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Materiales:
- "pies"
- Preguntas
Elaboración:
1. Con anticipación haga bastantes "pies" utilizando el patrón adjunto.
2. Escriba las preguntas en los “pies”.
Cómo jugar:
Divida el grupo en dos equipos.
Un representante del primer equipo tiene que coger un "pie". El catequista lee la
pregunta y el representante del equipo tiene que contestarla (solo o averiguando
con sus compañeros de equipo). Si contestan bien pueden colgar el “pie” bajo el
letrero JERUSALÉN dirigiéndolo hacia el letrero EMAUS.
Luego los del segundo equipo tienen que hacer lo mismo. Si contestan bien
pueden colgar su "pie" enseguida del "pie" del primer equipo. (Se puede dar un
distintivo, un color o número, a cada equipo para diferenciarlos).
Gana el equipo que haya contestado más preguntas, cuando las huellas lleguen
a EMAUS.
OBJETIVO: Reconocer a Jesús que por amor se quedó con nosotros en cada
Eucaristía, y cada día camina junto a nosotros.
INTERIORIZACION
La tarde de ese mismo domingo, dos discípulos, no de los apóstoles, se
apartaron del pequeño grupo de creyentes en Jerusalén y se dirigieron hacia la
aldea de Emaús, que se hallaba a unos once o doce kilómetros de la ciudad. El
tema de su conversación sólo pudo haber sido uno, y de este asunto hablaban
al andar, citando los varios acontecimientos de la vida del Señor, refiriéndose en
forma particular a su muerte, ocurrencia que había puesto tan triste fin a sus
esperanzas de un reino mesiánico, y maravillándose profundamente del
incomprensible testimonio de las mujeres concerniente a su reaparición en
calidad de alma viviente. Mientras caminaban, absortos en su triste y profunda
conversación, se unió a ellos otro Viajero. Era el Señor Jesús; “mas los ojos de
ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Con atento interés les
preguntó: “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis,
y por qué estáis tristes?” Uno de los discípulos, llamado Cleofas, contestó con
sorpresa y un poco de conmiseración al ver la aparente ignorancia del
Desconocido: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las
cosas que en ella han acontecido en estos días?” Resuelto a arrancar de sus
labios una declaración completa del asunto que los agitaba tan visiblemente, el
Cristo incógnito preguntó: “¿Qué cosas?” Dejando de lado la reticencia,
respondieron: “De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y
en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los
principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le
crucificaron.”
Con voz afligida continuaron su relato explicando cómo habían cifrado sus
esperanzas en que Jesús, para entonces crucificado, hubiese probado ser el
Mesías enviado a redimir a Israel; pero “hoy es ya el tercer día que esto ha
acontecido”. Entonces cobrando un poco más de ánimo, pero perplejos todavía,
le informaron que unas mujeres de su compañía los habían asombrado esa
mañana con la noticia de que yendo temprano a visitar el sepulcro, habían
descubierto que el cuerpo del Señor no estaba allí, y “vinieron diciendo que
también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive”. Además de
las mujeres, otros habían ido a la tumba y verificado la ausencia del cuerpo, pero
sin haber visto al Señor.
Entonces Jesús, reprendiendo con tiernos acentos a sus compañeros de viaje
por ser tan “insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas
han dicho”, les preguntó impresionantemente: “¿No era necesario que el Cristo
padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” Comenzando desde las
PARROQUIA SAN JERÓNIMO
inspiradas declaraciones de Moisés, les explicó las Escrituras, refiriéndose a
todas las palabras proféticas relacionadas con la misión del Salvador. Habiendo
acompañado a los dos hombres hasta su destino, Jesús “hizo como que iba más
lejos”, pero lo instaron a que permaneciera con ellos porque el día ya había
declinado. Aceptó su ruego hospitalario de acompañarlos a la casa, y en cuanto
hubieron preparado su comida sencilla se sentó con ellos a la mesa. En calidad
de Invitado de honor, “tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio”. Quizá hubo
algo en el fervor de la bendición, o en la manera de partir y distribuir el pan, que
les evocó recuerdos de otros días—o posiblemente vieron las manos heridas—
pero cualquiera que haya sido la causa inmediata, los dos discípulos miraron de
fijo a su Huésped, y “les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; más él se
desapareció de su vista”. Bajo el impulso de un asombro gozoso se levantaron
de la mesa, reprochándose el uno al otro por no haberlo reconocido antes. “¿No
ardía nuestro corazón en nosotros—dijo uno de ellos—mientras nos hablaba en
el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” Inmediatamente se volvieron
sobre sus pasos y regresaron en el acto a Jerusalén, para confirmar con su
testimonio lo que los hermanos vacilaban en aceptar.
Reflexión: Ir caminando a Emaús, en definitiva, es volver a lo de siempre, volver
a lo conocido por haber dejado de confiar, por no animarse a creer. Es olvidarse
de la noticia más linda que podíamos haber recibido, la Resurrección de Cristo.
Volver a Emaús, como estos dos discípulos, es haber perdido la esperanza en
la resurrección, en la nuestra, en la de cada día y, además, en la de Jesús, en
no confiar que Él está siempre y camina con nosotros, aunque a veces no
podamos reconocerlo. ¿Cuántas veces volvemos a nuestros «emaúses» por
haber dejado de creer? Nuestros «emaúses» son esos lugares seguros pero en
donde Jesús no nos pidió estar. ¿Cuántas veces escuchamos que Jesús resucitó
pero no lo vemos, no lo experimentamos, no terminamos de saborear ese
misterio tan grande. Son más los cristianos que viven como estos dos discípulos,
cabizbajos, que los que viven sabiendo y sintiendo que Jesús camina siempre a
nuestro lado mientras nos explica las Escrituras con el corazón a punto de
explotar. Todos tenemos momentos, a todos nos toca pasar ciertas cosas
difíciles, dolorosas y a veces angustiantes. Pero lo importante es no olvidar esta
imagen. ¿Cuál? Que mientras caminamos así por la vida, queriendo que el
pesimismo nos gane y nos llene el corazón. Mientras caminamos con el corazón
encerrado en nuestros pensamientos. Mientras hablamos entre nosotros como
retroalimentando la mala onda de un mundo que siempre parece superarse así
mismo en maldad y en locura. Mientras pasa todo eso, Jesús se pone de
«nuestro lado», camina a «nuestro lado», le encanta caminar con nosotros para
llevarnos de a poquito al lugar donde podemos reconocerlo. No es lo mismo
llegar a Emaús sin Jesús que con Él. No es lo mismo que Él sea el que nos abra
el corazón y el entendimiento. ¡Qué lindo que es cuando Él nos hace ver lo que
nunca vimos, nos hace dar cuenta de tantas cosas que dejamos pasar de lado
por ignorancia y tozudez!
Resaltar también la actitud de Jesús al acercarse a sus discípulos:
PARROQUIA SAN JERÓNIMO
- Camina al paso de los discípulos... Acompaña en el camino...
- Se acerca a los discípulos...
- Se interesa por lo que les pasa...
- No impone, pregunta...
- Pregunta dos veces (a veces una sola vez no alcanza), es paciente...
- Utiliza las Escrituras (la Biblia) para iluminar la situación de vida de los
discípulos y encontrarle sentido a lo que habían vivido...
- Tiene una actitud cálida, acogedora...
- Cuando es necesario una pequeña reprimenda lo hace, pero con cariño...
- Cuando le piden que se quede con ellos accede...da su tiempo...
- Se revela en la vida, con palabras y gestos...
- En definitiva, su presencia y compañía produce en los discípulos un
proceso de conversión: encuentro con el Dios de la Vida y opción por su
Causa.