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Fecha: 12-dic-2022
Producto: MJ
I. PRESENTACIÓN
Determinar las causas y sus efectos quizás sea el dilema más arduo de todos los que
preocupan a la ciencia. En su formulación más simple, que es la única que podemos abordar
en este trabajo, la causalidad es la noción que trata de explicar que todo evento responde a
una causa que lo produce.
Esta idea equipara a la causa con el fundamento o la motivación de cada suceso, postulando
que no hay acontecimientos inmotivados. Ferrater Mora explica esta idea señalando que
«Como la causa permite explicar que un cierto efecto se ha producido, se supuso muy pronto
que la causa era, o podía ser, asimismo una razón o motivo de la producción del efecto. Las
ideas de causa, finalidad, principio, fundamento, razón, explicación y otras similares se han
relacionado entre sí con mucha frecuencia, y en ocasiones se han confundido» (1).
El gran desafío que subyace en el estudio causal de los hechos es que la mayoría de los
sucesos no responden a una sola causa, sino a varias. Eso hace que, en general, sea muy
difícil determinar cuál es la causa exclusiva y excluyente de un hecho.
El Código Civil y Comercial se ocupa de estos asuntos en los arts. 1725 a 1728. Empero,
antes de comenzar el examen de esas normas vale la pena señalar una incongruencia
metodológica. En los artículos reseñados, no se establecen pautas o métodos referidos a la
relación causal, sino que se regulan aspectos concernientes a las consecuencias dañosas de
los hechos. Dicho en otras palabras: el código no dice nada sobre causas de los hechos, sino
que regula sus consecuencias. Por extraño que pueda parecer, el art. 1726 que, dicho sea de
paso, se llama Relación causal, arranca diciendo que son reparables las consecuencias.
El Código solamente ofrece un método para atribuir las consecuencias dañosas de un evento
determinado a un agente determinado.Sin embargo, por más que pueda sostenerse que las
causas y sus efectos son las caras de una misma medalla, una cosa son los hechos causales
y otra sus consecuencias.
Galdós se refiere a esta cuestión con una claridad que se parece a un sinceramiento: «Sin
ingresar en los complejos debates y desarrollos en torno al concepto filosófico de la causa, nos
abocaremos directamente al estudio de la causalidad como uno de los presupuestos
necesarios para que nazca el deber de reparar el daño producido. Por ello, en una primera
aproximación, señalamos que el nexo o relación de causalidad es el enlace material entre un
hecho antecedente y un resultado (el daño)» (2).
Es probable que esa confusión entre las causas de los hechos y la atribución de sus
consecuencias, explique por qué las definiciones clásicas se refieren, acertadamente, a la
causalidad como la vinculación directa entre una conducta atribuible a un sujeto (agente
dañador) y el daño sufrido por otro individuo que debe ser resarcido (víctima).
De lo dicho hasta ahora, se desprende que para la ciencia jurídica la causalidad no está
intrínsecamente vinculada a la causación de los hechos, sino a la atribución de responsabilidad
y al alcance de dicha atribución. El fenómeno causalidad jurídica se agota en la imputación de
consecuencias. Galdós describe esta cuestión con una claridad que se parece a un
sinceramiento: «Sin ingresar en los complejos debates y desarrollos en torno al concepto
filosófico de la causa, nos abocaremos directamente al estudio de la causalidad como uno de
los presupuestos necesarios para que nazca el deber de reparar el daño producido.Por ello, en
una primera aproximación, señalamos que el nexo o relación de causalidad es el enlace
material entre un hecho antecedente y un resultado (el daño)» (4).
Más allá de la coincidencia con los autores citados, nos interesa destacar que la importancia
de esta noción se duplica porque la asignación de responsabilidad a un sujeto libera, de la
obligación resarcitoria, a los otros sujetos que no hayan causado el daño, ya sea por sí
mismos, o por las personas que estaban a su cargo, o por las cosas que estaban bajo su
guarda o control. «La relación causal revela la autoría del daño y permite individualizar al sujeto
que debe responder por su reparación», dicen, para la cerrar la idea, Pizarro y Vallespinos (6).
El art. 1725 del CCyC debe verse a la luz de estas ideas. Su importancia consiste en disponer
legalmente que cuanto mayor sea el deber de conocimiento, mayores serán las consecuencias
resarcibles y la previsibilidad de las consecuencias. Su proyección hacia la teoría general de la
responsabilidad es determinante. Como señala Zabala de González, «se facilita la atribución
de culpas al titular de la actividad o al dueño o guardián de una cosa riesgosa (7).
Esto significa que, para el ordenamiento normativo, los sujetos con conocimientos técnicos y/o
científicos y/o profesionales específicos tienen mayor responsabilidad frente a determinados
hechos. Más aún: ellos tienen mayor capacidad de prever las consecuencias dañosas de un
hecho.Esa previsibilidad privilegiada es la que origina el incremento de responsabilidad.
Alferillo, Gómez Leo y Santarelli, citando a Orgaz, ofrecen una buena explicación de la
naturaleza jurídica de esta norma que, básicamente, implica atribuir una mayor responsabilidad
a sujetos que son diferenciados por su condición profesional y/o técnica y/o científica: «Se
admite unánimemente que el sujeto con superiores cualidades o habilidades a las comunes, se
los juzga con mayor rigor y en caso de omisión de la diligencia o la prudencia necesaria, se le
atribuye culpa en supuestos en el hombre común sería considerado inculpable; así, la
imprevisión o la imprudencia de un técnico es menos excusable que la de un agente no
técnico, que se ha visto obligado a actuar sin demora» (8).
III.1. PRESENTACIÓN
La llamada causalidad adecuada puede definirse como la vinculación existente entre un evento
dañoso y el hecho que los produjo.Se trata de una solución metódica que el Derecho utiliza
para limitar, lo más posible, las causas probables de un evento. Este procedimiento implica que
todas aquellas causas que no sean adecuadas (es decir, que no sean altamente probables de
provocar la consecuencia esperable) serán descartadas para atribuir responsabilidad.
Para la ciencia jurídica, la adecuación de una causa a un resultado que permita afirmar que el
Fenómeno A (FA) es causa del Fenómeno B (FB), está directamente relacionada con otras
tres nociones; a saber: (a) la posibilidad de ocurrencia de FB, (b) la probabilidad de ocurrencia
de FB y (c) la previsibilidad de la ocurrencia de FB. Habrá causalidad adecuada, entonces,
cuando la posibilidad de que a FA le siga FB sea altamente probable. O, más fácil de entender,
cuando la mera existencia A haga fácilmente previsible la ocurrencia de B.
En sentido similar, Galdós postula que «De algún modo puede decirse que el debate en torno a
la causalidad queda desplazado hacia la determinación de la 'probabilidad', la 'previsibilidad', la
'posibilidad' o la 'regularidad' de un hecho y su consecuencia» (10).
De las muchas causas posibles que explican un hecho, algunas serán más probables que
otras. La causalid ad adecuada es, por consiguiente, una especie de balanza que mide el grado
de probabilidad que tiene un hecho de producir, repetidamente, el mismo efecto. Como bien
señalan Alferillo, Gómez Leo y Santarelli, citando a Trigo Represas, «no son equivalentes
todas las condiciones: causa será únicamente la condición que según el curso natural y
ordinario de las cosas, era idónea para producir por sí el resultado» (13).
Esto significa que; así como la posibilidad de ocurrencia de un hecho depende de una
materialidad física (Por ej., el calor siempre dilata cuerpos), la previsibilidad está subordinada a
una subjetividad. No todos los individuos saben que el calor provoca la dilatación los cuerpos y,
por lo tanto no pueden prever las consecuencias de exponer determinadas cosas al calor más
extremo. La medicina y la farmacología ofrecen miles de ejemplos de situaciones previsibles
para pocos e ignoradas por muchos. Sin embargo, esta cuestión queda legalmente cubierta
por lo dispuesto en el art. 1725 del CCyC.
No obstante, el gran problema sigue siendo cómo disciplinar a su majestad la probabilidad que
habita, indócil, en la resbaladiza geografía de la estadística. La posibilidad general, la
probabilidad concreta y la estadística que las resume, se burlan de nuestra inevitable tendencia
de atribuir relaciones causales a sucesos aleatorios que no la tienen.
En esa línea de pensamiento, Kahneman explica que la causalidad narrativa está relacionada
con la confianza que los individuos tienen en sus creencias. Las creencias, a su vez, dependen
de una narración incompleta que suele prescindir de evidencias concretas debido a que su
finalidad no es descubrir la causalidad adecuada, sino disipar dudas y ambigüedades.
Pasamos la vida entera buscamos certezas que nos sirvan para explicar cómo y porqué
ocurrieron los hechos, pero le prestamos muy poca atención a las evidencias que usamos
vincular las consecuencias de un hecho con el hecho que las produjo. «A menudo dejamos de
tener en cuenta la posibilidad de que falte la evidencia que podría ser crucial en nuestro juicio;
lo que vemos es lo que hay. Además, nuestro sistema asociativo tiende a decidirse por un
modo coherente de activación y suprime la duda y la ambigüedad», dice Kahneman para
explicar este fenómeno cognitivo que limita severamente nuestro juicio crítico (15).
Esta es, en pocas palabras, la función que debe cumplir una narración: la creación de mentiras
verdaderas; apariencias de una realidad que acomodamos como si fuera el guion de una obra
de teatro. Taleb nos regala, con este sencillo ejemplo de los reyes muertos, una conclusión tan
contundente como poco auspiciosa: somos capaces de reducir la relación causal a una idea
empaquetada con tal de lograr que sea fácilmente aceptada por nosotros mismos y los demás.
Dicho sin filtros: las causas difíciles no se buscan, ni se explican: se resuelven narrativamente
y se empaquetan para su distribución en la sociedad.
Este convencimiento, tan pesimista como realista, nos obliga a formular una serie de
preguntas incómodas: ¿Los jueces al dictar sentencias, no serán también vulnerables a este
sesgo cognitivo de la narración causal? ¿No fallarán de acuerdo a una causalidad
empaquetada con el delicado papel de la ideología o el prejuicio? ¿Es posible que existan
veredictos basados en un relato causal antes que en una secuencia rigurosa de hechos
causales y consecuencias?
Por algún motivo que de momento ignoramos, en el Derecho siempre hay más palabras que
ideas. Sin embargo, y a propósito de la prognosis póstuma descrita en las reflexiones
reseñadas, ¿harán eso los jueces al memento de dictar sentencia? ¿Cuántas veces esa
incomprensible 'prognosis póstuma' será, en verdad, la adaptación de un guion narrativo de
causalidades teatrales?
Nos parece realista pensar que los jueces que diariamente escriben y piensan varias
sentencias, también están condicionados por un sistema de creencias que son más intuitivas
que estadísticas. La llamada causalidad adecuada es un método incierto y amenazado por el
peligro de confundirse con la narrativa causal de cada juez. ¿Cuántas son las sentencias que
contienen menos evidencia científica que afirmaciones cuidadosamente acomodadas para
disipar las dudas y ambigüedades del propio juez y de los justiciable?
Aunque nos cueste creerlo, el derecho está mucho más cerca del método sofista -
argumentativo que de la ciencia jurídica. Empero, si no lo empezamos a tomar conciencia de
estas situaciones no será posible actualizar un derecho que atrasa más de medio siglo en
Argentina.
Una parte de la doctrina advierte el profundo impacto que las neurociencias ejercen sobre la
ciencia jurídica.Galdós, hablando de los sesgos cognitivos, sostiene que ellos pueden «influir
en el proceso judicial de valoración de la incidencia causal de los acontecimientos anteriores
que produjeron un resultado; esto es, en suma, en la apreciación y determinación final de la
relación de causalidad adecuada» (19). El autor sugiere - compartimos la sugerencia- que los
fallos judiciales pueden estar sesgados por los procesos cognitivos dominantes a la hora de
tomar de decisiones. Esta descripción, que ciertamente es más realista, es lo opuesto al
denominado proceso de 'prognosis póstuma', consistente en analizar objetivamente los hechos
del pasado, despojado de tendencias emocionales o ideológicas, y determinar cómo ocurrieron
los hechos que se juzgan. Sabemos que no es ese el procedimiento habitual en la toma de
decisiones y tampoco en la elaboración de sentencias.
Sin embargo, esa misma doctrina tampoco auspicia los grandes cambios que se requieren
para concretar la profunda actualización que necesita nuestro Derecho. Por el contrario, se
insiste en señalar la insuficiencia de las ciencias duras para modificar las teorías basales de lo
que conocemos como derecho privado: «En suma: en el futuro el avance las neurociencias
podrá proporcionar también herramientas que permitan profundizar desde una óptica
complementaria el estudio de la relación de causalidad jurídica» No se llega a comprender que
las neurociencias están en continuo avance y que seguirán ese desarrollo; es nuestro sistema
legal el que está estancado.
Nuestro Derecho, y sobre todo nuestras leyes, permanentemente rechazan las abundantes
herramientas y conocimientos que las ciencias más duras ofrecen con generosidad. No se
requiere que las neurociencias avancen más, somos los operadores del derecho (legisladores,
jueces y juristas) los que estamos atrasados. Nosotros le debemos a la sociedad una profunda
actualización de nuestros conocimientos.
Como si todo esto fuera poco, debemos añadir un nuevo problema. La teoría de la causalidad
adecuada, está subordinada a la existencia de casos anteriores.Eso se debe a que la
adecuación de una causa se consolida por la repetición de casos (20). Sin embargo, esa
característica propia de la teoría de la causalidad adecuada, deja sin causas a la gran mayoría
de los daños ocurridos como consecuencias del llamado riesgo de desarrollo. Veamos esto un
poco más detenidamente.
La causa adecuada es un método empírico que supone que un hecho al repetirse también
repetirá sus consecuencias. En eso consiste la experiencia: en la repetición de casos
anteriores. Por el contrario, los daños provocados por los riesgos del desarrollo parten del otro
extremo. Al ser ocasionados por sucesos inéditos, no hay una experiencia previa que permita
pronosticar su consecuencia; en algún sentido, los daños derivados de los riesgos del
desarrollo, son consecuencias imprevisibles porque, precisamente, la previsibilidad está
subordinada a la existencia de casos similares ocurridos en el pasado.
Los daños repentinos, relacionados con los desarrollos tecnológicos y/o científicos, al carecer
de antecedentes quedarían afuera de cualquier régimen de previsibilidad y, por lo tanto,
despojados de causas adecuadas que los expliquen. Ergo: utilizando el método de la
causalidad adecuada, se neutraliza la posibilidad de atribuir responsabilidad por los daños
relacionados con los desarrollos científicos-tecnológicos.
El art. 1726 del CCyC, para evitar caer en ese vacío legal dispone que, «Excepto disposición
en contario, se indemnizan las consecuencias inmediatas y las mediatas previsibles». El
legislador asume, acertadamente según nuestra opinión, la posibilidad de salir del esquema de
la casualidad adecuada (previsible) para resarcir ciertos daños ajenos a la escurridiza noción
de la causalidad adecuada. En sentido similar, Galdós señala que «No obstante, la adopción
de la regla de la causalidad adecuada presenta algunas excepciones, casos en los que se
aplican criterios o teorías alternativas» (21).
IV.1.PRESENTACIÓN
El citado artículo describe y define a las consecuencias inmediatas, las mediatas y, finalmente,
las casuales. También dispone que serán indemnizables las consecuencias inmediatas y las
mediatas previsibles, excluyendo a las consecuencias casuales que, son definidas como
aquellas que no pueden preverse.
El art. 1727 las define como, Las consecuencias de un hecho que acostumbran a suceder
según el curso natural y ordinario de las cosas, se llaman en este Código «consecuencias
inmediatas».
Estas consecuencias son las más directas y más fáciles de encontrar porque son las que
habitualmente suceden. Su inmediatez, como dicen Pizarro y Vallespinos, «no deriva de la
cercanía temporal o espacial con el hecho generador; asume tal carácter porque entre el
hecho generador y las consecuencias no se advierte la presencia de ningún hecho intermedio»
(22).
Así, la presencia de bengalas de humo que disparan fuego en un local cerrado es la causa
más previsible, cercana e inmediata de un eventual incendio.
El art. 1727 se refiere a ellas como: Las consecuencias que resultan solamente de la conexión
de un hecho con un acontecimiento distinto, se llaman «consecuencias mediatas.» A
diferencia de las inmediatas, las llamadas consecuencias mediatas tienen con el hecho
generador del daño una relación indirecta y menos cercana que las inmediatas.Sin embargo,
como bien señala Galdós, esa menor cercanía entre la consecuencia y el hecho que la
provoca, no debe ser confundida con lejanía. Un alejamiento muy marcado entre el hecho y la
consecuencia sería indicativo de que no se está frente a una consecuencia mediata, sino
frente una remota o meramente causal. Parece claro que «la intromisión casual de un suceso
no tiene que ser tal que borre la aptitud causal del hecho antecedente, ya que en ese caso se
produciría una fractura del nexo de causalidad» (24). La mediatez causal supone vinculación
indirecta con el hecho causal, pero no una lejanía que borre las huellas que el hecho productor
necesariamente debe dejar en la consecuencia que se pretende indemnizar.
Siguiendo el ejemplo propuesto al comienzo del análisis del art. 1727, las muertes ocurridas en
un incendio tienen una relación inmediata con las bengalas y una cercanía mediata con las
puertas de emergencia clausuradas. Esto quiere decir que la conexión causal entre el fuego
(ocasionado por las bengalas) y las puertas de emergencia bloqueadas produjeron,
previsiblemente, una mayor dificultad en las tareas de evacuación y, a la postre, un mayor
número de víctimas. Hay, como se ve, una relación indirecta, pero cercana y previsible, entre
el incendio ocasionado por las bengalas y las muertes ocurridas por estar bloqueada la puerta
de emergencia.
Ahora veamos el mismo ejemplo dado vuelta para que se comprenda cómo funcionan las
llamadas consecuencias mediatas.
Decimos que las puertas de emergencia cerradas tienen una relación indirecta con las muertes
ocurridas durante el siniestro porque es posible (de hecho, es lo que ocurre más veces) que un
boliche tenga las puertas de emergencia cerradas y que no se produzcan ni muertes ni
incendios. Empero, esto no quiere decir que las consecuencias mediatas no sean reparables;
por el contrario, siendo previsibles son reparables con los mismos alcances que las
consecuencias inmediatas.Zavala de González señala que las consecuencias mediatas son
resarcibles cuando exista «una verosímil y genérica posibilidad de previsión, aunque aquella
sea ajena a la potencialidad subjetiva del agente, disminuida por falencias de la personalidad»
(25). Esto quiere decir, alcanza una previsibilidad genérica para que las consecuencias
mediatas sean resarcibles sin importar que el agente dañador, por el motivo que fuera, tuviera
alteraciones cognitivas que le impidieran realizar una sencilla previsión entre los hechos y el
resultado esperable.
En nuestro ejemplo, la previsibilidad que existe entre las puertas de evacuación bloqueadas y la
mayor dificultad en las tareas de salvataje es tan evidente que nada puede excusar su
reparación.
Esta tercera generación de consecuencias también es definida por el Código Civil y Comercial:
Las consecuencias mediatas que no pueden preverse se llaman «consecuencias casuales».
Estamos ante consecuencias imprevisibles que, como dicen Pizarro y Vallespinos, «escapan a
toda aptitud normal de previsión, al corresponder a hechos que operan en forma sobreviniente
e inesperada» (26).
La disposición, sin margen de duda o interpretación contraria, deja afuera del esquema
indemnizatorio a las consecuencias casuales. En esa línea, Galdós sostiene que «las
consecuencias casuales no son, como regla, imputables al autor, salvo que logre demostrarse
que, en el caso concreto, se trató de una consecuencia específicamente prevista por el
agente» (27).
La excepción planteada genera una suerte de paradoja que termina anulando el razonamiento.
Es que, si la consecuencia pudo ser 'específicamente prevista' es imposible que sea, en
simultáneo, imprevisible. Es bastante probable que una consecuencia sea previsible para muy
pocas personas e imprevisible para muchas. Sin embargo, no es posible que una situación
imprevisible pueda ser prevista por alguien. Alcanza con ser previsible para una sola persona
para que deje de ser imprevisible.----------
(1) Ferrater Mora, José, Diccionario de Filosofía, Barcelona, Ariel Filosofía, 2004, p. 511.
(2) Galdós, Jorge Mario, La responsabilidad civil, Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 2021, p.
805.
(4) Galdós, Jorge Mario, La responsabilidad civil, Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 2021, p.
805.
(8) Alferillo - Gómez Leo - Santarelli en Alterini, Jorge H., (Dir. Gral.), Código Civil y Comercial
Comentado, T VIII, Buenos Aires, La Ley, 2016, p. 132.
(10) Galdós, Jorge Mario, La responsabilidad civil, Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 2021, p.
816.
(11) Llambías, Jorge J. Tratado de derecho civil, Parte General, t III, Buenos Aires, De. Perrot,
pg. 713.
(12) Ossola, Federico A., en Rivera - Medina, Derecho civil y comercial, Responsabilidad Civil
., p.84.
(13) Alferillo - Gómez Leo - Santarelli en Alterini, Jorge H., (Dir. Gral.), Código Civil y
Comercial Comentado, T VIII, p. 139.
(17) Ossola, Federico A., en Rivera, Julio César, Medina Graciela, Derecho civil y comercial,
Responsabilidad Civil, p.184.
(20) Ossola, Federico A., en Rivera, Julio César, Medina Graciela, Derecho civil y comercial,
Responsabilidad Civil, p.83.
(27) Galdós, Jorge Mario, La responsabilidad civil, Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 2021, p.
823.