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«AGUARDAR Y APRESURAR LA VENIDA DEL SEÑOR»: 2 Pedro 3,11 – José María Fz-Martos sj

«Me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome plena forma en vosotros» (Gal 4,20)

Ratzinger, antes de ser Benedicto XVI, escribió que la palabra “adviento” no significa
“espera”, sino “llegada” o “presencia comenzada”. Dios ya ha comenzado su presencia entre
nosotros, pero oculto de muchas maneras que tenemos que descubrir: Ya está ya presente pero su
presencia no es aún total, deberá crecer. Este tiempo litúrgico nos invita a hacer crecer en nuestros
corazones la esperanza. No basta “aguardar”, sino apresurar” su venida, sabiendo que ya está
presente pero podemos abrirnos a que él «tome plena forma en nosotros». Vino como luz que
ilumina a todos los hombres, «pero los suyos no lo recibieron» (Jn 1,9.11). Podemos ignorarlo: «A
todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12). La luz iluminó los
corazones de quienes perseveraron en espera vigilante y activa.

Los textos de los profetas nos hablan de una esperanza: canto a la victoria del Señor; ciudad
fuerte futura; libertad para el pueblo; retorno a Jerusalén para los desterrados en Babilonia; paz
donde nadie alzará la espada contra nadie; armas trasformados en arados de paz y progreso como
fruto de una obra amorosa de Dios con su pueblo oprimido y desvalido. Esa esperanza mesiánica se
ha realizado ya en Jesucristo y comenzó en un momento y en un lugar concreto del planeta, Belén,
pero continúa a lo largo de los siglos. El “hoy os ha nacido”, de los ángeles a los pastores es un “hoy”
continuo en la historia y para cada uno de nosotros cuando al hacerse presencia viva cada día.

Nos envuelve su salvación, pero Él nos invita a que lo hagamos presente en nuestro mundo.
La esperanza y la seguridad, la luz y la paz de Cristo, quieren iluminar la noche, liberar a los
cautivos, desarraigar las injusticias, fortalecer a los desanimados…a través de nosotros como
enviados y testigos, como instrumentos. Su presencia ya iniciada tiene que seguir creciendo y
extendiéndose a través nuestra… el inicio de Belén es para nosotros un inicio permanente.
“Adviento” una llamada a acoger esa presencia ya iniciada; una presencia sobre la que construir
nuestras vidas de consagrados, una presencia, “estar con él,” que debe estructurar nuestras vidas y
nuestras personas de elegidos y enviados, dar sentido a nuestra misión. Nuestras vidas serán
“advientos” perennes, veredas enderezadas, allanadas, que conducen a la esperanza, hacia el
encuentro de Belén, que es nuevamente un “hoy” cada vez que iluminamos, liberamos o somos
creadores de justicia y paz en nuestro entorno. Estemos preparados, despiertos y atentos a su venida
y no distraídos en la algarabía y el ruido.

Los cielos son una inmensa balconada desde donde Dios mira curioso
si bautizamos o maldecimos a los seres y aconteceres que se acercan, cada día,
a nuestra ermita (Gn 2,19-20). También se asoman ángeles asombrados de que
los cristianos salten de gozo cuando son maltratados (1 Pe 1,8-13). Se asoma
allá arriba Jesús gozando al escuchar a Esteban bendiciendo las piedras que le
llevan en volandas al encuentro de su amigo (Hch 7,54-59). Y un ángel lloraba
conmovido cuando escuchó a Antonio Machado llamar “nostalgia de la vida
buena” a la pérdida de su jovencísima mujer, Leonor. Ni la vieja encina
campesina, ni el olivo, ni el drago centenario se hicieron en un día. Muchos
vientos, lluvias y desiertos hasta que un cristiano lo sea en verdad.

«El Señor está cerca: venid, adorémoslo»: acercándonos a la cueva de Belén donde ocurrió el
acontecimiento que cambió la historia y que podemos contemplar al «Verbo hecho carne». Nos
alegraremos al escuchar los villancicos que cantan el extraordinario prodigio del Creador del universo
poniendo su morada entre nosotros: «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de
tantos» (Flp 2,6). ¡Sublime misterio de gracia y misericordia! «Al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la
ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5). El Mesías imaginado caudillo poderoso y
victorioso, nació en silencio, temblando de frío y aterido de pobreza.

Preguntamos: ¿la Humanidad espera un Salvador? Parece que a muchos no les interesa o
que no lo necesitan, viven como si no existiera y, peor, como si fuera "obstáculo" para realizarse.
También los creyentes nos dejamos atraer por seductoras quimeras o atajos ilusorios a la felicidad.
Pensemos que a pesar de sus contradicciones, angustias y dramas, o quizás por ellos, la humanidad
busca un camino de salvación; espera, sin saberlo, la venida del Señor que renueve el mundo y
nuestra vida. Los falsos profetas proponen una salvación "barata", que provocará decepciones. Los
cristianos tenemos la misión de “apresurar su venida” con nuestra vida. En la pobreza del pesebre,
Jesús nos ofrece la única alegría y la única paz que pueden colmar el alma humana.

¿Cómo esperar al Señor? En espera vigilante y orante como Zacarías e Isabel, los pastores,
los Magos, el pueblo sencillo y humilde, y sobre todo, la espera de María y de José que más que
nadie, experimentaron personalmente la emoción y la trepidación por el Niño que debía nacer.
¿Cómo pasarían los últimos días, esperando abrazar al recién nacido? Que el Niño Jesús al nacer no
nos encuentre distraídos o dedicados a decorar con luces nuestra casa. Más bien, preparemos en
nuestra alma y en nuestra familia una digna morada en la que él se sienta acogido con fe y amor. Que
nos ayuden la Virgen y san José a vivir el misterio de la Navidad con nuevo asombro y paz.

Mejor, nos lo canta Rabindranath Tagore

“¿No has oído sus pasos silenciosos? / El viene, viene, viene siempre,
En todo tiempo y lugar, /cada día y cada noche se oyen sus pasos.
El viene, viene, viene siempre.

He cantado muchas canciones, / el alma extasiada. /Pero sus melodías


tienen siempre la misma letra: / El viene, viene, viene, Él siempre viene.

En los días fragantes del mes de abril, / por la senda del bosque,
El viene, viene, siempre viene.

En las noches cerradas del lluvioso julio, / en el carruaje tonante de las nubes,
Él viene, viene, siempre viene.

En el dolor son sus pasos / los que fortalecen mi corazón.


En la dicha, el tacto dorado de sus pasos / es el que hace refulgir mi alegría.
Y Él viene, viene, viene. Él siempre viene.

Sé que desde tiempos inmemoriales / vienes a mi encuentro


cada vez con mayor cercanía.
El sol y las estrellas / nunca podrán ocultarte a mi vista.

Muchas tardes y mañanas / he oído tus pasos,


tu mensajero ha llegado / hasta mi corazón
y me ha llamado en secreto.

No sé por qué hoy mi vida / está toda agitada / y un sentimiento de trémula alegría
pasa por mi corazón.

Es como si hoy hubiese llegado ya la hora / de dar por terminado mi trabajo.


Y percibo en el aire / el suave perfume / de tu dulce presencia, Rey mío.

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