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Psicoanálisis de La Cuarentena Cotidiana Capturas de Pantalla Curso Haciéndonos Raíces
Psicoanálisis de La Cuarentena Cotidiana Capturas de Pantalla Curso Haciéndonos Raíces
Capturas de pantalla
El que sigue es un texto escrito en plena pandemia, que la lleva a flor de piel,
con sus ebulliciones, calmas, beneficios y malestares.
Es por esta razón que compila todo tipo de anotaciones sueltas sobre
observaciones, elucubraciones tentativas e interrogantes, los que intenta enhebrar
siguiendo algunos hilos conductores para formar una especie de collage de época en
base a testimonios de pacientes y comentarios de colegas, pero también a partir de
anécdotas personales, especialmente considerando que nos hallamos frente a un
escenario que nos involucra sin excepción de una manera u otra.
Para comenzar, de más está decir que esta pandemia y cuarentena por la que
estamos transitando resulta una situación significativamente anómala y disruptiva para
todos, tanto desde el punto de vista del encierro y desnaturalización de lo cotidiano
que implica, como de la incertidumbre y fundados temores que supone.
Como más o menos dijese un paciente, podemos decir que lo que falla hoy es la
realidad en su conjunto, aparte y antes que los psiquismos, al revés de tantas otras ocasiones,
donde es nuestra psiquis la que distorsiona y trastabilla mientras la realidad más o menos
marcha en su generalidad, con toda su renguera, pero renguera conocida que aún así camina.
Angustia realista, diríamos con Freud, que bien podrá trastocarse en neurótica, por
supuesto.
El mundo en un punto ha dejado de girar como lo hacía, y por una causa nada
amigable, lo cual -salvando impermeabilidades dignas de preocupación- no podría no
tener algún nivel de impacto en nosotros, imponiéndonos cierta menor o mayor
exigencia de trabajo psíquico y poniendo a prueba nuestra capacidad de
reacomodarnos ante el cambio.
En definitiva, resulta entonces una posibilidad cierta que en este contexto pueda
colarse con cierta facilidad algo del orden de lo traumático -en tanto efracción psíquica
más sectorizada o más general-, al verse lesionada la capacidad de metabolización de
aquello que irrumpe, con sus puntiagudas angustias concomitantes, explícitas o no en
tanto tales.
Diremos así que, en estos raros tiempos revueltos de tanta incertidumbre como
los que nos toca vivir, puede que no sea nada raro el hecho de no poder elaborar y dar
respuesta, pero sería un error de magnitud apresurarnos a patologizar de antemano y
leer una suerte de traumatismo generalizado en las diversas reacciones con las que
podemos encontrarnos.
En rigor de verdad, y muy por el contrario, no han sido angustias masivas que
dejan sin recursos psíquicos aquello con lo que más me he topado en la clínica,
colaborando probablemente con esto el encontrarse los pacientes en tratamiento, el ir
tomándole la mano con el tiempo a la llamada “nueva normalidad”, la flexibilización
del aislamiento -tanto oficial como de hecho-, y la circulación de discursos y
experiencias sobre la situación, que así se volvió algo más familiar, maniobrable y
anticipable en algunos de sus aspectos con el avance de los meses.
Por otra parte, resulta necesario distinguir entre los efectos específicos de la
pandemia y los propios de la cuarentena, con todas sus diferencias y también sus
conexiones singulares, aunque la segunda no pueda entenderse sin la primera.
Pensemos aquí en quien, luego de unos cuantos días sin ir a trabajar, resuelve
comenzar a buscar otro trabajo y/o empezar otra carrera, tomando consciencia de la
magnitud del malestar y falta de entusiasmo que le generaba su vida pre-cuarentena.
Pero también situemos en este punto cuestiones de la índole de darse tiempo
para conectarse con lecturas, música, películas, series, así como con nuevos intereses o
prácticas, que pueden ir desde clases de yoga a distancia hasta tutoriales para cocinar
o aprender idiomas. En estos instantes también se teje subjetividad, y en verdad no
siempre contamos con ellos.
Y resalta aquí por sobre todo el contactarse en otra sintonía con la propia
familia, el conocer y desconocer más al detalle a los nuestros, en alta definición,
posibilidad tantas veces enemiga de la habitual vorágine cotidiana.
No hay pandemia que por bien no venga, podríamos decir en este sentido, al
menos por un cierto período.
Ahora bien, hay que subrayar que no solamente nuestros pacientes y nosotros
mismos, sino también y obviamente nuestra normalidad clínica se ha visto sacudida por
estas disruptivas circunstancias.
Ya con unos cuantos meses de pandemia encima, por supuesto que sobra oferta
de material para referirnos a esta etapa tan única que nos toca vivir, pero ensayando un
recorrido al modo de un retrato clínico posible, me detendré particularmente en algunas
viñetas que me han resultado especialmente interesantes, sea por su carácter de caso
tipo, por su atipicidad, o por la manera en que nos conducen a repensar nuestro trabajo.
Por una parte, comencemos diciendo que lo que pareciéramos venir
reconfirmando es que esto de las sesiones virtuales más o menos funciona en su
generalidad, que puede haber psicoanálisis ahí.
Con sus límites, queda así más que probada la no estricta y universal necesidad
de un consultorio –en tanto espacio físico y presente de ciertas características
estandarizadas- para que un tratamiento pueda llevarse adelante. Es más, y siempre
que pueda ser ello tomado por el paciente, hasta podríamos afirmar que generamos
ambiente -diríamos con Winnicott- o espacio de consultorio con nuestra “actitud
psicoanalítica”, al modo de un clima que va mucho más allá de un determinado lugar
en concreto. Espacio que así, jugando un poco con la idea, se nos vuelve portátil y nos
demuestra una vez más la capacidad de metamorfosis del dispositivo.
Dicho esto, cabe recalcar que este asunto de las sesiones a distancia no es algo
que indefectiblemente vaya a encajar con todo el mundo ni en cualquier situación,
cual traje que calza siempre con facilidad. Primero, porque pueden no estar dadas las
“condiciones materiales básicas”, yendo aquí desde cuestiones de lo espacial hasta lo
concerniente a problemas de conectividad. En segundo lugar, por no contarse con las
“condiciones subjetivas básicas” -por así decirlo-, pudiendo aquí interponer su cuña
dificultades en el desarrollo subjetivo, pero también resistencias varias, que quizás
permanecían agazapadas o ya se habían desplegado abiertamente, y las que
encuentran en el rechazo al cambio de modalidad una excusa que les viene al dedillo.
O bien sencillamente porque puede “no funcionar”, “no hallándose” el paciente bajo
este formato, sin que medie resistencia alguna, jugando aquí a veces un papel
cuestiones de edad. Meter toda negativa en la bolsa de lo resistencial, sería pretender
que una determinada manera en que se lleva a cabo el dispositivo tenga por fuerza
que ser apropiado para todos los casos, lo que bien sabemos no funciona de este
modo, y menos si esto se introduce de modo abrupto.
Otro tipo de casos en los que puede no resultar viable un trabajo por
videollamada son aquellos en los que algo de la mirada se torna persecutorio al punto
de imposibilitarlas, lo que me lleva -en mi clínica- a pensar en pacientes de edad más
avanzada que los anteriores, sea a veces por inquietudes de género, por cuestiones
relativas a la asunción de un cuerpo sexuado, o por problemas de autoestima en
relación al aspecto, constituyendo éstos sólo algunos de los materiales posibles, y
hasta quizás articulables.
A cada cual por sus razones, pero es de suponer que a estos pacientes les
resultaría harto complicado quedar todavía con su rostro más en primer plano que en
las sesiones presenciales, o tal vez verse a ellos mismos durante una llamada con
video.
Y por supuesto, aunque puede no ser aceptado, queda aún aquí la opción de
sustraer la imagen y realizar llamadas convencionales, como me ha sucedido en
algunos casos.
Como en tantas otras ocasiones, será cuestión aquí de trabajar con lo que
aparezca como material, siendo las redes sociales y los videojuegos a veces una opción
nada desdeñable para contactar con los pacientes, pero también habrá que atender a
la necesidad de establecer nuevos acuerdos de encuadre en algunas oportunidades -
tal como en lo presencial-, para lo que será útil el manejo de cierta habilidad para lidiar
con lo transgresivo sin rigideces.
Pero resulta que lo transgresivo con la cámara que acontecía con esta pre-
púber cada vez más púber, encubría un desagrado y rechazo por el propio rostro y
aspecto físico que se vinculaba con toda una gama de inseguridades previas,
encontrándose todo esto ahora enlazado con el plano de la imagen.
Y fue por este mismo motivo que Magalí comenzó fóbicamente a no querer
salir de su casa en absoluto para que nadie la vea, lo que podría volver muy dificultoso
el retorno a los espacios externos que frecuentaba pre-pandemia después de ya tantos
meses sin salidas regulares.
Por fortuna, una intervención rápida, firme y necesaria trabajada junto a sus
padres para que Magalí vuelva a salir poco a poco llegó a tiempo, y dicho arraigo
sintomático finalmente no tuvo lugar, trayectoria que -es de esperarse- hubiese tenido
otro desenlace de no encontrarse esta chica en tratamiento.
Claro que estas vicisitudes de la imagen tanto en este como en otros casos
serán cuestiones a seguir abordando, pero pueden marcarnos en determinados
momentos el territorio de lo posible, o aún de lo aconsejable, pensando en algún
modo de sustracción de la mirada al momento de volver a lo presencial, al menos
momentáneamente, si es que ello hace las veces de un insalvable obstáculo al trabajo.
En un diverso orden de situaciones, la cámara apagada atenderá a otro tipo de
razones, tal como sucede con una paciente que dice “concentrarse más” si no hay
imagen de por medio, u otra que dice que las sesiones se le vuelven más amenas si
habla mientras pasea con la cámara apagada por el pueblo en el que vive.
Y lógicamente que aquello de ser visto en primer plano o verse a uno mismo en
las videollamadas también puede correr para el analista, generando tal vez un efecto
de cierta rareza o incomodidad, y pudiendo entorpecer la naturalidad del propio estilo.
Esto nos hace notar también que uno de los aspectos que se pierden con la
virtualidad son esos trayectos de ascensor/escalera y pasillo hacia el consultorio o la
salida, donde no sólo se pone el cuerpo en movimiento pudiéndonos brindar alguna
que otra clave, sino donde se juegan también ciertos diálogos que parecieran
enmarcarse a veces en un espacio distinto, y que cobran por ello otro tono, en el que
pueden también aparecer cuestiones a lo mejor vedadas en la sesión propiamente
dicha.
Hasta me ha llegado a indicar: “¡Decí “gané yo”, Jerónimo!”, para que yo mismo
festeje en las ocasiones en las que lo venzo, dando cuenta de un despunte de
intersubjetividad antes impensable.
Ni que decir que una escena semejante y tan rica en su peculiaridad, jamás
podría haber ocurrido en el consultorio, marcándonos esto un ejemplo del potencial
suplementario del dispositivo bajo esta coyuntura.
Pero también hay que decir que esta primavera viene aproximándose desde
hace un tiempo hacia su caducidad, volviéndose menester hoy la vuelta a la
presencialidad como paso siguiente, necesario inclusive para sostener lo conseguido.
Siendo que solía sentarse lo más lejos posible para hablarme desde el otro
extremo del consultorio, parece en la actualidad haberse podido arrimar a través de
nuestras pantallas.
También son dignos de resaltar los casos de niños con cuadros de cierta
preocupación que han hecho un uso provechoso de este escenario pandémico,
pudiendo contar con la disponibilidad de sus padres por más horas que lo
convencional y por una cantidad de días seguidos quizás como nunca antes en sus
vidas, lo que ha derivado en considerables avances y torsiones saludables a nivel de su
desarrollo subjetivo, siempre que hablemos de “progenitores suficientemente
buenos”, desde luego.
Para tomar dimensión, pensemos nada más en aquellos niños que, dadas las
obligaciones laborales de sus padres, asisten a guardería o jardín 8 horas diarias desde
unos pocos meses de vida. Hijos de padres que, además, deben ocuparse de
cuestiones hogareñas al llegar de sus trabajos, y con los que sólo comparten tiempo
con algo más de calidad solamente los fines de semana, o bien durante unos escasos
días de vacaciones.
Padres que así pueden acabar sin otra posibilidad de tiempo libre –y si es que
libre- que horarios muy tarde o muy temprano, con las reacciones y el agotamiento
que eso puede conllevar, también de paciencias en ocasiones. Y por supuesto que
elegir no tener tiempo propio para descansar algo más, tampoco será sin
consecuencias.
Por otro lado, si lo que hallamos son figuras parentales desbordadas -y aquí
puede sumar negativamente en mucho la conjunción trabajo en casa + parentalidad +
tareas del hogar + tareas a realizar con los niños + estrés ante el virus-, puede que la
situación no alcance estatuto alguno de paraíso temporal para los más chicos del hogar
y hasta podrá resultar probablemente nociva para ellos, dejando sus marcas incluso
más allá del corto plazo, y mucho peor si a esto se le suman malos tratos en su diverso
espectro.
Habrá así que pesquisar los efectos que puede acarrear en niños que están en
pleno atravesamiento de las vicisitudes del fort-da el hecho de no poder habitar
lugares otros y con otros, territorios más allá de sus padres y de sus padres más allá de
ellos, con todas implicancias para despegarse -o volver a hacerlo- que eso puede
conllevar después de tanto tiempo juntos a día completo.
Claro que, contra la idea freudiana, y más allá de algún que otro tironeo interno
que pueda presentarse, muchos niños se encontrarán también ávidos de poder tomar
un respiro de sus padres cuando esto les sea posible, lo que verdaderamente sería de
lo más saludable y hablaría bien de sus trabajos de constitución subjetiva pandémicos
y pre-pandémicos, con el correspondiente papel que podemos atribuirle en ello a lo
ambiental.
En este sentido, un niño pequeño les decía a sus padres: “En mi casa hay
demasiados papás y mamás. Ustedes se van y yo me quedo solo”, expresando así su
hartazgo de tenerlos presentes.
Pero movimiento de salida que hablará bien del ambiente, por supuesto,
siempre que no se trate de padres de los que mejor escapar.
En este punto, digamos que una cosa es la escuela ofreciendo propuestas que
acompañan y ordenan la cotidianeidad, evaluando flexiblemente, y otra muy distinta
es imponer tareas excesivas de manera improvisada y casi maníaca en medio de la
película de ciencia ficción de preocupante final incierto que estamos viviendo. Y tanto
peor si llevado a cabo a inicios de cuarentena, tal como sucedió.
“Te extraño, mamá”, le repetía un niño de 3 años a su madre, que había estado
todo el día al lado de él, pero trabajando en su computadora portátil, competidora
directa cuya tapa el pequeño intentaba cerrar una y otra vez.
También hay que decir que dicho uso un tanto desmedido de las pantallas ha
venido encontrando algún tope a cuenta de cierta sensación de saturación de las
mismas, presentándose una mayor necesidad de intervalos que al principio.
En esta senda, hay que decir que ciertamente hay situaciones en las que uno
descubre que los familiares están escuchando ocultos, o bien aparecen como de
pasada a mencionar lo que quisieran que trabajemos en la sesión, por lo que la
incomodidad manifestada por esta chica resultaba verosímil, y más conociendo ciertas
características intrusivas de su familia.
Muy distinto ha sido el caso de otra paciente adolescente, con la que se dio el
camino inverso, quien suele gritar para que su familia la escuche en sus enojos. Y
puedo mencionar también a un joven paciente que, sin poder contener el impulso,
salió de la privacidad de su sesión para decirle a su pareja lo que había estado
hablando conmigo, para luego volver frente a la cámara ya descargado y con sus
efectos en mano, “recién salidos del horno”.
Del mismo modo, ahora resulta posible ver algo del hogar de nuestros
pacientes, es decir, observar tal y como efectivamente viven más allá de su relato,
material en crudo que puede tener su importancia y marcar sus contrastes.
Pueden surgir también espacios inéditos para contar con cierta privacidad,
como la terraza, el baño, o el auto. Sobresale aquí la ocurrencia de una paciente, que
aún disponiendo de una casa con privacidad, me planteó la idea de seguir hablando
desde su vehículo para sostener una suerte de diferencia entre “hablar en casa/hablar
fuera de casa (como en el consultorio)”.
Por otra parte, un cuidado especial creo debiésemos tener en cuanto al efecto
de este confinamiento en la facilitación del avance o la aparición de emergentes
psicosomáticos, los que pueden encontrar una buena chance de colarse entre defensas
bajas y condiciones psíquicas lábiles, siendo este todo un punto a evaluar en sus
consecuencias incluso una vez finalizada la pandemia.
En este sentido, puede que no sea casual la irrupción por estos días de cánceres
-algunos fulminantes- o paros cardíacos en quienes ya venían trastabillando con su
salud física y/o psíquica.
Luego habrá que ver cómo maniobrar con aquellos pacientes que quieran
sostener la modalidad online aún una vez concluida la pandemia y analizar las razones
singulares a las que esto puede deberse, ya que distinto será preferir no viajar,
complicaciones de horarios, que una dificultad a trabajar respecto de salir y/o de lo
presencial, a jugarse con el analista y con otros, todo lo que nos invita a
consideraciones que pueden servirnos mucho más allá del actual panorama.
Resultan en esta vía de especial interés los pacientes que observamos que
trabajan significativamente mejor a distancia, con quienes habrá que pensar con
flexibilidad en lo más provechoso, evaluando implicancias, resistencias y objetivos del
tratamiento, siendo la introducción de una demora o cierto manejo de la alternancia
quizás opciones a probar en estos casos, testeando cómo se dan los reencuentros.
Y con niños a los que les han resultado fructíferas las videollamadas, a lo mejor
éstas puedan constituir un recurso a implementarse presencialmente, al modo de un
“jugar al encuentro virtual”, tal como jugamos a veces a hablar por teléfono, con todas
las posibilidades de despliegue de la no-presencia que esto puede invocar.
Para finalizar, quisiera rescatar el valor de este momento único que nos toca
vivir como analistas y también como singularidades, período que de seguro nos
resultará inolvidable y marcará muy posiblemente la clínica psicoanalítica de ahora en
más, moviéndonos a repensarla y reinventarla casi a los empujones. Y en este sentido,
nada de quedarnos encerrados, y bienvenido sea.