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“Siempre hay una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación; y a
través de nuestros cansancios y decepciones hay siempre un Pan partido que nos
hace ir adelante en el camino”. Papa Francisco (Regina Coeli, 4 de Mayo de 2014)
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Quédate con nosotros en el caminar de la fe
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¿No te suena? ¿Cuántas veces nosotros “los que conocemos al Señor” preferimos
“regresar” a nuestras “aldeas”? ¿Cuántas veces hemos decidido caminar sin Jesús?
La indiferencia parece invadir nuestra vida toda y tal pareciese, incluso, que el
Señor nos interpela nuevamente en el silencio “ya no me amas como me amabas
antes” (Apocalipsis2, 4). El caminar del cristiano, ese es el punto de inicio de este
pasaje del Evangelio, tenemos que caminar, claro que sí, es la misión del discípulo,
ir adelante, no quedarse estancado, pero no indiferentes y sin propósito de vida, el
cómo caminamos o con quién caminamos, es lo que debemos evaluar hoy.
Hoy también Jesús aligera el paso porque quiere caminar con nosotros, no importa
si corremos o si desviamos el camino, igual Él quiere caminar con nosotros y
acompañarnos “en persona”, como a aquellos discípulos, de forma total y no a
medias; no importan nuestros ánimos, aunque si nuestra actitud, dejemos que Él
nos acompañe y nos guíe siempre, porque, al final de cuentas, Él es “el camino, la
verdad y la vida” (San Juan 14, 6).
3. “… pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.” (San Lucas 24, 16)
¿Qué nos impide reconocer a Jesús como compañero de camino? ¿Por qué no
queremos dejar que Él camine junto a nosotros? Algo impide que nuestros ojos de
discípulos le reconozcan, aunque lo tengamos cara a cara, no le vemos, más bien,
no le queremos ver… en realidad es nuestro corazón el que está cerrado (cegado)
por el pecado, por el odio y los resentimientos, por el vacío de Dios. A veces nos
pasa como a los discípulos de Emaús, que estaban más enfocados en el problema
o en las “malas noticias” de lo sucedido en aquellos días, que en la “Buena Nueva”
de la resurrección de Cristo que les había sido anunciada y de su salvación misma.
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4. “Él les dijo: «¿De qué van discutiendo por el camino?» Se detuvieron, y
parecían muy desanimados…” (San Lucas 24, 17)
¡Qué fácil es desanimarse ante la prueba! ¡Qué fácil es huir del dolor!… Pero ese
no es el propósito del cristiano, estamos llamados a ser extraordinarios, a ser
valientes, a ser auténticos, a tener coraje… A no huir ni desanimarnos en la
prueba, porque “¿Adónde iremos lejos de su espíritu, a dónde huiremos lejos de su
rostro?”(Salmo 139 7-10). No podemos huir del amor y de la misericordia de Dios,
el encuentro con Cristo hoy a través de su Palabra también nos interpela.
¿Cómo estimamos a Cristo? ¿Qué tanto nos importa en nuestra vida? ¿Cómo le
conocimos y le recordamos?… Los discípulos de Emaús recordaban perfectamente
a Jesús, sus obras y palabras, le reconocían como un profeta ungido por Dios y
sabían de su “popularidad” ante el pueblo, pero no le reconocían aún como EL
SEÑOR. Aún siendo testigos de su propia salvación, Jesús seguía siendo para ellos
un “profeta poderoso”, más no el Señor de sus vidas… Esto sucede en la vida del
discípulo cuando el primer encuentro con Jesús parece eclipsarse por las formas
vacías, los problemas cotidianos, cuánto más por cuestiones vanas.
¿Es Jesús verdaderamente nuestro Señor? A veces pasa que sabemos mucho de
Dios, de Jesús, de la Biblia y de la Iglesia, le decimos “Señor”, más no le
reconocemos como tal en nuestras vidas; inclusive, lastimosamente, para muchos
cristianos, Jesús es: Un personaje importante, respondemos “sí”; que cambio la
historia de la humanidad, decimos “también”; un revolucionario de su época,
pensamos “puede ser”… si existe Él, es de vez en cuando y solo en los templos o
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La Palabra de Dios es viva, actual, eterna y tiene poder; Jesús sabía que debía (en
cierta forma) comenzar desde cero, ellos no le habían reconocido, no podía
simplemente decir “aquí estoy y ya resucité”, porque no era una noticia que ellos
habrían aceptado tan fácilmente. Aprovecha el caminar, para explicarles las
escrituras, el “camino de la salvación”; imagínate esa escena, el Divino Maestro
explicando mientras caminaban, ellos escuchando atentamente, sobre Moisés, los
profetas, el pueblo de Israel… Su propia vida.
La Palabra de Dios siempre está en el caminar del cristiano, aún y cuando tratemos
de apartarla de nuestra cotidianidad. Hoy como siempre, Dios “desciende” para
hablar con el hombre a través de su Palabra, por eso su efecto no es una lectura
histórica, poética o intelectiva, más bien viva, que toca el corazón, transforma,
renueva y convierte. En tal sentido, hasta las formas más sencillas de revelación
de Su Palabra no son desapercibidas por el corazón humano, sino, recordemos,
aún en nuestra época, aquel momento en que nosotros también sentimos
desánimo y vimos publicada una imagen con algún versículo bíblico en el muro de
Facebook y nos sentimos reconfortados; cuando tu hermano(a) te compartieron el
“Evangelio del Día” o qué tal cuando un amigo nos consoló con algún Salmo en
medio de una situación triste; o aquella vez que acudiste a la Misa dominical y el
párroco cito un versículo de las lecturas con el que te sentiste identificado…
¿No te ha pasado que cuando disfrutas de una buena conversación con un amigo,
el tiempo se alarga y no quisieras que terminara? Pues algo similar les ocurrió a los
discípulos que, llegando a su destino no querían dejar ir a un gran compañero de
camino. ¿Qué había ocurrido en ese caminar tan inesperado que, aquellos que iban
“discutiendo” y estaban “desanimados”, aún no pudiendo reconocer del todo a tan
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“Quédate con nosotros Señor” (San Lucas 24, 29), esta es la frase que cada
cristiano guarda en su corazón como respuesta eterna al encuentro con Cristo; es
como el desahogo del alma que se siente amada y salvada por Dios, como primera
aceptación de su misericordia en la vida misma. Cuando estamos con Dios, cuando
caminamos con Él, cuando estamos frente a Cristo, el alma se siente atraída a su
unión perfecta en la santidad con Él, aún y cuando humanamente no
comprendamos su amor y no le reconozcamos por completo, somos del Señor,
porque “hemos sido comprados con Su Sangre” (Efesios 1, 7), a un precio muy alto
y desde la Cruz.
8. “… Entró, pues, para quedarse con ellos…” (San Lucas 24, 29b)
Jesús quiere que le entregues todo, no solo lo aparente o lo más visible, quiere
entrar en toda tu existencia: Familia, amigos, trabajo, estudios, diversiones,
descanso… absolutamente todo. Es difícil esa entrega total e incondicional hacia
Jesús, pero no es imposible de lograrla, sino, mira el testimonio de tantos Santos
cuyo sí a Dios fue total hasta la eternidad. Piensa que esta invitación de Jesús a tu
vida, en contrapartida, también es una invitación de Él hacia la eternidad en el
Reino de los cielos. Deja que Jesús entre a tu casa, a tu vida, que arregle lo que
tenga que arreglar, que te ayude a limpiar y sanar aquellos huecos hasta dónde tú
por tus propios medios no has podido llegar y veras como sí podrás sentarte a la
mesa con el Maestro y compartir su banquete eterno.
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Así, hoy también nosotros somos invitados por Jesús a la mesa de nuestros
Templos para que, en el caminar de nuestra vida, Él nos parta y comparta el pan,
para que Él sea nuestro alimento. Para que permanezca con nosotros y para que
abra nuestros ojos ante su presencia, para que le podamos reconocer cuando se
ponga a nuestro lado a caminar, para que podamos llenarnos de su Palabra, para
que podamos compartir con el hermano. Hoy como siempre los cristianos somos
invitados al Banquete del Altar de Cristo, cada vez que vayas a Misa no seas
espectador, se adorador y testigo, se discípulo, allí está Jesús, “el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (San Juan 1, 29), el “Pan vivo que ha bajado del
cielo” (San Juan 6, 51), su cuerpo y su sangre son “verdadera comida, verdadera
bebida” (San Juan 6, 55).
Arde nuestro corazón porque Él “nos habla al corazón” (Oseas 2, 16) y porqué es
en el corazón que se obra la conversión. Dejemos que Dios haga arder nuestro
corazón con su Palabra eterna, el verbo encarnado, su Palabra de Amor porque Él
es el AMOR. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (San Juan 3, 16),
su don más preciado, como mensaje de amor a toda la humanidad; porque Jesús
nos ha acompañado en nuestro camino para decirnos luego que salgamos a otros
caminos a donde Él también quiere llegar (San Mateo 28, 19). Nosotros que hemos
sentido arder nuestro corazón ante el encuentro con Cristo, debemos ser
mensajeros de su amor al mundo, buscar a los que andan por el camino errado y
llevarlos al encuentro de Jesús para que también haga arder sus corazones; buscar
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Ardiendo nuestro corazón con el amor de Dios, llenos de fe, ahora debemos hacer
que ese fuego no se extinga; Benedicto XVI decía a los jóvenes que “la fe crece
cuando es compartida”, pues bien, ese es el efecto del Camino de Emaús,
compartir la fe para que no se apague, para que siga creciendo en nosotros, para
que nuestro corazón siga ardiendo. Y no hablamos acá únicamente del sentido
misionero de testimoniar la fe y anunciar el Evangelio a otros para que crean
también en Jesús, sino también, no menos importante, la fe vivida y compartida en
la comunidad cristiana, a través de la oración, la Palabra y los sacramentos, a
través del caminar juntos como Pueblo de Dios.
No tengamos miedo de compartir con otros cómo nos encontramos con Cristo cada
día a través de su Palabra y de que, verdaderamente le reconocemos en la
Eucaristía. No tengamos miedo de mostrar al mundo como el amor de Dios ha
hecho arder nuestros corazones, que Él es nuestro Señor y de que mi vida es
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Ahora, para finalizar nuestra reflexión, así como iniciamos, terminamos en oración.
Te proponemos la siguiente, agrégale a esta oración lo que en tu corazón quieras
decirle a Jesús Resucitado:
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