0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
20 vistas1 página
El alcalde Diego condenó a un soldado a recibir 50 azotes por una pelea en una casa de apuestas. El soldado le dijo después que sus orejas ahora le pertenecían por un año. Más tarde, el soldado se encontró con Diego nuevamente y le recordó que aún no era hora de recuperar sus orejas. Al llegar a su casa, Diego se encerró pero el soldado entró por la ventana y le arrancó violentamente las orejas al alcalde. Diego murió de vergüenza un mes después por ser conocido como el Desorejado.
El alcalde Diego condenó a un soldado a recibir 50 azotes por una pelea en una casa de apuestas. El soldado le dijo después que sus orejas ahora le pertenecían por un año. Más tarde, el soldado se encontró con Diego nuevamente y le recordó que aún no era hora de recuperar sus orejas. Al llegar a su casa, Diego se encerró pero el soldado entró por la ventana y le arrancó violentamente las orejas al alcalde. Diego murió de vergüenza un mes después por ser conocido como el Desorejado.
El alcalde Diego condenó a un soldado a recibir 50 azotes por una pelea en una casa de apuestas. El soldado le dijo después que sus orejas ahora le pertenecían por un año. Más tarde, el soldado se encontró con Diego nuevamente y le recordó que aún no era hora de recuperar sus orejas. Al llegar a su casa, Diego se encerró pero el soldado entró por la ventana y le arrancó violentamente las orejas al alcalde. Diego murió de vergüenza un mes después por ser conocido como el Desorejado.
A mediados del siglo XVI, en la ciudad de Potosí conocida
también como ¨Pueblo minero, pueblo vicioso y pendenciero¨- según el refrán – había un alcalde llamado Diego que tenía la fama de ser un hombre codicioso y materialista porque, según los rumores, sería capaz de cambiar la justicia por unas barras de plata. Él se enamoró de una bella chica potosina, pero esta lo rechazó por un soldado que la amaba mucho lo que ocasionó una sed de venganza por parte del alcalde hacia ambos. Una noche, unos hombres participaron de una pelea en una casa de apuestas, esto trajo como consecuencia un castigo por parte de Diego. Los llevó a la cárcel y al hablar con los participantes del escándalo se dio con la sorpresa de que uno de ellos había sido el soldado. -Como parte de su castigo –dijo diego- deberán pagar 100 duros o recibir 50 azotes para ser liberados. Para la fortuna del alcalde todos pudieron pagar lo demandado menos el soldado, por consiguiente, tuvo que someterlo a 50 azotes. Al terminar su castigo, el azotado le dijo: -A partir de hoy, las orejas que llevas me pertenecen. Te las presto por un año. Diego solo se rio, creyendo que este mentía. Al cabo de un poco menos que un año, estos se volvieron a encontrar. -No se asuste, señor alcalde. Aún no es hora de recoger lo que es mío. Sígalas disfrutando, por un rato más. Diego quedó petrificado, pero tuvo que seguir su camino a casa. Al llegar a esta se encargó de cerrar bien las puertas impidiendo que alguien pueda entrar, pero no contó con la astucia del salvaje soldado que terminaría entrando por la ventana para arrancarle las orejas de la forma más violenta. El alcalde Diego falleció un mes después, más que por las heridas, por la vergüenza que le daba el ser llamado el Desorejado.