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Todos ellos y la entrevista que sigue forman parte de la visión que este
argentino de Ciutat Vella tiene del mundo en que vivimos.
[1] Las cursivas hacen referencia a los subtítulos de los libros mencionados.
Norberto Chaves
¿Acabó la carrera?
Pasé a ser profesor titular. Dictaba las asignaturas Teoría social del hábitat y
Semiología arquitectónica. Entonces, para ser profesor, no tenías por qué
tener título. Se daba predominio a los conocimientos antes que a los
papeles, al contrario que con el siniestro Plan Bolonia. En Semiología
incorporamos una reflexión más amplia que la arquitectónica. Queríamos
incluir la arquitectura en el campo del hábitat. Nuestro enfoque era, por un
lado socioeconómico y, por el otro, etnográfico.
Ante todo nos enseñan que todos esos conceptos están relativizados por la
cultura, que las verdades culturales no son cuestión de lógica. Sin
pensamiento mágico no hay cultura posible.
Durante su estada, Aldo van Eyck nos contó varias anécdotas. Una de ellas,
una fiesta en una cultura de África. Consistía en una danza frenética
masculina: ni las mujeres ni los niños están autorizados a contemplar esa
fiesta. Ni mucho menos a participar en ella, ni tampoco a oírla. O sea que se
tienen que alejar mucho del pueblo para no oír la música de la fiesta. Esta es
la norma cultural, el ritual. Pero las mujeres y los niños la transgreden. Se
suben a los techos de las casas y espían. El chamán, cuando ve sus
cabezas los asusta, y ellos se esconden. Esto se suma al ritual. Aldo van
Eyck contaba que era sugerente que los techos de las casas próximas a la
plaza donde se hacía el ritual estuvieran reforzados para permitir la
transgresión. Un pensamiento racionalista no puede entender eso: la
incorporación de lo contradictorio, quintaesencia de la condición humana.
La arquitectura popular, la antropología o la etnografía te enseñan a
relativizar ciertos principios.
Las diferencias estilísticas entre las oficinas y las casas de fin de semana de
las mismas personas golpeaban sobre la presunta universalidad del
pensamiento racionalista. Los ortodoxos seguían defendiendo una
arquitectura racional, desde una filosofía humanista, donde el usuario era
abstracto. Si le hablabas al usuario real, este te decía que la “caja de
zapatos” no le gustaba. Fuimos quizá la primera generación que cobró
consciencia de eso, lentamente. Por eso mis textos tienen, en general,
ambos componentes: la reivindicación de lo antropológico y lo cultural y, por
otro lado, la racionalidad económica.
Una amiga mía, pintora, Norma Bessouet, conocía a Xavier Olivé, de Eina,
que me propuso ir a la escuela para darme a conocer al profesorado. Di casi
una conferencia. Solté todo lo que sabía hacer. Nadie hacía la mínima
mueca, y yo creía estar perdiendo el tiempo. Según terminé, Joan-Enric
Lahosa me dijo: “¿Y cómo se llamaría tu materia?”. Al final acabé dando seis
asignaturas durante siete años. Fue una experiencia muy fuerte e
integradora.
Al tiempo, Oriol optó por la vida académica y Carles ahora está dirigiendo,
independientemente, proyectos de imagen y comunicación para grandes
firmas, además de dar clases en Eina.
Como vecino de Ciutat Vella, ¿cuáles cree que han sido las carencias
de las intervenciones desarrolladas en el casco antiguo de Barcelona?
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