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David Held

MODELOS DE DEMOCRACIA
Versión española de Teresa Albero

Preparación de la segunda edición


a cargo de Adolfo Gómez Cedillo

Segunda edición

Alianza Editorial
T ítulo original: M odels o f D emocracy

Primera edición en «Alianza Universidad»: 1992


Primera edición en «Alianza Ensayo»: 2001

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© David H eld, 1996


© Alianza Editorial, S. A. M adrid, 1992, 1993, 1996, 2001
C alle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 2 8027 M ad iid : télef. 91 393 88 88
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Printed in Spain
Para Michelle
C A P ÍT U L O 1

LA DEMOCRACIA CLÁSICA: ATENAS

En el siglo V a.C . Atenas emergía entre m uchos centros de poder rivales


griegos, como la «ciudad-estado» o polis 1 dom inante. Las razones de su pree­
m inencia y del extraordinario desarrollo del m odo de vida «democrático» no
tienen aquí un interés prim ordial; sin embargo, sí son pertinentes algunos
com entarios al respecto.
Entre los años 8 0 0 y 5 0 0 a.C. se fueron form ando lentamente en el m un­
do griego los patrones de una civilización urbana. Numerosas comunidades
pequeñas, a menudo estrechamente relacionadas entre sí, salpicaron la costa,
mientras el interior permanecía prácticamente deshabitado (cf. Finley, ] 963,
1973a ; Anderson, 19 7 4 , pp. 2 9-4 4). En un principio, estas ciudades estuvie­
ron gobernadas por monarquías locales, pero con el tiempo, a m enudo tras
violentos conflictos, acabaron siendo dominadas por «clanes» y jerarquías «tri­
bales». Un comentarista describe estas ciudades fundam entalm ente como:

1 Emplearé el térm ino «ciudad-estado», y ocasionalm ente «ciudad-república» en sustitución del ter­
m ino griego polis. En los dos capítulos siguientes se abordarán las razones que justifican la preferen­
cia de algunos estudiosos por el térm ino «ciudad-república», razones que tienen relación con el de­
bate sobre el m om ento histórico en que la idea de «estado» fue formulada por prim era vez.
30 M O D E L O S C L A SIC O S

núcleos residenciales donde se con cen traban los agricultores y los terratenientes:
en la p equeña ciu d ad típica de esta época, los agricultores vivían dentro de sus
m urallas y cada día salían a trabajar en los cam pos, volviendo de noche, au n q u e
el territorio de las ciudades siem pre in c lu ía una circunferencia agraria con una
población enteram en te rural asentada en ella. (R A nderson, 19 7 4 a, pp. 2 9 -3 0 .)

El crecim iento del com ercio terrestre y m arítim o estim uló el desarrollo de
las ciudades costeras especialmente bien situadas, algunas de las cuales dis­
frutaron períodos de progresivo crecimiento.
La aparición de «tiranos» o «autócratas» {ca. 6 5 0 - 5 1 0 a.C.) quebró la
continuidad política de las primeras ciudades-estado. Estos tiranos represen­
taban los intereses de todos aquellos que recientemente habían hecho fortu­
na con la propiedad de tierras o el com ercio e intercam bio. El orden tribal y
de «clanes» dio paso a regímenes más tiránicos. Pero la estabilidad de estos
regímenes era vulnerable, debido a los continuos cambios en las alianzas y
coaliciones. F,1 enriquecim iento de unos pocos no fue acom pañado de la
mejora de las condiciones de vida de las clases más pobres, especialmente de
los no propietarios o de los propietarios de pequeñas granjas'o «com unida­
des agrícolas». El aum ento de la población hizo crecer la presión sobre los
privilegiados, dando lugar a un período de intensas luchas sociales. C on el
fin de preservar el equilibrio de poder, hubo que hacer a m enudo algunas
concesiones en la com pleja e intensa vida política de las ciudades. Las con­
cesiones que se hicieron, fundam entalm ente en Atenas, pero también en el
resto de las ciudades, reforzaron la autonom ía económ ica de los medianos y
pequeños agricultores, así com o la de otras categorías del cam pesinado,
creando una com unidad de pequeños propietarios (cf. H ornblower, 1 9 9 2 ,
pp. 3 -4). El estatus de estos grupos m ejoró aún más, debido a im portantes
cambios en la organización militar, que hicieron de agricultores y campesi­
nos m oderadamente prósperos piezas centrales de la defensa de la com uni­
dad (cf. M ann, 19 8 6 ). Sería este cambio, quizá más que ningún otro, el que
influiría en la futura estructura política de las «ciudades-estado».
C o n la expansión de la esclavitud (más adelante se volverá sobre este
punto con más detenim iento), un creciente núm ero de ciudadanos inde­
pendientes experim entó un aum ento sustancial del ám bito de sus activida­
des. Fue el establecim iento de una econom ía de esclavitud — en la minería,
la agricultura y en ciertas industrias de artesanía— lo que, tal como ha sido
señalado, «perm itió el repentino florecimiento de la civilización urbana de
Grecia... Frente a los trabajadores esclavos el ciudadano libre aparecía ahora
en todo su esplendor» (P. Anderson, 19 7 4a , pp. 3 6 -3 7 ; cf. Dickenson, 19 9 7 ,
cap. 2). Las com unidades urbanas griegas adquirieron un sentim iento ere-
1.A D EM O CR A CIA CLÁ SICA : ATENAS 31

cíente de identidad y solidaridad. Se establecieron líneas claras de demarca­


ción entre «los de dentro» (ciudadanos) y «los de fuera» (esclavos y otras ca­
tegorías que incluían a todos aquellos, sin im portar su condición, proceden­
tes de otras com unidades). Esta identidad se reforzó con la extensión de la
alfabetización, que también benefició a la adm inistración, y ayudó al con­
trol de la población y de los recursos materiales (a pesar de que la cultura de
la antigua Grecia siguió siendo predom inantem ente oral).
A estos cam bios siguieron innovaciones en las «constituciones» de las
«ciudades-estado», transform ándose los códigos legales escritos y no escritos,
trasmitidos a lo largo de generaciones (cf. Finley, 19 7 5). Parece ser que fue a
mediados del siglo VI cuando surgió en Q uíos el prim er gobierno dem ocrá­
tico, aunque otros, con sus propias particularidades e idiosincrasias, pronto
le siguieron. Si Atenas destaca como el pináculo de este desarrollo, lo cierto
es que la nueva cultura política se extendió por toda la civilización griega,
concediéndose nuevos derechos a todos los ciudadanos libres (cf. H ornblo-
wer, 19 9 2 , pp. 1 -2). Es preciso destacar que el surgimiento de estas primeras
democracias no fue el resultado de un único conjunto de acontecimientos;
más bien, su desarrollo estuvo marcado por un proceso de continuo cambio
a lo largo de muchas generaciones. Pero la pregunta sigue abierta: ¿por qué
este proceso al que hemos hecho referencia llevó a la creación de un deter­
m inado tipo de democracia?
Esta es una pregunta difícil, cuya respuesta no es en absoluto clara. Entre
todos los factores que pueden señalarse, lo que alim entó un modo de vida
dem ocrático fue quizá el surgimiento de una ciudadanía a la vez económica
y m ilitarm ente independiente, en el contexto de com unidades relativamente
pequeñas y compactas (cf. Finley, 1 9 8 3 ; M ann, 1 9 8 6 , cap. 7; D unn, 19 9 2 ,
caps. 1-3). Los cambios políticos tuvieron lugar en comunidades social y geo­
gráficam ente acotadas, con una población de unos pocos miles de habitan­
tes, que convivían en estrecha relación, en un centro urbano o en sus alrede­
dores En estas com unidades la com unicación era relativamente fácil; las
noticias circulaban con rapidez y el impacto de cualquier medida económ i­
ca y social era prácticam ente inmediato. Las cuestiones de culpabilidad y
responsabilidad política eran en este contexto prácticamente ineludibles, y
el tipo de obstáculos a la participación política que plantean las sociedades
grandes y complejas no eran todavía significativos. Estos factores — tamaño,
com plejidad y grado de heterogeneidad política— son de gran importancia
en la teoría de la democracia, a pesar de que, com o explicaré más adelante,

- Se esrima que Atenas, que fue durante un período significativo la m ayor de las ciudades-estado,
renía en el siglo V entre 30.0 00 y 45.0 00 ciudadanos.
32 M O D E LO S CLÁ SICO S

la desaparición definitiva de la democracia clásica griega no representa la


pérdida de la única oportunidad histórica de una extensa y plena participa­
ción en los asuntos públicos. Pero, una vez dicho esto, es preciso recordar
que, incluso en Atenas, el demos estaba enteram ente com puesto por h om ­
bres adultos, con un estricto origen ateniense3.

Ideales y ob jetivos p o lítico s

El desarrollo de la democracia en Atenas ha constituido una fuente funda­


mental de inspiración para el pensam iento político m oderno (cf. Finley,
1 9 8 3 ; Bernal, 19 8 7). Sus ideales políticos — igualdad entre ciudadanos, li­
bertad, respeto a la ley y a la justicia— han m odelado el pensam iento políti­
co de O ccidente durante siglos, a pesar de que algunas ideas centrales, como
por ejemplo la moderna noción liberal del ser hum ano com o «individuo»
con «derechos», no pueden remontarse a Atenas. Sin embargo, el legado de
Atenas no fue en absoluto aceptado sin críticas p or los grandes pensadores
griegos, incluyendo a Tucídides (ca . 4 6 0 - 3 9 9 a.C .), Platón (ca . 4 2 7 - 3 4 7
a.C.) y Aristóteles (3 8 4 -3 2 2 a.C.), que exam inaron sus ideas y cultura (cf.
Jones, 19 5 7 ; Farrar, 19 9 2). Sus obras contienen algunos de los juicios más
desafiantes y duraderos escritos sobre las lim itaciones de la teoría y práctica
democráticas. Es sorprendente el hecho de que no existe un teórico de la de­
mocracia, en la antigua Grecia, a cuyos escritos e ideas podam os recurrir
para los detalles y justificaciones de la polis democrática clásica. Los conoci­
mientos que tenemos de esta cultura floreciente provienen de fuentes tan
diversas com o fragmentos de obras, el trabajo de la «oposición crítica» y los
descubrimientos de historiadores y arqueólogos.
Los ideales y objetivos de la democracia ateniense están extraordinaria­
mente expuestos en la famosa oración fúnebre, atribuida a Pericles, un pro­
m inente ciudadano ateniense, general y político. El discurso, probablem en­
te com puesto p o r Tucídides unos trein ta años después de que fuera
pronunciado, exalta la importancia y fuerza política de Atenas (cf. Finley,
19 7 2 ). Hay dos pasajes en concreto que merecen ser destacados:

Tenem os un régim en político que no en v id ia las leyes de los vecinos y somos


más bien m odelo para algunos que im itadores de los dem ás. Recibe el nom bre
de dem ocracia, porque se gobierna por la m ayoría y no por unos pocos; confor-

' La ciu d ad anía se concedía en raras ocasiones a los extranjeros, y tan sólo con la aprobación de la
Asam blea, el principal órgano soberano.
LA D EM O CR A CIA CLÁ SICA : ATEN A S 33

me a la ley, todos tienen iguales derechos en los litigios privados y, respecto a los
honores, cuan do algu ien goza de buena rep utació n en cu alq u ier aspecto, se le
honra an te la co m u n id ad por sus m éritos y no por su clase social; y tam poco la
pobreza, con la o scuridad de consideración que conlleva, es un obstáculo para
nadie, si tien e algún beneficio que hacerle a la ciudad. Practicam os la lib eralidad
tanto en los asuntos públicos com o en los m utuos recelos procedentes del trato
diario, y no nos irritam os con el vecino, si hace algo a su gusto, ni afligim os a
nadie con castigos, que no causan d añ o físico, pero resultan penosos a la vista. Y
así com o no nos m olestam os en la convivencia p rivada, tam poco transgredim os
las leyes en los asuntos públicos, sobre todo por tem or, con respecto a los cargos
públicos de cada ocasión y a las leyes y, entre éstas, p articularm en te, a las que es­
tán puestas en beneficio de las víctim as de la in justicia y a las qu e, aun no escri­
tas, conllevan por sanción una vergüenza com ún m ente ad m itid a. [...]
U na m ism a persona p ued e ocuparse de los asuntos privados y, al tiem po, de
los públicos, y los que están preferentem ente dedicados a los negocios no por
ello en tien d en deficientem ente de p o lítica, pues somos los únicos que tom am os
al que no p articip a en estas actividades por in ú til, no por inactivo; nosotros m is­
mos juzgam os los asuntos o nos hacem os un a idea clara de ellos, y no creem os
que las palabras p erju d iq u en la acción, sino que el p erju icio resulta m ás bien de
no enterarse previam ente m ed iante la palab ra antes de ponerse a hacer lo q u e es
preciso. (La oración fúnebre de Pericles, en Tucídides, Historia de la guerra del
Peloponeso, pp. 150-151 , 152.)

De estos pasajes se pueden extraer varios puntos im portantes. Pericles des­


cribe una com unidad en la que todos los ciudadanos pueden, e incluso de­
ben, participar en la creación y sustentación de una vida com ún. Foririal-
m ente, los ciudadanos no tenían que hacer frente a ningún obstáculo
basado en el rango o en la riqueza para participar en los asuntos públicos. El
demos es el poder soberano, es decir, la autoridad suprema que se ocupa de
las funciones legislativa y judicial. El concepto ateniense de «ciudadano» im ­
plicaba tom ar parte en estas funciones, participando directamente en los
asuntos del estado. Tal com o dice Pericles; «Som os los únicos que tomamos
al que no participa en estas actividades (la cosa pública) por inútil, no por
inactivo».
La democracia ateniense se caracterizaba por un com prom iso generaliza­
do con el principio de la virtud cívica-, la dedicación a la ciudad-estado repu­
blicana y la subordinación de la vida privada a los asuntos públicos y al bien
general. «Lo público» y «lo privado» se entremezclaban, si bien, com o señala
Pericles, la tolerancia era esencial para que cada uno pudiera disfrutar «a su
manera». Sin embargo, los demócratas atenienses tendían a pensar que «la
v irtu d del ind ivid u o es la m ism a que la virtu d del ciudadano» (cf. Lee,
1 9 7 4 , p. 32). Los hombres solamente podían realizarse a sí mismos adecúa-
34 M O D E LO S C L Á SIC O S

dam ente y vivir honorablem ente como ciudadanos en y a través de la polis,


dado que la ética y la política estaban unidas en la vida de la com unidad p o ­
lítica. En esta com unidad, el ciudadano tenía derechos y obligaciones; pero
ni esos derechos eran atributos del individuo privado ni esas obligaciones las
im ponía un estado dedicado al m antenim iento de una estructura destinada
a proteger los fines privados de los individuos (cf. Sabine, 19 6 3 , pp. 16 -17 ).
Más bien, los derechos y obligaciones del ciudadano estaban relacionados
con su posición social; se derivaban de sil existencia como ciudadano: eran
derechos y obligaciones «públicos». La «vida buena» sólo era posible en la
polis.
La peculiar distinción moderna que surgió por prim era vez con Niccolo
M aquiavelo ( 1 4 6 9 -1 5 2 7 ) y Thoinas Hobbes (1 5 8 8 -1 6 7 9 ) entre estado y so­
ciedad, funcionarios especializados y ciudadanos, pueblo y gobierno, no for­
ma parte de la filosofía política de la ciudad-estado ateniense. Puesto que la
ciudad-estado celebraba la noción de una ciudadanía, activa e involucrada
en un proceso de auto-gobierno, los gobernantes debían ser los gobernados.
Todos los ciudadanos se reunían para debatir, decidir y hacer efectiva la ley.
El principio de gobierno era el principio de una forma de vida: la participa­
ción directa. El proceso de gobierno mismo estaba basado en lo que Pericles
llama «estudiar con exactitud», es decir, la disertación libre y sin lim itacio­
nes, garantizada por la isegoría, el derecho de todos por igual a hablar en la
asamblea soberana (Finley, 19 7 3 b , pp. 18 -19 ). Las decisiones y las leyes des­
cansaban, así se creía, en la convicción — la fuerza del m ejor argum ento— y
no en la mera costum bre, en el hábito o en la fuerza bruta. La ley del estado
era la ley del ciudadano. Todos eran iguales ante la ley, por lo que, en pala­
bras de Pericles, «no infringim os la ley». La ley se contrapone a la tiranía y la
libertad; por lo tanto, implica el respeto a la ley. En las acertadas palabras de
un contem poráneo: «El ateniense no se imaginaba a sí mismo com o total­
mente exento de restricciones, sino que trazaba una distinción tajante entre
la restricción que es una mera sujeción a la voluntad arbitraria de otro hom ­
bre y la que reconoce en la ley, una norma merecedora de respeto y que, por
ende, en este sentido, se im pone por sí misma» (Sabine, 1 9 8 2 , p. 2 6). Si la
ley se form ula adecuadamente en el marco de la vida en com ún, impone le­
gítimamente obediencia. En este sentido, la noción de «imperio de la ley»,
por el proceso y el gobierno constitucional, encuentra su prim era expresión
en la política de la ciudad-estado.
Parece ser que los atenienses se enorgullecían en su mayoría de una vida
política «libre y abierta», en la que los ciudadanos podían desarrollar y rea­
lizar sus capacidades y habilidades. Se reconocía abiertam ente que no todo
el m undo tenía la habilidad para ordenar y dirigir, por ejem plo, la armada
LA D EM O CR A CIA CLA SICA : ATENAS 35

o la m arina ateniense: se adm itían las diferencias respecto a la habilidad y


al m érito. Pero cuando Pericles proclam a con orgullo «nuestra ciudad en
conjunto es una lección para Grecia», está hablando, por encim a de todo,
de una form a de vida, en la cual «un ciudadano de aquí podría lograr una
personalidad adecuada para todo tipo de vicisitudes y, a la vez, de buen
tono, sobre todo en la felicidad» (Tucídides, Historia de La guerra del Pelo-
poneso, p. 15 2 ). A través de su independencia, de su estatus, de la educa­
ción, del arte, de la religión, y sobre todo de la participación en la vida co­
m ún de la ciudad, el individuo podía desarrollar sus «facultades materiales»
y el telos (meta u objetivo) del bien com ún. La justicia consistía precisa­
mente en afianzar y desarrollar el papel y el lugar del ciudadano en la ciu-
dad-estado.
Una de las descripciones más notables de la democracia antigua se en­
cuentra en la Política de Aristóteles (escrita entre el 3 3 5 y el 3 2 3 a.C.), un
libro en el que exam ina las formas «legítimas» y duraderas de gobierno y
proporciona 1111 derallado análisis de la democracia, aunque com o m odelo
de gobierno que el propio Aristóteles desaprobaba (de hecho, se refería a él
com o una «transgresión» del buen gobierno). El texto analiza «las pretensio­
nes, los fundam entos éticos y los propósitos» de la democracia, y hace una
clara referencia a las características fundamentales de un número de dem o­
cracias griegas. El segundo párrafo contiene probablem ente el más fino y su­
cinto relato de las instituciones de la democracia clásica. El texto merece ser
citado:

F.l fun dam ento del régim en dem ocrático es la libertad (en efecto, suele decirse
que sólo en este régim en se participa de la lib ertad, pues éste es, según afirm an,
el fin a que tiende toda dem ocracia). U na característica de la lib ertad es el ser go ­
bernado y gobernar por turno y, en efecto, la justicia dem ocrática consiste en te­
ner todos lo m ism o n um éricam en te y no según los m erecim ientos \ y siendo
esto lo ju sto , forzosam ente tiene que ser soberana la m uch edum b re, y lo que
apruebe la m ayo ría, eso tiene que ser el fin y lo justo. A firm an que todos los c iu ­
dadanos deben tener lo m ism o, de m odo que en las dem ocracias resulta que los
pobres tienen más poder que los ricos, puesto que son más num erosos y lo que
prevalece es la o p in ió n de la m ayoría. Ésta es, pues, una característica de la lib er­
tad, que todos los partidarios de la dem ocracia consideran com o un rasgo esen-

'* En 1:1 concepción de Pericles del principio dem ocrático de igualdad hay un lugar para el recono­
cim iento explícito del m érito. Kl texto de Aristóteles destaca, por el contrario, el hecho de que !,.
idea dem ocrática de igualdad im plica igualdad de condición y de resultado. La discusión de Aristó­
teles sobre estos dos tipos de igualdad en la Política es una de las prim eras manifestaciones de esta
im portante distinción (véase Política, pp. 82-83).
36 M O D E LO S CLÁ SICO S

cial de este régim en. O tra es vivir com o se quiere; pues dicen que esto es resulta­
do de la lib ertad, puesto que lo propio del esclavo es vivir com o no quiere. Éste
es el segundo rasgo esencial de la dem ocracia, y de aq u í vino el de no ser gob er­
nado, sí es posible por nadie, y si no, por turno. Esta característica con tribu ye a
la libertad fundada en la igualdad.
Siendo éste el fundam ento y tal el p rincipio de la dem o cracia, son procedi­
m ientos dem ocráticos los siguientes: el que todas las m agistraturas sean elegidas
entre todos; qu e todos m anden sobre cada uno, y cada uno en su turno, sobre
todos; qu e las m agistraturas se provean por sorteo, o todas, o las que no req u ie­
ran experiencias o h ab ilid ad especiales; que no se funden en n in g u n a propiedad,
o en la m enor posible; que la m ism a persona no ejerza dos veces n in gun a de las
relacionadas con la guerra; que las m agistraturas sean de corra d u ració n , o rodas
o las más posibles; qu e adm in istren ju sticia todos los ciu d ad ano s, elegidos entre
todos, y acerca de todas las cuestiones o de la m ayo ría de ellas, y de las m ás im ­
portantes y p rincipales, por ejem plo, la ren dición de cuentas, la con stitución y
los contratos privados; que la asam blea tenga soberanía sobre todas las cosas (o
las más im portantes), y los m agistrados en cam bio no tengan n in gun a, o sobre las
cuestiones m enos im portantes... Es tam bién dem ocrático pagar a todos los m iem ­
bros de la asam blea, los tribunales y las m agistraturas, o si 110 a los m agistrados,
los tribunales, el C onsejo y las asam bleas p rincipales, o a aquellas m agistraturas
que requieran un a mesa com ún. (Adem ás, com o la oligarquía se define por el lin a­
je, la riqueza y la educación, las notas de la dem ocracia parecen ser las contrarias a
éstas: la falta de nobleza, la pobreza y el trabajo m an ual.) A dem ás, n in gu n a m a­
gistratu ra dem ocrática debe ser v italicia, y si algu n a sobrevive de un cam bio a n ti­
guo, debe despojársela de su fuerza y hacerla sorteable en lugar de electiva. Estos
son, pues, los rasgos com unes a todas las dem ocracias. (A ristóteles, Política, li­
bro VIH [V I], 2, pp. 2 4 9 -2 5 1 .)

Para el demócrata, la libertad y la igualdad están, de acuerdo con A ristóte­


les, unidas de form a inextricable. Hay dos criterios de libertad: a) el «ser go­
bernado y gobernar por turno», y b) el «vivir com o se quiere». Para poder
establecer el prim er criterio com o principio efectivo de gobierno, la igual­
dad es esencial: sin la «igualdad numérica», «la m ultitud» no puede ser sobe­
rana. De acuerdo con los demócratas clásicos «la igualdad numérica», es de­
cir, el reparto equitativo de la práctica del gobierno, es posible debido a que
a) la participación se rem unera de tal form a que los individuos no se ven
perjudicados com o resultado de su participación política; b) todos los votos
tienen el mismo peso; y c) en principio todos tienen las mismas posibilida­
des de acceder a un cargo público. Entendida así, la igualdad es el funda­
mento práctico de la libertad. Es también su fundam ento moral, ya que la
creencia de que todos deben participar por igual en el gobierno justifica el
prim er criterio de libertad («ser gobernados y gobernar p or turno»). M ien­
LA D EM O CR A CIA CLÁSICA: ATENAS 37

tras que este fuerte com prom iso con la igualdad puede entrar en conflicto
(tal com o han argum entado muchos, incluido Aristóteles) con la libertad,
en cuanto a su segunda acepción («vivir com o se quiere»), los demócratas
sostienen que deben existir ciertos límites a la elección, si no se quiere que la
libertad de un ciudadano interfiera injustam ente en la libertad de otro.
Siempre y cuando cada ciudadano tenga la oportunidad de «ser gobernado y
gobernar por turno», los riesgos asociados con la igualdad podrán m inim i­
zarse y, p or lo tanto, podrán cum plirse am bos criterios de libertad. De
acuerdo con Aristóteles, la democracia clásica implica libertad, y la libertad
implica igualdad — una cuestión que le llevó a expresar serias reservas sobre
la democracia, a pesar de su afirm ación general de que los seres humanos
eran animales políticos que sólo podían alcanzar su plenitud en el marco de
la polis, una idea que iba a ejercer una gran influencia en el desarrollo del
pensamiento político renacentista (véase el cap. 2).

C aracterísticas institucionales

Las instituciones descritas por Aristóteles en su segundo párrafo clarifican,


aun más, la naturaleza radical de la democracia antigua. No es de extrañar
que M arx y Engels lo tom aran com o fuente de inspiración; ellos describen
su modelo del orden democrático ideal de tal form a que la C om u n a de París
en 1 8 7 1 parece presentar un núm ero significativo de características co­
munes con Atenas. La figura 1.1 representa la estructura institucional de
Atenas \
La ciudadanía en su conjunto constituía el órgano soberano fundam ental
de Atenas: la asamblea. La asamblea se reunía más de cuarenta veces al año y
tenía un quorum de 6 .0 0 0 ciudadanos (el m ínim o de ciudadanos cuya pre­
sencia se requería para que las actas de los asuntos fueran consideradas váli­
das). Todos los grandes asuntos, com o la estructura legal para el m anteni­
m iento del orden público, las finanzas y la imposición directa, el ostracismo
o las cuestiones internacionales (incluyendo la valoración de la actuación del
ejército y la marina, el establecimiento de alianzas, la declaración de guerra o
la firm a de la paz), eran llevados ante la asamblea de ciudadanos para su de­
bate y discusión. La asamblea decidía sobre los com promisos políticos del

s l.a estructura básica de la dem ocracia ateniense se desarrolló en el contexto de (y en paralelo con)
una serie de instituciones reguladoras (por ejemplo, el Areópago, mi consejo de ancianos) que eran
anteriores a ella y que seguirían ejerciendo su influencia tras el fin de la democracia en Arenas a fi­
nes de la década de 3 20 (ch H oinblow et, 1992).
38 M O D E L O S C L Á SIC O S

[.O S CIU D AD A N O S
(Au-nienses varones mavores de veinte años, subdivididos en die/ «tribus"
basadas en el lugar J e residencia)

+
(Las tribus abarcaban un total de 140 distritos territoriales
locales o dewor. unidades de gobierno local)

A SAM BLEA
(O Fa'U’súi)
(El principal órgano soberano, con un m ínim o de cuarenta sesione;-»
al año v un quorum de 6 .0 0 0 ciudadanos en las sesiones plenarias
y en otras ocasiones especiales)

(A)

I
C O N SE JO DE LOS 500
(C om ité ejecutivo y de gobierno de la asam blea,
com puesto por los varones mavores de treinta años)

DIEZ CÍEN URALES


\
M A G IST R A D O S** ► TRIBU N A LE S
M ILITARES (Cargos norm alm ente (Grandes jurados
<B) (O desem peñados por un populares de más
consejo Je diez) J e 201, y a menudo
(A) por encim a de los
5Ü1 ciudadanos)
C O M IT É DE 50 (A)
(Para guiar y hacer propuestas a) Consejo)

PRESIDENTE DEL C O M IT É
(M an dato de un día)

Métodos de elección o selección

(A) C ada una de las diez tribus aportaba cincuenta consejeros al Consejo, procedentes de los de­
mos; éstos elegían candidatos en proporción aproxim ada a su tam año, para que les representasen en
el Consejo o en otros órganos. La elección inicial se bacía al a7.ar. Los «elegidos» pasaban a formar
parte de una lista de candidatos. Finalm ente, los candidatos que desem peñarían realm ente el cargo
eran seleccionados, de nuevo por sorteo, de esta lista. Este m étodo pretendía igualar las probabilida­
des de todos de acceder a un puesto. Los mandatos de los caigos p ú blico' eran cortos, sin posibili­
dad de reelección. Se pagaba a todos los candidatos elegidos por sus servicios, a! igual que la asisten
cia a la asam blea en determ inadas ocasiones.
(B) Elegidos por elección directa de todos los ciudadanos v supcepribles de posteriores leclecciones.
(C ) El com ité se formaba por rotación de los miembros del Consejo, que desem peñaban el puesto
durante una décim a parre del m andato anual.
H JF N T K ;s:
S Finley (1963, 1983); Sabine (19 6 3); Anderson (1974).

Figura 1.1. La d e m o cra cia c lásic a: A te n as. (B asad o en la c o n stitu c ió n d e C Jís-


ten es, alg u n as d e cu yas reform as fuero n ad o p tad as en 5 0 7 a .C . y e n m e n d a d a s
en la d é ca d a de 4 6 0 y en el añ o 4 0 3 p ara in c lu ir el pago p ara los cargo s p ú b lico s
y p o r a sistir a la A sam b lea.)
LA D EM O CRACIA C ljV SICA : ATENAS 3ì\

estado ateniense. A pesar de que siempre se buscaba la unanimidad (homo-'


noia) en la creencia de que los problemas podían resolverse de forma adt ^
cuada para el interés com ún, se reconocía la posibilidad de la existencia d<?^
grandes diferencias de opinión y de enfrentam ientos de intereses individua­
les. La asamblea perm itía que los asuntos espinosos se aprobasen por la regí. ^
de la mayoría, tras una votación form al (cf. Larsen, ] 9 4 8 ). La votación er )
una form a de hacer explícitas las diferencias de parecer, así com o un proce­
dim iento para legitim ar la resolución de asuntos importantes y/o urgentes."
Los griegos inventaron el procedim iento de la votación form al probable ^
m ente para legitimar las decisiones ante posiciones enfrentadas. Pero el ideal^
siguió siendo el del consenso, y no está claro que ni siquiera una m ayoría de
los asuntos fuese votada (cf. M ansbridge, 1 9 8 3 , pp. 1 3 -15 ). B
La asamblea era un órgano demasiado grande com o para redactar su p r o ^
pia agenda, hacer los borradores de la legislación y ser el centro de recepción
de las nuevas iniciativas o propuestas políticas. El «Consejo de los Q uinien ^
tos» asumía la responsabilidad de organizar y proponer las decisiones públi; J
cas; ayudado a su vez por el «Com ité de 50» (que cambiaba m ensualm ente)«
más eficaz, con un presidente a la cabeza (que sólo podía ocupar el p u esteé
por un día). M ientras que los tribunales estaban organizados teniendo e í j
cuenta criterios similares a la asamblea, las funciones ejecutivas de la ciudacj
eran desempeñadas por los «magistrados», pero incluso su poder era difuso
ya que un consejo de diez personas ejercía estos cargos. Casi todos los f u r í í
cionarios eran elegidos por un período de un año (con la posibilidad de se'^
reelegidos sólo en una ocasión a lo largo de su vida). Más aún, con el fin di'
evitar los peligros de la política autocràtica o de clientela, asociada a las elee-"
ciones directas, se desplegaron una variedad de métodos de selección, in c lu ^
yendo la rotación de puestos, el sorteo, el sorteo por grupos y la elección d ir^
recta.
I

E l exclusivismo de la democracia antigua .


'-9

Las extraordinarias innovaciones de la dem ocracia ateniense radican, ei,J^


gran medida, en su carácter exclusivista. La polis clásica se caracterizaba pot ^
su unidad, solidaridad y participación, y por una ciudadanía sum am ente
restrictiva. El estado llegaba m uy profundam ente a la vida de los dudada
nos, pero abarcaba tan sólo a una pequeña proporción de la población. L o ja
ciudadanos se ocupaban no sólo de actividades com o la administración, e\
servicio militar, la form ulación de leyes, la justicia, las ceremonias religiosas?^
los juegos y festivales, sino también de la supervisión y control de un grar ^
40 M O D E LO S C LA SIC O S

núm ero de personas, que no podían jugar papel alguno en el estado. En pri­
m er lugar, la cultura política ateniense era una cultura masculina adulta. So ­
lamente los atenienses varones mayores de veinte años podían optar a la ciu­
dadanía 6. La dem ocracia antigua era una dem ocracia de patriarcas; las
mujeres no tenían derechos políticos y sus derechos civiles estaban severa­
mente limitados (si bien las mujeres casadas disfrutaban de mejores condi­
ciones que las solteras en este últim o aspecto). Los logros de la democracia
clásica estaban relacionados directamente con el trabajo y el servicio dom és­
tico no reconocido políticamente de mujeres (y niños).
Un gran núm ero de los residentes en Atenas tam poco tenían derecho a
participar en los procedim ientos form ales. En este grupo se incluían los
«inmigrantes», cuyas familias se habían instalado en Atenas varias genera­
ciones atrás. Pero quizá, con diferencia, la categoría más am plia de m argi­
nados políticos era la de los esclavos. Se calcula que la proporción de es­
clavos en la A tenas de Pericles era al m enos de tres p o r cada dos
ciudadanos libres, una población de entre 8 0 .0 0 0 y 1 0 0 .0 0 0 esclavos (An-
drewes, 1 9 6 7 ; P. A nderson, 19 7 4a ). Los esclavos eran em pleados en casi
todas las form as de agricultura, industria y m inería, así com o en las tareas
domésticas. La democracia y la esclavitud ateniense parecen haber sido in­
separables. El hiato entre las bases form ales y reales de la vida política ate­
niense es sorprendente. La concepción clásica de la «igualdad política» es­
taba bastante alejada de las ideas sobre la «igualdad de poder» para todos
los adultos; la igualdad política era una form a de igualdad para con igual
estatus (varones atenienses de nacim iento), e incluso en este caso, com o se
indicará en breve, la igualdad de estatus no im plicaba realm ente las mis­
mas oportunidades de in flu ir políticam ente. La legendaria dem ocracia es­
taba íntim am ente unida a lo que podría denom inarse la «tiranía de los
ciudadanos».
Por lo tanto, el que podamos referirnos legítim am ente a Atenas como
una democracia es una cuestión que, al menos, debe ser planteada. Sin duda
alguna, la política de la antigua Atenas descansaba sobre una base nada de­
mocrática. Pero es preciso señalar, al igual que Finley, que la elección entre
el «gobierno de unos pocos» y el «gobierno de muchos» fue una «elección
significativa», y que los «derechos» que varios grupos reclamaban para sí, y
por los que lucharon encarnizadamente, tenían una enorm e significación, a
pesar de que «los muchos constituyeran una m inoría de la población» (Fin-

'■ A las m ujeres libres nacidas en Arenas sólo se las consideraba «ciudadanas» a efectos genealógicos;
no podían participar en política. Su ciudadanía era instrum ental: eran las productoras de ciudada­
nos varones (cf. D ickenson, 1997, cap. 2).
LA D EM O CR A CIA C LÁ SICA : ATENAS 41

ley, 1 9 8 3 , p. 9). Es necesario apreciar tanto los notables logros como los es­
trictos límites de la democracia ateniense.
Si dejamos a un lado, por el m om ento, los aspectos concernientes a la
ciudadanía limitada, así com o los conflictos que inevitablem ente ésta tuvo
que general-, y nos centram os en cambio en algunas de las características in­
ternas del nuevo orden dem ocrático, es posible entonces vislum brar las im ­
portantes dificultades creadas por la innovadora política ateniense: dificulta­
des que con razón explican en parte su incapacidad para perpetuarse más
allá de los siglos V y IV a.C. Eli las fuentes históricas tenemos m uy poca in­
form ación sobre las experiencias y prácticas reales de la antigua democracia.
Pero una de las narraciones más fascinantes que tenemos de sus característi­
cas más negativas se encuentra en los escritos de Jen o fo n te (R odew ald,
19 7 4). El siguiente extracto ilustra muchos de los rasgos institucionales des­
critos con anterioridad, mediante el retrato (o recreación) de una serie tic-
incidentes y debates, que tuvieron lugar alrededor del año 4 0 6 a.C. El texto
subraya tanto la im presionante responsabilidad política establecida en A ú ­
nas — la intervención directa de los ciudadanos en el proceso real de toma
de decisiones— com o los orígenes de algunas de sus dificultades. El extracto
hace referencia a una im portante victoria naval ateniense que, sin embargo,
causó muchos muertos entre los victoriosos marineros. Los responsables cic­
la expedición fueron acusados de haber dejado ahogarse innecesariamente a
los hombres en los barcos hundidos. Al igual que en muchos de los otros re­
latos de los que disponemos, ha de tenerse en cuenta que esta historia fue
escrita por una persona que estaba lejos de simpatizar con las ideas dem o­
cráticas. A pesar de ello, merece la pena reproducirlo, ya que sí parece ser
una ilustración viva de la vida política tal com o era entonces.

En Atenas destituyeron a estos estrategos salvo a Cortón; a más de a éste, e li­


gieron a A dim anto y a un tercero, Filocles. De los estrategos que habían p arru ji­
pado en b atalla naval Protóm aco y Aristógenes no regresaron a Atenas. C uan do
los otros seis volvieron — Pericles, D io m ed on te, Lisias, A ristócratex, Trasilo y
E rasínides— , A rquedem o , que estaba entonces al frente del partido dem ocrático
y encargado de la d iob elia , im puso una m u lta" a E rasínides y le acusó ante el
tribu nal declarando que tenía dinero del H elesponto que era del pueblo. I.c ac u-

Fondo de ayuda a los pobres y desamparados por la guerra, o quiza'* com pensación por la .isisien-
cia a la asam blea, fijado desde el 4 1 0 -40 9 . Cf. Arist., Comtit. aten. 28, 3. Com o se ve eran dos olió­
los al día.
K Los m agistrados tenían el derecho y el deber de sancionar con una m ulta un delito contra las leyes
o contra la desobediencia a la autoridad, y si se trataba de un deliro de mayor castigo podía llevarse
el caso anre un jurado.
42 M O D E L O S C L Á SIC O S

salía tam b ién por su gestión com o estratego. Y el tribunal d ecid ió arrestar a Era-
síuides. D espués de esto los estrategos inform aron en el C onsejo sobre la batalla
naval y la violencia de la tem pestad . C o m o T im ó crates propuso qu e se d eb ía
arrestar tam bién a los dem ás y enrregarlos a la asam blea, el consejo los arrestó.
Luego se celebró la asam blea en la que Tcrám cnes sobre todo y otros acusaban a
los estrategos de qu e era de ju sticia rendir cuentas porque 110 recogieron a los
n áufragos... A co n tin uació n cada estratego se defendió brevem ente — pues 110 se
les fijó el tiem p o de exposición que m arca la le v '1— y exponían los hechos: que
ellos m archaban con tra los enem igos, que habían ordenado la recogida de los
náufragos a hom bres com petentes de entre los 1 riera reos y que ya habían sido es­
trategos, a Terám enes, a Trasilo y a otros tales y que si era necesario acusar a
alguien por la recogida, ellos no podían acusar a n ad ie más que a estos a quienes
fue en co m en d ad o . «Y no p o rque nos acusen a nosotros, afirm aro n , vam os a
m en tir declarando que ellos son los culpab les, sino que la violencia de la tem pes­
tad fue lo que im p id ió la recogida.» C o m o testigos de estos hechos presentaban a
los pilotos y a otros m uchos com pañeros de a bordo. C on tales argum entos e m ­
pezaban a convencer a la asam blea y. levantándose, q u erían salir fiadores m uchos
particulares. M as se decidió aplazarlo a la siguien te asam blea — pues era ya tarde
v no podrían ver las m anos en la votación— v que el consejo estudiara p revia­
m ente un a m oción sobre el m odo de juzgarlos " . M ás tarde se celebraba la fies­
ta ele las A p an in as 12 en la que los m iem bros de las fratrías y los parientes se reú­
nen entre sí. Entonces los p artidario s de Terám enes prepararon a hom bres con
m antos negros y con el pelo cortado a rape, pues había m uchos en esta fiesta,
para que vinieran a la asam blea com o si fueran parientes de los que habían pere­
cido y convencieron a C alíxen o de que acusara a los estrategos en el C onsejo.
Entonces celebraban la asam blea a la que el consejo propuso su m oción, la si­
guien te, que leyó C alíxen o : «Puesto qu e han oído a los acusadores de los estrate­
gos y a la defensa de éstos en la asam blea anterior, todos los atenienses han de
dar su voto por tribus que se coloquen dos urnas por cada trib u ; que un heral-

'' Cf. I 7, 23- Imi los procesos privados se m ide el tiem po, igual para ambas parres, con la clepsidra o
reloj de agua o arena.
1,1 Véase I 6, 35.
" l a asamblea ateniense no podía rrarai o decidir nada ijiio anees no hubiera sido estudiado en una
sesión del consejo y propuesto (Proboúh'itniii) en el orden del día de la asamblea. Véase rambien
V il 1 ,2 .
'' Apiihtri.is: fiesras de la< harrias en las cuales los m uchachos, i|uc habían llegado a la edad d< efe-
hos, las mujeres recién casadas, los niños recién nacido* v los niños que habían pasado la hesia de
los ('o es, eran incluidos en la lisra de las harrias.
hcin u lid ad es íainiliares con cultos y normas propios.
Clísrenes dividió el Ática en diez tribus:, cada una com picudía Lina parte de la ciudad de Atenas,
una parte de la cosía y una parre del interior. 1 a-, unidades políticas menores .se llam aban ritmo-,, en
u iw is lisias e<iab.ui incluidos los ciudadanos libres. C ada trilni teníü por año 50 consejeros c|ue J u ­
rante una décim a parte del año dirigían la adm inistración (f>'-ii<inos). Kmos 50 de cada tribu form a­
ban el Consejo de los 5()0. Además cada rribu aportaba una unidad m ilitar (hixis) con su csirarego y
una sección de caballería.
LA D E M O C R A C IA C LÁ SICA : ATENAS 41^

do an un cie en cada tribu que, quien considere que los estrategos son culpables al
I
no recoger a los vencedores en la b atalla naval, vote en prim era, quien no, en 1; ^
siguien te; si se declaran culpables, que sean condenados a m uerte y entregados a ^
los O nce 1/1 y confiscados sus b ien es... Se presentó uno en la asam blea afirm ando "
que se h abía salvado en un tonel de harina y que le habían encargado los que p i ^
recían, si se salvaba, que an un ciara al pueblo que los estrategos no recogieron
los que habían sido los mejores en defensa de la patria. E uriptólem o hijo de
P isianacte, y algunos m ás d em andaron a C alíxen o, alegando que había re d a c ta d * )
propuestas ilegales l6. A lgunos de la asam blea lo aprobaban, pero la m u ltitu d g iis ^
taba q u e era m onstruoso por uno no d ejar a la asam blea hacer lo que quería. A
todo ello, com o I.icisco propuso juzgar tam bién a éstos con el m ism o voto qu e )
los estrategos, si no depo n ían la d em an d a, y la m asa de nuevo p rorrum pió e iw
gritos de aprobación, se vieron forzados a retirar las d em an das. A lgunos príra--”
n o s 17 se negaban a proponer la votación ilegal y otra vez subió C alíxen o a la t r “)
b un a, y los acusaba de lo m ism o. La m u ltirud pedía a gritos citar a juicio a los*
qu e se n egaban. Los prítanos tuvieron m iedo y todos convinieron en proponer!..™
excepto S ócrates, h ijo de Sofronisco. Éste se negó a h acer algo qu e no fue;
M :s- %
A co n tin u ació n E uriptólem o subió a la trib u n a y d ijo lo sig u ien te en defen "
sa de los estrategos: «A tenienses, en parte su b í a esta trib u n a para acusar, aun J
q u e Pericles es p arien te y p artid ario m ío y D io m ed o n te, am igo; en parte para
d efen derlo s; en p arte para acon sejar lo que me parece ser m ejor para la c i u d a t )
e n te ra... Os acon sejo, y en ello no es posible qu e vosotros seáis engañ ados i? ^
por m í ni por nin gún otro, castigar a los culpables, una vez convictos, con la pena
q u e q u eráis, y todos ¡untos o uno por uno, mas o torgándoles al m enos un d i . ; )
si no se puede m ás, para defen derse, de m odo qu e no creáis más en otros q u ^
en vosotros m ism os. Todos sabéis, aten ien ses, qu e el decreto de O anono 1,1 es
m u y riguroso, qu e ordena, si uno com parece en ju icio ante el pueblo a te n ic r » ^
se, qu e se d efien d a separado, y si es reconocido c u lp ab le, sea arrojado m u e r t f »
al B áratro :ft, sus bienes confiscados y la d écim a parte sea para la diosa. Según
este decreto exijo ju zgar a los estrategos, y, por Z eus, si vosotros lo d ecidís, )
P ericles el p rim ero , m i alle g ad o — es p ara m í u n a vergüen za e stim ar más
aq u él qu e a la c iu d ad entera— . Pero si preferís otro, juzgarlo s según la sig u ien ­
te ley, la qu e h ay con tra los saqueadores de tem plos y traidores: si uno tra ició n ?,)
%
11 F.iKar^.ulos tic los prisioneros condenados y de la ejecución de la sentencia capital. ^
Sobrino de A la b ia d o . Vease í 4, 19. fe
Kra ilegal la proposición de Calíxeno, ya que, desestim ando e! procedim iento normal, ai ju z g a d
por tribus, no garantizaba el secreto del voto y sobre todo establecía un solo juicio para todos le ^
acusados.
17 Com isión de la bulé o consejo de 50 miembros — cf. n. 74— de servicio permanente. Se rurm ^
lian cada 36 o 37 días (décim a parte del año).
ih Para la postura de Sócrates, véase Platón,^/». 32b; Jen., Mem. I 1, 18, y [V 42.
|l) Cf. Aristófanes, Asamblea 1089.
211 Cf. T u c., II 6 7, 4. )

#
44 M O D E LO S C LA SIC O S

a la c iu d ad o roba objetos sagrados, sea juzgad o an te un trib u n al, si fuese co n ­


den ad o , qu e no sea enterrado en el Á tica, y sus bienes sean confiscados. C o n el
q u e qu eráis de estos dos, oh atenienses, sean juzgado s los hom bres uno por
un o , d ividiendo el día en tres partes, pues es necesaria un a p ara reuniros voso­
tros y d ecid ir con el voto con qué p ro ced im ien to con vien e qu e ellos sean ju zg a­
dos, tanto si consideráis que son culpables com o si no; y otra para acusarlos; y
una tercera para defenderse. Si se hace esto, los culpab les co n seguirán el m áxi­
mo castigo, los inocentes serán absueltos por vosotros, oh aten ien ses, y no pe­
recerán injustam en te. Vosotros juzgadlos según la ley, obrando p iad o sam en te y
juran do con sin ceridad, y no luchéis com o aliado s de los laced em o nios contra
aquellos que les arrebataron setenta naves y los vencieron, co n d enan d o a éstos
sin juicio , ilegalm en te. ¿Y qué estáis tem ien do tanto qu e así os apresuráis? ¿Es
que, si juzgáis según la ley, vosotros no podéis co n d en ar a m uerte o absolver a
qu ien queráis; mas no sucede lo m ism o si juzgáis co n tra la ley, com o C alíxen o
persuadió al consejo a proponerlo al pueblo con un solo voto? M as q u izá os
arrep entiréis, si con denáis a m uerte a uno qu e no es cu lp ab le, y arrep entirse
más tarde, recordad qu e es penoso e in ú til ento nces, y más aún si os habéis
equivocado en cuestiones de vidas h um an as. H aríais cosas h orribles, si a Aris­
ta rc o :i que derrocó prim ero el régim en d em o crático y luego entregó Enoe a los
tebanos, qu e eran nuestros e n e m ig o s 22, disteis un d ía p ara defen derse com o
q u isiera y le con cedisteis otros derechos según ley, pero a los estrategos qu e h i­
cieron todo según vuestro plan y que vencieron a los enem igos, los vais a privar
de estos m ism os derechos. No in ten téis, aten ien ses, hacer nada fuera de las le­
yes, mas sed dueños de vosotros m ism os y guard ad éstas por las qu e p rin c ip a l­
m ente sois m u y poderosos. Y volved a los hechos m ism os, en los qu e incluso
parece que los estrategos tuvieron errores. Pues cuan d o volvieron a tierra des­
pués de vencer en la b atalla naval, D io m ed on te propuso a todos hacerse a la
m ar en co lu m n a y recoger los restos y a los náufragos y E rasínides m arch ar to­
dos juntos a toda velocidad con tra los enem igos de M itile n e . Pero Trasilo d ijo
qu e p odían realizar am bas proposiciones si d ejab an a llí unas naves y con las
otras m archaban con tra los enem igos. Y si d ecid ían esto, qu e cad a uno dejara
tres naves de su grupo — los estrategos eran ocho— y las diez de los taxiarcos,
las diez de los sam ios y las tres de los n av arco s2’ ; todas eran en total cuaren ta y
siete, cuatro por cada nave sin iestrad a, que eran d o c e 24. D e los trierarcos, que
se q u ed ab an , eran T rasibulo y Terám enes, el que en la asam blea an terio r acusó
a los estrategos, y con las dem ás naves m arch arían con tra las en em igas. ¿Y qué
proyectos no realizaron ad ecuad am ente y bien? En efecto, es justo q u e rin dan
c u en ta de lo qu e no h icieron bien an te los enem igos los encargados de éstos y

■' U no de los que establecieron el régimen oligárquico de los C uatrocientos en 411 a.C . Cf. 'I nc..
VIH 90; 92; 98.
" Cf. I nc., VIH 9 8, tam bién 90 y 92.
M Váse 1 6, 29.
' ' O '. I 6, .34.
LA D E M O C R A C IA CLÁ SICA : ATENAS 45

tam b ién qu e sean juzgado s los encargado s de la recogida, si no realizaron lo


q u e o rdenab an los estrategos, ya qu e no los recogieron. Pero algo im p o rtan te
tengo qu e decir en favor de am bos: que la tem pestad im p id ió hacer algo tic lo
qu e los estrategos disp usiero n. Son testigos de ello los que se salvaron por sí
m ism os, entre qu ien es h ay uno de nuestros estrategos que se salvó sobre una
nave que se estaba h u n d ien d o , a q u ien exigen ser juzgado con el m ism o voto
— au n q u e el entonces ten ía n ecesidad de salvació n — qu e juzga a los qu e no
ejecutaro n las órdenes. No h agáis, pues, oh aten ien ses, lo m ism o qu e los derro ­
tados e info rtun ados a cam b io de nuestra v icto ria y b uena fortuna, no decid áis
o brar descon sideradam en te an te hechos fatales de un dios, culp an d o de tra i­
ción en lu gar de im p o ten cia, ya qu e no fueron capaces de ejecu tar lo ordenado
a causa de la tem pestad. M as sería m ucho más justo p rem iar a los vencedores
con coronas qu e con denarlo s a m uerte por o bedecer a hom bres perversos».
Después que dijo este discurso Euriptólem o redactó una m oción: que los acu­
sados sean juzgados uno a uno por separado conform e al decreto de C anono. Pero
la del consejo era juzgar a todos en bloque con un solo voto. Los presentes votaron
a m ano alzada y aprobaron en un principio la de Euriptólem o. Pero M enéeles la
declaró ilegal bajo juram en to e hicieron una nueva votación a m ano alzada y
aprobaron la del consejo. Luego ordenaron por votación a los estrategos que p arti­
ciparon en la batalla naval, que eran ocho. Fueron ejecutados los seis presentes. No
mucho tiem po después se arrepintieron los atenienses y votaron que fueran d e ­
m andados 26 aquellos que engañaron a la asam blea y que eligieran fiadores hasta
que fueran juzgados y que C alíxeno era uno de ellos. Otros cuatro fueron tam bién
dem andados y encarcelados por sus fiadores. Pero más tarde '’ se produjo una vuel­
ta en la que C leo fo n te2S fue ejecutado y éstos huyeron antes de .ser juzgados. Calí-
xeno regresó cuando los del Pireo entraron en la ciudad y m urió de ham bre
odiado por todos. (Jenofonte, Helénicas, M adrid, Gredos, 1994, pp. 55-63.)

La historia de Jenofonte pone de manifiesto la responsabilidad de los fun­


cionarios y de los ciudadanos ante la asamblea, el control popular de los go­
bernantes, la existencia de un debate extenso y popular, la toma de decisio­
nes en reuniones masivas, así com o otras características de la ciudad-estado
ateniense. El texto ilustra también la form a en que se moldeaba esta rica
textura participativa: la plena participación dependía de las habilidades ora-

'* Ut hypomosíti, procedim iento por el cual se declara con juram ento incoar contra el amo? de un
decreto o ley una acción de ¡legalidad (gnfphé ptinínoinoi). l; l autor del decreto o ley era libre de re­
tirar su proposición.
Probóle: dem anda presentada ante la asamblea alegando una ofensa contra el Ksrado. Véase ium.i
anterior.
: Un el año 405-404 después de la derrota de Lgospótamos.
:s [efe del partido dem ocrático.
Los del partido dem ocrático que acabaron con los 1 reinta.
46 M O D E L O S C IÁ S IC O S

lorias de cada uno; los enfrentam ientos entre grupos de líderes rivales; la
existencia de redes inform ales de com unicación e intriga; el surgim iento de
facciones abiertamente opuestas, dispuestas a presionar por obtener medidas
rápidas y concluyentes; la vulnerabilidad de la asamblea ante la excitación
del m om ento; la inestabilidad de los fundam entos de ciertas decisiones po­
pulares; y el potencial de inestabilidad política general debido a la ausencia
de sistemas de control de la conducta impulsiva (véanse los útiles com enta­
rios de Rodewald, 1 9 7 4 , pp. 1-2, 19). Más adelante se incorporaron a la es­
tructura de la democracia ateniense algunos frenos constitucionales, con vis­
tas a salvaguardarla precisamente de decisiones precipitadas e irreversibles.
Estos cambios intentaron com pensar la soberanía popular con un marco
constitucional capaz de proteger las leyes y procedim ientos prom ulgados,
aunque es dudoso que estos cambios bastaran para este propósito (si es que
frente a una oposición m uy resuelta, el procedim iento constitucional puede
ser en algún caso suficiente).
La vida política ateniense parece haber sido extraordinariam ente intensa
v com petitiva. Adem ás, la asamblea y el consejo tendieron a estar dom ina­
dos por ciudadanos de «alta»' cuna o rango, una élite de familias ricas y bien
establecidas, que disponían de tiempo suficiente para cultivar sus contactos
y perseguir sus intereses. Puesto que el poder no estaba estructurado por un
sistema constitucional y gubernam ental firme, las batallas políticas tomaban
a m enudo un tinte m uy personal, term inando frecuentem ente con la elim i­
nación física de los oponentes a través del ostracismo o la m uerte (Finley,
1 9 8 3 , pp. 1 1 8 - 1 1 9 ) . Es fácil exagerar la frecuencia de estas batallas, subra­
yar el carácter representativo de la narrativa de Jenofonte com o relato de la
política ateniense y olvidar que Atenas disfrutó períodos relativam ente lar­
gos de estabilidad política. Sin embargo, la estabilidad política de Atenas se
explica probablem ente menos en términos del funcionam iento interno del
sistema político que en térm inos de su historia com o victorioso «estado-
conquistador» í0. El desarrollo de Atenas estuvo acom pañado de exitosas
campañas militares; únicamente hubo unos pocos años sin guerra o conflic­
tos militares. La victoria m ilitar acarreaba beneficios materiales para casi to­
dos los estratos de la ciudadanía ateniense, lo que sin duda contribuía a la
form ación de una base com ún entre ellos, base que debió de ser bastante só­
lida, mientras duraron las victorias.

Finley argum enta m agníficam ente todos estos puntos (1983).


LA DEM O CR A CIA C1.ÁSICA: ATENAS 47

Las críticas

La igualdad de derechos de todos los ciudadanos a participar en la asamblea,


a ser escuchados por ella y a acceder a un cargo público, aunque ciertamente
no llegó a crear la igualdad de poder entre todos, era suficiente por sí misma
para ser vista con consternación por los más famosos críticos de Atenas, en­
tre ellos Platón. Merece la pena explayarse por un m om ento en la crítica
contundente de Platón a la democracia en La república, ya que contiene crí­
ticas todavía hoy dirigidas contra la democracia, entendida com o algo más
que una votación en ocasiones periódicas, e incluso entendida simplemente
como tal (demócratas legalistas).
La juventud de Platón estuvo ensombrecida por la guerra del Pelopone-
so, que term inó con la derrota de Atenas. Desilusionado por la desaparición
de la ciudad, y por el deterioro de los estándares de liderazgo, moralidad y
justicia, que culm inaron en el juicio y muerte de Sócrates el 3 9 9 a .Q , Pla­
tón se acercó cada vez más a la idea de que el control político debía residir
en las manos de una m inoría (Lee, 19 7 4 , pp. 1 lss.). Expuso su postura so­
bre el telón de lundo de cuatro tipos de constitución: oligarquía (un siste­
ma de gobierno basado en la aristocracia m ilitar de Esparta), timocracia (el
gobierno de los ricos), democracia (el gobierno del pueblo) y tiranía (el go­
bierno de un único dictador). A l tratar la democracia, Platón se basó funda­
m entalm ente en su experiencia en Atenas. Si bien criticó algún aspecto de
cada una de las cuatro constituciones, fue mordaz con la democracia, a la
que definió com o un tipo de gobierno en el que «reina una mezcla encanta­
dora y una igualdad perfecta, lo mismo entre las cosas desiguales que entre
las iguales», y que garantiza que «todo individuo es libre de hacer lo que gus­
te» (La república, pp. 2 6 2 , 2 6 3 ) 3I. Este com prom iso con «la igualdad políti­
ca» y «la libertad» es, de acuerdo con Platón, la seña de identidad de la de­
mocracia y la base de sus características más deplorables.
La dem ocracia tiene una serie de defectos interrelacionados (cf. Lee,
1 9 7 4 , pp. 2 7 -3 0 ), que pueden extraerse, de entre otras fuentes, de las dos
famosas metáforas de La república, la del patrón del navio (p. 196) y la del
guardián de un «grande v robusto animal» (p. 2 0 1 ). Merece la pena empezar
con el relato del patrón del navio.

fig ú ra te , pues, un patrón de una o de m u tilas naves, tal com o vov a pintártelo;
más grande y más robusto que el resto de la trip u lació n , peni un poco sordo, de

1 Obsérvese la ideiuificación de «individuos» con -rodoi los hombres», cuando Platón se csi.i e n
realidad refiriendo a los ciudadanos varones.
48 M O D E LO S C LA SIC O S

vista corta, y poco versado en el arte de la navegación. Los m arineros se d isp u ­


tan el tim ón; cada uno de ellos pretende ser piloto, sin tener ningún conocim iento
náutico, y sin poder decir ni con qué m aestro ni en qué tiem po lo ha ad qu irid o .
A dem ás, son bastante extravagantes para d ecir que no es un a cien cia que pueda
aprenderse, y estarán dispuestos a hacer trizas al que in tente sostener lo con tra­
rio. Im agínate que los ves alrededor del parrón, sitián d o le, co n jurán d o le y a p u ­
rándole para que les confíe el tim ón. Los excluidos m atan y arrojan al m ar a los
que han sido preferidos; después em b riagan al patrón o le adorm ecen haciéndole
beber la m andragora, o se libran de él por c u alq u ie r otro m edio. Entonces se
apoderan de la nave, se echan sobre las provisiones, beben y com en con exceso, y
conducen la nave del modo que sem ejantes gentes pueden co n d ucirla. Además,
consideran com o un hom bre entendido, com o un hábil m arin o , a todo el que
pueda ayudarles a obtener por la persuasión o por la violencia la dirección de la
nave, desprecian com o in ú til al qu e no sabe lisonjear sus deseos; ign o ran , por
otra parte, lo que es un piloto, y qu e, para serlo, es preciso tener conocim iento
exacto de los tiem pos, de las estaciones, del cielo, de los astros, de los vientos y
de todo lo qu e pertenece a este arte; y en cu an to al talen to de gob ern ar una
nave, haya o no oposición de parte de la tripu lación , no creen que sea posible
u n ir a él la d e n c ia del pilotaje. En las naves en que pasan tales cosas, ¿qué idea
quieres que se tenga del verdadero piloto? Los m arineros, en la disposición de es­
p íritu en que yo los supongo, ¿no le considerarán com o hom bre in ú til, y com o
visionario que pierde el tiem po en con tem plar los astros? (P latón, La república,
pp. 196-197.)

El «verdadero piloto» representa a la m inoría que, provista de la habilidad y


experiencia necesarias, tiene más derecho que ninguno a gobernar legítima­
mente; ya que el pueblo (la tripulación) conduce sus asuntos de acuerdo
con los impulsos, los sentimientos y los prejuicios. No tiene ni la experien­
cia ni los conocim ientos para una sólida navegación, es decir, carece de ju i­
cio político. Además, los únicos líderes a los que el pueblo es capaz de adm i­
rar son los aduladores: «¡qué empeño, por el contrario, en acogerles (a los
políticos) y honrarlos, con tal que se digan m uy celosos por los intereses del
pueblo!» {La república, p. 2 6 2 ). En general, «lo natural es que el que tiene
necesidad de ser gobernado vaya en busca del que puede gobernarle, y no
que aquellos cuyo gobierno pueda ser útil a los demás supliquen a éstos que
se pongan en sus manos. Y así no te engañarás com parando los políticos
con los marineros» (p. 19 7 ). No puede existir en la democracia un liderazgo
correcto; los líderes dependen del favor popular y actuarán, consecuente­
mente, para conservar su propia popularidad y posición. El liderazgo políti­
co se ve debilitado por su aquiescencia para las demandas populares y por el
hecho de que la estrategia política se fundam ente en aquello que puede «ser
vendido». Los juicios cautelosos, las decisiones difíciles, las opciones incó­
LA D EM O C R A C IA CLÁ SICA : A TEN A S 49

modas y las verdades desagradables se evitan generalm ente por necesidad.


La democracia margina al sabio.
Las demandas de libertad e igualdad política son, además, incompatibles
con el m antenim iento de la autoridad, el orden y la estabilidad. C uando los
individuos son libres de hacer lo que quieren y exigen la igualdad cíe dere­
chos, independientem ente de sus capacidades y contribuciones, el resultado
a corto plazo es la creación de una atractiva sociedad diversa. Sin embargo, a
largo plazo, su efecto es la satisfacción del deseo y la permisividad, que ero­
sionan el respeto por las autoridades políticas y morales. Los jóvenes ya no
respetan más a sus profesores; desafían continuam ente a sus mayores, y estos
últimos «quieren remedar a los jóvenes» (La república, p. 2 67 ). En resumen,
los ciudadanos «se hacen suspicaces hasta el punto de rebelarse e insurrec­
cionarse a la m enor apariencia de coacción. Y por últim o llegan... hasta no
hacer caso a las leyes, escritas o no escritas, para no tener así ningún se­
ñor...» (p. 2 6 7 ). A «la insolencia» se le llama «cultura; a la anarquía libertad;
al libertinaje magnificencia; a la desvergüenza valor» (p. 2 6 4 ). Una falsa
«igualdad de la naturaleza de los placeres» conduce al «hom bre dem ocráti­
co» a vivir al día. C om o consecuencia, la cohesión social se ve amenazada, la
vida política se fragmenta cada vez más y la política se llena de disputas en­
tre facciones. Esta situación conduce a un conflicto intenso entre los intere­
ses sectoriales, ya que cada facción lucha más por sus propios intereses que
por los del conjunto del estado. Un com prom iso conjunto por el bien de la
com unidad y por la justicia social se hace imposible.
Este estado de cosas conduce inevitablemente a interminables intrigas y
manejos y a la inestabilidad política: una política de deseo y ambición de
senfrenada. Todos los involucrados pretenden representar los intereses de la
com unidad, pero de hecho todos se representan a sí mismos y a una egoísta
am bición de poder. Aquellos con recursos económ icos o en posiciones de
autoridad, pensaba Platón, serán inevitablem ente atacados; y el conflicto
entre ricos y pobres se agudizará especialmente. En estas circunstancias, afir­
maba, es probable la desintegración de la democracia. «Lo mismo con rela­
ción a un estado que con relación a un simple particular, la libertad excesiva
debe producir, tarde o temprano, una extrema servidumbre» (La república,
p. 2 68 ). A lo largo de las luchas entre facciones, se proponen líderes para
defender las causas particulares, y es relativam ente fácil para estos líderes po­
pulares exigir «una guardia personal» para protegerse de las agresiones. Con
esta ayuda, el paladín popular está a un paso de apoderarse de las «riendas
del estado». C on form e la democracia se zambulle en la disensión y el con­
flicto, los paladines populares pueden parecer ofrecer una visión clara, una
dirección firm e y la promesa de acabar con roda oposición. Se convierte en
50 M O D E LO S C L A SIC O S

un opción tentadora apoyar al tirano elegido. Pero, por supuesto, una vez en
posesión del poder del estado, los tiranos suelen ocuparse únicamente de sí
mismos.
La tiranía de Platón 110 era, en sí misma, una solución estable a los pro­
blemas de la democracia. Los tiranos rara vez son «verdaderos pilotos». En la
segunda famosa metáfora sobre «el grande y robusto animal» (la masa del
pueblo), Platón deja claro que no basta con que sil guardián sepa cóm o con­
trolar a la bestia, a través del estudio de sus humores, necesidades y hábitos.
Para que el anim al sea adecuadam ente cuidado y amaestrado, es im portante
discernir lo que, en los gustos y apetitos de la criatura, es «honesto, bueno y
justo, de lo que es vergonzoso, malo e injusto» (La república, p. 2 0 1 ). El
planteam iento de Platón, en resumen, es que los problemas del m undo no
pueden ser resueltos mientras 110 gobiernen los filósofos; ya que sólo ellos,
bien educados y form ados, tienen la capacidad de arm onizar todos los ele­
mentos de la vida humana bajo «el gobierno de la sabiduría». Siguiendo a
Sócrates, Platón creía que «la virtud es conocim iento»; es decir, que la «vida
buena», tanto para los individuos com o para las colectividades, es un fenó­
meno objetivo: existe independientem ente de sus estados inmediatos y pue­
de alcanzarse a través de un estudio sistemático. Es la sabiduría rigurosa­
mente adquirida por los filósofos la que justifica su idoneidad para el poder.
Es su capacidad para arreglar las cosas de la form a más ventajosa lo que hace
recomendable que el principio de gobierno sea el principio del despotismo
ilustrado.
No es preciso que nos ocupemos aquí detenidam ente de los detalles de la
postura de Platón; bastará con saber que su postura en La república está m o­
tivada por el deseo de contestar a la pregunta: «¿qué es la justicia?». Partien­
do de una concepción natural de la división del trabajo, en la que cada clase
de individuos puede encontrar su propio papel (en térm inos generales com o
gobernantes, soldados o trabajadores), la tarea encomendada a los filósofos
es la de exam inar esa división, con vistas a a) estim ular las virtudes propias
de cada tipo de trabajo (sabiduría, valentía, templanza) y a b) garantizar que
los individuos realizan las funciones adecuadas. Los individuos y los estados
se conciben com o «todos» orgánicos en los cuales, cuando el «todo» está
sano, los ciudadanos pueden desempeñar sus funciones, satisfacer sus nece­
sidades, realizarse y, de este modo, morar en.un estado eficiente, seguro y
poderoso (cf. Ryle, 19 6 7). En estas circunstancias, la justicia puede prevale­
cer y la vida buena puede hacerse realidad (cf. Anuas, 19 S 1).
En la postura de Platón, y del pensamiento de la antigua Grecia, en tér­
minos más generales, es preciso tener presente que la libertad que el estado
protege 110 está tanto destinada al individuo per se com o a su habilidad para
LA D EM O CR A CIA CLÁ SICA : ATENAS 5 I

cum plir su papel en el universo. Esta teoría difiere notablemente, tal como
señala acertadam ente un comentarista, «de una que pinte las relaciones so-
cíales en térm inos de contrato o pacto y que, en consecuencia, conciba al es­
tado com o interesado de modo prim ordial en el m antenim iento de la liber­
tad de elección» (Sabine, 1 9 6 3 , p. 4 9). Esta concepción, dom inante en la
tradición liberal del siglo X V ll, habría constituido un anatema para Platón.
Su obra defiende abiertamente la idea de una unidad armoniosa entre «lo
público» y «lo privado». El estado asegura las bases para que el ciudadano
desarrolle su vocación.
Platón m odificó hasta cierto punto, en obras subsiguientes, especialmen­
te en E l político y en Las leyes, la postura planteada en La república. En estos
libros Platón reconoce que, en el estado real com o opuesto al ideal, el go­
bierno no puede sostenerse sin algún tipo de consentim iento y participación
popular. Se afirm a también la importancia del gobierno de la ley com o un
m odo de circunscribir el ám bito legítimo de los que ejercen el poder «públi­
co» — los filósofos-reyes. Se introduce significativamente una teoría del «ré­
gimen mixto», que com bina elementos de la m onarquía y la democracia,
anticipándose a posiciones desarrolladas más adelante por Aristóteles y los
republicanos del Renacimiento 32. Platón ideó incluso un sistema de votación
proporcional, que encontraría más tarde su parangón en los escritos de figu­
ras com o John Stuart M ili. Pero estas ideas no fueron en su conjunto desa­
rrolladas de form a sistemática, y la tentativa de Platón de introducir un ele­
m ento dem ocrático en su concepción del sistem a de gobierno ideal no
supuso un m odelo de democracia original.

Tanto el modelo clásico de democracia (resumido en el modelo I) como


sus críticas han tenido un impacto duradero en el pensamiento político m o­
derno occidental: el prim ero, com o fuente de inspiración para muchos pen­
sadores demócratas, y las segundas, como advertencias de los peligros de la
política democrática. Sin embargo, ni el m odelo ni sus críticas han tenido
influencia teórica \ práctica inmediata más allá de la vida de la antigua ciu­
dad-estado. El m odelo mismo no se volvería a examinar, articular y defen­
der com pletam ente hasta Rousseau ( 1 7 1 2 - 1 7 7 8 ) , y más tarde aún M arx
( 1 8 1 8 - 1 8 8 3 ) y Engels ( 1 8 2 0 -1 8 9 5 ) , a pesar de que reapareció directamente

í: La idea del ^régimen m ixto » como resultado de la com binación de distintos principios de organi­
zación. con el fin de que se contrarresten los unos a los otros, alcanzando así un equilibrio de las
fuerzas políticas, tiene, por supuesto, una gran im portancia en la historia da la teoría y práctica polí­
ticas. Platón pudo ser el prim ero en elaborar esa idea, aunque esto no puede confirmarse. La teoría
del «régim en m ixto», o la división de poderes, será analizada más adelante, cuando se examine el
pensam iento de M aquiavelo, Locke y M ontesquieu.

i
52 MODELOS CLASICOS

en el pensamiento político europeo con el Renacim iento italiano y el flore­


cim iento de las ciudades-república italianas. La crítica de Platón, ju n to con
las reflexiones críticas de otros pensadores políticos griegos, lia tenido una
influencia particularm ente profunda en tiempos relativam ente recientes. En
lo que concierne a sus escritos sobre las limitaciones morales de la dem ocra­
cia, en las acertadas palabras de un com entarista, «nunca han sido superados
en fuerza y perentoriedad» (D unn, 19 7 9 , p. 17). ¿Hasta qué punto debemos
tomar en serio su crítica y su aplicación a otros modelos de democracia?; es
ésta una cuestión sobre la que tendremos que volver más adelante. Desde
luego, posturas similares en espíritu a la de Platón han sido de suma tras­
cendencia histórica. Tal como ha destacado acertadamente un crítico de la
teoría de la democracia, «la gran m ayoría de los pensadores políticos... han
insistido en la perversidad de las constituciones democráticas, en el desor­
den de la política democrática y en la depravación m oral del carácter dem o­
crático» (Corcoran, 1 9 8 3 , p. 15). Hasta principios del siglo XVUI, casi nin­
guno de los que dejaron amplia constancia de sus pensamientos creyó que la
democracia fuera una form a deseable de organizar la vida política.
El eclipse de la democracia antigua, en el contexto del surgim iento de
imperios, estados poderosos y regímenes militares, pudo deberse tanto a fac­
tores internos com o a su cambiante suerte en ultramar. El estado ateniense
descansaba en un sistema productivo que dependía en gran medida de los
esclavos — fundam entalm ente para trabajar las minas de plata de Laurion,
que financiaban im portaciones de grano vitales (cf. P. A nderson, 19 7 4 a ,
caps. 1 y 2; Hansen, 19 9 1). Esta estructura económ ica era vulnerable al de­
sorden y al conflicto internos y externos. La naturaleza radicalmente dem o­
crática del estado parece haber incrementado esta vulnerabilidad, ya que la
ausencia de un centro burocrático y la existencia, en el m ejor de los casos,
de meras divisiones institucionales vagam ente coordinadas en el seno del
«gobierno» exacerbaban las dificultades en la adm inistración de la econo­
mía y de un extenso sistema comercial y territorial. Además, dado el incre­
mento en los costes de la guerra com o resultado de los cambios en las técni­
cas de combate, las armas y el pago de mercenarios, Atenas no pudo asumir
fácilmente la coordinación central de fuerzas militares más amplias y varia­
das sin socavar sus propias estructuras políticas y sociales (cf. M ann, 19 8 6 ,
pp. 2 2 3 -2 2 8 ). O tros estados autoritarios más extensivam ente organizados
no tuvieron esa dificultad y, por consiguiente, Atenas acabó perdiendo, ju n ­
to con otras ciudades griegas, su estatus independiente y fue absorbida por
imperios y poderes rivales.
La ciudad-estado ateniense tenía rasgos comunes con la Rom a republica­
na (cf. Finley, 19 8 3 , pp. 84ss.). Ambas eran fundam entalm ente sociedades
LA D EM O C R A C IA CLASICA: ATENAS 53

Resumen: modelo I
La democracia clásica
Principiáis) justificntii'n(s)
Los ciudadanos deben disfrutar de la igualdad política para que puedan ser libres para
gobernar y ser a su ve?, gobernados.

Características fundamentales
Parricipación directa de los ciudadanos en las funciones legislativa y judicial.
La asamblea de ciudadanos ejerce el poder soberano.
El ám bito de acción del poder soberano incluye todos los asuntos com unes de la
ciudad.
Existen múltiples métodos de selección de los cargos públicos (elección directa, sorteo,
rotación).
No existen distinciones de privilegio entre los ciudadanos ordinarios y los que ocupan
puestos públicos.
Con excepción de los puestos relacionados con el ejército, el mismo puesto no puede
ser ocupado dos veces por el mismo individuo.
M andatos breves para todos los puestos.
Los servicios públicos están remunerados.

Condiciones generales
Ciudad-estado pequeña, con hinter/atidagrícola.
Economía de esclavitud, que deja tiempo «libre» para los ciudadanos.
Trabajo doméstico, es decir, el trabajo de la mujer, que libera a los hombres para los
deberes públicos.
Restricción de la ciudadanía a un número relativamente pequeño.

que se com unicaban de boca en boca, culturas orales, con elementos de par
ticipación popular en los asuntos de gobierno y poco, si algo, control buró
crático centralizado. Ambas intentaron fom entar un profundo sentido del
deber público, una tradición de virtud cívica o responsabilidad hacia «l.i re­
pública» — hacia los distintos aspectos del reino de lo público. En ambas
form as de gobierno se concedía a las demandas del estado una prioridad
única y privilegiada sobre las del ciudadano individual. Sin embargo, si A te­
nas fue una república dem ocrática, los eruditos contem poráneos afirman
p or lo general que Roma fue, en com paración, un sistema esencialmente
54 m o d e lo s ansíeos

oligárquico. A pesar de la introducción de las concepciones helénicas del es­


tado en las obras de los pensadores rom anos (especialm ente en C icerón,
1 0 6 -4 3 a.C.), y de la inclusión en la com unidad política de los campesinos
nacidos ciudadanos y de los esclavos emancipados, en Rom a las élites dom i­
naron con firmeza todos los aspectos de la política. La historia m ilitar de
Roma — su extraordinario historial en expansiones territoriales y conquis­
tas— ayuda a explicar cóm o y por qué Roma fue capaz de m antener com ­
promisos formales de participación popular, por un lado, y un control po­
pular real m uy lim itado, por otro. Aunque, com o veremos en el siguiente
capítulo, Roma iba a ejercer una influencia fundam ental en la difusión de
las ideas asociadas a un régimen de autogobierno, la herencia de la tradición
clásica griega, y del m odelo de la democracia ateniense en particular, es, en­
tre los legados del m undo antiguo, el más im portante para com prender la
historia del pensamiento y la práctica democráticos.

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