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LA PROFECÍA DEL ABUELO ÑANDÚ

Introducción

La macroetnia charrúa llamaba "berá" al avestruz americano. Como era una lengua pampeana, no parece haber
relación inicial alguna con el concepto de "brillo" que en guaraní se denomina "verá". En cambio la palabra
"ñandú" es guaraní y significa "araña", "arañita". De ahí deriva la voz "ñandutí" que originariamente significó
"tela de araña" y luego designó también los tejidos de finos hilos entrecruzados que hasta hoy elaboran las
mujeres campesinas del Paraguay. Ahora bien: la araña (ñandú) era el animal sagrado de la selva guaraní.
Cuando la floresta permitía pasar los rayos de sol la tela de araña los descomponía en todos los colores de la
Naturaleza. O sea que la araña (ñandú) no sólo capturaba insectos; capturaba en su tela mágica, en ciertas
circunstancias, todos los colores y matices de la floresta. A veces la araña ñandú se transformaba en animal
protector del sueño infantil porque tejía su red en los respiraderos e intersticios de la vivienda, lo cual impedía
el paso de insectos molestos. Además la tela de araña aplicada sobre heridas fue usada tradicionalmente con
emplastos vegetales como antiséptico y cicatrizante, según explicaron a N. Bohrad otros pueblos originarios de
la selva húmeda sudamericana. Y esa tela tan fina, tan hermosa y tan protectora era, sin embargo,
exquisitamente frágil. La mano del ser humano apenas podía rozarla sin destruirla. La tela de araña era en el
mundo selvático sinónimo de belleza. Por eso cuando el guaraní expresaba su sensibilidad, su deseo de
aproximarse a un ser querido, o manifestarle afecto, usaba el verbo "(a)ñandú". En el guaraní la raíz verbal es la
última o las últimas sílabas del verbo conjugado, y la desinencia (lo que se altera por género y número) va
adelante. Así decimos: che (yo) añandú, nde (tú) reñandú, ha'e (él) oñandú, ñandé jañandú, oré roñandú, (estas
dos últimas son dos formas de decir "nosotros sentimos"), peê peñandú, ha'e kuéra oñandú... En el universo
guaraní innumerables leyendas hablan del origen del ñandutí como tejido tradicional. Una de ellas nos cuenta de
un joven guaraní enamorado que quería obsequiar una tela de araña a la muchacha de sus sueños pero no
lograba conservarla. Fue entonces que su madre anciana arrancó algunos de sus blancos cabellos para tejer con
ellos una tela de hilillos mágicos que también se tornasolaba y este obsequio le permitió a su hijo obtener el
amor de la joven. Los tupí guaraní, con todas sus parcialidades (mbya, avachiripá, paitavyterá, kaiwá,
tupinambá...) fueron el grupo mayoritario dentro de los pueblos originarios americanos que poblaron las riberas
de los ríos que desembocan en el Atlántico. Esto significa que los tupí guaraní se extendían desde el Caribe
hasta el Amazonas y el Paraná. Los demás pueblos de esa vasta región (que hablaban otras lenguas y dialectos)
también conocían el guaraní como un idioma auxiliar: el guaraní era la lengua del comercio, del intercambio de
información que circulaba por los grandes ríos sud americanos. Mucho antes que Colón habían llegado aquí los
guaraní y practicaron el intercambio con los charrúas. También los charrúas habían viajado por el Gran Chaco y
visitado a su hermanos de la selva húmeda, pero las corrientes guaraní hacia aquí eran más numerosas. Eso se
debía no sólo al comercio sino además a sus peregrinaciones rituales periódicas hacia el Océano Atlántico.
Comercio y peregrinación hicieron frecuentes las incursiones guaraní por la pradera oriental y riograndense. El
camino de peregrinación se conocía como "búsqueda de la tierra sin mal" pero la meta no era un lugar físico
definido sino la ruta en sí, vía de autoperfeccionamiento o "purificación", desde la cual siempre volvían a la
selva. Sus paraderos permanentes en territorio uruguayo están localizados, hasta donde sabemos, siempre al
Norte del Salto Grande. Desde luego estamos hablando de los guaraní originarios, no de las comunidades
guaraní cristianas que se "agaucharon" hace trescientos años en nuestro suelo. Volvamos a los pueblos
originarios de aquí. En la pradera oriental, lo mismo que en la gran pampa argentina y en parte del Sur de Chile,
el animal sagrado era el berá (avestruz). El avestruz despertaba admiración por su estampa elegante y su
velocidad. Sus plumas eran parte del ritual necesario para llamar a los espíritus protectores, y se obtenían
generalmente a través de un desplume parcial que no lastimaba al animal. Sus huevos eran alimento esencial.
Después de muerto, el elástico buche del avestruz era recipiente y transporte para harina de mandioca, charque
de pescado y hierbas que curaban; también se transportaban en estos buches puntas de flecha y cuchillos de
piedra. Cuando los guaraní conocieron nuestra ave gigante, que era tan sagrada en la pradera como lo era su
araña (ñandú) en la selva húmeda, le llamaron ñandúguasú (Animal Sagrado Grande). Después, nuestros
paisanos, que también hicieron del guaraní más que del charrúa la lengua de comunicación, terminaron
llamando al avestruz americano "ñandú", a secas. La leyenda que viene a continuación explica por qué la Cruz
del Sur fue conocida (desde Corrientes a la Banda Oriental) como ÑandúGuasú Pyporé, la Huella del Ñandú. El
antiguo maleficio que, según esta leyenda, apartó a los ñandú del cielo es una prueba más de que los charrúas
conocían a su modo la evolución de las especies, y explicaban así la existencia de una especie de aves que ya no
volaba.

La leyenda

Cierta vez, en tiempos muy remotos, el Abuelo Avestruz - Berá - Ñandú Guasú volvió a caminar por el Cielo y
dejó allí la huella de su pie. La huella es un conjunto de puntos luminosos que todavía hoy se pueden ver allí
donde sus uñas hirieron el líquido cristal del firmamento. Los europeos llamaban a esa huella "La Cruz del Sur"
y es también un hermoso nombre, pero no es el original. Nunca imaginaron cuál era el nombre original de esa
huella luminosa, porque cuando llegaron ellos el Abuelo Ñandú y sus hijos ya habían sufrido hacía muchísimo
tiempo un maleficio que los había alejado del Cielo. Decían los charrúas que por aquel antiguo maleficio los
ñandú no pudieron levantar nunca más el vuelo. La excepción fue aquel último viaje del Abuelo Ñandú para
dejar la Huella. El Abuelo Ñandú había dejado su huella para advertir a los seres humanos originarios de la
pradera que algún día andarían tan errantes y perseguidos como él mismo y su descendencia. Este anuncio a los
pueblos de la pradera, esta advertencia de que también ellos andarían algún día errantes y perseguidos, fue una
profecía que habían hecho en realidad los espíritus más sabios a través del Abuelo Ñandú , cuando él ya no
podía elevarse por sí mismo. Recibió en esa ocasión la fuerza de aquellos espíritus buenos para navegar por el
Cielo por última vez y grabar su mensaje. Caminó entre las estrellas cumpliendo aquella orden. Fue su
despedida de los inmensos espacios celestes. Allí en el Cielo sigue indeleble la huella, orientando al viajero
hacia el Río Sin Orilla, y es un conjunto de puntos luminosos nacido en aquel tiempo antiguo de oráculos y
signos. Esta profecía nunca fue olvidada. Así dicen los charrúas. Pasaron los años y pasaron los siglos. Cierta
vez los orientales de la campaña debieron quemar sus ranchos y seguir a Artigas para no ser esclavos de los
portugueses. Este episodio se conoce como "La Redota" o "El Éxodo del Pueblo Oriental". Los charrúas
escoltaron a este pueblo errante y perseguido con la convicción de que se estaba cumpliendo una vez más el
antiguo anuncio. Las familias orientales, en la heroica decisión de abandonar sus bienes y hacerse peregrinos,
demostraban ser hijos del Abuelo Ñandú. Por su parte, Artigas, conocedor del culto charrúa al ñandú, empleó
para su escudo provincial una tiara de plumas de avestruz americano. Fue un símbolo de la Alianza. La profecía
se cumplió muchas veces más. El propio Artigas finalmente debió seguir su destino errante hasta el Paraguay.
Fue una profecía que sigue y seguirá vigente aún por algún tiempo. Todavía hoy la gente debe abandonar el
campo, y lo hace llorando; todavía hoy la triste profecía del destino errante y peregrino de nuestros pueblos se
sigue cumpliendo, como lo pronosticara el Abuelo Ñandú en el comienzo de los tiempos humanos, cuando
clavó sus uñas en el líquido cristal del firmamento. Del campo muchos se marchan a la ciudad, de la ciudad al
extranjero. Hay países de lejanos cielos desde los cuales ni siquiera en las noches más despejadas puede verse la
Huella. Todavía hay mucha tristeza y dolor de despedidas bajo la llamada Cruz del Sur. Pero por suerte no es la
única profecía. No les cuento las otras porque no estoy autorizado, pero que se van a cumplir, les aseguro que se
van a cumplir.

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