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La leyenda del Charro Negro

En un pueblito mexicano del que no se sabe el nombre, allá por el siglo XIX, habitaba Adela, una
muchacha muy hermosa de piel morena y ojos negros. Ella era realmente una buena muchacha
pero también muy coqueta, porque nunca dudaba en hacer caso de los hombres que le decían
cosas bonitas al salir de casa, o le llevaban obsequios. Sin importar su edad o sus compromisos.

Su madre ya le había advertido que dicho comportamiento no le iba a traer nada bueno, pero
Adela hacía oídos sordos. Era muy vanidosa y le gustaba presumir de su belleza a cada instante.

Una noche, Adela salió de casa a hurtadillas para encontrarse con uno de sus pretendientes. En el
camino vio venir un enorme caballo negro con su jinete a lomos. Era un hombre muy apuesto,
vestido todo de negro y como charro, con un sombrero de ala ancha sobre su cabeza y espuelas
de oro en los talones. Nada más verlo, la joven quedó prendada de él y se olvidó del muchacho
que la esperaba.

—¿Qué hace una niña tan linda tan sola en la noche? —le preguntó él con una voz profunda, que
hizo latir su corazón.

Adela le contestó que estaba dando un paseo y tras unos minutos de conversación, el charro la
invitó a subirse a su caballo para dar una vuelta. Muy emocionada, la chica permitió que la
ayudara a montar detrás de él y se aferró a su cintura. Se sentía como en una de esas historias
románticas que a su abuelita le gustaba contarle.

Toda esa fascinación no tardó en transformarse en terror, porque tan pronto como estuvo sobre el
animal, el charro se echó a cabalgar rápidamente, hasta que los cascos del equino contra la tierra
abrieron dos líneas de fuego que parecían abrasarla entera. Adela profirió gritos de dolor e
intentó bajarse del caballo, pero el charro no se lo permitió.

La gente salía de sus casas, espantada al escuchar los lamentos aterrorizados de la muchacha,
para ver si podían ayudarla. Pero era demasiado tarde. Desde el momento en el que había
aceptado irse con el Charro Negro, quien en realidad era el diablo, se había convertido en su
propiedad.

Y ahora él cabalgaba de regreso al infierno, llevándose su alma lastimera con él.

Aquella noche, decenas de ojos juraron ver a un caballo negro en llamas, con dos siluetas a bordo:
una de un hombre gallardo y que emitía carcajadas siniestras que les helaron la sangre. La otra de
una mujer que se quemaba y tenía la piel carbonizada.

Nadie volvió a ver a Adela en el pueblo. Por ahí se extendió el rumor de que la chica se había
escapado con un novio, impulsiva como era.

Pero pocas personas sabían la escalofriante verdad. Había sido llevada por el Charro Negro, en
castigo a no saber obedecer y envanecerse de más. Y entonces todas las niñas del pueblo
aprendieron a comportarse decentemente, por temor a que el diablo volviera para raptarlas.

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