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1. Introducción.

La economía como Ciencia


Según la metodología científica, la economía es una ciencia en constante transformación. De
hecho, toda ciencia está siempre en construcción, pero en el caso de la económica esta
provisionalidad deriva de límites que van más allá de la capacidad de sus investigadores y que
están enraizados en su naturaleza. En este capítulo se intentará dar una explicación a estas
limitaciones y ofrecer una mirada general sobre su evolución. Se pretende ayudar a entender,
en perspectiva, los debates actuales que afrontan diversas escuelas de pensamiento económico
que, desde diversos paradigmas –en general ásperamente confrontados entre sí–, aspiran a
explicar y a dar respuestas a los retos económicos de la actualidad. Unos retos que, por cierto,
son más acuciantes que nunca1.

1.1. Características y límites de la Ciencia Económica

Muchas son las definiciones que, a partir de criterios diferentes, se han dado del concepto de
ciencia. Algunas se han centrado en la necesidad de la existencia de un objeto de estudio,
mientras que otras han puesto el énfasis en el método utilizado para llevar a cabo este estudio.
No obstante, las definiciones más aceptadas son las que se han fijado conjuntamente tanto en
el objeto como en el método. Siguiendo a M. Bunge (1973), la ciencia puede definirse como el
conjunto de ideas que constituyen un conocimiento que reúne una serie de características: es
racional –caracterizada por la coherencia y/o consistencia de sus enunciados–, sistemática,
objetiva –persigue la verdad fáctica y comprueba o verifica, mediante la observación y/o la
experimentación, su adaptación a los hechos– y perfectible, ya que se halla en un proceso
continuo hacia el avance del conocimiento. La ciencia es histórica –cambiante a lo largo del
tiempo– y es asimismo un producto sociocultural, dado que los científicos viven en una sociedad
y comparten con ella una cultura, unos valores, etc. Pero es preciso profundizar un poco más en
los rasgos definitorios y diferenciadores de la ciencia respecto de otras prácticas no científicas.

En definitiva, la ciencia es una actividad intelectual que permite –mediante un procedimiento


lógico, es decir, de manera ordenada y sistemática (método)– validar las leyes que gobiernan
la realidad objetiva (objeto de estudio). Una actividad intelectual sin objeto puede ser muy
compleja o elegante, pero no es ciencia. Es especulación, y no puede discutirse científicamente.

En el caso de las ciencias sociales, la realidad social se constituye en su objeto de estudio por el
hecho de tratarse de una existencia objetiva, estructurada, cambiante o dinámica, pero que
sigue ciertas pautas o leyes de evolución o cambio que pueden ser estudiadas. Las ciencias
sociales, por lo tanto, tienen un objeto perfectamente observable: la realidad social.

En lo que respecta a la economía, no existe unanimidad a la hora de delimitar y precisar su objeto


de estudio.

Dentro de lo que es la tradición ortodoxa la definición más conocida, es la de Lionel Robbins


para quien la economía es la «ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre
fines y medios que tienen usos alternativos». Pero pese a que existe un amplio consenso sobre
su validez, no todos los economistas la aceptan porque supone: a) darle una dimensión
atemporal a las leyes económicas (que serían eternas), b) extrapola los comportamientos del
individuo – considerado aisladamente como homo economicus– al conjunto de la sociedad y c)

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Este capítulo se inspira en el capítulo introductorio del libro Economía mundial, deconstruyendo el
capitalismo global (2021).

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se trataría de una ciencia centrada en estudiar solamente las relaciones entre los seres humanos
y las cosas, dejando a un lado las relaciones entre los propios seres humanos, es decir, las
relaciones sociales. En definitiva, le reprochan no tener en cuenta las peculiaridades de la ciencia
económica como ciencia factual, aplicada y social. Estas peculiaridades se presentan por la
conjunción de tres aspectos principales: no puede obviarse que la realidad económica es un
entramado de relaciones cambiantes –por lo tanto, los conceptos y las categorías teóricas que
han de utilizarse no son ajenos al tiempo y al lugar de estudio–; la realidad observada es
multidisciplinar, con lo cual hay que tener en cuenta muchos aspectos no estrictamente
económicos; y, finalmente, el analista forma parte de la realidad observada, razón por la cual no
puede abstraerse de cierto grado de subjetivismo que deberá explicitarse.

Frente al enfoque anterior, existe el enfoque propio de la economía política. Este define la
economía como la ciencia que estudia la creación de la riqueza y la distribución del producto
entre las distintas clases sociales, haciendo hincapié en el proceso de reproducción social. Es
decir, en cómo las diferentes sociedades se organizan materialmente con tal de garantizar su
sostenibilidad y perdurabilidad a lo largo del tiempo. El enfoque de la economía política presenta
la ventaja de que permite considerar actividades económicas todas las relacionadas con la
producción, la distribución y el consumo de bienes materiales; y, por lo tanto, destaca que lo
relevante es la capacidad de producir y reproducir los bienes. La actividad económica se
manifiesta a la vez como una combinación de inmutabilidad y cambio, que debe incorporar dos
tipos de intercambio: el de las personas con la naturaleza y el de los individuos entre sí. En
definitiva, la actividad económica es un proceso que adopta formas de crecimiento, evolución,
adaptación, asimilación y cambio. La economía, como estudio de las condiciones de
reproducción, debe reunir elementos axiológicos, materiales e institucionales, en un conjunto
tan coherente como sea posible.

Desde el planteamiento reproductivo y global de la economía política, podemos caracterizar la


naturaleza del análisis económico desde una perspectiva triple:

• El carácter histórico del proceso económico, que implica negar la existencia de leyes
universales (y eternas). En la medida en que el proceso económico tiene un carácter
histórico, también lo serán las leyes que explican el comportamiento de los fenómenos
económicos. Como afirmó Gill (2002), la producción no se encuentra encerrada en leyes
naturales independientes de la historia.
• La dimensión social de la economía, que pone de relieve las relaciones del individuo con
el entorno, con la sociedad. No se entiende a los individuos como seres aislados,
racionales y «económicos» –el homo economicus–, sino interactuando entre sí en virtud
de distintos parámetros e intereses.
• La concepción de la realidad económica como un sistema abierto, es decir, como un
sistema con interacción constante y condicionamiento mutuo con otros sistemas
diferentes del económico, como pueden ser el ecológico o el político.

Discutido el objeto de estudio de la economía como ciencia, es preciso plantearse sus


dificultades metodológicas, algunas de las cuales las comparte con el resto de las ciencias
sociales. En particular, la economía se ve abocada a emplear el método deductivo, ya que, al no
poder experimentar, no le resulta accesible el método inductivo, que es el que utilizan las
ciencias experimentales. No es una cuestión de opción: no es posible realizar experimentos con
las sociedades.

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Cuadro1. El método científico

El método inductivo va de lo particular a lo general. Parte de observar realidades concretas para


inferir proposiciones generales al comprobar que estas verdades particulares repiten un mismo
patrón. Es esta comprobación lo que permite suponer que están sometidas a una misma ley. Se
trata de un procedimiento por el que inferimos, de verdades particulares conocidas, una verdad
general desconocida. Es propio de las ciencias experimentales, que pueden contrastar sus
hipótesis mediante experimentos sucesivos y repetidos. Se trata, por lo tanto, de una
investigación abierta en la que, por mucho que se tenga una intuición previa de los resultados
posibles, estos pueden acabar siendo inesperados. Por lo tanto, es una investigación difícil de
controlar previamente, porque nunca puede estarse seguro de cuáles serán los resultados
finales. Esto conlleva que no pueda ser tan controlable por sus financiadores o por quien la dirija.
Las hipótesis son validadas y dan lugar a leyes sólidas y aceptadas gracias al proceso de
experimentación.

El método deductivo va de lo general a lo particular. Parte de una intuición acerca de cuál puede
ser la explicación de los comportamientos particulares, sobre los cuales no podemos
experimentar. Por lo tanto, a partir de la observación, se lleva a cabo un proceso intelectual en
el que se aíslan conceptualmente los fenómenos o las leyes más generales (abstracción) y se van
incorporando de manera progresiva nuevos datos que den una complejidad mayor al objeto de
estudio y nos permitan aproximarnos a su manifestación real objetiva. A continuación, trata de
averiguar si esta intuición (hipótesis) se confirma en aquellas situaciones en que se producen las
condiciones particulares. Es un método propio de las ciencias sociales, donde no cabe la
posibilidad de experimentar. Este método permite establecer leyes con distintos puntos de
abstracción, de modo que, a mayor abstracción, mayor generalidad de la ley y menor
complejidad del fenómeno explicado; mientras que, a menor abstracción, más crecerá la
concreción de la ley, mayor será la complejidad y menor la generalidad de la explicación
obtenida. El hecho de que antes de investigar –y, por lo tanto, observar casos particulares
similares– sepamos lo que queremos encontrar, implica que los resultados sean previsibles. Es
decir, antes de empezar a investigar, ya se sabe lo que se busca; por consiguiente, si la persona
que dirige la investigación no está interesada en estos resultados, podrá condicionar la dirección
del estudio. Esto significa que es un tipo de investigación que puede estar muy dirigida por quien
la financia o la controla.

Así, a menudo se encuentran medicamentos de manera inesperada, que curan incluso dolencias
distintas de las previstas. En cambio, decenas de miles de economistas no anticiparon la crisis
del 2008 porque no había demasiado interés en obtener unos resultados que habrían limitado
los beneficios especulativos obtenidos por las entidades financieras antes de la quiebra en
cuestión.

Un segundo problema metodológico de la economía es que el observador es a la vez objeto de


observación. La persona investigadora forma parte del objeto de estudio, y eso le hace perder
distancia y objetividad en la investigación. En definitiva, sencillamente puede dejar de «ver» la
realidad (al menos en la totalidad de implicaciones). Un biólogo no tiene problemas en observar
y describir el comportamiento de los insectos, si por ejemplo se comen otro sujeto de la especie,
incluso a la pareja sexual o sus hijos. El observador no tiene ningún tipo de empatía con lo que
observa y no se siente implicado en esos comportamientos. Pero en las ciencias sociales es

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diferente. El observador puede sentirse cuestionado en su identidad nacional, de clase, de sexo,
de creencias en lo que ve. En efecto, puede simplemente dejar de «ver» la realidad.

Así mucha gente creyó incluso en el siglo XX que la menor capacidad encefálica de las mujeres
era una prueba de que estaban dotadas de menor capacidad intelectual, sin observar que en los
humanos el dimorfismo sexual lleva a que las mujeres tengan menor altura y en proporción
menos encéfalo. La paradoja es que nunca nadie teorizó que las personas más bajitas fueran
menos dotadas intelectualmente, aunque existe la misma correlación (independientemente del
sexo) entre altura y volumen craneal.

Finalmente, la economía aborda la gestión de problemas en los que puede haber intereses
contrapuestos. Es frecuente que una solución –que se sustenta en las premisas adoptadas, las
observaciones seleccionadas y la forma en que estas se justifican– favorezca una parte de la
sociedad y perjudique otras. Las sociedades tienen intereses diversos: de clase, de país, de sexo,
de edad. Por ejemplo, un país puede destinar recursos a rescatar los bancos o a rescatar familias
desahuciadas a consecuencia de una crisis. Cada colectivo tratará de buscar la justificación de
su rescate e intentará reivindicar que su interés es el general para la sociedad.

Esta contraposición de intereses termina afectando metodológicamente –desde el principio– a


las ciencias sociales en general y a la economía en particular. Ya desde su nacimiento se plantean
dos enfoques respecto a la finalidad de las ciencias sociales.

• Hay un primer enfoque que sostiene que la finalidad de las ciencias sociales es que no
cambie nada, que se mantenga el orden existente. El primer ejemplo de este enfoque
es Maquiavelo, con El príncipe (1513). En esta obra, trata de asesorar a quienes mandan
en la sociedad respecto a lo que han de hacer para mantenerse en el poder y conservar
el orden social y económico imperante.
• Pero hay otro enfoque alternativo que sostiene que las ciencias sociales deben buscar
las propuestas de cambio que permitan mejorar las condiciones de vida de la mayoría
social. Se trata de enfoques reformistas o revolucionarios que entienden que la función
de estas ciencias es, en principio, cambiar el mundo y no conservarlo tal como es.
Hallamos un primer ejemplo de este enfoque en Utopía (1516), de Thomas More. En
esta obra se reflexiona acerca de cómo debe organizarse una sociedad que pueda
considerarse mejor para la mayoría social.
Ambos enfoques pueden tener un desarrollo metodológico correcto como ciencia, pero llegarán
a resultados diferentes, contrapuestos y a menudo polémicos. Se precisa distinguir la polémica
científica –se contrastan bien las hipótesis, se analizan bien los datos, etc.– de la polémica de los
intereses que se encuentran detrás de cada posicionamiento.

1.2. La evolución de la Ciencia Económica

Como consecuencia de todas estas limitaciones, la ciencia económica ha tenido un desarrollo


peculiar. Se trata de una ciencia que no dispone de un único paradigma compartido, sino que
está escindida en diversas escuelas, que han polemizado y polemizan entre sí acerca de muchos
aspectos relacionados con la creación y la distribución de la riqueza. Así pues, la ciencia
económica se desarrolló fundamentalmente a partir de la aparición del capitalismo. Cierto es
que existieron con anterioridad algunos trabajos o referencias a la economía, pero no
representan un tratamiento sistematizado y global.

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Figura 1. La evolución de la Ciencia Económica

Aunque algunos filósofos griegos (Aristóteles) desarrollaron reflexiones económicas, se


considera que los precursores inmediatos de la ciencia económica son los autores denominados
mercantilistas (siglo XVII), como por ejemplo W. Petty y otros pensadores de la Ilustración
francesa. No se trata propiamente de una escuela de pensamiento, ya que no mantuvieron un
centro teórico ni publicaciones regulares, pero en cambio construyeron un paradigma que fue
asimilado y compartido muy rápidamente por las distintas cortes europeas. Nace a consecuencia
de la llegada del oro de América, que provocó que los tesoros reales empezaran a acumular
grandes cantidades de metales preciosos e hiciera falta administrarlos. La pregunta que se
hacían era cómo podía enriquecerse más el reino. La respuesta confundió los efectos con las
causas. Así, los mercantilistas aconsejaron retener en las arcas reales la mayor cantidad posible
de metales preciosos. La consecuencia no fue demasiado buena, ya que la retención de la
circulación del dinero sencillamente frenó el desarrollo económico.

Otro antecedente, la fisiocracia, apareció en Versalles en torno a la figura de Quesnay, que en


1758 publicó el Tableau économique. Los fisiócratas descubren la circulación de la renta y
consideran que en la transferencia de servicios y mercancías entre clases sociales se transforman
los objetos, aunque normalmente no se crea nueva riqueza. Solo hay una actividad que crea más
producto del que utiliza: la agricultura, y por extensión la ganadería. Por lo tanto, según esta
corriente de pensamiento, si un país desea disponer de más productos, lo que ha de hacer es
potenciar la agricultura. Es la única actividad capaz de crear «nueva materia» y, por lo tanto, de
permitir que la circulación de la renta aumente. La política económica que proponían consistía
en abrir canales, seleccionar semillas, mejorar la productividad..., lo cual suponía hacer circular
el dinero. En realidad, demostraron que las teorías mercantilistas eran contraproducentes. El
dinero no debía guardarse, había que hacerlo trabajar. De hecho, los fisiócratas eran ingenieros
agrarios y mantuvieron un elevado grado de debate intelectual que canalizaron con
publicaciones periódicas. Tuvieron un gran éxito y su escuela superó y desplazó a la anterior.

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A pesar de estos precursores, se considera que fueron los autores de la escuela clásica quienes
crearon y desarrollaron la ciencia económica. Y lo hicieron bajo la denominación de economía
política, que es la ciencia que se ocupa de las leyes de la producción, la distribución, el
intercambio y el consumo. Entre otros fenómenos, la economía política intenta explicar las leyes
de la acumulación de capital. Una de las figuras más relevantes de esta escuela es Adam Smith,
que en 1776 publicó su obra más conocida, Sobre el origen de la riqueza de las naciones. Este
autor puso en tela de juicio que la creación de riqueza material se generara solamente en la
agricultura. Explicó que el valor de cambio de las mercancías tenía su origen en el trabajo
humano utilizado para crearlas, y de este modo formuló la teoría del valor-trabajo según la cual
el valor de una mercancía es proporcional al tiempo de trabajo necesario para producirla. Por lo
tanto, lo que hacía falta era promover el trabajo no solo en la agricultura, sino también en la
industria, y abolir al mismo tiempo todas las limitaciones que pudieran obstruirla: permisos,
prestaciones caritativas que podían desincentivar el trabajo, etc. La escuela clásica estableció
muchos conceptos económicos, como los de clase social, capital, trabajo, producción, etc., que
dieron un impulso definitivo a la economía como ciencia social. De hecho, enunció las leyes más
generales del funcionamiento del capitalismo, al igual que intentó explicar la producción y la
distribución de la riqueza y las ventajas del libre cambio y de la división del trabajo.

Un siglo más tarde, en 1867, Karl Marx publicó El capital y provocó una ruptura conceptual que
ha marcado el estallido posterior de diversos paradigmas de la ciencia económica (escuela
marxista). A partir de los conceptos de la escuela clásica, Marx desarrolló bajo una nueva óptica
la teoría del valor-trabajo y concluyó que el sistema capitalista obtenía su excedente a partir del
trabajo aportado por los trabajadores –y no retribuido en el salario–, una idea que conceptualizó
como plusvalía. El concepto de plusvalía rompía la imagen que el capitalismo había creado de sí
mismo como un régimen económico en el que no existía explotación –los contratos eran libres,
a diferencia del feudalismo y etapas anteriores–. Marx revolucionó asimismo la noción de
evolución histórica y cambio social mediante el paradigma de la lucha de clases como motor de
la historia. Explicó las leyes de la acumulación de capital y del desarrollo capitalista, que, a
diferencia de los clásicos, considera como leyes históricas y, por lo tanto, no eternas.

Para hacer frente a una formulación tan disolvente de los principios de la organización social fue
preciso reconstruir la ciencia económica desde sus cimientos. Esta reconstrucción implicó un
estallido de escuelas alternativas en diversos lugares, las denominadas escuelas heterodoxas de
la economía.

En Alemania apareció la escuela histórica, que propugnaba que la realidad social era demasiado
compleja para buscar leyes y que había que limitarse a recopilar experiencias de desarrollo
económico para aprender de las experiencias realizadas, pero sin pretender formular leyes
generales y absolutas. Una formulación un tanto extravagante, sobre todo en una tradición
universitaria marcadamente racionalista, pero muy oportuna porque se oponía a la teoría de las
ventajas comparativas propugnada por el librecambismo, que evidentemente resultaba
perjudicial para el desarrollo de la industria alemana. Fue una escuela débil desde el punto de
vista teórico, pero útil para el despliegue de la Unión Alemana, en competencia con Inglaterra.

En Francia se desarrolló la escuela estructuralista, que se planteaba aislar –en la realidad social–
los fenómenos que tenían permanencia y continuidad, y clasificarlos al margen de los que tenían
un carácter coyuntural u ocasional. Se trata de una forma de análisis que también evita formular
leyes generales y se limita a estudiar las continuidades de lo que existe. Está vinculada a otras
ciencias sociales como la historia o la antropología e incluso al estudio de la lingüística o las
matemáticas. Es una escuela que se ha mantenido en el área francófona y que en España tuvo
autores relevantes como J.L. Sampedro o Ramón Tamames. También cabe destacar la corriente
de pensamiento denominada estructuralismo latinoamericano; hay que adscribirle un variado
conjunto de autores que, a partir de la obra de Raúl Prebisch en los años cincuenta del siglo

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pasado, y a partir también de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), consideraron
necesario abordar los problemas de desarrollo de la región de una manera más global, realista
y social, y que por tanto se alejaron de la teoría económica convencional.

En los Estados Unidos se desarrolló el institucionalismo en relación con la figura de Thorstein


Veblen. Articulado en torno a la American Economic Review, se concentró en el análisis de las
instituciones, entendidas como comportamientos sociales (hábitos) y como realidades orgánicas
(familias, empresas...), y criticó asimismo la formulación de leyes abstractas cuya vigencia
cuestionaba. Ha sido una escuela influyente en los Estados Unidos, con figuras como Galbraith,
y en Europa ha estado presente especialmente en los países escandinavos (Myrdal).

Pero la respuesta principal al reto del marxismo la dio la escuela neoclásica. Esta escuela surgió
de manera simultánea en diversos países y lo hizo con autores como Walras (franco-suizo),
Pareto (Italia) y Marshall (Inglaterra). Este último es autor de Principios de economía (1890), la
obra emblemática de los neoclásicos. En este caso, la escuela propugna cambiar la base de la
ciencia económica y no pretende explicar el capitalismo de manera global, sino que trata algunos
aspectos parciales: la teoría del consumidor, la teoría de la producción, la teoría del coste, etc.,
que culminan con las teorías del equilibrio parcial y el equilibrio general de los mercados. Según
esta escuela, el precio de las mercancías está determinado por las preferencias psicológicas de
los consumidores, y no por el proceso de producción. Dado que estas preferencias no tienen
una interpretación causal posible, hay que aceptar los precios como una revelación de las
mismas, que es preciso respetar y situar en el centro de la expresión social del interés económico
global. Ahora bien, para que este interés global pueda manifestarse, es imprescindible asegurar
que no haya ningún tipo de alteración de los precios. De aquí se deduce la conveniencia de
limitar los sindicatos –que manipulan el precio del trabajo– y evitar cualquier forma de
subvenciones o precios máximos o mínimos, regulaciones de los mercados, etc. Se suponía que
la expresión espontánea de los precios revelaría la voluntad de millones de individuos que
forman la sociedad a través del mercado, y que todo ello mantendría la actividad económica en
un equilibrio general. En definitiva, los teóricos neoclásicos ya no se proponían descubrir las
leyes que pudieran explicar las relaciones de producción y distribución, sino la relación entre
medios escasos y usos alternativos. Como se ha explicado antes, llegaron incluso a cambiar la
denominación misma de la disciplina, que ya no se llamó economía política, sino simplemente
economía.

Los neoclásicos teorizaron que resultaba imposible planificar porque la economía era
excesivamente compleja. Sin embargo, la experiencia de los primeros años de la URSS –con sus
políticas de planificación industrial– y sobre todo la crisis económica de 1929 pusieron de
manifiesto la inoperatividad de la doctrina neoclásica. En aquel momento quedó en evidencia
que la retirada de las regulaciones no conducía a un «equilibrio general», sino al contrario,
conllevaba un desorden financiero importante, un colapso de gran alcance y, en definitiva, la
parálisis económica. Ante esta situación, con J. M. Keynes y su Teoría general del empleo, el
interés y el dinero (1936) surgió la denominada nueva ciencia económica. Aunque se mantiene
en la aproximación psicológica de las preferencias reveladas por el consumidor, niega que esto
lleve obligatoriamente a un equilibrio general y reconoce la necesidad de regulación estatal para
redistribuir la riqueza, orientar la inversión, evitar espirales especulativas, etc. El keynesianismo
será la teoría económica dominante de los años de mayor crecimiento económico de los países
del Centro (Estados Unidos de América [EE.UU.], Japón, Europa occidental). La obra de Keynes
inauguró la macroeconomía. Su ámbito de conocimiento es la economía en su conjunto e intenta
descubrir las leyes que afectan al conjunto de la economía. Constituyó la base de la economía
del bienestar, de la política económica y, en definitiva, de la intervención del Estado en la
economía, en el seno de formaciones sociales capitalistas.

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La denominada revolución keynesiana debe entenderse, más que como una revolución
científica, como una respuesta a las grandes dificultades teóricas que la economía convencional
estaba teniendo a la hora de dar una explicación (y soluciones) a todo lo que estaba sucediendo
en la economía real. La prueba es que, al cabo de pocos años, una vez superados los momentos
más extremos de la crisis, se convergió hacia lo que se ha denominado la «gran síntesis
neoclásica», mediante la cual se integraron la macroeconomía keynesiana y la microeconomía
neoclásica en un cuerpo teórico-analítico único (no carente, eso sí, de importantes polémicas,
debates y contradicciones internas).

El enfoque keynesiano entró en crisis con los efectos de la denominada crisis del petróleo, a
finales de los años setenta del siglo XX. El sistema experimenta una caída de la tasa de ganancia
y un estancamiento que cuestiona su funcionamiento. En realidad, las bajas tasas de beneficios
llevan a una atonía en la inversión que estanca las economías centrales del sistema. La respuesta
será un retorno implícito a los neoclásicos a partir del neoliberalismo, formulado desde la
escuela de Chicago, representada por Milton Friedman, que en 1976 publicó Libertad de elegir.
El monetarismo no es el único referente teórico del pensamiento neoliberal; se destacan
asimismo los postulados de la economía de la oferta. Las tesis de esta escuela comenzaron a
implementarse en el Chile posterior al golpe de Estado de Pinochet gracias a la dictadura militar:
derogación de los sindicatos, privatización de empresas públicas (que acabaron en manos de
multinacionales estadounidenses) y apertura total del mercado exterior. Posteriormente, M.
Thatcher la impuso en Inglaterra y R. Reagan en los EE.UU., y acabó imponiéndose como
«pensamiento único» en todo el mundo tras la caída de la URSS. Con todo, y pese a que la
escuela neoliberal se ha convertido en la escuela predominante (mainstream) en el pensamiento
económico, la crisis de 2008 –como ya ocurrió con la de 1929– ha evidenciado la debilidad de
sus planteamientos y la necesidad de ampliar el debate.

Como corriente crítica de la economía neoclásica cabe mencionar la línea de pensamiento


sraffiana, edificada a partir de la obra de Piero Sraffa. En su obra Producción de mercancías
mediante mercancías (1960) formuló una aproximación a las tesis de Marx a partir del análisis
de los precios (y no del valor del trabajo, que resultaba más difícil de observar y cuantificar).
Sraffa cree que, en última instancia, el precio de mercado refleja el coste de producción y que
para cada nivel tecnológico hay cierto equilibrio entre las estructuras productivas que permiten
generar las mercancías y los precios. Pero no hay un equilibrio general espontáneo, porque
todos los precios están determinados por las técnicas de producción, excepto el beneficio y el
salario. Por lo tanto, dentro de unos márgenes, la distribución del excedente social depende de
la fuerza de cada agente (trabajadores o capital). Los planteamientos sraffianos dieron lugar a
la denominada escuela de Cambridge, con Joan Robinson como economista más destacada.

A pesar de la ruptura que presenta la ciencia económica a partir de Marx, las diversas escuelas
han ido disponiendo de técnicas de cálculo económico cada vez más sofisticadas (véase la parte
izquierda de la figura 1). En términos generales, las diversas escuelas comparten estas técnicas
y gracias a ellas pueden validar o contrastar sus hipótesis con datos de la realidad económica.
La contabilidad se desarrolla desde el siglo XV y sirve para gestionar economías familiares. Las
matemáticas superiores llegarán más tarde procedentes de la Física. Se trata de cálculo de
máximos y mínimos, derivadas, integrales, etc. que permite establecer maximizaciones i
mínimos. Ya entrados en el siglo XX se comienzan a obtenerse datos de la realidad a partir de la
revolución rusa para desarrollar la planificación y del desarrollo de las políticas keynesianas que
implican disponer de informaciones macroeconómicas básicas (población, PIB, balanza
comercial...). La disponibilidad de datos permite aplicar instrumentos de estimación estadística,
que más tarde se desarrollara en forma de técnicas econométricas. Otra técnica desarrollada
serán las tablas input-output que permiten conocer las relaciones estructurales entre los
sectores económicos y evaluar el impacto entre políticas alternativas. Por último, con el salto
tecnológico que se producirá con la informatización a partir de los años 80 del siglo XX sera

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posible desarrollar modelos de simulación y de análisis gráfico a una velocidad y precisión
anteriormente impensable. Las diversas escuelas comparten estas técnicas de cálculo.

En definitiva, la ciencia económica tiene una complejidad elevada. Es difícil aislar las variables
que influyen en un resultado porque la sociedad se articula a través de muchos factores. Las
paradojas son frecuentes. Cuando se cree haber encontrado una relación, entonces no se
cumple porque hay una variable –que no ha sido tomada en consideración– que altera el
resultado que se esperaba. La economía es un componente más de las ciencias sociales. Las
variables económicas condicionan y afectan el desarrollo de las sociedades. Pero no todo tiene
una causalidad exclusivamente económica, como supone el paradigma neoliberal más
dogmático. Es una simplificación de la realidad, que siempre resulta más compleja.

REFERENCIAS BIBLIOGRÀFICAS Y VIDEOGRÀFICAS

http://es.wikipedia.org/wiki/Economía
A Beginner's Guide To The World Economy - Seventy-Seven Basic Economic Concepts That
Will Change The Way You See The World Mcgraw-Hill 1995
Diccionario de Economia, Tamames
Multilingual Dictionary in Fisheries, OECD
The Little Green Data Book - From The World Development Indicators (World Bank) – 2005
The Big Three in Economics: Adam Smith, Karl Marx &John Maynard Keynes
Torres, J. Economía política. 5a ed. Madrid. Pirámide, DL 2015.

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