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TESIS

Violencia intrafamiliar
(conducta del agresor)

Francisco Javier Antonio Aguilar.


INTRODUCCION
La violencia familiar o doméstica es un tipo de abuso que se presenta cuando uno
de los integrantes de la familia incurre, de manera deliberada, en maltratos a nivel
físico o emocional hacia otro.

La violencia familiar ocurre generalmente en el entorno doméstico, aunque


también pueden darse en otro tipo de lugares, siempre y cuando se encuentren
involucradas a dos personas emparentadas por consanguinidad o afinidad
.
En las situaciones de violencia familiar existen dos roles, uno activo,
del maltratador, y otro pasivo, de quien sufre el maltrato. El maltratador suele ser
una persona que impone su autoridad, fuerza física o poder para abusar sobre
otro miembro de su familia.
Los abusos, por lo general, están constituidos por agresiones
físicas, imposiciones o malos tratos, y pueden ocasionar daños físicos, como
hematomas o fracturas óseas, o psíquicos, como depresión, ansiedad, baja
autoestima o aislamiento social.

Como tal, está catalogada como un problema de salud pública y, en


consecuencia, requiere políticas, programas y campañas emanadas de los
organismos competentes para prevenir y concientizar a la población sobre las
consecuencias de la violencia intrafamiliar y fomentar la denuncia de este tipo de
situaciones, pues, a pesar de que se encuentra penada por la ley y conlleva a una
serie de sanciones legales, muchas personas, por temor o desinformación, no lo
hacen.

Como violencia intrafamiliar se denomina el tipo de violencia que ocurre entre


miembros de una familia, y que puede tener lugar en el entorno doméstico o fuera
de él.
En este sentido, la violencia intrafamiliar se registra cuando se producen
situaciones de abuso o maltrato entre personas emparentadas, bien por
consanguinidad, bien por afinidad.

Como tal, podemos decir que se ha producido un episodio de violencia


doméstica cuando se han ocasionado daños a la integridad emocional, psicológica
o física de una persona.
Los tipos de violencia más comunes que tienen lugar en una familia son los
de padres a hijos y los de maridos a mujeres, aunque también pueden ocurrir de
forma inversa, o involucrar a otros parientes, como tíos, primos o abuelos.
Las causas que motivan la violencia intrafamiliar son variadas, aunque por lo
general se produce como forma de imponer el poder, la autoridad o el control a un
miembro de la familia.
En las situaciones de violencia siempre existen dos roles: el del agresor y el
del agredido. El agresor es la persona que impone su autoridad, fuerza física o
poder para maltratar a otro miembro de la familia. Suele reconocerse en la
personalidad del agresor un pasado de violencia intrafamiliar que este repite
cuando forma su propia familia.
En este sentido, existen tres tipos básicos de violencia intrafamiliar:

● La psicológica, que es aquella que comprende episodios de maltrato verbal,


humillaciones, intimidación, amenazas y desprecio. Sus consecuencias son daños
psicológicos y emocionales, como la depresión, la ansiedad o el aislamiento
social.
● La violencia física, que es aquella que involucra el uso de la fuerza, y puede
derivar en golpes, heridas, hematomas, quemaduras o fracturas. Dependiendo de
la gravedad, las lesiones causadas por la violencia física pueden requerir atención
médica.
● La violencia sexual, que es el tipo de violencia que puede derivar en situaciones
de abuso sexual, lo cual supone que una persona sea forzada a mantener
cualquier tipo de contacto o relación sexual. Es un tipo de agresión gravísima, que
compromete la estabilidad emocional de quien la sufre.

La violencia intrafamiliar y familiar sucede en un espacio creado para garantizar la


protección de las personas: la familia, y provienen de algún miembro de ésa
familia, es decir, de una persona en que la víctima confía o requiere confiar, a la
que generalmente ama y de la que depende.
Los lazos emocionales, legales y económicos que vinculan a la víctima con el
agresor, frecuentemente la conducen a tener baja autoestima, ser vulnerable,
aislarse, sentir desesperanza, y a que les sea difícil decidirse a proceder
legalmente contra él. Esto tiene un peso importante en relación a las posibilidades
de resolver el problema.
La violencia familiar o intrafamiliar es una manifestación abusiva de poder que
deriva de la desigualdad de género y de la situación de dependencia de los niños
respecto a los adultos.
Se da en familias de todos los niveles económicos de características muy diversas
y tanto de los medios rurales como de los urbanos, cuyos miembros tienen toda
suerte de ocupaciones y grados de escolaridad, sus detonantes no forzosamente
son el alcoholismo o la drogadicción. Sin embargo, CAVIDE (Centro de Atención a
Víctimas del Delito) señaló en el año próximo pasado que la mayoría de los
sujetos activos del delito de violencia familiar contaban con una escolaridad
primaria o secundaria.
El delito de violencia familiar acontece en todo tipo de relaciones: en la familia
constituida por matrimonio, amasiato, concubinato o cualquier parentesco; o entre
personas que conviven o convivieron en un grupo familiar que ya se ha disuelto.
La figura típica aludida puede consistir en acciones o en omisiones de tipo
psicológico -como humillaciones, insultos, menosprecio, abandono, golpes leves
que no dejan huella aparente, agresiones físicas severas, así como en abusos
sexuales de toda índole. Puede también conformarse por un solo acto muy dañino
o por una serie de agresiones por sí solas poco dañinas pero que sumadas sí
producen grave daño. Muchas veces ni las agresiones ni los daños que provocan
implican la comisión de tipos, reconocidos por las normas penales.
En el DIF (Desarrollo Integral de la Familia) se han determinado diversas formas
de maltrato infantil que no forzosamente son físicas y que tienen un fuerte
componente psicológico aunque sus manifestaciones en su mayoría de los casos
son clínicas cuando llegan al hospital. He aquí la clasificación médica:
* Agresión física: lesiones por golpes y quemaduras;
* Abuso sexual: violación, incesto, manipulación de genitales y fomento de la
prostitución;
* Formas poco comunes: síndrome de Manchasen (conducta consistente en
inventar enfermedades al niño para que sea tratado médicamente y termina por
enfermarlo), abuso fetal y abuso ritual o religioso.
Las víctimas de la violencia tienen en común su vulnerabilidad, que derivan de
muy diversos factores como, por ejemplo su condición de dependencia, su
imposibilidad de tener acceso a los espacios de procuración de justicia por
desconocimiento de cómo hacerlo o por falta de capacidad jurídica, su
desvinculación del medio social y el carácter violento, afectivo y/o dependiente de
sus lazos con el agresor; y que también atiende a razones que resultan de la
pertenencia de las personas involucradas en la violencia a grupos sociales
diversos como los de migrantes o de los indígenas.
Los principales victimarios, en el caso de la violencia familiar son los jefes de
familia varones.
Para que el maltrato se defina como tal deben existir las siguientes
características: recurrente, intencional, acto de poder o sometimiento y tendencia
al incremento:
* RECURRENTE: no se basa en un solo evento. Los actos de violencia en la
familia, en cualquiera de sus formas, son constantes.
* INTENCIONAL: quien lo infiere tiene claridad respecto de su conducta, de ahí
que sea responsable de la misma.
* PODER O SOMETIMIENTO. - Quien infiere la violencia tiende a controlar a
quien recibe. Su intención es reestablecer, desde su perspectiva, el equilibrio de
las relaciones en el hogar.
* TENDENCIA A INCREMENTARSE. - El maltrato se presenta de forma reiterada
y al paso del tiempo, cuando los conflictos no se solucionan, cada nuevo evento
se presenta con mayor intensidad, dañando cada vez más quien o quienes lo
reciben.

ANTECEDENTES. -
Los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades ("CDC", por sus
siglas en inglés) ofrece los siguientes datos sobre la violencia familiar y las
mujeres:
● Alrededor de 4,8 millones de mujeres son víctimas de maltrato de sus parejas
íntimas cada año.
● La mayor frecuencia de violencia hacia un cónyuge está asociada con un mayor
riesgo de que el cónyuge violento también maltrate a los hijos.
● Existe una estrecha vinculación entre el acoso y otras formas de violencia: el 81 %
de las mujeres acosadas por el esposo o la pareja actual o anterior, también
sufrieron agresión física por parte de esa pareja, y el 31 % también sufrió maltrato
sexual.
● Las consecuencias psicológicas de las víctimas de violencia de parejas íntimas
pueden incluir depresión, pensamientos e intentos suicidas, baja autoestima,
abuso de alcohol y otras drogas, y trastorno de estrés postraumático.

Todas las manifestaciones de violencia tienen un denominador común: la


reproducción de esquemas de maltrato, con base en la búsqueda de estrategias
generadoras de carácter, que inversamente producen humillación, castigo y
anulación sistemática de la víctima. El estudio de la violencia intrafamiliar (VIF)
implica el análisis del daño en el afectado, además, de una aproximación a la
estructura psicológica del agresor/a, lo que significa ver el fenómeno desde el
lugar del victimario, espacio en el que se construye la relación violenta y paranoide
con otros. El modelo de familia en Colombia ha sufrido cambios en su dinámica
estructural, a raíz la interrelación entre violencia por conflicto armado, legado
generacional de patriarcalismo, inequidad, impunidad, e intolerancia, entre otros,
lo cual afecta directamente el desarrollo físico, social y psicológico de las víctimas,
además, de los modos de comunicación de la familia con sus miembros y el
entorno suyo; si estos mecanismos de comunicación y ajuste patológico se
mantienen, las familias se convierten en "reproductoras" de una pluralidad de
comportamientos orientados al maltrato psicológico y físico.
Palabras clave: Violencia intrafamiliar, maltrato físico, maltrato infantil, maltrato
psicológico, paranoia, familia, patriarcalismo, psicología, Infancia, adolescencia.
En Colombia, «las subyacentes dificultades estructurales, la inequitativa
distribución de la riqueza, la discriminación y estigmatización de grupos
vulnerables, la impunidad y las dificultades para el acceso efectivo a la justicia
siguen condicionando el goce integral de los derechos humanos» (ONU, 2009:6),
así, la violencia se hace parte de la cotidianidad, convirtiendo su praxis en un
discurso donde la muerte paulatinamente ha perdido su sentido de naturalidad,
para convertirse en una condición de facto, producto de la crueldad del otro que
ostenta el poder destructivo.
En este marco de acciones violentas, las mujeres, niños, niñas y adolescentes
conforman la tasa representativa más elevada. En Colombia, los casos de VIF
conocidos por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses
(INMLCF) «pasaron de 77.745 en 2007 a 89.803 en 2008, mostrando un
incremento de 12.058 casos. La mayoría de los hechos se registraron en la
vivienda con un total de 55.677 casos (…) así mismo, durante el 2008 el INMLCF
realizó 13.523 valoraciones por maltrato infantil (…) la tasa se calculó en 69 niños
maltratados por 100.000 habitantes, cifra que representa una disminución del
3,5% con respecto al 2007» (FORENSIS, 2008:112), el informe indica que los
niños, niñas y adolescentes violentados está entre los 10 y 14 años, y que la tasa
por 100.000 habitantes es mayor en el grupo de 15 a 17 años de edad, lo puede
significar que: «las personas en transición de la niñez a la adultez incrementan su
riesgo de agresión física por parte de un adulto con el que tienen un vínculo o
probablemente son más conocedores de sus derechos y denuncian la violencia de
la que son víctimas, (…) se evidencia que el padre aparece golpeando a sus
víctimas con mayor frecuencia los domingos entre las 18:00 y las 23:59
horas» (FORENSIS:112-113)
Llama la atención que el 76% de las mujeres maltratadas físicamente no haya
acudido a ninguna parte para denunciar la agresión de la que fue objeto. Los sitios
a donde más frecuentemente acuden las mujeres que denuncian son:
inspecciones de policía (9%), comisaría de familia (8%), ICBF (4%), Fiscalía (5%)
y juzgados (2%) (Profamilia, Cap. XIII, Bogotá, 2005).

El modelo de familia en desde los años 40 en nuestro estado de puebla «ha


sufrido cambios en su composición, funciones y estructura, por el incremento de
familias monoparentales, se ha modificado la participación de la familia extensa en
el cuidado de los niños, generalizándose el uso de jardines infantiles, lo que (…)
aumentó el número de madres con responsabilidades laborales por fuera,
sometiendo a los niños a diferentes formas de cuidado dentro o fuera del
hogar» (Lago, G. Barney, 2002: 26).
Estas modificaciones dependen de diversos factores socioculturales, ya
que «existe gran heterogeneidad en la conformación de las unidades familiares,
determinada por factores históricos, demográficos, económicos y culturales, los
cuales están enmarcados en un contexto de diversidad cultural y de desequilibrio y
desigualdades en el desarrollo» (Patiño, 1988:441), mismas que afectan el nivel
de relación interno y externo del núcleo familiar, como también, sus disposiciones
psicológicas. A razón de lo anterior, muchos de sus miembros se vieron así
mismos cada vez más inmaduros para afrontar la responsabilidad del embarazo,
del hogar y dar continuidad a la institución del matrimonio, por consiguiente, la
moderna familia nuclear dejó de ser un «refugio en un mundo sin corazón (…) sino
un lugar de cálculo egocéntrico, estratégico e instrumental así, como un lugar de
intercambios generalmente explotadores de servicios, trabajo, dinero y sexo, y
frecuentemente, de coerción y violencia» (Benhabib, Cornella, 1990: 17).
En este escenario el conflicto familiar y la violencia emergen de modo arbitrario,
como mecanismos de elaboración de la angustia generada en la insatisfacción de
las siguientes variables: pobreza, abandono, modelos patriarcales de agresividad
legitimada, crianza delegada y descuidos en la misma, además, de fluctuaciones
en los sentidos de seguridad y estabilidad (psíquica y orgánica) familiar e
individual; sin embargo, aparecen como una aproximación a la verdadera
magnitud del fenómeno, pues es una constante que las víctimas de actos violentos
no denuncien lo sucedido, debido a factores relacionados, con: «la vergüenza a
hacer pública una conducta tan degradante, las convicciones religiosas, el miedo a
las posibles consecuencias negativas derivadas de la separación (precariedad
económica, problemas de vivienda, futuro incierto de los hijos, etc.), el temor a la
desaprobación y la carencia de apoyo por parte de la familia»(Agustina A. España,
2007:4) como también, la naturalización del acto violento y el desconocimiento de
los procesos para la defensa de sus derechos.
Es importante entender la VIF como «el abuso que ejercen unos miembros de la
familia sobre otros. Puede ser física, sexual o psicológica, y causar daño,
sufrimiento físico, sexual y psicológico» (Lemaitre, 2000:25), así, la violencia
intrafamiliar, es todo acto en el cual hay uso y abuso de la fuerza y la autoridad, en
un escenario donde se viola la condición psicosocial del otro a través del mal
manejo del poder, mismo que puede desembocar en maltrato por negligencia,
violencia verbal, física, sexual, psicológica y hasta en la muerte; éste fenómeno
afecta la sana convivencia, además de los niveles de adaptación de las familias y
sus miembros con los entornos directos de socialización, ya que, al tener vínculos
afectivos internos ligados a diversas vivencias como alegrías, crisis, sufrimientos,
etc., a menudo la VIF se toma como un recurso más, de comunicación y ajuste de
la ansiedad contenida en la insatisfacción de necesidades afectivas, morales y
materiales.
De acuerdo a lo anterior, la VIF se produce a razón de la imposición radical de la
norma en medio de relaciones de verticalidad, dónde se dictan también, los modos
de respuesta y acomodación ante el maltrato mismo. El impacto del maltrato sobre
el desarrollo emocional e intelectual de los hijos e hijas es significativo, por ello las
«formas de comportamiento negligente» (Tenorio, María. CISALVA – 1997),
además de la violencia física y psicológica-verbal, son también, una puesta en
escena de esquemas defensivos en el agresor, que le impiden reconocer y
aceptar su condición de vulnerabilidad.
El espacio familiar es al tiempo productor, reproductor y retroalimentador
constante de diversas prácticas violentas, cuya manifestación se refleja
principalmente en actitudes de abuso de autoridad, rechazo, silenciamiento,
exclusión, preferencias, maltrato físico y psicológico, abuso sexual e irrespeto a la
intimidad de los niños, niñas y adolescentes, desconociendo y/o evitando el
reconocimiento de los derechos de la infancia y adolescencia, como modus
operandis o justificativo personal frente al abuso.
Llama la atención que los padres en nuestra cultura «tienen un menor contacto
con los hijos debido a su rol prioritario de proveedor económico de la familia y no
desarrollan otro tipo de relaciones vinculantes que les permita manejar los
conflictos en los pocos momentos que comparten con mayor intensidad los
espacios vitales» (FORENSIS 2008, p. 113), quizá por esto, en las víctimas de
maltrato, los grados extremos de ultraje repercuten negativamente en el nivel de
seguridad, confianza y estabilidad de cada miembro, llevando a que muchos se
replieguen en su mundo interno y establezcan una resistencia pasiva, como
medida de protección frente a eventuales agresiones mayores.
Puede suceder, también, que el menor maltratado busque refugio en conductas
criminales, reconocimiento en grupos armados, protección en el consumo de
sustancias psicoactivas, o que otros piensen en el suicidio como una válvula de
escape ante la alienación progresiva de su entorno familiar. Diversos estudios e
investigaciones han demostrado que la gran mayoría de menores contraventores o
infractores, pertenecen a familias en las que existe violencia familiar, relaciones
poco solidarias, una pobreza en aumento, y donde reinan sentimientos de odio,
agresividad, resentimiento y rivalidad, además de necesidades básicas poco
cubiertas; lo que aumenta los grados de vulnerabilidad familiar ante la satisfacción
de sus necesidades y el óptimo desarrollo de sus miembros.
De acuerdo con lo anterior, es innegable la relación entre vulnerabilidad,
necesidades básicas insatisfechas, y VIF, la cual es trasmitida a través de
complejos patrones conductuales al igual que la pobreza, así, «cuando una familia
experimenta una situación permanente de pobreza ésta puede ser transmitida a la
siguiente generación, produciendo una relación directa entre las restricciones
económicas y sociales de los padres y el nivel de pobreza de sus hijos» (Moran,
2003, citado por CEPAL, 2005:12), éste efecto generacional es factible en la VIF,
aunque no es una condición sine qua non de todas la relaciones de alteridad y
conflicto.
«La pobreza hace a las personas vulnerables a una serie de situaciones que
disminuyen su calidad de vida. Cuando la pobreza afecta una familia se aumenta
su probabilidad de sufrir circunstancias negativas como el hambre, la deserción
escolar, el consumo de drogas y alcohol, la maternidad en la edad adolescente, la
delincuencia, etc.» (Litcher, Sananhan y Garder, 1999, citado por CEPAL: 11).
La violencia suele generar otro tipo de problemáticas que dificultan al individuo
integrarse adecuadamente a la sociedad. Las personalidades antisociales suelen
manifestar su motilidad y condición psicológica, a través de delitos contra la vida,
los derechos y la integridad de las personas, tales conductas pueden incluir el
abuso sexual, la agresión física y verbal, el irrespeto a la propiedad pública y/o
privada, matoneo, deserción y desinterés escolar, además, del consumo de
sustancias psicoactivas, «la violencia y la adicción a las drogas hace poco posible
despertar el interés de los jóvenes en los salones de clase» (CEPAL:39).
Todos los factores anteriores confluyen en la estructura psicológica de los
miembros del hogar, y son el sustrato del que parten las acciones de poder, tanto
de muchos padres de familia como de sus hijos, quienes a menudo reproducen
por fuera de casa lo que viven en su hogar, factor que representa un riesgo
importante para la cohesión y estabilidad familiar, «la extremada rigidez y
severidad y, su extremo opuesto, la negligencia y el abandono, pueden llevar a la
necesidad de huida del hogar a temprana edad, generar prostitución y
delincuencia en cualquiera de las clases o estilos» (ICBF. Girardota-Antioquia,
2004:23).
FORMULACION DE LOS OBJETIVOS. –
EL AGRESOR. -
La VIF se explica desde la disposición de personalidades psicopatológicas, a
menudo con rasgos paranoides, inmersas en estructuras de poder y dominación
patriarcal, cuya praxis violenta complejiza las relaciones al interior de familias, que
culturalmente reproducen un modelo excluyente de masculinidad, «esa misma
cultura les exige a los hombres no sólo cumplir con determinados roles en cada
uno de los ámbitos sociales, sino que les fomenta unos comportamientos y les
reprime otros como estrategia efectiva para sostener, tanto social como
individualmente, la importancia de ser varón»(Palacio, M y Valencia, J. 2001:214).
Otro factor que impacta las dinámicas de los agresores, tiene que ver con una
especie de sistema defensivo interno que se dispara de acuerdo a dos puntos
básicos:
1. la legitimación a través del «derecho maniqueista» de la condición de abuso del
otro, el cual es justificado por el agresor, a través del recurso del legado
generacional y,
2., por motivos de compensación de intensas heridas del pasado, que se anudan
al precario manejo de la culpa después del acto de violencia; en este sentido el
cuidador primario es casi siempre el generador teleológico de la agresión, pues se
escuda en relaciones de poder cuyas premisas defensivas, le imposibilitan
reconocer el origen particular del maltrato del que fue víctima en alguna época de
su desarrollo.

«La VIF permite observar en la intimidad de la agresión, a hombres, mujeres,


adultos/as y jóvenes, divididos en una lucha violenta por la adquisición y
preservación de un espacio de poder, por una oportunidad para el ejercicio de la
autoridad», (Gómez, 2003:4), la lucha por el poder termina maltratándolos a todos,
generando una reproducción constante de dolor, abuso y maltrato que persiste en
la familia y a menudo se reproduce en otros contextos. «En el caso de la violencia
contra los niños/as, las consecuencias del acto violento son generacionales, pues
el patrón de conducta agresiva tiende a repetirse como un modo de vida
aprendida; así, el espiral violento se retroalimenta e incrementa» (ICBF. Girardota-
Antioquia, 2004: 22).
Ésta dinámica maltratado-maltratador no es una condición sine qua non de
reproducción del ultraje, sin embargo, se encuentra que la gran mayoría de padres
o cuidadores agresivos, alguna vez fueron violentados, por lo que los entornos
familiares se ven dinamizados negativamente por uno o más miembros de la
familia que sienten estos espacios inseguros y amenazantes. A razón de lo
anterior, la complejidad de los lugares desde los que se hace la lectura de la VIF,
exige una mirada interdisciplinaria que agrupe la multicausalidad del
fenómeno, «una visión que dé cuenta de los factores culturales y sociales, de las
determinaciones económicas que hacen parte del entorno familiar, pero también,
de las dimensiones individuales que definen la personalidad tanto del agresor
como del agredido» (Rico de Alonso, 1999: 11; citado por Caicedo, 2005:12).
La personalidad del agresor es voluble y está determinada por una dicotomía
afectiva (amor y odio) que se carga de contenidos ansiosos y de frustraciones, por
ello, la poca tolerancia al reconocimiento de las causas de esos sentimientos,
permite que esos contenidos logren descargarse de forma inmediata en el otro,
que actúa en representación de sí mismo a modo de «doble», lo que denota un
salto instantáneo, desde la agresividad natural del impulso, hasta a la
instrumentalización de la violencia. La puesta en marcha de mecanismos
defensivos paranoides motiva la anulación real y simbólica del otro (esposa y/o
hijos etc.) que al existir amenaza su existencia, así, la agresión es retroactiva (de
allí la defensa) y se da con base en la búsqueda de castigo, más que en la
anulación objetiva del otro, «escribe Freud el 24 de enero de 1895 (…) la paranoia
crónica, en su forma clásica, es un modo patológico de defensa, lo mismo que la
histeria, la neurosis obsesiva y los estados de confusión alucinatoria»(Kaufmann,
Pierre, 1996).
Se puede afirmar que esta persona, al no soportar una antigua culpa, «emergente
de sus sentimientos de frustración e impotencia ante el maltrato recibido» la
suprime, levantando una plataforma de protección en la que se siente seguro, ya
que el acto de violencia es la representación de una vivencia insoportable para el
agresor, al tiempo que el agredido se transforma en la negación de su propia
representación, lo que evidencia el autocastigo y la emergencia de sentimientos
de culpa, que requieren de actos violentos para justificar su presencia en el
aparato psíquico, siendo esta condición psicológica un arma de doble filo, pues,
mientras lo protege también, lo lastima internamente.
A causa de lo anterior, la mente del agresor se escuda tras una coraza perversa
en la que se convierte en la ley misma, que compensa sus propias faltas en el
espacio corporal y dialéctico, de un otro que no es reconocido como legítimo, otro
en la relación, porque el agresor sólo registra como efectivo su propio valor; por
eso la noción de respeto parte de las relaciones al interior de las familias, y debe
fortalecerse en la convivencia, primero reconociendo el respeto por sí mismo para
reconocer el respeto del otro, pero «para que eso pase el niño pequeño debe
crecer de tal manera que adquiera conciencia de sí y conciencia del otro en la
legitimidad de la relación social» (Maturana, H. Bogotá, 1991: 52), así, tanto las
madres como los menores violentados generan una baja autoestima, además de
una noción de convivencia y democracia deformada.
La gran mayoría de estas personas proviene de hogares en los que uno de sus
padres abandonó el hogar, no reconoció el embarazo o se desconoce su
procedencia y/o paradero, lo que en la actualidad es de alguna manera, una
constante en muchas relaciones afectivas, «esta ausencia del padre, está
culturalmente afirmada. Parece ‘natural’ que a la madre le corresponda la crianza
de los hijos» (Henao, 1989:19), a razón de lo anterior regularmente es a la madre
a quien se le encomiendan las mayores responsabilidades del hogar, por lo que a
razón de algunas fallas de los hijos, recae también sobre ella el castigo, mientras,
el padre se acomoda a esta situación, se convierte en observador participante, es
excluido o se autoexcluye del proceso de crianza, así, la familia instaura como
regla básica de comunicación y contención, el castigo físico en la figura paterna,
asentando el maltrato como condición cultural y de control familiar a través del rol.
En la psique de esta persona flota una ansiedad con tres connotaciones básicas:
es de tipo paroxística, episódica y acumulativa, como consecuencia el agresor en
su embestida se ve expuesto a las demandas de satisfacción inmediata de estos
«tres amos»; por una parte lo paroxístico guarda relación con la falta de control y
la extrema urgencia del sujeto de perpetrar una descarga inmediata y
descontrolada, lo episódico se refiere a la reproducción de la violencia en el
escenario familiar, la continuidad y focalización de la agresividad en personas y
ambientes específicos, mientras, lo acumulativo es la producción de violencia en
estos lugares; de alguna manera, la producción de violencia sería el punto
extremo de la perversidad y la crueldad, que actúa en un espacio y contexto en el
que se dan los usos y medios, para cultivar y recrear negativamente las diversas
estrategias de sometimiento.
La construcción simbólica del agresor no le permite resignificar la relación
conflictiva a través del diálogo que acoge, ni establecer un lenguaje con base en el
encuentro tolerante y fraternal, en consecuencia, el ambiente familiar le posibilita
una atmósfera de permisividad, sumisión y alienación, en la que su motilidad
impulsiva define la descarga de su frustración recidivante, espacio en el que tanto
hombres como mujeres, niños, niñas, adolescentes y adultos mayores son
violentados; «durante el 2008, el Instituto valoró a 1.175 personas mayores de 60
años que fueron agredidas físicamente por parte de familiares (…) los victimarios
más frecuentes son los hijos, seguido por otros familiares y
consanguíneos» (FORENSIS, 2008: 115).
En este ambiente de intolerancia, especialmente son las niñas, niños y
adolescentes, los más propensos de hallarse triangulados en las relaciones de
alteridad, agresividad y violencia de sus padres, en las proyecciones ansiosas de
un miembro familiar (padres, cuidador, hermanos, etc.), o siendo víctimas de las
descargas afectivas de cualquiera de sus cuidadores, «los papás son las personas
que más lastiman físicamente a niños, niñas y adolescentes. Esta situación se
repite todos los años, las personas que más cerca está de ellos son los principales
victimarios. En 2008, entre ambos totalizaron 61,5%» (FORENSIS: 112).
El agresor encuentra en las relaciones con cierto nivel de continuidad conflictiva, el
espacio ideal para reproducir los diversos estados del obediencia y humillación, ya
que, ve en las reacciones de quienes agrede, indicadores afectivos de respuesta
que pueden presentarse ante sí como seductores, retaliativos o que en su defecto
se presentan como amenazas ante su poder; en los casos de VIF «desde la
violencia psicológica, la evidencia clínica muestra que una vez iniciado el conflicto,
y a medida que se va incrementando, tanto el hombre como la mujer pueden ser
expertos en lanzar golpes psicológicos intensos y muy precisos», aunque respecto
a la visibilización sean las mujeres quienes más acudan a denunciar el hecho.
La poca denuncia del sexo masculino confirma que los hombres temen acercarse
a la comisaría, no se atreven a decirle a ninguno de los miembros de su familia la
situación por la que están pasando y dan las explicaciones más increíbles de sus
lesiones, temen la humillación y el estigma, incluso cuando el abuso de la
violencia es peligroso para su vida.
A menudo, en muchas familias, la necesidad de invisibilización de la VIF por
motivos de presión del agresor, vínculos afectivos, dependencia económica y/o
temores del agredido, son mociones de aislamiento para la víctima, apartándolo a
de redes sociales que pueden constituirse en un apoyo y acompañamiento para
denunciar el hecho y tomar decisiones. A pesar de lo anterior, las mujeres
denuncian o cuentan lo sucedido, aunque aún persista en nuestra sociedad el
silenciamiento como medida de hecho y demostración del poder coercitivo por
parte del agresor.
«La violencia de pareja representa el 67% del total de las agresiones al interior de
los hogares, el rango de casos está comprendido entre los 25 a 29 años (23,4%),
nivel en el que se esperaría que, por la edad temprana, sean parejas de reciente
constitución donde prime la afectividad sobre la conflictividad; respecto la razón de
la violencia, los primeros lugares argumentan problemas que no tienen que ver
con la economía, ubicándose estas en el octavo lugar. La intolerancia (23,7%), los
celos (16,9%) y el alcoholismo (11,2%) ocuparon los tres primeros
lugares» (FORENSIS, 2008:112-120).
La VIF desde el escenario mental del agresor, también tiene que ver con
aprendizajes insigths conexos a experiencias previas de indefensión, con base en
una demanda de amparo, que fue silenciada en repetidas agresiones a través de
rechazos, abandonos y descuidos familiares; lo anterior no se explica mejor, por
su representación proyectiva en el espacio familiar, sino también, por el nivel de
incidencia que aún tienen estos elementos en su estructura de personalidad y su
repercusión en la calidad de sus relaciones psicoafectivas, las cuales, se ven
influenciadas por la falta de gratificación de necesidades psicosociales y
emocionales de la infancia.
Así, para las y los agresores, el desamparo más que un proceso de recapitulación
de un aprendizaje, es un recurso que debe ser descargado en la víctima como
medio de aliviar la carga emocional no elaborada; esta prerrogativa tiene como fin
ulterior, compensar la insoportable indefensión interna a través de la seguridad
patológica que brinda la dominación externa del otro, sujeto al que se le disemina
a partir de la mirada, luego en su cuerpo, y de suyo, a través de la vulneración de
sus derechos fundamentales.
Es importante aclarar que la dominación y el acto de maltrato, son experiencias
extremas que los niños, niñas, adolescentes y, en general todas las víctimas sólo
pueden vivir como humillación. Para el grupo o la persona que reproduce estos
esquemas de autoridad, la agresión y la humillación selectiva, son actos de
legitimidad en su intrínseca disfuncionalidad psíquica y familiar, por consiguiente,
existe a priori un proceso de validación y normalización de estas conductas, que
más tarde se admiten como criterios educativos, reafirmados por imaginarios
sociales y conductas de aprobación del patriarcalismo desde la infancia; lo anterior
se da a través de la estigmatización de roles, la intolerancia frente a los actos de
ternura o de solidaridad, la falta de una comunicación asertiva y de acercamientos
afectivos, además de la agresión física y psicológica sobre el cuerpo y la mente de
las víctimas, como muestra perversa de cuidado, amparo, odio e incluso de una
especie de «amor maltratante», que deforma en la víctima el sentido de la
protección, el afecto y el derecho.
Se puede afirmar que, en pocas ocasiones, la víctima se revela o toma una
posición defensiva, sin embargo, esta «respuesta pasiva» no es en ningún
momento acomodación al castigo o asimilación de las condiciones de opresión, ya
que, la tendencia natural del ser humano es oponerse a la dominación absoluta, lo
que reafirma el grado de libertad originario característico de la dignidad y los
DDHH. Debe considerarse éste lugar psíquico de libertad, como un punto
referencial interno, desde el que las víctimas pueden llegar a elaborar sus
construcciones imaginarias y afectivas respecto a la posibilidad de cambiar su
condición social.
Cabe anotar que la agresividad proyectada a nivel intrafamiliar, puede ser
interpretada como la consecuencia asidua y acumulativa de la ansiedad no
elaborada en los diversos escenarios generadores de estrés, espacios donde la
persona y/o la familia que se agrede, no siente legitimidad ni poder para
desencadenar su violencia, por lo que la familia se convierte en la canalizadora
«de mano» de una frustración insoportable, intensa y descontrolada, trilogía
devastadora que se convierte a posteriori, en un factor de riesgo para la vida de
las víctimas que son agredidas y agredidos constantemente.
JUSTIFICACION. -
EXPLORACIÓN Y VALORACIÓN PSICOLÓGICO-PSIQUIÁTRICA DE LA
VÍCTIMA.
hay que proceder a un estudio psicológico-psiquiátrico completo de la víctima.
Nosotros hemos utilizado en estudios sobre víctimas de violencia familiar una
batería de pruebas compuesta por las siguientes:
• Cuestionarios de Personalidad: 16-PF de Catell, y MMPI.
• Tests Proyectivos: Rorschach, TAT, Test del Árbol.
• Tests de Inteligencia (en aquellos casos en los que se haya detectado algún
problema intelectivo): Waiss, Raven, Dominós.
• Escalas de Ansiedad: Zung, Hamilton, Spielberger STAI E y R
(Ansiedad/estado y Ansiedad/rasgo) • Escalas de Depresión: Zung, Hamilton.
• Tests de Salud General de Goldberg, con sus subescalas de síntomas
somáticos de origen psíquico, ansiedad, disfunción socio-laboral y depresión.
La administración de estas pruebas y su valoración integrada permitirá al
médico:
a) Determinar si la víctima de agresión familiar padece algún trastorno mental
de tipo ansioso. Cuando es así, suele estar en relación con la agresión y la
experiencia vivida, y podría requerir tratamiento como primera medida. Este
cuadro ansioso es la regla cuando la mujer ha sufrido un atentado contra su
libertad sexual o cuando la agresión física se ha vivido como auténtica
amenaza para la integridad física o para la vida. También estos cuadros
deben ser evaluados y trasladados al parte de lesiones, como decíamos
anteriormente.
b) Determinar si la víctima presenta patología mental más severa, hasta el
punto de requerir tratamiento especializado, investigando también si está o
no en relación con la agresión.
c) Determinar el perfil de personalidad de la mujer. Entendemos aquí la
personalidad como el conjunto de rasgos psicológicos que configuran la
manera de ser y que permiten identificar a un individuo como diferente de
todos los demás. A través de esta estructura individual cada persona es un
yo único y permanente que integra todos los elementos físicos, psíquicos,
biográficos, sociales y culturales; por lo tanto, la personalidad o manera de
ser interviene en la forma de vivir las experiencias y en la manera de
integrarnos en el medio. Por ello, el estudio de la personalidad en las
víctimas de una agresión es imprescindible para ayudar a la mujer,
entendiéndola tal y como es, a enfrentarse a su experiencia vital y a
abordar un trabajo de afrontamiento de su realidad y una adaptación futura
a su nueva situación; estas circunstancias servirán para determinar el
apoyo psicoterapéutico que la mujer necesitará para salir con éxito de la
experiencia de maltrato.
d) Determinar su nivel de autoestima, así como sus apoyos afectivos para
valorarlos también de cara a una adaptación futura.
e) Determinar cómo está la víctima viviendo la judicialización de su
experiencia agresiva (interrogatorios, denuncia, etc.) con el fin de evitar la
"victimización secundaria" o daños psicofísicos derivados de los numerosos
y dolorosos trámites judiciales por los que debe pasar toda víctima que
decide denunciar una agresión familiar.

A. ESTUDIO DE LA PERSONALIDAD.
Con los tests que hemos mencionado se obtendrán los rasgos de personalidad
predominantes en cada víctima. Con esta información se podrá actuar en los
siguientes frentes:
Prever si se dan los rasgos de personalidad que identifican a una mujer como
"vulnerable", lo que avisa sobre el riesgo de agravamiento de su evolución y
afrontamiento negativo del problema, con una victimización posterior que llevará a
la mujer a instalarse en su situación de víctima buscando la compasión y la ayuda
permanente en lugar de sobreponerse y buscar su autosuficiencia económica a
través de su formación y su propio trabajo. En estos casos, la ayuda debe ser más
cuidadosa y personalizada.
Para algunos autores los rasgos predisponentes a una victimización posterior al
maltrato son los que configuran el perfil del "Eje de Neuroticismo" (baja estabilidad
emocional y fuerza del yo, inseguridad, baja autoestima, tendencia a la
culpabilidad, dependencia, conflictividad consigo misma, poca tolerancia a la
frustración, alto nivel de ansiedad...), el cual supone un 35% del riesgo de que la
mujer víctima de una agresión familiar se instale en un proceso de victimización
más difícil de tratar a medida que pasa más tiempo.
Junto a ello, otros factores que influyen de manera importante en la evolución
positiva o negativa de la mujer víctima son los apoyos familiares y sociales: la
confianza con miembros de la familia, el tener algunos amigos íntimos, el tener
otros amigos, aunque con menor grado de intimidad, trabajar, tener niños
pequeños a su cargo u otras obligaciones que impliquen cierto grado de
responsabilidad y ocupación, etc.
En realidad, estas circunstancias de lo que nos hablan es de que la mujer víctima
de violencia familiar necesita disponer de una red social en la que apoyarse y con
la que comunicar, con mayor o menor grado de intimidad la experiencia de su
sufrimiento y sus sentimientos de fracaso, vacío, engaño, desesperanza, etc.
Cuando las vivencias negativas se verbalizan y son escuchadas por otros que las
analizan desde otro punto de vista pierden dramatismo.
B. EVALUACIÓN DE SÍNTOMAS SOMÁTICOS DE ORIGEN PSÍQUICO, DE
ANSIEDAD Y/O DEPRESIÓN.
Ya hemos indicado las pruebas utilizadas por nosotros con buenos resultados
para esta finalidad. La evaluación del nivel de ansiedad y/o depresión en una
mujer víctima, aparte de valorarlo como daño psíquico consecutivo a la agresión,
debe ser el criterio para recomendar tratamiento ansiolítico y/o antidepresivo
especializado, al objeto de que la mujer se encuentre en las mejores condiciones
anímicas para superar su problema.
El estado actual de la psicofarmacología en los trastornos del estado de ánimo,
así como en los trastornos por ansiedad hace que el médico cuente con
medicamentos específicos y muy eficaces, por lo que sería excepcional que la
ansiedad o la depresión, así como los síntomas asociados a ellas, constituyeran
un estado residual, secuelar y permanente que mereciera ser valorado como tal.
Los síntomas asociados a la depresión o a la ansiedad se deberán valorar, como
en el caso de otras lesiones, teniéndose en cuenta los efectos que producen sobre
la víctima en cuanto a la limitación de sus actividades, sus sufrimientos, sus
gastos adicionales, las pérdidas económicas que puedan producirse a
consecuencia de ellos, etc., teniendo asimismo en cuenta el tiempo de duración de
los mismos, ya que como acabamos de indicar, lo esperado es que con el
tratamiento adecuado remitan.
La sistemática de la exploración del agresor ha sido:
I. Entrevista en la que nos refiere los problemas en la relación con la
mujer que lo ha denunciado. En esta fase nos expone sus antecedentes
personales y familiares; la historia de su relación con la mujer que lo ha
denunciado; los problemas habidos y su versión de los mismos; su
actitud hacia la mujer, los hijos si los hay, familiares de ella, su nivel de
aceptación de la ruptura, su vivencia de ridículo, humillación, fracaso,
etc.
II. Cuestionario de personalidad 16-PF de Catell. Este nos proporciona
una información fundamental sobre los rasgos de personalidad del
individuo y sus actitudes hacia el entorno, forma en que enfoca las
relaciones interpersonales, etc. Entre los rasgos fundamentales de la
personalidad consideramos que los siguientes (valorados entre 1 y 10),
vienen a definir a las personas como sigue:
• La afectividad. Califica a la persona en la gama que iría entre fría, alejada y
distante o muy afectuosa, emotiva, comunicativa, interesada por las cuestiones
personales de los otros, etc.
• La estabilidad emocional o fuerza del yo. Cuando su puntuación es muy baja,
es indicativa de inestabilidad, inseguridad y bajo control de las emociones, baja
tolerancia a la frustración, tendencia a experimentar ansiedad y reacciones
explosivas. Cuando su puntuación es elevada apunta hacia la estabilidad, la
madurez, la serenidad, y el reconocimiento y control de las propias emociones.
• El orgullo. Como amor propio que lleva a no aceptar las humillaciones o
desaires y a reaccionar ante ello agresivamente.
• La actividad como disposición a actuar e interesarse por el entorno.
• Alta o baja preocupación por las formas sociales, que puede llegar, incluso, a
comportamientos escrupulosos y obsesivos, o a desprecio por las normas y
baja responsabilidad.
• Seriedad/Entusiasmo. Indicativa, cuando la puntuación es baja, de persona
reservada, seria, sobria, poco comunicativa y reflexiva; o bien, extrovertida,
habladora, e impulsiva cuando las puntuaciones son altas.
• Timidez/Atrevimiento. Indicativo de ser tímido, y poco comunicativo, o
atrevido socialmente y emprendedor.
• Sumisión/Dominancia. Rasgo indicativo de persona sumisa e insegura, o de
otra parte el ser dominante, con sentimiento de posesión sobre las personas y
las cosas, necesidad de imponerse, y con cierto nivel de agresividad.
• Adecuación imperturbable/Sensibilidad. Es indicativo de ser sensible y
afectable por los sentimientos o reaccionar con dureza de carácter y frialdad
emocional.
• Dependencia/Autosuficiencia. Este factor es indicativo de dependencia al
grupo e incapacidad para resolverse los propios problemas y buscar soluciones;
o el ser independiente y tener recursos y salidas para encontrar soluciones a los
propios problemas, e incluso a los de otros.
• Confianza/Suspicacia. Rasgo indicativo del grado de confianza o de
desconfianza con que la persona se enfrenta a su entorno, iría desde la
ingenuidad hasta la suspicacia o el paranoidismo.
• Franqueza/Astucia. Indicativo de la forma en que la persona orienta sus
relaciones con los demás, la franqueza significa ingenuidad o sinceridad y, en el
otro extremo está la astucia social, el hacer y decir lo que conviene en cada
caso conforme a los fines propuestos, la capacidad para servirse de los demás
para el propio beneficio.
• Percepción de la propia imagen. Indicativo de auto conflictividad o
descontento con uno mismo, tendencia a culpabilizarse, cuando se puntúa bajo;
o de alta autoestima y satisfacción personal por la propia forma de ser.
• Tendencia a experimentar ansiedad ante los acontecimientos, o mantenerse
tranquilo y sereno ante estos. Estos rasgos suelen asociarse entre sí dando
lugar a una coherencia interna en la manera de ser de cada individuo. Es lo que
constituye los denominados Ejes de Personalidad (Kretschmer, Ribot, Heimans
y Wiersma, Freud, Eysenck, Cloninger, etc.), ejes que para EYSENCK se
concretan en:
1. El "Neuroticismo" caracterizado por: inmadurez y bajo control de las
emociones, inestabilidad emocional, tendencia a reaccionar de manera
explosiva, baja tolerancia a la frustración, tendencia a dar importancia a las
cosas pequeñas, a comportamientos ordenados y obsesivos y a experimentar
ansiedad, a afectarse mucho por los sentimientos y a manifestar quejas
psicosomáticas y reclamar atención sobre sí mismo. Este rasgo contiene
también actitudes de inhibición ante lo que se considera peligroso física o
psíquicamente, actividades de riesgo, conductas evitativas y temor a
comprometerse emocionalmente en las relaciones interpersonales. Cuando
estos rasgos alcanzan el nivel de lo patológico nos encontramos con las
neurosis o trastornos por ansiedad, fobias, trastornos de conversión, trastorno
obsesivocompulsivo, de despersonalización, etc.
2. El "Psicoticismo", mostraría a la persona en la que se asocian la baja
afectividad, el ser distante y fría desde el punto de vista afectivo, imperturbable
y poco afectable por los sentimientos y tendencia a manifestarse con poca
sensibilidad y con dureza del carácter. La dominancia, sentimiento de posesión
sobre las personas y las cosas, la introversión, agresividad e impulsividad, la
alta autoestima y el orgullo, añaden peligrosidad a este eje, de forma que
cuando se da en hombres, potenciado por el lastre cultural, genera la figura del
maltratador/acosador, como persona con riesgo real de conseguir en sus
víctimas los daños que persigue. Cuando estos rasgos manifiestan
puntuaciones extremas llegan a constituir auténticos trastornos de personalidad.
3. El eje "Introversión/Extroversión" calificaría a la persona con respecto a su
nivel de comunicación con el entorno. Cuando las puntuaciones son bajas, la
persona introvertida suele ser poco afectiva, reservada y reprimida y se
manifiesta como tímida, poco habladora, no manifiesta sus sentimientos y se
mantiene al margen de actividades en grupo; mientras que la persona
extrovertida es comunicativa, habladora, entusiasta emprendedora e impulsiva;
con frecuencia muestra interés por experiencias nuevas y está abierta a lo
nuevo.
III. Escala de Ansiedad/Estado y Ansiedad/Rasgo de Spielberger (STAI) que nos
indica si en la personalidad del agresor existe una tendencia alta a experimentar
ansiedad o si, por el contrario, es una persona tranquila y sosegda. Así mismo
indica si en el momento actual presenta un estado elevado de tensión emocional,
sobreexcitación o "ansiedad flotante", o si se encuentra tranquilo. IV. El
Cuestionario de Salud General de Goldberg nos indica la puntuación en cuatro
subescalas: síntomas somáticos de origen psíquico, ansiedad, adaptación socio-
laboral y depresión.
V. La escala de depresión de Zung nos indica el nivel de depresión que presenta
en el momento de la exploración.
VI. El Test del Árbol de Koch viene a complementar toda la información anterior.
En el caso de que hayamos recogido en la entrevista circunstancias tales como
personalidad anormal, consumo de alcohol o drogas u otro trastorno mental, nos
llevará a evaluar esta circunstancia concreta ayudándonos de Tests y
Cuestionarios complementarios: Personalidad MMPI de Minnesota, WAIS, Raven,
etc.
El conjunto de estas pruebas nos proporcionará resultados de los que podemos
deducir los siguientes perfiles de hombres maltratadores:
1. Hombre cuyo perfil de personalidad encaja en el eje del "Neuroticismo". Suele
ser joven, introvertido, con baja fuerza del yo, que controla mal sus afectos y
emociones, muy inestable desde el punto de vista emocional y afectivo, poca
tolerancia a la frustración, inseguro, dependiente, conflictivo consigo mismo y
con un alto nivel de ansiedad flotante. Cuando este hombre establece una
relación afectiva de noviazgo o matrimonio con una mujer, con frecuencia, se
trata de una mujer estable y fuerte psicológicamente, que le transmite
seguridad y estabilidad; por ello, es frecuente que establezca una fuerte
vinculación encontrando en ella el refuerzo de sus carencias personales, ella le
da la seguridad que necesita y se hace dependiente de ella desde un punto de
vista afectivo y emocional. Ante esta situación la mujer puede reaccionar
aceptando su papel y sometiéndose a esa dinámica de dependencia en la que
ella asume la protección, la toma de decisiones y es la fuerza de la pareja. La
posibilidad contraria es que rechace la situación al no poder resistir el
aislamiento en que el compañero o marido pretende encerrarla, así como la
ansiedad que le genera la relación. El rechazo es vivido por este hombre con
una gran ansiedad y sentimiento de frustración. La reacción puede ser de
acoso, coacción, persecución, agresión física, etc. y puede llegar a ser tan
grave que, ante la idea, insoportable para él de la pérdida, llegue incluso a
quitarle la vida. A veces estos agresores intentan después su propia muerte
unas veces con más éxito que otras.

2. Maltratador físico. Este corresponde a un hombre inestable emocionalmente,


extrovertido, poco responsable con sus obligaciones de pareja, con altibajos
en su estado de ánimo y tendencia a experimentar ansiedad. En la vida
cotidiana, en el trabajo reprime sus frustraciones y se libera al llegar a la
intimidad de la vida familiar, es entonces cuando puede comportarse
explosivamente y con maltrato físico y/o psíquico que pasa como una tormenta
de verano quedándose después como si no hubiera sucedido nada. Cuando la
mujer se aleja, amenaza con dejarlo o, incluso denuncia, el maltratador
reacciona pidiendo perdón, mostrando arrepentimiento y prometiendo que no
se volverá a repetir, por lo que viene la reconciliación, e incluso la retirada de
denuncia en el caso de que se hubiera esta producido. Este acontecimiento
puede repetirse en sucesivas ocasiones. Esta situación no está exenta de
peligro para la mujer ya que su seguridad depende del nivel de agresividad de
cada momento, de que haya armas a mano, de la reacción de la mujer, etc.,
considerando, desde nuestra experiencia que son numerosos los casos que
generan altísimo riesgo en algunas de estas agresiones.
3. Maltratador cuyo perfil de personalidad encaja más en el eje del
"Psicoticismo". Estos hombres, en el aspecto emocional manifiestan una
afectividad baja, alejamiento emocional, poca resonancia afectiva y cierta
dureza del carácter, su nivel de autoestima es alto, es independiente,
autosuficiente y a menudo desempeña un papel relevante desde el punto de
vista social y profesional; comportándose con alta preocupación por la imagen
social, con exigencias hacia los hijos y la esposa o compañera en cuanto a lo
adecuado o no de sus comportamientos. Cuando este tipo de hombre
establece sus vínculos afectivos con una mujer dependiente, sumisa, con baja
autoestima, poca fuerza del yo y mal control de sus sentimientos y emociones
se puede generar una patología de la convivencia en la que la mujer sea
víctima continua de humillaciones, de exigencias y de maltrato físico cuando
no cumpla con las necesidades y deseos que el cónyuge o compañero le
plantea. Estos son los maltratadores que tienen buena imagen social y ante la
cual la víctima no se atreve a denunciar temiendo, de un lado la incredulidad y
de otro las represalias, ya que ella sí conoce el auténtico potencial agresivo de
este tipo de hombre. En estos casos suele ser la mayor edad de los hijos la
que lleva al apoyo materno para la denuncia.
4. El maltratador de denuncia tardía. También merecen describirse estos casos
que se corresponden con un hombre de edad, más de 55-60 años, que se
había mantenido hasta la actualidad en convivencia con su esposa, sin que
públicamente hubieran trascendido importantes desavenencias, hasta que tras
un altercado y agresión se produce la denuncia. Este hecho suele coincidir con
un fenómeno social evidente; el hecho de que las mujeres actualmente sean
más conscientes de sus derechos y de su igualdad ha llevado a que parejas
que habían convivido pacíficamente durante muchos años ahora manifiesten
desavenencias debido a la actitud reivindicativa de la mujer. La mujer ha
asimilado mucho mejor el cambio social y se ha adaptado con mayor
plasticidad a la evolución social, mientras que muchos hombres han
permanecido inmovilistas y aprovechados de su papel patriarcal en el
matrimonio. A la actitud reivindicativa y sublevada de la esposa responden con
orgullo, dominancia y agresividad, con resultado, a veces, muy grave.
5. Hemos de destacar una circunstancia muy frecuente en nuestra experiencia,
al haberse está dirigido mayoritariamente hacia la casuística del medio rural:
La presencia del alcohol y las drogas en la dinámica agresora.
El alcohol etílico aparece bajo los siguientes aspectos.
a) Bebedor cultural, acostumbrado desde su juventud (porque su padre lo
hacía) a beber en el bar al acabar el trabajo; este hombre llega a la casa
bebido, insulta, vocifera, exige y se duerme hasta el día siguiente. En
algunas ocasiones, esa conducta puede llegar a la agresión física en
circunstancias en que la mujer se enfrenta a él, o no obedece sus deseos.
A pesar de estos hábitos suele mantener su trabajo (poco cualificado,
agrícola, construcción, etc.). Cuando las discusiones son con los hijos al
hacerse estos mayores, el problema se agrava y suele ser el que
desemboque en la denuncia tras una larga historia de vejaciones y maltrato
para la mujer.
b) Bebedor excesivo regular, con problemas para mantener el trabajo debido
al alto consumo y a la extensión de este a lo largo del día. Las agresiones
suelen ser más frecuentes y, cuando tiene cierta edad (más de 50-55 años),
puede detectarse un cierto grado de deterioro alcohólico con bajo control de
los instintos (exigencias sexuales) y conductas explosivas sin ningún
estímulo. Cuando en estos casos existe desconfianza, o ideación celotípica,
el peligro puede ser muy importante, ya que el agresor se considera
agraviado y en disposición de vengar la afrenta.
c) El consumo de drogas (hachís, cocaína, anfetaminas, etc.,) lo vemos cada
vez con más frecuencia en agresores jóvenes (25-45 años). La mezcla de
estas sustancias con el alcohol agrava la impulsividad, disminuye el control
de los impulsos y genera un estado de primitivismo de alto riesgo para la
mujer.
Aunque hemos descrito algunos tipos de maltratador diferenciados por su perfil de
personalidad, y algunas circunstancias favorecedoras de la agresión,
consideramos que en todo agresor contra la mujer existen unas circunstancias
comunes como telón de fondo en las que destacan: los factores culturales y
educativos que hacen que para muchos hombres el papel de la mujer sea de mero
objeto, de servicio al hombre, a los hijos y a la casa y que actúen frente a ella
desde un rol de dominancia y superioridad, sin que ello pueda ser etiquetado de
patológico ni de anormal. Es un patrón patriarcal, dominante y machista que
explica que las descargas agresivas consecutivas a las frustraciones se deriven
hacia la mujer como objeto, o que sea una actitud directa de posesión, dominancia
y humillación la que genere el comportamiento agresor.
En nuestra experiencia, el alcohol, como la presencia de otras patologías
psiquiátricas como trastornos de la personalidad, trastorno del control de impulsos,
ludopatía, adicciones, etc., merecerá el tratamiento especializado adecuado a
cada caso. El tratamiento de estos cuadros y su mejoría o curación garantizan el
que ese individuo mejore en sus relaciones con los demás, aunque se hubiera ya
producido la separación y ruptura definitiva con la mujer. Esta mejoría o curación
garantizan así mismo, la desaparición de conductas coactivas o de seguimiento,
etc., tras la decisión de la mujer de romper la relación.
VALORACIÓN DE LA DINÁMICA EN LA QUE SURGE LA AGRESIÓN, Y DEL
RIESGO Y PELIGROSIDAD QUE EL AGRESOR SIGNIFICA PARA LA
SEGURIDAD E INTEGRIDAD FÍSICA DE LA VÍCTIMA:
De la comparación entre los resultados obtenidos en el perfil de personalidad de la
víctima y del agresor, podemos comprender cómo surge la dinámica de violencia y
cuáles son los detonantes del comportamiento agresor. De aquí podemos sacar
deducciones respecto a la solución futura de esa pareja.
En segundo lugar, establecemos el estado de salud psíquica de la mujer, sus
preocupaciones y necesidades y el tipo de apoyo o tratamiento que necesita
según el momento evolutivo en el que se encuentre respecto a su proceso de
elaboración de ruptura y separación del agresor.
Nivel de riesgo que el agresor representa para la víctima. En este punto hemos de
señalar los datos que son para nosotros indicadores de peligrosidad potencial en
el agresor.
1. Inestabilidad emocional: indica mal control de los sentimientos y emociones,
baja tolerancia a la frustración con reacciones incontroladas y
desproporcionadas a los estímulos, e inseguridad.
2. Dominancia, necesidad de imponer las propias opiniones y que las cosas se
hagan a su modo. A menudo ligada al orgullo y amor propio con intolerancia a
la humillación y al desaire.
3. Impulsividad y agresividad.
4. Afectable por los sentimientos, sensible y dependiente.
5. Suspicacia, indicadora de desconfianza, interpretar las cosas en su perjuicio,
e incluso dirigidas a la celotipia y paranoia.
6. Alta conflictividad consigo mismo
7. Alto nivel de ansiedad. Esta produce un intenso malestar psíquico, con
ansiedad flotante, sobreexcitación y posibilidad de reacciones explosivas.
Estos rasgos combinados, ante el sentimiento de abandono, de pérdida
insustituible, de inseguridad absoluta, etc., pueden llevar al agresor a atentar
contra la vida de la víctima, e incluso sobre la suya propia.
8. En otros casos, baja afectividad, frialdad y alejamiento, alta autoestima,
orgullo, dominancia, impulsividad y agresividad y alto nivel de ansiedad, son
también una combinación que puede generar agresiones físicas importantes.
En estos casos, la publicidad, el temor al abandono y al ridículo pueden llevar
al agresor al sentimiento de desafío y a atentar, incluso contra la vida de la
víctima.
Como ya se ha dicho, una exploración tan completa requiere de un equipo
multidisciplinar. Su trabajo es de importancia capital ya que el informe que resulte
de estas actuaciones será de gran utilidad para el Juez, el Fiscal y, sobre todo, la
víctima a los efectos de que el caso se resuelva de la manera más adecuada.
Con la valoración integral que proponemos, entendemos que se puede
proporcionar al Juez, al Fiscal y a los propios letrados una información rigurosa y
objetiva sobre la que apoyar la mejor decisión para todos los implicados en cada
caso de violencia contra la mujer. Estas decisiones se deben apoyar en una
realidad médica y social, y solo el Médico Forense está en condiciones, por su
formación específica, de integrar toda la información recogida por él y por otros
miembros del equipo y hacer una valoración particular y personalizada de cada
caso.
Esa valoración debe incluir un adecuado balance de los riesgos/beneficios de las
diferentes alternativas. La decisión incluye valoración del riesgo futuro de la mujer
de sufrir nuevas agresiones, riesgo de que las agresiones se agraven, riesgo
psíquico o físico para los hijos, si los hay, de presenciar o participar en las
disputas familiares, etc., y para hacer esta valoración de forma completa y eficaz
parece claro que sería muy importante poder explorar también al agresor.
Desde la experiencia que hemos resumido en esta ponencia, nosotros
proponemos la creación en los Institutos de Medicina Legal, o al menos, en los
que ejerzan una posición de referencia, la creación de un equipo multidisciplinar
que entreviste y valore al agresor desde el primer momento en que la víctima
pone la denuncia y se conoce el caso de violencia familiar. Son muchos los casos
en los que los Cuerpos de Seguridad que intervienen, Guardia Civil, Policía etc.,
recogen en sus atestados la denuncia de gravísimas amenazas para la vida y la
seguridad de la víctima, sin embargo, estas amenazas se materializan en pocos
casos, en proporción a los denunciados. Por ello, tenemos los técnicos una
responsabilidad importantísima, desde nuestro punto de vista, detectar
precozmente cuales son los agresores capaces de llevar a cabo sus amenazas.
De esta forma se aprovecharán mejor los recursos destinados a proteger a las
mujeres víctimas de violencia familiar.
Corresponde por tanto al Médico Forense que adquiera conocimientos específicos
de Psiquiatría Forense o a Psiquiatras que opten por esta parcela médico-legal,
que con la ayuda de un equipo de profesionales entre los que estén psicólogos y
trabajadores sociales, hacer esa valoración física y psíquica de la mujer en el
momento de ser denunciada la agresión y valorar al agresor en sus aspectos
médico-psiquiátricos. La información recogida le permitirá transmitir al Juez un
Informe que podrá completarse más en el futuro, pero que debe ser sobre todo útil
para que, por parte del Juez y del Fiscal, se decidan cuáles son las medidas a
aplicar en cada caso. Este Informe se debe plantear las siguientes preguntas a las
que intentará dar respuesta:
A) Con respecto a la mujer víctima de la violencia:
1. ¿Qué lesiones físicas presenta la mujer y qué tratamiento médico
necesita?
2. ¿Cuál es el estado psíquico de la mujer y qué tratamiento inmediato
necesita?
3. ¿Con qué apoyos afectivos, familiares, sociales, etc. cuenta la mujer
y si está en condiciones de salir adelante?
4. ¿Cuál es la estructura de su personalidad y su situación familiar y
social para prevenir riesgo de victimización posterior?
5. Si existe ese riesgo ¿Qué tratamiento psicológico-farmacológico
necesita para superar el acontecimiento vital con éxito?
6. Pasado el tiempo suficiente ¿Han quedado secuelas físicas
consecutivas a las lesiones físicas y cuál es su valoración?
7. ¿Han quedado secuelas psíquicas que merezcan la calificación de
permanentes y secuelares a la experiencia vivida?
B) Con respecto al agresor:
1. ¿Qué actitud tiene ante la situación agresiva a la que ha sometido a
la mujer?
2. ¿Cuál es su perfil de personalidad y, según este, cuáles pueden ser
sus comportamientos ante las decisiones de la mujer o del Juez?
3. ¿Qué grado de peligrosidad tiene para la víctima, su integridad física
o su vida?
4. ¿Cuál es la mejor medida para el agresor atendiendo al riesgo que
supone para la víctima?
5. ¿Debe dejarse en libertad, o dictarse alejamiento o prisión?
6. ¿Padece alguna adicción al alcohol y/o drogas o, padece alguna
patología psíquica que permita prever atentados contra la vida o la
integridad de la mujer, aunque se indique el alejamiento?

La violencia familiar y el maltrato doméstico como consecuencia de ella es un


fenómeno tan complejo que no se agota en esta exposición. No obstante, desde la
Medicina, desde la Psicología y la Sociología estamos en el camino de ir
aportando los conocimientos existentes en cada momento para un mejor servicio a
estas personas a las que ha tocado vivir experiencias tan dolorosas.
MARCO JURÍDICO
Código penal federal.
ARTICULO 287 BIS. - Comete el delito de violencia familiar el cónyuge, concubina
o concubinario; pariente consanguíneo en línea recta, ascendiente o descendente
sin limitación de grado; pariente colateral consanguíneo o afín hasta el cuarto
grado, adoptante o adoptado, que habitando o no en la casa de la persona
agredida, realice una acción que dañe la integridad física o psicológica de uno o
varios miembros de su familia, independientemente que pueda producir no otro
delito.
ARTICULO 287 BIS 1.- A quien cometa el delito de violencia familiar, se le
impondrá de un año a cuatro años de prisión, pérdida de los derechos hereditarios
y de alimentos que pudiere tener sobre la persona agredida; se le sujetará al
tratamiento integral dirigido a la rehabilitación médico-psicológica conforme a este
Código; también deberá pagar este tipo de tratamientos, hasta la recuperación
integral de la persona agredida. Este delito se perseguirá por querella de la parte
ofendida, salvo que la persona agredida sea incapaz en los términos del Código
Civil del Estado, en cuyo caso se perseguirá de oficio. Si además del delito
previsto en este capítulo resultare cometido otro, se aplicarán las reglas del
concurso.
ARTICULO 287 BIS 2.- Se equipara a la violencia familiar y se sancionará con seis
meses a cuatro años de prisión al que realice la conducta señalada en el artículo
287 Bis en contra de quien haya sido su cónyuge, concubina o concubinario o sea
la persona con la que se encuentra unida fuera de matrimonio, o en contra de
algún pariente por consanguinidad hasta el cuarto grado de cualquiera de las
personas anteriores, o en contra de cualquier otra persona que esté sujeta a la
custodia, guaría, protección, educación, instrucción o cuidado de dicha persoga,
cuando el agresor y el agredido habiten o convivan en la misma casa ya sea de
éste o de aquél.
ARTICULO 287 BIS 3.- En los casos previstos en los artículos 287 Bis y 287 Bis 2,
el Ministerio Público podrá solicita al Juez que imponga al probable responsable,
como medidas provisionales, la prohibición de ir a la casa del agredido o lugar
determinado, de acercarse al agredido, caución de no ofender o las que considere
para salvaguardar la integridad física o psicológica de la persona agredida.
ARTICULO 292.- Al responsable del delito de amenazas se le impondrá sanción
de seis meses a dos años de prisión, y multa de una a diez cuotas. Si el ofendido
fuere alguno de los parientes o personas a que se refieren los artículos 287 Bis y
287 Bis 2, se aumentará la pena que corresponda hasta en un tercio.
CÓDIGO PENAL
Ahora bien, a partir de las anteriores reformas podemos observar que también la
figura de atentados al pudor fue afecto a las mismas pues en su artículo 260, en
su párrafo segundo estableció "Que para efectos de violencia moral se entendería
que existía cuando el responsable tuviere las condiciones que se establecen en el
diverso 269 del Código Penal12, pues a la letra de ley reza:
TITULO DECIMO PRIMERO DELITOS SEXUALES
CAPITULO I ATENTADOS AL PUDOR
ARTICULO 259.- Comete el delito de atentados al pudor, el que, sin
consentimiento de una persona, púber o impúber, o con consentimiento de esta
última, ejecute en ella o logre se ejecute en la persona del activo, o en una
persona que por cualquier causa no pudiere resistir, un acto erótico-sexual, sin el
propósito directo e inmediato de llegar a la cópula.
ARTICULO 260.- Al responsable de este delito se le impondrán de uno a cinco
años de prisión, y multa de una a diez cuotas. Si el delito se ejecutare con
violencia física o moral, se le impondrán de dos a seis años de prisión, y multa de
seis a quince cuotas. Para los efectos de la violencia moral a que se refiere el
párrafo anterior, y sin constituir una limitación, siempre se entenderá que existe
aquella cuando el responsable tenga las condiciones que previene el artículo 269.
ARTICULO 261.- El delito de atentados al pudor solo se castigará cuando se haya
consumado.
ARTÍCULO 265.- Comete el delito de violación el que por medio de la violencia
física o moral tiene cópula con una persona, sin la voluntad de ésta, sea cual fuere
su sexo.

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