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Balacó, es la última publicación de Clara del Carmen Guillén. (Al decir última, me
refiero a lo más reciente, claro). Poeta nacida en Comitán, pero con residencia en
Bochil de 1978 a 2002, se desenvuelve con destreza en la narrativa como en la
poesía y es notorio, el trabajo de investigación para localizar, estudiar y difundir la
obra de Blanca Lidia Trejo, su par. El afán infatigable en esta pesquisa intelectual
para edificar la imagen -entre la vida y la obra de otra autora- solo se equipara al
terco fervor del poeta que avanza con los ojos vendados hasta el fondo de la
caverna para escuchar la palabra primordial, la que funda lo que permanece; válgase
retrotraer la noción del oficio poético que nos reveló Hölderlin, del cual nos dice “es
la más inocente y a la vez peligrosa (en este caso, dolorosa) de todas las
ocupaciones”.
La palabra es, justo, para este particular, Balacó. “Palabra que no existe en
diccionario”, precisa con metro endecasílabo Guillén desde la primera estancia de las
diecinueve que componen el poema, la primera parte de esta publicación que, en
términos técnicos se considera una plaquette o fogletto, dada su extensión a punto
de alcanzar las 50 páginas, entre sus dos secciones, Balacó y Balacó infantil, que en
ese punto adquiere la connotación de canción, juego o, llanamente “poema infantil”.
Balacó es lo que arrastra todo y es lo que viene -que no porvenir- sino devenir, es
tiempo, sucesión, pero de imágenes más que de sucesos, porque es mutación en
tiempo sincrónico, en presente perpetuo, fuga de la historia. A todo esto, remite el
vocablo, de cuyas raíces etimológicas, a decir de la autora: “no se tienen
antecedentes (…) con todo seguridad provienen de la influencia de los negros.
Balacó sugiere tanto que hoy, convertido en poesía, renace, para siempre” se lee.
Pero ya goza de género próximo y de diferencia específica, o sea, cuenta con
definición, según la norma del estagirita: es palabra poética y concentra la potencia
anímica, el sustrato esencial de Bochil. Si bien, la intención de la autora -loable, por
cierto- es, con esta publicación, dar testimonio enfático de la dimensión histórica de
ese pueblo, el que asume como su segunda tierra, la autonomía que del autor tiene
todo texto genuinamente literario, permite interpretar y situar los hallazgos desde
otra perspectiva, digamos, desde la captación del del tiempo mítico, tiempo sagrado,
fuera de la historia mas presente en todas las etapas. Cambio y permanencia,
tensión dialéctica, el “tiempo original”, según Octavio Paz.
Por su parte, Balacó comparte con dos libros ganadores del Premio Nacional de
Poesía Aguascalientes, la presencia de otro texto dentro del texto, al inicio. Esto
podría considerarse al intentar situar esta publicación en la tradición poética
chiapaneca. Me refiero a “Estrado de Sitio” de Óscar Oliva y “El libro
centroamericano de los muertos” de Balam Rodrigo. Por una parte, un Decreto de
Carlos III de 1766, y por otra, la apropiación de la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de las Casas de 1552, preceden a los
espléndidos poemarios traspasados también por el dolor provocado por la fiereza
de las condiciones sociales políticas y económicas, la opresión y la violencia que
padecen, en el primer caso, las clases obrera y estudiantil en los años sesenta y
setenta, y en el otro, los migrantes de nuestra época. Balacó inicia con una cita del
informe de Fray Manuel García de Vargas y Rivera, obispo de ciudad Real al rey
Felipe V de Borbón, sobre su visita a la Hacienda de san Pedro Mártir, Bochil, en
1774. Las tres inserciones textuales cumplen la función de resignificar la totalidad de
cada título y especialmente, contrastan a la vez que son punto de partida de los
discursos elaborados por cada poeta en su respectiva obra.
No obstante que el gusto no es una categoría estética, debo admitir que Balacó
me estimuló a pensar, a inquirir por las posibilidades interpretativas que me fueran
asequibles.
Viene un canto de lejos/ sus voces son murmullo que no vulnera el paso de las
horas
Viene el tiempo presente abriéndose camino para borrar la insidia de otros tantos.
Viene tu voz y el viento la libera hasta llegar al punto de una respuesta ambigua.
Vámonos al vudú