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7. La construcción social de la protesta


y los campos pluriorganizativos1

Bert Klandermans

Hace unos años, escribí un artículo titulado «Nuevos movimientos


sociales y movilización de recursos: los enfoques europeo y americano»
(Klandermans, 1986), que tenía su origen en el hecho de que la literatura
sobre los movimientos sociales tomaba direcciones muy distintas en los
dos continentes. Sin embargo, los movimientos que surgían a ambos la-
dos del Atlántico eran los mismos: estudiantiles, ambientalistas, de las
mujeres y por la paz. En Europa mantenían una línea de continuidad con
los grandes movimientos anteriores a la II Guerra Mundial, como el de
las sufragistas, el obrero y, más en general, el socialismo, el comunismo y
el fascismo. En Estados Unidos el movimiento de los derechos civiles fue
su más importante predecesor. Sin embargo, los enfoques teóricos a que
dieron lugar, diferían en gran medida. Mientras que en Estados U nidos la
teoría de la movilización de los recursos desplazaba su atención de la pri-
vación de recursos a la disponibilidad de los mismos para explicar el ori-
gen de los movimientos, en Europa apareció el «enfoque de los nuevos
movimientos sociales», que se centraba en el desarrollo de nuevos poten-
ciales de protesta como fruto1
de las nuevas reivindicaciones generadas en
el seno de las sociedades altamente industrializadas.
Al comparar estos dos enfoques, me di cuenta de que eran opuestos
en muchos aspectos. La debilidad de uno parecía ser la fuerza del otro.
Por ejemplo, los críticos de la teoría de la movilización de los recursos la
han acusado de subrayar excesivamente los aspectos organizativos y la im- /
portancia de los recursos, y de hacer caso omiso de los condicionantes es-
tructurales de los movimientos. Melucci (1980) formuló esta crítica de for-
ma sucinta: la teoría de la movilización de recursos se centraba demasiado

1 Este trabajo ha sido publicado en inglés en The Frontiers in Social Movement Theory, edi-
tado por Aldon Morris and Caro! Mueller, Yale University Press, New Haven, 1992.
Expresamos nuestro agradecimiento a la editorial por permitir su publicación en este libro.

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Bert Klandermans

en el «cómo» y muy poco en el «porqué» de los movimientos. El enfoque


europeo se caracteriza por el problema opuesto. Su preocupación central
por los orígenes estructurales de las tensiones sociales deja de lado el
r- «cómo» de la movilización. Mientras la movilización de los recursos sos-
tiene que la «demanda» en este terreno (reivindicaciones) aparecerá
siempre que exista una «oferta» de organizaciones de movimientos socia-
les, el enfoque de los nuevos movimientos sociales parece afirmar que los
movimientos sociales se materializan automáticamente si existe una <<de-
manda» social que se concreta en unas reivindicaciones determinadas.
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Las dos teorías podrían complementarse mutuamente si no com-


partieran una importante debilidad. Ninguna de las dos explica qué hace
1 que las personas definan su situación de tal manera que la participación
en un movimiento social les parezca lo más apropiado. El enfoque de los
nuevos movimientos sociales trató de descubrir los orígenes de la «de-
manda» de movimientos sociales durante las últimas décadas, pero no
llegó a darse cuenta de que el cambio estructural -por molesto que
sea- no genera automáticamente movimientos sociales. Al mismo tiem-
po, la perspectiva de la movilización de recursos investigó la «oferta» de
organizaciones de movimientos sociales, pero pasó por alto el hecho de
que la sola presencia de éstas no produce reivindicaciones ni tampoco
conduce a la gente a participar activamente en los movimientos.
Los problemas sociales no vienen dados de forma objetiva ni cons-.
tituyen hechos objetivos. Después de todo, muchas situaciones que po-
drían considerarse como problema social nunca llegan a plantearlo, aun-
que pueden ser no menos conflictivas que otras en las que eso sucede. Es
más: un problema soeiai"no genera inevitablemente un movimiento social.
La teoría de la movilización de los recursos reconoció este hecho en la
medida en que postulaba que los recursos desempeñan un importante
papel en la producción de movimientos sociales. Sin embargo, ese enfo-
que no tomó en consideración los procesos de mediación a través de los
cuales las personas atribuyen significado a los acontecimientos e inter-
pretan las situaciones. Los analistas de los movimientos sociales son cada
. vez más conscientes de que los individuos actúan en una realidad que es
objeto de percepciones diferentes. Este principio tiene validez no sólo en
el caso de las reivindicaciones sino también en relación con los recursos,
oportunidades políticas y resultados de la acción colectiva.
En los cinco años transcurridos desde que comparé por primera
vez la teoría de la movilización de los recursos y el enfoque de los nuevos

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La construcción social de la protesta

movimientos sociales, la crítica que se ha ido produciendo en este campo


ha estimulado un creciente interés por los temas que estos enfoques des-
cuidaron. En estos momentos, proliferan nuevos conceptos y teorías que
han generado el enfoque de la construcción social de los movimientos
pero todavía no existe una literatura sistematizada al respecto. Mientras
que unos investigadores describen el discurso público de la sociedad,
otros disertan sobre la comunicación persuasiva de las organizaciones de
los movimientos sociales; mientras que ciertos autores consideran a la
identidad colectiva como el concepto clave, otros señalan la importancia
de la liberación cognitiva. Aunque cada uno de estos conceptos esté rela-
cionado con la construcción social de la protesta, la relación entre ellos
no está todavía clara. Se mezclan los niveles de análisis; los procesos indi-
viduales y colectivos no siempre se diferencian con nitidez, por lo cual la
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etiqueta «construcción social» no es más que un simple paraguas bajo el
que se cobijan todas esas teorías. Una vez que se ha producido esta pri-
mera aportación de ideas quizá es un buen momento para tratar de po-
ner cierto orden en esta tarea. Eso es precisamente lo que voy a tratar de
hacer en la primera parte de este trabajo.
Una idea central consiste en destacar la naturaleza sociaJ de estos
procesos de significación, interpretación y construcción del significado,
puesto que tienen lugar en la interacción entre los individuos. Esta es la
razón por la que se conceptualizan como la construcción social de la
protesta. En la literatura sobre los movimientos sociales, los vínculos y
redes sociales, que son los vehículos de estos procesos de atribución de
significado han recibo menos atención que las construcciones cognitivas
generadas por ellos. Por eso, esta literatura da a veces la impresión de·
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ser un estudio de las ideas. Pero la concepción de la protesta como
construccíón social sólo adquiere significado si se justifican sus raíces
estructurales. Con ese soporte como punto de referencia, intentaré, en
la segunda parte de este capítulo, elaborar el concepto de campos plu-
riorganizativos.

Los enfoques de la construcción social


sobre los movimientos sociales

La idea de que los problemas sociales no son circunstancias objeti-


vas e identificables, sino el resultado de procesos de definiciones colecti-

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Bert Klandermans

vas de la situación no es nueva. Desde hace muchos años, los e~tudiosos


de los problemas sociales vienen sosteniendo que los problemas sociales
son situaciones etiquetadas como problema (cf. Spector y Kitsuse, 1973).
Hace más de dos décadas, Turner (1969) sugirió que es preciso que una
situación sea definida como injusta para que .se desarrollen acciones de
t protesta -hipótesis confirmada en los experimentos que Gamson,
Fireman y Rytina (1982) realizaron sobre los enfrentamientos con una
autoridad injusta. Con todo, la realidad es que esta línea de pensamiento
nunca tuvo gran éxito en la literatura sobre los movimientos sociales
(véase, sin embargo, Gusfield, 1970, Lauer, 1972, y Mauss, 1975), proba-
blemente porque los intentos de explicar las acciones de protesta política
basándose en sus reivindicaciones estaban pasados de moda, sobre todo
desde que la movilización de los recursos se convirtió en la teoría domi-
nante sobre los movimientos sociales. De hecho, incluso algunos de los
primeros trabajos realizados desde la perspectiva de la construcción so-
cial muestran, sorprendentemente, poco conocimiento de estos antece-
dentes teéricos. Sin embargo, tenemos mucho que aprender de los estu-
dios sobre problemas sociales tanto con respecto a la interpretación de
las reivindicaciones como a su politización (cf. Hilgartner y Bosk, 1988).
Durante años, los analistas de los movimientos sociales han desa-
rrollado modelos para el análisis de la construcción social de la protes-
ta. Son ejercicios teóricos que tienen en común la consideración d.e que
la acción colectiva deriva de una transformación significativa en la con-
' ciencia colectiva de los actores implicados. Pero, la cuestión crucial si-
. gue siendo cómo se produce esta transformación. En el intento de. bus-
car una respuesta a esta pregunta se han seguido distintos caminos.
El apartado siguiente ofrece un breve panorama de esos enfoques que
los investigadores de los movimientos sociales han desarrollado yn los
últimos años.
La liberación cognitiva. McAdam (1982 y 1989) propuso el concep-
to de «liberación cognitiva» para referirse a la transformación de la con-
ciencia de los participantes potenciales en la acción colectiva. Hace refe-
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rencia a Piven y Cloward (1979), al describir la liberación cognitiva como
un cambio de conciencia en tres sentidos: a) el sistema pierde legitimi-
dad; b) la gente que normalmente es fatalista empieza a exigir cambios; y
e) hay un nuevo sentido de eficacia. Según McAdam, las transformacio-
nes de las condiciones políticas son un impulso fundamental para el pro-
ceso de liberación cognitiva al provocar un cambio en el contenido sim-

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La construcción social de la protesta
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bólico de las relaciones sociales de defensores y críticos del sistema polí-
tico. El hecho de que los primeros cambien de actitud hacia los segundos
indica a todos los que están en contra del sistema que éste se está hacien-
do cada vez más vulnerable a sus ataques.
El impacto del discurso público en las identidades colectivas.
Gamson (1988 y 1989) ha sido el que más ha destacado la importancia
de los medios de comunicación de masas para la movilización colecti-
va en este campo. Debido al papel central de los medios de comunica-
ción en las sociedades modernas, los movimientos sociales se ven cada
vez más inmersos en una lucha simbólica por el·significado y las inter-
pretaciones (1989). Este autor afirma que, si no examinamos el discur-
so de los medios e investigamos cómo cambia ese discurso a lo largo
del tiempo, seremos incapaces de comprender la formación y activa-
ción del potencial de movilización de los movimientos sociales.
En cualquier momento de la evolución de una sociedad, un tema
político concreto puede ser representado por varios «paquetes ideológi-
cos» (Gamson, 1988; Gamson y Modigliani, 1989). Además, cada cues-
tión política genera un conjunto de paquetes y otros que los impugnan.
Los paquetes ideológicos específicos se difunden en una sociedad espe-
cialmente a través de los medios de comunicación de masas.
Las mismas organizaciones de los movimientos sociales también
prestan su contribución al discurso público. Como promotoras de paque-
tes ideológicos específicos y de formas de acción colectiva destinadas a
apoyar a los primeros, influyen en la controversia que se desarrolla en los
medios de comunicación. Ni que decir tiene que esas organizaciones no
pueden hacer un uso exclusivo de los medios, y se ven obligadas a com-
petir con otras que promueven la difusión de otros paquetes ideológicos,
desde las que representan la postura «oficial» hasta aquéllas que la ata-
1 can y también desean tener voz en el debate público.
Formación y movilización del consenso. Hace unos años introduje
la distinción entre movilización del consenso y movilización de la acción
(Klandermans, 1984). En una publicación más reciente (Klandermans,
1988) distinguía entre movilización del consenso y formación del consen-
so: la primera es definida como el intento deliberado de un actor social
para crear consenso en un sector de población; la segunda se refiere a la
convergencia imprevista de significado en las redes sociales y las subcul-
turas. A estas últimas se añade otra distinción entre movilización del con-

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senso en el contexto del potencial de movilización existente en una socie-


dad dada y en el de la movilización para la protesta. La primera se refiere
al surgimiento de un conjunto de individuos predispuestos a participar en
un movimiento social, lo que implica que sus organizaciones consiguen
apoyo ideológico y suscitan actitudes favorables (Klandermans y
Oegema, 1987); la segunda hace referencia a la activación de los partici-
pantes en la acción colectiva, y por lo tanto a la legitimación de sus metas
y medios de acción.
Alineamiento de marcos. Snow y sus colegas (1986 y 1988) tratan
de describir cómo se llegan a unir el marco cognitivo de los participantes
individuales en un movimiento social y el marco ideológico de la organi-
zación del movimiento. Los movimientos sociales proporcionan el marco
que permite situar -es decir, atribuir significado e interpretar- los
acontecimientos y condiciones relevantes con el fin de conseguir la movi-
1
lización de los militantes y seguidores potenciales, ganar el apoyo de los
espectadores y lograr la desmovilización de los antagonistas. Durante las
movilizaciones, las organizaciones de movimiento tratan de conectar las
interpretaciones de los individuos con las que promueven las organiza-
ciones de los movimientos con el fin de hacerlas congruentes o comple-
mentarias. Snow y otros descomponen el proceso de alineamiento de
marco en cuatro actividades diferentes: 1) construcción de un marco
puente; 2) amplificación del marco; 3) extensión del marco; y 4) transfor-
mación del marco. Además, sugieren que la construcción de un marco
puente es, en la actualidad, la principal forma de alineamiento para mu-
chas organizaciones de movimiento social.
Al elaborar la noción de alineamiento de marcos, Snow y Benford
(1988) pretenden identificar los factores que determinan el éxito de los
movimientos en la creación de sus marcos· de referencia. Y sugieren que
los determinantes de una creación eficaz de marco son la naturaleza del
sistema de creencias de los participantes potenciales y el grado de reso-
nancia que tienen los esfuerzos de creación de marco en el mundo en que
viven los. participantes potenciales.
Identidad colectiva. Para Melucci (1989) los movimientos sociales
son construcciones sociales. Movimientos sociales y acción colectiva son
concebidos como procesos por medio de los cuales lo actores producen sig-
nificados, comunican entre sí, negocian y toman decisiones. Los movimien-
tos sociales contemporáneos se encuentran sumergidos en las redes socia-

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La construcción social de la protesta

les de la vida cotidiana. Dentro de estos invisibles laboratorios, los movi-


mientos ponen en tela de juicio y desafían los códigos dominantes de la
vida cotidiana. Estas redes ocultas adquieren visibilidad cada vez que los
actores colectivos se enfrentan o entran en conflicto con la vida pública.
Por ello, Melucci sitúa el proceso completo de construcción de significado
dentro de los grupos de participantes que constituyen un movimiento so-
cial. A este respecto, una tarea central para estos grupos es la formación de
una identidad colectiva. Desarrollar una identidad colectiva significa que
uno mismo se ha definido como un grupo, y que ha desarrollado concep-
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ciones del mundo, metas y opiniones compartidas sobre el entorno social y
las posibilidades y límites de la acción colectiva. Los grupos pueden tener
más o menos éxito a la hora de desarrollar su identidad colectiva. Si un
grupo no lo logra, no podrá llevar a cabo ninguna acción colectiva.

Evaluación crítica. Los cinco marcos de análisis que acabamos de


esbozar tienen en común su interés por los aspectos simbólicos de la mo-
vilización. Sin embargo, es evidente que cada uno elabora distintas partes
del proceso, a nivel colectivo o individual. Gamson y Modigliani tratan
de los cambios en el discurso público y en la opinión pública, más que los
que tienen lugar en las actitudes individuales; Snow et al, y Klandermans
teorizan sobre la comunicación persuasiva de las organizaciones de los _,_
movimientos. Sus análisis están a caballo entre las organizaciones de mo-
vimiento y los participantes individuales; Macdam y Melucci comparten
el interés en el cambio de la conciencia colectiva de los actores sociales.
Así y todo, ninguno de los enfoques combina el nivel colectivo y el indi-
vidual. Sin embargo, los II\arcos teóricos desarrollados para estudiar la
formación y transformación de las creencias colectivas deben tomar en
consideración que tanto el nivel colectivo de análisis como el individual
son necesarios para una explicación comprensiva. De hecho, si no hubie-
se individuos no habría nadie con quien compartir creencias y sin creen-
cias colectivas no hay nada que compartir. Los dos niveles de análisis son
igualrritinte indispensables para todo análisis del cambio de las creencias
colectivas~ Si no asumimos la existencia de individuos que pueden des-
viarse de tina definición compartida de la situación, o que pueden plan-
tear discrepancias entre sus propias definiciones y la compartida colecti-
vamente, o incluso revelarse contra los marcos dominantes en un grupo
social, es difícil imaginar cambios en las creencias colectivas al margen de
su imposición a través de los sistemas de dominación. Por ello, el marco
teórico para el análisis de la construcción social de la protesta debe abar-

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car el nivel individual y el colectivo, como voy a tratar de explicar en el


apartado siguiente.
Del análisis de estos modelos analíticos se deriva otra conclusión.
Me llama la atención que ninguno de los autores preste gran atención a·
la construccióD del significado en las acciones de protesta. Aquí no me
refiero a la movilización del consenso en el contexto de la movilización
para la acción, ni a la liberación cognitiva necesaria para que tenga lugar
la acción colectiva, ni a la identidad colectiva que debe desarrollarse an-
tes de que los grupos puedan llevar a cabo la acción, sino a los procesos
de interpretación, definición y concienciación2 que tienen lugar entre los
participantes al interactuar durante episodios de acción colectiva. Los da-
tos empíricos de que disponemos indican que durante esos episodios la
gente no sólo cambia radicalmente sus ideas (Fantasía, 1988; Heirich,
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1968; Hirsch, 1990, Reicher 1984), sino que esos cambios son notablemen-
te estables (McAdam, 1989).
Por tanto, el enfoque de la· construcción social de la protesta y los
movimientos sociales debería considerar en su análisis a la acción colecti-
va como variable tanto dependiente como independiente: por una parte,
la construcción social de significado precede a la acción coleCtiva y deter-
,._ mina su dirección, pero por otro lado, la acción colectiva, a su vez, deter-
mina el proceso de construcción de significado. Esto nos lleva a la distin-
ción de los procesos de construcción de significado en tres niveles dife-
rentes: a) el del discurso público y la formación y transformación de iden-
tidades colectivas; b) el de la comunicación persuasiva durante las cam-
pañas de movilización por parte de las organizaciones de movimientos y
contramovimientos, así como de sus oponentes; e) el de la concienciación
durante episodios de protesta. El primer nivel ha sido tratado por
Gamson y Modigliani, Melucci y McAdam; el segundo por Snow y sus
colaboradores, y Klandermans; el tercero, en cierto modo, desapareció
de la literatura de los movimientos sociales después de publicarse el so-
fisticado estudio de Heirich (1968) sobre el Movimiento de la Libertad
de Expresión de Berkeley (Berkeley Free Speech) y ha vuelto a aparecer
recientemente en los trabajos de Fantasía (1988) y Hirsch (1986 y 1990).

2 El término de concienciación se usa aquí en el sentido general de reestructuración de las


creencias. como resultado de la participación en la acción colectiva, y no en referencia a su uso
concreto dentro del contexto del movimiento de las mujeres.

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La construcción social de la protesta

Después de este análisis preliminar, voy a plantear las bases para


el desarrollo del enfoque de la construcción social de los movimientos
sociales y la protesta. Dado que las creencias que se forman y transfor-
man en el proceso de construcción de significado en cada uno de estos
niveles son colectivas, mi punto de partida consistirá en una discusión
general de tales creencias antes de proceder a una exposición más espe-
cífica de dicho enfoque.

Las creencias colectivas

Los analistas que siguen la perspectiva de la construcción hacen hin-


capié en el hecho de que la interpretación de los acontecimientos, comuni-
caciones e información se realiza en el contexto de relaciones interperso-
nales. Las creencias que se forman en esta interacción son forzosamente
creencias compartidas o colectivas (Hewstone, 1989), y por ello tienen una
existencia independiente de los sujetos concretos. Los entornos sociales
comprenden no sólo relaciones interpersonales más o menos estructura-
das, sino también un conjunto de creencias colectivas con las que se en-
cuentran los individuos a la hora de entrar a formar parte de los mismos.
Los individuos nacen en comunidades caracterizadas por un conjunto de
creencias colectivas, o son integrados en ellas. Antes de dirigir nuestra
atención al tema de la construcción social de la protesta, podría ser clarifi-
cador responder a dos preguntas sobre la naturaleza de las creencias colec-
tivas y sobre cómo se constituyen y transforman.
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En los trabajos sobre este tema encontramos varios términos que
se refieren a las creencias colectivas, todos los cuales están en cierto
modo relacionados con el concepto de representaciones colectivas en
Durkheim. Moscovici (1984) propone el concepto de «representaciones
.,i sociales» y, a pesar de que nunca las define, podemos deducir de sus tra-
'
bajos que deben considerarse como un universo socialmente determina-
do de opiniones o creencias sobre el entorno social o material.
Wildemeersch y Leirman (1988) adoptan la noción de «mundo-vida» de
Habermas, es decir, «un marco de referencia que da significado a las as-
piraciones y acciones de las personas. (Un conjunto de) perspectivas
que se dan por supuestas, se transmiten culturalmente y se organizan
por medio de la comunicación» (p. 19). Oberschall (1989) usa la expre-
sión «mundo-pensamiento», que consiste en «Una estructura de clasifi-

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..,
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caciones y distinciones a través de la cual la información se sit*a en un


marco de referencia, se procesa y se presenta nuevamente disponible en
conjuntos de significados estructurados para el pensamiento y la ac-
ción ... Un mundo-pensamiento crea un entramado común en el cual la
comunicación entre los miembros de la especie humana se hace posi-
ble» (p. 13).
Llámense representaciones colectivas, mundos-vida o mundos-
pensamiento, las creencias colectivas comparten el hecho de que tienen
un origen social, son compartidas y como consecuencia de ello llegan a
constituirse en una parte de la vida social misma (Jaspars y Fraser, 1984).
Precisamente porque son compartidas, las creencias colectivas adquieren
una existencia separada de los individuos. Oberschall (1989), por ejem-
plo, sostiene que los mundos-pensamiento duran mucho tiempo: «más
que el lapso de vida de muchas organizaciones sociales, ( ... ) y más, mu-
cho más que las vidas de los individuos, que son más cortas, y que el sur-
gimiento y caída de los movimientos sociales» (p. 14).
Por todo ello, el rasgo decisivo de una creencia colectiva consiste
1
en que es compartida. El número de individuos que la comparte no es de-
cisivo para que la creencia sea colectiva o no. Estas últimas pueden ser
aprocesadas por dos individuos, por los miembros de un grupo o una or-
ganización, por los miembros de una sociedad o incluso de toda una cul-
tura. La característica de ser compartida tiene importantes consecuencias
para la transformación de las creencias colectivas, que son creadas en el
curso de la comunicación y la cooperación. Obviamente, no son creadas
por individuos aislados, s~no en las conversaciones que cotidianamente se
desarrollan en una sociedad -en bares, fiestas, salas de reuniones, com-
partimentos de tren y, en el mundo de hoy, por teléfono, como han obser-
vado Oliver (1989) y Walsh (1988)-. En el ámbito de estos círculos de
relaciones interpersonales que se encuentran habitados por familiares,
amigos y conocidos, los acontecimientos y la nueva información se discu-
ten, interpretan y comentan. Y mediante la categorización y el etiqueta-
do, lo extraño y dudoso se transforma en familiar (Moscovici, 1984, y
Oberschall, 1989).
Aquellos incidentes, información y acontecimientos que sean in-
consistentes con las creencias colectivas a las que un grupo se adhiere son
categorizados y etiquetados de forma que puedan situarse dentro del sis-
tema de creencias colectivas de ese grupo·.· Uria interesante ilustración de

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!
La construcción social de la protesta

este mecanismo es el estudio de Willoughby acerca del impacto del ipci-


dente del avión de línea coreano en las actitudes en favor de la paraliza-
ción de pruebas nucleares (1986). Tanto los que estaban a favor como los
que estaban en contra de la paralización seleccionaban e interpretaban
distintos aspectos del caso de forma que sirvieran de apoyo a su punto de
vista inicial. Gamson (1988) obtuvo resultados similares en su trabajo so-
bre el impacto de los incidentes nucleares en el discurso público. En otras
palabras: las creencias colectivas tienden a ser estables y persistir en el
tiempo. Esto tiene importantes consecuencias para los que intentan con-
vencer a un individuo para que cambie de opinión. En la medida en que
emisor y receptor de ese discurso comparten el mismo sistema de creen-
cias colectivas, es probable que el intento de persuasión consiga su come-
tido (Balain, 1988; y Jaspars y Fraser, 1984); en el caso contrario, la per-
suasión puede convertirse en una empresa casi imposible, como llegaron
a descubrir defensores y adversarios a la instalación de misiles de crucero
en Europa. Mientras que los segundos afirmaban que su despliegue sería
una amenaza para la paz, los primeros sostenían, por el contrario, que la
paz se vería amenazada si no se desplegaban. Y cinco años más tarde,
aparecieron las mismas posturas en un debate sobre el tema de si el
Tratado No Proliferación Nuclear podía aprobarse gracias a, o a pesar
de, las campañas de los movimientos por la paz contra los misiles de cru-
cero. En otras palabras, a no ser que de alguna manera se pueda asegurar
que un público se identifica con la percepción del mundo del que habla,
éste y el público darán significados distintos a sus argumentos.
De lo dicho hasta aquí se deriva que un público puede ser conven-
cido de algo si alguna se cumple una de las condiciones siguientes: el pú-
blico se adhiere al sistema de creencias colectivas del actor que trata de
convencerle; el persuasor consigue de manera que sus argumentos resul- 11

ten congruentes con las creencias colectivas del público; o bien el prime- i
ro logra transformar las creencias colectivas del público. Este razona-
.·. mierito es, por supuesto, similar al enfoque de la alineación de marcos de
· Snow y otros (1986), excepto en el argumento fundamental de que ni la
congruencia ni la transformación se dan entre individuos aislados. Las
creencias colectivas se desarrollan, expanden o transforman en la interac-
ción interpersonal, en la cual también se han formado con anterioridad.
Aunque las creencias colectivas tienden a la estabilidad, aquí no se
· afirma que no puedan cambiar. Dos aspectos fundamentales de la vida
social pueden producir cambios en las creencias colectivas. En primer lu-

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Bert Klandermans

gar, en todo grupo o sociedad existen creencias colectivas divergentes


que pueden competir por ser las dominantes o que se ven forzadas a
arreglarse entre sí. Usando las palabras de Gamson y Modigliani (1989),
las creencias colectivas se han de concebir dialécticamente, «no existe un
argumento sin su contrario» (p. 6). De modo similar, Oberschall (1989)
hace mención a «los mundos..:pensamiento y a los sistemas de significado
que difieren de los más extendidos en la cultura dominante y los grupos
dirigentes y que sobreviven en determinadas subculturas y enclaves so-
ciales y ecológicos viables» (p. 18). En segundo lugar y como afirma
Billig (1987), los seres humanos siempre han tenido la capacidad de con-
traargumentar. Toda moneda tiene dos caras; todo argumento tiene su
argumento contrario. Puesto que los individuos tienen esta básica capaci-
dad de objetar, siempre existirán miembros de una comunidad que se
desvíen de las creencias colectivas. Y a pesar de los mecanismos que neu-
tralizan la disidencia (Oberschall1989), estas personas llevan dentro de sí
la semillas de la transformación.
En otras palabras, las creencias se contestan, rechazan, reformulan
y defienden dentro y entre los grupos. Las actitudes y opiniones son justi-
ficaciones que se desarrollan en los debates que tienen lugar dentro del
grupo sobre temas polémicos, como Litton y Potter (1985) han demostra-
do en su estudio de los editoriales y los artículos de opinión de los perió-
dicos en torno a los disturbios de San Pablo en Bristol (GB); estos dos in-
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'.¡1 ,, vestigadores observaron que las explicaciones dadas de los disturbios se
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:¡¡ fueron construyendo gradualmente como negación de otras versiones al-
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ternativas. Los esquemas explicativos solían elaborarse desde el contras-
te con explicaciones alternativas presentadas como «equivocadas». Los
acontecimientos y debates pueden ir cambiando a lo largo del tiempo la
importancia relativa de los distintos sistemas de creencias colectivas,
como demuestran Gamson y Modigliani (1989) con su estudio de la in-
fluencia de los distintos paquetes ideológicos respecto a la energía nucle-
ar. El cambio en las circunstancias y los acontecimientos ~xternos hacen
que algunas creencias sean menos defendibles y sus defensores menos
creíbles. En consecuencia, el apoyo que la sociedad prestá a estas creen-
cias desaparece en favor de aquéllas con las que compiten. ·
Los acontecimientos importantes tienen un impacto sobre las
. creencias colectivas, pero siempre a través de los filtros de la interacción
.social como sucedió en el citado derribo del.avión de Jínea.coreano o en
el accidente de Chernobyl. Las personas se familiarizan con los nuevos

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La construcción social de la protesta

acontecimientos a través de su etiquetado y categorización. Por tanto, la


transformación de las creencias colectivas es un proceso que se desarro-
. 1 lla necesariamente de forma gradual, como sucede con el desarrollo del
conocimiento científico (Zeegers, 1988; Zeegers y Jansz, 1988). Los su-
cesos y circunstancias externas erosionaban las creencias existentes. Por
consiguiente, las definiciones subjetivas de la realidad y las creencias co-
lectivas no son complementarias. Las contradicciones que surgen entre
ellas exigen buscar nuevas soluciones. Esta búsqueda, una vez más, no
se realiza en el aislamiento. La comunicación por medio del diálogo es
el procedimiento para abordar aquellos acontecimientos y opiniones
que resultan amenazadoras, y un mecanismo necesario en este sentido
consiste en abrir el círculo de comunicación para encontrar nuevos in-
terlocutores que puedan contribuir a redefinir la situación (Wilde-
meersch y Leirman, 1988).
Las movilizaciones de protesta exigen una transformación de las
creencias colectivas y compartidas por sus actores sociales. Los párrafos
precedentes han dejado bien claro que esos cambios no se realizan fácil-
mente. Por todo ello, no debería resultar sorprendente que los actos de
protesta sean la excepción más que la regla. Sin embargo, lo que sí está
claro es que las protestas tienen lugar y que las creencias colectivas cam-
bian tanto antes de la protesta como a consecuencia de ella.

La construcción social de la protesta


Antes de seguir con nn análisis más detallado, me gustaría plantear
dos ejemplos de creencias colectivas que se transforman en el proceso de
construcción del significado de la protesta: sus reivindicaciones y expecta-
tivas de éxito (Klandermans, 1989b).
1 •
Reivindicaciones. Un importante aspecto de la construcción social
de la protesta es el desarrollo de un marco de injusticia ( Gamson y otros
1982; y Turner y Killian, 1987), por el cual ciertas situaciones llegan a de-
finirse como injustas y los agravios que suscitan se transforman en reivin-
dicaciones. Definir las raíces del problema, sugerir soluciones de tipo co-
lectivo con preferencia a las individuales y definir un antagonista son to-
dos ellos elementos cruciales en el proceso de interpretación de las rei-
l
1
vindicaciones (Gamson, 1989;.Snow y Benford, 1988). Tierney (1982) nos
da un ejemplo de esto en su trabajo sobre la creación del problema de las

195
Bert Klandermans

agresiones físicas a las esposas, al describir el proceso por el que,,en me-


nos de diez años, el pegar a la mujer se ha transformado «de asunto
de vergüenza y sufrimiento privados en objeto de preocupación pública»
(p. 209).
Expectativas de exito. En la abundante literatura sobre el tema de
la protesta se afirma que ésta se lleva a cabo en la creencia de que las rei-
vindicaciones pueden ser eliminadas a través de la acción: colectiva que
realizan los que están en contra de ella (Delgado, 1986; Ennis y Schreuer,
1987; Fantasia, 1988; Gamson, 1989; Martin, 1986; McAdam y otros,
1988; Oliver, 1989; Rule, 1988, 1989). En otro lugar (Klandermans, 1984)
he demostrado que las expectativas de éxito se pueden descomponer en
expectativas sobre : a) la eficacia de la acción colectiva; b) la eficacia de
la contribución de un individuo a ella, y e) el comportamiento de otros
individuos. Ninguna de estas expectativas se puede dar por supuesta;
cada una de ellas ha de ser construida socialmente, es decir, en interac-
ción con otros participantes potenciales en ella. Por ello, una acción co-
lectiva tiene algo que ver la profecía que «se cumple a sí misma»: cuanto
más convencidos estén los individuos del éxito que va a tener su acción
colectiva, mayor probabilidad de que se materialice una acción de masas,
y de que se produzca una respuesta por parte de las autoridades. La otra
cara de la moneda es la «ignorancia de la mayoría»: si ninguna pe.rsona
lleva a cabo una acción visible respecto a determinada cuestión, la pro-
!,;
testa colectiva parece inconcebible. Extendiendo este razonamiento a
otros campos, Rule (1989) sostiene que «que otros toman en serio una
causa, que con anterioridad podría haber ofrecido una posibilidad de
protesta estrictamente hipotética, puede hacer que los potenciales parti-
cipantes cambien su postura» (p.l54).
¿Cómo se producen transformaciones como las descritas en los pá-
rrafos anteriores? O, planteando la cuestión de una forma más general,
¿cómo tiene lugar la construcción social de la protesta? La respuesta a
esta pregunta depende del nivel de construcción de significado que consi-
deremos: a) el discurso público y la formación y transformación de los
identidades colectivas; b) la comunicación persuasiva de las organizacio-
nes de los movimientos, sus oponentes y las organizaciones de los contra-
movimientos, y e) la concienciación durante episodios de protesta. En
cada uno de estos niveles, el proceso de construcción de significado tiene
su dinámica propia. Podemos lle.gar q esta conclusión a partir del análisis
de los distintos grupos que participan en la acción. El discurso público y la

196
La construcción social de la protesta

formación y transformación de las identidades colectivas en principio con-


cierne a todos los miembros de la sociedad o bien a un sector específico
de la misma. La comunicación que tiene como meta la persuasión afecta
únicamente a aquellos individuos que constituyen su objetivo, y la con-
cienciación durante episodios de acción colectiva afecta sobre todo a los
que participan en la acción colectiva, aunque también pueden incidir en
los espectadores que simpatizan con ella. Las creencias colectivas se for-
man y transforman en todos los niveles, y sin embargo el primer nivel
afecta a procesos difusos de construcción de significado de una sociedad,
el segundo comprende los intentos deliberados de los actores para persua-
dir, y el tercero abarca las discusiones entre los participantes y expectado-
res de la acción colectiva. En cada uno de los niveles pueden tomar parte ·'
un número mayor o menor de individuos. Como se ha dicho más arriba, el
rasgo distintivo de la creencia colectiva es su naturaleza compartida, y no
el número de individuos que la comparte.

Los tres niveles no son independientes entre sí. El primero es el


más general y en él tienen lugar los procesos a largo plazo de formación y
transformación de las creencias colectivas. Aquí es donde se forman las
identidades colectivas que determinan los límites de las campañas de mo- ·
vilización. En el segundo nivel, los sectores en pugna tratan de movilizar
el consenso buscando un apoyo a su situación en las creencias colectivas
de distintos grupos sociales. La dificultad para alinear estos grupos será
mayor o menor en función de la discrepancia existente entre la definición
de la situación de un actor y las creencias colectivas (que se forman en el
discurso público) de su grupo de pertenencia. El tercer nivel afecta exclu-
sivamente a los individuos' que toman parte en un episodio de protesta
colectiva o que son simples observadores del mismo. En este .nivel pode-
mos encontrar individuos que cambian de parecer drásticamente como
consecuencia de la confrontación directa con sus oponentes y competido-
res. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que los activistas que
participan en un movimiento y los espectadores comparten desde un
principio al menos algunas creencias colectivas, y que lo más probable es
que tengan éxito los intentos de influirse mútuamente entre individuos
que comparten las mismas creencias colectivas, como se expuso antes.

La construcción social de la protesta puede considerarse como un


proceso acumulativo en el que cada uno de esos niveles pone las condi-
ciones para el siguiente. Hasta el momento, la literatura sobre los movi-

197
Bert Klandermans ·

mientas sociales no ha realizado una distinción sistemática entr~ esos tres


niveles del proceso. Por ejemplo, en el debate sobre los diferentes proce-
sos de creación de marcos de referencia, Snow y sus colegas no hacen
ninguna distinción entre dichos niveles cuando anp.lizan las diferentes ·
clases· de procesos de creación de marcos, desde la conexión de marcos
(frame bridging) hasta la transformación de marcos .dentro del mismo
contexto. Por otro lado, están los que estudian un determinado nivel del
proceso de construcción social y sostienen la superioridad de su propia
perspectiva, al tiempo que critican a otros académicos por estudiar un ni-
vel distinto y olvidar variables fundamentales (cf. Fantasía, 1988; Hirsch,
1990; Melucci, 1988; Schrager, 1985). Sin embargo, no existe ninguna ra-
zón para considerar que un nivel sea más significativo que otro, y menos
aún para calificar de más o menos importante una investigación en fun-
ción de que se centre en uno u otro nivel. Cada nivel puede y debe ser es-
tudiado por separado, ya que tiene un marco y dinár~:lica temporales que
le son propios, pero debemos ser conscientes de que el proceso de la
construcción social se realiza en los tres niveles.
El discurso público y la formación y transformación de las identi-
dades colectivas. Las cuestiones sociales se debaten en los campos de la
acción y el discurso público (Gamson y Modigliani, 1987; Hilgartner y
Bosk, 1988; Rucht, 1988). Jenson (1987) afirmaba que para que un pro-
blema se convierta en el motor de una protesta necesita tener acceso al
espacio del discurso público, cosa que -en su opinión- el movimiento
feminista fue capaz de realizar. La misma cuestión puede estar en progra-
mas y reivindicaciones diferentes que deben competir entre sí para ganar
la atención dentro de iin campo específico. Por ejemplo, la seguridad de
las plantas de energía nuclear fue objeto de debate entre los físicos nucle-
ares mucho. antes de que se convirtiera en un problema para los políticos,
y en la Europa de los años ochenta el problema de la energía nuclear
perdió su importancia al entrar en competencia con la cuestión de las ar-
mas nucleares.
En el discurso público los argumentos se desarrollan en respuesta a
contraatgumentos, nueva información y nuevos acontecimientos. El dis-
curso de los medios de comunicación se ha convertido en un elemento
fundamental en este contexto. Aunque ese discurso varía en función de
la importancia que los periodistas conceden a los acontecimientos, el
contenido del debate se desarrolla a lo largo del tiempo, como muestran
Gamson yModigliani (1987) en su estudio del discurso de dichos medios

198
La construcción social de la protesta

sobre la energía nuclear. Mazur (1981) describió la evolución de ~a cues-


tión de la energía nuclear mostrando que el debate inicial entre los ex-
pertos -a favor y en contra- fue recogido por los periódicos en res-
puesta al aumento de la conciencia general sobre las cuestiones del me-
dio ambiente. La creciente atención prestada por esos medios creó un cli-
ma que favoreció un mayor apoyo para el movimiento antinuclear. Esto
hizo posible que se movilizara una oposición más numerosa, lo cual gro-
dujo más cobertura en los medios de comunicación y así sucesivamente.
A lo largo del tiempo, esta clase de procesos puede producir cambios
substanciales en la opinión pública, como han mostrado tanto Gamson y
Modigliani (1989) como Mazur (1988). Aunque ese cambio es acelerado
por accidentes como los de Three Mile Island y Chernobyl, es evidente
en ambos estudios que esos acontecimientos pudieron actuar en este sen-
tido solamente en el contexto de un clima de opinión ya favorable, y algo
parecido se puede decir en torno al tema de las armas nucleares (Ro-
chon, 1988; Schennink, 1988).
Las organizaciones de los movimientos sociales por sí mismas pue-
den ejercer un profundo impacto en el discurso de los mass media -al si-
tuar los asuntos en unos marcos de referencia, definir las reivindicaciones
y poner en escena acciones colectivas que llaman la atención de los me-
dios de comunicación. Sin embargo, el mensaje de los movimientos suele
ser sesgado por los medios de comunicación en un sentido que no siem-
pre es favorable al movimiento (Gitlin, 1980). Son objeto de esta clase de
influencia no sólo la interpretación de las reivindicaciones de un movi-
miento sino también sus expectativas de éxito. El conocimiento de las ac-
ciones que otros han realizado con éxito puede cambiar un estado de áni-
mo caracterizado por la desesperación en otro cargado de esperanza, y
motivar así una nueva acción colectiva (Delgado, 1986; McCarthy y
Harvey, 1989; Oliver, 1989; Rule, 1989). Según Tarrow (1989a) éste es el
€·'· ._. mecanismo más importante en la producción del momento álgido en un
ciclo de protesta.
En los párrafos anteriores se ha discutido el discurso público de
los medios de comunicación de masas. La misma importancia para ese
discurso tienen los individuos que procesan la información transmitida
por los medios. Como se ha expuesto antes, la información no se proce-
sa por individuos aislados sino en la interacción con otras personas en
círculos informales, grupos primarios y redes unidas por relaciones de
amistad. Mucho de lo que sucede en estas redes guarda relación con la

199
Bert Klandermans

formación del consenso (Klandermans, 1988). La gente tiende,a dar va-


lidez a la información comparando y discutiendo sus propias interpreta-.
ciones con las de sus otros significativos (Festinger, 1954); sobre todo
cuando se trata de información compleja. La gente prefiere comparar
sus opiniones con las de los individuos que .comparten su misma opi-
nión. Por regla general, el conjunto de individuos que interactúan en las
redes sociales de las que uno forma parte -especialmente las redes de
amistad- es relativamente homogéneo y compuesto de gente no muy
diferente a uno mismo. Estos procesos de comparación social producen
definiciones colectivas de la situación. La existencia de una identidad
colectiva o social es fundamental para esta clase de interacción, la auto-
definición del individuo en términos de su pertenencia a un grupo -o
de su categoría en él (Hewstone y otros, 1982). Puesto que se identifi-
can con un grupo o con una de sus categorías, los individuos están dis-
puestos a adoptar las creencias y normas que definen esas categorías
(Turner, 1982). La difusión de la conciencia feminista puede servir
como ilustración. Klein (1987) describe los dramáticos cambios en la di-
visión sexual del trabajo que proporcionaron a las mujeres una nueva
identidad social de «mujeres como trabajadoras» más que de «mujeres
como madres». Esta nueva identidad no llevó automáticamente a un ac-
tivismo político, pero creó nuevos baremos de comparación social que
generaron la creencia de que esa categoría social había sido tratada de
una manera injusta, y ésto fue un motor para el activismo político. En
su descripción de las primeras etapas del movimiento holandés por la
paz, Schennink (1988) demuestra que en los años setenta se desarrolló
una red de grupos relacionados con la Iglesia y constituidos por miem-
1 '
bros de ésta, que empezaron a definirse a sí mismos progresivamente
como miembros del movimiento por la paz. Esta red llegó a desempe-
ñar un papel crucial durante las movilizaciones de masas de los años
ochenta.

Por ello, el discurso público implica una influencia recíproca del


discurso de los medios de comunicación y una interacción interpersonal
en la cual las creencias y las identidades colectivas existentes desempe-
ñan un papel fundamental. Aunque los medios de comunicación de ma-
sas son de vital importancia a la hora de enmarcar los argumentos y
contraargumentos del discurso público, la verdadera formación y trans-
formación de las creencias colectivas tiene lugar en la interacción ínter-
personal dentro de los grupos y categorías soéiales con las cuales se

200
~--·-·--

La construcción social de la protesta

identifican los individuos. Estos pueden ser pequeños grupos de indivi-


duos que interactúan en la vida cotidiana (colegas, amigos, personas
que comparten el uso de sus automóviles particulares), pero también
·.categorías sociales más amplias a las que pertenecen los individuos
(blancos, trabajadores, granjeros, europeos, afiliados a los sindicatos).
·Los argumentos y contraargumentos que destacan los medios de comu-
nica:ción pueden tener más o menos resonancia en estos grupos en fun-
ción de sus creencias colectivas preexistentes. Ocasionalmente, el dis-
curso público puede destacar la pertenencia a un grupo o categoría de-
terminada; por ejemplo, un debate sobre los impuestos de tráfico puede
reforzar la identidad colectiva de los conductores. En la medida en que
las creencias de un individuo coinciden con un elemento del discurso
público, el individuo se identificará con ese elemento y adoptará aque-
llas que pasarán a ser parte de las creencias colectivas de un grupo.

La comunicación persuasiva de las organizaciones de los movi-


mientos, de sus oponentes y de las organizaciones de los contramovimien-
tos. La construcción social de la protesta se desarrolla en el contexto de
las campañas de movilización y contramovilización cuando los diferen-
tes actores de un conflicto social tratan de persuadir a los ciudadanos
concretos para que tomen un partido determinado. De manera diferen-
te a lo que sucede con la formación y transformación de las identidades
colectivas, este nivel se refiere a los esfuerzos deliberados por influir en
las creencias de las personas. Las organizaciones de los movimientos,
sus oponentes y las organizaciones de los contramovimientos tratan por
igual de convencer a los individuos
\
particulares de que tienen toda la
razón. Los organizadores de los movimientos son «factores de recons-
trucción social», por citar a Delgado (1986, p. 76), construyen un punto
de vista alternativo de la realidad social. Esta dimensión de la protesta
se manifiesta de variadas formas, como declaraciones oficiales, material
impreso, encuentros que tienen por objetivo la persuasión, debates con
las organizaciones competidoras, con los oponentes y con las organiza-
Ciones de los contramovimientos. Sin embargo, la construcción social
de la protesta tiene un aspecto mucho menos visible. Al igual que suce-
de con el discurso de los medios de comunicación de masas, la comuni-
cación persuasiva no es procesada por individuos que viven aislados,
sino que supone intercambios interpersonales. Los individuos que están
en el punto de mira de una campaña comentan sus contenidos con la
gente de sU entorno; y, de este modo, son contrastados con las creencias ·

201
.. ·""'r

Bert Klandermans

colectivas de los grupos y categorías con los que se identifica e~ indivi-


duo. De nuestra discusión anterior se puede deducir que los esfuerzos
de un actor serán tanto más exitosos cuanto mayor sea la capacidad de
hacer referencia a las creencias colectivas de las personas a las que trata
de convencer. Sin embargo, aunque es probable que el actor sienta que
sus argumentos pueden encontrar apoyo en las creencias colectivas de un
grupo, de todos modos no es el actor sino los miembros del grupo los que
deciden sobre esto en su interacción. Este aspecto de la movilización del
consenso no sólo es difícil de observar desde el exterior, también es mu-
cho menos controlable por el actor. Y el resultado más plausible de ello
es que sólo se persuade a aquellos individuos que ya comparten al menos
algunas de las creencias colectivas con las que se identifica un actor
como, por ejemplo, se demostró en el estudio de Di Giacomo sobre una
protesta estudiantil en una universidad flamenca (1980).

El alineamiento de marcos (Snow y otros, 1986; Snow y Ben-


ford, 1988) y la movilización del consenso (Klandermans, 1984 y 1988)
son los dos conceptos propuestos para conceptualizar la comunicación
persuasiva de las organizaciones de los movimientos. Aunque se destina-
ban al análisis de las campañas de persuasión de un movimiento social,
también pueden aplicarse a las campañas de los contrarios y a las organi-
zaciones del contramovimiento. De lo antes expuesto resulta claro -de
hecho, lo mismo sugieren Snow y otros- (1986)- que la conexión entre
los marcos de referencia es la vía más importante para el alineamiento
entre individuos y organizaciones. Nos podríamos preguntar si existe
otro camino en este sentido. Efectivamente, es bastante difícil mantener
dentro de la causa a los primeros simpatizantes a pesar de la corriente de
contraargumentos que suele producirse. Aunque la polarización entre .
distintos sectores tiene un efecto homogeneizador en las creencias de
cada uno (Mueller, 1990), también incrementa la disonancia cognitiva de
los individuos que se sitúan en esos grupos (Bolee, Maio y Muzzio, 1986).
En un reciente trabajo sobre la disminución del apoyo durante las cam-
pañas de movilización, Klandermans y Oegema (1990) han demostrado
que los partidarios del movimiento pacifista que se identificaban con
aquellos partidos políticos contrarios a este movimiento cayeron bajo el
fuego cruzado de sectores opuestos, y en muchos casos retiraron su apo-
yo a este movimiento. No es infrecuente que sea la misma campaña del
movimiento la que evoque los contraargumentos que hacen que algunos
de los simpatizantes iniciales cambien de parecer, como se manifiesta en

202
La construcción social de la protesta

la discusión de Mansbridge sobre la lucha a favor y en contra de ERA


(1986) y en el análisis de los movimientos feminista y antifeminista reali-
zado por Chafetz y Dwokin (1987a y b ).
La movilización del consenso trata entre otras cosas de fines y me-
dios, y en buena parte depende del modo en que se enmarcan los fines y
los medios de la protesta. Las reacciones que un individuo experimenta
ante los fines de una protesta no sólo dependen del contenido de sus rei-
vindicaciones, sino también del modo en que esas demandas son simbo-
lizadas o presentadas al público (Conover y Gray, 1983). En consecuen-
cia, los objetivos de la campaña realizada por un movimiento se identifi-
can con el esfuerzo por impedir .que suceda un mal colectivo más que
con el de producir un bien para todos (Mitchell, 1984); los éxitos del pa-
sado se recuerdan bien (Waddington, 1986); y se usan símbolos de con-
densación en lugar de símbolos de referencia para definir los problemas
a debate público (Edelman, 1964). El hecho de identificarse con una
causa no significa necesariamente que los individuos tomen parte en una
acción de protesta. La razón es que las actividades de protesta tienen
metas concretas, y no se puede dar por supuesto que los potenciales par-
ticipantes consideren que esas metas están relacionadas con sus insatis-
facciones y aspiraciones. Tampoco se puede suponer que la gente piense
que la participación en el movimiento sea eficaz. Los fines y los medios
de la protesta tienen que ser legitimados y éste es el reto al que ha de
hacer frente la organización de un movimiento a la hora de movilizar el
consenso. Estas legitimaciones se generan en la confrontación con orga-
nizaciones rivales, oponentes y contramovimientos (Chafetz y Dworkin,
1987a y b; Conover y Gray, 1983; Mansbridge, 1986; Mueller, 1990). La
credibilidad diferencial determina el impacto de las diversas fuentes de
información (Klandermans, 1988; Thorne, 1975). Naturalmente, la gente
confiere mayor credibilidad a los grupos y organizaciones con los que se
identifica que a aquellos con los que no se identifica. En consecuencia,
en muchas ocasiones se puede decir que la movilización para el consen-
so consiste en predicar al que ya se ha convertido a la causa.
En resumen, la movilización del consenso es una cuestión de políti-
ca simbólica, es decir, una lucha por ver de quién proviene la definición ~
simbólica de la situación que prevalece (Edelman, 1964). Paralela a esta
lucha se desarrolla la construcción social de significado: las cuestiones a
debate público se vuelven a definir y los medios, la acción y sus resulta-
dos se evalúan de nuevo; las organizaciones del movimiento social, sus

203
Bert Klandermans

oponentes y las del contramovimiento pierden credibilidad; sus qeencias


e ideologías son puestas en tela de juicio o refutadas, y las organizaciones
rivales son presentadas como poco fiables.
La concienciación durante episodios de protesta. El proceso de
construcción social no se pue4e dar por acabado una vez que los indivi-
duos deciden, por la razón que sea, adherirse a una acción colectiva. Muy
, al contrario, la participación en ella parece asociada a una «explosión de
conciencia» (Mann, 1973). En su estudio sobre el Movimiento por la
Libertad de Expresión en Berkeley, Heirich (1968) mostró de forma con-
vincente que durante la «espiral del conflicto» que se desarrolló tuvo lu-
gar una genuina reconstrucción de la realidad social. Los organizadores
de las campañas saben que durante los episodios de acción colectiva la
concienciación de los participantes experimenta un aumento considera-
ble y que algunas organizaciones de base usan las movilizaciones para
crear consenso. El modelo ACORN, por ejemplo, capitaliza el impacto
de las acciones colectivas coronadas por el éxito «para sumar desde su
inicio la habilidad de la gente para cambiar su realidad social a través de
la acción colectiva» (Delgado, 1986, p. 85). Pero incluso cuando los orga-
nizadores no aprovechan la acción colectiva para concienciar a los indivi-
duos, el simple hecho de participar en ella tiene una tremenda influencia
en las creencias de la gente. Por ejemplo, Walsh (1988) manifestó que la
asistencia a un mitin, audiencia o reunión pública poco después del acci-
dente de «Three Mile Island» fue un factor clave a la hora de determinar
quiénes se convertirían en activistas del movimiento antinuclear. El im-
pacto de la acción colectiva en la concienciación de la gente no se limita
necesariamente a los que participan en los movimientos. También los
simpatizantes pueden ser afectados de forma similar. White (1989), por
ejemplo, descubrió que ver cómo el Estado reprimía las manifestaciones
para muchos irlandeses fue un motivo suficiente para prestar su apoyo al
Ejército Republicano Irlandés. Está claro que tal impacto supone simpa-
tía con el actor colectivo, como lo demostró Reicher (1984) en su análisis
de los disturbios de St. Paul. La concienciación sólo se produjo entre los
espectadores que se identificaron con las grupos étnicos involucrados en
los disturbios.
Hirsch (1986 y 1990) y Fantasía (1988) consideran hacen de la con-
cienciación durante episodios concretos de acción el núcleo de su aproxi-
mación al estudio de la acción colectiva. No es accidental que la solidari-
dad sea un concepto central en el trabajo de estos autores -un concepto

204
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La construcción social de la protesta

que usan para hundir a la identidad colectiva que se desarrollaba en el


curso de las movilizaciones por ellos descritas. Del trabajo de estos dos
autores se deduce claramente que muchos participantes solidarios inicial-
mente no estaban dispuestos a participar o eran simples viandantes,
como afirma el estudio de Hirsch sobre la protesta en la Universidad de
Columbia. Sin embargo, ambos autores subrayan que la acción colectiva
sólO incrementa la solidaridad sobre la base de creencias colectivas pre-
viamente existentes. En la Universidad de Columbia, varios años de mo-
vilización del consenso promovida por un grupo llamado «Coalición por
una Suráfrica Libre» puso las bases de una protesta que tuvo mucho éxi-
to (Hirsch, 1990). Asimismo, la identificación con los grupos de trabajo
existentes dentro de las empresas que Fantasía investigó, proporcionó las
bases para las «culturas de solidaridad» que se desarrollaron durante las
movilizaciones que él describe (1988).
Estos dos autores muestran que el dilema de la participación en
una acción colectiva se resuelve durante las movilizaciones. En el lu-
gar donde se lleva a cabo la protesta, todos los implicados en ella ven
la cantidad de gente que está dispuesta a tomar parte en la misma. Si
son muchos los que se manifiestan, las posibilidades de éxito son ma-
yores: la constatación de fuerza colectiva anima a la gente menos com-
prometida. Esta observación sirve para recalcar la afirmación de Rule
(1989) de que «el hecho de presenciar formas de acción que anterior-
mente se tenían por inconcebibles, o de ver que otros consideran la
posibilidad de esa acción seriamente, crea una nueva disposición para
actuar» (p. 157).
1
Los episodios de una acción colectiva tienen un efecto duradero
en las personas que toman parte en ella. En los primeros se forman y
transforman las identidades colectivas. El éxito de la huelga salvaje en
una de las empresas que Fantasía investigó (1988), creó una nueva iden-
tidad colectiva incorporando nuevas personas que acababan de tomar
parte en ella. Los habitantes de la zona próxima a lugar conocido como
«Three Mile Island» que acudieron a la manifestación de Washington
volvieron a casa más militantes y conscientes de ser parte de un movi-
miento de protesta de mayores dimensiones (Walsh, 1988). Los partici-
pantes en la primera manifestación del movimiento por la paz holandés.
-que en su mayor parte era la primera vez que tomaban parte en un
acto así- se formaron una nueva identidad colectiva como partidarios
del movimiento por la paz, y casi sin excepción volvieron a tomar parte

205
Bert Klandermans

en la segunda manifestación (Klandermans y otros 1988). La escasa in-


vestigación que se ha realizado sobre las consecuencias biográficas del
activismo sugiere que estas identidades recién formadas todavía siguen
vigentes después de muchos años (McAdam, 1989), la cual refuerza el
proceso más general de la construcción del significado: la formación y
transformación de las identidades colectivas.
La construcción social de la protesta se produce en diferentes ni-
veles y etapas: a) Los individuos nacen en entornos sociales donde hay
creencias colectivas que describen e interpretan el mundo, son socializa-
dos en grupos y organizaciones que comparten un conjunto de creencias
y entran a formar parte de grupos que tienen sus propias identidades co-
lectivas; b) las organizaciones de movimiento, sus oponentes y las del
contramovimiento tratan de persuadir a los individuos para que vean el
mundo como ellos y sus intentos de persuasión serán más o menos exito-
sos en función de que sus argumentos se puedan apoyar en creencias o
identidades ya existentes. Puesto que esas creencias son compartidas por
los grupos y categorías sociales con las que se identifican los individuos,
este aspecto clave en todo movimiento se plantea en la interacción ínter-
personal dentro de estos grupos o categorías; e) una vez que los indivi-
duos toman parte en una manifestación su visión del mundo puede cam-
biar radicalmente. Basándose en las creencias ya compartidas, estas per-
sonas desarrollan nuevas identidades colectivas como participantes en
una misma acción.
La construcción social de la protesta tiene lugar en el interior de
los grupos y categorías socia\es y dentro de redes sociales. El vehículo es-
tructural de la construcción del significado puede concebirse como un es-
pacio multiorganizativo y la sección siguiente se ocupa de este tema.

Los campos pluriorganizativos

Aunque ya lo he mencionado varias veces, permítanme reiterar


que las creencias e identidades pueden ser compartidas por un número o
grupo de individuos indeterminado. Al nivel más general, los individuos
pueden ser clasificados en base a categorías estructurales como la clase,
género, raza, religión, etnia, nación, etc., y en la medida en que se iden-
tifican con estas categorías, llegan a compartir creencias con las persa-

206
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La construcción social de la protesta

1 nas que pertenecen a la misma categoría. Los individuos que pa&an de


una categoría social a otra -como los conversos (Robbins, 1988) o in-
1 migrantes (Oberschall, 1989)- experimentan la fuerza de la nueva iden-
1
tidad colectiva porque deben familiarizarse con las creencias de la cate-
f
goría a la que acaban de acceder. Sin embargo, aunque las categorías
macroestructurales como las que acabamos de citar tienen una poderosa
influencia, por sí mismas no determinan las creencias de los individuos.
Si reconocemos que éstos pueden clasificarse con arreglo a cada una de
estas categorías, y que no existe razón inherente a una categoría social
que explique por qué un individuo se identifica con ella y no con otra,
estará claro que necesitamos factores adicionales para explicar la identi-
ficación social.
A un nivel más específico, los individuos pertenecen a asociaciones
y organizaciones (iglesias, organizaciones laborales, clubs de ocio, asocia-
ciones de vecinos, organizaciones de estudiantes, sindicatos, etc.) y gru-
pos (amigos, colegas, vecinos, grupos deportivos, compañeros de habita-
ción, etc.) con los cuales se identifican. N o es extraño encontrar a estas
organizaciones y grupos divididos en función de una categorización social
(raza, género, religión, etnia) que refuerza la identificación con esos gru-
pos. Sugerimos aquí que estos colectivos -especialmente grupos prima-
rios (Rosenthal y Schwartz 1989)- y organizaciones desempeñan un pa-
pel crucial en la construcción social de la protesta. Al proponer el térmi-
no de catnet (fusión de los términos categoría category y red-net-work)
para aludir a la relación existente entre una categoría social y una identi-
dad colectiva, Tilly (1978) se refería también a las redes sociales como la
base estructural necesaria' para que la primera produzca la segunda.
Estas redes -ya sean subculturales (Oberschall, 1989) o contraculturales
(Kriesi, 1988)- están la mayor parte de las veces sumergidas en la vida
cotidiana, pero se hacen visibles cuando se producen movilizaciones
(Melucci, 1989). Como la prueba del tornasol, las campañas de moviliza-
ción y contramovilización sacan a la luz estructuras que habrían perma-
necido invisibles sin tales campañas.
En este caso la cuestión consiste en saber por qué estas estructu-
ras sumergidas llegan a comprometerse en una lucha potítica. Básica-
mente, la respuesta es que son cooptados por una de las partes en el con-
flicto (Freeman, 1979) o ellas mismas entran en conflicto con una política
pública (Melucci, 1989; Reicher, 1984). En otro lugar (Klandermans,
1989b y 1990a) he propuesto el concepto de campos pluriorganizativos

207
·~¡··!··
'.

Bert Klandermans

como un marco conceptual para estudiar los soportes estructurales pe la


construcción social de la protesta.
Curtís y Zurcher (1973, p. 53, subrayado original) dan la siguiente
descripción: «El concepto de "campo pluriorganizativo" sugiere que las
organizaciones existentes en una comunidad tienden a formar un sistema
ordenado, coordinado. Los procesos interorganizativos que tienen lugar
en este espacio pueden ser identificados a dos niveles, que conceptual-
mente se superponen: el nivel organizativo, donde las redes se establecen
mediante actividades, personal, consejos de administración, clientes, re-
cursos, etc., compartidos, y el nivel individual, donde las redes se estable-
cen mediante las afiliaciones múltiples de los miembros.»
Las organizaciones de un movimiento forman parte del espacio
pluriorganizativo en una comunidad. Podemos definir el campo plurior-
ganizativo de una organización del movimiento como el total de organi-
zaciones posibles con las que la primera puede establecer relaciones es-
pecíficas. Hasta hace poco, la literatura sobre los movimientos sociales
se ha centrado principalmente en el apoyo que una organización de mo-
vimiento social recibe de sectores pertenecientes a ese campo
(Fernández y McAdam, 1989; Jenkins y Eckert, 1986; Jenkins y Perrow,
1977; McAdam, 1982; Morris, 1984). Por lo general, causa sorpresa la es-
casa atención de la literatura sobre el hecho de que los campos plurior-
ganizativos no necesariamente prestan apoyo al movimiento. De hecho,
siempre habrá parte del espacio multiorganizativo de una organización
de movimiento que contiene oponentes al mismo.
. \
En otras palabras, el espacio multiorganizativo de una organiza-
ción de movimiento tiene sectores a favor y sectores en contra. Podemos
describir ambos como: 1) el sistema de alianzas de la organización de un
movimiento, consistente en grupos y organizaciones que apoyan a la or-
ganización, y 2) su sistema de conflicto, formado por los representantes y
aliados de los sistemas políticos a los que se ataca, incluidas las organiza-
ciones de contramovimiento (Kriesi, 1985). Los límites entre los dos sis-
temas son poco definidos y pueden cambiar en el curso de los aconteci-
mientos. Las organizaciones específicas que tratan de permanecer al
margen de la controversia pueden verse forzadas a tomar partido. Las
distintas partes del sistema político (partidos políticos, élites; institucio-
nes gubernamentales) pueden unirse a las organizaciones de los movi-
mientos sociales y entrar en el sistema de alianza. Las coaliciones pueden

208
La construcción social de la protesta

romperse y los que antes fueron aliados pueden llegar a formar parte del
sistema de conflicto.
Los sistemas de alianza sirven para apoyar a las organizaciones del
movimiento social proporcionándoles recursos y creando oportunidades
políticas; los sistemas de conflicto agotan los recursos y restringen las
oportunidades. Las distintas organizaciones de los movimientos sociales
tienen sistemas de conflicto y alianza diferentes pero coinCidentes entre
sí. La mayor coincidencia se dará entre organizaciones del mismo tipo
de movimiento social (del movimiento de las mujeres, del movimiento
ecologista, etc.). Pero las organizaciones de la misma clase de movimien-
tos también tendrán sistemas superpuestos de conflicto y alianza.
Muchos activistas del movimiento pacifista, por ejemplo, estuvieron
también comprometidos con el movimiento de las mujeres o el ecologis-
ta (Kriesi, 1987). La línea divisoria entre los sistemas de alianza y con-
flicto de un movimiento pueden coincidir con otras divisiones, como las
creadas por la clase social, las divisiones étnicas o la afiliación política.
La estructura específica de un campo multiorganizativo variará en
función del tiempo, la clase de movimiento y la situación. La parte del
campo comprometida con uno de los dos sistemas de alianza o conflicto
aumenta o disminuye. en función de los ciclos de protesta. En sus puntos
álgidos, casi todas las organizaciones se situarán en uno de ellos; en los
períodos de declive, no pertenecerán a ninguno de ellos.
Aunque otras organizaciones de movimiento constituyan la mayor
parte del sistema de alianz,as de la organización de un movimiento social,
cualquier clase de organización, casi sin excepción, puede llegar a formar
parte de un sistema de alianza: los partidos políticos, sindicatos, iglesias,
organizaciones recreativas, juveniles, de estudiantes, organizaciones tra-
dicionales y modernas de mujeres, conservacionistas de la naturaleza, de
consumidores, comunitarias, y a veces incluso instituciones gubernamen-
tales. Por ejemplo, junto con otras organizaciones el sistema de alianzas
del movimiento pacifista holandés estaba formado por partidos políticos,
sindicatos, iglesias, y una variedad de organizaciones locales de bienestar
social, de vecinos y especializadas (juventud, tercera edad, mujeres)
(Klandermans, 1990a; Kriesi, 1987). Por otro lado, la composición de los
sistemas de alianza cambia en el curso del ciclo, como lo muestra la in-
. vestigación de Tarrow (1989a) sobre el ciclo italiano de protesta de los
años sesenta y setenta. Aunque los actores tradicionales e institucionales

209
Bert Klandermans

estuvieron ausentes en las fases iniciales del ciclo, estos actore~ se unie-
ron a la protesta en la cresta del ciclo, ya fuera para encauzarla hacia di-
recciones más moderadas o para utilizar la presión política acumulada en
la promoción de sus propios intereses. En el declive de este ciclo, el siste-
ma de alianzas se desintegró rápidamente, las organizaciones radicales se
hicieron más dominantes, y al final el sistema de alianzas quedó reducido
a una red de políticos radicales (Delia Porta y Tarrow, 1986). De impor-
tancia capital para el sistema de conflicto son las organizaciones e institu-
ciones contra las que se dirige la protesta: las instituciones gubernamen-
tales, las organizaciones de empleadores, de negocios, élites, partidos po-
líticos, etc. Pero, igual que el sistema de alianzas de una organización de
movimiento social está abierto a toda clase de organización aliada, así
también el sistema de conflicto de una organización de movimiento pue-
de admitir cualquier tipo de organización adversaria. Ocasionalmente,
las acciones de la misma organización de movimiento empujan a otras or-
ganizaciones e instituciones hacia el conflicto. Las acciones de protesta
tienen inevitablemente efectos indirectos que perjudican a gente que no
es objetivo de la movilización. En consecuencia, esta gente se puede aliar
con los adversarios de la organización del movimiento social.
Mucho antes de que una controversia se convierta en un conflicto
abierto y de que los que contestan el orden instituido entren en el esce-
nario, el discurso público ha producido sectores dentro de la sociedad en
los cuales se han tomado determinadas posturas. Por ello, los individuos,
grupos y orgal).izaciones pueden ser clasificados por su actitud respeCto a
la cuestión en juego: a favor, en contra, o indiferente -motivado por in-
tereses particulares, por afinidades ideológicas, etc.-. Los líderes de opi-
nión, los medios de comunicación y los portavoces, así como las opinio-
nes tendenciosas desempeñan su papel a este respecto. Las opiniones so-
bre estas cuestiones se desarrollan dentro de las subculturas de grupos de
individuos que ya comparten ciertas ideas y acuerdos. De ellas procede el
diseño inicial del campo organizativo de todo grupo disidente. Las orga-
nizaciones, grupos, medios de comunicación e individuos se manifiestan
como contrarios, favorables o indiferentes hacia las cuestiones suscitadas.
Los nuevos acontecimientos e informaciones se difunden y procesan se-
gún los criterios ya trazados por los grupos que constituyen el campo or-
ganizativo de un movimiento.
En esta situación, la comunicación persuasiva de un grupo disiden-
te tiene eco en primer lugar entre sectores donde ya existe alguna simpa-

210
La construcción social de la protesta

tía o afinidad con las opiniones de ese grupo. Muchas campañas de per-
suasión nunca llegan más allá. En efecto, como Oliver y Marwell (1988)
afirmaban no existe razón alguna para que los organizadores vayan más
allá de estos límites si es que consiguen sus metas. Estos autores defien-
.;~
den que el organizador habitual tratará primeramente de movilizar a la
gente que conoce y ya simpatiza con la causa. Si ello es suficiente para
cumplir los objetivos, no hay motivo para ir más lejos. En cierto modo,
los mensajes llegan a sus destinatarios dentro de las redes de una subcul-
tura sin la necesidad de la persuasión de un disidente. Así, Kriesi (1987)
sugirió que las redes contraculturales en algunas zonas de Holanda ~ran
tan densas y tan favorables al mensaje del movimiento por la paz, que
este mensaje se difundió en esas redes sin que la organización tuviera
que hacer un gran esfuerzo.

Es importante comprender que durante una campaña la comunica-


ción no se dirige exclusivamente a los potenciales militantes, y al menos
una parte se orienta hacia los adversarios del movimiento. Un porcentaje
sustancial de los argumentos de un disidente se desarrollan desde la inter-
acción con sus oponentes (Mansbridge, 1986; Mueller 1990) y la dinámica
«nosotros» contra «ellos» tiende a desarrollarse. Mansbridge (1986) des-
cribe este proceso, frecuentemente discutido en la literatura sobre las re-
laciones intergrupales (Tajfel, 1978), en relación a los defensores y adver-
sarios de ERA: «Construir una organización sobre unos principios, cuan-
do el mundo se niega a seguirlos, produce un sentimiento profundo de la
clase "nosotros contra ellos"; cuando dos movimientos luchan entre sí, la
realidad proporcionará m\lchas tentaciones para ver a la oposición como
la encarnación del mal.» (p. 179). Organizaciones como las de los movi-
mientos sociales, que se basan en voluntarios, pueden fácilmente verse
metidas en tales dinámicas de pertenencia-no pertenencia a un grupo ya
que «se requiere una visión exagerada de los acontecimientos, al modo
de blanco o negro, para justificar el gasto de tiempo y dinero en la causa»
(Mansbridge, 1986, p. 6). Especialmente, si surge un contramovimiento,
el sistema de conflicto fácilmente llega a estar dominado por esta diná-
mica intergrupal.. Mientras la controversia se intensifica, se amplían las
justificaciones de cada planteamiento y se reduce el grupo de indiferen-
tes. Los individuos, grupos y organizaciones toman partido por lo gene-
ral en respuesta a la persuasión de las partes implicadas en la controver-
sia. Los modelos y las relaciones·de comunicación existentes desempe-
ñan un importante papel a este respecto -como sabemos por la literatu-

211
Bert Klandermans

ra sobre las movilizaciones (McAdam y otros, 1988). Las campañas de


persuasión refuerzan en gran medida las líneas de división dentro del es-
pacio organizativo de un grupo disidente. La gente, los grupos y las orga-
nizaciones que en un principio eran indiferentes, ante la insistencia de los
sectores en la controversia, elegirán el lado al que se sienten más próxi-
mos. Además, es mucho más probable que una persona, grupo u organi-
zación sea abordado por un actor de su mismo sector que por otro del
sector contrario, por la sencilla razón de que las distancias sociales entre
sectores son más grandes que las existentes dentro de los mismos secto-
res. Las creencias colectivas a las que la gente se adhiere dentro de secto-
res opuestos en un campo multiorganizativo son destacadas y contrasta-
das entre sí durante las campañas de persuasión llevadas a cabo por acto-
res como las organizaciones del movimiento, sus oponentes y las del con-
tramovimiento. Por otra parte, estas creencias se difunden entre sectores
de la sociedad inicialmente indiferentes -afianzándose en creencias co-
lectivas ya existentes en ellos.

La concienciación durante episodios de acción colectiva afecta a un


conjunto específico de individuos dentro del campo pluriorganizativo. La
gente que toma parte en una acción de protesta procesa la información
recibida, habla de sus experiencias y de las actuaciones de los contrarios
y aprende sobre la situación en que se encuentran inmersos. Las redes,
grupos y organizaciones son sumamente importantes a este respecto.
Morris (1984) mostró convincentemente la relevancia de lo que él llamó
«centros locales de movimiento» en el de los derechos civiles en el Sur de
EE.UU., que son similar~s a lo que yo he llamado el sistema de alianzas
del campo pluriorganizativo. En la descripción de Morris estos centros
desempeñaron un papel crucial en la definición e interpretación de la si-
tuación durante los episodios de acción colectiva. De modo similar,
Fantasía (1988) expone que los lazos existentes entre los trabajadores
dentro de las empresas que él estudió determinaron las pautas de interac-
ción entre los trabajadores en los períodos de movilización y cómo estas
relaciones generaron una cultura de la solidariqad y uria mayor concien-
cia de las circunstancias. Hirsch (1990) proporciona un excelente ejemplo
de concienciación durante episodios de acción colectiva en su análisis de
la protesta en la Universidad de Columbia. En su descripción queda cla-
ro que los lazos y afinidades ya existentes jugaron un papel central para
determinar quiénes se adherirían a la manifestación; por otro lado, la ex-
periencia colectiva de oposición a la Administración de la Universidad y

212
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~·-~
..,-~

. - .:~~-;¡

La construcción social de la protesta

las discusiones al respecto que tuvieron lugar en las escaleras de acceso a


-!
la Universidad crearon un nuevo sentido de solidaridad y desarrollaron
nuevas creencias colectivas.
La concienciación durante la acción de protesta tiene lugar dentro
de un único sector del campo pluriorganizativo, formado por seguidores
y oponentes a la protesta que discuten los acontecimientos en curso y la
información que les va llegando, todo lo cual contribuye a que su con-
cienciación aumente, así como su conocimiento mutuo y la polarización
entre ambos sectores. La citada dinámica de «nosotros contra ellos» se
refuerza. El resultado es la radicalización en un corto período de tiem-
po, como demuestran los estudios de Morris, Fantasía y Hirsch. Aunque
afecta sobre todo a la gente que toma parte en la acción colectiva, tam-
bién puede involucrar a personas ajenas a ella. Por supuesto, como se
puede deducir de nuestra anterior discusión sobre la transformación de
las creencias colectivas, los más influenciados por los acontecimientos
serán los que no toman parte en la protesta pero tienen simpatía hacia ..
los actores que participaban en ella. De esta manera surge la conciencia
de los que se identifican ya con un actor (Reicher, 1984).
Situar a las organizaciones de movimiento social dentro de campos
integrados por sectores que pueden ser de apoyo, antagonistas, o simple-
mente indiferencia, nos permite obtener una imagen mucho más dinámi-
ca de los movimientos sociales que la implícita en los enfoques anterio-
res, los cuales analizaban los movimientos sociales como un fenómeno in-
dependiente. En esta nueva imagen, la evolución de la organización de
un movimiento social es determinada por la dinámica de ese campo mul-
tiorganizativo. Factores como la relación entre esa clase de organización
y sus oponentes, la presencia de contramovimientos, la formación de coa-
liciones, la relación con los partidos políticos simpatizantes y contrarios,
y la relación con los medios de comunicación de masas estructuran el
campo de tensión en el que las organizaciones de un movimiento se desa-
rrollan, cambian y mueren. Estos campos están cambiando continuamen-
te. Las coaliciones se rompen, las controversias se resuelven, las organi-
zaciones que una vez fueron competidoras deciden unir sus fuerzas, na-
cen los contramovimientos, nuevas organizaciones aparecen en escena,
organizaciones existentes se radicalizan, etc. En su estudio sobre el ciclo
italiano de protesta de los 60, Tarrow (1989a) trazó un mapa de las trans-
formaciones que los sectores de movimientos sociales experimentan.
Tomando como unidad de análisis la totalidad de las protestas en un pe-

213
Bert Klandermans

ríodo específico más que un movimiento individual, Tarrow pudo demos-


trar que no son tanto las organizaciones individuales como las relaciones
que se entablan entre organizaciones colaboradoras, competidoras y opo-
sitoras las que determinan el ciclo de protesta.
El concepto de campo pluriorganizativo nos proporciona una
nueva forma de ver la movilización de los ciudadanos individuales. Ya
no podemos analizarla simplemente dentro del marcó de la organiza-
ción de un movimiento que conecta a individuos separados. Los indivi-
duos (como las organizaciones) ocupan posiciones dentro de campos
multiorganizativos, y llegan a comprometerse más o menos en los
acontecimientos en función de esas posiciones. La construcción social
de la protesta tiene lugar en el contexto de ese campo en una comuni-
dad. Es ahí donde se interpretan las injusticias, se definen los medios y
las oportunidades para la acción, se identifican a los oponentes, se de-
ciden las estrategias y se evalúan los resultados. Esas interpretaciones
y evaluaciones son generalmente discutibles; cada uno de los actores
sociales puede poner en tela de juicio las interpretaciones de los otros.
Al igual que la organización de un movimiento social compite por ejer-
cer su influencia en la opinión pública o la de sus militantes, su campo
multiorganizativo determina su importancia relativa.

Conclusión

Por tanto, las cre,encias colectivas y la misma forma en que se for-


man y transforman son el núcleo de la construcción·social de la protesta y
las redes interpersonales sumergidas en los campos multiorganizativos
son las portadoras de este proceso. Desde la formación de las identidades
colectivas, pasando por la movilización del consenso hasta la conciencia-
ción durante los episodios de acción colectiva, las creencias colectivas se
construyen y reconstruyen continuamente. Estas últimas se forman y
transforman en la relación interpersonal y por ello los intentos de hacer
cambiar de opinión a individuos concretos no tendrán mucho efecto en el
cambio de esas creencias, a no ser que la persona en cuestión tengan in-
fluencia en esas relaciones interpersonales. La información que se recibe
se procesa y relaciona con las creencias colectivas ya existentes durante
las relaciones interpersonales. Los actores tienen la capacidad de trans-
formar las creencias colectivas sólo cuando pueden dirigir esa interacción

214
La construcción social de la protesta

de forma que su mensaje conecte con las creencias ya existentes. ~sto ex-
plica por qué un actor específico moviliza el consenso con más facilidad
en algunos grupos o categorías sociales que en otros.
Dado que las creencias pueden ser y serán discutidas, la construc-
ción social de la protesta es una lucha por ver quién hace prevalecer su
definición de la situación. El significado se construye mediante el con-
traste con esquemas alternativos promovidos por actores en competencia
u oposición. Los campos multiorganizativos pueden ser divididos en sec-
tores que apoyan a la organización de un movimiento, los que se oponen
a ella y los que son indiferentes. Por tanto, los individuos no son única-
mente el objetivo de la persuasión desplegada por la organización A de
un movimiento, sino también de su organización competidora B, de la
oponente C, de la del contramovimiento D y así sucesivamente.
Si esta orientación prosigue su desarrollo actual, el área de los mo-
vimientos sociales entra en un territorio aún por explorar. Los psicólogos
sociales apenas han empezado a estudiar el complejo fenómeno de la for-
mación y transformaCión de las creencias colectivas y la construcción so-
cial de la realidad es un proceso que sólo acabamos de empezar a enten-
der. La construcción social de la protesta empuja a la investigación de los
movimientos sociales hacia nuevos. métodos y áreas de investigación. El
análisis del discurso, el estudio de las creencias colectivas y la interacción
interpersonal son áreas que traen de nuevo a la psicología social a primer
plano. Durante mucho tiempo, los analistas de los movimientos sociales
han equiparado a la psicología social con la teoría de la privación relativa;
creo que ya es hora de aca,bar con este estereotipo.

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