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Desde que llego a Japón la vida se le había complicado un poco mas de lo esperado, claro, ya

no estaba en riesgo de que un día cualquiera le cayeran dos o tres bombas del ejercito
ucraniano, pero la falta de efectivo con la que poder pagarse sus caprichos era también un
problema muy complicado al que hacer frente.

Para empezar, su experiencia prácticamente se reducía a ser carne de cañón de primera


calidad y sus habilidades con la energía maldiga no podía ser utilizada en cualquier ámbito…
Aunque claro, si algo destacaba en el checheno, era su gran capacidad para ingeniárselas y
crear negocio donde pudiera, a fin de cuentas, no había sobrevivido a una guerra para
terminar muriéndose de hambre en un lugar cualquiera de Japón.

Gracias a diversos contactos, sobre todo aquellos que le habían ayudado a conseguir la
residencia, se pudo enterar de que había unos cuantos maleantes con mucho dinero a los que
les pudiera llegar a interesar el hacerse con algunas “mascotas especiales”, lo que bien podía
llegar a resumirse en que debía capturarle alguna maldicion sin importancia y vendérsela como
si en verdad fuera la gran cosa.

Si, debía admitirlo, la moralidad de algo como aquello entraba sin duda en lo mas oscuro del
espectro, sin embargo, siempre tenia la esperanza de que las maldiciones se escaparan de
ellos y les enseñaran una que otra lección.

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