería hacer una
precisión, y era que, haciendo aquel relato, mi intención era la de narrar historias de la ordinaria
disolución mental que provocaba la ocupación, una demencia senil muy precoz, y fue solo el
segundo día, así que se pueden imaginar todo lo que sucedió allí. Toda la interpretación que se
hizo, no sé, bien podría ser cierta, pero no fue lo que yo dije… Quería narrar simplemente un
episodio para mostrar cómo la lucidez en ciertos momentos disminuía.

Ciabatti no rechazaba del todo nuestra interpretación, pero se resistía a la idea de que a su
relato se le pudieran atribuir significados más complejos y más amplios de los “simplemente”
ocasionales y, sobre todo, intencionales. Por otro lado, su contrainterpretación era a su vez
un acto cultural, lo que a su vez estaba sujeto a interpretaciones. Racionalizándolo después,
nos impactó el hecho de que el narrador reivindicara el control total de la intencionalidad de
un relato que tenía por argumento, justamente, la pérdida del control y de la conciencia y la
desaparición de la “lucidez”. Aun así, el episodio del avión y de las estrellas no sería el
primero en el cual la demencia senil y la pérdida de lucidez permitían emerger visiones,
sueños y símbolos ocultos.42 Es decir: como narrador y sujeto de la enunciación, Ciabatti

41
Sebastiano Calleri (1965), intervención del 3.10.1993.
42
Cfr. A. Portelli, Uchronic Dreams: Working-Class Memory and Possible Worlds, en The Death of Luigi
Trastulli and Other Stories, óp. cit., pp. 100-5.
refutaba poder ser un vehículo de significados que no controlaba y de valores simbólicos de
los cuales no era consciente como yo narrante; pero como personaje de su mismo relato,
como yo narrado y sujeto del enunciado, decía justamente lo contrario.

El narrador insistía en que, si bien se refería a una condición general, no obstante, su relato
era individual e idiosincrático, y no podía ser asumido como la expresión de un estado de
ánimo o como un marco simbólico más amplio. Por otro lado, el estilo autoirónico y
acentuadamente heroicómico (“las heroicas y míticas rondas proletarias”) del relato de
Ciabatti se ubicaba perfectamente adentro de una modalidad narrativa característica de los
movimientos juveniles, incluso de generaciones anteriores;43 estilo que se encuentra
sintetizado en un libro de culto de Charles Bukowski (Historias de locura ordinaria) muy
popular entre los lectores de su generación.44

Esto no significa que la auto-contra-interpretación del narrador no fuese convincente; sin


embargo, esta confirmaba el uso de módulos discursivos socialmente compartidos en el
mismo acto de negarla. Por lo tanto, su objeción no eliminaba nuestra interpretación, sino
que la desplazaba a otro plano. En tanto reivindicaba ese sentido de posesión de sí que es
constitutivo de la identidad y de la subjetividad personal, nosotros leíamos en sus palabras
las formas y las figuras narrativas estructuradas y compartidas que no contradicen la
individualidad del relato, sino que posibilitan su expresión. De este modo, la interpretación,
la contrainterpretación y la reinterpretación abren una conversación que sigue en la espiral,
esperemos jamás concluida, de la búsqueda común de un inaprensible sentido compartido y
final.

43
Cfr. A. Portelli, “I’m Going to Say It Now. Interviewing the Movement”, en The Battle of Valle Giulia,
óp. cit., pp. 183-98.
44
Ch. Bukowski, Storie di Ordinaria follia, Milano, Feltrinelli, 1975.
CAPÍTULO 21
Generaciones en Génova, julio de 2001 1

1. Orgullo y miedo

El 17 de julio de 2001, en Monterotondo, cerca de Roma, un padre acompaña a su hijo a la


estación. El hijo, Bruno Lupi, acaba de cumplir 18 años; se dirige a Génova a manifestar en
ocasión de la reunión del G8. El padre, Antonio Lupi, es el alcalde de la administración de
centroizquierda de Monterotondo. También tiene planeado ir a Génova al día siguiente, con
una delegación oficial del consejo comunal, portando la banda tricolor, con las brigadas y los
estandartes. La noche antes de partir, recibe una llamada telefónica: su hijo Bruno ha sido
arrestado.
Cuando llegó mi esposa dije “oh, dios mío, ahora qué hacemos, ¿cómo se lo digo?”. De todos
modos, se lo dije, y lo considerábamos más grave de lo que imaginábamos; ante todo, mi mujer
fue mucho más lista, sacó un temperamento diferente al que yo conocía, y ahí comenzamos a
hacer todas las llamadas del caso: nos habían dado el número de un abogado del Social Forum,
por lo tanto, contactamos a este abogado y quedamos de vernos a cierta hora a la mañana
siguiente. Habíamos organizado la salida pensando en partir muy temprano en la mañana, pero
luego, en efecto, a la una de la mañana mí esposa no soportó más y decidimos irnos: de todos
modos, no podíamos dormir. Entre otras cosas no era posible dormir porque había pasado, en
la tarde noche, cuando mi esposa regresaba del trabajo, una escena que para mí fue
escalofriante… que fue la muerte de Carlo Giuliani, rematada por el hecho de que cuando mi
mujer regresó a casa y vio la imagen de Carlo que, por su constitución física, el cráneo en
particular, se parecía mucho a Bruno, y allí ocurrió el desastre. Por suerte llegó una primera
comunicación de que se trataba probablemente de un español. Después llegó la noticia de que
se trataba de un estudiante romano en Génova y luego tuvimos un momento de…2
Bueno, nos quedamos tranquilos –tranquilos por así decirlo, porque no tenía que ver con
Bruno–; pero aquella imagen, dormir con esa imagen en la cabeza y con la angustia de sentirse
en los zapatos de los padres que habían perdido ese hijo, en fin, es sin duda una situación de
gran sufrimiento. Estábamos locos, completamente locos, y aquella noche entre otras cosas se
había organizado aquí en Monterotondo un concierto, ¿quién era? Tiromancino. Yo telefoneé:
debía estar en el palco, llamé al asesor Giganti diciendo lo que había sucedido; después en el
entretiempo sucedió el homicidio de Carlo y por tanto fue comunicado.

1
Presentado en el congreso sobre “Generations in European History”, Oxford, Gran Bretaña, julio de 2004;
“Generazioni a Genova, luglio 2001”, en Il de Martino. Rivista dell’Istituto Ernesto de Martino. nro. 16-17,
2005, pp. 61-86; “Diferentes geraçoes: Genova, julho de 2001”, Estudos ibero-americanos, vol. 32, nro. 1,
2006, pp. 7-35. Esta intervención forma parte de un proyecto de investigación en el cual participan Francesca
Pappalardo, Lorenza Parisi, Brunella Pinto, Susanna Trifiletti, Lalla Di Cerbo y Alessandro Portelli. El proyecto
es llevado a cabo dentro del ámbito del Circolo Gianni Bosio y las grabaciones se encuentran guardadas en el
Archivio Sonoro “Franco Coggiola” del Círculo. Una aclaración necesaria: dado que la mayoría de los
entrevistados eran muy jóvenes, quienes luego tuvieron varias trayectorias de vida, se subraya que las citas y
las consideraciones de este capítulo tienen que ver con lo que ellos afirmaban y pensaban al momento de la
entrevista, lo que también puede ser modificado más tarde.
2
Antonino Lupi (1947), alcalde de Monterotondo; 20.11.2004.
De hecho, se pensó en suspender el concierto; después decidimos que no, absolutamente: es
este también un testimonio de que todavía no se cambia nada. Se dieron las comunicaciones,
también hubo un momento de reflexiones, en el cual yo no participé por obvias razones, así
que partimos a la una, una y media de la mañana.
Después de cuatro días de frenéticas llamadas y vueltas por Génova, Antonio Lupi y su
esposa finalmente lograron localizar a su hijo en la cárcel de Alessandria, a donde había sido
trasladado con una docena de otros manifestantes después de haber sido detenido
ilegalmente, golpeado y torturado en el cuartel de Bolzaneto.
Bruno Lupi: Inmediatamente al entrar a Bolzaneto comenzaron los primeros golpes; yo fui el
penúltimo en bajar de la camioneta y vi el desfile de personas que entraban, recibían los golpes
necesarios como bienvenida al cuartel de Bolzaneto, como quien dice: “miren, la situación es
esta, quedan avisados”. Llegué desde Génova a Bolzaneto, que está a diez minutos, un cuarto
de hora, haciendo un trayecto con esposas apretadísimas que tuve desde el momento del arresto;
por supuesto, la sangre ya no circulaba. Y recuerdo, vi pasar en la camioneta de la policía, en
la parte superior había un paso elevado donde estaban los otros compañeros de las
manifestaciones que veían pasar las camionetas con las personas arrestadas, alza[ban] el puño
en señal de saludo. Y esto fue no sentirse solo, en aquella camioneta rodeada por la policía, y
luego sentir que afuera había algo que seguía su camino.
Al llegar, los golpes de bienvenida y luego aquello que se cuenta y que todos han tenido forma
de leer en los diarios: la famosa posición con las manos en las paredes de pie, en la cual nos
mantuvieron durante toda nuestra permanencia, nuestra noche allí en el cuartel. Era una
posición tan difícil de sostener que, cuando te quitaban de esa posición para divertirse, para
lanzarte en el corredor en el cual te podían libremente patear, tenías una sensación de alivio,
casi se preferían los golpes con tal de no estar en esa posición. Algunas personas no lograban
mantenerse en esa posición, sobre todo las personas quizás más adultas, tal vez personas que
ya habían sido golpeadas en la plaza o que habían sido golpeadas más duramente en la entrada
del cuartel; y naturalmente estar en pie era un deber de todos, y quien no lo respetaba sufría las
consecuencias; la pena era la tortura, la tortura en sí, y los métodos de tortura en Bolzaneto
eran muy variados, tanto en mí como en los que yo pude ver a mi derecha y también a mi
izquierda, y sentir los gritos alrededor mío, a todos nos mantuvieron en grandes habitaciones
oscuras, cuatro por pared, incluso cinco en la pared donde yo estaba, me parece, y nos quitaban
de esta posición por varias razones: una podía ser la diversión de un agente en particular; la
otra, el hecho de que debíamos ir a hacer nuestras identificaciones, las huellas dactilares, las
fotos y después la visita médica. Por supuesto, el trayecto para llegar a los distintos lugares era
bastante tortuoso: apenas salí de mi habitación, era la habitación del fondo en el cuartel de
Bolzaneto, para ir a hacer la identificación debía salir del cuartel e ir al edificio de al lado, tenía
que pasar todo el corredor que llevaba a la salida, y en aquel corredor estaban formados los
GOM3 con botas militares y guantes; estas dos filas te golpeaban duramente, libremente. No
era una cosa casual –dos filas de agentes formados de manera totalmente injustificada, ¿qué
están haciendo allí? –. Y entonces hice la identificación y regresé a mi habitación haciendo
nuevamente el recorrido, y así los otros junto conmigo.
Recuerdo, inmediatamente después de regresar de la identificación, por primera vez me
pidieron que renegara de los valores del antifascismo gritando “Viva el Duce”. [Me quedé]
perplejo; después de una incitación al compás de sus golpes, dije con fatiga las palabras
entrando a la celda, y así lo hizo el resto. Después de mí se convirtió en una práctica, casi como
una contraseña para podre salvarse. Luego se empezaban a sentir alrededor las canciones

3
Gruppo Operativo Mobile (GOM) [N. de la T.].
fascistas, se convirtió un poco de moda eso de torturar personas haciendo referencias al
fascismo, al hecho de que iba a regresar.
Era “Faccetta nera” la que escuché yo, principalmente “Faccetta nera”. Después varios
eslóganes, boia chi molla,4 junto con otros clásicos eslóganes. Y nada, entre otras cosas,
mientras éramos llevados a la mañana a las afueras de Bolzaneto con el brazo derecho
levantado, y recuerdo que quien nos impuso esto fue un agente de alto grado, porque el que
nos pidió levantar el brazo fue un agente al cual este otro agente con quien estaba hablando
dijo “no, no, déjelo así”, y él le dijo “jefe, vamos, hágalo levantar”. Y ese que era llamado jefe
nos dijo que teníamos que levantar el brazo y caminar, y así salimos del cuartel de Bolzaneto,
con el brazo derecho alzado.5
Ese día, mi esposa y yo íbamos en el auto hacia el sur, con la radio encendida y mucha ansiedad,
porque también teníamos un hijo en Génova. Lo que estaba pasando en Génova repercutía en
toda Italia, entre radios y celulares, con una resonancia multigeneracional no del todo nueva,
pero sí particularmente intensa. Los protagonistas de Génova eran en su mayoría jóvenes,
muchos en su primera experiencia de protesta (aunque en las calles de Génova estaban todas
las generaciones), sin embargo, muchos de ellos tenían raíces familiares de movimiento o de
compromiso político; por lo tanto, la actitud de muchas familias era una incierta mezcla de
orgullo por el compromiso de los hijos y de preocupación por lo que podía suceder en un
momento de tensión y de conflicto anunciado.
Brunella Pinto: Y, y cuando estuve en Génova, esta es una cosa que a mí me tocó muchísimo:
“papá, me voy a Génova”. Y él me dijo “yo me lo esperaba, te tengo que decir la verdad
Brunella: yo soy tu padre, y preferiría que tú no fueras porque tengo miedo por tu seguridad.
Pero estoy orgullosísimo del hecho de que tú vayas allí, y jamás te diría que no fueras. La cosa
me provocará ataques de presión alta, crisis de soriasis y todas las enfermedades
psicosomáticas que tuvieron mis padres a los cincuenta años, estos cincuentenarios que vieron
fracasar miserablemente sus ideales y se encuentran en…”.6

2. Carlo Giuliani, Ragazzo.

Todo comenzó como una fiesta. El 20 de julio, el desfile de los migrantes fue un momento
alegre, también con componentes intergeneracionales.

Emanuele Profumi: [el desfile de los migrantes], sí, uno de los más bonitos de los que he
asistido, bellísimo; había una alegría generalizada de todos los colores, personas, que trasudaba
diversidad cultural por todos los poros, desde el monje budista que tú ves que está allá, vestido
extrañísimo: “Pero ¿quién es?, es un monje, me alegra que esté también él”; es toda una serie
de comunidades, más que “banales”, comunes que nosotros podemos ver acá. Senegaleses,

4
Boia chi molla, en italiano, significa literalmente “verdugo [asesino] el que abandona [la lucha]”. La frase
tiene el sentido aproximado de “traidor quien ceda”. Boia chi molla era el lema de la revuelta fascista de Reggio
Calabria en los años 70. “Faccetta nera” [Carita negra] es una canción de la época del colonialismo italiano en
Etiopía.
5
En la entrevista con Bruno Lupi también estaba presente Enrico Angelani, descendiente de una familia
antifascista de Monterotondo, quien recordó un episodio idéntico sucedido, no obstante, durante el fascismo:
“La otra acusación [para mi tío] era no haber ido a trabajar el primero de mayo [del 29] sin motivo justificado.
Se instaura un proceso en el cual él [es] obligado a cantar o a decir “viva el duce” y a decir [que] ese día su
esposa no se sentía bien, y con esto fue absuelto”.
6
Brunella Pinto (1981), estudiante, 17.7.2002.
marroquíes, pakistaníes, fue hermoso. Luego encuentras allegados: de repente encontré un
amigo mío de la escuela que está haciendo el Erasmus desde otra parte, en España, Sevilla;
encuentros muy bellos, pero una verdadera atmósfera que era distinta; también los
parlamentarios, que paseaban y discutían tranquilamente. Una plaza en movimiento que se
desplazaba.7
Brunella Pinto: Y bueno. El jueves fue una cosa grandiosa el desfile de los migrantes… fue,
pienso, una de las jornadas más emocionantes de mi vida, porque jamás me había pasado estar
en medio del abuelo, papá y hermano… Realmente, desde el punto de vista generacional para
mí fue una gran satisfacción y te confirma lo que estás haciendo… o sea, en el sentido, no soy
una veinteañera rebelde, no soy… es más, hay personas de cincuenta años más rebeldes que yo
aquí adentro… no estoy loca, no soy inadecuada, hay trescientas mil personas que se sienten
inconformes como yo, así que, quiero decir… tal vez los locos son los demás. Por ello empecé
a ver las cosas completamente desde otro punto de vista, vi madres, vi niños, vi personas en
sillas de ruedas… vi personas en sillas de ruedas que después fueron golpeadas… esa es la otra
cara… la otra cara de lo que luego te golpea.
Al día siguiente, mientras que ambiguos grupos de black bloc arreciaban tranquilamente por
la ciudad, la policía ataca sin ser provocada a las concentraciones y los mítines pacíficos. La
violencia continuará en Bolzaneto y en la [escuela] Diaz,8 culminado con la muerte de Carlo
Giuliani. Para muchos chicos es un shock el descubrimiento repentino de la violencia del
Estado.

Gianni Di Domenico: Sí, fue desde este punto de vista impactante, tanto para quienes lo habían
experimentado, porque se han debido confortar con un nivel que pensaban quizás no poder
afrontar, al menos en esos niveles. Y claramente los jóvenes se quedaron, es decir, choqueados.
Nosotros teníamos varios chicos la primera vez, y te aseguro que se quedaron, o sea… Uno fue
uno de los que masacraron en la Diaz, o sea, de esos que se vieron en televisión, salió en
camilla, una máscara de sangre; diecinueve años, la primera vez. Es decir… te puedes imaginar
cómo te marca una cosa así… fue muy pesado.9
Para algunos, el asesinato de Carlo Giuliani los trasportaba a los recuerdos de los años
pasados: “volvió a mí todo lo que pensaba, con toda mi cultura, con el hecho de la edad, que
con el crecer dejé de lado; regresó todo como si fuese una chica de 18-20 años con una rabia
en contra, en contra de la policía, en contra, digamos, del poder constituido que así como
golpeaban a mi padre, me golpearon a mí y en momentos así, digamos, cruciales como estos,
con estos medios” (Pina Monaco).10 Pero para la mayor parte de los chicos que ni siquiera
habían nacido cuando por última vez la policía asesinó en las calles, es un trauma casi
indecible: “Habíamos perdido la virginidad; es decir, el movimiento, que también era muy
ingenuo, se encontró de frente con la dureza del hecho, con el enfrentamiento real. Ninguno
de nosotros pensaba que el nivel de ataque militar por parte del Estado pudiese llegar a ese
punto” (Alessio Aringoli).11 “Hablemos claro”, dice un manifestante un poco más anciano,
“No es que desconociéramos cosas de este tipo; quien venía a Génova como primera
manifestación puede que no, pero no es que no existieran indicios de que alguno vendría a

7
Emanuele Profumi (1977), estudiante, 27.5.2002.
8
La escuela Diaz era el centro de documentación e información del movimiento. Una noche la policía entró allí
e hizo una verdadera masacre.
9
Gianni Di Domenico (1958), asistente social, 14.7.2003.
10
Pina Monaco (1952), periodista, 1.9.2002, entrevistada por Lalla Di Cerbo.
11
Alessio Aringoli (1978), estudiante, 28.6.2002, entrevistado por Susanna Trifiletti.
tentar la muerte, por así decirlo. Por eso hablamos de ello, y mucho, estábamos preparados
políticamente. Sentimentalmente, yo creo que era una generación que no estaba
completamente preparada para lo que sucedió” (Danilo Corradi).12 El trauma es tal que faltan
las palabras para decirlo: “también porque no lo hablé con nadie, ni siquiera con mis amigos,
porque no sabía cómo expresarlo, todo era demasiado extraño, era un poco como un shock”
(Anna Carone).13

Antonella Valentini: Prácticamente llegó este chico, pero no sé si vino desde Piazza Alimonda
desesperado, con la desesperación en los ojos, gritaba y decía: “Mataron a dos, hicieron matar
a dos”, y lo decía tratando de ir al palco a hablar; así que prácticamente la noticia de la muerte
de Carlo llegó de este modo. Con toda la policía alrededor, con helicópteros sobre la cabeza y
este chico llorando y para nosotros fue un golpe increíble, no sé ni siquiera explicar la sensación
que produjo el pensar que estaba muerto.14
Arianna Lodeserto: ¿Qué puedo decir?, fue una cosa realmente escalofriante, no existen
palabras para decirlo… Solo recuerdo que lo vi en televisión cuando llegamos a Prato, incluso
antes de que llegáramos a Génova me pareció absurdo y violento y terrible, y eso es todo…
Recuerdo que nos quedamos impactadas mi amiga y yo y nos sacudió mucho esta cosa. Una
de las primeras razones porque estaba enojada y porque peleaba con la gente. Porque no existe
ninguna razón para que pasen cosas de este tipo, que esto pueda ocurrir. Recuerdo que me tocó
mucho, me disgustaba escuchar historias sobre él, sobre lo que era su vida, una cosa… después
cada tanto seguían saliendo otras noticias. Fue la cosa más grave, también por el hecho de
buscar las razones por las cuales este podía ser un acto de defensa o justificado: de cualquier
manera, es absurdo y no debería suceder nunca. Bastaba con asombrarse sin la necesidad de
buscar otras justificaciones; demasiado inhumano lo que pasó, algo que me golpeó es que, por
ejemplo, le pasaron por encima con la camioneta, cosas alucinantes…15
Emanuele: Llovía y estábamos sobre la grama de este estadio [Carlini] y no podías salir porque
estaba la policía; no teníamos qué comer, no teníamos nada, y se decía que la defensa civil
traería comida. Al final no sé cómo remediaron lo de la comida… Escenas como… en estos
charcos de lodo, la gente tratando de sacar el agua de debajo de las carpas, y en todo esto yo
estoy sentado sobre la grama y recuerdo que había un chico que cuando dijeron esta cosa
rompió en llanto fuertemente, y yo que estaba al lado, decía “Es amigo mío Carlo Guiliani”…
Yo no lo sé, lloré durante varios días y perdí peso, no sé cuantos kilos, y regresé aterrorizado
por las fuerzas del orden, por la violencia.16

12
Danilo Corradi, estudiante, 22.7.2002, entrevistado por Francesca Pappalardo.
13
Anna Carone, estudiante, 18.6.2002, entrevistada por Susanna Trifiletti.
14
Antonella Valentini (1982), estudiante, 28.5.2002, entrevistada por Lorenza Parisi.
15
Arianna Lodeserto (1982), estudiante, 23.6.2002, entrevistada por Susanna Trifiletti.
16
Emanuele (1977), estudiante, 4.12.2003, entrevistado por Lorenza Parisi. Lo absurdo es acentuado, al menos
para algunos de los entrevistados, por el hecho de que el policía que mató a Carlo Giuliani tenía su misma edad:
“Abajo, en Puglia, encontré a este chico que iba al liceo conmigo y él era carabinero, y así como te dije, abajo
no se encuentra trabajo, y finalmente él hizo este curso, él es de los 80, como yo, y lo enviaron a Génova. Él
estaba del otro lado, formaba parte de las fuerzas del orden y… bueno, nada, me puse a hablar con él y me
quedé conmocionada por esta experiencia y él, allí, era realmente terrible, no le quería hablar… quería hablarle
sobre esto, pero ¿qué carajos hiciste?, ¿te das cuenta de toda esta situación? A este chico lo veía realmente como
una víctima por el simple hecho de que él quería un trabajo, ¿entiendes? Él podía arriesgarse tanto como ese
chico que mató a Giuliani, todos tenían veinte años en esta situación de mierda” (Anna Carone).
Plaza Alimonda, donde mataron a Carlo, fue rebautizada “Piazza Carlo Giuliani, ragazzo”.
Ragazzo17 reinterpreta a Carlo Giuliani como un símbolo representativo de todos los que
estaban en Génova en esos días, pero sobre todo al grupo de edad que en aquellos días se
enfrentaba por primera vez con la violencia de la policía y del Estado. Carlo Giuliani,
ragazzo es también el título de la película de Francesca Comencini que mezcla las imágenes
de su último día de vida con el relato de su madre, Haidi Gaggio. Ragazzo es la forma en la
que muchos de los narradores se definen a sí mismos y a los otros participantes del
movimiento: “presuntos black bloc, chicos [ragazzi] vestidos de negro… recuerdo sobre todo
a dos chicas [ragazze] que tendrían alrededor de diecisiete años, muchachitas [ragazzine],
lloraban muchísimo… esta era una chica [ragazza] que tendría veintiuno, veintidós años, en
la época tendría esa edad, y lloraba” (Alberto).
La inclusión de esta autodesignación sugiere que, más allá del dato demográfico, la identidad
del movimiento está dada por el grupo de edad que debuta políticamente en Génova entre la
adolescencia y la primera juventud: “si uno estaba en Génova entre los 18 y los 19, realmente
tenía el sentido de una generación que había llegado allí negra de ira, pero absolutamente sin
ninguna intención de destruir todo. Determinada a superar la zona roja, pero no para hacer la
masacre; sin embargo, este también es un hecho para darse cuenta de cómo esta generación
necesita dar un paso adelante en la capacidad de organizarse y de construir su camino”
(Alessio Aringoli).
Alessio Aringoli también usa otro término recurrente en estos relatos: generación. Por un
lado, generación es un concepto unificante en el plano trasnacional, adecuado a un
movimiento que se percibe a nivel internacional –“una muestra fiel de la juventud italiana y
europea, internacional, de los países industrializados en un mundo globalizado” (Vittorio)–;
por el otro, generación atraviesa y articula experiencias y subjetividades distintas dentro de
la misma situación –“Ha marcado a nuestra generación Génova, ha marcado un momento
histórico y por lo tanto a varias generaciones; también el movimiento es un movimiento
compuesto, y no solo está compuesto de jóvenes” (Emanuele)–.

Danilo Corradi: Fue la explosión de una generación que jamás había hecho política y de una
parte de una generación que había hecho política pensando dar vueltas en círculo y de este
modo reconstruyó una utopía posible. Pero es una generación que al día siguiente de Génova
se dividirá, hará muchas cosas distintas, explotará en tantas maneras diferentes de las que han
tenido hasta hoy. Pero ha demostrado otra cosa: demostró que la radicalidad de esta generación
es una radicalidad no pasajera; en este sentido, se puede relacionar al 68 con lo que sucedió,
yo no pienso en nada más.
Alessio Aringoli: Un poco todos los portavoces de la antiglobalización han [tendido a] pensar
que de cualquier manera era mejor exagerar… Nuestra generación no está sobre el terreno de
exagerar –no porque seamos moderados–. Recuerdo que Bernocchi decía en la asamblea que
no es posible escandalizarse porque se quema una bandera americana: no es esto, porque
nuestra generación no concibe el discurso del “exagerémoslo”, sino que quiere instruirse, es en
parte confiada de sí misma, no vivió todo el camino de las traiciones que atravesó la experiencia

17
La palabra italiana ragazzo traduce al español como muchacho, chico o joven. Se deja la palabra del original
por razones interpretativas y analíticas concernientes a las ideas que expresan tanto el autor como sus
entrevistados [N. de la T.].
después del 45, el PCI que se movía cada vez más a la derecha. Nosotros tenemos la sensación
de partir, de alguna forma, desde cero y cuando se comienza de cero no te va quemar la bandera
americana porque no lo percibes como un gesto de ascenso en ese momento, sino como un
gesto ofensivo para la gente que ha muerto, y no te reconoces en ese gesto y no quieres estar
dentro del imaginario que ese gesto puede crear, quieres construir otro imaginario. Yo estoy
seguro de que también a nivel imaginario, si hubiésemos mandado a alguna trasmisión en la
tele a un joven [con] quince años menos que Agnoletto,18 [habría sido] quizás menos listo para
exponer las cuestiones, pero habría dado el sentido de quienes éramos; algo que, según yo,
algunas veces a todos se les hubiera quitado la bravura y no le hubieran alcanzado a dar.19
3. La generación del celular

Antonella Valentini: Yo no tenía el celular atrás, ahora afortunadamente lo tiré, me


liberé de ese aparato infernal. Mi madre trataba de llamarme después de la noticia de
Carlo al celular de una amiga mía, pero prácticamente los celulares no servían porque
quizás los habían puesto en modo de no… de todos modos no servían, y después de
un tiempo mi madre que gritaba y que no lograba escucharme. “¡Antonella!
¿Antonella cómo estas?”, llorando. Pero ella tenía casi la certeza de que era yo la que
estaba muerta. La voz era… ¿sabes el terror? Estaba aterrorizada porque
evidentemente no me escuchaba. Después traté de tranquilizarla –“no, má, no te
preocupes, no me pasó nada, estoy bien, estoy aquí con los periodistas”– y después
que hablé con mi madre reventé a llorar, un llanto histérico y no sé cuanto duró, creo
que allí me reventé a llorar.

Génova 2001 es quizás el primer evento de masas de la era de las nuevas tecnologías. Había
casi más cámaras de video y cámaras fotográficas que personas, lo que hace de Génova uno
de los eventos más minuciosamente documentados de la historia italiana. Sobre todo, la
mayoría de los participantes poseían el nuevo ícono de la contemporaneidad, el celular. 20
Como afirma Luca Conte (quien trabajaba en el centro de medios antes de que la policía lo
destruyera), “La principal fuente de certificación, y esta es mi impresión personal, de esos
eventos, en realidad todavía está en la memoria digital de los celulares, en las voces, en los
teléfonos, en las mamás, en las tías, en los hermanos, en los primos involucrados en una
búsqueda de información y de conocimiento no solo desde un punto de vista afectivo, sino
también desde una toma de posición, en el pronunciamiento de la propia indignación”. 21
El celular es tanto un modo con el cual los chicos están en contacto entre ellos como un modo
con el cual los padres los siguen en sus movimientos. En Génova, ambas funciones se
implementaron a niveles de masa. Por un lado, en Génova “había cosas un poco paralelas,

18
Vittorio Agnoletto era uno de los líderes mediáticos del movimiento.
19
Desde otro punto de vista, la presencia de estas figuras más “expertas” era para algunos tranquilizante, una
confirmación del hecho de que ellos no eran tan extraños: “La humanidad de esas personas que tú siempre
ves… está bien, [Fausto] Bertinotti [líder de Rifondazione Comunista], pero no solo él; [Dino] Frisullo
[militante antiimperialista], Agnoletto, que después fue el portavoz, también a ellos los escuché en una asamblea
improvisada allí, en ese asedio con la caza a los manifestantes, escuché expresar su humanidad, la escuché; más
allá de los razonamientos políticos que se puedan hacer, sientes que te expresan el drama que te está pasando y
la conciencia que ellos tienen del drama de esas personas que fueron agredidas, potenciado por todas las
informaciones que ellos probablemente tengan más que nosotros sobre lo que está pasando. También es algo
que recuerdo con placer (Emanuele Profumi).
20
Italia es el país europeo con la más alta concentración de celulares: La Repubblica, 8.4.2005.
21
Luca Conte (1968), trabaja en una radio independiente, 3.7.2002, entrevistado por Brunella Pinto.
gente que estaba con el celular con personas en otros mítines, abogados y médicos que
rondaban, estaban todos en contacto” (Chiara);22 por el otro, los celulares colmaban la
distancia entre los que estaban y los que estaban lejos –y, sobre todo, entre los preocupados
padres en casa y los chicos en la calle–.
Rossella Marchini: Entonces el jueves recuerdo que fue la manifestación de los migrantes y yo
la seguí, precisamente por la radio, y luego en la noche hablé con Alicia que estaba
entusiasmada porque eran muchísimos, porque era una cosa alegre, una manifestación bella,
estaba contenta. Así que estaba feliz de ir, de partir al día siguiente. El viernes, el viernes por
el contrario fue una jornada dramática, porque yo escuchaba en la radio las famosas plazas
temáticas23 y el asalto a la zona roja, supe de forma directa la muerte del chico y lo recuerdo
con terror, porque era en la radio, después escuché muchas veces aquellas grabaciones, decían
que alguien había caído, hay un muerto, sí, no, esas frases; en un momento oí decir una chica
y, naturalmente, sabiendo que mi hija estaba allí y no podía hablarle al teléfono porque no me
había dado noticias durante ese día –cada tanto enviaba un mensaje: “todo ok, quédate
tranquila, no estoy aquí, no soy…”–, y luego se hablaba de otros heridos, de otras cosas –
recuerdo haber tenido miedo por ella, por todos esos chicos–. Luego, en la noche hablé con ella
y me dijo “Mamá, quédate tranquila, todo está bien”. Había diluviado en la noche, la carpa
estaba empapada, en fin, era un relato. De un momento a otro había cambiado completamente
el clima; desde su relato y desde lo que yo oí había cambiado completamente todo, y por ello
partimos en la noche. Los autobuses que habíamos reservado decidieron no partir más, así que
terminamos en la estación amontonándonos en esos trenes y llegamos allí el sábado en la
mañana. Sin embargo, aunque en ese momento no hubiera organizado nada, habría ido a
cualquier precio; en definitiva, era importante estar allí al día siguiente.24
Gracias a la radio y a la televisión, pero sobre todo al celular, Génova estaba sucediendo en
toda Italia; el celular era la materialización de los vínculos emocionales que conectaban a
Génova con el resto de Italia y Europa. Emanuele Profumi relata que él y sus compañeros
lograron mantenerse alejados de la policía porque el padre de uno de ellos, quien seguía la
situación en casa desde el televisor, les comunicaba por teléfono los movimientos de la
policía y les indicaba los lugares seguros de la ciudad.
Pina Monaco: Estaba un poco celosa de que ellos estuvieran allí, porque veía y me contaban
ellos a través de los celulares que la manifestación era grande, que estaba compuesta; mi hija
me decía que había muchos jóvenes, incluso chicos en sillas de ruedas, había personas de la
edad de su padre que eran viejos, como dice ella. De todos modos, me arrepentí de no haber
estado allí porque, digamos, le había dado demasiada importancia a un temor inconsciente,
debo decir, de los enfrentamientos. No tenía ninguna noticia de esto, sin embargo,
inconscientemente tenía miedo. Así que lo viví poniéndome en contacto con ellos, siguiendo
la televisión y luego lo que por el contrario me sorprendió fue la existencia, digamos, de un
gran miedo cuando escuché que se habían dado los primeros enfrentamientos. Llamé al padre
de mi hija, y lo escuché ansioso porque había perdido a su hija y a la amiga de su hija en medio
de las bombas de humo y los lacrimógenos y él decía que jamás sintió un olor así de extraño y
una sensación tan penetrante en los pulmones y en la garganta. En ese momento, prácticamente
estaba enloquecida porque él no conseguía encontrarla; él sufre de presión alta, por lo tanto, en
algunos momentos, no podía seguir la línea; luego alcanzó la línea y comenzó a perder el
sentido porque se le subió la presión, había sol, estaban estos benditos lacrimógenos y él

22
Chiara (1976), graduada en filosofía, 20.6.2002, entrevistada por Francesca Pappalardo.
23
Distintas plazas donde se reunían manifestantes interesados en distintos temas políticos.
24
Rossella Marchini (1950), arquitecta, 25.7.2007, entrevistada por Lalla Di Cerbo.
encontró un lugar en un callejón en donde una señora desde lo alto le lanzó agua encima y con
ello se recuperó y volvió en sí, digamos. Como si hubiese conocido Génova desde siempre
comenzó a caminar, finalmente localizó a su hija y le dio las indicaciones para encontrarse y
allí supe que se encontraron y se pusieron a llorar, etcétera. Del relato de mi hija por teléfono,
ella me tranquilizaba, pero lo que la golpeó muchísimo, por lo que quedaron casi paralizadas
las dos chicas, eran los golpes que daban, [que] le daban a un chico que estaba en silla de ruedas
y ellas lo querían ayudar; ellas se salvaron, pero ella tuvo siempre este recuerdo tan dramático
de este, este chico.

4. Padres e hijos en Génova

Enrica Bartesaghi: Para mí, Génova 2001 fue un trágico regreso a la realidad; no porque
viviera por fuera del mundo… no me parecía, leyendo un par de periódicos diariamente, en
fin, manteniéndome informada. Sara, mi hija, quien entonces tenía veintiún años, me había
dicho por qué iba a ir a Génova, y en gran parte compartía las razones que la llevaban a ella
y a muchos otros a Génova. Digamos que mi realidad era y fue hasta junio de 2001 un tanto
indiferente. Pensaba que ya había hecho mi camino, con respecto a las manifestaciones, de
estar en primera línea y que de alguna manera se le podía también dar el espacio a los hijos
y permitirles a ellos hacer su camino. Y por ello no fui a Génova, porque una de las razones
era la de no querer parecer como una mamá ansiosa que sigue a su criatura en su primera
manifestación, sin dejar de seguirla desde casa junto con mi marido a través de la radio, la
televisión y otras cosas.25
Como vimos, no todos los padres se quedaron en casa. Algunos, como el compañero de Pina
Monaco, fueron juntos con sus hijos; otros fueron por su cuenta, como el alcalde de
Monterotondo. Aunque la identidad del movimiento fuese generacional, su composición era
más variada: “yo no creo que sea un movimiento sobre todo de jóvenes, ahora me viene en
mente [José] Bovè,26 quien joven no es, me viene en mente Agnoletto, que no es joven, no
creo, no, no creo que sea un movimiento de jóvenes. Creo que los jóvenes fueron los que lo
llevaron adelante, que es otra cosa; pero las ideas de Rifkin, del mismo Chomsky, a quien,
claramente yo recuerdo desde el 68 a Chomsky, es decir, algunos de los teóricos, digamos,
no son, no son chicos. En el 77, por ejemplo, ese sí era un movimiento de jóvenes en su
mayoría; este no, este me parece un movimiento simplemente de mujeres, de niños, de viejos,
de monjas” (Esther Koppel).27
Por otra parte, incluso los chicos en Génova eran conscientes de la presencia de otras figuras
generacionales. Entre las figuras adultas presentes en Génova, había personajes políticos y
sacerdotes, maestros y periodistas, la mayor parte de los participantes en el desfile de los
migrantes y toda la estructura legal y médica de soporte.
Después de la muerte de Carlo Giuliani, los Democráticos de Izquierda28 retiraron su
participación en la protesta (“verificamos con los compañeros que también se podía ir en
autobús, pero se suspendió; entre otras cosas, sobre esto se agregó un motivo más de enfado,
de decepció que, cuando se supo, y a la luz de lo que había sucedido ese día, la elección que
25
Enrica Bartesaghi (1954), Comité Verdad y Justicia para Génova, 29.9.2004, entrevistada por Lalla Di Cerbo.
26
Líder del movimiento campesino en Francia.
27
Esther Koppel (1950), periodista, 29.7.2002, entrevistada por Lalla Di Cerbo.
28
Así se llamaba entonces lo que había sido el Partido Comunista.
los DS tomaron fue la de no participar más en la manifestación del día siguiente” (Ugo
Balzametti).29 No obstante, después de las noticias de las agresiones, de las irrupciones, de
los arrestos, muchos padres sintieron que era imposible quedarse en casa. Y partieron –como
subraya la emergencia del momento– en medio de la noche.
Ugo Balzametti: Y había decidido no participar; es evidente que, cuando llegué a casa a hablar
con mi esposa, compartimos nuestras emociones, nuestros miedos, nuestras preocupaciones y
sobre todo la tensión de cómo nuestro hijo podría vivir esta dimensión para él del todo inédita,
trágica; saberlo solo aunque con muchos otros compañeros y no poder estar cerca de él, se te
dispara un elemento de protección por un lado pero también de rabia política, una mezcla
explosiva que probablemente jamás habíamos –aquí creo que puedo hablar en nombre de mi
esposa– conocido. Habíamos conocido la tensión política durante la fase del terrorismo, los
mismos años 77; pero esta combinación, esta mezcolanza, esta dimensión de fuertes
emociones, de protección respecto a un pedazo de la propia carne y rabia política se
convirtieron en uno solo, una dimensión difícilmente controlable; por lo que decidimos, eran
las siete de la noche cuando llegué, y decidimos tomar un tren extraordinario para Génova que
partía a media noche.
De este modo, Génova asiste los recorridos de padres y madres que van de un lugar a otro
por la ciudad en busca de los hijos que no encuentran. Antonio Lupi y su esposa parten a la
una y media de la mañana y hacen trescientos kilómetros en auto, desde Monterotondo a
Génova, después de enterarse de la detención de su hijo:
En medio del camino intentamos varias veces contactar por teléfono al comando; partiendo
desde Monterotondo y llegando a Génova hicimos decenas de llamadas obteniendo la respuesta
“llame a otro número”; y al final nos quedamos tan contrariados que llegamos al comando
central de Génova, donde estaba este abogado del Social Forum, con mi esposa; también vino
mi cuñado. Fueron al comando para pedir alguna noticia de a dónde fue enviado este chico,
qué noticias tendrían de este chico, mientras que yo me quedé afuera en el auto, no había
estacionamiento. Y fui testigo de la llegada de [Gianfranco] Fini 30 al comando central de
Génova y de un ir y venir de sujetos, como decía Bruno, de policías, black bloc, y tuve un
instinto asesino en ese momento. En ese momento, todavía no se imaginaba lo que después
sucedería en la escuela Diaz y que, en mi opinión, estaban fuertemente involucrados los
responsables del gobierno. Sin embargo, no fue posible tener ninguna noticia del comando
central; nadie tenía noticias: listas de detenidos no había, no existía a las doce y media del día,
a la una del día siguiente no existía una lista de detenidos. Entonces el abogado nos dijo: “A
muchos se los llevaron a Bolzaneto”. Nos fuimos para Bolzaneto; había un grupo de policías,
tratamos de obtener noticias, primero nos respondieron de forma muy grosera; después mi
mujer al parecer convenció a uno de los policías, el cual le dijo que el chico había sido llevado
a Alessandria, que el examen médico no había revelado nada preocupante.
Después de haber escuchado las noticias de la hija, Rossella Marchini y su esposo tomaron
uno de los últimos trenes para Génova y llegaron a las seis de la mañana:
Nos bajamos del tren en Quarto y recuerdo que había… llegamos muy temprano, y todo estaba
cerrado; pero siendo una hora tan, tan extraña para dar vueltas, porque tal vez eran las seis de
la mañana, comenzamos a caminar buscando un café para desayunar, algo para comer.
Caminamos muchísimo y todo estaba cerrado –a las ocho, a las nueve–, una ciudad desierta en

29
Ugo Balzametti (1947), empleado, 12.7.2002, entrevistado por Lalla Di Cerbo.
30
Gianfranco Fini, líder de Alianza Nacional, el partido postfascista aliado con Berlusconi, era entonces
vicepresidente del gobierno.
la que vagaban solo chicos con sacos de dormir, personas que bajaban de los trenes, pero era
una ciudad totalmente fantasma, porque se veían cajeros automáticos y vitrinas rotas, autos
destrozados y todo cerrado, no había señales de, una señal de vida, digamos, que viniese de la
ciudad, sino de invasores.
Esta es la cosa que más te golpeaba en aquel momento, porque cuando llegas a una ciudad
jamás tiene este aspecto, ni siquiera en el día del Ferragosto,31 ¿no? En fin, fuimos al [Estadio]
Carlini a buscar a mi hija, para hablar con ella, verla y tranquilizarme. Era un estadio lleno,
lleno de muchachos, de carpas, de bolsas de dormir, de gente que se curaba las heridas tanto
del diluvio de la noche como de la manifestación del día anterior. ¿Y que cosa hice después…?
Continuamos caminando, prácticamente caminamos por toda la ciudad, fuimos con otros
amigos a buscar algo de comer y entramos en el hospital, con un aire indiferente hicimos la fila
dentro del restaurante del hospital y allí desayunamos. La cosa es que no nos hicieron entrar
por la entrada principal porque allí había heridos del día anterior y por ello no dejaban entrar a
los visitantes, no dejaban entrar a nadie, aunque nosotros tuviéramos un aire, un aspecto
ciertamente no jovial de chicos. Entonces entramos por detrás y allí conseguimos entrar al
restaurante y agarrar un croissant, un cappuccino e ir al baño. Esto, digamos, les abrió el
camino a otros, a otros chicos que vieron esto; pero ellos no consiguieron entrar, porque
entendieron que estábamos usando el restaurante y el baño, que era el único abierto en toda la
ciudad, y lo cerraron y no dejaron entrar a nadie más.
La ciudad estaba cerrada y asustada; sin embargo, no faltan los relatos de solidaridad y ayuda
(como la señora que le da agua al compañero de Pina Monaco). Por otra parte, la escena en
la que estos adultos abren el camino para que los chicos puedan usar el baño sugiere un rol
imprevisto de los adultos: traer alivio y protección a los chicos extraviados y heridos.
Pina Monaco: Allí estaba con nosotros una señora de Rifondazione 32 de setenta años que
también se sentía un poco mal y necesitaba el baño, nos hicieron entrar en su casa estos señores
y nos dieron de beber; usamos el baño, nos lavamos la cara y luego nos quedamos en la puerta,
no salimos porque no estábamos seguros. Estuvimos allí alrededor de una hora; luego
lentamente, lentamente salimos tratando de llegar a la estación. Salimos y comenzamos
lentamente, lentamente a caminar; lo bonito que recuerdo es que una chica asustada, joven –
podía tener la edad de mi hija–, se ubicó a nuestros talones y decía “¿puedo ir con ustedes,
puedo ir con ustedes, a dónde van?”. “A la estación”. “Yo tengo que ir al Carlini”; y le dije
“mira, nosotros vamos hacia la estación”. Entonces ella llamó a alguien y le dijo “No, ma,
quédate tranquila, me prestaron una camiseta naranja porque casualmente estaba vestida de
negro, justo hoy, así que quédate tranquila porque estoy con dos señores mayores y parecemos
una familia, así que pasaré desapercibida”. Yo me sentí tan desesperada con la idea de que
alguien se pudiese sentir tranquilo por el hecho de encontrarse conmigo, cuando yo también
estaba presa del pánico más tremendo porque no tenía más noticias de mi hija. Los teléfonos
ya no funcionaban; yo trataba de llamarla; ella probablemente me llamaba y no tenía noticias
y sabía por personas que se encontraban en el camino y que escapaban que había habido
enfrentamientos violentísimos en la parte delantera de la protesta.

31
El término Ferragosto deriva de la locución latina Feriae Augusti (vacaciones de Augusto); es una fiesta
italiana de carácter laico celebrada el 15 de agosto, suele ir acompañada de éxodos masivos hacia lugares de
playa o montaña [N. de la T.].
32
El Partido de la Refundación Comunista (en italiano, Partito della Rifondazione Comunista) es un partido
político italiano. Fue formado en 1991, cuando el antiguo Partido Comunista Italiano se dividió en dos: el
Partido Democrático de la Izquierda, liderado por Achille Occhetto, y el Partido de la Refundación Comunista,
originalmente encabezado por Armando Cossutta. Su objetivo era llevar a cabo la renovación de una fuerza
autónoma comunista en Italia [N. de la T.].
Por toda Génova, y más lejos aún, las personas se buscan y los padres buscan a sus hijos:
“Todo esto, su padre y yo, y los amigos, y los parientes lo supimos algunos días después;
porque para nosotros ella se había desaparecido en Génova desde el sábado en la noche, hasta
el lunes, alrededor del medio día, cuando descubrimos que estaba en la cárcel de Vercelli
“(Enrica Bartesaghi). Familias, abogados y periodistas se pasean alrededor de la cárcel de
Alessandria, tratando de comunicarse con los hijos detenidos a la espera de su liberación.
Antonino Lupi: En Génova, con el abogado, contactamos a un colega suyo de Alessandria, así
que fuimos a la cárcel de Alessandria en donde alrededor de dos horas llegó este abogado que
tuvo la forma de contactar brevemente a Bruno. Le habíamos entregado esta carta en la que
precisamente tratábamos de tranquilizar a Bruno con el hecho de que de todos modos
estábamos cerca de él y de que haríamos todo lo posible para que terminara pronto esta
aventura.
La cárcel de Alessandria es un emplazamiento en una llanura soleada completamente retirada
del ámbito urbano, y junto con nosotros solamente había una persona, que después identifiqué
como el abogado [Giuliano] Pisapia33 que, como parlamentario, fue a visitar a los chicos, y
luego también estaba un consejero regional de Rifondazione comunista del Piemonte. El
abogado habló con Bruno, cuando salió nos dijo: “Bruno tuvo suerte porque a fin de cuentas le
fue peor a otros; quizás el hecho de haberse quedado tranquilo, de haberse quedado calmado
de alguna manera lo sustrajo, le evitó daños mayores”. Después Pisapia al salir nos dijo [que]
había escuchado testimonios escalofriantes y que por ello estas cosas serían retomadas en las
sedes políticas, porque eran vergonzosas.
Tomando nota de que no había mucho por hacer, visto que los interrogatorios con los
magistrados estaban para dos días más tarde, regresamos a Monterotondo; nos reequipamos y
nos fuimos al día siguiente para asistir, pensábamos, al interrogatorio, o por lo menos estar
preparados para acoger a Bruno apenas fuese puesto en libertad. Llegamos a Alessandria la
noche anterior, a las ocho y media de la mañana nos fuimos, desde las ocho de la mañana
nosotros no vimos a Bruno hasta cerca de las nueve de la noche. Él fue interrogado a primera
hora de la mañana, tal vez a las ocho y media, nueve; desde esa hora debimos esperar alrededor
de doce horas para poderlo liberar. Nosotros fuimos los primeros en llegar, pero luego llegaron
todos los padres de los chicos interrogados y detenidos, y por eso pudimos ver que esa era la
idea sobre Bruno, o sea, una persona que no habría hecho nada por temperamento, era el rasgo
característico de todos; había mamás y papás de boy scouts, la mamá y el papá de un
muchachito que estaba acompañado casi por el párroco [en] esta aventura; había unos chicos
españoles de las brigadas internacionales de paz, había profesores de colegio, había gente de
todo tipo, seguramente personas no agresivas.
A medida que los chicos salían, vimos cuál era el estado del tratamiento. Me golpeó
particularmente un profesor de filosofía de Catanzaro, una persona de unos cincuenta años,
lleno de moretones y aterrorizado por la experiencia que había vivido… Había periodistas
afuera que trataban de entrevistarlo, y esta persona no fue capaz de decir nada por miedo,
trataba de escapar, la única cosa que nos dijo fue “Yo no estaba, yo no fui a la manifestación,
estaba mal. Tuve un golpe de frío, tuve náuseas y por ello me quedé en el campamento de
Cobas, me agarraron allí”. Realmente una misión de escuadrón: tres chicos españoles, de las
brigadas internacionales de paz [y] un chico suizo que me contó su experiencia, personas
incapaces de generar violencia, visto que oponen su propio cuerpo para defender a las personas
que tienen que ser defendidas, y nos contaron de un chico sirio, un hombre sirio con prótesis
en la pierna, de madera, el cual no lograba mantenerse en pie por todo el tiempo necesario y

33
Giuliano Pisapia hoy es el alcalde de Milán.
por ello, cada tanto, se dejaba caer y era levantado a la fuerza y a golpes de porras por los
policías que estaban allí presentes. Este era el testimonio dado prácticamente por todas las
personas que salieron. Evidentemente esto nos dejó particularmente impresionados.
Entonces salió Bruno, salió realmente a las ocho y media, nueve de la noche; a fin de cuentas
lo vimos mucho mejor de lo que nos imaginábamos.

5. Regreso a casa

Alberto:34 Salimos y yo prácticamente regresé a Paola, en Calabria, llegué a las ocho de la


mañana. Yo llamé a casa para decir “mira que llegué…”. En aquella época tenía un celular con
una batería que siempre se descargaba, así que… más de cuatro horas no duraba la batería de mi
teléfono y por ello lo tenía apagado desde las siete de la tarde del sábado hasta el día siguiente a
la mañana. Llamé a casa desde una cabina y me contestó mi madre muy alarmada porque “Creía
que te habías quedado en Génova, han arrestado a un montón de personas, las golpearon…”, y
ella creía que yo… En la llamada de la tarde dije en casa que me quedaría a dormir en Génova en
un lugar donde estaban todos. Yo me refería más o menos al Carlini o al hospital psiquiátrico, no
pensaba ni siquiera ir a la Diaz, incluso porque no sabía ni siquiera qué había en esta Diaz
sinceramente. Y básicamente dije: “mira que estoy en Génova, luego regreso”. Y después,
prácticamente convencido por los demás regresé y en familia, en casa, en la mañana, cuando se
levantaron y vieron el noticiero con todos esos chicos pateados, golpeados, la gente, la irrupción,
los míos en casa estaban convencidos de que yo estaba también dentro de esas personas. Cuando
dije que era yo… recuerdo esta llamada, una de las pocas que recuerdo realmente con mucha
lucidez, que en la práctica estaban sucediendo cosas en la Diaz y yo por el contrario estaba de
regreso.
“La preocupación de mi esposa y también la mía era que esta cosa le hubiera dejado
problemas de carácter psicológico y por ello en los días siguientes lo contactamos con un
psicólogo de ASL,35 el cual nos tranquilizó sobre el estado mental y emotivo de Bruno; el
único elemento de preocupación para el psicólogo era que Bruno estaba muy preocupado por
el hecho de que en el futuro no participaría libremente de las manifestaciones”. (Antonio
Lupi). Otros llevaron consigo heridas más profundas: muchos hablan de pesadillas
recurrentes, del miedo instintivo del sonido de los helicópteros o de los uniformes de la
policía; mientras que para muchos Génova es motivo de participación aún más intensa y
comprometida con el movimiento, otros fueron virtualmente paralizados por el shock.
Al regresar a sus casas, los jóvenes veteranos de Génova deben confrontarse con dos
problemas interrelacionados: gestionar el trauma de la experiencia y compartirlo con la
familia: “Cuando regresé estuve dos horas en mi habitación” (Antonella Valentini).
Encerrarse en la habitación, en el propio espacio, o buscar consuelo en el sueño son maneras
de aislarse, para reflexionar o para preparase al impacto con aquellos que no estuvieron y que
conocen únicamente las versiones distorsionadas de los medios.
Incluso, las actitudes de los padres varían según las inclinaciones políticas y el grado de
participación en la experiencia de los hijos. Pero todos comparten una mezcla de
proteccionismo hacia los hijos que estuvieron en peligro y un resentimiento por la

34
Alberto, estudiante, 1.10.2004, entrevistado por Susanna Trifiletti.
35
Azienda Sanitaria Locale.
preocupación y el miedo que les causaron. Una imagen recurrente de proteccionismo es
aquella de las madres que velan el sueño de las hijas:

Pina Monaco: Me sentí justamente madre y leona. No me parecía real que mi hija estuviese
aquí después de las historias que me habían dicho, y que ella me dijo hablando también de sus
amigos que estaban en la Diaz y que habían logrado salir antes de que sucediera el drama, de
un amigo, de una amiga suya que había escupido sangre; por lo que el primer día yo tuve esta
actitud de madre, me iba a mirarla a la cama cómo dormía. Puedo parecer patética y ridícula,
pero pienso en lo que podía suceder, que le sucedió a Carlo, que le podía suceder a cualquier
otro chico, le podía suceder también a mi hija.
Brunella Pinto: Cuando regresé a Roma, que para mí fue la parte más difícil de toda Génova,
y que me encontré a mi padre con la presión alta, mi madre que por momentos muere de asma
y que la primera noche que me encontré en Roma, me quedé dormida porque llevaba tres
noches sin dormir y sentía durante el sueño la presencia de mi madre, mi madre que me velaba,
allá, mientras yo dormía y allí me di cuenta de muchas cosas. Cuando me desperté lo tuve que
afrontar, porque de todos modos mis padres son la primera confrontación del mundo para mí.
Luego viene el momento de levantarse y salir de la habitación. Algunos padres son
políticamente hostiles, pero dejan que el afecto se haga cargo de la ideología: “Lo conté y
estaba mi padre que sin embargo piensa lo contrario, muchas veces discutimos y dice cosas
que quizás no piensa, sin embargo, lo veía muy sacudido, y aunque jamás me llamó, en
realidad estaba preocupado y se informaba por medio de otra gente. Más tarde [tuvimos] un
momento de confrontación; en el momento, comprendía que yo estaba agitado y por tanto
me dejó estar” (Emanuele). Otras veces el choque es inmediato: ideología y ansiedad
confluyen en un resentimiento agresivo.
Antonella Valentini: Los míos son católicos, son muy católicos, mi padre estaba en la DC36 y
mi madre es hija de un carabinero, monárquico entre otros, y por ello yo estoy absolutamente
en contra; de hecho, en Génova me fui, me fui en secreto de mi padre y le dije a mi madre: “Yo
voy, aunque él se ponga delante de la puerta, no me importa, debo ir”. Y entonces mi madre
decidió no decirle nada, pero cuando sucedió… mi madre estaba por morirse delante de la
televisión cuando vio, escuchó desde un noticiero que una chica había muerto. Así que mi
madre se estaba muriendo en frente… Y no podía decirle nada a mi padre, pero hace mucho lo
sabía. “Hace mucho sé que tu hija está en Génova y ahora me lo dices” –porque ¿sabes?, mi
padre también estaba muy tenso–. Me había visto salir con la mochila y le dije que iba a
preparar un examen donde una amiga, cosa bastante… y luego nada, me fui y de hecho cuando
regresé mi padre no me habló; se lo dijimos abiertamente luego, porque a mi regreso… esta
también es una fea historia: prácticamente, había un primo mío cenando abajo cuando
regresamos, [y] tuve también que esconder que había ido a Génova porque mis padres no
querían que abajo se supiera y por ello tuve que hacerme la de la vista gorda. De todos modos,
cuando regresé estuve dos horas en mi habitación y luego fui a comer; había [en la TV]
imágenes de Génova y mi primo comenzó a hinchar: “Llévenselos, llévenselos”. Entonces me
levanté y mi primo entendió que yo había estado allí. Mi padre, al día siguiente, asumió la
defensa de Berlusconi y de Scaiola,37 no comprendo por qué razón, pero fue muy pesado; es
decir, el hecho de que ellos no hubiesen entendido que yo había sido agredida por ellos cuando

36
Democracia Cristiana (en italiano, Democrazia Cristiana) fue un partido político italiano de inspiración
democrático-cristiana, fundado en 1942 y activo hasta 1994 [N. de la T.].
37
Claudio Scaiola era ministro del Interior en el gobierno de Silvio Berlusconi.
regresé a casa y mi padre continuaba diciéndome cosas para no darme la razón, que habían
hecho bien y que debían matarlos a todos, como si yo no hubiera estado allí. Para mí era muy
pesado el pensamiento sobre Génova también porque no [había] tenido ni siquiera en casa,
como en el exterior, a alguien [que me dijera] “Sí, tienes razón, por lo menos [de] tener miedo”.

En última instancia, para todos es un enfrenamiento con la ambivalencia, en donde la


mezcolanza de orgullo y preocupación que llegaba al momento de la partida se transformaba
en una nueva mezcla de protección y resentimiento.
Brunella Pinto: Fue para mí así desde que nací y lo es todavía y… ella, lo primero que… ella
tuvo la reacción de quien estaba en casa mirando los noticieros: “¡Pero ustedes lo provocaron,
pero él tenía el matafuegos…!”.38 Clásicas reacciones que muchas personas todavía defienden:
“¡Sí, pero ustedes!”, “Sí, sí, habrán sido un poco violentos, pero ustedes fueron allá a provocar
y a tirar piedras, ustedes…”. Y allí aparece este enfrentamiento generacional fortísimo con mi
madre, en fin… así que, este es un paréntesis, hablo siempre con mis amigas de esto… siempre
ha existido este pathos en las familias del sur, ¿no?, nada lo pueden afrontar con la tranquilidad
de un discurso… siempre hay alguno que se desmaya, alguien que le da un ataque de asma,
alguien que grita “¡Ahhhhh!”; este pathos propio del sur, greco teatral para mí, que viene justo
en el ADN. Después, sobre todo con mi madre pasó, recuerdo gritos, llantos… en esta discusión
yo trataba de, de hablar, porque luego… de hacerle entender, de irme, casi la quería golpear en
la cara, eso me sucedió con ella, que me lanzaba en la cara lo que le había sucedido a ella
mientras estaba en Roma. Luego recuerdo que yo agotada me fui a la habitación y recuerdo
haber escuchado, mientras estaba en la habitación, a ella que hablaba con un amigo suyo por
teléfono y decía: “Mira que es la policía quien los ha provocado, ellos no hicieron nada, mira
que…”. Entonces mi madre asumió mi punto de vista y recuerdo haber explotado, sí… en
lágrimas en ese momento, porque me dije: “son estas las cosas que cambian al mundo”.
Lo de Génova sucede a principios del verano, por lo que la memoria y la discusión apenas se
estaban dando después de la irrupción de agosto, cuando el 11 de septiembre sofoca todo.
Los chicos que habían estado en Génova se sienten silenciados, como si su trauma se hubiera
convertido, de repente, en algo irrelevante: “El 11 de septiembre sucedió poco después de
Génova. ¿Cómo fue vivido por los que habían estado en Génova? Existía este parangón que
se hacía entre terroristas y quien no quería la globalización, era más o menos la misma cosa,
por lo que el que venía de Génova no lograba ni siquiera explicar qué cosa le había sucedido”
(Emanuele); “En el momento que sale un problema, en el acto se enfrenta, pero luego se dejó
de lado por un problema que vino de afuera. [En la Universidad La] Sapienza encontré este
cartel de fotografías en el que estaban estas fotografías del Carlini, de los emigrantes y luego
se desaparecieron estos carteles y llegó la tragedia del 11 de septiembre. En mi opinión, no
es justo dejar de lado, entre comillas, los viejos problemas” (Anna Carone); “La mayoría
[gobierno] hizo cerrar la comisión de investigación de Génova; el 11 de septiembre fue golpe
de mayoría. Las noticias [de Génova] estaban en la duodécima página de los periódicos,
cuando hasta el 10 de septiembre estaban en la primera página de la portada. Si hubiesen
[hecho esto antes] con un golpe de mano habría explotado [un escandalo; pero] se había
construido otro espectáculo y este estaba en las primeras once páginas y en los primeros
veinte minutos del noticiero” (Alessio Aringoli).

38
Carlo Giuliani fue asesinado de un tiro por un policía en una camioneta que estaba rodeada por manifestantes.
Después el policía dijo que él se había defendido porque Carlo Giuliani lo estaba golpeando con un matafuegos.
Andrea Pagnani: El 11 de septiembre nos puso una mordaza a nosotros, nos desaparecimos
[con] los que eran los temas… [se había] comenzado a hablar de manera difusa de
globalización, comenzó a circular un nuevo tema de discusión en el ámbito de la sociedad civil.
Luego pasó este 11 de septiembre y después comenzó la guerra, comenzó esencialmente la
guerra y es como decir un triturador para quien la sufre, pero también es un triturador para la
vida social, dentro de una dialéctica política para los países que no viven esta guerra. Es decir,
nuestro protagonismo pasó a un segundo plano. Muy contentos ellos de hacernos pasar a un
segundo plano, porque estos temas necesitan una discusión amplia dentro del país, y claro que
si hay guerra uno dice “después pensamos en la globalización”. Al final es más complicada la
situación. Ahora, con relación a la guerra se están habituando a ella.39

6. Poner de cabeza la tradición

Los chicos nos enseñaron a todos una lección.


Pete Seeger

En lo que me convertí fue gracias a Carlo, sin duda.


Haidi Gaggio

Esther Koppel, periodista alemana que vive en Roma, hablando de sus hijos y de Génova,
afirma: “tal vez, indirectamente, yo participé a través de ellos”. Los padres de la generación
de Génova que venían del 68 o del 77, a su vez, tuvieron que volcar el flujo de la tradición
entre las generaciones: eran los jóvenes quienes venían a educar a los adultos. Sin embargo,
las generaciones de los años 60 y 70 habían asumido en buena parte el papel de depositarios
de la tradición y de la experiencia –padres, veteranos, sabios, fundadores–, los que, como
dice Esther Koppel, pensaban poder enseñarle a los más jóvenes cómo se organiza un sit-in
o cómo se escribe un volante, porque así se hacía cuando ellos lo hacían. Una vez más, los
chicos invirtieron la dirección de la mirada y encontraron a sus padres encerrados en sí
mismos, ilusos o ingenuos: “a mí me parece que es un sesentero bellísimo, es decir,
conmovedor. Esto es, desde mi punto de vista es simplemente conmovedora la sesentera de
mi padre. Me resulta más sesentero en el sentido… no es que sea inmaduro, absolutamente,
pero tiene ideales bellísimos. Yo para algunas cosas soy muy… no espero nada. No sé, las
veo con otros ojos” (Brunella Pinto).

En muchos sentidos, Génova fue un momento en el cual los adultos siguieron las huellas de
los más jóvenes. Para una parte, al menos para la generación de los años 60 y 70, la
participación de sus hijos y la violencia que fue desencadenada en contra de ellos fue un
incentivo para retomar una práctica política en primera persona. Como afirmó Haidi Gaggio,
madre de Carlo Giuliani: “Ya llevo dos años girando por Italia y hace dos años que continúo

39
Andrea Pagnani (1970), doctorando en física, 30.5.2002, entrevistado por Lorenza Parisi.
encontrándome personas que me dicen –como en realidad lo hice– ‘me había retirado a la
vida privada y con Génova descubrí que no debía retirarme a la vida privada’”.40
Por un lado, como hemos visto, Génova dejó en evidencia que la violencia del Estado y la
brutalidad policial no son cosas del pasado y que el fascismo mismo no era únicamente un
hecho histórico. En cierto modo, fue como ser empujado brutalmente hacia atrás; pero en
otro sentido, implicó volver a ser arrastrado dentro de una situación completamente nueva.

Danilo Corradi: A menudo entre nosotros nos decíamos en aquellos días e incluso después:
“la historia ha recomenzado a girar”. Y era un poco la impresión de quienes se habían sentido
un poco como el residuo de la historia, llamándose todavía comunistas cuando ahora era un
tanto pasado de moda, digamos; cuando continuar con el movimiento estudiantil parecía ser
una simple repetición de lo que los padres, las madres y los abuelos ya habían hecho. Por el
contrario, en Génova, apenas nos bajamos, ya estaba la comprensión y la convicción por parte
de todos de haber entrado en un movimiento nuevo. En mi opinión fue un proceso de
comprensión colectiva, de una generación que hasta ahora había leído estas cosas en los libros
y que jamás se había encontrado en una situación como esta, digamos. Fue la explosión de una
generación que jamás había hecho política y de una parte de generación que la había hecho con
un pensamiento que daba vueltas en círculos y que, por tanto, construyó una utopía posible.
Por supuesto, el movimiento es compuesto y heterogéneo; prácticas y actitudes viejas
coexisten con lo nuevo y a veces amenazan con sofocarlo. Pero viejos ritos, como las
banderas quemadas o la violencia como un valor en sí mismo, ya no le sirven al nuevo
radicalismo, incluso cuando son replanteados por líderes autonominados o nominados por
los medios. En Génova se creó un estado de ánimo diferente: “yo recuerdo, lo vi en televisión,
este campamento, en medio del barro… sí, lo recuerdo bien, con todas estas caras, con las
barbas largas, con los ojos cansados, felices. Es decir, de todos estos muchachos –no sé cómo
llamarlos de otra manera–, que dormían doce en una carpa y me producían tanta alegría, es
decir, me generaban ternura porque podían ser mis hijos. Lo que siempre me impresionó fue
esta –mucho más que en nosotros– propensión al diálogo, o sea, de hablar con las personas,
una no-violencia realmente vivida, es decir, el no atropello o buscar de no violentar a nadie”
(Esther Koppel).
“Podían ser mis hijos”. Admiración, ternura, la voluntad de aprender de los más jóvenes no
borra el hecho de que estos, de todos modos, son padres. Carlo Giuliani podría haber sido
“uno de nosotros” para los chicos, pero “podría haber sido mi hijo” para los adultos. Y miran
a sus hijos como si realmente pudieran ser Carlo –sobre todo porque, en un primer momento,
muchos creyeron que de verdad lo eran–.
Stefania: El día después de que ocurriera lo que pasó el hecho de Giuliani y para mí fue
terrible, lo seguí por televisión y estuve un día entero mirando la televisión, mirando la
televisión sin hablar, y recuerdo que no hice ni siquiera de comer.
Lalla Di Cerbo: ¿Según tú por qué esta reacción, te lo puedes explicar?
Stefania: ¿Qué te puedo decir? Puesto que soy madre y esto me golpeó de una forma terrible
y recuerdo bien que mi hijo no me decía nada y estábamos allí mirando anonadados, eso…
anonadados. Puedo decir esto: yo estuve un día entero delante a la televisión y sin hablar, sin

40
Haidi Gaggio (1944), profesora, 14.4.1944.
decir nada, cuando mi hijo, él también en un momento me dijo algo y nos encontramos juntos
sentados delante de la televisión así, uno al lado del otro; fue realmente un momento terrible
y luego, otro momento terrible cuando pasó lo del ataque allí… Fueron verdaderamente días
terribles y después ver todos esos padres, es decir… yo todavía recuerdo estos momentos en
la casa y yo no hacía nada más, no pensaba en nada más.41
Muchas personas se identifican desde el primer momento con los padres de Carlo Giuliani –
que, y no por casualidad, son las dos voces más elocuentes después de Génova–. Después de
que los medios y la policía hubieran buscado representar a Carlo como un vagabundo y como
una especie de delincuente juvenil, fue su padre, Giuliano Giuliani, quien tomó la palabra
para restablecer la verdad. Haidi Gaggio, su madre, menos visible en lo inmediato, fue quien
entró con mayor profundidad en los sentimientos de muchísimas personas:
Rossella Marchini: Si pienso en los padres de Carlo Giuliani, me viene en mente la mamá, me
viene en mente ella porque participó en primera persona en muchas cosas; también vi la
película, el documental que hizo [Francesca] Comencini y luego esta entrevista, esta mamá
lúcida, doliente [que] reconstruyó esto, esas últimas horas de este hijo con una lucidez…
Pina Monaco: Parto de la madre. La madre… siempre pienso que cuando suceden estas cosas,
tanto lo que tiene que ver con la política en general como si se refieren, digamos, a diferentes
muertos, yo admiro muchísimo a las personas que viven el dolor en silencio. Siempre pienso
en mí misma: si por desgracia le sucediera algo a una persona cercana a mí, yo no tendría
ningún deseo de comunicárselo a los míos… mostrar mis manifestaciones de dolor. Por tanto,
digamos, tuve un gran respeto por la madre, porque se encerró en su dolor, porque pienso que
la muerte de un hijo es la cosa más devastadora para una madre.
Haidi Gaggio no sufrió en silencio, pero jamás alzó la voz ni fue capaz de expresar su dolor
y su pérdida en un lenguaje tal que el nuevo movimiento pudiera comprender y compartir.
Fuera del espectáculo mediático, fue mucho más allá, asumiendo un rol casi maternal para el
movimiento, ofreciéndoles a los chicos una voz adulta capaz de articular sus sentimientos.
En el 2004, tuvimos una larga entrevista. El recuerdo de Carlo impregnaba todo el diálogo,
pero en el centro estaba la historia de ella y de su vida.
Sandro Portelli: ¿De dónde vienes? ¿Cómo llegaste a ser lo que te has convertido?
Haidi Gaggio: En lo que me convertí fue gracias a Carlo, sin duda. Soy hija de la burguesía
suiza, de la alta burguesía suiza por parte de mi madre y del pueblo veneciano por parte de mi
padre. Así que soy una extraña mezcla y quizás gracias a estas raíces es que siempre me he
sentido ciudadana del mundo y por ello jamás he tenido un concepto estrecho de patria.
Nací el 11 de mayo de 1944, soy hija de la guerra; mis padres ya tenían tres hijos y no habían
calculado tener una cuarta. Pasé mis primeros meses en una iglesia desconsagrada en Véneto
para escaparnos de los bombardeos.
Carlo tuvo una tía que nunca conoció porque murió no solo antes de que él viniera al mundo,
sino antes de que yo conociera al padre de Carlo, y esta tía es actualmente considerada en
Grecia una heroína de la Resistencia: Elena Angeloni Gaggio. De hecho, mi hija se llama Elena.
En Grecia eran los años de la dictadura de los coroneles, quienes habían salido poco tiempo
antes con una declaración en la que sostenían que el pueblo griego estaba contentísimo con el
régimen. Y se organizó un ataque, totalmente incruento, porque la bomba debía explotar en

41
Stefania (1946), profesora, 6.9.2002, entrevistada por Lalla Di Cerbo.
frente de la embajada americana en Atenas, que estaba entonces en una zona completamente
aislada, y tenía que estallar al final del horario de las oficinas de la embajada. Y estalló antes.
Ella se encontraba allí convocada por la Resistencia, ella y un chico chipriota, con dos
pasaportes suecos como turistas, ya tenían el pasaje de avión que los llevaría a Suecia. De
hecho, yo pensaba que ya había dado suficiente porque Elena, más allá de ser la madre de mi
sobrino, también era mi compañera.
Mis hijos crecieron conmigo y les cantaba canciones de la Resistencia, canciones de trabajo,
canciones de amor, canciones de muerte para dormirlos. Crecieron conmigo silbando cualquier
aria de Mozart mientras cocinaba. Crecieron conmigo cuando hacía las tareas del hogar y
siempre sintonizaba la radio en el tercer canal, que en el pasado era mejor que hoy, aunque hoy
es pobre, se defiende con los medios disponibles. Tiene que ser reconocido. Una vez escribí
algo porque realmente estaba muy sorprendida por la vergüenza de trasmisiones por la
televisión, los diarios, los libros que se habían escrito sobre Carlo, así que mandé un artículo a
diferentes periódicos y me llamó la directora de Rai Tre y me preguntó: “señora, quisiera saber
si nosotros de alguna forma la hemos ofendido”. No recuerdo ni siquiera el nombre, sé que era
una mujer y sé que le dije: “mira, desgraciadamente ya no puedo escuchar la radio, pero, si
siguen siendo los mismos, seguramente no habrían ofendido a nadie”. Existen muchos
pseudointelectuales que escriben para llenar páginas, para vender también con la foto de Carlo;
las historias de Carlo le pueden servir a muchos para hacer dinero. Mi vida hasta el 20 de julio
fue una vida, después del 20 de julio fue una vida completamente diferente.
[El abogado] Giuliano Pisapia me propuso al inicio hacer algo para restituir la dignidad a Carlo.
Yo no tengo ninguna necesidad de restituirle la dignidad a Carlo por cómo fue despedazado
por los diarios, etcétera. Yo no sentía esta necesidad: yo sentía la necesidad de la verdad. Y
todavía no lo he logrado. Inicialmente [mi esposo Giuliano Giuliani y yo] nos movimos por
dos caminos completamente distintos: él sufrió el impacto televisivo, mediático, y yo escapé
cuidadosamente. Y así, en lugar de entrar en contacto con los diferentes componentes del
movimiento, fui empujada un día, empujada físicamente, porque me apuntalaban, de frente a
un micrófono, en Florencia, y aquel se convirtió en mi segundo oficio: ir por ahí hablando. Y
luego por el camino encontré a todos los otros hijos, a los otros hijos muertos, asesinados en
estos cincuenta años. Me olvidé de decir que mi primera manifestación fue por Giovanni
Ardizzone [asesinado por la policía de Milán en 1960], todavía no estaba en el PCI. Lo que
aprendí viajando por Italia es que no es cierto que hace veinte años dejaron de matar
impunemente; continuaron haciéndolo, pero en las comisarias, en las cárceles… no en las
manifestaciones, ni en público.
Yo tengo una vida de escuela, pero con los niños, y siempre he pensado que uno nunca debe
dejar de pensar, de recordar y de buscar revivir el sí niño para poder realmente tener una
relación con los niños. Las relaciones con los jóvenes eran muy limitadas: eran los amigos de
Elena, los amigos de Carlo, los hijos de mis amigos. También siempre fui una madre que no
quería invadir, ¿sabes?… [así que] la relación con los jóvenes fue todo un descubrimiento.
Ahora tengo una relación privilegiada porque a todas partes donde voy los jóvenes de un
determinado tipo los encuentro como mamá de Carlo y por eso no puedo decir que conozco a
los jóvenes: yo conozco a esos jóvenes, hoy.
La relación con los jóvenes lamentablemente no es muy profunda porque viajo como un pichón.
Con algunos sí, y en varias partes: toscanos, sicilianos, en el sentido que nos hemos encontrado
varias veces, han venido muchas veces a Génova. Recuerdo un maravilloso arribo de las
Marcas, en Senigallia. Jamás pregunto quiénes son las personas que me invitan, no tengo
prejuicios de ningún tipo, y por ello es que siempre tengo una sorpresa cuando llego. Aquella
vez me bajé del tren y había una veintena de chicos y chicas que me esperaban: eran ellos los
que me habían invitado. Estupendo. Nos escribimos. En Génova alguna relación más profunda,
sí.
Yo espero que los jóvenes de hoy no se dejen silenciar por los partidos como lo hicimos
nosotros. El hecho es que también hay quienes buscan partidizar el movimiento y esto sería
una verdadera lástima. Hoy me niego a tener un carnet, a pesar de sentirme atraída por la
camiseta, pero me niego. Un poco porque lo aprendí de Carlo; Carlo estuvo dos años inscrito
en las juventudes comunistas y luego… naturalmente con grandes peleas con Giuliano [se
salió]. De todos modos, tengo relaciones con los jóvenes comunistas, tengo relaciones con [el
movimiento de] los Desobedientes, y luego veo que los jóvenes comunistas en su interior están
divididos y esto es un desastre, ese es el desastre. Hasta que no aprendan por su cuenta, porque
no podemos enseñárselo nosotros, que cometimos más errores que ellos… A menudo me
preguntan: “¿como mamá de Carlo, qué les querría decir a los jóvenes, qué cosa les quiere
enseñar?”. Y digo siempre: “nada, ellos son más listos que yo”.
CAPÍTULO 22
Memorias urbanas más allá de las fronteras:
músicas migrantes en Italia1

No sé por qué, escuchando varios fragmentos, diferentes voces, algunas


bellísimas, me provocaba llorar. No comprendía por qué y luego lo entendí: porque
somos nosotros, es nuestra cultura que ahora fluye a través de ellos, en nuestras
calles, en nuestro tranvía, reconozco la música grabada incluso de los filipinos y de
los colombianos y de los ecuatorianos y de los chinos, todos somos de baja cultura,
otra cultura, cultura de calle, porque la cultura actual, la que desea el gobierno no
nos conoce, no nos reconoce.
Giovanna Marini, música italiana

He oído un poco el material, solo para hacerme una idea de lo que se habla.
¡Le puedo decir que empecé a llorar! Las canciones son estupendas, no solo porque
[la música] viene del corazón de mi país, sino porque esa música ¡somos nosotros!
Floryna Lepadatu, estudiante rumana

Quisiera empezar con una canción:

Pista 1: Darau Salaam [Archivo de sonido 1]

Estamos en Darau Salaam, una mezquita Murid, secta alternativa del islam radicada en
Senegal. Los fieles cantan los versos del fundador de la secta, Cheikh Ahmadou Bamba. Son
sonidos que parecen venir del corazón profundo de África –pero estamos en Italia, en los
bajos de una cabaña en Ladispoli, pequeño pueblo de veraneo a 30 kilómetros al norte de
Roma–.2 Quisiera hablar precisamente de esto: de qué cosa pasa con la música, con el
folklore, con la ciudad, con la modernidad, con la memoria. Parto de la música porque todo
el trabajo que he hecho en los últimos años nace de una intuición y de una práctica de Gianni
Bosio, que identificaba en la música popular (diferente de la popular music) un lugar de la
memoria de las clases no hegemónicas y, como tal, una fuente imprescindible para reconstruir
desde adentro una historia del mundo popular.

Gianni Bosio fue expulsado de la revista Movimento Operaio, que él mismo había fundado
a principio de los años 50, precisamente porque estaba en conflicto con una historiografía
comunista que identificaba la historia de las clases populares con la historia de sus
representantes políticos, y que identificaba la historia de los representantes políticos con la
historia de los grupos dirigentes. 3 Bosio afirmaba, por el contrario, que había una experiencia
1
Este capítulo es la revisión de una conferencia llevada a cabo el 28 de junio de 2013 en la Universidad de San
Marino. Los archivos de audio citados en el texto se pueden descargar gratuitamente en la página del Circolo
Gianni Bosio en:
<http://www.circologiannibosio.it/mp3/romaforestiera/memorieurbaneromaforestieramp3.rar>. Todas las
grabaciones mencionadas en el capítulo fueron efectuadas por mí (salvo las que están indicadas), las mismas
forman parte del Archivo Sonoro “Franco Coggiola”.
2
Grabado en Ladispoli (Roma), el 16.5.2010. Sobre Cheikh Ahmadou Bamba (1853-1927), cfr.
<https://it.wikipedia.org/wiki/Cheikh_Ahmadou_Bamba>, visitado el 25.8.2013.
3
Mattia Pelli, “Gianni Bosio e ‘Movimento operaio’: la ricerca storica ai tempi della guerra fredda”, en línea:
<https://www.academia.edu/11381029/Gianni_Bosio_e_Movimento_operaio_la_ricerca_storica_ai_tempi_de
lla_guerra_fredda>.
más amplia y articulada, una vida cotidiana y una subjetividad autónoma, que escapa a las
representaciones políticas institucionales y que el mundo popular representa con sus propios
instrumentos, y que hoy existen los instrumentos técnicos que permiten reconocerlos y
estudiarlos críticamente, para favorecer así su autoconciencia. En un ensayo titulado Elogio
del magnetófono, Bosio escribía que este instrumento nos permite fijar en una forma textual
esa forma de comunicación que es específica del mundo popular, es decir, la oralidad, que
hasta ahora era ignorada, desaparecida de los archivos o filtrada en todo caso por otras
fuentes, porque no se apoyaba en ningún soporte material y no podía, por tanto, ser objeto de
las mismas reflexiones críticas y enfoques analíticos con que, por el contrario, se había
afirmado el valor de la escritura. Escribía Bosio:

La grabadora documenta la presencia constante de una cultura de oposición, la cual no solo


procede de la objetiva presencia crítica de las masas populares y de la clase obrera, sino también
de las formas de conciencia.
Como la invención de la imprenta marcó el paso del Común a la Señoría en la Italia medieval,
de una cultura compacta mayoritaria basada en los medios de comunicación oral a una cultura
como expresión de la clase dominante, así la grabadora restituye a esa cultura basada en la
comunicación oral el instrumento para salir a flote, para tomar conciencia de sí misma y para
desenredar todas las formas que se puedan contraponer, más no emparejar, a las formas
disciplinarias y a los géneros de la cultura dominante.4

Los instrumentos tecnológicos que nos permiten escribir el movimiento (cinematografía) o


escribir el sonido (fonografía) hacen posible una representación textualizada y
autoconsciente de la performance gestual y vocal, y nos dan la oportunidad de objetivarla,
escucharla en profundidad y reflexionar analíticamente sobre ella (un poco lo que Eric
Havelock en su Preface to Plato identificó como la innovación profunda que hizo posible la
difusión de la escritura en la Grecia clásica).5

Partiendo de estas observaciones, quisiera hablar de las transformaciones de la presencia de


la música, sobre todo en la ciudad, y de su significado. Todo ese movimiento que se vinculaba
con Gianni Bosio y con Alberto Cirese, con el Instituto Ernesto De Martino, con el Nuovo
Canzoniere Italiano y con el Circolo Gianni Bosio, identificaba propiamente a la música
como fuente histórica para conocer la conciencia crítica del mundo popular y proletario. De
aquí nace, de hecho, con su connotaciones fuertemente políticas y vinculadas a la
investigación histórica más que al espectáculo, todo el así llamado folk revival italiano, que
irrumpe en escena en 1964 con el espectáculo Bella Ciao en el Festival de los Dos Mundos
de Spoleto –provocando un escándalo, justamente porque estas voces extrañas no solo tenían
un sonido insoportable para los teatros burgueses, sino sobre todo porque relataban otra

4
Gianni Bosio, “Elogio del magnetófono. Aclaración de la descripción de los materiales en las cintas del fondo
Ida Pellegrini” [1970], en Gianni Bosio, L’intellettuale rovesciato. Interventi e ricerche sulla emergenza
d’interesse verso le forme di espressione e di organizzazione “spontanea” nel mondo popolare e proletario
(enero 1963-agosto 1971), a cargo de Cesare Bermani, Milán, Istituto Ernesto de Martino - Jaca Book, 1998,
pp. 158-59.
5
Eric Havelock, Preface to Plato, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1963 (trad. it., Cultura orale e
civiltà della scrittura. Da Omero a Platone, Bari, Laterza, 2006).
historia–.6

El problema que se creó enseguida fue que la música de tradición oral vivía sobre todo en los
contextos rurales y no tenía una vida fácil en los contextos urbanos. Esto se debe, en primer
lugar, al hecho de que los sonidos de la ciudad y su paisaje sonoro son diferentes. La próxima
pista es un ejemplo de ello: es la grabación de una procesión religiosa por la fiesta de la
Virgen del Quinche, patrona de Ecuador, desde Plaza San Giovanni hasta Plaza Esedra, por
toda la vía Merulana. 7 De repente, en la grabación que escuchamos, irrumpe un típico sonido
urbano: una ambulancia, que con su sirena sofoca literalmente los cantos de los fieles. El
sonido de la ciudad borra las voces.

Pista 2: Procesión de la Virgen del Quinche [Archivo sonoro 2]

Así que los espacios y sonidos de la ciudad y del mundo industrial no favorecían las
expresiones formales y la memoria de una cultura popular que se basaba sobre todo en la
voz. ¿Cómo seguir trabajando sobre la historia y la memoria del mundo popular en los
contextos de la modernidad urbana? Una de las respuestas fue justamente la historia oral: el
trabajo sobre Roma que conducimos con el Circolo Gianni Bosio precisamente trata sobre
esto. Las canciones son pocas, pero las narraciones son infinitas.8

Pero la otra razón por la cual nos encontrábamos delante de un problema era que el trabajo
sobre la música estaba ligado a algunos estereotipos sobre el folklore que son muy difíciles
de desmentir. Si decimos “folklore”, automáticamente aparece el adjetivo “regional”: “el
folklore de nuestras regiones”. Esta idea del folklore como realidad estrictamente local es lo
que combatimos desde hace décadas: justamente porque es un “bien cultural inmaterial”;9 de
hecho, la música popular cruza las fronteras y se transforma osmóticamente para adaptarse a
los tiempos y a los lugares, aunque siga siendo profundamente la misma. Por ejemplo: existe
una canción épico-lírica que en el canon italiano de Costantino Nigra se llama “El testamento
del envenenado”, pero que en el cánon anglófono de la misma época se llama “Lord
Randal”.10 El primer testimonio se recogió en el Veneto en el 1500, pero la última vez que la
grabamos fue en la barriada de Casalotti de Roma en los años 80. El libro de Nigra se llama,
regionalistamente, Cantos populares de Piamonte, pero en nuestro archivo tenemos
grabaciones de esa canción hechas por Valentino Paparelli en Umbría, o por el mismo Gianni
Bosio en Puglia. Sin embargo, lo más importante es que esa canción se ha difundido, mucho
más que en Italia, en Inglaterra y sobre todo en Escocia, y hasta en Louisiana y Carolina del

6
Giuseppe Morandi, Spoleto, 1964: “Bella Ciao. Il Diario”, suplemento nro. 21, 2012, Il de Martino, Florencia,
Instituto Ernesto de Martino, 2012; Le canzoni di Bella Ciao, a cargo de Roberto Leydi y Filippo Crivelli
[Dischi del Sole, 1965], CD Ala Bianca 070.
7
Grabado en Roma, el 22.11.2009; cfr. el CD Istaraniyeri. Musiche migranti a Roma, CD a cargo del Circolo
Gianni Bosio y de la Provincia de Roma, 2011.
8
Véase, entre otros, mi libro La Orden ya fue ejecutada. Roma, las fosas ardeatinas, la memoria. Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2003.
9
“Convenzione per la salvaguardia beni culturali immateriali”, UNESCO, 2003, en línea:
<https://www.unesco.beniculturali.it/convenzione-2003/>, visitado el 27.8.2013.
10
Francis James Child, The English and Scottish Popular Ballads (1882-88), New York, Dover, 1965;
Costantino Nigra, Canti popolari del Piemonte (1888), Turín, Einaudi, 2009. Sobre la difusión internacional de
esta y otras baladas épico-líricas, véase Il testamento dell’avvelenato. Tre lezioni sulla ballata narrativa di
Alessandro Portelli, DVD-Audio, Roma Circolo Gianni Bosio, Instrumentos de trabajo 2.
Sur. Un buen ejemplo de globalización. La canción es reconociblemente la misma –el diálogo
entre una madre y un hijo que, envenenado por su prometida, se prepara a hacer el
testamento–, pero también es diferente en todos estos lugares, tanto porque cambian las
lenguas, los dialectos, los estilos musicales como porque cambian de una a otra los
contenidos del testamento, adaptándose a las realidades político-sociales de cada lugar. La
música popular no es una forma de globalización que impone un texto único a un mundo
entero, sino una especie de globalización dialogante, que sitúa lo local en comunicación con
lo global y reorienta lo global para poder responder a las infinitas diferencias de los contextos
locales.11

Pista 3: Testamento dell’avvelenato/Lord Randal [Archivo Sonoro 3]

Es este el contexto en que se sitúa el proyecto Roma Forastera del Circolo Gianni Bosio, el
cual forma la base para esta intervención. Lo hemos llamado así porque, en 1947, Augusto
Libianchi y Luigi Granozio compusieron una canción que fue su único éxito, y que se llamaba
precisamente Roma Forastera. Decía: “Qué bonitos tiempos cuando por el barrio / cada día
se escuchaba el sonido de un pequeño piano / un arpegio de guitarra y mandolino / […]
Nannarella, ¿por qué te has enamorado de esta música americana? / ¿Por qué te has olvidado
que eres romana / y los estribillos ya no los cantas más?”.12

Pista 4: Roma forestiera

“Roma forastera” es un lamento sobre la dificultad de la música en el contexto urbano y en


la globalización mediática, causada por la difusión de modelos hegemónicos globales, pero
no solo ello. En Looking Backward, una novela utópica de 1888, el escritor estadounidense
Edward Bellamy imaginaba que entre las maravillas del futuro sucedería que, en el año 2000,
gracias a los progresos de la telecomunicación (él pensaba en el teléfono: una especie de
difusión por cable), podríamos escuchar en nuestro comedor a las mejores orquestas del
mundo. “La música profesional es mejor que cualquier ejecución nuestra, y es tan fácil
escucharla cada vez que queramos que no nos hace falta cantarla o tocarla”.13 Hubo un tiempo
en que la única manera de tener música en la casa o en la calle era hacerla uno mismo; en el
futuro, explica un personaje de Bellamy, “ya no será necesario cantar y tocar en sus casas,
incluso si usted solo tiene los rudimentos del arte”. Es una de las pocas anticipaciones
“utópicas” que se han realizado: ahora, con la radio y los discos, o con el iPod u otras cosas
por el estilo, las señoritas que cencerreaban el piano en el comedor o las lavanderas que
levantaban la voz en la fuente han sido inexorablemente marginadas. Quien ahora se atreva
a cantar ya no se mide por el estándar de los vecinos del barrio o de la fiesta en familia, sino
que se confronta implícitamente con las “mejores orquestas del mundo”, y es

11
Cantado por la señora Carmela Luci, inmigrada Calabresa, en Roma, barrio Casalotti, el 25.5.1974, la
grabación es de Marco Muller; Ewan McColl, del disco The Long Harvest 1, Argo DA66.
12
Giuseppe Micheli, Storia della canzone romana (1989), a cargo de Gianni Borgna, Roma, Newton Compton,
2005, pp. 590, 611-12. La grabación que escuchamos fue cantada en el Laboratorio de la canción romana del
Circolo Gianni Bosio, dirijida por Sara Modigliani, en ocasión de la Fiesta de la Música, escuela Iqbal Masih
(Roma, Casilino 23), 19.6.2010.
13
Edward Bellamy, Uno sguardo dal duemila [Looking Backward, 1888], trad. it. de Barbara Pezzotti, a cargo
de Luigi Punzo, Soveria Mannelli (Catanzaro), Rubbettino, 1991, pp. 105, 108. La versión en español de este
libro se titula En el año 2000.
irremediablemente un perdedor. Cantar ya no es una forma de expresión de la persona, sino
un acto un poco culpable de narcisismo y espectacularización de uno mismo. 14

Lo que ha pasado, inesperada y clamorosamente, es que por el contrario la música hecha por
uno mismo ha vuelto a las calles. Ha vuelto en los tranvías, en los metros, en los sótanos de
los edificios y en las tiendas convertidas en iglesias o templos, incluso en las escuelas. Y ha
vuelto precisamente gracias a los “forasteros”, otro aspecto de la transformación de la ciudad,
de nuestra propia idea de lo que consideramos “italiano”. Ha cambiado la posición de la
música con la multiplicación de memorias en un contexto metropolitano. Un proyecto como
este, por lo tanto, es el reverso del modelo del siglo XIX (y del regionalismo racista de la
Lega Nord15 de hoy) de la investigación folklórica como búsqueda de las raíces locales; es
más bien una reflexión sobre la presencia de formas horizontales, desde abajo, de unas
memorias diferentes en el contexto metropolitano de la globalización planetaria.

Este enfoque también entra en contradicción contra la idea gramsciana de folklore como
“residuo”: el folklore, la memoria, la tradición no son almacenes de datos sometidos al
deterioro con el paso del tiempo, sino procesos que acontecen en la contemporaneidad. La
memoria es más un espacio que un tiempo: todos los tiempos se recuerdan en el mismo
momento. Así, como la migración pone en contacto espacios diferentes, del mismo modo la
memoria instituye relaciones, sinapsis entre tiempos diferentes que –justamente, desde su
punto de vista– la historia tiende a distinguir y separar. Esto es precisamente uno de los puntos
firmes de la “revolución copernicana” de los años 70-80 en la historia oral: la atención no
solo en la verdad documentable de los hechos relatados, sino y sobre todo al significado que
asumen en el presente, en la subjetividad socialmente formada de quien relata.

Por eso quisiera hacerles escuchar algunas cosas, y reflexionar sobre ellas: ¿qué le sucede a
la música, y por extensión a la cultura y a la subjetividad, en el proceso de inmigración y
emigración? Un crítico literario como Werner Sollors, él mismo emigrado desde Alemania
hacia Harvard, define estos procesos como el movimiento que va beyond ethnicity, más allá
de la identidad “étnica”.16 Sobre todo, en los Estados Unidos, el discurso de la etnicidad se
ha concentrado principalmente sobre la búsqueda de la sobrevivencia y de la continuidad de
los rastros de las culturas de procedencia en la memoria y en las prácticas de los migrantes y
de sus descendientes. No hay duda de que esto también suceda: los sonidos de Daur Salaam
en Ladispoli son un ejemplo de ello. Pero Sollors afirma que lo que más importa es sobre
todo otra dimensión: no tanto ese origen que hace que los grupos de migrantes sean diferentes
entre ellos, sino lo que todos los migrantes tienen en común; es decir, en primer lugar, la
experiencia compartida de la migración y, en segundo, lugar el hecho de ser migrantes en un
mismo lugar y de tener que confrontarse con la misma realidad, las mismas reglas y los

14
Veáse mi texto “The centre cannot hold: music as political communication in post-war Italy”, en Luciano
Cheles y Lucio Sponza (eds.), The Art of Persuasion. Political communication in Italy from 1945 to the 1990s,
Manchester-New York, Manchester University Press, 2001, pp. 258-76.
15
Lega Nord o Liga Norte hace referencia al partido político italiano de derecha, afincado en las regiones del
norte de Italia. Dentro de los postulados de este partido están la trasformación de Italia en un estado federal, la
promoción de las culturas regionales italianas, el rechazo a la inmigración y la reducción de ayudas a las
regiones del sur de Italia [N. de la T.].
16
Werner Sollors, Alchimie d’America. Identità etnica e cultura nazionale [Beyond Ethnicity, 1986], trad. it.
de Cristina Mattiello, Roma, Editori Riuniti, 1999.
mismos prejuicios. En fin, tendríamos que encontrar una palabra que sea el opuesto de
“diáspora”: mientras que esta palabra describe la dispersión de tantas experiencias que se
alejan de una fuente común, la palabra que buscamos tendría que describir, por el contrario,
la convergencia, desde todas las partes del mundo, hacia un mismo lugar. Que, luego, es ese
el lugar en el que estamos nosotros.

Escuchemos otra pista. Quien canta es un chico somalí que se llama Geedi Yussuf. Es una
canción que compuso él mismo. La grabamos en una escuela independiente de italiano para
extranjeros en Roma, que se llama Asinitas, gracias a la escritora ítalo-somalí Cristina Ali
Farah, quien había hablado de ella en un artículo para la revista Internazionale.17

Pista 5: Istaraniyeri [Archivo de sonido 4]

Se llama “Istaraniyeri baan ayhoo” [Soy extranjero].18 Dice “soy un huésped de Italia. Corro
hacia la escuela para aprender italiano. Soy africano, huyo de los animales que llevan armas;
no somos africanos, no somos europeos; ahora ¿de dónde somos todos nosotros?”. La canción
es en somalí, pero gira en torno a las palabras que los inmigrantes aprenden primero:
extranjeros, Italia, huésped... (straniero, Italia, ospite). No son muchísimas, hasta ahora, las
composiciones originales sobre el tema de la emigración. Esta es interesante no solo porque
es una de ellas, sino también por un encuentro que aconteció después, y que me hizo
comprender muchas cosas sobre su significado.

En 2012, en un congreso en Lagos, Nigeria, dedicado al “Black Mediterranean”, sobre la


migración entre África e Italia, también se desarrollaba un taller específico sobre la migración
somalí en Italia. ¿Qué mejor que una canción como esta, un joven somalí que relata en una
poesía cantada su experiencia migrante? Estaba muy orgulloso de poderla hacer escuchar.
Pero con gran vergüenza mía y de Cristina Ali Farah, el gran escritor somalí Nuruddin Farah,
que estaba allí presente, se levanta y dice que la canción es un asco: el cantante no sabe nada
del refinado arte de la poesía oral de Somalia, de la métrica, de la aliteración… En Somalia,
de hecho, como escribe Ruth Finnegan, “la poesía oral es un arte muy refinado… un arte
muy apreciado y muy debatido entre los somalíes… Una poesía oral es siempre objeto de
interés y debate, y de crítica si se considera mediocre”.19 A la luz de esta tradición crítica,
Nuruddin Farah no tenía reparo en decir que la poesía de Geedi era un desastre.

Obviamente me cayó mal: luego lo pensé, y se me ocurrió que en su intervención anterior


fue justo Nuruddin Farah quien me había ofrecido otro enfoque. Gracias a las migraciones
de Asia y África, había dicho, hoy se puede comer de forma decente incluso en Londres.
Como experto en los Estados Unidos, se me ocurrió que la cocina italoamericana es una
pésima cocina italiana si la medimos con los estándares de nuestro arte culinario, pero es una
relativa decente cocina americana. Lo mismo vale para todas las cocinas étnicas en
Occidente: lo que se come en los restaurantes mexicanos, japoneses, indios y etíopes en

17
Cristina Ali Farah, “Essere somali a Roma”, Internazionale, 6.11.2009, en línea:
<http://www.internazionale.it/essere-somali-a-roma/>, visitado el 7.4.2015. Sobre la escuela de italiano para
extranjeros de la asociación Asinitas, cfr. <http: //www.asinitas.org/>, visitado el 7.4.2015.
18
En el CD Istaraniyeri, óp. cit.
19
Ruth Finnegan, The Oral and Beyond. Doing Things with Words in Africa, Oxford-Chicago-Pietermaritzburg,
James Currey-University of Chicago Press-University of KwaZulu Press, 2007, p. 107.
Occidente muy a menudo está lejísimos y es relativamente soso con respecto a lo que se come
en los países de origen, ya que tuvo que adaptarse a los gustos de una clientela muy diferente;
pero de cualquier manera esto es un enriquecimiento del gusto del país de llegada. Así, le dije
a Nuruddin Farah (y él estuvo de acuerdo): será una pésima poesía somalí, pero es una
importantísima canción italiana –una música de una Italia multiétnica, multicultural,
políglota, y, sobre todo, una música que nos interesa, porque no habla de Somalia, sino de
nosotros–.

No es casual, escribía Cristina Ali Farah, “que, para definir su condición, Geedi use,
deformándola, una palabra de la lengua que está aprendiendo”, es decir, de la nuestra. El
cambio no está solo en el sonido (istaraniyeri en vez de stranieri), sino también en el sentido.
Geedi pone en discusión el significado de nuestras mismas palabras. Por ejemplo, la palabra
ospite [huésped, convidado] es una palabra que habla de nuestra autocomplacencia y de
nuestros buenos sentimientos: cuando decimos que los migrantes son nuestros “huéspedes”,
nos sentimos buenos y amables porque los dejamos entrar en nuestra casa. Pero cuando Geedi
dice “yo soy un huésped”, quiere decir exactamente lo contrario: “extranjero”-“permiso de
residencia”-“título de viaje”. “He comprendido que para Italia yo no era más que un
huésped”, en el sentido de que esta no es –y no queremos que se convierta en– su casa, que
aquí es tolerado con su “permiso”, y provisorio, con tal de que se mueva con su “título de
viaje”. Tanto es así que tenemos la desvergüenza de llamar “huéspedes” incluso a los
detenidos de los centros de expulsión.

La presencia de las culturas migrantes tiene un efecto radical de extrañamiento sobre la


cultura “autóctona”. Durante la procesión de la Virgen del Quinche, se leía la sorpresa y la
desorientación en las caras de los transeúntes en las aceras de vía Merulana. Era una vista
familiar y extraña al mismo tiempo: una procesión católica, como muchas otras que hemos
visto; pero hoy se ven sobre todo en los pueblos, a lo sumo en la periferia. Pero ¿en la ciudad?,
¿en el centro, en vía Merulana? Por otra parte, los gestos y los símbolos parecían los mismos,
pero llevaban los colores de otro país y, sobre todo, las plegarias y los cantos eran en otra
lengua. Lo ajeno y lo familiar se sobreponían y se extrañaban entre sí. Nuestros gestos y
nuestras palabras ya no son los mismos en la práctica y en el lenguaje de los que llegan a
ellos desde otra perspectiva. En el tranvía nro. 8 de Roma, de Casaletto a Plaza Venecia, que
es una especie de academia de la música, sobre todo balcánica, me encontré a un guitarrista
rumano que cantaba una canción de Nicola Di Bari llamada “Vagabundo”. En las intenciones
del autor, es una especie de anhelo romántico de la vida libre del gitano y del nómada. Pero
cuando la canta alguien que es gitano, migrante y realmente vagabundo, en verdad se
convierte en otra cosa. Una vez más, nuestras palabras cambian de sentido en otros labios. 20

Pero también cambia de sentido mucho de lo que los migrantes traen consigo. Hace tiempo
me invitaron a un congreso en Porto San Giorgio. Cuando llegué al hotel para dejar la maleta,
me fijé en un señor que limpiaba el suelo y cantaba –en tagalog, la lengua de las Filipinas–.
Se llama Camilo Cosmecio y está en Italia hace diez años. Le pregunté si podíamos grabar
estas canciones, y él me dio una cita al final de su horario de trabajo. Pero cuando nos vimos,
no pudimos grabar nada: cada vez que intentaba cantar una canción, la voz le salía rota por

20
Grabado en Roma, tranvía nro. 8 entre Trastevere y Largo Argentina, 9.3.2007. Para las canciones originales
de Nicola Di Bari, cfr. <www.youtube.com/watch?v=QHU3TH_-ryI>, visitado el 30.8.2013.
las lágrimas. Esta era la canción, que hicimos finalmente el día después. 21

Pista 6: Anak [Archivo sonoro 6]

Gracias a YouTube –y al hecho de que él me la señaló– encontré la fuente: una canción de


Fred Aguilar, una estrella de la popular music filipina, muy conocido también en Estados
Unidos y en otros países europeos. Esto ya nos dice algo: la música que llega con la migración
pone en duda nuestra categoría de música folklórica. La distinción euroamericana, atlántica,
entre folklore-cultura alta-cultura de masa está vinculada a un concepto de autenticidad, de
genuinidad, de no contaminación –que es también el reflejo de la distancia occidental entre
mundo popular y cultura hegemónica, que permite imaginarse un “pueblo” protegido de
cualquier fuente de “contaminación” –. En todo el mundo desde el cual llegan los migrantes,
las cosas son mucho más mezcladas. Cuando los rumanos o los ecuatorianos hablan de
folklore, hablan de algo mucho más mezclado con la popular music; hablan de una popular
culture, incluso de una “música ligera” y de consumo, que en todo caso ahonda su historia
en las culturas populares y sigue sacando su linfa del contacto renovado con ellas. Por
ejemplo, Chirita Constantin, quien trabaja de jardinero en mi barrio, me dijo que en su país
era “cantante de folklore” profesional; pero la mayor parte de su repertorio son canciones de
Jan Dolanescu, un popularísimo cantante que murió hace algunos años y cuyas canciones
más exitosas están inspiradas en las modalidades y en los temas de la música popular. Del
mismo modo, Roxana Ene, adolescente nacida en Rumania y crecida en el barrio de Casilino
23 [Roma], canta estupendamente las canciones de Maria Tanase, la “Edith Piaf de Bucarest”,
consagrada como una gran cantante popular por el musicólogo rumano Constantin Brailoiu. 22

Sin embargo, el cruce no se realiza solo entre música popular y popular culture. Hace tiempo
hubo un daño en la instalación hidráulica de la sede del Círculo Gianni Bosio. Buscamos a
un fontanero que cobrara poco, y naturalmente encontramos un migrante –en ese caso, iraní–.
Cuando entendió cuáles actividades se realizarían en esos espacios, dijo: “miren que yo
también conozco canciones, yo también canto”. Grabamos, ¿y qué cantaba? Cantaba la gran
poesía clásica de su país, los poemas de Omar Khayyam (1048-1131) o los kazal de
Muhammad Hafez, poeta místico del 1300, versos sobre el vino y la música, ahora en
desgracia por el actual gobierno (por lo que prefiere mantenerse anónimo), pero vivos durante
siglos en la memoria social. De la misma forma, Sushmita Sultana, una señora de Bangladesh
que vive en el barrio de Torpignattara, licenciada en música y danza en Calcuta, esposa de
otro licenciado que hace de vendedor ambulante alrededor de Roma, canta las canciones del
premio nobel bengalí Rabindranath Tagore y se las enseña a los niños de segunda generación
de su barrio.23

Ambos perciben a Tagore o Khayyam no como algo diferente, superior o contrapuesto a la


cultura popular y oral, sino como parte de ella. De hecho, también en Italia, desde la Toscana
a Lacio, desde Cerdeña al Abruzzo, hasta hace pocos años, y quizás todavía, en algún lado,

21
Grabada en Porto San Giorgio (Fermo), 23 y 24.11.1971.
22
Grabados respectivamente en Roma, La Giustiniana, 12.4.2013; Roma, escuela Ikbal Masih, Casilino 23,
20.5.2009. Cfr., Folclor romanesc din Colectia Brailoiu, Oltenia, en línea: <http://www.trilulilu.ro/muzica-
diverse/folclor-romanesc-din-colectia-brailoiu-oltenia-1>, visitado el 26.8.2013.
23
Grabados respectivamente en Roma, Circolo Gianni Bosio, 3.11.2012 y Roma, Teatro Preneste, 17.12.2011.
los poetas campesinos, artesanos y pastores de la ottava rima cantaban a Ariosto, a Tasso y a
Giovanbattista Marino (no a Dante, porque las terzine no se adaptan al módulo musical de la
ottava. Pero a menudo lo saben de memoria). Basta con pensar en el blues, de otras
migraciones, entre el delta del Mississippi y el ghetto de Chicago.24 Así, aunque no
renegamos de la distinción entre los que Alberto Maria Cirese llamaba “desniveles internos
de cultura”, o de lo que Dwight McDonald distinguía como
“highbrow/middlebrow/lowbrow”, no obstante, tenemos que reconocer una permeabilidad
25

diferente, una circulación más intensa. Las fronteras entre cultura popular, cultura de masas
y cultura alta; entre oralidad y escritura; entre poesía y música; entre ciudad y campo
distinguen los conceptos, pero no separan las prácticas; marcan las diferencias, pero no
impiden la comunicación, las influencias recíprocas o las superposiciones.

Volviendo a la canción de Camilo Cosmecio, que logré que la cantara al día siguiente, vemos
que este es un ejemplo de cómo los significados que los migrantes traen con ellos también
cambian, osmótica pero radicalmente, en el curso del proceso de migración. La canción de
Fred Aguilar se compone de dos estrofas. La primera describe el amor de los padres por el
hijo: “Cuando llegaste a este mundo, tu madre y tu padre vieron un sueño realizado, la
respuesta a sus plegarias. Para ellos tú eras un niño especial, que les daba felicidad con cada
sonrisa, y cuando llorabas acudían rápidamente a tu lado. Hijo, nunca sabrás qué pueden
llegar a hacer para darte todo el amor que pueden darte, para darte seguridad, y morirían por
ti, para verte aquí con ellos”. Sin embargo, esta expresión de amor prepara el drama de la
estrofa siguiente: “Han pasado los años, eres grande y fuerte, y ahora parece que tú odias a
tus padres; no entendemos qué te pasa, habla, dinos en qué nos equivocamos”. 26

Camilo Cosmecio dejó a su hijo en las Filipinas; no lo ve desde que se marchó, y no consigue
obtener la reunificación familiar. Consigue, con mucho esfuerzo, cantar la primera estrofa, y
para él la canción se acaba allí. Si es cierto que el olvido es un mecanismo básico de la
memoria, es justamente “olvidando” la segunda estrofa que Camilo Cosmecio convierte una
canción sobre la ingratitud de los hijos, sobre la incomprensión y el conflicto generacional,
en un canto de nostalgia y amor de un emigrante para su hijo lejano.

El concepto de autenticidad ya no funciona porque las culturas que los migrantes traen
consigo llegan aquí ya contaminadas. Pongamos otro ejemplo y escuchemos otra pista. Una
parte de este proyecto consistió en ir a buscar cuáles canciones habían traído las madres de
los niños migrantes y de segunda generación que frecuentan las escuelas multiétnicas de los
barrios Casilino y Torpignattara. Una señora china que se llama Chen Lisao, que lleva diez
años en Italia, nos cantó esta canción:

24
Giovanni Kezich y Maurizio Agamennone, I poeti contadini: introduzione all’ottava rima popolare:
immaginario poetico e paesaggio sociale, Roma, Bulzoni, 1996. Sobre Dante, cfr. Riccardo Colotti, “Sarebbe
‘sto comunismo. Una lectura Dantis contadina”, a cargo de Alessandro Portelli, I Giorni Cantati, nro. 2/3,
número monográfico sobre L’improvvisazione e la regola: la spontaneità possibile, Florencia, La casa Usher,
1982, pp. 25-33. Sobre el blues, Charles Keil, Urban Blues, Chicago, University of Chicago Press, 1996.
25
Alberto Cirese, Dislivelli di cultura e altri discorsi inattuali, Roma, Meltemi, 1997; Dwight Macdonald,
Masscult and Midcult: Essays Against the American Grain, New York, New York Review of Books Classics,
2011.
26
La versión original de “Anak” cantada por Fred Aguilar está en <www.youtube.com/watch?v=-n-2lPzH7D>,
visitado el 7.4.2015.
Pista 7: Canción china [Archivo de sonido 7]

Es sin duda una auténtica canción china, que se canta a los niños en año nuevo, y como tal la
señora Chen Lisao la reconoce; sin embargo, la melodía es la famosísima “Oh my darling
Clementine”, una canción norteamericana que cuenta en forma cómica las desgracias de un
buscador de oro y su hija.27 El hecho es que, así como las canciones, la memoria y los relatos
basados sobre la oralidad son inmateriales, giran por el mundo de forma imprevisible, sin
pararse delante de las fronteras. Así que un proyecto como este rápidamente pone en
discusión la idea de memoria como conservación incontaminada de los rastros de un origen
y nos habla más bien de la memoria como proceso de transformación, de la cual la migración
es una fase, importante, pero solo una fase.

Otra cosa que se percibe en las grabaciones es que tanto Camilo Cosmecio como Chen Lisao
tienen dificultad para expresar su voz; ambos cantan con una voz contenida, con un volumen
muy bajo. Esto pasa por dos razones. La primera tiene que ver con lo que decía antes: como
casi a todos, en los contextos urbanos, a ellos también les da vergüenza cantar. No porque no
sepan: Chen Lisao tiene una voz muy bella y afinada. Se avergüenzan de cantar porque no se
sienten a la altura de lo que ven en la televisión, aunque a menudo son mucho mejores y
cantan cosas más interesantes. La segunda razón es que, sobre un plano metafórico pero muy
tangible, sienten que, en tanto migrantes, en tanto “huéspedes”, su voz no es una voz
autorizada. Me impacta la diferencia entre estas voces no autorizadas, en contextos como el
de un hotel o de una escuela, que son de cohabitación con los “amos de casa” nativos, y las
voces desenfrenadas de los cantores senegaleses en la mezquita aislada en el campo de
Ladispoli, en donde otra vez están en su propia casa (y el “huésped”, que intentaba no
molestar y hablar en voz baja, era yo con mi grabadora). Además, el nombre del lugar, Daur
Salaam, la puerta de la paz, remite precisamente a la idea de casa.

Entonces, la dimensión de la voz, la medida en que estas voces se sienten autorizadas, atañe
justamente a la medida de los derechos de presencia en la metrópolis multicultural moderna,
una realidad en la cual existen sujetos no autorizados para los cuales sacar la voz –hacerse
escuchar– es difícil, y puede ser peligroso. Una digresión sobre este tema: yo intentaría no
utilizar la expresión creída y autocomplaciente según la cual nosotros, los que nos ocupamos
de estos temas, “damos voz” a los que no la tienen; porque si las personas que escuchamos
no tuvieran voz, nosotros no tendríamos nada que grabar, y yo no hubiera podido escribir ni
una línea de mis muchos ensayos sobre historia oral. Son ellos quienes me dan la voz a mí;
lo único que nosotros intentamos darles es la escucha, incluso en el sentido de amplificación,
de difusión y de conocimiento crítico.

Quisiera terminar con un par de audios, a propósito de ser “huéspedes” y del derecho a usar
la voz. Aunque el proyecto se centra sobre Roma, naturalmente no perdemos la ocasión de
escuchar lo que encontramos en otros lugares. Por ejemplo, en Piadena, un pueblo en la
provincia de Cremona, que es la sede de la histórica y extraordinaria Liga de Cultura de

27
Grabado en Roma, escuela Pisacane (Torpignattara), el 15.7.2013. Por “Clementine”, cfr. Pete Seeger,
American Favorite Ballads - 3, Folkways FA 2322.
Piadena,28 en donde la agricultura aún está en gran medida vinculada al establo, a la leche, a
las vacas, y gran parte de este trabajo hoy lo desarrollan jornaleros de la India. Por esta razón,
en el pueblo cercano de Pessina Cremonese, existe el templo Sikh más grande de Europa, al
que acuden fieles de todo el norte de Italia, al punto de que hay más fieles en el templo Sikh
que habitantes en todo el pueblo de Pessina. En Piadena nos encontramos con Jagjit Rai
Mehta, indio de Punjab, bergamino, o jornalero del establo. De su cultura trae la relación
especial con los animales: “cuando le doy la leche a los terneros –dice– es como cuando le
doy la leche a mis hijos. Luego las vacas vienen hacia mí. Hay una vaca que a veces hasta
me abre el delantal desde detrás. Es la número 305. Esa cosa me gusta tanto, a veces pone su
hocico en mi hombro...”. Pero ahora se siente totalmente parte de la realidad en que vive –
tiene su familia allí, la mujer tiene un trabajo en el pueblo, los hijos están terminando la
escuela secundaria y él mismo es un miembro activo de la Liga de Cultura–. En la melodía
resuena un aire tradicional (su padre es cantor del templo en Punjab), pero Jagjit escoge
cantar en italiano.29

Pista 8: Vengo da lontano [Archivo sonoro 8]

Vengo de lejos, no me voy


Nacido en la tierra donde vive mi mamá
Somos ocho hermanos, todos nos fuimos
Uno vive en Canadá, tres en Inglaterra
Cuatro en Italia, todos nos fuimos
Vengo de lejos, no siento nostalgia
Hago trabajos duros, hago trabajo un poco sucio
Trabajo en establo, vivo en masía
Donde gritan terneros, vacas
Cantan gallinas, lechuzas
Esa es mi casa

No solo canta en italiano, sino que, al contrario de Geedi, dice expresamente “esta es mi
casa”. No me voy: no soy un “huésped”; por el contrario: en uno de los versos de la canción
dice que Giuseppe Morandi (uno de los fundadores de la Liga de Cultura, gran promotor
cultural, fotógrafo y cineasta “proletario”) “casi siempre come en mi casa”. Es decir, Jagjit
es huésped, pero en el sentido de que son él y su familia los que nos hospedan a nosotros en
su casa. Jagjit dice que no siente nostalgia, porque esta es su casa, tiene la familia con él, y
en todo caso, como lo ha hecho muchas veces, puede volver a visitar a su familia en Punjab
(y de devolver la hospitalidad, llevándose consigo, a casa de sus padres, a los compañeros de
la Liga de Cultura).30

En más de un sentido, Jagjit es el contrario de Geedi. Geedi no puede volver: otra canción
suya es un diálogo imaginario entre el migrante y la mujer que se queda en su país, que le
pide volver a verlo, y él responde que no puede porque le tomaron las huellas dactilares, y si

28
Véase: <http://legadicultura.it/>, visitado el 8.4.2015.
29
Grabado en Piadena (Cremona), 23.3.2013.
30
Fotografías de Jagjit Mehta y su familia se encuentran en Giuseppe Morandi, La mia Africa. Fotografie di
Giuseppe Morandi, Milan, Mazzotta, 2001, pp. 21-25 y 36; íd., Vecchi e nuovi volti della Bassa padana, Milan,
Mazzotta, 2011, pp. 68-94 y portada.
sale de Italia, para poder regresar tendría que cortarse la yema de los dedos. 31 Mientras que
Jagjit tiene un trabajo, una casa, una familia; Geedi está solo, no tiene un trabajo estable ni
un sitio propio para vivir (a tal punto que perdimos su rastro). Al sentido de seguridad de
Jagjit contribuye también la diferente capacidad de acogida de un contexto semirrural
(también en Piadena encontré a Roullah Tahavi, joven refugiado político de Afganistán, quien
llegó clandestinamente debajo de un camión desde Grecia; ahora casado con una chica de
allí, compone con un instrumento que se construyó él mismo canciones en su lengua sobre
su familia, la lejanía y el exilio. Vive en el mismo contexto de Jagjit, pero, al igual que Geedi,
no puede volver a ver a su familia). 32 Además, Jagjit se ha insertado completamente en el
trabajo de una histórica realidad político-cultural como la Liga de Cultura de Piadena, tanto
que la misma idea de cantar le viene del ejemplo de los compañeros de la Liga y del
Canzoniere Giorni Cantati de Calvatone y Piadena, que le dan ánimos a tal punto que es él
quien inaugura, en el escenario del teatro de Casalmaggiore, la fiesta anual de la Liga de
Cultura en 2013.33 Ahora, la música popular de Piadena y sus alrededores no es solo la de los
cantantes locales que tienen muy viva la función política del canto tradicional; es también la
canción de Jagjit, las composiciones de Roullah, los himnos que se escuchan en el templo
Sikh de Pessina. También por esta razón, como se intuye, Jagjit no tiene dificultad en hacer
escuchar su voz (a pesar del escepticismo de su familia, que piensa –como se hace hoy hacia
los que cantan en público– que está haciendo un espectáculo de sí mismo, cantando en
público y usando en el escenario su ropa tradicional).

Cuando empezamos a pensar este proyecto, identificamos básicamente tres tipos de espacios
en los cuales buscar la memoria y la cultura musical de los migrantes. El primero es la fiesta,
el ritual, la ceremonia, los lugares de agregación de los diversos grupos de migrantes. De
hecho, el primer documento del archivo es la procesión ecuatoriana de la que hablamos; a
menudo, los momentos más significativos ocurren en los lugares de culto y las ceremonias
religiosas: los musulmanes de Daur Salam, los Sikh de Pessina, los cristianos etíopes en la
iglesia eritrea de Roma (donde las mujeres envueltas en chales blancos cantan los himnos
litúrgicos en la nave central, pero de vez en cuando el asistente y celebrante se quita la capa
dorada y va a la nave lateral para acompañar con el teclado los cantos, diferentes pero no
menos fervientes, de los chicos en jeans y remera). 34 El momento en que nos convencimos
de que este proyecto tenía un sentido ocurrió en otro espacio comunitario: en el encuentro
que tuvimos en el Centro Ararat, un espacio abandonado que los refugiados políticos kurdos
trasformaron en habitación y centro cultural, con mamoste (maestro) Abdurrahman Ozel, un
gran maestro de música y poesía kurda, a quien escuchamos –junto a otros talentosísimos
músicos, bailarines y actores kurdos– en el escenario del Newroz, la abrumadora fiesta del
fin de año kurdo a mediados de febrero. 35

El segundo espacio es la casa, y por extensión la escuela. Así grabamos una gran cantidad de
canciones para niños; entre ellas, el más cruel de todos los villancicos, por demás muy común

31
Grabada en Roma, San Lorenzo, 15.7.2011.
32
Grabado en Piadena (Cr), 6.10.2011.
33
Roullah Tahavi fue grabado en Piadena el 6.10.2011; la ceremonia en el templo Sikh de Pessina Cremonese,
el 24.3.2013.
34
Grabado en Roma, barrio Parione, 21.10.2012.
35
Grabados en Roma, Centro Ararat, 21.4 y 3.10.2011; Un fragmento de Abdurrahman Ozel se encuentra en el
CD Istanaiyeri, óp. cit.
en Colombia: el niño (colombiano) que le pregunta a la madre dónde están los juguetes,
porque el Niño (Jesús) no se los trajo, y la mamá le contesta: “hiciste algo malo, el Niñito lo
supo, por eso no te los trajo”, que es una manera de que los niños se sientan culpables de la
pobreza que no permite comprar los regalos de Navidad.36 Fue a través de la escuela que
encontramos esta relación entre padres (madres en particular) y niños, la que nos dio acceso
a los repertorios más privados, menos visibles, distintos de los eventos culturales que intentan
valorizar la dimensión multicultural sobre todo en forma de performance pública y
espectáculo (pienso en la Orquesta de Plaza Vittorio, una operación artificial que ha generado
una música extraordinaria sin duda, pero muy diferente a la que Camilo Cosmecio canta a su
hijo mientras limpia el suelo del hotel de Porto San Giorgio, o a la de la mujer filipina quien
junto a su hija canta canciones de orgullo patriótico y de memorias de trabajo desde sus islas).

El tercer espacio, el más obvio y visible, es la calle –que incluye el tranvía, el metro, pero
también las procesiones y las manifestaciones–. De hecho, el otro encuentro que me
convenció de la factibilidad de este proceso, de la presencia viva de las músicas migrantes
en Roma, fue con dos muy buenos músicos de Ecuador, a la salida de la estación del metro
de Plaza Esedra. Sergio y Janeth cantaban prácticamente todo el repertorio latinoamericano;
pero cuando les pregunté si, además de “Malagueña” y “Quizás, quizás” (que cantan
perfectamente), también conocían canciones de su propio país, canciones ecuatorianas, me
contestaron “qué belleza, nunca nadie nos las ha pedido”.

Pista 9: Huachipongo [Archivo Sonoro 9]

La canción dice: “yo soy el descendiente de Atahualpa y del Sol, con el orgullo y el amor de
mis antepasados”.37 A diferencia de tantos otros músicos de la calle, ellos cantan
exclusivamente en su lengua. En parte porque muchas de estas canciones son igualmente
familiares para quien las oye, pero especialmente porque están orgullosos de su historia, de
su memoria cultural y de su música. Explicaba Janeth:
Trabajaba en la casa de una señora que tenía Alzheimer. Fue el primer trabajo que encontré
aquí, que me asustó. Estaba allí solo desde el viernes por la noche hasta el lunes por la mañana,
me estaba volviendo loca. Me encontré con Sergio para hacer música […] canté para quitarme
de encima todo ese estrés, toda esa cosa negativa que sentí en esos días […] Un día llamé a mi
madre y mi madre lloraba en el teléfono y decía: “Janeth, vuelve a casa; aquí un plato de pasta
lo tienes, un lugar donde dormir lo tienes. ¿Qué estás haciendo mendigando?”. Yo digo: “pero
mamá, yo no estoy mendigando, yo estoy haciendo música”. Y esto, lo que estoy haciendo es
una cosa muy bonita. Porque a la gente le gusta, porque no es que yo esté pidiendo dinero, yo
hago una propuesta musical y ellos me dan dinero […] Yo estoy contenta, estoy orgullosa de
hacer estas cosas, porque yo me siento una persona importante.

Teodor Bogdan, quien es un talentoso guitarrista y cantante rumano, cuando vino para que lo
grabáramos en la Casa de la Memoria de Roma, cantaba y muy bien a De André, a Dalla y a

36
En el CD Istaraniyeri, óp. cit.
37
Grabado en Roma, estación del metro Repubblica, 6.5.2009; Casa de la Historia y de la Memoria, 14.1.2011.
“Huachipongo” y el fragmento de entrevista citado abajo están el CD Istaraniyeri, óp. cit. Cfr. también el video
Janeth y Sergio de Alessandra Bruno, Babel TV, 2012 (con la colaboración del Circolo Gianni Bosio), en línea:
<http://www.imdb.com/title/tt2249764/>, visitado el 31.8.2013.
Bennato, cantautores italianos. Le preguntamos si también conocía canciones rumanas y él,
un poco reluctante, cantó algunas colinde (canciones de colecta de Navidad) y un par de
baladas sobre los hajduk, los legendarios bandidos de los Balcanes. Dos meses después, nos
volvió a llamar –evidentemente, había reflexionado– y nos pidió volver a grabarlo. Y en ese
momento le salieron todas las canciones rumanas –canciones de tradición oral como las
colinde navideñas y las baladas sobre bandidos, canciones políticas (una sobre Timisoara y
el inicio de la revolución rumana de 1989), canciones de los grandes poetas y de cantores
contemporáneos, como Valeri Stojan y Adrian Paunescu. “Un día, cuando era un niño, con
una honda maté a un pájaro”, dice una de las canciones que cantó ese día, “y me puse a llorar
desesperado, hasta que mi madre me dijo que era inútil llorar, y pasó. Pasaron los años, y
amé una mujer que luego murió, y fui a su funeral”. Es una canción que habla de muerte;
pero después de haberla cantado, Teodor Bogdan comentó: “Yo nunca maté a un pájaro,
nunca amé a una mujer que haya muerto; pero canto esta canción porque lo que muere es
nuestra cultura, destruida en Rumanía y sobre todo en la diáspora”. Al final de este encuentro,
Teodor dijo: “yo canto en los restaurantes, y hasta ahora he cantado siempre canciones
italianas; ahora creo que empezaré a cantar alguna canción rumana. Es algo bueno para mi
autoestima”.38

Pero no todos los músicos de la calle son como Sergio y Janeth. Muchos de ellos están
convencidos (yo diría que equivocados) de que los transeúntes y viajeros les darán más dinero
si cantan canciones italianas, familiares a quien las escucha. Pero incluso así, la música
cambia. La más bella versión de “O sole mío” que haya escuchado en mi vida viene de la
línea A del metro. La canta Violeta Joana, una mujer rom rumana que, en vez del pomposo
énfasis de tenores al cual estamos habituados, la canta (traduciéndola del napolitano a su
italiano) con una carga de soul que realmente te hace pensar en el fado de Amalia Rodrígues.

Pista 10: Violeta Joana [Archivo sonoro 10]

Violeta Joana se niega a cantar y a que la grabemos sin el aparato (micrófono, altavoz,
pequeño ordenador con las bases musicales pregrabadas bajadas de internet), porque, a
diferencia de Janeth, para ella cantar en el metro no es un arte o una expresión, sino un
trabajo; no canta para darle voz a su historia cultural, sino para mantenerse a ella y a sus
cinco hijos, que en parte están con ella en el campo rom de Ponte Galeria, algunos otros se
quedaron en su país. A tal punto que, cuando cantó en casa para nosotros, al final de cada
canción añadía “gracias”, como si le hubiéramos dado una moneda, porque esto mismo hace
cuando canta en el trabajo. La convencimos de cantar alguna canción rumana sin el aparato
(entre otras cosas, obviamente, no tiene las bases pregrabadas para canciones rumanas); sin
embargo, tuve la sensación de que, lejos de haber accedido a una “autenticidad” originaria,
estábamos violando su autenticidad de ahora. Su autenticidad de ahora comprende las bases
pregrabadas, la amplificación –incluye la relación entre la música con que trabaja y la vida
que vive–.39

No es una vida sencilla: la calle es un espacio difícil, solitario y a menudo contencioso. No


es casual que Lucy Rabo, nigeriana, quien se sienta en la calle con un cartel bilingüe que dice

38
Grabado en Roma, Casa de la Historia y de la Memoria, 31.5.2013.
39
Grabada en Roma, barrio Appio-Latino, 11.3.2010, y en el campo Rom Magliana, 18.4.2010.
“soy pobre pero feliz” y “soy feliz pero pobre”, a menudo irrumpe en pasos de danza e
improvisa con ecos góspel en ibo y en inglés, canta: “no entiendo por qué todos me odian,
no entiendo por qué todos me tienen rabia”. “Todo el dinero que tengo en el bolso te lo doy
si me cantas la nostalgia”, dice una de las canciones rumanas que Violeta Juana nos cantó en
su barraca, “Y si el dinero no basta, cántame y tendré una deuda contigo. No hay nadie en la
calle para ver mis ojos tristes, para ver que lloro”.40 Por un tiempo, Sergio y Janeth dejaron
de cantar en la calle porque encontraron trabajo como acompañantes de salud. Pero cuando
la señora para la cual trabajaban murió, se encontraron otra vez sin trabajo y volvieron a tocar
en la calle. Pero se toparon con que su sitio estaba ocupado por otro músico (por demás, un
divertido músico jamaiquino, a quien a su vez grabé), que para impedirles que lo recuperaran
hasta llegó a destruirles el amplificador; a tal punto que organizamos un concierto de
solidaridad para que pudieran comprar otro. En Sergio y Janeth converge, por tanto, la doble
dimensión de la música de la calle: por un lado, el orgullo personal y cultural, la memoria de
ellos; por el otro, condiciones materiales para nada fáciles, y relaciones muy poco idílicas y
solidarias.

Quisiera cerrar con otra historia, la de Yunes Sade. Venía de un pueblo rural del Kurdistán
iraquí, por lo tanto, no se podía integrar en la comunidad kurda de Roma, tanto porque los
kurdos refugiados de Turquía son mayoritariamente de izquierda, mientras él se había
escapado porque los fundamentalistas querían castigarlo por haber colaborado con los
americanos, como porque la lengua que hablaba era un dialecto rural iraquí que ni siquiera
los otros kurdos lograban entender. Yunes no hablaba ninguna lengua con la cual pudiéramos
comunicarnos; no sabía ni escribir ni leer; no había tenido tiempo de aprender más que una
decena de palabras en italiano, porque, como para muchos otros, Italia solo era para él un
lugar de tránsito, y la última noticia que tuvimos de él es que ahora está en Dinamarca. El
único lenguaje que tenía era el canto, la voz pura. Así que él también, en cierta manera, era
el revés de Jagjit: mientras que Jagjit se apropia de la lengua, Yunes era como si no tuviese
ninguna. Por suerte, en su paso por Italia, también él encontró un espacio de acogida, en la
escuela de italiano de Asinitas, donde reconocieron y valorizaron la belleza indescriptible y
dramática de su canto. 41

Pista 11: Yunes [Archivo sonoro 11]

El hecho de que ni nosotros ni otros migrantes y refugiados hayamos conseguido entender lo


que dicen las canciones de Yunes es el signo del problema más grave de este proyecto: nos
encontramos de frente (por lo menos hasta que no tengamos medios para pagar los
traductores e intérpretes que aún nos faltan) con por lo menos 25 barreras lingüísticas.42
Porque es cierto lo que decimos sobre la confluencia, sobre las experiencias compartidas de

40
Ambos fragmentos están en el CD Istaniyeri, óp. cit.
41
Grabado en Roma, Casa de la Histora y de la Memoria, 21.3.2012; escuela de italiano Asinitas, viale Ostiense,
21.12.2012. Escribía esto en 2012; ahora (2015), Yunes está de vuelta en Italia y conseguimos que tradujera
sus canciones en italiano.
42
Los países representados actualmente en el archivo son Afganistán, Bangladesh, Brasil, Burkina Faso, China,
Colombia, Costa de Marfil, Ecuador, Egipto, Eritrea, Etiopía, Filipinas, Jamaica, India, Irán, Israel (comunidad
árabe), ex Yugoslavia, Kurdistán iraquí, Kurdistán turco, Marruecos, Nigeria, República Centroafricana,
Rumania, Senegal, Somalia, Ucrania. Todas las grabaciones están disponibles para su consulta en el Archivo
Sonoro “Franco Coggiola” del Circolo Gianni Bosio en la Casa de la Memoria y de la Historia de Roma.
migración, de marginalidad y de prejuicio. Pero también es cierto que esta experiencia
compartida de la migración está todavía en una fase intermedia y se encuentra con
resistencias y contratendencias muy fuertes. Así que es cierto que todos vienen a Italia, que
todos pasan por experiencias de viaje y adaptación o exclusión compartida –como las mujeres
nigerianas y ucranianas en los bulevares nocturnos, que no tiene nada que ver con sus culturas
de origen y sí con la violencia de la sociedad a la que se ven transportadas–. Pero mientras
intentan comunicarse con nosotros, los diferentes grupos de migrantes aún tienen muchas
dificultades para comunicarse entre ellos.

Un experimento interesante es el que se ha impulsado desde la escuela Iqbal Masih, una


extraordinaria escuela multicultural del barrio Casilino 23. Aquí dos maestros, Susanna Serpe
y Attilio Di Sanza, crearon un coro de niños de todas las nacionalidades –talentosísimos, a
tal punto que han ido a cantar en todas sus lenguas incluso en el Quirinale para el presidente
de la República–. Más tarde, en la escuela contigua Romolo Balzani, el Circolo Gianni Bosio
creó un coro multiétnico dirigido por Sara Modigliani, partiendo justamente de los padres de
estos niños. Es una experiencia piloto, limitada pero significativa: la mujer de Bangladesh
canta las canciones rumanas, la mujer rumana que creció en Casilino, y que habla más
dialecto romano que yo, canta una canción kurda. El éxito más grande de este coro fue cuando
Sushmita Sultana, de Bangladesh, cantó en bengalí una canción que ha cruzado todas las
fronteras y que ahora es de todos. 43

Pista 12: We Shall Overcome [Archivo sonoro 12]

Tanto para la estudiante rumana, inmigrante ella misma, como para la gran cantante italiana
Giovanna Marini, las músicas migrantes somos nosotros: para Floryna, porque la regresan al
corazón de su país; para Giovanna, porque le indican hacia dónde va el nuestro –que ahora,
además, es el país de las dos–. Históricamente, Italia ha sido (y aún lo es) un país de
emigrantes; por lo tanto, las músicas de los migrantes nos ayudan a pensar a la emigración
desde todos los puntos de vista –de quien se va, de quien se queda, de quien llega–. Cuando
yo empecé a buscar canciones populares italianas en los pueblos de Lacio y Umbria, para
hacer que la gente empezara a cantar, un sistema muy seguro era preguntarles si conocían la
más común de nuestras canciones sobre la emigración, “Mama mía dame cien liras”.

Pista 13: Mamma mia dammi cento lire [Archivo sonoro 13]

Se trata de una muy difundida variante de una antigua balada en la que una chica se marcha
de su casa (en algunas versiones, con el diablo), la madre la maldice y ella muere en el mar.
En la versión más común de ahora, la balada lee la migración en términos de conflicto
generacional: la chica quiere ir a América, los hermanos la animan, la madre le dice que no

43
Grabado en Roma, Tiburtino, 30.5.2013. Ahora (2015) el coro está dirigido por dos músicas migrantes:
Roxana Ene (rumana/italiana) y Sushmita Sultana (bangladesí).
vaya y la maldice, ella se marcha igualmente y muere en el naufragio del barco. 44 Como en
muchísimas canciones sobre emigración que aún se cantan en Italia, es una canción contra
la migración, una canción sobre la emigración como traición y abandono de los que se
quedan. Es una dimensión de nuestra experiencia migratoria muy poco explorada, también
porque la investigación siempre se ha centrado sobre los que se marchaban, y casi nunca
sobre el efecto que esta migración tuvo sobre los que se quedaban.

Pero también esta historia cambia profundamente de sentido ahora que también somos un
país de inmigración. “Cuando fue a la mitad del mar, el barco se hundió”: cuando Sara
Modigliani, una gran cantante popular italiana, cantó esta canción al final de un encuentro en
el que los migrantes habían leído sus relatos sobre su travesía por el Mediterráneo, y sobre
los miles de muertos en los barcos y en los botes inflables que se hundieron en nuestras aguas,
el acento se desplazó del conflicto madre-hija y del punto de vista de quien se queda al tema
de la muerte en el mar, desde el punto de vista de quien viaja. Los migrantes se dieron cuenta
de que teníamos una cosa en común: como tantos compañeros de viaje suyos, también los
migrantes italianos habían muerto en el mar. A través de nuestra historia, la canción hablaba
de su historia.

Pero en este encuentro, el sentido de la canción y de la historia cambiaba: de la escena inicial


de la separación y del abandono, el acento se mueve sobre las estrofas que a menudo se
olvidan, es decir, lo que ocurre después del naufragio y de la muerte en el mar. Después de
que el barco se hunde, de hecho, “Mama mía dame cien liras” entra en una secuencia de
estrofas que recorren en detalle cómo el cuerpo de la chica náufraga se deshace en el mar:
“Los cabellos de Rosina el pez del mar se los comerá; los pies de Rosina el pez del mar se
los comerá”, siguiendo con una estrofa para cada parte del cuerpo, en una imagen de
metamorfosis marina que tiene un sabor shakesperiano –“ahora son perlas los que eran sus
ojos” (La tempestad)–.45 Son versos formulares, que parecen diluir la tragedia en la iteración.
Pero fue el cinismo vulgar de un político de Monza de la Liga Lombarda 46 –quien escribió
que, si los náufragos mediterráneos habían tratado de salvarse agarrándose de las redes de
pesca del atún, este era “un motivo más para dejar de comer atún”– el que cambió el sentido
de estos versos, del arquetipo poético de la muerte en el mar a una materialidad tangible de
cuerpos, de muerte y descomposición y de racismo. 47

Finalmente, gracias a la presencia de los migrantes, nuestras memorias, nuestras palabras y


nuestra historia adquieren otros niveles de sentido y nuestras hipocresías son develadas.
Porque ahora las memorias de nuestras ciudades y de nuestros pueblos comprenden el partir
audaz de Rosina, el quedarse resentido de su madre, el desafío a la muerte en el mar de
nuestros antepasados y de nuestros nuevos conciudadanos, y –en la nueva Italia
multicultural– el llegar y el volver a empezar.

44
Esta versión, cantada por Giuseppina y Maria Romano, fue grabada en Isola Liri (Frosinone), el 25.4.1970.
Por “Maledizione della madre”, cfr. Nigra, Canti popolari del Piemonte, óp. cit., nro. 23, p. 172.
45
William Shakespeare, La tempestad, acto 1, escena 2.
46
Partido racista del norte de Italia.
47
Está en una publicación de Facebook de la exponente legista Anna Giulia Giovacchini, delegada por los
derechos de los animales ante el municipio de Monza: cfr. La Repubblica, 19.6.2013.
CAPÍTULO 23
Los usos de la memoria:
memoria-monumento, memoria involuntaria, memoria perturbadora 1

En un reciente libro sobre las formas contemporáneas de la comunicación lingüística se


volvió a mencionar un viejo tópico: el exceso de memoria, escribe, es dañino porque nos
condena a repetir siempre las mismas cosas, sobrecargándonos con el peso del pasado. Este
es un lugar común que tiene una larga historia: recuerdo un congreso en 1981, durante el cual
se desencadenó entre foucaultianos y marxistas una discusión, unos a favor y otros en contra
de la memoria. Los representantes del movimiento de Autonomía Obrera2 decían que los
verdaderos revolucionarios no tienen memoria, y que es justamente por esta razón que
pueden inventar nuevas ideas y experimentar formas de lucha antes desconocidas.

Este debate, sin embargo, no tiene sentido, por muchas razones. En primer lugar, porque la
memoria no es ni buena ni mala; la memoria simplemente es: no podemos decidir si tener o
no tener memoria, y solo parcialmente podemos controlar su contenido y su funcionamiento.
En gran medida, la memoria funciona como un músculo involuntario, un reflejo puro,
independiente de nuestras órdenes conscientes. O, para decirlo con otra analogía, la memoria
es como la respiración: podemos respirar bien o mal, podemos respirar aire bueno o malo,
pero no podemos parar de respirar por mucho tiempo. Estas son unas funciones que podemos
ejercitar, entrenar y mejorar, pero que nunca podemos suprimir. No es casual que la figura
literaria de la memoria involuntaria tenga muchos ejemplos, desde la canónica magdalena de
Marcel Proust hasta Toni Morrison y Don DeLillo.

Pero, más en particular, habría que señalar que, si bien es cierto que el exceso de memoria
puede sofocar la imaginación, es también cierto que por falta de memoria se corre el riesgo
de olvidar que ciertas cosas ya ocurrieron en el pasado –y de repetir, por lo tanto, el pasado
creyendo estar inventando algo nuevo o algo novísimo, como generalmente hacían muchos
de los militantes de Autonomía Obrera de los años 70 y 80–. Tanto la pesadez de la memoria
como la ligereza del olvido militan en contra de una relación crítica y consciente con el
pasado y con el presente.

La lingüista Susanne Kolb (Il Manifesto, 13.7.2012) escribió recientemente:

La historia cíclicamente vuelve a emerger, y con ella también las ideas, los conceptos, las
palabras. Incluso las palabras que creíamos desaparecidas, erradicadas, definitivamente
extintas pueden volver a nacer bajo una apariencia de modernidad, escondidas dentro de los
pliegues del lenguaje contemporáneo de la publicidad, de la propaganda política y de la

1
Traducción hecha por Lorena Cardona González y ampliada por Virginia Sampietro. Aclaración: este trabajo
se compone de la conferencia dictada en el marco de la entrega del título de Miembro Honorario de la
Universidad Nacional de La Plata, el 12 de septiembre de 2013; asimismo, está complementada por una versión
de la conferencia en inglés sugerida por el autor. El texto mencionado es “On the uses of memory: Memory as
Monument, memory as reflex, memory as disturbance”, en Economic & Political Weekly, vol. 49, nro. 30, 2014.
2
Autonomía Obrera fue un movimiento de izquierda extraparlamentaria activo entre 1973 y 1979. Nace
alrededor de los años 70, aunque su desarrollo se debe adscribir hacia finales de la década. Autonomía no es
justamente un partido, sino más bien un área en la cual confluyeron algunos exponentes de los movimientos de
izquierda extraparlamentaria o izquierda revolucionaria en oposición a la izquierda reformista [N. de la T.].
comunicación. Esto ocurre también porque el mundo político, y con ello gran parte de la
población, no tiene memoria histórica, y no recuerda que algunas expresiones ya se utilizaron
en el pasado: no recuerda su valor y sus ecos. A este fenómeno los politólogos le han dado el
nombre de criptomnesia.

Pero no se trata solo de palabras. Por ejemplo: en la cultura italiana parece haber una obsesión
por los centenarios y los aniversarios, y por tanto podría considerarse como una cultura
sobrecargada ritualmente de memoria. Sin embargo, hubo un aniversario en 2012 que pasó
bajo el silencio más absoluto: los cien años de la invasión y ocupación italiana de Libia en
1911-1912. No recordamos que el primer bombardeo aéreo de la historia se realizó en Libia
y por aviones italianos, y no recordamos los campos de concentración en los cuales Italia
encerró a los resistentes libios a partir de 1914, es decir, antes del fascismo. Así se permite
que, en otro contexto, se repitan conductas análogas: desde acordar con los gobiernos libios
(incluso después de Gadafi) el establecimiento de campos de concentración para migrantes
expulsados del Mediterráneo hasta volver a bombardear Libia cien años después, junto con
la OTAN. Olvidar las deportaciones de más de 3000 resistentes libios y las indignas
condiciones en que fueron tratados durante su detención en Italia autoriza a tratar de la misma
manera a los prófugos libios que hoy huyen de la guerra civil. Y mientras que suprimimos
esa memoria perturbadora, se sigue replicando la falsa memoria del colonialismo italiano
benévolo, paternal y civilizador. En este caso, ha sido el olvido, y no la memoria, lo que
facilitó la repetición del pasado.

Por otro lado, la oposición entre memoria y olvido también es falsa porque el olvido es una
parte necesaria de la memoria. Hay una frase de Mario Benedetti esculpida en un lugar de
memoria tan trágico como Villa Grimaldi en Santiago de Chile: “el olvido está lleno de
memoria”. O como escribió Borges: “el olvido es una de las formas de la memoria, su vago
sótano, la otra cara secreta de la moneda”. Por esto, recordarlo todo como en la metáfora de
los cartógrafos del emperador de Borges significa no recordar nada: más que un depósito de
datos, la memoria es un constante trabajo de búsqueda de sentido, que filtra los rastros de la
experiencia entregando al olvido lo que no tiene más significado en la actualidad –pero
también lo que tiene demasiado significado–. En este sentido, la imagen borgeana del
“sótano” se conecta con la de Benedetti del olvido como “gran simulacro repleto de
fantasmas”: memorias no olvidadas, sino suprimidas, que reaparecen en formas
perturbadoras cuando se suelta el control. Por esto, también, las memorias involuntarias en
Beloved de Toni Morrison o en Underworld de Don DeLillo no evocan un pasado idílico,
sino el sentido de culpa por un crimen cometido, o la violencia de la plantación esclavista.
Sethe, la protagonista de Beloved, es una exesclava que es invadida por las memorias
involuntarias evocadas por el perfume de las flores de lavanda, o por la linfa de las plantas
de manzanilla que fluyen sobre sus piernas al cruzar un campo al ir a buscar agua al río. Pero
la dulzura bucólica de los perfumes y de las flores le evocan el horror en el mismo proceso
de encubrirlo:

No tenía nada más en la mente… Nada. Solo la brisa que le refrescaba la cara mientras corría
hacia el agua… Luego algo. Las salpicaduras del agua, la vista de los zapatos tirados en el
camino, o el perro que lamía el charco bajo sus pies, y de improviso allí estaba la plantación
que se extendía delante de ella hasta el horizonte, y aunque no hubiera ni una hoja en esa granja
que no la empujara a gritar, su paisaje se abría delante de ella con una belleza que no tenía
vergüenza. Nunca parecía tan terrible como era, y le venían ganas de preguntarse si el infierno
mismo no podía ser un sitio bonito. Fuego y lava, sin duda, pero escondidos en sombríos
bosquecitos. Niños colgando desde los plátanos más bellos del mundo.

La contemporaneidad y la contradicción entre la belleza del paisaje y la violencia que lo


habita sugieren una relación entre dos formas posibles de la memoria: la memoria como
tranquilizante y la memoria como perturbación. De hecho, la idea de la memoria como peso
y reiteración es, en última instancia, el producto de una idea de memoria como un simple
depósito inerte –algo inmutable, fijado para siempre en un significado único, intangible y
fuera de discusión–. Es lo que podríamos llamar memoria-monumento: la memoria practicada
y a menudo impuesta por las instituciones como conmemoración y celebración de las glorias
del pasado; narración de una identidad nacional que solo recuerda lo que enorgullece y
elimina las sombras y las contradicciones. A menudo esta es también una memoria individual
sobre la cual se construyen los cimientos de una identidad personal. En fin: es la memoria
como instrumento para sentirnos satisfechos y en paz con nosotros mismos, y por lo tanto
seguir siendo lo que se es o lo que hemos sido. Pero la memoria es también –diría casi, sobre
todo, o en todo caso más útilmente– algo que sirve para molestarnos, para poner en duda las
certezas y las creencias que nos tranquilizan. Yo creo que la función de la historia oral,
especialmente en lugares de conflictos existentes y en orígenes conflictivos, es precisamente
molestar a la narración dominante al evocar, escuchar y expresar a los fantasmas negados del
presente y del pasado.

Me gustaría hablar de esta función de la memoria como molestia a propósito de otro


aniversario que se celebró en Italia en 2011, enmarcado con eventos y ceremonias: los ciento
cincuenta años de la unidad de Italia. El 17 de marzo de 2011, en una trasmisión de radio
sobre este aniversario, se hablaba de la relación entre historia y metáfora, y a mí se me ocurrió
que toda la narración de esos días se basaba en una metáfora: la del resurgimiento, algo que
resurge, que vuelve a vivir. Pensé entonces en las palabras de Toni Morrison: cada cosa
muerta, cuando vuelve a vivir, duele. No se comprende el significado de la palabra
“resurgimiento” si no nos preguntamos dónde es que esta cosa duele al volver a la vida.

¿En dónde duele la memoria del “re-nacimiento de la patria”? Para entenderlo no nos sirve
tanto la memoria consolidada de libros, celebraciones y museos (muy útiles, por otra parte),
sino sobre todo aquella más subterránea e inaprensible que pasa por las familias, por las
narraciones privadas y personales –en otras palabras, la historia oral–. En estas memorias y
narraciones, el re-nacimiento de la nación italiana aparece como algo mucho más
problemático y menos “respetable” que cuanto aparece en las conmemoraciones
institucionales, incluso más problemática que cuanto la consideran los mismos narradores.

Hace muchos años, en Terni, en una entrevista en la cual se hablaba de otra cosa, una mujer
me explicó esta historia:
El padre de mi padre… se fue con Garibaldi: se marchó el día mismo en que se casó con mi
abuela. Catorce años tenía la abuela y él tenía dieciocho. [Después de la boda] entonces él dijo
“voy a recoger la carne, ve a casa y espérame”. Pero encontró a Garibaldi con toda su gente, a
punto de salir hacia Sicilia. Y él recogió la carne y se fue para Sicilia. [Mi abuela] estuvo en
casa tres días esperando a su marido, que había ido a recoger la carne. Y mi abuelo volvió no
sé cuánto tiempo después. Había combatido.

La memoria de la fundación, entonces –el glorioso antepasado garibaldino del cual sentirse
orgullosos–, es también una memoria de abandono y de ruptura: “Luego la familia lo
desheredó. ‘No quiero nada’, dijo. Y entonces [emigró y] llegó a Terni”.

Otra mujer, también ella descendiente de garibaldinos, me explicó: “Mi abuelo iba a ser cura
y se escapó del convento. Huyó, se escondió en el bosque, y por el bosque pasó Garibaldi,
así que se fue con Garibaldi”. Y se dedicó a esta causa hasta el punto de arruinar a toda la
familia. En cada “nacimiento de nación” hay un momento de ruptura y uno de recomposición
–es la dinámica norteamericana de revolución/constitución, y quizás también la nuestra, de
resurgimiento/unidad–. En todas las narraciones familiares que escuché, irse con Garibaldi
implica una ruptura. Rompen con la familia: dos hermanos ternanos “se alistaron con
Garibaldi a escondidas de los padres: dejaron una carta y se fueron todos con Garibaldi”.
Rompen con la iglesia: la hija de un partisano que mataron en las Fosas Ardeatinas también
explicaba que su abuelo “se escapó del colegio [de los curas] para irse a combatir con
Garibaldi”. Y rompen con el orden constituido, huyendo como bandidos: el párroco que me
hizo la primera comunión me dijo, años después, que los garibaldinos eran “gente un poco
exaltada, sin regularidad”, seguidores de “un bandido afortunado”.

Estas memorias están atravesadas por una escisión: se han convertido en memorias de orgullo
familiar y patriótico, pero contienen el rastro de la ruptura. “A mí me han dicho muy a
menudo que la gente que ha ido con Garibaldi era gente un poco aventurera, un poco... Y eso
no es cierto, porque mi familia no era así, no era así. Fueron porque sentían el deseo de esta
causa patriótica”. Una bisnieta me explicaba que en su familia están muy orgullosos del
hecho de que su bisabuelo tuviera amistad con Mazzini y Garibaldi, pero generalmente no
mencionan que por esas amistades su bisabuelo pasó muchos años en la cárcel. Un
antepasado héroe está bien, pero un antepasado en prisión no lo es tanto; mas –y esta es la
dinámica del nacimiento de las naciones– se es criminal y bandido antes de ser héroe.

El nacimiento de cada nación es la constitución de un nuevo orden, pero es también la ruptura


traumática y la violación de un orden anterior. Como a menudo acontece con los traumas, la
conciencia se organiza para exorcizarlo. A eso sirve también esa forma particular de memoria
que es la literatura. La verdadera narración de la revolución americana es “Rip Van Winkle”
de Washington Irving: el protagonista se duerme antes de la revolución y se despierta veinte
años después, cuando la revolución ya ha pasado. De un orden se pasa a otro, exorcizando el
desorden del período intermedio. La violencia, la guerra, las contradicciones de las cuales
nace la nación quedan sepultadas en el “sótano” del olvido, pero vuelven como fantasmas y
pesadillas. Hay una historia parecida también en la literatura italiana: se llama “Mastro
Domenico” (1871), del escritor toscano Narciso Feliciano Pelosini, y habla de un personaje
que se duerme en el gran ducado de Toscana y se despierta años después en el reino de Italia.
Otra vez, de un orden se pasa a otro, exorcizando el trauma del doloroso y desordenado
re/surgimiento.
En muchos de estos relatos familiares, Garibaldi “pasa por ahí”. Escuchándolos, entendí por
qué no hay un lugar de Italia en que no haya una placa que ponga “aquí durmió Garibaldi”:
Garibaldi cruzó Italia entera, desde el extremo norte del Piamonte hasta el sur siciliano, desde
el oeste de Roma al este de los valles tridentinos de la costa adriática. Este héroe bandido en
viaje, que agrega secuaces extemporáneos, es realmente un personaje on the road: tiene
incluso el pelo largo (el semiólogo Omar Calabrese afirma que existe esta figura de Garibaldi
detrás del personaje literario Sandokan, el pirata malayo héroe de las novelas de aventuras
de Emilio Salgari, escritas a principios de 1900: pirata, justamente, y combatiente
antiimperialista).3 Luego le harán un monumento, pero vale la pena recordar que una famosa
canción infantil nos relata que “Garibaldi fu ferito”: fue herido en los montes calabreses del
Aspromonte, durante el intento de completar el resurgimiento marchando hacia la conquista
de Roma. Fue herido por el ejército italiano: el ejército del mismo país que estaba
contribuyendo a fundar. Garibaldi fu ferito, de hecho, también es el título de un pequeño
pero importante libro del historiador Mario Isnenghi, que trata sobre la restauración que,
después de la unidad de Italia, marginó los héroes rebeldes que habían hecho posible dicha
unificación.

De las tres “R” mayúsculas que marcan la historia de Italia –Renacimiento, Resurgimiento,
Resistencia–, solo la Resistencia no es una metáfora: porque los partisanos resistieron
literalmente. Siempre tendríamos que recordar que los que se llenan la boca de la palabra
“patria” han sido siempre los monárquicos y los fascistas: los mismos que en 1943-45
partieron la nación en dos, entre Brindisi y Saló. Fueron los partisanos quienes juntaron Italia
otra vez: los llamaban bandidos (“somos los bandidos de la montaña” decía una canción
partisana, y los nazis avisaban en los carteles “Achtung Banditen!”); muchos de ellos, sin
embargo, se hacían llamar “garibaldini”.

No obstante, sobre esto también hubo un conflicto, entre las memorias tranquilizadoras
autorizadas y las memorias perturbadoras negadas y suprimidas. De nuevo está en juego la
figura del nacimiento y de la muerte de la patria. El 8 de setiembre de 1943, Italia firmó la
paz separada con los Aliados; los alemanes –aliados de Italia hasta el día anterior–
procedieron a la ocupación del territorio italiano de Roma para arriba. Con una metáfora algo
paralela y especular a la del re/surgimiento, el historiador Ernesto Galli della Loggia, junto
con otros, definieron este momento como “la muerte de la patria”: las instituciones se
disuelven, el ejército se disuelve, el rey y todas las autoridades huyen para salvarse hacia el
sur ocupado por los Aliados. La Italia, tal como se había construido a partir de 1860 –
monárquica, liberal y fascista–, ya no existe.

En el mismo momento, en Roma, hay un movimiento opuesto: unos ciudadanos individuales


y unos grupos más o menos organizados bajan a la calle alrededor de Puerta San Paolo para
defender la ciudad e impedir que sea ocupada por los alemanes. Aunque este intento de
resistencia concluye con una derrota y con una masacre, otros narradores y otras memorias
lo describen como el nacimiento de una nueva Italia, una Italia fundada sobre la soberanía,
la subjetividad y el protagonismo de sus ciudadanos. No es casual que los grupos comunistas
clandestinos de guerrilla urbana se llamasen Grupos de Acción Patriótica. Como dijo Maria

3
Novelas de aventuras con las que generaciones de chicos italianos, incluyéndome, fuimos criados.
Teresa Regard, una partisana que combatió en Puerta San Paolo: “yo no fui a Puerta San
Paolo porque me lo dijo mi partido, sino porque me parecía correcto ir a defender Italia”. Es
el inicio de la Resistencia con la “R” mayúscula: después de veinte años de silencio bajo la
dictadura fascista y después de casi un siglo de monopolio de las elites, Italia vuelve a nacer
como una democracia fundada sobre la ciudadanía activa y con la participación de las masas
populares. No es casual entonces que la metáfora que se use a menudo para representar a la
Resistencia sea la del “segundo Resurgimiento” y que la revista teórica del Partido Comunista
protagonista de la Resistencia se llamará Rinascita (renacimiento): como si la “muerte de la
patria” fuera el pasaje inevitable para el nacimiento de una nueva patria. Una vez más, cada
cosa muerta que vuelve a vivir, duele.

Pero cuando la Italia democrática recupera la metáfora del Resurgimiento, lo hace sobre todo
en los términos de la memoria-monumento. De este modo, la narración dominante sobre la
Resistencia se convierte en la de un movimiento unitario y espontáneo de todo el pueblo
italiano, y la imagen de los partisanos es la del sacrificio (el libro más conocido sobre la
resistencia es una recopilación, sin embargo, preciosa, de cartas de partisanos condenados a
muerte). Quedan excluidos de esta memoria toda una serie de elementos perturbadores: de
un lado, la presencia y el papel de los fascistas italianos de la República Social, que, siguiendo
a Mussolini, siguieron apoyando a la Alemania nazi y se hicieron responsables de las
masacres de partisanos y de las deportaciones de los judíos; del otro lado, el componente de
violencia que fue parte inevitable de la guerrilla partisana, y que continuó bajo la forma de
las venganzas masivas, incluso después del final de la guerra.

La memoria-monumento de Italia como “república democrática nacida de la Resistencia” se


materializa en monumentos a los partisanos mártires a punto de morir, nunca a los partisanos
que, en la guerra justa contra el fascismo y el nazismo, disparan e inevitablemente matan. Se
niega, por lo tanto, la memoria de esa dimensión de la “guerra civil” que, con mucho
escándalo, el historiador Claudio Pavone evocará en un importante libro de 1991. Como
podemos leer en un manual de historia muy difundido en las escuelas, “para que la República
pudiera presentarse como patria común de todos los italianos, fue necesario en cierta medida
alterar la perspectiva histórica”, fingiendo que todos los que no eran activamente fascistas
fueran por eso mismo antifascistas, negando así “la cualidad de italianidad a la República
Social Italiana” y olvidando “la ignominia de las foibe”, las cavidades cársicas en la frontera
oriental donde los partisanos yugoslavos arrojaron en fosas comunes a miles de italianos, no
todos fascistas, a los que asesinaron entre 1943 y 1945.

Y concluye: “Este conjunto de alteraciones y censuras, por cuanto sea justificable por la
necesidad de fundar una nueva Italia democrática […] tiene que terminar”, porque “ninguna
unidad nacional sólida puede basarse sobre la reticencia o sobre la alteración de la verdad
histórica”. De hecho, la construcción de una narración unitaria ha dado lugar a una profunda
disociación, tanto en la memoria pública como en las memorias personales, entre lo que es
permitido y tranquilizador de recordar y las memorias problemáticas y no autorizadas. Las
memorias relegadas en el “sótano” del olvido vuelven a emerger como fantasmas
monstruosos. Sobre el plano de la memoria pública, el olvido de las Foibe (y otros crímenes
cometidos por los partisanos) permite que sean los herederos no arrepentidos del fascismo
quienes las evoquen e impongan su conmemoración, como contraposición a la memoria de
las masacres nazis y fascistas, construyendo versiones exageradas e instrumentales que
utilizan para deslegitimar no solo la memoria de la Resistencia, sino toda la construcción
democrática que derivó de ella. Por otro lado, de la memoria de la Resistencia como lucha
armada se apropian grupos terroristas como las Brigadas Rojas, bajo la forma de legitimación
de la violencia y del homicidio, más allá del contexto histórico y de las condiciones dadas.

Más problemática aún es la memoria personal de quienes combatieron en la guerra partisana


y que en su curso cometieron acciones que contrastan con su propia conciencia y con la ética
del tiempo de paz. A diferencia de los fascistas, los partisanos no eran portadores de una
ideología de violencia y de muerte; el haber practicado la violencia, el haber matado –y el
ver que esta experiencia es excluida de las memorias autorizadas– producen dolorosas
disociaciones dentro de las consciencias mismas. “Matar es algo contra la naturaleza”, dice
la partisana Carla Capponi, recordando su primera acción armada. El partisano Rosario
Bentivegna recuerda que “había escogido [estudiar] medicina” porque “pensaba que si me
llamaban a las armas, como médico no tendría que matar a nadie, sino que podría intentar
salvar vidas humanas”. Después de su primera acción de guerrilla, “estábamos destrozados…
Había disparado contra un hombre. No podía hablar, no conseguía mezclarme otra vez con
mis amigos”. Es una disociación que empieza en el momento mismo de la acción y sigue en
la memoria: “Era como si tuviéramos un escudo alrededor, casi como si nos quisiéramos
defender de esta cosa, porque era una cosa tan anormal para personas como nosotros”,
recuerda Maria Teresa Regard. Lucia Ottobrini, una mujer profundamente religiosa que
durante la ocupación nazi desarrolló numerosas acciones de guerrilla armada, lo resume todo
con estas palabras: “Durante la Resistencia yo pensaba: es como si estuviera transgrediendo,
me daba vergüenza dirigirme a Él [a Cristo]. Si lo pienso después, digo: qué extraño, ¿era
realmente yo la que hacía esto?” De hecho esta pregunta –¿era realmente yo?– es la clave de
todas estas memorias perturbadas de la Resistencia.

Un ejemplo interesante es la memoria de la batalla combatida entre partisanos y fascistas el


10 de mayo de 1943 en Poggio Bustone, en la frontera entre Lazio y Umbria. En el curso de
la batalla murieron algunos de los jefes del fascismo local; sobre su muerte existen diferentes
versiones, pero la más probable (incluso aceptada por las fuentes fascistas) es que los mataron
después de haberlos rodeado, mientras intentaban una acción desesperada con las armas en
la mano. Dante Bartolini –quien formaba parte de esa unidad partisana, pero no estaba
presente en la batalla– explicaba este episodio de dos formas incompatibles entre ellas. Por
un lado, en un discurso en público, describió la muerte de los fascistas como si hubiera sido
una ejecución a sangre fría luego de que se hubiesen rendido; por el otro, en una canción
escrita para conmemorar la victoria partisana, la explica como si hubiera habido un juicio
regular, una condena, un encarcelamiento en vez de haberlos matado. Juntas, las dos
versiones son una imagen de la fractura entre un deseo de orden y legalidad y la conciencia
de haber sido poseídos por sentimientos casi inexpresables, de furor y de odio, en el curso de
la batalla. Una guerra, incluso una guerra justa de liberación, no implica solo acciones de las
cuales puede crearse una razón en nombre de la necesidad, sino también estados de ánimo
que son constitutivos de estas acciones, difíciles de reconocer en el momento de la memoria
y de la conmemoración. No es casual que en la misma canción Bartolini describa a los
partisanos, fuera de cualquier retórica conmemorativa, “como lobos… sedientos de la sangre
traidora”. Mario Filipponi, uno de los protagonistas de esa acción, recuerda:
Cuando has estado en la montaña siete meses, u ocho, o un año, cuando bajas eres una especie
de animalito. Es inevitable. No era un hombre normal. Yo hoy digo: era un animal. Me doy
cuenta de que en esos tiempos yo ya no razonaba. Tú bajas de la montaña, con ese odio
continuo, la guerra y las armas continúan, esperando siempre el disparo en la espalda, estás
cargado de tal forma que antes te puedas poner en línea, no es fácil, no es fácil.

Al final, la imposibilidad de explicarlo genera el silencio: “No conseguía hablar”, dice


Rosario Bentivegna. Y el partisano Mario Fiorentini: “De estas cosas no hay que hablar
nunca, ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana”. Son memorias no autorizadas al nivel del
discurso público, memorias involuntarias al nivel del recuerdo personal y memorias
perturbadoras sobre ambos niveles.

En Underworld de Don DeLillo, cada vez que en la memoria del protagonista afloran
imágenes involuntarias que lo molestan –la relación con el padre, la matanza de un mafioso
en el Bronx–, el flujo de conciencia es interrumpido por fórmulas repetidas, siempre iguales
y fuera de contexto, como fragmentos enlatados de discursos que emergen automáticamente
para bloquear los pensamientos arriesgados, pero que, al mismo tiempo, son los que los
contienen (la fórmula más frecuente tiene que ver con la obsesión por el tratamiento de los
desechos domésticos: un proceso que sirve para eliminar de la vista unos objetos fuera de
lugar, impuros, desagradables, exactamente como esas memorias). Por tanto, la fórmula
representa, morfológicamente, la obsesión del control y, funcionalmente, la imposibilidad de
controlar la memoria y la conciencia. Son, finalmente, el equivalente verbal de la memoria-
monumento: una placa, un artefacto inmodificable de mármol o de bronce, que cubre o
esconde todo lo que hay detrás y que no queremos ver. Y que, por el contario, es necesario
ver y escuchar, para intentar comprender mejor quiénes somos y a través de qué procesos nos
hemos convertido en los que somos. Finalmente, para esto es que sirve la memoria.
CAPÍTULO 24
Los usos del olvido: escritura, oralidad, tradición1

El olvido está lleno de memoria.


Mario Benedetti

El olvido es una de las formas de la memoria, su vago


sótano, la otra cara secreta de la moneda.
Jorge Luis Borges

1. El olvido como forma de memoria


Recientemente, Umberto Eco escribió: “La memoria histórica no está hecha solo de lo que
creemos que es importante recordar, sino también de lo que pensamos que debe olvidarse.
Una de las funciones de la memoria social y cultural es hacer de criba. Una cultura, en tanto
memoria histórica, no es solo un depósito de datos: es también el resultado de un proceso de
filtro y de la capacidad que tenemos de descartar todo lo que consideramos inútil o no
indispensable”.2
Ya lo habían dicho los semiólogos Yuri Lotman y Boris Uspenkij: el olvido es uno de los
mecanismos que vuelven posible la continuidad de la memoria cultural. Como consecuencia
también de las “limitaciones específicas en el volumen de la memoria colectiva, […] la
cultura excluye continuamente de su ámbito determinados textos” y así abre el espacio para
el acceso de “textos” nuevos. Cada nuevo texto, afirman, implica el olvido y la destrucción
de textos anteriores: “La cultura, por su esencia, está dirigida contra el olvido: esta vence al
olvido para transformarlo en uno de los mecanismos de la memoria”.3.
Hablando de “mecanismo” y de “filtro”, tanto Lotman y Uspenkij como Eco sugieren que la
memoria no es un “depósito” inerte de datos que con el tiempo solo puede deteriorarse, sino
un proceso, un trabajo, una permanente y cambiante búsqueda de significados del pasado en
el presente, por lo que se olvida sobre todo lo que se ha vuelto insignificante (“¿Cuál era el
nombre de cada uno de los combatientes en Waterloo?”, pregunta Eco). Sin embargo, tanto
Eco como Lotman y Uspenkij agregan que no solo se olvida lo que ya no significa nada, sino
que también se borra lo que aún significa, y mucho, con el objetivo de no molestar: se trata
de un proceso de “destrucción” intencional de la memoria (Lotman y Uspenkij) que “no se
limita a sugerirle a los individuos a olvidar lo que debería ser desechado por inútil, sino que
esconde lo que deberían recordar” (Eco).4 Lotman y Uspenkij hacen referencia a la censura

1
Traducción de Rocco Carbone, revisión y ampliación de la traducción por Lorena Cardona González. Este
capítulo aparece en el libro de Patricia Flier y Daniel Lvovich (coord.), Los usos del olvido. Recorridos,
dimensiones y nuevas preguntas, Rosario, Prohistoria ediciones, 2014.
2
Umberto Eco, “Elogio dell’università”, La Repubblica, 30.9.2013.
3
Jurij M. Lotman y Boris A. Uspenskij, “Sul meccanismo semiotico della cultura” (1971), en Tipologia della
cultura, Milano, Bompiani, 1973, pp. 46-48.
4
Cursiva en el original.
impuesta por los estados totalitarios; Umberto Eco agrega esa forma posmoderna de censura
que esconde lo que se quiere callar dentro de un “exceso de información”.
Podríamos pensar también en casos más recientes de legislación de la memoria en contextos
no totalitarios: la tentativa de borrar por ley la memoria de la Nakba en Israel, el denominado
pacto del olvido en la transición española, la ley de punto final en la Argentina, la eliminación
de los crímenes de guerra y del colonialismo de los libros de texto y del discurso público en
Italia. En un plano menos dramático y precisamente por eso significativo, podemos pensar
en la respuesta picante del primer ministro inglés David Cameron a un diplomático ruso que
había definido a Gran Bretaña como a small island [una pequeña isla]: “Britain is an island
that has helped to clear the European continent of fascism and was resolute in doing that
throughout World War II” [Gran Bretaña es una isla que ayudó a terminar con el fascismo
en el continente europeo y que lo hizo con firmeza durante toda la Segunda Guerra Mundial],
dijo Cameron, y esto podemos considerarlo un hecho; pero luego prosigue diciendo que
“Britain is an island that helped to abolish slavery…” [Gran Bretaña es una isla que ayudó a
abolir la esclavitud…], y esto es un olvido (descuido): Gran Bretaña no habría podido abolir
la esclavitud si a lo largo de dos siglos no la hubiera practicado y no hubiera fundado gran
parte de su riqueza sobre la trata de esclavos y sobre la esclavitud en sus colonias caribeñas
(podríamos agregar que Cameron olvida también a Chamberlain, o sea, lo que Gran Bretaña
no hizo para liberar a Europa del nazismo hasta que Hitler la obligó a hacerlo).5
Como todos los esquemas metodológicos, también los de Lotman-Uspenskij y de Umberto
Eco deben ser ulteriormente articulados. En primer lugar, los tres distinguen entre objetos o
“textos” que son olvidados y otros objetos o “textos” que son recordados. En realidad,
recuerdo y olvido conviven a menudo dentro de los mismos “textos”. Ciertas memorias son
al mismo tiempo demasiado traumáticas para ser recordadas y demasiado cruciales y
complejas para ser olvidadas. Memoria y olvido, entonces, conviven dentro de los mismos
“textos”: eventos públicamente celebrados y conmemorados –pienso en las memorias de las
dos guerras mundiales o en la unidad de Italia– pueden contener tanto el recuerdo como las
borraduras, las censuras, el olvido. A veces, precisamente la repetición oficial de las
conmemoraciones comporta el riesgo de “saturación”, de la que se deriva una suerte de
inercia o rechazo a la escucha, una banalización que básicamente es olvido: es el problema
que muchos han debatido acerca de las celebraciones del Día de la Memoria en Italia. En
estos casos, recordar es también una manera de olvidar.6
En segundo lugar, cuando Eco habla de lo que “pensamos que debe ser olvidado… lo que
consideramos inútil o no indispensable” (y también cuando Lotman y Uspenskij hablan de
“destrucción” de la memoria), parece estar considerando un proceso intencional y consciente
–como si de verdad pudiéramos decidir, en tanto personas y en tanto entidades sociales, qué
recordar y, sobre todo, qué olvidar–. Las cosas son un tanto más complicadas. A diferencia
de las tentativas de censura y legislación autoritaria de la memoria y del olvido, la omisión
de Cameron es al menos en buena medida preterintencional: el primer ministro británico

5
“David Cameron defends Britain in Russia ‘small island’ row”, en línea: <http://www.bbc.co.uk/news/uk-
politics-23984730>, visitado el 30.9.2013.
6
“En Italia se verifica un fenómeno preocupante: las celebraciones del Día de la Memoria, con el pasar de los
años, se vuelven más numerosas y difundidas, pero al mismo tiempo se multiplican los signos de una saturación
o, en los peores casos [...] un rechazo: Anna Rossi Doria, “¿Ma ricordare stanca?”, L’Unità, 27.1.2007. Véase
también en este libro el capítulo 10, “La bomba de Turín: recordar para olvidar”.
removió literal e inconscientemente esas partes de la historia de su país que habrían
molestado su reconstrucción del orgullo nacional.
Entonces, el olvido y la remoción de información no son procesos que podamos enteramente
dominar: en gran medida, la memoria funciona como un músculo involuntario. No es casual
que la literatura esté poblada de memorias involuntarias, desde la magdalena de Proust a los
horrores de la esclavitud en Beloved de Toni Morrison o a las obsesiones de Underworld de
Don DeLillo. En cierto sentido, la memoria es como la respiración: podemos respirar bien o
mal, podemos respirar aire bueno o malo, pero no podemos evitar respirar por un rato
demasiado largo. Se trata de funciones que podemos entrenar, ejercitar y mejorar, pero nunca
suprimir. No es casualidad que pactos del olvido, leyes de punto final, censuras a propósito
de la Nakba o borramientos del pasado colonial –como los que se encuentran activos en la
Italia actual– nunca hayan funcionado. Los “fantasmas” relegados en el “subsuelo” de la
memoria vuelven a presentarse como pesadillas, y es entonces cuando la relación entre
memoria y olvido se da vuelta. Solo con el trabajo de recordar lo omitido es posible
“olvidarlo”, en el sentido de elaborarlo, superarlo e ir más allá sin sufrir obsesiones
correlativas.7
2. La función creativa del olvido: de la crónica al arquetipo
No obstante, en este capítulo quisiera retomar el discurso de Lotman y Uspenkij acerca de
las “limitaciones en el volumen de la memoria colectiva” como fuente del uso creativo del
olvido en términos menos dramáticos, pero metodológicamente significativos. La idea de que
la memoria colectiva tiene límites, y por lo tanto necesita olvidar para hacer lugar a nuevos
“textos”, vale sobre todo para las culturas y los contextos sociales que se centran en la
tradición oral. No me refiero necesariamente a culturas exclusivamente orales: de hecho, los
ejemplos que daré a continuación tienen que ver precisamente con el destino de textos
(canciones y baladas) que, nacidos en escrituras, pero destinados a la voz, se refinan y se
transforman en la “criba” (Eco) de la performance, de la memoria y de la transmisión oral.
Las canciones viajan ligeras por el tiempo y el espacio, como todo lo encomendado a la voz
y a la memoria compartida y plural de muchísimas personas. Por eso deben deshacerse del
equipaje excesivo, abstraerse de lo particular inmediato en busca de un significado más
amplio o de cualquier manera de una resignificación, involucrando a grupos sociales enteros
en un largo período de tiempo. Esta es la “forma de creación autónoma” social que –según
Pëtr Bogatyrëv y Roman Jakobson– define el folklore: producción osmótica de sentido y
creación de textos a través de la “censura preventiva de la comunidad”. Bogatyrëv y Jakobson
no entienden por “censura” la “destrucción” o derogación autoritaria de contenidos no
permitidos (como Lotman y Uspenkij), sino que la entienden como un proceso social de larga
duración de selección, manipulación, reorientación de contenidos reconocidos como ya no
funcionales en la colectividad: “La vida de un tema folklórico, en tanto tal, empieza cuando
es acogido por una comunidad, y de ello subsiste solo cuanto esa comunidad haya hecho
propio”.8

7
Janine y Vahram Altounian, Ricordare per dimenticare. Il genocidio armenio nel diario di un padre e nella
memoria di una figlia, Roma, Donzelli, 2007.
8
Pëtr Bogatyrëv y Roman Jakobson, “Il folklore come forma di creazione autonoma” (1929), en Maurizio Del
Ninno (ed.), Etnosemiotica. Questioni di metodo, Roma, Meltemi, 2007, pp. 59-68. Véase también el análisis
En la medida en que esta definición de folklore se centra en conceptos como “censura” y
selección y en la supervivencia parcial de textos, es evidente que el olvido resulte un
mecanismo esencial. Entre más se quita, más amplio es el significado y la resonancia de lo
que queda en pie.
En la Roxburghe Collection de la British Library se conservan aproximadamente 1500 hojas
volantes y textos manuscritos o impresos de canciones fechables entre las primeras décadas
del siglo XVI y fines del XVIII. Una de ellas, impresa probablemente en la primera mitad
del XVIII, se titula “The Gosport Tragedy” [La tragedia de Gosport] y cuenta –como muchas
hojas sueltas– la historia de un delito. William, joven carpintero que trabaja en un barco
anclado en Gosport, puerto de la Marina de guerra inglesa, le pide a Molly que se case con
él; ella duda porque no quiere una relación con un hombre que pasará la mayor parte de su
tiempo en altamar y porque además sospecha que la propuesta es simplemente una manera
de seducirla. De hecho, es lo que sucede, y cuando Molly, embarazada, le pide al carpintero
que mantenga su promesa, él la lleva de noche a un valle solitario y, pese a sus ruegos, la
mata:

He said: “There’s no time disputing to stand”,


And, instantly taking the knife in his hand,
He pierced her body till the blood it did flow,
Then into the grave her body did throw.

He covered her body, then home he did run,


Leaving none but birds her death to mourn,
On board the Bedford, he enter’d straightway,
Which lay at Portsmouth out-bound for the sea.

[Él dijo: “No hay tiempo para discutir”,


y, empuñando el cuchillo en un breve tris,
agujereó su cuerpo hasta que la sangre brotó,
y luego en la tumba su cuerpo tiró.

Cubrió su cuerpo y a casa corrió,


dejando a los pájaros su muerte llorar,
a bordo del Bedford pronto se encontró,
que de Portsmouth salía rumbo al mar.]

El asesino luego se embarca en Portsmouth en la nave Bedford, pensando en salvarse. Pero


cuando el barco está a punto de zarpar, el fantasma de Molly se le aparece a un marinero
llamado Charles Stewart, quien le advierte al capitán que no pueden partir, pues a bordo hay
un asesino. El capitán interroga a la tripulación y al final Willie confiesa; le pide perdón al
fantasma de Molly, quien se le aparece de frente, y William muere por la desesperación (en
variantes posteriores, es el mismo fantasma quien lo hace pedazos).9 El cuerpo de ella es

de las variaciones de la canción filipina Anak en el capítulo 22 de este libro: “Memorias urbanas más allá de
las fronteras: músicas migrantes en Italia”.
9
Por ejemplo, “The Ghost Ship” es cantada por Sam Larner, Now is the Time for Fishing, Folkways - Library
of Congress, FW03507 / FG 3507. El disco contiene solo algunas estrofas; la versión de Sam Larner es ejecutada
enteramente por Ewan McColl (la misma que Larner había encontrado y grabado primero en 1958) en The Long
Harvest. Record 2, Argo- (Z) DA67.
reencontrado in a place near Southampton [en las cercanías de Southampton] y sepultado en
el cementerio de Gosport.
Pëtr Bogatyrëv escribe: “las canciones [de los trovadores], como los diarios, indican con
precisión año, mes y día, o sea, la fecha del acontecimiento, citan los apellidos de las personas
y el lugar en el que el acontecimiento se desarrolló”.10 El texto de “The Gosport Tragedy”
contiene las clásicas “cinco w” canonizadas por el periodismo moderno: who, what, where,
when, why: quién, qué hizo, dónde, cuándo y por qué. Es tan detallado y preciso que David
Fowler, cruzando los datos de la balada con los de los archivos navales británicos, pudo
reconstruir con un alto grado de precisión los nombres de los personajes y las fechas de los
eventos narrados.11 Gracias a esa investigación sabemos que Willie se llamaba John Billson,
que trabajaba de carpintero en la nave Bedford, que el asesinato se llevó a cabo entre 1723
(fecha en la que Billson se embarca) y 1726 (fecha de su muerte). Entre los integrantes de la
tripulación se encontraba también un tal Charles Stewart, y Fowler conjetura que pueda ser
él el autor de la hoja suelta. Volveré más adelante sobre la parte final, con la aparición del
fantasma, elemento extraño en las crónicas actuales, pero quizás menos en aquellas entre los
siglos XVI y XVII, y que de todas formas sirve para hallar el cuerpo y sepultarlo.12
“The Gosport Tragedy” se vuelve enseguida muy popular y circula en muchas versiones
impresas del siglo siguiente, pasando luego a la tradición oral tanto en Gran Bretaña como
en los Estados Unidos, sobre todo en los Apalaches. En los Estados Unidos es canonizada
con el título de “Pretty Polly” en un disco de 1927 de Doc Boggs, el gran banjoista, cantante
de folk y obrero de Virginia. Dentro de las performances que contribuyen a dar visibilidad a
la versión americana, se encuentran la de Pete Steele, grabada en Kentucky por Alan Lomax
en los años treinta, y la “definitiva” del músico góspel de Virginia Estil Ball, en 1959.13
Montando las estrofas más conocidas, Paul Slade ofrece una posible “versión arquetípica” de
la canción:

10
Pëtr Bogatyrëv, “La canzone popolare da un punto di vista funzionale”, en P. Bogatyrëv, Semiotica della
cultura popolare, a cargo de Maria Solimini, Verona, Bertani, 1982, pp. 233-45. Bogatyrëv además hace notar
que a veces la fecha es omitida o indicada de manera genérica en las ediciones impresas de las canciones cuando
tratan acontecimientos de actualidad, para incrementar las ventas. Sobre la función de la fecha como íncipit,
véase mi “Tipologia della canzone operaia”, Movimento operaio e socialista, vol. 6, nro. 2, 1983, pp. 207-224.
11
David Fowler, “The Gosport Tragedy: Story of a Ballad”, The Southern Folklore Quarterly, vol. 43, nro. 3 y
4, 1979.
12
Paul Slade, “Timber Wolf: Pretty Polly”, en línea: <http://www.planetslade.com/pretty-polly01.html>,
visitado el 30.9.2013.
13
Versiones posteriores de los mismos artistas están en Doc Boggs, Legendary Singer and Banjo Player,
Smithsonian Folkways FW02351_103; Pete Steele, Banjo Tunes and Songs, Smithsonian Folkways FW03828;
Estil and Orna Ball, Fathers have a home sweet home, Rounder 0072
<http://www.youtube.com/watch?v=4pIW_2G6RBg>. “Pretty Polly” ha sido grabada por muchos
protagonistas del folk revival de los años 50 y 60: Pete Seeger (American Favorite Ballads vol. 2, Smithsonian
Folkways SFW40151_114; <http://www.youtube.com/watch?v=54HUffiZ06s>), Judy Collins (Who Knows
Where The Time Goes?, Elektra 7559-60664-2; <http://www.youtube.com/watch?v=lEqrq9eGP3U>), versión
folk-rock de los Byrds (Sweet heart of the Rodeo, Columbia CS 6970;
<http://www.youtube.com/watch?v=KKoh9xreYjM>). Todos los videos de Youtube citados fueron visitados
el 4.10.2013. Para comparaciones entre “The Gosport Tragedy” y “Pretty Polly”, cfr. el disco de Ewan McColl
y Peggy Seeger, The Long Harvest. Record 2, óp. cit., y las notas de acompañamiento; y Malcolm G. Laws,
Native American balladry: a descriptive study and a bibliographical syllabus, American Folklore Society, 1964
(Laws asigna un número de catálogo a cada grupo de canciones: “Pretty Polly” tiene el número Laws P36).
Oh Polly, Pretty Polly, come go along with me,
Polly, Pretty Polly, come go along with me,
Before we get married, some pleasure to see.

He led her over hills and valleys so deep,


He led her over hills and valleys so deep,
Polly mistrusted, and she began to weep.

Oh Willie, dear Willie, I’m feared of your ways,


Willie, dear Willie, I’m feared of your ways,
I’m feared that you’ll lead my poor body astray.

She went a little further and what did she spy?


She went a little further and what did she spy?
A newly-dug grave with a spade lying by.

Oh Polly, Pretty Polly, you’ve guessed about right,


Polly, Pretty Polly, you’ve guessed about right,
I dug on your grave the best part of last night.

He stabbed her in the breast and her heart’s blood did flow,
He stabbed her in the breast and her heart’s blood did flow,
And into the grave Pretty Polly did go.

He threw a little dirt over her and turned to go home,


He threw a little dirt over her and turned to go home,
Leaving no-one behind but the wild birds to mourn.

[Oh, Polly, bella Polly, vamos, ven conmigo,


Polly, bella Polly, vamos, ven conmigo,
antes de casarnos, tenemos placeres por ver.

La guió por colinas y valles tan profundos,


La guió por colinas y valles tan profundos,
Polly desconfiaba y comenzó a llorar.

Oh, Willie, querido Willie, temo tus tretas,


Willie, querido Willie, temo tus tretas,
temo que por mal camino lleves mis pobres tetas.

Fue un poco más allá y ¿qué fue lo que vio?


fue un poco más allá y ¿qué fue lo que vio?
Una tumba reciente y una pala a su lado.

Oh, Polly, bella Polly, adivinaste bien,


Polly, bella Polly, adivinaste bien,
cavé tu tumba en lo mejor de la noche de ayer.

La apuñaló en el pecho y la sangre de su corazón fluyó,


la apuñaló en el pecho y la sangre de su corazón fluyó,
y en la tumba, bella Polly terminó.
Le tiró tierra encima y a casa volvió,
le tiró tierra encima y a casa volvió,
dejando solo pájaros salvajes, nadie lloró.]

Este montaje hipotético tiene en total 13 estrofas; las versiones americanas efectivamente
existentes van de un máximo de 11 a un mínimo de 8.14 Si no contamos las repeticiones, a
Estil Ball le alcanzan 16 versos para contar la historia que “The Gosport Tragedy” contaba
en 34 estrofas y 156 versos. Tal como escribe Slade, “‘Pretty Polly’ entre más la cortas, más
potente se vuelve, por eso no es una casualidad que la versión de Estil Ball sea la más breve
y, probablemente, la mejor”. Una vez más es el olvido –la “censura preventiva” de
generaciones de músicos y cantores, famosos y anónimos– el que desarrolla la más radical
función creativa.
En la transición de “The Gosport Tragedy” a “Pretty Polly” se pierden ante todo los
elementos periodísticos: más allá de los nombres, que son los comunes denominadores de
los personajes de las baladas, que en última instancia indican solo el sexo de los
protagonistas, la balada no nos cuenta quién es y qué trabajo hace Willie, dónde y cuándo
mata a Polly, ni –sobre todo– por qué. “Pretty Polly” no relata un delito, sino el delito: Willie
mata a Polly siempre y por doquier. Despojado de los motivos y del contexto, queda solo un
arquetipo de larga duración y de gran actualidad: la violencia asesina del hombre hacia la
mujer.
También la desaparición del elemento sobrenatural corrobora este esquema. En parte, las
últimas estrofas caen porque no es muy común que se llegue a cantarlas hasta el final y
entonces los finales se ejecutan menos, por eso son menos recordados; en parte, porque los
elementos sobrenaturales tienden a desaparecer o a atenuarse en el pasaje de las canciones
de Gran Bretaña a Norteamérica. Pero el efecto consiste sobre todo en transformar la
secuencia delito-castigo en la oscura contemplación del delito en sí.
Tal como escribe Paul Slade, todos los elementos que volvemos a encontrar en las variantes
de “Pretty Polly” ya están presentes en la “The Gosport Tragedy”: la invitación de William
a Molly/Polly, la travesía nocturna por el bosque, las sospechas y los miedos de ella, la tumba
abierta, el cuchillo, la sangre, el abandono del cadáver, el silencio y la voz de los pájaros
nocturnos. Pero en “The Gosport Tragedy” todas estas imágenes son ahogadas por un exceso
de detalle, mientras que en “Pretty Polly” quedan como los huesos desnudos de la tragedia.
No hay antecedente, no hay continuación, hay solo violencia. En “The Gosport Tragedy”, el
impacto de los dos concisos versos que cierran eficazmente la escena del asesinato –“He
covered her body, then home he did run, / Leaving none but birds her death to mourn”
[Cubrió su cuerpo y a casa corrió, / dejando a los pájaros su muerte llorar]– se diluye en la
retórica sensacional y en las tentativas de un estilo florido, en el exceso de detalles y en los
eventos sucesivos relatados en las 14 estrofas que quedan antes del final. En “Pretty Polly”
la historia termina ahí (solo en algunas versiones se habla de una “deuda con el diablo” que

14
Slade escribe: “Si nos fijamos en mi colección, que tiene 37 variantes disponibles en el disco, vemos que
‘Pretty Polly’ ha seguido achicándose desde el primer momento en que fue grabada. La canción tiene un
promedio de diez estrofas entre 1925 y 1954, ocho entre 1955 y 1983 y solo siete y media entre 1984 y 2011”.
Willie debe pagar; pero no se nos cuenta si lo hará, ni cómo). El resto es silencio, subrayado
por voces nocturnas de misterio y miedo:

He threw a little dirt over her and turned to go home,


He threw a little dirt over her and turned to go home,
Leaving no-one behind but the wild birds to mourn.

[Le tiró tierra encima y a casa volvió,


le tiró tierra encima y a casa volvió,
dejando solo pájaros salvajes, nadie lloró.]

De todos modos, hay que agregar que, tal como dicen Lotman y Uspenskij, la caída de
elementos de la memoria crea el espacio para la inserción de nuevos elementos, funcionales
respecto del nuevo significado. En “Pretty Polly”, Willie no se limita a “cubrir” el cuerpo de
Polly, sino que le tira encima un puñado de tierra como en un gesto de desprecio; los pájaros
no son solo “nocturnos”, sino “salvajes”, como evocando la wilderness [naturaleza], el
espacio fuera de la asociación humana en el que se consuma la tragedia. Es más: la balada –
que en la tradición inglesa solo es cantada sin acompañamiento– en América adquiere un
acompañamiento musical, un martilleante banjo tune [melodía de banjo] que circula también
en versiones solo instrumentales. 15 El todo se vuelve aún más obsesivo por la repetición del
primer verso de cada estrofa, gracias a la modificación de la forma métrica, que pasa de la
cuartina propia de la balada narrativa a la estrofa blues de tres versos, con el primero repetido
y por tanto enfatizado.
Comentando la versión de Estil Ball –aunque la observación vale también para todas las
otras–, el músico y crítico Rennie Sparks escribe que “esta es la narración más brutal de
todas, y lo es más si consideramos que no nos ofrece ninguna sugerencia acerca de las
posibles motivaciones del asesino”.16 Este es uno de los motivos más difundidos en todo el
vasto repertorio de las murder ballads [baladas de asesinatos] americanas, sobre todo de
aquellas en las que la víctima es una mujer: desde “The Knoxville Girl” [La chica de
Knoxville] hasta “Down on the Banks of the Ohio” [En los bancos de Ohio], de “Tom
Dooley” a “Omie Wise”, la historia se focaliza siempre en la violencia como tal.17 Por
ejemplo, “The Knoxville Girl” (que destila en 12 estrofas una historia que la original inglesa,

15
Para una versión instrumental, Hobart Smith, Instrumental Music of the Southern Appalachians, Tradition,
R 819595; “Pastures of Plenty” de Woody Guthrie (que de “Pretty Polly” conserva no solo la melodía, sino
también la aliteración en el título): se la puede encontrar en Woody Guthrie, This Land is your Land, Folkways
FT 1001 <http://www.youtube.com/watch?v=zMvMtIYCPH4>; Bob Dylan, quien al comienzo de su carrera
ejecutaba a menudo “Pretty Polly”, usa su melodía en “The Ballad of Hollis Brown”, en The Times they are a-
Changin’, Columbia CS 8905 <http://www.youtube.com/watch?v=gZszN4-jWWQ>.
16
Rennie Sparks, “Pretty Polly”, en Sean Wilentz y Greil Marcus (eds.), The Rose & The Briar, New York,
Norton, 2005, pp. 37-47.
17
“Tom Dooley” se ha vuelto mundialmente conocida con la versión grabada en 1958 por el Trío Kingston,
muy difundida también en Italia (ahora en The Kingston Trio-The Collectors Series, Capitol CDP 7927102).
En su versión canónica grabada en Carolina del Norte en 1940 y adaptada en el disco del Kingston Trío, Frank
Proffitt canta: “You took her on the mountain / and there you took her life / You took her on the mountain /
And stabbed her with your knife” (North Carolina Songs and Ballads, Topic 12T162). Tampoco aquí existe
ninguna razón por la que Tom Dooley haya asesinado a Laura Foster, y también aquí el asesinato se lleva a
cabo en la wilderness. El primer disco conocido de “Tom Dooley” es el de Grayson y Whittier (1929), ahora
en The Recordings of Grayson & Whitter, County CD-3517.
“The Berkshire Tragedy” [La tragedia de Berkshire], cuenta en 44) “se cuida de develarnos
cualquier motivación, y pasa de un inocente paseo por el campo al inicio de una masacre en
tan solo dos versos”:18

We went to take an evening walk


About a mile from town
I picked a stick up off the ground
And knocked that fair girl down.19

[Dimos un paseo nocturno


de la ciudad a una milla,
tomé un palo de entre la gramilla
y a la linda chica hice papilla.]

En “The Berkshire Tragedy” y “The Gosport Tragedy” explícitamente se nos informa que la
víctima está embarazada; en “The Knoxville Girl” y en “Pretty Polly” es posible que lo esté,
pero no queda dicho: “evitando a como dé lugar sugerir que la víctima de Willie estaba
embarazada, la canción americana borra todo indicio de los motivos de su asesinato y así nos
impide exorcizarla racionalizándola”. 20 Sin embargo, leves sugerencias de posibles
motivaciones existen en todas estas canciones, aunque sea al margen de la escena central, y
consisten casi siempre en las huellas de alguna forma de transgresión o de autoafirmación
por parte de las mujeres. La “chica de Knoxville” mira demasiado alrededor suyo con ese
“dark and roving eye” [oscuro y errante ojo]; alguna versión de “Pretty Polly” hace referencia
a su “past reputation” [reputación pasada]. Tanto la chica de Knoxville como la víctima de
Banks of Ohio piden ser perdonadas porque no están “prepared to die” [listas para morir],
como si se sintieran en estado de pecado quizás por alguna transgresión de naturaleza sexual.
Ya sea porque insistan en casarse, como Molly, porque rechacen el matrimonio, como la
protagonista de “Banks of Ohio” (“I killed the only woman I love / Because she would not
be my wife” [Maté a la única mujer que amaba / porque ser mi mujer no deseaba]), o porque
acepten renunciar a esa aspiración y vivir solas para sobrevivir (“Let me live as a single girl /
If I can’t be your wife” [Déjame vivir soltera / si no puedo ser tu mujer], dice una versión de
“Pretty Polly”, y “Omie Wise”:21 “I’ll go home as a beggar and never be your wife” [Volveré
a casa como mendiga y jamás seré tu mujer]),22 estas mujeres tienen una voluntad propia que
pone un límite a la de los hombres que las matan. Rennie Sparks lee en estas historias la
obsesión norteamericana por la violencia, y no se equivoca:

She never spoke another word,


I only beat her more
Until the ground around me
Within her blood did pour

18
Paul Slade, “Unprepared to Die: Knoxville Girl”, <http://www.planetslade.com/knoxville–girl1.html>,
visitado el 1.10.2013.
19
The Louvin Brothers, Tragic Songs of Life, Capitol T-769.
20
Paul Slade, Pretty Polly, óp. cit.
21
También conocida como Naomi Wise (1789-1808), fue una norteamericana asesinada, cuya muerte quedó
inmortalizada en una balada del mismo nombre [N. de la T.].
22
Doc Watson, Omie Wise, The Vanguard Years, Vanguard R 230704.
[Nunca dijo otra palabra,
yo le pegué aún más,
hasta que el suelo a mi alrededor
con su sangre se llenó]

(The Knoxville Girl)

I took her by her golden curls


And I dragged her down to the riverside
And as I threw her in to drown
I watched her as she floated down

[La tomé de sus bucles dorados


y la arrastré a la orilla del río
y para que se ahogara la tiré
y hundirse la miré]

(Down by the Banks of the Ohio)23

El denominador común es que esta violencia no es genérica, sino de género: es el furor


frustrado e indiferenciado, las “oscuras sospechas” 24 de hombres hacia mujeres que escapan
de su control en la nueva realidad de una América en la que las jerarquías se aligeran –
mujeres que tienen una cara, una mirada (“your dark and roving eye” [su oscuro y errante
ojo]), un cuerpo (“I held a knife against her breast / As into my arms she pressed” [la apuñalé
en el pecho / mientras me agarraba de los brazos]), una voz que, si bien sirve al final para
pedir piedad, es silenciada de manera definitiva (“She never spoke another word…” [Nunca
volvió a decir palabra])–.

En conclusión: la crónica –con nombres, fechas, lugares– tiene que ver con el acto criminal
de un sujeto. Borrando esos detalles, el olvido folklórico extiende inmensamente su alcance:
la relación entre Willy y Molly ya no es una desviación individual, una excepción, sino
justamente la regla, la manifestación de una posibilidad sistemáticamente implícita en las
relaciones de género. No tiene que ver con uno/a, sino con todos/as. La crónica se convierte
en un arquetipo. Diciendo menos, la balada dice más.
3. Tramas

23
Los versos de “Knoxville Girl” vienen de la versión citada de los Louvin Brothers; los de “Down by the
Banks of the Ohio” pertenecen a la primera versión existente en disco, aquella de los Piedmont Log Rollers
(1927), Native American Ballads, RCA Vintage Series, LPV-548, ahora en
<http://www.youtube.com/watch?v=c27XDXo2MAA>, visitado el 2.10.2013.
24
Rennie Sparks, Pretty Polly, óp. cit. en “Handsome Mary, The Lily of the West” (que Joan Baez hizo famosa
con el título de “Flora, the Lily of The West”), dice que el homicidio se explica por la infidelidad de Mary; pero
la víctima no es ella, sino el hombre con quien “traiciona” al narrador. Es más, Mary “engaña” también a los
jueces y con su testimonio contribuye a la condena del protagonista. Es un típica “excepción que confirma la
regla”: la violencia de género siempre tiene motivos más profundos e indecibles a los de una “simple” falsedad.
Cfr. <http://en.wikipedia.org/wiki/Lily_of_the_West>, visitado el 2.10.2013; para Joan Baez, Joan Baez,
Volume 2, Vanguard VRS 9094.
“¿Cuál era el nombre de cada uno de los combatientes en Waterloo?”, pregunta Umberto
Eco. En efecto, nadie recuerda todos estos nombres (quizás algún nombre sobreviva en
alguna narración familiar), pero es probable que podamos encontrarlos escritos en algún
archivo. De hecho, David Fowler pudo encontrar en un archivo “el nombre de todos” los
marinos de la flota de guerra inglesa de los primeros años de 1700.
Una de las diferencias entre historia y memoria está en el hecho de que la memoria “censura”
sus fuentes y descarta con rapidez las que no sirven, mientras que la historia, gracias al uso
de la tecnología de la palabra –que va desde la quirografía a la electrónica–, las conserva y
vuelve disponibles para un eventual uso futuro. Es este proceso del cual hablan Bogatyrëv y
Jakobson cuando distinguen el proceso creativo de la oralidad folklórica (en la que un “texto”
no acogido por sus contemporáneos desaparece para siempre) de la tradición literaria (en que
la obra de un poeta “maldito” para sus contemporáneos puede ser redescubierta con
posterioridad, como en el caso de Lautréamont, redescubierto por los surrealistas). Obras
olvidadas, informaciones sepultadas en los archivos vuelven a la luz cuando, por alguna
razón, adquieren nuevamente un sentido que nos llama a interrogarlas una vez más.
Sin embargo, historia y memoria, como escritura y oralidad, como literatura y folklore, como
olvido y recuerdo, no viven en mundos separados, sino que se cruzan en diálogos complejos.
Fowler encuentra los nombres de los personajes de “The Gosport Tragedy” gracias a los
documentos conservados en los archivos, pero no se le habría ocurrido ir a buscarlos si la
memoria y la tradición oral no hubiesen mantenido viva esta historia, cargándola de sentido
al punto de inducirlo a buscar sus fuentes escritas. Sin embargo, esta creación de sentido
aconteció gracias a los procesos de olvido y selección que hicieron a esta historia cantable y,
por eso mismo, recordable. El olvido fue realmente un mecanismo de la memoria: no solo
transformó la canción permitiéndole sobrevivir en la tradición oral, sino que, gracias a esa
supervivencia y transformación, hizo emerger también su memoria escrita.
La historia oral se sitúa en el centro del espacio generado por ese diálogo. El giro teórico de
los años 70 y 80 se basó precisamente en las formas del olvido, que son el silencio y la
memoria equivocada, y puso en el centro de la historia oral la historia de la subjetividad y de
la memoria: los silencios de los obreros turineses acerca de las memorias del fascismo, el
desplazamiento de la fecha del asesinato del obrero Luigi Trastulli en Terni de 1949 a 1953,
el olvido de los mineros de Harlan County acerca de la presencia y el papel de los militantes
comunistas en sus huelgas de los años 30, el corrimiento frecuente entre los habitantes de los
barrios romanos bombardeados del hecho de que quienes los bombardeaban no eran los
enemigos nazis, sino sus liberadores aliados.25
En otras palabras: es posible saber que existe un olvido o un error solo si en algún lugar queda
la huella del objeto olvidado o “mal” recordado, pero es posible saber cuál es el sentido
profundo de ese objeto solo si nos percatamos de las razones por las cuales es mal recordado
u olvidado. Si no supiéramos por fuentes de archivo o impresas, o incluso por grafitis, que el
obrero Luigi Trastulli fue asesinado en 1949 y no en 1953, no nos preguntaríamos qué
significa el desplazamiento de esta fecha. Si las fuentes orales nos hubieran contado

25
Luisa Passerini, “Work Ideology and Consensus under Italian Fascism”, History Workshop, vol. 8, nro. 1,
1979, 82-108; Alessandro Portelli, véase en este libro el capítulo 2, “La muerte de Luigi Trastulli (Terni 17 de
marzo de 1949). La memoria y el acontecimiento”; íd., They Say in Harlan County: An Oral History, New
York, Oxford University Press, 2010, pp. 206-9.
correctamente el asesinato del obrero Luigi Trastulli en 1949, nosotros lo habríamos
percibido como uno más dentro de la larga serie de homicidios perpetrados por la represión
antiobrera de la posguerra. Es porque los narradores olvidan la fecha exacta y la sustituyen
por otra más “funcional” que nos interrogamos sobre su significado. Agregaría que es
precisamente porque ese hecho es recordado de una manera “equivocada” que es tan
recordado.
Nuevamente, ningún historiador habría dedicado un libro o un ensayo a la masacre de las
Fosas Ardeatinas, cuyos datos, de hecho, se conservaban en los archivos; solo cuando
decidimos contrastar las memorias equivocadas y los mitos antipartisanos comprendimos por
qué esta, que es solo una de las tantas masacres llevadas a cabo por los nazis en los países
ocupados, adquirió tanta importancia simbólica y generó tantas controversias.26 Y no
habríamos podido razonar como lo hicimos sobre los procesos de la memoria en la tradición
oral presentes en “Pretty Polly” si no hubiéramos tenido bajo la mano la memoria en forma
escrita de su origen en “The Gosport Tragedy”.
4. Fantasmas
Volvamos, para terminar, a “The Gosport Tragedy” y a su variante, “The Ghost Ship” [El
barco fantasma]. Hasta ahora hablamos de él como de un texto sobre el cual se ha ejercitado
la memoria, pero también es un texto que trata de la memoria, del desplazamiento y del
olvido.
Recordemos: Willie mata a Molly y la deja en una fosa: “He covered her body then home did
run / Leaving none but birds her death to mourn” [Cubrió su cuerpo y a casa corrió, / dejando
a los pájaros su muerte llorar]. No hay seres humanos que lloren o se acuerden de la pobre
Molly: Willie ha cubierto apresuradamente el cuerpo con un puñado de tierra y la ha dejado
olvidada en la wilderness, lejos de la comunidad –del espacio doméstico de la casa y del
espacio social del barco, al cual él cree poder regresar como si no hubiese ocurrido nada,
porque nadie lo sabrá y de ella no quedará memoria–.
También en la versión, reducida pero bastante completa, cantada por Sam Larner, pescador
de Winterton, Norfolk, con el título de “The Ghost Ship”, y grabada en 1958 por Ewan
McColl, existe una relación directa entre el abandono del cuerpo, el retorno a la comunidad
y el olvido:

Now he buried her securely in Upwall quite sound


Not thinking this body would ever be found
Then he went on board for a sailor to go
Not thinking this murder would ever out-throw.

[Ahora la enterró en Upwall, con firmeza y profundidad


pensando que ese cuerpo sería encontrado jamás
luego abordó para partir como marinero
pensando que esa muerte no se conocería jamás.]

26
Alessandro Portelli, La Orden ya fue ejecutada. Roma, las fosas ardeatinas, la memoria, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2003.
Como sabemos, en “The Gosport Tragedy” (a diferencia de lo que sucede en “Pretty Polly”)
la historia no termina aquí. Todo lo que es borrado, relegado en los sótanos de la conciencia,
porque se trata de una memoria demasiado cargada de significado para poder ser afrontada,
se representa inevitablemente como pesadilla, como locura o como espectro. Es justamente
esto lo que acontece en “The Gosport Tragedy”: cuando el capitán lo interroga porque sabe
que hay un asesino a bordo, Willie trata desesperadamente de negarlo. Pero en ese momento
se ve delante del espectro de la mujer asesinada. Lo ve solo él, como una proyección de su
inconsciente, como una manifestación de la memoria que ha tratado de borrar. Willie siente
no tener escapatoria, cae de rodillas e implora salvación y perdón a la “sweet injur’d ghost”
[dulce fantasma herido], y cierra con un verso de extraordinaria ambigüedad: “soon I will
seek thee in the silent grave” [pronto iré a buscarte en la silenciosa tumba], que significa
tanto que se unirá a ella en la muerte como que irá a buscar su cuerpo en la fosa en donde lo
dejó. Pero todo esto no basta: como la sombra shakespereana de Banquo, el fantasma no dice
una palabra, pero su presencia es suficiente para enloquecer al asesino y llevarlo a la muerte:
“No-one but this wretch did see this sad sight, / Then, raving distract’d, he died in the night”
[Nadie salvo este miserable esta triste visión vio / luego, completamente distraído, en la
noche murió].
Eso es lo escrito en la hoja suelta original. En la versión de Sam Larner, sin embargo, Polly
no se limita a aterrorizar a Willie con su presencia, sino que –sin hablar– literalmente lo hace
pedazos:
She ripped him, she stripped him, she tore him in three
Because he had murdered her baby and she.

[Ella lo destripó, lo desnudó, lo partió en tres


porque él la había asesinado a ella y a su bebé]

Así que los fantasmas de lo reprimido –los sujetos cuya memoria ha sido “destruida”,
censurada, suprimida y cuya voz ha sido sofocada– pueden reaparecer como pesadillas de la
mente, pero también como amenazas materiales. La muda y terrorífica Polly de “The Ghost
Ship” se anticipa a los guerrilleros y a los rebeldes, a los Fanon y a los Malcom X, pero
también anuncia a los terroristas y a los suicidas que perdieron todo lenguaje que no sea el
de la violencia, y transforman en horror y en locura su presencia reprimida.

“The Ghost Ship” termina aquí, con la venganza. “The Gosport Tragedy”, en cambio, cierra
con otro giro más. De manera inesperada, entran en escena los padres de Polly y reclaman su
cuerpo para enterrarla:

As soon as her parents these tidings did hear


They fought for the body of their daughter dear.

Near a place called Southampton, in a valley so deep


The body was found, while many did weep
At the fall of the damsel and her daughter dear
In Gosport churchyard, they buried her there.

[Tan pronto como sus padres estas noticias escucharon,


por el cuerpo de su hija querida pelearon.
Cerca de un lugar llamado Southampton, en un profundo valle,
encontraron el cuerpo, mientras muchos lloraban
por la muerte de la doncella y querida hija,
en el patio de la iglesia de Gosport la enterraron.]

Hay una diferencia entre enterrar y sepultar. El cuerpo humano es el primer objeto de waste,
de basura, que no se deja al aire para que se descomponga, sino que se lo separa del ambiente
a través de procesos biológicos o contenedores materiales. Enterrar es, por tanto, una manera
de esconder y borrar un cuerpo y su memoria, tratándolo literalmente como un residuo. 27
Molly ya estaba bajo tierra, cubierta solo por un puñado de polvo o enterrada para ser
olvidada. En “Tom Dooley”, luego de haber matado a Laura Foster, el asesino “Throwed the
cold clay over her, / And trompedit with my feet” [Tiró barro frío sobre ella, / y lo pisoteó
con sus pies]: la tierra para ocultarla, el gesto de pisarla para despreciarla, para asegurarse de
que se quede allí abajo. Pero eso no basta: Molly reaparece como fantasma y las crónicas
cuentan que, menos de un año después del delito, “el cuerpo muy descompuesto de Laura
Foster fue encontrado en una fosa poco profunda en un bosque cerca de Elkville”.28

Para que el muerto continúe bien muerto y para que los que sobreviven puedan seguir
viviendo, es necesaria una sepultura: un rito, una ceremonia en la que los vivos acompañen
el pasaje de la vida a la muerte y elaboren culturalmente el luto. Los parientes de Molly
desentierran su cuerpo para volver a sepultarlo; simbólicamente, lo transportan de un lugar
extrahumano (el “valle profundo”) en el que había sido abandonado a un espacio reconocido
y consagrado del cementerio.

El “cansancio” del luto, escribe de Martino, es “un activo otorgamiento de valor [a la persona
querida] y [es] entonces un renunciar y un perder, una separación y una muerte, y al mismo
tiempo una opción por la vida”.29 En los términos de nuestro discurso, es una forma
complementaria y simultánea de memoria y de olvido: aceptamos la pérdida y por ello
podemos recordar sin estar obsesionados por el recuerdo. En este punto, la balada puede
realmente terminar: no nos olvidaremos de Molly y su fantasma no volverá para hacernos
pedazos o para volvernos locos.

27
Kevin Lynch, Deperire. Rifiuti e spreco, Roma, CUEN-Legambiente, 1992, pp. 67-68.
28
G. B. Grayson y Henry Whitter, “Tom Dooley”, óp. cit.; Peter J. Curry, “‘Tom Dooley’: The Ballad that
Started the Folk Boom”, <http://www.kingstontrioplace.com/tdooleydoc.htm>, visitado el 15.10.2013.
29
Ernesto de Martino, Morte e pianto rituale. Dal lamento funebre antico al pianto di Maria (1958), Milano,
Boringhieri, 1975, p. 5.

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