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Eso no se hace

Sáb, 07/06/2014 - 19:33 |  lacar


“Si eludimos la responsabilidad de marcar un límite a nuestros hijos, criaremos
tiranos”. Conversamos con la psicóloga Claudia Dawidowicz.
(Por Jorge Gorostiza)
¿Qué pasa con los límites? ¿Es necesario volver a hablar de ellos, después de una
etapa de muchas prohibiciones y mucha violencia?

CD: ¿Qué etapa? ¿La dictadura? Yo tenía 10 años cuando llegó la democracia. Ya ha


pasado mucho tiempo. Desde entonces hemos escuchado siempre hablar de la
educación autoritaria versus la educación “laissez faire”. Los niños, niñas y adolescentes
de hoy han sido formados más en esta última línea: laissez faire, dejar hacer, todo está
bien, el error no se corrige, es el propio niño quien lo irá a descubrir, etcétera.
Posiblemente haya sido una buena idea para contrarrestar tanto autoritarismo. El punto
es, por ejemplo, si terminó el año y nunca descubrió el error, o terminó el año y no
aprendió a escribir. Creo que no es casual que encontremos hoy tantas faltas de
ortografía, tanta dificultad para expresarse, tan poca fluidez en el vocabulario.
¿Antes había temor a los padres y ahora temor a los hijos?
CD: Lo que observo, más que temor a los padres, es ausencia de los padres: “mi viejo no
estaba, no tenía tiempo para mí, nunca me transmitió afecto”. Ahora bien, quien ha vivido
eso como hijo, no necesariamente lo repite como padre. Al contrario, tiende a
diferenciarse, de ahí surge esta otra educación laissez faire.
Pero el dejar hacer, el todo está bien, ¿No es también una forma de ausencia?
CD: Sin dudas. Yo creo que hoy estamos ante jóvenes que han sufrido otro tipo de
ausencia de parte de sus padres. Padres a los que les resulta complicado poner un límite
o imponer algo, porque eso supone un esfuerzo. Entonces es más cómodo dejar hacer.
De otro modo, hay discusiones, hay peleas, y esos padres no están dispuestos a
confrontar, no pueden hacerlo, les resulta violento. Sin embargo, la realidad es que la
función paterna tiene que ver con el orden y la autoridad, porque el niño sólo, por si
mismo, no se desarrolla plenamente. Si eludimos la responsabilidad de marcar un límite a
nuestros hijos, criaremos tiranos.
Y a los tiranos se los teme.
CD: Sí, se les teme. Creo que por rechazo al autoritarismo hemos derivado, quizás, en
una ausencia de autoridad. Por un lado, hay padres que encuentran muchas dificultades a
la hora de poner un límite y, por otro lado, hay chicos menos dóciles.
Y hay etapas diferentes.
CD: Claro, hay etapas más complicadas. En la primera infancia, uno se encuentra con un
bebé hermoso, simpático, que descubre todo y quiere todo porque, para él, todo es suyo.
Bueno, el padre debe empezar a poner límites, ya desde la primera infancia (un año, un
año y medio).
Decís “el padre”.
CD: Sí, el padre, principalmente. La madre, en esa etapa, cumple otras funciones, le
cuesta mucho “despegarse” del bebé, y tiene que dar lugar al padre, aunque no lo haya
realmente. Quien le pueda decir “no, no toques eso porque te vas a electrocutar”, ese es
el que ocupa el lugar del padre. Esa palabra representa la misma ley paterna que tiene
incorporada la madre.
¿Es el patriarcado?
CD: No, no necesariamente. Hablo de la constitución psíquica del niño, que necesita un
imperativo paterno. Ese imperativo va diferenciando al niño dentro de la tríada madre-
padre-hijo. Hoy, la sociedad le reclama a la escuela que cumpla esa función ordenadora.
Sin embargo, no pocas veces la escuela es desautorizada por los propios padres
cuando lo intenta.
CD: Sí, porque esos padres no toleran que el niño sufra un poco frente a la ley y el
orden (risas). La realidad es que ha ido cambiando la sociedad, el modelo de familia, y los
roles dentro de ella. Hoy convivimos con otros tipos de familias, además de la de papá y
mamá “tradicional”: tenemos hogares mono parentales (mamá o papá sólo) y hogares con
parejas del mismo sexo, por ejemplo. Estas diferentes constituciones familiares suponen
diferentes desempeños, nuevas formas de organización. La cuestión es cómo se las
arreglan los niños y niñas para identificar qué es lo que hay que hacer y qué es lo que no
hay que hacer. Por ejemplo, saber que no tiene que rayar un auto que está en la calle,
porque no es suyo. Descubrir que no puede hacer tal cosa, genera en el niño frustración,
llanto y pataleo, sin embargo, no por eso los padres van a permitir lo que no se debe
permitir. 
En cierto modo, padres e hijos enfrentan un mismo desafío: tolerancia frente a la
frustración.
CD: Sí, totalmente, porque mucho de lo que le pasa a este bebé, a este niño que llora y
grita, le provoca al padre decir: “no lo tolero”. No tolera que llore, que grite, entonces le
deja hacer lo que quiera. No importa que anteriormente le haya dicho diez veces que no,
finalmente cede al capricho y así la palabra “no” se relativiza, pierde valor, pierde peso,
pierde sentido. El problema es que, para constituirnos como personas, necesitamos
aprender lo que significa “eso no se hace”.
Consultas con la Lic. Claudia Dawidowicz: CEDIT, Clínica Chapelco, teléfono
429132.

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