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Más tarde, este mecanismo comunitario se amplía al sector servicios para garantizar a los consumidores
la corrección ambiental no sólo de los productos si no también la de los servicios independientemente de
las posibles campañas publicitarias que puedan realizar.
La presencia de esta etiqueta ecológica supone el cumplimiento de unos criterios ambientales selectivos,
transparentes y con información científica, así como de aptitud en el uso que garanticen que su calidad es
igual o superior al resto de productos o servicios. Se convierte entonces en un sistema voluntario para
identificar los productos y servicios que más respetan el medio ambiente, siendo válido para todos los
Estados Miembros de la Unión Europea. La forma de identificar la empresa que tiene concedida esta
calificación es por medio de una flor en la que los pétalos se han sustituido por las estrellas de la bandera
de la Unión Europea.
La principal virtud de la etiqueta ecológica es su dimensión europea única. Puede utilizarse en todos los
estados miembros de la Unión Europea, además de en Noruega, Islandia y Liechtenstein. Además, es
compatible con otros sistemas de etiquetado nacionales o autonómicos.
El sistema está basado en el cumplimiento de una serie de criterios ecológicos estipulados en el anexo de
la normativa europea que se establecen por categorías de productos. Estos criterios contienen los
requisitos correspondientes a cada uno de los aspectos medioambientales clave que debe cumplir un
producto para poder recibir la etiqueta ecológica.