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¿Es esto ciertamente así o está nuestro presidente demasiado influido por las
opiniones de su colega y amigo Tony Blair? Y, aun asintiendo, ¿qué coste habría
debido pagar Europa por esta, llamémosla así, “asistencia ultramarina”? ¿o habría
sido esencialmente altruista y desinteresada? Y en un sentido más actual, tras la
caída del Muro de Berlín y el renacimiento de Alemania, ¿continuaría la
dependencia europea respecto a los Estados Unidos? ¿cómo estaría reaccionando
el gran coloso del siglo XX ante la emergencia, silenciosa pero implacable, de la
Unión Europea?
55
Sin embargo, acometer el análisis histórico de las actuales relaciones entre Europa
y los Estados Unidos precisa, al menos, un par de aclaraciones. La primera, a qué
nos estamos refiriendo cuando hablamos de “Europa”, pues aunque los Estados
Unidos son una entidad perfectamente identificable, Europa es todavía un término
polisémico. Y en segundo lugar, cuáles serán los límites teóricos y estructurales
que servirán de marco al análisis. A estas dos cuestiones que paso de inmediato a
responder cabría añadir la inevitable referencia a la coyuntura actual como
momento crítico (o momento decisivo) en la evolución del sistema mundial.
Por lo que respecta a Europa, este continente manifiesta todavía con demasiada
evidencia las grietas y desequilibrios que lo marcaron a fuego durante los últimos
doscientos años. La frontera Este-Oeste, tras la caída del Muro de Berlín, continúa
siendo una realidad objetiva que no puede ser ignorada por nadie; sobre todo,
porque este límite ha existido desde hace al menos mil quinientos años. Pero
también hay una frontera Norte-Sur que tiene un reflejo directo en la distribución
de la renta y en el peso político de los Estados. Aunque pocos emplean ya este
término, existe también una Mitteleuropa, un centro de Europa, y una Europa
periférica y hasta insular.
No son pocos los Estados del continente europeo que tienen o han tenido
problemas nacionales serios, algunos de los cuales han provocado su quiebra y
posterior desintegración. Y para que no falten complicaciones Europa está
flanqueada en sus extremos por los núcleos de tres antiguos Imperios en
decadencia, el Reino Unido, Turquía y Rusia, cuya vocación integradora es más
que cuestionable, pero sin los que es imposible imaginarse el futuro de la Unión
Europea.
Dicho esto, queda claro que acometeremos aquí el análisis de las relaciones entre
los Estados Unidos y una Europa entendida en sentido amplio, con todos estos
elementos y contradicciones, aunque haremos hincapié, como es lógico, en la
parte de Europa que durante 50 años habíamos llamado “Occidental” y que ahora,
con algunas incorporaciones, constituye la Unión Europea. Las relaciones entre
Estados Unidos y Rusia exceden con mucho el marco de este análisis, e incluso
pueden desvirtuarlo, aunque como veremos en cierto sentido algo se puede decir.
56
En cuanto a la segunda cuestión, los límites del análisis, es pertinente comenzar
diciendo que el enfoque de la historia actual dista tanto de la simple erudición
historicista como del tecnicismo burocrático tan difundido a la hora de abordar el
comentario de los asuntos europeos. Las teorías de las relaciones internacionales,
y en particular las denominadas “teorías ambientales” (que incluyen a la proscrita
geopolítica) y las sistémicas, aportarán la base teórica del análisis. Quede claro
entonces que cualquier referencia ulterior a los Estados Unidos o a los países
europeos se hace de acuerdo con estos macroparámetros estructurales, y no
conlleva opinión o valoración alguna sobre los ciudadanos que los integran. Los
actores de la política internacional son, desde esta óptica, los Estados, los
gobiernos y, en su caso, los organismos internacionales y las empresas
trasnacionales, nunca los individuos o los pueblos.
Por último, el espesor empírico no puede venir sino de la historia del presente. Por
quienes machaconamente cuestionan la posibilidad de hacer una historia actual
sabemos cuán espinoso es para los historiadores acometer el análisis de estos
temas. “Dejemos pasar una generación, 30 años o, mejor, 50 años, para que no
haya interferencias, ni pasiones ni prejuicios ideológicos”, nos proponen algunos
de nuestros sesudos maestros. Bien, como se acostumbraba en la antigua colonia,
diremos que “acato, pero no cumplo”.
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de los últimos restos de sus Imperio coloniales. España cedió por la vía de la
guerra; Portugal, por el Tratado de Windsor. Por éste, el Reino Unido pasó a
convertirse en un aliado estructural de la potencia emergente, a la que ha
secundado en todas o casi todas sus empresas, al igual que las restantes entidades
del antiguo Imperio Británico: Canadá, Australia y Nueva Zelanda a la cabeza. Es
el núcleo de la Gran Área, una de las tres grandes unidades geopolíticas del siglo
XX, junto al Lebensraum alemán y la Esfera Mayor de Co-prosperidad del Asia
Oriental.
Sin embargo, la Europa que hoy conocemos se forja en una relación con los
Estados Unidos bastante más compleja y contradictoria de lo que en principio se
podría imaginar. Las afinidades estructurales y el hecho de que compartieran un
mismo sistema social no impidieron que en dos ocasiones la gran potencia
terrestre de Europa, Alemania, empuñase las armas para alcanzar sus objetivos
geopolíticos y estratégicos. En ambos casos funcionó el corolario secreto del
Tratado de Windsor, y toda la potencia de la Gran Área, incluidos los inmensos
recursos del Imperio británico, se puso al servicio del bando anglo-
norteamericano.
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nuevo, los estrategas de la Gran Área, contando ahora con la alianza de las
potencias antaño enemigas –Alemania y Japón- supieron gestionar esta Guerra
Fría de modo que acabó siendo para los Estados Unidos un periodo de máxima
prosperidad y hegemonía mundial indiscutida.
1
Las „tierras corazón‟ o „territorios de importancia decisiva‟, de acuerdo con la
terminología acuñada por el geopolítico británico Harfold Mackinder.
2
Como ha demostrado palmariamente BLUTH, Ch.: The collapse of Soviet military
power. Aldershot, 1995.
3
Sobre este tema, Vid. BARDAJI, R. L.: La "Guerra de las Galaxias" (Problemas y
perspectivas de la nueva doctrina militar de la administración Reagan). Madrid, 1986.
La Iniciativa de Defensa Estratégica fue abandonada por el Pentágono el 13 de mayo de
1993, una vez cumplido su objetivo, y sustituida por un nuevo proyecto de defensa anti-
milsiles más modesto, a partir de misiles interceptores en tierra.
4
CROCKATT, R.: The Fifty Years War: the United States and the Soviet Union in World
politics, 1941-1991. London, 1995.
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posible alcanzar la supremacía militar y poner fin al llamado equilibrio estratégico5.
Paralelamente, intensificaron la presión política e ideológica sobre los regímenes
socialistas y, en particular, sobre la Europa centro-oriental, cuyas poblaciones se
vieron también bombardeadas por una intensa y sistemática propaganda que
exaltaba los múltiples beneficios del tránsito al capitalismo. Esta doble ofensiva,
militar y política, contó en todo momento con el aval de una supuesta superioridad
económica, presentada hábilmente al cotejar los altos niveles de desarrollo del
centro capitalista (alcanzados, en buena medida, por la secular explotación de la
periferia) y los modestos avances experimentados por las sociedades de la Europa
oriental, tradicionalmente agrarias y desestructuradas.
5
Muy clarificadores, Cfr. HALVERSON, T. E.: The last great nuclear debate: NATO
and short-range nuclear weapons in the 1980s. London, 1995, pp. 185-199; CIMBALA,
S. J.: US military strategy and the Cold War endgame. Ilford, 1995, pp. 245-260.
6
Cfr. BARTLETT, C. J.: The global conflict: the international rivalry of the great
powers, 1880-1990. Harlow, 1994, pp. 379-393. Sobre los posibles desarrollos de la
situación actual, resulta útil la lectura de la obra compilada por MASON, T.D.-TURAY,
A.M.: Japan, NAFTA and Europa: trilateral cooperation or confrontation?. London,
1994.
60
palabras, la plusvalía volvería a estar regulada por el mercado y las nuevas políticas
neoliberales posibilitarían el incremento hasta el límite de la tasa de explotación.
El fin de la Guerra Fría supuso así: la recuperación del monopolio planetario del
capitalismo como único sistema mundial, la reactivación de la competencia y de los
conflictos interimperialistas, el reforzamiento de la presión sobre la periferia y el
fortalecimiento de las estructuras autoritarias en los Estados democráticos de
Occidente, más agudizadas si cabe en los antiguos países socialistas, donde la
situación no puede ser más desalentadora.
7
Entre la amplísima bibliografía aparecida en los últimos años sobre esta cuestión, cabría
destacar MIALL, H. (ed.): Redefining Europe: new patterns of conflict and cooperation.
London, 1994; DUKE, S.: The new European security disorder. London, 1994;
TAYLOR, T.: European security and the former Soviet Union: dangers, opportunities
and gambles. London, 1994.
8
El ex-secretario de Estado norteamericano apostaba por un sistema de seguridad
europeo que tuviese muy en cuenta los intereses de Polonia, Checoslovaquia y Hungría,
territorios especialmente conflictivos en el pasado, Cfr. KISSINGER, H.: "A plan for
Europe". Newsweek, 18 de junio de 1990.
61
El bloque soviético neutralizaba básicamente el territorio de expansión natural de
una Alemania que, dividida por deseo de los EEUU y sus aliados europeos, en dos
Estados separados, dejaba de ser un peligro para la hegemonía mundial del coloso
americano. Las democracias populares se asentaban justamente en el espacio vital
alemán, que desde antiguo fue visto por los estadistas germanos como una sucesión
de semicírculos concéntricos en torno al núcleo centroeuropeo: primero la franja
que uniría el Báltico y Polonia con los Balcanes y, más lejos, la extensa Rusia
blanca y Ucrania. Privada Alemania de su unidad y de sus "colonias" interiores,
poco podía hacer frente a unos EEUU que basaban su hegemonía en una
contundente victoria militar y en el peligro de un hipotético avance socialista.
62
explicita el móvil de la guerra, sino que revela el auténtico miedo de los EEUU en
esos años: el resurgimiento alemán. La negativa soviética a realizar lo propio en la
zona oriental evitó, por razones obvias, que estos planes llegaran a consumarse.
Por lo que respecta al otro enemigo, Japón, el apoyo meramente formal que los
anticomunistas recibieron para impedir el triunfo de la revolución socialista en
China y su definitiva reclusión en la pequeña isla de Taiwán, dan una medida
bastante precisa del interés que los norteamericanos tenían por evitar la instauración
del socialismo en la China continental12. El mantenimiento de una frágil China
republicana hubiese dejado abierto el paso al expansionismo japonés. Una función
similar cumplió, cerrando una de las vías naturales de penetración económica y
militar de Japón, la división de la península de Corea y la pervivencia en el norte de
un Estado socialista, enemigo, según la dialéctica de bloques, del desmilitarizado
Imperio nipón.
Pasado el tiempo, uno puede tener la tentación de creer que el establecimiento del
sistema socialista mundial no sólo no debilitó, sino que pudo beneficiar, y mucho, a
los EEUU, dado que bloqueó la expansión económica y política de sus tradicionales
competidores y los colocó en una situación dependiente en el ámbito de la defensa.
Es significativo que en el extenso continente americano, pese a las duras
condiciones impuestas por la dominación imperialista, sólo Cuba y, durante un
breve período Nicaragua, lograron implantar regímenes de orientación socialista13.
En Asia oriental, sin embargo, el socialismo no sólo consiguió establecerse en
China y en Corea, sino también en países como Vietnam, Laos o Camboya, que
habían constituido históricamente la periferia del Imperio japonés.
ámbito de influencia de los EEUU Sobre este período, Vid. DIEFENDORF, J. M. et al.:
American policy and the reconstruction of West Germany, 1945-1955. Cambridge, 1993.
12
Algunas pistas insólitas pueden hallarse en la lectura de GARSON, R.: The United
States and China since 1949: a troubled affair. London, 1994.
13
Sobre los imperativos geoestratégicos derivados de la persistencia del régimen cubano
en la Gran Área, Vid. RODRÍGUEZ BERUFF, J.-GARCÍA MUÑIZ, H. (ed.): Security
problems and policies in the post-Cold War Caribbean. London, 1996.
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previamente diseñada por el imperialismo norteamericano. Las revoluciones, los
avances y retrocesos en la lucha social en cada región, son expresiones de los
conflictos sociales propios y en modo alguno ésta puede someterse al rígido
formato del maquiavelismo político. El impulso del socialismo en la segunda
postguerra posee, sin duda, sus propios motores. Lo que sí parece claro es que los
EEUU, los auténticos vencedores de la segunda gran guerra, tenían ante sí distintas
opciones en torno a dos temas centrales: cómo afianzar su predominio sobre los
antiguos enemigos y cómo hacer frente del modo más seguro al avance del
socialismo.
No parece así que fuesen los más interesados en poner fin a la Guerra Fría, aunque
siempre consideraron inevitable la llegada de este momento y se prepararon hasta
donde fueron capaces, con una antelación de diez años, para conservar su
predominio en las nuevas condiciones15. Es decir, cuando detectaron que los
regímenes socialistas no serían capaces de subsistir por mucho tiempo, vista su
dinámica interna, redoblaron su presión a fin de convertir su caída también en una
victoria político-militar del bloque capitalista y, por consiguiente, de ellos mismos.
14
Aportan algunas claves novedosas sobre la política exterior norteamericana durante la
guerra fría COHEN, W. I. et al.: Lyndon Johnson confronts the world: American foreign
policy, 1963-1968. Cambridge, 1994; MARTEL, G. (ed.): American foreign relations
reconsidered, 1890-1993. London, 1994.
15
Cfr. BOWEN, W. Q.-DUNN, D. H.: American security policy in the s: beyond
containment. Aldershot, 1996, pp. 7-25. Vid. también DAVIES, Ph. J. (ed.): An American
quarter century: US politics from Vietnam to Clinton. Manchester, 1995.
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De ahí que, conseguido este objetivo, se apresurasen a proclamar el advenimiento
de un "nuevo orden mundial" -algo inevitable tras la caída del bloque soviético-,
aunque en su teorización se limitaran a dar un carácter planetario al sistema
capitalista tal y como éste había venido existiendo durante la Guerra Fría16. Es
decir, un núcleo, los EEUU, que ostentarían el liderazgo y la hegemonía político-
militar; en torno a él, un centro formado por los países capitalistas más
desarrollados, incluidos Japón y Alemania, aliados durante la Guerra Fría, y,
finalmente, distintas periferias que acabarían englobando a la totalidad del planeta.
Sin embargo, y pese todo lo dicho, quienes han intentado imaginarse, haciendo
uso de la prospectiva histórica, cómo será el mundo dentro de 50 años coinciden
en señalar que muy probablemente será el resultado de un periodo en que habrá
poca paz, poca estabilidad y poca legitimación, debido en parte “al declive de los
Estados Unidos como potencia hegemónica”17. Mark W. Zacher ha descrito con
una aguda metáfora los profundos cambios que, a su juicio, habrán de producirse
en el sistema internacional durante las próximas décadas escribiendo que
“tiemblan los pilares del templo de Westfalia”18. Sorprende comprobar que todos
o casi todos los prospectivistas, sean politólogos, sociólogos, economistas o
historiadores, coinciden en negar lo que hoy parece una evidencia: los Estados
Unidos no serán la potencia hegemónica del nuevo siglo. Wallerstein habla
incluso, a medio plazo, de una tutela económica japonesa sobre los Estados
Unidos, que se vería así reducido a la categoría de socio menor, en un mundo
dominado por la pugna entre la UE y las economías marítimas del Pacífico. Una
16
Las dificultades norteamericanas para mantener el liderazgo tras la victoria en la guerra
fría pueden verse en COX, M.: US foreign policy after the Cold War: superpower without
a mission? London, 1995.
17
WALLERSTEIN, I. After Liberalism, New York: The New York Press, 1995, chapter
2.
18
ZACHER, M. W.: “The decaying Pillars of the Wesphalian Temple: Implications for
International Order and Governance”, en ROSENAU, J.; CZEMPIEL, E. O. (ed.),
Government without government: order and change in world politics. Cambridge:
Cambridge Studies in International Relations, 20, 1992.
65
nueva “guerra (mundial) de treinta años” que, a su juicio muy probablemente
acabaría con el triunfo de Japón19.
Los ciclos hegemónicos implican la pugna entre dos poderes por convertirse en
sucesor de la anterior potencia hegemónica y en centro principal de acumulación
del capital. Se trata de un proceso largo, que requiere fuerza militar suficiente para
ganar una guerra prolongada. Una vez que se asienta una nueva hegemonía, su
mantenimiento requiere una importante financiación, lo que final e
19
WALLERSTEIN, I.: After liberalism… op. cit.
20
GADDIS, J. L.: “Toward the Post-Cold War World”. Foreing Affairs, vol. 70, núm. 2
(1991), pp. 102-122.
21
WALLERSTEIN, I.: After liberalism… op. cit.
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inevitablemente conduce a un declive relativo de la potencia hegemónica existente
y a una nueva lucha por la sucesión.
Así pues, a juicio de casi todos, el sistema mundial avanza firmemente hacia el
policentrismo. James Rosenau considera que éste será el macroparámetro del
nuevo orden mundial en ciernes, junto a la crisis de la legitimidad tradicional, en
el orden macro-micro, y la revolución de las capacidades, que supondría una
transformación radical en el microparámetro22.
22
ROSENAU, J: “New Global Order. Underpinning and Outcomes”, trabajo presentado
en el XV Congreso Internacional de la Asociación Internacional de Ciencia Política,
Buenos Aires, 24 de julio de 1991.
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cuando se alcancen los dos objetivos propuestos en esta primera etapa. La
ampliación al Este es, hasta alcanzar la misma frontera de Rusia, es hoy el
principal reto político interior, mientras que la proyección del euro como moneda
reserva a escala mundial, alternativa al dólar, debe permitir la penetración
económica en zonas como América Latina y el Caribe. Ni que decir tiene que esta
irrupción en la periferia de la Gran Área supone un desafío de gran magnitud a la
potencia americana, que no podrá responder más que con el uso de su
superioridad político-militar al servicio de proyectos defensivos como el ALCA.
Pero el análisis de esta feroz competencia silenciosa ocuparía el tiempo de dos o
tres intervenciones como ésta.
Nadie cuestiona que en el futuro las relaciones entre Europa y los Estados Unidos
vayan a continuar existiendo, pero con un nuevo equilibro de fuerzas y en un
contexto marcado por la relocalización de los centros de poder en beneficio de los
polos asiático y europeo. En este horizonte, muchos coinciden en valorar como un
aporte estratégico de primera magnitud la incorporación de Rusia a la Unión
Europea, lo que debería forzar –o viceversa, verse forzado por- el alineamiento de
China con las economías de su entorno, ocupando un lugar determinante (como
embrión de un futuro centro hegemónico mundial) en el espacio geopolítico del
condominio nipo-americano. Con un reparto tan intensivo de las esferas de poder
en el mundo desarrollado, nadie puede dudar que la competencia y sus habituales
derivaciones, el conflicto y la confrontación, marcarán las relaciones entre las dos
grandes áreas de este nuevo mundo bipolar y también, por ello, las relaciones
entre Europa y los Estados Unidos. Y ya están acumulándose los polvos que
habrán de traer esos lodos...
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determinado país o región para incumplir las rígidas exigencias políticas y
económicas impuestas por la llamada “comunidad internacional”. Estemos
tranquilos, la experiencia de las revoluciones democrático-nacionales en los años
de la Guerra Fría no volverá a repetirse.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. ¿Cómo podría la potencia que hoy ilumina
al mundo ceder en tan corto periodo de tiempo su hegomonía a quienes hoy
tiemblan con sólo escuchar su nombre? ¿Qué puede estar sucediendo sin que
acertemos a percibirlo para que la joven y contradictoria Europa de hoy pueda
llegar a relevar en pocas décadas al todopoderoso hermano trasatlántico? ¿Dónde
habrá quedado el espíritu del 11 de septiembre?
Para responder a esta última pregunta, que en cierto modo está en la base de toda
esta reflexión, podemos recurrir a los historiadores del futuro. Vayamos, por
ejemplo, al 2050. Aquellos que tanto lo echan en falta en la historia del presente,
estarán satisfechos: no cabe ya un mayor distanciamiento.
La caída del Muro de Berlín habría clausurado casi media centuria de equilibrio
inestable, siempre bajo la amenaza de la carrera armamentista, del “primer golpe”,
de la “destrucción mutua asegurada”. Muchos creyeron incluso, en 1989, que el
final de la Guerra Fría iba a traer también el final de los conflictos, la desaparición
de las guerras y la integración de todas las naciones en una única comunidad
internacional, regida por los principios de la paz, la democracia, la igualdad y el
progreso. Parecía que los 14 puntos expuestos por el presidente norteamericano
69
Wilson iban a tomar cuerpo después de siete largas décadas de casi absoluta
inobservancia.
Sin embargo, otros historiadores de mediados del nuevo siglo quizá hagan
hincapié en la función precursora de los conflictos e intervenciones antes
mencionados, viendo en ellos algo similar a las pruebas de fuerza realizadas por la
Alemania nazi cuando inició su pugna por la hegemonía mundial. La localización
estratégica de las dos zonas en que reiteradamente tienen lugar las acciones –los
Balcanes, el llamado bajo vientre de Europa, y el Golfo Pérsico, nudo
intercontinental que concentra las mayores reservas energéticas del planeta- deja
al descubierto que, más allá de las justificaciones gubernamentales o mediáticas,
se trata de conflictos que tienen una clara naturaleza geopolítica.
Todos ellos cuentan, además, con un mismo protagonista, que se repite en las
sucesivas intervenciones, sea cual sea el eventual enemigo o la potencial amenaza.
Saddam Husseim, Slovodan Milosevic u Osama bin Laden representaron en su
momento a pueblos y opciones que poco o nada tienen que ver entre sí, excepto, si
cabe, su enfrentamiento coyuntural con los intereses de los Estados Unidos en
regiones de importancia estratégica.
Algunos estudiosos del futuro citarán los trabajos del profesor Bernal-Meza23
sobre los nuevos principios introducidos por el presidente George W. Bush en la
política exterior norteamericana de comienzos de siglo:
23
Estas ideas fueron expuestas en una conferencia pronunciada en octubre de 2001 en la
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
70
Tal vez estos historiadores del 2050, que bien pudieran ser los hijos de los que
ahora ocupan nuestras aulas, encuentren fácil conectar estas crisis con el
desencadenamiento de una gran guerra nuclear en las primeras décadas de nuestra
centuria. Podrían explicar, por ejemplo -como se hacía en la segunda mitad del
siglo XX respecto a la Primera Guerra Mundial-, el estallido de esta nueva guerra
por las crisis balcánicas y las crisis coloniales (que ahora podríamos denominar,
utilizando una terminología ya consolidada, periféricas).
71
En cuanto a los sistemas de trabajo, Estados Unidos se vio constreñido por el
hecho de no haber sabido desprenderse a tiempo de la lógica fordista, que basaba
el crecimiento de las empresas en la explotación intensiva de la mano de obra y la
movilidad laboral, mientras que en Europa y Japón fue imponiéndose un modelo
de acumulación alternativo, el llamado postfordismo, que asentaría la buena
marcha de las empresas en la cooperación de los trabajadores y en el estímulo del
consumo por medio del incremento de los salarios y la estabilidad en el empleo.
Europa y Japón, sin dejar de ser potencias indiscutiblemente capitalistas, supieron
llevar a sus últimas consecuencias la lógica keynesiana, asentando su crecimiento
en el consumo, lo que les otorgó una superioridad estratégica frente a la Gran
Área liderada por los Estados Unidos, donde la fuente de la riqueza continuó
siendo el trabajo no pagado (o plusvalía).
A la larga, podrán concluir los historiadores del 2050, pese a los esfuerzos de los
centros económicos y financieros controlados por los Estados Unidos por imponer
la lógica neofordista al conjunto del planeta por medio del llamado
neoliberalismo, estas políticas quedaron limitadas a la esfera de influencia
norteamericana, lo que a la larga habría de significar la condena a muerte del
modelo. La crisis argentina a finales de 2001 será vista quizá como la primera de
una previsible cadena de quiebras en las economías periféricas del Imperio, que
habían asumido como suyos los dogmas neoliberales en las últimas décadas de la
pasada centuria.
Como hemos podido ver, los historiadores del futuro no parecen estar muy de
acuerdo con las opiniones del presidente Aznar, demasiado preocupado por aceitar
el vínculo de nuestro país con las potencias de la Gran Área anglo-
norteamericana. Pero quizá no todos concedan credibilidad a estos testimonios
extraídos directamente del futuro.
De hecho, nadie será capaz de explicar, aun pasados cincuenta años, lo que
sucedió realmente en el verano del primer año del nuevo siglo. Ni los líderes de
Al-Qaeda ni el gobierno talibán de Afganistán reconocieron nunca su implicación
en los acontecimientos, contraviniendo el más elemental principio de las acciones
terroristas: la propaganda del hecho. Contrastan además estas negativas con la
inmediata reivindicación que unos años antes el terrorismo islámico realizó de los
72
atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, acciones sin
embargo mucho menos impactantes que el ataque al mismo corazón del Imperio.
La intervención en Afganistán enseñará asimismo que, como sucedió con las tres
grandes afrentas anteriores, los Estados Unidos están en condiciones de responder
a cualquier ataque con violencia y magnitud desmesuradas (con Justicia Infinita).
Como en 1898, 1915 y 1941, las acciones militares fuera de sus fronteras han
quedado justificadas. La opinión pública, esencial para el buen funcionamiento de
la democracia americana, las respalda e incluso las exige. El presidente Bush,
como antes McKinley, Wilson o Roosevelt, ha visto cómo el discurso patriótico
ha elevado su popularidad hasta niveles insospechados. Por más que en los
medios oficiales se niegue, muchos europeos lo saben y se estremecen con sólo
imaginar adónde puede conducir todo esto. Experiencias históricas no faltan.
En 1898 España era dibujada por los poderes mediáticos de los Estados Unidos
como una atrasada y salvaje tiranía, que vivía de espaldas a la democracia y a la
civilización. Pulitzer y Hearst mostraron al mundo la maldad de un gobierno tan
degradado que había llegado a practicar el genocidio y la limpieza étnica con la
población cubana, y el terrorismo internacional, ordenando la voladura del
acorazado Maine. La diplomacia norteamericana hizo su trabajo y, aislada
internacionalmente, España, que siempre negó su implicación en el misterioso
hundimiento del Maine, se dispuso a recibir un castigo ejemplar. “Remember the
Maine!” fue la consigna que permitió a los Estados Unidos hacerse con el control
de las islas de Cuba y Puerto Rico, cerrando el Golfo de México, y ampliar su
presencia en el Pacífico con la isla de Guam y el archipiélago filipino, las escalas
finales necesarias para unir de forma segura San Francisco con Hong-Kong.
73
Sería prolijo referirse ahora, como seguramente con más tiempo podrán hacer los
historiadores del 2050, a cómo este modelo fue empleado también con éxito en las
dos primeras Guerras Mundiales: dos nuevas “guerras justas” contra malvados
Imperios regidos por líderes fanáticos y gobiernos ilegítimos, en las que, sin
embargo, los Estados Unidos obtuvieron tan importantes beneficios que Henri
Luce se atrevió a denominar por ello al siglo XX, el “primer gran siglo
americano”. Si no resultara macabro, cabría decir que los Estados Unidos deben
mucho, quizá demasiado, al terrorismo. Y no sólo al que practican dentro y fuera
de sus fronteras, ni al que toleran desde hace décadas al gobierno de Israel, sino al
que, ejercido contra ellos, los dota de legitimidad democrática, aúna los espíritus
adormecidos de los hombres y mujeres del pueblo, fortalece el sentimiento
patriótico, inocula el miedo y la sed de venganza, estimula el armamentismo y el
militarismo y, en fin, los hace temibles para el resto de la Humanidad.
“Remember 11-S!” será el grito terrorífico que resuene todavía mucho tiempo de
un extremo a otro del planeta. Como una nueva Cartago, Afganistán ha sido
borrado de la faz de la Tierra. Sus crímenes sin duda fueron muchos, pero, como
recordarán acertadamente los historiadores del 2050 en sus libros sobre la tercera
preguerra, quizá dos sobresalen entre todos ellos: su localización estratégica y el
aislamiento internacional de su régimen. No sabemos, quizá nunca sepamos, hasta
qué punto y de qué forma estuvo vinculado el gobierno talibán con los
acontecimientos del 11-S, pero la recesión económica y el progresivo
cuestionamiento del liderazgo norteamericano en el orden de la post-Guerra Fría
exigían una respuesta contundente e inmediata, una nueva guerra justa, reparadora
y preventiva.
Sin embargo, a diferencia de los tres conflictos anteriores, las acciones militares
de los Estados Unidos en estos primeros años del siglo XXI son por primera vez
los de una potencia en declive, cuya economía se manifiesta incapaz de responder
al desafío de sus competidores si no es fomentando la industria de guerra y la
carrera de armamentos.
74
2001: el frenado del crecimiento en la producción y un declive en la producción
per capita; un aumento de las tasas de paro; un desplazamiento relativo de las
fuentes de beneficio, de la actividad productiva hacia la especulación financiera;
un aumento del endeudamiento del Estado; la relocalización de “viejas" industrias
en zonas con salarios más bajos; un aumento de los gastos militares, cuya
justificación no es verdaderamente militar, sino “anticrisis”, tratando de hacer
crecer la demanda; una caída de los salarios reales en la economía regulada, y una
expansión de la economía sumergida; un descenso de la producción de alimentos
de bajo coste; crecientes restricciones en lo referido a la entrada y el asentamiento
de inmigrantes... En otras palabras, el comportamiento históricamente esperable
en el proceso cíclico "normal" que precede al ascenso de estructuras de
reemplazo, con nuevos productos monopolizados, concentrados en nuevos
lugares: las potencias asiáticas, Europa Occidental y los propios Estados Unidos,
pero éstos a muy larga distancia de los dos primeros.
Pero éste es un camino muy peligroso que otros ya recorrieron. En los años treinta
Alemania intentó salir de la recesión económica y derrotar a sus rivales por la vía
del militarismo: acabó aplastada y dividida en menos de diez años. Eso sí, casi 50
millones de personas perdieron la vida en la guerra más devastadora que hasta
entonces había conocido la Humanidad.
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Hoy los Estados Unidos pretenden llevar a cabo una obra magna, inédita en toda
la Historia de la Humanidad. Son conscientes, como Herodes, del extraordinario
coste de sus decisiones, pero interpretan el momento en clave de supervivencia.
Por paradójico que parezca, el fin de la guerra fría ha puesto de manifiesto que en
las nuevas circunstancias el Imperio norteamericano puede ser sustituido a medio
plazo en su papel de potencia hegemónica del sistema mundial. Para muchos
teóricos y estrategas estadounidenses, y para los expertos del complejo militar-
industrial, el Sucesor, el “Mesías” ha nacido ya. Belén está hoy en el Extremo
oriental de Asia. Y crece rápido, concretamente al 7 por ciento anual, lo que
significa que pronto será la segunda potencia indiscutible del sistema mundial... y
a mediados de siglo la primera.
Europa no es “la elegida”, puede dormir tranquila, al menos por ahora y mientras
no cuestione su papel subalterno con respecto a la Gran Área. Sin embargo, pocos
pueden dudar que Alemania no ha renunciado a los objetivos estratégicos
diseñados por Bismarck hace 150 años. Japón ya fue neutralizado con carácter
preventivo a comienzos de los 90. Hoy sabe que es una pieza frágil, pero tendrá
que elegir entre ser la cabeza de puente norteamericana en la zona, como en
Europa lo es el Reino Unido, o establecer una alianza hasta ahora inédita con
China acelerando la formación de un polo oriental. En todo caso, los Estados
Unidos tienen razón en no sentirse cómodos. El tiempo, por una vez, no corre a su
favor. Cada año nacen 15 millones de chinos y con ellos proporcionalmente su
demanda de recursos, materias primas, energía, tecnología, en definitiva, su
necesidad de poder.
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constitución de comunidades cada vez más numerosas, extensas e
interrelacionadas.
Hoy China posee estos tres rasgos en grado sumo. Su población es la más
numerosa del planeta y crece a un ritmo imparable. Su tecnología, no sólo
productiva, sino también social, ha disminuido al máximo los costes de la
movilidad en uno de los territorios más extensos del planeta. Por último, su
ecosistema social, por criticable que parezca, resulta mucho más moderno y
complejo que el del capitalismo tardío vigente en Estados Unidos y los dos
grandes polos históricos de poder.
¿Cómo podría entonces frenar Estados Unidos el ascenso de China? ¿Es posible
bloquearla como a Cuba? ¿Es posible someterla como socio menor, como se ha
hecho con Europa o con Japón? ¿Es posible derrotarla económicamente? Las
respuestas son una y otra vez negativas. Para derrotar a China es preciso derrotar a
la propia globalización. O lo que es lo mismo: dismimuir los tres grandes
parámetros que señalan el grado de globalización de nuestra especie en la fase
actual. Es decir: reducir de manera sensible la población, dificultar y encarecer la
movilidad y simplificar el ecosistema social mundial. En otras palabras, hace falta
una guerra, no una pequeña guerra (al estilo de la del Golfo, los Balcanes o
Afganistán), sino una gran guerra, una, llamémosla así, III Gran Guerra, que sirva
para retroceder en el grado de globalización y permita la restauración del sistema
social mundial vigente a mediados del siglo XX. Ese es hoy el gran “sueño
americano”.
77
Hemos dedicado buena parte de esta exposición a establecer los estrechos
vínculos existentes entre las estrategias de las grandes potencias para defender o
alcanzar la hegemonía en el sistema mundial. Sin embargo, no sería correcto
terminar sin hacer una referencia al influjo, poderoso y desestabilizador, que en
esta disputa puede tener el propio proceso de globalización. Cabe, de hecho,
preguntarse por qué instancias tan poderosas como las que hoy poseen el control
político y económico tanto en Europa como en Estados Unidos han puesto tanto
empeño en construir el nuevo dogma que conocemos como pensamiento único24.
¿No hubiese sido más eficiente, en términos de ahorro energético y de
perdurabilidad del sistema, evitar la cristalización de un discurso tan invasivo? La
historia de nuestro siglo demuestra hasta qué punto han resultado inútiles todos
los esfuerzos realizados con la pretensión de imponer visiones oficiales y erradicar
la disidencia intelectual. Sin embargo, el pensamiento único ha comprometido
todos y cada uno de los fundamentos y legitimaciones del poder, de forma que su
quiebra, por pequeña que sea, conduce directamente a un cuestionamiento
explícito del sistema.
24
Y por ocupar incluso el espacio del pensamiento crítico, definiendo interesadamente
falsos debates, como se hace en ESTEFANÍA, J.: Frente al pensamiento único. Madrid,
1995. Para dimensionar esta singular crítica al pensamiento único, digamos, desde dentro,
véase del mismo autor ESTEFANÍA, J.: La nueva economía. La globalización. Madrid,
1996.
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Ahora el enemigo exterior ha desaparecido, pero ¿no es el propio proceso de la
globalización un potencial enemigo del poder? Desde los grandes polos del
capitalismo desarrollado, sea en Europa o en los Estados Unidos, no puede verse
con tranquilidad un crecimiento demográfico como el que hoy, por efecto de la
propia globalización, experimentan los países del Sur. Pero la revolución
tecnológica, en manos de las grandes corporaciones capitalistas, ha condenado ya
a estas poblaciones a la miseria y a la exclusión25. No tienen lugar en el sistema;
sin embargo, existen y no es posible hacerlos desaparecer del planeta. Es más, en
sólo unas décadas habrán duplicado su número y constituirán las cinco sextas
partes de la Humanidad. Es lo que Paul Erlich ha denominado la “bomba P” 26. Y
aún no hemos dicho nada de su impacto ecológico27.
25
BOFF, L.: Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres. Madrid, 1996; HARDOY,
J.E.; SATTERTHWAITE, D.: Las ciudades del Tercer Mundo y el medio ambiente de la
pobreza. Buenos Aires, 1987.
26
El término “Bomba P”, que define el crecimiento imparable de la población mundial,
fue empleado por primera vez por Paul Erlich en The Population Bomb. New York, 1968.
Una reflexión más reciente en ERLICH, P. R.; ERLICH, A. H.: La explosión
demográfica. El principal problema ecológico. Barcelona, 1994.
27
Lamentablemente, se van cumpliendo las previsiones más pesimistas contenidas en
MEADOWS, D.N. et al.: The Limits of Growth. A Report for the Club of Rome´s Projet on
the Predicament of Mankind. Londres, 1972, luego confirmadas por la COMISIÓN
MUNDIAL SOBRE ENTORNO Y DESARROLLO, Informe Brundtland. Nuestro Futuro
Común, Madrid, 1989.
28
ADAMS, J., La próxima guerra mundial. Buenos Aires, 1999; ALBIÑANA, A. (ed.):
Geopolítica del caos. Madrid, 1999.
29
Algo que se reconoce implícitamente en algunos documentos oficiales europeos,
COMUNIDADES EUROPEAS: Europa en un mundo cambiante. Relaciones exteriores
de la Comunidad Europea. Luxemburgo, 1994.
79
trayectorias claramente divergentes durante el conflicto de Kósovo, aunque en
apariencia la intervención estaba consensuada. Y en el área del Pacífico, donde se
desarrolla la proyección exterior de Japón, cabe decir otro tanto30, aunque por el
momento el gran mercado chino continúa estando controlado por la Gran Área31.
Una última y palmaria prueba de hasta qué punto el poder se mueve hoy más por
el miedo, la incertidumbre y la desconfianza que por la senda segura de un
proyecto realizable la tenemos cuando ha salido a la luz la forma en que desde la
Gran Área se pretende controlar el uso de las nuevas tecnologías. Es la llamada
Red Echelon, uno de los muchos frentes abiertos en la competencia euro-
americana. Financiado por la Agencia Nacional de Seguridad, en los Estados
Unidos funciona ya a plena luz del día un gran centro con más de 20.000
especialistas, que trabajan filtrando todos los mensajes distribuidos a través de
Internet. Agrupados por idiomas, regiones, temáticas y conflictos, su oscura y
sistemática misión consiste en detectar, utilizando tópicos del lenguaje
tecnológico y palabras-clave de las ideologías críticas, quiénes son los emisores y
los receptores de los mensajes, qué relaciones establecen entre sí, qué grado de
peligrosidad puede atribuírseles y, en definitiva, aportar a otros departamentos la
información necesaria para llevar a cabo el espionaje industrial y para desintegrar
cualquier forma de resistencia a los designios del Imperio. Parece ciertamente
revelador que, en un mundo donde se proclama el triunfo de la democracia y el
mercado, tenga lugar esta violación sistemática de la privacidad con el fin de
mantener el monopolio tecnológico e identificar a la disidencia. El Parlamento
Europeo lo ha denunciado, pero ya circulan rumores sobre la puesta en marcha de
una versión autóctona.
Este terror profundo del sistema a lo que sus expertos consideran efectos
indeseables de la globalización es lo que, en definitiva, explica la firmeza en el
30
BONOMELLI, G.: “Japón en el nuevo orden mundial: tendencias en su agenda de
política exterior”. Cuadernos de Política Exterior Argentina, Serie Docencia nº 33
(1996), número monográfico; también, sobre los antecedentes de esta expansión,
HALLIDAY, J.; MCCORMACK, G.:, El nuevo imperialismo japonés. Madrid, 1972.
31
Por ejemplo, BOLOGNA, A. B.: “Los superbloques económicos: Asia Pacific
Economic Cooperation APEC”. Cuadernos Política Exterior Argentina, Serie Docencia
nº 38 (1997), número monográfico.
80
empeño de construir un pensamiento único. Es evidente que el conocimiento, la
información, el intercambio y la crítica tienen ahora canales de distribución a
escala planetaria en tiempo real. La ocultación y la mentira son ahora
objetivamente más difíciles de sostener, pese al control absoluto de las grandes
agencias de noticias y de los grandes medios de comunicación de masas. El reto
de los poderosos es ahora no negar, sino integrar unos hechos que ya no pueden
ser ocultados en un sistema interpretativo y en un contexto que no cuestione los
fundamentos del sistema. Miles de experimentos se han realizado ya, por medio
de la prensa, la televisión e Internet, para tratar de estimar hasta dónde es posible
extender con eficacia esta manipulación. Recordemos, como botón de muestra,
aquella imagen que dio la vuelta al mundo en los días de la “guerra del Golfo”:
una gaviota embarrada en petróleo, la prueba inequívoca de que Saddam Hussein
no sólo era un tirano sino que también atentaba contra el medio ambiente. Su
impacto fue mundial, pero la imagen procedía de un vertido de crudos en la propia
costa norteamericana32.
32
Sobre esto puede verse SARTORI, G.: Homo videns. La sociedad teledirigida. Madrid,
1997. Otro caso extremo, por la falsificación continua de las informaciones, fue el
tratamiento dado por la prensa alemana y, en particular, por el Frankfurter Allgemeine
Zeitung, al conflicto yugoslavo desde sus inicios, algo reconocido incluso por autores
afines como ASH, T. G., “El presente como historia”. Claves de razón práctica, 102
(2000), p. 26.
81
Pero, ¿quien puede asegurarse el predominio en tales condiciones? No podemos
siquiera imaginar cómo será el mundo de nuestros hijos, ni si habitarán dentro o
fuera del planeta, con otros hombres o en compañía de seres fabricados
industrialmente. El futuro no está escrito para nadie. Además, sus recientes
alardes demuestran que hoy el poder mundial se asienta sobre dos frágiles pilares:
de una parte, una gran capacidad para ejercer la violencia y provocar la
destrucción; de otro, el pensamiento único. Ambos están indisolublemente unidos,
porque la violencia sin legitimidad, sin consenso, sin resignación, es como un
boomerang. Resistirse es ya un gran paso para vencer.
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