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acabado, un edificio debe ser considerado una obra de arte. Pese a ello, mantiene
los pies en el suelo con diseños funcionales que se integran en el entorno.
Con esta frase deja clara su postura frente a la arquitectura y el arte. Dice que la
arquitectura es algo intrínseco e innato, así como lo es el arte. Esto es evidente en
su obra, pues este personaje se inspira en elementos cotidianos o en bocetos
personales, los cuales los transforma en arte, para después volverlos magníficos
edificios.
Alejandro Aravena:
“Hay que pensar, además, que era Chile en los ochenta, mitad de la dictadura, la
oferta educacional no era demasiado grande y era casi por descarte”, rememora y
explica que si no se escogía una ingeniería, medicina, periodismo o psicología, “la
única cosa que había que juntara arte y ciencia era la arquitectura”.
“Fue algo de un potencial del que nos dimos cuenta casi por vergüenza propia, así
como existe la vergüenza ajena; a mí me pasó siendo invitado el año 2000 (diez
años después de haberme titulado arquitecto) a dar clases en Harvard”.
“En ese momento me di cuenta de que venía de un país donde el 60% de lo que
se construye ocupa algún tipo de subsidio y yo no tenía ni idea de lo que era un
subsidio”, continúa.
Y fue con “ese nivel de vergüenza propia” que empezó “a usar rigurosamente” su
“propia ignorancia” para trabajar en temas que en ese momento le parecieron
“relevantes”.
“Sin siquiera saber si se iba a poder hacer alguna contribución, pero estaba claro
que la pregunta importaba. No sabía todavía si el conocimiento arquitectónico que
yo tenía podía contribuir a esa pregunta, pero lo único claro era que la pregunta
importaba”, reflexiona.